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Y qué si nos vigilan

Quizá sea una exageración defender con tanto celo nuestra


vida íntima

POR DAVID PLOTZ

EMPECEMOS POR VIOLAR mi privacidad: tengo una casa de tres recámaras en Cortland Place 2922,
Washington, D. C.; le debo un préstamo hipotecario a la National City Mortgage Company; estoy casado con
Hanna Rosin, con quien tengo un hijo de dos años, y soy dueño de un Volkswagen 2001 con placas BE 6981
del Distrito de Columbia.

No tengo antecedentes penales, jamás he sido parte en un juicio y no le debo nada al fisco. Nunca me he
declarado en quiebra (a diferencia de dos de los otros TI David Plotz que hay en Estados Unidos). No tengo
nexos con el crimen organizado, aunque poseo acciones preferenciales de Microsoft.

El Grupo James Mintz, importante compañía neoyorquina dedicada a la investigación empresarial,


averiguó todo esto sobre mí en pocas horas con una computadora provista de conexión a Internet y una
sola llamada telefónica... sin infringir ninguna ley.

Si invirtiera usted un poco más de tiempo, se enteraría de que mi número de Seguro Social es el 577-86-
4300, que pagué 812 mil dólares por la casa que compré y que guardo mi dinero en el Bank of America.

Además, las empresas registran todos mis movimientos. Yo no me fijo en lo que como, pero Safeway sí,
con ayuda de mi tarjeta de cliente selecto. Las telefónicas saben dónde estoy cuando hablo por el celular, y
las tiendas de ropa analizan mis compras en detalle y lo registran todo, desde cuánto me ha crecido la
cintura (de la talla 32 a la 35) hasta mi reciente pasión por los trajes de tres botones.

Las agencias de información crediticia saben cuántas veces he solicitado crédito y cuántas he hecho pagos
con atraso a mi tarjeta Citibank MasterCard (número 6577... no soy tan estúpido). Todo queda asentado en
mi expediente permanente.

Hay cámaras de vigilancia que me observan en centros comerciales y a veces en la calle. Hasta mi
computadora me espía. Una revisión de mi disco duro revela que hay 141 cookies puestas allí por empresas
que me siguen la pista por toda la Red. Hace poco navegué por un sitio pomo (sólo porque un viejo amigo
mío ,lo maneja, lo juro). Las cookies quizá ya lo saben, y mi patrón también. Después de todo, mi contrato
laboral le permite rastrear mis pasos por la Red en la oficina, y también leer mis mensajes electrónicos de
trabajo.

Si mi patrón no me espía, puede que el FBI sí: su programa Carnivore escudriña enormes flujos de e-mails
en busca de actividad delictiva. Ellos -me refiero al FBI, a un millar de compañías, a un millón de vendedores
por teléfono, a mi patrón, a mis enemigos y tal vez hasta mis amigos- saben todo esto de mí, y más. Y a
menos que sea usted un ermitaño tecnofóbico que todo lo compra en efectivo, saben lo mismo de su vida.
Sobre lo cual opino: ¡aleluya!

Yo Soy DE LA MINORÍA. La paranoia de la violación de la privacidad se ha vuelto una obsesión nacional.


Desde noviembre de 2002, intelectuales, políticos y activistas defensores de la intimidad han puesto el grito
en el cielo por las últimas medidas de intrusión gubernamental en la vida privada. La oficina de Co-
nocimiento Total de la Información, del Departamento de Defensa, planea reunir una inmensa cantidad de
detalles sobre todos los estadounidenses -desde qué compran hasta a dónde viajan- en bases de datos
gigantescas, y luego analizar lo reunido en busca de pistas que los lleven a atrapar terroristas. Dicha oficina
ha sido acusada de orwelliana, y hay esfuerzos por detener sus planes.

