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13/9/2017 Certus

Emociones geo-localizadas en la ciudad y su relación con la asignación de valores de suelo comercial.


Caso de estudio en el municipio de Guadalajara
Parte I
Por: Gabriela Eloísa Muñoz Torres,

Profesor Investigador UAG, Facultad de Arquitectura,

Universidad Autónoma de Guadalajara,

Gustavo Alejandro Torres Blanco,

Profesor Investigador UAG, Posgrados en Computación,


Universidad Autónoma de Guadalajara

Introducción

El presente documento es la primera de dos partes, en donde se expone la pertinencia del análisis de las emociones del ser humano, para
la observación de ciertos fenómenos urbanos que en menor o mayor medida están relacionados. En las siguientes secciones se presenta el
marco conceptual que sustenta fundamentalmente la investigación. Luego, en la sección final, se expone la hipótesis de investigación que
se diseña en base al mencionado fundamento.

Se parte del entendido de que a partir de 2008, el porcentaje de la población urbana en el planeta superó al de la población rural con un
50.49%, alcanzando para 2015 un valor del 53.85% (World Bank, 2016), por lo que el devenir urbano se vuelve prioritario. El interés en el
análisis de la ciudad, sus procesos y sus habitantes, se intensifica desde la mirada material e inmaterial de múltiples disciplinas, desde
enfoques funcionalistas como el de Pirenne (1972) y su análisis de la ciudad medieval como estructura económica, hasta la reivindicación
del habitante como constructor y construcción de la ciudad, con los trabajos de Jane Jacobs (1961) o Kevin Lynch (1960) o incluso el
emergente concepto que integra el paradigma tecnológico, de Smar City o ciudad inteligente.

A partir de la complejidad que representa, el análisis de la ciudad se ha tomado tanto desde el contexto social (Rapoport, 1977) como
desde el formal, o sintaxis espacial (Hillier, 1984), en la que entendida como sistema, converge la actividad humana en nodos específicos
de interacción, como lo son los lugares de trabajo, comercio, habitación u ocio (Alper, 2009), qua a su vez acogen a los conglomerados de
personas, que le dan sentido y razón de ser.

Debido a la reflexión de la importancia del ser humano en las ciudades, y bajo el reconocimiento de su condición como ente sensible,
surgen propuestas teóricas que integran el aspecto emocional al análisis de la relación entre el individuo y su entorno urbano. En una de
estas aproximaciones, surge la idea de la ciudad emocional, en la que se reflexiona y se lanza la crítica sobre la idea de la ciudad
funcional, regida a instancias de la búsqueda del desarrollo económico, que aunque en ese caso se visualiza desvinculada de la esencia
humana, esta no es prescindible del hecho urbano. Incluso a pesar del origen funcional de ciertas ciudades, cada una adquiere
diferenciaciones debido a las manifestaciones culturales particulares de los habitantes. Con esto, el análisis de la ciudad emocional, mas
que proyectar la mirada hacia el futuro, se interesa por la indagación de los orígenes y causalidades que en lo específico dieron forma a la
ciudad actual, desde la sensibilidad de la exploración de las emociones (Caruso, 2001).

Ante el reconocimiento del impacto de las emociones en la estructuración de las ciudades, se parte de la hipótesis de que existe una
relación positiva y evidenciable espacialmente, entre la expresividad emocional de los habitantes de una ciudad, y el valor comercial del
suelo, ante lo cual el objetivo de esta investigación es aproximarse a la medición de la expresividad emocional mediante plataformas
tecnológicas, y su contrastación con el valor comercial de ciertas zonas en la ciudad.

Territorio urbano espacial-emocional

En el contexto del espacio urbano y el rol de las emociones y como una crítica a las perspectivas puramente racionales, aparece el enfoque
de la geografía emocional, que a través del trabajo de Davidson, Bondi, & Smith (2007), se aborda la localización espacial de las
emociones desde el cuerpo y el lugar, el aspecto relacional de las emociones entre el ser humano y su entorno, y su representación
simbólica en el imaginario colectivo, con lo cual el debate sobre el entendimiento de los fenómenos urbanos se abre hacia las posibilidades
de la exploración cualitativa de la experiencia humana.

