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KENNETH N.

WALTZ

TEORIA
DELA
POLÍTICA
INTERNACIONAL

GEL
Grupo Editor Latinoamericano
Colección E s t u d io s I n t e r n a c io n a l e s
Colección E studios I nternacionales
212.129
1? edición - 3.000 ejemplares
ISBN 950494426-6

Titillo del originai en inglés:


Theory of International Politics
Copyright © t 1979 by Addison • Wesley Publishing Company, Inc.
Està traducción se publica con el acuerdo de Newbery Awards Records, Inc.

Traducción: Mirta Rosenberg

© 1988 by Grupo Editor Latinoamericano S.R.L., Laprida 1183, 1°, (1425)


Buenos Aires, Argentina. Tel. 961-9135.

Queda hecho el depósito que dispone la ley 11.723.

Impreso y hecho en la Argentina. Printed and made in Argentina.

Colaboraron en la preparación de este libro:


Diseño de tapa: Pablo Barragán. Composición y armado: Tipografía Pom-
peya S.R.L. Impresión de tapa: Imprenta de los Buenos Ayres SA. Pelícu­
las de tapa: Fotocromos Rodel. Encuademación: Proa S.R.L. Se utilizó
para el interior papel ÓESPE de 80 gs. y para la tapa cartulina grano
fino de 240 gs. provistos’ por Copagra S.A.
PREFACIO

La teoría es fundamental para la ciencia, y las teorías se basan


en ideas. La National Science Foundation accedió a apostar a
una idea antes de que fuera explicada. Las páginas que siguen,
espero, justifican el criterio de la Fundación. Otras instituciones
me ayudaron a recorrer el infinito camino hacia la teoría. En
años recientes el Iristitute of International Studies y el Commi-
ttee on Research de la Universidad de California, Berkeley, ayu­
daron a financiar mi trabajo, tal como 10 hiciera anites el Center
of International Affairs de Harvard. Las becas de la Guggenheim
Foundation y del Institute for the Study of World Politics me
permitieron completar un borrador del manuscrito y también
vincular algunos problemas de la teoría política internacional
con ciertos temas de la filosofía de la ciencia. En este Ultimo
aspecto, el departamento de filosofía de la Escuela de Econo­
mía de Londres suministró un contexto amistoso e incitante.
Robert Jervis y John Ruggie leyeron mi último borrador
con un cuidado y una penetración que asombrarían sólo a aqué­
llos que no estuvieran familiarizados con sus talentos críticos.
Robert Art y Glenn Snyder también me beneficiaron con sus
comentarios. John Cavanagh reunió una gran cantidad de datos
preliminares; Stephen Peterson elaboró las tablas del Apén­
dice; Harry Hanson compiló la bibliografía, y Nadine Zelinsky
se las arregló expertamente con una interminable cantidad de
cintas. Gracias a muchas conversaciones, especialmente con mi
esposa y con estudiantes graduados de Brandéis y Berkeley,
se desarrollaron una cantidad de puntos.
Gran parte de los capítulos 2 y 3, y parte de los capítulos
1 y 6 aparecen en mi ensayo de 1975; eran partes del plan ori­
ginal de este volumen. Aquí y allá he extraído pasajes de otros
ensayos y de un libro anterior. Éstas y otras fuentes aparecen
en la bibliografía al final del libro.
Como una teoría jamás se completa, he mostrado reticencia

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PREFACIO

á declarar finalizado el manuscrito. Ahora lo tengo —sin un


sentido de completud, pero con un suspiro de alivio y con una
profunda gratitud a las muchas organizaciones e individuos que
me han ayudado.
K. N. W.

Harborside, Maine
Julio 1978.
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L E Y E S Y TEORIAS

Escribo este libro con tres propósitos: primero, examinar las


teorías de política internacional y los enfoques del tema que
alegan ser teóricamente importantes; segundo, elaborar una
teoría de la política internacional que remedie las deficiencias
de las teorías actuales; y, tercero, examinar algunas aplicacio­
nes de la teoría que se ha elaborado. Los preliminares necesa­
rios para la concreción de estos propósitos implican definir
de qué teorías se trata y enunciar los requerimientos de su
comprobación.

Los estudiosos de la política internacional utilizan el término


"teoría" libremente, a menudo para referirse a cualquier obra
que se aleje de la mera descripción, y rara vez para aludir a
los trabajos que satisfacen los standards de la filosofía de la
ciencia. Mis propósitos requieren que se definan cuidadosamen­
te los términos teoría y ley. En tanto hay. dos definiciones de
teoría susceptibles de aceptación, una simple definición de ley
es ampliamente aceptada. Las leyes establecen relaciones entre
variables, siendo las variables conceptos qüe pueden adquirir
diferentes valores. Si a, luego b, donde a representa a una o más
variables independientes y b representa la variable dependiente:
formalmente, ésta es la enunciación de una ley. Si la relación
entre a y b es invariable, la ley es absoluta. Si la relación es
altamente constante, aunque no invariable, la ley se leería así:
Si a, luego b con probabilidad x. Una ley no se basa simplemente
en el descubrimiento de una relación, sino en una relación que
ha sido descubierta repetidamente. La repetición da lugar a la
expectativa de que si me encuentro en el futuro con a, tengo una
probabilidad específica de encontrarme también con b. En las
ciencias naturales, incluso las leyes probabilísticas contienen

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KENNETH N. W ALTZ

una fuerte imputación de necesariedad. En las ciencias sociales,


decir que las personas con un ingreso especifico votan a los
demócratas con cierta probabilidad es enunciar una afirmación
similar a una ley. La palabra similar implica un menor sentido
de necesariedad. Sin embargo, la afirmación no será de ningún
modo similar a una ley a menos que la relación haya sido halla­
da en el pasado con tanta frecuencia y solidez como para dar
lugar a la expectativa de que se sostenga en el futuro con altos
niveles de probabilidad.1
Según una definición, las teorías son conjuntos de leyes
que pertenecen a una conducta o fenómenos particulares. Ade­
más de los niveles de ingresos, se pueden establecer asociacio­
nes entre la educación de los votantes, su religión y los com­
promisos políticos de sus padres, por una parte, y la manera
en que votan, por la. otra. Si las leyes probabilísticas así estable­
cidas se toman en conjunto, se pueden lograr mayores correla­
ciones entre las características de los votantes (las variables
independientes) y la elección de partido (la variable dependien­
te). Las teorías son, entonces, más complejas que las leyes, pero
a menudo lo son cuantitativamente. Entre las leyes y las teorías
no aparecen diferenciaciones de clase.
Esta primera definición de teoría respalda la aspiración
de muchos científicos sociales que procuran "edificar’' teorías
reuniendo hipótesis cuidadosamente verificadas e interconecta-
das. El relato siguiente sugiere el modo en que la mayoría de
los científicos sociales piensa acerca de la teoría:
Homero describe que los muros de Troya tenían ocho pies
de espesor. Si su relato es verdadero, entonces varios milenios
más tarde podríamos descubrir esos muros tras una cuidadosa
excavación. Ésta idea se le ocurrió a Heinrich Schliemann en
la adolescencia, y cuando fue adulto instrumentó «na compro­
bación empírica de la teoría. Karl Deutsch usa la teoría como

1 Es necesario ser cuidadoso. La afirmación es solamente similar


a una ley si puede ser verificada de diversas maneras. Las condiciones
contrafácticas, por ejemplo, deberían satisfacerse de la siguiente manera:
La persona b está en la categoría de ingresos de los probables repu­
blicanos; si el ingreso de b se redujera hasta un cierto nivel, esa persona
probablemente se convertiría en demócrata. Más precisamente, una afir­
mación similar a una ley establece estas expectativas: si b es R con pro­
babilidad x, y si a es D con probabilidad y, entonces si b se convierte en a
se convierte por lo tanto en D con probabilidad x.

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LEYES Y TEORÍAS

ejemplo de cómo se comprueban las teorías del nuevo estilo


(1966, pp. 168-69). Una teoría nace de la conjetura y es viable
si esa conjetura se confirma. Deutsch considera a las teorías de
"“la clase si-entonces como “ teorías especiales", que "más tarde
pueden ser incluidas en una gran teoría". Da entonces otros
ejemplos y al hacerlo se desplaza “ de una cuestión sí-o-no a
otra acerca del cuánto". Deberíamos tratar de descubrir cuánto
contribuyen las “diferentes variables" para la obtención de un
determinado resultado (1966, pp. 219-21).
¿Qué es lo que resulta útil en esa estructura de pensamien­
to, y qué es lo que no? Todos sabemos que un coeficiente de
correlación, incluso uno elevado, no garantiza la existencia de
Una relación causal. Sin embargo, el hecho de conformar el
coeficiente nos permite decir técnicamente que hemos dado
cuenta de un cierto porcentaje de variación. Entonces, resulta
fácil creer que hemos identificado y medido una verdadera co­
nexión causal, pensar que se ha establecido la relación entre
una variable dependiente y la independiente, y olvidar que sólo
se ha dicho algo acerca de algunos puntos en un papel y de la
línea de regresión que se ha trazado a partir de ellos. ¿Es espúrea
la correlación? Eso sugiere la pregunta adecuada sin haberla
formulado del todo. Las correlaciones no son espúreas ni ge-
nuinas; son meramente números que uno obtiene al desarrollar
operaciones matemáticas simples. Una correlación no es espúrea
ni genuina, pero la relación que nos inferimos de ella puede ser
ambas cosas. Supongamos que alguien propone una ley, por
ejemplo, estableciendo1cuidadosamente la relación existente en­
tre el impulso impartido a un coche y su movimiento. La rela­
ción establecida, si se mantienen constantes las condiciones, y
la medición es cuidadosa, es un simple hecho de observación,
una ley que permanece constantemente válida. La explicación
ofrecida con respecto a la relación entre el impulso y el movi­
miento, sin embargo, es radicalmente distinta si consultamos
a Aristóteles, a Galileo o a Newton. La aceptación acrítica de
un número como indicador del resultado de una conexión es
el primer peligro del que habría que salvaguardarse. Es sencillo
hacerlo. El siguiente problema es de mayor importancia y de
más difícil resolución.
Incluso en el caso de que estemos satisfechos de diversas
maneras acerca de que una correlación señala una conexión que

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se sostiene confiablemente, aún no hemos dado cuenta de esa


conexión en el sentido de haberla explicado. Hemos dado cuen­
ta de ella a la manera —y sólo a la manera— en que la física
aristotélica daba cuenta de la relación entre el impulso y el
movimiento. Desde un punto de vista práctico, el conocimiento
del elevado grado de correlación existente entre impulso y mo­
vimiento es muy útil. Ese conocimiento descriptivo puede su­
gerir ciertas claves acerca de los principios del movimiento.
Sin duda, también puede ser muy equívoco, como por cierto
resultó. Los números pueden describir lo que sucede en el
mundo. Pero, independientemente de la seguridad con la que
hayamos perpetuado una descripción en números, seguimos sin
haber explicado aquello que hemos descripto. Las estadísticas
no demuestran cómo funciona algo ni cómo las cosas encajan.
Las estadísticas son simples descripciones con forma numérica.
La forma es económica porque las estadísticas describen un
universo por medio de manipulaciones de las muestras extraídas
de él. Las estadísticas son útiles a causa de la variedad de ope­
raciones ingeniosas que autorizan, algunas de las cuales pueden
utilizarse para comprobar la significación de las otras. El
resultado, no obstante, sigue siendo una descripción de alguna
parte del mundo y no una explicación de ella. Las operaciones
estadísticas no pueden franquear el abismo que se abre entre
la descripción y la explicación. Karl Deutsch nos aconseja "for­
mular, o reformular, una proposición en términos de probabili­
dad, y decir cuánto del resultado puede ser justificado por un
elemento y cuánto del resultado puede ser justificado por otros
elementos o si es autónomo y libre” (1966, p. 220). Si seguimos
■ese consejo, nos comportaremos como físicos aristotélicos. Tra­
mitaremos un problema como si la única manera de hacerlo fuera
decir hasta qué punto el movimiento del coche es consecuencia
del impulso o del declive o hasta qué punto su movimiento se
ve obstaculizado por la fricción. Seguiríamos pensando en tér­
minos secuenciales y correlaciónales. Al hacerlo, pueden lo­
grarse resultados que son útiles en la práctica, aunque los estu­
diosos de la política internacional tienen desafortunadamente
poco que mostrar como resultado de sus esfuerzos en ese sen­
tido, incluso, en términos prácticos. Y, si se revelara alguna
información útil, seguiría existiendo la tarea más difícil de ima­
ginar su significado teórico. '

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LEYES Y TEORÍAS

La "ilusión inductivista”, como la llama el antropólogo es-


tructuralista Lévi-Strauss, es la convicción de que se obtiene
la verdad y se logra la explicación por medio de la acumulación
de más y más datos y del examen de más y más casos. Sin em­
bargo, si reunimos cada vez más datos y establecemos más y
más asociaciones, finalmente no nos hallaremos sabiendo nada.
Simplemente tendríamos más y más datos y conjuntos mayores
de correlaciones. Los datos nunca hablan por sí mismos. La
observación y la experiencia nunca conducen directamente al
conocimiento de las causas. Como dijera en una oportunidad
el pragmático norteamericano C. S. Peirce, "la experiencia di­
recta no es segura ni incierta, porque nada afirma —simple­
mente es. No implica ningún error, porque no da testimonio de
nada que no sea su propia apariencia. Por la misma razón, no
induce a ninguna certeza” (citado por Nagel, 1956, p. 150). Los
datos, los hechos aparentes, las asociacionés aparentes no im­
plican el conocimiento cierto de algo. Pueden ser enigmas que
un día pueden ser explicados, pueden ser trivialidades" que no
necesitan en absoluto ser explicadas.
Si seguimos el camino inductivista, sólo podemos ocupar­
nos de partes de problemas. La convicción de que esas partes
pueden ser sumadas, de que pueden ser tratadas como variables
cuyos efectos sumados darán cuenta de una cierta porción del
movimiento de una variable dependiente, se basa solamente en
la fe. No sabemos qué sumar, ni sabemos tampoco si la adición
es la operación apropiada. El número de partes en las cuales sepa­
rar un problema es infinito, y también lo es el número de mane­
ras en el que estas partes pueden combinarse. Ni por observa­
ción ni por experimentación se puede trabajar con una infinitud
de objetos y de combinaciones. En el siguiente ejemplo, Ross
Ashby ofrece una adecuada medida de cautela. Los astrofísicos
procuran explicar el comportamiento de grupos de estrellas con
20.000 miembros. El principiante, observa Ashby, “dirá simple­
mente que desea saber cómo se comportará ese grupo, es decir,
quiere conocer las trayectorias de sus componentes. Sin embar­
go, si pudiera acceder a este conocimiento,, tomaría la forma de
muchos volúmenes colmados de tablas numéricas, y entonces
advertiría que en realidad no desea todo esó” . El problema,
concluye Ashby, es cómo descubrir lo que realmente deseamos
saber sin “sobrecargarse con detalles inútiles” (1956, p. 113).

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KENNETH N. W ALTZ

El viejo lema dél “conocimiento por el conocimiento mismo"


pierde su encanto, y por cierto su sentido, cuando uno advierte
que los posibles objetos del conocimiento son infinitos.
No obstante, los estudiantes actuales de política internacio­
nal muestran un fuerte compromiso con la inducción. Examinan
numerosos casos con la esperanza de que allí emergerán estruc­
turas y conexiones, y de que esas estructuras y conexiones re­
presentarán la frecuentemente mencionada "realidad que está
allí afuera” . La esperanza aparentemente descansa en la convic­
ción de que el conocimiento comienza con certezas y de que la
inducción puede revelarlas. Pero jamás podemos decir con se­
guridad que un estado de cosas al que llegamos inductivamente
se corresponde con algo objetivamente real. Aquello que pensa­
mos como realidád es en sí mismo una concepción elaborada,
construida y reconstruida a lo largo de los tiempos. La realidad
emerge de nuestra selección y organización de los materiales
disponibles en cantidad infinita. ¿Cómo podemos decidir cuáles
materiales seleccionar y cómo disponerlos? Ningún procedi­
miento inductivo puede responder a esta pregunta, pues el pro­
blema consiste en idear los criterios con los cuales la inducción
puede llevarse adelante de manera útil.
Aquéllos que creen, extrañamente, que el conocimiento em­
pieza con certezas piensan en las teorías como edificios de ver­
dades que pueden construir inductivamente. Definen las teorías
como hipótesis que pueden ser confirmadas y conectadas. Pero
el conocimiento empírico es siempre problemático. La expe­
riencia a menudo nos conduce erróneamente. Tal como lo ex­
presara Heinrich Hertz, "aquello que es derivado de la experien­
cia puede volver a ser.anulado por la experiencia” (1984, p. 357).
Nada es al mismo tiempo empírico y absolutamente verdadero,
proposición establecida por Immanuel Kant y ahora amplia­
mente aceptada, al menos por los estudiosos de las ciencias
naturales. Y, dado que el conocimiento empírico es potencial­
mente infinito en cantidad, sin cierta guía no podemos conocer
ni lo que reúne la información ni tampoco cómo combinarlo
de modo que se vuelva comprensible. Si pudiéramos aprehender
directamente el mundo que nos interesa, no tendríamos nece­
sidad de teorías. Pero no podemos. Sólo podemos hallar un
camino entre los infinitos materiales con la guía de la teoría
tal como se definió en el segundo sentido.

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LEYES Y TEORÍAS

En vez de ser meros conjuntos de leyes, las teorías son


enunciaciones que las explican (Nagel, 1961, pp. 80-81; Isaak,
1969, pp. 138-39), Las teorías son cualitativamente diferentes
de las leyes. Las leyes identifican asociaciones probables o inva­
riables. Las teorías demuestran por qué se presentan esas aso­
ciaciones. Cada término descriptivo de una ley está directamente
vinculado a procedimientos de observación o experimentación.
Además de términos descriptivos, las teorías contienen nocio­
nes teóricas. Las teorías no pueden construirse por medio de
la inducción solamente, pues las nociones teóricas sólo pueden
inventarse, no descubrirse. Aristóteles se ocupó del movimiento
verdadero, es decir de las relaciones entre esfuerzo y movimien­
to, que son asuntos de la experiencia común. Galileo dio varios
pasos audaces alejándose del mundo real con el objeto de expli­
carlo. Aristóteles creía que los objetos están naturalmente en
descanso y que se requiere esfuerzo para moverlos; Galileo
supuso que tanto el descanso como el movimiento circular uni­
forme son naturales y que un objeto permanece en cualquiera
de estas dos situaciones en ausencia de fuerzas externas. New-
ton concibió un movimiento rectilíneo uniforme. La teoría que
ideó para explicarlo introducía nociones teóricas tales como
punto masa, aceleración instantánea, fuerza y espacio y tiempo
absolutos, ninguna de las cuales puede observarse o determinar­
se experimentalmente. En cada paso, desde Aristóteles hasta
Newton, pasando por Galileo, los conceptos teóricos se hicieron
más audaces —es decir, más distantes de nuestra experien­
cia sensorial.
Una noción teórica puede ser un concepto, como el de fuerza,
o una suposición, tal como la de que la masa se concentra en
un punto. Una noción teórica no explica ni predica nada. Sa­
bemos, al igual que Newton, que la masa no se concentra en
un punto. Pero no era raro que Newton supusiera que lo hacía,
ya que las suposiciones no son aserciones de hechos. No son
verdaderas ni falsas. Las nociones teóricas hallan justificación
en el éxito de las teorías qüe las emplean. Acerca de las leyes
propuestas, preguntamos: “ ¿Son verdaderas?” Acerca de las
teorías preguntamos: “ ¿Cuál es su poder explicativo?" La teoría
newtoniana de la gravitación universal suministró una explica­
ción unificada de los fenómenos celestes y terrestres. Su poder
estribaba en el número de diferentes generalizaciones empíricas

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KENNETH N. WALTZ

previas y de leyes que podían incluirse en un único sistema ex­


plicativo, y en el número y diversidad de nuevas hipótesis suge­
ridas o generadas por la teoría, hipótesis que a su vez conducían
a nuevas leyes experimentales.
Aristóteles concluyó que, dentro de ciertos límites, “un
cuerpo determinado puede ser desplazado en cierto tiempo du­
rante una distancia proporcional al esfuerzo ejercido” (Toulmin,
1961, p. 49). Ya sea según la mecánica antigua o según la moder­
na, la elevada correlación existente entre el impulso y el movi­
miento es cierta. ¿Pero cómo se la puede explicar? Esos hechos
han permanecido constantes; las teorías que se áceptan como
adecuadas para explicarlos han cambiado radicalmente. Las le­
yes son “hechos de observación” ; las teorías son “los procesos es­
peculativos introducidos para explicarlos” . Los resultados expe­
rimentales son permanentes; las teorías, por excelente que sea
su respaldo, pueden no durar (Andrade, 1957, pp. 29, 242). Las
leyes persisten, las teorías van y vienen.
Como no veo motivo para desperdiciar la palabra “ teoría”
definiéndola como un conjunto de dos o más leyes, me atengo
al segundo significado del término: las teorías explican las leyes.
Este significado no está de acuerdo con el uso que se le da en
gran parte de la teoría política internacional, que se preocupa
mucho más por la interpretación filosófica que por la explica­
ción teórica. Corresponde a la definición que se le da al término
en las ciencias naturales y en algunas ciencias sociales, especial­
mente en economía. La definición también satisface la nece­
sidad que existe de un término que cubra la actividad explica­
tiva eñ la que persistentemente nos embarcamos. Con el objeto
de trascender los “ hechos de la observación” , que es lo que
deseamos irremediablemente, debemos abocarnos al problema
de la explicación. La urgencia por explicar no nace solamente
de lá curiosidad ociosa. También se produce por el deseo de'
controlar, o al menos de saber si es posible controlar, y no de
la mera predicción. La predicción surge del conocimiento de
la regularidad de las asociaciones que las leyes encaman. Las
salidas y puestas del sol pueden ser razonablemente predichas
sobre la única base de los descubrimientos empíricos, sin el be­
neficio de teorías que expliquen por qué ese fenómeno ocurre.
La predicción puede ser, sin duda, útil: las fuerzas que impelen
á dos cuerpos destinados a colisionar pueden ser inaccesibles,

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LEYES Y TEORÍAS

pero si podemos predecir la colisión, podemos al menos salir-


nos del medio. Aun así, a menudo nos agrada poder ejercer
algún control. Como una ley no puede decir por qué se sostiene
una determinada asociación, tampoco puede decirnos si pode­
mos ejercer algún control ni cómo podemos hacerlo. Para este
último propósito necesitamos una teoría.
Una teoría, aunque relacionada con el mundo acerca del
cual se desea explicación, siempre es diferente de ese mundo.
“ La “ realidad” no sería congruente ni con la teoría ni con el
modelo que puede representarla. Como los científicos políticos
a menudo piensan que el mejor modelo es aquél que refleja
más precisamente la realidad, es necesaria una: discusión más
profunda.
Modelo es un término utilizado de dos maneras principales.
En un sentido, un modelo representa a una teoría. En otro sen­
tido, un modelo describe la realidad simplificándola, digamos,
por medió de la omisión o de la reducción de escala. Si ese mo­
delo se aleja demasiado de la realidad, se toma inútil. Un aero­
plano modelo debe parecerse a un aeroplano real. El poder expli­
cativo, sin embargo, se adquiere alejándose de la “realidad” ;'
no permaneciendo muy próximo a ella. Una descripción me­
ticulosa no tendría prácticamente poder explicativo; unaTteoría
elegante, en cambio, tendría máximo poder explicativo. Esta
última estaría extremadamente alejada de la realidad; piénsese,
por ejemplo, en la física. El alejamiento de la realidad no es
necesariamente bueno, pero si no se lo logra de una manera
inteligente, sólo se puede describir y no explicar. Así, James
Conant definió una vez la ciencia como “una empresa dinámica
dirigida hacia la reducción del grado de empirismo involucrado
en la resolución de problemas” (1952, p. 62). El modelo de una
teoría estará tan alejado de la realidad como la teoría que repre­
senta. Al modelar una teoría, debemos buscar modos sugerentes
de describirla, y no la reproducción de la realidad de la que se
ocupa. El modelo presenta la teoría, entonces, con sus nociones
teóricas necesariamente omitidas, ya sea por medio de expresio­
nes orgánicas, mecánicas, matemáticas u otras.
Algunos científicos políticos escriben acerca, de los modelos
teóricos como si fueran similares a los modelos dé los aeropla­
nos. Por ejemplo, primero critican el modelo estatocéntrico de
la política internacional porque supuestamente se ha alejado

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KENNETH N. WALTZ

cada vez más de la realidad. Luego tratan de construir modelos


que reflejen plenamente la realidad. Si sus esfuerzos tuvieran
éxito, el modeló y el mundo real se convertirían en uno solo
e idéntico. El error es el opuesto del que advirtiera tan cohe­
rentemente Immanuel Kant, es decir, pensar que lo que es ver­
dadero en la teoría puede no serlo en la práctica. Tal como
Kant comprendió perfectamente, su advertencia no implicaba
que la teoría y la práctica fueran idénticas. La teoría explica
alguna parte de la realidad y es, por lo tanto, diferente de la
realidad que explica. Si la distinción se preserva, se torna obvio
que la inducción a partir de lo observado no puede en sí misma
producir una teoría que explique la observación. "Una teoría
puede comprobarse por medio de la experiencia", como dijo en
una aportunidad Albert Einstein, “pero no hay un camino que
vaya desde la experiencia hasta el establecimiento de una teoría"
(citado en Harris, 1970, p. 121). Alegar que es posible llegar a
una teoría inductivamente es alegar que podemos comprender
los fenómenos antes de que se produzcan los medios necesarios
para su explicación.
El punto no es rechazar la inducción, sino preguntar qué
es lo que se puede lograr, y qué no, por medio de la inducción.
La inducción se utiliza a nivel de las hipótesis y las leyes más
que a nivel de las teorías. Las leyes son diferentes de las teorías,
y la diferencia se reñeja en la distinción entre la manera en
que pueden ser 'descubiertas las leyes y la manera en la que
deben construirse las teorías. De las teorías pueden inferirse
hipótesis. Si son conclusivamente confirmadas, se las llama
leyes. También se. puede arribar a las hipótesis por inducción.
Una vez más, si son confirmadas, se las llama leyes. Las mareas
altas y bajas fueron predichas por los antiguos babilonios con
una precisión insuperada hasta el fin del siglo diecinueve. Pero
el conocimiento certero acerca de la casi-ley del movimiento de
las mareas no permite explicarlas. Las hipótesis acerca de la
asociación de una cosa con Otra, por bien confirmadas que estén,
no dan nacimiento a las teorías. Las asociaciones nunca contie­
nen ni sugieren cóncíusivamente sus propias explicaciones.
Aunque en sí misma la inducción conduce a un punto muer­
to teórico, no obstante necesitamos cierto sentido de las intri­
gantes conexiones ’existentes entre las cosas y los acontecimien­
tos antes de preocupamos por la construcción de una teoría.

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LEYES Y TEORÍAS

Al mismo tiempo necesitamos una teoría, o algunas teorías,


con el objeto de saber qué clases de datos y conexiones debemos
buscar. El conocimiento, según parece, debe preceder a la teoría,
y sin embargo sólo puede provenir de la teoría. Esto se parece
mucho al dilema planteado por la proposición platónica de que
nada podemos saber mientras no lo sepamos todo. Si se toma
este pensamiento literalmente, se cae en la desesperación. Pero
si se toma, en cambio, como una enunciación del problema es­
tratégico de adquirir conocimiento, se verá que lo único que
se plantea es la dificultad, en cualquier campo, de concentrarse
en una senda intelectual que prometa conducirnos al progreso
de alguna clase.
Si la inducción no es el vehículo capaz de conducirnos por
una senda útil, ¿cuál será ese vehículo? El salto de la ley a la
teoría, de la elaboración de hipótesis al desarrollo de sus expli­
caciones, no puede concretarse tomando la información como
evidencia y procurando una mayor cantidad. El salto no puede
emprenderse preguntándose qué cosa está asociada con otra,
sino más bien intentando responder a preguntas como éstas:
¿Por qué ocurre esto? ¿Cómo funciona esto? ¿Qué cosa causa
otra cosa? ¿Cómo se relaciona todo esto?
Si una teoría no es un edificio de verdades ni mía reproduc­
ción de la realidad, ¿qué es, entonces? Una teoría es un cuadro
mental de un reino o dominio de actividad limitado. Una teoría
es un cuadro de la organización de un dominio y de las conexio­
nes existentes entre sus partes (Boltzman, 1905). Los infinitos
materiales de cada reino pueden ser organizados de maneras
infinitamente diferentes. Una teoría indica que algunos factores
son más importantes que otros y especifica las relaciones que
existen entre ellos. En la realidad, cada cosa está relacionada
con todas las demás, y un dominio no puede separarse de los
otros. La teoría aísla un reino de todos los demás con el objeto
de ocuparse intelectualmente de él. Aislar un reino es la pre-
condición para desarrollar una teoría que explicará lo que ocurre
dentro de él. Si esta precondición no puede ser satisfecha, en­
tonces la construcción de la teoría, con los materiales disponi­
bles, es imposible. La cuestión, como siempre en el caso de las
teorías, no es si el aislamiento de un reino es realista, sino si
es útil. Y la utilidad se juzga por los poderes explicativos y
predictivos de la teoría que pu?da ser elaborada.

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KENNETH N. WALTZ

Las teorías, aunque no están divorciadas del mundo de la


experimentación y la observación, están sólo indirectamente
conectadas con él. Así, las afirmaciones de muchas teorías nun­
ca pueden probarse como verdaderas. Si la cuestión es la “ ver­
dad” , entonces nos hallamos en el dominio de la ley, no de la
teoría. De allí la afirmación de James B. Conant, un químico,
de que “una teoría sólo es desplazada por otra mejor” (1947,
p. 48). De allí la afirmación de John Rader Platt, un físico, de
que “la presión del determinismo científico se hace débil y
azarosa a medida que nos aproximamos a las grandes síntesis
unitarias. Pues éstas no son sólo descubrimientos. Son también
creaciones artísticas, moldeadas por el gusto y el estilo de una
mano única” (1956, p. 75). Y estas afirmaciones pueden leerse
como glosas de la famosa prueba del matemático Henri Poin-
caré de que si es posible dar una explicación mecánica de un
fenómeno, también pueden darse entonces infinitud de otras
explicaciones.2 Las teorías sí construyen una realidad, pero nadie
puede decir que se trata de la realidad. Por lo tanto, nos enfren­
tamos con infinitud de datos y con infinitas explicaciones po­
sibles de esos datos. El problema es doble. Los hechos no deter­
minan teorías; más de una teoría puede adaptarse a un conjunto
de hechos. Las teorías no explican conclusivamente los hechos;
nunca podemos estar seguros de que una buena teoría no será
reemplazada por otra mejor.
He dicho qué son y qué no son las teorías, pero no he dicho
cómo se construyen. ¿Cómo se construyen? La mejor —pero
poco clara— respuesta corta es ésta: “ creativamente” . La pala­
bra plantea el problema sin decir cómo se resuelve. ¿Cómo ha­
cemos para movernos entre observaciones y experimentos y las
teorías que los explican? El más prolongado y esforzado pro­
ceso de ensayo y error no conducirá a la construcción de una
teoría a menos que en algún punto surja una intuición brillante
o una idea creativa. No podemos decir cómo se origina la intui­
ción o cómo nace una idea. Lo que sí podemos decir es a qué
se referirán. Se referirán a la organización del tema. Se referirán
al sentido de las relaciones inobservables entre las cosas. Se refe­
rirán a las causas y conexiones que dan sentido a las cosas obser­

2 La prueba es simplemente presentada por Nagel (1961, p. 116). Debe­


ríamos agregar que las explicaciones no son igualmente simples ni útiles.

20
LEYES Y TEORÍAS

vadas. Una teoría no consiste en los acontecimientos vistos y


las asociaciones registradas, sino que es la explicación de ellos.
La fórmula de la aceleración de un cuerpo en. caída libre no
explica Cómo cae ese cuerpo. Para la explicación uno busca en
la física clásica de todo el sistema newtoniano.—un conjunto
de conceptos interconectados, una organización, del mundo fí­
sico en la que los acontecimientos pertinentes se tornan naturales
o necesarios. Una vez que se ha comprendido él sistema, una
vez que se ha aprehendido su principio organizativo, los fenó­
menos son explicados. Todo esto está perfectamente resumido
en las palabras que Werner Heisenberg atribuye a Wolfgang
Pauli: “ ‘Comprender’ probablemente no signifique nada más
que poseer las ideas y conceptos necesarios para reconocer que
gran cantidad de fenómenos diferentes son parte de un todo
coherente" (1971, p. 33).
Por medio de una teoría se hace manifiesto el significado
de lo observado. Una teoría ordena los fenómenos de manera
que sean mutuamente dependientes; conecta hechos que de otro
modo serían dispares; muestra cómo los cambios de ciertos
fenómenos implican necesariamente cambios en otros fenóme­
nos. Para construir una teoría se requiere la figuración de una
estructura donde no hay ninguna visible al ojo. La estructura
no es la suma de la sustancia de nuestro mundo cotidiano. Los
hechos científicos son altamente especiales y relativamente es­
casos si se los compara con todas las cosas que podrían entrar
razonablemente dentro de un sistema explicativo. Una teoría,
por lo tanto, debe construirse por medio de la simplificación.
Esto se torna obvio si pensamos en cualquier 'teoría, ya sea la
de Isaac Newtoñ o la de Adam Smith, o pensando en la alterna­
tiva: no buscar explicación por medio de la simplificación sino
una reproducción ajustada por medio de una descripción exhaus­
tiva. Las simplificaciones dejan al desnudo los elementos esencia­
les en juego e indican las relaciones necesarias de causa e inter­
dependencia —o al menos sugieren dónde buscarlas.
Incluso para sus autores, la emergencia de las teorías no
puede describirse más que de maneras inciertas e impresio­
nistas. Sin embargo, los elementos de las teorías pueden ser
identificados. La dificultad que entraña desplazarse desde es­
peculaciones causales basadas en estudios fácticos hasta las
formulaciones teóricas que conducen a considerar los hechos

21
KENNETH N. W ALTZ

de manera particular, es experimentada en cualquier campo.


Para enfrentar esta dificultad se requiere la simplificación. Se
logra, principalmente, de las siguientes maneras: 1) por aisla­
miento, lo que requiere considerar las acciones e interacciones
de un pequeño número de factores y de fuerzas como si en el
intervalo otras cosas permanecieran invariables; 2) por abstrac­
ción, lo que requiere dejar ciertas cosas de lado con el objeto
de concentrarse en otras; 3) por asimilación, lo que requiere
la reunión de elementos dispares según los criterios derivados
de un propósito teórico; 4) por idealización, lo que requiere
comportarse como si se hubiera logrado la perfección o se
hubiera llegado a ün límite, aunque ninguna de ambas cosas
sea posible. Sean cuales fueren los medios de simplificar, el pro­
pósito es el de descubrir la tendencia principal entre una mul­
titud de ellas, el de elegir el principio generador, incluso, cuando
operan otros principios, identificar los factores esenciales don­
de otros innumerables factores se hallan presentes.
Además de simplificaciones, o de sus formas, las teorías
encaman suposiciones teóricas. Imaginar que la masa se con­
centra en un punto, inventar genes, mesones y neutrinos; plan­
tear un interés nacional y definir a las naciones como actores
unitarios y voluntariosos; todos éstos son ejemplos de suposi­
ciones comunes. Las teorías son combinaciones de enunciaciones
descriptivas y teóricas. Las enunciaciones teóricas son elementos
no-factuales dé las teorías. No se los introduce de manera libre
o caprichosamente. No se los introduce a la manera medieval
o antigua, como ficciones inventadas para salvar una teoría. Se
los introduce solamente cuando posibilitan una explicación. El
valor de una noción teórica se juzga por la utilidad de la teoría
de la que es parte. Las nociones teóricas nos permiten extraer
sentido de los datos; los datos limitan la libertad de invención
de las nociones teóricas. Los teóricos crean sus suposiciones. Si
son o no aceptables, depende del mérito de la estructura cientí­
fica de la que forman parte.
La construcción de teorías involucra algo más que el desa­
rrollo de las operaciones lógicamente permisibles de los datos
observados. Nada puede ser explicado por deducción, pues los
resultados de la dédúcción se desprenden lógicamente de las pre­
misas iniciales. Lá deducción puede ofrecer ciertas respuestas,
pero nada nuevo; lo que se deduce ya está presente, o bien en las

22
LEYES Y TEORÍAS

premisas mayores teóricas o en las premisas menores empíricas


que se ocupan de las cuestiones observadas previamente. La in­
ducción puede ofrecer nuevas respuestas, pero nada seguro; la
multiplicación de observaciones particulares no puede respaldar
nunca una afirmación universal. La teoría es fructífera porque
trasciende el enfoque hipotético-deductivo, que es necesariamente
estéril. Tanto la deducción como la inducción son indispensables
en la construcción de la teoría, pero su utilización combinada
sólo da nacimiento a una teoría si emerge una idea creativa. La
tarea de construir teorías se torna más consecuencial y más
compleja, al igual que la tarea de verificarlas. La relación entre
teoría y observación, o entre teoría y hecho, se torna enigmática.
Como ejemplo de esta relación enigmática, consideremos el
problema de definir los términos utilizados en la teoría. Pensa­
mos en los diferentes significados de las diferentes teorías físi­
cas del espacio, la energía, el impulso y el tiempo. Obviamente,
esas nociones no tienen significado fuera de la teoría en la que
aparecen (Nagel, 1961, pp. 17,127 y sigs.). Se comprende rápida­
mente el hecho de que las nociones teóricas sean definidas por
la teoría en la que aparecen. En el campo de la política interna­
cional, pensemos en los diferentes significados que comúnmente
se atribuyen a las palabras de esta lista: poder, fuerza, polo,
relación, actor, estabilidad, estructura y sistema. Los significados
de esos términos varían según el enfoque que quien los usa tenga
acerca del tema. Esto es necesariamente así en cualquier campo
en el que las teorías son contradictorias. La contradicción entre
teorías crea diferencias en los significados que se da a los tér­
minos en distintas teorías. En política internacional, al igual
que en las ciencias sociales en general, las teorías resultan dé­
biles. La debilidad de las teorías produce la incertidumbre de
los significados, incluso, dentro de una sola teoría. En política
internacional, ya sea a causa de la debilidad o del carácter con­
tradictorio de las teorías, las discusiones y argumentaciones
acerca de muchas cuestiones importantes —el cierre de la in­
terdependencia internacional, la estabilidad de particulares con­
figuraciones de poder, la utilidad de la fuerza— se toman difí­
ciles o inútiles porque los participantes hablan de cosas dife­
rentes utilizando para ello los mismos términos. La tendencia
a remediar este problema se ve obstaculizada por el escaso de­
seo de tratar la cuestión del significado como un problema que

23
KENNETH N. WALTZ

sólo puede resolverse por medio de la articulación y refina­


miento de las teorías. En cambio, la tendencia es convertir el
problema del significado en una cuestión técnica destinada a
hacer operativos los términos. Eso no ayuda. Cualquiera de los
términos anteriores puede volverse operativo en la mayoría de
los significados que nuestro discurso les asigna. “ Polos” , por
ejemplo, tiene claros referentes empíricos, ya se trate como blo­
ques definidos o como grandes poderes. En cualquier definición,
“polos” se puede transformar en término descriptivo dentro
de la enunciación de leyes. La utilización técnica de términos
es desafortunadamente un criterio débil.
Aunque es fácil advertir que las nociones teóricas son de­
finidas por la teoría en la que aparecen, también es fácil pasar
por alto el hecho de que incluso los términos descriptivos ad­
quieren significados diferentes a medida que las teorías cam­
bian. Stephen C. Pepper se refiere a “ la estrecha interdepen­
dencia del hecho y la teoría” (1942, p. 324). Thomas S. Kuhn
especifica lo que pasa precisamente en términos del cambio de
las “ relaciones de similaridad” en la transición entre una teoría
y la próxima. Los objetos del mismo o diferentes conjuntos de
una teoría pueden ser agrupados en el mismo o en diferentes
conjuntos en otra teoría. Como señala Kuhn, si dos hombres
están comprometidos con teorías diferentes, “ no podemos decir
con ninguna certeza que los dos hombres ven la misma cosa,
que poseen los mismos datos pero que los identifican e inter­
pretan de maneras diferentes” (1970, pp. 266-76). ¿Sólo conoce­
mos lo que vemos, podríamos preguntamos, o sólo vemos lo
que conocemos? Nuestras mentes no pueden registrar y hacer
algo de todas las cosas que, en algún sentido, vemos. Por lo tan­
to, tendemos a ver aquello que estamos buscando, a encontrar
lo que nuestro sentido de las causas de las cosas nos lleva a
creer significativo.
Los cambios de las teorías producen cambios en los signi­
ficados de los términos, tanto teóricos como fácticos. Las teo­
rías no sólo definen términos, también especifican las opera­
ciones que pueden ser desarrolladas apropiadamente. En el
sentido que acabamos de usar, la cuestión operacional es de
importancia fundamental. Las teorías indican qué está conec­
tado con qué y cómo se produce esa conexión. Expresan el sen­
tido del funcionamiento de las cosas, o de su asociación, o de la

24
LEYES Y TEORÍAS

naturaleza de la estructura de ese dominio de investigación. Si


la organización de un dominio afecta las interacciones de las
variables que contiene, no tiene sentido manipular los datos en
tanto no se responda a la pregunta acerca de cómo están conec­
tadas esas variables. No obstante, los esfuerzos correlaciónales
prosiguen como si en el dominio internacional las variables es­
tuvieran conectadas directamente sin que sobre ellas actuaran
limitaciones estructurales, como si los fenómenos de los que nos
ocupamos estuvieran todos en un mismo nivel. :Se acumulan
coeficientes de correlación sin preguntar qué teorías nos llevan
a esperar una cierta clase de conexión entre ciertas variables.
Se hace gran cantidad de trabajo inútil pór ignorar las
tres preguntas que deberían formularse en un principio. Estas
preguntas son:
• ¿El objeto de investigación permite el uso del método
analítico de la física clásica —el examen de los atributos y de
la interacción de las variables mientras todas las otras se man­
tienen constantes?
• ¿Permite la aplicación de estadísticas de las maneras co­
múnmente utilizadas cuando el número de variables se hace '
demasiado grande?
• ¿No permite el objeto de estudio ninguno de estos dos
enfoques y requiere, en cambio, un enfoque sistèmico?
La respuesta a esta última pregunta será “ sí" si el objeto
de estudio es al mismo tiempo complejo y organizado. La com­
plejidad organizada, para utilizar la expresión de; Warren Wea-
ver, impide el uso de los modos de investigación tradicionales
(1947, pp. 6-7). Se debe elegir un enfoque que sea apropiado al
tema. Las reglas por las que se desarrolla la investigación va­
rían de un enfoque a otro. “Un adecuado proceso de investiga­
ción” , como ha dicho Martin Landau, requiere que uno siga la
lógica y los procedimientos descriptos por la propia metodolo­
gía (1977, pp. 219-21). La mayoría de los estudiosos de la polí­
tica internacional no han observado los “procesos de investiga­
ción adecuados” . Lo que es peor aún, no han sido capaces de
imaginar cuáles serán los adecuados procesos de sus investiga­
ciones. Se han preocupado grandemente por sus métodos y muy
poco por la lógica de su utilización. Esto invierte la correcta
prioridad de las preocupaciones, pues, una vez que se ha adop­
tado una metodología, la elección de métodos se convierte en

25
KENNETH N. W ALTZ

una cuestión meramente táctica. No tiene sentido comenzar el


viaje que nos llevará a la comprensión de los fenómenos sin
preguntarse cuáles son las posibles rutas metodológicas que nos
llevarán hasta allí. Antes de partir necesitamos preguntarnos
cuáles son los diferentes mapas teóricos del tema. Si no quere­
mos desperdiciar tiempo esforzándonos sin tener idea de si el
esfuerzo es meramente ejercicio muscular, las preguntéis teóri­
cas deben ser formuladas al principio de la investigación.

II

Al examinar las teorías de política internacional en los próximos


dos capítulos, nos basaremos en la discusión ya expresada acer­
ca del significado de la teoría. Si encontráramos algunas cons­
trucciones que apárecen como teorías, por supuesto desearemos
saber cuál podría ser el grado de excelencia de las explicaciones
que ofrecen. Concluyo este capítulo, por lo tanto, examinando
el problema de la comprobación de las teorías.
Con el objeto de poner a prueba una teoría, deben seguirse
los siguientes pasos:
1. Enunciar la teoría que se pone a prueba.
2. Inferir hipótesis de ella.
3. Someter las hipótesis a pruebas experimentales o de
observación.
4. En los pasos dos y tres, utilizar las definiciones de tér­
minos hallados en la teoría que se está poniendo a prueba.
5. Eliminar o controlar las variables perturbadoras no in­
cluidas dentro de la teoría que se está poniendo a prueba.
6. Idear un cierto número de pruebas diferentes y exi­
gentes. '
7. Si no se pasa una prueba, preguntarse si la teoría fra­
casa por complèto, necesita ser reparada y re-enunciada, o
requiere un estrechamiento del panorama de sus pretensiones
explicativas.
El aparente fracaso de una teoría puede resultar de la con­
creción inapropiada de alguno de estos pasos. Varios de ellos
requieren un énfasis especial. Como lo que se prueba es una
hipótesis derivada de una teoría (no hay manera de comprobar
directamente una: teoría), una hipótesis que demuestra ser erró­
nea debe llevarnos, a reexaminar la segunda y la séptima opera­

26
LEYES Y TEORÍAS

ciones. La hipótesis, ¿fue correctamente inferida de la teoría?


¿Cómo, y hasta qué punto, la invalidación de una hipótesis co­
rrectamente inferida puede cuestionar a la teoría? Los resul­
tados desfavorables de las pruebas no deben conducir a un
apresurado rechazo de las teorías. Tampoco los resultados fa­
vorables deben conducir a una apresurada aceptación. Incluso,
si todas las pruebas son pasadas, se debe recordar que una teo­
ría es creíble sólo en relación con la variedad y la dificultad
de las pruebas, y que no existe la teoría que, por medio de prue­
bas, demuestra ser “verdadera” .3
Los esfuerzos de los científicos políticos destinados a in­
ferir hipótesis de las teorías y comprobarlas se han convertido
en un lugar común. Gran parte de las comprobaciones se hace
básicamente de la misma manera. Un esfuerzo destinado a com­
probar las proposiciones, un esfuerzo más meticuloso que la
mayoría, puede, por lo tanto, servir como ejemplo de hasta qué
punto se ignoran los requerimientos que acabamos de enunciar.
Singer, Bremer y Stuckey se dispusieron (1972) a evaluar “ un
número de formulaciones teóricas igualmente plausibles pero
lógicamente incompatibles” acerca de ciertas condiciones que
se dicen asociadas con la paz y la estabilidad o, alternativamente,
con la guerra y la inestabilidad. Tras haber consolidado los “pun­
tos de vista” de las “ escuelas” en pugna, ofrecen “modelos pre-
dictivos” en los que la concentración de la capacidad dentro
del conjunto de los poderes principales, los cambios de esa con­
centración y los cambios de capacidad entre los poderes son las
tres variables independientes. Llegan entonces a conclusiones
acerca de cuándo el modelo de la “paridad-fluidez” y cuándo el
modelo de la “ preponderancia-estábilidad" logrará hacer mejo­
res predicciones. Las preguntas formuladas son las siguientes:
¿Será la política internacional más o menos pacífica y estable si
el poder está más o menos concentrado y si el ranking de los
grandes poderes cambia más o menos rápidamente? ¿Qué pode­
mos hacer con las respuestas dadas? Muy poco. Las deficiencias
que justifican esta decepcionante respuesta se revelan si las
confrontamos con nuestra lista de reglas destinadas a la com­
probación de una teoría.
3 Para la consideración de los procedimientos de prueba y para la
explicación de la importancia que éstos revisten, ver Stinchcombe (1968,
capítulo 2).

27
KENNETH N . W A L T Z

Muchos comprobadores de teorías parecen creer que las


mayores dificultades estriban en la invención de las pruebas.
En cambio, debemos insistir en que la primera dificultad gran­
de estriba en descubrir o enunciar teorías con suficiente preci­
sión y plausibilidad como para que valga la pena la compro­
bación. Pocas teorías de política internacional definen los tér­
minos y especifican las conexiones entre las variables con la
claridad y la lógica que harían que valiera la pena la comproba­
ción. Antes de alegar haber comprobado algo, uno debe tener
algo para comprobar. Al poner a prueba sus modelos, Singer,
Bremer y Stuckey no logran examinar las teorías que intentan
poner como modelos. Las teorías que los autores tienen aparen­
temente en mente son contradictorias y confusas acerca de si
los resultados alternativos que se esperan son la guerra y la paz,
el conflicto y la armonía o la estabilidad y la inestabilidad. Se
puede pensar, por ejemplo, que un sistema estable es aquél que
sobrevive a las guerras. No obstante, Singer y sus asociados
finiquitan la cuestión del resultado que se debe esperar identifi­
cando la guerra con la inestabilidad y dejando las cosas en ese
punto. No logran explicar de qué modo sus expectativas acuer­
dan con las expectativas derivadas de alguna teoría en particular.
Los autores alegan evaluar sistemática y cuantitativamente
“formulaciones teóricas” contradictorias. Al reunir sus datos,
fijan necesariamente ciertas definiciones de las variables invo­
lucradas. Como variable independiente clave eligen la concen­
tración de poder o de capacidades. No mencionan ninguna teo­
ría que en realidad emplee esa variable, y yo no conozco ninguna
que lo haga. Las teorías conocidas que se ocupan de esas cues­
tiones se refieren al número de grandes poderes o de polarida­
des. “Polaridad” , más aún, es diversamente definida en términos
de países o de bloques. “Polos” se refiere a veces a las capaci­
dades físicas de naciones o de alianzas, otras veces depende
de la estructura de las interrelaciones nacionales, y otras se
vincula a la concesión o la negativa de un status alto a aquéllos
que logran sus propósitos o que fracasan en ello. Si no se reme­
dian las confusas, vagas y fluctuantes definiciones de las varia­
bles, no puede llevarse a cabo ningún tipo de pruebas de nada.
Los autores, no obstante, han introducido arbitrariamente sus
nuevas variables sin siquiera considerar cómo pueden alterar las
^■^xpeetativas con respecto á los resultados. Aunque este proble-
LEYES Y TEORÍAS

ma crucial ni siquiera se menciona, Singer y sus asociados


anuncian que la correlación entre las variables de la concen­
tración de poder y la guerra confirman o desconfirman las ex­
pectativas de las dos escuelas a las que vagamente se refieren.
Así, las reglas uno, dos y cuatro son absolutamente igno­
radas. Las teorías que se están comprobando no son enunciadas.
No se explica de qué modo se infirieron hipótesis de esas teorías.
Se hacen observaciones y se generan datos sin que se produzca
ningún esfuerzo destinado a definir las variables como eran
definidas en las teorías con las que presumiblemente se está
trabajando. Los autores pueden lograr algo, pero ese algo no
puede ser la confirmación ni la desconfirmación de las expec­
tativas de esas escuelas.
Ante tal fracaso, resulta difícil creer que en este caso, como
tan a menudo ocurre en las tareas correlaciónales emprendidas
por los estudiosos de la política internacional, no se ha pres­
tado la menor atención a la posible presencia de una variable
perturbadora. Una excepción no prueba una regla o una teoría,
pero, si se puede demostrar que algo es excepcional, eso no
suministra tampoco ninguna prueba en contra. Se esperaría que
la variables de los resultados obtenidos indujera a la búsqueda
de posibles fuentes de perturbación omitidas en los modelos.
En la instancia con la que nos enfrentamos, los "descubrimien­
tos” del siglo diecinueve difieren de los del siglo veinte. La dis­
crepancia sólo lleva a los autores a la más desnuda especulación
acerca de lo que puede haberse omitido y a ninguna especula­
ción acerca de lo que puede haber estado equivocado en la ma­
nera original de definir e interconectar las variables. No se ha
prestado a la regla cinco mayor atención que a las anteriores.
La regla seis requiere pruebas diferentes y demandantes. Se
podría pensar que esta instrucción tiene más importancia de la
usual, ya que el modelo consiste solamente en una elección de
tres variables altamente similares y arbitrariamente selecciona­
das y, además, los resultados de las pruebas no son concluyen-
tes. La dudosa calidad de los resultados, sin embargo, rio lleva
a los autores a idear o sugerir nuevas pruebas que puedan inte­
rrogar a sus modelos con alguna intensidad.
La séptima regla exige cuidado en la extracción de conclu­
siones a partir de los resultados negativos de la comprobación.
Estos resultados, ¿invalidan la teoría, requieren su reparación

29
KENNETH N. W ALTZ

o demandan un más estrecho rango explicativo? Singer y sus


asociados no toman en cuenta esas preguntas. En cambio, sólo
reportan las diferentes correlaciones existentes entre concen­
tración de poder y guerra en los siglos diecinueve y veinte. Sus
conclusiones son suficientemente modestas, pero, ¿qué otra cosa
podrían decir?
Deberíamos agregar otra advertencia a las muchas ya enun­
ciadas. Estaríamos más satisfechos si se pudieran hacer pruebas
rigurosas y experimentales. Sin embargo, si una teoría es enun­
ciada en términos generales, y si da lugar a expectativas que caen
dentro de un rango identificable pero desafortunadamente am­
plio, extraer inferencias precisas y tratar de comprobarlas
experimentalmente es cargar a la teoría con un peso mayor del
que puede soportar. La comprobación rigurosa de una teoría
vaga es un ejercicio de la utilización de los métodos más que
un esfuerzo útil destinado a comprobar la teoría. La aplicación
temprana de pruebas exigentes puede, más aún, hacer que
teorías pobremente desarrolladas sean descartadas antes de que
hayan tenido tiempo de desplegar su potencial (Rapoport, 1968).
¿Qué se puede hacer? Simplemente negociar los siete pasos
expresados aquí mismo de una manera apropiada para la teoría
con la que se está tratando. Preguntarse qué es lo que la teoría
nos lleva a esperar en vez de fijar arbitrariamente las expectati­
vas que nuestros datos y métodos pueden manejar. Comparar
las expectativas con las propias observaciones (con frecuencia
históricas) antes de dedicarse a refinamientos precisos y a la uti­
lización de métodos elaborados. A menos que una teoría de­
muestre ser lógica, coherente y plausible, resulta necio someterla
a pruebas elaboradas. Si se demuestra que una teoría es lógica,
coherente y plausible, el rigor y la complejidad de las pruebas
debe adecuarse a la precisión o a la generalidad de las expectati­
vas inferidas a partir de la teoría.4

in
' 1 .. . .
Hasta ahora mé he- ocupado del significado de la teoría y de
su construcción y verificación. Las teorías no surgen de los es­

4 Ver capítulo 6, Parte III, para mayores especificaciones acerca de


la verificación.

30
leyes y t e o r ía s

fuerzos por establecer leyes, ni siquiera en el caso en que esos


esfuerzos tienen éxito. La construcción de una teoría es una
tarea primaria. Es necesario decidir en qué cosas concentrarse
con el objeto de tener una buena posibilidad de idear explica­
ciones de las estructuras y acontecimientos internacionales que
nos interesan. Creer que podemos proceder de otro modo es
apoyar el enfoque profundamente anticientífico que afirma que
todo lo que varía es una variable. Sin tener al menos el boceto
de una teoría no podemos decir qué es lo que necesita ser ex­
plicado, cómo puede ser explicado y cuáles datos, con qué for­
mulación, pueden ser aceptados como evidencia a favor o en
contra de las hipótesis (Scheffler, 1967, pp. 64-66; Lakatos, 1970,
pp. 154-57). Seguir buscando asociaciones sin tener siquiera una
idea de la teoría es como disparar un arma en la dirección ge­
neral de un blanco invisible. No sólo desperdiciaremos gran can­
tidad de municiones antes de darle, sino que, si ni quisiera le
diéramos . . . ¡nadie se enteraría de ello!
La treta consiste, obviamente, en relacionar los conceptos
teóricos con unas pocas variables con el objeto de construir
explicaciones a partir de las cuales se podrán inferir y verificar
las hipótesis. Nuestro problema durante los dos capítulos si­
guientes consistirá en ver en qué grado y hasta qué punto este
procedimiento ha sido seguido por los estudiosos de la políti­
ca internacional.

31
2

TEORIAS REDUCCIONISTAS

Entre los rasgos descorazonadores de los estudios de política


internacional, se halla el pequeño aumento de poder explicativo
que ha surgido a partir de la enorme cantidad de trabajo pro­
ducido durante las últimas décadas. Nada parece acumularse,
ni siquiera las críticas. En cambio, se hacen una y otra vez las
mismas clases de críticas sumarias y superficiales, y se repiten
errores del mismo tipo. En vez de aumentar el número de re­
súmenes disponibles, concentraré mi atención en la parte crítica
de este libro sobre unas pocas teorías que ilustren los diferen­
tes enfoques. Al hacerlo, nuestro pensamiento tenderá más hacia
las posibilidades y limitaciones de los diferentes tipos de teoría, -
y menos hacia las bondades y debilidades dé ciertos teóricos '
en particular.

Las teorías de política internacional pueden clasificarse de dife­


rentes maneras. En otro trabajo he diferenciado las explicacio­
nes de-la política internacional, y especialmente los esfuerzos
por localizar las causas de guerra y definir las condiciones
de paz, según el nivel en el que las causas se sitúan —ya sea en
el hombre, en el Estádo, o en el sistema del Estado (1954, 1959).
Puede hacerse una división aún más simple, que separa las teo­
rías según sean reduccionistas o sistémicas. Las teorías de política
internacional que concentran las causas a nivel individual o na­
cional son reduccionistas; las teorías que conciben las causas
a nivel internacional son sistémicas. En el capítúlo 2, me con­
centraré en las teorías reduccionistas.
Con un enfoque reduccionista, el todo es comprendido co­
nociendo los atributos y las interacciones de sus partes. El es­
fuerzo por explicar la conducta de un grupo por medio del estu­
dio psicológico de sus miembros es un enfoque reduccionista,

33
KENNETH N. WALTZ

como lo es el esfuerzo destinado a comprender la política inter­


nacional por. medio del estudio de las burocracias y los buró­
cratas nacionales. Tal vez, el clásico reduccionista fuera el
una vez famoso intento de comprender los organismos desar­
mándolos y aplicando conocimientos físicos y químicos al exa­
men de sus partes. Entonces, es esencial para el enfoque reduc­
cionista que el' todo sea conocido por medio del estudio de las
partes. También' sucede con frecuencia que los reduccionistas se
encuentren utilizando los métodos de otras disciplinas con el
objeto de aprehender su propio objeto de estudio. A priori, no
se puede decir si la reducción será suficiente. La cuestión de lo
adecuado o apropiado debe responderse por medio del examen
del material a explicar y por medio de la observación de los
resultados obtenidos.
La época del furor de la reducción entre los biólogos puede
haber sido desafortunada.1 No obstante, es posible comprender
que el éxito y el prestigio de la física y la química hayan tor­
nado atractivo el camino del reduccionismo. En nuestro campo,
el furor reduccionista deriva más de los fracasos de los trabajos
realizados a nivel político internacional que del éxito de otras
disciplinas posiblemente pertinentes. Muchos han tratado de ex­
plicar los acontecimientos políticos internacionales en términos
de factores psicológicos o de fenómenos psicosociales o de las
características políticas y económicas nacionales. Al menos en
algunos de estos; casos, los posibles factores pertinentes han sido
explicados por teorías de algún modo más poderosas de lo que
las teorías de política internacional han sido capaces de generar.
En ningún caso, sin embargo, esas teorías no-políticas resultan
suficientemente poderosas como para suministrar explicaciones
o predicciones confiables.
La tentación verdadera de reducir es débil, no obstante lo
cual, en política internacional, la tendencia a reducir ha sido im­
portante. Esta tendencia puede explicarse mejor agregando a la
razón teórica, que acabamos de dar, una razón práctica. A menu­
do parece que las decisiones y acciones nacionales dan cuenta de
la mayor parte de lo que ocurre en el mundo. Cómo podrían las
explicaciones a ¡nivel político internacional rivalizar en impor­
tancia con la respuesta de los poderes principales a preguntas

1 Alfred North Whitehead al menos así lo pensaba (1925, p. 60).


TEORÍAS REDUCCIONISTAS

como éstas: ¿habría que gastar más en defensa? ¿Es necesario


o no construir armas nucleares? ¿Habría que mantenerse en una
posición sólida e inflexible o retirarse y buscar la paz? Las deci-
ciones y actividades nacionales parecen de enorme importancia.
Esta condición práctica, junto con el fracaso de las teorías polí­
ticas internacionales en el aspecto de suministrar explicaciones
convincentes o una guía útil para la investigación, han incremen­
tado la tentación de dedicarse a los enfoques reduccionistas.
La teoría económica del imperialismo desarrollada por Hob-
son y Lenin es el mejor de esos enfoques.2Por "m ejor” no quiero
decir necesariamente correcto, sino más bien la teoría más im­
presionante. La teoría es elegante y poderosa. Enunciada de ma­
nera simple y con la incorporación de unos pocos elementos,
pretende explicar los más importantes acontecimientos políticos
internacionales —no solamente el imperialismo sino la mayoría,
aunque no todas, las guerras modernas— e, incluso, señalar
las condiciones que permitirían el predominio de la paz. La
teoría ofrece explicaciones y, a diferencia de la mayoría de las
teorías de las ciencias sociales, también predicciones. Más aún,
ha desempeñado exitosamente las otras tareas que debe desarro­
llar una buena teoría: es decir, estimular y guiar la investiga­
ción, así como provocar contra-teorías que pretendan dar cuenta
de los mismos fenómenos. En general, la literatura que puede
ser atribuida a la teoría del imperialismo Hobson-Lenin, tanto
a favor de la teoría como en contra de ella, es tan extensa y sofis­
ticada como la literatura asociada con cualquier otra escuela
dentro del campo de la política internacional. Por estas razones,
la teoría puede ser perfectamente usada para ilustrar los enfo­
ques reduccionistas.

II

Por el capítulo 1 sabemos que las teorías contienen suposicio­


nes teóricas (no-fácticas) y que deben ser juzgadas en términos
de lo que pretenden explicar o predecir. Por lo que he dicho
acerca de los enfoques reduccionistas, se desprende que las su­
posiciones de la teoría Hobson-Lenin serán económicas, no polí­

2 Las teorías de Lenin y de Hobson no son idénticas, pero son muy


similares y casi absolutamente compatibles.

35
KENNETH N. WALTZ

ticas. Su jerarquía como explicación del imperialismo y de la


guerra depende de: 1) si la teoría económica es válida; 2) si las
condiciones consideradas por la teoría existen en la mayoría de
los países imperialistas, y 3) si la mayoría de los países en los que
primaban esas condiciones eran en verdad imperialistas. He
hecho la especificación de la mayoría de los países, y no todos,
no para debilitar las pruebas que deben pasar las teorías econó­
micas del imperialismo, sino porque las excepciones no pueden
invalidar una teoría cuando su ocurrencia ha sido explicada de
manera satisfactoria. Un viento que eleve una hoja caída no pone
en cuestión la teoría newtoniana de la gravitación universal. Lo
mismo ocurre con las .teorías de Hobson y de Lenin: las causas
asignadas pueden operar; sin embargo, otras causas pueden des­
viarlas o avasallarlas. Las teorías de Hobson y Lenin pueden
explicar el imperialismo cuando se produce, y no ser refutadas,
sin embargo, ni siquiera en el caso de que no todos los países
desarrollados capitalistas practicaran en todo momento el im­
perialismo.
Imperialism, de Hobson, publicado por primera vez en 1902,
sigue mereciendo un estudio detallado. Sin duda, los estudian­
tes ahorrarán mucho tiempo y problemas si dominan el capítulo
sexto de la parte I, donde encontrarán los elementos de las ul­
teriores explicaciones económicas del imperialismo, desde Le­
nin a Baran y Sweezy. “ Sobreproducción” , “ superávit de capital” ,
“mala distribución del poder de consumo” , "aglutinaciones recu­
rrentes” , "depresiones consecuentes” : Hobson puebla densamen­
te sus páginas con estos conceptos, los que desarrolla y combina
sistemáticamente. Al hacerlo, más aún, da con nociones que otros
autores posteriores han retomado —el rol de la publicidad y la
importancia de los trusts, por ejemplo, e incluso la posibilidad de
lo que ahora se conoce como el imperialismo dpi libre comercio.
El razonamiento económico de Hobson es impresionante.
Al igual que Malthus, anticipa a Keynes cuestionando la convic­
ción de los economistas clásicos acerca de que si el gobierno
se despreocupara de la economía, la demanda efectiva tendería
intensamente hacia la suficiencia, que la demanda de bienes por
dinero limpiaría el mercado de todo lo producido y suministra­
ría así a los proveedores el incentivo necesario para emplear
plenamente los factores de la producción por medio de la inver­
sión continua. Sobrepasando a Malthus, Hobson fue capaz de

36
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

explicar por qué la demanda efectiva podía ser deficiente, dando


así razones para la proposición que más tarde establecería Key-
nes, es decir, que una economía de libre empresa podría descan­
sar sobre un punto que representara menos que el empleo pleno
de todos los factores de la producción.
A causa de la concentración de la riquezá en manos de unos
pocos, argumenta Hobson, el consumo no puede mantener el
mismo paso que el incremento del poder productivo; pues “ los
ricos no serán nunca lo suficientemente ingeniosos como para
gastar lo suficiente para impedir la sobreproducción” . A un
nivel de precios que deje beneficios, la demanda será insuficien­
te para vaciar el mercado. Hay entonces, según palabras de Hob­
son, “bienes que no pueden ser consumidos, o que ni siquiera
pueden ser producidos porque es evidente que no pueden ser
consumidos” . En cuanto a Keynes, el mal funcionamiento de la
economía está causado por una mala distribución de la riqueza.
En lo que a él respecta, la solución sensata corresponde al go­
bierno, que con sus capacidades impositivas y de inversión debe
dedicarse a lograr una distribución más equitativa de los ingre­
sos con el objeto de producir una demanda agregada que sos:
tendrá a la economía en una condición de empleo pleno. En
cuanto a Keynes, el enfoque es macroeconómico; examinando las
relaciones existentes entre los agregados sistémicos con él obje­
to de explicar las condiciones de la economía como un todo.3
Ahora disponemos de los elementos económicos de la teoría
del imperialismo de Hobson. Enfrentados con una decadente
tasa de ganancias doméstica y con escasos recursos, los inver­
sores potenciales dirigieron la mirada al exterior en busca de
mejores oportunidades. Éstas oportunidades se hallan en los
lugares donde han sido menos plenamente explotadas —es de­
cir, en países económicamente retrasádos. Expresado de otro

3 Los tres últimos párrafos son un resumen de la parte I, capítulo 6


de'H obson (1902). Keynes da a Hobson todo el crédito de anticipar los
elementos principales de su teoría general, aunque cor limitaciones por la
carencia en Hobson de una teoría del porcentaje del Interés y su conse­
cuente énfasis excesivo del excedente de capital én vez de acentuar la
carencia de demanda. Ver Keynes (pp. 364-370) y lás referencias allí da­
das. En un artículo por todo otro criterio excelente, Boulding y Mukerjee
(1971) señalan que es posible extraer algún sentido de la teoría del exce­
dente del capital de Hobson interpretándola a la luz: de Keynes. Sólo pue­
den creer que es necesaria una interpretación especial porque han omi­
tido la estrecha similitud entre Hobson y Keynes.

