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Laplanche, J.; Pontalis, J.B. (2004) Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós.

Pág. 77
CONFLICTO PSÍQUICO
= Al: psychischer Konflikt. — Fr.: conflit psychique. — Ing.: psychical conflict. —
lt.: conflitto psichico. — Por.: conflito psíquico.

En psicoanálisis se habla de conflicto cuando, en el sujeto, se oponen exigencias


internas contrarias. El conflicto puede ser manifiesto (por ejemplo, entre un deseo
y una exigencia moral, o entre dos sentimientos contradictorios) o latente, pudiendo
expresarse este último de un modo deformado en el conflicto manifiesto y traducirse
especialmente por la formación de síntomas, trastornos de la conducta, perturbaciones
del carácter, etc. El psicoanálisis considera el conflicto como constitutivo
del ser humano y desde diversos puntos de vista: conflicto entre el deseo y la defensa,
conflicto entre los diferentes sistemas o instancias, conflictos entre las pulsiones,
conflicto edípico, en el que no solamente se enfrentan deseos contrarios,
sino que éstos se enfrentan con lo prohibido.
Desde sus comienzos, el psicoanálisis descubrió el conflicto psíquico y
rápidamente hizo de éste el concepto central de la teoría de las neurosis. Los
Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteríe, 1895) describen cómo, en el
curso de la cura, Freud encuentra, a medida que se aproxima a los recuerdos
patógenos, una resistencia creciente (véase: Resistencia); esta resistencia no es
más que la expresión actual de una defensa intrasubjetiva contra las
representaciones que Freud califica de incompatibles (unvertrdglích). A partir de
1895-1896, esta actividad defensiva se reconoce como el principal mecanismo en
la etiología de la histeria (véase: Histeria de defensa) y se generaliza a las restantes
«psico-neurosis», que entonces reciben el nombre de «psiconeurosis de defensa».
El síntoma neurótico se define como el resultado de una transacción o compromiso
entre dos grupos de representaciones que actúan como dos fuerzas de sentido
contrario, y ambas de forma igualmente actual e imperiosa: «[...] el proceso aquí
descrito: conflicto, represión, substitución bajo la forma de formación de
compromiso o transaccional, se repite en todos los síntomas psiconeuróticos» (1).
De un modo todavíamás general, este proceso se observa también en fenómenos como el
sueño, el acto fallido, el recuerdo encubridor, etc.
Si bien el conflicto constituye sin discusión un dato fundamental de la
experiencia psicoanalítica y resulta relativamente fácil de describir en sus
modalidades clínicas, más difícil es dar del mismo una teoría metapsicológica. A
lo largo de la obra freudiana, el problema del fundamento último del conflicto ha
recibido distintas soluciones. Ante todo conviene señalar que es posible intentar
explicar el conflicto a dos niveles relativamente distintos: a nivel tópico*, como
conflicto entre sistemas o instancias, y a nivel económico-dinámico, como
conflicto entre pulsiones. Para Freud, este segundo tipo de explicación es el más
radical, pero con frecuencia resulta difícil establecer la articulación entre ambos
niveles, por cuanto una determinada instancia que toma parte en el conflicto no
corresponde necesariamente a un tipo específico de pulsiones.
Dentro de la primera teoría metapsicológica, el conflicto puede referirse
esquemáticamente, desde el punto de vista tópico, a la oposición entre los sistemas
lnconcientes, por una parte, y Preconcientes/Concientes, por otra, separados por la
censura*; esta oposición corresponde también a la dualidad del principio de placer y
principio de realidad, de los cuales el último intenta asegurar su superioridad sobre el
primero. Puede decirse que las dos fuerzas que se hallan en conflicto son entonces para
Freud la sexualidad* y una instancia represora que incluye especialmente las aspiraciones
éticas y estéticas de la personalidad, siendo el motivo de la represión los caracteres
específicos de las representaciones sexuales, que las harían incompatibles para el
«yo*» y generadoras de displacer para éste.
Sólo más tarde Freud buscó un soporte pulsional a la instancia represora.
Entonces considera que el substrato del conflicto psíquico lo constituye el
dualismo entre las pulsiones sexuales* y las pulsiones de autoconservación*
(definidas como «pulsiones del yo»). «[...] el pensamiento psicoanalítico debe
admitir que [ciertas] representaciones han entrado en oposición con otras, más
fuertes que aquéllas, para designarlas utilizamos el concepto global de "yo", que
tiene una distinta composición según los casos; ello hace que se repriman las
primeras representaciones. Pero ¿de dónde puede provenir esta oposición, causa de
la represión, entre el yo y ciertos grupos de representaciones? [...] Ha llamado
nuestra atención la importancia de las pulsiones para la vida representativa; hemos
reconocido que cada pulsión procura imponerse animando las representaciones
adecuadas a sus metas. Estas pulsiones no siempre se armonizan; a menudo llegan
a un conflicto de intereses; las oposiciones entre las representaciones no son más
que la expresión de los combates entre las diferentes pulsiones...» (2). Sin
