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PRESBÍTEROS DIOCESANOS:
UNA NECESIDAD URGENTE
CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA,
BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA
NOVIEMBRE, 1991
SUMARIO
INTRODUCCIÓN (n. 1)
Los datos
Una simple proyección estadística de estos datos sobre el futuro próximo nos
permite augurar que, de no producirse un fuerte cambio de tendencia, el número
total de sacerdotes diocesanos el año 2000 girará en torno a los 1.700. De entre
ellos no llegarán a 200 los que tengan una edad inferior a los 50 años. Y aquéllos
que sobrepasarán los 70 años serán aproximadamente 700. Si estas previsiones se
cumplen, el servicio presbiteral en nuestras iglesias locales quedará notablemente
mermado.
5. ¿Cómo se explica una convulsión así en unas diócesis que muestran en otros
aspectos de la vida cristiana una vitalidad innegable? La causa básica es el cambio
cultural experimentado por nuestra sociedad. Los indicadores más salientes y los
factores más relevantes de tal cambio nos son ya conocidos. Nosotros mismos los
hemos evocado en algunos escritos pastorales comunes5.
3 En 1965, las diócesis de Pamplona y Tudela tenían 279 alumnos en el Seminario mayor;
Bilbao, 223; San Sebastián, 180; Vitoria, 93. En octubre de 1991 las cifras son éstas: Pamplona-
Tudela, 33; Bilbao, 18; San Sebastián, 9; Vitoria, 9.
4 Cfr. Situazione attuale delle vocazioni. Informe al Sínodo de los Obispos, elaborado por
• Factores socioculturales
− En un ambiente en el que las personas, las cosas, las relaciones, los proyec-
tos, las ideas, “la vida”, cambian tanto, el joven experimenta no ya dificultad sino
alergia para tomar decisiones que, como el presbiterado, comprometen toda la per-
sona para toda la vida.
• La transformación de la familia
8. Por otro lado, al empobrecerse el clima creyente dentro del hogar, la calidad y
la intensidad de la educación religiosa familiar se ha resentido palpablemente. En
bastantes casos se ha apagado casi totalmente. Una fe debilitada induce a muchos
padres a subestimar la vocación presbiteral como destino posible de alguno de sus
hijos.
Es cierto que existen familias en las que se aprecia y valora la vocación sacer-
dotal. Pero no es el caso más corriente. Algunos padres se resisten a la hipótesis de
una vocación semejante en la familia, porque piensan que la vida matrimonial ga-
rantiza mejor que la existencia célibe la felicidad futura de sus hijos. Bastantes re-
chazan la simple propuesta vocacional dirigida a los suyos, como si se tratara de
una forma de presión o de imposición. Otros no llegan a oponerse, pero tampoco se
sienten dispuestos a animarlos en esa dirección. No faltan quienes, dispuestos a
admitir la vocación de sus hijos, reclaman unos signos vocacionales evidentes que a
ciertas edades es prematuro exigir.
Pero tras haber evocado este factor fundamentalmente saludable que ha teni-
do un “efecto secundario” desfavorable para la vocación al presbiterado, “hemos de
tener el valor de reconocer que la crisis vocacional que padecemos persistentemente
en la Iglesia..., además de ser fruto de muchas causas reales de tipo demográfico,
económico, social, cultural, institucional... nos invita a revisar si no responde tam-
bién a deficiencias graves, omisiones y desequilibrios en nuestra vida y en nuestra
pastoral”6. El invierno vocacional se debe también a factores eclesiales negativos
que es preciso desvelar con humildad y lucidez.
10. Antes de describir las causas parciales y concretas de origen eclesial, resulta
obligado aludir a una causa más general y fundamental: la crisis de la comunidad
cristiana.
6 SEBASTIÁN, F., Pastoral vocacional en la iglesia particular, en Todos Uno, n. 103, p. 77.
la fe se vuelve difícil, el comportamiento cristiano queda perplejo y la comunidad
cristiana se siente desorientada.
