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En el lapso de unos pocos años, desde la tentativa fecha de 1975 en ade
lante, marcatoria de la muerte de Franco, adoptada por algunos autores 1 pa
ra señalar el comienzo de un nuevo período, se ha multiplicado el número
de escritoras en el panorama literario español, llegando algunas de ellas a
alcanzar un merecido reconocimiento por su obra en el ámbito
internacional.
Virgina Woolf afirmó 2, en A Room of One's Own, de 1928, que la
literatura producida por mujeres está directamente relacionada con las
condiciones económicas, sociales y políticas que conforman la situación
social de la mujer, en tanto las condiciones de opresión han determinado
por un lado su escaso desarrollo y por el otro han dado paso a la toma de
conciencia de esa situación. Esto tiene sin duda validez aún hoy: las
condiciones económicosociales constituyen el punto de referencia
obligatorio para la novelista y en un modo quizás marcadamente mayor que
para sus colegas de sexo masculino, cosa que necesariamente se debe
reflejar en el universo de la obra, en las opciones vitales que se presentan a
sus personajes, en la perspectiva misma que los narradores adoptan. Las
novelas de desarrollo femenino, por ejemplo, como apunta Elizabeth Abel,
“typically substitute inner concentration for active accomodation, rebellion,
or withdrawall,”3 con respecto a la sociedad. Ésta debe constituir además la
razón por la que esta novela de desarrollo se ha constituido en “the most
salient form of literature for contemporary women writing about women.”4
Este trabajo tiene el propósito de analizar la distancia y la actitud frente
a la realidad en una veintena de novelas españolas 5 editadas en España en
las últimas dos décadas utilizando como puntos de referencia y
comparación las ediciones castellanas de las novelas La calle de las
I. La reunión
camelias (CC, en adelante) y La plaza del diamante (PD, e. a.), de Mercé
Rodoreda.
La obra de esta última ofrece un interés especial por cuanto sus persona
jes están completamente determinados por su tensión con la realidad, lo que
resulta paradigmático para el caso que nos ocupa. El hecho mismo de que la
obra de la gran escritora catalana tenga una transparencia e intensidad diría
se chejovianas la sitúa en una dirección naturalista o neorrealista cuya
cercanía con la realidad es la máxima posible y que la coloca en el extremo
contrario de la muy en boga forma metanovelística de los últimos años,
ocupada en cuestionar la visión que la novela tradicional tiene de la realidad
y de acentuar el carácter de ficción de toda historia o autobiografía.
Los personajes de las novelas de Rodoreda, en cambio, se pretenden se
res en el mundo, directamente arrojados a la realidad; son los narradores de
su propia historia y se trata de una que no se cuestiona y en la que les va la
vida. Estos personajes se encuentran en el más extremo desamparo en una
sociedad no muy piadosa con las mujeres y son, por lo tanto, directamente
resultado de las condiciones económicas, sociales y políticas de su entorno
y esto a tal punto que su desarrollo individual apenas puede distinguirse del
malestar o bienestar derivado directamente de dichas condiciones externas a
ellos mismos.
La calle de las Camelias tiene un argumento por demás simple: una ni
ña abandonada en la calle es recogida por una matrimonio mayor hasta que
en la adolescencia es seducida por un chico de la calle, con quien se va a vi
vir en condiciones pésimas de vida. Cuando el compañero es encarcelado,
Cecilia trata de ganarse la vida cosiendo camisas pero como no las puede
producir con la rapidez suficiente para mantenerse, tiene pronto que recurrir
a la prostitución y así, ejerciéndola, se transforma después en la mantenida
oficial de diversos hombres en ascendiente posición social y mayor frustra
ción personal hasta que, en una especie de epílogo y quizás señal de nuevo
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I. La reunión
equilibrio personal, se reencuentra con su infancia por la mediación de una
figura paterna.
El personaje de Cecilia en La calle de las Camelias comienza su vida
abandonada en dicha calle y este abandono se mostrará luego como consis
tente en varias dimensiones. Cecilia viene a un mundo en donde no se
puede llamar satisfactoria la relación del personaje infantil con los adultos,
si bien tampoco se puede decir que sea anómala o infrecuente.
En La plaza del Diamante, la protagonista, una adolescente pobre es se
ducida por un hombre dominante, quien forma con ella una pareja opresiva
en donde el rol subordinado de la mujer alcanza un insoportable clímax que
es interrumpido por la desaparición del marido en la guerra. Después de una
extrema miseria que la lleva a la decisión del suicidio, la protagonista es
“salvada” por un hombre, esta vez el opuesto de su anterior marido, con la
ayuda del cual recupera su dignidad y alcanza un tangible grado de
felicidad.
Partiendo de una situación de orfandad similar a la de Cecilia, el perso
naje de Natalia, de La plaza del Diamante, se queja de que la muerte de la
madre y el casamiento del padre (con quien no tiene mayor contacto), la
dejan en estado de desamparo en la vida, “jovencita y sola en la Plaza del
Diamante” (3), lo que en efecto se muestra inmediatamente cuando el
personaje de Quimet, decide, con la habitual seguridad en sí mismo y
arrogancia del hombre ante la mujer, apoderarse de ella, lo que logra,
sobretodo, debido a la falta de resistencia de Natalia.
Esta vida de extremo desamparo, que comienza estrictamente con la en
trada de Natalia en la edad adulta, es decir, al hacerse mujer en una
sociedad patriarcal, se muestra desde el principio del todo despiadada,
cuando lo primero que hace Quimet es cambiarle el nombre e, irónicamente
para el lector, anunciarle el eufemístico cliché de que la convertiría en su
reina (recuérdese el título de una de las novelas de Rosa Montero).
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I. La reunión
Para Natalia, convertida en Colometa, es éste el único eufemismo que
por demás se le otorga. En todo lo demás está muy claro desde el principio
que el hombre es su amo y que ella no tiene, entre muchas otras cosas, dere
cho a disentir con él, “tenía que ... encontrar bien todo lo que él encontraba
bien” (PD, 17), enseñanza que además se marca con un golpe.
En el caso de Cecilia en La calle de las Camelias, es aparentemente por
su voluntad que deja la casa en que se crió de niña, pero es en un estado de
lasitud que lo hace (67) o más que decisiones propias parecen
consecuencias inevitables que simplemente arrastran al personaje, quien
sólo por “seducción o engaño” abandona su infancia.6 Ese carácter de
inevitabilidad tienen aparentemente todas sus relaciones con los hombres o
por lo menos permanece el hecho de que más bien es sujeto paciente en
ellas, las sufre, así, por ejemplo, cuando comenta su dudosa fortuna de
prostituta, en que, si no se enamoraba enseguida tenía pena por la soledad
de los hombres que la buscaban (97).
La completa incapacidad de Natalia de poner límites a la prepotencia o
insensibilidad de los hombres llega a su culmen con la invasión de las palo
mas del palomar de su propia casa. En parte las palomas la recuerdan (su
sobrenombre Colometa) en su calidad de animales atados y presos, mas
luego la invasión, “a la Colometa la estamos echando de la casa” (PD, 75),
provoca una falsa rebelión, un no al palomar pronunciado solamente ante sí
misma pero nunca expresado a su marido y es quizás por esa razón que las
palomas vuelven a atormentarla cuando el temor a la reaparición de Quimet
la lleva a una profunda crisis (212221).
Esta pasividad es también la de Cecilia, quien inicia su carrera de man
tenida oficial con la misma indefensión ante los celos de su amante Cosme
y el encierro en el que vive, constituyendo su única respuesta un intento
fallido de suicidio (CC, 124), actitud que se prolonga y agrava con Marcos,
el próximo amante, con quien se redoblan el encierro, los celos, la
vigilancia, el acoso, el engaño y finalmente las violaciones, humillaciones y
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I. La reunión
vejaciones de toda clase y esto con una intensidad tal que la situación de
Cecilia resplandece paradigmática como la esencia de la condición de la
mujer en el marco de la sociedad paternalista. Y nuevamente, si no es
acosada, brutalizada y vejada, si es tratada con la más mínima solicitud se
enamora perdidamente exponiéndose otra vez a la cruel decepción que
inevitablemente sigue, y transformando así su vida en una búsqueda de
cosas perdidas y enamoramientos enterrados (CC, 268).
El reencuentro pleno con la infancia, con el importante descubrimiento
de que sus padres adoptivos la quisieron (CC, 271), de que en el principio
de su vida había habido amor es sí resultado de una investigación iniciada
por ella misma, aunque la decisión de buscar al sereno no se origina en un
desarrollo personal sino simplemente en una asociación de la memoria
(257). El hecho es que el cariño y la armonía que Cecilia parece lograr al
final del libro le son otorgados por un agente externo, una figura paterna y
recordemos que la carencia del padre había sido la causa de los recuerdos
más dolorosos de su infancia —su padre es recordado y continuo objeto de
especulaciones (15), ella le da la mano a un padre (1920). Aquí el
personaje parece ser al final tan vulnerable como al principio y así de
inerme: la felicidad le tiene que venir, deus ex machina, de un hombre.
El caso de Natalia es similar. Cuando la profundidad de sus
sufrimientos está por alcanzar el más drástico de los fines posibles, su
suicidio y la muerte de sus hijos, es milagrosamente salvada —y es ésta una
auténtica intervención deus ex machina— por la oferta de trabajo del
tendero, que se había fijado en ella desde el primer momento (PD, 1945) y
que intuía que algo grave estaba sucediendo.
