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El documento describe el concepto de conflicto psíquico en psicoanálisis. Explica que se refiere a exigencias internas opuestas dentro de un sujeto, ya sea de forma manifiesta o latente. A lo largo de la obra de Freud, el conflicto se ha explicado a diferentes niveles, como oposición entre sistemas psíquicos o entre pulsiones. Freud siempre buscó referir el conflicto a una oposición entre la sexualidad y otra fuerza como el yo, las pulsiones del yo o las pulsiones de muerte. El
El documento describe el concepto de conflicto psíquico en psicoanálisis. Explica que se refiere a exigencias internas opuestas dentro de un sujeto, ya sea de forma manifiesta o latente. A lo largo de la obra de Freud, el conflicto se ha explicado a diferentes niveles, como oposición entre sistemas psíquicos o entre pulsiones. Freud siempre buscó referir el conflicto a una oposición entre la sexualidad y otra fuerza como el yo, las pulsiones del yo o las pulsiones de muerte. El
El documento describe el concepto de conflicto psíquico en psicoanálisis. Explica que se refiere a exigencias internas opuestas dentro de un sujeto, ya sea de forma manifiesta o latente. A lo largo de la obra de Freud, el conflicto se ha explicado a diferentes niveles, como oposición entre sistemas psíquicos o entre pulsiones. Freud siempre buscó referir el conflicto a una oposición entre la sexualidad y otra fuerza como el yo, las pulsiones del yo o las pulsiones de muerte. El
En psicoanálisis se habla de conflicto cuando, en el sujeto, se oponen exigencias
internas contrarias. El conflicto puede ser manifiesto (por ejemplo, entre un deseo y una exigencia moral, o entre dos sentimientos contradictorios) o latente, pudiendo expresarse este último de un modo deformado en el conflicto manifiesto y traducirse especialmente por la formación de síntomas, trastornos de la conducta, perturbaciones del carácter, etc. El psicoanálisis considera el conflicto como constitutivo del ser humano y desde diversos puntos de vista: conflicto entre el deseo y la defensa, conflicto entre los diferentes sistemas o instancias, conflictos entre las pulsiones, conflicto edípico, en el que no solamente se enfrentan deseos contrarios, sino que éstos se enfrentan con lo prohibido. Desde sus comienzos, el psicoanálisis descubrió el conflicto psíquico y rápidamente hizo de éste el concepto central de la teoría de las neurosis. Los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteríe, 1895) describen cómo, en el curso de la cura, Freud encuentra, a medida que se aproxima a los recuerdos patógenos, una resistencia creciente (véase: Resistencia); esta resistencia no es más que la expresión actual de una defensa intrasubjetiva contra las representaciones que Freud califica de incompatibles (unvertrdglích). A partir de 1895-1896, esta actividad defensiva se reconoce como el principal mecanismo en la etiología de la histeria (véase: Histeria de defensa) y se generaliza a las restantes «psico-neurosis», que entonces reciben el nombre de «psiconeurosis de defensa». El síntoma neurótico se define como el resultado de una transacción o compromiso entre dos grupos de representaciones que actúan como dos fuerzas de sentido contrario, y ambas de forma igualmente actual e imperiosa: «[...] el proceso aquí descrito: conflicto, represión, substitución bajo la forma de formación de compromiso o transaccional, se repite en todos los síntomas psiconeuróticos» (1). De un modo todavíamás general, este proceso se observa también en fenómenos como el sueño, el acto fallido, el recuerdo encubridor, etc. Si bien el conflicto constituye sin discusión un dato fundamental de la experiencia psicoanalítica y resulta relativamente fácil de describir en sus modalidades clínicas, más difícil es dar del mismo una teoría metapsicológica. A lo largo de la obra freudiana, el problema del fundamento último del conflicto ha recibido distintas soluciones. Ante todo conviene señalar que es posible intentar explicar el conflicto a dos niveles relativamente distintos: a nivel tópico*, como conflicto entre sistemas o instancias, y a nivel económico-dinámico, como conflicto entre pulsiones. Para Freud, este segundo tipo de explicación es el más radical, pero con frecuencia resulta difícil establecer la articulación entre ambos niveles, por cuanto una determinada instancia que toma parte en el conflicto no corresponde necesariamente a un tipo específico de pulsiones. Dentro de la primera teoría metapsicológica, el conflicto puede referirse esquemáticamente, desde el punto de vista tópico, a la oposición entre los sistemas lnconcientes, por una parte, y Preconcientes/Concientes, por otra, separados por la censura*; esta