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ARQUEOLOGICA.
Miguel A. Chapanoff C.
mchapanoff@gmail.com
RESUMEN
A través de este artículo, se pretende reflexionar sobre los alcances y límites de los saberes
pretende discutir el rol de la arqueología como fuente de saber experto validado por el
PALABRAS CLAVES
territoriales.
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denuncias, por parte de comunidades y organizaciones mapuche, acerca de la existencia de
en la actualidad no exhiben evidencia de que en algún momento hayan sido utilizados como
lugar de inhumación. No hay cruces, ni túmulos, no tienen cercas ni letreros; los campos
arados una y otra vez por generaciones han borrado toda huella visible de antepasados
Han llegado al museo luego de un largo itinerario que incluye otros organismos del estado;
incluso Policías; y también Universidades Regionales. En todas ellas han mostrado antiguos
legajos de títulos de Merced entregados por el Estado que acreditan que alguna vez esas
fueron tierras mapuche. También traen la memoria de los más antiguos; relatos borrosos de
los pies de un ulmo, de fosas con los cuerpos de los últimos guerreros que combatieron la
ocupación militar chilena a fines del siglo XIX. A veces acompañan papeles y relatos con
fragmentos de cerámica envueltos en bolsas plásticas; pero en todos los casos han recibido
donde yacen antepasados que no se borran de la memoria, que desde la anónima ubicación
de los sepulcros, esperan por sus descendientes como una manera de encontrar el vinculo
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ELTUN: ESPACIOS FUNERARIOS MAPUCHE.
Una práctica histórica del pueblo mapuche fue la inhumación de sus muertos en
Purén-Lumaco y otras como Angol-Chol Chol que se habría desarrollado entre los siglos
XV y XVII (Dillehay 2000), como parte de una estructura mayor de comprensión del
mundo relacionada con el cosmos y la naturaleza. Las prácticas rituales en torno a estos
Las creencias y prácticas en torno a la muerte desarrolladas por los mapuche durante el
período colonial, no fueron invisibles para los españoles. Por el contrario, rituales
cronistas como Rosales (1877), mostrando una interesante diversidad acorde a las distintas
(Becerra 2000), caracterizados por entierros en canoas de madera llamadas wampo o trolof,
(Gordon et al 1972, Inostroza 1985; Ponce 2009) en cistas de piedra (Sanchez et al 1985;
cuerpos como en las prácticas propias del enterramiento y las materialidades asociadas al
ajuar funerario.
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La asignación de un espacio diferencial para dar cobijo al cuerpo como síntesis de las ideas
mapuche ante la muerte y la influencia hispano criolla, permitió la configuración del Eltún
como sitio funerario aproximadamente durante el siglo XVII ( Rodriguez y Saavedra 2010
y 2011). Estos espacios se caracterizaron por la convivencia de símbolos mapuche como las
significación: “…que tienen sus propias fuerzas –Gnen-. En la tierra, ríos, esteros,
orden comunitario de estructura familiar extensa, el estatus de las familias y el rol que los
difuntos habían cumplido a lo largo de su vida. A nivel extra comunitario, un Eltun operaba
(Ñanculef 2005).
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“Los individuos de tropa violaban a las mujeres e hijas de los
Según antecedentes etnohistóricos (Foester 1995), los espacios funerarios mapuche estaban
por las comunidades; no obstante los frecuentes saqueos de tumbas indígenas en búsqueda
por parte de la Iglesia católica especialmente franciscanos y capuchinos (Pinto 2008; Pinto
et al 1988) y el proceso de reducción y usurpación por parte del estado Chileno a partir de
la segunda mitad del siglo XIX y el posterior desplazamiento de clanes mapuche de sus
territorios originarios, generó una pérdida de referencia por parte de las comunidades
respecto de sus espacios funerarios. Muchos cementerios fueron olvidados, en tanto lugares
forestales.