Una Iglesia débil es una matriz poco apta para engendrar vocaciones evangéli-
camente radicales. El caldo de cultivo connatural de una auténtica floración voca-
cional es una comunidad vigorosa por su adhesión a Dios, su cohesión interna, su
testimonio valeroso y su servicio abnegado a la sociedad.
12. La propuesta vocacional es todavía entre nosotros una práctica pobre. No son
muy numerosos los presbíteros, educadores, padres y comunidades que la realizan
de manera decidida. Resulta, con frecuencia, intermitente, pusilánime, tardía, poco
interpeladora. Parece encubrir en ocasiones una insuficiente valoración del sacer-
docio o una deficiente confianza en la fuerza de la gracia y en la capacidad de res-
puesta de los jóvenes. El temor a parecer proselitistas o a crear una tensión en la
relación con los jóvenes puede cohibirnos en exceso. Estos complejos se revisten a
veces de razones válidas como el respeto a la intimidad y a la libertad de los jóve-
nes. Se omite de este modo esa llamada humana que da cuerpo a la llamada del Se-
ñor y despierta dinamismos dormidos en el corazón del creyente.
• Las secularizaciones
Las consecuencias
14. Un fenómeno que afecta a un órgano tan vital de la comunidad cristiana tiene
que comportar consecuencias negativas. Algunas son ya percibidas con claridad.
Otras son solamente entrevistas todavía y se harán sentir más dolorosamente en mi
futuro próximo.
• Consecuencias actuales
• Consecuencias futuras
Signos de esperanza
− En general, existe una sintonía entre las más nobles aspiraciones atribuidas
desde siempre a la juventud y la vocación presbiteral. Ambas tienen en común la
gratuidad frente al espíritu de contrato; la solidaridad frente al narcisismo; la espe-
ranza frente a la resignación apática; la abnegación frente al consumismo; la bús-
queda del sentido y de la trascendencia frente a la fijación en el momento presente.
Por muy adormecida que pueda parecer una juventud, es difícil destruir en ella ese
sedimento activo que constituye el mayor tesoro de cada generación juvenil. Esta
sintonía de fondo permite que, en determinadas circunstancias, pueda, resonar “in-
esperadamente” en su interior una llamada sobrecogedora que les invite a dar una
respuesta generosa.
− En realidad, toda generación juvenil suele contar siempre con un “resto so-
ciológico”. Se trata de una minoría significativa que, perteneciendo inequívocamen-
te a su generación, no participa de sus aspectos más débiles y oscuros. Esta minoría
existe. Todos conocemos jóvenes que, por su limpieza, la fibra de su carácter y el
perfil neto de su fe son tierra propicia para una propuesta vocacional valiente y re-
alista.
A través de todos estos signos trabaja silenciosamente el amor del Padre que
sigue llamando. Actúa la gracia de Jesucristo que necesita prolongarse en los pres-
bíteros como Pastor. Y se hace presente el Espíritu Santo que quiere conducir a la
Iglesia a una comunión que sea vida para el mundo. A nosotros nos toca descubrir,
adorar y secundar la acción de Dios.
7 Cfr. TOHARIA, J.J., Cambios recientes en la sociedad española, Madrid, IEE 1989, p. 29.
8
Presbyterorum ordinis, 11.
II.− EL MINISTERIO DEL SACERDOTE DIOCESANO
18. Este servicio humilde es vital para la Iglesia. Es un servicio básico del que de-
pende la global salud espiritual de la comunidad cristiana. Es importante compren-
der esta necesidad del presbítero. Sólo así evitaremos el riesgo de sobreestimarlo o
subestimarlo.
19. Notemos que los sacerdotes no tenemos ninguna exclusiva de ser signo de
Cristo. La Iglesia entera es el gran signo del Señor. Ella, en su variedad, está llama-
da a reflejar la variedad de rasgos del rostro de Cristo. Cada creyente reproduce a
Cristo subrayando alguno de sus rasgos: la oración, la consagración a los margina-
dos, la paciencia en el sufrimiento, la pobreza. Los sacerdotes reproducen los rasgos
de Cristo Pastor.
