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16/12/2018 ¿Dictadura o tiranía?

Un debate innecesario en Venezuela - Instituto Ludwig von Mises Venezuela

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¿Dictadura o tiranía? Un debate


innecesario en Venezuela
por Leonardo González Contreras | May 28, 2018 | Análisis, Opinión

Existe un debate en la sociedad venezolana –y fuera de ella– para enmarcar el


régimen político que impera en la misma –la realidad a la cual obedece el gobierno,
la oligarquía que detenta el poder–, para de nir si vivimos en una dictadura o
tiranía, o si la naturaleza del régimen es autoritaria o totalitaria. El caso venezolano
es tan complejo que difícilmente se puede catalogar en las formas de gobierno
clásicas. Tanto dictadura como tiranía tienen elementos semejantes pero que se

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enmarcan en grandes diferencias. Son categorías de antaño que se fundan en una


realidad política, social y cultural, lejos de la actual.

Ahora bien, ¿de qué tratan tales formas políticas? Empecemos por tiranía. La tiranía
es un régimen donde resalta el mando arbitrario, personal, teniendo como base el
capricho y fuerza del tyrannus[1]. No hay normas, derechos ni libertades que frenen
su poder, siendo la voluntad del tirano lo que importa. El origen es griego y, en cuyo
contexto, no existía la forma histórica política del Estado: la organización se
denominaba polis. En virtud de ello, la tiranía puede ser, según Sassoferrato[2], ex
defectu tituli (ausencia de título legítimo), usurpando una magistratura, o ex parte
exercitii (por ejercicio o desempeño de un cargo ya detentado), como es la
degeneración de la monarquía, de conformidad con Aristóteles[3], así como en el
fenómeno de la anaciclosis, por Polibio[4], que ejerce un mando caprichoso,
violento, sin arreglo a las normas vigentes. Es un mando monocrático,
generalmente a corto plazo, con poder extraordinario e ilegítimo, como bien señala
Bobbio[5].

¿Qué decir, entonces, de la dictadura? Históricamente, era una magistratura


extraordinaria caracterizada porque quien la detentaba era un magistrado
excepcional (magister populi)[6], constitucional (en el sentido de ajustado a la
legalidad), legítimo, con poderes extraordinarios producto de un estado de
necesidad (sea por rebelión, sea por guerra), de carácter temporal (duraba seis
meses como tiempo máximo, según Sartori[7], Stoppino[8] y otros), que se originó
durante la Roma republicana, bajo la vigencia de la Ley de las Doce Tablas. De
acuerdo con Bobbio, la dictadura romana tiene unidad de mando, es monocrática,
viniendo su legitimidad por el carácter extraordinario de la situación (la necesidad), y
su legalidad de conformidad con la tutela y ejercicio acorde con las normas
previstas. Carl Schmitt[9] la denominó, «dictadura comisaria», puesto que su cargo
era designado por el Senado y los Cónsules, dada las circunstancias apremiantes
para dirigir y controlar dictando lo que deba hacerse para restaurar el orden político
y social, en uso, incluso, del poderío militar.

No obstante, dicha forma romana ha mutado debido a sucesos históricos y,


actualmente, la connotación a la cual obedece la dictadura es otra. Durante la
revolución francesa se ejerció una forma variada de dictadura, la cual cali ca
Schmitt como «dictadura soberana» (la de la Convención Nacional), y con una
variante particular como fue la ejercida por Robespierre y su séquito durante el
denominado Comité de Salvación Pública, la cual considera como «dictadura
revolucionaria colegiada». Es de señalar que la dictadura romana es constitucional y
constituida (la comisaria), y la dictadura soberana es extraconstitucional y
constituyente (según Bobbio[10]), donde se subvierte el orden político y jurídico
ordinario, siendo, por ende, ilegítima e ilegal.

