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Procesos de aprendizaje: desarrollo de las habilidades comunicativas.

2º Doble Grado de Magisterio de Educación Infantil y Educación Primaria.

Peña Alonso, Anabel

EL USO SEXISTA DE LA LENGUA


Vivimos en una sociedad inmersa en una continua lucha para conseguir la
igualdad entre hombres y mujeres. Cada vez son más personas las que se lanzan a las
calles para acabar con las situaciones a las que tiene que hacer frente una mujer, por el
simple hecho de haber nacido con una condición biológica determinada. Se lucha para
acabar con las desigualdades laborales, sociales, familiares y un largo etc. Pero ¿Nos
hemos parado a pensar en el impacto que tiene esta desigualdad en el lenguaje? ¿Se
debería luchar también para solucionarlo?

Para comprenderlo mejor debemos remontarnos a la época prerromana,


aproximadamente al siglo III a.C., cuando surge una variante moderna del latín, conocida
como castellano. Los orígenes de esta lengua se producen en una sociedad en la que la
figura femenina posee un carácter social invisible y, por tanto, así se traslada en el uso
de la misma.

Unos cuantos años después de su aparición, podemos seguir observando como


a nivel lingüístico el castellano posee ciertos matices desfavorables para la mujer. En
primer lugar, a nivel léxico, encontramos multitud de adverbios y adjetivos que
aplicados en masculino poseen un carácter positivo, pero en femenino adquieren un
carácter negativo. Incluso en los casos en los que el masculino pueda significar algo
negativo, con el uso del femenino se otorga un carácter sexual al significado del término.
Por ejemplo, zorro hace referencia a un animal macho mientras que zorra se utiliza como
insulto. O ligero, para expresar algo con poco peso, pero en el caso de ligera se utiliza
para hacer referencia a una mujer que se muestra poco formal en relaciones amorosas.
A nivel pragmático, se refleja también una visión machista de la sociedad en el uso de
las formas de tratamiento. Es frecuente utilizar Señor García y señora o Señora de
García. Formas en las que se puede observar como la mujer no posee una identidad
propia, siempre está bajo la figura del hombre. Al igual que con la mujer se utiliza el
nombre de pila, y en el caso del varón utilizamos su apellido. Un claro reflejo de la
autoridad que ejerce el varón a nivel social.

Quizás a nivel formo-sintáctico sea más complejo desvincular los rasgos


machistas de los caracteres lingüísticos de la lengua. Un ejemplo muy común es el uso
del masculino genérico. Utilizamos la forma masculina para hacer referencia a un
conjunto de personas en el que hay tanto hombres como mujeres. Este fenómeno se
respalda en la defensa de muchos y muchas, como una cuestión puramente lingüística.
Sin embargo, es cierto que podemos evidenciar cierta actitud machista en él, al intentar
ocultar la participación de la mujer en la sociedad. Cuando entramos en un sitio público
en el que la mayoría o incluso todas son mujeres, no se nos ocurre referirnos a este
grupo utilizando el femenino si hay un hombre. Por otro lado, cuando formulamos los
nombres de las profesiones en muchos casos utilizamos el masculino para referirnos a
ambos. Puede que decir “Todos los ciudadanos en la antigua roma tenían una
participación activa en el comercio” sea correcto, ya que solos eran hombres los que
participan en las actividades sociales. Sin embargo, decir hoy en día esa misma frase
extrapolada al contexto actual, me parece machista en cierto modo porque las mujeres
han adquirido la misma importancia que los hombres a nivel comercial. Y, por tanto,
sería oportuno y correcto decir que “las mujeres y los hombres tienen una participación
activa en el comercio”. Por ejemplo, es muy poco frecuente escuchar doctora. E incluso
cuando se produce la incorporación de las mujeres en un oficio que siempre había sido
ocupado por varones, se muestra cierto rechazo a utilizar el nombre de la profesión en
femenino. Por ejemplo, juez y jueza. Todo lo contrario, ocurre cuando la misma situación
se produce a la inversa, ya que la aparición del nombre de la profesión en masculino se
produce de manera rápida y sin críticas. Por ejemplo, modisto.

Una vez expuestas todas las evidencias sobre el sexismo que se esconde detrás
de la lengua española, considero que está en nuestras manos el poder cambiarlo. Si
nuestra sociedad evoluciona, cambia y no es igual que la sociedad de la época
prerromana, ¿Por qué el uso y el lenguaje en sí ha permanecido intacto? El papel de la
mujer ha cambiado mucho desde la aparición del castellano, y por tanto a nivel social se
debería cambiar también la manera que tenemos de expresarnos y de utilizar esta
lengua. Al igual que el mundo laboral ha sufrido un cambio en beneficio de las mujeres,
las características lingüísticas de nuestra lengua también deberían hacerlo, pues son
igual de importantes para el reconocimiento de la figura femenina en la sociedad.

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