Sei sulla pagina 1di 6

Prólogo a un necesario diccionario quechua

José Carlos Vilcapoma


Primer Viceministro de Interculturalidad.

Conocí a Fernando Hermosa, cuando se implementaba el entonces recién


creado Ministerio de Cultura, en octubre de 2010, en el que
coincidentemente, celebrábamos el día 12 de aquel mes, el Día de los
Pueblos Originarios y del diálogo Intercultural, con una masiva y hasta hoy no
superada participación de distintas delegaciones de los pueblos originarios.
Vinieron más de un centenar de delegaciones de pueblos, entre los que
estaban, desde el oriente, los Yaguas, Matsé, Jíbaros, Quichuas y Quechuas
del Pastaza, entre otros; desde el sureste, Quechuas y Aimaras del Qollao,
cerca a Bolivia; desde el sur Quechuas de Abroco, Tarata, cerca al país
sureño, Pokras y Ankaras, más al centro; de la selva central, Asháninkas,
Yines, Shipibos y Cunibos; desde el norte, Moches, Tallanes y Chimú, entre
tantas delegaciones: todos, tan peruanos como nosotros. Aquel día se
consolidaba la visión intercultural sobre la diversidad del Perú y se afirmaba
la unidad en la diversidad. Fernando Hermosa, se encontraba con un Perú
diverso, del que ya daba cuenta y había tenido su propia batalla: lograr la
institucionalidad y el reconocimiento oficial de la Academia Mayor de Lengua
Quechua, entidad encargada de la preservación del idioma. No era para
poco, el reciente creado ministerio, tenía en su Viceministerio de
Interculturalidad la esperanza de una nueva mirada sobre la historia y
presencia de nuestras culturas.
Entonces, la propia denominación causaba a muchos una mirada con el
rabillo del ojo, no se sabe si por menosprecio al ancestral idioma o, si por
temor a la fuerza social de quienes la hablaban, paradójicamente, más
vigente. Lo cierto es que la batalla que libraba para entonces tuvo eco en
nuestro Viceministerio, que acogió el reto. Entonces no se trataba de medir
las exquisiteces de la lengua para su escritura, o el análisis erudito de su
origen (para el que estaba la investigación académica, que ya había ocupado
miles de páginas), sino de lo que se trataba era de reconocer una instancia
surgida años atrás, que internalizaba las aspiraciones de una gran parte del
Perú, que quería ver su habla, su idioma, por ende su cultura e identidad, en
un nivel que les permita parangonarse con las otras lenguas oficiales. A fin de
cuentas, el quechua era nuestro desde tiempos antes de la presencia
hispana. Era, una forma de reivindicación histórica.

De aquella fecha a hoy, han pasado cerca de diez años y, como vemos, ha
discurrido mucha agua bajo el puente, sacudiendo la indiferencia, el
menoscabo, el desprecio e ignorancia. Contra todos los pronósticos de
quienes querían ponerle la vela antes del entierro, el quechua se ha
mantenido incólume, vital, sólido; primero, en los ambientes cerrados de los
hogares rurales y luego, en los de nuestros migrantes en las grades urbes,
donde se cobijó en una natural resistencia ante el menosprecio de quienes
ostentaban el supuesto poder de las culturas oficiales (que casi siempre
contó con la complicidad del Estado). Empero, también se mantuvo
emergiendo a propósito de las fiestas religiosas o patronales en los pueblos, y
cuando estos se trasladaron a las metrópolis capitalinas, producto de la
violencia interna, reproduciéndose con insospechada fuerza en aquellos
espacios de los miles de clubes distritales y provinciales en Lima y capitales
de provincias.
Cuando creían que la modernidad podía arrasar con la vieja y tradicional
lengua, de tiempos de los Incas, como creían los sostenedores de la fuerza de
la modernidad en contra de la tradición, se ha demostrado que en el Perú,
tradición y modernidad no son incompatibles. De allí su riqueza cultural, en el
que la diversidad es su mayor tesoro. Por ende la lengua se mantuvo vigente,
y ahora que el movimiento cultural y político del mundo, reconoce el derecho
al idioma de los pueblos indígenas y tribales del mundo, vía el Convenio 169
de la Organización Internacional del trabajo, la Declaración de las Naciones
Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas y las varias sentencias de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que para el Perú tiene rango
constitucional, el quechua como principal habla prehispánica, tiene cada vez
más vigencia. De allí que nuestra Constitución Política la consagre en su
artículo 48, al considerarla como idioma oficial en las zonas donde
predomina.