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Con relación a lo anterior, la concepción actual de la dictadura obedece más a la


de nida por Schmitt como «soberana» que a la «comisaria», siendo que la dictadura
moderna es un régimen de facto, ilegítimo e ilegal, sin cobertura normativa alguna,
donde quien ejerce el poder no tiene justi cación política, jurídica ni moral alguna,
siendo mera fuerza, violencia, arbitrariedad, de conformidad con lo expresado por
Sartori[11] y Stoppino[12].

En consecuencia, puede observarse que la dictadura moderna detenta aspectos


particulares, donde el mando es personal, fundado en una suerte de «cesarismo»,
«bonapartismo»[13] –caso de Napoleón, cuando era el Primer Cónsul en Francia–,
que muchas veces tiende a asentarse sobre bases democráticas, más allá de su
realidad autoritaria. El control del aparato estatal lo hace fundado en una clase
militar, cerrada, elitista (militarismo en sentido estricto o pretorianismo) o una clase
castrense abierta (militarismo en sentido amplio).

Ahora bien, ¿y el autoritarismo y totalitarismo? El autoritarismo es un régimen que


designa una sumisión a la autoridad política[14], transformándose en mero poder,
perdiendo su justi cación hasta ser simple fuerza, violencia, donde se cercenan, en
su mayoría, la libertad política (no hay democracia o se da apariencia de ella), como
tanto el derecho a participar en asuntos de la cosa pública (sufragio), así como la
libertad de expresión, de manifestación, entre otras. En ciertos casos, se respetan
por motivos de conveniencia, la libertad económica –Pinochet, Pérez Jiménez o el
caso de Singapur– y, en consecuencia, la propiedad privada. No obstante, se puede
observar gran auge de mercantilismo, así como clientelismo entre el poder político
y la plutocracia, creándose una red de monopolios.

Por su parte, el totalitarismo proviene de la idea del Estado total, manifestación


última del estatismo, el cual controla hasta el último rincón de la vida de quienes
son víctimas de su fuerza. Este Estado total, fundado en la idea de Mussolini y
descrito por Hannah Arendt[15] y Carl J. Friedrich[16] en sus obras, expresa la idea de
un partido único que sigue a un líder supremo, de mando indiscutible, el cual se
considera la vox populi. No hay libertad política ni libertad económica alguna. Se
suprime la individualidad con base en el ideal colectivista del líder absoluto y la
clase política del partido único que lo sustenta, teniendo un control absoluto de las
armas y estableciendo el modus vivendi del ciudadano, quien deja tal condición y
pasa a ser súbdito o una especie de eterno sospechoso[17]. Se procura cambiar la
forma de pensar del individuo con base en la ideología del partido, siendo delito,
incluso, el pensar distinto (derecho penal de autor[18]). Su contexto y origen son
propios del siglo XX, encarnado en ideologías tales como el comunismo, el
nacionalsocialismo y el fascismo.

Aunado a ello, es preciso hacer una acotación de conformidad con las


argumentaciones precedentes: es un error catalogar a las tiranías de acuerdo con
ideologías concretas, dado que su carácter no es especialmente ideológico y sería
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sacar de contexto dicha forma histórica de gobierno. La concepción de que las


tiranías son de izquierda o son tiranías totalitarias son un contrasentido puesto que
las tiranías se dan en un contexto social preestatal (la polis no era lo que hoy se
entiende por Estado[19]), especialmente donde una persona usurpaba el mando de
un monarca legítimo o donde el monarca ejercía su poder de forma arbitraria en
perjuicio de los súbditos, aplastando sus derechos y libertades (véanse las teorías del
tiranicidio a la cual alude Tomas de Aquino[20] y promueve Juan de Mariana[21]).
Cuando se manifestaban las tiranías, el tyrannus carecía de una herramienta propia
de la modernidad: el Estado[22]. Sumado a ello, no tenían elementos ideológicos
contemporáneos propio de las categorías izquierda y derecha[23] —cuya
terminología puede resultar vetusta, ambigua, prestándose a confusiones e
imprecisiones[24].