37
KENNETH N. WALTZ

modo, decir qqe uh país es económicamente subdesarrollado


significa que está escaso de capital. Cuando el capital es escaso,
se requiere un premio muy alto. Con similares impulsos de in­
vertir en el extranjero por parte de los ciudadanos de diferentes
países capitalistas, sus gobiernos se sienten impulsados a respal­
dar los' pcvliuu.i de tratamiento justo por parte de esos ciuda­
danos, o de privilegios especiales por parte de los gobernantes
de aquellos países en lo.’- que están operando. Si un gobierno
respalda a sus comerciantes en el exterior, ¿acaso pueden otros
gobiernos hacer menos? Si un gobierno construye muros tarifa­
rios alrededor de sus colonias, ¿acaso pueden otros gobiernos
quedarse tranquilos mirando cómo son discriminados sus ciu­
dadanos en la mayoría de lo.> mercados mundiales? Los gobier­
nos de los Estados capitalistas sintieron la fuerza del razona­
miento implícito en esas preguntas retóricas. Y de ese modo el
impulso a invertir en el exterior, y la competencia entre los ciu­
dadanos de distintos países que respondían a ese impulso, con­
dujeron naturalmente, se pensaba, a oleadas de actividad im­
perialista. Así, Hobson llegaba a esta conclusión: el imperialis­
mo “implica el uso de la maquinaria del gobierno por parte
de intereses privados, principalmente capitalistas, para asegu­
rarse ganancias económicas fuera de su país” . Otras fuerzas tam­
bién operan: el patriotismo, el celo misionero, el espíritu de
aventura, por ejemplo. Pero el factor económico es la “ raíz
madre”, la única causa cuya carencia marchita a la empresa
imperialista. Las fuerzas económicas son “los verdaderos de­
terminantes en la interpretación de la política verdadera” . Más
aún, directa e .indirectamente, se creía que el imperialismo daba
cuenta de casi todas, si no de todas, las guerras modernas.
(1902, pp. 94, 96, 126; cf. 106, 356 y sigs.). Como más tarde lo
expresara Harold J. Laski: “La principal causa de la guerra
radica en el campo económico. Su objeto principal es la prosecu­
ción de una riqueza obtenible por este medio, que es considerada
más grande por aquéllos que incitan al Estado a emprender la
acción bélica que la que se hubiera obtenido de haberse preser­
vado la paz” (1933," p. 501).
Aunque el imperialismo promueve el empleo por medio de
la exportación de trabajo y capital excedentes, las pérdidas su­
fridas por una nación imperialista superan por lejos a las ga­
nancias. Las ganancias son insignificantes, en parte, porque la

38
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

mayoría de ellas vá a los comerciantes e inversores, que cons­


tituyen dentro de la nación una ínfima minoría. Ellos cosechan
los beneficios del imperialismo; la nación, en general, carga con
las considerables expensas. En las palabras de Hobson, toma­
das de James Mili, el imperialismo es “un vasto sistema de ali­
vio externo para las clases altas” . La redistribución de los ingre­
sos daría a los factores de producción una utilidad mucho más
ventajosa. Más aún, si la actividad imperialista origina todas las
guerras y no solamente aquéllas directamente imperialistas, los
costos de todo el “sistema de guerra” , los costos de prepararse
para las guerras y de emprenderlas, deben ser atribuidos a la
empresa imperialista. Según ese razonamiento, los costos deben
exceder por mucho a las ganancias.4 Además de los costos esti­
mados en libras, la prosecución de políticas imperialistas pro­
duce desafortunados efectos políticos y sociales a nivel domés­
tico. Conduce o bien al militarismo en Inglaterra o a su depen­
dencia de las tropas nativas; pone en movimiento fuerzas que
son antagónicas a las reformas sociales y económicas y que so­
cavan al gobierno representativo; sostiene y aumenta una aris­
tocracia estéril que depende de los tributos de Asia y África, y
que en última instancia puede convertir a la mayoría de los
europeos occidentales en un pueblo parásito (1902, pp. 51,
103-52, 314-15).
Eso, según Hobson, es lo que define la mayor parte de la
pérdida de la nación imperialista. La otra parte de la pérdida
procede de los efectos que el imperialismo ejerce en el exterior.
La nación imperialista, al exportar sus bienes de capital y su
saber técnico, permite que los países retrasados desarrollen sus
recursos. Una vez que esto se ha producido, no hay nada que
impida, digamos, a China que utilice capital extranjero y cada
vez más su propio capital, combinado con su trabajo, para pro­
ducir bienes que pueden suplantar el “producido británico en
los mercados neutrales del mundo” . Puede por último “ inun­
dar” , incluso, los mercados occidentales con “productos chinos”

4 Según una versión más restrictiva, las ganancias y pérdidas rela­


tivas siguen siendo problemáticas, incluso para Gran Bretaña en el apogeo
de su imperialismo moderno. Ver los criteriosos cálculos de Strachey
(1960, pp. 146-94) y Brown (1970, p. X ). Especialmente, Brown escribe
acerca del imperialismo desde un punto de vista marxista. Recomenda­
mos también ver Boulding y Mukerjee (1971).

39
KENNETH N. WALTZ

baratos, revertir el flujo de las inversiones y adquirir “ control


financiero sobre sus patrones y civilizadores” (1902, pp. 308 y
sigs). Las propias acciones del país imperialista socavan su po­
sición de superioridad.
Lenin se basó grandemente en Hobson, y sólo estuvo en
desacuerdo con él en dos puntos importantes. Hobson creía que
la tendencia al imperialismo podría ser eliminada por medio
de políticas gubernamentales destinadas a redistribuir la ri­
queza (1902, pp. 88-90). Lenín creía que los capitalistas que con­
trolaban el gobierno jamás permitirían la articulación de esas
políticas. El imperialismo era entonces inevitablemente una po­
lítica de los Estados capitalistas en su etapa monopólica (1916,
pp. 88-89). Hobson creía que la argumentación imperialista era
la causa de casi todos los conflictos que se producían entre los
países imperialistas y la razón principal de sus enormes gastos
en armamentos. Sin embargo, Hobson preveía la horrible posi­
bilidad de que los Estados capitalistas cooperaran en la explo­
tación de los pueblos menos desarrollados (1902, pp. 311 y sigs.;
364 y sigs.). Lenin creía que los pactos cooperativos no podrían
durar, dadas las cambiantes fortunas de los Estados capitalistas
y la inestable posibilidad de oportunidades de inversiones exter­
nas. El capitalismo produce inevitablemente el imperialismo. A
su vez, eso lleva inevitablemente a la guerra entre los Estados ca­
pitalistas, pensamiento que más tarde respaldó la convicción de
que el socialismo podría sobrevivir en un solo país (1916, ps. 91-
96, 117-20).
Utilizando el análisis de Hobson, Lenin trató de demostrar
que los efectos que ese autor creía probables eran necesarios pro­
ductos del capitalismo. Más aún, a Lenin le agradaba aquello
que Hobson predecía y deploraba: el imperialismo forma parte
de la dialéctica que produce la decadencia del mundo capitalista
minando las energías de los Estados desarrollados y agudizando
los antagonismos entre ellos, por una parte, y promoviendo el
desarrollo económico de las áreas retrasadas, por otra parte.5
En este punto, Lenin se adecuaba cómodamente dentro del mol-

5 Lenin expone el primer punto citando, entre otros, a Hobson, y el


segundo especialmente por medio de la cita de Rudolf Hilferding (Lenin,
1916, pp. 102-104, 121).

40
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

de marxista. En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels habían


cantado al capitalismo una loa que hubiera sido incómoda y
pretenciosa de haber procedido de un apologista burgués.

Las diferencias nacionales, y los antagonismos entre los


pueblos (escribían) se desvanecen más y más cada día
debido al desarrollo de la burguesía, a la libertad de co­
mercio, al mercado mundial, a la uniformidad de los modos
de producción y a las condiciones de vida que corresponden
a estas últimas características (1848, p. 39).

Adaptando la explicación del imperialismo de Hobson, Le-


nin pudo sostener la visión de Marx de un futuro benigno y su
convicción de que las sociedades capitalistas eran las que con­
tenían la semilla de ese mundo. ■■¡ '■
Ahora podemos verificar la teoría económica del imperia­
lismo por medio de las tres preguntas formuladas al principio-
de la parte II. Primero, ¿hasta qué punto es buesna esa,teoría?
En este aspecto debemos distinguir entre los méritos del estilo
keynesiano de la teoría de Hobson y su capacidad de explicar
la tendencia a exportar capital que supuestamente produce el
imperialismo. Tanto Hobson como Lenin atribuyen el imperia­
lismo al impulso que se origina en subconsumo doméstico com­
binado con la atracción que ejercen los beneficios más altos que
pueden obtenerse gracias a las inversiones J en el exterior. Lo
que se desea son los beneficios más altos, de cualquier manera
que se ganen, tal como Hobson y Lenin afirmarían con rapidez.
La teoría económica de Hobson no lleva en sí misma a la con­
clusión de que es necesario edificar imperios. El capital puede
salir de un país en procura de beneficios más altos, pero el hecho
de que se requiera una conquista imperial, o que se piense como
necesaria, con el objeto de asegurar esos beneficios, es un hecho
que depende de las condiciones políticas y económicas internas
y externas. La demostración de que los Estados capitalistas
pueden generar excedentes no determina la manera en que serán
utilizados. El razonamiento económico sólo puede explicar la
aparición de excedentes específicos en ciertas condiciones. La
pregunta se desplaza, entonces, transformándose desde la interro­
gación acerca de si la teoría económica explica los excedentes de
capital a la cuestión de si la condición económica interna deter­

41
KENNETH N. W ALTZ

mina o no la conducta política externa. Esa pregunta no puede


ser respondida por medio de una teoría del funcionamiento de
las economías nacionales. A pesar de esa dificultad fatal, se
puede creer, como yo lo hago, que la persuasividad del razona-
miendo económico ha ayudado ha construir la teoría como un
todo, a pesar de su .incapacidad de pasar la segunda prueba y
su dificultad con la tercera.
La segunda , y la tercera pruebas pueden considerarse en
conjunto. Recuérdese que para que la teoría económica del im­
perialismo sea válida, la mayoría de los países imperialistas
deben ser capitalistas y productores de excedentes, y que la
mayoría de los países que responden a esa descripción deben
ser imperialistas. A partir de 1870 en adelante, que es el período
al que se aplica esa teoría, todos o casi todos los Estados que
podrían ser razonablemente llamados "capitalistas” se embar­
caron en alguna actividad imperialista. Varios Estados impe­
rialistas, sin embargo, exportaron poco capital a sus propias
colonias; y otros rio produjeron ningún tipo de excedente de
capital. Más aún, cierto número de Estados imperialistas no eran
capitalistas. La diversidad de las condiciones internas de los
Estados y de sus políticas exteriores era impresionante. Lo
que no resultaba impresionante era su conformidad con las
estipulaciones de la teoría. Inglaterra, el primer Estado impe­
rialista, había invertido la mitad de su capital fuera de sus
colonias para fines del siglo diecinueve. El hecho de que la
mayor cantidad estuviera invertida en los Estados Unidos re­
sulta por lo menos desconcertante para los escrupulosos parti­
darios de esta teoría. De manera constante, Francia se hallaba
en el segundo o tercer puesto de inversión y de comercio con los
territorios que poseía (Feis, 1930, p. 23). Japón en Asia, y Rusia
en Asia y Europa Oriental, eran ciertamente imperialistas, pero
no eran capitalistas ni productores de excedentes. Esos pocos
casos ilustran la diversidad de condiciones asociadas con el im­
perialismo, una variedad suficiente para refutar la teoría.
Estas anomalías, desde el punto de vista de la teoría, des­
piertan mayores dudas. El imperialismo es tan antiguo, al me­
nos, como la historia registrada. Por cierto resulta extraño sa­
ber que la causa,'(el capitalismo) es mucho más joven que el
efecto que produce! (el imperialismo). Es verdad que Hobson
y Lenin sólo pretenden explicar el imperialismo en la época

42
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

del capitalismo avanzado. Pero debemos preguntarnos qué es


lo que originó al imperialismo en épocas pasadas y por qué no
actúan más esas antiguas causas del imperialismo, por qué
han sido reemplazadas por el capitalismo. Si había cosas nuevas
en el mundo a fines del siglo diecinueve, el imperialismo no
era una de ellas. No el fenómeno, sino tan sólo su causa, era,
según se dijo, nueva. Es como si Newton hubiera alegado haber
descubierto la explicación de la caída libre de los cuerpos ex­
clusivamente desde 1666 en adelante, como si hubiera dejado
para otros la explicación de cómo caían esos objetos antes de
esa fecha, y como si su descubrimiento de la ley de gravedad
fuera algo que no existiera ni actuara antes.
Las teorías de Hobson y Lenin no pueden ocuparse de éstos
problemas y no intentan hacerlo con mucha seriedad.6 La acep­
tación de la teoría que se difundió y persistió, descansaba en
cambio sobre la atracción ejercida por su razonamiento econó­
mico y sobre la flagrante verdad de que los Estados capitalistas
desarrollados de la época se hallaban, ciertamente, entre los
más impresionantes constructores de imperios de la historia.
Los Estados capitalistas desarrollados eran feroces imperialis­
tas. Entonces, ¿por qué no identificar imperialismo y capitalis­
mo? La identificación era obviamente sencilla, ya que con tanta
frecuencia se leía acerca de Estados capitalistas que imponen
el excedente de sus productos y capital a cándidos nativos, y
acerca de la loca lucha entablada entre los países capitalistas
por la adquisición de colonias.
Si las aserciones de causa resultan convincentes, lo son sola­
mente hasta que advertimos que en la época de Hobson, al igual
que en la nuestra, la mayoría de los Estados importantes eran
capitalistas. Entonces se plantea esta pregunta: ¿Los países
desarrollados son “imperialistas” por ser capitalistas o por ser
desarrollados? El crecimiento de las economías industriales en
el siglo diecinueve estimuló el imperialismo mundial. ¿La he­
gemonía de unos pocos sobre muchos fue producida por las
contradicciones del capitalismo o por la revelación de los secre­
tos de la naturaleza, por la transmutación de la ciencia en tec­

6 Una manera consiste en argumentar que el "nuevo imperialismo”


era diferente del antiguo a causa del capitalismo. Por cierto que existían
diferencias, pero eran triviales teóricamente. Para un ejem plo de esta ar­
gumentación, ver O'Connor (1970).

43
KENNETH N. WALTZ

nología y por la organización de los poderes de la tecnología a


escala nacional? Las respuestas a estas preguntas son críticas
para cualquier teoría que pretenda dar cuenta del imperialismo.7
Algunos responderán que el furor de la actividad imperialis­
ta a fines del siglo diecinueve sólo puede ser explicado por los
cambios económicos producidos dentro de los países imperia­
listas, y que esto suministra evidencias a favor de la teoría de
Hobson y de Lenin. Esta argumentación no es adecuada. Al re­
chazar la teoría, no estoy diciendo que el capitalismo no tuviera
nada que ver con el imperialismo francés o británico. Hacerlo
sería tan tonto como decir que el autoritarismo nada tenía que
ver con el imperialismo japonés o ruso. Los actos particulares
tienen causas particulares, que dan cuenta de parte de los resul­
tados que nos interesan. Al ocuparnos de causas particulares,
sin embargo, estamos tratando con cuestiones que resultan más
interesantes históricamente que teóricamente. Afirmar que una
teoría que contemple tan sólo la condición interna de los Esta­
dos no explica suficientemente sus conductas externas no implica
afirmar que la conducta externa puede ser explicada sin hacer
referencia a las condiciones internas. Las economías capitalistas,
por lo tanto, tenían una amplia cantidad de elecciones y de me­
dios efectivos para actuar internacionalmente. De qué modo ele­
girían actuar, no obstante, no puede ser explicado por medio de
las condiciones internas solamente. Las condiciones externas
deben formar parte de la explicación, ya que la variedad de con­
diciones internas de los Estados no está igualada por la variedad
de sus conductas externas.
A través de la historia, los tres famosos “ excedentes” —de
personas, de productos y de capital— están asociados con movi­
mientos imperialistas. En diversas versiones, son identificados
respectivamente como el imperialismo de la multitud, el impe­
rialismo del libre comercio y el imperialismo del capitalismo
económico. Es necesario establecer dos puntos. Primero, un país
que sostiene un movimiento imperialista debe producir uno de
esos “ excedentes” o una combinación de ellos en el sentido es­
pecífico en el que el ejército imperial requiere un margen de
superioridad sobre el pueblo que controla. ¿De qué otro modo

7 Wehler (1970) da un notable ejemplo de cóm o el análisis de las cau­


sas queda entorpecido cuando se igualan industrialización y capitalismo.

44
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

podría ejercerse control? Segundo, el hecho de cómo se produce


ese “ excedente” , y la naturaleza del Estado que lo produce, pa­
rece no ser importante. Repúblicas (Atenas y Roma), monar­
quías asistidas por el derecho divino (la Francia borbónica y el
Japón de la dinastía Meiji), democracias modernas (Inglaterra y
Estados Unidos) han sido imperialistas en distintas épocas. De
manera similar, gran variedad de economías —pastoral, feudal,
mercantilista, capitalista, socialista— han sostenido empresas
imperialistas. Explicar el imperialismo por medio del capitalis­
mo es parroquial en el mejor de los casos. Más que referirnos al
imperialismo capitalista, deberíamos escribir, más acertadamen­
te, acerca del imperialismo de gran poder. Donde existen gran­
des desequilibrios de poder, y donde los niédios de transporte
permiten la exportación de productos y de instrumentos de go­
bierno, el pueblo más capaz habitualmeñte ejerce una considera­
ble influencia sobre los menos capaces de producir excedentes. En
un artículo que supuestamente acusa pesadamente a Joseph
Schumpeter, Murray Greene lo acusa de añadir esa idea a su
teoría sociológica del imperialismo: lo que puede "parecer im­
perialismo capitalista simplemente ocurre en la época capitalis^
ta” (1952, p. 64). Greene acierta precisamente en un punto im­
portante, aunque lo malentiende por completo. Históricamen­
te, el imperialismo es un fenómeno común. Donde hallamos im­
perios, advertimos que han sido construidos1por aquéllos que se
organizaron y explotaron sus recursos con mayor efectividad.
De este modo, en su apogeo, el mercantilismo fue la causa del
imperialismo en el mismo sentido espúreo'en que lo fue más
tarde el capitalismo.
Si los Estados capitalistas, los más avanzados de la época,
no hubieran afectado a los otros más de lo que los otros los
afectaron a ellos, embarcándose tan sólo ocasionalmente en acti­
vidades imperialistas, este hecho hubiera sido por demás extra­
ño. En este sentido, la ausencia del imperialismo en presencia
de un desequilibrio de poder requeriría una inminente explica­
ción. La debilidad invita al control; la fuerza tienta a ejercerlo,
atraque más no sea por el "bien” de la gente,8 El fenómeno es
más general y también más antiguo que la explicación que ofrece
8 Como la advertencia de Nkrumah a los africanos acerca de que la
debilidad de la desunión invita al control imperialista (Grundy, 1963,
p. 450).

45
KENNETH N. WALTZ

la teoría. La frase que expresa la causa fundamental que actúa


en economías diferentemente organizadas es “ el imperialismo
del gran poder” . La organización económica que “ causará” el
imperialismo (en el sentido de permitirle a un país la prosecu­
ción de políticas imperialistas) es cualquier forma económica
que demuestre ser: más efectiva en una época determinada y
dentro del área pertinente. Para completar la comparación ya
insinuada con anterioridad: la fuerza de gravedad newtoniana
actuaba antes, aunque no se la había identificado plenamente;
las causas del imperialismo, presentes en el capitalismo avan­
zado, ya estaban presentes con anterioridad, aunque la identifi­
cación del imperialismo con el capitalismo ha oscurecido ese
hecho.

III

Después de la Primera Guerra Mundial, Lenin y sus seguidores


pudieron aplicar su tesis en su forma más intensa. El capitalis­
mo produce imperialismo, y el Estado capitalista más importante
será el país más ferozmente imperialista. Así, Trotsky predijo
que Estados Unidos; se convertiría en la nación más imperialista
del mundo, y que este acontecimiento desencadenaría “ colisio­
nes militares” en una “ escala sin precedentes” (1924, p. 29). El
Estado capitalista más importante no sólo debe ser el más im­
perialista, sino que además sus políticas imperialistas deben ser
la principal causa de guerra en el mundo.
En el mismo período, Joseph Schumpeter escribió su cono­
cido ensayo, donde ofrecía para el imperialismo una explicación
contraria a la económica. “ Elementos precapitalistas, sobrevi­
vientes, reminiscencias y factores de poder” impulsan a los
Estados al imperialismo. Las clases militares, antaño necesarias
para la consolidación y la extensión de los Estados, no desapare­
cen tras haber completado sus tareas. Siguen viviendo. Procuran
tener ocupación y prestigio permanentes. Están respaldadas por
otros que han sido infundidos con el mismo espíritu. Esas fuer­
zas atávicas dan ¿acimiento a las tendencias imperialistas, que
no están ausentes ni siquiera en los Estados Unidos. Pero, afir­
ma Schumpeter, “podemos suponer que entre todos los países
Estados Unidos es el qué más probablemente muestre la más
débil tendencia imperialista” (1919, p. 72). Al igual que Veblen,

46
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

y gracias a un razonamiento similar, Schumpeter atribuye las


causas de las guerras a la constante vigencia de un militarismo
anticuado y cree que Alemania y Japón —países en los que las
fuerzas capitalistas no han suplantado del todo a los elementos
feudales— constituirán los mayores riesgos de guerra.9
¿El imperialismo decae a medida que el capitalismo, inhe­
rentemente pacifista, asimila más plenamente los elementos so­
ciales anacrónicos, o es la última expresión maligna del capita­
lismo antes del advenimiento del socialismo? A juzgar por la
precisión de las predicciones, Veblen y Schumpeter se llevan el
premio. Pero la predicción es un criterio insuficiente para acep­
tar la validez de una teoría, pues las predicciones pueden ser
correctas o erróneas por muchas y accidentales razones. Veblen
y Schumpeter, no obstante, plantearon el problema con el que
tendrían que enfrentarse más tarde los marxistas: cómo rescatar
la teoría del imperialismo de Lenin cuando los Estados capitalis­
tas no llevaran a cabo políticas coloniales —por cierto, cuando
ninguno de ellos se aferrara ya a sus colonias.
La solución se halla en el concepto de neocolonialismo tal
como fuera desarrollado a partir de la década de 1950. El neoco-
lonialismo separa la noción de imperialismo de la existencia
de los imperios. Lenin ofrece alguna base para esta separación.
Definió al imperialismo como la condición interna de ciertos
Estados más que como una política, un conjunto de acciones o
un resultado producido. El imperialismo es simplemente “ la
etapa monopólica del capitalismo” . Pero para Lenin esa condi­
ción hallaba necesariamente una expresión política. El imperia­
lismo se originaba de manera privada, pero se expresaba públi­
camente. Una política imperialista sólo podía llevarse a cabo si
había soldados y marineros disponibles para instrumentarla. Los
imperios sin colonias, y las políticas imperialistas que no requie­
ren ninguna fuerza que las respalde, eran inimaginables para
Lenin.
La primera gran diferencia entre la antigua y la nueva tesis
marxista del imperialismo se halla en el divorcio del imperialis­
mo de las políticas y las acciones gubernamentales. Esta dife­
rencia se ve claramente en el rápido cambio de conclusiones
9 Schumpeter no menciona a Alemania, aparentemente, a causa de
las limitaciones de la censura durante la guerra. El ensayo de Veblen
se publicó por primera vez en 1915.

47
KENNETH N. WALTZ

experimentado por Harry Magdoff, uno de los principales escri­


tores neocoloniales. En su libro de 1968 acentúa la dependencia
económica de la nación; entonces, requiere de la acción guber-
námental para establecer una posición de predominio que hará
que el mundo sea seguro para las operaciones del capital norte­
americano. En un artículo de 1970 se une a lo que es ahora la
corriente principal neocolonialista. Las referencias a la depen­
dencia norteamericana desaparecen, y las empresas privadas
suplantan al gobierno como motor conductor de la maquinaria
imperial. La tesis neocolonial contiene la explicación económica
última de la política internacional, afirmando, como afirma, que
en los Estados capitalistas los instrumentos económicos privados
se han desarrollado tanto que su uso informal es suficiente para
controlar y explotar efectivamente los recursos de otros países
(1969, capítulos 1, 5; 1970, p. 27 ).10Las corporaciones multinacio­
nales operan ahora en tan grandes escalas y sobre áreas tan
amplias que pueden desarrollar su propio poder en contra de
países económicamente menos poderosos, y también proseguir
sus estrategias de expansión distribuyendo las operaciones en
varios países, algunos con gobiernos predeciblemente más se­
guros y estables. El impulso comercial hacia el exterior es tan
fuerte, y su capacidad de preservación tan grande, que las em­
presas desarrollan sus “imperios invisibles” habitualmente sin
el respaldo de las políticas gubernamentales o de las fuerzas
nacionales.
La segunda diferencia importante que existe entre la antigua
y la nueva tesis marxista del imperialismo se halla en la estima­
ción de los efectos ejercidos por el imperialismo en los países
menos desarrollados. Los antiguos marxistas creían que los ca­
pitalistas se cavaban sus propias tumbas de diversas maneras,
una, de las cuales consistía en colaborar con el desarrollo eco­
nómico de sus imperios por medio de inversiones capitalistas
en el exterior. Una desesperación nada marxista ha sustituido al

10 Con más similitudes que diferencias, los puntos que acabamos de


enunciar y los que seguirán son comunes a la escuela neocolonial. Usé el
término “ escuela" en sentido amplio para sugerir una similitud de las
conclusiones de todos los autores que llegan a ellas de maneras diferen­
tes, ya sea por medio de enfoques históricos, políticos o económicos, y
cuyo com prom iso con el marxismo es variable. Algunas de las fuentes
más interesantes, además de Magdoff, son Baran y Sweezy (1966), Brown
(1970), Galtung (1971), Hymer (1970), Williams (1962) y Wolff (1970).

48
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

optimismo de Marx y de Lenin. Ahora se dice que los capitalis­


tas que operan en el exterior ejercen el efecto de congelar el
desarrollo económico a niveles relativamente bajos, de distorsio­
nar desventajosamente ese desarrollo. Los países retrasados si­
guen siendo abastecedores de materias primas para los países
más desarrollados, o se los mantiene a un nivel de manufactura
comparativamente primitivo.11 En este sentido, están incluidos
los países capitalistas más avanzados, los Estados Unidos y los
países comparativamente menos desarrollados de Europa occi­
dental.
Los teóricos neocolonialistas, no obstante, alegan haber
identificado y explicado otro “nuevo” imperialismo. Un examen
del pensamiento neocolonial nos llevará a establecer varios pun­
tos importantes acerca de la teoría internacional’. Esos puntos
quedan insinuados bajo los siguientes encabezamientos: 1) teo­
rías auto-verificantes; 2) estructura sin conducta o la desapari­
ción de la función, 3) sobrexplicación y el problema del cambio.

1. Teorías auto-verificantes

Imre Lakatos utiliza la expresión “ teorías auxiliares” para des­


cribir esas teorías que son ideadas “ tras los hechos” y que ,care­
cen de poder para anticipar otros hechos (1970, pp. 175-76). Su­
pongamos, por ejemplo, que empiezo por la convicción de que
ciertos tipos de Estados son imperialistas. Supongamos que mi
teoría explica por qué. Supongamos todavía que deseo mantener
mi teoría intacta, aun cuando la actividad explicada y aquellos
que se abocan a ella cambian mucho a lo largo del tiempo. Para
alcanzar esa meta, necesito hacer dos cosas: primero, redefinir
la antigua palabra para cubrir la nueva actividad, y segundo, re­
visar la vieja teoría con el objeto de cubrir nuevos, elementos. La
evolución de las teorías acerca del imperialismo ilustra perfecta­
mente ambos procedimientos. , <
Según Hobson y Lenin, si un país edifica un Imperio con el
objeto de controlar la escena exterior de sus operaciones econó­
micas, eso es imperialismo. Según una noción más tardía, si un
país es capaz de operar económicamente en el exterior sin edifi­
11 Estos puntos se expresan en un importante articuló anterior, cuyo
autor no pertenece a la escuela que estamos examinando. Ver H. Singer
(1950).

49
KENNETH N. W ALTZ

car un imperio, eso también es imperialismo. Esta última defi­


nición está implícita en la idea del “ imperialismo del libre co­
mercio’’, asociado á menudo con la óbra no-marxista e históri­
camente impresionante de Gallagher y Robinson. Estos autores
acentúan la utilización del libre comercio como técnica favorita
de la expansión británica, especialmente a mediados del siglo
diecinueve, y argumentan que cualquiera fuera el método utiliza­
do, los intereses británicos siguieron asegurándose y extendién­
dose durante todo el siglo (1953, pp. 11, 13). De todos modos,
bien puede ser que el interés británico por tener un imperio for­
mal decayera a mediados del siglo diecinueve, precisamente por­
que su dominio de los mercados mundiales le garantizaba que
una cantidad suficiente de sus productos serían adquiridos en
el exterior, gobernara o no esos países. De manera similar, pode­
mos decir que las operaciones económicas externas de Estados
Unidos no han requerido la maquinaria tradicional del imperio,
y por cierto tampoco la requieren ahora.12
El reconocimiento de la escuela neocolonial de que las ope­
raciones económicas norteamericanas requieren poco o ningún
apoyo de las fuerzas militares se corresponde certeramente con
la realidad. Las políticas imperialistas del viejo estilo han lan­
guidecido, los imperios casi han desaparecido. Ahora, como
siempre, la capacidad económica superior de los pueblos ricos
ejerce no obstante su impacto sobre los más pobres. Llamar a la
influencia ejercida por los ricos sobre los pobres “imperialismo”
es el primer paso para rescatar la teoría de Lenin. Afirmar que
lo que los capitalistas hacen en el exterior es imperialismo —lo
hagan o no por medio de un imperio y de la fuerza— ayuda a
convertir la teoría en auto-verificante. La teoría no anticipó estos
hechos. No hizo que nadie esperara la decadencia de los imperios
visibles. En cambio, la definición de aquello que presuntamente
la teoría explicaba fue cambiado para adecuarse a lo que real­
mente ocurría. Los neocolonialistas, al redefinir la conducta que
se espera de los Estados capitalistas, demuestran notablemente
la vigencia del punto ya expresado: es decir, cómo las economías

u L a noción de. Williams de lo que podríamos llamar "imperialismo


de puertas abiertas” (1962). Ver también el intento de Michael Barrat
Brown de completar.; la ’lógica neocolonialista alegando que el control im­
perial dependía más.de la dominación económica que de la política (1970,
pp. X X X IV -X X X V ).,

50
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

nacionales producen excedentes, y cómo estos excedentes son


utilizados en diferentes cuestiones, y lo segundo no puede ser
respondido por medio de una teoría acerca de las economías
nacionales.

2. Estructura sin conducta, o la desaparición de la función

La nueva definición de imperialismo afecta grandemente el modo


en que la teoría económica tradicional del imperialismo ha sido
corregida con el objeto de que cubra prácticas recientes, como
puede observarse si se toma en cuenta la teoría “ estructural" del
imperialismo de Johan Galtung. Llevando a la teoría neocolonial
hasta su extremo natural, Galtung, con poco ingenio, expone toda
su absurdidad. El imperialismo, en opinión de Galtung, es la
relación entre los Estados más ricos y armoniosos, por una parte, y
los Estados menos armoniosos y más pobres, por la otra. Convierte
al imperialismo en una cuestión estructural, pero llega a su teo­
ría estructural, en parte, por reducción. En su definición de es­
tructura internacional combina un atributo nacional, el grado
de armonía, con una estructura internacional característica, la
distribución de la capacidad. El primero es un elemento de la
estructura nacional, si es que es en algún sentido un.elemen­
to estructural. Como Galtung incluye un atributo nacional en su
estructura internacional, su enfoque se torna reduccionista. La es­
tructura es un concepto útil si se la considera como condicio­
nante de la conducta que afecta las maneras en que se desempe­
ñan las funciones.13 Definir la estructura internacional en parte
en términos de un atributo nacional identifica a esos atributos
con los resultados que se intentan explicar. Como Galtung defi­
ne estructura de esa manera, conducta y función desaparecen;
un país es llamado imperialista en función de sus atributos e
independientemente de las acciones que desempeñe. La observa­
ción de la conducta, su conexión con los acontecimientos y el
problema de los resultados alternativos —todas esas complejas
y difíciles cuestiones— pueden dejarse de lado. Así, Galtung
puede decir de Japón en el sudeste de Asia que “ no hay du­
das acerca del imperialismo económico, pero no hay dominio
político, militar, comunicacional o cultural” . El imperialismo,

13 Para una discusión de estas cuestiones, ver el capítulo 4, parte III.

51
KENNETH N. WALTZ

perfeccionado, no emplea ningún tipo de fuerza militar, ni fuer­


zas directas ni amenazas de violencia (1971, pp. 82-84, 101).
En vez de ser un conjunto de actividades difícil de revelar,
el imperialismo se convierte en una situación fácilmente visi­
ble: el crecimiento de la brecha entre los países ricos y armo­
niosos y aquéllos inarmónicos y pobres.
La construcción de Galtung, ofrecida como teoría, simple­
mente afirma que la causa de esa creciente diferencia entre con­
diciones de vida es la explotación que los ricos hacen de los
pobres. “ La interacción vertical” , afirma, es "la mayor fuente
de desigualdad de este mundo” (1971, p. 89). Por qué se produce
ese fenómeno no es explicado, sino que en cambio se lo reafirma
de diversas maneras. La asimetría del comercio internacional,
la diferencia de situación entre los que hacen los productos y los
que meramente disponen de los productos de la naturaleza, los
diferentes grados de procesamiento que reciben las exportacio­
nes de cada nación: de manera inespecífica, esos factores causan
presuntamente que la interacción de las naciones enriquezca a
los Estados desarrollados mientras empobrece a los retrasados.
La demostración de cómo, en qué circunstancia y en qué
grado los ricos se han enriquecido empobreciendo a los pobres
requeriría un cuidadoso análisis, incluyendo la investigación de
los cambios en términos de comercio y de la composición de las
exportaciones y las importaciones en todos los países y a lo largo
del tiempo.14 Esa investigación revela en ciertos momentos que
algunos productores primarios corren muy buena fortuna. Y,
¿acaso están explotando a otros de manera imperialista? En
1974, los exportadores de petróleo y de alimentos prosperaron.
Las subdesarrolladas naciones árabes y las altamente desarrollar
das de América del Norte prosperaron en contraste con la ma­
yoría de los países. Las primeras nombradas son preminentes
ejemplos de los países explotados de Galtung. Entran más bien
en la categoría de “ ser” y no en la de “ convertirse” , de países que
venden los productos de la naturaleza en vez de manufacturar
sus propios productos. Al mismo tiempo, Estados Unidos es el
14 En vez de hacer esto, Galtung ofrece ejemplos que a su vez resul­
tan bastante extraños. "Cuando una nación intercambia tractores por pe­
tróleo” , dice, "desarrolla la capacidad de producir tractores” (1971, p. 98).
Deja de lado el hecho de que un país exporta tractores solamente si ha
í~ desarrollada ya su industria automotriz. Aparentemente, desea hacer pa-
2 récer .que ios pobres permiten que los ricos desarrollen sus industrias.
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

mayor exportador mundial de alimentos y el modelo que Galtung


propone de país imperialista. La teoría de Galtung no sólo ofrece
descripciones en vez de explicaciones, sino que además sus des­
cripciones no se corresponden con la realidad. 'í I
Aparentemente, Galtung ha sacado conclusiones apresura­
das a partir de la tendencia, en términos comerciales, a despla­
zarse desde principios de la década de 1950 hasta principios de
la de 1970 en contra de los productos primarios y a favor de los
manufacturados. Pero esas tendencias no son iguales para todos
los productos ni duran indefinidamente. A medida que se pro­
ducen variaciones en los términos comerciales, algunos países
ganan más con el comercio internacional, y otros ganan menos.
Los términos del comercio van en contra de los países que ofre­
cen productos que ya son suministrados suficientemente por
otros. Internacional y domésticamente, los pobres se sienten alie­
nados y son frustrados por ser tan poco necesarios. ¿Cómo es
posible decir que los desempleados están explotados? ¿Cómo
es posible que los países que ofrecen materiales de gran existen­
cia están subsidiando a las naciones ricas con süs precios bajos?
Si las naciones ricas dejaran de comprarles sus productos, los
países pobres serían por cierto más pobres. ‘
No obstante, Galtung cree que los ricos explotan y empo­
brecen a los pobres, obstaculizan su desarrollo económico y ade­
más los mantienen interna y externamente desunidos (1971, pp.
89-90). Su conclusión, primero expresada en su teoría y luego
extraída de ella, es que la relación imperialista entre ricos y
pobres es la mejor explicación del bienestar de pocos y el sufri­
miento de muchos. Entonces deberíamos sin duda preguntarnos
si la parte norte y occidental del mundo ha empobrecido a las
orientales y a las del sur, y si la explotación dé estas últimas, a
su vez, enriqueció a las primeras. ¿El imperialismo llevó a la
explotación económica, la pobreza y la lucha a pueblos que no
habían sufrido previamente esas aflicciones? ¿Sirve el imperia­
lismo ahora para la perpetuación de esos males? La explotación
y la lucha no son infortunios recientes, como tampoco lo es la
pobreza. Los que atribuyen la desunión al imperialismo pueden
recordar la condición previa de la mayoría de los pueblos colo­
niales. Hasta mediados del siglo diecinueve, lo que es más, casi

53
KENNETH N. WALTZ

todo el mundo vivía a nivel de la simple subsistencia, o muy


próximo a ella.15
Marx y los primeros marxistas parecían hallarse más cerca
de la verdad al creer que sin la intervención de dinámicos países
capitalistas el mundo noroccidental hubiera permanecido para
siempre en su situación de retraso.16
Las causas de la pobreza son muchas y antiguas, al igual que
las causas de la riqueza. Los que creen que el imperialismo es
tan provechoso que da cuenta de gran parte de la riqueza de los
ricos confunden las! ganancias privadas con las nacionales, no
consideran los costos del país imperial incluyendo el costo de la
exportación de capital, y olvidan que para la mayoría de los paí­
ses imperialistas cualquier ganancia imperial es pequeña en el
mejor de los casos cuando se la compara con su propia econo­
mía. Más aún, como mercado para productos y como lugares de
inversión, otras naciones ricas han sido más importantes para
los países desarrollados, fueran o no imperialistas, que los países
retrasados. Decir que el imperialismo no ha dado ganancias sería
erróneo. El punto/esencial, sin embargo, tan urgente que puede
enunciarse en una sola frase, es éste: seguramente las razones
más importantes del bienestar material de los Estados ricos se
hallan dentro de sus. propias fronteras—en su uso de la tecno­
logía y en su capacidad de organizar economías a escala nacional.
, No obstante, para muchos de aquéllos que explican económi­
camente el imperialismo, la noción de que los pobres son los
que hacen ricos a los ricos se ha transformado en una convicción
arraigada. Tal vez sea igualmente arraigada la idea de que los
ricos hacen pobres a los pobres y además les infligen otros nu­
merosos infortunios. Estas ideas desesperanzadas, momentáneas
para los primeros marxistas porque las causas básales del sis­
tema producirían su propia destrucción, se toman permanentes

15 Emmanuel (1972, pp. 48-52). El libro propone la extraña tesis de


que el aumento de los salarios es la causa del desarrollo económico na­
cional.
16 La ambivalencia de Mao Tsé-tung en estos puntos resulta intere­
sante. China no era una colonia sino una semicolonia compartida por va­
rios amos imperiales. Ningún país imperial tuvo incentivos para promo­
ver el desarrollo de China y eso, señala Mao, ayuda a explicar el desparejo
"desarrollo económico, político y cultural” (1939, p. 81). El conflicto en­
tre los amos imperiales, sin embargo, promovió las luchas nacionales y
revolucionarias en China (1936, pp. 193-98).

54
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

para los neocolonialistas actuales por las razones que enunciaré


en la sección siguiente.

3. Sobrexplicación y el problema del cambio

El esfuerzo destinado a salvar la tesis de Lenin ha llevado a tal


ampliación de la definición del imperialismo que casi cualquier
relación entre desiguales puede ser denominada de ese modo.
La ampliación fue necesaria para cubrir las sucesivas refutacio­
nes que los acontecimientos plantearon a los puntos claves de
la teoría de Lenin. Los marxistas solían considerar las inversio­
nes externas como medios de abrirse paso a través del estanca­
miento inevitable de la economía de laissez-faire. Pero una vez
que las inversiones externas producen a los países capitalistas
una devolución mayor que la cantidad de sus nuevas inversiones
externas, ya no se puede decir que opere el principio de “im­
pulso". Algunos neocolonialistas señalan ahora que el flujo neto
de fondos es hacia Estados Unidos, y añaden que gran parte de
las nuevas inversiones de las corporaciones que operan en el
exterior proceden de capitales prestados localmente.17
¿Cómo hacen entonces los países capitalistas para evitar
el estancamiento? A menudo se da una respuesta simple: gastan­
do mucho en defensa. Los presupuestos de defensa son absorbe­
dores ideales de capital excedente porque los gastos en defensa son
estériles. Esta explicación, sin embargo, se aplica a Japón o a
Alemania occidental, segundo y tercer país capitalista respecti­
vamente. Incluso aplicada a Estados Unidos, la explicación ad­
mite que cualquier objeto adicional de gasto privado o público
en gran escala cumpliría la misma función, como Baran y Sweezy
también señalan (1966, pp. 146-53, 223). Para nuestros propósi­
tos, todo lo que necesitamos advertir es que las inversiones ex­
ternas de los Estados están efectivamente separadas del análisis
marxista de las economías capitalistas una vez que las inversio­
nes externas dejan de considerarse una manera de compensar
el déficit de consumo interno.
17 Ver, por ejemplo, Baran y Sweezy (1966, pp. 105-109); Magdoff
(1969, p. 198). Los marxistas lo plantearon de ambas maneras; primero,
la dependencia de los países ricos con respecto a los pobres, para que
éstos absorbieran el capital excedente; más tarde, la explotación de los
países más pobres por parte de los más ricos por medio de la repatriación
de los beneficios de las inversiones.

55
KENNETH N. WALTZ

Así, uno de los dos elementos principales del desarrollo


dialéctico es eliminado. El segundo elemento también ha dejado
de operar pues, como ya se ha explicado, no se cree que los países
subdesarrollados serán elevados económicamente por medio del
flujo de capital externo que llegue hasta ellos. Por lo tanto, no
adquieren la capacidad de resistirse a las intromisiones de los
Estados capitalistas en el futuro. El capitalismo no sé reproduce
en el exterior por medio de sus políticas imperialistas, y por lo
tanto no se crean las condiciones en las que clásicamente se ha
supuesto que emerge el socialismo.
Como explicación económica última, el neocolonialismo di­
vorcia al imperialismo de la política gubernamental. Ahora el im­
perialismo, basado en el desequilibrio económico a favor de los
Estados capitalistas, es una condición que se sostiene en tanto
persista ese desequilibrio. El hecho de expresarlo así revela la
importante cualidad común existente entre el “ imperialismo del
libre comercio” inglés de mediados del siglo diecinueve, y el
reciente “imperialismo de la expansión comercial en el exterior”
de los norteamericanos. Cada caso es una instancia del “ imperia­
lismo del gran poder” . Cuando un país produce un tercio o un
cuarto de los productos del mundo, está destinado a afectar a
los otros más de lo que los otros lo afectan a él. Los vehículos
de la influencia —sean comerciales, financieros, o corporaciones
multinacionales— producen efectos de gran alcance a causa de
las vastas posibilidades nacionales que los respaldan.
La única prescripción para acabar este así llamado impe­
rialismo es la que ordena que los pobres se enriquezcan y/o los
ricos se empobrezcan.18 Y, sin embargo, se considera que el sis­
tema actual produce, perpetúa y aumenta la brecha existen­
te entre las naciones ricas y las pobres. Los que aceptan el
análisis neocolonialista deben acabar en la desesperación o caer
en la fantasía. La fantasía de sus prescripciones para terminar
con el imperialismo es evidente. Tras haber definido el imperia­
lismo como la explotación de los débiles por parte de los fuertes,
o de los pobres por parte de los ricos, Galtung, por ejemplo, sólo
puede ver un final del imperialismo por medio de la cooperación

18 Cómo señalara Robert Jervis al comentar este capítulo, una depre­


sión de los países ricos que achicara la brecha existente terminaría con
el imperialismo, tal como Galtung lo define, sólo durante el tiempo que
durara esa depresión.

56
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

y la unión de los débiles y los pobres, con el objetó de convertirse


en ricos y fuertes, aunque la complicación de sus afirmaciones
oscurece de algún modo esta prescripción (1971, pp. 107 y sigs.).
¡Sed fuertes! ¡Volvéos ricos! Es difícil seguir un consejo de esta
clase. En ciertas ocasiones, los débiles y los pobres pueden ga­
nar algo uniéndose, pero esas ocasiones son escasas, y los bene­
ficios son difíciles de obtener. El dramático incremento de los
precios petroleros provocado por la unión de países exportado­
res de petróleo a mediados de la década de 1970 sugiere que se
necesitan condiciones muy especiales para lograr éxito. El ejem­
plo demuestra en especial que aquellos bienes dotados del recur­
so de la demanda prosperan a expensas de muchos otros; más
aún, es posible ejercer algún tipo de regulación del suministro.
El ejemplo confirma el dicho popular que afirma que “los que
tienen, pueden” , en vez de respaldar la esperanza de que los
países pobres puedan mejorar sus destinos concertando sus es­
fuerzos. A la miseria puede gustarle tener compañía, pero cuan­
do los pobres y los débiles unen süs manos, poco' ganan —si es
que ganan algo— en prosperidad y en fuerza.

IV

Ahora podemos reflexionar acerca de las teorías del imperialis­


mo que acabamos de examinar. Hobson, Lenin y los neocolonia-
listas ofrecen explicaciones económicas de la conducta externa
de los Estados, con mayores diferencias entre la escuela neo-
colonial y Lenin que entre Lenin y Hobson. Hobson y Lenin
consideraban que la expansión y la consolidación de los impe­
rios se desarrollaban al mismo tiempo que, el capitalismo. Alega­
ban que el capitalismo era la causa del imperialismo, y concluían
que la regulación o abolición del capitalismo elim inaría, el im­
perialismo. Cometieron el comprensible error de pensar que la
solución del problema específico del imperialismo a fines del
siglo diecinueve y principios del siglo veinte sería solución para
los antiguos problemas del imperialismo y también del problema
de la guerra. Los marxistas más tardíos y otros neocolonialistas
cometen errores diferentes y menos excusables. Reinterpretan la
palabra para que se adecúe a sus erróneas interpretaciones de una
antigua teoría. Las “teorías” de tipo neocolonial púeden rechazar­

57
KENNETH N. WALTZ

se porque, en lugar de ofrecer explicaciones, proponen redefini­


ciones destinadás más a salvar una teoría que a dar cuenta de
los fenómenos; ;
El examen de los autores neocoloniales nos alerta acerca
de la práctica común de pretender haber construido o recons­
truido teorías, dedicándose en cambio a ejercicios definicionales
destinados a lograr que las categorías descriptivas se correspon­
dan con los cambios de los acontecimientos observados. El
estudio de Hobson y Lenin lleva a pensar por qué los enfoques
reduccionistas pueden ser inadecuados para la construcción de
teorías políticas; internacionales.
Hobson y Lenin concentraron su atención sobre importan­
tes atributos de algunos de los principales Estados imperialis­
tas de su época.. La investigación de esos atributos a la luz de la
teoría económicá*de Hobson nos dice algo acerca de los cam­
bios de las políticas nacionales y de las políticas internacionales
a partir del siglo diecinueve. Pero lo que pretendía ser una teoría
general terminó por ser una teoría parcial. Como ha demos­
trado Eugene Staley de manera tan eficiente, aunque la teoría
ayuda a explicar ciertas políticas imperialistas, es absoluta­
mente inconducente para explicar otras (1935). Las considera­
ciones económicas forman parte de casi todas —o todas— las
empresas imperialistas, pero las causas económicas no son las
únicas que operan ni son siempre las más importantes. Toda
clase de Estados han seguido políticas imperialistas. Quien afir­
mara que cierto tipo particular de Estado producirá el impe­
rialismo deberá, para ser coherente, agregar que en otros mo­
mentos y lugares diferentes tipos de Estados fueron también
imperialistas. Sin embargo, las teorías que hemos examinado
alegan que una relación imperial existe precisamente porque el
Estado imperial posee ciertos atributos económicos. Esas teo­
rías exigen que uno crea que la situación de desequilibrio inter­
nacional acuerda cierto grado de influencia y de control que es
únicas que operan ni son siempre las más importantes. Toda
poderosas poseen los atributos prescriptos. Así, según la mayo­
ría de las teorías' económicas, la perniciosa influencia de los
fuertes sobre los débiles sólo se producirá si los Estados fuertes
son capitalistas. Pero eso es difícil de creer. Uno se pregunta,
por ejemplo, si Máo Tsé-tung pensó en los Estados capitalistas
como la única; causa del imperialismo, y sabemos que Chou

58
TEORÍAS REDUCCIONISTAS

En-lai no lo hizo así.19 Inversamente, la implicancia necesaria


de las teorías económicas es que los fuertes y los débiles pueden
coexistir sin que se desarrolle ninguna conexión imperial si
los fuertes están constituidos adecuadamente. Si lo están, la
autonomía de los débiles quedará asegurada gracias a la sabi­
duría auto-interesada de los fuertes.
Las teorías que hacen esa afirmación contienen además, ai
menos de manera implícita, la afirmación más amplia de que
no hay buenas razones políticas internacionales para el conflicto
y las guerras entre los Estados. Las razones de la guerra, así
como las del imperialismo, se localizan dentro de algunos, o de
todos, los Estados. Pero si se purgaran las causas, ¿desapare­
cerían los síntomas? No podemos creerlo fácilmente. Aunque
las teorías económicas atribuyen a las guerras ciertas causas
específicas, sabemos que toda clase de Estados con todas las
variantes imaginables de instituciones sociales y económicas y
de ideologías políticas se han embarcado en guerras. Interna-
cionalmente, diferentes Estados han producido resultados simi­
lares y diferentes, y Estados similares han producido resultados
similares y diferentes. Las mismas causas a veces originan di­
ferentes efectos, y efectos similares pueden desprenderse de
causas diferentes. Debemos sospechar que las explicaciones reduc­
cionistas de la política internacional resultan insuficientes, y que
los enfoques analíticos deben dar lugar a los sistémicos.
Sin embargo, los fracasos de algunos enfoques reduccionis­
tas no prueban que otros enfoques reduccionistas no puedan
tener éxito. Los defectos de las teorías económicas del imperia­
lismo y de la guerra, aunque sugieran problemas generales pro­
ducto de la concentración de las explicaciones de la política in­
ternacional en niveles nacionales o más bajos, no pueden to­
marse como indicadores de que todas las teorías reduccionistas
de política internacional serán defectuosas. Las dudas acerca
de la corrección de los enfoques reduccionistas se acentuarán
si, uno tras otro, se verificaran todos ellos y se los encontrara
deficientes. Aun así, no tendríamos razón de peso para dejar
de esperar que el próximo intento llevara a la construcción de

19 En su informe para el Décimo Congreso del Partido Comunista


Chino, Chou identificó a los Estados Unidos y a la Unión Soviética com o
los dos países imperialistas que "rivalizan por la hegemonía" y se refirió
al segundo llamándolo "país socio-imperialista” (Chou, 1 sept. 1973, p. 6).

59
KENNETH N. WALTZ

una teoría reduccionista viable. Estaríamos más persuadidos


de la deficiencia de la reducción por lo siguiente: por medio de
la construcción de una teoría a nivel sistémico, no-reduccionista,
y útil, tarea que se inicia en el capítulo 5; por medio de una
explicación de por qué fracasan las teorías reduccionistas, tarea
que será mejor posponer hasta examinar, en el próximo capí­
tulo, algunas reconocidas teorías sistémicas.

60
3

ENFOQUES Y TEORÍAS
SISTEMICOS
El escepticismo acerca de la justeza de las teorías; reduccionistas
no nos dice qué clases de teorías sistémicas serían mejores.
El hecho de explicar la política internacional en términos no
políticos no requiere la reducción de la política internacional
a la nacional. Debemos distinguir cuidadosamente entre la re­
ducción desde el nivel del sistema al de la unidad y la explica­
ción de los resultados políticos, ya sean nacionales o internacio­
nales, por referencia a algún otro sistema. Kairl Marx intentó ex­
plicar las políticas de las acciones por medio de sus economías.
Immanuel Wallerstein intenta explicar la política nacional y la
internacional por medio de los efectos que sobre ellas ejerce
“la economía capitalista, mundial” (septiembre" Í974). Se su­
giere allí un punto útil, aunque es un punto que Wallerstein re­
chaza intensamente: es decir, que diferentes sistemas naciona­
les e internacionales coexisten e interactúan. El sistema inter­
estatal no es el único sistema internacional que podemos con­
cebir. Wallerstein demuestra de muchas maneras interesantes
de qué modo el sistema económico mundial afecta a las políti­
cas nacionales e internacionales. Pero afirmar que la economía
afecta a la política no implica la negación de que la política afec­
ta a la economía y de que algunos resultados políticos tienen
causas políticas. Wallerstein alega que “ en los siglos diecinueve
y veinte sólo ha habido en existencia un sistema mundial, la
economía capitalista mundial” (p. 390). Lá argumentación con­
funde teoría con realidad e identifica un modelo de teoría con
el mundo real, errores ya identificados en el cápítulo 1. Una
teoría política' internacional sirve fundamentalmente para expli­
car los resultados políticos internacionales. También nos dice
algo acerca de las políticas exteriores de los Estados y acerca
de sus interacciones, económicas o no. Pero decir que una teoría
de economía internacional ños dice algo acerca ;de la política,

61
, KENNETH N. W A L T Z

y que una teoría de política internacional nos dice algo acerca


de la economía no significa que una teoría pueda suplantar a
la otra. Al decimos algo acerca de los seres vivos, la química
no desplaza a la biología.
Se necesita una teoría sistèmica de política internacional,
pero, ¿cómo se puede construir una? Alan C. Isaak argumenta
que la ciencia política no tiene teorías ni conceptos teóricos
(1969, p. 68). La discusión precedente puede haber fortalecido
esa argumentación por haber tomado en consideración sola­
mente a las teorías económicas y sociales, teorías que pretenden
explicar los resultados políticos sin la utilización de conceptos
o variables políticas.-“Si capitalismo, entonces imperialismo” es
una ley económica de la política, una ley que diversas teorías
económicas del imperialismo procuran explicar. ¿Podemos ha­
llar leyes 'políticas para la política, y teorías políticas que las
expliquen? Los que han intentado construir teorías sistémicas
de política internacional afirman implícitamente que podemos,
pues ima teoría de política internacional solo es sistèmica si
halla parte de la explicación de los resultados en el nivel polí­
tico internacional.
Este capítulo examina los enfoques de política internacional
que son tanto políticos como sistémicos. ¿Qué es un enfoque
sistèmico? Una manera de responder a esta pregunta es com­
parar los enfoques analíticos y los sistémicos. El método analí­
tico, preeminentemente el método de la física clásica y en el
que, por su inmenso éxito, suele pensarse como en el método
de la ciencia, exige la reducción de la entidad a sus partes y el
examen de sus propiedades y conexiones. Se comprende el todo
estudiando sus elementos en su relativa simplicidad y observan­
do las relaciones existentes entre ellos. Por medio de experi­
mentos controlados;' se examina la relación entre cada par de
variables separadamente. Tras examinar de manera similar otros
pares, los factores se combinan en ima ecuación en la que apa­
recen como variables de la enunciación de una ley causal. Los
elementos, desarticulados y aprehendidos en su simplicidad, son
combinados o agregados para rehacer el todo, con tiempos y
masas sumados cómo escalares y las relaciones entre sus distan­
cias y fuerzas sumadas según las leyes vectoriales de adición
(ver, por ej., Rapqport 1968, y Rapoport y Horvath, 1959).
Éste es el metóáo analítico. Funciona, y funciona maravi-

62
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

liosamente, en los casos en que las relaciones entre diversos


factores pueden resolverse en relaciones entre pares de variables
mientras “ otras cosas se mantienen iguales” , y en los que se
puede suponer que las influencias perturbadoras no incluidas
en las variables son pequeñas. Como el procedimiento analítico
es más simple, suele preferírselo al enfoque sistèmico. Pero el
análisis no siempre es suficiente. Solo será suficiente cuando los
efectos a nivel sistèmico estén ausentes o sean suficientemente
débiles como para ser ignorados. Será insuficiente, y se reque­
rirá un enfoque sistèmico, cuando los resultados no sólo son
afectados por las propiedades e interconexiones de las variables,
sino también por el modo en que se organizan.
Si la organización de las unidades afecta su conducta y sus
interacciones, entonces no podemos predecir los resultados o
comprenderlos por medio del simple conocimiento de las ca­
racterísticas, los propósitos y las interacciones de las unidades
del sistema. El fracaso de las teorías reduccionistas considera­
das en el capítulo 2 nos da razones para creer que se necesita
un enfoque sistèmico. Cuando prevalece la similitud de resul­
tados a pesar de los cambios de los agentes que parecen produ­
cirlos, debemos sospechar que los enfoques analíticos fracasa­
rán. Algo funciona como limitación de los agentes o se interpone
entre ellos y los resultados a los que tienden sus acciones. En
política internacional, las fuerzas a nivel sistèmico parecen te­
ner participación. Por lo tanto, debemos intentar concebir siste­
mas políticos que sean de algún modo compatibles con su uso
en las teorías sistémicas y en cibernética.1Un sistema, entonces,
se define como un conjunto de unidades interactuantes. En un
nivel, un sistema consiste en ima estructura, y la estructura es
el componente de nivel sistèmico que posibilita pensar en las uni­
dades como un conjunto diferente de una mera reunión. En
otro nivel, el sistema consiste en unidades interactuantes.
El propósito de la teoría de sistemas es demostrar cómo
operan e interactúan estos dos niveles, y eso requiere diferen­
ciarlos entre sí. Podemos preguntar cómo se afectan mutuamen­
te A y B y buscar una respuesta, sólo si A y B pueden diferen­

1 He hallado las siguientes obras acerca de teoría de sistemas y ci­


bernética especialmente útiles: Angyal (1939), Ashby (1956), Bertalanffy
(1968), Buckley (1968), Nadel (1957), Smith (1956 y 1966), Watzlawick y
otros (1967), Wiener (1961).

63
KENNETH N. W A L T Z

ciarse. Cualquier enfoque o teoría que sea llamado adecuada­


mente “ sistèmico” debe demostrar de qué modo el nivel sistè­
mico, o estructura, es diferente del nivel de las unidades inter-
actuantes. Si eso no se demuestra, significa que no tenemos un
enfoque sistemico ni tampoco, en absoluto, una teoría sistemica.
Las definiciones de la estructura deben omitir, los atributos y
las relaciones de las unidades. Sólo por ese medio podemos
distinguir los cambios de estructura y los cambios que se llevan
a cabo dentro de esa estructura.
Lo que las teorías sistémicas pretenden revelar es a menudo
malentendido por sus críticos. Algunos alegan que la teoría sis­
tèmica sólo procura definir las condiciones de equilibrio y mos­
trar cómo pueden sostenerse, que la teoría de sistema sólo se
ocupa del sistema como un todo. Otras alegan que la teoría
sistèmica procura demostrar de qué modo los sistemas deter­
minan la conducta y la interacción de sus unidades, como si las
causas sólo funcionaran hacia abajo. Que algunos teóricos se
hayan limitado al primer propósito o hayan adoptado el segundo
no es razón para limitar o condenar una teoría sistèmica como
tal. En política internacional las preocupaciones adecuadas, y
los posibles logros de la teoría sistèmica son dobles: primero,
trazar las carreras esperadas de diferentes sistemas internacio­
nales, por ejemplo, indicando su duración y grado de paz posi­
bles; segundo, mostrar de qué modo la estructura del sistema
afecta a las unidades interactuantes y cómo éstas, a su vez,
afectan a la estructura.
Un enfoque sistèmico concibe al sistema político interna­
cional como lo muestra la Figura 3.1. Para convertir en teoría
un enfoque sistèmico, debemos desplazamos desde la vaga y
usual identificación de las fuerzas y efectos sistémicos a su
especificación más precisa para decir qué unidades comprende
el sistema, indicar los pesos comparativos de las causas sistè­
mica y subsistémica y demostrar de qué modo las fuerzas y los
efectos cambian de un sistema a otro. Examinaré las obras de
tres prominentes teóricos sistémicos para ver si estos objetivos
se cumplen, y con qué grado de eficiencia.

64
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

Estructura internacional ,

Unidades interactuantes

F ig u r a 3.1 .

Para Richard Rosencrance, el sistema político internacional apa­


rece como se ve en la Figura 3.2 (1963, p. 229). Su marco de
referencia está compuesto por cuatro elementos: 1 ) úna fuente
disruptiva o entrada; 2 ) un regulador, y 3 ) una! tabla de limita­
ciones contextúales que traducen a los números uno y dos en
4) resultados (1963, pp. 220-21). Los Estados, son los disrup­
tores —más aún, por ejemplo, si sus élites son revolucionarias
y controlan inestablemente una buena cantidad de recursos dispo­
nibles, y menos si sus élites son conservadoras y tienen asegurado
el control de un suministro restringido de recursos. El regulador
aparece en diferentes períodos históricos como una institución
tal como el Consejo Europa o la Liga de las. Naciones, o como
un proceso informal por el cual algunos Estados se oponen a la
acción perturbadora de otros Estados, tal vez por medio de alian­
zas y de políticas de equilibrio de poder. El contexto es el con­
junto de limitaciones físicas que influye sobre la política —la
cantidad de tierra colonizable, por ejemplo, en una época de
actividad imperialista (1963, pp. 224-230). ¿Dónde, en esta for­
mulación, hay ima noción de algo a nivel sistèmico que condi­
cione la conducta de los Estados y que afecte los resultados de
sus interacciones? La respuesta es "en ningún lado” . Rosen­
crance no ha desarrollado una teoría, simplemente ha bosque­
jado un marco de referencia. Lo que aparezca como los factores

65
KENNETH N . W A L T Z

más importantes de un período particular de la historia entra


en este marco de referencia. Se utiliza, entonces, un lenguaje
sistèmico para describir las interacciones y los resultados.

F i g u r a 3.2 .

Más aún,;el.autor ha construido de tal manera su marco


de referencia qué puede determinar la conclusión a la que llega.
Anuncia un "descubrimiento" que, según cree, es contrario a los
enfoques venerables y a los actuales: que la inseguridad domés­
tica de las élites tiende a ser correlativa de la inestabilidad in­
ternacional (1963, pp. 304-305). La correlación no es, aparente­
mente, muy elevada. Según Rosencrance, ni Napoleón ni Hitler
temieron una “ revuelta de las constituciones domésticas” , no
obstante lo cual ellos dos fueron los mayores perturbadores de
los 220 años cubiertos por Rosencrance. Durante el período 1945-
1960, el bloque neutral, con élites inseguras, aparece junto con
las Naciones Unidas como el regulador del sistema (1963, pp.
210-11, 266). No obstante,^por alta o baja que sea la presunta
correlación, Rosencrance no puede llegar a ninguna conclu­
sión más que la de que la conducta de los actores determina los
resultados internacionales. Para los Estados, su enfoque pres­
cribe el rol de “ perturbadores” ; los Estados también están promi­
nentemente ¡incluidos dentro de los reguladores de los sistemas.

66
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

Como el contexto es puramente físico y como no hay ningún


otro elemento que opere a nivel sistèmico que sea postulado o
identificado, los sistemas internacionales sólo pueden ser deter­
minados por sus unidades consideradas como actores.2
En su mayor parte, estos comentarios no son críticas a Ro-
sencrance; en cambio, son descripciones de lo que el autor ha
hecho. Presenta los componentes de sus sistemas y entonces,
según sus palabras, procura demostrar “ de qué modo los cam­
bios de estos componentes producen cambios en el sistema
internacional". Llama a su tarea un “ análisis sistemático em­
pírico". Es empírico y analítico, pero no sistemático, a menos
que la palabra sea simplemente utilizada para sugerir que se
ha seguido un método ordenado. No es sistemático en ningún
otro sentido, pues los componentes producen todos los cam­
bios, y ninguno de ellos se halla a nivel sistèmico. “ El cambio en
el sistema, la estabilidad y la inestabilidad", dice, “no son inter-
dependientes” (1963, pp. 220, 232). Los sistemas, tal como él
los describe, no afectan las acciones ni las interacciones de los
Estados. Esto resulta obvio a partir de su descripción del sis­
tema político internacional en diversas épocas. Las políticas
internacionales desde 1789 hasta 1814, y desde 1918 hasta 1945,
por ejemplo, son llamadas “bipolares". Nadie podría, o al me­
nos nadie debería, creer que la bipolaridad caracterizó absolu­
tamente a esas épocas, pues ¿por qué entonces Napoleón estaba
tan satisfecho de luchar contra coaliciones? Gran parte de la
política de ambos períodos se centraba en el intento de confor­
mar y mantener coaliciones mientras la otra parte intentaba
impedirlas o romperlas. Las coaliciones finalmente se forjaron
en el crisol de la guerra, y demostraron ser muy poco confiables,
especialmente en el primero de ambos períodos. Lo que Ro-
sencrance llama bipolaridad en esas épocas no puede ayudar a
explicar las políticas. La bipolaridad se usa como un término
que describe la alineación de Estados a fines de esas épocas más
que como término que describe una estructura política condi­
cionante de los actos de los Estados y que influye sobre los

2 En un libro posterior (1973), un texto universitario, Rosencrance


se basa más en el sentido común y lucha menos por lograr innovación
teórica y rigor. No he comentado acerca de él, pero debo mencionar qué
allí modifica muchas de sus conclusiones anteriores.

67
KENNETH N. W A L T Z

resultados. A nivel sistèmico, encontramos resultados; a nivel


subsistémico, causas.
El enfoque de Rosencrance es reduccionista, no sistèmico.
Sin embargo, su obra representa uno de los principales usos
del enfoque sistèmico dentro de la política internacional: como
fuente de vocabulario y como conjunto de categorías para la
organización de un tema complejo. ¿De qué modo es útil esta
taxonomía? ¿Hasta qué punto es buena la escritura histórica?
Su obra debe ser juzgada en esos términos y no como teoría
sistèmica.