Ciertamente los sacerdotes necesitamos, tanto como los demás, “ser pastorea-
dos” por el Señor. Somos discípulos antes que educadores de la fe, necesitados de
misericordia antes que señales del perdón de Dios, miembros de la grey antes que
pastores. Llevamos el tesoro del ministerio en vasos de arcilla10. Los sacerdotes son
“hombres con su código genético, con tu constitución concreta... pobres, débiles,
cansados... Cuando el obispo les impone las manos, les asegura la gracia para un
ejercicio digno y válido del ministerio; no los transforma en ángeles. La gracia reci-
bida se realiza en la flaqueza, en la capacidad de equivocarse, en la impotencia”
(Rahner).
Pero no por esta debilidad sigue siendo la gracia de su ministerio menos nece-
saria para la Iglesia. Una comunidad cristiana que no es constantemente regada por
la Palabra, los sacramentos y el gobierno pastoral, languidece, se desnaturaliza y se
desintegra. Cristo se convierte para ella en un personaje del pasado; el Evangelio,
en letra muerta. La oración se desvaloriza y se apaga; la predicación se torna propa-
ganda; el compromiso cristiano se adultera. En resumen: la penuria de presbíteros
trae consigo el debilitamiento de la Iglesia.
20. La necesidad de los sacerdotes resulta todavía más patente cuando analiza-
mos cómo y por qué nació el ministerio ordenado en la Iglesia de los apóstoles, re-
flejada en el NT.
21. Los obispos y presbíteros de hoy hemos heredado esta misma misión: garan-
tizar y procurar la autenticidad cristiana de nuestras comunidades.
Nuestra misión consiste no sólo en vigorizar a las comunidades, sino en velar por
que ellas, en continuo y servicial intercambio con la sociedad, mantengan un estilo
cristiano auténtico, sin sucumbir a las influencias exteriores y tentaciones interiores
que puedan desvirtuar su fidelidad fundamental. En un tiempo tan preocupado por
la “marca” de los productos, tan propenso a las imitaciones y tan exigente en recla-
mar la garantía, el ministerio apostólico compartido por obispos y presbíteros sería
como la garantía que asegura que esta comunidad concreta es sustancialmente
idéntica a las comunidades creadas por los Apóstoles y queridas por el Señor.
El autor de la carta a los Hebreos nos ha legado una concepción muy rica del
sacerdocio de Cristo. El Señor no perteneció por nacimiento a ninguna de las fami-
lias sacerdotales existentes en Israel para realizar en el templo actos cultuales en
23. El sacerdocio común de todos los fieles, nacido del sacramento del Bautismo y
expresado en toda su plenitud en la Eucaristía, es el fundamental y el principal. El
sacerdocio especial de presbíteros y obispos está a su servicio17. Tiene como objetivo
estimular y avivar en todos los cristianos su sacerdocio común. Se propone ofrecer-
les la luz, la compañía y el testimonio que necesitan y reclaman para hacer de su
vida una ofrenda a Dios y una entrega a los demás, incorporada a la ofrenda de
Cristo en la Eucaristía.
13 Cfr. Hb 5,1-10.
14 Cfr. Ap 5,9-10.
15 Cfr. 1 Pe 2,4-5.
16 Cfr. Rm 12,1-2; 1 Pe 5,1-4.
17 Cfr. Lumen gentium, 10 p.2.
18 Cfr. 2 Tm 1,6-8.
25. Pero el presbiterado no es simplemente un carisma junto a otros. Es un ca-
risma especial al servicio de los otros. Si todos los carismas convierten al agraciado
en servidor, el carisma presbiteral lo convierte en servidor de servidores. El servicio
concreto que el presbítero debe a otros carismas puede condensarse en tres direc-
ciones: descubrirlos, discernirlos y armonizarlos.