Los totalitarismos son un fenómeno contemporáneo, del siglo XX, que usan en su
expresión última al Estado como un «dios mortal» (idea de Hobbes[25]) que se
impone e invade cualquier rincón de la individualidad. Es un devorador de
libertades, cual Minotauro (en palabras de Jouvenel[26]). Es un aparato impersonal,
un artefacto[27] fundado en una abstracción[28], una cción y mito, cuyo uso
implica el monopolio de la violencia y, quien lo detenta, el soberano, decide por
encima de todo y todos. «Soberano es quien decide sobre el estado de excepción»,
nos decía Schmitt en los inicios de su «Teología política»[29]. En el totalitarismo, la
excepción se convierte en la regla. Es una revolución permanente, donde la
máquina estatal vive de la savia de sus víctimas, incluyendo de quienes la
componen, no siendo más que piezas pequeñas en un tablero destinadas a causar
horrores, creando autómatas (personas en un «estado agéntico», en palabras de
Stanley Milgram[30]) o seres comunes y corrientes que ocasionan terribles daños a
otros, escindiendo su mente y moral, siendo capaces de ir a sus casas sin una pizca
de remordimiento por lo hecho, la idea de «banalidad del mal» de Hannah
Arendt[31].

Por ende, la idea de tiranía implica en su origen y desarrollo histórico una sociedad
sin Estado, donde no existía dicha forma histórica de lo político. Pues tales
comunidades no se denominaban estados, sino polis[32]; en cuanto al totalitarismo,
este es la manifestación última y suprema del culto al estado (estatismo),
procurando los líderes y soberanos del poder una «sociedad totalitaria», de acuerdo
con Carl J. Friedrich[33].

En este orden de ideas, considero, en lo personal, que Venezuela es una dictadura


en el sentido moderno, en virtud que existe un dictador que impone su voluntad
usando el aparato estatal. No es una tiranía porque la tiranía obedece
históricamente, preeminentemente a un régimen degenerado de la monarquía,
según Aristóteles y Polibio. La idea de la tiranía se enfocaba en un contexto social
ausente de la forma política del Estado (igual que la dictadura romana), sin

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embargo, las interpretaciones modernas de la dictadura sí encajan dentro de una


esfera política estatalizada, siendo las dictaduras modernas los males que padecen
las repúblicas de nuestro tiempo, siguiendo a Sartori[34].

Siguiendo lo anterior, Venezuela no tiene un régimen totalitario (todavía) sino que


transita del autoritarismo al totalitarismo. En consecuencia, la clase política que
detenta el monopolio de la coacción (Max Weber[35]) y de la decisión (Carl
Schmitt[36]), le queda camino por recorrer para invadir totalmente la esfera privada,
para así consagrar la idea del Estado total. En de nitiva, el régimen que impera en
Venezuela es una dictadura con rasgos altamente autoritarios, que se sirve de una
cohorte u oligarquía cívico-militar controlada por un partido único que va
ampliando la esfera de control a la sociedad, mediante el uso de la maquinaria
estatal, con una nalidad totalitaria. Empezó con elementos netamente
personalistas en Chávez y que se diluyeron con Maduro y demás sátrapas mutando
en una especie de oligarquía dictatorial. El socialismo del siglo XXI es un caso
extraordinario, sui generis, que hace difícil enmarcar las características del régimen
político dentro de las concepciones de las formas políticas y de gobierno clásicas. No
obstante, hay que señalar que, por muy personal y arbitrario que pueda ser el
mando del dictador, este se mantiene gracias a la clase política que le avala. Ahí se
denota la crisis de autoridad y del poder político: auctoritas y potestas[37].