La lengua es símbolo confluyente de la cultura: grafica, sistematiza y


transmite identidad. Símbolos, valores, orgullo y pertenencia de un pueblo.
Es el principal medio por el que se reproducen sistemas culturales a través de
una sucesión herencial. De allí la importancia de que el quechua se preserve,
revalore y difunda, en ámbitos de natural socialización hogareña, como en
los de las instituciones educativas. Así parecen ahora entender nuestras
instituciones oficiales desde el Estado. Los esfuerzos del Ministerio de
Educación, a través de la Dirección Nacional de Educación Bilingüe
Intercultural, el Ministerio de Cultura, a través del Viceministerio de
Interculturalidad, por citar dos de las principales, van en ese norte.

De allí que es imprescindible la labor de la Academia Mayor de la Lengua


Quechua, con sede en el Cusco. Esta tiene vieja data, mucho antes que la
política reformista de Juan Velasco Alvarado buscara un sitial al idioma.
Cómo no recocer a Faustino Espinoza Navarro, quien en 1954, después de
reproducir el Drama del Inti Raymi (símbolo de la identidad nacional), con
postura indigenista reivindicativa, buscó dotarle de la fuerza institucional que
preserve el habla. Cuatro años más tarde, en 1958, en el gobierno de Manuel
Prado Ugarteche, gracias a esa labor tesonera, la Academia fue reconocida
por Ley N° 13059, como Academia Peruana de la Lengua Quechua con sede
en la ciudad del Cusco. Entonces, cuando la política era integracionista y
hasta abolicionista y no se permitía otro idioma que no fuera el hispano, al
punto que el 24 de junio de cada año, se conmemoraba el Día del Indio, y los
12 de octubre, el Día del Idioma, en remembranza a la presencia de Colón en
la Isla Guanahani (clara postura colonialista), ya la Academia pugnaba por la
defensa del quechua.

Juan Velasco Alvarado, en el histórico 1975, oficializó el quechua como el


idioma nacional al lado del español. Parangón que no duró mucho, pues el
golpe militar a su interior, no le permitió continuar con tal política
reivindicativa. Una etapa oscura, que sin embargo no empañó a la Academia.
Desafortunadamente la obligatoriedad de su enseñanza fue desarticulada,
aunque a decir verdad, es cada vez mayor el clamor por su retorno.

Hoy el censo de población ha devuelto la fuerza del idioma. Ha emergido


desde los lugares recónditos para encontrarse con su verdadera fuerza y, sin
temor, nos reconocemos como quechuablantes. Las cifras oficiales del último
censo 2017 arrojan la sorprendente cifra de 3’799.780 hablantes. Y si
comparamos esta cifra con los obtenidos diez años atrás, en el 2007, donde
habían 3’360.331 hablantes, esta se ha incrementado del 13,03% a 13,6% de
la población total del país. Nadie puede refutar estas contundentes cifras.
En este auspiciante contexto aparece Seq’e Llumpa, Alfabeto Quechua, de
Fernando Hermosa, un libro presentado de manera didáctica, con el objetivo
de dotarnos de una guía de aprendizaje como de habla, no sin antes llamar la
atención que las grafías se amparan en los diversos certámenes desde
Patzcuaro en 1940, donde se inicia las acciones reivindicativas del
movimiento indígena para América Latina, hasta los indigenistas de Bolivia en
1987, que culmina en la Resolución Ministerial de Educación de aquel mismo
año. Probablemente, este solo enunciado y no otras referencias como la de
los eruditos lingüistas quechuas han de generar polémica. Se ha preferido
referenciar a maestros como Oswaldo Baca Mendoza, césar Vargas Calderón,
Efraín Morote Best, Josafat Roel Pineda, Oscar Nuñez del Prado, Andrés
Alencastre y Rodolfo Zamalloa, antes que contemporáneos eruditos. A buena
hora, pues este diccionario se enriquecerá más en ese debate, y a despecho
de quienes creen que poco importa el pasado, en asuntos de idioma, el alma
y sentido de la palabra, se encuentra precisamente en la sabia palabra de los
primeros maestros. Igual polémica causará la decisión de considerar las cinco
vocales, mientras muchos catalogados como expertos prefieren solo usar las
tres: a, i, u, generalizado en el alfabeto quechua y aimara.

El presente diccionario, va camino a la cada vez más viva y fecunda raíz. Nos
conduce al encuentro con nuestros orígenes míticos, religiosos y
cosmovisionales, encapsulados en nuestro idioma. Razones y fundamentos,
más que suficientes, para felicitar y agradecer a Fernando Hermosa, por esta
magnífica contribución que nos hará cada vez más grandes, sea como
personas, como pueblo y, sobre todo, como peruanos.
Lima, 17 de diciembre de 2018.

Potrebbero piacerti anche