26. Las reflexiones precedentes atestiguan que el presbítero es “un hombre para
la comunidad cristiana”. Pero la Iglesia no es una comunidad cerrada y centrada en
sí misma. La orientación al mundo le es esencial. Ella ha sido convocada para ser
enviada. Y ha sido enviada para evangelizar. Éste es el gran servicio que la Iglesia
debe a la humanidad.
• Impulsores de la evangelización
19 Cfr. Jn 17,2.
ejercerían una labor misionera ni en lejanos pueblos de misión ni en esta misión
más cercana que es nuestra sociedad secularizada.
• Promotores de la paz
52. El compromiso con los pobres y la promoción de la paz revelan ya, de alguna
manera, en el rostro del presbítero, unos rasgos que pertenecen a la esfera de una
sociedad alternativa. Otros muchos valores encarnados, siquiera modestamente, y
predicados por la vida y ministerio de los presbíteros, apuntan en la misma direc-
ción.
− Infundir esperanza en una sociedad que sabe programar pero tiene crecien-
tes dificultades para esperar y confiar, equivale a enriquecer en el hombre y a acti-
var en él la espontánea alegría de vivir. Quienes, como los sacerdotes, se dedican a
esta labor preparan un futuro más humano.
35. − Una persona que dedica su vida a cultivar la fe de los demás y a testificar la
suya muestra una convicción y una coherencia poco comunes que constituye para
todos un testimonio respetable y edificante.
36. Un servicio tan necesario para la Iglesia, y tan saludable para la sociedad está
postulando que el servidor ponga, en él no sólo su exterioridad y corrección, sino
también su interioridad y su corazón. La palabra, los gestos y las acciones salvado-
ras de Cristo tienen un alma, es decir, unos motivos y unas actitudes que les dan
vida. Actualizarlos adecuadamente ante la comunidad comporta reproducir no sólo
la conducta exterior, sino la vivencia interior del Señor. Esta vivencia interior se
llama espiritualidad. Evocamos aquí dos de sus dimensiones fundamentales.
• Seguir a Jesús
37. Todo el Nuevo Testamento, desde los primeros escritos hasta los más tardíos,
está impregnado de esta convicción: sin seguimiento e imitación del Señor no es
concebible la misión apostólica. La separación entre vida evangélica y ministerio
apostólico es “antinatural”. Es “una posibilidad imposible” (Von Balthasar). Los
sacerdotes “son compañeros, pero siendo seguidores; predican, pero siendo ense-
ñados; proclaman, pero siendo testigos; guían, pero siendo hermanos y amigos del
único Pastor”22.
21 Creer hoy en el Dios de Jesucristo, Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebas-
Seguir a Jesucristo exige libertad frente a los bienes24, frente a las condiciones
de vida25, frente a la familia26 y frente a las aspiraciones y ambiciones más ínti-
mas27. Comporta inevitablemente la contradicción y el sufrimiento28. Pero es fuente
de inmensa y profunda alegría29. En fin, el seguimiento nos introduce inmediata-
mente en el “nosotros” de la comunidad de seguidores que se convierte así en nues-
tra, primera pertenencia30.
• La caridad pastoral
39. Todas las virtudes del presbítero diocesano quedan modificadas por la caridad
pastoral y reciben de ella el sello propio del pastor. Su oración “está ligada al apos-
tolado; tiene en él su origen y en él encuentra su alimento” (Lyonnet). Su ascesis
está orientada a sobrellevar los trabajos y contratiempos de la actividad pastoral. Su
pobreza se concreta en formas que favorecen la disponibilidad pastoral y la familia-
ridad con los marginados.