II

Especialmente en sus primeros trabajos, Stanley Hoffmann


parece diferir de manera decisiva con respecto a Rosencrance,
su ex-discípulo. Hoffman define “ un sistema internacional” como
"un esquema de estructuras entre las unidades básicas de la
política mundial” . La “estructura está mayormente determinada
por la estructura del mundo", entre otras cosas (1961, p. 90).
Esto parece señalar hacia una teoría sistèmica que contiene una
estructura concebida como un verdadero elemento a nivel sis­
tèmico. Esa estructura, desafortunadamente, es definida de
manera tan vaga e inclusiva que acaba por perder cualquier
significado claro. Esto no es un infortunio accidental sino una
consecuencia necesaria de los métodos y objetivos de Hoffmann.
Permítaseme explicar.
Primero, según Hoffmann, “ el sistema internacional es tan­
to un esquema analítico como un postulado” . Como “ esquema
analítico” o “construcción intelectual” , el sistema es una manera
de organizar datos abundantes y complejos. Los sistemas son
abstracciones. Como postulado, el sistema es una aserción “ de
que hay perceptibles esquemas de relaciones y variables cla­
ves que pueden ser discernidas sin artificialidad o arbitrariedad” .
Los sistemas entonces son también realidades, y esa noción
domina toda la obra de Hoffmann. El siguiente pasaje es una
expresión clave de su método y sus aspiraciones:

Una sociología histórica de la política internacional debe in­


tentar el estudio de los sistemas internacionales que han
emergido en la historia del mismo modo que los científicos

68
n

ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S ’

políticos estudian los sistemas políticos! domésticos reales


(en contraste con los imaginarios). . ¡

Cree certera la existencia de sistemas domésticos; la exis­


tencia de sistemas internacionales es “ más hipotética” . El estu­
diante de política internacional, por ello, debe, buscar realidad
con máximo empeño. Debe investigar las relaciones existentes
entre unidades que sean "regulares” y que “ alcancen un cierto
nivel de intensidad” , buscando unidades que posean “una mó­
dica conciencia de su interdependencia", y. un componente espe­
cíficamente internacional que sea distinto y separable de los
asuntos internos de las unidades ( 1961, pp. 91:92; 1968, pp. 11-12).
Estos puntos revelan los fundamentos del método de Hoff-
mann. Cuando escribe que es “verdadera" la “ existencia” del
sistema político doméstico, está suponiendo que el enfoque sis­
tèmico de la política requiere que el estudiante defina y des­
criba el sistema político como "real" y adopte una definición
particular de sistema. Lo que tomo como obvio resulta sin duda
problemático. De ninguna manera es evidente que se deba to­
mar la existencia de un sistema político doméstico como algo
verdadero. Los gobiernos existen, pero también podemos pen­
sar que los sistemas políticos son meras concepciones intelec­
tuales (Manning, 1962, p. 3). Sin duda, a menos que lo hagamos,
no hay razón ni sentido para el sistema como concepto, como
enfoque o como posible teoría.
No obstante, Hoffmann deja de escribir rápidamente acerca
de los sistemas políticos como concepciones intelectuales, para
dedicarse a esos sistemas como realidades. Por cierto se demora
tan poco en la primera parte que el significado mismo de sis­
tema como concepción resulta elusivo. ¿Si uno debe buscar
sistemas internacionales reales, qué ruta debe seguir? A partir
del conocimiento de las partes, debemos inferir acerca del todo.
Sólo las partes pueden observarse, trazando el curso de sus
acciones, discerniendo sus propósitos. Así, Hoffmann alaba a
Raymond Aron por su “rechazo de cualquier ciencia que da, para
las formas de conducta que estudia, explicaciones contrarias o
divorciadas del significado comprendido por: los participantes".
Y, añade Hoffmann, “uno debe comenzar por las formas de con­
ducta y agentes característicos” ( 1963a, p. 25 ). Hoffmann se auto-
describe como discípulo de Montesquieu, de Tocqueville y de

69
•* '***
; "■.........
. KENNETH N. W ALTZ

Aron (1964, p. 1269). El método de los maestros es la sociología


histórica, y ése es un enfoque inductivo.
Los comentarios precedentes nos permiten comprender
cómo piensa Hoffmann los sistemas y por qué los concibe de
esa manera. Estos comentarios también explican por qué el en­
foque de Hoffmann no resiste. Para sostener un enfoque sistèmi­
co, debemos estarcen condiciones de decir cuáles cambios re­
presentan el funcionamiento normal de las partes del sistema
y cuáles cambios marcan un desplazamiento de un sistema a
otro. Hoffmann sóío puede distinguir arbitrariamente entre esas
clases de-cambio porque ha mezclado elementos a nivel de la
unidad con elementos a nivel sistèmico en su definición de
estructura. La mezcla! de elementos se produce necesariamente
porque no se puede desarrollar inductivamente la descripción
de un sistema y el criterio por el cual los cambios de un sis­
tema se diferencian de los cambios entre sistemas. Como las
entidades que se observan y las interacciones entre ellas son el
sistema, es imposible que cualquier teoría o lógica separe los
cambios dentro del sistema y los cambios entre sistemas.
Entonces, ¿cómo hace Hoffmann para distinguir entre un
sistema y otro? Cree que por medio de las comparaciones his­
tóricas resaltan cambios importantes, y que es posible decir
que cada cambio importante es un cambio de sistema. Toma
por cambios de sistema los grandes cambios dentro de los sis­
temas. Los ejemplos económicos demuestran fácilmente por qué
este método no funciona. Si los economistas confundieran los
cambios a nivel de la unidad con los cambios a nivel del sistema,
afirmarían que una economía competitiva, o un sector oligopò­
lio), cambia su carácter a medida que se producen descubri­
mientos tecnológicos, de importancia o a medida que se produ­
cen revoluciones gerenciales dentro de las firmas. Las teorías
de una economía competitiva o de un sector oligopólico pueden
ser mejoradas o reemplazadas por otras, pero la aplicabilidad
de esas teorías no se pone en cuestión a causa del cambio tec­
nológico o de los cambios dentro de las firmas. El hecho de de­
nominar cambios de sistema a los cambios dentro de un sistema
imposibilita absolutamente el desarrollo de la noción de sistema
en una teoría qué posea algún poder explicativo. Y, sin embar­
go, Hoffmann sigue precisamente ese camino al escribir acerca
de política internacional. Ve la emergencia de un nuevo sistema

70
" - ri

ENFOQUES Y TEORÍAS SISTÉMICOS

cada vez que las “unidades en potencial conflicto” cambian de


forma, cada vez que “ una innovación fundamental rde la tecno­
logía del conflicto” se produce, y cada vez que “ el panorama de
los propósitos de las unidades” se achica¿q í expande (1961,
pp. 92-93). Los sistemas proliferarían desergrenadamente si se
aplicaran estos criterios. En realidad lofq^pim pide su aplica­
ción es la complejidad que de ello resultaría;. La generalidad
del criterio de Hoffmann, sin embargo, permite que el estudioso
anuncie el nacimiento de un nuevo sistema cada vez que le re­
sulte conveniente. “ Sistema” con un adjetivo prefijado —revo­
lucionario, moderado, estable, bipolar, multipolar, etc.— se con­
vierte en una etiqueta o un título adjudicado a ima época des­
pués de haber sido dibujada y descripta imaginativamente. “ Sis­
tema", entonces, no explica nada; lo que lo define es la exhaus­
tiva descripción de todo, y se dice que surge un nuevo sistema
cada vez que es posible cambiar la descripción en cualquier
sentido importanté. Los sistemas se multiplican hasta el punto
en que se dice que diferentes sistemas políticos han existido al
mismo tiempo y en una misma escena (Hoffmann, 1968, pp.
356-57; Rosencrance, 1966, pp. 320-25). Cuando los fenómejnos
que requieren explicación parecen ser distintos, se producen di­
ferentes sistemas con el presunto objeto de explicarlos. En reali­
dad, los sistemas meramente reflejan las variaciones que han
sido observadas y descriptas.
Progresivamente, Hoffmann se las arregla para situar todo
dentro de la estructura. En International Systems and Inter­
national Law, la constitución interna de los Estados y las armas
tecnológicas a su disposición no parecen ser elementos estruc­
turales (1961). En Gulliver’s Troubles, ya se han convertido en
eso (pp. 17, 33). Una causa estructural es inventada para cada
efecto, y esto se hace de un modo que convierte al enfoque en
reduccionista. Como se dice que los atributos y la conducta de
las unidades son elementos estructurales, las causas a nivel sis­
tèmico terminan por entremezclarse con las causas a nivel de
la unidad, y estas últimas tienden a ser dominantes. Aunque
Hoffmann no llega a los extremos de Rosencrance, se aproxima
a ellos. Hoffmann define a la estructura en parte según la dispo­
sición de las partes (la estructura de poder), y en parte según
las características de esas partes (la homogeneidad o hetero­
geneidad de los Estados). Las características concretas de los

71
KENNETH N. W A L T Z

Estados —la ambición de los gobernantes, los medios que em­


plean, el grado de integración nacional, las propiedades de las
instituciones! políticas— todas ellas son parte de su definición
de estructura (1961,>pp. 94-95; 1968, pp. 17-18). En la práctica,
su explicación-de lasipolíticas nacionales y de los acontecimien­
tos internacioñalés^íbasan casi enteramente en la constitución
de los Estados y deffios estadistas.
En efecto, Hoffmann define “estructura” como una colección
de ítems que se supone ejercen una importante influencia sobre
la política exterior y sobre los resultados de las interacciones
nacionales. Al hacerlo, produce una confusión de causas y una
mezcla de causas y efectos. Situar la configuración de poder y
la homogeneidad o heterogeneidad de los Estados en una única
definición de estructura es combinar elementos situados en dis­
tintos niveles de abstracción. La “ configuración de poder” abs­
trae de todas las características de los Estados excepto de sus
capacidades. El hecho de incluir la homogeneidad o heteroge­
neidad de los Estados como elementos estructurales da mayo­
res contenidos a la definición, disminuyendo así el nivel de
abstracción. Ello requiere que no sólo nos preguntemos de qué
son capaces los Estados físicamente sino también cómo están
organizados políticamente y cuáles serán sus aspiraciones e
ideologías. La estructura, entonces, contiene elementos a nivel
de la unidad que pueden ser afectados en sí mismos por las
características de la estructura a nivel sistèmico.
El efecto práctico de combinar diferentes niveles en una
sola definición de estructura es imposibilitar la respuesta, e in­
cluso impedir la pregunta, de cuestiones tan importantes como
éstas: ¿De qué modo la estructura definida como configuración
de poder afecta las características de los Estados —sus aspira­
ciones, su elección de medios, y posiblemente hasta su organi­
zación interna? E, inversamente, ¿hasta qué punto son sensibles
las diferentes estructuras internacionales a las variaciones de
la organización interna y de la conducta de los Estados indepen­
dientes? El método de Hoffmann sólo le permite describir los
sistemas internacionales, o más bien expresar la impresión que
tiene de ellos. No le permite explicar qué les pasa a los sistemas
o qué ocurre dentro de ellos. Y, no obstante, alega hacerlo. Hace
una distinción, por ejemplo, entre los sistemas “modernos” y
los “ revolucionarios” . Los primeros son multipolares cón respec­

72
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

to a la distribución de poder, y homogéneos en términos de


los propósitos de los Estados y de los métodos que ellos em­
plean. Los segundos son bipolares en la distribución de poder
y heterogéneos en términos de las cualidades de los Estados
(1968, pp. 12-14; 1965, pp. 89-100). Si los factores causales han
sido identificados con cuidado, las categorías deberían ser útiles.
Las categorías son útiles si dan lugar a un rango de expectati­
vas que corresponde al destino histórico que han experimentado
los distintos sistemas internacionales. Por eso, es de algún modo
desalentador leer que “ el sistema actual es también de relativa
moderación” , y enterarse además de que esta *“ estabilidad se
logra a pesar de los propósitos revolucionarios y a pesar de la
evidente bipolaridad” (1968, pp. 20, 33; el subrayado es suyo).3
Esta conclusión deja en claro que para Hoffmann la estruc­
tura como concepto a nivel sistemico no nos explicará mucho
ni nos dirá qué acontecimientos internacionales caerán proba­
blemente dentro de rangos particulares definibles. Hoffmann“
tiene problemas para pensar que las estructuras bipolares y
multipolares puedan afectar las aspiraciones y la conducta de
los Estados. No puede seguir muy duradera ni coherentemente
esa línea de pensamiento por razones que se revelan en. un co­
mentario que hace acerca de sistemas internacionales anterio­
res: “ La moderación o inmoderación de un sistema” , escribe, “po­
día medirse por medio del examen de los propósitos de las prin­
cipales unidades” (1968, pp. 33). Es cierto que a veces considera
las influencias sistémicas, pero siempre parecen ser fácilmente
superadas, si no por medio de la tecnología armamentista, en­
tonces gracias a la ambición de los gobernantes. Su sistema
es tan adornado que puede elegir cualquiera de!los muchos ele­
mentos de la estructura —la mayoría de los cuales se hallan a
nivel subsistémico— y decir que en este caso tal elemento justi­
fica los resultados. Lo que es importante, entonces, es la evoca­
ción de los sistemas de Hoffmann, pues sus efectos son asigna­
dos de manera subjetiva y bastante arbitraria.

3 La respuesta obvia pero poco útil sería decir que los armamentos
nucleares toman moderado a un mundo bipolar, y en ocasiones Hoffmann
ha dicho eso. Pero la respuesta tan sólo evade la pregunta o demuestra
que se ha abandonado el enfoque sistèmico, pues de inmediato deseamos
saber qué diferencias deben esperarse en los efectos de los armamentos
nucleares a medida que el sistema varía (ver capítulo 8).

73
KENNETH N. W A L T Z

Hoffmann constantemente demuestra ser discípulo de Aron.


Sus compromisos teóricos son idénticos, ambos tienden persis­
tentemente a explicaciones del tipo “ de adentro hacia afuera".
Como lo expresa Aron, “ los principales actores han determinado
el sistema mucho más de lo que han sido determinados por él”
(1966, p. 95). Para Hoffmann, tanto como para Aron, los resul­
tados están mucho más determinados por las unidades que in­
fluidos por el sistema. Tal vez estén en lo cierto. Sin embargo,
pensaríamos que una pregunta básica que debe ser explorada
es, precisamente, si los efectos sistémicos y de las unidades va­
rían en fuerza de un tipo de sistema a otro. Aron y Hoffmann
han dado una respuesta arbitraria a esta pregunta. Solo mer­
ced a esa respuesta arbitraria pueden insistir en que el teórico
preserve una supuesta correspondencia entre la significación de
los participantes y las formas de su conducta.
Tan profundo es' el compromiso de Hoffmann con las ex­
plicaciones desde adentro hacia afuera que, incluso, moldea a
Rousseau a su propia, imagen. De manera preeminente dentro de
los teóricos políticos, Rousseau acentuó la imposibilidad de in­
ferir resultados a partir de la mera observación de los atribu­
tos y la conducta de los participantes. Siempre debe considerar­
se el contexto de la acción, ya sea ocupándose de los hombres
o de los Estados, pues el contexto mismo afectará los atributos,
la conducta y los propósitos y alterará también los resultados.
Hoffmann, sin embargo, cree que “la solución de Rousseau al
problema de la guerra y la paz” es ésta: establecer “Estados
ideales en todo el mundo, y así se producirá la paz, sin necesidad
de una liga mundial a la manera de Kant” (1963b, p. 25). De
manera interesante, Rousseau rechaza esa posibilidad y llega, in­
cluso, a ridiculizarla.4
Sin embargo, es posible hallar evidencias que respalden casi
cualquier interpretación. en un autor que escribe profunda­
mente y con largueza acerca de asuntos complicados. Cuando
Rousseau señala una esperanza para la paz entre Estados alta­
mente autosuficieñtes que tengan poco contacto entre sí, Hoff­
mann le atribuye la idea de que las cualidades internas de esos

4 "Así, no es imposible", dice un enunciado representativo de las


obras de Rousseau, "q u e una república, aunque esté en sí misma bien
gobernada, participe en una guerra injusta" (1762, pp. 290-291; ref. Waltz,
1959, pp: 145-186). , ^ ,

74
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

Estados —sus bondades— serían la causa de la paz que reinaría


entre ellos. En cambio, Rousseau da una explicación ambiental:
los Estados pueden tener pocos conflictos si se relacionan entre
sí escasamente y de manera distante. La interpretación de Hoff-
mann es coherente con sus propias predilecciones teóricas, sin
embargo, y son ellas las que lo llevan a atribuirle a Rousseau
conclusiones acerca de la política internacional que subvertirían
en realidad toda su filosofía política.
El ensayo acerca de Rousseau, brillante a su manera aun­
que profundamente contrario a la filosofía de ese autor, ejem­
plifica la fuerza que pueden generar los compromisos teóricos.
Esa fuerza afecta a las interpretaciones del mundo y a las de
otros teóricos. Escribiendo acerca de política internacional en
la década de 1970, Hoffmann anuncia el fin del mundo bipolar,
declara que está emergiendo un mundo con cinco unidades
principales y argumenta que ese mundo podría prestarse a la
moderación y la estabilidad que se disfrutaron antes y después
de la Revolución Francesa. Pero ya había declarado previamente
que el mundo bipolar era también bastante moderado y estable
(marzo 6, 1972, p. 33; marzo 7, 1972, p. 39; ref. 1968, pp. 363-64).
Los cambios de expectativas no se asocian, de ninguna ma­
nera coherente con los cambios del sistema. El descuido con
el que se extraen esas inferencias sistémicas es sólo igualado
por la vaguedad con la que se define el sistema. Tras dar la
bienvenida al advenimiento de un mundo con cinco poderes,
Hoffmann añade de inmediato que las capacidades de los cinco
actores principales no son comparables. Si es que vamos a con­
tar, debemos contar cosas que sean iguales. Hoffmann descubre,
no obstante, que dos de los actores son “ superpoderes” , los ptros
tres no lo son. Se llega al número cinco sumando distintas
clases de cosas. Pero eso en realidad no importa, pues lo que
es un sistema, o aquello en lo que se convierte, no depende de
la configuración de poder de los Estados sino de sus políticas y
conductas. Esto está bien demostrado en su conclusión. A menos
que Estados Unidos empiece a intentar cumplir propósitos ade­
cuados por medio de tácticas efectivas, dice, “ podemos, en el
mejor (¿o el peor?) de los casos, llegar a tener un mundo tri­
polar” . Como siempre, se llega a la conclusión de modo reduc-
tivo. El status de otros países, y el carácter del sistema interna­
cional, son definidos en términos de la política norteamericana.

75
KENNETH N. W AL T Z

Los Estados producen sus situaciones. Por supuesto, uno


está de acuerdo con esa afirmación. Pero los enfoques sistémicos
examinados hasta este momento tienden a romper su evaluación
de las causas en este punto. Como el peso de las causas a nivel
sistèmico y a nivel de la unidad puede variar de un sistema a
otro, la tendencia es desafortunada. Decir que sería útil consi­
derar la política internacional a partir de los niveles sistémicos
no es lo mismo que afirmar que el sistema determina los atribu­
tos y la conducta de los Estados, sino más bien implica mantener
abierta la cuestión, teóricamente interesante y prácticamente
importante, de cuál puede ser, en los diferentes sistemas, el peso
causal proporcional de los factores a nivel sistèmico y a nivel
de la'unidad.
El mismo Hoffmann ha demandado la existencia de una re­
volución copernicana dentro de la política internacional (1959,
p. 347). Esa revolución exigiría considerar la política internacio­
nal a partir de una perspectiva a nivel sistèmico. Hoffmann
—con su insistencia acerca de que los sistemas son reales, de
que los actores deben ser conscientes de ellos, de que las catego­
rías de los teóricos deben corresponder a los propósitos de los
estadistas— no puede hacer la revolución que demanda. En au­
sencia de una revolución copernicana, Hoffmann se queda con
la, solución ptolomeica. La astronomía ptolomeica proyectaba el
movimiento de la tierra sobre los cuerpos celestes y compensa­
ba el desplazamiento por medio del ingenio geométrico. La polí­
tica internacional ptolomeica deja afuera el análisis de los efec­
tos que puede ejercer el sistema en general y luego recobra esos
efectos de manera impresionista a nivel de los atributos y de la
conducta nacional. Es por eso que Hoffmann debe proclamar el
surgimiento de un nuevo sistema cada vez que se produce un
cambio advertible dentro de las unidades que constituyen el sis­
tema internacional.
El enfoque de Hoffmann tiene considerable mérito, que las
críticas precedentes no deben oscurecer. Su concepción de sis­
tema y estructura incluye todos los factores que los estudiosos
de la política internacional deben tomar en cuenta; concibe
un sistema como estructura de relaciones, el sistema como
poseedor de una estructura generalizadora, y la estructura co­
mo reunión de elementos que influyen sobre la conducta de los
gobernantes y las operaciones de los Estados que conforman el

76
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S ‘

esquema de relaciones. Sin embargo, la incapácidad de resistir


la tentación de poner de todo dentro de la estructura imposibi­
lita la utilización del marco de referencia de Hoffman para un
sistema como base de una teoría de política internacional que
identificaría elementos distintos, definiría diferentes niveles de
abstracción, intentaría establecer relaciones causales y procura­
ría hallar esquemas de conducta recurrentes y rangos de efectos
asociados a diferentes sistemas internacionales. Su instrucción
para los estudiantes de política internacional se ácerca peligro­
samente a esto: recuerden que cualquiera de: muchos factores
puede afectar las relaciones de los Estados. El conocimiento
de la historia y de los asuntos públicos capacitará supuesta­
mente a los hombres inteligentes para imaginar cuáles factores
ejercen los efectos más serios en un determinado momento.
Hoffmann no ha desarrollado una teoría sirio que, en cambio,
ha exhibido un fuerte compromiso con respecto a determinado
enfoque intelectual. Este enfoque da coherencia a sus juicios. Su
compromiso con la realidad del sistema internacional, y su con­
vicción de que los estadistas deben “ ver” correctamente el sis-
tema con el objeto de actuar efectivamente, han hecho que su
escritura sea vivida. La sensibilidad de la percepción y la agu­
deza de su penetración son impresionantes, pero ¿cualquier atis­
bo de teoría sigue siendo allí tosco y confuso. Cualquier enfoque
de la política internacional que sea apropiadamente llamado
sistèmico debe al menos tratar de inferir algunas expectativas
acerca de los resultados de la conducta de los Estados y de sus
interacciones a partir del conocimiento de los elementos a nivel
sistemico. Para Hoffmann, y especialmente para Rosencrance,
las explicaciones importantes se hallan a nivel, de los Estados y
los estadistas; el nivel sistemico se convierte así en todo produc­
to pero no es para nada productivo. Por cierto,, uno se siente
presionado para descubrir un enfoque sistemico que considere
a la estructura como un concepto a nivel sistemico que ejerza
en realidad algún impacto causal. Morton A. Kaplan parecería
ser uno de los principales teóricos que es elaborada y coherente­
mente partidario de ese enfoque. Aunque llama a su intento de
teoría un “ sistema de acción” , las características notables de sus
seis sistemas parecen hallarse en los principios organizadores y
en sus configuraciones de poder. El autor parece, además, deri­
var algunas explicaciones de los resultados a partir de las dife-

77
KENNETH N . W A L T Z

rendas existentes entre estos elementos. Más aún, su obra suele


ser descripta, o alabada y condenada, por hacer precisamente
eso. Robert J. Lieber, por ejemplo, dice en su útil reseña pano­
rámica de este campo que “ los modelos de Kaplan reflejan la
suposición de qúe la estructura de un sistema complejo tiende
a determinar su !desempeño característico” (1972, p. 134). Stan­
ley Hoffmann, en la' misma convicción, condena a Kaplan por
pasar por alto la diversidad de los Estados, por dotar a los siste­
mas de voluntad propia, por suponer que los sistemas asignan
los roles a los actores, por creer que las estructuras plantean las
necesidades y determinan los objetivos, y por ignorar a las fuer­
zas domésticas (1959, pp. 360-61 ).
Es cierto que en un libro que intenta desarrollar una teoría
de política internacional, Kaplan con toda corrección y naturali­
dad plantea algunás suposiciones simplificadoras y no escribe
extensamente acerca de las diversidades nacionales y de las fuer­
zas domésticas. La importante pregunta teórica, sin embargo,
es ésta: ¿Cómo define, sitúa, evalúa e interrelaciona las fuerzas
causales que operan en diferentes partes y a diferentes niveles
del sistema? Con respecto a esta cuestión, la descripción de Lieber
y la crítica de Hoffmann son erróneas. Veamos lo que ha hecho
Kaplan. ' (•í':["
Aunque el autor no alega haber desarrollado ima teoría
completamente deductiva, sus afirmaciones son suficientemente
audaces como para dejarnos sin aliento. En 1964, reflexionando
acerca de su obra publicada siete años antes, Kaplan afirmó
que su teoría prescribe la conducta estatal óptima en ciertas con­
diciones, predice la conducta en presencia de estadistas racio­
nales y completamente informados, y explica o predice los resul­
tados como parámetros aparte de sus valores de equilibrio.5
Estas afirmaciones soñ extraordinarias. Desafortunadamente,
el desempeño no está a su altura. Expresar el por qué del fracaso
de Kaplan en su esfuerzo por construir una teoría sistèmica de
política internacional puede señalar el camino para intentos más
exitosos.
Kaplan examina seis sistemas: equilibrio de poder, bipolar

5 Ver los prefacios no numerados de las ediciones de 1957 y de 1964.


Ambos prefacios están incluidos en la edición ulterior, que es en todo
otro aspecto idéntica a la anterior.

78
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

laxo, bipolar severo, veto de la unidad, universal y jerárquico.6


Luego identifica cinco “ variables” que son suficientes para des­
cribir el estado de cada sistema. Son “ las reglas esenciales del
sistema, las reglas de transformación, las variables clasificato-
rias del actor, las variables de capacidad y las variables de in­
formación” (1964, p. 9). La importancia relativa y las interaccio­
nes de las cinco variables no se indican y, como no lo están, el
enfoque sistémico de Kaplan no puede constituir una teoría.7
Una de las cinco variables, “las reglas esenciales del sistema” ,
sin embargo, parece ser la de mayor peso.
De los seis sistemas de Kaplan, el sistema del equilibrio de
poder es el que recibe la mayor atención. Es definido de manera
arbitraria, con la mirada puesta en el siglo diecinueve, como
poseedor de un mínimo de cinco actores principales.8 Sus reglas
son las siguientes:

1. Actuar para incrementar las capacidades, pero negociar


antes que luchar.
2. Luchar antes que dejar pasar la oportunidad de incre­
mentar las capacidades.
3. Dejar de luchar antes que eliminar un actor nacional
esencial.
4. Actuar para oponerse a cualquier coalición o actor inde­
pendiente que tienda a asumir una posición predominan­
te con respecto al resto del sistema.
5. Actuar para limitar a los actores que suscriben princi­
pios organizadores supranacionales.
6. Permitir que los actores nacionales esenciales limitados
o derrotados vuelvan a integrarse al sistema como socios
aceptables o actuar para hacer que un actor que antes
no fuera esencial entre dentro de la clasificación de actor
esencial. Tratar a todos los actores esenciales como so­
cios de rol aceptables.

6 Aunque todos ellos son designados "internacionales", los dos últi­


mos tienen subsistemas políticos y por ello no se adecúan a su propia
definición de un sistema internacional (1964, pp. 14, 21, 45).
7 Acerca de la distinción entre un enfoque y una teoría sistèmica, ver
Gregor (1968, p. 425).
8 Para una explicación de la arbitraria cualidad de ¡a definición,
ver más adelante.

79
KENNETH N. W A L T Z

En distintas páginas, Kaplan dice que las seis reglas tienen


todas las siguientes características: son descriptivas y prescrip-
tivas; son esenciales, interdependientes y están en mutuo equili­
brio; y, como prescripciones para los actores, son incoherentes
y contradictorias (1964, pp. 9, 25, 52-53). Sin duda, poseen estas
últimas cualidades, tal como lo ha demostrado de manera con­
cluyente William H. Riker. Por razones que él mismo revela, “ en
algún punto los participantes se ven necesariamente enfrentados
con un conflicto de reglas, en cuyas circunstancias deben decidir
seguir una regla y no otra” . Específicamente, la obediencia a las
reglas 1 y 2 en ciertas condiciones llevará a la violación dé la
regla 4 y posiblemente también a la violación de la regla 3 (1962,
p. 171-73).

A. Actuar de la manera más económica posible para incre­


mentar las capacidades (1 y 2 de Kaplan)
B. Protegerse de todos los otros que actúen en concordan­
cia con la regla A (4 y 5 de Kaplan)
C. Actuar para mantener el número de unidades esenciales
para el sistema (3 y 6 de Kaplan)

Tal como señala Kaplan, la regla A es “ egoísta” , y la regla


B es “ racional” o, mejor diríamos, de sentido común. La regla
C, sin embargo, depende para su funcionamiento de los Estados
independientes que sean socializados dentro del sistema, es de­
cir, de su adopción de los requerimientos del sistema como pro­
grama para sus propias actividades (1964, pp. 23-27). Las reglas
A y B tienen sus contrapartes en la teoría microeconómica:
procurar beneficios por todos los medios permitidos, y prote­
gerse de otras firmas que compiten entre sí. Si la regla C fuera
traducida a términos económicos, diría: no lleve a la quiebra
a ninguna firma esencial. La suposición de que las firmas se
adecuarían a esa regla no tiene lugar dentro de la teoría eco­
nómica, pues es evidente que esa regla entraría en conflicto
con la suposición de que los hombres y las firmas son maximi-
zadores de ganancias. La aceptación de normas internacionales,
o la socialización de los Estados en un sistema internacional,
puede, por supuesto, llevarse a cabo. Kaplan convierte este re­

80
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

sultado posible en una suposición del sistema.9 Convierte una


variable dependiente en independiente. Bien podríamos buscar
regulaciones “legales” dentro de los asuntos de los Estados. Sin
embargo, si encontráramos alguna, la distinción entre leyes que
expresan un resultado y las reglas de acción que producen uno
debería marcarse cuidadosamente. Kaplan, al igual que Hoff-
mann, escribe como si los actores produjeran; uri determinado
resultado solamente si se sienten motivados para hacerlo. En el
caso de Kaplan, esto resulta más sorprendente, pues afirma se­
guir la teoría general de los sistemas y uña de sús proposiciones
básicas es que las limitaciones sistémicas modifican el efecto
que produciría una causa en ausencia de esas limitaciones. Ka­
plan no ofrece ninguna razón para la identificación de motivos
y consecuencias. Un buen ejemplo de lo qüe origina el hacerlo
se halla en el ensayo de uno de los ex-discípulos de Kaplan. Erró­
neamente conducido por la teoría, el autor se sorprende al des­
cubrir lo que de otro modo debería haber esperado: que las
ciudades-Estados italianas del siglo quince y del siglo catorce no
cumplieron con la regla 1 y la regla 4 de Kaplari (Franke, 1968,
pp. 427, 436,439).
Diferentes problemas aparecen en los diversos sistemas de
Kaplan, pero los que he señalado hasta el momento son comunes
a esos cuatro sistemas que pueden ser apropiadamente denomi­
nados internacionales.10 ¿Cómo surgen estos problemas? La res­
puesta general es que Kaplan no ha logrado desarrollar los
conceptos que le permitirían flexibilizar los recalcitrantes ma­
teriales de la política internacional, haciéndolos encajar en el
marco preciso y exigente de un enfoque sistèmico. Las demandas
especiales de un enfoque sistèmico deben ser satisfechas si es
que el enfoque pretende contener la posibilidad de desarrollar­
se en una teoría en vez de ser un mero recurso taxonómico que
emplea un vocabulario extraño.
Es evidente desde el principio que Kaplan, no logra satis­
facer estas demandas. Define un sistemi de acción como “un

9 Weltman ( 1972) critica incisivamente la arbitraria' derivación de re­


glas que hace Kaplan. V
10 Es decir, que no se aplican a los sistemas universales ni jerárqui­
cos. Las reglas de estos últimos son diferentes en clase a las de un sis­
tema internacional, pues existen agentes para aplicarlas (ver 1964, pp.
45-50).

81
KENNETH N . W A L T Z

conjunto de variables tan relacionadas, en contraste con su con­


texto, que las regularidades de conducta descriptibles caracte­
rizan las relaciones: internas de las variables individuales con las
combinaciones de las variables externas” . Un sistema, añade,
“tiene una identidad ¿n el tiempo" (1964, p. 4). A partir de esta
definición, que no es mala, se le requiere, primero, que defina el
sistema, que indique el contexto del sistema y que marque los
límites entre ellos; y, segundo, que defina el sistema de la es­
tructura de modo qué la identidad del sistema sea discernible
de las variables internas y de sus interacciones. Estos dos pro­
blemas no se resuelven.
Primero, Kaplan mezcla, o confunde, sistemas internaciona­
les con sus contextos. Al escribir acerca de modelos sistémicos,
Kaplan ha dicho: "Las reglas de transformación enuncian los
cambios que ocurren dentro del sistema a medida que se produ­
cen, a través de la frontera del sistema, impulsos diferentes de
aquéllos requeridos para el equilibrio, que desplazan al sistema
hacia la inestabilidad o hacia la estabilidad de un nuevo siste­
ma” (1969, pp. 212-13). ¿Pero dónde se halla el límite entre un
sistema internacional y su contexto, o entre un sistema interna­
cional y otros sistemas, y qué es lo que puede proceder del exte­
rior? Según la definición de Kaplan, todas las cosas importantes
para los sistemas internacionales se hallan dentro de ellos, y sin
embargo escribe acerca de los parámetros de un sistema inter­
nacional que es "cambiado por perturbaciones procedentes del
exterior del sistema” (prefacio de 1964). ¿Cuál es el contexto, y
cuáles son los otros sistemas de los que podrían proceder las
perturbaciones?
El lector debe preocuparse por hallar una respuesta por sí
mismo, pues Kaplán no describe un contexto, ni establece un
límite ni indica de qué modo se podría concebir otro sistema
coordinado con un sistema internacional. Dos de sus "variables”
parecen operar a nivel sistèmico. Ellas son las reglas esenciales
y las reglas de transformación. En este punto Kaplan nos atrapa
en un círculo. Si por el momento aceptamos como coherentes las
reglas esenciales, entonces a partir de las definiciones y suposi­
ciones de Kaplan cüalquier sistema permanecería indefinidamen­
te en equilibrio (es decir, en equilibrio estable) mientras los
Estados siguieran esáá reglas. Esto es así simplemente porque
Kaplan ha igualado la motivación y la conducta de los actores

82
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

con los resultados de sus acciones. Las reglas de transformación


entran en acción sólo “ cuando las condiciones contextúales son
tales que se inducen cambios en la conducta característica, es
decir, en las reglas esenciales” (1964, p. 10). Pero, en cualquier
sistema determinado, no se producirán cambios de las condicio­
nes contextúales mientras los actores sigan las reglas esenciales.
Esto es así ya que la expresión “ condiciones contextúales” se
refiere al contexto de los Estados, no al contexto del sistema. El
contexto de los Estados es, por supuesto, el sistema internacio­
nal, que permanece inmutable mientras los Estados sigan respe­
tando las reglas esenciales. Ése es el círculo.
¿Cómo romper este círculo? ¿Cómo es posible el cambio?
Kaplan menciona que los cambios pueden originarse en estados
previos del sistema, pero al escribir acerca de política interna­
cional no se ocupa de esa posibilidad en términos formales o
sistémicos. En realidad, para él el origen del cambio de los sis­
temas internacionales radica en la conducta de los actores, espe­
cíficamente en el hecho de que quebranten las reglas esenciales.
Los Estados mismos son la fuente de las “ perturbaciones exte­
riores del sistema” . Para Kaplan, entonces, los Estados, en uno
de sus aspectos, ¡son el contexto del sistema internacional!11 No
es raro entonces que no haya logrado concebir el sistema inter­
nacional en relación con su contexto de una manera útil, o de
establecer un límite entre ellos. Kaplan no ha logrado satisfacer
el primero de los requerimientos que ya hemos mencionado.
El segundo requerimiento —el establecimiento de la iden­
tidad del sistema internacional— le resulta igualmente dificul­
toso. La dificultad se advierte al observar el otro modo en que
Kaplan considera a los Estados: no como contexto de un sistema
internacional sino como subsistemas de ese sistema. Los Estados,
al ser en sí mismos sistemas además de ser subsistemas del sis­
tema internacional, pueden ser considerados sistemas en donde
se originan las perturbaciones. Las tensiones, las disfunciones,
los acontecimientos desestabilizadores deben, según las defini­
ciones de Kaplan, surgir de los actores, ya sean considerados co­
mo contexto o como subsistemas. El sistema internacional, se­
gún palabras de Kaplan, “ tiende hacia el polo dominante del

11 El punto está bien desarrollado en Hessler, cuya obra ha sido útil


también para gran cantidad de temas de esta sección.

83
KENNETH N. W A L T Z

subsistema” . Piensa, por ejemplo, en su sistema de “ equilibrio


de poder” como “ subsistema dominante” porque “ las reglas
esenciales del sistema internacional del ‘equilibrio de poder'
están subordinadas a los sistemas nacionales individuales” ( 1934,
pp. 17, 125, 129).
En este caso, como tan a menudo ocurre, el lenguaje de Ka­
plan es laxo e impreciso hasta el punto de confundir al lector. En
la misma página, escribe acerca de que los subsistemas com­
parten el dominio y acerca de que los subsistemas esenciales
participan “ de un equilibrio de algún modo similar al del mer­
cado oligopólico” (1964, p. 17). La mente se confunde ante la
idea de que los subsistemas sean dominantes, por no hablar del
hecho de que compartan ese dominio. ¿Qué otra cosa podría ser
el dominio de los subsistemas más que la negación de un enfo­
que sistemico? Más aún, un mercado oligopólico no es aquél
en que las firmas son dominantes sino más bien un mercado en el
que, contrariamente a la noción de dominio, el grado de influen­
cia ejercida por las firmas es indeterminado. En economía, dado
que tanto el concepto de mercado como el del contexto de las
firmas están bien definidos, el grado de influencia ejercido por el
mercado y el grado de influencia ejercido por las firmas pueden
ser perfectamente investigados. En el caso de Kaplan, jamás se
desarrolla una definición clara ni operacional del contexto de los
Estados, y ninguna definición de ese contexto se da en relación
con los Estados que lo forman, siendo, no obstante, diferentes.
Así, Kaplan no ofrece ningún medio de investigar el grado de
influencia ejercido por el sistema ni tampoco por los subsiste­
mas. Por lo tanto, debe contentarse con producir afirmaciones
débiles acerca de que los sistemas o los subsistemas tiendan a
ser, o son, dominantes.
Ahora podemos ver cuáles son las consecuencias de la inca­
pacidad demostrada por Kaplan con respecto al segundo reque­
rimiento. Definir un sistema como un conjunto de variables rela­
cionadas, etc. requiere que digamos por qué una determinada
reunión de variables constituye un sistema. El autor nos dice:
“ Como un sistema tiene una identidad a lo largo del tiempo, es
necesario describirlo en varios momentos, es decir, describir sus
estados sucesivos. También es necesario situar los cambios de
variables que dan lugar a los diferentes estados sucesivos” ( 1964,
p. 4). Perfecto, pero el criterio que ofrece para fijar la identidad

84
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

de un sistema es débil e incompleto. Obviamente, no tenemos


ningún sistema si no es posible describir sus diyersos estados
ni especificar cuáles son las variables que los ; producen. Pero
decir simplemente eso deja de lado la cuestiónj prioritaria acer­
ca de qué es lo que hace que un conjunto sea uní conjunto en vez
de ser una mera reunión de variables. Kaplan acentúa la impor­
tancia de esta cuestión, en vez de responderla. Sus “modelos”
de cada uno de los sistemas no son en realidad, modelos sino
simples agrupamientos de variables presuntamente importantes
para la comprensión de la política internacional. Las variables de
un sistema representan su contenido. Tal como señala otro Ka­
plan, Abraham, “ cuando un sistema es un modelo de otro, ambos
se asemejan en forma y no en contenido” . Las propiedades es­
tructurales, agrega, son muy abstractas, "pues sólp se refieren a
aquellos rasgos de las relaciones que son totalmente indepen­
dientes de las cosas particulares que se presentan en esas rela­
ciones” (1964, pp. 263-264). Morton Kaplan, sin embargo, ni
siquiera se preocupa por el problema de la forma. Esta carencia
de preocupación es consecuencia natural de. su enfoque de los
sistemas de acción. No piensa en sistemas diferentes en términos
de estructuras diferentes sino que los categoriza “ en una escala
integradora” (1964, p. 21 ). Esto ayuda a explicar su confusa afir­
mación de que “ la teoría —en particular las teorías sistémicas—
permite la integración de variables de diferéntqs disciplinas”
(prefacio de 1957; el subrayado es mío). Las variables de los
diferentes campos, habitualmente, difieren en contenido. Aunque
la sustancia sea diferente, es legítimo el préstamo entre campos
si ambos son homólogos. La semejanza de lá forma es lo que
permite aplicar teorías y conceptos de ima disciplina a otra. En
esa clase de préstamos radica una contribución’ posiblemente
importante para la teoría sistèmica. El préstamo de variables,
cuando es posible, no produce ningún tipo de progreso en la em­
presa intelectual, pues el hecho de que las- variables puedan
“prestarse” es fundamentalmente una cuestión'empírica. Como
Kaplan no ha resuelto el problema de la identidad del sistema
—el problema de definir su estructura o su forma— no puede
aprovechar ima de las ventajas ofrecidas por un enfoque sistè­
mico, que es la posibilidad de aplicar teorías similares a reinos
diferentes.
El fracaso de Kaplan en su intento de- establecer la identi­

85
KENNETH N . W A L T Z

dad de un sistema diferenciándolo tanto de su contexto como de


sus partes limita severamente las cuestiones que su enfoque
puede manejar. Frecuentemente, se pregunta cuál será el efecto
ejercido por la conducta de los Estados sobre un sistema inter­
nacional. No puede1invertir la pregunta, pues no tiene ningún
concepto de la estructura del sistema actuando como límite or­
ganizativo sobre los actores, un límite cuyo efecto esperable
variaría de un sistema a otro. Como no está en condiciones de
decir en qué modo el sistema afectará a los actores, sus explica­
ciones o prediccionés sólo pueden referirse al sistema mismo
—sus condiciones de equilibrio, su grado de estabilidad y sus
posibles transformaciones (1964, prefacio).
Vale la pena;explicar cuidadosamente los límites inherentes
al enfoque de Kaplan, yá que los puntos involucrados son funda­
mentales para cualquier enfoque sistèmico. Enunciarlos aquí
ayudará a resumir y a reforzar lo que ya he dicho acerca de los
sistemas. ! '
Aunque alega seguir los lineamientos de un enfoque sistèmi­
co, Kaplan, al igual que muchos otros, no logra distinguir la
interacción de las’ Unidades y su disposición. Sitúa la relación
de los Estados, en el sentido de sus interacciones, a nivel sistè­
mico. Esto es claramente perceptible en la manera en que separa
los sistemas bipolares, laxos de los severos, y esa distinción
depende de la severidad de las líneas de alianzas ( 1964, pp. 36-45 ).
En otro punto fundamental parece eludir la reducción del nivel
sistèmico al de la Unidad, aunque las apariencias acaban por ser
desafortunadamente engañosas. Declara que sus sistemas son
válidos para cualquier clase de Estados, pues a nivel sistèmico
no tienen ninguna importancia las identidades particulares de
los Estados. Sin embargo, si el sistema está concebido de mane­
ra tan vaga como para no ofrecer casi explicación acerca de la
conducta de los Estados, la respuesta a esa pregunta crucial para
Kaplan —si los Estados seguirán o no sus reglas— dependerá
de manera absoluta de cómo son esos Estados. En términos de
los atributos de los Estados, así como en términos de sus interre-
laciones, el enfoque acaba por ser reduccionista. Como Kaplan
se centra en la función y el proceso, su atención se concentra en
la conducta y en la interacción de los Estados. Las proposiciones
que presenta son acerca de las unidades y sus tomas de decisión
y las reglas que éstas siguen, y no se refieren al efecto que ejer­

86
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

cen sobre esas unidades los diferentes sistemas internacionales


(1964, capítulos 5 y 6). Una vez más, un enfoque explícitamente
sistèmico acaba por ser reduccionista.
El método de Kaplan es en realidad el método clásico de
investigación del carácter y las interacciones de las variables,
con el agregado de que esas interacciones se toman como des­
cripciones del sistema. Así, podemos proceder analíticamente.
Si esto es cierto, los críticos de Kaplan que han hallado sus
elaboradas construcciones y sus procedimientos inadecuados
estarán en lo cierto. Como esta crítica es válida, podemos ejem­
plificarla de muchas maneras. Elegiré solamente una: la noción
que presenta Kaplan de “feedback” . El concepto está tomado
de la cibernética, donde se lo define de la siguiente manera:
cuando “ deseamos que un movimiento siga un esquema deter­
minado se usa la diferencia entre ese esquema y el movimiento
verdaderamente producido como nuevo impulso de entrada des­
tinado a hacer que la parte regulada se desplace de manera tal
que su movimiento sea lo más cercano posible al que estable­
ce el esquema" (Wiener 1961, pp. 6-7). Según esa definición, el
“ feedback” solo opera dentro de una organización; es decir que la
noción de “ feedback” no tiene significado técnico preciso fuera de
un orden jerárquico (Bertalanffy 1968, pp. 42-44; Koestler 1971,
p. 204). El ejemplo favorito de Kaplan —y de casi todo el mun­
do— de un termostato que regula un horno de modo de mante­
ner la temperatura casi constante es coherente con la definición
de Wiener y con lo que ella entraña —un controlador y un ins­
trumento controlado que producen un resultado particular. Pe­
ro en relaciones internacionales, ¿qué es lo que corresponde a
esas nociones? ¡Nada! Kaplan simplemente utiliza la palabra
sin ninguna preocupación por su corrección formal. La palabra
“feedback” , entonces, tan sólo implica que en determinadas con­
diciones ciertos Estados probablemente cambien sus políticas en
respuesta a los movimientos de otros Estados, cuyos movimien­
tos ulteriores, a su vez, serán afectados por esos cambios ( 1964,
p. 6). Pero esa idea no presenta nada nuevo y tampoco implica
un concepto claro. El termostato y el horno se han confundido.
Son uno solo. No hay idea de un controlador aparte del actor con­
trolado.
Desafortunadamente, debemos estar de acuerdo con Charles
McClelland: Kaplan ha popularizado la teoría sistemica y, a la

87
KENNETH N . W A L T Z

vez, la ha tornado misteriosa (1970, p. 73). Su obra es más un


enfoque y una taxonomía que una teoría. Pero el enfoque está
colmado de enigmas que, a causa de las contradicciones y las
inadecuaciones conceptuales, el lector no puede resolver. Por las
mismas razones, la taxonomía no es de gran utilidad. En resu­
men, y en orden ascendente de importancia, las tres dificultades
que enunciamos a continuación son de gran importancia:

1. Por identificar su sistema principal, el equilibrio de po­


der, con la situación histórica de rivalidad entre más o menos
cinco grandes poderes, Kaplan oscurece el hecho de que la teo­
ría del equilibrio de poder se aplica en todas las situaciones en
las que coexisten dos o más unidades dentro de un sistema de
auto-ayuda. Con un nuevo lenguaje, Kaplan perpetúa los peren­
nes errores acerca de la teoría del equilibrio del poder y hace
más difícil ver que en política internacional el equilibrio del
poder es simplemente una teoría del resultado de la conducta de
las unidades en situación de anarquía (ver más adelante, capi­
tulo 6, parte III).

2. Sólo debemos desarrollar un enfoque sistèmico en el


caso de que operen causas a nivel sistèmico. En ese caso, debe­
mos mantener cuidadosamente fuera de la definición de estruc­
tura los atributos y las interacciones de las unidades del siste­
ma. Si no lo hacemos, no podremos ofrecer ninguna explicación
a nivel sistèmico. Ni siquiera podremos determinar en qué me­
dida el sistema afecta a las unidades. Ya he indicado que los
atributos y las interacciones entran, en la obra de Kaplan, al ni­
vel sistèmico. En este punto, como ocurre con frecuencia, el au­
tor es inconsistente. Tras haber negado explícitamente que los
atributos tuvieran un lugar dentro de la estructura, los hace
entrar en ella subrepticiamente por medio- de sus reglas. En su
sistema de equilibrio de poder, las relaciones no están aparente­
mente incluidas a nivel sistèmico —por ejemplo, no cae en el
error común de describir los grandes poderes políticos anterio­
res a la Primera Guerra Mundial como bipolares (1966, pp.
9-10). No obstante, sus sistemas bipolares laxo y severo logran
una identidad especial precisamente por medio de las diferen­
cias de las relaciones, es decir, por medio de las diferencias de
las características de los bloques.

88
ENFOQUES Y TEORÍAS S IS T É M IC O S

No se puede extraer parte de la explicación dé; la formación,


la importancia y la duración de los bloques o las alianzas de la
consideración del tipo de sistema que prevalecé, si los sistemas
están ellos mismos diferenciados en parte según sus caracterís­
ticas relaciónales. En su sistema de equilibrio de poder, Kaplan
sigue esta lógica; no lo hace en sus sistemas bipolares laxo y
severo. Sin duda, la confusión de Kaplan en este importantísimo
punto ha ayudado a perpetuar la costumbre dé incluir configu­
raciones de alianzas en la estructura de los sistemas internacio­
nales. Con desalentadora, frecuencia, las cosas que deseamos ex­
plicar —la intensidad de las tendencias a formar alianzas, la
facilidad con que estas alianzas son mantenidas o alteradas— se
confunden con aquello que podría ayudar a explicarlas. Se po­
dría sospechar que la obra de Kaplan, que se cuenta entre los
primeros escritos sistémicos acerca de política . internacional,
tiene parte de responsabilidad por esta difundida confusión.

3. Un enfoque sistèmico sólo se requiere, si la estructura


del sistema y sus unidades interactuantes se afectan mutuamen­
te. Un enfoque sistèmico es exitoso solamente s í‘los efectos es­
tructurales están claramente definidos y exhibidos. Según Ka­
plan, el sistema político internacional es abierto. En un sistema
abierto, la estructura de ese sistema puede determinar los re­
sultados independientemente de los cambios de las variables y
a pesar de la desaparición de algunas de ellas, y: la emergencia
de otras.12 Dentro de un sistema determinado, diferentes “ cau­
sas” pueden producir el mismo efecto; en sistemas diferentes,
las mismas “ causas” pueden tener diferentes consecuencias. El
efecto de una organización, en resumen, puede predominar sobre
los atributos y las interacciones de los elementos que la compo­
nen. Lejos de predominar, la estructura de un sistema actúa
como límite de las unidades del sistema. Las dispone a compor­
tarse de cierta manera y no de otra, y es por eso-que el sistema
se mantiene. Si las fuerzas sistémicas son insuficientes para esta
tarea, el sistema desaparece o se transforma. Kaplan, no obstan­
te, no desarrolla el componente distintivamente, sistèmico de su
enfoque sistèmico. Como ocurre con frecuencia, en el caso de los
12 Ésta es la noción de "equifinalidad” que se produce si se alcanza
el mismo estado final partiendo de diferentes condiciones iniciales (Ber-
talanffy, 1968, pp. 131-149).

89
KENNETH N . W A L T Z

científicos políticos, el concepto estructural es débil o está au­


sente, y se exaltan el proceso y la función. El autor, por cierto,
hace explícita esta :limitación de su enfoque cuando describe a
los sistemas internacionales como subsistemas dominantes. Un
subsistema dominante no es ningún tipo de sistema. Una vez
más nos hallamos ante el caso de llamar sistèmico a un enfoque
esencialmente reduccionista.
Los estudiosos de política internacional que alegan seguir
un enfoque sistèmico caen dentro de dos categorías. Algunos
simplemente usan términos como “ sistema” y “ estructura" co­
mo palabras de moda dentro de la siempre cambiante jerga del
campo. Sus análisis de los acontecimientos internacionales y de
las relaciones de los Estados no serían diferentes si se omitieran
esos términos.
Otros científicps políticos moldearían su obra a partir del
modelo de los sistemas generales. La presencia de efectos sisté-
micos, sin embargo, no significa en sí misma que el reino de la
política internacional'pueda ser definido como sistema en el
sentido en el que ése término es generalmente utilizado por los
teóricos sistémicos. En ese caso, un sistema es una organiza­
ción completa, establécida jerárquicamente con partes diferen­
ciadas que desempeñan funciones específicas. El intento de se­
guir el modelo sistèmico general ha sido desafortunado, pues
nuestro tema no encaja perfectamente en ese modelo que, así,
no nos resulta útil. La política internacional carece del orden
articulado y de la organización jerárquica que tomarían apro­
piado un enfoque sistèmico general.
4

TEORIAS SISTEMICAS
Y REDUCCIONISTAS

Los capítulos 2 y 3 son elevadamente críticos. La crítica es una


tarea negativa que, supuestamente, tiene sus recompensas. Para
ganármelas, en este capítulo reflexionaré en primer término
acerca de los defectos teóricos revelados en las páginas previas,
para decir luego qué es lo que comprende una teoría sistèmica
de la política internacional y qué es lo que puede y lo que no
puede lograr.

De una u otra manera, las teorías de política internacional, sean


reduccionistas o sistémicas, se ocupan de los acontecimientos
en todos los niveles, desde el subnacional hasta el supranacional.
Las teorías no son reduccionistas o sistémicas según el tema
del que se ocupen, sino según el modo en que disponen sus ma­
teriales. Las teorías reduccionistas explican los acontecimientos
internacionales por medio de elementos y combinaciones de ele­
mentos situados en los niveles nacionales o subnacionales. Esas
teorías afirman que las fuerzas internas producen los resulta­
dos externos. N — > X es el esquema que siguen. El sistema in­
ternacional, si es que se lo concibe, es tan sólo considerado
un resultado.
Una teoría reduccionista es una teoría acerca de la conducta
de las partes. Una vez que se ha logrado una teoría que explique
la conducta de las partes, no se hacen más esfuerzos ni son
tampoco necesarios. Según las teorías del imperialismo que
examinamos en el capítulo 2, por ejemplo, los resultados inter­
nacionales son simplemente la suma de los resultados produ­
cidos por los Estados por separado, y la conducta de cada uno
de ellos se explica por medio de sus características internas.

91
KENNETH N . W A L T Z

La teoría de Hobson, tomada como general, es una teoría acerca


del funcionamiento de las economías nacionales. Dadas ciertas
condiciones, explica por qué disminuye la demanda, por qué
cae la producción y por qué hay desempleo de los recursos. A
partir del conocimiento del funcionamiento de las economías
capitalistas, Hobson creyó poder inferir la conducta externa
de los Estados capitalistas. Cometió el error que consiste en
predecir resultados a partir de los atributos. Intentar hacer eso
es lo mismo que pasar por alto las diferencias entre estas dos
oraciones: “ Él es un buscalíos” ; “Él causa problemas” . La se­
gunda afirmación no se desprende de la primera si los atributos
de los actores no son los únicos determinantes de los resultados.
Del mismo modo que los pacificadores fracasan en sus intentos
de lograr la paz, los “buscalíos” pueden fracasar en su intento
de causar problemas. A partir de los atributos no se pueden
predecir los resultados si los resultados dependen de las situa­
ciones de los actores además de depender de sus atributos.
Aparentemente, pocas personas pueden escapar a la convic­
ción de que los resultados políticos internacionales están deter­
minados, y no meramente afectados, por las características de
los Estados. El error de Hobson ha sido cometido por casi to­
dos, al menos a partir del siglo diecinueve en adelante. En la
historia anterior de la política moderna de los grandes poderes,
todos los Estados eran monarquías, y la mayoría monarquías
absolutas. ¿El juego político del poder se jugaba entonces a
causa de los imperativos políticos internacionales o simplemen­
te porque los Estados autoritarios se preocupan por el poder?
Si la respuesta para la última parte de la pregunta fuera “sí” ,
entonces los cambios nacionales profundos transformarían la
política internacional. Esos cambios empezaron a llevarse a cabo
en Europa y en América en 1789 de manera más notable. Para
algunos, la democracia se convirtió en la forma del Estado que
haría pacífico al mundo; para otros, más tarde, fue el socialis­
mo el encargado de esa tarea. Más aún, no solamente la guerra y
la paz, sino también la política internacional en general debían
comprenderse por medio del estudio del Estado y de los estadis­
tas, las élites y las burocracias, los actores subnacionales y
transnacionales cuyas conductas e interacciones forman la sus­
tancia de los asuntos internacionales.
Los científicos políticos, ya sean de orientación moderna o

92
TEORÍAS S IS T É M IC A S Y REDUCCIONISTAS

tradicional, codifican sus teorías reduciéndolas á las partes in-


teractuantes. Por dos razones, el hecho de; agrupar así a los
tradicionalistas históricos y a los modernistas ;de orientación
científica puede parecer raro. Primero, la diferencia entre los
métodos que utilizan oscurece la similitud de'sus metodologías,
es decir, de la lógica que siguen sus investigaciones. Los tradi­
cionalistas acentúan la distinción estructural ^existente entre la
política doméstica y la política internacional, una distinción que
usualmente los modernistas niegan. La distinción se basa en la di­
ferencia existente entre una política llevada a cabo en una situa­
ción donde existen leyes establecidas y la política que se lleva a
cabo en una situación de anarquía. Raymond Aron, por ejemplo,
descubre la cualidad distintiva de la política internacional en “ la
ausencia de un tribunal o de fuerza policial, el recurso de la fuer­
za, la pluralidad de centros de decisión autónomos, la alternación
y el interjuego continuo entre guerra y paz” (1967, p. 192). Con
esta opinión contrasta el examen que hace J. David Singer de las
potencialidades descriptivas, explicativas y predictivas de dos de
los niveles de análisis: el nacional y el intérnaciqnal (1961). En
su examen, ni siquiera menciona la diferencia contextual exis­
tente entre las políticas organizadas dentro de los Estados y las
políticas formalmente desorganizadas que sé dan entre ellos. Si se
pasa por alto o se niega la diferencia contextual, la diferencia cua­
litativa entre política interna y externa desaparece, o jamás exis­
tió. Y ésa es, por cierto, la conclusión a la que llegan los modernis­
tas. La diferencia entre el sistema global y los subsistemas no
estriba entonces en la anarquía del primero y en la organización
formal de los segundos, sino en el hecho de que existe, como lo ex­
presa Singer, un único sistema internacional, “ el del planeta Tie­
rra” (1969, p. 30). Si se cree en ello, entonces “ ei' problema del
nivel de análisis en las relaciones internacionales” se resuelve con­
virtiendo el problema en una cuestión de elección, una elección
determinada por los intereses del investigador (1961, p. 90).
Los tradicionalistas siguen insistiendo en que el carácter
anárquico de la política internacional es quien marca la distin­
ción entre los campos interno y externo, y los modernistas lo
niegan. Si escuchamos lo que dicen los partidarios de ambos
bandos, el abismo que se abre entre ellos es extenso y profundo.
Si miramos lo que hacen los partidarios de ambos bandos, de­
jando de lado los métodos, el abismo se achica y casi desapa­

93
KENNETH N . W A L T Z

rece. Todos ellos derivan hacia el “polo dominante del subsis­


tema”. Su atención se centra en el comportamiento de las uni­
dades. Se concentrári en descubrir quién está haciendo qué cosa
para producir los resultados. Cuando Aron y otros tradicionalis-
tas insisten en que las categorías de los teóricos sean coheren­
tes con las motivaciones y percepciones de los actores, están
afirmando la lógica preeminentemente conductista que siguen
sus investigaciones: Los modernistas y los tradicionalistas están
marcados por el mismo molde. Comparten la convicción de que
las explicaciones de los resultados de la política internacional
pueden descubrirse a partir del examen de las acciones y las
interacciones de las naciones y de otros actores.
La semejanza dedos enfoques tradicionalista y modernista
en el estudio de la política internacional es fácilmente demostra­
ble. Los analistas que'limitan su atención a las unidades inter-
actuantes, sin reconocer que están en juego causas sistémicas,
compensan las omisiones asignando arbitrariamente esas cau­
sas al nivel de las unidades interactuantes y repartiéndolas entre
los actores. Los esfuerzos, tendientes a relegar las causas sisté­
micas al nivel de las unidades interactuantes son prácticos y
teóricos. Las políticas domésticas se convierten en asuntos del
directo dominio internacional. Esto fue demostrado claramente
en 1973 y después, cuando la détente se convirtió en algo así
como un tema de la política norteamericana. ¿La détente podría,
se preguntaban algunos, sobrevivir a la presión ejercida por los
americanos sobre los líderes políticos rusos para que goberna­
ran de un modo un poco más liberal? Hans Morgenthau, espera-
blemente, invirtió la argumentación. La preocupación norteame­
ricana por la política doméstica rusa, alega, no está “entrome­
tiéndose en los asuntos domésticos de otro país. Más bien refleja
el reconocimiento de que una paz estable, fundada sobre un
equilibrio de poder estable, se predica sobre un cierto marco de
referencia moral que expresa el compromiso de todas las na­
ciones involucradas con ciertos principios morales básicos, uno
de los cuales es ía preservación de ese equilibrio de poder”
(1974, p. 39). Si los resultados políticos internacionales están
determinados por lo que son los Estados, entonces debemos
preocuparnos por' las disposiciones internas de aquéllos que
son internacionalmente importantes, e incluso hacer algo para
cambiarlas.

94
TEORÍAS SXSTÉM ICAS Y REDUCCIONISTAS

Como hacedor de políticas, el secretario de Estado Henry


Kissinger rechazó la argumentación de Morgenthau. Como cien­
tífico político, no obstante, Kissinger había estado de acuerdo
antes con Morgenthau al creer que la preservación de la paz y
el mantenimiento de la estabilidad internacional dependen de
las actitudes y de las características internas de los Estados.
Kissinger definía un orden internacional como “ legítimo” si es
aceptado por todos los poderes mayores, y como “ revoluciona­
rio" si uno o más de esos poderes lo rechazan. En contraste
con un orden legítimo, uno revolucionario es aquél con el que
uno o más de los Estados principales se niegan a tratar según
las reglas convencionales del juego. La cualidad del orden de­
pende de las disposiciones de los Estados que lo constituyen.
Un orden internacional legítimo tiende hacia la estabilidad y la
paz; un orden internacional revolucionario, hacia la inestabilidad
y la guerra. Los Estados revolucionarios hacen sistemas inter­
nacionales revolucionarios; un sistema revolucionario es aquél
que contiene uno o más Estadios revolucionarios (Kissinger,
1957, pp. 316-320; 1964, pp. 1-6; 1968, p. 899). El razonamiento
es circular, y lo es naturalmente. Una vez que el sistema ha sido
reducido a sus partes interactuantes, el destino de ese sistema
sólo puede ser determinado por las características de sus prin­
cipales unidades.1
Entre los científicos políticos, se considera que Morgenthau
y Kissinger son tradicionalistas —estudiosos dedicados a la his­
toria y más concentrados en la política que en la teoría y los mé­
todos científicos. La práctica en cuestión, sin embargo, es co­
mún entre científicos sociales de diferentes orientaciones. En

1 Lo que Kissinger aprendió com o estadista es dramáticamente dife­


rente de las conclusiones a las que llegó com o académico. Abundan las
afirmaciones reveladoras de su nuevo enfoque, pero un ejem plo bastará.
Entrevistado por William F. Buckley Jr. cuando era secretario de Estado,
Kissinger hizo estas tres declaraciones en tres párrafos sucesivos: "En
estructura interna, las sociedades comunistas son moralmente inacepta­
bles para nosotros . . . ” "Aunque nuestra ideología y la de ellos siguen sien­
do incompatibles, no obstante podemos llevar a cabo algunas acomodacio­
nes prácticas preservadoras de la paz en nuestra política exterior.” Sin
duda, "deberíamos evitar crear la ilusión de que el progreso en algunas
cuestiones de política externa. . . significa que ha habido un cambio en
la estructura doméstica" (13 septiembre 1975, p. 5).
El vínculo entre los atributos internos y los resultados externos no se
considera irrompible. Las condiciones y compromisos internos ya no de­
terminan la cualidad de la vida internacional.

95
■KENNETH N . W A L T Z

el capítulo 3 vimos que el razonamiento de Kaplan era igual al


de Morgenthau, aunque el vocabulario de Kaplan, tomado en
pre'stamo de la teoría sistèmica' general, ha oscurecido esta se­
mejanza. Marion Levy, un sociólogo que ocasionalmente escribe
acerca de política internacional, suministra otro ejemplo. Afir­
ma que los “problemas focales” de los asuntos internacionales
“son aquéllos de la modernización de las sociedades relativa­
mente no-modernizadas y del mantenimiento de la estabilidad
dentro (y en consecuencia entre) las sociedades relativamente
modernizadas” (1966, p. 734).
Las explicaciones de adentro hacia afuera producen los re­
sultados que estos ejemplos ilustran. Kissinger, al decir que la
inestabilidad internacional y las guerras se producen a causa
de la existencia de Estados revolucionarios, es como si dijera
que las guerras se producen porque algunos Estados son beli­
cosos. Y, sin embargo, los regímenes revolucionarios pueden obe­
decer las reglas internacionales —o, más simplemente, tender
hacia la coexistencia pacífica— porque las presiones de sus situa­
ciones externas sobrepasan las metas generadas internamente.
Los órdenes internacionales revolucionarios son a veces estables
y pacíficos. Inversamente, los regímenes internacionales legíti­
mos son a veces inestables y proclives a la guerra. El esfuerzo
por predecir los resultados internacionales a partir de las carac­
terísticas nacionales conduce a conclusiones poco impresionan­
tes. Decir que los Estados estables dan lugar a un mundo esta­
ble implica simplemente afirmar que el orden prevalece si la
mayoría de los Estados son ordenados. Pero, incluso en el caso
de que cada uno de los Estados sea estable, el mundo puede
no serlo. Si cada uno de los Estados fuera estable y sólo luchara
por la seguridad sin tener planes contra sus vecinos, todos los
Estados serían inseguros, pues los medios por los que un Estado
se procura su seguridad son, por su misma existencia, los que
implican una amenaza para los otros Estados. No se puede in­
ferir el estado de la política internacional a partir de la compo­
sición interna de los Estados, ni tampoco se puede llegar a nin­
gún entendimiento de la política internacional sumando las po­
líticas exteriores y las conductas externas de los Estados.
Las diferencias existentes entre la escuela tradicional y la
moderna son suficientemente amplias como para oscurecer su
similitud fundamental. La similitud, una vez advertida, es nota­

96
TEORÍAS S IS T É M IC A S Y REDUCCIONISTAS

ble: los miembros de ambas escuelas se revelan, en el fondo,


como conductistas. Los miembros de ambas ;ésciielas ofrecen
explicaciones en términos de las conductas de las unidades, de­
jando de lado el efecto que las situaciones ¡pueden ejercer. El
sentido pleno de la unidad de estilo de razonamiento está expre­
sado si recordamos los ejemplos de los capítulos 2 y 3 y los
situamos junto a los que acabamos de expresar. Véblen y Schum-
peter explican el imperialismo y la guerra de acuerdo con el
desarrollo social interno; Hobson y su vasta progenie, por las
disposiciones económicas internas. Levy piensa que la estabili­
dad nacional determina la estabilidad internacional. Kaplan de­
clara que la política internacional es la dominante del subsis­
tema. Aron dice que las características de los polos del sistema
son más importantes que el número de polos que existan. Como
estudioso, aunque no como funcionario, Kissingei identifica los
Estados revolucionarios con la inestabilidad internacional y la
guerra. Como está de acuerdo con esta posición: de Kissinger,
Morgenthau recomienda la intervención en los !asuntos domés­
ticos de otros Estados en nombre de la necesidad política in­
ternacional. Rosencrance transforma al sistema internacional
en efecto y no en causa, y convierte su examen; de la política
internacional en una “ correlación” de las condiciones internas
y de los resultados internacionales, y en un rastreó de los efec­
tos secuenciales. Varios estudiosos modernos invierten mucho
tiempo calculando los coeficientes de correlación^pearsonianos.
A menudo, esto significa agregar números a esas-clases de aso­
ciaciones impresionistas entre las condiciones internas y los
resultados externos que con tanta frecuencia nos ofrecen los
tradicionalistas. Los estudios políticos internacionales que con­
forman el esquema adentro-afuera se desarrollan por medio de
la lógica correlacional, sean cuales fueren los métodos utiliza­
dos. Los estudiosos que pueden o no designarse tfeóricos sisté-
micos, y las formulaciones que parecen más o menos científicas,
siguen la misma línea de pensamiento. Examinan la política
internacional en términos de las características ,de los Estados
y de sus interactuacionés, pero no en términos de cómo se
sitúan en relación mutua. Cometen la “falacia ^analítica” de
C. F. A. Pantin, limitando sus estudios a factores que influyen
sobre sus fenómenos sin considerar que “ las configuraciones de

97
KENNETH N. W A L T Z

orden más elevado, pueden tener propiedades que merecen ser


estudiadas por derecho propio” (1968, p. 175).
No es posible comprender la política mundial por medio
de una simple observación del interior de los Estados. Si los
propósitos, políticas y acciones de los Estados se convierten en
el exclusivo centro de atención o, incluso, en la preocupación
principal, estamos forzados a retroceder al nivel descriptivo; y
a partir de simples descripciones no se pueden extraer generali­
zaciones válidas. Podemos decir qué vemos, pero no podemos
saber qué significa. Cada vez que creemos ver algo diferente o
nuevo, tenemos que designar otra “ variable” a nivel de la unidad
como causa. Si la situación de los actores afecta sus conductas
e influye sobre sus interacciones, los intentos de explicación a
nivel de la unidad llevarán a una infinita proliferación de varia­
bles, porque en ese: nivel ninguna variable única, o conjunto de
variables, es suficiente para producir los resultados observados.
Las así llamadas variables proliferan desaforadamente cuando
el enfoque adoptado no logra aprehender qué es lo que es cau­
salmente importante en el tema elegido. Se agregan variables
para justificar efectos aparentemente carentes de causa. Lo que
se omite a nivel sistèmico es recuperado —si es que lo es—,
atribuyendo características, motivos, obligaciones o cualquier
otra cosa a los actores individuales. El resultado observado se
convierte en una causa, que es entonces asignada a los autores.
No existe, sin embargo, ningún proceso rastreable ni lógica­
mente sólido por el cual los efectos que derivan del sistema
puedan ser atribuidos a las unidades. Las variables, entonces,
deben ser sumadás5subjetivamente, de acuerdo con el buen o
mal juicio del aútor. Esto produce las interminables argumen­
taciones condenadas a ser inconcluyentes.
Con el objeto dé tomar con seriedad a Morgenthau, Kissinger,
Levy y el resto, tendríamos que creer que ninguna causa inter­
viene entre las metas y las acciones de los Estados y los resul­
tados que esas acciones producen. En la historia de las relacio­
nes internacionales,- sin embargo, los resultados logrados rara
vez corresponden^ las intenciones de los actores. ¿Por qué esas
intenciones son repetidamente frustradas? La respuesta evidente
es que ciertas causas, ajenas a sus caracteres individuales, ope­
ran colectivamente sobre los actores. Cada Estado llega a ciertas
políticas y decide las acciones según sus propios procesos inter­

98
TEORÍAS S IS T É M IC A S Y REDU CCIONISTAS

nos, pero estas decisiones están modeladas por la presencia


misma de otros Estados, así como por las interacciones con
ellos. Cuándo y cómo las fuerzas internas hallan una expresión
externa, si es que lo hacen, no puede ser explicado en términos
de las partes interactuantes si la situación en la que interactúan
y actúa las limita, impidiéndoles algunas acciones, disponién­
dolas a otras, y afecta los resultados de esas interacciones. ,
Si los cambios de los resultados internacionales están direc­
tamente vinculados a los cambios de los actores, ¿de qué modo
podemos dar cuenta de las semejanzas de resultados que per­
sisten o recurren, incluso, en el caso de que los actores varíen?
Quien crea que puede dar cuenta de los cambios de la política
internacional también deberá preguntarse de qué modo se pue­
den explicar las continuidades. A veces, la política internacional
es descripta como el dominio de los accidentes y las perturbacio­
nes, de los cambios rápidos e impredecibles. Aunque abundan
los cambios, las continuidades son igualmente impresionantes,
o más, afirmación que puede ilustrarse de diversas maneras.
Quien lea el libro apócrifo de los Primeros Macabeos teniendo
en mente los acontecimientos anteriores y posteriores a la Pri­
mera Guerra Mundial podrá apreciar el sentido de continuidad
que caracteriza a la política internacional. Tanto en el siglo dos
antes de Cristo como en el siglo veinte, los árabes y judíos pelea­
ron entre sí por los residuos del imperio del norte, en tanto los
Estados ajenos a la arena los contemplaban o intervenían
activamente. Para ilustrar el punto de manera más general, po­
demos citar el famoso caso de Hobbes sintiendo la contempo­
raneidad de Tucídides. Menos famosa pero igualmente notable
es la consideración que hace Louis J. Halle de la relevancia de
Tucídides en la era de las armas nucleares y los superpoderes
(1955, Apéndice). En las dos guerras mundiales de este siglo,
para tomar otro tipo de ejemplificación, los mismos países prin­
cipales se alinearon unos en contra de otros, a pesar de los cam­
bios políticos domésticos que se produjeron en el período de
entreguerra. La textura de la política internacional sigue siendo
muy constante, los esquemas se repiten, y los acontecimientos
recurren infinitamente. Las relaciones que prevalecen interna­
cionalmente rara vez cambian en tipo o cualidad. Están marca­
das por una desoladora persistencia, una persistencia que debe
esperarse mientras ninguna de las unidades involucradas sea