No es posible dejar de notar que Antoni, el segundo marido de Natalia,
es el reverso del primero y que así como el otro era desconsiderado, irrespe
tuoso, brutal y egoísta y la hacía profundamente infeliz, Antoni es respetuo
so, la trata a Natalia con la mayor deferencia, piensa desinteresadamente en
ella y en los chicos y, a medida que ella se va recuperando de las heridas
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I. La reunión
que dejó Quimet, puede descubrir la felicidad de la que casi sin haberse
dado cuenta goza viviendo con él.
Los dos hombres de Natalia son, en efecto, el anverso y el reverso, el
blanco y el negro de la suerte que a Natalia le ha tocado en la lotería de los
hombres. Lo que ella haga o deje de hacer para merecerlos o desmerecerlos
no parece tener mayor importancia. El primer marido simplemente desapa
rece de la casa llevado por intereses ajenos a su familia y es tan grande la
debilidad de Natalia que aunque le cause horror la posibilidad de su retorno
de la guerra, no se le ocurre que lo puede rechazar, él simplemente “se pre
sentaría y lo quemaría todo” (PD, 213).
Con el mismo fatalismo tiene Natalia que aceptar la propuesta de matri
monio de Antoni, porque a pesar de todos los intentos que hizo para mante
nerse a sí y a sus chicos, no le queda otra alternativa, lo que constituye una
situación muy semejante a la de Cecilia, quien no puede vivir de su trabajo
de costurera; una vez más y como siempre, las condiciones socioeconómi
cas le dictan la rigurosa ley del sometimiento al varón y ella, como sus
hijos, “se habían acostumbrado a no hablar y los ojos se les habían puesto
tristes” (PD, 204). Ese silencio, esa debilidad extrema, se prolongan por la
profundidad de las heridas que recibió del primer matrimonio.
Y así como tuvo que callar en los tiempos de desdicha, también perma
nece en silencio en la felicidad y ve desde el principio cómo sus deseos se
cumplen sin discusión (PD, 204), cómo Antoni le da el rango de ama de ca
sa —habiendo sido su empleada— (206), cómo quiere a sus hijos (209) y se
preocupa por su educación y los escucha y los respeta (215), cómo le agra
dece la felicidad que ella y su familia le proporcionan (215), ella permanece
muda, no puede decirle lo que piensa (247), aun cuando lo expresan sus ca
ricias.
Así, en el más alto grado de intensidad posible, los personajes de
Cecilia y Natalia representan, en su carácter de perpetuas menores bajo la
custodia de los hombres, la extrema estrechez de posibilidades, el
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I. La reunión
aislamiento y el completo condicionamiento de la mujer a las coordenadas
económicosociales en la sociedad tradicional española 7, y son siempre su
respuesta y producto. Tal situación hace difícil o complicado y discutible el
desarrollo de estos personajes como individuos en el sentido más clásico o
simplemente más tradicional de las novelas con protagonistas masculinos,
sobretodo las pertenecientes al género de bildungsroman, novelas de
formación en la que el héroe pasa por un proceso de crecimiento y
experiencia.
Se ha señalado el carácter de bildungsroman de muchas novelas femeni
nas 8, la especial interacción de fuerzas sicológicas y sociales típicas del gé
nero, así como se le atribuye a ambas novelas la pertenencia a este género 9,
lo que es quizá discutible en el sentido más estricto de la carencia de desa
rrollo sicológico independiente de las condiciones materiales en ambas pro
tagonistas. En este sentido la concentración interior que Elizabeth Abel le
atribuye a las novelas de desarrollo masculinas se denota sobre todo en la
más fuerte diferenciación entre el ámbito de la personalidad del
protagonista y el del exterior. Si se piensa en novelas como Rojo y Negro,
El retrato del artista adolescente, Grandes expectativas, etc., las
contradicciones con el medio hostil culminan en actitudes de retirada,
rebelión o muerte, lo que aparece como más radical que las actitudes de
Natalia o Cecilia.
En todo caso, e incluso tomando en cuenta la diferenciación hecha por
Elizabeth Abel en su libro arriba citado (12) respecto de que la novela de
formación escrita por mujeres tiende a sustituir adaptación o rebelión por u
na concentración interior que divide la acción en una de superficie que
afirma las convenciones sociales y en otra oculta que marca la rebelión, que
es el bien típico caso de la Natalia de La Plaza del diamante; sigue en pie el
hecho de que las condiciones sociales son las que trazan el destino de las
protagonistas en un grado mucho mayor que el de los hombres, en primer
lugar y sobre todo porque todas las comunes posibilidades de exploración
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I. La reunión
social le están negadas (8) y su transgresión implica siempre castigo. Por
eso es que los casos más frecuentes de transgresión de este orden o mejor
dicho de desarrollo del proceso de concienciación femenina han sido, como
lo señala Ciplijauskaité 10, adulterio, locura o antes brujería.
Constatemos simplemente la diferencia entre la actitud de Natalia o Ce
cilia ante la realidad con la de personajes como Julien Sorel o Stephan o Pip
en el hecho de que los personajes masculinos están más distanciados de la
realidad, la rechazan o la conquistan, en tanto que los personajes femeninos
simplemente la asumen, la toman como lo que es, no la pueden cambiar y
concentran, en efecto, en esa acción oculta su rebelión y un creciente grado
de concienciación que puede muy bien no tener expresión alguna en lo real.
En ese sentido se puede hablar de la madurez que alcanza Natalia 11 o so
bretodo la de Cecilia.
La mentira sobre Walter
Walter, ¿por qué te fuiste? de Ana María Moix, de 1973, publicada tre
ce años después de escrita La plaza del diamante, es una novela muy dife
rente a las que hemos comentado. La novela está ubicada, si se quiere, en el
lado opuesto de la metaficción en el que la problemática de la escritura está
todo el tiempo presente, en donde la confusión temporal y de voces narrati
vas plantean el problema de la realidad y sus límites con la imaginación ya
desde el principio (9) y en el que la oposición entre el primer narrador y la
realidad es muy aguda: “sólo busca mi destrucción. Quiere obligarme a ha
blar, la realidad” (10).
En esta novela el narrador Ismael, payaso de circo y eterno enamorado
de su prima Lea, recuerda ante la casa vacía de T. los veranos pasados en
ella con sus primos y esto da origen a un coro de otras cuatro voces: las de
Lea, María Antonia, Ricardo y Julia, que unidas a las de Ismael van entrete
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I. La reunión
jiendo el nudo de relaciones mutuas, de desesperación y de utópicos ideales
de juventud exasperados ante la corrupción del mundo franquista de los ma
yores.
Si una de las características más importantes de las novelas de
Rodoreda lo constituía la fidelidad a la realidad, en la de Moix se da el caso
opuesto en el que el primer narrador, en un largo discurso inicial en su
contra, ha “prescindido de ella” (11), la ha abandonado, se niega a contar o
escribir la historia (10), le vuelve la espalda (11), y hasta se separa de ella
(12). La historia de Ismael, narrador principal en la novela, es calificada
como “una sucesión de fantasmas” (30) y él mismo un hombre “que ha
vivido durante más de treinta años mirando con ojos asombrados cómo la
gente deambula a su alrededor, debatiéndose en un mundo de sombras” (31)
y de lograr “acallar a voz interior que nos susurra ... cómo somos y es el
mundo” (35), para pasar luego a narrar la ocupación de payaso de circo de
Ismael y el episodio fantástico y burlón del amor de la yegua.
La razón de esta deliberada corrosión de la realidad es por supuesto la
insistencia en el fundamental carácter ficticio de toda narración, tema que
recorre transversalmente el grueso de lo producido en los últimos años, aun
que también el otro tema que recorre más subrepticiamente el texto, el de la
red de relaciones que define a los personajes mediatiza la distancia de cada
uno de éstos con la realidad exterior y los instala a todos en un tiempo
irreal, hecho sólo de recuerdos y fantasmas, en el que futuro, presente y pa
sado se mezclan en el habitáculo mítico que constituye la casa de campo en
T.
No hay que olvidar tampoco un importante hecho referencial en los di
ferentes personajes, el de su pertenencia de clase social; proletaria en el
caso de los personajes de Rodoreda y de clase media acomodada o alta en
Moix, lo que de hecho corta en estos últimos los lazos de dependencia más
directa con modos humillantes de ganarse la vida y el desamparo y los
riesgos que para aquéllos conlleva.
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I. La reunión
En este sentido, el caso más flagrante en la novela de Moix de exposi
ción y desamparo a los riesgos de lo real es el de Ismael, que trabaja de pa
yaso en un circo, circunstancia que en absoluto parece deberse a las crudas
exigencias que afectan a los personajes de Rodoreda y sí más bien a las ca
racterísticas psicoindividuales del joven poeta, a su propio alejamiento de lo
real.
Aquí, en los puntos de vista de los personajes portadores de la
narración, hay que necesariamente marcar la oposición entre los de
Rodoreda y los de Moix. Teresa y Cecilia se mantienen siempre en los
límites de lo real en tanto que el Ismael de Moix trata con los fantasmas de
T., se desvincula de la realidad, persigue eternamente la ilusión de un amor
no correspondido, tiene amores con un ser fantástico mitad mujer mitad
caballo, en fin, toda la entrega que nos hace de su mundo es altamente
subjetiva.