Durante las guerras coloniales, al igual como ocurrió en otras partes de América, el español
no sólo combatió a las huestes indígenas en el plano físico, sino que también sus sistemas
expresiones tanto espaciales como materiales de aquello que era considerado pagano, entre
los cuales destacan aquellos relacionados con la muerte y, en particular, los cuerpos de los
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La práctica de expolio, saqueo y destrucción de espacios funerarios mapuche fue una
intervinieron posteriormente este lugar funerario, sagrado para el pueblo mapuche actual,
con ellas. Este suceso único o recurrente debió acaecer cuando en el lugar ya estaba
segunda mitad del siglo XIX, fue reprimido por el Estado chileno que bajo argumentos de
relatos recogidos en terreno en diversas comunidades, para fines del XIX y principios del
siglo XX se hizo usual señalar los lugares de enterratorio plantando un árbol, de tal manera
que fundidas en el paisaje rural, las tumbas no fuesen identificadas por saquedadores y
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Con el Decreto Ley 2.568 del año 1979, aprobado durante la Dictadura militar que modifica
privados. Lo anterior, hizo que muchos terrenos de uso comunitario, entre los cuales se
SAG, de acuerdo con el Decreto Ley 1.939 de 1977 (Cabrera y Mella 2009). De esta
manera, el SAG administró estos sitios y, en varios casos, los transfirió a instituciones y
numerosas ventas y traspasos de propiedad, una gran parte de esos predios habían sido
adquiridos por particulares y empresas, sustrayéndose del dominio mapuche los espacios de
reproducción material, como los bosques, aguas, vegas, y de reproducción espiritual, como
los cementerios (Cabrera y Mella 2009). En la actualidad un tercio de las tierras entregadas
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CEMENTERIOS COMO REGISTRO ARQUEOLOGICO: ENTRE LA CIENCIA Y
EL PATRIMONIO.
De acuerdo al registro arqueológico, las prácticas funerarias poseen una larga profundidad
denominados complejo cultural Pitrén (300 d.C – 1200 d.C) (Menghin 1962; Aldunate
1989; Adán y Mera 1997); y complejo cultural el Vergel (1000 d.C- 1500 d.C) (Aldunate
1989; Bullock 1970; Adán et al 2005); de los sitios funerarios propiamente mapuche, los
cuales se reconocen recién a partir del siglo XVII como cementerios históricos.
Desde el ejercicio de la arqueología, los sitios de cementerios, han sido abordados bajo la
2007), y declarados propiedad del Estado como bienes culturales protegidos; la ley no
no. Lo anterior sin considerar que fueron hechos para los descendientes, con una clara
intención de dejar un rastro para la posteridad, para “otros” en el futuro (Rivera y Lorca
2010).
Por otra parte el mismo cuerpo legal y la jurisprudencia establecida por el Consejo de
Monumentos Nacionales en actos interpretativos de la Ley, sólo autoriza que los sitios
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de carácter científico, que es capaz de operar sobre vestigios valorados y protegidos por el
esta manera se recrea en lo social la diferencia entre un pasado vivo y otro muerto, de
Ley 17.288; uno de los participantes planteaba lo que consideraba un acto de apropiación
por parte del Estado Chileno, al singularizar un cementerio mapuche como patrimonio “de
2013).
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Al considerar los contextos funerarios como unidades científicamente abordables, la
del pasado (Millones 2002). Los sitios mortuorios, en tanto evidencia científica del
No obstante, los sitios de enterratorios para muchos arqueólogos, tanto desde el punto de
vista patrimonial como científico, tienen que ver más con poblaciones desaparecidas que
con comunidades actuales. Este modo de abordar los restos humanos, patrimonializados por
contextos ; y apropiados desde el punto de vista del conocimiento por parte de un reducido
grupo de expertos; ha redundado en una compleja relación con las comunidades indígenas
contemporáneas, que se perciben excluídas de tratar con sus propios vestigios y muertos,
de las comunidades atacameñas en el norte de Chile (Ayala 2003; Ayala et al. 2003) y
mapuche en la zona centro sur (Paillalef 1998); han sido particularmente reiterativos en
arqueología de la muerte (Lull y Picazo, 1989), propone que el el ritual y lo que acompaña
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a los difuntos, es el tratamiento que hacen los vivos a los muertos y por ende ellos forman
parte de un guión expresado para las personas vivas, no para las muertas (Navarro 2011).