23 Cfr. Mc 3,14.
24 Cfr. Mt 19,21.
25 Cfr. Lc 9,57-58.
26 Cfr. Lc 9,59-62.
27 Cfr. Mc 10,41-45.
28 Cfr. Mc 8,34-38.
29 Cfr. Mt 5,11-12; 19,27-29.
30 Cfr. 1 Jn 3,16.
31 Cfr. Presbyterorum ordinis, 14.
32 Cfr. Ibid., 13.
Esta desproporción nos avergüenza. Pero no es éste el sentimiento dominante. Ex-
perimentamos la alegría de ser llamados a estas cimas. Nos sentimos atraídos por
ellas. Después de años de sacerdocio mantenemos el ardor de avanzar en la direc-
ción que nos marcan, aunque somos conscientes de que siempre quedaremos muy
abajo. Comprended nuestra debilidad. Estimuladnos con vuestra oración, vuestro
apoyo y vuestra crítica.
La llamada
40. El autor de la carta a los Hebreos, tras haber diseñado el perfil del sacerdo-
cio33, continúa con estas palabras: “Y nadie se atribuye tal dignidad, sino el llamado
por Dios”34. Puede parecer que ser presbítero es una pura opción del candidato
efectuada por motivos de generosidad o de responsabilidad y aceptada por la Igle-
sia. Puede parecer una simple elección de un camino que el aspirante considera
realizador de su persona. Puede incluso parecer, en algunos casos, una especie de
necesidad del corazón. La verdad profunda es otra: “no me habéis elegido vosotros
a mí; yo os he elegido a vosotros... para que vayáis... y vuestro fruto permanezca”35.
En otras palabras: somos sacerdotes por vocación.
• La vocación en la Biblia
33 Cfr. Hb 5,1-3.
34 Ibid., v. 4.
35 Jn 15,16.
36 Cfr. Ef 4,1-6.
37 Cfr. Lc 1,26-37.
38 Cfr. Mt 4,18-22; Jn 2,25-51.
39 Cfr. p.e. Ex 3,7-9; Is 6,1-13; Jr 1,4-10.
Biblia refleja el surgimiento de este “hombre nuevo” cambiándole el nombre.
Abram es, en adelante, Abraham; Jacob es Israel; Simón se llamará Pedro40.
− Es una llamada que postula la entrega de todo el corazón y toda la vida del
llamado. No se es profeta o apóstol como actividad marginal para los tiempos li-
bres. Al llamado no se le puede descomponer en dos: por una parte, su trabajo y,
por la otra, su vida privada. La Biblia no conoce esta “electrólisis”41.
• La vocación en la teología
42. La teología reflexiona sobre la vocación cristiana común y sobre las vocacio-
nes específicas. Entre ellas, presta atención a la vocación presbiteral. Éstas son al-
gunas de sus afirmaciones más relevantes:
− Pero esta vocación es también un signo del amor de Dios para aquél que es
llamado. No es una “recompensa por los servicios prestados”. Ni es una carga difí-
cilmente soportable que “alguien tiene que llevar”. Es desde luego una gracia costo-
sa, pero también gozosa.
46. − Podría suponerse, a primera vista, que, en tiempos poco favorables como los
nuestros, las pocas vocaciones que surjan serán de probada garantía. No es así. La
misma “extrañeza cultural” de la vocación presbiteral favorece el que se sientan
atraídos por ella no sólo personas normales e incluso excepcionales, sino individuos
extraños trabajados por motivaciones dudosas. El temor al compromiso sexual y
amoroso, el miedo a la intemperie competitiva de la vida civil, el ansia de ser dife-
rente de los demás, el afán desmedido de protagonismo, el “misticismo” de origen
compensatorio, la tendencia a confinarse en planteamientos irreales... puede indu-
cir total o preferentemente una “inclinación vocacional”.
47. La teología del ministerio afirma, con nitidez cada día mayor, que el ministe-
rio ordenado es el carisma para guiar a la Iglesia. Los ordenados reciben, según san
Hipólito, “espíritu de gobierno y de consejo”.
Las tareas
49. Promover equivale aquí a “suscitar, acoger, acompañar y formar”48 las voca-
ciones al presbiterado. Estas cuatro grandes tareas no son fases que se suceden es-
trictamente, sino componentes que, con mayor o menor intensidad se encuentran
en toda tarea vocacional.