99
KENNETH N. W AL T Z

capaz de convertir el anárquico reino internacional en un rei­


no jerárquico.
La persistente anarquía de la política internacional justifica
la notable semejanza de calidad que la vida internacional ha pre­
senciado durante milenios, afirmación ésta que encontrará segu­
ramente consenso general. ¿Por qué entonces se da esa constante
tendencia a la reducción? La respuesta es que usualmente, la
reducción no es consecuencia de los esfuerzos de un especialista
sino de sus errores. Se cree que el estudio de las unidades inter-
actuantes agota el tema, que incluye todo lo que puede incluirse
a nivel de la unidad y a nivel sistèmico. Algunos científicos po­
líticos arguyen que una perspectiva sistèmica concentra su aten­
ción en los aspectos relaciónales de la política internacional.
Pero los Estados interactuantes han sido siempre los objetos
de estudio. Otros dicen que la compleción de un análisis reali­
zado en términos de los Estados interactuantes necesita sola­
mente agregar la consideración de los actores no estatales. Tal
vez sea necesaria esta inclusión, pero éso nos dejaría a nivel de
la unidad o a un nivel inferior todavía. Las interacciones se dan
a nivel de las unidades, no a nivel del sistema. Al igual que los
resultados de las acciones de los Estados, las implicancias de
las interacciones no pueden conocerse, ni siquiera adivinarse
inteligentemente, sin conocimiento de la situación en la que esas
interacciones se producen. Las interacciones esporádicas de los
Estados, por ejemplo, pueden ser más importantes que la diaria
conducción de los asuntos rutinarios. El destino de los Estados
cuyas relaciones económicas y turísticas son escasas puede estar
estrechamente vinculado. Sabemos que esto es lo que ocurre en
el caso de Estados Unidos y de la Unión Soviética. No podemos
llegar a esa conclusión por medio del conteo de las transaccio­
nes ni por la medición de las interacciones que se producen en­
tre ambos. Esto no implica que la medición y el conteo sean
actividades inútiles. No significa que las conclusiones acerca
del Estado de la política internacional no puedan ser inferidas
a partir de los datos sobre las relaciones formales o informales
de los Estados. En realidad, con mayor frecuencia procedemos
en dirección opuesta. Decimos, por ejémplo, que Estados Unidos
y la Unión Soviética, o que Estados Unidos, la Unión Soviética
y China, interactúan estrechamente porque creemos que ciertas
acciones afectan intensamente al par, o al trío, haya o no haya

100
TEORÍAS S IS T É M IC A S Y REDUCCIONISTAS

relaciones para observar o transacciones para contar. Nos


ahorramos así el absurdo de decir que un nivel bajo de inter­
acciones entre-ciertos Estados indica la escasa'importancia de
sus relaciones.
Las continuidades y las repeticiones derrotan a los intentos
de explicar la política internacional siguiendo la familiar fórmu­
la adentro-afuera. Pensemos en las diversas causas de guerra
descubiertas por los estudiosos. Formas gubernamentales, sis­
temas económicos, instituciones sociales, ideologías políticas:
éstos son solo algunos ejemplos de los lugares en los que se
han situado las causas. Y sin embargo, aunque se asignan cau­
sas específicas, sabemos que Estados con todas las formas
imaginables de instituciones económicas, costumbres sociales
e ideologías' políticas han combatido en guerras. Y lo que es
más notable aún, muchas clases diferentes d e . organizaciones
se embarcan en guerras, ya sean tribus, pequeñas organizacio­
nes, imperios, naciones o pandillas callejeras. Si una determi­
nada situación parece haber causado una guerra determinada,
debemos preguntarnos qué es lo que justifica la repetición de
las guerras cuando las causas varían. Las variaciones de cuali­
dad de las unidades no están directamente relacionadas con los
resultados producidos por sus conductas, asf como tampoco lo
están las variaciones de los esquemas de interacción. Muchos
teóricos, por ejemplo, han afirmado que la. Primera Guerra
Mundial fue causada por la interacción de dos coaliciones opues­
tas y cuidadosamente equilibradas. Pero muchos también han
afirmado que la Segunda Guerra Mundial:, fue causada por
la incapacidad demostrada por ciertos Estados con respecto a
la corrección de un desequilibrio de poder, ya que no se aliaron
para contrabalancear una alianza en ciernes.. ■:

11 V
• i■
Las naciones cambian de forma y de propósito; se producen
adelantos tecnológicos; los armamentos se ;tránsforman radi­
calmente; se forjan y se deshacen las alianzas, Éstos son cambios
dentro de los sistemas, y esos cambios ayudan a explicar las
variaciones de los resultados políticos internacionales. En el
capítulo 3 vimos que ciertos teóricos que aspiran a ser sisté-
micos piensan en esos cambios intra-sistémicos como hitos que

101
KENNETH N . W A L T Z

marcan desplazamientos de un sistema a otro. Una vez que se ha


■definido claramente la estructura, tarea del siguiente capítulo,
los cambios a nivel/de la estructura pueden mantenerse aparte
de los cambios á nivel de la unidad. Sin embargo, podemos pre­
guntamos si las reducciones que condicionan que los cambios
a nivel de la unidád sean llamados cambios estructurales no
pueden remediarle gracias a un cambio de vocabulario. Desa­
fortunadamente, no es así. El problema que consiste en demos­
trar de qué modo las causas estructurales producen sus efectos
quedará sin resolver.
Las explicaciones a nivel bajo son repetidamente descalifi­
cadas, porque la semejanza y repetición de los resultados inter­
nacionales persisten a pesar de las enormes variaciones de los
atributos y de las interacciones de los agentes que supuesta­
mente son sus causas. ¿Cómo es posible dar cuenta de la des­
conexión de los efectos; y las causas observadas? Cuando las
causas aparentes varían más que sus presuntos efectos, sabemos
que esas causas haii sido especificadas de manera errónea o in­
completa. El repetido fracaso de los intentos de explicar analíti­
camente resultados nacionales —es decir, por medio del exa­
men de las unidades interactuantes— señala con toda claridad
las necesidades de. un enfoque sistèmico. Si los mismos efectos se
producen a partir de diferentes causas, entonces debe haber
limitaciones que operan sobre las variables independientes de
maneras que afectan los resultados. No podemos incorporar esas
limitaciones si las tratamos como una o más variables indepen­
dientes, manteniéndolas a todas en el mismo nivel, porque las
limitaciones pueden incidir sobre el total de variables indepen­
dientes y porque lo hacen de maneras diferentes a medida que
los sistemas cambian. :Como no podemos concretar esa incor­
poración, la reducción resulta absolutamente inadecuada, y un
enfoque analítico .debe dejar lugar a otro sistèmico. Es posible
creer que algunas-de las causas de los resultados internacionales
se hallen a nivel de las unidades interactuantes. Como las varia­
ciones de las presuntás causas no se corresponden muy estre­
chamente con las variaciones de los resultados, sin embargo,
debemos creer que algunas de las causas están situadas también
a otro nivel. Las causas a nivel de la unidad y a nivel del sistema
interactúan, y por éso la explicación a nivel de la unidad está
condenada a ser'inconducente. Si nuestro enfoque elegido nos

102
TEORÍAS S IS TÉ M IC A S Y REDUCCIONISTAS

permite manejar las causas a nivel de la unidad y las. causas a


nivel sistèmico, entonces podremos afrontar tanto los cambios
como las continuidades que se dan en un sistema. Y podremos
hacerlo, incluso, sin proliferación de variables ni multiplicación
de las categorías.
Desde el capítulo 1 sabemos cómo se construye una teoría.
Para construir una teoría debemos abstraer de la realidad, es
decir, dejar de lado casi todo lo que vemos y experimentamos.
Los estudiosos de la política internacional han intentado apro­
ximarse lo más posible a la realidad de la práctica internacional
e incrementar el contenido empírico de sus estudios. La ciencia
natural, por contraste, ha avanzado durante milenios desplazán­
dose de la realidad cotidiana y satisfaciendo la ya mencionada
aspiración de Conant de disminuir “el grado de empirismo in­
volucrado en la resolución de problemas” . Los científicos natu­
rales buscan simplicidad: unidades elementales y teorías ele­
gantes acerca de ellas. Los estudiosos de la política internacio­
nal complican sus estudios y afirman localizar cada vez más
variables. Los temas de las ciencias sociales y de las naturales
son completamente diferentes. La diferencia no oblitera ciertas
posibilidades y necesidades. No importa cuál sea el tema, debe­
mos limitar el dominio que nos concierne, organizarlo, para
simplificar los materiales de los que nos ocupamos, para con­
centramos en ciertas tendencias, y para individualizar las fuer­
zas impulsoras más fuertes.
Por la primera parte de este capítulo sabemos que la teoría
que deseamos construir es sistèmica. ¿Cómo será una teoría
sistèmica de política internacional? ¿Qué alcance tendrá? ¿Qué
será capaz e incapaz de explicar?
La teoría explica regularidades de conducta y nos lleva a
esperar que los resultados producidos por las unidades interac-
tuantes caerán dentro de ciertos rangos específicos. Sin embar­
go, la conducta de los Estados y de los estadistas es indeter­
minada. ¿Cómo es posible, entonces, construir una teoría de
política internacional que debe aprehender una conducta inde­
terminada? Ésta es la gran pregunta sin respuesta —y muchos
afirman que es imposible de responder—, de los estudios polí­
ticos internacionales. La pregunta no puede ser respondida por
aquéllos cuyo enfoque es conductista o reduccionista, como ya
hemos visto. Tratan de explicar la política internacional en tér-

103
KENNETH N . W A L T Z

minos de sus principales actores. El enfoque conductista pre­


dominante de la construcción de teorías políticas internaciona­
les se desarrolla encuadrando proposiciones acerca de la con­
ducta, las estrategias y las interacciones de los Estados. Pero
las proposiciones a nivel de la unidad no dan cuenta de los fe­
nómenos observados a nivel .sistèmico. Como la diversidad de
actores y las variaciones de sus acciones no son igualadas por
la variación de los resultados, sabemos que hay causas sistémi-
cas en juego. Al saberlo, sabemos también que es necesaria y
posible una teoría sistèmica. Advertir esa posibilidad requiere
concebir una estructura sistèmica internacional y demostrar
cómo logra sus efectos. Tenemos que producir la revolución
copernicana que otros han demandado, demostrando qué parte
de las acciones y las interacciones de los Estados, y qué parte
de los resultados que estas acciones e interacciones producen
pueden ser explicados por medio de las fuerzas que operan a
nivel del sistema en vez de operar al nivel de las unidades.
¿A qué me refiero con explicar? Quiero decir, explicar en
estos sentidos: decir por qué el rango de los resultados espera­
dos cae dentro de ciertos límites; decir por qué recurren los
esquemas de conducta; decir por qué se repiten los aconteci­
mientos, incluyendo aquéllos que tal vez disgusten a todos los
actores. La estructura de un sistema actúa como fuerza limita­
dora y de disposición, y por eso las teorías sistémicas explican
y predicen las continuidades dentro de un sistema. Una teoría
sistèmica muestra por qué los cambios a nivel de la unidad pro­
ducen menos cambios de resultados de los esperables en ausen­
cia de limitaciones sistémicas. Una teoría de política interna­
cional puede decirnos algo acerca de los resultados políticos
internacionales esperables, acerca de la flexibilidad que pueden
mostrar los sistemas en respuesta a los impredecibles actos de
un bonjunto variado de Estados, y acerca de los efectos espera-
bles que ejercerán los sistemas sobre los Estados.
Una teoría posee poder explicativo y predictivo. Una teoría
tiene, además, elegancia. Elegancia en las teorías de ciencias
sociales significa que las explicaciones y las predicciones serán
generales. Una teoría de política internacional, por ejemplo, ex­
plicará por qué la guerra es recurrente, e indicará ciertas con­
diciones que harán que la guerra sea más o menos probable,
pero no predecirá el estallido de guerras particulares. Dentro

104
TEORÍAS S IS T É M IC A S Y REDUCCIONISTAS

de un sistema, una teoría explica las continuidades. Nos dice


qué esperar y por qué. A veces se nos dice que los enfoques es­
tructurales han demostrado ser desalentadores, que a partir
del estudio de la estructura no hay muchq para aprender. Esto
ocurre, presuntamente, por dos razones. . Se'dice que la estruc­
tura es, en general, un concepto estático y casi vacío. Aunque
ninguno de ambos puntos es correcto, ambos';son sugerentes.
Las estructuras parecen ser estáticas porque a menudo duran
largos períodos. Incluso, cuando no cambian, son dinámicas
y no estáticas, porque alteran la conducta de los actores y
afectan el resultado de sus interacciones. Dada' una estructura
durable, se torna fácil pasar por alto los efectos estructurales
porque son repetidamente iguales. Así, uno espera que el mismo
rango amplio de resultados se produzca a partir de las acciones
de los Estados en una situación anárquica. Lo que continúa y
lo que se repite no es, por cierto, menos importante que lo
que cambia. La constancia de la estructura es lo que explica
los esquemas y rasgos recurrentes de la vida rpolítica interna­
cional. ¿Pero la estructura es, no obstante, un concepto vacío?
En gran parte, y porque lo es gana en elegancia y en poder. Sin
duda, la estructura de nada sirve en detallé: Los conceptos es­
tructurales, aunque carecen de contenido detallado, ayudan a
explicar algunos esquemas grandes, importantes y duraderos.
Lo que es más, las estructuras pueden cambiar de manera
súbita. Un cambio estructural es una revolución, se produzca o
no de manera violenta, y lo es porque da lugár, a nuevas expecta­
tivas acerca de los resultados que se producirán a partir de los
actos y las interacciones de unidades cuya colocación dentro del
sistema varía junto con los cambios de la estructura. Entre sis­
temas, una teoría explica el cambio. Una teoría de política inter­
nacional sólo puede tener éxito si se definen las estructuras
políticas de manera de identificar sus efectos causales y demos­
trar de qué modo varían estos efectos cuando cambia la estruc­
tura. A partir de la anarquía, inferimos grandes expectativas
acerca de la calidad de la vida política internacional. La distin­
ción entre estructuras anárquicas de diferente tipo ños permite
producir definiciones más estrechas y precisas de los resulta­
dos esparados. ; •
Consideremos, por ejemplo, los efectos, sufridos por los
Estados europeos a partir del cambio de un. sistema multipolar

105
KENNETH N . W A L T Z

por otro bipolar. Én tanto los Estados europeos fueron los gran­
des poderes del mundo, la unidad entre ellos sólo podía ser un
sueño. La política:; entre los grandes poderes europeos tendía a
un modelo de juego con suma cero. Cada poder consideraba
que cada pérdida de otro era su propia ganancia. Enfrentados
con la posibilidad de cooperar para beneficio mutuo, cada Es­
tado se sentía más inclinado a retirarse. Cuando en una ocasión
algunos de los grandes poderes se desplazaron hacia la coope­
ración, lo hicieron con el único objeto de oponerse con mayor
fuerza a otros poderes. El surgimiento de los superpoderes ruso
y norteamericano creó una situación que permitió una mayor y
más efectiva cooperación entre los Estados de Europa occiden­
tal. Se convirtieron ¿n consumidores de seguridad, para utilizar
una expresión común en la época de la Liga de las Naciones.
Por primera vez en; ,1a historia moderna, los determinantes de
la guerra y la paz se hallaron fuera de la escena de los Estados
europeos, y los medios de preservarlos eran suministrados por
otros. Estas nuevas circunstancias hicieron posible el famoso
“ascenso del interés, común” , expresión del pensamiento de
que todos debían;trabajar en conjunto para mejorar la suer­
te de todos, en vez. de preocuparse obsesivamente por la di­
visión precisa de los beneficios. No desaparecieron todos los
impedimentos de la cooperación, pero sí uno importante —el
miedo de que la mayor ventaja de uno se tradujera en una fuerza
militar que se usara en contra de los otros. Al vivir a la sombra
de los superpoderes, Inglaterra, Francia, Alemania e Italia rá­
pidamente advirtieron qyfe la guerra entre ellos sería estéril, y
muy pronto empezaron a creer que sería imposible. Como la
seguridad de todos ellos acabó por depender en última instan­
cia de las políticas de los otros, más que de la propia, era posi­
ble trabajar de manera efectiva por la unidad, aunque no se la
lograra fácilmente. ‘
Una vez que desaparece la posibilidad de guerra entre los
Estados, todos ellos pueden correr con mayor libertad el riesgo
de sufrir una pérdida relativa. Pueden intentarse empresas que
serán más beneficiosas para unos que para otros, ya que estos
últimos pueden concebir la esperanza de que otras actividades
revertirán el equilibrio de los beneficios, y porque existe la
convicción de qué ciértas1empresas, en general, resultan valiosas.
Un Estado puede garantizar a otro ganancias económicas a

106
TEORÍAS S IS T É M IC A S Y REDUCCIONISTAS

cambio de ventajas políticas, incluyendo el beneficio que im­


plica el fortalecimiento de la estructura cooperativa europea.
La desaparición de la preocupación de la seguridad entre los
Estados de Europa occidental no implica la finalización de los
conflictos, sino que produce un cambio de sus contenidos. Las
negociaciones difíciles dentro de la Comunidad Económica Euro­
pea (por parte de Francia acerca de políticas agrícolas, por ejem­
plo) indica que los gobiernos no han perdido interés en saber
quién ganará más y quién ganará menos. Los conflictos de in­
terés subsisten, pero no la expectativa de que alguien puede usar
la fuerza para resolverlos. Después de la Segunda Guerra Mun­
dial, las políticas entre los Estados europeos adquirieron.una
cualidad diferente porque el sistema internacional dejó de ser
multipolar para convertirse en bipolar. El limitado progreso en
el campo económico y en otros campos, en dirección al logro
de la unidad de Europa occidental, no puede comprenderse sin
considerar los efectos que se produjeron a partir del cambio
de estructura de la política internacional. El ejemplo ayuda a
demostrar qué es lo que puede decimos una teoría de política
internacional, y qué no puede. Puede describir la amplitud de
los probables resultados de las acciones e interacciones de los
Estados dentro de un sistema determinado, y demostrar cómo
varía el rango de las expectativas con el cambio de sistemas.
Puede decimos cuáles presiones se ejercen y qué posibilidades
plantean los sistemas de estructura diferente, pero no puede
decirnos cómo, ni con qué efectividad responderán las unidades
del sistema a estas presiones y posibilidades.
Estructuralmente, podemos describir y comprender las pre­
siones a las que están sujetas los Estados. No podemos predecir
cómo reaccionarán a las presiones sin conocimiento de sus dispo­
siciones internas. Una teoría sistèmica explica los cambios entre
sistemas, no dentro de ellos, y no obstante la vida internacional
dentro de un sistema determinado no es de ninguna manera per­
manente repetición. Se producen discontinuidades importantes.
Si se producen dentro de un sistema que persiste, sus causas se
hallan a nivel de la unidad. Se produce ima desviación con res­
pecto a lo esperado cuando ocurre algo que se encuentra fuera
del enfoque de la teoría.
Una teoría sistèmica de la política internacional se ocupa
de las fuerzas en juego en el nivel internacional, no en el nacio­

107
KENNETH N. W A L T Z

nal. Entonces se plantea esta pregunta: Si hay en juego tanto


fuerzas a nivel de la unidad como a nivel sistèmico, ¿cómo es
posible construir una teoría política internacional sin construir
simultáneamente una teoría de política exterior? La pregunta
es exactamente igual que preguntar cómo se puede escribir una
teoría económica de mercado en ausencia de una teoría de la
empresa. La respuesta es: “ muy fácilmente” . La teoría de merca­
do es una teoría estructural que demuestra de qué modo las em­
presas son presionadas por las fuerzas del mercado que las obli­
ga a hacer ciertas cosas de cierta manera. Si las harán o no, y de
qué modo, es algo que varía de una empresa a otra, y estas varia­
ciones dependen de las diferentes organizaciones y manejos inter­
nos. Una teoría política internacional no implica ni requiere una
teoría de política exterior, del mismo modo que una teoría de
mercado no implica ni requiere una teoría de la empresa. Las teo­
rías sistémicas, ya sean políticas o económicas, son aquéllas que
explican de qué modo la organización de un dominio actúa como
fuerza limitadora y autorizadora de las unidades interactuantes.
Esas teorías nos informan acerca de las fuerzas a las que están
sujetas las unidades. A partir de ellas, podemos inferir algunas
cosas acerca de la conducta y el destino esperado de las unida­
des: es decir, cómo tendrán que competir y adaptarse entre sí si
es que deben sobrevivir y florecer. En la medida en que la diná­
mica de un sistema limita la libertad de sus unidades, las con­
ductas y resultados se tornan predecibles. ¿Cómo esperamos que
respondan las empresas a mercados diferentemente estructura­
dos, y los Estados a sistemas políticos internacionales diferente­
mente estructurados? Estas preguntas teóricas nos piden que
tomemos a las empresas como empresas, y a los Estados como
Estados, sin prestar ninguna atención a las diferencias existentes
eptre ellos. Las preguntas se responden, entonces, haciendo refen-
rencia a la colocación de las unidades en sus sistemas, y no alu­
diendo a sus cualidades internas. Las teorías sistémicas explican
por qué las unidades diferentes se comportan de manera similar
y, a pesar de sus variaciones, producen resultados qúe caen den­
tro del rango de lo esperado. Inversamente, las teorías a nivel de
la unidad nos dicen por qué las diferentes unidades se comportan
de maneras diferentes a pesar de poseer ima colocación similar
dentro de un sistema. Una teoría de política exterior es una teoría
de nivel nacional. Produce expectativas acerca de las respues-

108
TEORÍAS S IS T É M IC A S Y REDUCCIONISTAS

tas de distintas políticas ante las presiones externas. Una teoría


de política internacional se ocupa de las políticas exteriores de
las naciones pero afirma explicar solamente ciertos aspectos de
ellas. Puede decirnos con qué condiciones internacionales debe­
rán enfrentarse las políticas nacionales. Gré'er que una teoría de
política internacional está en condiciones de decir de qué modo
se producirá ese enfrentamiento es lo opuesto del error reduc­
cionista. \ .
La teoría, así como la historia, de la política internacional
se escribe en términos de los grandes poderes de una época. Esa
es la costumbre tanto entre los científicos políticos como entre
los historiadores, pero la costumbre no revela los motivos que se
hallan detrás de ese hábito. En política internacional, al igual
que en cualquier sistema de auto-ayuda, las unidades de mayor
capacidad plantean la escena de la acción para las otras y para
sí mismas. En la teoría sistèmica, la estructura es una noción
generativa; y la estructura de un sistema,es generada por las
interacciones de sus partes principales. Sería;, tan ridículo cons­
truir una teoría política internacional basada ;en Malasia y Costa
Rica como construir una teoría económica ,de la competencia oli-
gopólica basada en las empresas menores de un sector de la eco­
nomía. Los destinos de todos los Estados ,y de-todas las empresas
de un sistema están mucho más afectados por las acciones e in­
teracciones de los mayores que por las de los. menores. A princi­
pio de siglo, alguien que se preocupara por .las perspectivas de la
política internacional como sistema, y porcias, naciones grandes
y pequeñas que conformaban ese sistema, no centraba su atención
en las políticas exteriores y militares de Suiza, Dinamarca y
Noruega, sino más bien en las de Inglaterra y Alemania, Rusia
y Francia. Concentrarse en los grandes poderes no implica per­
der de vista a los poderes menores. La preocupación por el des­
tino de estos últimos implica prestar una mayor atención a los
primeros. La preocupación por la política, internacional como
sistema implica la concentración en los Estados que causan las
mayores diferencias. Una teoría general de política internacional
se basa necesariamente en los grandes poderes. La teoría, una vez
escrita, también se aplica a los Estados meriorés que interactúan,
en tanto sus interactuaciones estén aisladas! de los grandes po­
deres de un sistema, ya sea por la relativa indiferencia de estos
últimos o por dificultades de comunicación y de transporte.

109
KENNETH N. W A L T Z

in
¡ ■: ,
En una teoría sistèmica, parte de la explicación de las conductas
y de los resultados se halla en la estructura del sistema. Una
estructura política es semejante a un campo de fuerza en física:
las interacciones dentro de un campo tienen propiedades dife­
rentes de aquéllas que existirían si estas interacciones se produ­
jeran fuera de ese campo, y tal como el campo afecta a los
objetos, estos últimos también lo afectan a él. ¿Cómo se puede
otorgar un significado claro y útil a un concepto como el de
estructura? ¿Cómo ejercen efecto las estructuras? Al considerar
las estructuras como causas, resulta útil establecer una distin­
ción entre dos definiciones.
El término “ estructura” es ahora favorito de las ciencias
sociales. Como tal, su significado se ha tornado absolutamente
abarcativo. Al significar cualquier cosa, ha dejado de significar
algo en particular. Dejando de lado sus usos vacuos y casuales, el
término tiene dos sijghificados importantes. Primero, puede desig­
nar un recurso compensatorio que funciona para producir una
uniformidad de resultados a pesar de la variedad de impulsos.
Los órganos del cuerpo mantienen las variaciones dentro de
rangos tolerables a pesar del cambio de las condiciones. El híga­
do, por ejemplo, mantiene el nivel de azúcar dentro de cierto
rango a pesar de la' diversidad de comida y bebida ingeridas. De
manera similar, losíimpuestos a los ingresos negativos y progre­
sivos reducen las disparidades de los ingresos a pesar de la habi­
lidad, la energía y la suerte de las personas. Como esas estructu­
ras producen procesos de nivelación, los que experimentan los
efectos de esa nivelación no necesitan tener conciencia de la
estructura ni de cómo se producen sus efectos. Las estructuras
de estadase son agentes que funcionan dentro de los sistemas.
Son estructuras del tipo de las que suelen tener en mente los
científicos políticos. Comparten una cualidad con las estructuras
tal como las he definido: funcionan manteniendo los resultados
dentro de rangos estrechos. Difieren por ser ideadas por la natu­
raleza o por los hombres para operar dentro de sistemas mayores
con propósitos particulares. Cuando me refiero a ellas, uso térmi­
nos tales como agente, agencia y recursos compensadores. Uso
la palabra “ estructura” tan sólo en el segundo sentido.

110
TEORÍAS S IS T É M IC A S Y REDUCCIONISTAS

En el segundo sentido, estructura designa un conjunto de


condiciones limitativas. Esa estructura actúa como selector, pero
no puede ser vista, examinada u observada como pueden serlo
el hígado o los impuestos a los ingresos. Los mercados económi­
cos formados libremente y las estructuras políticas internaciona­
les son selectores, pero no agentes. Como las estructuras seleccio­
nan por medio de la recompensa de algunas conductas y el
castigo de otras, los resultados no pueden inferirse a partir de
las intenciones ni de las conductas. Éste es un simple hecho
lógico que cualquiera puede entender. Lo que no es simple es
decir qué es políticamente aquello que desarticula la conducta y
el resultado. Las estructuras son causas, pero no son causas en
el sentido en que decimos que A causa X y B causa Y . X e Y son
diferentes resultados producidos por acciones o agentes diferen­
tes. A y B son más fuertes, más rápidos, anteriores o de mayor
peso que X e Y.
Esas causas se establecen por medio de la observación del
valor de las variables, el cálculo de sus covariancias y el rastreo
de las secuencias.2 Como A y B son diferentes, producen diferen­
tes efectos. En contraste, las estructuras limitan y dan formas a
las agencias y a los agentes, y los inclinan en direcciones que
tienden hacia una cualidad común de resultados, aunque los
esfuerzos y los propósitos de las agencias y los agentes varíen.
Las estructuras no producen efectos directamente. Las estruc­
turas no actúan de la misma manera en que lo hacen las agen­
cias y los agentes. ¿Cómo comprender entonces las fuerzas es­
tructurales? ¿Cómo podemos pensar que las causas estructurales
son más vagas que las propensiones sociales o que las tendencias
políticas mal definidas?
Los agentes y las agencias actúan; los sistemas en general
no. Pero las acciones de los agentes y las agencias son afectadas
por la estructura del sistema. En sí misma, una estructura no
conduce directamente a un resultado preferencial. Las estructu­
ras afectan la conducta dentro del sistema, pero lo hacen de
manera indirecta. Los efectos se producen de dos maneras: por
medio de la socialización de los actores y por medio de la rivali­

2 Una variable, contrariamente al uso que se le da en ciencia política,


no es cualquier cosa que varía. Es un concepto que adquiere diferentes
valores, ún concepto desarrollado como parte de un modelo del mundo
muy simplificado. Recuérdese el capítulo 1.

11 1
KENNETH N. W ALTZ

dad entre ellos. Estos dos procesos invasores se dan en la política


internacional de la misma manera que en todo tipo de socieda­
des. Como son procesos fundamentales, me arriesgaré a enunciar
lo obvio explicando cada uno de ellos en términos elementales.
Consideremos el proceso de socialización en el caso más
simple de todos, el de un par de personas, o de empresas o de
Estados. A influye sobre B. B, que se ha vuelto diferente gracias
a la influencia de A, influye sobre A. Tal como lo expresa Mary
Parker Follett, teórica de la organización: “ La propia actividad
de A penetra en el estímulo que está ocasionando su actividad”
(1941, p. 194). Éste es un ejemplo de la conocida lógica estruc-
tural-funcional por la que las consecuencias se transforman en
causas (cf. Stinchcombe, 1968, pp. 80-101). Los atributos y
acciones de B son afectados por A, y viceversa. No es que cada
uno de ellos influya simplemente sobre el otro; ambos están in­
fluidos por la situación creada por su interacción. La extensión
del ejemplo torna más clara la lógica. George y Martha, los per­
sonajes principales de ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, de
Edward Albee, crean por medio de su conducta e interacción una
situación que ninguno de los dos puede controlar por medio de
los actos y las decisiones individuales. En un profundo estudio
de la obra de Albee, Paul Watzlawick y sus asociados muestran
que las actividades de George y Martha no pueden ser compren­
didas sin considerar el sistema que emerge de sus interacciones.
Lo expresan de esta manera:

Lo que son individualmente George o Martha no explica lo


que se ha compuesto entre ellos, ni tampoco cómo. Fragmen­
tar este todo en rasgos individuales de personalidad. . . es
esencialmente separar a uno de otro, negar que sus con­
ductas tienen un significado especial en el contexto de esta
interacción —perpetuado en realidad por el esquema de su
interacción (1967, p. 156).

La conducta del par no puede ser comprendida si se adopta


un enfoque unilateral de cada miembro. Más aún, la conducta
del par no puede resolverse merced a un conjunto de relaciones
biunívocas porque cada elemento de conducta que contribuye a
la interacción está determinado en sí mismo por el hecho de que
ellos son un par. Se han convertido en partes de un sistema. De-
TEORÍAS SISTÉM XCAS Y REDUCCIONISTAS

' * V 5i
cir simplemente que Martha y George están interactuando, con
la acción de uno estimulando la respuesta del.;otro, oscurece la
circularidad de sus interacciones. Cada uno acciona y reacciona
con respecto al otro. El estímulo y la respuesta forman parte de
la historia. Pero además los dos actúan juntos en un juego que
—a pesar de que ellos mismos lo han “ideadq”-r- motiva y da
forma a sus conductas. Cada uno está jugando un juego, y los
dos están jugando juntos ese juego. Reaccionan mutuamente y
también en función de las tensiones que producen sus interac­
ciones.
Éstos son ejemplos y descripciones de lo que todos sabemos
y experimentamos. Podemos intentar con firmeza acabar una
discusión, podemos anunciar esta intención, podemos insistir en
ella y ser, no obstante, arrebatados por esa discusión. Podemos
predecir con firmeza nuestra propia acción y términar actuando
de maneras que nos sorprenden y sorprenden a. los otros. Años
atrás, Gustave Le Bon dijo esto acerca del efecto que produce
el grupo sobre el individuo:

La peculiaridad más notable que presenta una multitud


psicológica es la siguiente: sean quienes fueren los indivi­
duos que la componen, por semejantes o disímiles que-sean
sus modos de vida, sus ocupaciones, su carácter o su inteli­
gencia, el hecho de que han sido transformados en una mul­
titud los pone en posesión de una suerté de mente colectiva
que los hace sentir, pensar y actuar de mañera muy dife­
rente de la que cada individuo sentiría, pensaría y actuaría
si estuviera en situación de aislamiento (1896, pp. 29-30).
r>- -• •
No dejamos de ser nosotros mismos cuando- las situaciones
nos afectan intensamente, pero nos convertimos en nosotros
mismos y también en otra cosa. Nos tornamós diferentes, pero
no podemos decir cuál es el agente o la agencia que nos ha cam­
biado. ?
Los pares y las multitudes suministran ejemplos microcós­
micos y transitorios de la socialización que se produce en organi­
zaciones y en sociedades en gran escala y dufárite largos perío­
dos. Nadie les dice a todos los adolescentes dé una determinada
escuela o ciudad que se vistan de manera similar, pero la mayo­
ría lo hace. Lo hacen, por cierto, a pesar del hecho de que mu­

113
KENNETH N . W A L T Z

chas personas —sus padres— les dicen habitualmente que no lo


hagan. La opinión dé un grupo controla a sus miembros. Los
héroes y los líderes emergen y son emulados. La alabanza de la
conducta que satisface las normas del grupo las refuerza. La
socialización conduce a los miembros de un grupo a satisfacer
sus normas. Algunos miembros del grupo sentirán que esto es
represor y tenderánJhacia una conducta desviada. El ridículo
puede poner en línea a los desviados, o hacerlos abandonar el
grupo. En cualquier casó, se preserva la homogeneidad del grupo.
De maneras diversás, las sociedades establecen normas y estimu­
lan la conformidad- La socialización reduce la variedad. Las di­
ferencias de los miembros de la sociedad son mayores que las
diferencias observables de su conducta. Las características per­
sistentes de la conducía grupal son en parte resultado de las cua­
lidades de sus miembros. Por otra parte, son resultado de las
características de la sóciedad que sus interacciones producen.
La primera manera en la que las estructuras ejercen sus
efectos es por medio de un proceso de socialización que moldea
y limita la conducta; i La segunda manera es por medio de la
competencia. En los sectores sociales laxamente organizados o
segmentados, la socialización se lleva a cabo por segmentos y la
competencia se establece entre esos segmentos. La socialización
estimula las semejanzas de los atributos y de las conductas. Lo
mismo ocurre con la-competencia. La competencia genera un
orden, cuyas unidades adaptan sus relaciones por medio de sus
decisiones y actos Autónomos. Adam Srnith publicó The Wealth
of Nations en 1776. No pretendió explicar la conducta económica
y los resultados tan sólo de allí en adelante. No desarrolló una
teoría que se aplicará solamente a las actividades económicas de
aquéllos que leen, comprenden y siguen su libro. Su teoría eco­
nómica es aplicable en todos los casos en los que prevalecen las
condiciones indicadas, y es aplicable independientemente del
conocimiento de los productores y los consumidores.3 Esto se
produce porque la teoría de Smith se ocupa de los límites estruc­
turales. En tanto fijaría selección, es posible predecir los resul­
tados, conozcámoslo no las intenciones de los actores y aunque
ellos comprendan Ó no comprendan las limitaciones estructura­

3 Al decir que la teoría es aplicable, dejo de lado la cuestión de su


validez. :•

114
TEORÍAS S IS T É M IC A S Y REDU CCION ISTAS

les. Consideremos un ejemplo. Supongamos que pretendo instalar


una zapatería. ¿Dónde situarla? Puedo haber advertido que las
zapaterías tienden a agruparse. Siguiendo el razonamiento típi­
co de la ciencia política, puedo inferir que, o bien las ciudades
tienen leyes que regulan la ubicación de las zapaterías, o bien
que los dueños de las zapaterías conocen la teoría de localización
de los economistas, que de manera general les dice cómo ubicar,
sus comercios con el objeto de atraer la atención del mayor nú­
mero posible de clientes. Ninguna de ambas inferencias se jus­
tifica. Siguiendo el razonamiento económico típico, diría que
las condiciones del mercado recompensan a aquéllos que, inge­
niosamente o no, sitúan sus comercios en los lugares adecuados,
y que castigan a los que no lo hacen. Las conductas son seleccio­
nadas en virtud de sus consecuencias. Los empresarios individua­
les no necesitan saber obligatoriamente cómo aumentar sus posi­
bilidades de lograr beneficios. Si lo desean, pueden comportarse
torpemente y confiar en que el selector de mercado separe a los
que operan de manera inteligente de los que no lo hacen.
Se supone que las empresas son unidades de maximización.
En la práctica, algunas de ellas pueden no estar intentando ma-
ximizar nada. Otras pueden intentarlo, pero su ineptitud torna
difícil discernirlo. Los sistemas competitivos están regulados, por
así decirlo, gracias a la “ racionalidad” de los competidores más
exitosos. ¿Qué significa la racionalidad? Significa solamente
que a algunos les va mejor que a otros, ya sea por medio de la
inteligencia, la habilidad, el trabajo duro o la simple buena suer­
te. Logran suministrar un producto o un servicio necesarios de
manera más atractiva y barata que los demás. En ese caso, o
bien los competidores los imitan, o pierden todo. Para ellos dis­
minuye la demanda, bajan sus beneficios, y en última instancia
van a la quiebra. Para interrumpir esta cadena de acontecimien­
tos indeseables, deben cambiar sus maneras de funcionar. Y de
este modo las unidades que sobreviven acaban por parecerse en­
tre sí. Se forman esquemas en la localización de las empresas, en
su organización, en sus modos de producción, en el diseño de sus
productos y en sus métodos de marketing. El carácter ordenado
se manifiesta en los resultados, y no necesariamente en los im­
pulsos de entrada. Los que sobreviven comparten determinadas
características. Los que van a la quiebra, no. La competencia
insta a los actores a adaptar sus estilos a las prácticas más acep­

115
KENNETH N. W A L T Z

tables y exitosas socialmente. La socialización y la competencia


son dos aspectos de un proceso por el que se reduce la variedad
de conductas y de resultados.
Donde rige la selección según las consecuencias, emergen
y duran esquemas sin que nadie haya acomodado las partes para
establecerlos, y sin que nadie se preocupe tampoco por mante­
nerlos. Los actos y relaciones de las partes pueden regularse por
medio de sus propias adaptaciones mutuas. El orden puede pre­
valecer sin un ordenador; las adaptaciones pueden producirse
en ausencia de un adaptador; las tareas pueden distribuirse sin
que exista un distribuidor. El alcalde de la ciudad de New York
no telefonea a los quinteros de New Jersey para decirles que plan­
ten más tomates el año próximo porque los distribuidos recien­
temente han sido escasos. La oferta y la demanda se adaptan de
manera más confiable y sensata por medio de la respuesta auto-
interesada de numerosos compradores y vendedores, y no gracias
a las instrucciones de un alcalde. Un ejemplo de distinto tipo
aparece si consideramos la respuesta de Montesquieu cuando se
le presentó un plan para una sociedad ideal. Se dice que comen­
tó: “ ¿Quién vaciará las bacinillas?” Como pregunta equivalente,
podríamos enunciar: ¿Quién recogerá la basura? Los comprado­
res del servicio de recolección de basura desean comprar barato
ese servicio. Los vendedores desean venderlo caro. ¿Qué ocurre?
Las ciudades toman medidas para hacer más atractivo el servi­
cio: más limpio y más simple, por medio del uso de la automati­
zación, y socialmente más aceptable gracias al aumento de status
de ese trabajo, por ejemplo, suministrando a los trabajadores
uniformes más agradables. En tanto la recolección de basura
siga siendo una tarea poco atractiva, la sociedad paga más en
proporción al talento requerido que lo que paga por otros servi­
cios. La sociedad real se torna difícil de diferenciar de la ideal.

IV

Diferentes estructuras pueden ocasionar los mismos resulta­


dos á pesar de que varíen las unidades y sus interacciones. Así,
en todo el mercado el precio de un producto o un servicio es
uniforme si hay muchas firmas que compiten, si pocos oligopolios
se embarcan en la connivencia de precios, o si el gobierno contro­
la los precios. Competencia perfecta, connivencia completa, con­

116
1

TEORÍAS S IS T É M IC A S Y REDUCCIONISTAS

trol absoluto: estas causas diferentes producen resultados idén­


ticos. A partir de la uniformidad de los resultados, no podemos
inferir que los atributos y las interacciones, dé las partes de un
sistema han permanecido constantes. La estructura puede de­
terminar los resultados independientemente ¿e los cambios a
nivel de las unidades e independientemente de la desaparición
de algunas y la emergencia de otras de ellas.. “ Causas” diferen­
tes pueden producir los mismos efectos; las mismas “ causas”
pueden tener consecuencias diferentes. A menos que uno sepa
cómo está organizado un reino, no podremos diferenciar las cau­
sas de los efectos.
El efecto de una organización puede prevalecer sobre los
atributos y las interacciones de los elementos ;que la componen.
Un sistema independiente de las condiciones iniciales manifiesta,
según se dice, equifinalidad. Si lo hace, “entonces el sistema
mismo es su mejor explicación, y el estudio ide5su organización
es la metodología apropiada” (Watzlawick et; ál., 1967, p. 129,
cf. p. 32). Si la estructura influye sin determinar, debemos pre­
guntarnos cómo y en qué grado la estructura de un reino da
cuenta de los resultados. La estructura debe' ser estudiada por
sí misma, al igual que las unidades. Alegar estar siguiendo un
enfoque sistemico o construyendo una teoria- sistemica requiere
que uno demuestre cómo pueden definirse diferencialmente el
nivel sistèmico y el de las unidades. La imposibilidad de señalar
y preservar la distinción entre la estructura, por un lado, y las
unidades y procesos, por el otro, torna imposible, desenmarañar
las causas de diferentes clases y diferenciad las causas de los
efectos. Creo que el borramiento de la distinción existente entre
los diferentes niveles de un sistema ha sido el mayor impedi­
mento para el desarrollo de teorías acerca de la! política interna­
cional. El próximo capítulo demuestra cómo definir las estruc­
turas políticas de manera de posibilitar la construcción de una
teoría sistèmica.

117
5

ESTRU CTU RAS POLÍTICAS

En capítulos 2, 3 y 4, señalamos que los resultados políticos


internacionales no pueden explicarse de manera reduccionista.
En el capítulo 3 advertimos que, incluso, los enfoques declara­
damente sistémicos mezclan y confunden las causas a nivel sis­
tèmico y las causas a nivel de la unidad. Reflexionando acerca
de las teorías que siguen el modelo de los sistemas generales,
concluimos que la política internacional no se adecúa suficiente­
mente al modelo como para que éste sea útil, y que sólo es po­
sible comprender la política internacional por medio de algún
tipo de teoría sistèmica. Para ser exitosa, esa teoría debe demos­
trar de qué modo puede concebirse la política internacional
como un dominio diferente de lo económico, lo social y otros
campos internacionales. Para distinguir los sistemas políticos
internacionales de otros sistemas internacionales, y para dife­
renciar las fuerzas de nivel sistemico de aquéllas a nivel de la
unidad, es necesario demostrar de qué modo se generan las es­
tructuras políticas y de qué modo afectan —y son afectadas
por— a las unidades sistema. ¿Cómo podemos concebir la polí­
tica internacional como un sistema diferenciado? ¿Qué es lo que
interviene entre las unidades interactuantes y los resultados
producidos por sus actos e interacciones? Para responder a estas
preguntas, este capítulo examina primero el concepto de es­
tructura social y luego define la estructura como un concepto
apropiado para la política nacional y la internacional.

Un sistema está compuesto por ima estructura y por unidades


interactuantes. La estructura es el componente sistèmico que
hace posible pensar en el sistema como un todo. El problema,
no resuelto por los teóricos sistémicos considerados en el capí­
tulo 3, es hallar una definición de estructura que no incluya

119
KENNETH N. W A L T Z

los atributos y las interacciones de las unidades. Las definicio­


nes de estructura deben dejar de lado, o abstraer, las caracte­
rísticas de las unidades, su conducta y sus interacciones. ¿Por
qué deben omitirse cuestiones obviamente tan importantes? De­
ben omitirse para que podamos diferenciar las variables a nivel
de las unidades de las variables a nivel sistèmico. El problema
consiste en desarrollar conceptos teóricamente útiles para reem­
plazar las vagas y variables nociones sistémicas que se emplean
habitualmente —nociones tales como ambiente, situación, con­
texto y entorno. La estructura es un concepto útil si da un
significado claro y estable a esos términos vagos y variables.
Sabemos qué es lo que tenemos que omitir de cualquier de­
finición de estructura para que esa definición sea teóricamente
útil. Abstraerse de los atributos de las unidades significa dejar
de lado cuestiones acerca de las clases de líderes políticos, insti­
tuciones económicas y sociales y compromisos ideológicos que
puedan tener los países. Abstraerse de las relaciones significa
dejar de lado las cuestiones acerca de las interacciones cultura­
les, económicas, políticas y militares de los Estados. Decir qué
es lo que se debe dejar fuera no indica qué es lo que debe in­
cluirse. Sin embargo, el punto negativo es importante porque la
instrucción de omitir los atributos es frecuentemente violada, y
la instrucción de omitir las interacciones casi nunca se observa.
Pero si se omiten los atributos y las interacciones, ¿qué queda?
La pregunta puede responderse considerando el doble significado
del término “ relación” . Tal como señala S. F. Nadel, el lenguaje
común oscurece una distinción teóricamente importante. “Re­
lación” se utiliza para denotar, tanto la interacción de las uni­
dades como la posición que cada una de ellas ocupa con res­
pecto a las otras (1957, pp. 8-11). Para definir una estructura
es necesario ignorar de qué modo se relacionan las unidades
entre sí (cómo interactúan) y concentrarse en cuál es su posi­
ción mutua (cómo están dispuestas o posicionadas). Las interac­
ciones, tal como he repetido, se llevan a cabo al nivel de la uni­
dad. Las mutuas relaciones entre las unidades, el modo en que
están dispuestas o posicionadas, no conforman ima propiedad
de las unidades. La disposición de las unidades es una propie­
dad del sistema.
Si dejamos de lado la personalidad de los actores, su con­
ducta y sus interacciones, llegamos a un cuadro puramente po-

120
ESTRUCTURAS POLÍTICAS !

sicional de la sociedad. De esto se desprenden i tres proposicio­


nes. Primero, que las estructuras pueden persistir mientras la
personalidad, la conducta y las interacciones'^sufren grandes
variaciones. La estructura se diferencia agudamente de las accio­
nes y las interacciones. Segundo, una definición estructural se
aplica a dominios de sustancias muy diferentes en tanto y en
cuanto tengan disposiciones semejantes de las partes (cf. Nadel,
pp. 104-109). Tercero, como esto último ocurre, las teorías desa­
rrolladas para un dominio particular pueden aplicarse, con
algunas modificaciones, también a otros dominios.
Una estructura se define por medio de la disposición de sus
partes. Sólo los cambios de disposición son cambios estructu­
rales. Un sistema está compuesto por una estructura y por las
partes interactuantes. Tanto las estructuras. como las partes
son conceptos, relacionados con, pero no idénticos a, los agentes
y las agencias reales. La estructura no es algo que veamos. El
antropólogo Meyers Fortes lo explica muy bien: “ Cuando descri­
bimos una estructura” , dice, “ nos hallamos dentro del dominio
de la sintaxis y la gramática, no de la palabra dicha. Sólo dis­
cernimos la estructura en la ‘realidad concreta’ de los aconteci­
mientos sociales en virtud de haber establecido primero a la
estructura haciendo abstracción de la ‘realidad concreta’ ” (For­
tes, 1949, p. 56). Como la estructura es una5 abstracción, no
puede ser definida enumerando características materiales del
sistema. En cambio, debe ser definida por la disposición de las
partes del sistema y por el principio de esa disposición.
Ésta es una manera poco usual de pensar los sistemas po­
líticos, aunque las nociones estructurales son suficientemente
familiares para los antropólogos, los economistas e incluso para
los científicos políticos que no se ocupan dé los sistemas políticos
en general sino de algunas de sus partes, tales como partidos po­
líticos y burocracias. Al definir las estructuras, los antropólogos
no se preguntan por los hábitos y los valores de los jefes y los
indios; los economistas no se preguntan por la organización y la
eficiencia de empresas particulares ni por los intercambios que
se producen entre ellas; y los científicos políticos no se pregun­
tan por las personalidades y los intereses de los individuos que
desempeñan diversos cargos. Déjan de lado las cualidades, los
motivos, y las interacciones de los actores, no porque esas cues­
tiones sean de escaso interés o importancia, sino porque desean

121
KENNETH N . W A L T Z

conocer cómo son afectadas por la estructura tribal las cualida­


des, los motivos y las interacciones de las unidades tribales, o
cdmo las decisiones de las empresas son determinadas por su
mercado, y cómo la conducta de las personas es modelada por
los cargos que ocupan.

II

El concepto de estructura se basa en el hecho de que unidades


yuxtapuestas de diferentes maneras se comportan de manera
diferente y, al interáctuar, producen resultados diferentes. En
un libro de teoría política internacional debe examinarse la
estructura política'doméstica con el objeto de señalar una dis­
tinción entre las expectativas acerca de las conductas y los re­
sultados en los reinos externo e interno. Más aún, la considera­
ción de la estructura'política doméstica facilitará más tarde la
aprehensión de la elusiva estructura política internacional.
La estructura define la disposición, o el ordenamiento, de
las partes de un sistema,. Una estructura no es un conjunto de
instituciones políticas sino más bien su disposición. ¿Cómo se
define esta disposición? La constitución de un Estado describe
algunas partes de la . disposición, pero el desarrollo de las es­
tructuras políticas no es idéntico a las constituciones formales.
Al definir estructura, la primera pregunta que debemos respon­
der es ésta: ¿Cuál es el principio de disposición de las partes?
La política doméstica está ordenada jerárquicamente. Las
unidades —instituciones y agencias— se presentan en relación
de supra y subordinación. El principio ordenador de un sistema
nos da la primera información básica acerca del modo en que
las partes de un reino se relacionan mutuamente. En un go­
bierno, la jerarquía de los cargos no está completamente articu­
lada, ni tampoco desaparecen todas las ambigüedades acerca de
las relaciones de supra o subordinación. No obstante, los actores
políticos son formalmente diferenciados según sus grados de
autoridad, y se especifican sus diferentes funciones. Cuando
digo “se especifican” ; no me refiero a que la ley describa plena­
mente los deberes; y ¡tareas que deben cumplir las diferentes
agencias, sino tan sólo que existe un cierto acuerdo acerca de
las tareas que deben emprender las diversas partes del gobierno
y el grado de poder que cada una de ellas ostenta legítimamen­

122
ESTRUCTURAS POLÍTICAS

te. Así, el Congreso debe abastecer las fuerzas militares, y el


presidente debe comandarlas. El Congreso hace las leyes, el
ejecutivo las hace cumplir, las agencias las administran, los
jueces las interpretan. Hallamos esa especificación de roles y esa
diferenciación de funciones en cualquier Estado, y más aún
cuando ese Estado es más desarrollado. La especificación de las
funciones de las partes formalmente diferenciadas nos suminis­
tra la segunda información estructural. Esta segunda parte de
la definición agrega cierto contenido a la estructura, pero sólo
lo suficiente como para decir con mayor detalle de qué modo se
relacionan las unidades entre sí. Los roles y las funciones del
primer ministro y el Parlamento británicos, por ejemplo, di­
fieren de los del presidente y del Congreso norteamericanos.
Cuando los cargos se yuxtaponen y las funciones se combinan
de diferentes maneras, se producen conductas y resultados di­
ferentes, como demostraré en breve.
La situación mutua de las unidades no está completamente
definida por el principio ordenador del sistema ni por la dife­
renciación formal de sus partes. La jerarquía de las unidades
también cambia según los cambios de sus capacidades relativas.
La relación del primer ministro con respecto al Parlamento y del
presidente con respecto al Congreso depende de, y varía según,
sus capacidades relativas. En el desempeño de sus funciones, las
agencias pueden ganar o perder capacidades. La tercera parte
de la definición de estructura reconoce que aun cuando las
funciones específicas no se alteren, las unidades pueden alterar
sus relaciones mutuas por medio de los cambios producidos en
sus capacidades relativas.
Así, una estructura política doméstica es definida, primero,
según el principio que la ordena; segundo, por la especificación
de las funciones de las unidades formalmente diferenciadas; y,
tercero, por la distribución de capacidades entre esas unidades.
La estructura es una noción elevadamente abstracta, pero la
definición de estructura no se abstrae de todo. Si lo hiciera, de­
jaría de lado todo, sin incluir absolutamente nada. La definición
en tres partes de estructura incluye solamente lo necesario para
demostrar de qué modo están situadas o dispuestas las unida­
des del sistema. Las preocupaciones por la cultura y la tradición,
el análisis del carácter y la personalidad de los actores políticos,
la consideración de los procesos conflictivos y acomodaticios de la

123
KENNETH N. W A L T Z

política, la descripción de la creación y la aplicación de las polí­


ticas: todas estas cuestiones deben dejarse de lado. Su omisión
no implica que carezcan de importancia. Se las omite porque
deseamos calcular los efectos esperables de la estructura sobre
el proceso y del proceso sobre la estructura. Eso sólo puede ha­
cerse si se definen de manera diferencial estructura y proceso.
Las estructuras políticas dan forma a los procesos políticos,
como puede observarse fácilmente si se comparan sistemas gu­
bernamentales diferentes. En Inglaterra y Estados Unidos, los
cargos legislativos y ejecutivos se yuxtaponen y combinan de
maneras diferentes. En Inglaterra se fusionan; en Estados Uni­
dos están separados de diversas maneras y situados en mutua
oposición. Las diferencias de distribución de poder y autoridad
entre las agencias formales e informales afectan el poder de los
principales ejecutivos y ayudan a dar cuenta de las persistentes
diferencias de sus desempeños. En otra parte he demostrado de
qué modo las diferencias estructurales explican los contrastes
existentes entre los esquemas de las conductas políticas británi­
ca y norteamericana. La repetición de algunos puntos de manera
resumida tornará políticamente concretas algunas afirmaciones
definicionales precedentes. Tomaré como ejemplo el liderazgo
político y me concentraré más en Inglaterra que en Estados Uni­
dos, de modo de poder incurrir en cierto grado de detalle ( 1967a;
me baso principalmente en los capítulos 3 y 11).
Se ha descripto á los primeros ministros, al menos desde
fines del siglo diecinueve, como cargos que ganan cada vez más
poder, hasta el punto en que ya no deberíamos hablar de go­
biernos parlamentarios o de gabinete. Sólo el primer ministro
tiene el poder ahora, o así se dice. Entonces, debemos preguntar­
nos por qué este primer ministro, cada vez más poderoso, reac­
ciona de manera tan lenta a los acontecimientos, hace -una y
otra vez las mismas cosas tan poco efectivas, y gobierna, en
general, tan débilmente. Las respuestas no se hallan en las di­
ferentes personalidades de los primeros ministros, pues las ca­
racterísticas que planteo los abarcan a todos y se extienden hasta
la década de 1860, es decir, cuando la disciplina partidaria
empezó a emerger como rasgo notable del gobierno británico.
Los poderes formales de los primeros ministros parecen ser am­
plios, y, no obstante, sus conductas están más estrechamente
limitadas que las de los presidentes norteamericanos. Las limi­

124
ESTRUCTURAS POLÍTICAS ’ !

taciones se hallan en la estructura del gobierno británico, espe­


cialmente en la relación entre el líder y el partido. Hay dos
puntos de mayor importancia: el modo en que: sé reclutan los
líderes y el efecto de que tengan que manejar ;sus partidos
tan cuidadosamente.
En ambos países, directa o indirectamente, ¡ la verdadera
elección de un ejecutivo se centra en los líderes de los dos
partidos principales. ¿Cómo se convierten ellos en material de
esa elección? Un miembro del Parlamento se convierte en líder
de su partido o en primer ministro tras un prolongado servicio
en el Parlamento, probando su capacidad a; través de los dife­
rentes pasos de la escala ministerial, y exhibiendo las cualidades
que resultan importantes para la Cámara de los Comunes. Los
miembros de los dos partidos parlamentarios' mayoritarios de­
terminan quién ascenderá al cargo más alto. Seleccionan a la
persona que liderará su partido cuando no está en el poder y
que se convertirá en primer ministro con el triunfo. El miembro
del Parlamento que será primer ministro debe'satisfacer a sus
primeros constituyentes, los miembros de su partido de la Cá­
mara de los Comunes, asegurándoles que será competente y, se­
gún el enfoque del partido, confiable para el cargo. Ellos; bus­
carán a alguien que haya demostrado, a lo largo de los años, que
disgustará a pocos de los otros miembros del Parlamento. Como
no hay límites para la duración del servicio como primer minis­
tro, los otros miembros pueden mostrar reticencia a apoyar a
una persona joven cuya candidatura exitosa pueda bloquear el
camino al cargo durante décadas.
Al igual que la mayoría de los países con instituciones po­
líticas establecidas, los británicos someten a sus'gobernantes a
un aprendizaje. El sistema que utilizan es más probable que el
sistema norteamericano de producir no sólo ejecutivos mayores,
sino también más seguros y confiables. Desde la Segunda Acta
de Reforma, en 1867, Inglaterra ha tenido 20 primeros ministros.
Su edad promedio ha sido de 62 años. Su tiempo de servicio
promedio en el Parlamento, antes de convertirse en primer mi­
nistro, ha sido de 28 años, durante los cuales ¡todos ellos cum­
plieron tiempos de aprendizaje en diversos cargos del gabinete.
En Inglaterra, la única manera de acceder al cargo más alto es

125
KENNETH N . W A L T Z

escalando la escala ministerial.1 Desde la guerra civil, Estados


Unidos ha tenido 22 presidentes. Su edad promedio es de 56
años.2 Como el Congreso no es un camino directo para la prefe­
rencia de un ejecutivo, no tiene sentido establecer una compa­
ración entre el sérvicio en el Congreso y en el Parlamento. Sin
embargo, es seguró y significativo decir que la presidencia re­
quiere un campo dé experiencia más amplio y, ocasionalmente
—como en los casos de Grant y de Eisenhower— un campo de
experiencia que no sea en absoluto político.
La modalidad británica crea un Estado que actúa como
una limitación del poder ejecutivo. El primer ministro, en
tanto posee grandes poderes, será probablemente maduro y ex­
perimentado, poseedor, si se quiere, de ima sabiduría mundana
que hace que los ejerza con improbable fuerza y vigor. Si es
cierto que Inglaterra sale del paso, he aquí parte de la explica­
ción, una parte mayor que la referencia frecuente al carácter
nacional, que es supuestamente ajeno al compendio ideológico
y a las políticas programáticas.
Las limitaciones; que: caen sobre el primer ministro durante
el propio proceso de selección son tan importantes como sutiles,
elusivas y generalmente inadvertidas. Estas cualidades caracte­
rizan también las limitaciones que derivan de la relación del
primer ministro con su partido y con el Parlamento, en la que
a menudo se cree que la fuerza del primer ministro es mayor.
La situación en ambos países puede expresarse de la siguiente
manera: el presidènte puede liderar pero tiene problemas para
hacer que su partido lo siga; el primer ministro tiene seguido­
res pero con la condición de no estar muy por delante o al cos­
tado de su partido, lo qué le causa dificultades para liderar. El
arte imprescindible para un primer ministro consiste en mane­
jar el partido de manera de evitar el desafío de la mayoría o la
rebelión de una minoría, si esa minoría es importante, sin tener
que aplicar penalidades después de producida esa rebelión. Con
frecuencia la verdadera preocupación del primer ministro no
consiste en que algunos miembros lo desafíen sino que su apoyo

1 La excepción;'igiié no desconfirma la regla, es Ramsay MacDonald,


quien, ausente de la coalición de la época de la guerra y sin que su par­
tido estuviera previamente en el poder, jamás había tenido un puesto mi­
nisterial.
2 Todos los cálculos son de julio de 1978.

126
ESTRUCTURAS P O LÍTIC A S

verdadero y efectivo disminuya en los años entre elecciones ge­


nerales, como ocurrió con Churchill y Macmillan en sus últimos
gobiernos, y más obviamente, en los casos de Edén y Heath. Es
erróneo considerar que el partido parlamentario es un freno
para el gobierno solamente en el caso de que el partido se divida
y el primer ministro deba enfrentarse a una facción díscola,
pues un partido jamás es monolítico. Un partido bien manejado
parecerá ser casi pasivamente obediente, pero las artes de ma­
nejo son difíciles de dominar. El primer ministro o el líder parti­
dario efectivos se mueven de manera de evitar el disenso, si es
posible, anticipándose a él. Se hacen concesiones, se posponen
temas y a veces se los cancela directamente. Si pensamos en los
dos partidos como ejércitos disciplinados que marchan obedien­
temente bajo las órdenes de sus líderes, no sólo estaremos igno­
rando una parte importante de la historia sino que también
pasaremos por alto el cuidado y el cálculo infinito que implica
hacer actuar concertadamente a un grupo, ya sea éste un ejér­
cito, un equipo de fútbol o un partido político. Habitualmente,
el primer ministro puede contar con el apoyo de su partido, pero
sólo dentro de los límites establecidos colectivamente por los
miembros del partido. El primer ministro sólo puede pedir lo
que su partido está dispuesto a dar. No puede decir: “Los sindi­
catos deben ser disciplinados” . No puede decir: “ La industria
debe ser racionalizada” . No puede decir: “Las relaciones entre
trabajo y empresa deben ser remodeladas” . No puede hacer estas
afirmaciones ni siquiera en el caso de creerlas. Sólo puede ejer­
cer un liderazgo audaz cuando está seguro de que el partido lo
seguirá sin que se produzca un disenso de proporciones. Pero
en el momento en que un primer ministro está seguro de ello,
cualquier indicación que dé deja de ser audaz. Solo se puede
ser un primer ministro audaz a costa de tener un mal manejo
partidario. “ Un partido debe ser manejado, y quien mejor lo
maneje será probablemente su mejor líder. La tarea subordinada
de la legislación y el gobierno ejecutivo bien puede caer en las
manos inferiores de personas menos astutas” .3 Ésas eran las'
3 En algunos aspectos, el transcurso de un siglo comporta pocos cam­
bios. A pesar de los abundantes comentarios ácidos de Crossman, Wilson
y otros acerca de Callaghan, Crossman pensaba que éste era "fácilmente
el m ejor político del Partido Laborista” , y aparentemente a causa de esta
distinción Callaghan ganó el apoyo de Wilson para sucederlo com o primer
ministro (1977, III, pp. 627-628).

127
KENNETH N. W A L T Z

reflexiones de Anthony Trollope acerca de la carrera de Sir Ti-


mothy Beeswax, un líder partidario de habilidad casi mágica
(1880, III, 169; cf. I, 216). El rol de los líderes del país y el rol
de líder partidario entran fácilmente en conflicto. En ausencia de
controles y equilibrios como los norteamericanos, el partido
que puede actuar lo hace. Como el partido en el poder actúa de
acuerdo con la palabra de su líder, el líder debe ser cauteloso
con respecto a la palabra que decida pronunciar.
El problema del liderazgo sumado al factor de aprendizaje
es útil para describir la textura de la política británica. El pri­
mer ministro debe preservar la unidad de su partido, pues no
le es posible perpetuar su gobierno construyendo una serie de
mayorías cuya composición varía según los temas. Los prime­
ros ministros deben ser —y tomarse el trabajo de seguir siendo—
aceptables para sus partidos parlamentarios. Por medio del sis­
tema político dentro del cual opera, el primer ministro se ve
impulsado a buscar el apoyo de todo su partido, al precio de
reducir considerablemente su libertad de acción. Se ve obligado
a avanzar cautelosamente, a dejar que las situaciones se desa­
rrollen hasta que la imperiosa necesidad de una decisión acabe
con las tendencias belicosas y las discusiones acerca de cuál debe
ser esa decisión. Las características del liderazgo están incluidas
en el sistema. El primer ministro típico es un líder nacional
débil pero un experto en manejar el partido —características
que habitualmente debe ostentar si quiere ganar el cargo y
conservarlo.
En contraste, consideremos a los presidentes. Como su cargo
no depende de asegurarse el apoyo mayoritario del Congreso,
como pueden ser derrotados políticamente y conservar el cargo,
y como la obstrucción es una parte habitual y aceptada del sis­
tema, se los estimula a pedir aquello que, en ese momento, tal
vez, no les sea concedido. Se espera que los presidentes eduquen
e informen, que expliquen que lo que la legislación del Congreso
se niega a aprobar es precisamente lo que necesitan los intereses
del país; por cierto, incluso, pueden pedir más de lo que desean,
esperando que lo que obtendrán cubrirá, a grandes rasgos, la
estimación que han hecho del problema. La brecha existente
entre promesa y desempeño, entre pedido presidencial y aquies­
cencia del Congreso es, de este modo, a menudo ilusoria. Los
primeros ministros consiguen todo lo que piden y, sin embargo,

128
— ------------------------------------------------------------------------------------------— M -------------------------------
ESTRUCTURAS POLÍTICAS
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- — --------------- — 7----------------------- r\ "" ' *

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la legislación social y económica inglesa suele demorar mucho
tiempo en madurar. Los presidentes piden muchas cosas que no-
consiguen, y no obstante el ritmo de reformas;,no.'es más lento,
ni la flexibilidad ni la respuesta del gobierno; norteamericano
suelen ser menores que las del inglés. .
A menudo las apariencias engañan. Se cree que los primeros
ministros son líderes fuertes porque públicáménte la oposición
a ellos es tan poco efectiva. La fusión de poderes, sin embargo,
es para el primer ministro una tentación de poner su preocupa­
ción por la unidad del partido por encima de su preocupación
por el interés público y, al hacer responsable al partido ante los
ojos de los votantes, hace que el gobierno sea pócp sensible a las
necesidades de la nación. “ Un hombre público .’es, responsable” ,
como dice un personaje de una de las novelas de Disraeli, “ y un
hombre responsable es un esclavo" (188Ó, p. ;156). Ser clara­
mente responsable es ser evidentemente visible: En Estados Uni­
dos, el espectáculo del Congreso distrae gran parte de la atención
que recibe el presidente; en Inglaterra, el público concentra su
mirada con gran intensidad sobre el primer ministro. Con jus­
ticia o no, se lo alaba o se lo culpa por la buena’ o mala política'
La responsabilidad está concentrada, no es difusa. Entonces, el
líder que es responsable debe controlar su poder, pues el peso
del fracaso de una política arriesgada cae enteramente sobre él.
Los norteamericanos, habituados al gobierno de presidentes
fuertes, naturalmente sólo piensan en términos de los límites
impuestos institucionalmente, y pasan por alto, las limitaciones
estructurales del gobierno inglés. Por cierto, en ambos países el
término “ liderazgo” tiene significados políticps;diferentes: en Es­
tados Unidos, que un hombre fuerte ocupe la presidencia; en In­
glaterra, que la voluntad del primer ministro, se convierta en
la ley del país. Decir que la voluntad del líder es ley no significa
que el sistema es de liderazgo fuerte en él sentido norteameri­
cano; todo depende, en cambio, de la identidad/del líder y de las
fuerzas que moldean sus decisiones. El ¿sistema británico se
preocupa por asegurar que el líder será moderado y que se com­
portará correctamente. Esto no se logra simplemente por obser­
vación de los procesos políticos. Primero, hay qué relacionar la
estructura política con el proceso, considerar.-,las maneras en
que se yuxtaponen y combinan los cargos e instituciones. El
poder está concentrado en el primer ministro, aunque con gran-

129
KENNETH N. W A L T Z

des controles —pero informales— de un posible uso impetuoso:


el sistema de aprendizaje por el cual los parlamentarios llegan
al cargo; las sutiles; restricciones partidarias que actúan sobre el
primer ministro; él hábito, estimulado institucionalmente, de
moverse lentamente con los acontecimientos y de postergar los
cambios de políticas hasta que haya amplia aceptación.
La persistencia de; los esquemas a lo largo de las décadas
es notable. Pensemos en los primeros ministros que ha tenido In­
glaterra desde principios de siglo. Son Balfour, Campbell-Banner­
man, Asquith, Lloyd George, Bonar Law, Baldwin, MacDonald,
Chamberlain, Churchill, Arrlee, Eden, Macmillan, Home, Wilson,
Heath y Callaghan. Dos de ellos no se ajustaron a este esquema
—Lloyd George ¡y Winston Churchill. Ambos habían estado mu­
cho tiempo en la Cámara de los Comunes. Ambos habían trepado
la escala. Habían hecho sus aprendizajes, pero ello no los había
domesticado. En épocas normales, cualquiera de ellos parecía
poco confiable, y . tal vez peligroso, para que ciertas facciones
de sus partidos les otorgaran el cargo. Muchos pensaban que era
improbable que lograran equilibrar las convicciones e intereses
de los diversos grupos del partido, que pudieran calcular cuáles
servicios y apoyo merecían las posiciones ministeriales superiores
e inferiores, y que mostraran un caballeroso respeto por las opi­
niones ajenas que creyeran infundadas. Unos pocos comentarios
acerca de Winston Churchill ejemplificarán lo que digo. Miem­
bro del Parlamento desde 1900 y designado para más cargos
ministeriales que cualquier otro político de la historia, Churchill
estaba muy bien calificado para el cargo más alto. Pero durante
casi toda su vida política había sido un disidente. Conservador
al inicio de su carrera política, se convirtió en liberal en 1906 y
no volvió a las filas conservadoras hasta mediados de la década
de 1920. En la década de 1930, estaba en desacuerdo con su par­
tido con respecto a grandes asuntos de política estatal, primero
en relación a asuntos de la India y luego europeos. Sólo una cri­
sis suficientemente grande como para convertir las convicciones
de su partido en asuntos nacionales podía elevarlo al cargo. Los
acontecimientos necesarios para hacerlo llegar a primer minis­
tro, en virtud de sus cualidades excepcionales, hacen que la prác­
tica normal resulté más conspicua. Se producen accidentes, pero
hacen falta grandes crisis que los ocasionen. No es fácil que al­
guien sea dejado de lado por las líneas de sucesión más corrientes.