La realidad como tal, en su aspecto más neutralmente referencial, se en
cuentra entonces desplazada en la novela de Moix y está del todo reempla
zada por el coro de voces narradoras y sobretodo el tejido de relaciones que
descubren. Es ese tejido el caldo narrativo en el que, mutuamente definidos
por sus relaciones, flotan los núcleos humanos y nos retornan, a modo de
representación de lo real, una jerarquía de lugares sociales y las falencias de
los personajes para ocupar sus lugares en ella.
La realidad es así entregada indirectamente, a través de la red que sos
tiene a los personajes. El rol de Ismael, su modo marginal de ganarse la
vida, desciende directamente de su padre ausente y anarquista y de su
madre también en el exilio; en realidad su propia vida es un exilio, una fuga
de lo real para retornar al amor mítico de la infancia y en un plano interior y
solipsista sigue, a pesar de la admonición de la abuela (57), los pasos de su
padre.
El personaje de Lea, también carente de padre, circunstancia que como
señala la abuela en los momentos de su falsa extremaunción, constituye la
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I. La reunión
causa de la inadaptación de ambos, y en ella, su extrema rebeldía a todo
principio de autoridad, como así también su permanente necesidad de con
tacto sexual y de seducir a los hombres de su entorno, muestran no sólo la
inepcia de las reglas tradicionales sino que sobretodo denuncian la completa
falta de amor que corroe las relaciones de esa sociedad barcelonesa que fi
nalmente revelan, como así también explica que esa carencia arrastre a los
seres a actos de desesperación.
En los valores de esa sociedad que representa la abuela, el principio de
poder es masculino, lo que por supuesto explica que ambos personajes, Lea
e Ismael, carentes del principio director de sus vidas terminen, en esos tér
minos sociales, marginados. Lo curioso es que ese principio de poder
masculino está, en su mayor parte, también ausente en esta novela, en el
sentido en que no hay ninguna figura paterna portadora de autoridad en los
términos clásicos, como es el caso de la figura del abuelo anarquista en la
novela anterior Julia de Moix.
Están, por supuesto, las figuras del padre Salvador y del padre de Ricar
do, que sí ejercen coerción sobre éste pero que parecen carecer por comple
to de todo ascendiente sobre él, es decir, de toda autoridad moralmente en
tendida o aceptada por el adolescente Ricardo. Por el contrario, ambos per
sonajes del cura y del padre están fuertemente satirizados y reducidos im
piadosamente a una pequeñez moral que los deshabilita por completo para
ejercer tal autoridad.
De tal modo se podría decir que el trono de Dios padre brilla por su au
sencia y que sólo está representado en la tierra por esbirros demoníacos, o
para decirlo menos metafóricamente, los puestos de la jerarquía están
vacantes; así como las figuras paternas en general en toda la novela. Y los
representantes fácticos de la autoridad no están a la altura de lo que
representan: el cuadro de decadencia social no podría ser más completo.
También Walter está ausente. El personaje que le da el nombre al libro
es una ilusión, una mentira además, el tal Walter no existe sino que es un
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I. La reunión
invento de Lea para darse importancia ante sus primos pero ante todos ellos
es la figura que representa la libertad y la autenticidad negadas en el mundo
de origen, es el justiciero del mar (115) novelesco cuyas opciones políticas
se tornan cada vez más izquierdistas, como las de los padres exilados de
Ismael, y cuyo objetivo es finalmente la toma del poder (144) para
deshacerse de “curas, monjes, militares y capitalistas.” Es decir, que su
objetivo es la organización social franquista cuya opresión sufren los chicos
protagonistas. Todos estos sueños no podían estar más alejados del
personaje fáctico que engendró la figura novelesca: se trata del primo
seminarista (148, 211), el único reaccionario entre ellos y no muy
especialmente brillante.
El fin de esta infancia llena de una sexualidad compulsiva, de homo y
heterosexualidad infantil, de deseos, de ausencia, de amor no
correspondido, de rebeldía y de humillación por parte de la autoridad
masculina llega a su fin en la diáspora necesaria de la edad adulta y en la
que que, en cierto modo, recrea un exilio para varios de los personajes: el
suicidio de Julia, la vida circense y errante de Ismael, el traslado de la
rebelde Lea a París.
Toda esta historia es una historia de exilados, narrada principalmente
por Ismael, quien decide ser el Walter de los sueños comunes (149) y cuyo
rol es aceptado por Julia, quien así lo nombra póstumamente (216), quien
recoge el guante “arrojado por ella (Lea) contra el rostro del mundo” (213)
y a quien le entrega las cartas para Lea, a la que desesperadamente busca él.
Así, con la historia narrada desde la perspectiva de Walter, el mundo en
el que viven no puede ser más que el espectáculo decadente de esa sociedad
barcelonesa en descomposición y lo único que pone en marcha el periplo de
esta historia es la nostalgia y la atracción mutua de Julia, Ismael y Lea, los
tres personajes, la red que los une y, a través de ella, el mundo que los re
chaza.
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I. La reunión
Narrada desde el extremo opuesto al de los personajes proletarios de
Teresa y Cecilia, tan cerca de la realidad; estos adolescentes de clase media,
en sus sueños por cambiar el mundo (227) nos muestran las carencias y la
fealdad de su mundo originario. Una vez más: sólo desde las condiciones
sociales, políticas y económicas se puede comprender plenamente a estos
personajes, definidos enteramente por su violento rechazo de la sociedad
original.
Éste es el punto de partida y el de llegada: más que en cualquier otra
novela contemporánea escrita por hombres, los personajes son aquí el resul
tado de estas condiciones y si bien la historia es la de ellos y sus relaciones,
toda esa red de identidades y actitudes nacen de las condiciones sociales, las
que en la novela, constituyen la lógica fundamental, el basamento de los
impulsos. Del mismo modo que en las novelas de Rodoreda, la ecuación
medioconductaidentidad parece completamente indisoluble aquí.
13
I. La reunión
Las piedras tan preciosas
Piedras preciosas, publicada en 1989, primera novela de Clara Sánchez,
vuelve, con la mayor naturalidad, a ubicarse en el plano directamente refe
rencial en el que un narrador omnisciente describe con la mayor objetividad
posible los actos y pensamientos de un grupo de personajes que vive en una
gran ciudad.
La ilustración de la sobrecubierta del libro está constituida por la foto
grafía de un grupo escultórico de George Segal, de 1965, Robert y Ethel
Scull, un par de figuras de yeso, el hombre de pie y apoyando la mano sobre
un sofá en el que está sentada una mujer con anteojos negros, en una pose
que recuerda las viejas fotos de matrimonio y cuando se ha finalizado la
lectura de la novela se piensa que difícilmente una ilustración pueda ser
más apropiada para el contenido que ésta de una pareja banal y rigidizada
en yeso.
En la novela de Clara Sánchez, Natalia, una mujer casada en un matri
monio en el que el marido trabajo todo el tiempo y las hijas se educan en el
extranjero, inicia un acercamiento con Raúl, en una fiesta, pero la carta que
le envía es interceptada por el aventurero Amando, quien se presenta como
amigo de Raúl y se aprovecha de Natalia, para luego chantajear a su marido
y burlarse de Raúl. Éste es a su vez engañado o maltratado por un conocido
hombre de negocios, pero recupera luego las piedras preciosas que le había
entregado por intermediación de su mujer, quien aparentemente traiciona
así a su marido. Constantino, el marido de Natalia, mostrando una completa
falta de comunicación con su mujer, pide ayuda a un policía alcoholizado,
quien a su vez se aprovecha de Natalia y engaña a Constantino, el que a su
vez, al final de la novela, decide engañar a Natalia.
No es que el tema principal de la novela sea el del matrimonio: ante la
retina del lector aparece descrito con claridad y ejemplar economía de me
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I. La reunión
dios un tejido de relaciones humanas cuyo trazo, unido al de los múltiples
puntos de vista de cada uno de los personajes, constituye un bien diversifi
cado fresco social que con ironía y humor comenta el mundo de los nego
cios, de la pareja, de aventureros de poca y mayor monta, de la investiga
ción policial y de las relaciones tradicionales entre madre e hijo.
Ninguno de los temas está subordinado a otro en Piedras preciosas ni
hay tampoco una estructura que los organice significativamente en un senti
do determinado, lo que también implica que todos los personajes del grupo
tienen el mismo peso narrativo, es decir, que la novela nunca pierde su pers
pectiva original de fresco social y que es el grupo como tal y las relaciones
de los diversos personajes entre sí lo que constituye el centro de su
atención, con el agregado de que una sólida trama los une a todos entre sí y
no sólo colateralmente porque algunos de los personajes participan en
diferentes esferas sino porque las acciones de unos desencadenan
consecuencias en los otros y eso porque éstos con su actitud, de una y otra
forma, lo provocaron.
En efecto, la serie inevitable de hechos que conduce al momento final
en que la adúltera Natalia es abusada por el policía alcoholizado y el
burlado Raúl recupera sus piedras preciosas por intermedio de la mujer de
su burlador, comienza con el bovariano tema de la necesidad de amor de
una mujer frustrada y sola y de la misma manera que Emma, víctima de
circunstancias sociales absurdas y sobretodo inhumanas.