Por otro lado el término de cartografía emocional, surge como una colección de trabajos que exponen la integración del paradigma
tecnológico con las emociones, en tanto conjuga la visión de artistas, psicogeógrafos, diseñadores, investigadores sociales, futurólogos y
neurocientíficos para reflexionar de manera crítica las implicaciones, en lo individual y en lo colectivo, de la adopción física de tecnologías
capaces de almacenar y compartir información sobre la ubicación geográfica, estado emocional y experiencia de las personas. Durante el
proyecto experimental se colocaron sensores para medir la excitación emocional de los participantes, en donde finalmente se vertió la
información recabada en un mapa, para visualizar mediante sistemas de información geográfica, el nivel de excitación de los involucrados
en el proyecto (Nold, 2009a) (Nold, 2009b). Como parte de la discusión, se exponen no solo los mapas emocionales, o también llamados
biomapas, sino el proceso, como expresión artística narrativa, que involucra la descripción de la experiencia humana ante la invasión
psicológica, emotiva y física de los objetos tecnológicos que se utilizaron para recabar los datos del proyecto.

Si bien, existen estos antecedentes que le otorgan valor a la correlación entre emociones y ciudad, aun es un campo que sigue en
exploración y que puede ser explotado desde muy diversos ámbitos. En este sentido, y considerando la integración cada vez mas
cotidiana, de las tecnologías de la información en la ciudad, un término recurrente que ha estado cobrando relevancia como objeto de
estudio e implementación real en las ciudades, tanto desde la academia como desde el interés de la planeación de la ciudad y el sector
privado, son las llamadas Smar cities, que si bien surge desde la década de los 90, como término ha evolucionado y transformado, por lo
que difiere conceptualmente dependiendo de quien la defina (Santis, Fasano, Mignolli, & Villa, 2012). El consenso versa sobre el uso de
dispositivos digitales que poseen conectividad gracias a una infraestructura de red y que tienen la capacidad de producir grandes
cantidades de datos e información del usuario, en tiempo real, que resulta relevante para el análisis de la vida urbana (Kitchin, 2013). Sin
embargo, la simple recolección y diseminación de datos puede ocasionar mas problemas que soluciones, la tecnología por sí sola no posee
la capacidad de transformar la ciudad, y por tanto se debe considerar el factor de comportamiento humano y mediar la conveniencia de la
búsqueda de beneficios entre la escala de lo individual y de lo colectivo (Cassandras, 2016).

Precisiones conceptuales sobre emoción y su vinculación al contexto urbano

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Puntualizando sobre el interés multidisciplinar que despiertan las emociones como elemento de estudio, sobresale el hecho de que no
existe un consenso claro sobre su definición, categorización, alcances o distinciones, por lo que su conceptualización varía desde la
disciplina de análisis del que sea objeto. Siguiendo la perspectiva de Russell (1991) el estudio de las emociones, en tanto construcción
social, puede complejizarse aún más, bajo la consideración de las variables lingüísticas y de interpretación que se derivan de los diferentes
grupos sociales y el particular uso de las palabras que se hace y de acuerdo al lenguaje que poseen.

De manera general, las emociones se definen como “una experiencia afectiva en cierta medida agradable o desagradable, que supone una
cualidad fenomenológica característica y que compromete tres sistemas de respuesta: cognitivo-subjetivo, conductual-expresivo y
fisiológico-adaptativo” (Chóliz, 2005, p.4) que cumple con funciones adaptativas, sociales y motivacionales (Chóliz, 2005), todas ellas
contenidas en el entorno y que ejercen una influencia a razón de una constante retroalimentación desde la experiencia. El individuo
construye y es construido a partir de su relación afectiva y emocional, en este caso, con la ciudad. Aquí una distinción importante es la que
separa la naturaleza de la emoción en tanto experimentación y expresión:

“En este sentido, las personas pueden ser: a) alentadas a expresar ciertas emociones cuando las experimentan; b) desalentadas a
expresar ciertas emociones cuando éstas se experimentan; c) alentadas a expresar ciertas emociones aún cuando no se experimenten; y
d) desalentadas a expresar emociones que no se experimentan. Aunque cualquier cultura dada pueda enfatizar sólo una de estas
relaciones, la mayoría de las culturas, probablemente, prescriben una mezcla de ellas, dependiendo de la emoción y del contexto. Así, un
individuo puede sentirse más incómodo expresando emociones que se espera que se inhiban, o expresando emociones que no siente”
Markus & Kitayama en Zubieta, Fernández, Vergara, Martínez, & Candia (1998, p.66)