130
ESTRUCTURAS P O LÍTIC A S

La estructura política produce una semejanza de proceso


y desempeño en tanto esa estructura persista. La semejanza no
es uniformidad. La estructura opera como causa, pero no es la
única causa en juego. ¿Cómo podemos saber si los efectos obser­
vados están causados por la estructura de la política nacional
y no por un plantel cambiante de personajes políticos, por va­
riaciones de circunstancias no políticas o por multitud de otros
factores? ¿Cómo podemos discernir las causas estructurales1de
las otras? Lo hacemos por extensión del método comparativo que
acabo de utilizar. Miremos, por ejemplo, la conducta política in­
glesa, donde difiere la estructura. Contrastemos la conducta del
movimiento laborista con la del partido laborista parlamentario.
En el movimiento laborista, donde está controlado y equilibrado
el poder, la práctica política, especialmente cuando el partido
no está en el poder, es notablemente similar a la conducta po­
lítica que predomina en Estados Unidos. Ante un conflicto y
ante el desembozado disenso, los líderes partidarios están esti­
mulados para liderar verdaderamente, para establecer una línea
política, para amenazar, para informar y educar, todo ello con
la esperanza de que las partes del partido —el Comité Nacional,
los sindicatos, las ramas menores y también los miembros del
Parlamento— se decidan a seguir al líder.
Dentro de un país se pueden identificar los efectos de la
estructura advirtiendo diferencias de conducta en partes dife­
rentemente estructuradas del gobierno. Entre diferentes países,
podemos identificar los efectos de la estructura advirtiendo se­
mejanzas entre gobiernos de estructura similar. De este modo,
la descripción que hace Chihiro Hosoya de la conducta de los
primeros ministros en el sistema parlamentario japonés de pos­
guerra coincide exactamente con la de los primeros ministros
británicos (1974, pp. 366-69). A pesar de las diferencias cultu­
rales y de otra naturaleza, estructuras similares producen efec­
tos similares.

ni
He definido las estructuras políticas, primero según el principio
por el cual se organizan y ordenan, segundo por la diferencia­
ción de las unidades y la especificación de sus funciones, y ter­
cero por la distribución de las capacidades entre las unidades.

131
KENNETH N . W A L T Z

Veamos ahora de qué modo los tres términos de la definición se


aplican a la política internacional.

1. Principios ordenadores

Las cuestiones estructurales son acerca de la disposición de las


partes de un sistema. Las partes de los sistemas políticos domés­
ticos se hallan en relaciones de supra/sub/ordinación. Algunas
están autorizadas a ordenar, otras deben obedecer. Los sistemas
domésticos son centralizados y jerárquicos. Las partes de los
sistemas políticos internacionales se hallan en relaciones de
coordinación. Formalmente, cada una dé ellas es igual a todas
las demás. Ninguna está autorizada a mandar, ninguna está
obligada a obedecer. Los sistemas internacionales son descen­
tralizados y anárquicos. Los principios ordenadores de las dos
estructuras son claramente diferentes y, por cierto, contrarios
"entre sí. Las estructuras políticas domésticas tienen como con­
trapartes concretas a las instituciones y cargos gubernamenta­
les. La política internacional, por contraste, ha sido llamada
“ política en ausencia de gobierno” (Fox, 1959, p. 35). Las orga­
nizaciones internacionales existen, y en número siempre cre­
ciente. Sin embargo, los agentes supranacionales capaces de ac­
tuar efectivamente o bien adquieren algunos de los atributos
y capacidades de los Estados, como hizo el papado medioeval
durante la era de Inocencio III, o muy pronto revelan su inca­
pacidad de actuar si no tienen el apoyo, o al menos la aquies­
cencia, de los principales Estados vinculados con los temas en
cuestión. Cualquier elemento de autoridad que emerja es escaso
una vez que se le ha quitado la capacidad que suministra la base
para su aparición. La autoridad muy pronto se reduce a una
particular expresión de capacidad. En ausencia de agentes con
autoridad sistèmica, no se desarrollan relaciones de supra/sub/
ordinación.
El primer término de una definición estructural afirma
el principio por el cual se ordena el sistema. La estructura
es un concepto organizativo. Sin embargo, la característica
prominente de la política internacional parece ser la falta
de orden y de organización. ¿Cómo se puede pensar que la po­
lítica internacional es una especie de orden? A menudo se alude

132
ESTRUCTURAS POLÍTICAS

a la anarquía de la política internacional. Si Úa estructura es


un concepto organizativo, los términos: “ estructura” y “anar­
quía” parecen ser contradictorios. Si la política internacional es
“política en ausencia de un gobierno” , ¿ante qué nos hallamos?
Al buscar una estructura internacional,, nosviremos enfrentados
con lo invisible, en una posición muy incómoda.
El problema es éste: cómo concebir un orden sin un orde­
nador, y efectos organizativos sin que haya una organización
formal. Como estas preguntas son difíciles, las responderé por
medio de una analogía con la teoría microeconómica. El razona­
miento por analogía resulta útil cuando podemos desplazarnos
de un dominio donde la teoría está bien desarrollada a otro
donde no lo, está. El razonamiento por analogía es permisible
cuando dominios diferentes tienen estructuras similares.
La teoría económica clásica, desarrollada por Adam Smith
y sus seguidores, es microteoría. Los científicos políticos tienden
a pensar que la microteoría es una teoría acerca de asuntos a
pequeña escala, un uso que no coincide conjel!significado esta­
blecido. En economía, el término “ micro” indica la manera en
la que se construye la teoría y no el panorama de los temas a
los que está referida. La teoría microeconómicá describe cómo
un orden se forma espontáneamente a partir dé los actos auto-
interesados y las intersecciones de las unidadés individuales —en
este caso, firmas y personas. La teoría, entonces, se centra en
los dos conceptos principales, las unidades; económicas y el
mercado. Las unidades económicas y los mercados económicos
son conceptos, no realidades descriptivas ni entidades concretas.
Este hecho debe acentuarse ya que desde principios del siglo
dieciocho hasta el presente, desde el sociólogo Augusto Comte
hasta el psicólogo George Katona, la teoría económica ha sido
agredida porque sus presupuestos no corresponden a la realidad
(Martineau, 1853, II, 51-53; Katona, 1 9 5 3 ) De manera poco
realista, los teóricos económicos conciben una* economía que ope­
ra aislada de su sociedad y su gobierno. De mañera poco realis­
ta, los economistas suponen que el mundo éconómico es todo
el mundo. De manera poco realista, los economistas piensan
en la unidad actuante, el famoso “hombre económico” , como un
maximizador de beneficios unidireccional. Escogen un solo as­
pecto del hombre y dejan de lado la asombrosa variedad de la
vida humana. Como sabe cualquier economista moderadamente

133
KENNETH N . W A L T Z

sensato, el “hombre económico” no existe. Cualquiera que inte­


rrogue a un empresario acerca de cómo toma sus decisiones
descubrirá que el presupuesto de que los hombres son maximi-
zadores económicos: distorsiona grandemente sus característi­
cas. La suposición de que los hombres se comportan como hom­
bres económicos, qué se sabe es falsa como enunciación descrip­
tiva, se convierte en un elemento útil para la construcción de
la teoría.
Los mercados son el segundo concepto importante inven­
tado por los teóricos; microeconómicos. Acerca de los mercados,
es necesario formular dos preguntas generales: ¿Cómo se for­
man? ¿Cómo funcionan?; La respuesta a la primera pregunta
es ésta: el mercado de una economía descentralizada es de ori­
gen individualista^ de generación espontánea y no intencionada.
El mercado surge de las actividades de las unidades individuales
—personas y empresas---, cuyos propósitos y esfuerzos no están
dirigidos hacia la creación de un orden sino hacia la satisfacción
de sus propios intereses internamenté definidos por medio de
cualquier conducta que puedan arbitrar. Las unidades indivi­
duales actúan por sí mismas. A partir de la coacción de unida­
des semejantes, emerge una estructura que afecta y limita a
todas ellas. Una vez formado, un mercado se constituye en una
fuerza en sí mismo, y en una fuerza que las unidades, actuando
individualmente o en pequeño número, no pueden controlar.
En cambio, en mayor o menor grado según las variaciones de
las condiciones del: mercado, los creadores se convierten en cria­
turas del mercado que su propia actividad ha generado. El
mayor logro de Adam Smith fue demostrar que las acciones vo­
races y autointeresadas pueden producir buenos resultados so­
ciales en el caso en que las condiciones y políticas permitan
la libre competencia; Si una economía de laissez-faire es armo­
niosa, lo es porque las; intenciones de los actores no se correspon­
den con los resultados que sus acciones producen. ¿Qué es lo
que interfiere entre los actores y el objeto de su acción para
distorsionar así sus .propósitos? Para dar cuenta de los resul­
tados inesperadamente favorables de los actos egoístas, se hace
entrar en juego ál mercado. Cada unidad persigue su propio
bien; el resultadó producido por cierto número de unidades
procurando lograr lo mismo trasciende los motivos y los propó­
sitos de las unidades’ individuales. A cada una de ellas le agra­

134
ESTRUCTURAS POLÍTICAS

daría trabajar menos y poner un precio mayor a sus productos.


Tomadas en conjunto, todas deben trabajar más y poner un
precio más bajo a sus productos. Cada firma procura incremen­
tar sus beneficios; el resultado de esa misma conducta de mu­
chas firmas hace bajar el promedio de beneficios. Cada hombre
persigue sus propios fines y, al hacerlo, produce un resultado
que no formaba parte de sus intenciones. A partir de la mez­
quina ambición de sus miembros se produce el mayor bien de
una sociedad.
El mercado es una causa interpuesta entre los actores eco­
nómicos y los resultados que ellos mismos producen. Condiciona
sus cálculos, sus conductas y sus interacciones. No es un agente
en el sentido de A que produce los resultados X, sino más
bien es una causa estructural. Un mercado limita a las unidades
que lo conforman para que tomen ciertos caminos y dejen de
tomar otros; el mercado, creado por unidades económicas inter-
actuantes auto-dirigidas, selecciona las conductas según sus
consecuencias (cf. cap. 4, parte III). El mercado recompensa a
algunas con elevados beneficios y condena a otras a la quiebra.
Como un mercado no es una institución ni un agente en niñgún
sentido palpable o concreto, esas afirmaciones se toman impre­
sionantes sólo en el caso de que puedan ser confiablemente infe­
ridas de una teoría como parte de un conjunto de expectativas
más elaboradas. Y pueden ser inferidas. La teoría microeconó-
mica explica de qué modo opera una economía y por qué deben
esperarse ciertos efectos. Genera numerosas afirmaciones del
tipo “ si/entonces", que pueden ser comprobadas con relativa
facilidad. Consideremos, por ejemplo, las siguientes proposicio­
nes, simples pero importantes. Si la demanda de dinero para un
producto aumenta, también aumentará su precio. Si el precio
aumenta, también aumentarán los beneficios. Si los beneficios
aumentan, los capitales serán atraídos y la producción se incre­
mentará. Si la producción aumenta, el precio caerá hasta el
nivel que da beneficios a los productores de ese producto dentro
del porcentaje habitual. Esta secuencia de enunciados podría
ampliarse y retinarse, pero eso no sería útil a mi propósito. Deseo
señalar que, aunque las expectativas enunciadas son ahora co­
munes, no podían convertirse en las conclüsiones de los econo­
mistas que trabajaban en la época pre-teórica. Todos los enun­
ciados, por supuesto, se hacen a un apropiado nivel de generali-

135
KENNETH N. W A L T Z

dad. Requieren la estipulación anexa de “como otras cosas son


iguales” . Se aplican, como los enunciados inferidos de cualquier
teoría, sólo en el caso de que se den las condiciones contempladas
por la teoría. Son idealizaciones, y por eso nunca son llevadas
plenamente a la práctica. Muchas cosas —costumbres sociales,
intervenciones políticas— interferirán en realidad con respecto
a los resultados que la teoría predice. Aunque las interferencias
deben tomarse en cuenta, resulta no obstante extraordinaria­
mente útil saber qué se debe esperar en general.
Los sistemas políticos internacionales, al igual que los mer­
cados económicos, se forman por la coacción de unidades auto-
interesadas. Las estructuras internacionales se definen en térmi­
nos de las unidades políticas primarias de una época, ya sean
ciudades-Estado, imperios o naciones. Las estructuras emergen
de la coexistencia de los Estados. Ningún Estado pretende parti­
cipar en la formación de una estructura por medio de la cual tan­
to él como otros se verán limitados. Los sistéhaas políticos inter­
nacionales, al igual que los mercados económicos, son de origen
individualista, espontáneamente generados e impremeditados.
En. ambos sistemas, las estructuras se forman por la coacción de
sus unidades. El hecho de que estas unidades vivan, prosperen o
mueran, depende de sus propios esfuerzos. Ambos sistemas se
forman y se mantienen a partir de un principio de auto-ayuda
que se aplica a las unidades. Decir que ambos dominios son es­
tructuralmente similares no implica proclamar que sean idénti­
cos. Económicamente, el principio de auto-ayuda se aplica den­
tro de límites gubernamentales establecidos. Las economías de
mercado están constreñidas de manera de canalizar constructi­
vamente las energías. Se puede pensar en los standards de pu­
reza de la comida y la bebida, en las leyes anti-trust, en las regu­
laciones de seguridad y de intercambio, en las leyes que prohíben
las falsas afirmaciones publicitarias. La política internacional es
más bien un dominio en el que todo está permitido. La política
internacional es estructuralmente similar a una economía de
mercado en tanto se permita en esta última la operación del
principio de auto-ayuda.
En una microteoría, ya sea de economía o de política inter­
nacional, la motivación de los actores es más supuesta que des­
cripta de manera realista. Supongo que los Estados procuran ase­
gurar su supervivencia. La suposición es una simplificación radi-

136
ESTRUCTURAS POLÍTICAS •;

cal hecha en nombre de la construcción de una teoría. La pregun­


ta que se debe formular, como siempre, no es si la suposición es
cierta sino si es la más útil y sensata que, podemos proponer. El
hecho de que la suposición sea útil depende de si puede construir
una teoría basada en ella, una teoría de la que puedan ser infe­
ridas consecuencias que de otro modo rio resultarían evidentes.
El hecho de que la suposición sea o no sensata! puede discutirse
de manera directa. '¡.i
Más allá del motivo de la supervivencia, ios propósitos de los
Estados pueden ser infinitamente variados; pueden ir desde la
ambición de conquistar el mundo hasta el simple deseo de ser
dejado en paz. La supervivencia es un pre-requisito para lograr
cualquier meta que los Estados se hayan propuesto, salvo si la
meta es promover su propia desaparición como entidad política.
El motivo de la supervivencia se toma como base de acción en un
mundo en el que no está garantizada la seguridad de los Estados
más que como descripción realista del impulso que subyace a
cada uno de los actos de los Estados. La suposición da lugar al
hecho de que ningún Estado actúa siempre exclusivamente con
el objeto de asegurar su supervivencia. Da lugar también al he­
cho de que algunos Estados pueden perseguir persistentemente
metas que consideran más valiosas que la supervivencia; por
ejemplo, pueden preferir amalgamarse con ¿tros Estados a su
propia supervivencia formal. Da lugar al hecho de que, en pro­
cura de su seguridad, ningún Estado actuará' con perfecto cono­
cimiento ni sabiduría —por cierto, si \es qué pudiéramos sabér
exactamente qué significan esos términos. El funcionamiento de
algunos sistemas tiene altísimos requerimieritos. El tránsito no
fluiría si la mayoría, pero no todos, los conductores avanzaran
por el lado apropiado de la calle. Otros sistemas tienen requeri­
mientos intermedios. Los ascensores de los rascacielos están pla­
nificados para poder transportar la carga de: pasajeros si la ma­
yoría de las personas utilizan los ascensores expresos para los
trayectos largos y los locales para trayectos más cortos. Pero si
algunas personas eligen los locales parados trayectos largos por­
que la velocidad de los expresos las marean, el sistema no se
derrumbará. Para mantenerlo en funcionariüento es necesario
que la mayoría, pero no todas las personas,-yactúe de la manera
esperada. Algunos sistemas, entre ellos las economías de merca­
do y la política internacional, hacen demandas-aún menores. Los

137
KENNETH N. W A L T Z

sistemas de tránsito están ideados a partir del conocimiento de


que los requerimientos del sistema serán cumplidos. Los ascen­
sores están planificados con capacidad extra para contemplar
las particularidades humanas. Los sistemas competitivos de la
economía y de la política internacional funcionan de manera
diferente. A partir de las interacciones de sus partes desarrollan
estructuras que recompensan o castigan las conductas que se
adecúan más o menos a lo requerido para alguien que desee
triunfar dentro de ¿ese sistema. Recuérdese mi descripción de las
limitaciones del sistema parlamentario inglés. ¿Por qué un po­
tencial primer ministro no puede tener la audacia de seguir un
camino propio? ¿Por qué no comportarse de manera manifiesta­
mente diferente de la de los típicos líderes políticos ingleses?
Cualquiera puede hacerlo, por supuesto, y algunos qué aspiran a
convertirse en primer ministro lo hacen. Rara vez acceden al car­
go. Salvo durante las. más profundas crisis, el sistema selecciona
a otros para desempeñar el más alto cargo. Uno puede compor­
tarse como desee. Los esquemas de conducta, no obstante, emer­
gen y derivan de las limitaciones estructurales del sistema.
Los actores pueden percibir la estructura que los limita, y
comprender de qué modo recompensa algunas clases de conduc­
ta y castiga otras.- Pero también pueden no verla o verla y, por
distintas razones, no satisfacer con sus acciones los esquemas de
conducta que son frecuentemente recompensados y raramente
castigados. Decir qüe “la estructura selecciona” significa simple­
mente que aquéllos que cumplen con las prácticas aceptadas y
exitosas son los qué con n>ayor frecuencia acceden a los cargos
más altos, y que probablemente permanecerán allí. La partida
que uno debe ganar está definida por la estructura que determi­
na cuál es la clasé de jugador que tiene más probabilidades de
prosperar.
Cuando se produce una selección de acuerdo con la conduc­
ta, no es necesario que el sistema ponga en operación ningún
standard de conducta; forzoso, aunque cualquier sistema puede
funcionar mejor cuándo existen ciertos standards forzosos o acep­
tados. Intemacionalníente, el entorno de las acciones estatales,
o la estructura dé 'sus sistemas, están establecidos por el hecho
de que algunos Estados prefieren la supervivencia por encima
de otros fines obtenibles a corto plazo, y actúan con relativa efi­
ciencia para lograr ésa meta. Los Estados pueden alterar sus

138
ESTRUCTURAS P O LÍTIC A S

conductas a causa de la estructura que forman por medio de


sus interacciones con otros Estados. Pero, ¿de qué manera y por
qué? Para responder a estas preguntas debemos completar la
definición de estructura internacional.

2. El carácter de las unidades

El segundo término de la definición de la estructura polí­


tica doméstica especifica las funciones desempeñadas por las
unidades diferenciadas. La jerarquía implica relaciones de super/
sub/ordinación entre las partes de un sistema y eso es lo que im­
plica su diferenciación. Al definir la estructura política domésti­
ca, el segundo término, al igual que el primero y el tercero, es
necesario, porque cada uno de ellos señala una posible fuente de
variación estructural. Los Estados, que son las unidades de los
sistemas políticos internacionales, no están formalmente diferen­
ciados por medio de las funciones que desempeñan. La anarquía
implica relaciones de coordinación entre las unidades de un sis­
tema, y eso implica su paridad. El segundo término no es nece­
sario para definir una estructura política internacional, porque
mientras persiste la anarquía, los Estados siguen siendo unidades.
Las estructuras internacionales sólo varían por medio de un
cambio del principio organizador o por medio de variaciones de
las capacidades de las unidades. No obstante, aquí hablaré de
los Estados como unidades, ya que es por medio de sus interac­
ciones que se generan las estructuras políticas internacionales.
Surgen dos preguntas: ¿Por qué los Estados deben tomarse
como unidades del sistema? Ya que existe una amplia variedad
de Estados, ¿por qué llamarlos “ unidades” ? El cuestionamiento
de la elección de los Estados como unidades primarias de los
sistemas políticos internacionales se tomó popular durante las
décadas dé 1960 y de 1970, al igual que a principios de siglo. Una
vez que se'logra comprender qué es lo que está involucrado lógi­
camente, el tema se resuelve con facilidad. Los que cuestionan
el enfoque estatocéntrico lo hacen por dos motivos principales.
Primero, los Estados no son los únicos actores de importancia
dentro de la escena internacional. Segundo, la importancia de los
Estados está declinando, y hay otros actores cuya importancia

1 39
KENNETH N. W A L T Z

crece, o al menos así se dice. Ninguna de ambas razones es sólida,


tal como lo demuestra la siguiente explicación.
Los Estados no son ni han sido nunca los únicos actores in­
ternacionales. Pero las estructuras no están definidas por todos
los actores que florecen dentro de ella sino por los más impor­
tantes. Al definir la estructura de un sistema, escogemos a uno o
algunos de los infinitos objetos que el sistema comprende y defi­
nimos su estructura en virtud de ellos. En el caso de los sistemas
políticos internacionales, como en el de cualquier sistema, prime­
ro debemos decidir cuáles unidades vamos a considerar como
partes del sistema. En este punto vuelve a resultar útil la analo­
gía con la economía. La estructura de un mercado está definida
por el número de firmas que compiten. Si rivalizan muchas fir­
mas semejantes, nos aproximaremos a una situación de compe­
tencia perfecta. Si unas pocas firmas dominan el mercado, se
dice que la competencia es oligopólica; aunque existan también
en ese campo muchas firmas pequeñas. Pero se nos dice que no
podemos aplicar esta clase de definiciones a la política interna­
cional a causa de la interpenetración de los Estados, de su inca­
pacidad para controlar el entorno de sus acciones, y de que las
ascendentes corporaciones multinacionales y otros actores no-es­
tatales son difíciles de controlar y pueden rivalizar, en influencia,
con los Estados. La importancia de los actores no-estatales y el
grado de actividad transnacional resultan obvios. Pero de ellos no
se desprende la conclusión de que la concepción estatocéntrica
de la política internacional se haya vuelto obsoleta. Resulta iró­
nico que algunos economistas y científicos políticos con orienta­
ción económica lo hayan creído así. La ironía es que todas las
razones que se han dado para depreciar el concepto estatocéntri-
co pueden ser reafirmadas con mayor fuerza y aplicadas a las
empresas. Las empresas que compiten con muchas otras no tie­
nen esperanzas de controlar su mercado, y las firmas oligopóli-
cas luchan constantemente por lograrlo, con escaso éxito. Las
empresas se interpenetran, se funden y se compran entre sí a
paso acelerado. Lo que es más, las firmas están constantemente
amenazadas y reguladas por, digamos, actores “no-’empresaria-
íes” . Algunos gobiernos estimulan la concentración; otros traba­
jan para prevenirla. La estructura de mercado de las partes de
una economía puede desplazarse desde una competencia amplia
a una estrecha o puede desplazarse en dirección opuesta, pero

140
ESTRUCTURAS POLÍTICAS

sean cuales fueren el grado y la frecuencia de los cambios, las es­


tructuras de mercado, generadas por la interacción de las firmas,
están definidas en virtud de esta última, ;P
Al igual que los economistas definen los mercados en térmi­
nos de las firmas, yo defino las estructuras políticas internacio­
nales en términos de los Estados. Si Charles P. Kindleberger es­
taba en lo cierto al decir “la nación-Estado ya casi no existe como
unidad económica” (1969, p. 207), entonces la' estructura de la
política internacional debería ser redefinida. Ello sería necesario
porque las capacidades económicas no pueden'separarse de las
otras capacidades de los Estados. La distinción' que se establece
frecuentemente entre cuestiones de alta y baja política es erró­
nea. Los Estados usan medios económicos para fines políticos y
militares; y medios políticos y militares para él logro de intereses
económicos. i •
Una versión mejorada de la afirmación de Kindleberger po­
dría sostener: algunos Estados pueden sér casi eliminados como
entidades económicas, y otros no. Eso no plantea ningún pro­
blema para la teoría política internacional, ya que gran parte de
la política internacional se basa en desigualdades, de todos mo­
dos. En tanto los principales Estados sean los principales actores,
la estructura de la política internacional se define en virtud de
ellos. Esa afirmación teórica, por supuesto, es así en la práctica.
Los Estados preparan la escena en la que ellos, junto con los
actores- no-estatales, desarrollan sus dramas o sus asuntos de ru­
tina. Aunque pueden preferir una escasa intervención en los
asuntos de los actores no-estatales durante largos períodos, los
Estados no obstante establecen los términos de sus relaciones, ya
sea permitiendo pasivamente el establecimiento de reglas infor­
males o interviniendo activamente para cambiar las reglas que ya
no les resultan adecuadas. Cuando llega el momento decisivo, los
Estados rehacen las reglas según las cuales operan otros actores.
Por cierto, podemos asombrarnos de la habilidad que demuestran
los Estados débiles para obstaculizar las acciones de fuertes cor­
poraciones internacionales, y por la atención que éstas últimas
prestan a los deseos de los primeros. ;
Es importante considerar la naturaleza dedos movimientos
transnacionales, su grado de penetración y las condiciones que
facilitan o dificultan el control que sobré ellos ejercen los Esta­
dos (ver cap. 7). Pero el adecuado estudio de éstas cuestiones,

141
KENNETH N . W A L T Z

como de otras, requiere el desarrollo de un enfoque adecuado


para el estudio dé la política internacional. Debemos aclarar dos
puntos acerca de los más recientes estudios transnacionales. Pri­
mero, que los estudiosos de los fenómenos transnacionales no
han dearrollado ninguna teoría clara acerca de su tema o acerca
de política internacional en general. Se han servido de teorías
existentes, ya fuérañ económicas o políticas. Segundo, es correc­
to que no hayan desárrollado ninguna teoría particular, pues una
teoría que niegue el rol de los Estados solo será necesaria en el
caso de que los actores rio-estatales se desarrollen hasta el punto
de rivalizar o superar a los grandes poderes, no solo a unos
cuantos poderes menores. Y ese caso no parece haberse produ­
cido. •
El estudio de los movimientos transnacionales se ocupa de
importantes cuestiones fácticas, que las teorías pueden ayudar a
desentrañar. Pero esa ayuda no será efectiva si se piensa que
los actores no-estátales ponen en tela de juicio el enfoque estato-
céntrico del mundo.-El hecho de afirmar que los Estados princi­
pales conservan el rol principal no implica restar importancia,
o existencia, a otros actores. La expresión "estatocéntrica” su­
giere algo acerca de la estructura del sistema. Los movimientos
transnacionales se hallan entre los procesos componentes. El
hecho de que el enfoque estatocéntrico sea tan frecuentemente
cuestionado sólo, refleja la dificultad que tienen los científicos
políticos para no perder de vista la distinción existente entre
estructuras y procesos.
Los Estados son. las unidades cuyas interacciones forman la
estructura de los sistemas políticos internacionales. Durante
mucho tiempo esto seguirá siendo de este modo. El porcentaje
de muerte de los;Estados es notablemente bajo. Pocos Estados
mueren, pero muchas empresas lo hacen. Dentro de 100 años,
¿quién tiene más .probabilidades de existir? ¿Estados Unidos, la
Unión Soviética, Francia, Egipto, Tailandia y Uganda? ¿O Ford,
IBM, Shell, Unilevér y Massey Ferguson? Yo apuesto por los
Estados, incluso .por. Uganda. ¿Pero qué significa referirse a los
ciento cincuenta y pico de Estados del mundo actual —que ver­
daderamente forman un mundo abigarrado— como “ unidades
semejantes”? Muchos estudiosos de la política internacional se
sienten molestos por ésta descripción. Llamas “unidades seme­
jantes” a los Estados es decir que cada Estado es semejante a to­

142
ESTRUCTURAS POLÍTICAS

dos los otros por ser una unidad política autónoma. Es otra ma­
nera de decir que los Estados son soberanos. Pero la soberanía es
también un concepto fastidioso. Muchos creen, como el antropó­
logo M. G. Smith, que“en un sistema de Estados soberanos nin­
gún Estado es soberano” .4 El error es identificar la soberanía de
los Estados con su capacidad de hacer lo que deseen. Decir que los
Estados son soberanos no implica que puedan hacer lo que se
les antoje. Los Estados soberanos pueden estar muy presionados
y verse obligados a actuar de maneras que preferirían evitar, y
ser incapaces de hacer casi nada de lo que desean. La soberanía
de los Estados jamás ha implicado que estén aislados de los efec­
tos ejercidos por las acciones de otros Estados. Ser soberano y
ser dependiente no son situaciones contradictorias. Los Estados
soberanos rara vez han tenido vidas libres o fáciles. ¿Qué es en­
tonces la soberanía? Decir que un Estado es soberano significa
que decide por sí sólo cuál es la forma de enfrentarse con sus
problemas internos y externos, incluyendo la de buscar o no la
ayuda de otros, y al hacerlo limita su libertad estableciendo com­
promisos con ellos. Los Estados desarrollan sus propias estrate­
gias, diseñan su propio rumbo y toman sus propias decisiones
acerca de cómo satisfacer sus necesidades y sus deseos. Decir que
los Estados soberanos están siempre constreñidos no es más
contradictorio que afirmar que los individuos libres con frecuen­
cia toman decisiones bajo la presión de los acontecimientos.
Cada Estado, como todos los demás, es una entidad política
soberana. Y, sin embargo, las diferencias existentes entre ellos,
desde Costa Rica a la Unión Soviética, desde Gambia a los Esta­
dos Unidos, son inmensas. Los Estados son semejantes, y tam­
bién diferentes. También lo son las corporaciones, las manzanas,
las universidades y las personas. Siempre que situamos dos obje­
tos en una categoría, no estamos diciendo que son iguales en
todos los aspectos sino en algunos. En el mundo no hay dos
objetos idénticos, y sin embargo es útil compararlos y combinar­
los. “ No se pueden sumar manzanas y naranjas” es una vieja
expresión que parece ser especialmente popular entre los vende­
dores que no desean que uno compare sus productos con otros.
Pero todos sabemos que la treta de sumar objetos diferentes es
4 Smith debería ser más juicioso. Traducido en sus propios térmi­
nos, decir que los Estados son soberanos es decir que son segmentos de
una sociedad plural (1966, p. 122; cf. 1956).

143
KENNETH N. W A L T Z

la de expresar el resultado en términos de una categoría que los


incluye. Tres manzanas más cuatro naranjas son siete frutas.
La única cuestión interesante es si la categoría que clasifica a
los objetos según sus cualidades comunes resulta útil. Uno puede
sumar un gran número de objetos muy diversos y decir que te­
nemos ocho millones de cosas, pero es raro que necesitemos ha­
cerlo.
La forma, el tamaño, la riqueza y el poder de los Estados
varían. Y, sin embargo, las variaciones de estos y otros aspectos
son variaciones de unidades semejantes. ¿En qué aspecto son
unidades semejantes? ¿Cómo pueden ser situadas en una misma
categoría? Los Estados son semejantes con respecto a las tareas
con las que se enfrentan, pero no en sus capacidades de desarro­
llar esas tareas. Las diferencias son de capacidad, no de función.
Los Estados desempeñan o procuran desempeñar tareas que son
comunes a todos ellos; los fines a los que aspiran son similares.
Cada Estado tiene sus propias agencias para crear, ejecutar e
interpretar las leyes y las regulaciones, para aumentar los im­
puestos y para defenderse. Cada Estado abastece con sus propios
recursos y por sus propios medios la mayoría de los alimentos,
vestimentas, viviendas, transporte y entretenimiento que sus
ciudadanos consumen. Todos los Estados, excepto los más peque­
ños, realizan mucho más comercio interno que externo. Es lógico
que quedemos impresionados por la semejanza funcional de los
Estados, y ahora más que nunca, dado que sus desarrollos siguen
líneas similares. Los Estados ricos y los pobres, los nuevos y los
viejos, casi todos ellos ejercen gran influencia en los asuntos de
regulación económica, educación, salud y vivienda, cultura, arte,
y así casi infinitamente. El aumento de actividad de los Estados
es una tendencia internacional fuerte y notablemente uniforme.
Las funciones de los Estados son similares, y las distinciones exis­
tentes entre ellos surgen casi siempre de la variación de sus
capacidades. La política nacional consiste en unidades diferen­
ciadas que desempeñan funciones específicas. La política inter­
nacional consiste en unidades semejantes que duplican mutua­
mente sus actividades.

144
ESTRUCTURAS POLÍTICAS 1

3. La distribución de las capacidades

Las partes de un sistema jerárquico están relacionadas entre sí


de maneras determinadas tanto por su diferenéiación funcional
como por el grado de sus capacidades. Las unidades de un siste­
ma anárquico son funcionalmente indiferericiadas. Así, las uni­
dades de ese orden se distinguen particularmente gracias a sus
mayores o menores capacidades de desempeñar tareas similares.
Esto enuncia formalmente aquello que ios estudiosos de la polí­
tica internacional han advertido hace mucho tiempo. Tanto los
teóricos como los prácticos han distinguido siempre a las gran­
des potencias de una época. Los estudiosos del gobierno nacional
hacen este tipo de distinciones entre los gobiernos parlamenta­
rios y los sistemas presidenciales: los sistemas gubernamentales
difieren en su forma. Los estudiosos de la política internacional
hacen distinciones entre sistemas políticos internacionales sola­
mente de acuerdo con el número de grandes potencias que esos
sistemas posean. La estructura de un sistema cambia con los
cambios de la distribución de las capacidades entre las unidades
del sistema. Y los cambios de la estructura cambian las expecta­
tivas acerca del comportamiento de las unidades ,y acerca de los
resultados que sus interacciones producirán: En lo doméstico,
las partes diferenciadas de un sistema pueden desempeñar ta­
reas similares. Sabemos, a partir de la observación del gobierno
norteamericano, que los ejecutivos a veces legislan y las legisla­
turas pueden ser ejecutivas. Internaciónalmerite, las unidades
semejantes desempeñan tareas diferentes. El motivo por el que
lo hacen, y la posibilidad de que lo hagan según Sus capacidades,
son cuestiones que trataremos detalladamente en los tres últimos
capítulos. Mientras tanto, debemos considerar dos problemas.
El primer problema es éste: la capacidad nos dice algo acer­
ca de las unidades. Definir la estructura en parte en términos de
la distribución de capacidades parece violar mi: indicación ante­
rior acerca de no incluir los atributos de las unidades en las defi­
niciones estructurales. Como ya señalé, la estrúctura es un con­
cepto abstracto, pero no completamente. El máximo de abstrac­
ción exige un mínimo de contenido, y ese mínimo es lo necesario
para poder decir en qué relación se hallan las unidades. Los

145
KENNETH N . W A L T Z

Estados están situados de manera diferente según su poder. Y


sin embargo podemos preguntarnos por qué tan sólo incluimos
capacidad en la tercera parte de la definición, y no característi­
cas tales como ideología, forma de gobierno, grado de pacificidad,
belicosidad o lo que fuere. La respuesta es ésta: se hace una es­
timación del poder j)or medio de la comparación de las capacida­
des de un cierto número de unidades. Aunque las capacidades
son atributos derlas unidades la distribución de las mismas
entre sí ya no lo es. La distribución de capacidades no es un
atributo de las unidades; sino más bien un concepto sistèmico.
Una vez más, el paraleló con la teoría del mercado es exacto.
Tanto las empresas como los Estados son unidades semejantes.
A pesar de todas sus variaciones formales, las firmas comparten
ciertas cualidades: son unidades autodirigidas que, dentro de
límites gubernaméntalmente impuestos, deciden por sí mismas
de qué modo enfréritar su entorno y cómo trabajar para lograr
sus fines. Las variaciones de la estructura no se introducen por
medio de las diferencias de carácter y función de las unidades,
sino solamente por medio de la distinción que hacemos de ellas
según sus capacidadés.
El segundo problema es éste: aunque las relaciones definidas
en términos de las interacciones deben ser excluidas de las defi­
niciones estructurales, las relaciones definidas en términos de
agrupación de los; Estados parecen decirnos algo acerca de la
situación de cada uno de ellos dentro del sistema. ¿Por qué no
especificar las relaciónes existentes entre los Estados a partir de
la consideración de ias alianzas que establecen? ¿Ese hecho no
sería comparable acaso con el hecho de definir en parte las
estructuras políticas; en términos del modo en que los presiden­
tes y los primeros ministros se relacionan con otros agentes polí­
ticos? No, no sería comparable. Tanto nacional como internacio­
nalmente, las definiciones estructurales se ocupan de la relación
existente entre agentes y agencias en términos de la organización
de cada dominio, y no en términos de las adaptaciones o conflic­
tos que puedan producirse entre ellos ni de las agrupaciones que
puedan establecer. Ciertas partes de un gobierno pueden reunirse
o separarse, pueden oponerse o cooperar en mayor o menor gra­
do. Éstas son las relaciones que se forman y se disuelven dentro
de un sistema, y; no^una alteración estructural que señala un
cambio y una diferencia entre sistemas. Esto se aclara merced

1 46
ESTRUCTURAS POLÍTICAS

a un ejemplo que fluye paralelamente al caso de las alianzas.


El hecho de distinguir los sistemas de los partidos políticos según
su número es habitual. Un sistema multipartidario cambia, si,
digamos, ocho partidos se transforman en dos, pero no si dos
agrupaciones de esas ocho se constituyen tan solo con el motivo
de ganar una elección. Con la misma lógica, un sistema político
internacional en el que tres o más grandes potencias se han se­
parado en dos alianzas sigue siendo un sistema multipolar —es­
tructuralmente diferente de un sistema bipolar, que es aquél en
el que ningún tercer poder es capaz de desafiar a los otros dos.
Al definir la estructura del mercado, no necesitamos ninguna
información acerca de las cualidades particulares de las firmas,
ni acerca de sus interacciones. En la definición de la estructura
del mercado, las firmas no son identificadas ni descriptas sus
interacciones. El hecho de considerar las cualidades de las firmas
y la naturaleza de sus interacciones como partes de la estructura
del mercado sería como decir que el hecho de que un sector eco­
nómico sea o no oligopólico depende del modo de organización
interna de las firmas y de la manera en que se tratan entre sí, en
vez de establecer simplemente cuántas son las firmas importan­
tes que coexisten. La estructura del mercado se define por medio
del conteo de las firmas; la estructura política internacional, por
medio del conteo de los Estados. En ese conteo, las distinciones
se establecen tan sólo según las capacidades.
Al definir las estructuras políticas internacionales, conside­
ramos los Estados con las tradiciones, hábitos, objetivos, deseos
y formas de gobierno que tengan. No nos preguntamos si los Es­
tados son revolucionarios o legítimos, autoritarios o democráti­
cos, ideológicos o pragmáticos. Nos abstraemos de todos sus
atributos salvo de sus capacidades. Tampoco al pensar acerca de
la estructura nos preguntamos por las relaciones entre los Esta­
dos —sus sentimientos amistosos u hostiles, sus intercambios di­
plomáticos, las alianzas que forman y el grado de expectativas
que surgen con solo observar el tipo de orden que prevalece entre
ellos y la distribución de capacidades dentro de ese orden. Nos
abstraemos de todas las cualidades particulares de los Estados
y de todas sus conexiones concretas. Lo que emerge es un cuadro
posicional, una descripción general de la disposición de una so­
ciedad trazado en términos de la ubicación de las unidades y no
en términos de sus cualidades.

147
KENNETH N. W A L T Z

IV

Hasta ahora he definido los dos elementos esenciales de una teo­


ría sistèmica de la política internacional —la estructura del sis­
tema y de sus unidades interactuantes. Al hacerlo, he roto de
manera tajante con los enfoques habituales. Como hemos visto,
algunos estudiosos que intentan aplicar enfoques sistémicos a la
política internacional conciben el sistema como producto de sus
partes interactuantes, pero no llegan a considerar si algo a nivel
sistèmico influye sobre esas partes. Otros teóricos sistémicos, al
igual que los estudiosos de la política internacional en general,
mencionan en ocasiones que deben tenerse en cuenta los efectos
ejercidos por el entorno internacional, pero pasan por encima
de la cuestión de cómo debe hacerse y rápidamente concentran
su atención nuevamente en el nivel de las unidades interactuan­
tes. La mayoría de ellos, aleguen o no seguir un enfoque sistèmi­
co, piensan en la política internacional de la manera ilustrada
por la Figura 5.1. Ni, 2. 3 son Estados que generan internamente
sus efectos externos. X lt 2, 3 son Estados que actúan externamen­
te interactuando entre sí. En el diagrama no aparece ninguna
fuerza o factor sistèmico.

F igura 5.1.
ESTRUCTURAS POLÍTICAS ;•>, ‘ r,

Como los efectos sistémicos son evidentes, la política inter­


nacional debería ser considerada de la manera ilustrada por la
figura 5.2. El círculo representa la estructura del'sistema político
internacional. Tal como lo indican las flechas; afecta tanto a las
interacciones de los Estados como a sus atributos.5 Aunque la
estructura ha demostrado ser elusiva como concepto organizati­
vo, su significado puede ser explicado de manera simple. Aunque
los Estados conservan su autonomía, cada uno de ellos se halla
en una relación especificáble con respecto a los .otros. Constitu­
yen cierta clase de orden. Podemos utilizar el término ,“organiza­
ción” para designar esta condición pre-institucional, si pensamos
que una organización es simplemente una limitación, a la mane­
ra de W. Ross Ashby (1956, p. 131). Como'los Estados se constri­
ñen y limitan mutuamente, la política internacional puede con­
siderarse en términos organizativos rudimentarios. La estructura
es el concepto que hace posible decir cuáles son los efectos orga­
nizativos esperables y cómo las estructuras y las 'unidades inter-
actúan afectándose mutuamente.

F ig u r a 5.2 .

! En la figura 5.2 no se han omitido elementos’ esénciales,. pero sí


algunas complicaciones. Un diagrama completo incluiría,’ por ejemplo, las
coaliciones que posiblemente se formarían sobre la derecha.

149
KENNETH N . W A L T Z

El hecho de ípéñsar en la estructura tal como la he definido


resuelve el problemi de separar los cambios a nivel de las unida­
des de los cambios a nivel sistèmico. Si se está preocupado por
los diferentes efectos esperados de diferentes sistemas, debemos
ser capaces de diferenciar los cambios de sistemas y los cambios
dentro de ellos, álgó que los potenciales teóricos sistémicos han
hallado muy difícil. Una definición en tres partes de la estructura
nos permite diferenciar esos tipos de cambios:

• Las estructuras se definen, primero, según el principio por el


que un sistema sei ha ordenado. Los sistemas se transforman
si un principio'ordenador reemplaza a otro. Trasladarse desde
un dominio anárquico a otro jerárquico significa trasladarse
de un sistema á otro.

• En segundo lugar,' las estructuras se definen por medio de la


especificación de las funciones de las unidades diferenciadas.
Los sistemas jerárquicos cambian si las funciones son defini­
das y asignadas de mahera diferente. En el caso de los sistemas
anárquicos, el criterio'de los cambios sistémicos derivados de la
segunda parte de la definición no es válido, ya que el sistema
está compuesto por unidades semejantes.

• En tercer lugar,' ias estructuras se definen gracias a la distri­


bución de capacidades entre las unidades. Los cambios de esta
distribución son cambios de sistema, ya se trate de un sistema
jerárquico o de: uno anárquico.

150
6

ÓRDENES ANÁRQUICOS Y
EQUILIBRIOS D E PODER

Nos quedan dos tareas: primero, examinar las características de


la anarquía y las expectativas acerca de los resultados asociados
a los reinos anárquicos; segundo, examinar de qué modos varían
las expectativas a medida que el sistema anárquico cambia me­
diante alteraciones de la distribución de las capacidades entre
las naciones. La segunda tarea, emprendida en los capítulos 7,
8 y 9, requiere la comparación de diferentes sistemas internacio­
nales. La primera, a la que ahora me aboco, se cumple mejor si
se establecen algunas comparaciones entre la conducta y los
resultados en dominios anárquicos y jerárquicos.

1. Violencia interna y externa

A menudo se dice que el Estado entre Estados conduce sus asun­


tos a la sombra de la violencia. Como algunos Estados pueden uti­
lizar la fuerza en cualquier momento, todos los Estados deben
estar preparados para hacer lo mismo o vivir a merced de sus
vecinos más vigorosos en el aspecto militar. Entre los Estados,
el estado natural es el de la guerra. No decimos esto en el sen­
tido de que la guerra sea constante, sino en el sentido de que ,
si cada Estado puede decidir por sí mismo cuándo usar la fuer- I
za, la guerra puede estallar en cualquier momento. Ya sea en
_ía_famiUa, .en .la comunidad o en el mundo en general^ él con­
tacto sin que se produzcan conflictos al menos ocasiónales re­
sulta inconcebible; y no puede alimentarse de manera realista
la ilusión de que en ausencia de un agente que maneje o mani­
pule a las partes en conflicto es posible eludir un conflicto en
todas las oportunidades. Entre los hombres, al igual que entre

151
K E N N E T H 'N . W A L T Z

los Estados, la anarquía o ausencia de gobierno está asociada


a la violencia.
Se dice que la amenaza de violencia y el uso recurrente
de la fuerza es lo que distingue los asuntos internacionales de
los nacionales. Pero en la historia del mundo casi todos los go­
bernantes tuvieron que tener en cuenta que sus súbditos podían
usar la fuerza para resistirse o para derrocarlos. Si la ausencia
de gobierno se asocia á la amenaza de violencia, lo mismo ocurre
con su presencia. Una copiosa lista de tragedias nacionales ilus­
tra demasiado bien este punto. Las guerras más destructivas
de los cien años que siguieron a la derrota de Napoleón no ocu­
rrieron (entre Estados.sino dentro de ellos. Las estimaciones de
las muertes producidas por ía rebelión de Taiping en China, que
comenzó en 1851 y duró trece años, llegan a los veinte millones.
Durante la guerra civil norteamericana perdieron la vida alre­
dedor de 600 mil personas. En la historia más reciente, la colec­
tivización forzosa y las purgas stalinistas eliminaron a cinco
millones de rusos, y Hitler exterminó a seis millones de judíos.
En algunos países latinoamericanos, los golpes de Estado y las
rebeliones han sido rasgos habituales de la vida nacional. Entre
1948 y 1957, por ejemplo, 200 mil colombianos resultaron muer­
tos a causa de las revueltas civiles. A mediados de la década de
1970, la mayoría de los habitantes de la Uganda de Idi Amin
deben haber sentido que sus vidas se volvían horribles, brutales
y cortas como en el Estado natural de Thomas Hobbes. Si esos
casos constituyen aberraciones, esas aberraciones son desafortu­
nadamente comunes. Con facilidad, perdemos de vista el hecho
de que las luchas destinadas a conseguir y a mantener el poder,
a establecer el orden y a lograr una especie de justicia dentro
de los Estados, pueden ser más sangrientas que las guerras
entre ellos.
! Si la anarquía se identifica con el caos, la destrucción y la
muerte, entonces la distinción entre anarquía y gobierno no
aporta gran cosa. ¿Qué es más precaria: la vida de un Estado
entre Estados, o la de un gobierno en relación con sus súbditos?
La respuesta varía con el momento y el lugar. En algunos mo­
mentos, entre algunos Estados, la violencia real o esperable es
escasa. En algunos momentos, entre algunos Estados, la violen­
cia real o esperable es mucha. El uso de la fuerza, o el constan­
te temor de que sea usada, no son bases suficientes para diferen-

152
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U ILIBR IO S DE PODER

ciar a los asuntos internos de los externos. Si! el uso posible y


real de la fuerza caracteriza tanto al orden (nacional como al
internacional, no puede establecerse, entonces, ninguna distin­
ción duradera entre ambos reinos, al menos en. términos de la
utilización de la fuerza. Ningún orden humano es una garantía
de no violencia. ;. . T
Para descubrir diferencias cualitativas éntre los asuntos in­
ternos y externos, debemos buscar otro criterio que no sea la
manifestación de la violencia. La distinción del Jdominio nacional
e internacional, en política, no se basa en el ¡usó de la fuerza
sino en la (diferencia de estructuras; Pero si los. peligros de ser
atacado son mayores, digamos, al dar un paseo nocturno por
el centro de Detroit que al hacer un picnic en él límite entre
Francia y Alemania, ¿qué diferencia práctica'es la diferencia
de estructura? Tanto nacional como internacionalmente, el con­
tacto genera conflictos y, en oportunidades, violencia. La dife­
rencia existente entre la política nacional y la internacional no
radica en el uso de la fuerza sino en los diferentes modos de
^organización -destinados _a hacer „algo al respecto. Ün gobierno,
gobernado por medio de algún standard de legitimidad, se arroga
el derecho de usar la fuerza —es decir, de aplicar una variedad
de sanciones para controlar el uso de la fuerza de sus súbditos.
Si algunos usan fuerza privada, otros puedén recurrir al go­
bierno. Un gobierno no tiene el monopolio del uso de la fuerza,
como resulta demasiado evidente. Un gobierno efectivo, sin em­
bargo, tiene el monopolio del legítimo uso de lá fuerza, y en este
caso legítimo significa que los agentes públicós están organiza­
dos para impedir y contrarrestar el uso privado de la fuerza.
Los ciudadanos no necesitan prepararse: pará defenderse. Las
agencias públicas se encargan de eso. Un sistema nacional no
es de auto-ayuda. El sistema internacional sí lo es.

2. Interdependencia e integración

La significación política de la interdependencia varía según si


un reino está organizado, con especificación y establecimiento
de las relaciones de autoridad, o si permanece formalmente des­
organizado. Cuando un reino está organizado formalmente, sus
unidades están en libertad de especializarse, de preocuparse

153
; KENNETH N. W A L T Z

por sus propios intereses sin preocuparse por desarrollar los


medios destinados á mantener su identidad y preservar su se­
guridad en presencia de otras. Están en libertad de especiali­
zarse porque no tierien motivos para temer a la creciente inter­
dependencia que, se produce con la especialización. Si aquéllas
que más se especiálizan se benefician más, lo que se produce
entonces, es una competencia por la especialización. Se manu­
facturan productos, se desarrolla la agricultura, se mantienen
la ley y el orden, se estimula el comercio, y las personas que más
se especializan suministran servicios financieros. En términos
económicos simples/el zapatero depende del sastre a causa de
sus pantalones, y el sastre depende del zapatero a causa de sus
zapatos, y ambos estarían mal vestidos sin los servicios del otro.
En términos políticos simples, Kansas depende de Washington
para protección y regulación, y Washington depende de Kansas
por la carne y el trigo. Al decir que en esas situaciones la inter­
dependencia es aguda, no es necesario señalar que ninguna de
las partes lograría vivir sin la otra. Sólo es necesario decir que
el costo de romper la relación de interdependencia sería muy
alto. Las personas y las instituciones dependen grandemente
en forma mutua á causa de que desempeñan tareas diferentes
y producen e intercambian productos diferentes. Las partes de
un Estado se mantienen unidas a causa de sus diferencias (cf.
Durkheim 1983, p / 212).
Las diferenciás entre la estructura nacional y la interna­
cional se reflejan ¡en las modalidades con que las unidades de
cada sistema definen sus fines y desarrollan los medios para
lograrlos. En los reinos anárquicos, las unidades semejantes
coactúan. En los reinos jerárquicos, las unidades disímiles inter-
actúan. En reinos anárquicos, las unidades son funcionalmente
semejantes y tienden a permanecer así. Las unidades semejan­
tes trabajan para mantener un cierto grado de independencia
e incluso pueden llegar á luchar por la autarquía. En reinos
jerárquicos, las unidades son diferenciadas, y tienden a aumen­
tar sus grados de ¿spécialización. Las unidades diferenciadas se
tornan muy interdependientes, cada vez más a medida que
aumenta su especialización. A causa de la diferencia de las estruc­
turas, la interdependencia dentro de las naciones y la interdepen­
dencia entre ellas sbn dos conceptos distintos. Así, siguiendo la
advertencia lógica de mantener un solo significado para un térmi­

1 54
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U ILIBR IO S DE PODER

no dentro del discurso, utilizaré “ integración" para describir la


situación entre naciones, e “ interdependencia" para describirla
dentro de las naciones.
Aunque los Estados son unidades semejantes en el aspecto
funcional, sus capacidades difieren grandemente. A partir de
esas diferencias se establece algo así como una división de tareas
(ver capítulo 9). Sin embargo, la división del trabajo entre las
naciones es laxa si se la compara con la división del trabajó
estrechamente articulada que se da dentro de cada nación. La
integración reúne con firmeza a las partes de una nación. La in­
terdependencia entre naciones las conecta de manera laxa.
Aunque a menudo se habla acerca de la integración de las na­
ciones, ésta rara vez se lleva a cabo. Las naciones podrían enri­
quecerse mutuamente si dividieran no solamente el trabajo que
implica la producción de artículos sino también algunas de las
otras tareas que deben cumplir, tales como el manejo y la con­
ducción políticos y la defensa militar. ¿Por qué no se produce
la integración? La estructura de la política internacional limita
de dos maneras la cooperación de los Estados.
En un sistema de; auto-ayuda; cada una de las unidades in-
vierte una parte de sus esfuerzos, no en procurarse su propio
bien-sino en suministrar los medios de protegerse de las otras.
Dentro de un sistema de división del trabajo, la especialización
funciona para beneficio de todos, aunque no igualitariamente.
La desigualdad de la distribución esperada del incremento del
producto actúa intensamente en contra de la ampliación de la
división internacional del trabajo. Cuando se enfrentan con la
posibilidad de cooperar para ventaja mutua, los Estados que se
sienten inseguros deben preguntar cómo se dividirán los bene­
ficios. No se sienten instados a preguntar “ ¿Ganaremos los dos?” ,
sino “ ¿Quién ganará más?” . Si una presunta ganancia se di­
vide, digamos, según un porcentaje de dos a uno, un Estado
puede utilizar su ventaja desproporcionada para implementar
una política destinada a dañar o destruir al otro. Ni siquiera la
perspectiva de lograr grandes ventajas absolutas para ambas
partes estimula su cooperación mientras cada uno de ellos
tema a causa del modo en que el otro puede utilizar sus mayo­
res capacidades. Adviértase que los impedimentos para la cola­
boración tal vez no radiquen en el carácter o la intención inme­
diata de cualquiera de ambas partes. En cambio, la situación

155
KENNETH N. W A L T Z

de inseguridad —al menos, la incertidumbre acerca de las fu­


turas acciones e intenciones del otro— es lo que actúa en contra
de la posibilidad de cooperación.
En cualquier sistema de auto-ayuda, las unidades se preo­
cupan por su supervivencia, y la preocupación condiciona su
conducta. Los mercados oligopólicos limitan la cooperación de
las empresas de manera similar a la que las estructuras políti­
cas internacionales limitan la cooperación de los Estados. Se­
gún las reglas establecidas por los gobiernos, el hecho de que las
firmas sobrevivan y prosperen depende de sus propios esfuerzos.
Las empresas no tienen necesidad de protegerse físicamente de
los ataques de otras empresas. Están en libertad de concentrar­
se en sus intereses económicos. Sin embargo, como entidades eco­
nómicas, viven en un mundo de auto-ayuda. Todas desean in­
crementar los beneficios. Si en su intento de lograrlo corren
riesgos indebidos, deben sufrir las consecuencias. Como dice Wi-
lliam Fellner, es “ imposible maximizar los beneficios conjuntos
sin el manejo conjunto de todas las variables relevantes” . Y esto
sólo puede lograrse por medio del “ completo y mutuo desarme
de las firmas” . Pero no es sensato pretender que las firmas
se desarmen, ni siquiera para incrementar sus beneficios. Esta
afirmación confirma más que contradice la suposición de que
las empresas se proponen obtener beneficios máximos. Para ma­
ximizar los beneficios mañana, así como hoy, las firmas tienen,
primero, que sobrevivir. Combinar todos los recursos implica,
según Fellner, “ descartar las posibilidades futuras de todas las
firmas participantes” (1949, p. 35). Pero el futuro no puede
descartarse. La fuerza relativa de las firmas cambia con el
tiempo de maneras imprevisibles. Las firmas están forzadas a
establecer un compromiso entre la maximización de sus benefi­
cios y la minimización de los riesgos de extinción. Ambas firmas
pueden estar mejor si una de ellas acepta la compensación que
puede ofrecerle la otra a cambio de retirarse de cierta parte del
mercado. Pero una firma que acepte mercados más pequeños
a cambio de beneficios mayores quedará en grave desventaja si,
por ejemplo, un precio de guerra irrumpiera como parte de una
renovada lucha por el control de los mercados. Cuando es posi­
ble, hay que resistirse a aceptar mercados más pequeños a cam­
bio de beneficios mayores (pp. 132, 217-218). “No es recomen­
dable” , insiste Fellner, “desarmarse ante el rival” (p. 199). ¿Por

156
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U IL IB R IO S D E : PODER

qué no? Porque “ siempre existe la potencialidad de una renova­


ción de las hostilidades” (p. 177). El razonamiento de Fellner es
muy semejante al razonamiento que llevó a Lénin a creer que los
países capitalistas nunca serían capaces de .cooperar para su
enriquecimiento mutuo en una única y vasta empresa imperia­
lista. Al igual que las naciones, las firmas oligopólicas deben preo­
cuparse más por la fuerza relativa que por la ventaja absoluta.
Un Estado se preocupa por una posible división de ganancias
que puede favorecer más a otros que a sí mismo. Ésa es la pri­
mera manera en que la estructura de ia política internacional
limita la cooperación entre los Estados. Un Estado también se
preocupa por no tornarse dependiente de otros por medio de
empresas cooperativas y del intercambio" debienes y servicios.
Ésa es la segunda manera en que la estructura de la política
internacional limita la cooperación entre los Estados. Cuanto
más se especializa un Estado, tanto más confía en que los otros
lo abastecerán de lo que él no produce. Cuanto mayores sean
las exportaciones e importaciones de un país, tanto más depen­
derá de los otros. El bienestar del mundo se incrementaría si
se desarrollara una división del trabajo aún más elaborada, pero
a partir de ella los Estados se pondrían en situaciones de mayor
interdependencia. Algunos Estados no podrían resistirlo. Para
los Estados pequeños y poco afortunados, los' costos serían de­
masiado elevados. Pero los Estados que pueden resistir verse tan
ligados a otros normalmente lo hacen de cualquiera de las dos
maneras, o de ambas. Los Estados muy dependientes, o estre­
chamente interdependientes, se preocupan por asegurar aquello
de lo que dependen. La elevada interdependencia de los Estados
significa que los Estados en cuestión experimentan o están so­
metidos a la vulnerabilidad que habitualmente implica una gran
interdependencia. Al igual que otras organizaciones, los Estados
procuran controlar aquello de lo que dependen, o disminuir el
grado de dependencia.. Esta simple idea expíicá gran parte de
la conducta de los Estados: sus embates imperiales destinados
a ampliar el grado de control, y sus luchas áutárquicas destina­
das a lograr una autosuficiencia mayor.
Las estructuras estimulan ciertas conductas y castigan a
aquéllos que no responden a esa estimulación. ,En lo nacional,
muchos lamentan el extremo desarrollo de la división del traba­
jo, desarrollo que ocasiona la asignación de tareas cada vez más

157
KENNETH N . W A L T Z

estrechas a los individuos. Y, no obstante, la especialización


continúa, y funcioria como medida del desarrollo de las socieda­
des. En un dominio, formalmente organizado, se premia a cada
unidad capaz de especializarse con el objeto de incrementar su
valor dentro de un sistema de trabajo dividido. ¡El imperativo
doméstico es “especializarse” ! Internacionalmente, muchos la­
mentan que los recursos de los Estados se gasten improductiva­
mente para su propia defensa, perdiendo las oportunidades de
mejorar el bienestar de los pueblos por medio de la cooperación
con otros Estados. Sin embargo, las modalidades de los Estados
cambian muy poca En un dominio desorganizado, el incentivo
de cada unidad es.ej.de ponerse en posición de poder cuidarse a t
sí misma, ya qu en ó se puede contar con que alguien más lo
haga. ¡El imperativo internacional es “ cuídese a sí mismo” !
Algunos líderes nacionales pueden comprender que el bienestar
de todos ellos aumentaría por medio de la participación en un
sistema más completo dedivisión del trabajo. Pero actuar según
esa idea sería actuar siguiendo un imperativo doméstico, que
no rige internacionalmente. Lo que uno puede desear hacer
en ausencia de limitaciones estructurales es diferente de aquello
que se ve instado á hacer en presencia de esas limitaciones. Los
Estados no se ponen voluntariamente en situación de gran de­
pendencia. En un sistema de auto-ayuda, la consideración de la
seguridad subordina los beneficios económicos al interés político.
Lo que cada Estado hace por sí mismo es muy similar a lo
que hacen los deniás. Se . les niega la ventaja que podría sumi­
nistrarles una completa división del trabajo, tanto en lo político
como en lo económico. Los gastos de defensa son improductivos
para todos e inevitables para la mayoría. En vez de bienestar,
lo que reciben como recompensa es la consecuencia de la autono­
mía. Los Estados no' -compiten por medio de la combinación de
sus esfuerzos individuales para la producción de bienes y el
beneficio mutuo. He 'aquí una segunda diferencia de peso entre
los sistemas políticos internacionales y los económicos, diferen­
cia que se discute1¡en la piarte I, sección 4, del próximo capítulo.

1 58
ORDENES ANARQUICOS Y E Q U ILIBR IO S DE PODER

3. Estructura y estrategias

Ahora es fácilmente perceptible el hecho de que los motivos y


los resultados bien pueden estar desarticulados. Las estructuras
hacen que las acciones tengan consecuencias que no se preten­
dían. Por cierto que la mayoría de los actores advertirán este
hecho, y al menos algunos serán capaces de imaginar por qué
se produce. ¿No serán capaces, entonces, de lograr sus fines ori­
ginarios adecuando de manera apropiada sus estrategias? Desa­
fortunadamente, a menudo no lo logran. Para demostrarlo, daré
unos pocos ejemplos; una vez que se haya explicado el punto,
el lector podrá pensar en otros.
Si se espera escasez de algún producto, todos están colec­
tivamente más cómodos si compran menos con el objeto de mo­
derar los aumentos de precios y distribuir equitativamente la
producción disponible. Pero como algunos estarán en mejores
condiciones si logran un abastecimiento extra rápidamente, to­
dos tienen un fuerte incentivo para hacerlo. Si uno espera que
todos vayan al banco, lo más prudente es correr al banco más
rápido que ellos; incluso, sabiendo que, si son pocos los que
corren, el banco seguirá siendo solvente y, si son muchos, el ban­
co quebrará. En esos casos la persecución del interés individual
produce resultados colectivos que nadie desea, y, no obstante, los
individuos que actuaran de manera diferente se perjudicarían
sin alterar los resultados. Estos dos ejemplos tan comunes
enuncian el punto principal. Hay algunos cursos de acción que
no puedo seguir a menos que tú también los sigas, y tú y yo no
podemos seguirlos sensatamente si no estamos seguros de que
muchos otros también lo harán. Exploremos el problema con
mayor profundidad, considerando de manera detallada otros
dos ejemplos.
Cada una de las personas puede optar por conducir un auto
privado en vez de tomar el tren. Los autos ofrecen flexibilidad
de horario y elección del destino; sin embargo, a veces, con mal
tiempo, por ejemplo, el servicio del ferrocarril es una comodidad
muy deseada. Muchas personas pueden preferir hacer sus com­
pras en los supermercados en vez de hacerlas en los almacenes.
Los supermercados tienen mayor stock, y sus precios son más

159
KENNETH N. W A L T Z

bajos; sin embargo, en ocasiones, el almacén de la esquina, que


ofrece crédito y servicio de reparto, representa una conveniencia.
El resultado de que la mayoría de las personas tengan un auto
y compren en los supermercados es la disminución del servicio
de pasajeros del ferrocarril y del número de almacenes pequeños.
Estos resultados tai vez no ilustren el deseo de la mayoría de
las personas, que tal vez estén dispuestas a pagar para que esos
servicios no desaparezcan. No obstante, los individuos no pue­
den hacer nada para alterar los resultados. Un patrocinio im­
portante lograría alterarlos, pero no el patrocinio mío y de unos
pocos más a los que yo podría convencer.
Podemos advertir que nuestra conducta produce resultados
indeseados; no obstante, también es probable que observemos
que las instancias planteadas por estos ejemplos son los que
Alfred E. Kahn describe como “grandes” cambios producidos
por medio de la acumulación de “pequeñas” decisiones. En esas
situaciones las personas son víctimas de la "tiranía de las peque­
ñas decisiones” , una expresión que sugiere que “si cien consu­
midores eligen la opción X, y esto hace que el mercado tome la
decisión X (en la que X es igual a lOOx) no es necesariamente
cierto que esos mismos consumidores hubieran votado por ese
resultado si la cuestión hubiera sido sometida explícitamente a
su consideración” (Kahn, 1966, p. 523). Si el mercado no pre­
senta la cuestión para que sea decidida, los individuos se ven
condenados a tomar decisiones coherentes con estrechos contex­
tos; incluso; aunque sepan que al tomar esa decisión están dando
lugar a un resultado que la mayoría de ellos no desea. O bien
ocurre eso o se organizan para superar los efectos del mercado
por medio de un cambio de su estructura —por ejemplo, llevan­
do las unidades consumidores hasta la medida de las unidades
que están tomando las decisiones de los productores. El punto se
expresa mejor de esta manera: en tanto no afectemos la estruc­
tura, no es posible que los cambios de intenciones y las acciones
de los actores particulares produzcan resultados deseables o se
eviten los resultados indeseables. Las estructuras pueden cam­
biarse, como acabamos de decir, cambiando la distribución de
las capacidades entre las unidades. Las estructuras también
pueden cambiarse si se imponen condiciones en temas que antes
las personas podían decidir por sí mismas. Si algunos comercian­
tes trabajan los domingos, otros tendrán que hacerlo para se-

160
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y EQ U ILIBR IO S Ú)E PODER

guir en competencia, aunque la mayoría deleitas prefiera tra­


bajar seis días a la semana. La mayoría és capaz de hacer como
quiera, sólo en el caso en que se Ies requiéraícumplir un horario
comparable. Los únicos remedios para los efectos estructurales
fuertes son los cambios de la estructura.
Las limitaciones estructurales no pueden descartarse, aun­
que muchos no logren comprenderlo. En cada época y lugar, las
unidades de los sistemas de auto-ayuda —naciones, corporacio­
nes, etc.— deben comprender que el mayor beneficio, y el pro­
pio, les exige que actúen en nombre del sistema y no en nombre
de su propia y estrecha ventaja. En la década dé 1950, cuando se
empezó a temer la destrucción del mundo por obra de una gue­
rra nuclear, algunos llegaron a la conclusión de que la alterna­
tiva a la destrucción era el desarme múndial. En la década de
1970, con el rápido aumento de la población, la pobreza y la po­
lución, algunos concluyeron que, tal como lo expresa un cientí­
fico político, “los Estados deben satisfacer las-, necesidades del
ecosistema político en sus dimensiones globales o exponerse a la
aniquilación” (Sterling, 1974, p. 336). Debe, cumplirse con el
interés internacional, y si eso significa algo.ies, que los intere­
ses internacionales están subordinados a él, Los problemas se
presentan a nivel global. Las soluciones de,; ésos problemas si­
guen dependiendo de las políticas nacionales. ?¿Cuáles son las
condiciones que harían que las naciones estuvieran más o me­
nos dispuestas a obedecer las indicaciones que tan frecuente­
mente se les imparte? ¿Cómo pueden resolver la tensión exis­
tente entre sus propios intereses y la obligación de actuar para
bien del sistema? Nadie ha demostrado cómo ^hacerlo, aunque
muchos se retuercen las manos y ruegan por una conducta ra­
cional. El problema, no obstante, es que la conducta racional,
dadas las limitaciones estructurales, no conduce a los resultados
deseados. Si todos los países están obligados ;á cuidar de sí mis­
mos, ninguno puede cuidar el sistema.1 ‘ -í 'U
Un intenso sentimiento de peligro y .de condena puede con­
ducir a una clara definición de los finés que, deben lograrse.
1 Expresado de manera diferente, los Estados sé enfrentan a un "di­
lema del prisionero” . Si cada una de las partes sigue su propio interés,
ambas terminan peor que si cada una de ellas actúa para lograr inte­
reses comunes. Para un detallado examen de esa, lógica, ver Snyder y
Diesing, 1977; para una breve y sugerente aplicación al campo internacio­
nal, ver Jervis, enero de 1978.