embargo, es evidente que, incluso en esta etapa del pensamiento freudiano en que
existe una coincidencia entre la instancia defensiva del yo y un determinado tipo
de pulsiones, la oposición última «hambre-amor» sólo se expresa en las
modalidades concretas del conflicto a través de una serie de mediaciones muy
difíciles de establecer.
En una etapa ulterior, la segunda tópica proporciona un modelo de la
personalidad más diversificado y más próximo a estas modalidades
concretas: conflictos entre instancias, conflictos internos de una misma instancia,
por ejemplo entre los polos de identificación paterno y matero, que pueden
encontrarse en el superyó.
El nuevo dualismo pulsional invocado por Freud, el de las pulsiones de vida* y
pulsiones de muerte* aparentemente debería proporcionar, en virtud de la
oposición radical que propugna, un fundamento a la teoría del conflicto. Pero, de
hecho, se está lejos de constatar esta superposición entre el plano de los principios
últimos, Eros y pulsión de muerte, y la dinámica concreta del conflicto (véase,
acerca de este punto: Pulsión de muerte). No obstante, el concepto de conflicto se
renueva:
1) Se ve cada vez mejor cómo las fuerzas pulsionales animan las diferentes
instancias (así, por ejemplo, Freud describe el superyó como sádico), aun cuando
ninguna de ellas resulte afectada por un solo tipo de pulsión.
2) Las pulsiones de vida parecen abarcar la mayor parte de las oposiciones
conflictivas previamente descubiertas por Freud a partir de la clínica: «[...] la
oposición entre pulsiones de autoconservación y pulsiones de conservación de la
especie, al igual que la otra oposición entre amor al yo y amor objetal, quedan
incluidas en la esfera del Eros» (3 a).
3) Más que como un polo de conflicto, la pulsión de muerte es interpretada a
veces por Freud como un principio mismo de lucha, como el vcíxoc; (odio) que
Empédocles oponía ya al amor (cpiHa).
De este modo viene a especificar una «tendencia al conflicto», factor variable
cuya intervención haría que la bisexualidad propia del ser humano se convierta en
ciertos casos en un conflicto entre exigencias rigurosamente incompatibles,
mientras que, en ausencia de este factor, nada impediría que las tendencias
homosexuales y heterosexuales se realizaran en una solución equilibrada.
En esta misma línea de pensamiento cabe interpretar el papel que Freud
atribuye al concepto de unión de las pulsiones. Ésta no designa únicamente una
mezcla en proporción variable de sexualidad y de agresividad: la pulsión de
muerte introduce por sí misma la desunión (véase: Unión-desunión de las
pulsiones).
Si dirigimos una mirada de conjunto a la evolución de las concepciones que
Freud nos ha dado del conflicto, sorprende, por una parte, el hecho de que siempre
busca referirlo a un dualismo irreductible que, en un último análisis, sólo podría
basarse en una oposición casi mítica entre dos grandes fuerzas contrarias; por otra
parte, el hecho de que uno de los polos del conflicto es siempre la sexualidad*,
mientras que el otro se busca en realidades cambiantes («yo», «pulsiones del yo»,
«pulsiones de muerte»). Desde el principio de su obra (véase: Seducción), y
todavía en el Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938), Freud
insiste en la intrínseca ligazón que debe existir entre la sexualidad y el conflicto.
Es posible dar de éste un modelo teórico abstracto susceptible de aplicarse a
«cualquier exigencia pulsional», «pero la observación nos muestra regularmente
que, hasta donde alcanzan nuestros conocimientos, las excitaciones patógenas
provienen de las pulsiones parciales de la vida sexual» (3 b). ¿Cuál es la justificación
teórica última de este privilegio atribuido a la sexualidad en el conflicto? El problema
quedó sin resolver por Freud, quien indicó en varios momentos de su obra que las
características temporales particulares de la sexualidad humana hacen que «el punto débil
de la organización del yo se encuentre en su relación con la función sexual» (3 c).
Para el psicoanalista, la profundización en el problema del conflicto psíquico
debe desembocar forzosamente en lo que para el sujeto humano es el conflicto
nuclear: el complejo de Edipo*. En éste, el conflicto, antes de ser conflicto
defensivo, se halla ya inscrito de forma pre-subjetiva como conjunción dialéctica y
originaria del deseo y de la prohibición.
El complejo de Edipo, por constituir la idea fundamental e inevitable que
orienta el campo interpsicológico del niño, podría encontrarse tras las más
diversas modalidades del conflicto defensivo (por ejemplo, en la relación entre el
yo y el superyó). De un modo más radical, si se considera el Edipo como una
estructura en la que el sujeto ha de encontrar su lugar, el conflicto aparece ya
presente, previamente al juego de las pulsiones y de las defensas, juego que
constituirá el conflicto psíquico propio de cada individuo.
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DINÁMICO (adj.)
= Al: dynamisch. — Fr.: dynamique. — Ing.: dynamic. — It.: dinámico. — Por.: dinámico.
Califica un punto de vista que considera los fenómenos psíquicos como resultantes
del conflicto y de la composición de fuerzas que ejercen un determinado empuje
siendo éstas, en último término, de origen pulslonal.