La expresión de emociones como evidencia de la relación que el individuo es capaz de establecer y manifestar para con la ciudad, en tanto
entorno y hábitat construido, remite a la idea del habitar de Martin Heidegger y la indispensable consideración y reflexión sobre la
ocupación espacio-temporal en la que el individuo está inmerso y que define este mismo habitar. Otro factor importante es que esta acción
de habitar, hace resurgir la consideración del otro, desde sus similitudes y diferencias, ya que comparte y reclama su derecho al pleno
goce del espacio físico y del espacio como aspiración, del lugar, de la ciudad (y en el que luego profundizaría Henri Lefevre). En la ciudad,
transitan e interactúan los individuos conformando sociedades, que cargadas de componentes afectivos y emocionales, inciden sobre el
desarrollo de la misma y caracterizan formas de habitarla. Espacialmente esto puede reflejarse en concentraciones de grupos sociales
cohesionados o dispersos que comparten formas de significación del espacio.

En esta espacialidad de las emociones cotidianas, y considerando el propio cuerpo del ser humano como punto de origen permanente e
indisociable de toda experiencia (Schutz, 1974a), resulta por demás trascendente el estudio de su capacidad expresiva, que posibilita el
establecimiento de proximidades afectivas con el entorno. A consecuencia de la información subyacente que arroja esta expresividad,
conviene distinguir entre aquellas emociones que el sujeto decide exteriorizar y aquellas que resguarda e interioriza. La manifestación de
emociones en lo individual, aunque pueda presentar particularidades atípicas, conservan la esencia de las estructuras de significación del
resto de los individuos que conforman su grupo social, pues entretejen, comparten, transforman y difunden los mismos esquemas de
interpretación (Schutz, 1974b).

Bajo estas consideraciones, cabe mencionar que las emociones dentro del ámbito de la observación espacial presentan algunos contrastes
en tanto la tendencia individualista o colectivista del grupo social en cuestión. En general, América Latina se caracteriza por sociedades en
las que los individuos que la integran, se reafirman asimimos a través de la pertenencia a grupos sociales y en las que en los procesos de
expresión emocional se ven privilegiadas las necesidades, aspiraciones y motivaciones colectivas, debido principalmente a la
interdependencia alimentada entre los miembros de la comunidad. Caso contrario a sociedades como las de Estados Unidos en las que
predomina el individualismo, y como tal, la evidencia de las manifestaciones emocionales se gestan desde el interior del sujeto y sus
visiones particulares, demeritando el interés social (Zubieta et al., 1998). Con ello se establece un marco para la diferenciación,
interpretación y ubicación de las experiencias humanas emotivas en el espacio, de acuerdo al grado de afiliación social que presente.

Las emociones como características inherentes al ser humano, es por demás complejo, pretender separarlas de cualquier análisis en el
intercambio cotidiano, pues poseen cierto nivel de intencionalidad que se manifiesta en cualquier muestra de interacción social o proceso
de comunicación (Gutiérrez, 2015). La ciudad como escenario para el desarrollo de todo tipo de interacciones, naturalizadas a través de la
cotidianeidad, manifiesta en el espacio los efectos de las emociones, entendidas como portadoras de significados transformadores. De esta
manera los individuos incapaces de desprenderse de sus emociones, afectividades y cargas simbólicas de orden social, habitan y se
desplazan en el espacio urbano, valorizándolo y desvalorizándolo de acuerdo al reflejo emocional que poseen.

Valor del suelo urbano

Tanto desde la filosofía como desde la teoría económica, los términos de precio y valor se han abordado ampliamente debido al interés que
suscita, y la necesidad de explicar ciertos fenómenos asociados. De manera general mientras que el término de precio está vinculado a la
cantidad de dinero que se paga por cierto producto o servicio, el valor lleva implícito satisfactores que se le vinculan, en donde por
ejemplo se hace la distinción entre el valor de uso y el valor de cambio. El primero hace referencia al ajuste de precio que se deriva a
partir del conocimiento sobre las emociones e intereses que se despiertan en el comprador, mientras que el segundo es el precio ajustado,
ahora desde la perspectiva de connotación del vendedor. Cabe distinguir el término de valor catastral, que se define como un valor
establecido por el gobierno como base para el cobro de impuestos sobre bienes raíces (IAAO, 2013, p.195), que para efectos del interés
comercial tanto de propietarios como de posibles compradores, no es mas que una referencia técnica.