161
>;f ■ KENNETH N. WALTZ
----------------------------------------- _ _ í _ ------- ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Pero no por ello ise posibilita su consecución. La posibilidad de


una acción efectiva depende de la capacidad de suministrar me­
dios necesarios. Depende aún más de la existencia de las condi­
ciones que permitan a las naciones y a otras organizaciones se­
guir las políticas; y, estrategias apropiadas. Los problemas que
conmueven al mundo exigen soluciones globales, pero no hay
ninguna agencia global que las suministre. Las necesidades no
crean posibilidades. El hecho de desear que las causas finales
sean eficientes no las hace eficientes.
Las grandes tareas sólo pueden ser llevadas a cabo por agen­
tes de gran capacidad. Es por eso que se les exige a los Estados,
especialmente a los principales, que hagan lo necesario para ase­
gurar la supervivencia del mundo. Pero los Estados deben hacer
lo necesario para; lograr su propia preservación, ya que nadie
más lo hará en su lugar. El motivo por el que la recomendación
de colocar el interés internacional por encima de los intereses
nacionales no tiene sentido, puede explicarse precisamente en
términos de la distinción entre micro y macroteorías. Los eco­
nomistas entienden bien esta distinción. Los científicos políticos,
no. Como ya he explicado, una teoría microeconómica es una
teoría del mercado; construida a partir de suposiciones acerca
de la conducta del ihdividuo. La teoría demuestra de qué modo
las acciones e interacciones de las unidades forman y afectan
el mercado y de qué modo el mercado, a su vez, las afecta a ellas.
Una macroteoría es úna teoría acerca de la economía social cons­
truida a partir dei suministro, el ingreso y la demanda como agre­
gados sistémicos. La teoría demuestra de qué modo están interco-
nectados estos elementos e indica de qué modo los cambios en
uno de ellos afectan !a los otros y a la economía. En economía,
tanto las micro como las macroteorías se ocupan de dominios
grandes. La diferencia entre ellas no radica en la dimensión de
los objetos de estudio, sino en la manera en que se consideran
esos objetos y la'¡ teoría que se construye para explicarlos. Una
macroteoría de política internacional mostraría de qué modo es
afectado el sistema; internacional por los agregados sistémicos.
Podemos imaginar cuáles serían algunos de esos elementos —can­
tidad de producto: bruto mundial, cantidad de exportaciones e
importaciones mundiales' de muertes de guerra, de gastos ge­
nerales de defensa y!de emigración, por ejemplo. La teoría sería
algo así como uriá teoría macroeconómica del estilo de la de

162
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U IL IB R IO S DE PODER

John Maynard Keynes, aunque resulta difícil considerar si los


agregados mundiales tendrían mucho sentido o si producirían
cambios en otros. No digo que no podría construirse una teoría,
sino sólo que no veo de qué modo podría ser útil. El punto de­
cisivo, en cualquier caso, es que una macroteoría de política
internacional carecería de las implicaciones prácticas de la teo­
ría macroeconómica. Los gobiernos nacionales pueden manipular
variables económicas sistémicas. No existen internacionalmente
agencias que posean capacidades comparables. ¿Quién podría
actuar según las posibilidades de adaptación que podría revelar
una macroteoría de política internacional? Incluso, aunque hu­
biera una teoría así y estuviera disponible, sólo tendríamos a
las naciones como únicos agentes capaces de actuar para solu­
cionar los problemas globales. Seguiríamos viéndonos obligados
a acudir a un enfoque micropolítico con el objeto de examinar
las condiciones que tornan más o menos probables las acciones
benéficas y efectivas de los Estados, individual o colectivamente.
Algunos han albergado la esperanza de que la determinación
y la conciencia de la organización y la ideología de los Estados
cambiaría la calidad de la vida internacional. Durante siglos
los Estados han cambiado de muchas maneras, pero la calidad de
la vida internacional ha seguido casi igual. Los Estados pueden
perseguir fines razonables y valiosos, pero no pueden concebir
maneras de lograrlos. El problema no estriba en su estupidez o
en su mala voluntad, aunque no deseamos afirmar que carezcan
de esas cualidades. La verdadera dificultad no se comprende
mientras no advirtamos que la inteligencia y la buena voluntad
no bastan para descubrir un programa adecuado y operar se­
gún sus lineamientos. A comienzos de este siglo Winston Chur­
chill observó que la competencia anglo-germánica por el domi­
nio del mar anticipaba un desastre, y que a Inglaterra no le que­
daba ninguna otra opción realista que no fuera embarcarse en
ella. Los Estados que se enfrentan con los problemas globales
són como consumidores individuales atrapados por la “ tiranía
de las pequeñas decisiones” . Los Estados, al igual que los con­
sumidores, sólo pueden huir de esa trampa cambiando la es­
tructura de su campo de actividad. El mensaje es siempre el
mismo: el único remedio para aliviar un efecto estructural fuer­
te es un cambio estructural.

163
KENNETH N . W A L T Z

4. Las virtudes de la anarquía

Para lograr sus objetivos y conservar su seguridad, las unidades


en condición de anarquía —ya sean personas, Estados o corpo­
raciones— deben basarse en los medios que ellas mismas puedan
generar y en las disposiciones que puedan tomar por sí mismas.
Una situación de auto-ayuda comporta un riesgo muy alto
—riesgo de quiebra en el campo económico y de guerra en un
mundo de Estados libres. Es además una situación cuyos costos
organizativos son bajos. Dentro de una economía o de un orden
internacional, los riesgos pueden evitarse o disminuirse por
medio del desplazamiento desde una situación de acción coordi­
nada a otra de supra/sub/ordinación, es decir, por medio de la
edificación de agencias con autoridad efectiva y por medio de la
ampliación de un sistema de reglas. El gobierno surge cuando
las funciones de regulación y manejo se convierten en tareas
claras y especializadas. Los costos de mantener una jerarquía
son frecuentemente ignorados por aquéllos que deploran su
ausencia. Las organizaciones tienen al menos dos propósitos:
conseguir que se haga algo y preservarse a sí mismas en su ca­
rácter de organizaciones. Muchas de sus actividades están diri­
gidas a cumplir el segundo propósito. Los líderes de las organi­
zaciones, y especialmente los líderes políticos, no son los amos
de las cuestiones de las que se ocupan sus organizaciones. No
se han convertido en líderes por ser expertos en algo sino por
sobresalir en las artes organizativas —mantener el control de
los miembros del grupo, estimulando en ellos la producción de
esfuerzos predecibles y satisfactorios, conservar unido el grupo.
Al tomar decisiones políticas, la primera preocupación, y la más
importante, no es la de lograr los propósitos que puedan tener
los miembros de una organización sino la de lograr asegurar la
continuidad y buena salud de esa organización (cf. Diesing,
1962, pp. 198-204; Downs, 1967, pp. 262-270).
Los costos marchan juntos con las ventajas de los órdenes
jerárquicos. Lo que es más, en los órdenes jerárquicos los medios
de control se convierten en objeto de luchas. Los temas sustan­
ciales se mezclan con los esfuerzos destinados a controlar o in­
fluir sobre los controladores. El ordenamiento jerárquico de la

16 4
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E QU ILIBRIOS DE PODER

política se agrega a los ya numerosos objetes de'lucha, y el objete


agregado se halla en un nuevo orden de magnitud.
Si los riesgos de guerra son intolerablemente; altos, ¿pueden
reducirse organizando el manejo de los asuntos de las naciones?
Como mínimo, el manejo requiere controlar las fuerzas militares
a disposición de los Estados. Dentro de las naciones, las orga­
nizaciones tienen que trabajar para mantenerse, a veces deben
usar la fuerza contra los elementos y áreas disidentes. Como
sistemas jerárquicos, los gobiernos son perturbados nacional o
internacionalmente por la defección de pártés de importancia.
En una sociedad de Estados con escasa coherencia, los intentos
de crear un gobierno mundial fracasarían debido a la Incapaci­
dad de una autoridad central con respecto á la movilización
de recursos necesarios para crear y mantener la unidad del sis­
tema por medio de la regulación y el manejo de sus partes. La
perspectiva de un gobierno mundial sería una >invitación á pre­
pararse para una guerra civil global. Esto siigiere la reminis­
cencia de la Segunda Guerra Mundial formulada por Milovan
Djilas. Según él, muchos soldados rusos, durante sus discusiones,
llegaron a creer que las luchas humanas se tornarían excesiva­
mente crueles si todos los hombres estuvieran sometidos al mis­
mo sistema social, “ pues el sistema sería insostenible como tal
y diversas sectas se embarcarían en la destrucción de la raza
humana en nombre de otorgarle una mayor ‘felicidad’ ’’ (1962,
p. 50). Los Estados no pueden confiar poderes de manejo de una
agencia central si esa agencia es incapaz de proteger a sus Es­
tados clientes. Cuanto más poderosos sean esos clientes y cuanto
más amenazante parezca ese poder a los otros, tanto más gran­
de habrá de ser el poder concedido al centro. Cuánto mayor sea
el poder del centro, tanto más fuerte será el incentivo que reci­
ban los Estados para embarcarse en guerras yí;luchas para ganar
ese control.
Los Estados, como las personas, están inseguros proporcio­
nalmente a su grado de libertad. Si se desea libertad, debe acep­
tarse la inseguridad. Las organizaciones que establecen relacio­
nes de autoridad o de control pueden aumentar la seguridad a
medida que hacen disminuir la libertad. Cuanto más poderosa
sea la agencia, tanto más fuerte será el deseo de controlarla.
Por contraste, las unidades de un orden anárquico actúan por
sí mismas y no en nombre de la preservación de una organiza­

165
KENNETH N . W A L T Z

ción ni del mejoramiento de su suerte dentro de ella. La fuerza


se emplea solamente por el propio interés. En ausencia de una
organización, las personas o los Estados estáxr en libertad de
quedarse tranquilos. Incluso, aunque no lo hagan, están en me­
jores condiciones, én ausencia de la política de la organización,
de concentrarse en la política del problema y de tender a un
acuerdo mínimo con el objeto de mantener la unidad. Si el poder
decide, entonces lás luchas sangrientas por el derecho pueden
evitarse con mayor facilidad.
En lo nacional,- la fuerza de un gobierno se ejerce en nom­
bre de derecho y: la-justicia. Internacionalmente, la fuerza de un
Estado se emplea én nombre de su propia protección y ventaja.
Los rebeldes cuestionan el derecho del gobierno a la autoridad;
cuestionan su derecho, a gobernar. Las guerras éntre Estados
no pueden resolver ¡ cuestiones de derecho ni de autoridad, sino
que sólo pueden, determinar la asignación de ganancias y pérdi­
das entre los contendientes y definir por un tiempo la cuestión
de quién es el más fúerte. En lo nacional, las relaciones de auto­
ridad están establecidás. Internacionalmente, sólo se producen
relaciones de fuerza;. Nacionalmente, la fuerza privada utilizada
en contra de un gobierno amenaza al sistema político. La fuerza
usada por un Estado —un cuerpo público— es, desde la pers­
pectiva internacional, el uso privado de la fuerza, pero no hay
en este caso ningún gobierno que derrocar ni ninguna maqui­
naria gubernaméntal que capturar. Lejos de representar una
tendencia hacia lá hegemonía mundial, el uso privado de la
fuerza no amenázá al sistema de la política internacional, sino
tan sólo a algunos de sus miembros. La guerra enfrenta a los
Estados en una lucha entre entidades de constitución similar. El
poder del fuerte puede hacer que el débil deponga sus preten­
siones y reclamos,.no porque el débil reconozca que el fuerte tie­
ne derecho, sino porque no es sensato combatir contra él. Inver­
samente, el débil puede gozar de considerable libertad de acción
si sus capacidades están' tan por debajo de las del fuerte que éste
último no se molesta por sus acciones ni se preocupa demasiado
por los aumentos marginales de sus capacidades.
La política nacional es el dominio de la autoridad, de la
v administración y de la'ley. La-política internacional es el do-
'-minto del poder,ideóla;.lucha, y_.de la conciliación. El dominio in­
ternacional es primordialmente político. El nacional ha sido

166
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U ILIBR IO S DE PODER

lescripto como jerárquico, vertical, centralizado, heterogéneo,


r dirigido; el, dominio internacional, como anárquico, horizontal,
lescentralizado, homogéneo, rio dirigido y mutuamente adapta-
ñer Cuanto más centralizado sea el orden, tanto más cerca de
a cumbre llega el sitio de la decisión. Internacionalmente, las
iecisiones se toman a nivel de la base, ya que casi no existe
íingún otro. En la dicotomía vertical/horizontal, las estructuras
nternacionales asumen la posición inclinada. Se producen aj us­
es internacionales, pero sin presencia de un adaptador formal
> autorizado. Las adaptaciones y acuerdos se llevan a cabo por
nedio de adaptaciones mutuas (cf. Barnard, 1948, pp. 148-52;
?olanyi, 1941, pp. 428-56). La acción y la reacción, y la reacción
i la reacción, se producen por un proceso no coordinado y es-
lontáneo. Las partes se exploran por así decirlo, y definen una
situación de manera simultánea a su desarrollo. Entre unidades
¡oordinadas, se llega a la adaptación y a los acuerdos por medio
leí intercambio de .“consideraciones” , en una situación en la
pie, tal como lo expresara Chester Barnard, “ el deber de orde-
íar y el deseo de obedecer están esencialmente ausentes" (pp.
L50-51). Cuando la rivalidad y la competencia se establecen £l-
•ededor del tema de la consideración, las partes pretenden man-
sener o mejorar sus posiciones por medio de maniobras, nego-
daciones o luchas. La modalidad y la intensidad de la competen-
:ia está determinada por los deseos y las posibilidades de las
)artes, que están simultáneamente separadas y en situación
le interactuación.
Sea o no por Ja fuerza, cada Estado conspira por seguir el
:urso que más fayorezca a sus intereses. Si un Estado utilizar ía"'
‘uerza o eso es lo que se espera de él, el recurso de otros Estados
ís usar la fuerza o estar preparados para usarla, solos o en
ilianzas. No se puede hacer ninguna apelación a una entidad
nás alta revestida de autoridad y equipada para actuar por pro­
ña iniciativa. En esas condiciones, la posibilidad de que una u
)tra de las partes use la fuerza se yergue siempre como una
imenaza de fondo. En política, se dice que la fuerza es ultima
ratio. En política internacional, la fuerza no sólo es ultima ratio,
sino también un recurso primordial y constante. El hecho de
imitar a la fuerza a ser ultima ratio dentro de la política im­
plica, según palabras de Ortega y Gasset, “la sumisión previa
le la fuerza a los métodos de la razón” (citado en Johnson, 1966,

167
KENNETH N . W A L T Z

p. 13). La posibilidad constante de que la fuerza sea utilizada


limita las manipulaciones, modera las demandas y sirve como
incentivo para la resolución de disputas. Quien sabe que una
presión excesiva puede llevar a una guerra, tiene buenas razo­
nes para considerar si las posibles ganancias compensan los
riesgos. Internacionalmente, la amenaza de la fuerza es com­
parable con el rol de las huelgas dentro de las negociaciones
laborales. Como dijera Livernash, “las pocas huelgas que se
producen son, en cierto sentido, el costo de la opción de huelga
que produce los convenios de gran cantidad de negociaciones”
(1963, p. 430). Aunqúe los trabajadores no hagan casi huelgas,
éstas no dejan de ser una posibilidad. La posibilidad de disputas
industriales, que conduzcan a huelgas largas y costosas, estimu­
la a los trabajadores y a los empresarios a enfrentar los temas
difíciles, a tratar de comprender los mutuos problemas y a tra­
bajar duramente para establecer convenios. La posibilidad de
que los conflictos entre naciones puedan conducir a guerras pro­
longadas y costosas ejerce efectos similares.

5. Anarquía y jerarquía

He descripto las anarquías y las jerarquías como si todos los


órdenes políticos fueran de uno u otro tipo. Muchos científicos
políticos —supongo que la mayoría— de los que escriben acerca
de las estructuras establecen una variedad mucho más grande,
y a veces asombrosa. La anarquía se considera como uno de los
extremos del continuum, y el otro extremo está señalado por la
presencia de un gobierno competente y legítimo. La política in­
ternacional es, entonces, descripta como moteada por las par­
tículas del gobierno y mezclada con elementos de la comunidad
— organizaciones supranacionales universales o regionales, alian­
zas, corporaciones multinacionales, redes de comercio, etc. Se
piensa que los sistemas políticos internacionales son más o me­
nos anárquicos.
Los que consideran que el mundo es una anarquía modifi­
cada lo hacen aparentemente por dos razones. Primero, se su­
pone que anarquía no significa solamente la ausencia de go­
bierno sino también la presencia del caos y el desorden. Como la
política mundial, sin ser confiablemente pacífica, no llega a ser

168
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E QU ILIBRIOS DE PODER

un caos intolerable, los estudiosos tienden á ver una disminu­


ción de la anarquía en cada período dé paz Como la política
mundial, aunque no esté formalmente organizada, no carece
enteramente de instituciones y procedimientos, ordenadores, los
estudiosos tienden a percibir una disminución de la anarquía
cuando se forman alianzas, cuando aumentan las transacciones
que trascienden los límites nacionales y cuándo se multiplican
las agencias internacionales. Esas opiniones .confunden estruc­
tura con proceso, y ya he llamado la atención:varias veces con
respecto a ese error.
En segundo lugar, las dos categorías de anarquía y jerar­
quía no parecen acomodarse con la infinita variedad social que
registran nuestros sentidos. ¿Por qué reducir los tipos de estruc­
turas a dos en vez de considerar una variedad mayor? Las anar­
quías están ordenadas por medio de la yuxtaposición de unidades
similares, pero esas unidades similares no son idénticas.- Desa­
rrollan alguna especialización según la función. Las jerarquías
están ordenadas por medio de la división social del trabajo entre
las unidades especializadas en tareas diferentes, pero la seme­
janza entre estas unidades no se desvanece. Persiste una cierta
repetición de esfuerzos. Todas las sociedades están organizadas
de manera jerárquica o segmentaria en mayor ,o menor medida.
Entonces, ¿por qué no definir tipos sociales adicionales de acuer­
do con la mezcla de principios organizativos que encamen? Se
podría pensar que algunas sociedades se aproximan a lo pura­
mente anárquico y que otras se acercan a lo puramente jerár­
quico, y otras aun que reflejan mezclas especiales de los dos tipos
de organización. En las anarquías, la exacta semejanza de las
unidades y la determinación de las relaciones por capacidad ex­
clusivamente describirían un dominio de la política y del poder
donde ninguna de las interacciones de las unidades estuviera
guiada por una administración ni condicionada por una autori­
dad. En las jerarquías, la absoluta diferenciáción de las partes
y la completa especificación de sus funciones produciría un do­
minio de autoridad y de administración dónde ninguna de las
interacciones de las partes sería afectada por la política y el
poder. Aunque esos órdenes puros no existen, es adecuado e
importante establecer la distinción de los dominios en virtud de
sus principios organizadores.
El hecho de aumentar el número de categorías haría que

169
KENNETH N . W A L T Z

la clasificación estuviera más próxima a la realidad. Pero eso


significaría alejarse de una teoría con presunto poder explica­
tivo para aproximarse a'un sistema menos teórico que prometiera
mayor precisión descriptiva. Si uno desea explicar más que des­
cribir debe resistirse a ese desplazamiento cuando es razonable.
¿Lo es? ¿Qué se gana insistiendo en que hay dos tipos, cuando la
admisión de tres o cuatro seguiría siendo una simplificación
audaz? Se gana claridad y economía de conceptos. Sólo debe
introducirse un nuevo concepto para cubrir asuntos no contem­
plados por los conceptos existentes. Si algunas sociedades no
son anárquicas ni jerárquicas, si sus estructuras están deter­
minadas por un tercer principio ordenador, entonces tendríamos
que definir un tercer sistema.2 Todas las sociedades son mixtas.
Tienen elementos:que representan a ambos principios ordena­
dores. Eso no significa que existan sociedades ordenadas de
acuerdo con un tercer principio. Habitualmente podemos identi­
ficar fácilmente él principio ordenador de una sociedad. La apa­
rición de sectores anárquicos dentro de las jerarquías no altera
y no debería oscurecer el principio ordenador del sistema mayor,
pues esos sectores sólo son anárquicos dentro de ciertos límites.
Los atributos y la conducta de las unidades que pueblan esos
sectores dentro del sistema mayor difieren con respecto a los
que tendrían fuera de ese sistema. Las empresas de mercados
oligopólicos vuelven a presentarse como ejemplos perfectos. La­
chan entre sí, pero! como no tienen necesidad de prepararse para
defenderse físicamente, pueden especializarse y participar más
que los Estados enla división del trabajo económico. Los Estados
que pueblan un mundo anárquico también pueden trabajar en
conjunto, establecer acuerdos que limiten sus armamentos y
cooperar en el establecimiento de organizaciones.
Los elementos-jerárquicos de las estructuras internacionales
limitan y restringen el ejercicio de la soberanía, pero sólo de
maneras fuertemente condicionadas por la anarquía del sistema
mayor. La anarquía de ese orden afecta fuertemente la probabi-
'A . f»r¿
1 La descripción .-que hace Emiie Durkheim de las sociedades solida­
ria y mecánica aún suministra la m ejor explicación de los dos principios
ordenadores, y la lógica que utiliza para limitar a dos los tipos de socie­
dades sigue siendo indiscutible, a pesar de los esfuerzos que muchos crí­
ticos han invertido jen ;el intento de descalificarla (ver esp. 1893). Me ocu­
paré detalladamente de éste nroblema en una futura obra.

170
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U ILIBR IO S DE PODER

lidad de cooperación, la profundidad de los acuerdos de desarme


y la jurisdicción de las organizaciones internacionales.
¿Pero qué pasa con los casos fronterizos, con las sociedades
que no son claramente anárquicas ni jerárquicas? ¿No repre­
sentan acaso un tercer tipo? Decir que hay casos fronterizos no es
lo mismo que decir que aparece allí un tercer tipo de sistema. To­
das las categorías tienen fronteras, y si es que tenemos en este
caso categorías, es lógico que tengamos casos fronterizos. La
claridad de conceptos no elimina las dificultades de la clasifica­
ción. Desde la década de 1920 a la de 1940, ¿fue China un caso
anárquico o jerárquico? Aunque era nominalmente una nación,
China parecía más bien una serie de Estados individuales y adya­
centes. Como antes los líderes bolcheviques, Mao Tse-tung, en
1930, creyó que una chispa revolucionaria desataría “ un incendio
en la pradera” . Las llamas revolucionarias se difundirían por
toda China, si es que no lo hacían por todo el mundo. Como la
interdependencia de las provincias chinas, al igual que la de las
naciones, no era suficientemente estrecha, las llamas no se ex­
tendieron. Las provincias chinas eran tan autónomas que los
efectos de la guerra en una parte del país casi no eran registrados
en otras partes. Las batallas en las colinas de Hunan, lejos de
producir una revolución nacional, apenas si fueron advertidas en
las provincias vecinas. La interacción de provincias muy auto-
suficientes era leve y esporádica. Como no dependían entre sí en
lo económico, ni del centro de la nación en lo político, no estaban
sujetas a la estrecha interdependencia característica de los go­
biernos organizados e integrados.
Como cuestión práctica, los observadores pueden estar en
desacuerdo acerca de puntos tales como el momento en que Chi­
na entró en la anarquía, o la posibilidad de que los países de
Europa occidental es transformen en un Estado o que sigan sien­
do nueve. El punto teóricamente importante es que nuestras
expectativas acerca de estas áreas difieren mucho según cuál sea
la respuesta que se crea correcta cuando preguntamos por la es­
tructura. Las estructuras definidas de acuerdo con los dos princi­
pios ordenadores nos ayudan a explicar importantes aspectos de
la conducta social y política. Esto será demostrado de diversas
maneras en las páginas siguientes. Esta sección ha explicado
por qué hacen falta dos, y sólo dos, tipos de estructuras para
incluir todas las clases de sociedades.

171
KENNETH N. W A L T Z

¿Cómo puede construirse una teoría de la política interna­


cional? Del mismo modo que cualquier otra teoría. Como lo
explican los capítulos 1 y 4, debemos concebir la política inter­
nacional como un dominio o reino limitado; después debemos
desarrollar una manera de explicar las regularidades observadas.
La primera parte es lo que hicimos en el capítulo 5. El capítulo
6, hasta ahora, ha demostrado de qué modo las estructuras polí­
ticas dan cuenta de ciertos aspectos recurrentes de la conducta
de los Estados y de ciertos esquemas duraderos y repetidos. Siem­
pre que los agentes y las agencias estén vinculados por la fuerza
y la competencia más que por la autoridad y la ley, debemos
esperar descubrir esas conductas y resultados. Se identifican es­
trechamente con el enfoque político sugerido por la palabra
Realpolitik. Los elementos de la Realpolitik, exhaustivamente
consignados, son éstos: el estímulo de la acción está motivado
por los intereses del gobernante, más tarde del Estado; las nece­
sidades políticas surgen de la competencia no regulada entre los
Estados; los cálculos basados en estas necesidades pueden descu­
brir las políticas que mejor servirán al interés del Estado; el éxito
es la última prueba de una política, y el éxito se define como la
preservación y el fortalecimiento del Estado. Desde Maquiavelo,
interés y necesidad —y raison d’état, expresión que incluye a
ambos— han sido los conceptos claves de la Realpolitik. Desde
Maquiavelo, pasando por Meinecke y Morgenthau, los elementos
del enfoque y el razonamiento permanecen constantes. Maquia­
velo se presenta tan claramente como exponente de la Realpolitik
que con toda facilidad uno llega a pensar que también desarrolló
la idea, estrechamente relacionada, del equilibrio de poder. Aun­
que no lo hizo, su convicción de que la política podía explicarse
en sus propios términos sentó las bases sobre las que sería cons­
truida la teoría del equilibrio del poder.
, La Realpolitik señala los métodos por los cuales se conduce
la política exterior y suministra un fundamento. Las limitaciones
estructurales explican por qué los métodos se usan repetidamente
a pesar de las diferencias entre los Estados y las personas que los
utilizan. La teoría del equilibrio del poder se propone explicar
el resultado de esos métodos. Es decir, eso es lo que debería hacer.
Si existe alguna teoría claramente política de la política interna­
cional, ésa es la teoría del equilibrio del poder. Y, sin embargo,
no podemos hallar una enunciación de esa teoría que sea gene-

172
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U ILIBR IO S DE PODER

raímente aceptada. Examinando cuidadosamente la copiosa lite­


ratura acerca del equilibrio del poder, Ernst Haas descubrió ocho
significados distintos del término, y Martin ?Wight descubrió nue.
vé (1953, 1966). Hans Morgenthau, en su profundo tratado his­
tórico y analítico acerca del tema, hace uso de cuatro definicio­
nes diferentes (1973). Algunos consideran que el equilibrio de
poder es casi una ley de la naturaleza; otros creen que es un
ultraje. Algunos creen que es una guía para los estadistas, otros
lo consideran como un manto que oculta sus políticas imperialis­
tas. Algunos creen que el equilibrio de poder es la mejor garantía
de la seguridad de los Estados y la paz del mundo; otros, que ha
arruinado a los Estados por causar la mayoría de las guerras.3
Creer que uno puede aclarar semejantes- confusiones puede
parecer quijotesco. No obstante, lo intentaré. Es importante re­
cordar varias proposiciones básicas acerca,;de la teoría. 1) Una
teoría contiene al menos una suposición o ,presupuesto teórico.
Esos presupuestos no son fácticos. Por lo tanto, no es legítimo
que nos preguntemos si son verdaderos, solo podemos preguntar­
nos si son ütiles. 2) Las teorías deben evaluarse en términos de
aquéllo que alegan explicar. La teoría del equilibrio del poder
alega explicar los resultados de las acciones; de los Estados en
ciertas circunstancias, y esos resultados no pueden estar contami­
nados por las motivaciones de los actores ñi deben estar conteni­
dos en calidad de objetivos dentro de sus políticas. 3) La teoría, al
ser un sistema explicativo general, no puede dar cuenta de las
particularidades.
La mayoría de las confusiones de la teoría del equilibrio del
poder, y de las críticas que se le han hecho, derivan del mal
entendimiento de estos tres puntos. Una teoría del equilibrio del
poder adecuadamente enunciada comienza por establecer presu­
puestos acerca de los Estados: son actores unitarios que, como
mínimo, procuran su auto-preservación, y, como máximo, tienden
al dominio universal. Los Estados, o aquellos que actúan en su
lugar, tratan de usar, de maneras más o menos sensatas, los me­
dios disponibles con el objeto de lograr los 'fines que se han pro­
puesto. Esos medios pertenecen a dos categorías: esfuerzos in­

3 Junto con la explicación de la teoría del equilibrio de poder en las


páginas siguientes, el lector puede consultar un estudio histórico de la po­
lítica del equilibrio del poder en la práctica. La; m ejor obra breve es la
de Wight (1973).

173
y KENNETH N . W A L T Z

ternos (movimientos destinados a incrementar la capacidad


económica o la fuerza militar, o a desarrollar estrategias inteli­
gentes) , y esfuerzos externos (movimientos destinados a aumen­
tar la propia alianza, o a debilitar la alianza antagónica). El
juego externo de alineamientos y realineamientos demanda tres
o más jugadores, y se/dice usualmente que el equilibrio de poder
necesita al menos ese número. La afirmación es falsa, pues en un
sistema de dos poderes el equilibrio se mantiene, pero la manera
de compensar un incipiente desequilibrio externo es la intensi­
ficación de los esfuerzos internos. A los presupuestos de la teoría
agregamos, entonces, la condición necesaria para su funciona­
miento: que dos o más Estados coexistan dentro de un sistema
de auto-ayuda, sin ningún agente superior que pueda venir en
auxilio de los Estados que se debiliten ni pueda negar a ninguno
de ellos la utilización de los instrumentos que creen serán útiles
a sus propósitos. La 'teoría, ,entonces, se construye a partir de las
supuestas motivaciones de los Estados y las acciones que les co­
rresponden. Describe las limitaciones que surgen del sistema que
esas acciones producen, é, indica los resultados esperables: es
decir, la formación de equilibrios de poder. La teoría del equili­
brio del poder es una micrqteoría precisamente en el sentido que
le dan los economistas. El sistema, al igual que un mercado en
economía, se forma por las acciones e interacciones de sus unida­
des, y la teoría se basa en presupuestos acerca de su conducta.
Un sistema de auto-ayuda es aquél en que los que no se
ayudan a sí mismos, ó ios que lo hacen con menor efectividad que
los otros, no prosperan, se exponen a peligros, sufren. El temor a
esas consecuencias indeseadas estimula a los Estados a compor­
tarse de manera que tienden a la creación de equilibrios de po­
der. Adviértase que la teoría no requiere presupuestos de racio­
nalidad o de constancia por parte de los actores. La teoría dice
simplemente que si algunos tienen más o menos buena suerte, los
otros deberán imitarlos o desaparecer. Obviamente, el sistema
no funcionará si todos-los Estados pierden el interés de preser­
varse. Sin embargo, seguirá funcionando si sólo algunos Estados
se desinteresan y otros no; es decir, si algunos prefieren perder
su identidad política por medio, digamos, de la fusión. Tampoco
es necesario suponer que;5todos los Estados competidores lu­
chan incesantemente^ por incrementar su poder. La posibili­
dad de que algunos Estados puedan usar la fuerza para debili­

1 74
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U ILIBR IO S DE PODER

tar o destruir a otros les dificulta la posibilidad de quebrar el


sistema competitivo.
El significado y la importancia de la teoría quedan claros
si se examinan las concepciones erróneas que prevalecen con
respecto a ella. Recordemos nuestra primera proposición acerca
de la teoría. Uno de los malentendidos más comunes acerca de
la teoría del equilibrio del poder se centra en este punto. La
teoría es criticada porque sus presupuestos son erróneos. El si­
guiente enunciado es representativo de gran cantidad de otros
similares:

Si las naciones fueran en realidad unidades inalterables sin


ataduras permanentes entre sí, y si todas estuvieran pri­
mordialmente motivadas por el impulso de maximizar su
poder, salvo en el caso de un único equilibrador cuyo pro­
pósito fuera impedir que cualquier nación lograra el poder
preponderante, el equilibrio de poder podría ser un resul­
tado. Pero hemos visto que estas suposiciones no son co­
rrectas, y, como las suposiciones de la teoría son erróneas,
las conclusiones también lo son. (Organski, 1968, p. 292).

El error incidental del autor es haber compuesto una ora­


ción en la que algunas partes son suposiciones de la teoría
laxamente enunciadas, y otras no. Su error básico estriba en la
mala comprensión de lo que es un presupuesto. Por discusiones
previas, sabemos que las suposiciones y los presupuestos no son
verdaderos ni falsos, y que son esenciales para la construcción
de una teoría. Podemos admitir tranquilamente que los Estados
en realidad: no son actores unitarios ni premeditados. Los Esta­
dos persiguen muchos fines, que a menudo son formulados va­
gamente y con incoherencia. Fluctúan con las cambiantes co­
rrientes de la política doméstica, son presa de las vaguedades
de un variable elenco de líderes políticos, y sufren la influen­
cia de los resultados de las luchas burocráticas. Pero todo esto
se ha sabido siempre, y nada nos dice acerca de los méritos de
la teoría del equilibrio del poder.
Otra confusión está relacionada con nuestra segunda pro­
posición acerca de la teoría. La teoría del equilibrio del poder
alega explicar un resultado (la formación recurrente de equi­
librios de poder) que puede no estar de acuerdo con las inten­

175
KENNETH N. W A L T Z

ciones de cualquiera de las unidades cuyas acciones se combinan


para producir ese resultado. La creación y el mantenimiento de
un equilibrio puede ser el propósito de uno o más Estados, pero
también puede no serlo. Según la teoría, los equilibrios de poder
tienden a formarse en el caso de que algunos o todos los Esta­
dos pretendan, ocasionalmente, establecerlo y conservarlo, y tam­
bién en el caso de que algunos o todos los Estados aspiren al
dominio universal.4 Sin embargo, muchas, y tal vez la mayoría
de las afirmaciones de la teoría del equilibrio de poder, atribu­
yen la conservación del equilibrio a los Estados individuales.
David Hume, en su clásico ensayo Of the Balance of Power,
propone “ el máximo de preservación del equilibrio de poder”
como regla constante de la política prudente (1742, pp. 142-44).
Puede que sea así, pero se ha demostrado que hay que dar un paso
desafortunadamente corto para pasar de la convicción de que
un estadista sabio debe tener gran respeto por la preservación
del equilibrio del poder a la convicción de que los Estados deben
respetar esa máxima si es que desean conservar el equilibrio
del poder. Esto es evidente en la primera de las cuatro defini­
ciones que Morgenthau hace del término: “Una política ten­
diente a cierto estado de cosas”. El razonamiento, entonces, se
torna fácilmente tautológico. Si se desea mantener un equilibrio
de poder, las políticas de los Estados deben propender a man­
tenerlo. Si en verdad se mantiene un equilibrio de poder, de­
bemos concluir que el propósito era acertado. Si no se produce
un equilibrio de poder, podemos decir que el presupuesto de la
teoría es erróneo. Finalmente, y esto completa la tendencia a
ratificar el concepto, si el propósito de los Estados es el de soste­
ner un equilibrio, el propósito de ese equilibrio es el de “ man­
tener la estabilidad del sistema sin destruir la multiplicidad de
los elementos que lo componen”. La materialización y la ratifi­
cación se han producido, obviamente, cuando leemos, por ejem­
plo, que el equilibrio funciona “exitosamente” y que las nacio­
nes tienen muchas dificultades para aplicarlo (1973, pp. 167-74,
202-207).
La materialización consiste con frecuencia en un uso más

4 Observando los Estados durante un largo período y en distintos


espacios, Dowry concluye que en ningún caso se produjeron cambios de
alianzas debidos "a consideraciones de un equilibrio de poder general"
(1969, p. 95).

176
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y EQ U ILIBR IO S Í)É PODER

suelto del lenguaje o en el empleo de la metáfora'para hacer


que la propia prosa resulte más agradable. En teste caso, sin
embargo, la teoría ha sido drásticamente distorsionada, y no
sólo por la introducción de la idea de que si habrá de consti­
tuirse un equilibrio, alguien debe desearlo y trabajar para con­
seguirlo. La mayor distorsión de la teoría <surge i cuando se
derivan reglas de los resultados de las acciones de los Estados
y luego, ilógicamente, son aplicadas como prescripción a los
autores. Un efecto posible se convierte en una causa necesaria
bajo la forma de una regla estipulada. Así, se dice que “ el equi­
librio de poder” puede “imponer sus restricciones a las aspira­
ciones de poder de las naciones” , sólo en el caso de que primero
éstas “ se restrinjan a sí mismas aceptando el sistema del equili­
brio de poder como encuadre común de sus intenciones”. Sólo
cuando los Estados reconocen “ las mismas reglas de juego’’ y
juegan “por las mismas apuestas limitadas” , el equilibrio puede
cumplir con “sus funciones de lograr estabilidad ^internacional
e independencia nacional” (Morgenthau, 1973, pp. 219-220).
Los errores estrechamente relacionados que entran en nues­
tra segunda proposición acerca de la teoría soh¿- como hemos
visto, aspectos gemelos con respecto al campo de' la política
internacional; es decir, suponer una correspondencia necesaria
entre motivo y resultado e inferir reglas válidas para los acto­
res a partir de los resultados de sus acciones; Lo :que no ha sa­
lido bien puede explicarse si recordamos la ánalogíá económica
(capítulo 5, parte III, 1). En una economía puráménte compe­
titiva, todos los que luchan por lograr ganancias hacen que
baje el porcentaje de beneficios. Si permitimos qué lá competen­
cia continúe durante cierto tiempo en condiciones estáticas,
las ganancias de todos llegarían a cero. Inferir dé¡ese resultado
que todos, o algunos, procuran minimizar las ganancias, y que
los competidores deben adoptar ese propósito como regla para
que el sistema funcione, es absurdo. Y, sin embargo, en política
internacional frecuentemente encontramos que las reglas infe­
ridas de los resultados de las interacciones de los Estados son
prescriptas a los actores y, según se dice, son condiciones ne­
cesarias para el mantenimiento del sistema.:Esós errores, co­
metidos con frecuencia, son también señalados con frecuencia,
aunque aparentemente sin ningún resultado. S; F. Nadel ha
expresado el asunto con simpleza; “ un ordenamiento que se

177
KENNETH N . W A L T Z

abstrae de la conducta no puede ser ima regla de conducta”


(Nadel, 1957, p. 148; cf. Durkheim, 1893, pp. 366, 418; Shubik,
1959, pp. 11, 32),
El razonamiento analitico aplicado cuando se necesita un
enfoque sistèmico lleva al establecimiento de toda clase de con­
diciones como prerreqüisitos de la formación de los equilibrios
de poder y como precondiciones generales de la estabilidad y la
paz mundiales. Algunos requieren que los grandes poderes sean
más de dos; otros, que haya un poder principal dispuesto a
desempeñar el papel de equilibrador. Algunos requieren que la
tecnología militar no cambie radical ni rápidamente; otros,
que los Estados; cumplan leyes arbitrariamente especificadas.
Pero los equilibrios de poder se forman en ausencia de condicio­
nes “necesarias” , y desde 1945 el mundo ha sido estable, y el
mundo de los poderes principales notablemente pacífico, aunque
las condiciones internacionales no se adecuarán a las estipula­
ciones de los teóricos. La política del equilibrio del poder pre­
valece siempre qué se cumplan dos, y solo dos, requerimientos:
que el orden sea anárquico, y que esté poblado por unidades que
deseen sobrevivir. ■.■
Para aquéllos i que creen que para producir un resultado
alguien o todos deben trabajar para conseguirlo, la explicación
debe recaer en ¡última instancia en las características de los
Estados. Si eso es- verdadero, las teorías de nivel nacional, o
inferior, deben bastar para explicar la política internacional. Si,
por ejemplo, el equilibrio se mantiene por medio de la sujeción
a reglas de los Estados, necesitamos una explicación acerca de
cómo se logra y, se mantiene el acuerdo con respecto a las re­
glas. No necesitamos una teoría acerca del equilibrio del poder,
pues el equilibrio resultaría de cierta clase de conducta que
podría ser explicada, tal vez, gracias a una teoría de la psicolo­
gía nacional o de là política burocrática. No se podría construir
una teoría del equilibrio del poder porque no tendría nada que
explicar. Si los buenos o malos motivos de los Estados desem­
bocan en el manteñimiento o el quebrantamiento de los equili­
brios, entonces la ideá del equilibrio del poder se convierte
simplemente en un marco de referencia que sirve para organizar
el relato de lo ocurrido, y por cierto ése es el uso que se le da
habitualmente. Una construcción que empieza por ser una teoría
acaba como conjunto de categorías. Las categorías luego se mul­

178
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U ILIBR IO S DE PODER

tiplican rápidamente para cubrir los acontecimientos que la teoría


embrionaria no había contemplado. La búsqueda del poder expli­
cativo se convierte en una búsqueda de precisión descriptiva.
Finalmente, y relacionándose con nuestra tercera propo­
sición acerca de la teoría en general, la teoría del equilibrio del
poder es criticada con frecuencia por no explicar las políticas
particulares de los Estados. Es cierto que la teoría no nos dice
por qué el Estado hizo cierto movimiento el martes pasado. Es­
perar eso sería como esperar que la teoría de la gravitación
universal explicara el camino sinuoso que recorre una hoja que
cae. Una teoría con cierto nivel de generalidad no puede res­
ponder preguntas acerca de cuestiones que se hallan a otro
nivel de generalidad. Éste es uno de los errores de la crítica.
Otro es confundir una teoría de política internacional con una
teoría de política exterior. La confusión de las pretensiones
explicativas declaradas por una teoría del equilibrio de poder
correctamente enunciada se basa en la imprecisión de la dis­
tinción establecida entre la política nacional y la internacional,
o en la negación de esa distinción. Para aquéllos que la niegan,
para los que idean explicaciones enteramente expresadas en tér­
minos de las unidades interactuantes, las explicaciones de la
política internacional son explicaciones de la política exterior,
y las explicaciones de la política exterior son explicaciones de la
política internacional. Otros mezclan sus pretensiones explica­
tivas y comprenden el problema de la comprensión de la política
internacional con el problema de la comprensión de la política ex­
terior. Morgenthau, por ejemplo, cree que los problemas de pre­
decir la política exterior y de desarrollar teorías acerca de
ella es lo que toma difícil, por no decir imposible, la construc­
ción de una teoría de política internacional (1970b, pp. 253-58).
Pero las dificultades de explicar la política exterior sólo actúan
en contra de la posibilidad de construir una teoría política in­
ternacional si se reduce esta última a la primera. Graham Alli­
son demuestra una confusión similar. Sus tres “modelos” pre­
tenden ofrecer enfoques alternativos del estudio de la política
internacional. Sin embargo, sólo el modelo I es un enfoque del
estudio de la política internacional, ya que los modelos II y III
son enfoques del estudio de la política exterior. Ofrecer el enfo­
que burocrático-político como alternativo del enfoque de los
Estados como actores es como decir que una teoría de empresa

1 79
KENNETH N. W A L T Z

es una alternativa de la teoría de mercado, un error que ningún


economista competente cometería (1971, cf. Allison y Halperin,
1972). Si Morgenthau y Allison fueran economistas y sus pen­
samientos siguieran la misma línea, tendrían que argumentar
que las incertidumbres de la política corporativa actúan en con­
tra del desarrollo de la teoría de mercado. Han confundido y
mezclado dos asuntos diferentes.5
Todas las teorías cubren ciertos asuntos y dejan otros de
lado. La teoría del equilibrio del poder es una teoría acerca
de los resultados producidos por las acciones no coordinadas de
los Estados. La teoría enuncia presupuestos acerca de los inte­
reses y los motivos de los Estados, en vez de explicarlos. Lo que
explica son las restricciones que aquejan a todos los Estados. La
percepción clara de esas restricciones suministra muchas claves
de las reacciones que se pueden esperar por parte de los Esta­
dos, pero la teoría no puede explicar esas reacciones por sí mis­
mas. Éstas no solo dependen de las restricciones internacionales,
sino también de las características de los Estados. ¿Cómo reac­
cionará un Estado en particular? Para responder esta pregunta
no sólo necesitamos una teoría de mercado, por así decirlo, sino
también una teoría acerca de las firmas que lo componen. ¿Con­
tra qué tendrá que reaccionar un Estado? La teoría del equili­
brio del poder puede darnos respuestas generales y útiles a esa
pregunta. La teoría explica por qué es esperable una cierta seme­
janza de conductas de ciertos Estados cuya situación es seme­
jante. La conducta esperable es parecida, no idéntica. Para
explicar las diferencias esperables entre las respuestas naciona­
les, una teoría tendría que demostrar de qué modo las estruc­
turas internas de los Estados afectan a sus políticas y acciones.
' Una teoría de política exterior no podría predecir detalladamente
los contenidos de una política, sino que produciría diferentes
expectativas acerca de los estilos y las tendencias de las políti­
cas de los diferentes países. Como el nivel nacional y el inter­
nacional están relacionados, ambos tipos de teorías, si son bue­
nas, nos suministran información, aunque no la misma, acerca

5 La confusión está muy difundida y se extiende en ambas direccio­


nes. Así, Herbert Simons cree que la meta de los economistas teóricos
clásicos es inalcanzable porque supone, erróneamente, que intentan
"predecir la conducta del hombre racional sin hacer una investigación em­
pírica de sus características psicológicas” (1957, p. 99).

180
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U ILIBR IO S DÉ PODER

de la conducta y de los resultados en ambos ¿niveles (cf., la se­


gunda parte de los capítulos 4 y 5).

II

En el capítulo anterior construí una teoría sistèmica de política


internacional. En este capítulo, he enunciado la teoría del equi­
librio del poder como desarrollo ulterior de esa teoría. En los
próximos tres capítulos, refinaré la teoría mostrando de qué
modo varían las expectativas a partir de los cambios dentro de
la estructura del sistema internacional. En esté punto me de­
tengo para preguntarme hasta qué punto es buena la teoría
desarrollada hasta el momento.
Antes de someter una teoría a comprobaciones, nos pregun­
tamos si es internamente coherente y si nos dice algo de interés
que no conoceríamos en su ausencia. Que la teoría satisfaga
esos requerimientos no significa que pueda sobrevivir a las prue­
bas. Mucha gente prefiere pruebas que, de no ser aprobadas,
tornan falsa ima teoría. Algunos, siguiendo a Karl Popper (1934,
capítulo 1), insisten en que las teorías solo pueidén comprobarse
si se intenta tornarlas falsas. Las confirmaciones no cuentan
porque, entre otras razones, los casos confirmatorios pueden pre­
sentarse como prueba mientras —conscientemente o no— se
evitan aquellos otros que podrían ponerla en, duda. Esta difi­
cultad —sugiero— puede disminuirse eligiendo casos difíciles
—por ejemplo, situaciones en las que las. partes tienen fuertes
razones para comportarse de manera contraria a lo que predice
la teoría. Las confirmaciones también son rechazadas porque
numerosas comprobaciones que parecen confirmar la teoría son
. negadas por una sola instancia de falsedad.
La concepción de teoría presentada en ;el capítulo 1, sin
embargo, inaugura la posibilidad de idear pruebas que confir­
men. Si una teoría describe un dominio, y desarrolla su organi­
zación y las conexiones existentes entre sus partes, entonces po­
demos comparar los rasgos del dominio observado con el cuadro
que la teoría ha presentado (cf. Harris, 1970). Podemos pregun­
tarnos cuáles son las conductas y los resultados esperables que
^se hallan repetidamente cuando se cumplen las condiciones con­
templadas por la teoría.
Lo que es más, las teorías estructurales ganan plausibilidad
KENNETH N . W A L T Z

si se observan semejanzas de conductas entre reinos cuyas sus­


tancias son semejantes pero cuyas estructuras son diferentes. Se
logra esta ventaja especial: la teoría política internacional gana
credibilidad a partir de la confirmación de ciertas teorías en el
campo de la economía, la sociología, la antropología y otros
campos no políticos. ¡
La comprobación de teorías, por supuesto, siempre significa
inferir expectativas o hipótesis de ellas, para luego comprobar
esas expectativas. La comprobación de teorías es una tarea di­
fícil y sutil, dada la interdependencia existente entre hechos y
teoría, la elusiva relación existente entre realidad y teoría, que
funciona como uri instrumento para la aprehensión. De alguna
manera se hallan, involucradas las cuestiones de verdad y false­
dad, pero también la cuestión de la utilidad y la inutilidad. Fi­
nalmente, nos quedamos con la teoría que revela más, incluso,
aunque sospechemos de su validez. En otra parte me explayaré
más acerca de la aceptación y la negación de las teorías. Aquí
solo diré lo suficiente para exaltar la relevancia de unas pocas
instancias de ciarás comprobaciones teóricas. Así podremos pen­
sar fácilmente en otros ejemplos. Muchos de ellos se suministran
en la primera parte de este capítulo y en todas las secciones de los
tres próximos, aunque no siempre los he designado como compro­
baciones ni los he enunciado por medio de formas comprobables.
Es fácil idear comprobaciones cuando tenemos una teoría
para comprobar, pero suele ser muy difícil llevarlas a cabo. Dada
la dificultad que implica la comprobación de cualquier teoría,
y la dificultad agregada de comprobar teorías en campos no
experimentales, jcomo la política internacional, deberíamos ex­
plotar todas las? maneras de comprobación que he mencionado
—el intento de falsificar, la invención de comprobaciones con­
firmatorias, la comparación de rasgos del mundo real y del mun­
do teórico, la comparación de las conductas de reinos de estruc­
turas semejantes -y disímiles. Cualquier buena teoría da lugar
a muchas expectativas. Es por eso muy importante la multipli­
cación de hipótesis y la variación de comprobaciones, porque los
resultados de la;comprobación de las teorías son necesariamente
problemáticos. Que una sola hipótesis parezca ser verdadera tal
vez no resulte demasiado impresionante. Una teoría se toma
plausible cuando muchas de las hipótesis que se infieren de ella
son sometidas con5éxito a comprobación.

182
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y' E Q U IL IB R IO S DE PODER

Ahora que ya sabemos algo más acerca de las comprobacio­


nes, podemos preguntarnos si las expectativas inferidas de nues­
tra teoría podrían sobrevivir a las comprobaciones. ¿Cuáles se­
rían algunas de esas expectativas? Dos dé ellas, estrechamente
relacionadas, emergen de la discusión anterior. Según la teoría,
los equilibrios de poder se producen recurrentemente, y los Es­
tados tienden a emular las políticas exitosas de los otros. ¿Estas
expectativas pueden someterse a comprobación? En principio, la
respuesta es “ sí". Dentro de una escena determinada y durante
cierto número de años, deberíamos ver que el poder militar de
los Estados más débiles y más pequeños o de agrupaciones de Es­
tados crece más rápidamente, o se reduce más lentamente, que
el de los Estados más fuertes o más grandes. Y deberíamos obser­
var la presencia de la imitación entre los Estados rivales. En la
práctica, la comprobación de esas expectativas por medio de la
observación histórica resulta difícil.
Hay dos problemas esenciales. Primero, aunque la teoría del
equilibrio del poder ofrece algunas predicciones, esas predicciones
son indeterminadas. Como sólo se predice una situación de equi­
librio inconstante y laxamente definida, es difícil decir que cual­
quier determinada distribución de poder torna falsa la teoría.
Lo que es más, la teoría no nos lleva a esperar que la emu­
lación entre los Estados llegará al punto en que los competidores
se tomen idénticos. ¿Qué es lo que será imitado, con qué rapidez
y precisión? Como la teoría no da respuestas precisas, la falsifi­
cación es una vez más difícil. Segundo, aunque los Estados pue­
den estar dispuestos a reaccionar contra las limitaciones inter­
nacionales y con los incentivos de acuerdo con las expectativas
de la teoría, las políticas y las acciones de los Estados están tam­
bién determinadas por sus condiciones internas. Es muy fácil
explicar la imposibilidad de formación de equilibrios y la impo­
sibilidad de algunos Estados de satisfacer e imitar las prácticas
exitosas de otros Estados por medio del señalamiento de los
efectos producidos por fuerzas que se hallan fuera del alcance
de la teoría.
En ausencia de refinamientos teóricos que establecen las
expectativas con certeza y minuciosamente, ¿qué podemos ha­
cer? Como acabo de sugerir, y tal como establece la sexta regla
de comprobación de teorías consignada en el capítulo 1, debe­
mos hacer que las pruebas sean cada vez más difíciles. Si se

183
KENNETH N . W A L T Z

observan resultados que la teoría contempla aunque haya fuer­


zas que se oponen a ellos, esa teoría empezará a inspirarnos con­
fianza. Para confirmarla, no debemos volver los ojos al siglo
dieciocho, momento cúspide del equilibrio de poder, cuando ha­
bía un número conveniente de grandes poderes interactuando,
supuestamente capaces de adaptarse a la cambiante distribu­
ción del poder, por medio del intercambio de aliados reali­
zado con cierta gracia, posible por la ausencia de abismos
ideológicos, En cambio, deberíamos buscar confirmación por
medio de la observación de los casos difíciles. Por ejemplo,
deberíamos buscar instancias de alianzas entre Estados se­
gún las expectativas que produce la teoría, aun cuando ten­
gan fuertes razones para no cooperar entre sí. La alianza en­
tre Francia y Rusia, formalizada en 1894, es una de esas
instancias (ver capítulo 8, parte I). Por ejemplo, deberíamos
buscar instancias de Estados que hagan esfuerzos internos
para fortalecerse, por desagradables y dificultosos que esos es­
fuerzos puedan resultar. Los Estados Unidos y la Unión Soviética
durante los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial
cumplen con esas instancias: Estados Unidos por rearmarse a
pesar de haber demostrado un intenso deseo de no hacerlo, tras
haber desmantelado la más poderosa maquinaria militar que el
mundo hubiera visto antes; la Unión Soviética por mantener al­
rededor de tres millones de hombres bajo bandera mientras lu­
chaba por adquirir una nueva y costosa tecnología militar a
pesar de la terrible destrucción que había padecido durante
la guerra.
Estos ejemplos tienden a confirmar la teoría. Encontramos
Estados que forman equilibrios dé poder lo deseen o no. Pero
también demuestran las dificultades que implica la comproba­
ción. Alemania y Austria-Hungría formaron la Alianza Dual en
1879. Como no se pueden extraer de la teoría inferencias detalla­
das, no podemos decir en qué momento era esperable que otros
Estados contrarrestaran este movimiento. Francia y Rusia es­
peraron hasta 1894. ¿Acaso esto demuestra que la teoría es falsa,
insinuando que los Estados pueden entrar o no en situación de
equilibrio? No debemos concluir apresuradamente que es así,
ni tampoco atribuir la respuesta demorada a la "fricción” . En
cambio, debemos examinar la diplomacia y la política de los
quince años de intervalo para ver si la teoría sirve para explicar

184
1

ÓRDENES ANÁRQUICOS Y EQUILIBRIOS DE* PODER


— -

y predecir las acciones y las reacciones de los* Estados, y para


ver si esa demora está en verdadero desacuerdo con la teoría.
Es necesario un juicio cuidadoso. Para ello, ios: relatos de los
historiadores son más útiles que el resumen histórico que soy
capaz de suministrar.
La teoría no lleva a esperar que los EstaÜos sé comporten
de maneras que resulten en la formación de equilibrios. Inferir
esa expectativa de la teoría no resulta impresionante si el equi­
librio es un esquema universal de la conducta' política, como a
menudo se alega. No lo es. Si los actores políticos se equilibran
entre sí o no, si siguen la corriente o no, es algo que depende
de la estructura del sistema. Los partidos políticos, cuando eli­
gen sus candidatos presidenciales, ilustran dramáticamente am­
bos puntos. Cuando se acerca el momento de; lá nominación y
nadie se ha establecido como favorito del partido, rivalizan una
cantidad de líderes potenciales. Algunos forman coaliciones para
obstaculizar el progreso de los otros. Las maniobras y los equi­
librios de los potenciales líderes cuando el partido carece de uno,
son semejantes a la conducta externa de los Estados. Pero ésta es .
la estructura solamente durante un período sin líder. Tan pronto -
como alguien se revela como ganador, casi todos siguen Ja co­
rriente en vez de seguir construyendo coaliciones destinadas a
impedir que alguien gane el premio del poder. Seguir la corrien­
te, y no el equilibrio, se convierte en la conducta característica.4
El seguir la corriente y el equilibrio son; dos conductas
contrastantes. Internamente, los candidatos qué pierden unen
sus suertes a la del ganador. Todos quieren que alguien gane;
los miembros de un partido quieren que su lídér gane, incluso
aunque no estén de acuerdo acerca de quién debe ser ese líder.
En una competencia por la posición de líder, el seguir la corrien­
te es una actitud sensata cuando, incluso, los perdedores pueden
beneficiarse y cuando el hecho de perder no implica que arries­
guen su seguridad. Externamente, los Estados trabajan más duro
para incrementar su propia fuerza, o se combinan con otros,
cuando se están quedando atrás. En una competencia por el li­
derazgo, el equilibrio es una conducta sensata cuando la victo­
ria de una coalición deja a los miembros más débiles de la coali-

4 Stephen Van Evera sugirió que "seguir la corriente" podía usarse


com o opuesto de "equilibrio” . . . i

185
► KENNETH N . W A L T Z

ción vencedora a merced de los miembros más fuertes. Nadie


desea que otro gane;, ninguno de los grandes poderes desea que
uno de ellos se establezca, como líder.
Si se forman dos coaliciones y una de ellas se debilita, tal
vez a causa del desorden político de uno de los miembros, espe­
ramos que la preparación militar de la otra coalición disminuya,
o que se atenúe su grado de unidad. El ejemplo clásico de este
último efecto es la desintegración de una coalición que ha ga­
nado una guerra ;justo después del momento de la victoria. No
esperemos que los fuertes se alíen con los fuertes con el objeto
de aumentar su grado de poder sobre los otros, sino más bien
que intenten equilibrar y busquen aliados que puedan ayudarlos.
En la anarquía, lá seguridad es el fin más alto. Sólo si se ase­
gura la supervivencia, los Estados pueden perseguir otros fines
tales como la tranquilidad, los beneficios y el poder. Como el po­
der es un medio y'no úñ fin, los Estados prefieren unirse a la
coalición más débil en el caso en que haya dos. No pueden per­
mitir que el poder, un medio posiblemente útil, se convierta en
el fin que deben lograr. El sistema los estimula a lograr seguri­
dad. El poder puede servir o no para ello. Dadas dos coaliciones,
por ejemplo, el mayor éxito de una de ellas para atraer miem­
bros puede tentar a la otra a emprender una guerra preventiva,
esperando lograr la. victoria por sorpresa antes de que se acen­
túen las disparidades. Si los Estados desearan maximizar el po­
der, se unirían al; bando más fuerte, y no veríamos la formación
de equilibrios sino ;la aparición de una hegemonía. Esto no ocu­
rre porque el sistema induce al equilibrio, y no a la conducta de
seguir la corriente. La primordial preocupación de los Estados
no es la de maximizar el poder sino la de mantener su posición
dentro del sistema. '
Los Estados secundarios, si están libres para elegir, se api­
ñan en el lado más débil, pues el más fuerte es quien los amena­
za. En el lado más débil están más seguros y son más apreciados,
siempre que, por supuesto, la coalición a la que se unen logre
tener suficiente fuérza disuasoria como para lograr que el adver­
sario no la ataque. Así, Tucídides registra qua durante las Gue­
rras del Peloponèsò las ciudades-Estados menores de Grecia con­
sideraban a Atenas, la más fuerte, como el tirano, y a Esparta, la
más débil, como-su liberadora (circa 400 A. C., Libro V, cap. 17?).
Según Werner Jaeger; Tucídides creía que esto era “ perfecta­

186
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U IL IB R IO S DE PODER

mente natural dadas las circunstancias” , pero creía que "las par­
tes del tirano y el liberador no se correspondían con ninguna cua­
lidad moral permanente de esos Estados sino que eran simples
máscaras que algún día se intercambiarían ante el asombro de
los observadores, en el momento en que se alterara el equilibrio
de poder” (1939, I, 397), Esta afirmación demuestra un sentido
preciso de hasta qué punto la situación de los Estados afecta sus
conductas y colores e, incluso, sus características. También apoya
la afirmación de que los Estados equilibran el poder antes que
maximizarlo. Los Estados rara vez pueden permitirse que la
maximization del poder se convierta en su objetivo. La política
internacional es un asunto demasiado serio como para permitirlo.
La teoría describe a la política internacional como un reino
competitivo. ¿Los Estados desarrollan las características típicas
de los competidores? Esta pregunta plantea otra comprobación
de la teoría. El destino de cada Estado depende de sus respuestas
a las acciones de los otros Estados. La posibilidad de que el con­
flicto se desarrolle por medio de la fuerza lleva a competir en las
artes y los instrumentos de la fuerza. La competencia produce
una tendencia a la igualdad entre los competidores. Así, las asom­
brosas victorias de Bismarck sobre Austria en 1866 y sobre Fran­
cia en 1870 rápidamente condujeron a los principales poderes
continentales (y a Japón) a imitar el sistema jerárquico militar
prusiano, y la imposibilidad de ingleses y norteamericanos de
seguir este esquema sólo indicaba que estaban fuera de la escena
inmediata de la competencia. Los Estados rivales imitan las inno­
vaciones militares ideadas por el país de mayor capacidad e in­
genio. Y así las armas de los principales competidores, y tam­
bién sus estrategias, empiezan a asemejarse grandemente en todo
el mundo. Así, a principios de siglo, el almirante Alfred von Kir-
pitz logró que se reuniera una flota de combate con el argumen­
to de que Alemania solo podría desafiar el poder marino británico
con una doctrina naval y armas similares (Art. 1973, p. 16).
Los efectos de la competencia no están confinados sola­
mente dentro del reino militar. La socialización del sistema tam­
bién se produce. ¿Es cierto? Una vez más, como siempre, podemos
hallar ejemplos confirmatorios si los buscamos con ahínco, y tra­
tamos de hallar casos en los que es improbable que la teoría
gane credibilidad. Debemos buscar instancias de Estados que,
aunque puedan satisfacer las prácticas internacionales habitua­

187
KENNETH N. W A L T Z

les, prefieran no hacerlo por razones internas. La conducta de


la Unión Soviética en sus primeros años es uno de estos casos.
Durante sus primeros años de poder, los bolcheviques predicaron
la revolución internacional y rechazaron las convenciones de la
diplomacia. Decían, en efecto, “no nos socializaremos según ese
sistema” . La actitud fue bien expresada por Trotsky, quien,
cuando le preguntaron qué haría como ministro de relaciones
exteriores, dijo: “ enviaré algunas proclamas revolucionarias a
los pueblos y después cerraré mi despacho” (citado por Von
Laue 1963, p. 235). En una escena competitiva, no obstante, una
parte puede necesitar el auxilio de otras. La negativa a jugar el
juego político puede ser causa de la propia destrucción. La di­
plomacia de la Unión Soviética muy pronto empezó a sentir las
presiones de la competencia. Así, Lenin, al enviar al ministro
Chicherin a la Conferencia de Génova en 1922, lo despidió con
esta advertencia: “ Evite las grandes palabras” (citado por Moore
1950, p. 204). Chicherin, quien personificaba al cauteloso diplo­
mático tradicional más que al revolucionario uniformado, debía
refrenarse de la retórica inflamada en nombre de la consecución
de pactos útiles, que finalmente concretó con ese otro poder paria
y enemigo ideológico que era Alemania.
La estrecha yuxtaposición de Estados estimula su semejanza
por medio de las desventajas que se producen a partir de la inca­
pacidad de cumplir con las prácticas de mayor éxito. Esta “ seme­
janza” , efecto del sistema, a menudo se atribuye a la aceptación
de las llamadas reglas de conducta estatal. Ocasionalmente acce­
den al poder gobernantes milenaristas. En el poder, la mayoría
cambia rápidamente sus procedimientos. Pueden negarse a ha­
cerlo, y sobrevivir, sólo en el caso de que gobiernen países poco
afectados por la competencia entre los Estados. La socialización
de los Estados no conformistas progresa a una velocidad esta­
blecida por su grado de involucración en el sistema. Y ésta es
otra afirmación comprobable.
Le teoría produce muchas expectativas acerca de la conducta
y los resultados. A partir de ella, podemos predecir que los Esta­
dos se abocarán a una conducta de equilibrio, sea o no el equili­
brio de poder el fin de sus acciones. A partir de la teoría podemos
predecir en el sistema la existencia de una fuerte tendencia al
equilibrio. La expectativa no es que el equilibrio, una vez conse­
guido, se mantenga, sino que un equilibrio, una vez alterado, será

Í8 8
ÓRDENES ANÁRQUICOS Y E Q U ILIBR IO S DE PODER

restaurado de una u otra manera. Los equilibrios de poder se


constituyen de manera recurrente. Como la téoría.describe la po­
lítica internacional como un sistema competitivo, podemos pre­
decir más específicamente que los Estados exhibirán característi­
cas comunes a todos los competidores: se imitarán entre sí y se
socializarán de acuerdo con el sistema. En esté capítulo he sugeri­
do maneras de tornar más concretas y específicas estas proposi­
ciones, de modo de poder comprobarlas. En los capítulos restan­
tes, aparecerán otras proposiciones comprobables: a medida que
la teoría se elabore y decante.

189
7

CAU SAS ESTRUCTURALES Y


EFECTOS ECONÓMICOS

El capítulo 6 comparaba los sistemas nacional e internacional


y demostraba de qué modo varían las conductas y resultados de
un sistema a otro. Los capítulos 7, 8 y 9 comparan los diferentes
sistemas internacionales y demuestran de qué modo varían las
conductas y resultados en sistemas cuyos principios ordenadores
subsisten pero cuyas estructuras varían merced a cambios de la
distribución de capacidades entre los Estados. La pregunta plan­
teada en este capítulo es si debemos preferir números mayores
0 menores de grandes poderes. La parte I elabora la teoría. La
parte II se desplaza de la teoría a la práctica.1

1
1. Conteo de polos y mediciones del poder

¿Cómo debemos contar los polos, y cómo debemos medir el poder?


Estas preguntas deben responderse con el objeto de identificar las
variaciones de estructura. Casi todos están de acuerdo en que
desde algún momento a partir de la guerra el mundo fue bipolar.
Pocos parecen creer que siga siendo así. Durante años, Walter
Lippmann escribid que el mundo bipolar se hallaba perpetua­
mente en proceso de desaparecer rápidamente (ej., 1950, 1963).
Muchos otros respaldan ahora la tradición que él estableciera con
tanta firmeza. Llegar a la conclusión de que la bipolaridad tiende
a desaparecer, o que desapareció ya, implica un conteo extraño.
La tendencia a contar de maneras extrañas se basa en el deseo
de lograr una respuesta en particular. Los eruditos sienten una

1 Algunas secciones de este capítulo y del siguiente fueron escritas co­


mo un estudio acerca de la interdependencia para el Departamento de Es­
tado, cuyas opiniones pueden diferir de la mía.

191
KENNETH N. W A L T Z

gran atracción hacia el mundo del equilibrio de poder de Met-


ternich y Bismarck, sobre el que descansan muchas de sus
nociones teóricas. Ése era un mundo en el que más o menos
cinco grandes poderes manipulaban a sus vecinos y maniobra­
ban para lograr ventajas. Los grandes poderes eran definidos
en una época según sus capacidades. Los estudiosos de la polí­
tica internacional parecen considerar ahora otras condiciones.
La capacidad o incapacidad de los Estados para resolver sus
problemas se considera como el parámetro para establecer su
posición en el ranking. En vez de sus capacidades, deben exa­
minarse las relaciones de los Estados, y como estas relaciones
son siempre multilaterales, se dice que el mundo es multipolar.
Así, se dice que la disolución de los bloques señala el fin de la
bipolaridad, aunque el hecho de inferir la multipolaridad a par­
tir de la existencia de bloques hace confusas las relaciones con
respecto a las capacidades de los Estados. El mundo nunca fue
bipolar porque existieran dos bloques opuestos, sino a causa de
la preeminencia de los líderes de esos bloques.
Además de la confusión acerca de lo que se debe contar, a
menudo descubrimos que aquéllos que tratan de identificar los
grandes poderes por medio del calibraje de sus capacidades
realizan de manera extraña sus mediciones. De todas las mane­
ras de jugar la partida de los números, probablemente la manera
favorita sea ésta: separar las capacidades económicas, militares
y políticas de las naciones de su capacidad de actuación. Henry
Kissinger, por ejemplo, mientras era secretario de Estado, ob­
servó que, aunque desde el punto de vista militar “hay dos su-
perpoderes” , en el aspecto económico “ existen al menos cinco
grupos principales” . El poder ya no es “ homogéneo". Durante
toda la historia, agregó, “ los potenciales militares, económicos
y políticos han estado estrechamente vinculados. Para ser po­
derosa una nación debía ser fuerte en todas las categorías” .
Esto ya no es así. “La fuerza militar ya no garantiza la influen­
cia política. Los gigantes económicos pueden ser militarmente
débiles, y la fuerza militar tal vez no disminuya la debilidad
económica. Los países pueden ejercer influencia política incluso
cuando no poseen fuerza militar ni económica” (octubre 10,
1973, p. 7). Si las diferentes capacidades de una nación ya no
se refuerzan mutuamente, debemos concentrarnos en los pun­
tos fuertes de un Estado y pasar por alto sus debilidades. Se

192
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓM ICOS

dice entonces que las naciones son superpoderes aunque tengan


sólo algunas de las características que se .requerían previamen­
te. China tiene más de 800 millones de habitantes; Japón tiene
una economía fuerte; Europa occidental tiene la población y
los recursos y carece solamente de existencia política. Común­
mente, el número deseado de grandes poderes^ se alcanza por
medio de la proyección del futuro en el présente. “ Cuando Euro­
pa se una . . . ” “ Si la economía japonesa sigue creciendo . . . ” “Una
vez que el industrioso pueblo chino haya desarrollado sus recur­
sos . . . ” Y entonces, aunque el futuro imaginado se halla algunas
décadas por delante, escuchamos decir que el mundo ya no es
bipolar. Otra variante es inferir el status de un país a partir de
nuestra política con respecto a él (cf. mis comentarios acerca
de Hoffmann, antes, capítulo 3, parte II). Así, Nixon, cuando
era presidente, pasó con gran facilidad de hablar acerca de la
posible conversión de China en un superpoder a conferirle sta­
tus de superpoder. En uno de los discursos que abrió la ruta a
Pekín, logró este paso en dos párrafos (agosto 5, 1971, p. 16).
Y los titulares de varios relatos periodísticos; antes, durante y
después de su visita confirmaron la nueva jerarquía de China.
Ése fue el mayor acto de creación desde Ácián y Eva, y una
verdadera ilustración del status de superpoder de Estados Uni­
dos. Un país se convierte en superpoder cuando lo tratamos
como si lo fuera. Creamos otros Estados a nuestra imagen y
semejanza.
Muchos de aquéllos que han recibido con plácemes el retor­
no del mundo a la multipolaridad lo han hecho, y no inespera­
damente, porque confunden la estructura y el proceso. ¿Cómo
se distribuyen las capacidades? ¿Cuáles son lós probables re­
sultados de una distribución determinada? Éstas son preguntas
claras. La dificultad de contar los polos se basa en la imposibi­
lidad de observar esta distinción. Una teoría sistèmica requiere
que definamos las estructuras en parte gracias a la distribu­
ción de las capacidades entre las unidades. . Los Estados, por
hallarse dentro de un sistema de auto-ayuda, deben utilizar
sus capacidades combinadas con el objeto de lograr sus inte­
reses. Las capacidades económicas, militares, etc., de las na­
ciones no pueden ser sectorizadas y evaluadas por separado.
Los Estados no se hallan en la jerarquía más alta porque
sobresalgan de una u otra manera. Su rango depende del

193
KENNETH N . W A L T Z

modo en que se sitúen en todos los aspectos siguientes: di­


mensión de población y de territorio, recursos, capacidad eco­
nómica, fuerza militar, estabilidad y competencia políticas. Los
Estados invierten mucho tiempo en estimar sus propias capaci­
dades y las ajenas, especialmente su capacidad de hacer daño.
Los Estados poseen diferentes combinaciones de capacidades
difíciles de medir y comparar, más aún cuando el valor que se
asigna a los diferentes aspectos cambia con los tiempos. No debe
sorprendernos que; a veces se llegue a respuestas erróneas.
Prusia asombró a casi todos, y más aún a los prusianos, por la
velocidad y la definición de sus aplastantes victorias sobre Aus­
tria en 1866 y sobre Francia en 1870. Sin embargo, el hecho de
jerarquizar a los Estados no requiere la predicción de sus éxitos
bélicos o de otra, naturaleza. Sólo debemos situarlos jerárquica­
mente en función de :sus capacidades. En ciertos momentos,
cualquier ranking involucra ciertas dificultades comparativas
e incertidumbres acerca de dónde trazar los límites divisorios.
Históricamente, a pesar de las dificultades, hallamos acuerdo
general acerca de cuáles son los grandes poderes de un período
determinado, con dudas ocasionales acerca de algunos casos
marginales. La reciente dificultad para contar los grandes po­
deres no surge de problemas de medición sino de la confusión
acerca de cómo definir las polaridades.
Contar los grandes poderes de una época es tan difícil, o
tan fácil, como decir cuántas firmas pueblan un sector oligo-
pólico de la economía. La cuestión es empírica, y el sentido co­
mún puede resolverla. Los economistas están de acuerdo en que,
aunque el número total de firmas existentes en un sector es
grande, sus interacciones pueden ser comprendidas, si bien no
pueden predecirse,!completamente, por medio de teorías acerca
del oligopolio, si el número de firmas de importancia se reduce
hasta ser pequeñó en yirtud de la preeminencia de algunas de
ellas. La política internacional puede enfocarse de manera-simi­
lar. Los casi 160 Estados mundiales pueden parecer un sistema
de números bastante:Crecidos. Sin embargo, dada la desigual­
dad de las naciones, el número de Estados de importancia es
pequeño. Desde1el' tratado de Westfalia hasta el presente, ocho
Estados-principales como máximo han procurado coexistir pací-
LficSkúéiiWj o han rivalizado por el predominio. Considerada como
L;lá políticá de lós poderosos, la política internacional puede
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓM ICO S

estudiarse en términos de la lógica de los sistemas de números


pequeños.