Sólo que más acá de los románticos sueños incumplidos de Emma Bo
vary, lo que impulsa a Natalia a un contacto amoroso extramatrimonial es
en primer lugar el vacío emocional en que vive y cuyo comienzo de defini
ción abre la novela: la despedida de sus hijas, que se educan en Inglaterra,
el trabajo absorbente del marido y su condición de ama de casa la hacen
“descender a lo más profundo de su sentimiento de abandono” (8), uno que
tampoco puede modificar una relación matrimonial rutinaria y fría.
15
I. La reunión
Este punto de partida clásico, en tanto frecuente y ajustado a la realidad,
se parece al de La Regenta y como en ella, el entorno social mismo juega
un papel de fundamental importancia: constituye el círculo de condiciones
básicas del que se originan las acciones de Natalia, quien es a su vez el
personaje con quien comienza el entramado de sucesivos descubrimientos
del modo de funcionamiento de esa sociedad.
Y no es poco lo que se descubre: la miseria emocional de Natalia es tan
grande que puede ser fácilmente engañada por un mediocre aventurero co
mo Amando y sus aún más mediocres y torpes mentiras. Raúl también es
engañado o por lo menos maltratado por las misteriosas manipulaciones de
un hombre de negocios sin escrúpulos (es difícil no recordar cómo la socie
dad española de los últimos años se ha visto sacudida por numerosos casos
de corrupción).
La confianza que de su matrimonio le hace Constantino, el marido de
Natalia, a un perfecto desconocido, habla de lo lastimoso de su relación con
su mujer como así también aparece clara la labilidad de la pareja del
hombre de negocios. El matrimonio como institución resulta pues muy mal
tratado en la novela. Y nuevamente, las condiciones económicas, sociales y
políticas que conforman la situación social de la mujer son aquí también
indispensables para comprender la novela, toda la lógica de los sucesos y
del comportamiento de los personajes descansa sobre ellas y el comentario
irónico y el levísimo tono farsesco no hacen más que acentuar ese hecho.
Crónica sentimental
El título de Crónica sentimental de antes de la transición, de Alicia
Guerra, de 1992, es altamente ilustrativo de su contenido: una encuesta de
los valores sociales morales de la tradición católica aplicados a la vida coti
diana de las postrimerías del franquismo, a través del coro de las “señoras
16
I. La reunión
comadres, pertenecientes a la élite de la pequeña ciudad” (16) y también de
un narrador omnisciente que descubre detalladamente los pensamientos de
los personajes, aunque sin duda es este coro de comadres el que da el tono
fundamental del libro, su visión tan radicalmente cerrada de la realidad y la
estridencia general que resulta de ella.
Es como si el control social presente como fundamento de las acciones
en las obras de Federico García Lorca se hubiera corporeizado en esa voz y
toda la realidad y los personajes fueran vistos y comprendidos a partir de
esa mentalidad que la pronuncia. El resultado es una tajante división de
absoluto contraste entre personajes buenos y malos, aceptables o
rechazables según los cánones que sólo es balanceada por ese narrador
omnisciente que la mayor parte de las veces concuerda con la visión de la
europeizada Sara.
Estamos ante la historia de una familia de industriales vascos marcada
por la temprana muerte del padre y reducidos a una lenta decadencia econó
mica en la que la hermana del difunto, de quien la familia espera heredar,
ejerce en compañía de la viuda, una autoridad despótica sobre los tres hijos,
dos hombres y una mujer.
Dado el alto grado de definición de los roles sexuales, las mujeres son
reducidas al papel de víctimas y terminan siendo destruidas mientras que
los hombres son justificados a ultranza. La narración ocupa precisamente el
tiempo y el proceso de destrucción de Ana, la hija, que termina sus días en
un manicomio en un deplorable estado de deterioro mental y síquico; Juana,
mujer de Javier, hijo menor, quien luego de largos maltratos y un juicio en
el que pierde la tenencia de sus hijos, se suicida y Sara, mujer del mayor,
Juan, la “francesa”, hija de exilados españoles en Francia y por lo tanto
portadora de la visión moral europea, originalmente libre, fuerte e
independiente mas finalmente abandonada por su marido.
Se trata pues de un verdadero granguiñol de la moral católica
tradicional en la que con excesiva minuciosidad se devela su verdadero
17
I. La reunión
18
I. La reunión
ciertas novelas naturalistas. En este sentido es un documento levantado so
bre la realidad, sobre un sector de ella que por supuesto suele ser privilegia
do por las novelas escritas por mujeres pero que en este caso constituye la
radiografía de un comportamiento social y eso, se niegue o no, continúa
siendo una de las habituales tareas de la literatura.
Ilusiones perdidas
Rosa Montero es quizá una de las escritoras españolas más prolíficas y
populares de los últimos tiempos cuyo interés ya desde las primeras novelas
ha sido dirigido casi exclusivamente a una crónica de la realidad social, so
bretodo en lo que se refiere a la distribución de los roles sexuales, razón por
la cual algún crítico ha calificado sus primeras obras de periodismo con
connotaciones ideológicas o se ha señalado su carácter sociopolítico con
orientación popular 12.
No hay duda de que la mirada de Rosa Montero corre paralela a la del
movimiento de emancipación femenina en auge de los setenta y descubre en
la sociedad modelos colectivos de comportamiento sexual que reducen a las
mujeres a la soledad y a la infelicidad y así, su primera novela Crónica del
desamor en efecto cronica las vidas de diferentes mujeres cuya
característica común es precisamente la disponibilidad de darlo todo para
no recibir nada de sus hombres, transformándose así en un muestrario de
situaciones vitales de frustración que no llega a ahondar en ninguna otra
dirección.
En ese sentido la Función Delta, de dos años después, concentra todas
estas situaciones vitales típicas en una sola protagonista, quien internada en
un hospital ve su vida en una semana santa treinta años atrás y analiza sus
relaciones con los hombres a través, una vez más, de relaciones paradigmá
ticas que clasifican el amor en pasión y cómplice, polos representados por
19
I. La reunión
sendos hombres, todo esto visto desde la perspectiva crítica, e incluso meta
novelística, de otro hombre en el presente del hospital y ella misma en el le
cho de muerte.
No hay tampoco duda de que su tercera novela, Te trataré como a una
reina, de 1983, representa un estadio más alto de su desarrollo artístico en
el que la estructura de la obra de ficción ya no transparenta en primera ins
tancia el propósito de analizar modelos de comportamiento o en todo caso
los personajes, aunque altamente representativos de la educación sexual
conservadora de la España tradicional, reciben un tratamiento sicológico
mucho más coherente, y la obra misma está mucho más lograda.
Los dardos, sin embargo, apuntan adonde apuntan y ya desde el título
mismo hay un comentario irónico de ese mito conservador que reclama un
trato caballeresco de preferencia para la mujer pero que en la realidad la re
duce a una bárbara inferioridad. De eso trata en realidad la novela, la habi
tualmente férrea unidad de las novelas de Montero se mantiene también en
ésta en el sentido en que todo gira alrededor del tema del tratamiento a que
son sometidas las mujeres en sus relaciones amorosas, incluso desde la
perspectiva misma, un narrador omnisciente situado mucho más cerca de
los personajes femeninos.
En el marco de noticias periodísticas sobre la agresión de que fue
objeto, un hombre arrojado por la ventana por obra de una mujer y la
entrevista final que se le hace, la novela cuenta la historia de Bella, una ya
madura cantante de boleros que se enamora del misterioso guardaespaldas
del cabaré en donde trabaja; de Antonia, una solterona virgen que descubre
el sexo y el amor con un veinteañero y de Antonio, hermano del personaje
homónino, verdadero neurótico, empleado público y estafador sentimental;
es decir, la historia de los dos hermanos y Bella (o Isabel) venidos de un
pueblo del interior en donde habían compartido la infancia y las personas
con las que entran en contacto en la gran ciudad.
20
I. La reunión
Más bien que la historia de cada uno de ellos, es decir, el desarrollo de
sus vidas en un sentido más general, el asunto es el modo en que estos per
sonajes tratan y son tratados por los del otro sexo, con lo que el tema aquí
estructura la acción misma y el carácter de los personajes. En el triángulo
que forman Antonia, Bella y Antonio hay una clara polarización sexual que
encuentra al victimario en el extremo masculino y a las víctimas en el fe
menino.
En el caso de Antonia, la frustrada sexual cuya extrema miseria se
muestra en las escenas iniciales en donde la vemos juntando colillas de
hombres, resulta evidente el papel de víctima de la moral represiva
tradicional cuyo horror al sexo y al placer reduce a la mujer a ser esclava de
un marido o en caso contrario, a encerrarse entre cuatro paredes. Si
viéramos a las mujeres en la línea de base del triángulo en donde progresión
a la derecha significa mayor experiencia sexual, Antonia está en el extremo
izquierdo y Bella se halla en el opuesto, lo que para ésta de ninguna manera
significa mayor plenitud: su experiencia (y la de otras mujeres) le habla de
una amplia gama de defraudaciones y abusos masculinos, desde el más
crudo del muchacho chulo hasta el robo de que la hace objeto un amante
ocasional y el acto sexual realizado por pura agresividad que sufre una
amiga suya.
