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Daniel Everett: El lenguaje es una

herramienta, no un instinto
Publicado por Eduardo Zugasti
Date: 20 abril, 2012
in: Divulgación Científica, General, Libros / Reseñas, Tercera Cultura
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Foto: "Dan Everett Books"

Daniel Everett es un lingüista conocido en particular por sus estudios con tribus
amazónicas, a las que llegó como misionero evangélico y de las que salió convertido en
ateo en los años ochenta del siglo pasado. Su ateísmo le salió caro: un divorcio y la
pérdida de contacto con su familia, que sólo recientemente parece haber aceptado “su
punto de vista sobre el teísmo”.

Las posiciones teóricas de Everett también son molestas para la parte dominante de la
lingüistica contemporánea, deudora de los trabajos de Noam Chomsky. Su trabajo sobre
las “limitaciones culturales de la gramática y la cognición de los Pirahâ” ha causado
tanta controversia y malestar como para que el mismo Chomsky le calificase como un
“charlatán”. Juan Uriagereka también se ha mostrado crítico con su trabajo en las
páginas de este mismo digital: “Everett es un genio de las relaciones públicas”.

Probablemente Everett sabe cómo vender libros, pero sus ideas no carecen totalmente
de respaldo. En EDGE ha publicado un ensayo sobre la recursión en los Pirahâ y
Patricia S. Churchland ha calificado su último libro como “algo más que una obra
maestra”. La posición que defiende, en síntesis “el lenguaje como instrumento”, es una
tendencia viva. En Philosophical transactions de la Royal Society le dedican
últimamente todo un número a este asunto.

Everett es ante todo un escéptico con la idea del lenguaje como “instinto” y con algunas
de las conclusiones más audaces de la llamada “biolinguïstica”. Según él, no debemos
entender el lenguaje como un instinto, sino como un artefacto cultural, una herramienta
similar al arco y las flechas que encontramos en los más dispares enclaves culturales.

No existe un “gen del lenguaje”

Un gen del lenguaje es tan improbable como un gen para construir arcos y flechas, o
para creer en Dios, o para practicar brujería. De hecho, los seres humanos son célebres
por el numero relativamente pequeño de genes (tenemos menos que el maíz): “No es la
posesión de genes altamente específicos lo que nos hace más inteligentes que una
mazorca. Más bien, es la sinfonía de estos genes trabajando juntos lo que hace que los
bebes humanos sean más brillantes que una bonita mazorca en la cosecha de la
mañana”.

Todo lo más, alguno de nuestros genes (el caso más conocido es el FOXP2) resulta estar
particularmente implicado en el lenguaje. El gen FOXP2 parece ser muy importante
para que el lenguaje funcione correctamente, pero no es un gen “del lenguaje”. Del
mismo modo, tampoco podemos considerar que las áreas de Brocca o de Wernicke, que
tradicionalmente se ha pensado que desempeñan funciones relacionadas con el lenguaje,
sean específicas suyas.

El lenguaje es en definitivas cuentas un comportamiento complejo (como la religión, o


la política), y no hay evidencias que enlacen genes individuales, ni áreas concretas del
cerebro, con comportamientos tan complejos de la naturaleza humana. De hecho,
sabemos también que la selección cultural ha desempeñado un papel fundamental en
nuestra especie: la cultura también “selecciona” genes.

El lenguaje como artefacto

Pero si no hay unos principios universales e innatos ¿Por qué entonces los niños
adquieren tan rápidamente un lenguaje? ¿Por qué parece que es más difícil aprender un
lenguaje después de la pubertad? ¿Y por qué hay similitudes tan sorprendentes entre los
distintos lenguajes? Aparentemente todas estas preguntas invitan a proporcionar una
respuesta nativista, a acariciar el “logos” de Platón y quizás a proponer una “lengua de
la humanidad” bajo los dispares parámetros culturales. Y sin embargo existen
alternativas.

Uno de los problemas con las hipótesis nativistas del lenguaje es que no tienen en
cuenta que el “significado” precede al lenguaje, tal como han defendido James R.
Hurford o Susan Carey. Es decir, el pensamiento es anterior al lenguaje (Paul
Churchland hace una defensa muy elocuente de este punto en su último libro). Todos
los componentes que participan en el lenguaje sirven de hecho a otras funciones no
lingüisticas: la boca sirve para morder o comer además de para hablar, la lengua sirve
para lamer, y las áreas del cerebro relacionadas con el lenguaje, por ejemplo, con la
sintaxis, también participan en otras actividades motoras o cognitivas.

Según Everett, la clave podriá radicar en una tendencia natural previa, una especie de
“instinto de interactuar” anterior al uso del lenguaje y que empezaría por el útero
materno y la relación entre madres e hijos. Este “instinto” social aparece también en los
demás primates que poseen formas de comunicación social, pero ninguna de las
habilidades del lenguaje humano más complejas. Ninguna otra especie de primates
siente la intensa necesidad de comunicarse característica del homo sapiens.

Si leísteis hace años, como yo, El instinto del lenguaje de Steven Pinker, este nuevo
libro de Everett, Language. The cultural tool (que yo sepa aún no traducido al español),
probablemente servirá para tener una visión más equilibrada del debate. Especialmente
habida cuenta de que las aproximaciones nativistas se han extendido mucho
últimamente en la cultura científica: el “instinto moral” de Marc Hauser o el “instinto de
la fe” de Nicholas Wade son dos ejemplos significativos.
Según Everett los instintos no funcionan como creen Pinker y cia. Los instintos poseen
una curva cero de aprendizaje, y no difieren en los individuos sanos. En contraste, cosas
como el arte, la religión o el lenguaje, todos los comportamientos complejos de la
naturaleza humana, poseen claramente curvas de aprendizaje y diferentes niveles de
pericia. Nunca dejamos de aprender un lenguaje, un arte, una religión o una filosofía.
Los lenguajes podrían ser artefactos culturales, no instintos.

Foto: Dan Everett Books

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