En este sentido, la autoridad debe ser siempre legítima[38], de lo contrario, es


usurpación. El poder político tiene una justi cación (no legitimidad) que se funda en
su utilidad[39]. Por eso perfectamente se habla que son preferibles regímenes como
el de Pinochet y Pérez Jiménez a los de Allende, Chávez o Maduro. Los primeros
causan daños menores que los segundos. Ambos son autoritarios: cercenan la
libertad individual y, con ella, la acción humana. Los primeros se quedan en un
autoritarismo; los segundos transitan del autoritarismo hacia el totalitarismo,
necesitando sólo tiempo para consolidar el terror. El argumento en favor de los
primeros tiende a ser utilitarista, pero con esto no se niega el elemento liberticida de
todo régimen fundado en la arbitrariedad que, no hay que olvidarlo, deviene
intrínsecamente del manejo del aparato estatal. Ninguno de esos regímenes se
fundamenta en la autoridad, dado que esta para constituirse como tal es necesario
que sea legítima. El poder político en los primeros tiene una justi cación basada en
la utilidad. No obstante, en los segundos, se pierde toda justi cación del poder
basada en la utilidad y se cae en mera fuerza, coacción y violencia.

Se pueden relacionar y hacer analogías con nes comparativos, pero serían meras
conjeturas. Se puede colocar a Maduro en el lugar de Pinochet o se puede colocar a
Pinochet en Venezuela y no es garantía que las cosas mejorarán. Es obvio que la
Venezuela de 1998-2018 no es la Chile de 1973-1990. Es un error querer calcar ambas
formas a diversos contextos. Tampoco implica que cada uno son un molde o una
regla general donde se estandarizan los casos porque sería negar la incertidumbre,

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propiedad de la acción humana. Lo que sí es innegable es que pueden tener


características comunes en algunos casos y otras muy especiales, propias de su
realidad política y social.

Es tarea de todo amante de la libertad condenar ambas realidades políticas, sin


embargo, tampoco se debe ser deshonesto intelectualmente para negar que en
unos se sufre en mayor grado que en otros. Curiosamente en los primeros hay
desarrollo económico y una suerte de tránsito a la democracia, especie de
«Cesarismo democrático» a lo Vallenilla Lanz[40], así como de «dictaduras
pedagógicas», como señalan Sartori[41] y Stoppino[42], ya sea por acuerdo de las
oligarquías políticas, o por actos de fuerza. A contrario sensu, en los regímenes del
otro tipo, no hay desarrollo económico alguno, las instituciones democráticas
mueren (a veces producto de sus males intrínsecos) y la libertad individual se
convierte en una fantasía, una cción, un recurso retórico para enunciar algo
inexistente. La libertad deja de ser un derecho y una exigencia, y pasa a ser un
privilegio y una sugerencia.

Ahora bien, ¿es necesario tal debate? La respuesta es: ¿acaso importa? Al
venezolano poco o nada le puede importar tal debate estéril, especialmente porque
procura sobrevivir por encima de lo demás. Saber o no ello no le quita el sueño. Lo
que sí sabe de antemano es que, haya lo que haya, la libertad brilla por su ausencia.
Es trivial para el mismo sumergirse en debates académicos que en nada le distraen
de los crujidos y dolores en sus entrañas, atormentados por el hambre, las
enfermedades o la alienación que implica vivir, cada día, con menores dosis de eso
que llamamos libertad.

[1] Corominas, J. (1983) Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico.


Madrid: Editorial Gredos. El término «tirano», tomado del latín «tyrannus» hace
alusión a «reyezuelo», «soberano local», «déspota», entre otros términos semejantes.
El presente autor se re ere al mismo como un posible préstamo lingüístico del lidio
al griego —τύραννος—, lengua de la familia tirrena, no siendo palabra de origen
indoeuropeo. Véase el término: «tirano».

[2] Saxoferrato, B. (2012). On the Tyrant. Traducción de Robinson, J. (Diego Quaglioni,


ed. 1983. Politica e diritto nel Trecento italiano. Il ‘De tyranno’ di Bartolo da
Sassoferrato (1314–1357) con l’edizione critica dei trattati ‘De guelphis et gebellinis,’
‘De regimine civitatis’ e ‘De tyranno.’ Il pensiero politico, Biblioteca 11. Florence: Leo S.
Olschki Editore, 175–213). Disponible en:
http://individual.utoronto.ca/jwrobinson/translations/bartolus_de-tyranno.pdf. Pág. 8
y ss.