Si estas mujeres sufren de una situación social que las precede y en la
que están confinadas, el Antonio del vértice del triángulo tiene en cambio
todos los tintes del victimario y ninguna otra cualidad, salvo las que marcan
directamente su neurosis, como su obsesión por la limpieza y su culto olfa
tivo. Es el mejor ejemplo de esa rapacidad masculina que con tal de llegar
al objetivo (la posesión del objetocuerpo) es capaz de arrasar con todo lo
que encuentra a su paso, en este caso engañar sistemáticamente a las
mujeres que aborda para después abandonarlas inmediatamente cuando un
mayor compromiso emocional aparece como necesario.
21
I. La reunión
Es ésa, en efecto, su versión del amor, “envuelto en su propia mentira,
aislado de la realidad y del contexto” (74), exento de responsabilidad y libre
en un mundo entero de mujeres insatisfechas que son siempre fácil presa
porque aunque se crean reinas “son desgraciadas” (73) y él era un experto
en ellas (103) y como tal aparece ante los ojos del inspector García, como
quien sabe que a las mujeres hay que tratarlas con dulzura y “como si fue
ran reinas” (100). Por supuesto que en el código tradicional este tipo de
comportamiento es válido solamente para los hombres y que las mujeres
son algo completamente diferente. Su hermana homónima Antonia, “como
toda mujer sola, necesitaba del cuidado del varón” (68), ya que con su amor
“actúa como una niña” (227). No hace falta mayormente más nada para ca
racterizar a Antonio. A esta altura del siglo se trata de una especie bien co
nocida y catalogada y eso es, en última instancia, lo que constituye su valor:
la ejemplaridad que a pesar de todo constituye su tipo de don juan.
Los otros personajes masculinos no son mucho mejores que Antonio.
García, padre de familia, parece tan emocionalmente mutilado como Anto
nio y Menéndez, el dueño del cabaré, es un lector asiduo de novelas porno
gráficas que no tiene jamás la más mínima amabilidad con su entorno. Son
ellos los que representan la moral social con la que unánimemente se con
dena los amores de Antonia. La excepción de Damián, el amante de
Antonia, con su dulzura y su sincero amor no es nada más que la que hace
la regla, también su extracción de clase (hijo o sobrino del portero) lo hace
menor de edad, o más bien de estatus, es decir no es representativo, no está
de ninguna manera a la altura de los jueces.
Tal grado de generalidad en estos comportamientos y el hecho de que
sean además tan fácilmente constatables en la realidad, marca
evidentemente una cercanía muy grande con las condiciones sociales y
económicas que conforman la situación de la mujer. Parece indiscutible que
esta visión general del comportamiento sexual social es la que da origen a la
novela, es decir, la estructura: el macho típico en Antonio es puesto en
22
I. La reunión
relación con dos polos o modelos del comportamiento femenino: la mujer
completamente oprimida y privada del sexo en Antonia y el otro modelo de
la mujer liberada y capaz de buscarse y darse su propio placer.
Todo encaja en esta estructura y todo, personajes principales y secunda
rios y hasta la cadena de acontecimientos cumplen el rol de piezas en el
juego preestablecido. El inspector García es necesario testigo de Antonio,
así como Antonia su necesaria víctima (con la misma importancia
narrativa), la desilusión y el engaño de Bella lo que generaliza este
comportamiento machista y su explosión final proporciona la inútil y
completamente incomprendida rebelión. Es en este sentido de un punto de
partida sociológico de comportamiento social sexual como principio
organizador de la novela lo que ha hecho posible que se haya hablado de
periodismo con connotaciones ideológicas.
Para una obra tal es importante el grado de verosimilitud de los persona
jes ejemplificadores y los de esta novela lo son pero hay que decir también
que no son mucho más que eso, es decir, aparte de lo referido al comporta
miento social sexual no tienen otra dimensión humana. En vez de ir a en
contrar sus personajes en la realidad, la Montero ejemplifica lo que sabe de
la realidad con personajes. Le hace falta partir directamente de ellos y ya lo
ha hecho en su cuarto libro, Amado amo, de 1988, un estudio sicológico de
un personaje sufriendo el desplazamiento de poder en una jerarquía muy es
tratificada (aunque sigue lo temático extraindividual el gran centro de inte
rés), para pasar luego a Temblor, de 1990, la novela de ciencia ficción de
una distopía de poder tiránico femenino.
En este sentido de principio organizador previo a la historia misma o a
los personajes, Te trataré como a una reina tiene francos puntos de con
tacto con Crónica sentimental. Si se pudiera trazar una línea ideal represen
tando lo real, se podría decir que novelas “sociológicas” como éstas de
Montero o de Alicia Guerra están planeando por encima de ella, buscando
estructuras para interpretarla; que las novelas de Rodoreda parten de un per
23
I. La reunión
sonaje femenino fundamental que vive la vida desde sus condicionamientos
socioeconómicos y sexuales; que la visión desesperanzada infantil de Ana
María Moix también parte de esas condiciones, pero filtrándola de una indi
vidualidad dolida y también coralmente y desde la intensidad del recuerdo.
De la vida a la literatura
Nubosidad variable, de 1992, viene a continuar la ya larga carrera lite
raria de Carmen Martín Gaite, una en la que han abundado los premios y es
to ya desde El balneario, su primer relato, de 1954. Esta novela, como otras
de la autora, retoma las constantes de su anterior obra, ya señaladas por
Janet Pérez 13 y se convierte en una novela intro y retrospectiva en la que,
también como en otras anteriores, el diálogo entre dos personajes se consti
tuye en el motor de la narración. Todo transcurre, en efecto, y decir de Ruth
El Saffar, en ese lugar en donde “se encuentran hablante y oyente, vida y li
teratura, espontaneidad y orden y verdad y ficción”14 y en la que la re
flexión metanovelística vuelve a ocupar un rol importante, uno que además
cumple la función de impulsar el desarrollo interior de las protagonistas.
La historia parte del contexto vital de Sofía, una mujer casada y madura
de clase media, que llega paulatinamente al descubrimiento de que su rela
ción conyugal está naufragando y que inicia el muy martingaitesco viaje in
tro y retrospectivo en compañía de su amiga de la infancia Mariana León,
conocida sicóloga, convertida, además de persona, en personaje de esta me
taficción que las reflejará a ambas escribiendo simultáneamente la novela
que leemos, de un modo análogo al de El cuarto de atrás.
Así es como vemos transcurrir las vidas de estas dos mujeres, entre mu
tuos estímulos para escribir que se resuelven en cartas, las que después se
transformarán en la novela formando estas dos escrituras que se encuentran.
Es en esa escritura donde se reflejan fragmentariamente los momentos del
24
I. La reunión
pasado, “añicos de espejo [en los que] ... se puede uno mirar” (31) y que les
permite reconstruir su antigua amistad, hecho que ocasiona al mismo
tiempo en las vidas de ambas una verdadera revolución. Sofía se descubre
en un “pozo doméstico” (47) y Mariana León sale en un viaje de “estampía”
(52) hacia el sur, huyendo en primer lugar de una relación complicada con
el escritor bisexual Raimundo y entrando en lo que ella misma califica
como un proceso de desintegración sicológica.
La escritura misma cumple una función muy importante en esta novela,
quizás incluso más que en las anteriores; es la que inicia este proceso de au
toconocimiento que confluirá en el reencuentro y la reconstrucción de la
amistad que une a las dos mujeres protagonistas y cuya importancia es tan
grande. Es difícil no escuchar aquí ecos de Hélène Cixous o del feminismo
francés en general, sobretodo conociendo su influencia en España. En el ya
famoso escrito La risa de la Meduse dice Cixous 15: “Woman must write
her self: must write about women and bring women to writing, from which
they have been driven away as violently as from their bodies —for the same
reasons, by the same law, with the same fatal goal. Woman must put herself
into the text —as into the world an into history —by her own movement.”
En efecto, estos rastros, o los efectos de ellos están diseminados por
todo el texto: hay una verdadera insistencia de ambos personajes en la
escritura, que para Mariana comienza siendo un refugio (139), “mi patria es
la escritura” (143) y a Sofía “escribir [la] sacaba del infierno” (125) y “la
literatura [la] ha salvado de muchos pozos negros” (162), hay para ella una
continuidad entre literatura y vida (183) que Mariana le envidia y ésta, que
estaba escribiendo un ensayo, se decide luego por una novela, una que
“sería otro canal abierto entre tú y yo, tal como somos hoy, puente aéreo
tendido entre nuestros recuerdos, miedos y decepciones” (316). Con las
cartas de una a otra deciden finalmente hacerla “entre lo que traigas tú y lo
que tengo yo salía una novela estupenda” (339), mientras que en el epílogo
las vemos en la tarea de ordenar juntas esa novela, que era también el fin de
25
I. La reunión
un viaje, el deseado logro de “un resplandor interno de serenidad” (391).
Esa armonía es la que constituye la teleología del texto espejo de la
nubosidad de la vida cotidiana y su incesante flujo, “variable e infinito
como el de nuestros viajes interiores” (112).