2. Las virtudes de la desigualdad

La lógica de los números pequeños se aplica intemacionalmente


a causa del desequilibrio de capacidades entre cada uno de los
Estados mayores y los numerosos Estados más pequeños. Este
desequilibrio de poder es peligroso para los Estados débiles.
También puede ser peligroso para los fuertes. Un desequilibrio
de poder, que alimenta las ambiciones de control de algunos
Estados, puede tentarlos a embarcarse en actividades azarosas.
La seguridad de todos los Estados, concluimos, depende deí
mantenimiento de un equilibrio entre ellos. Idealmente, en es­
te aspecto, la igualdad de los Estados confiere a cada uno de
ellos la capacidad de defenderse. Entonces, la igualdad también
puede ser considerada como una condición moralmente desea­
ble. Cada uno de los Estados que se hallan dentro de la escena
del equilibrio tendrán al menos una modesta capacidad de man­
tener su integridad. Lo que es más, la desigualdad violenta
nuestro sentido de la justicia y conduce a resentimientos nacio­
nales que resultan problemáticos en muchos aspectos. Sobré
esa base, podemos preferir los sistemas que posean un gran
número de grandes poderes. No obstante, la desigualdad es
inherente al sistema estatal, y no puede desaparecer. En la
cúspide del poder, sólo pequeños números de Estados han co­
existido como iguales o casi iguales; en relación con ellos, otros
Estados siempre han tenido menos importancia.
Las fastidiosas cualidades de la inevitable desigualdad de
los Estados no deben llevarnos a pasar por alto sus virtudes. En
una economía, en un gobierno o en el mundo en general, la
desigualdad extrema está asociada a la inestabilidad. Para es­
tablecer una analogía doméstica: cuando el individualismo es
extremo, cuando la sociedad es atomística, y cuando están au­
sentes las organizaciones secundarias, los gobiernos tienden a
caer en la anarquía o bien a tornarse altamente centralizados
y despóticos. En condiciones de extrema igualdad, la perspecti­
va de oscilación entre estos dos polos fue bien descripta por de
Tocqueville, fue ilustrada por Hobbes, y los autores de los Fe-

195
KENNETH N. W A L T Z

deralist Papers intentaron eludirla por todos los medios. En un


conjunto de elementos iguales, cualquier impulso agita a la so­
ciedad toda. La ausencia de grupos secundarios de cierta con­
tinuación y continuidad de compromisos, por ejemplo, convier­
te a las elecciones en remates en los que los partidos, por médio
de promesas, intentan hacer subir los precios. La presencia
de grupos sociales y económicos, que inevitablemente reflejan
la desigualdad, dan menos volatilidad a la sociedad. Esas dura­
bles proposiciones de la teoría política son las que pierden de
vista aquéllos que creen que un número mayor de Estados im­
portantes puede impedir las guerras, garantizar la seguridad
y evitar la dominación de uno de ellos (Deutsch y Singer, 1964).
Llevado a su extremo lógico, este argumento significa que la
calma debe prevalecer en un mundo de muchos Estados cuyos
poderes sean aproximadamente iguales. Yo arribo a una con­
clusión diferente. La desigualdad de los Estados, aunque no da
ninguna garantía, al menos posibilita la paz y la estabilidad.

3. El carácter de los sistemas de números pequeños

¿En qué difieren los sistemas de grandes números de los de pe­


queño número? Responderé a esta pregunta primero por medio
de la analogía económica. Desde la competencia perfecta a la oli-
gopólica, las estructuras de mercado son iguales en lo que res­
pecta a su origen individualista, su generación espontánea y su
composición homogénea. La variación de estructura no se intro­
duce por medio de la diferenciación de atributos y funciones de
las unidades sino tan solo por medio de las distinciones entre
ellas de acuerdo con sus capacidades. Como esto es así, el número
se convierte en un factor de gran poder explicativo. Diferentes re­
sultados se producen a partir de la variación significativa dél nú­
mero de productores. Entre miles de productores de trigo, el efec­
to que puede ejercer en el mercado uno solo de ellos es inconse­
cuente. Como productor de trigo, considero que el mercado es
una fuerza tiránica escasamente afectada por mi propia acción.
Así, sometido a presiones impersonales y generales, me veo impul­
sado a la retracción y a tomar decisiones en términos de mi pro­
pia empresa. Al ser uno entre miles, debo definir mis fines en mis
propios términos. Pienso en la retribución de mi propio esfuer­

196
CAUSAS ESTRU CTU RALES Y EFECTOS ECONÓM ICOS

zo y hago cálculos —si los hago— sólo en términos de los cam­


bios de precios esperables. El precio está determinado por el
mercado y no se ve afectado por lo que yo pueda ofrecer en
cantidad a la venta. Por lo tanto, me esfuerzo por aumentar la
producción y disminuir los costos sin tomar an cuenta los pla­
nes de los competidores. Si los precios' caen y yo, junto con
otros, procuro mantener un ingreso alto, el auto-interés nos
obliga a hacer subir la producción. Esto actúa en contra de
nuestro interés colectivo, ya que hace bajar aún más los pre­
cios. Hacer subir la producción produce malos resultados, y, sin
embargo, cualquier otro curso de acción los .empeora aún más.
Éste es otro ejemplo de la tiranía de las pequeñas decisiones,
tiranía que sólo puede superarse si el gobierno legisla cambios
estructurales como los que introdujo en Estados Unidos el
Agricultural1Adjustment Act de 1936.
Las variables independientes son las decisiones conjuntas
acerca de qué cantidad producir. Como la decisión de uno solo
produce nada más que una diferencia infinitesimal en el total
de la producción, las variables independientes son inaccesibles
para aquéllos que se hallan dentro del mercado. La sensata
prosecución del interés individual sólo logra ,que todos los pro­
ductores estén en peores condiciones. Pero como ninguna deci­
sión individual produce una diferencia notable de los resultados,
la competencia no conduce al conflicto que se presenta cuando
las partes creen que si influyen sobre los otros podrán mejorar
su propia situación, ni tampoco a esfuerzos destinados a lograr
una mejor adaptación. Un productor de! trigo no está sometido
al control de otro; no está sometido a las; presiones que se
presentan cuando los propios planes y actividades afectan, y a
su vez pueden ser afectados por, los cálculos y las operaciones
de otros. Incapaz de afectar el mercado, cada agricultor puede
ignorar a sus competidores. Como el mercado es quien domina,
cada agricultor sólo debe considerar la planificación y conduc­
ción de sus propias operaciones. El economista, que debe expli­
car las consecuencias, se preocupa por el mercado; los actores
se preocupan por ellos mismos.
Dada una competencia perfecta, el productor individual está
libre de limitaciones tácticas y sometido tan sólo a las limitacio­
nes estratégicas. Dado un número pequeño de competidores de
importancia, el productor individual está sometido a una combi­

197
KEN N ETH N . W A L T Z

nación de ambos tipos de limitaciones. Las firmas grandes no


están dominadas por impersonales fuerzas del mercado que no
pueden ser alteradas por sus propias acciones. Por lo tanto, no
son libres de tomar sus disposiciones internas ni de establecer
sus políticas externas sin tomar en cuenta los efectos que ejerce­
rán sus actos sobré las otras firmas del mismo campo. Como el
mercado no es el .único que determina los resultados, todos se
ven impulsados a observar a sus competidores y a intentar ma­
nipular el mercado.
Cada firma o. agricultor, grande o pequeño, procura lograr
su propio interés. Pero decir solo esto no es muy interesante. Es
como decir que tanto la Ford Motor Company como el agricultor
individual procuran maximizar las retribuciones esperables. Eso
sólo nos dice lo que ya sabíamos de antes. Desde Un supuesto
interés, no pueden hacerse inferencias útiles a menos que poda­
mos imaginar cuáles acciones se requieren para lograrlo. De qué
modo se persiguen adecuadamente ciertos intereses depende de
la estructura del mercado en el que se halla situada la propia
empresa. De mañera similar, decir que un Estado procura lograr
su propia preservación o su interés nacional sólo se torna intere­
sante si logramos ‘ imaginar qué es lo que el interés nacional
requiere de la conducta de ese país. Los Estados, especialmente
los grandes, son1como corporaciones importantes. Se hallan li­
mitados por su sitúación y, a la vez, son capaces de actuar y al­
terarla. Tienen qué reaccionar ante las acciones de otros cuyas
acciones, a su vez, pueden alterarse en función de las reacciones.
Como en el caso dé un mercado oligopólico, el resultado es inde­
terminado. Tanto lá situación como los actores ejercen su influen­
cia, pero ninguno1ejerce el control. Comparando las naciones
y las corporaciones, la elusiva noción del interés nacional se
torna clara. Se supone que los actores económicos procuran
maximizar las retribuciones esperables, y los Estados luchan
por garantizar su supervivencia. Las firmas importantes se ha­
llan en situación de auto-ayuda, en la que su supervivencia
depende de sus propios esfuerzos, dentro de límites establecidos
por la ley. En tanto se hallan en una situación de auto-ayuda,
la supervivencia supera, como méta, al beneficio, ya que la
supervivencia és un prerrequisito para el logro de otros fines.
Este corolario se 'agrega a la suposición básica de los economis­
tas, siempre que- la situación de las firmas les permita influir

198
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECON ÓM ICOS

tanto sobre el mercado como entre sí. Las ganancias relativas


pueden ser más importantes que las absolutas porque las pro­
pias ganancias, cuando se las compara con las de otros, pueden
afectar la capacidad de cambio. El interés de las firmas así
situadas las obliga a poner los imperativos de la supervivencia
por encima de otros fines.
De manera similar, decir que un país actúa según su inte­
rés nacional significa que, tras haber examinado sus requeri­
mientos de seguridad, ese país intenta satisfacerlos. Esto es
un hecho simple, y también importante. Implícita en el con­
cepto de interés nacional está la noción de que los movimientos
diplomáticos y militares deben ser cuidadosamente planeados
si no se quiere arriesgar la supervivencia del Estado. La acción
estatal apropiada se calcula de acuerdo con la situación en la
que se halla el Estado. Los grandes poderes, al igual que las
empresas grandes siempre han tenido que estimar las reaccio­
nes de los otros. Cada Estado elige su propia política. Elegir
efectivamente requiere la consideración de los fines del Estado
en relación con su situación. ¿Cómo cambian los problemas de los
Estados, y el probable destino de sus sistemas, a medida que
varía el número de grandes poderes? El número de grandes po­
deres es siempre pequeño, pero no es siempre el mismo. En
nombre de la estabilidad, la paz, y el manejo de los asuntos co­
lectivos ¿deberíamos preferir que ese número fuera diez, cinco,
o cuál?

4. ¿Por qué más pequeño es más bello que pequeño?

¿Qué es mejor, y con qué propósito: los números pequeños o los


más pequeños? Una vez más, buscaré en primera instancia una
respuesta económica. La estabilidad económica aumenta a me­
dida que se reducen los sectores oligopólicos.2 También se pro­
ducen otros efectos. Disminuye la posibilidad de una guerra de
precios; los asuntos de los competidores se toman más ordena­
dos porque pueden ser gobernados con mayor facilidad. Estos

2 Un sistema es estable en tanto su estructura persiste. En sistemas


de auto-ayuda, una estructura subsiste en tanto no haya un cambio impor­
tante en el número de las unidades principales. Para una discusión más
extensa, ver el capítulo 8, parte I.
KENNETH N . W A L T Z

efectos se producen a partir de la disminución del número de


los principales competidores por nueve razones de importancia.
Las primeras dos demuestran de qué modo una característica
de las firmas —su dimensión— promueve la estabilidad secto­
rial. Las siete restantes demuestran de qué modo las variacio­
nes de la estructura del mercado afectan la conducta, de qué
modo los problemas se tornan de más fácil o difícil resolución a
medida que varía el número de aquéllos que se esfuerzan por
resolverlos. La proposición básica es ésta: en tanto las negocia­
ciones y los pactos se tornan más fáciles, las fortunas de las fir­
mas y el grado de orden de sus mercados se incrementan, y los
pactos y las negociaciones se tornan más sencillos cuando dis­
minuye el número de partes involucradas. Enunciaré estos pun­
tos brevemente, ya que sus principales implicaciones resultan
obvias, y luego desarrollaré más algunos de ellos cuando me abo­
que a la consideración de casos políticos.
i) Los economistas están de acuerdo, que el tamaño rela­
tivo, más que cualquier otro factor, es lo que determina la su­
pervivencia de las firmas. Las firmas grandes en comparación
con las otras de su mismo campo tienen muchas maneras de
cuidarse, de protegerse de las otras firmas grandes, de montar
programas de investigación y desarrollo que les permitan mante­
nerse a tono con las innovaciones de los otros, acumular capital
y generar potencial de préstamos que les permitan sobrevivir a
las recesiones.
ii) La estabilidad es promovida gracias a la dificultad que
tienen los recién llegados para competir con las firmas experi­
mentadas que operan dentro de mercados ya establecidos. Los
sectores oligopólicos son más estables cuando son más inaccesi­
bles. Cuanto mayor sea la inversión necesaria para competir
con las firmas establecidas, tanto más dificultoso se tornará el
acceso. Pocas firmas significa firmas más grandes, y firmas más
grandes significa que los obstáculos para acceder son mayores.
Si estos obstáculos son suficientemente importantes, es proba­
ble que sean pocos los que intenten sobrepasarlos, y menos aún
los que lo logren.
iii) Los costos de las negociaciones se incrementan acele­
radamente a medida que aumenta el número de las partes invo­
lucradas. Cuando los números aumentan, cada una de las par­
tes tiene que negociar con mayor cantidad. Las complicaciones

200
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓM ICOS

se multiplican con rapidez. El número de posibles relaciones


biunívocas dentro de un grupo está expresado por la fórmula

(n - 1) n

2
en la que n es el número de partes. Así, si tenemos tres partes,
pueden formarse tres pares diferentes; con seis,- quince; con diez,
cuarenta y cinco.
iv) Cuando un grupo crece, cada uno de los* miembros tiene
menos incentivo para tolerar los costos dé la negociación. Cada
miembro de un par espera conseguir más o menos la mitad de
las ganancias; cada miembro de un trío, más ó menos la tercera
parte, y así sucesivamente. ;
v) Cuando un grupo se reduce, cada uno de los miembros
que quedan adquiere una mayor proporción deí sistema y tienen
mayores incentivos y ayuda para conservarla; ’
vi) Los costos esperables de sellar pactos; y de cobrar las
ganancias que esos pactos ofrecen, aumentan desproporciona­
damente cuando el número se hace mayor.
vii) La diversidad de partes aumenta la dificultad de llegar
a acuerdos, y la diversidad esperable aumenta a medida que
aumentan los números.
viii) Como los efectos que produce un acuerdo y la desea-
bilidad de su conservación o de su alteración cambian con el
tiempo, se requiere que cada una de las partes vigile a las otras.
El problema que implica esta vigilancia aumenta de manera
más que proporcional cuando el número de partes aumenta.
ix) Y lo mismo ocurre con la dificultad para detectar y
predecir tratos que puedan concretar las otras partes entre sí,
y que redundarían en desventaja para uno.
Estos nueve puntos sostienen que más pequeño es mejor
que pequeño. Los sistemas más pequeños son más estables, y
sus miembros están en mejores condiciones dé manejar todos
los asuntos para mutuo beneficio. Los sistemas estables se auto-
refuerzan, porque el hecho de comprender la conducta de los
otros, de concretar acuerdos con ellos y de negociar esos acuer­
dos se hace más fácil gracias a la experiencia; continua. (Varios
de los puntos recientemente enunciados son expresados por Bain,

201
KENNETH N . W A L T Z

1956; Baumol, 1952; Buchanan y Tullock, 1962; Diesing, 1962;


Fellner, 1949; Ólson, 1965; Shubik, 1959; Simmel 1902; Stigler,
1964; Williamson, rl965).
Debo acentuar dos limitaciones del argumento expresado
hasta el momento. Primero, decir que más pequeño es mejor
no es lo mismo que decir que dos, el número más pequeño po­
sible en un sistema de, auto-ayuda, sea lo mejor de todo. Aún no
hemos considerado que, digamos, los sistemas de cinco miem­
bros tienen ventajas que superan a los sistemas más pequeños.
Segundo, lo más pequeño es mejor para fines específicos, y esos
fines pueden nò ser los deseados por todos. Tomemos la esta­
bilidad como ejemplo. Las firmas están interesadas en su super­
vivencia; para ellas, la estabilidad tiene mucho valor. A lo largo
de los años, las firmas más grandes tienen un mejor desempeño
que las más pequeñas^ es decir, tienen mayores ganancias. Los
intereses de los consumidores, sin embargo, tal vez se cumplie­
ran mejor si las antiguas firmas se sintieran estimuladas por la
amenaza constante de las nuevas. La disminución de la compe­
tencia es mejor que lá supervivencia para las firmas; una com­
petencia más amplia tal vez sea mejor para la economía. El
enfoque sistèmico puede variar con respecto al de los partici­
pantes. Henry J. Kaiser hubiera deseado estabilidad en la in­
dustria automotriz sólo después de que Kaiser-Frazer se convir­
tió en una firma establecida. Internacionalmente, especialmente
con las armas actuales, la estabilidad resulta un fin de impor­
tancia, si el sistema existente ofrece la mayor esperanza de co­
existencia pacífica entre los grandes poderes. Si también sumi­
nistra otros beneficios, la estabilidad es, entonces, más deseable.
Incluso en ese caso, ño será el mayor valor para todo el mundo.
Es posible creer que un mundo bipolar es el mejor sistema, y
no obstante preferir ún mundo con un número más crecido de
poderes. La unidad de Europa, por ejemplo, y la ascendencia del
propio país, pueden resultar metas más preciadas que la esta­
bilidad o la paz.
En el dominio económico, la armonía se define en términos
de la calidad y él precio de los productos, en tanto los produc­
tores se hallan; permanentemente en situación de riesgo. Se
supone que la armonía es coherente con, y depende de, la desapa­
rición periódica'íde algunas de las unidades constituyentes del
sistema, sólo con- el objeto de que éstas sean reemplazadas por

202
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECON ÓM ICO S

otras. En un sistema de competencia económica, es deseable


que los ineficientes desaparezcan. Cada firma procura promover
sus propios intereses, pero los resultados constructivos de la
competencia trascienden los intereses individuales de cada firma.
Las firmas eficientes sobreviven, en tanto otras manejadas con
menor habilidad, van a la quiebra. La desaparición de los inefi­
cientes, forzosa dado el funcionamiento del sistema, es una con­
dición necesaria para el buen funcionamiento de la economía.
En política internacional, la “ eficiencia” no tiene gran signifi­
cado sistèmico. Los productores, y no los productos, son la
preocupación más importante. Dos Estados que rivalizan por
los favores de terceros pueden llegar a competir por suministrar
mejores productos políticos, económicos y militares,, y servicios
para consumo de alguna parte del mundo. Sin embargo, la com­
petencia sirve primordialmente de incentivo para que cada uno
de los Estados promueva sus propios intereses. Los beneficios
que otros pueden recibir son principalmente un sub-producto.
Los sistemas económicos son juzgados más en función de la
cantidad y la calidad de sus productos que por el destino de sus
productores. Los sistemas políticos internacionales son juzgados
más por la suerte que corren las unidades que por la cantidad
y calidad de sus productos.
Aunque el propósito constructivo de la competencia econó­
mica es fácilmente observable, es difícil alegar que los Estados
están en mejor situación debido a la competencia política a la
que se abocan. En la época del darwinismo social, se creía que
el fortalecimiento de los Estados era resultado de la competen­
cia entre ellos. El triunfo de los fuertes era una indicación de
virtud; si los débiles sucumbían, ello se producía a causa de sus
vicios. Internacionalmente, se dice que la discordia prevalece
porque ya no nos satisface que el sistema sea perpetuado, sino
que estamos obsesionados por el fin de las unidades que lo com­
ponen. Las diferencias de la incidencia de la destrucción y la
“ muerte” no dan cuenta de la reticencia a referirse a la política
internacional como un reino armonioso, aunque a menudo se
describe de ese modo a las economías competitivas. En cambio,
podemos decir que los standards de desempeño que se aplican
actualmente a los sistemas políticos internacionales son más
altos, o al menos muy diferentes. Tal como señalara una vez
John Maynard Keynes, los que creen que los procesos libres de

203
KENNETH N . W A L T Z

la selección natural conducen al progreso "no cuentan los costos


de la lucha” (1926, p. 37). En política internacional, a menudo
no contamos otra cosa más que los costos de la lucha.
Internacionalmente, si un Estado agresivo se torna fuerte
o un Estado fuerte se torna agresivo, otros Estados, presumible­
mente, sufrirán. La tasa de mortalidad de los Estados, sin em­
bargo, es remarcablemente baja. Sólo puedo recordar cuatro
Estados que hallaron un fin involuntario durante el último me­
dio siglo: Estonia, Latvia, Lituania y Tibet. En el sistema inter­
nacional, son pocos los Estados que pierden sus vidas; en una
economía libre y competitiva, las firmas que lo hacen son mu­
chas. Económicamente, se desea un gran número de competido­
res porque la libre competencia hace que intenten con ahinco
suministrar aquello que desean los consumidores y a buenos
precios. Si disminuyen sus esfuerzos, arriesgan la supervivencia.
Los sistemas de grandes números son estables si las tasas altas
de mortalidad están equilibradas por tasas de nacimiento tam­
bién altas. Internacionalmente, no es deseable la existencia de un
gran número de poderes importantes, porque nos preocupamos
más por el destino de los Estados que por la eficiencia con la que
compiten. Los economistas deploran los sistemas de número pe­
queño porque favorecen a los productores a expensas de los con­
sumidores. Lo que se deplora económicamente es justamente lo
que se desea en lo político. En vez de comparar los sistemas de
números grandes y pequeños, compararé sistemas internaciona­
les con pocos poderes grandes y con poderes grandes fijos.

n
¿Cómo varían las relaciones de las naciones cuando cambian
los sistemas? Para responder a esta pregunta, y para refinar la
teoría, consideraré ahora la interdependencia económica, y la
interdependencia militar en el capítulo 8.
En un sistema de autoTayuda, la interdependencia tiende a
hacerse más laxa a medida que disminuye el número de partes,
y al hacerlo el sistema se toma más ordenado y pacífico. Como
en el caso de otros conceptos políticos internacionales, la inter­
dependencia tiene un aspecto diferente cuando se la observa a
la luz de nuestra teoría. Muchos parecen creer que una mayor
interdependencia mejora las posibilidades de paz. Pero una ma­

204
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓMICOS

yor interdependencia significa un contacto niás estrecho y esti­


mula la perspectiva de conflictos ocasionales: Las más feroces
guerras civiles y las más sangrientas contiendas internacionales
se han producido dentro de escenas pobladas por pueblos
muy similares, cuyos asuntos se hallaban profundamente Ín­
ter relacionados. Es muy difícil lograr, qué =se produzca una
guerra si los potenciales participantes nó 'están vinculados
de algún modo. Los Estados interdependientes cuyas relacio­
nes no están reguladas deben caer en el conflicto y ocasional­
mente en la violencia. Si la interdependencia crece a una ve­
locidad que excede el desarrollo de un control central, enton­
ces la interdependencia apresura el estallido de una guerra.
Tiendo a ser confiado porque creo que la interdependencia
es menor en el sistema bipolar actual qüe en el sistema multi-
polar anterior. La creencia opuesta, que es común ahora, se basa
en cuatro afirmaciones. Primero, el mundo dé la ciudad-Estado
ha dado lugar a uno en el que las naciones ya no son general ni
coherentemente los actores más importantes; cuya situación y
destino están determinados por sus diversás capacidades. Los
actores no estatales, y entre ellos preeminentemente las corpo-
raciones multinacionales, crecen en importancia y se vuelven
cada vez más difíciles de controlar. Segundo,' algunos países re­
cientemente han aumentado sus capacidades más que Estados
Unidos y Rusia, reduciendo así el margen de superioridad. De
todos modos, el status y la capacidad están cada vez más desarti­
culados de la efectividad; el poder militar ya no comporta el con­
trol político. Tercero, los problemas comunes sólo pueden resol­
verse por medio de los esfuerzos comunes de cierto número,
habitualmente grande, de Estados. Todos ños afixiaremos a
menos que los polutores del aire y del mar sean regulados efec­
tivamente. Todos nos moriremos de hambre 'si la población con­
tinúa creciendo como una reacción en cadena. Todos podemos
volar en pedazos si se siguen difundiendo las armas nucleares.
Las cuatro p —polución, pobreza, población y proliferación—
plantean problemas tan acuciantes que el interés nacional debe
subordinarse a la necesidad colectiva. Cuarto, las naciones se
han tomado tan interdependientes que se líálían, por lo tanto,
estrechamente constreñidas. Los Estados caída vez se mezclan
más en los asuntos de los otros. Se vuelven ,más y más depen­
dientes de recursos que se hallan fuera de süs fronteras.

205
, ’ KENNETH N . W A L T Z

Estos cuatro puntos afirman que los grandes poderes ya no


se distinguen entre sí. Si eso es cierto, mi definición de estruc­
tura internacional es inapropiada. Ya hemos visto que el primer
punto es erróneo: aunque las corporaciones multinacionales no
son políticamente insignificantes ni tampoco son fáciles de con­
trolar, no ponen en ¡ cuestión la estructura del sistema interna­
cional. El segundo y .el tercer puntos son examinados en los si­
guientes capítulos. Del cuarto me ocuparé ahora.

1. La interdependencia como sensibilidad

“ Interdependencia” es la palabra de moda. Como siempre ocu­


rre con las palabras de moda, no tienen una definición precisa.
Supuestamente es algo que todos experimentamos, y por lo tanto
todos sabemos qué es. Tal como se expresa en la introducción
de un International.Économic Report of the President: “ El hecho
y el carácter de la interdependencia económica mundial han
sido establecidos durante la pasada década por líderes de todos
los sectores de la sociedad y por la mayoría de los pueblos del
mundo” (CIEP, marzo .1976, p. 1). Pero “ interdependencia” es
un concepto antes que un hecho, y a menos que ese concepto
se defina, no podemos discutir inteligiblemente cuál es la situa­
ción actual de la interdependencia, si se ha incrementado y
cuáles pueden ser sús implicancias políticas. Primero examinaré
la concepción de interdependencia que es común: la interdepen­
dencia como sensibilidad. Luego ofreceré una definición más
útil del término: interdependencia como mutua vulnerabilidad
(cf. Waltz, 1970). ;
Tal como se utiliza actualmente, “interdependencia” descri­
be una situación en' la qüe todo lo que ocurre en cualquier parte
del mundo puede afectar a alguien, o a todos, en cualquier otra
parte. Decir que la i interdependencia es grande y que crece rá­
pidamente implica sugerir que el impacto de los acontecimientos
de cualquier parte'del globo se registra rápidamente en lugares
muy lejanos. Ésta es esencialmente una definición económica. En
algunos aspectos^ ello no resulta sorprendente. La interdependen­
cia ha sido discutida, casi siempre, en términos económicos. La
discusión ha sido encabezada por norteamericanos, que cuentan
con nueve décimos de los economistas vivos del mundo (Strange,

206
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓM ICO S

1971, p. 223). Comprensiblemente, los economistas confieren sen­


tido a la interdependencia definiéndola en términos de mercado.
Los productores y los consumidores pueden o no formar un
mercado. ¿Cómo sabemos cuando lo hacen? Advirtiendo si los
cambios en el costo de producción, en el precio de los productos
y en la calidad de estos productos responden a cambios simi­
lares en otras partes. Las partes que responden sensiblemente
son interdependientes. Así, Richard Cooper define la interde­
pendencia como “la rápida respuesta a oportunidades diferen­
ciadas de ganancias que resultan en una disminución de las
diferencias en las retribuciones” (1968, p. 152).
Esta noción de interdependencia nos recuerda los mercados
libres interactuantes y autoadaptables descriptos por los eco­
nomistas liberales del siglo diecinueve. Inglaterra, por lejos el
Estado líder, seguía una política de libre comercio desde 1864
en adelante; las fronteras norteamericanas estaban abiertas al
flujo de personas y de capitales; los fragmentados Estados de
Alemania, Italia y del este de Europa carecían de la habilidad
política necesaria para controlar los movimientos económicos
dentro o fuera de sus fronteras; ningún Estado tenía el conoci­
miento ni los instrumentos que les permitieran el ejercicio del
control económico con tanta plenitud como después de la Pri­
mera Guerra Mundial: por estas razones, entre otras, el final del
siglo diecinueve y el principio del siglo veinte fueron, según la
expresión de Asa Briggs, “ la belle époque de la interdependen­
cia” (1968, p. 47). El capital y el trabajo se movían libremente,
los productos menos, y todos se movían en volúmenes que re­
sultan inmensos cuando se los compara con las poblaciones y
los productos domésticos y con los movimientos actuales (ver en
el Apéndice las Tablas I, II y III al final de este libro). Durante
gran parte del siglo que comenzó con la derrota de Napoleón, la
“ Comunidad Atlántica de Naciones” podía considerarse como
“una economía única constituida por regiones interdependien­
tes", sin tomar en consideración las fronteras nacionales (Tho-
mas, 1961, pp. 9-15).
Hasta tal punto las actividades económicas desbordaron las
fronteras nacionales, que los comentadores de los asuntos pú­
blicos, fueran cuales fuesen sus compromisos ideológicos, com­
partían la convicción de que la interdependencia —desarrollán­
dose rápidamente, adquiriendo nuevas formas y acercando a los

207
KENNETH N. W A L T Z

pueblos— tornaba aún más porosas esas fronteras y disminuía


así su significación política y militar. En el Manifiesto Comu­
nista, Marx y Engels expresaban con optimismo la convicción
de que el desarrollo de un mercado mundial, que tornaba uni­
formes las condiciones económicas de las naciones, estaba eli­
minando rápidamente las diferencias y antagonismos (ver p. 23).
Nikolai Bukharin, en un libro escrito en 1915 y editado dos años
más tarde con el sello de Lenin, infería del gran movimiento de
personas, artículos, productos, dinero y capital que “los diversos
países se han relacionado” estrechamente y que “se estaba
creando una densa red de interdependencia internacional” (1917,
pp. 25, 41-42). El publicista liberal Norman Angel, en The Great
Illusion, el tratado más importante de principios de siglo, re­
sumió un siglo de convicciones liberales acerca de que los inte­
reses económicos son personales y universales, en vez de nacio­
nales y particulares, y convenció a muchos de que los espúreos
intereses políticos estaban siendo rápidamente superados por los
intereses económicos reales en un mundo que cada vez se tor­
naba más próspero y pacífico. Los economistas estaban en lo
cierto acerca del inusual grado de interdependencia, pero se
equivocaban con respecto a sus probables efectos.
Los liberales a la antigua usanza, aquéllos cuyas conviccio­
nes políticas se basaban en John Locke y las económicas en
Adam Smith, pensaban en términos globales. Según su punto
de vista, el hecho de hablar de una economía mundial tenía
sentido. Si los arreglos económicos quedaban en manos de un
mercado mundial, los intereses de todos serían satisfechos a lar­
go plazo. Desde el punto de vista de los economistas, la despareja
distribución de las capacidades entre las naciones podía igno­
rarse. Así, no es sorprendente que los primeros comentaristas
pasaran por alto el efecto distorsionador de las desigualdades y
escribieran acerca de la economía mundial como si ésta fuera
de una sola pieza. Sin embargo, incluso para aquella época, el
enfoque económico estaba distorsionado. Desde E. H. Chamber­
lin y Joan Robinson en adelante, los economistas han sido cons­
cientes de la diferencia existente entre la competencia perfecta
y la “ monopólica” . Pensar en la interdependencia en simples
términos de mercado es apropiado cuando las unidades económi­
cas interactúan sin que su mutua adaptación sea afectada por
la habilidad que poseen algunas de utilizar sus capacidades su­

208
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓM ICOS

periores para influir sobre el mercado, o por la ¡intervención del


gobierno. Todas las economías funcionan, dentro de órdenes
ideados y mantenidos en la práctica. No es posible explicar la
economía o su funcionamiento sin tomar ;án Consideración las
reglas políticamente establecidas o las desigualdades económicas
prevalecientes. Estas afirmaciones se aplican tanto internacional
como nacionalmente (cf. Robbins, 1939, p. 6; Giípin, 1975).
Es sorprendente, entonces, que tantos escritos recientes acer­
ca de la interdependencia parezcan haber sido redactados a prin­
cipios de siglo. Los economistas y los científicos políticos, así
como otros, usan libremente los clichés de nuestra época: la
tierra como nave espacial, el planeta que se.¡reduce, nuestra
aldea global, interdependencia internacional. Estas frases ubi­
cuas afirman que el mundo debe tomarse como algo entero. Se lo
trata como una unidad y se lo interpreta en términos de mer­
cado. Para ciertos propósitos, eso puede ser correcto. La sensibi­
lidad de las adaptaciones, económicas y de otro tipo, entré, las
naciones tal vez nunca haya sido mejor. Eli muchas partes del
mundo, aunque obviamente no en todaslas ¿importantes, ese
principio se torna real gracias a las comunicaciones y el trans­
porte, cada vez más rápidos. Los análisis económicos deben to­
mar este hecho en cuenta, pero se requiere un. enfoque diferen­
te para ciertos propósitos económicos y parada comprensión
política.
Al definir la interdependencia como sensibilidad para la
adaptación en vez de definirla como mutua dependencia, Richard
Cooper, con poca agudeza, expone que los grandes poderes actua­
les manifiestan una dependencia menor que la. que manifesta­
ban en otras épocas. Los datos extraídos de la Tabla I del Apén­
dice muestran gráficamente lo siguiente:

Exportaciones más importantes como porceritaje del PBN


1909-1913 Inglaterra, Francia, Alemania, i Italia , 33-52%
1975 Estados Unidos, Unión Soviética 8-14%

Afirmar que los grandes poderes dependían entre sí y del


resto del mundo mucho más que los grandes . poderes actuales
no implica negar que la adaptación de costos és ahora más rá­
pida y mayor. La interdependencia como sensibilidad, sin em­
bargo, implica escasa vulnerabilidad. Cuanto más automática,

209
i
I

KEN N ETH N . W A L T Z

rápida y llana ,es la ; adaptación del factor costos, menores se


tornan las consecuencias políticas. Antes de la Primera Guerra
Mundial, como di.be Cpoper, las grandes diferencias de los costos
significaban que ‘‘el comercio era socialmente beneficioso” , pero
“menos sensible á pequeños cambios de los costos, precios y cali­
dad” (1968, p. 152). Las pequeñas variaciones de costos tenían
escasa importancia. La dependencia de grandes cantidades de
productos y materiales importados que sólo dificultosamente
podían ser producidos internamente, si es que podían producir­
se, importaba mucho. Los Estados que importan y exportan el
15 % más de subproductos brutos anualmente, como lo hacían
entonces la mayoría de los grandes poderes y como lo hacen
ahora la mayoría de ios poderes medianos y pequeños, dependen
grandemente de Itendr acceso a los mercados extranjeros. Dos o
más partes involucradas en esas relaciones son interdependien-
tes en el sentido :de que son mutuamente vulnerables a la inte­
rrupción o la alteración de su intercambio. La sensibilidad es un
asunto diferente.; ?•.
Tal como Cpoper- afirma correctamente, el valor del comer­
cio de un país variará probablemente más por factores de mag­
nitud que por factores de sensibilidad. La sensibilidad es mayor
si los países son capaces de desplazarse dentro de su producción
doméstica y foránea y en las inversiones “en respuesta a már­
genes de ganancia relativamente pequeños” . En esas condicio­
nes, el valor del intercambio disminuye. Si no se pueden hacer
sustitutos domésticos de las importaciones, o si se pueden hacer
a costos muy altos, el intercambio se convierte en un gran valor
para un país, y es de; importancia primordial para aquéllos que
conducen su política, exterior. El gran valor del comercio japo­
nés, para utilizar, el ejemplo de Cooper, “hizo que Japón en 1941
atacara la flota i norteamericana en Pearl Harbor, para liberar
a su comercio petrolero con las Indias Orientales de'una ame­
naza". Lo que pretende fundamentar es que una gran sensibi­
lidad reduce la vulnerabilidad nacional creando un conjunto de
problemas diferentes. Cuanto más sensible se toma un país,
tanto más deben adecuarse las políticas económicas internas a
las condiciones económicas externas. La sensibilidad erosiona la
autonomía de los Estados, pero no de todos ellos por igual. La
conclusión de Cpoper, y la mía propia, es que a pesar de que
los problemas que plantea la sensibilidad son molestos, a los Es­

210
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECON ÓM ICO S

tados les resulta más fácil enfrentarse a ellos que a la interdepen­


dencia de partes mutuamente vulnerables, y que la posición pri­
vilegiada de Estados Unidos afirma tanto su autonomía como
el grado de la influencia que ejerce sobre otros (1972, pp. 164,
176-80).
Definir la interdependencia como sensibilidad conduce a
una interpretación económica del mundo. Comprender las im­
plicancias políticas de una interdependencia alta o baja requiere
que nos concentremos en la política de la economía internacional,
no en la economía de la política internacional. La concepción co­
mún de la interdependencia omite las desigualdades, ya sean
éstas económicas o políticas. Y, sin embargo, la desigualdad es
el tema de la política. El estudio de la política, las teorías políti­
cas y la práctica política se han dedicado siempre a las desigual­
dades, ya sean entre grupos de intereses, entre comunidades re­
ligiosas y étnicas, entre clases o entre naciones. Internamente,
la desigualdad es una parte importante de la historia política,
aunque no lo es todo. La política interna es también el reino de
la autoridad y la ley, de las instituciones establecidas, de modos
socialmente aceptados de hacer cada cosa. Internacionalmente,
la desigualdad es casi toda la historia política. Las diferencias
de fuerzas nacionales y de poder, y de capacidad y competencia,
constituyen el tema de estudio de la política internacional. Y esto
no ocurre solamente porque la política internacional carece de
leyes efectivas y de instituciones competentes, sino también por­
que entre naciones las desigualdades son mayores que sus desi­
gualdades internas (Kuznets, 1951). Un mundo de naciones mar­
cadas por grandes desigualdades no puede ser tomado como uni­
dad útil para el análisis.
La mayor parte de las confusiones acerca de la interdepen­
dencia se deriva de la imposibilidad de comprender dos puntos:
primero, de qué modo la diferencia de estructura afecta el signi­
ficado, el desarrollo y los efectos de las interacciones de las uni­
dades en el campo nacional e internacional; y segundo, de qué
modo varía la interdependencia de las naciones según sus capa­
cidades. Las naciones están compuestas de partes diferenciadas
que se integran cuando interactúan. El mundo está compuesto de
unidades semejantes que se tornan mutuamente dependientes en
diversos grados. Las partes de un gobierno están reunidas por
sus diferencias; cada una de ellas depende de los bienes y servi-

211
KENNETH N. W A L T Z

cios qué todas ellas producen. Las naciones se separan cuando


cada una de ellas procura autoabastecerse para no depender de
otras. Su grado de independencia, o de dependencia, varía según
sus capacidades (recuérdese el capítulo 6, parte I, sección 2). La
definición de interdependencia como sensibilidad, entonces, im­
plica dos errores. Primero, la definición considera al mundo co­
mo unidad, tal como lo reflejan los clichés ya citados. Segundo, la
definición incluye relaciones e interacciones que representan
diversos grados de independencia para algunos y de dependen­
cia para otros, y los agrupa a todos bajo la etiqueta de interde­
pendencia.

2. La interdependencia como mutua vulnerabilidad

Una definición política más pertinente es la que hallamos en el


uso cotidiano. Interdependencia sugiere reciprocidad entre las
partes. Dos o más partes son interdependientes cuando dependen
de manera más pareja una de otra para el suministro de bienes
y servicios. Son interdependientes si los costos de interrumpir
sus relaciones o de reducirlas son más o menos iguales para cada'
una. Interdependencia significa que las partes son mutuamente
dependientes. La definición nos permite identificar qué es políti­
camente importante en las relaciones más o menos estrechas de
interdependencia. Cuantitativamente, la interdependencia se
hace más estrecha cuando las partes dependen entre sí para lo­
grar grandes cantidades de bienes y servicios; cualitativamente,
la interdependencia aumenta cuando los países dependen entre
sí para la obtención de bienes y servicios importantes imposibles
de conseguir de otra manera. La definición tiene dos componen­
tes: las ganancias y pérdidas agregadas que los Estados experi­
mentan por medio de sus interacciones, y la igualdad con que
esas pérdidas y ganancias son distribuidlas. Los Estados que son
interdependientes con niveles altos de intercambio experimentan,
o están sometidos a, la vulnerabilidad común qué implica la in­
terdependencia.
Como los Estados son unidades semejantes, la interdepen­
dencia entre ellos es baja cuando se la compara con la estrecha
integración de las partes de un orden doméstico. Los Estados
no interactúan entre sí como lo hacen las partes de un gobierno.

212
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS .ECONÓMICOS

En cambio, unas pocas personas y organizaciones de un Estado


interactúan con personas y organizaciones delséxterior. A causa
de estas diferencias, las partes de un gobierno pueden hacer mu­
chas cosas por sí mismas. A causa de su semejanza, los Estados
son mutuamente más peligrosos que útiles. Al ser'funcionalmen­
te indiferenciados, se los distingue primariamente en virtud de
sus mayores o menores capacidades para desempeñar tareas
similares. Así, enunciamos formalmente lo que los estudiosos de
la política internacional han advertido hace mucho tiempo. Los
grandes poderes de una época siempre han sido distinguidos tan­
to por los teóricos como por los políticos.
La estructura de un sistema cambia según las variaciones
de la distribución de capacidades entre las unidades de ese siste­
ma. Cuando cambia la estructura internacional, también cam­
bia el grado de interdependencia. En cuanto a sistemas políticos,
el sistema político internacional es uno de relaciones estrechas.
Una vez establecida esta proposición, deseamos saber cómo varía
la interdependencia en sistemas de estructuras diferentes. La in­
terdependencia es una relación entre iguales. Se reduce merced a
incrementos de las disparidades de las capacidades nacionales. En
la política centrada en Europa, en los tres siglos que finalizaron
con la Segunda Guerra Mundial, los cinco más grandes poderes
procuraron coexistir pacíficamente, y ocasionalmente lucharon
por el predominio. En la política global de las tres décadas trans­
curridas desde la guerra, sólo dos Estados han ocupado el pinácu­
lo del poder. Tanto en lo económico como en lo militar, Estados
Unidos y la Unión Soviética actúan con una independencia del
mundo exterior desconocida a los grandes poderes anteriores.
Cuando cinco o más grandes poderes poblaban el mundo, la ma­
yoría de ellos eran geográficamente más pequeños que los gran­
des poderes de hoy. Concretaban un porcentaje relativamente
alto de sus transacciones entre sí y con eí.resto del mundo. La
interdependencia decreció en la década de .1930, cuando los paí­
ses empezaron a luchar por lograr una mayór autosuficiencia.
Disminuyó más y de manera dramática ^durante la Segunda
Guerra Mundial, pues cada una de las superpótencias que emer­
gió de la guerra es mucho más autosuficiente que los poderes
anteriores. Los Estados Unidos y la Unión Soviética son menos
dependientes económicamente entre sí y con respecto a los otros
países que los grandes poderes de épocas anteriores. Si se piensa

213
KENNETH N. W A L T Z

en el mundo político internacional, resulta sumamente raro que


“interdependenciá” 'seá la palabra que se utiliza comúnmente
para describirlo.
¿Por qué llego !a una conclusión tan diferente de la que se
acepta usualmente? Lo que uno ve cuando observa el mundo
depende de la propia perspectiva teórica, que da color al signifi­
cado de los conceptos. Cuando digo que la interdependencia es
más estrecha o más laxa estoy diciendo algo acerca del sistema
internacional, cuyas características a nivel sistèmico se definen,
como siempre, en virtud de la situación de los grandes poderes.
En cualquier sistema político internacional, algunos de los Esta­
dos mayores y menores son estrechamente interdependientes;
otros son densamente interdependientes. El sistema, sin embar­
go, es estrecha, o laxamente interdependiente, según la dependen­
cia relativamente alta o baja de los grandes poderes. La inter­
dependencia, entonces, es más laxa ahora que lo que lo fue antes
y entre las dos guerras mundiales de este siglo. Muchos que
pretenden medir Id interdependencia económica la hallan más
estrecha en ciertos ó todos los aspectos con respecto a épocas an­
teriores. La diferencia éntre nosotros es conceptual, no empírica.
Miden la interdependencia entre ciertos países o entre todos (ver,
por ej., Rosencrance y Stein, octubre 1973; Katzenstein, otoño
1975; Rosencrance y otros, verano 1977). Se ocupan de la inter­
dependencia como fenómeno a nivel de la unidad, como resulta
esperable, ya que la. reducción domina el campo. Los que limitan
su análisis al nivel -de la unidad infieren, a partir del crecimien­
to internacional y del aumento de la actividad internacional,
que la “ interdependencia internacional” ha aumentado. Por lo
tanto, se dedican a las complejas maneras en las que los temas,
las acciones y las. políticas se han entretejido y en la dificultad
que todos tienen para influir sobre ellas y controlarlas. Han des­
cubierto la complejidad de los procesos y han perdido de vista
hasta qué punto 'ios procesos son afectados por la estructura.
La creciente complejidad de los asuntos públicos y privados es
por cierto importante, pero también lo es el efecto que sobre
ellos ejerce la estructura política internacional. Una concepción
sistèmica de la interdependencia es necesaria para responder a
preguntas tan básicas como éstas: ¿Cuáles son los probables
efectos de la complejidad sobre el sistema? ¿Cuál es la probable
respuesta de los principales poderes del sistema? Esa situación

214
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECON ÓM ICOS

de los poderes en el sistema afecta sus habilidades, sus oportuni­


dades y sus inclinaciones a actuar. Sus conductas varían a medi­
da que cambia la interdependencia del sistema, y las variaciones
nos dicen algo acerca del probable destino, tanto del sistema
como de sus partes —de los grandes poderes y también de los
poderes menores.
La interdependencia tiende a decrecer a medida que dismi­
nuye el número de grandes poderes; y dos es el menor número
posible. La conexión entre el cambio del sistema y el grado de
interdependencia debe ser cuidadosamente expuesta. La corre­
lación no es perfecta porque la interdependencia económica varía
según el tamaño, y no necesariamente con el número, de grandes
poderes. Aunque el tamaño tiende a aumentar mientras los nú­
meros disminuyen, podemos imaginar un mundo de cuatro gran­
des poderes, todos ellos a un bajo nivel de interdependencia eco­
nómica. Cuanto mayor es un país, tanto mayor es el volumen de
transacciones comerciales que concreta internamente. Bergsten
y Cline señalan que los nueve europeos occidentales, si comenza­
ran a actuar en equipo, sólo importarían alrededor del nueve por
ciento de su producto interno bruto, lo que demuestra tanto la
irrelevancia política de gran parte de los trabajos acerca de la
interdependencia como el hecho de que el mayor tamaño estimu­
la al sector interno (1976, pp. 155-61). Europa occidental, si lo­
grara la unidad política, y China con una economía moderna,
serían grandes potencias y altamente autosuficientes. Competir
a nivel de gran- potencia resulta ahora posible tan sólo para los
países de dimensiones continentales. Económicamente, aunque
no militarmente, la interdependencia sería escasa entre tres o
cuatro países de ese tamaño.

ra

¿Qué es lo que observamos si nos retiramos de la teoría y nos


dedicamos a la práctica? ¿Hasta qué punto el sistema interna­
cional parece ser interdependiente?

215
KENNETH N . W A L T Z

1. Condiciones económicas

Aunque los grandes poderes actuales intercambian poca canti­


dad de su producción, ¿no dependen de algunas materias primas
importadas esenciales? Consideremos mejor el caso norteamerica­
no y no el ruso, ya que Estados Unidos importa más que la
U.R.S.S. Debemos especificar tres puntos. Primero, en cualquier
sistema internacional el grado de interdependencia varía. En el
viejo mundo multipolar, la interdependencia económica alcanzó
su punto más alto antes de la Primera Guerra Mundial, y decayó
después de ella. En el nuevo mundo bipolar, la interdependencia
económica se ha incrementado a partir de un nivel bajo desde el
final de la Segunda Guerra Mundial. Entre estos dos sistemas la
brecha de la interdependencia es considerable. Las variaciones
de la interdependencia dentro de un sistema de interdependencia
escasa no debe oscurecer las diferencias entre sistemas.
Segundo, algunas materias primas se harán escasas, y noso­
tros como otros nos tornaremos más dependientes de sus provee­
dores. El control del suministro y los precios del petróleo por
parte de la OPEC ( Organization of Petroleum Exporting Coun-
tries) desencadenó las preocupaciones acerca de la futura escasez
de materias primas, naturales o fabricadas. A medida que au­
mentan los estudios, más segura resulta la conclusión: preocu­
pándose un poco y tomando las disposiciones adecuadas, Estados
Unidos puede tener una seguridad razonable de poseer suminis­
tros suficientes. Fabricamos una cuarta parte de los productos
mundiales, y tenemos al menos la misma proporción de recursos
del mundo. Con más dinero, mejor tecnología y mayores presu­
puestos de investigación, podemos sintetizar, acumular y susti­
tuir materiales esenciales con mayor rapidez que otros países. Un
estudio concluido en 1976 por un grupo de siete economistas para
el Experimental Technologies Incentive Program of the National
Bureau of Standards examinaba la posibilidad de que el gobierno
suministrara fondos para proyectos tendientes a lograr una ma­
yor independencia con respecto a los siete productos que actual­
mente importamos en mayor cantidad: bauxita, cromio, manga­
neso, cobalto, platino-paladio, cobre y petróleo. Concluyeron que
durante los próximos diez años sólo debíamos preocuparnos por

216
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓM ICOS

las posibles reducciones y aumentos de precio del cromio. No re­


comendaron la fundación de nuevas tecnologías péro sí favorecie­
ron la posibilidad de acumular suministros suficientes para pe­
ríodos determinados. En todo caso, salvo en cuanto al petróleo y
el cobre, los almacenamientos ya exceden lás cantidades recomen­
dadas, y de todas maneras ei cobre no es ¡un gran problema. El
problema del almacenamiento no ha sido eí lograr las cantidades
previstas, sino el de no excederlas, y estó' a pesar de las altas
cantidades establecidas por la planificación; de Federal Prepared­
ness Agency, sobre la base de una guerra sconvencional de tres
años y los desajustes que ésta podría causar. (Crittenden, diciem­
bre 31, 1976; Snyder 1966, p. 247; Finney, noviembre 28, 1976;
CIEP, diciembre 1974, p. 16). Lo que es más, la dependencia es
una cuestión comparativa. Recientemente ríos hemos tornado
más dependientes, y también muchos otros. Nuestro uso de las
materias primas importadas ha aumentado, aunque, de diecinue­
ve materiales esenciales, en 1973 Estados Unidos importó el 15 %
de su uso anual comparado con el .75 % dé los países de Europa
occidental y el 90 % de Japón.3De las importaciones norteameri­
canas, dos tercios procedían de Canadá, Australia, Sudáfrica y
otros países más desarrollados, y de esta, cantidad, más de la
mitad correspondía a Canadá ( CIEP, diciembre 1974, p. 4 ).
Tercero, aunque comerciamos un pequeño porcentaje de
nuestra producción nacional, este pequeño porcentaje representa
una gran proporción del comercio mundial^Ver Tabla IV, Apén­
dice) . Cuanto mayor es el comercio de un país, èri términos abso­
lutos, tanto mayor será el número de proveedores. Como mayor
comerciante del mundo, Estados Unidos 'se basa en múltiples
fuentes de suministro. Los movimientos políticos oscilantes o las
revoluciones o las guerras de cualquier parte del mundo pueden
clausurar algunos de los suministros de un país. En este caso,
como en otros, la seguridad se basa en los .números. Como gran­
des compradores, disfrutamos los beneficios de los buenos clien­
tes. También somos con mucho el principal proveedor mundial
de alimentos, de las manufacturas tecnológicas más avanzadas
y de capital. Por el momento, consideremos la dependencia de
otros con respecto a nosotros sólo en el rubro de suministros
agrícolas. Durante las décadas de 1960 y 1970, ¡produjimos el 90

3 El petróleo, excluido aquí, se discutirá inmediatamente.

217
KENNETH N . W A L T Z

por ciento de las exportaciones mundiales de soja, una fuente


importante de proteínas para las personas y también para los
animales (Schneider 1976, p. 23). En 1975, exportamos el 48 %
de trigo, el 56 % de granos alimenticios, y el 50 % de las semillas
de aceite (CIEP, marzo 1976, p. 16). La dependencia de la Unión
Soviética de grandes aunque esporádicas importaciones de grano
norteamericano, de, Europa de cereales forrajeros norteamerica­
nos, y de Japón y de países menos desarrollados de los granos
alimenticios ha crecido de manera rápida y alarmante durante
la década de 19701 Los que tienen aquello que los otros desean o
necesitan están en,posición privilegiada. Los Estados son más
independientes si tienen,acceso a recursos importantes, si tienen
alternativas factibles, si tienen la capacidad de prescindir y si
tienen poder para usarlo en contra de otros. La dependencia es
un camino de doble mano. Su grado varía según el grado de
necesidad que tengamos de ellos, y ellos de nosotros.
Debemos decir algo acerca de las inversiones norteamerica­
nas en el exterior. En 1974 teníamos alrededor de U$S 265 billo­
nes en inversiones extranjeras de todo tipo; en 1973 las ventas
de las firmas norteamericanas que operaban en el exterior su­
maron 295 billones de dólares, suma sólo excedida por los produc­
tos brutos nacionales de EE.UU., la Unión Soviética, Japón y
Alemania Federal (CIEP, marzo 1976, p. 160, Tabla 42; Survey
of Current Business, agosto 1975, p. 23). Podemos pensar que la
vulnerabilidad de las operaciones norteamericanas en el extran­
jero está en proporción!con la dimensión de la inversión. Tene­
mos mucho que perder,1y por ello otros países pueden intentar
despojamos de algo. Y, sin embargo, las expropiaciones de pro­
piedades norteamericanas han sido limitadas y están en dismi­
nución (UN Department of Economic Affairs, 1973, pp. 76-77;
Bamet y Muller 1974, pp. 188-89). Una vez más, debemos enun­
ciar tres puntos. Priméro, debemos separar la cuestión de nues­
tra vulnerabilidad-como nación de la cuestión de la vulnera­
bilidad de las firmas norteamericanas. ¿Hasta qué punto son
vulnerables? De acuerdo con mediciones de ventas en 1971, ocho
de las nueve principales, y 52 de las 90 principales corporaciones
multinacionales son norteamericanas. El porcentaje de benefi­
cios obtenidos en el exterior, de siete de las ocho y de 22 de las
52 está demostrádb: Ganaron, respectivamente, el 34,4 y el 33,5 %
de sus beneficios en el' exterior y realizaron allí el 29,2 % de sus

218
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECON ÓM ICOS

ventas totales (calculado a partir del UN Department oí Econo-


mic Affairs, 1973, pp. 130-32). Como las ganancias externas
representan gran parte de sus beneficios, las firmas más grandes
logran seguridad gracias a la diversificación geográfica, aunque
son cautelosas con respecto al lugar donde se establecen. Cuanto
más importante es una firma para la economía norteamericana,
tanto menos probable es que sufra una fatal serie de pérdidas en
diversos países debido a las regulaciones punitorias o expropia­
ciones. La diversidad de las inversiones norteamericanas, en el
tipo de empresas tanto como en la localización geográfica, da
seguridad y protección contra reveses súbitos y agudos. No es
fácil que las naciones concerten sus políticas, y eso es un consuelo
para la nación cuyas operaciones son globales. Algunas firmas
norteamericanas pueden ser vulnerables, pero Estados Unidos
como nación no lo es. Alguien que tiene mucho que perder puede
afrontar perder un poco. Esta máxima es una proposición común
de la economía oligopólica. El hecho de que una firma grande y
bien considerada puede funcionar a pérdida durante unos años
no es considerado como síntoma de debilidad o de vulnerabilidad
sino como signo de considerable fortaleza. Cuando las disparida­
des son grandes, ya sea entre firmas o entre Estados, los más
grandes no necesitan preocuparse demasiado por las molestas
actividades de los otros.

Inversiones externas directas de EE.UU. ( IED)

1950 En países más desarrollados (PD) 45 %


En países menos desarrollados (PMD) 55 %
1975 En PD 68 %
En PMD 32 %
1950 IED norteamericano en industrias extractivas
del total, de lo cual 28 % en PMD
10% en PD
1975 IED norteamericano en industrias extractivas
del total del IED, de lo cual 10% en PMD
19% en PD

Segundo, la tendencia de las inversiones norteamericanas, ale­


jada de las industrias extractivas en países menos desarrollados
y hacia las industrias manufactureras en los países más desarro-

219
KENNETH N . W A L T Z

liados, hace más seguras las inversiones. Los datos tomados de


la Tabla V del Apéndice demuestran esa tendencia. Los inversores
en industrias extractivas tienen que poner su dinero en el lugar
donde están los recursos. Son más vulnerables a las presiones de
los países anfitriones porque no se pueden desplazar fácilmente
a otros más hospitalarios. En los sectores manufactureros, las
“ corporaciones viajeras” , para usar la expresión de Louis Turner,
eligen los países prestando atención a los beneficios y a la se­
guridad.
Tercero, en los sectores manufactureros la tendencia favore­
ce a los intereses norteamericanos. En una cara de la moneda
observamos que los países extranjeros son sensibles a la presencia
de las firmas norteamericanas, muchas de las cuales se establecen
en sectores de rápido crecimiento, alta tecnología y orientados
a la exportación. Debilitados por la profundidad de la penetra­
ción norteamericana, los países extranjeros intentan reducir su
dependencia prohibiendo las firmas norteamericanas o subsidian­
do a las firmas propias para ayudarlas así a competir. En ciertas
ocasiones durante el gobierno de De Gaulle, Francia adoptó esas
políticas, aunque con altos costos y escaso éxito. Del otro lado de
la moneda observamos las dificultades que los países extranjeros
experimentan para resistirse a las firmas norteamericanas. Las
firmas norteamericanas tienen el dominio tecnológico, y a las fir­
mas extranjeras les resulta difícil ponerse a la par de ellas. Las
dimensiones del mercado doméstico les permiten a las firmas nor­
teamericanas operar en gran escala y generar recursos que pue­
den ser utilizados en el extranjero para competir con las indus­
trias locales, o superarlas. En 1976, por ejemplo, IBM destinó
alrededor de un billón de dólares a investigación y desarrollo,
cifra que excedía el movimiento de la mayor compañía de com­
putación británica, y que era cuatro veces mayor que la cantidad
de dinero de la que disponía el Britain’s Science Research Coun-
cil (Economist, agosto 13, 1977, pp. 64-65). Las dimensiones de
las operaciones de IBM permiten que la compañía gaste dinero a
escala gubernamental.
Las desventajas de las firmas extranjeras se relacionan di­
rectamente con la pequeña escala de sus economías nacionales.
Aunque Inglaterra, Alemania Federal y Japón gastan ahora
casi tanto como nosotros, medido como porcentaje del PBI, en
investigacióh y desarrollo, sus gastos absolutos son menores (ver

220
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓM ICOS

Tabla VI del Apéndice). En estas condiciones, los gobiernos na­


cionales se ven obligados a permitir que las firmas domésticas
concreten acuerdos con las compañías norteamericanas. Las
oportunidades de maniobrar de los Estados más pequeños son
limitadas, además, por la competencia existente entre ellos. Si,
digamos, Francia sigue una política de exclusión, las firmas nor­
teamericanas se establecerán en países vecinos. ¡Incluso aquéllos
que creen que esos países quedan comprometidos con Estados
Unidos no pueden dejar de advertir que se hacéri más ricos y se
tornan más capaces de competir en los mercados exteriores, in­
cluyendo los mercados de los países que excluyen a las firmas
norteamericanas. Los Estados retrasados sólo sé tornan más dé­
biles cuando se excluyen el capital y la tecnología norteamerica­
nas. La industria de computación norteamericana puede seguir
adelante sin la asistencia de las compañías francesas, pero Ma­
chines Bull no pudo sobrevivir sin el capital y la tecnología
norteamericana. En 1962 el gobierno francés rechazó la compra
del 20 por ciento de Bull por parte de General Electric. Incapaz
de hallar otro sodio francés o europeo, el gobierno francés se vio
obligado a aceptar, en 1964, un arreglo a medias con General
Electric. A mediados de la década de 1960, el porcentaje de GE
en la compañía había aumentado hasta los dos; tercios del total.
Las pérdidas de GE la hicieron dejar de desafiar a IBM dentro
del mercado europeo de las computadoras. Én 1970, GE le vendió
todo a Honeywell. La historia continúa, pero ya que no presenta
sorpresas podemos dejar de atenderla (ver Tugendhat, 1971,
p. 36; International Herald Tribune, mayo Í977) : :
De Gaulle deseaba evitar el control norteamericano y man­
tener la independencia de la capacidad francesa de manufacturar
computadoras. ¿Quién no lo querría? Sin embargo, la única op­
ción real era la planteada entre la posibilidad de una compañía
competitiva controlada por norteamericanos y una compañía
francesa no competitiva que tecnológicamente quedaría cada vez
más atrás. En Francia, la penetración del capital europeo es
menor que el porcentaje habitual en Europa occidental, pero es
más alta que el promedio en campos que se sirven de tecnología
avanzada. Advirtamos cuáles son los promedios en diversos cam­
pos. Un estudio de 1970 de la Comisión de la Comunidad Econó­
mica Europea (EEC) demostró que las firmas norteamericanas
producían el 95 % de los circuitos integrados del’ EEC, el 80 %

221
KENNETH N . W A L T Z

de los computadores electrónicos, el 40 % del titanio, y el 30 % de


los automóviles y vehículos (Stephenson 1973, p. 27). La in­
dustria automotriz no opera dentro de la frontera tecnológica. No
obstante, las firmas norteamericanas comandan un impresionan­
te porcentaje de los mercados europeos. Las firmas norteameri­
canas no sólo tienén influencia en cuanto a tecnología y a recur­
sos de capital sino también en cuanto a sus capacidades geren-
ciales y sus redes de mercado.
General Electric, Honeywell y otras firmas norteamericanas
pueden requerir afiliaciones foráneas para competir con IBM.
Puede existir una genuina interdependencia a nivel de la firma.
Es un error identificar la interdependencia a ese nivel con la in­
terdependencia de los Estados. A causa de la tecnología de la que
disponen, junto con otras ventajas que ofrecen, las firmas norte­
americanas son de gran importancia para las firmas extranjeras.
Los intentos de ¿grupación de estas últimas se ven obstaculi­
zados por la gran atracción que ejerce sobre ellas la posibilidad
de establecer conexiones con las firmas norteamericanas. Tam­
bién los países foráneos sienten esa atracción debido a la ayuda
que las firmas norteamericanas pueden suministrar a sus econo­
mías y exportaciones. En 1966 y 1970, siete países fueron someti­
dos a investigación: Inglaterra, Francia, Alemania Federal, Bél-
gica-Luxemburgo, Canadá, México y Brasil. En ambos años se
descubrió que las: firmas norteamericanas representaban un pro­
medio del 13 % de la formación bruta de capital de cada país,
y del 20 al 22 % de la formación de capital en el sector de maqui­
naria vital (Ver Tabla VII del Apéndice). Lo que es más, en esos
años, las firmas norteamericanas generaron del 7 al 45 % de las
exportaciones totales del mundo (Ver Tabla VIII, Apéndice, y,
para las exportaciones del sector manufacturero, la Tabla IX del
Apéndice).
Las cifras y comentarios que acabamos de hacer esclarecen
el porqué la urgencia de limitar la intrusión de las firmas nor­
teamericanas, o de excluirlas, ha dejado lugar a un intenso corte­
jo de las mismas; En 1966 La Fairchild Corporation, al abrir una
nueva planta en la Francia degaullista, comentó que los funcio­
narios del gobierno habían “movido cielo y tierra para suminis­
trarnos facilidades” ; (Tugendhat 1971, p. 37). La competencia
por las firmas norteamericanas se ha acelerado. Inglaterra ganó
una planta Ford eri 1977 tras una intensa rivalidad con otros

222
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECON ÓM ICO S

Estados europeos. La planta era digna de esa competencia. Se es­


pera que suministre, de manera directa, 2.500 empleos, otros
5.000 indirectamente, y un cuarto de billón de dólares de expor­
taciones anuales (Collins, setiembre 10, 1977). En general, se
pueden preferir las firmas domésticas a las extranjeras, pero no
es posible preferir las retrasadas firmas domésticas a las extran­
jeras florecientes que en general estimularán la economía.
Las corporaciones multinacionales están mal designadas.
Son firmas con bases nacionales que operan en el exterior, y más
de la mitad de las más grandes tienen base norteamericana.
Cuando se dice que las corporaciones multinacionales toman sus
decisiones según una base global, se tiene la impresión de que las
naciones ya no tienen ninguna importancia. Pero esa impresión
es absolutamente errónea. Las decisiones se toman en términos
de corporaciones enteras y no meramente según la situación y los
intereses de ciertas subsidiarias. El cuadro que usüalmente se
pinta es el de un mundo en el que la actividad económica se ha
tornado transnacional, con fronteras nacionales muy permeables
y dirigentes que toman sus decisiones sin tener siquiera en cuen­
ta estas fronteras. Pero la mayor parte de las más grandes cor­
poraciones internacionales son de base norteamericana; la ma­
yoría de la investigación y el desarrollo que llevan a cabo se reali­
za en Estados Unidos, y la mayoría del personal jerarquizado es
norteamericano (Tugendhat 1971, pp. 17, 124). En estas condi­
ciones, es razonable suponer que al tomar decisiones corporati­
vas, aunque tanto el gobierno norteamericano como el gobierno
extranjero intenten regular estas actividades, el hecho de que la
mayoría de las corporaciones tengan base norteamericana con­
fiere gran ventaja a este último gobierno. Es por ello que la
perspectiva norteamericana será, probablemente, la que preva­
lezca. No debemos concluir con ligereza que la descentralización
de las operaciones implica la carencia de centros de control. A
partir de mediados del siglo diecinueve, la más veloz transmisión
de ideas resultó, según expresión de R. D. McKenzie, en la “ cen­
tralización del control y en la descentralización del funciona­
miento” . Tal como dice, “ el mundo moderno está integrado por
medio de la información recogida y distribuida a partir de cen­
tros fijos de dominio” (julio 1927, pp. 34-35). Dentro de los Esta­
dos Unidos, cuando la industria empezó a diversificarse desde
el noreste, los ciudadanos del sur y del oeste se quejaron de que

223
KENNETH N. W A L T Z

el control permanecía en New York y en Chicago, donde se toma­


ban las decisiones corporativas sin prestar atención a los intere­
ses regionales. Los europeos y otros expresan ahora quejas simila­
res. Debemos preguntarnos en qué lugar se reúne la mayoría de
los hilos, y la respuesta no es en Londres, Bruselas o París, sino
más bien en la ciudad de New York y en Washington. El tér­
mino “ corporación multinacional’’, al igual que el término “ in­
terdependencia” , confunde la especial posición norteamericana,
en este caso, una posición que no comparte la Unión Soviética.