Se podría llenar una biblioteca con libros alarmistas sobre la intromisión en la vida privada. El Congreso y
las legislaturas estatales están inundados de iniciativas para defender la intimidad. Circulan historias que
avivan la alarma, como la de un marinero al que se intentó expulsar de la Armada tras haber anotado la
palabra gay en un registro de Jnternet supuestamente confidencial; o la de un acosador que, luego de
comprarle a una agencia de información de la Red la dirección de la mujer tras la cual andaba, la encontró y
la asesinó; o la venta de números del Seguro Social por LexisNexis.

La esencia del movimiento de defensa de la privacidad puede resumirse en una idea: el gobierno, erigido
en el Big Brother orwelliano, y las grandes empresas nos observan con demasiada frecuencia sin nuestro
consentimiento. Los detalles más íntimos de nuestra vida se venden y se usan en secreto para formar juicios
sobre nosotros, y no podemos, hacer nada al respecto. Suena aterrador, pero lo cierto es que la cruzada en
pro de la privacidad está construida sobre una base de hipocresía, paranoia, ignorancia económica y falsa
nostalgia.

El primer defecto de la privacidad es que a la gente le importa mucho la propia, pero muy poco la ajena.
Nos indignamos ante el hecho de que cualquiera pueda consultar el registro de nuestras propiedades o leer
nuestras actas de divorcio, porque nuestra vida es asunto propio y de nadie más.
Pero apuesto a que usted quisiera saber si a la niñera de sus hijos alguna vez la arrestaron por maltrato
de menores, si su socio comercial se ha ido varias veces a la quiebra o si su novio está casado. Si su esposo
huyera del estado para eludir la manutención de sus hijos, ¿no recurriría usted a su número del
Seguro Social, expediente de conductor, registros de propiedad o cualquier otro medio para localizarlo?

Si las autoridades hubieran usado las más elementales técnicas de obtención de datos antes del TI de
septiembre, habrían podido detener al menos a TI de los aeropiratas, según un informe de la Fundación
Markle. ¿No es motivo suficiente para permitir que el FBI sepa si el mes pasado compró usted una consola
de videojuegos Xbox?

Está cundiendo el temor de que las empresas nos acechan constantemente. Es un temor fundado, pero
tampoco en este caso vale la pretensión de privacidad, tanto porque "protegerla" resultaría muy costoso
como porque no están violándola.

Las compañías ignorantes se van a la quiebra. Un estudio reciente reveló que restringir el flujo de
información mercado técnica elevaría hasta en TI por ciento los precios de la ropa que se vende por
catálogo, lo que costaría a los vendedores mil millones de dólares al año. Al comprar listas de direcciones y
perfiles de clientes, Victoria's Secret puede enviar un catálogo a mi domicilio, e International Male sabe que
no valgo la pena como cliente. Así, sus costos de comercialización se reducen al mínimo, nos mandan menos
correspondencia publicitaria y nos ofrecen mejores precios y catálogos de ropa que es posible que
compremos.

Tal vez al padre de usted lo vestía un sastre enterado de que usaba trajes de saco largo de talla 44 y de
que prefería las rayas tenues. Las amistades como ésa están extintas; fueron eliminadas por las megatien-
das y las compras desde la comodidad del hogar. Pero ahora, cuando me conecto con Amazon.com, me
anuncian otro libro sobre privacidad, porque Amazon sabe que suelo comprar libros sobre el tema. Me
ahorran tiempo (que es dinero) al ofrecerme lo que me gusta.

Compartir la información también promueve el espíritu empresarial. Gracias a las listas de nombres
baratas, los principiantes pueden competir con negocios titánicos, lo que redunda en precios más bajos y
mejores productos.