Se trata pues de una escritura que abarca todos los aspectos de la vida,
desde el de ser tabla de salvación hasta el de conectar o reconectar relacio
nes femeninas no sólo en la dirección de la amistad sino también entre las
generaciones. Así lo hacen Sofía y su hija Encarna, reencontradas en torno
a “problemas de elaboración literaria” (383), y con quien se pregunta si han
hablado de otra cosa en la vida que de literatura. Todo esto ocurre momen
tos después de haberse desdoblado Sofía en su propia madre (381), es decir,
de haberlo visto y comprendido todo desde la perspectiva de ella, hecho in
sólito, ya que nunca había habido mayor comunicación entre ambas. Si bien
no todo, como quizás este desdoblamiento, se produce por obra de la litera
tura, sí puede ser dirigido a ella, ya que dicho desdoblamiento, en efecto,
“muy buen rollo es para escribir” (383) ya que “se combinan ... los dos pla
nos del sueño y su interpretación, cosa perfectamente capaz de hacer Sofía,
por su gran imaginación (tan apta para lo literario).
Así pues, la literatura lo abarca todo, es el medio en el que todo se ex
presa, las mallas de la red en la que todo se dice. Es a través de ella por las
que se producen todas y cada una de las etapas de estos viajes de autocono
cimiento y armonía interior alcanzada a los que nos han acostumbrado de
una a otra las novelas de Martín Gaite. Del aislamiento original de Sofía a
la reconstrucción de su gran amistad con Mariana, y a la recuperación de
una relación (por más efímera que sea y hasta póstuma) con el fantasma de
su madre y de la antigua con su hija Encarna, todo ocurre en la proyección
de todas estas mujeres para escribir.
En la novela tiene lugar una verdadera revolución que impulsa a Sofía a
romper con su marido, dejar su casa, “rebelar[se] contra la mentira” (304) y
rechazar del todo el mundo social al que pertenece, todo esto paralelamente
26
I. La reunión
a la reconstrucción de su amistad con Mariana y a la asunción de sus capa
cidades literarias (y la construcción simultánea de su libro), una revolución
que ocurre por obra de la literatura, posibilitada por ésta. En una hipótesis
sólo conjetural de que una novela constituyera la ejemplificación o puesta
en acción de un texto crítico (aunque éste es el caso de El cuarto de atrás
con respecto al ensayo de Todorov sobre la literatura fantástica, que según
lo reconoció la misma autora16 dio origen a la novela ), debe decirse que
difícilmente se pueda encontrar algo más parecido a tal situación que la de
esta novela con respecto al texto de Hélène Cixous: a través de la escritura
la mujer, rechazando el mundo de los hombres, se pone en la historia y en el
mundo.
Que la novela está cerca de la realidad es indiscutible. Todo se refleja,
si bien desordenadamente, pero reflexión al fin o tanto más porque parece
recoger directamente la vida, sin filtrarla por el discurso racional masculino.
Es ése sin duda el sentido de los añicos del espejo aparecidos como motivo
y que ahora viene a confluir con el discurso feminista francés de que
incluso las estructuras sintácticas imparten el discurso de la racionalidad y
el orden masculinos y de que la nueva historia femenina intersectada con la
de las demás mujeres en una herencia matrilineal daría cuenta de una
cultura basada en el deseo y en la experiencia corporal de la mujer.
Es decir, el resultado que se ve en el papel mismo, es reflexión directa,
de entorno inmediato de las historias de varias mujeres, desde la
perspectiva, si se quiere, de la “liberación de su ilimitada economía
libidinal,”17 del discurso fránces, con lo que esto pueda significar en la
práctica de la escritura de una novela. Estamos ante la escritura de una
narración desde los impulsos, los deseos, las fantasías, los dolores, el
desarrollo de las relaciones al azar de la vida, el instrumento que le permite
a Sofía (123) acordarse “de las cosas, de cómo pasaron, de la relación que
tiene lo de antes con lo de ahora, y la vida de los demás con la mía, ... es
como deshacer los nudos de un ovillo enredado con otros.”; es decir no una
27
I. La reunión
28
I. La reunión
de discusión y conflicto que constriñe a los personajes de Rodoreda, Moix o
Montero. “Reconozco que no me gusta la realidad (dice Sofía, 111), que
nunca me ha gustado. He cumplido con ella como Dios me ha dado a en
tender cuando no había manera de esquivar sus leyes, pero el texto de esas
leyes —que además son tantas—no me entra.” Su repugnancia a estos con
dicionamientos de la realidad social son la causa de un “encerramiento ob
sesivo” (113) que su psiquiatra calificó de “vivencias de irrealidad.” Tam
bién su hija Encarna, desde muy pequeña, aprende a “pactar con la reali
dad” (115) cuando no opone resistencia a su maestro de matemáticas pero
mantiene inalterada su opinión sobre el logaritmo.
Así de concretos como para Encarna son los condicionamientos de la
realidad para Sofía, “...las horas podridas de mi vida entera, horas gastadas
en sortear los escollos de la realidad para lograr aprobar materias que no me
acuerdo de qué trataban;” y a continuación (116) los enumera, son todos
esos deberes sociales a los que como mujer debía someterse: “Aprobado en
hija de familia. Aprobado en noviazgo. Aprobado en economía doméstica.
Aprobado en trato conyugal y en deberes para con la parentela política.
Aprobado en partos. Aprobado en suavizar asperezas, en buscar un sitio pa
ra cada cosa y en poner a mal tiempo buena cara.” La realidad entonces son
estos límites, este campo incomprensible de deberes. Así como los hijos de
Sofía hacen un refugio del departamento heredado, el refu, (124) ya que
“Encarna y Lorenzo no aceptan la realidad tal como es, que no quieren pa
recerse a su padre en nada;” así también Sofía: “Desde que murió mamá me
he ido encerrando en mí misma cada vez más.” (366)
Un personaje de Rodoreda no tiene alternativa alguna: Natalia tiene que
salir a trabajar porque su marido no lo hace y sus hijos se mueren de ham
bre, Cecilia se prostituye porque sus ingresos de costurera no le alcanzan
para sobrevivir. Una ama de casa de clase media como Sofía puede rechazar
esos condicionamientos con repugnancia e iniciar ese proceso de recons
trucción de sentido de sus propios añicos de espejo, comprender cómo y
29
I. La reunión
cuándo pasaron las cosas y la relación entre el pasado y el presente y la vida
de los demás con la suya a través de la literatura, liberarse poniéndose “ella
misma en el texto,” salirse del espacio opresivo en el que está recluida
dialogando epistolar/literariamente con una interlocutora sobre el pasado
común; en una palabra hacer literatura de la vida directamente
experimentada en la red de relaciones sociales, directamente emergida de
los condicionamientos económicos y sociales.
Estamos entonces en un espacio de opresión en el que los oprimidos, las
mujeres, toman conciencia y se retiran al paraíso artificial de la literatura,
una que más que sus lamentos nos retorna sus deseos, sus búsquedas, sus
encuentros, sus placeres: la obra de un artista que se retira. El personaje
femenino sensible de Rodoreda que no podía abandonar el mundo da ahora
un paso al costado y encuentra un refugio. Martín Gaite, a diferencia de
Moix, se desentiende de lo real, hace un paréntesis al mundo que no cierra
nunca, se queda en la epokhé fenomenológica en la que la individualidad
perceptora es en toda circunstancia, la condición de posibilidad de todo y
también su teleología; un arte centrado en la individualidad creadora,
curioso eco romántico.
¿Cómo será esa literatura —y no es una pregunta retórica— de la que
habla la página final de A room of One’s own?, esa posible “if we escape a
litle from the common sittingroom and see human beings not always in
their relation to each other but in relation to reality... if we face the fact ...
that we go alone and that our relation is to the world of reality and not only
to the world of men and women,?” (112), Esa literatura que también la
imaginaria Judith Shakespeare podría escribir ¿sería una que no sólo
hablara del amor entre Antonio y Cleopatra o la liberación de ésta por la
muerte del destino a que la sometería Octavio, sino también de su volup
tuosidad ante la muerte, de la sed de poder de Antonio y la de Octavio, del
derrotismo y la debilidad de aquél, del arrepentimiento y el suicidio de
Enobarbo?
30
I. La reunión
Ganadores y perdedores
Antes de la batalla, de 1992, sexta novela de Lourdes Ortiz, pretende
ser un fresco de la sociedad española de los ochenta vista sobretodo a través
de los ojos de Ernesto, un divorciado entrando en los cuarenta y en una sub
secuente crisis, cuyas idas y venidas nos mostrarán una serie de personajes
tan solitarios y perdidos como él y del mismo modo contenidos en límites
sociales que exigen adaptación al precio del triunfo o la derrota.
Ernesto, con un trabajo no especificado, llegado al borde de los cuarenta
y creyéndose preocupado por el tema faustiano de la llegada del ocaso de la
vida o el de la inmortalidad, proporciona mayormente la concienciaespejo
en la que se refleja principalmente una galería de rostros femeninos y algu
nos pocos masculinos, todos o la mayoría en un parecido estado de vacui
dad vital.
Tomando como pretexto un documental sobre el tema de la inmortali
dad, Ernesto realiza un viaje por Grecia y el Cercano Oriente en el que apa
rentemente alcanzará un grado de madurez que primero parece caracteriza
do por la resignación o la aceptación de las circunstancias de su vida y en
segundo lugar por la decisión de hacerse escritor. Hacia el final de la novela
y en una súbita vuelta de tuerca que cambia el sentido de esa madurez al
canzada, el crimen de un joven fascista, hijo de uno de sus amigos, cumple
la función de convertirlo, por su pasividad en no denunciar sus sospechas,
en posible cómplice. Esta imprevista dirección de las cosas hacia la
corrupción es asumida por el protagonista para obtener beneficios
económicos y sociales provenientes del agradecimiento del asesino, alto
funcionario del gobierno socialista.