El valor comercial, por otra parte, es “la cantidad más alta, expresada en términos monetarios, mediante la cual se intercambiaría un bien
en el mercado corriente de bienes, entre un comprador y un vendedor que actúan sin presiones ni ventajas de uno y otro, en un mercado
abierto y competido, en las circunstancias prevalecientes a la fecha del avalúo y en un plazo razonable de exposición” (INDAABIN, 2017).
Este valor a pesar de su definición oficial, bajo la lógica capitalista, queda totalmente expuesto a las negociaciones privadas, a la falta
regulación o de límites, que de alguna manera garanticen transacciones sin presiones ni ventajas. Este es el valor que opera en la ciudad y
que fluctúa en variadas proporciones sin una aparente lógica.

Por otro lado, el valor de valuación, es el resultante del “procedimiento técnico y metodológico que, mediante la investigación física,
económica, social, jurídica y de mercado, permite estimar el monto, expresado en términos monetarios, de las variables cuantitativas y
cualitativas que inciden en el valor de cualquier bien” (INDAABIN, 2017). Este valor estimado por profesionales, trata de mediar entre las
inconsistencias que se dan entre el valor catastral (infraestimado y de carácter gubernamental) y el comercial (supraestimado y de
carácter mercantil).

Si bien uno de los más grandes retos que enfrentan las ciudades, es la gestión del territorio, la provisión de infraestructura y servicios
(incluida la vivienda), en donde las instituciones no han intervenido a través de instrumentos de regulación acordes, dejando en manos del
libre mercado la valoración y procesos mercantiles del suelo. Dado este fenómeno, surgen diversas investigaciones que intentan explicar el
fenómeno de la volatilidad de los valores del suelo desde diversos enfoques. En uno de estos enfoques resalta el papel de las
representaciones sociales y el simbolismo asociado al paisaje como evocación de la vida tranquila y saludable del campo, en contraposición
a la ciudad hostil (Dillon, Cossio, & Pombo, 2014), por lo que el suelo provisto de este satisfactor simbólico aumentará su valor.

Al respecto cabe mencionar que en su obra “La ciudad de Dios”, San Agustín citado en Cachanosky (1994), anuncia que:

“(…) cada cosa recibe un valor diferente proporcionado a su uso. Por esta razón, atribuimos más valor a algunos objetos insensibles que a
otros sensibles. Tanto es así, que si de nosotros dependiera nos gustaría eliminar cosas vivientes del orden de la naturaleza, bien sea
porque no sabemos qué lugar ocupan en el esquema de la naturaleza, o bien porque, si lo sabemos, las valoramos menos que a nuestra
propia conveniencia. ¿Quién no prefiere tener pan en su casa en lugar de ratones, o dinero más que moscas? (…) Puesto que cada hombre
tiene el poder de formar su mente como desee, hay poco acuerdo entre la elección de un hombre que tiene necesidad de un objeto y del
que ansía su posesión solamente por placer”.

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El componente emocional asociado entre el precio y el valor de las cosas, resulta relevante en el análisis de casi cualquier producto, pues
desencadena fenómenos como el que se aborda en este caso, pues se observa que la distancia entre la designación de precio del suelo
debido a los atributos objetivos y medibles que posee y el valor comercial que realmente opera, en algunos casos se dispara
exponencialmente.

Desde que los procesos de migración masivos del campo a la ciudad comenzaron, la gestión del territorio, del suelo urbanizable, repuntó
en las agendas tanto gubernamentales como del sector privado, así como el interés por establecer parámetros para la designación de
precios. A este respecto, el comportamiento en los precios del suelo posee una explicación espacial, en tanto se le ha relacionado con la
ubicación central o periférica del terreno en cuestión respecto a la ciudad, considerados los centrales los de mayor valor, disminuyendo
como gradiente hacia las zonas periféricas. Sin embargo existen diversos factores que pueden cuestionar este método de asignación de
precios y valores, como lo es la evidencia de la experiencia fluctuante en las ciudades, o la emergencia de policentralidades.