LA PÉRDIDA DE LA PRIVACIDAD ha hecho que sea mucho más barato usar tarjetas de crédito o comprar
casa. Las compañías crediticias e hipotecarias reúnen y comparten información sobre quién paga, quién no,
etc. Como tienen identificados a los posibles insolventes, ofrecen mucho menores tasas de interés a la gente
con buen historial y ponen el crédito al alcance de clientes más pobres.
Es cierto que ahora es más fácil hacerse pasar por otro, pero también que el fraude con tarjeta de crédito,
delito mucho más común, se ha dificultado.
La compañía emisora de una tarjeta, a menudo descubre al ladrón antes de que el cliente note que la ha
perdido (sus computadoras están alertas y detectan un cambio súbito en los hábitos de compra del usuario).
De igual manera, las cámaras de vigilancia reducen los hurtos en tiendas, evitan los robos en cajeros
automáticos y, montadas en las patrullas, disminuyen los casos de brutalidad policíaca. La falta de privaci-
dad tiende a combatir el delito y no a propiciarlo.

Con todo, hay una excepción en el argumento a favor de la transparencia. Si se permitiera la consulta
abierta a los expedientes médicos, en particular a los patrones, las personas quizá evitarían acudir a
tratamiento por miedo a que las señalen o las despidan a causa de sus trastornos.

A MUCHAS PERSONAS les disgusta la idea de que una empresa sin alma sepa que compran ropa interior
sensual, están suscritas a.Penthouse o coleccionan discos de heavy metal. Varias amigas mías se
horrorizaron al recibir anuncios de alimento para bebé poco después de haber dado a luz. ¿Cómo lo sabía el
fabricante? ¿Le compró la información al hospital?

Pero estas inquietudes son un ejemplo de la falacia egocentrista: la idea de que, porque alguien sabe algo
sobre nosotros, le importa. Un rasgo maravilloso y a la vez terrible del capitalismo moderno es que a las
compañías no les importamos. No somos personas; somos billeteras.

A los partidarios de la privacidad les gusta decir que antes las cosas no eran así. Añoran una época -algo
así como el Estados Unidos rural del siglo XIX- en que las tiendas no registraban todas las compras de sus
clientes y los médicos no informaban de los males de sus pacientes a una aseguradora monolítica. Podía uno
abandonar una mala vida en un estado, poner 80 kilómetros de por medio y asumir otra identidad sin que
nadie se empeñara en saberlo. Nada se asentaba en nuestro expediente permanente, porque no lo había.

Los nostálgicos tampoco reconocen que la tecnología ha traído una época dorada para lo que les
preocupa: la verdadera privacidad. No es algo que le importe a Amazon.com, ni que Conocimiento Total de
la Información pueda rastrear, ni datos que haya que proteger cifrándolos. '

Lo opuesto a la privacidad no es la intromisión: es la apertura. La verdadera privacidad es lo que nos per-


mite comunicar esperanzas, sueños, fantasías y temores, y nos hace sentir que podemos confiar todas
nuestras flaquezas y extravagancias a los demás sin dejar de ser queridos. Es el espacio entre nosotros y los
nuestros: el lugar donde todo se sabe y no hay problema.

Nunca ha habido mejor época para la verdadera privacidad. Internet permite a quienes tienen intereses
peculiares, dificultad para socializar o enfermedades, formar comunidades que antes no eran posibles. En la
Red pueden hallar a otras personas que quieren compartir aficiones, asolearse desnudas, o lo que usted
guste.

Al renunciar a un poco de privacidad -es decir, al revelar nuestra condición humana con todas sus
peculiaridades en chat rooms, mensajes electrónicos o grupos que intercambian noticias-, ganamos una
privacidad mucho mayor: la intimidad con otros, el sentirse parte de un grupo. Ser menos reservados a
veces nos da más privacidad; nos hace ser más nosotros mismos.

1. Explique la diferencia entre privacidad e intimidad


2. Cree que la afirmación “renunciar a un poco de privacidad permite ganar intimidad con otros”, ¿es
válida?
3. ¿Se estaría hablando de este problema de no existir un auge por los Sistemas de Información basados
en computadores?
4. En la lectura se afirma: “la falta de privacidad tiende a combatir el delito y no a propiciarlo”; ¿ cree
que es cierto para todos los casos?
5. Esta intromisión en la vida de las personas, ¿en qué casos se puede calificar como delito?. ¿Es un
delito informático?

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