Una línea divisoria clara separa la novela en dos mitades y un epílogo.
En la primera parte el narrador omnisciente se ocupa del entorno inmediato
31
I. La reunión
del protagonista mostrándonos a sus amantes y a sus amistades masculinas
más como un conjunto de gestos y actitudes ante la vida, de comportamien
tos socialmente determinados, y hasta de discursos que como individuos
con sus sicologías mientras que la segunda parte está constituida por el
viaje y sobretodo por una serie de reflexiones sobre cuestiones políticas y la
cultura en general que constituyen el material fundamental de dicho periplo.
Sembrado de alusiones cultas, digamos, posmodernistas, (la Divina
Commedia entre otras, cuya inscripción al infierno sufre de algún
castellanismo), el viaje evoluciona hacia un final en el que el protagonista
alcanza, de una forma un tanto misteriosa, esa madurez o resignación que
mencionamos antes.
En la mente del protagonista las mujeres parecen intercambiables.
Como “nunca creyó demasiado en eso del amor” (12) es el deseo y la
posibilidad de realizarlo más o menos satisfactoriamente lo que lo ha
llevado de una relación a otra. Así va desde su exmujer Adela, convertida
en feminista en los últimos años de la relación y exigiendo un sexo
planificado y determinado que para él habían significado la muerte del
deseo porque tenía la sensación de “estar «sirviendo» a una hembra” (37), a
la mujercita culta que era Maruja, preocupada por el amor y con quien el
goce era goce pero quien constataba que “la liberación sexual había sido
una trampa” (89) porque las diferencias entre hombres y mujeres en el
comportamiento sexual eran biológicas.
Sigue Clara, “un cuerpo simple [que respondía] sin hacer muchas pre
guntas, sin pedir demasiado, cariñoso y atento, solícito” (82). Candela, su
actual compañera, una joven desencantada, “no demasiado imaginativa en
la cama [cosa que a Ernesto, cansado de la experimentación] no le
inquietaba” (39). Hay todavía algunas figuras femeninas más, Elena,
“demasiado asténica, demasiado concienzuda”, “mujeres estiradas, frías, ...
que al final se convierten en controladoras o resentidas” (141).
32
I. La reunión
En vísperas del viaje conoce a la norteamericana Ruth, “mujer converti
da en huracán [en el acto sexual], “materia misma del amor desmadejada,
sin límites” (143); Myrna, “mujer de la perdición, ecuánime, generosa, ma
dre y esposa siempre ... esposa ancestral, soberana ... sostén y control al
mismo tiempo” (209) y finalmente la exótica Laila, con “su vieja sabiduría
de puta de santuario [para quien] hacer el amor es un sano ejercicio” (298)
y quien le recuerda (erróneamente) la teoría del orgasmo de Reich; un ver
dadero catálogo de mujeres transformadas en gestos, máscaras, actitudes,
rostros que se suceden “en la monotonía de una vida que se le iba esca
pando” (300).
Sin una relación que lo comprometa de algún modo, con un trabajo que
no le gusta, en un viaje en el que se pasa el tiempo en discusiones generales,
la vida se le transforma a Ernesto en un sueño difuso y abstracto que pasa
demasiado pronto y sin dejar rastros. Enfermo de abulia, él, como sus ami
gos, está inadaptado, o simplemente desapegado de la realidad, en un espec
tro del cual el intelectual Ariel representa el extremo. Según el diagnóstico
de éste ellos son “aristócratas ... gente destinada a desaparecer ... los
últimos románticos, [lo de ellos] es el ocio, el disfrute, la meditación, el
soliloquio y la charla [pero ahora están ante el] triunfo definitivo de los
fenicios [contemplando] el espectáculo con la elegancia de aquellos
romanos que veían cómo su vieja ciudad ... era pisoteada por las
sandalias ... de los muchos bárbaros” (97); actitud elitista y pasiva que si
bien Ernesto no expresa, la actúa sin embargo.
¿Quiénes son los fenicios de la novela? Uno solo, fundamentalmente,
Lorenzo, un trepador nato y completamente carente de escrúpulos que con
sostenida habilidad se ha encaramado en un alto puesto del partido
socialista y cuya corrupción sexual es el factor desencadenante del chantaje
y posiblemente del crimen del muchacho derechista. Ernesto, callando sus
sospechas sobre Lorenzo, se transforma en un nuevo Lazarillo que
33
I. La reunión
corrompiéndose por un alto puesto en una institución de la cultura, logra
una inserción en la realidad que no había tenido antes.
No parece haber alternativas, o abulia o corrupción; o aristócrata o feni
cio. Tampoco hay piedad para la miseria emocional de los personajes,
aparte de la fatuidad de las relaciones de Ernesto, la única familia retratada,
la de Ariel, Concha y Pipo, muestra cómo la misantropía del primero y la
impotencia de la segunda desembocan en la miseria emocional del
muchacho y su tragedia. Mas esto en la primera parte y en la final del
regreso del viaje. La segunda parte, la de las largas discusiones generales de
cultura y política internacional durante el viaje no agregan mayormente
nada a esta visión de la sociedad española ni tampoco a la aceptación o
resignación del protagonista.
Abulia o corrupción, los términos del dilema resplandecen con la fuerza
de una luz obcecada y el golpe brusco del final lo hace de hierro, sacando al
protagonista de su futuro de escritor, para condenarlo en el infierno de la
corrupción socialista o ambas cosas a la vez, Claro que esto llega al final.
Mientras transcurre la historia, Ernesto y el entero entero medio que
surge a partir de su mirada se hallan habitando una especie de limbo que no
se encuentra mayormente determinado por las condiciones económicas y
sociales, simplemente porque su abulia lo coloca a él y a sus amigos por en
cima de ellas. El intelectual Ariel es el extremo de esto: retirado en su torre
crítica de marfil. En el caso de Ernesto la apatía es el aire opacado que se
respira siempre y como sus deseos e intereses están vagamente ubicados en
el futuro, no existe ningún momento o situación en la que se encuentren
constreñidos por las condiciones económicosociales. Nos encontramos por
encima de la realidad, antes de entrar en ella, antes de entrar en esa
realidadbatalla en la que sólo hay ganadores como Lorenzo el trepador y
perdedores como Pipo, el hijo de Ariel.
Una batalla debería comprometer, pero como se trata de una que se jue
ga en la realidad y ésta es mirada sin compromiso por el narrador entonces
34
I. La reunión
los triunfos y victorias pasan sin pena ni gloria, como suaves movimientos
inmediatamente por debajo de la superficie. Curioso giro de la Historia éste
en el que personajes escritos por mano femenina habrían de estar liberados
de los condicionamientos que caracterizaron tan fundamentalmente a sus
antepasadas. Sin embargo es mejor no arriesgar conjeturas sobre sus causas
pero el que la mujer ha obtenido una independencia tanto económica como
personal en la sociedad moderna de los últimos veinte años es un hecho his
tórico que lo permite. Toda opresión social se refleja de una u otra manera
en la obra y esto es seguramente incontrovertible: tanto las novelas de Moix
como las hispanoamericanas contemporáneas así lo muestran.
Lo que queda de la realidad
El título de la novela de Soledad Puértolas Queda la noche, que ganó el
premio Planeta de 1989, es el elusivo balance de la existencia de la narrado
ra protagonista Aurora, de una treintena de años y profesión desconocida
(sólo sabemos que tiene una oficina) que vive con sus padres ya mayores y
es amante de un hombre casado. En medio de una indiferencia y apatía que
recuerda a los personajes desencantados del existencialismo, la mujer
decide emprender un viaje con su amigo Mario a la India, en donde conoce
a algunas personas que reaparecerán en su vida, mezclados en una trama de
espionaje que le hace pensar en un principio que todo forma parte de un
plan pero cuyo sentido finalmente simplifica en una interpretación, lo que
según una crítica constituye una imagen del escritor que “trata de imponer
orden a una realidad fragmentada, para darle sentido.” 21
El texto nos sumerge desde el comienzo en el monólogo interior de la
protagonista que desde una orilla del río fangoso de la vida observa sin pa
sión el infinito campo amarillo de la otra donde por definición está siempre
lo mejor. Todos los sucesos, los sentimientos, las relaciones están vistas
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I. La reunión
desde este mirador que transforma a toda pasión en un resto indiferenciado
y presente ante la memoria y que sólo puede adquirir sentido en el análisis
que lo cuenta, transformándolo y simplificándolo, como hace Mario con los
acontecimientos del viaje (233).
Así, mediatizada por el distanciamiento de la narradora, la realidad está
privada en esta novela del poder de condicionamiento que normalmente
tiene y que en casos extremos constriñe impiadosamente a la locura, como
la víctima de Crónica sentimental, o al suicidio y muerte de sus hijos a la
Natalia de La plaza del Diamante, o incluso a la propia hermana de la pro
tagonista Aurora, Raquel, quien tuvo que casarse “porque era la única for
ma de marcharse de casa” (151), aunque el resultado fuera solamente cam
biar a los padres por un marido y estar de cualquier manera atrapada en una
realidad que de verdad era lo que parecía en cuanto a estrechez y límites.