La promoción quiere sembrar en todos los jóvenes una sensibilidad para con
el ministerio y recoger en algunos una adhesión personal a él. Ofrece contenidos y
promueve adhesiones. Propone testigos auténticos, llama tanto más delicadamente
cuanto más temprana es la edad de los llamados.
• Suscitar
50. He aquí una tarea básica de la promoción. Consiste en crear las condiciones
objetivas para que emerja o se exprese la inquietud y la llamada vocacional.
51. Pero suscitar es todavía algo más: llamar. Es invitar uno a uno a determinados
jóvenes, en nombre de Jesús y de la comunidad, a plantearse con honestidad si no
estará él llamado a este servicio. Es exponerle con respeto y apremio la necesidad,
la fecundidad, las satisfacciones, las dificultades, los requisitos y los apoyos de una
existencia sacerdotal. Es ofrecerse a acompañarle en el itinerario del discernimien-
to. Es invitarle a abrirse al Señor en la oración y el seguimiento. Es prometerle la
paz y la alegría del Espíritu, si elige bien y generosamente.
• Acoger
Todo este itinerario interior necesita, en primer lugar, ser acogido. La acogida
parte de una lectura creyente de la situación vocacional concreta del candidato.
Acogemos agradecidamente a Dios que, a través de mediaciones, trabaja en el cora-
zón del joven y en el ambiente que lo envuelve. Acogemos al joven tal como es y tal
como está, con respeto, con esperanza, con alegría.
También con esperanza. Los rasgos todavía inmaduros, las motivaciones aún
débilmente evangélicas, los sentimientos llenos de ingenuidad que seguramente
detectaremos desde nuestra condición adulta no deben conducirnos a tachar fácil-
mente de infantiles e inauténticas estas aspiraciones iniciales. Los motivos se enri-
quecen y purifican a lo largo de todo un recorrido. Desestimarlos de entrada revela
un desconocimiento funesto del crecimiento humano y de la pedagogía condescen-
diente de Dios. En algunos casos denota un escepticismo que ha perdido la capaci-
dad de contemplar admirativamente el surgimiento de la vida. Desanimar con
nuestra “experiencia y madurez” a quien, a trompicones, se atreve a confiarnos in-
genuamente sus inquietudes resulta, cuando menos, desalentador e irresponsable.
Acogemos, en fin, estas inquietudes con alegría. Ellas son signo de la resisten-
cia que engendra la fe frente a la cultura dominante despersonalizadora. Son un
botón de muestra de la fuerza de la gracia. Son una brisa que nos hace vislumbrar
que no faltará en la Iglesia el carisma saludable del presbiterado.
• Acompañar
• Formar
58. Estamos ante una fase vital vocacionalmente muy importante. Es un espacio
propicio para una intensa pastoral vocacional.
Esta apreciación goza de sólido fundamento antropológico. El adolescente es
un proyecto vital en ebullición, en pleno “período constituyente”. En el fondo de
este crisol, la fe descubre al Dios que llama, atento a ese proceso, respetando y
orientando la libertad del adolescente.
59. Introducir el “proyecto de cura” como una posibilidad real en ese crisol ado-
lescente del “proyecto de hombre” puede resultar vocacionalmente decisivo. Des-
cuidar y desaprovechar este “tiempo favorable” equivale, en muchos casos, a cance-
lar las posibilidades vocacionales de una existencia concreta. Los deseos sexuales y
amorosos se identifican pronto con un proyecto de pareja; las aficiones profesiona-
les se condensan en torno a un proyecto profesional. La apertura vocacional se cie-
rra; la “plasticidad” se congela.
Nos parece que este cultivo vocacional de la adolescencia es, todavía en nues-
tras diócesis, escaso, fragmentario e intermitente. El temor a llamar demasiado
temprano nos induce a llegar, en muchos casos, demasiado tarde. Es de capital in-
terés poner en marcha una adecuada pastoral vocacional para adolescentes.