[3] Aristóteles. (1988) Política. Madrid: Editorial Gredos. Pág. 330 y ss.

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[4] Polibio. (1981). Historias. Madrid: Editorial Gredos. Tomo V-XV. Libro VI, pág. 151 y ss.

[5] Bobbio, N. (1976). Teoría de las formas de gobierno en el pensamiento político.


México: Fondo de Cultura Económica.  Pág. 183.

[6] Abouhamad, C. (2007). Anotaciones y comentarios sobre Derecho Romano.


Tomo I. Universidad Central de Venezuela. Caracas: Ediciones de la Biblioteca.
Pág.116-117. De igual forma, se pueden revisar las obras de Arangio, V. (1943). Historia
del Derecho romano. Madrid: Instituto Editorial Reus. Pág. 128-129; Bernad, R. (2016).
Manual de Historia del Derecho. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello. Pág. 93-
94.

[7] Sartori, G. (1992) Elementos de teoría política. Madrid: Alianza Editorial. Pág. 66 y
ss.

[8] Stoppino, M. (2008). «Dictadura». En: Bobbio, N., Matteucci, N., y Pasquino, G.
(coord.). (2008) Diccionario de Política. México: Siglo XXI Editores. Decimosexta
Edición en español.

[9] Schmitt, C. (1968). La dictadura. Madrid: Ediciones de la Revista de Occidente.


Pág. 33 y ss.

[10] Bobbio, N. (1976). Teoría de las formas de gobierno en el pensamiento político.


México: Fondo de Cultura Económica.  Pág. 186 y ss.

[11] Sartori, G. (1992) Elementos de teoría política. Madrid: Alianza Editorial. Pág. 73 y
ss.

[12] Stoppino, M. (2008). «Dictadura». En: Bobbio, N., Matteucci, N., y Pasquino, G.
(coord.). (2008) Diccionario de Política. México: Siglo XXI Editores. Decimosexta
Edición en español.

[13] Sartori, G. (1992) Elementos de teoría política. Madrid: Alianza Editorial. Pág. 65 y
82-83.

[14] Sartori. G. (1989). Teoría de la Democracia: El debate contemporáneo. México:


Editorial Alianza Universidad. Pág. 229-230.

[15] Arendt, H. (1974). Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Taurus Ediciones.

[16] Friedrich, C. (2017). «El carácter único de la sociedad totalitaria». En: Sánchez, H.
(editor). (2017). Antologías para el estudio y la enseñanza de la ciencia política.
México: Instituto de Investigaciones Jurídicas. UNAM. Volumen II.

[17] Negro, D. (2017). «La ley trascendental de la política». En: Álvarez, E. (director).
(2017). Altar Mayor. Madrid: Hermandad de la Santa Cruz y Santa María del Valle de
los Caídos. Tomo 27, Año XXIX, Enero-Febrero. Pág. 13.

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[18] Rodríguez, A (2007). Síntesis de Derecho penal. Caracas: Ediciones Paredes. Pág.
122.

[19] Matteucci, N. (2010). El Estado Moderno. Madrid: Unión Editorial. Pág. 20.

[20] Aquino, T. (1786). Tratado del gobierno de los Príncipes. Madrid: Imprenta de
Benito Cano. Pág. 15-16.

[21] Mariana, J. (1981) La dignidad real y la educación del rey (De rege et regis
institutione). Madrid: Centro de Estudios Constitucionales. Pág. 70-85.

[22] Negro, D. (1995). La tradición liberal y el Estado. Madrid: Unión Editorial. Pág. 24.

[23] Negro, D. (1999). «Ontología de la derecha y la izquierda». En: Papeles y


Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Número 6. Madrid.

[24] Bobbio, N. (1996). Derecha e izquierda. Madrid. Santillana, S. A. Taurus. Ver el


interesante análisis a lo largo de dicha obra.