Durante este proceso de gestión del territorio, históricamente el papel de las instancias reguladoras y de planificación desde el Estado,
paulatinamente han cedido paso a las decisiones y necesidades del mercado, favoreciendo incluso la dinámica económica que, derivada de
la inversión del sector privado, se materializa a través de grandes proyectos de construcción. A razón de esta situación, el valor catastral,
el valor de valuación y el valor comercial varían de acuerdo a la circunstancia de cada predio, de las características propias del terreno
como dimensiones, topografía, forma, colindancias y acceso a servicios, las de la colonia o fraccionamiento como de las proximidades o el
acceso a infraestructura, y las características que a nivel urbano inciden directamente, como la conectividad y red de transporte. Sin
embargo, aunado a estas variables, se reconoce el impacto que ejercen las construcciones sociales, como los imaginarios, los afectos y las
emociones, en la valorización del suelo.

Precisando sobre estos últimos objetos simbólicos, cabe mencionar el concepto de valor hedónico, que emerge como un esfuerzo por
categorizar y medir el efecto de las emociones en la definición del valor del suelo. Bajo este esquema, la persona estaría dispuesta a pagar
un precio más elevado a causa de los satisfactores emocionales que encuentra, vinculados a la interpretación del espacio, los impulsos
afectivos del entorno, la filiación a un grupo social determinado y las representaciones simbólicas interiorizadas. Así, surgen estudios que
revelan el impacto de la construcción social de imaginarios, en la conformación de nuevas estructuras urbanas.

“Desde una perspectiva del imaginario ideológico y psicosocial, las estrategias de búsqueda personal del lugar de residencia y las nuevas
lógicas del consumo inmobiliario provocaron la génesis de zonas residenciales alejadas del centro, en entornos rururbanos; aparecieron
nuevas formas de percepción residencial basadas en la tranquilidad, el contacto con la naturaleza y la valoración del escenario paisajístico”
(Dillon et al., 2010).

De acuerdo a lo anteriormente expuesto, resulta pertinente la observación del impacto de la expresividad de las emociones en el territorio
urbano, en donde resulta el valor comercial del suelo, la variable propuesta para evidenciar tal impacto.

Hipótesis de investigación

A través de la visualización de la espacialidad que genera la vida social y sus interacciones emocionales, se aporta sensibilidad al
entendimiento de la ciudad, pues se le da sentido a la intersubjetividad presente en la vida cotidiana del individuo, y se toma conciencia
del hecho de que las emociones son componentes necesarios e indisociables dentro los procesos de racionalización del individuo y que
determinan muchas de sus actitudes y comportamientos.

De esta manera, el estudio de las emociones en la ciudad alerta sobre la importancia de la escala humana, que reasigna la jerarquía del
habitante, otorgándole voz y en cierta medida poder de decisión sobre el manejo de la ciudad. Con ello se puede afirmar que las personas,
dotadas de cargas simbólicas y afectivas, se mueven en la ciudad dejando testimonio de su experiencia emotiva, lo cual las lleva a
valorizar o desvalorizar sitios de la ciudad bajo un actuar justificado, de manera consciente o inconsciente, en la certeza que le otorgan sus
propios procesos de racionalización impregnados de emociones.

Con ello surge la posibilidad de medir la expresión emotiva de las personas como medio para establecer y justificar varianzas en el valor
comercial del suelo y que coincidentemente, las plataformas digitales permiten a través de la información que arrojan, misma que a su vez
es suministrada directamente por cada usuario. Así se evidencia que las emociones, como característica permanente e intrínseca de la
naturaleza humana, participan en la definición de la experiencia del habitante en relación con su entorno físico y social inmediato que a su
vez es susceptible de medirse y en este caso establecería una relación positiva entre la expresividad emocional y el valor comercial del
suelo.

En un escenario ideal, el análisis y conocimiento sobre la expresión emocional de los habitantes de la ciudad, facilitaría el direccionamiento
de acciones gubernamentales, del sector privado y de la propia ciudadanía, para la detección de necesidades, aspiraciones, motivaciones y
tendencias conductuales que convenga potenciar, equilibrar o erradicar, revelando así, una de las posibles aplicaciones de este
conocimiento.

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