60. El adolescente es capaz de percibir una llamada interior y de recibir una lla-
mada exterior. Pero, ordinariamente, no es aún capaz de opciones que lleven consi-
go resoluciones interiores definitivas y rupturas exteriores irreversibles. Las certe-
zas y decisiones prematuras encubren motivaciones siempre insuficientes y a veces
sospechosas. Debemos acompañarlos críticamente poniendo un “tal vez” allí donde
ellos dicen “sí”. No debemos descalificar los arranques vocacionales adolescentes.
61. La juventud es una edad muy adecuada. No sólo para llamar, sino también
para una primera decisión que no sea únicamente interior, antes bien suponga un
compromiso público. En esta fase vital, el joven realiza de ordinario las grandes
opciones existenciales: la elección de profesión, la elección de pareja, la adhesión a
valores personales y sociales rectores de su vida, la adhesión a la fe.
Es también tiempo propicio para optar por el ministerio. Los vaivenes de la
afectividad adolescente se atenúan; el nivel de autonomía interior y exterior para
decidir se eleva notablemente; el coeficiente de realismo se intensifica. Se dan,
pues, las condiciones básicas para una primera elección.
Los protagonistas
De ella nace, en primer lugar, una confianza inquebrantable. Por muy duras
que sean en nuestra sociedad las condiciones objetivas para la emergencia de can-
didatos al ministerio, Dios no puede privar por mucho tiempo a su Iglesia del “sus-
tento necesario” de las vocaciones sacerdotales. Las actitudes derrotistas derivadas
“del análisis riguroso de nuestras sociedades evolucionadas” olvidan que la acción
salvadora de Dios sorprende con frecuencia nuestras previsiones. Las situaciones
de pobreza e impotencia, humilde y confiadamente aceptadas, suelen ser propicias
para que “la fuerza (de Dios) se realice plenamente en (nuestra) debilidad”50. Isaac
es hijo de la confianza inquebrantable de Abraham, que espera del vientre agostado
de Sara un hijo, apoyándose exclusivamente en la palabra de Yahvé. Las vocaciones
50 Cfr. 2 Co 12,9.
presbiterales del futuro serán fruto de una confianza eclesial de la misma enverga-
dura.
51 Optatam totius, 2.
52 Cfr. Christus Dominus, 11.
Debemos y solemos invitar directamente a los jóvenes cristianos en nuestros en-
cuentros formativos y celebrativos con ellos. Tal vez deberíamos también llamar
con energía e interpelar a algunos jóvenes cristianos dotados y generosos.
• La comunidad parroquial
La parroquia está llamada a ser, ante todo, para las vocaciones al presbitera-
do, espacio de una experiencia eclesial básica. Dicha experiencia resulta necesaria
para asentar la eclesialidad de la fe del joven y para suscitar la voluntad de entre-
garse a generar y regenerar comunidades como la que le está generando a él. La
atmósfera calida, la fuerza del proyecto evangelizador y el testimonio que se des-
prenden de la parroquia crean en los jóvenes sentimiento de pertenencia y voluntad
de colaborar. Esta percepción positiva de la parroquia y el vínculo vivo con ella
ayudan sobremanera a los jóvenes a neutralizar o relativizar la imagen negativa,
lejana, vieja y mediocre de la Iglesia que, por muchos conductos, llega a crear en
ellos desafección y desazón.
• Los presbíteros
69. Los carismas del Espíritu llevan en sí mismos el dinamismo que les impulsa a
suscitar en la Iglesia vocaciones del mismo género. El carisma presbiteral es tam-
bién así.
Para que sea culturalmente asumible para los jóvenes, el testimonio presbite-
ral debe encarnarse en un modo de relación abierta al estilo de los jóvenes. Los
presbíteros de poca edad tienen en este punto mayores posibilidades de testimonio
vocacional. Pero las demás generaciones sacerdotales tienen también un quehacer
importante. No adoptando una falsa juvenilidad, sino profesando una real simpatía
a la juventud y un aprecio real de sus valores. Los presbíteros cerrados a cal y canto
a este reconocimiento tienen pocas posibilidades de transmitir a los jóvenes el testi-
go de su propia vocación.