[25] Hobbes, T. (1980) Leviatán. Madrid: Editora Nacional. Pág. 267.

[26] Jouvenel, B. (1998). Sobre el poder. Madrid: Unión Editorial. Pág. 58 y ss.

[27] Ayuso, M. (2015). «El Estado como sujeto inmoral». En: Revista de Derecho de la
Ponti cia Universidad Católica de Valparaíso. (2015). Segundo semestre, volumen
XLV. Pág. 296.

[28] Creveld, M. (1999). The rise and decline of the state. United Kingdom: Cambridge
University Press. Pág. 1.

[29] Schmitt, C. (2009). Teología política. Madrid: Editorial Trotta. Pág. 13.

[30] Milgram, S. (1974). Obedience to authority. New York/Evanston/San


Francisco/London: Harper & Row Publisher. Pág. 133.

[31] Arendt, H. (2008). Eichmann en Jerusalén: Un ensayo sobre la banalidad del


mal. Barcelona: De Bolsillo. Pág. 417-418.

[32] Negro, D. (1995). La tradición liberal y el Estado. Madrid: Unión Editorial. Pág. 43 y
ss.

[33] Friedrich, C. (2017). «El carácter único de la sociedad totalitaria». En: Sánchez, H.
(editor). (2017). Antologías para el estudio y la enseñanza de la ciencia política.
México: Instituto de Investigaciones Jurídicas. UNAM. Volumen II. Pág. 69.

[34] Sartori, G. (1992) Elementos de teoría política. Madrid: Alianza Editorial. Pág. 66.
El autor explica que, si la tiranía era la enfermedad propia de la monarquía, sumado
al pasar de los siglos, «con el progresivo debilitamiento de la institución monárquica,

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y con la a rmación de las repúblicas era necesario un nombre distinto para designar
la enfermedad de las repúblicas: y este nombre terminó siendo dictadura». Véase de
igual forma, pág. 69: «La diferencia parece reducirse a lo siguiente: la tiranía tiene un
sabor anticuado, mientras que la dictadura es el término moderno; el primer
término se aplica también a las monarquías, mientras que el segundo sólo a las
repúblicas (salvo aparentes excepciones)».

[35] Weber, M. (2002). Economía y Sociedad. Madrid: Fondo de Cultura Económica.


Pág. 43-44.

[36] Schmitt, C. (2009). Teología política. Ob. cit.

[37] Agamben, G. (2005). Estado de excepción: Homo sacer II, I. Buenos Aires:
Adriana Hidalgo editora. Pág. 137 y ss.

[38] Sartori, G. (1989). Teoría de la Democracia: El debate contemporáneo. México:


Editorial Alianza Universidad. Pág. 230-237.

[39] Negro, D. (2015). «Estudio Preliminar». Prólogo: En: Castaño, R. (autor). Legalidad
y legitimidad en el Estado democrático constitucional. Madrid/Barcelona/Buenos
Aires/Sao Paulo: Marcial Pons. Pág. 18.

[40] Vallenilla, L. (1991). Cesarismo democrático y otros textos. Caracas: Biblioteca


Ayacucho. Véase la teoría del «Gendarme necesario». Pág. 94 y ss.

[41] Sartori, G. (1992). Elementos de teoría política. Madrid: Alianza Editorial. Pág. 73 y
ss.

[42] Stoppino, M. (2008). «Dictadura». En: Bobbio, N., Matteucci, N., y Pasquino, G.
(coord.). (2008) Diccionario de Política. México: Siglo XXI Editores. Decimosexta
Edición en español.

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Leonardo González Contreras


Abogado por la Universidad Valle del Momboy (UVM).
Magister Scientiarum en Derecho Mercantil y Doctor en
Ciencias Políticas por la Universidad Dr. Rafael Belloso
Chacin (URBE). Asesor jurídico de diversas empresas en
el ramo civil y mercantil.

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