En este caso acceder a la materialidad producida por acciones colectivas del pasado,
relacionadas al respeto y al ritual sagrado hacia los muertos, es también una oportunidad
las poblaciones vivas que se asumen vinculadas desde la tradición y la oralidad con “sus
los muertos son antepasados, por tanto sujetos con los que se tiene vínculos concretos, en
tanto vivieron y murieron en el mismo espacio vital que permite la reproducción social y
discurso científico acerca del pasado; así como los conceptos de filiación no son reductibles
extraño que intelectuales mapuche afirmen que su pueblo tiene una tradición cultural,
biológica y territorial en la actual zona centro sur de Chile de al menos 10.000 o 12.000
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años (Ñanculef 2005), vinculando su origen con ocupaciones arqueológicamente
No obstante, desde las instituciones del Estado Estado, incluyendo la Corporación Nacional
arqueológica; se considera que esta relación o identificación con los cuerpos humanos es
válida solo para aquellas comunidades indígenas que tienen un vínculo histórico directo con
ellos, el cual debe comprobarse científicamente. Uribe y Adan (2003) sostienen que cuando
registro; las tradiciones orales y otras formas de conocimiento de ese pasado son relegados
como discursos marginales. Esto significa que desde el saber científico se ha disociado la
específicos entre pasado y presente; entre los vivos y los muertos. Los muertos pertenecen
los chilenos, que a quienes se sienten sus legítimos y verdaderos descendientes. En este
contexto, de una u otra forma la práctica arqueológica ha sido funcional a los mecanismos
2004). Por su parte, las interpelaciones por parte de grupos indígenas a estos discursos
epistemológica, distinta a las de los actores del sistema político y tecno científico, como
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modo de reivindicar formas propias de conocer e interpretar del mundo y entorno en el cual
silente. Para Navarro (2011), lo anterior implica considerar que existe más de una mirada y
Comuna de Padre las Casas IX Región, en un predio que había pertenecido a la comunidad
Rafael Burgos (Ponce 2009); y que fue abordado por arqueólogas de la Universidad
Monumentos Nacionales autorizar el re entierro de los restos y ajuares de las 6 tumbas que
retirarlos del lugar para realizar análisis de laboratorio. Finalmente, luego de gestionar la
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“…Dicen que el cerro La Mula era, de todo este sector, donde estaba el
grandes trawun para enterrar a los lonkos. Y resulta que el cerro La Mula
movimiento mapuche como actor político, e interpelar a la sociedad y Estado chileno para
(Foester 2001); que como hemos visto, construida desde un sistema de conocimiento tecno
condición pretérita de ejercicio pleno que debe ser contrastada, jurídicamente probada y
científicas acerca del pasado han pasado a formar parte de los discursos de los movimientos
de reivindicación indígena en Chile. Mientras que para el caso atacameño los discursos
arqueológicos del pasado han sido utilizados para sustentar proyectos de afirmación étnica
(Ayala 2007); las organizaciones mapuche lo han incorporado para fundamentar derechos
validación de una ocupación originaria, (2011): el nosotros siempre hemos estado aquí.
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Para Millaleo (2011) establecer una continuidad entre las comunidades del presente y sus
la protesta mapuche que reivindica espacios territoriales ancestrales dentro del territorio
cartografía mental de las comunidades son fuente de derechos y sustento de lucha por la
Pese a los múltiples desencuentros entre arqueología y comunidades mapuche, son sus
espacios en el sentido legal del término; sino más bien, la certificación de una evidencia,
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Por su parte, la mayoría de los arqueólogos que trabajan en contextos mapuche, formados
convencional, sino también en la relación con comunidades vivas que entienden los
vestigios materiales no como restos del pasado; sino como elementos constitutivos de una
EPILOGO A MODO DE CONCLUSION: UNA ARQUEOLOGIA QUE TRATE CON LOS VIVOS.
debe orientar sus recursos tanto teóricos como metodológicos a comprender y establecer
marcos de diálogo y construcción de saberes conjuntos con las comunidades vivas, más que
con las muertas, en el entendido de que la memoria social acerca del pasado debería ser un
nos ofrecen, desde la propia tradición académica los espacios de reflexión que permiten
revalorar los alcances y límites de los saberes comunitarios ante el Estado, y aquellos de la
contextos interculturales.
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La posibilidad y la conciencia de que las interpretaciones y re significaciones actuales
asociadas a estas (Holtorf 2001; Haber 2011); y de otra, las implicancias sociales y
originarios.
Si bien, para el caso descrito la autoridad discursiva del arqueólogo/a, en los términos a que
se refire Smith (2006) no se pone en duda, sino que más bien se reafirma al ser solicitado y
en que radica ese poder. Si en la arqueología tradicional, la autoridad sobre el pasado radica
patrimonializada en sus restos, hoy se le demanda que el conocimiento opere como medio
Sin duda esto está recién comenzando. Hace unos 2 o 3 años las comunidades no se
arqueólogos y comunidades, se deslizaban por el mismo pasado sin tocarse. Hace unas
que pudiese construir discursos y contenidos distintos de aquellos generados desde miradas
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históricas hegemónicas. Hace pocos días recibí en el Museo a dirigentes de la comunidad
adquirió rostro; el dueño del predio en cuestión solictaba ayuda del Museo para probar que
acostumbrarnos a navegar por espacios multivocales, tal vez como mediadores, no entre el
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