Frecuentemente se ha subrayado que el psicoanálisis había reemplazado la


concepción llamada estática del inconsciente por una concepción dinámica. El
propio Freud hizo observar que la diferencia entre su concepción y la de Janet
podía expresarse del siguiente modo: «Nosotros no atribuimos la escisión del
psiquismo a una incapacidad innata del aparato psíquico para la síntesis, sino que
la explicamos dinámicamente por el conflicto de fuerzas psíquicas opuestas,
reconociendo en ella el resultado de una lucha activa entre dos grupos psíquicos
entre sí» (1). La «escisión» que aquí se trata es la existente entre el consciente-
preconsciente
y el inconsciente, pero, como puede verse, esta distinción «tópica», en
lugar de explicar el trastorno, presupone la existencia de un conflicto psíquico. La
originalidad de la concepción freudiana se ilustra en el ejemplo de la neurosis
obsesiva: los síntomas del tipo de la inhibición, de la duda, de la abulia, los
relaciona Janet directamente con una insuficiencia de la síntesis mental, con una
astenia psíquica o «psi-castenia», mientras que, para Freud, son únicamente el
resultado de una interacción de fuerzas opuestas. La orientación dinámica no sólo
implica la consideración del concepto de fuerza (cosa que ya hizo Janet), sino
también la idea de que, dentro del psiquismo, las fuerzas entran necesariamente en
conflicto unas con otras, siendo el origen de este conflicto psíquico (véase esta
palabra), en último análisis, un dualismo pulsional.
En los textos de Freud, el adjetivo «dinámico» sirve para calificar
especialmente el inconsciente, por cuanto éste ejerce una acción permanente, que
obliga a que una fuerza contraria, asimismo permanente, le impida el acceso a la
conciencia. Clínicamente este carácter dinámico se comprueba tanto por la
resistencia* hallada para acceder en el inconsciente como por la producción
repetida de derivados* de lo reprimido.
El carácter dinámico viene ilustrado también por la noción de formaciones
transaccionales*, cuyo análisis muestra que deben su consistencia al hecho de que
«son mantenidas simultáneamente desde dos lados».
Es por esto que Freud distingue dos acepciones del concepto de inconsciente*:
en sentido «descriptivo», inconsciente designa lo que se halla fuera del campo de
la conciencia y, por tanto, engloba también lo que Freud llama preconsciente*; en
sentido «dinámico» «[...] no designa las ideas latentes en general, sino de un modo
especial aquellas ideas que poseen cierto carácter dinámico y que permanecen
apartadas de la conciencia a pesar de su intensidad y actividad» (2).

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