Los doce años de diferencia de edad que hay entre las hermanas son los
que median entre una y otra época para las mujeres y eso es una divisoria de
aguas que no sólo le permite a la protagonista y narradora decir que no se
va a casar (149) sino también y sobretodo llevar una vida al parecer com
pletamente libre de todo condicionamiento externo: por lo menos es dueña
de su cuerpo, muy lejos están las violaciones de Cecilia en La calle de las
camelias, la cohersión sexual sobre la Juana de Crónica sentimental, o el
sexo compulsivo de la novela de Moix. La protagonista Aurora tiene
trabajo, nadie decide sobre ella como resultado de su condición de mujer o
en todo caso, mínimamente, como obligaciones de tipo social, “es difícil
decir que no a un hombre” (93), que no significan mayormente nada. La
opresión de las mujeres, por demás, es algo que les pertenece a ellas, a las
que puedan “sentirse ofendidas y oprimidas si es que tal cosa les gusta, les
da la gana o les divierte” (92) pero definitivamente no es algo que le
concierna a la narradora.
Esto, indiscutiblemente, zanja la cuestión del peso del marco
condicionador de lo real y todas las consecuencias que se extraigan de esta
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I. La reunión
No es que a la narradora le falte la voluntad de comprometerse en el
mundo. Durante el viaje espera “tener la oportunidad de perder un poco la
cabeza” (32); envidia las vidas de los demás (225); también está permanen
temente abierta a nuevas relaciones, no duda, por ejemplo un instante en
subir al cuarto de James cuando sabe que Alejandro, su compañero pre
sente, está esperándola (196); aunque ella misma analiza que esto tiene un
valor opuesto al compromiso y que todo lo que le sucede es porque tiene
una “predisposición innata para el enredo, en el caía ... por deseo de gustar
y conquistar, por huir del aburrimiento o del vacío o simplemente por huir”
(218).
Viendo cuán poco importantes le son esas relaciones amorosas se puede
quizás sospechar con justicia que la última de las razones es la más impor
tante o, como ella misma lo dice, lo que más le gusta recordar son las histo
rias más efímeras porque en la continuidad su vida entera y su posición en
el mundo se tergiversaba “por los afanes de dominio, provenientes de una u
otra parte” (226). Aquí estamos en un espacio individual parecido al del
Ernesto de Ortiz o la Sofía de Martín Gaite, se trata de una retrotracción a
lo sicológico personal e interpersonal y no a lo social de la situación de la
mujer en su medio real. Las razones de la ataraxia de la narradora radican
en el miedo a las relaciones interpersonales, la imagen del río se precisa al
final en una del viaje que hizo huyendo de una espera inútil, de los veranos
(¿ya que todos los dedican a sus relaciones permanentes?) y su refugio está
en la noche de su propia soledad, de su descompromiso.
Una ciudad de almas, o por lo menos un alma narradora que ha perdido
anclas, ¿cuál es la diferencia fundamental entre la novela de Ana María
Moix y ésta que analizamos ahora? Los dos narradores ponen distancia ante
la realidad, dudan de ella, la interpretan pero el Ismael de Ana María Moix
está completamente inmerso en el flujo de los sucesos, constreñido por la
necesidad y por el rol que debe jugar entre otros personajes en situaciones
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I. La reunión
que no elige, loco de amor y de deseo, mientras que la Aurora de Soledad
Púertolas ve el río desde lejos.
Ambas novelas son metanovelísticas en el sentido en que aquélla insiste
sobre el carácter ficticio de la narración y mediatiza la red que une a los
personajes colocándola en un tiempo irreal de recuerdos y fantasmas y ésta,
la de Puértolas, se escribe desde la perspectiva del artista que como un buen
detective interpreta el flujo de lo real en su fragmentariedad y opacidad.
La diferencia está entonces en el compromiso: en una perspectiva en la
que no hay lazos de dependencia, deseo y compromiso entre el narrador
(que en tanto único es aquí el supremo constructor del mundo), y lo real, la
distancia ante la realidad es la máxima posible, es decir, estamos en el otro
extremo de la posición en que se colocan las novelas de Mercé Rodoreda.
La Natalia y la Cecilia de Rodoreda están tan condicionadas por su medio
como la Aurora de Púertolas es libre de él. No es entonces la mediatización
de la realidad, como en Walter, ¿por qué te fuiste?, lo que neutraliza sus
condicionamientos normales sobre los personajes sino el compromiso en
ella del narrador que nos presenta el mundo narrativo.
Esta relación se mantiene siempre que el peso del narrador constructor
del mundo narrado sea decisivo, como en el caso de otra novela de Puér
tolas, El bandido doblemente armado, en que el narrador ve debatirse per
sonajes cuyas pasiones no nos acercan esa mediatizada realidad. La diferen
cia con Walter, ¿por qué te fuiste? en donde el narrador constructor Ismael
está lleno de pasión es completa, su narración nos retorna una realidad en la
que sufren y se desgarran sus personajes.
En el extremo clásico están los cuentos de Chéjov en donde el narrador
no se coloca en la cabeza de ninguno de los personajes exclusivamente sino
que los refleja a todos inmersos en la vida. Mercé Rodoreda se acerca so
bretodo a un personaje femenino pero se mantiene afuera mirando el con
junto. Ana María Moix ya está completamente sumergida en el personaje, la
realidad que vemos es la que nos filtran sus pasiones pero está ahí, más viva
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I. La reunión
que nunca. La mediatización de lo real que hace Martín Gaite no nos de
vuelve el mundo sino al personaje observador y sus relaciones más inme
diatas. También Púertolas lo ve todo desde el personaje, sólo que éste no
tiene pasiones y no nos retorna un mundo, que queda afuera, como un signo
incomprensible.
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Notas
1 Véase Darío Villanueva en Historia y Crítica de la Literatura Española, t.9, ed.
Crítica, 1992, págs. 5 y ss.; Joan Brown en Women Writers of Spain: an Historical
Perspective, Exiles in the Homeland, University of Delaware Press, págs. 13 y ss.
También Santos Sanz Villanueva, en Historia de la literatura española, 6/2, Ariel,
1985, págs. 46 y ss., alude al proceso de la recuperación de la libertad del escritor
como rasgo de esa etapa.
2 Nueva edición de la edit. Penguin, Londres, sin indicación de año. El libro es ori
ginalmente, como lo indica la nota de primera página, el texto de un par de
conferencias que Virginia Woolf dio en 1928 y comienza desarrollando la idea de
que la ausencia de la mujer del mundo de la literatura y el arte se debe simplemente
a sus condiciones de opresión y dependencia económica.
3 Veáse la introducción de Elizabeth Abel al libro colectivo The voyage in, Fictions of
Female Development, Hanover, 1983, 319, pág. 9.
4. Elizabeth Abel citando a Ellen Morgan, The voyage in, op.cit.,pág. 13.
Walter, ¿por qué te fuiste?(Lumen, 1992), de Ana María Moix; Crónica del desa
mor (Debate, 1991), Amado Amo (Debate, 1991), La función delta (Debate, 1991) y
Te trataré como a una reina (Seix Barral, 1993), de Rosa Montero; Queda la
noche (Planeta, 1991), de Soledad Puértolas; Piedras preciosas (Debate, 1989), de
Clara Sánchez, Antes de la batalla (Planeta, 1992), de Lourdes Ortiz, y las
ediciones castellanas de las novelas La calle de las camelias (Edhasa, 1982) y La
plaza del diamante (Edhasa, 1979), de Mercé Rodoreda.
6. Des/cifrar la diferencia. Narrativa femenina en la España Contemporánea, Geraldine
Nichols, Siglo XXI, 1992, pág. 118.
7. En Contemporary Women Writers of Spain, Boston, 1988, págs.7 y ss., Janet Pérez,
en una breve referencia a la condición de la mujer española, recuerda el caso muy
tardío (1974) del arresto de Alfonso Sastre al sospecharse de la complicidad de su
mujer, Eva Forest, en el asesinato de Carrero Blanco, ya que las leyes hacían
responsable al marido de los crímenes cometidos por la mujer.
8. Elizabeth Abel,The voyage in, Fictions of Female Development, op.cit.
9. Contemporary Women ..., pág. 81.
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10. Biruté Ciplijauskaité habla de epifanía final ... “que viene como culminación de la
12. Darío Villanueva, op. cit., págs. 3324.
13. En Contemporary Women Writers of Spain, op.cit., pág. 140.
14. Shapping the caos: Carmen Mantín Gaite and the NeverEndig Tale, The Interna
tional Fiction Review, Vol. 11, 1984, no.1, págs. 2530, pág. 25.
15. The laugh of the Medusa, reproducido en The Signs Reader: Women, gender and
Scholarship, ed. por Elizabeth Abel and Emily K. Abel, 1983, University of
Chicago Press, pág. 279.
16. Kathleen Glenn, El cuarto de atrás: Literature as juego and the selfreflexive text,
by women, Anales de la literatura española contemporánea, Vol. 12 (1987), no. 12,
4558, pág. 47
18. Joan Lipman Brown, Men by women in the contemporary Spanish novel, Hispanic
Review, vol.60, 1992, no.1, 5570, pág.68.
19. Linda Gould Levine en Carmen Martín Gaite’s El cuarto de atrás: a portrait of the
21. Francisca González Arias en Historia y Crítica de la Literatura Española, t.9, ed.
Crítica, 1992, págs. 371 ss.
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