71. Pero el testimonio necesita ser completado por la invitación abierta y la lla-
mada personal. Ni la timidez, ni las heridas propias, ni la dificultad del intento, ni la
dedicación exhaustiva a otras tareas pastorales nos dispensan de esta siembra voca-
cional. Para realizarla con el corazón ensanchado, necesitamos identificar y desacti-
var todas nuestras resistencias mentales y vitales.
• La familia creyente
73. En el esfuerzo por fomentar las vocaciones, “la mayor ayuda la prestan aque-
llas familias que, animadas del espíritu de fe, caridad y piedad, son como un primer
seminario”53.
Existen, con todo, muchas familias que cultivan la fe de sus hijos. Bastantes
siembran con ilusión y respeto, y acogen con alegría y responsabilidad las inquietu-
des vocacionales de los suyos. Se trata de familias de fe muy arraigada. Ensanchar
su número, mejorar la calidad de su fe y prepararles para su misión orientadora es
una óptima inversión vocacional. Los organismos y movimientos responsables de la
pastoral familiar tienen aquí un surco inestimable de colaboración.
75. El ambiente escolar y extraescolar de los colegios eclesiales es, asimismo, es-
pacio apto para una intensa impregnación creyente y para una educación vocacio-
nal básica. Muchos niños y adolescentes, desconectados de sus parroquias de origen
y lejanos a toda influencia religiosa, tienen felizmente en estoy colegios una oportu-
nidad para encontrarse e identificarse con la vocación cristiana.
También, los profesores de Religión en los centros públicos han de estar aten-
tos a esta educación vocacional y deben recibir de los servicios diocesanos las orien-
taciones, los apoyos y los materiales requeridos.
El estilo
• Un estilo de comunión
• El estilo de la planificación
• El estilo dialogal
Es, por fin, importante el diálogo horizontal: el que se instaura en el seno del
grupo vocacional. La influencia movilizadora de este diálogo es impresionante. Po-
cas cosas interpelan más a un joven que los descubrimientos u oscuridades, los en-
tusiasmos o abatimientos de sus compañeros de itinerario vocacional.
81. Hemos abordado extensamente ante vosotros un problema vital para nuestras
iglesias locales. Toda esta reflexión está reclamando de vuestra parte una recepción
activa que, con docilidad adulta, asimile los criterios aquí enunciados y aplique las
orientaciones aquí consignadas. Esta Carta Pastoral está escrita para que “la pala-
bra se haga carne” en una actividad pastoral lúcida y motivada. Quiere ser un nuevo
punto de arranque que relance el trabajo hasta ahora realizado y abra nuevos cami-
nos todavía inexplorados.
82. Queremos, en fin, cerrar esta larga meditación en torno a la vocación al pres-
biterado diocesano con la evocación de una mujer entrañable para la comunidad
cristiana, María, cuya vocación consistió en acoger y acompañar la Vocación del
Único Sacerdote en plenitud: Jesucristo.
La manera como ella acogió y secundó su propia vocación está llena de leccio-
nes para nosotros. María asumió con una fe no exenta de oscuridades la misión de
concebir, gestar y educar al Hijo de Dios54. Ella cumplió abnegada, y generosamente
las tareas que esta misión le asignaba, con la alegría de colaborar con Dios, y con la
entereza y discreción requeridas por una colaboración exigente y delicada.
A ella dirigimos nuestra mirada para colocar confiadamente bajo la suya esta
ardiente preocupación por las vocaciones a nuestros presbiterios. A ella le pedimos
que podamos ver florecer pronto en nuestras diócesis de Euskal Herria generacio-
nes nutridas y excelentes de nuevos presbíteros que puedan vigorizar estas iglesias
y servir a otras más necesitadas.
54 Cfr. Lc 1_2.
55 Cfr. Lc 1,46-55; 2,19. 33. 51.
56 Cfr. Jn 19,25-27.