oposición corresponde también a la dualidad del principio de placer y principio de realidad, de los cuales el último intenta asegurar su superioridad sobre el primero. Puede decirse que las dos fuerzas que se hallan en conflicto son entonces para Freud la sexualidad* y una instancia represora que incluye especialmente las aspiraciones éticas y estéticas de la personalidad, siendo el motivo de la represión los caracteres específicos de las representaciones sexuales, que las harían incompatibles para el «yo*» y generadoras de displacer para éste. Sólo más tarde Freud buscó un soporte pulsional a la instancia represora. Entonces considera que el substrato del conflicto psíquico lo constituye el dualismo entre las pulsiones sexuales* y las pulsiones de autoconservación* (definidas como «pulsiones del yo»). «[...] el pensamiento psicoanalítico debe admitir que [ciertas] representaciones han entrado en oposición con otras, más fuertes que aquéllas, para designarlas utilizamos el concepto global de "yo", que tiene una distinta composición según los casos; ello hace que se repriman las primeras representaciones. Pero ¿de dónde puede provenir esta oposición, causa de la represión, entre el yo y ciertos grupos de representaciones? [...] Ha llamado nuestra atención la importancia de las pulsiones para la vida representativa; hemos reconocido que cada pulsión procura imponerse animando las representaciones adecuadas a sus metas. Estas pulsiones no siempre se armonizan; a menudo llegan a un conflicto de intereses; las oposiciones entre las representaciones no son más que la expresión de los combates entre las diferentes pulsiones...» (2). Sin embargo, es evidente que, incluso en esta etapa del pensamiento freudiano en que existe una coincidencia entre la instancia defensiva del yo y un determinado tipo de pulsiones, la oposición última «hambre-amor» sólo se expresa en las modalidades concretas del conflicto a través de una serie de mediaciones muy difíciles de establecer. En una etapa ulterior, la segunda tópica proporciona un modelo de la personalidad más diversificado y más próximo a estas modalidades concretas: conflictos entre instancias, conflictos internos de una misma instancia, por ejemplo entre los polos de identificación paterno y matero, que pueden encontrarse en el superyó. El nuevo dualismo pulsional invocado por Freud, el de las pulsiones de vida* y pulsiones de muerte* aparentemente debería proporcionar, en virtud de la oposición radical que propugna, un fundamento a la teoría del conflicto. Pero, de hecho, se está lejos de constatar esta superposición entre el plano de los principios últimos, Eros y pulsión de muerte, y la dinámica concreta del conflicto (véase, acerca de este punto: Pulsión de muerte). No obstante, el concepto de conflicto se renueva: 1) Se ve cada vez mejor cómo las fuerzas pulsionales animan las diferentes instancias (así, por ejemplo, Freud describe el superyó como sádico), aun cuando ninguna de ellas resulte afectada por un solo tipo de pulsión. 2) Las pulsiones de vida parecen abarcar la mayor parte de las oposiciones conflictivas previamente descubiertas por Freud a partir de la clínica: «[...] la oposición entre pulsiones de autoconservación y pulsiones de conservación de la especie, al igual que la otra oposición entre amor al yo y amor objetal, quedan incluidas en la esfera del Eros» (3 a). 3) Más que como un polo de conflicto, la pulsión de muerte es interpretada a veces por Freud como un principio mismo de lucha, como el vcíxoc; (odio) que Empédocles oponía ya al amor (cpiHa). De este modo viene a especificar una «tendencia al conflicto», factor variable cuya intervención haría que la bisexualidad propia del ser humano se convierta en ciertos casos en un conflicto entre exigencias rigurosamente incompatibles, mientras que, en ausencia de este factor, nada impediría que las tendencias homosexuales y heterosexuales se realizaran en una solución equilibrada. En esta misma línea de pensamiento cabe interpretar el papel que Freud atribuye al concepto de unión de las pulsiones. Ésta no designa únicamente una mezcla en proporción variable de sexualidad y de agresividad: la pulsión de muerte introduce por sí misma la desunión (véase: Unión-desunión de las pulsiones). Si dirigimos una mirada de conjunto a la evolución de las concepciones que Freud nos ha dado del conflicto, sorprende, por una parte, el hecho de que siempre busca referirlo a un dualismo irreductible que, en un último análisis, sólo podría basarse en una oposición casi mítica entre dos grandes fuerzas contrarias; por otra parte, el hecho de que uno de los polos del conflicto es siempre la sexualidad*, mientras que el otro se busca en realidades cambiantes («yo», «pulsiones del yo», «pulsiones de muerte»). Desde el principio de su obra (véase: Seducción), y todavía en el Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938), Freud insiste en la intrínseca ligazón que debe existir entre la sexualidad y el conflicto. Es posible dar de éste un modelo teórico abstracto susceptible de aplicarse a «cualquier exigencia pulsional», «pero la observación nos muestra regularmente que, hasta donde alcanzan nuestros conocimientos, las excitaciones patógenas provienen de las pulsiones parciales de la vida sexual» (3 b). ¿Cuál es la justificación teórica última de este privilegio atribuido a la sexualidad en el conflicto? El problema quedó sin resolver por Freud, quien indicó en varios momentos de su obra que las características temporales particulares de la sexualidad humana hacen que «el punto débil de la organización del yo se encuentre en su relación con la función sexual» (3 c). Para el psicoanalista, la profundización en el problema del conflicto psíquico debe desembocar forzosamente en lo que para el sujeto humano es el conflicto nuclear: el complejo de Edipo*. En éste, el conflicto, antes de ser conflicto defensivo, se halla ya inscrito de forma pre-subjetiva como conjunción dialéctica y originaria del deseo y de la prohibición. El complejo de Edipo, por constituir la idea fundamental e inevitable que orienta el campo interpsicológico del niño, podría encontrarse tras las más diversas modalidades del conflicto defensivo (por ejemplo, en la relación entre el yo y el superyó). De un modo más radical, si se considera el Edipo como una estructura en la que el sujeto ha de encontrar su lugar, el conflicto aparece ya presente, previamente al juego de las pulsiones y de las defensas, juego que constituirá el conflicto psíquico propio de cada individuo. Pág. 100 DINÁMICO (adj.) = Al: dynamisch. — Fr.: dynamique. — Ing.: dynamic. — It.: dinámico. — Por.: dinámico. Califica un punto de vista que considera los fenómenos psíquicos como resultantes del conflicto y de la composición de fuerzas que ejercen un determinado empuje siendo éstas, en último término, de origen pulslonal.
Frecuentemente se ha subrayado que el psicoanálisis había reemplazado la
concepción llamada estática del inconsciente por una concepción dinámica. El propio Freud hizo observar que la diferencia entre su concepción y la de Janet podía expresarse del siguiente modo: «Nosotros no atribuimos la escisión del psiquismo a una incapacidad innata del aparato psíquico para la síntesis, sino que la explicamos dinámicamente por el conflicto de fuerzas psíquicas opuestas, reconociendo en ella el resultado de una lucha activa entre dos grupos psíquicos entre sí» (1). La «escisión» que aquí se trata es la existente entre el consciente- preconsciente y el inconsciente, pero, como puede verse, esta distinción «tópica», en lugar de explicar el trastorno, presupone la existencia de un conflicto psíquico. La originalidad de la concepción freudiana se ilustra en el ejemplo de la neurosis obsesiva: los síntomas del tipo de la inhibición, de la duda, de la abulia, los relaciona Janet directamente con una insuficiencia de la síntesis mental, con una astenia psíquica o «psi-castenia», mientras que, para Freud, son únicamente el resultado de una interacción de fuerzas opuestas. La orientación dinámica no sólo implica la consideración del concepto de fuerza (cosa que ya hizo Janet), sino también la idea de que, dentro del psiquismo, las fuerzas entran necesariamente en conflicto unas con otras, siendo el origen de este conflicto psíquico (véase esta palabra), en último análisis, un dualismo pulsional. En los textos de Freud, el adjetivo «dinámico» sirve para calificar especialmente el inconsciente, por cuanto éste ejerce una acción permanente, que obliga a que una fuerza contraria, asimismo permanente, le impida el acceso a la conciencia. Clínicamente este carácter dinámico se comprueba tanto por la resistencia* hallada para acceder en el inconsciente como por la producción repetida de derivados* de lo reprimido. El carácter dinámico viene ilustrado también por la noción de formaciones transaccionales*, cuyo análisis muestra que deben su consistencia al hecho de que «son mantenidas simultáneamente desde dos lados». Es por esto que Freud distingue dos acepciones del concepto de inconsciente*: en sentido «descriptivo», inconsciente designa lo que se halla fuera del campo de la conciencia y, por tanto, engloba también lo que Freud llama preconsciente*; en sentido «dinámico» «[...] no designa las ideas latentes en general, sino de un modo especial aquellas ideas que poseen cierto carácter dinámico y que permanecen apartadas de la conciencia a pesar de su intensidad y actividad» (2).