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Uso sexista de la lengua española

Toda sociedad posee una cultura propia, es decir, un conjunto determinado de maneras
de pensar, sentir y actuar que son formalizadas, aprendidas y compartidas entre la
comunidad. Un rasgo común y característico de todas las sociedades alrededor del mundo
es que son patriarcales, o dicho de otra forma, machistas y androcéntricas. Sabemos que a
través de la lengua se crea cultura y también se pueden expresar ciertos valores e
ideologías, eso nos lleva a preguntarnos: si la sociedad es machista, ¿lo es la lengua?

Este debate está muy presente en nuestros días y son muchos los argumentos que se han
expuesto para determinar que la lengua no es sexista. Sus defensores señalan que las
recomendaciones para un uso no sexista de la lengua vulneran tanto las normas
marcadas por la Real Academia de la Lengua Española como a la gramática normativa.
Asimismo, añaden que cambiar dichas normas o modos de expresarse en busca de un
discurso menos sexista es insostenible pues son aspectos gramaticales o léxicos muy
asentados.

Una de las cuestiones más polémicas entorno a si el uso de la lengua es machista o no es


el masculino genérico, la forma gramatical para referirse a ambos géneros englobándolos
en el término masculino. Frente a este uso del español, muchas corrientes optan por el
desdoblamiento de los sustantivos (maestros y maestras) o el uso de un sustantivo
colectivo para incluir tanto a hombres como mujeres (profesorado). Sin embargo, la
posición de la RAE frente a esta problemática está muy clara y así lo refleja en su página
web:

“Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En
los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino
para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos.”

Ignacio Bosque, miembro de la Real Academia Española (RAE) desde 1997, apunta que
las numerosas guías con recomendaciones para un uso no sexista de la lengua que se han
publicado no cuentan en su elaboración con lingüistas y que se hacen desde un punto de
vista moralista en vez de filológico. En su texto Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer,
donde analiza las guías mencionadas anteriormente, se pregunta “qué autoridad
(profesional, científica, social, política, administrativa) poseen las personas que tan

Irene Cañaveras Sánchez


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escrupulosamente dictaminan la presencia de sexismo en tales expresiones, y con ello en
quienes las emplean” (Bosque, 2012, p. 6).

A pesar de este juicio que elabora Bosque, sí existen lingüistas que apoyan, y cada vez con
más fuerza, la idea de que se hace un uso sexista de la lengua.

La lengua y la realidad están íntimamente relacionadas ya que “los términos, las frases y
el lenguaje que la gente usamos para describir la realidad, las cosas y las personas
organizan nuestra estructura interpretativa de las mismas” (Bengoechea, 2015). Esto
quiere decir que la forma en la que nos expresamos influye en las imágenes mentales que
tenemos sobre el mundo que nos rodea. En el caso del uso sexista de la lengua, este
fomenta ideas como el género femenino como débil, las mujeres como sujetos pasivos,
histéricas o en el mismo plano que los niños y niñas.

Cada vez que hablamos estamos tomando decisiones acerca de qué formas usar en todos
los niveles: fonológico, morfológico, sintáctico, léxico o semántico, y estas elecciones
vienen condicionadas por la sociedad machista y androcéntrica en la que vivimos. Son
muchos los ejemplos donde podemos ver como la lengua refleja, e incluso perpetúa, la
situación de discriminación e invisibilización que sufre el colectivo de mujeres en esta
sociedad patriarcal.

Desde que el uso de la lengua pasó a ser objeto de análisis y reflexión, el plano léxico fue
de los primeros en señalarse. Esto se debe a que en este nivel nos encontramos con
adjetivos y sustantivos que cambian radicalmente su significado dependiendo de si van
dirigidos a hombres o a mujeres. Asimismo, normalmente los adjetivos negativos hacia
las mujeres se refieren a su vida sexual. Esto promueve una idea muy clara: lo peor que
puede hacer una mujer es disfrutar de su sexualidad, para ser “buena mujer” debe estar
solo con un hombre. Sin embargo, esta concepción no se da en la dirección contraria.

Algunos ejemplos de esta idea son zorro/zorra – en masculino se refiere a alguien astuto,
mientras que en femenino a prostituta – lo mismo pasa con hombre público – famoso – y
mujer pública – de nuevo, prostituta –. Y como estos casos existen muchos más, lo
suficientemente normalizados en nuestra comunidad como para que muy poca gente se
los cuestione o para que tomen por loca a quien lo señale.

Irene Cañaveras Sánchez


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Siguiendo el orden de planos, nos encontramos con el nivel morfo – sintáctico. Dentro de
él se localiza el masculino genérico, un uso gramatical que, como ya se ha dicho antes, es
de los más polémicos. Recordando los argumentos presentados por sus defensores,
hablaban de la innecesaridad del uso de desdoblamientos y de la comodidad del uso del
término masculino para referirse a ambos géneros. Sin embargo, ¿es legítimo sacrificar la
visibilidad de la mujer por la “comodidad”?

Lo primero que hay que tener en cuenta para comprender que sí es necesario referirse a
ambos géneros por separado es la situación de la mujer. En un mundo donde se
invisibiliza y desplaza al colectivo, es inexcusable mencionarlo para reivindicar su
presencia. El uso del masculino genérico cimienta aún más el androcentrismo de la
sociedad, pues cuando escuchamos los términos “abogados” o “médicos” un porcentaje
muy alto de gente solo visualizará varones en su imagen mental.

Además, la excusa de la economía de la lengua tiene fácil solución pues se puede hacer
uso de sustantivos colectivos tales como seres humanos, profesorado, abogacía,
alumnado, etc. Estos hacen referencia a todos los participantes de la situación sin
denominar los géneros.

Otro aspecto a resaltar, donde se puede observar sexismo es en las denominaciones de las
profesiones. Son muchos los casos en los que todavía no se cambia la terminación –o por
–a cuando es una mujer quien ejerce, y en los casos en los que sí se hace ha llevado mucho
tiempo conseguirlo. No obstante, en los casos contrarios, es decir, la incorporación de
hombres en una labor tradicionalmente femenina, el cambio se ha dado rápido e incluso
se han creado neologismos para referirse a ellos, como es el caso de modisto.

En conclusión, aunque muchos se nieguen a aceptarlo, sí existe un uso sexista de la


lengua. Esto no quiere decir que la lengua por sí sola sea machista ya que somos los
hablantes quienes la moldeamos a nuestro gusto, guiándonos por nuestros valores e
ideologías. Es por ello que es primordial extender una educación en igualdad e ir
erradicando, poco a poco, la discriminación hacia las mujeres. Con este fin, debemos ser
cuidadosos y cuidadosas con la forma que elegimos para expresarnos y el mensaje que
queremos trasmitir, evitando estereotipos y roles de género. Solo de esta forma
podremos alcanzar una sociedad mejor donde ya no existan usos sexistas de la lengua,
pues reflejará la igualdad establecida.

Irene Cañaveras Sánchez


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Referencias bibliográficas

Bengoechea, M. (2015). Guía para la revisión del lenguaje desde la perspectiva de


género. Proyecto Parekatuz. Diputación Foral de Bizkaia.

Bosque, I. (2012). Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer. Boletín de Información


Lingüística de la Real Academia Española, (1), 1-18.

Real Academia Española. Consultas lingüísticas. Recuperado de:


http://www.rae.es/consultas/los-ciudadanos-y-las-ciudadanas-los-ninos-y-las-
ninas

Irene Cañaveras Sánchez


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