2. Efectos políticos

La interdependencia ha sido escasa desde la Segunda Guerra


Mundial. Recientemente, hemos adquirido algún sentido de lo
que significa la dependencia por haber experimentado algo más
de ella. No hemos logrado mayor sentido de cómo nuestra
escasa interdependencia, y la de la Unión Soviética, pueden com­
pararse con la elevada interdependencia de los poderes anterio­
res, ni del efecto que esa escasa interdependencia tiene sobre
nuestra conducta. Jamás en la historia moderna los grandes
poderes han estado tan distantes de los Estados menores, y
tan poco involucrados entre sí en cuanto a los aspectos econó­
micos y sociales. ¿Cuáles son las consecuencias políticas que
derivan del hecho de que la interdependencia sea más estrecha
o laxa?
Me he ocupado de las distinciones entre el orden interno y
el orden externo. La existencia de esa distinción es negada por
aquéllos que afirman que la interdependencia ha cambiado el
carácter de la política internacional. Muchos creen que la mera
mutualidad del intercambio internacional se está transforman­
do en una verdadera integración socio-económico-política. Se
puede dar apoyo a esta formulación en un solo punto. La con­
cepción común de la interdependencia sólo es apropiada si las
desigualdades entre las naciones están disminuyendo rápida­
mente y perdiendo su significación política. Si la desigualdad
entre las naciones sigue siendo el hecho dominante de la vida
internacional, entonces la interdependencia sigue siendo esca­
sa. Los ejemplos económicos de esta sección, así como los

224
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓM ICOS

ejemplos militares que se suministran en la próxima, dejan


claro ese hecho. ^
En épocas plácidas, los estadistas y los comentaristas em­
plean el rico vocabulario de los clichés que se apiñan en torno
a la noción de interdependencia global. Comp un relámpago,
las crisis revelan los verdaderos rasgos del paisaje. ¿Qué es
lo que revela la crisis petrolera que siguió a ,la guerra árabe-
israelí de octubre de 1973? Como esa crisis ps, familiar para
todos y será recordada durante mucho tiempo, podemos con­
centrarnos en sus enseñanzas sin tener que repetir los detalles.
¿Revela acaso a los Estados oprimidos por sus limitaciones
comunes, y condenados a aplicar los rémedios que pueden
idear? ¿O muestra que las capacidades desiguales dé los Esta­
dos son las que explican los destinos que éstos sufren y dan
forma a los resultados políticos internacionales?
Recordemos cómo Kissinger trazó el perfil del poder. “Los
gigantes económicos pueden ser militarmente débiles” , dijo, “ y
la fuerza militar tal vez no sirva para compensar la debilidad
económica. Los países pueden ejercer influencia política aún
cuando no tienen fuerza militar ni económica” (ver p. 130). Las
capacidades económicas, militares y políticas pueden mante­
nerse separadas al medir la capacidad de actuación de las na­
ciones. La baja política, preocupada por los asuntos económi­
cos y de esa naturaleza, ha reemplazado á las preocupaciones
militares como tema de importancia dentro de la agenda in­
ternacional. En pocos días, la guerra árabe-isráelí demostró lo
erróneo de ese razonamiento. Ese razonamiento ha apoyado las
referencias establecidas a principios de la década de 1970 con
respecto a que los países militarmente débiles y políticamente
desunidos de Europa occidental constituían "un gran poder
civil” . Recuérdese la conducta política del gran poder civil
después de la guerra. No fue Europa occideritál como poder,
sino los Estados individuales de Europa occidental, quienes
respondieron a la crisis —según la metáfora de The Eco-
nomist— comportándose como gallinas y avestruces al mismo
tiempo. Corrían en círculos sin propósito, cacareando vivamen­
te mientras mantenían las cabezas bajo tierra. ¿Cómo podemos
justificar esa conducta? ¿Les fallaron los nervios? ¿Es que los
gigantes de ayer —los Attlee y Bevin, los Adenauer y los De
Gaulle— han sido reemplazados por hombres de menor esta­
KENNETH N . W A L T Z

tura? La diferencia de las personas explica algunas cosas; la


diferencia de las 'situaciones explica más. En 1973 los países
de Europa occidental dependían del petróleo para el 60 % de su
suministro energético. Gran parte de ese petróleo procedía de
Oriente Medio (ver Tabla X del Apéndice). Los países altamen­
te dependientes, los países que consiguen mucho de lo que ne­
cesitan por medio de proveedores posiblemente poco confiables,
deben hacer todo lo que pueden para aumentar las chances de
seguir consiguiendo eso que necesitan. Los débiles, careciendo
de influencia, pueden defender su causa o sufrir pánico. No es
sorprendente que la mayoría de los países en cuestión hicieran
un poco de cada.cosa.
La conducta de las naciones durante la crisis energética
que sucedió a la militar reveló la escasa relevancia política de
la interdependencia definida como sensibilidad. En cambio, se
demostró claramente el acierto de las proposiciones que acabo
de enunciar. Los ajustes económicos tersos y claros causan
pocas dificultades. Las intervenciones políticas que producen
cambios de precios agudos y súbitos causan problemas econó­
micos y políticos difíciles de enfrentar. La crisis también reve­
ló que, como es habitual, los conflictos entre las naciones se co­
rresponden estrechamente con su poder económico y militar.
En el verano de 1973-74, las políticas de los países de Europa
occidental tenían que adecuarse a las necesidades económicas.
Cuanto más depende un Estado de otros, y cuanto menor sea
el poder que tiene sobre ellos, tanto más deberá concentrarse
en el modo en que sus decisiones afectan el acceso que tiene a
suministros y mercados de los que depende su bienestar o su
supervivencia. Ésta- es la descripción de las situaciones de du­
da de Estados que-son iguales a todos los otros. En contraste,
Estados Unidos pudo llevar a cabo su política según sus propios
cálculos políticos y militares. Como importábamos sólo el dos
por ciento de nuestro suministro energético del Oriente Medio,
no tuvimos que apaciguar a los países árabes como tendríamos
que haberlo hecho si nuestra economía hubiera dependido de
ellos y no hubiéramos carecido de poder económico. Estados
Unidos pudó manejar la crisis que otros crearon con el objeto
d.e promover un equilibrio de intereses y de fuerzas que impli­
cara algún tipo de promesa de paz. La desigual incidencia de la
escasez estimuló lá posibilidad de cierto manejo. ¿Qué significa

226
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECON ÓM ICO S

entonces afirmar que el mundo es cada vez más interdependien-


te, un mundo en el que todas las naciones están limitadas, en
el que todas las naciones han perdido control? Muy poco. Para
testear los efectos de las desigualdades, debemos desarticular la
palabra “ interdependiente" e identificar las variantes mezclas
de dependencia relativa en el caso de algunas naciones muy
desiguales: algunas de ellas están severamente limitadas, en
tanto otras tienen amplios márgenes de elección; algunas tie­
nen poca capacidad de afectar los acontecimientos que se pro­
ducen fuera de sus fronteras, en tanto otras ejercen una inmen­
sa influencia.
La crisis energética debió haber puesto esto en claro, pero
no lo hizo. Los comentaristas de los asuntos públicos siguen
acentuando la interdependencia del mundo y afirmando que las
naciones están perdiendo control y tornándose cada vez más
interdependientes. La transmutación de conceptos en realida­
des y el hecho de dotarlas de fuerza causal se ha convertido en
hábito. Los funcionarios públicos y los estudiantes de asuntos
internacionales solían escribir acerca del equilibrio de poder
como causal de guerra o como preservador de la paz. Ahora
atribuyen una realidad comparable al concepto de interdepen-
cia y le asignan una notable fuerza causal. Así, el secretario
Kissinger, que bien puede representar a ambos grupos, se pre­
guntaba "si la interdependencia estimulará el progreso común
o el desastre común” (enero 24, 1975, p. 1). Describía la política
norteamericana en Oriente Medio como el modo de reducir la
vulnerabilidad de Europa y de Japón, de encaminar un diálogo
con los productores, y de “dar efecto al principio de la interde­
pendencia sobre una base global” (enero 16, 1975, p, 3). La in­
terdependencia se ha transformado en una cosa en sí misma:
un “ desafío” con sus propios requerimientos, un “ imperativo
moral y físico” (enero 24, 1975, p. 2; abril 20, 1974, p. 3).
Sin embargo, cuando se abocaba a problemas reales, Kis­
singer acentuaba la posición especial de los Estados Unidos.
El esquema de sus numerosas declaraciones acerca de proble­
mas tales como la energía, la alimentación y la proliferación
nuclear, acentuaba en primer lugar el hecho de que nuestra
situación común negaba toda posibilidad efectiva de actuación
nacional, y situaba luego a los Estados Unidos en una categoría
aparte. Así, dos párrafos después de haber afirmado nuestra

227
KENNETH N. WALTZ

creencia en la interdependencia, hallamos esta pregunta: “ ¿En


qué otro país un dirigente podría decir: “ Vamos a resolver la
cuestión de la energía; vamos a resolver la cuestión de la ali­
mentación; vamos a resolver la cuestión de la guerra nuclear” ,
y que todo el mundo lo tomara en serio?” (octubre 13, 1974,
p. 2).
Al acoplar sus numerosas afirmaciones de la interdepen­
dencia con palabras acerca de lo que podemos hacer para ayu­
darnos a nosotros mismos y a otros, ¿acaso Kissinger no estaba
afirmando que somos mucho menos dependientes que la ma­
yoría de los países? Todos estamos limitados pero, parece, no
de manera igualitaria. El hecho de ganar control de las fuerzas
que afectan a las naciones constituye un problema para todos,
pero en proporciones diferentes. Podríamos pensar que la in­
terdependencia es un eufemismo utilizado para oscurecer la
dependencia de la mayoría de los países (cf. Goodwin, 1976, p.
63). No es así, dice Kissinger: al igual que los otros, estamos
atrapados en la red, porque la imposibilidad de resolver im­
portantes problemas de recursos llevaría a la recesión en otros
países y arruinaría la economía internacional. Eso nos dañaría
a todos. Sin duda lo haría, pero en este caso una vez más se
ignora la desigual incidencia de los daños causados. La recesión
en algunos países dañaría a otros, pero más a algunos que a
otros. La comprensión económica de un innominado ministro
petrolero árabe parece ser mayor. “Si una escasez petrolera lle­
vara a la recesión a la economía norteamericana, observó, todo
el mundo sufriría. Nuestra economía, nuestro régimen y hasta
nuestra supervivencia, dependen de una economía norteameri­
cana saludable” (Newsweek, marzo, 25, 1974, p. 43). El grado
de sufrimiento de un país depende, en general, del grado de su
comercio exterior. Como dijo el canciller Schmidt en octubre
de 1975, Alemania Federal y su economía dependen mucho más
que nosotros de la recuperación económica internacional, ya
que exporta anualmente el 25 % de su producto interno bruto
(octubre 7, 1975). La cifra comparable de Estados Unidos era
del siete por ciento.
Independientemente de la formulación, siempre aparece la
misma respuesta: dependemos de algún modo del mundo ex­
terno, pero casi todos los otros países dependen mucho más.
Los países que dependen de otros en aspectos importantes tra-

228
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓMICOS

bajan para limitar o disminuir esa dependencia si es razona­


ble.4 Desde fines de 1973 en adelante, en el período del embargo
petrolero y del aumento de los precios, los presidentes Nixon y
Ford, el secretario Kissinger y un infinito número de dirigentes
norteamericanos proclamaron tanto unanueva época de inter­
dependencia como el propósito de qué Estados Unidos fuera
independiente en el aspecto energético para 1985. Ésta es hasta
tal punto la conducta natural de los Estados importantes que
no sólo sus voceros sino aparentemente también el público
dejan de advertir el tono humorístico. Como los Estados se
hallan dentro de un sistema de auto-ayuda, tratan de no ser
dependientes de otros con respecto a servicios y bienes vitales.
Lograr la independencia energética sería costoso. Acertadamen­
te, los economistas señalan que, según su definición de interde­
pendencia, el costo de lograr ese propósito es una medida del
grado en que nos afectan las condiciones internacionales. Pero
eso implica pensar en la interdependencia tan sólo como sensi­
bilidad. Políticamente, el punto importante es que sólo los po­
cos países industriales de gran capacidad están en condiciones'
de pensar seriamente en ser independientes en el aspecto ener­
gético. Tal como lo expresara Kissinger: “ Tenemos mayor ca­
pacidad que los otros porque podemos hacer muchas cosas por
cuenta propia. Los otros no pueden” (enero 13, 1975, p. 76).
Y, sin embargo, aunque tal vez seamos capaces de “ resolver
la energía” , no lo hemos hecho. Nuestra dependencia con res­
pecto al petróleo extranjero se ha incrementado durante los
últimos años, y, como el precio del petróleo se multiplicó por
cinco entre 1973 y 1977, tendemos a creer que el costo del pe­
tróleo importado estimuló la inflación y obstaculizó el creci­
miento económico. Somos más dependientes que antes, pero
otros siguen siendo más dependientes aún. En 1973, importa­
mos el 17 % de nuestro consumo energético anual; en 1976,
alrededor del 20 %. Mientras tanto, Italia, Francia, Alemania y

4 Adviértanse las implicaciones de esta declaración enunciada por


Leonid Brézhnev: "Los que creen que necesitamos" vínculos e intercam­
bios dentro de los campos económicos y científico-técnicos mucho más
que en otros aspectos están equivocados. El volumen de las importaciones
de la URSS por parte de países capitalistas constituye solamente el 1,5
por ciento de nuestro producto interno bruto. Resulta claro que esa cifra
no tiene una importancia decisiva para el desarrollo de la economía del
Soviet" (octubre 5, 1976, p. 3). ¿¡

229
KENNETH N. W ALTZ

Japón, siguieron dependiendo de los recursos importados para


casi toda la energía qué utilizan. Los datos de la Tabla X del
Apéndice revelan las diferencias en dependencia entre Estados
Unidos y otros países (ver también Tabla XI deí Apéndice).

Importaciones de petróleo como % del suministro energético


(col. 1) e importaciones petroleras procedentes del Oriente
Medio como % del suministro energético (col. 2)

Europa Occidental Japón Estados Unidos


(1) (2) (I) (2) (i) (2)
1967 50 ■ : 25 62 52 9 0,7
1970 57 . ; 28 . 73 60 10 0,5
1973 60 41 : 80 61 17 2
1976 54 37 74 55 20 5

Es necesario enunciar varios puntos. Aunque nos hallamos


en mejor posición qué la mayoría de los países, hemos sido
lentos para tomar medidas para limitar o reducir nuestra de­
pendencia, tal cómo se ve en la Tabla X II del Apéndice. Como
seguimos utilizando dos o tres veces más energía per cápita
que las otras democracias industriales, y como tenemos recur­
sos energéticos más adecuados que la mayoría de ellas, pode­
mos disminuir nuéstro grado de dependencia si lo deseamos.
Los propósitos dél presidente Ford, fueran o no sensatos, no
están fuera de nuéstro alcance.
Tal como él los describió, esos propósitos estaban destina­
dos a "terminar con la vulnerabilidad a las alteraciones econó­
micas súbitas por parte de los proveedores foráneos para 1985",
y a “desarrollar nuestra tecnología y nuestros recursos energé­
ticos de modo qué Estados Unidos tenga la capacidad de sumi­
nistrar una parte; significativa de las necesidades energéticas
del mundo libre a fines de este siglo" (enero 16, 1975, p. 24).
Por medio de la conversión del carbón en líquidos y gases, de
la extracción dél petróleo de esquistos, y de la construcción de
mayor cantidad dé plantas nucleares, podemos estar en condi­
ciones de utilizar más fuentes de energía, extrayendo menos
de otras. Pero no necesitamos apresuramos a hacer esos esfuer­
zos. Tras haber impuesto tasas al petróleo importado durante

230
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓMICOS '

muchas décadas para asegurarnos, en nombre del desarrollo


de los propios recursos, de que usaríamos primero nuestro
propio petróleo, ahora tiene sentido confiar más en las impor­
taciones. Dada la actual situación de Estados Unidos, lo más
apropiado sería hacer lo siguiente: tomar medidas para la con­
servación de la energía, concentrarse en la investigación y no
en el desarrollo de nuestras fuentes energéticas, y construir
una reserva de petróleo suficiente para sobrevivir, digamos; a
un embargo de seis meses.5 Una reserva para seis meses nos
daría un cómodo margen de seguridad. La mayoría de los países
de la OPEC, dejando de lado sus riquezas petroleras, son débi­
les en lo económico, lo militar y lo político. Y más aún porque
la mayoría de sus intereses son divergentes, por lo que podemos
apostar a que son incapaces de sostener políticas punitivas por
largo tiempo, en contra de los mayores poderes del mundo.
Diríamos que la conclusión es inevitable: el país que pro­
duce la mayoría de los bienes del mundo halla mayor cantidad
de maneras de cuidarse que el resto de los países. Esto no sig­
nifica que no dependamos en absoluto de todos los otros paí­
ses. Esto no significa que algunas de nuestras elecciones no
resulten costosas. Esto significa que nosotros, más que cual­
quier otro país, podemos pagar un precio más alto por las de­
cisiones que tomemos.
La tensión existente entre la situación norteamericana y la
afirmación de que el mundo es interdependiente resulta obvia.
¿Cómo distender esta tensión? Hay dos maneras. Primero,
aquéllos que usan con agrado las palabras de moda convierten
“interdependencia” en un término cargado de sentido gracias
a la infinita variación de los adjetivos que la preceden. Psicoló­
gica, sectorial, política, asimétrica: éstas y otras palabras se
utilizan como modificadores de “interdependencia” . Así utili­
zadas, todas ellas significan lo siguiente: las partes que no son
generalmente interdependientes pueden serlo de manera limi­
tada y particular. La interdependencia asimétrica se refiere a las

5 El Plan Estratégico de Reserva Petrolera de 1976 demanda que en


1982 se hayan acumulado 500 millones de barriles, cantidad que nos sos­
tendría durante cuatro meses según los promedios de consumo de 1977.
La administración Cárter, durante su primer año, decidió proponerse un
depósito de un billón de barriles para 1985. La ÍEA, lo que es más, re­
quiere que sus miembros posean una reserva igual a las importaciones
de 70 días, requerimiento que se elevará a 90 días para 1980.

231
KENNETH N. WALTZ

partes que no son mutuamente dependientes pero que se afec­


tan mutuamente de alguna manera. Cuando se compara con
otras naciones, Estados Unidos es más independiente que
dependiente. El término “ interdependencia asimétrica” sugiere
que se ha advertido este hecho, pero que se desea evitar una
referencia clara a la desigual condición de las naciones. “ Secto­
rial” sugiere que sabemos que no estamos condenados a rela­
ciones de dependencia mutua, aunque en algunos aspectos nues­
tra dependencia pueda ser elevada. La variación de los adjeti­
vos utilizados para modificar "interdependencia” adapta el
concepto a las diferentes situaciones. El concepto, entonces, no
esclarece las situaciones sino que, en cambio, las satisface des­
criptivamente. La variedad de adjetivos utilizados refleja la
modalidad de la palabra que modifican. Pero, según esa moda­
lidad, eso hace que las distinciones analíticamente útiles sean
cada vez más difíciles de discernir. Todo afecta a todo. Eso es
lo que en general sugiere la interdependencia. Esa idea puede
ser el principio del conocimiento, pero no su fin. Lo que desea­
mos saber es cómo y en qué grado, quién es afectado por qué, y
de qué depende.
Segundo, los que creen que Estados Unidos está involucra­
do con todo el mundo desplazan el significado de interdepen­
dencia desde las naciones a las políticas que éstas siguen. El
juego es llevado a sus últimas instancias por aquéllos que se
refieren a la interdependencia psicológica y política, sugiriendo
a partir de ello que los Estados Unidos están involucrados, y
por lo tanto limitados, porque se preocupan por el bienestar
de otras naciones y prefieren actuar para ejercer influencia sobre
lo que a esas naciones les ocurre.6 Conferir ese significado a la
interdependencia indica que somos una gran potencia, y no
simplemente una de las partes de un mundo interdependiente.
Se considera que las naciones que están en condiciones de preo­
cuparse, y de actuar por el presunto bienestar de otras, se ha­
llan en una posición muy especial. La economía de la interde­
pendencia da lugar a la política de nuestra preocupación por los
6 Cf. esta afirmación, que aparece en un informe de la Federal
Energy Office: Estados Unidos, logrando independencia energética, "be­
neficiará a otros países importadores aliviando las tensiones del suminis­
tro mundial de petróleo. En este sentido, el ‘Proyecto Independencia' po­
dría ser más adecuadamente llamado 'Proyecto Interdependencia’ " (Se­
nado de los Estados Unidos, 1974, p. 14).

232
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓMICOS

demás. Digamos lo que digamos, no estamos en la misma posi­


ción económica que la mayoría de los paísés. No podemos
practicar la economía de la interdependencia, como con fre­
cuencia se nos aconseja, porque, a diferencia de la mayoría de
los Estados, no estamos atrapados en la red. Tampoco podemos
adoptar políticas interdependientes, ya que la interdependencia
es una situación, no una política. Las partes dependientes ade­
cúan sus conductas a las preferencias .de aquéllos de los que
dependen. Nosotros, en cambio, utilizamos una favorable posi­
ción económica para respaldar los fines políticos nacionales. La
economía de la independencia es lo que posibilita la prosecu­
ción de las metas norteamericanas, tal como podríamos esperar
(cf. Ñau, 1975). ‘

IV

Cuando las grandes potencias del mundo no abarcaban mucho


geográficamente, realizaban gran parte de sus transacciones en
el exterior. La estrecha concentración de poder de la actualidad,
y el hecho de que los Estados Unidos y la Unión Soviética son
escasamente dependientes del resto del mundo, produce .una si­
tuación internacional muy diferente. La diferencia entre la situa­
ción de los grandes poderes en el nuevo mundo bipolar y la de
los antiguos poderes del mundo multipólar puede observarse
si se contrasta la situación de Estados Unidos con la de las
grandes potencias anteriores. Cuando Inglaterra era el Estado
líder del mundo en lo económico, la parte de su riqueza inver­
tida en el exterior excedía con mucho la parte que ahora re­
presenta la inversión norteamericana en él extranjero. En 1910,
el valor de la inversión exterior inglesa era más del doble de
su ingreso nacional. En 1973, el valor; total de la inversión
norteamericana en el exterior era de un quinto de su ingreso
nacional. En 1910, la ganancia inglesa de sus inversiones en el
exterior era el ocho por ciento del ingreso nacional; en 1973,
la cifra comparable para Estados Unidos era/del 1,6 % (cifras
inglesas computadas de Imlah 1958, pp. 70-75, y Woytinsky y
Woytynsky 1953, p. 791, Tabla 335; cifras para Estados Unidos
computadas del CIEP, marzo 1976, pp. 160-62, Tablas 42, 47, y
US Burean of the Census, 1975, p. 384, y Survey ofCurrent Bu­
siness, octubre 1975, p. 48). En su cima, Inglaterra tenía una

233
KENNETH N. W ALTZ

gran inversión externa, y esa inversión resultaba enorme con


respecto a su producto nacional. A partir de sus inmensas y
extendidas actividades, ganó considerable influencia. A causa del
grado de su dependencia con respecto al resto del mundo, se
requería habilidad y conocimiento para la utilización de esa in­
fluencia. Las grandes potencias anteriores dependían de los ali­
mentos y las materias primas importadas mucho más que los
Estados Unidos y ia Unión Soviética en la actualidad. Su depen­
dencia los obligaba a esforzarse para ganar control de sus su­
ministros vitales.
Actualmente, el mito de la interdependencia oscurece las
realidades de la política internacional, y afirma la falsa creencia
acerca de las condiciones que promueven la paz, tal como se
demostrara conclusivamente a partir de la Primera Guerra
Mundial. “Las estadísticas de la interdependencia económi­
ca de Alemania y sus vecinos, comentó John Maynard Key-
nes, son sobrecogedoras” . Alemania era el mejor cliente de
seis Estados europeos, incluyendo Rusia e Italia; el segun­
do cliente de tres, incluyendo Inglaterra; y el tercer cliente
de Francia. Era la mayor fuente de suministros de diez Es­
tados europeos, incluyendo Rusia, Austria-Hungría e Italia; y
la segunda fuente.de suministros de tres, incluyendo Inglaterra
y Francia (Keynes, 1920, p. 17). Y entonces el comercio era pro­
porcionalmente: mucho más elevado que ahora. Entonces, los
gobiernos se hallaban más involucrados internacionalmente que
en sus economías nacionales. Ahora, los gobiernos están más
involucrados con respecto a sus economías nacionales que in­
ternacionalmente. Éste es un hecho afortunado.
Económicamente, la escasa dependencia de Estados Unidos
significa que los costos y las posibilidades de que perdamos a
nuestros socios comerciales son bajos. Otros países dependen
más de nosotros que nosotros de ellos. Si los vínculos se cortan,
ellos sufren más que nosotros. Dada esta condición, las sancio­
nes sostenidas en nuestra contra significarían, para esos países,
casi una automutilación. Estados Unidos puede salir adelante
sin el resto del mundo mucho mejor que cualquiera de los paí­
ses, que no podrán pasársela sin Estados Unidos. Pero, alguien
se apresurará a decir, si Rusia o cualquier otro pudiera cerrar
el comercio y ’ las inversiones norteamericanas en la mayoría
de las partes del mundo, nos asfixiaríamos hasta morir. Para

234
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓMICOS

creer esto, no debemos pensar en términos políticos sino en


términos apocalípticos. Si algunos países desean disminuir su
trato con nosotros, otros desearán aumentarlo. Más que cual-,
quier otro país, Estados Unidos puede conferir o negar cierta
cantidad de favores en cuestiones comerciales, tales como prés­
tamos, suministro de energía atómica para fines pacíficos y se­
guridad militar. Si se necesitan medios pacíficos para que otros
países cumplan con las políticas preferidas de Estados Unidos,
el gobierno norteamericano no deberá esforzarse demasiado
para hallarlos. La Unión Soviética depende aún menos del mun­
do exterior en lo económico, pero también es cierto que ejerce
sobre él menos influencia económica y política. Estados Uni­
dos depende más del mundo exterior en lo económico, pero
ejerce mayor influencia sobre él, tanto en lo económico como
en lo político.
El tamaño de los dos grandes poderes les confiere cierta
capacidad de control y al mismo tiempo los aísla confortable­
mente de los efectos de las conductas de los otros Estados. La
desigualdad de las naciones produce una situación de equilibrio
a un bajo nivel de interdependencia. Ésta es una descripción
del mundo bastante diferente de la que pintan los interdepen-
dentistas y transnacionalistas de hoy. Se aferran a una versión
económica de la teoría del dominó: cualquier cosa que pase en
cualquier parte del mundo puede dañarnos directamente o por
repercusión, y, por lo tanto, debemos reaccionar ante cualquier
hecho. IjCsta afirmación es verdadera solamente si las naciones
políticamente importantes están estrechamente vinculadas. Ya
hemos visto que eso no ocurre. Rara vez ha sido más grande
la discrepancia entre la homogeneidad sugerida por la “ inter­
dependencia” y la heterogeneidad del mundo en que vivimos.
Un mundo compuesto por unidades muy desiguales no puede
llamarse interdependiente. Un mundo en el que pocos Es­
tados pueden cuidarse a sí mismos y en el que la mayoría no
tiene esperanzas de hacerlo no puede calificarse de interdepen-
diente. Un mundo en el que la Unión Soviética y China siguen
políticas de exclusión no puede calificarse de interdependiente.
Un mundo de agudos nacionalismos no puede llamarse interde­
pendiente. La confusión de los conceptos daña la claridad del
análisis y confunde tanto las necesidades como las posibilida­
des de la acción. Considerar al mundo como unidad y llamarlo

235
KENNETH N. WALTZ

"interdependiente” es lógicamente erróneo y políticamente oscu­


rantista. Las tortuosidades de la diplomacia son comparadas,
á veces, con las del ajedrez. Ninguno de ambos juegos puede
jugarse exitosamente si no se describe con precisión el tablero.
Hasta ahora he demostrado que los números más pequeños
son mejores que los grandes, al menos para los Estados más
importantes. La definición del concepto, y el examen de la
economía de la interdependencia, no establecen cuál número pe­
queño es el mejor de todos. No podríamos responder a esa pre­
gunta porque la interdependencia económica varía con la di­
mensión de las grandes potencias, y esa dimensión no se corre­
laciona de manera perfecta con su número. En el siguiente ca­
pítulo, el examen de la interdependencia militar nos conducirá
a una respuesta exacta.

236
8

C AU SAS E STR U CTU R ALES Y


EFECTOS M ILIT A R E S

El capítulo 7 demostró por qué lo más pequeño es mejor. Decir


que pocos es mejor que muchos no implica decir que el dos es
lo mejor de todo. La estabilidad de los pares —de corporacio­
nes, de partidos políticos, de socios matrimoniales— ha sido
frecuentemente apreciada. Aunque la mayoría de los estudiosos
de política internacional creen probablemente que los sistemas
de muchos grandes poderes serían inestables, se resisten a la di­
fundida noción de que dos es el mejor de los números peque­
ños. ¿Están en lo cierto? En nombre de la estabilidad, de la paz
0 de lo que fuere, ¿deberíamos preferir un mundo de dos grandes
poderes o un mundo de varios? El capítulo 8 demostrará por
qué el dos es el mejor de los números péquéños. Llegamos a
algunas conclusiones —aunque no a ésa—; gracias a la conside­
ración de la interdependencia económica. Los; problemas de la
seguridad nacional en mundos multi y bipolares demuestran
claramente las ventajas de la existencia de dos; y sólo dos, gran­
des poderes dentro del sistema.

El establecimiento y demostración de las virtudes de los siste­


mas de dos requiere la comparación de sistemas de diferentes
números. Como el capítulo previo sólo se ocupaba de los siste-
más de números pequeños y más pequeños, no tuvimos que con­
siderar las diferencias causadas por la presencia de dos, cuatro
o más partes dentro de un sistema. Debemos hácerlo ahora. ¿Por
qué criterios determinamos que un sistema político internacio­
nal cambia, e, inversamente, con qué criterio decimos que un
sistema es estable? Los científicos políticos con frecuencia agru­
pan diferentes efectos bajo el rótulo de estabilidad. Yo lo hice
en mis ensayos de 1964 y 1967, usando la estabilidad para in-

237
KENNETH N. W ALTZ

cluir también la paz y el gobierno efectivo de los asuntos inter­


nacionales, que son, respectivamente, los temas de este capítulo y
del próximo. Ahora creo que es importante mantener aparte los
diferentes efectos para poder precisar acertadamente sus causas.
Los sistemas anárquicos solo se transforman por los cambios
del principio organizador y por los cambios de importancia del
número de partes principales. Decir que un sistema político
internacional es estable significa dos cosas: primero, que sigue
siendo anárquico; segundo, que ninguna variación de importan­
cia se lleva a cabo _con respecto al número de partes principales
que componen ese sistema. Las variaciones “ de importancia"
del número son cambios que producen expectativas diferentes
acerca del efecto ejercido por la estructura sobre las unidades.
La estabilidad del sistema, en tanto sigue siendo anárquico,
está estrechamente relacionada con el destino de sus miembros
principales. El vínculo estrecho se establece entre la relación
de los cambios de número de los grandes poderes y la trans­
formación del sistema. Sin embargo, ese vínculo no es absoluto,
porque el número de grandes poderes puede permanecer inalte­
rable o no variar mucho; incluso, en el caso de que algunos gran­
des poderes dejen de serlo para ser reemplazados por otros. Los
sistemas políticos internacionales son notablemente estables,
como lo demuestra gráficamente la Tabla 8.1. El sistema mul­
tipolar duró tres siglos, porque mientras algunos Estados de­
caían de la posición principal, otros se elevaban por medio del
incremento relativo de sus capacidades. El sistema persistió, in­
cluso, a pesar de que cambió la identidad de sus miembros. El
sistema bipolar ha durado tres décadas porque ningún tercer
Estado ha sido capaz de desarrollar capacidades comparables
a las de Estados Unidos y la Unión Soviética. El sistema parece
vigoroso, aunque es improbable que dure tanto como su prede­
cesor —asunto que consideraremos en la cuarta parte de este
captíulo. ■
El vínculo entre la supervivencia de grandes poderes, en
particular, y la estabilidad de los sistemas, se ve debilitado,
además, por el hecho de que no todos los cambios de número
son cambios de sistema. Es ampliamente aceptado que los sis­
temas bipolar y multipolar son distintos. Los sistemas de dos
tienen diferentes cualidades que los sistemas de tres o más.
¿Cuál es la diferencia definitoria? La respuesta radica en la con-

238
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

T abla 8.1.

Grandes poderes, 1700-1979

1700 1800 1875 1910 1935 1945


Turquía X
Suecia X
Países Bajos X
España X
Austria (Austria-Hungría) X X X X
Francia X X X X X
Inglaterra X X X X X
Prusia (Alemania) X X X X
Rusia (Unión Soviética) X X X X X
Italia X X X
Japón X X
Estados Unidos X X X

Adaptado de Wright, 1965, Apéndice 20, Tabla 43.

ducta que se requiere de las partes en los sistemas de auto-


ayuda, es decir, equilibrio. El equilibrio se logra de manera
diferente en los sistemas multi y bipolar. Aunque muchos estu­
diosos de la política internacional creen que el juego del equi­
librio de poder requiere como mínimo tres o cuatro jugadores,
en el capítulo 6 vimos que con dos basta. Cuando dos poderes
rivalizan, los desequilibrios solo pueden ser corregidos gracias
a sus esfuerzos internos. Cuando hay más de dos, los cambios
de alineación suministran un medio de adaptación adicional, lo
que agrega flexibilidad al sistema. Ésta es una diferencia cru­
cial entre el sistema multipolar y el bipolar. Más allá del dos,
¿cuáles son las variaciones numéricas de importancia? El tres
y el cuatro son números límite. Marcan la transición de un sis­
tema a otro porque las oportunidades de equilibrar, por medio
de la combinación con otros, varían de maneras que cambian
los resultados esperados. Los sistemas de tres tienen caracterís­
ticas distintivas y desafortunadas. Es fácil que dos poderes
avasallen al tercero, dividiéndose las ganancias y tornando el sis­
tema a la bipolaridad. En los sistemas multipolares, cuatro es
el más bajo número aceptable, pues permite alineamientos ex­
ternos y promete una estabilidad considerable. Cinco es otro nú­
mero límite, ya que es el número más bajo que promete estabili­
dad, mientras suministra oportunidad para el rol de equilibra­

239
KENNETH N. WALTZ

dor; y ya examinaré esta aseveración. Más allá del cinco no hay


límite claro. Sabemos que las complicaciones se aceleran a me­
dida que los números crecen, a causa de la dificultad de cada
uno para afrontar la incierta conducta de los demás, y a causa
de que, cuanto mayor es el número, mayor es la cantidad de
coaliciones posibles. Pero no tenemos base para afirmar que las
complicaciones pasan un límite cuando nos desplazamos, diga­
mos, del siete al ocho. Afortunadamente, en la práctica, no hay
perspectiva de un aumento del número de grandes poderes.
Hasta 1945, el sistema de la nación-Estado era multipolar,
y siempre con cinco o más poderes. En toda la historia moder­
na, la estructura de la política internacional sólo ha cambiado
una vez. Sólo tenemos dos sistemas para observar. Por inferen­
cia y por analogía, no obstante, podemos inferir algunas con­
clusiones acerca de los sistemas internacionales con números
pequeños o mayores de grandes poderes. La siguiente parte de
este capítulo demuestra que cinco partes no constituyen un sis­
tema distintivo y considera las diferentes implicaciones de los
sistemas de dos y de cuatro o más partes.

II

Cuando hay sólo dos grandes poderes, el sistema del equilibrio


de poder es inestable; cuatro poderes son necesarios para que
ese sistema funcione adecuadamente. Para lograr una adaptación
fácil y tersa, la existencia de un quinto poder, que actúe como
equilibrador, agrega mayor refinamiento. Éste es el conoci­
miento convencional. ¿Debemos aceptarlo? ¿Es cinco el mejor
punto intermedio entre el sistema más simple posible, de dos, y
el de números tan grandes como para tomar desesperadamente
complejo un sistema anárquico?
La idea de un equilibrador es más una generalización histó­
rica que un concepto teórico. La generalización se infiere de la
posición y la conducta de Inglaterra durante los siglos dieciocho
y diecinueve. La experiencia británica demuestra qué condicio­
nes deben prevalecer para que el rol de equilibrador pueda
desempeñarse con efectividad. La primera era que el margen de
poder del agresor no fuera demasiado grande como para que la
fuerza inglesa, agregada al bando más débil, resultara insufi­
ciente para reacomodar la balanza. Cuando los Estados del con­

240
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

tinente se hallaban casi en equilibrio, Inglaterra podía actuar


efectivamente. La segunda condición era que los fines ingleses
en el continente siguieran siendo negativos, ya que los fines
positivos ayudan a determinar los alineamientos. Un Estado
que desea asegurarse un territorio, habitualmente, debe aliarse
con el que todavía no lo posee. Las metas del Estado, entonces,
disminuyen el panorama de sus maniobras diplomáticas. Final­
mente, para ser efectiva en su rol de equilibrador, Inglaterra
debía tener un status de poder que fuera como mínimo igual
al del país más poderoso. La debilidad inglesaron respecto a los
países europeos ha significado, hasta ahora, rivalidad. Sólo
cuando los poderes continentales estaban casi , equilibrados
o cuando Inglaterra era muy fuerte, pudo ese país permanecer
distante hasta el momento en que su invólucración era decisiva
en el aspecto diplomático. Son éstas condiciones muy especia­
les, y más aún por el hecho de que las preferencias políticas no
deben llevar al equilibrador a identificarse -con ningún grupo
de Estados potencial o real. La teoría del equilibrio de poder
no puede incorporar el rol del equilibrador „porque ese rol de- ,
pende de esas condiciones de estrecha definición e histórica­
mente improbables. El número cinco no'.tiene ningún encanto
especial, pues no hay motivo para creer que él quinto será capaz
o estará dispuesto a funcionar como equilibrador.
Esas consideraciones nos conducen a dudas más generales
acerca de las supuestas ventajas de las alianzas flexibles. Para
ser útil, la flexibilidad tiene que significar que, cuando uno o
más Estados amenazan a los otros, alguno de ellos se unirá a
un bando o desertará de otro con el objeto de conservar un
equilibrio contra el potencial agresor. En este punto, el viejo
sistema del equilibrio de poder resulta sospechosamente similar
al nuevo sistema de seguridad colectiva de la Liga y de las
Naciones Unidas. El mantenimiento de ambos sistemas depende
de la neutralidad de los alineamientos en e l;momento de una
amenaza seria. Para preservar el sistema, al menos un Estado
poderoso debe superar la presión de la preferencia ideológica,
de ataduras previas, y el conflicto de los intereses actuales,
con el objeto de sumar su peso al bando de los pacíficos. Debe
hacer lo que el momento requiere.
Ya que uno de los intereses de los Estados es el de evitar
ser dominado por otros Estados, ¿por qué habría,de ser difícil

241
KENNETH N. W ALTZ

que uno o varios Estados se pusieran a favor de los amenazados?


Después de todo, todos ellos experimentan un peligro y una
amenaza común.,Pero, en cambio, A puede decirle a B: “Como
la amenaza te incluye a ti tanto como a mí, me haré a un lado y
dejaré que tú arregléis la cuestión” . Si B actúa efectivamente,
A logra ventajas gratuitas. Si B, resentido, no lo hace, tanto
A como B pierden. íLa contemplación de un destino común pue­
de no conducir a una justa división del trabajo —o tal vez, a
ningún trabajo. Si esto es o no así depende de las dimensiones
del grupo, y de las desigualdades que existan entre sus miem­
bros, así como de sus distintos caracteres (cf. Olson, 1965, pp.
36, 45).
Las dificultades de cualquier sistema se hacen evidentes
cuando algunos Estados amenazan a otros mientras los alinea­
mientos son inciertos. El ministro francés de Relaciones Exte­
rior Flandin -le dijo al primer ministro inglés Baldwin que la
ocupación alemana del Rhin en 1936 daba a Inglaterra la oca­
sión de liderar la;' oposición contra Alemania. A medida que
crecía la amenaza alemana, algunos líderes ingleses y franceses
podían esperar qué, si sus países se mantenían al margen, Rusia
y Alemania se equilibrarían mutuamente o lucharían entre sí
hasta el final (Nicolson 1966, pp. 247-49; Young 1976, pp. 128-30).
Las incertidumbres acerca de quién amenaza a quién, acerca de
quién se opondrá a quién, y acerca de quién ganará o perderá a
partir de las acciones de otros Estados se profundizan a medida
que aumenta el número de Estados. Incluso, si suponemos que
los fines de casi todos los Estados son dignos, el momento y
el contenido de las acciones destinadas a lograrlos se toman
más y más difíciles de calcular. En vez de simplificar la cues­
tión, el hecho de prescribir reglas generales para los Estados
tan sólo ilustra la imposibilidad de creer que los Estados pueden
conciliar dos imperativos conflictivos —el de actuar por propio
bien, tal como lo requiere su situación, y el de actuar en nombre
de la estabilidad,del;sistema o por su supervivencia, tal como
algunos estudiosos les aconsejan. Los científicos políticos que
favorecen la flexibilidad en cuanto al alineamiento nacional de­
ben aceptar qué la flexibilidad solo se produce cuando el
número crece, y también se multiplican las complejidades y las
incertidumbres •
Con más de dos Estados, la política del poder se basa en la

242
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

diplomacia por la cual las alianzas se concretan, se mantienen


o se quiebran. La flexibilidad del alineamiento significa que el
país con el que deseamos imirnos puede preferir otro asociado
y que nuestro actual aliado puede desertar. La flexibilidad del
alineamiento reduce la posible elección de políticas. La estra­
tegia de un Listado debe complacer a un aliado potencial o sa­
tisfacer a un aliado real. Una situación comparable se da
cuando los partidos políticos compiten por los votos por me­
dio de la formación y reformación de coaliciones electorales de
diferentes grupos económicos, étnicos, religiosos y regionales.
La estrategia, o política, de un partido, se hace en virtud de
atraer o de conservar a los votantes. Si un partido desea lograr
éxito electoral, su política no puede ser simplemente la que sus
dirigentes consideran mejor para el país. La política debe plan­
tearse, al menos en parte, con el objeto de ganar las elecciones.
De manera similar, con un número de Estados aproximada­
mente iguales, la estrategia se desarrolla en parte con el objeto
de conservar y de atraer a los aliados. Si se pueden formar alian­
zas, los Estados querrán aparecer como socios atractivos. Por
ello, alteran su apariencia y adaptan su conducta para incremen­
tar su elegibilidad. Los que siguen siendo poco atractivos, al
descubrir que son competidores pobres, tratarán con mayor
ahinco de cambiar su apariencia y su conducta. Para que se nos
considere una elección posible, debemos ser suficientemente
atractivos en personalidad y en política. La diplomacia de alian­
zas de Europa durante los años anteriores a la Primera Guerra
Mundial es rica en ejemplos. Desde las Guerras Napoleónicas,
muchos habían creído que los “ republicanos” y los “ cosacos"
jamás se comprometerían, por no hablar de contraer matrimo­
nio. El cortejo de Francia y Rusia, en el que cada uno de ellos
se adaptó de algún modo al otro, fue consumado en la alianza de
1894, y produjeron así la Triple Alianza cuando, primero Fran­
cia y luego Rusia, superaron sus viejas animosidades contra
Inglaterra, en 1904 y en 1907, respectivamente.
Si las presiones son lo suficientemente intensas, un Estado
puede pactar casi con cualquier otro. Litvinov comentó en la dé­
cada de 1930 que para promover su seguridad en un mundo
hostil, la Unión Soviética trabajaría con cualquier Estado, in­
cluso con la Alemania de Hitler (Moore 1950, pp. 35-55). Es
importante advertir que los Estados se aliarán con el diablo

243
/ KENNETH N. WALTZ

mismo para evitar el infierno de la derrota militar. Aún más


importante resulta recordar que la cuestión de quién se aliará
con cuál diablo puede ser decisiva. Al fin, los actos de Hitler
determinaron que todos los grandes poderes, salvo Italia y Ja­
pón, se unieran en su contra.1
En la búsqueda de la seguridad, puede ser necesario con­
cretar alianzas. Una vez concretadas, es necesario manejarlas.
Las alianzas europeas que comenzaron en la década de 1890 se
rigidizaron gracias a la formación de dos bloques. Se supone
que la rigidez de los bloques contribuyó al desencadenamiento
de la Primera Guerra Mundial. Este enfoque es superficial. Las
alianzas son concretadas por Estados que tienen algunos intere­
ses en común, pero no todos. El interés común es habitualmente,
negativo: el miedo a los otros Estados. La divergencia se pro­
duce cuando hay en juego intereses positivos. Consideremos
dos ejemplos. Rusia hubiera preferido planear y prepararse
para la guerra contra Austria-Hungría. Rusia podía pensar en
derrotar a esa nación, pero no a Alemania, y Austria-Hungría
se interponía para que Rusia pudiera ganar el control de los
estrechos que vinculaban el Mediterráneo con el mar Negro.
Francia, sin embargo, podía recuperar Alsacia-Lorena si tan
solo derrotaba a Alemania. La percepción de una amenaza co­
mún unió a Rusia y Francia. La diplomacia en favor de una
alianza, y un gran flujo de fondos desde Francia a Rusia, ayudó
a mantener unidos a ambos países, y a conformar una estrate­
gia de alianza más al gusto de Francia que de Rusia. Las es­
trategias de alianza son siempre producto del compromiso,
ya que los intereses de los aliados y sus ideas de cómo lograrlos
no son siempre idénticos. Lo que es más, en un sistema multipo­
lar, a pesar de la formación de bloques, nuestros propios alia­
dos pueden desplazarse al campo contrario. Si un miembro de
una alianza trata de enmendar sus diferencias, o de cooperar
de algún modo con un miembro de otra alianza, sus propios
aliados se sienten inquietos. Así, la cooperación anglo-germana
de 1912 y 1913, destinada a atenuar la crisis de los Balcanes y
a resolver cuestiones coloniales, puede haber resultado dañosa.

1 Tal com o Winston Churchill le dijera a su secretario privado la


noche anterior a la invasión alemana de Rusia: "Si Hitler invadiera el in­
fierno, haría al menos una referencia favorable al diablo en la Cámara
de los Comunes” (Churchill, 1950, p. 370).

244
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS M ILITARES1

■r
Las reacciones de sus aliados disuadieron a Inglaterra y a Ale­
mania de desempeñar un rol similar en el sudeste de Europa en
1914, aunque les dio la esperanza de que la alianza del otro no se
mantendría firme (Jervis 1976, p. 110). Una mayor cohesión de
los bloques hubiera permitido una política de .‘ mayor flexibili­
dad. Pero la cohesión de los bloques, al igual qué la disciplina
de los partidos, se logra por medio de un manejo cuidadoso y
experto; y la conducción de los bloques es sumamente dificul­
tosa entre casi iguales, ya que debe elaborarse cooperativamente.
Si se considera que los bloques competitivos están estrecha­
mente equilibrados, y si la competencia se produce en asuntos
importantes, dejar que uno de ambos bandos caiga, implica
arriesgarse a la propia destrucción. En un momento de crisis,
el más débil o el más arriesgado probablemente determina la
política a seguir por su bando. Sus socios no pueden permitir
que el miembro más débil se sacrifique, ni caer en la desunión
por no respaldar una aventura, incluso en el caso de que: de­
ploren sus riesgos. El preludio de la Primera Guerra Mundial
nos da ejemplos notables. La igualdad aproximada de los
miembros de la alianza los hacía intensamente interdependien-
tes. La interdependencia de los aliados, sumada a la profunda
competencia entre ambos bandos, significaba que, aunque cual­
quier país podía comprometer a sus aliados, ninguno de ellos,
de ambos bandos, podía ejercer el control. Si Áústria-Hungría
marchaba a la guerra, Alemania debía seguirla; la disolución del
imperio austro-húngaro hubiera dejado a Alemania sola en el
centro de Europa. Si Francia se embarcaba en una guerra, Rusia
debía seguirla; una victoria de Alemania sobre Francia hubiera
sido una derrota para Rusia. Y así se producía un círculo
vicioso. Como la derrota o la deserción de un aliado importante
rompería el equilibrio, cada Estado estaba obligado a adaptar
su estrategia y la utilización de sus fuerzas a los propósitos y los
temores de sus aliados. En cierto sentido, la inestable política
de los Balcanes llevó al mundo a la guerra. Pero esa afirmación
pasa por alto el punto. Internacionalmente, los acontecimientos
y las situaciones desestabilizadores abundan. Las preguntas
importantes que debemos formularnos es si és pósible manejar
mejor esos acontecimientos y situaciones, y si sus efectos son
más rápidamente absorbidos en un sistema qué én otro (ver a
continuación, próximo capítulo).

245
KENNETH N. W ALTZ

El juego político del poder, si se juega en serio, empuja a


los jugadores a dos campos rivales, aunque el tema de con­
cretar y mantener alianzas es tan complicado que el juego debe
desarrollarse de manera muy dura para producir ese resultado
bajo presión de guerra. Así, los seis o siete grandes poderes del
período de entreguerra no produjeron una formación en dos blo­
ques hasta dos años después de que comenzara la Segunda Gue­
rra Mundial. Lo que es más, la formación de dos bloques no
convirtió en bipolar un sistema multipolar más que en la me­
dida en que la formación de coaliciones con el propósito de ga­
nar las elecciones puede convertir en bipartidario un sistema
multipartidario. Incluso, en el caso de la mayor presión exter­
na, la unidad de las alianzas está lejos de ser completa. Los
Estados y los partidos, durante las alianzas bélicas o electorales,
mientras tratan de adaptarse mutuamente, siguen compitiendo
por lograr ventajas y se preocupan por la constelación de fuer­
zas que se conformará cuando termine la lucha.
En los sistemas;multipolares hay demasiados poderes como
para permitir que uno de ellos establezca límites claros y esta­
bles entre aliados y adversarios, y demasiado pocos como para
que sean escasos los efectos de una deserción. Cuando hay tres
o más poderes, la flexibilidad de las alianzas hace fluidas las
relaciones de amistad y de enemistad, y toma inciertas las esti­
maciones de las relaciones de fuerzas futuras y presentes. Mien­
tras el sistema sea de números bajos, las acciones de cualquiera
pueden amenazar la seguridad de los otros. Hay demasiados
como para permitir que uno de ellos sepa con seguridad qué
está ocurriendo; y demasiado pocos como para que uno de ellos
convierta lo qué está ocurriendo en un asunto indiferente. Tra­
dicionalmente, los estudiosos de la política internacional han
pensado que la iñcertidumbre que resulta de la flexibilidad
de alineamiento genera una saludable cautela en la política ex­
terior general (cf.. Kaplan, 1957, pp. 22-36; Morgenthau, 1961,
parte 4). Inversamente, también han creído que los mundos
bipolares son doblemente inestables —que se erosionan o explo­
tan con facilidad. Ésta conclusión se basa en un falso razonar
miento y en evidencias escasas. La interdependencia militar
varía según el grado y la igualdad con que los poderes confían
en otros con respecto a su seguridad. En un mundo bipolar, la
interdependencia militar declina más agudamente todavía que

246
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS M ILITARES

la interdependencia económica. Rusia y Estados Unidos depen­


den primordialmente de sí mismos en el aspecto militar. Se
equilibran mutuamente por medios “ internos” más que “ exter­
nos”, confiando más en sus propias capacidades que en las de
sus aliados. El equilibrio interno es más confiable y preciso que
el equilibrio externo. Es más probable que los Estados no se
equivoquen, o se equivoquen menos, en la estimación de sus
capacidades relativas que en la estimación de la fuerza y la
confiabilidad de las coaliciones opuestas. La incertidumbré y
los errores de cálculo no toman a los Estados especialmente
cautos ni estimulan las alternativas pacíficas, sino que causan
las guerras (cf. Blainey, 1970, pp. 108-19). En un mundo bipolar
la incertidumbre disminuye, y es más fácil hacer cálculos exactos.
Gran parte del escepticismo acerca de las virtudes de la
bipolaridad surge de pensar un sistema como bipolar cuando
se forman dos bloques dentro de un mundo multipolar. Un
bloque manejado de manera poco hábil puede, sin duda, desin­
tegrarse. En un mundo multipolar los líderes de ambos bloques
deben preocuparse al mismo tiempo por el manejo de la alianza,
ya que la deserción de un aliado puede ser fatal para sus asocia­
dos, y por las finalidades y capacidades del bloque opuesto. La
prehistoria de las dos guerras mundiales demuestra dramáti­
camente los peligros. La considerable cantidad de esfuerzos que
actualmente se invierten en el manejo de alianzas puede oscu­
recer la profunda diferencia existente entre las alianzas a la
vieja usanza y las nuevas. En alianzas entre iguales, las contri­
buciones de los miembros menores son deseadas y, a la vez, de
importancia relativamente escasa. Cuando las contribuciones
de cierto número de partes son muy importantes para todas
ellas, cada una tiene un fuerte incentivo para persuadir a las
otras a adoptar sus opiniones tácticas y estratégicas, y tam­
bién para hacer concesiones cuando la persuasión fracasa. La
unidad de los socios más importantes tiene probabilidades de
durar porque todos ellos comprenden hasta qué punto depen­
den de ella. Antes de la Primera Guerra Mundial, la aceptación
alemana de la probable deserción de Italia de la Triple Alianza
señalaba la relativa falta de importancia de este último país.
En las alianzas entre desiguales, los líderes no necesitan preo­
cuparse demasiado por la fidelidad de sus seguidores, quienes
de todos modos tienen pocas opciones. Contrastemos la situa­

247
KENNETH N. WALTZ

ción de 1914 con la de Estados Unidos, Inglaterra y Francia en


1956. Estados Unidos pudo disociarse de la aventura empren­
dida en Suez por sus dos aliados principales y someterlos a
pesadas presiones financieras. Al igual que Austria-Hungría
en 1914, ambos países trataron de comprometer, o al menos de
inmovilizar, a su aliado presentándole un fait accompli. Al dis­
frutar de una posición de predominio, Estados Unidos pudo se­
guir concentrando la atención en su adversario principal, mien­
tras al mismo tiempo disciplinaba a sus aliados. La habilidad
de Estados Unidos, y la incapacidad de Alemania para pagar un
precio estimado en términos de intra-alianza, es notable. Es im­
portante, entonces, distinguir la formación de dos bloques en
un mundo multipolar y la bipolaridad estructural del siste­
ma actual.
Tanto en mundos bipolares como multipolares, los líderes
de las alianzas pueden intentar lograr de sus asociados contri­
buciones máximas. Las contribuciones son útiles, incluso en un
mundo bipolar, pero no son indispensables. Como no lo son,
las políticas y las estrategias de los líderes de alianzas están de
acuerdo, en última instancia, con sus propios cálculos e inte­
reses. El hecho de desconsiderar la opinión de un aliado solo
tiene sentido si la cooperación militar no tiene demasiada im­
portancia. Es el caso del Tratado de Varsovia y de la NATO. En
1976, por ejemplo, los gastos militares de la Unión Soviética
estuvieron por encima del 90 % del total del Tratado de Var­
sovia, y los de Estados Unidos fueron del 75 % del total de la
NATO. De hecho, aunque no formalmente, la NATO consiste en
garantías dadas por Estados Unidos a sus aliados europeos y
a Canadá. Estados Unidos, con preponderancia de armas nu­
cleares, y con tantos hombres uniformados como los de los
Estados occidentales europeos combinados, está en condiciones
d e !protegerlos; pero ellos no pueden proteger a Estados Uni­
dos. A causa de la enorme diferencia de capacidades de loá
Estados miembros, ya no es posible compartir las cargas de
manera igualitaria como en los sistemas anteriores de alianzas.
Militarmente, la interdependencia es baja en un mundo bi­
polar, y alta en un mundo multipolar. En un mundo multipolar,
los grandes poderes dependen entre sí para disponer de res­
paldo militar y político durante las crisis y las guerras. Es vital
asegurarse un respaldo sólido. Ése no puede ser el caso de un

248
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS’ MILITARES

mundo bipolar, pues los terceros no son capaces de alterar el


equilibrio de poder retirándose de una alianza o uniéndose a
la otra. Así, las dos “pérdidas” de China en él mundo de pos­
guerra —primero de Estados Unidos, y déspués por parte de la
Unión Soviética— fueron asimiladas sin que sé produjera una
distorsión desastrosa del equilibrio entre Estados Unidos y
Rusia. Tampoco Francia, al retirarse de la. NATO, cambió per­
ceptiblemente el equilibrio bipolar. El hecho, de que Estados
Unidos no necesita condicionar su política; a Francia explica la
defección parcial de esta última. Las evidentes ..desigualdades en­
tre los dos superpoderes y los miembros dé sus respectivas
alianzas hace que los realineamientos de estos últimos sean bas­
tante insignificantes. Por lo tanto, la estrategia del líder puede
ser flexible. En la antigua política del equilibrio de poder, la fle­
xibilidad de alineamiento compensaba la rigidez de la estrategia
o la limitación de la libertad de decisión. En la nueva política del
equilibrio de poder, se aplica la inversa: la rigidez de alineamien­
to en un mundo de dos poderes compénsa la flexibilidad de la
estrategia y el aumento de la libertad de decisión. Aunque a veces
se hacen concesiones a los aliados, ni los Estádos Unidos ni la
Unión Soviética alteran su estrategia o cambian sus disposicio­
nes militares para satisfacer a sus Estados asociados. Ambos su­
perpoderes pueden hacer planes a largo plazo y llevar adelante
sus políticas de la manera que les parezca más conveniente, pues
no tienen que acceder a las demandas de terceros.
En un mundo multipolar, los Estados a menúdo reúnen sus
recursos con el objeto de llevar a cabo sus intereses. Miembros
más o menos iguales abocados a empresas cooperativas deben
buscar un común denominador para sus políticas. Se arriesgan
a hallar el común denominador más bajo y terminar así en el
peor de los mundos posibles. En un mundo bipolar, los líderes
de las alianzas elaboran sus estrategias según sus propios cálcu­
los de interés. Las estrategias se planean más para enfrentar al
adversario que para satisfacer a los aliados. Los líderes están
en libertad de seguir sus propios lineamientos, ¡que por supuesto
reflejan tanto su buen sentido como su mal juicio, sus miedos
reales e imaginarios, sus metas valiosas e innobles. Los líderes de
alianza no están libres de limitaciones. Sin embargo, las mayores
restricciones surgen del principal adversario, y no de los propios
aliados.

249
KENNETH N. W ALTZ

III

Ni Estados Unidos ni la Unión Soviética tienen que hacerse acep­


tables para los otros Estados, pero sí tienen que enfrentarse en­
tre sí. En la política del gran poder de los mundos multipolares,
quién está en peligro gracias a quién, y quién es el que se ocu­
pará de las amenázas y los problemas son siempre cuestiones
inciertas. En la política de gran poder del mundo bipolar, nunca
está en duda quién corre peligro a causa de quién. Ésta es la
mayor diferencia entre las políticas de poder de ambos sistemas.
Estados Unidos esiel peligro que obsesiona a la Unión Soviética,
y la Unión Soviética es el peligro que obsesiona a Estados Uni­
dos, ya que ambos pueden dañarse en un grado incomparable
con respecto a los otros Estados. Cualquier acontecimiento que
involucra la ¡fortuna de cualquiera de los dos automáticamente
despierta el interés del otro. El presidente Truman, en la época
de la invasión de Corea, no podía hacerse eco de las palabras de
Neville Chamberlain idurante la crisis chevoslovaca, afirman­
do que los coreanos eran un pueblo lejano del oriente de Asia
del cual los norteamericanos nada sabían. Tuvimos que saber o
averiguar rápidamente. En la década de 1930, Francia se extendía
entre Inglaterra y: Alemania. Los ingleses podían creer, y noso­
tros también, que sus fronteras y las nuestras se hallaban en el
Rhin. Después de la Segunda Guerra Mundial, ningún tercer gran
poder podía interponerse entre Estados Unidos y la Unión Sovié­
tica, pues no existía ninguno. La afirmación de que la paz es
indivisible era controversial, aunque sin duda verdadera, cuando
fue enunciada por Litvinov en la década de 1930. Los slogans
políticos expresan los deseos mejor que las realidades. En un
mundo bipolar el deseo se hace realidad. Una guerra o una ame­
naza de guerra en-cualquier lado es una preocupación para am­
bas superpotencias si es que puede significar ganancias o pérdi­
das significativas para cualquiera de ambas. En una competencia
de poderes la pérdida de uno resulta la ganancia del otro. Como
esto es así, los poderes de un mundo bipolar responden con rapi­
dez a los acontecimientos desestabilizadores. En un mundo
multipolar los peligros son difusos, las responsabilidades no son
claras, y las definiciones de los intereses vitales se oscurecen con
facilidad. Cuando hay en equilibrio cierto número crecido de

250
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

Estados, la habilidosa política exterior de un poder adelantado


se planea para ganar una ventaja sobre un Estado sin antagoni-
zar a los otros y sin inducirlos a llevar a cabo una acción con­
junta. En ciertos momentos, en la Europa moderna las posibles
ganancias parecieron mayores que las probables pérdidas. Los
estadistas podían llevar un tema al límite sin que todos sus
oponentes potenciales se unieran en su contra. Cuando los ene­
migos posibles son varios, resulta difícil organizar entre ellos
una acción conjunta. Por lo tanto, los líderes nacionales podían
pensar —o esperar desesperadamente como Bethmann Hollweg
y Adolfo Hitler antes de ambas guerras mundiales— que no se
formaría ninguna oposición conjunta. La interdependencia de las
partes, la difusión de los peligros, la confusión de las respuestas:
éstas son las características de las políticas de gran poder en los
mundos multipolares.
Si los intereses y las ambiciones están en conflicto, la au­
sencia, de crisis es más preocupante que su recurrencia. Las cri­
sis se producen por la determinación de un Estado de resistir a
un cambio que otro Estado trata de producir. La situación de
Estados Unidos y de la Unión Soviética los dispone a resistir,
pues en asuntos importantes no pueden esperar que otros lo
hagan en su lugar. La acción política en el mundo de posguerra
ha reflejado esta situación. Las guerrillas comunistas que ope­
raban en Grecia estimularon la Doctrina Truman. El estrecha­
miento del control de la Unión Soviética sobre los Estados de
Europa oriental llevó al Plan Marshall y al Tratado de Defensa
del Atlántico, y éstos a su vez dieron nacimiento al Cominform y
al Pacto de Varsovia. El plan de formar un gobierno de Alema­
nia occidental produjo el muro de Berlín. Y así sucesivamente
durante las décadas de 1950, 1960 y 1970. Nuestras respuestas
están condicionadas por las acciones de la Unión Soviética, y las
de ellos por las nuestras, lo que ha producido un equilibrio
bipolar cada vez más sólido.
En un mundo bipolar no hay periferias. Si hay sólo dos po­
deres capaces de actuar a escala mundial, cualquier cosa que
ocurra en cualquier parte es potencial preocupación de ambos.
La bipolaridad extiende el alcance geográfico de la preocupación
de ambos poderes. También amplía el rango de factores inclui­
dos en la competencia entre ellos. Como los aliados agregan
relativamente poco a las capacidades de las superpotencias, és­

251
KENNETH N. WALTZ

tas concentran su atención en sus propias disposiciones. En un


mundo multipolar, a menudo no resulta claro quién representa
un peligro para quién, por lo cual el incentivo para considerar
todos los cambios desestabilizadores con preocupación y res­
ponder a ellos con el esfuerzo necesario se ve debilitado. En un
mundo bipolar los cambios pueden afectar a cualquiera de ambos
poderes de manera diferente, y esto significa que no es probable
que se piense que los cambios serán irrelevantes. La competencia
se hace más abarcativa y se extiende más. No sólo la prepara­
ción militar, sino también el crecimiento económico y el desa­
rrollo tecnológico se convierten en una preocupación intensa y
constante. La auto-dependencia de las partes, la claridad de los
peligros, la certeza de quién debe enfrentarlos: éstas son las
características de la política de los grandes poderes en un mun­
do bipolar.
Los errores de cálculo por parte de algunos o todos los gran­
des poderes son la fuente de peligro en el mundo multipolar; la
reacción excesiva de uno o los dos grandes poderes es la fuente
de peligro en un mundo bipolar. La bipolaridad estimula a
Estados Unidos y la Unión Soviética a convertir en crisis los
acontecimientos indeseados, aunque no tengan grandes conse­
cuencias. Cada uno de los poderes puede perder mucho en una
guerra contra el otro; tanto en poder como en riqueza, ambos
ganan más con el pacífico desarrollo de sus recursos internos
que con el cortejo y la victoria —o la lucha y el sometimiento—
de otros Estados del mundo. Una tasa de crecimiento del cinco
por ciento mantenida durante tres años aumenta el producto
interno bruto norteamericano en una cantidad que excede la
mitad del producto interno bruto de Alemania, y todo el de In­
glaterra (base año 1976). Para la Unión Soviética, con la mitad
de nuestro producto interno bruto, las ganancias imaginables se
duplican. Aún seguiría siendo de menor importancia. Sólo Japón,
Europa occidental y el Oriente Medio son premios que, si fueran
ganados por la Unión Soviética, alterarían el equilibrio de los
productos brutos internos y la distribución de los recursos como
para convertirse en un peligro;
Sin embargo, desde la Segunda Guerra Mundial, Estados
Unidos ha respondido en países distantes a acontecimientos osci­
lantes que no podrían alterar la fortuna de nadie fuera de esa
región. ¿Qué es peor: el error de cálculo o el exceso de reacción?

252
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

Es más probable que el error de cálculo permita él desarrollo


de una serie de acontecimientos que finalmente amenacen seria­
mente cambiar el equilibrio y embarquen a-las potencias en una
guerra. El exceso de reacción es el mal menor porque sólo cues­
ta dinero y la lucha de guerras limitadas. :
Más aún, la dinámica de un sistema bipolar ¡suministra una
medida correctiva. En una guerra caliente o fría— como en
cualquier competencia intensa— la situación externa es la que
domina. A mediados de la década de 1950, John Foster Dulles
censuró a los neutralistas inmorales. Los líderes rusos, con un
espíritu similar, describieron a los neutralistas como tontos o
necios de los países capitalistas. Pero la ideología no prevaleció
mucho tiempo por encima del interés. Tanto Rusia como Estados
Unidos muy pronto aceptaron a los Estados neutrales e incluso
los estimularon. La Unión Soviética dio ayudá a Egipto e Irak,
países donde los comunistas eran encarcelados. A fines de la
década de 1950 y durante toda la de 1960, Estados Unidos' tras
haber dado ayuda económica y militar a la Yugoslavia comunis­
ta, hizo de la India, neutral, el receptor más favorecido de ayuda
económica.2 Según la retórica de la Guerra Fría; el abismo
básico que dividía el mundo era el que sé abría entre la
democracia capitalista y el comunismo ateo. Pero, en cuanto al
tamaño de las empresas y la fuerza de la lucha, la ideología esta­
ba subordinada al interés por las políticas de Estados Uñidos y
la Unión Soviética, que se comportaban más como grandes po­
tencias que como líderes de movimientos mesiánicos. En un
mundo en el que dos Estados unidos por sus antagonismos
mutuos superan por lejos a los demás, los incentivos para una
respuesta calculada sobresalen con mayor claridad, y las sancio­
nes contra las conductas irresponsables tienen mayor fuerza.
Así, dos Estados, aislacionistas por tradición, sin tutores en las
modalidades de la política internacional, y famosos por sus con­
ductas impulsivas, muy pronto demostraron ser —no siempre
ni en todas partes, pero siempre en los casos cruciales— alertas,
cautelosos, vigilantes, flexibles y previsores. ‘
Algunos han creído que un nuevo mundo comenzó con la
explosión d e . la bomba atómica en Hiroshima.’ Para moldear

2 Entre 1960 y 1967, nuestra ayuda económica a India excedió la com­


binación de ayuda económica y militar que dimos a cualquier otro país
(U.S. Agency for International Development, diversos años).

253
^ KENNETH N. W ALTZ

la conducta de las: naciones, las fuerzas perennes de la política


son más importantes que la nueva tecnología militar. Los Esta­
dos siguen siendo' los vehículos primarios de la ideología. La
hermandad internacional de autócratas después de 1815, el li­
beralismo cosmopolita de mediados del siglo diecinueve, el so­
cialismo internacional antes de la Primera Guerra Mundial, el
comunismo internacional en las décadas que siguieron a la re­
volución bolchevique: en todos estos casos los movimientos
internacionales fuéron capturados por naciones individuales, los
adherentes al credo fueron uncidos al interés de la nación,
los programas internacionales fueron manipulados por los go­
biernos nacionalés, y la ideología se convirtió en un puntal de
la política nacional. Así la Unión Soviética en crisis se convirtió
en política rusa, y. la política norteamericana, dejando de lado
la retórica liberal, fue construida de manera cautelosa y realista.
Por la fuerza dé los acontecimientos, tanto ellos como nosotros
nos vimos compelidós a comportamos de maneras condenadas
tanto por sus palabras como por las nuestras. Los científicos
políticos, extrayendo sus inferencias de las características de los
Estados, fueron lentos para apreciar este proceso. Las inferen­
cias extraídas de las características de los sistemas de número
pequeño se sostienen mejor en lo político. Los economistas sa­
ben desde hace mucho que el paso del tiempo facilita la coexis­
tencia pacífica de los competidores. Se acostumbran mutuamen­
te, aprenden cómo interpretar sus respectivos movimientos y
cómo adaptarse para contrarrestarlos. “ Sin ambigüedad” , dice
Oliver Williamson, “ la experiencia lleva a un más elevado nivel
de adherencia” a acuerdos realizados y a prácticas comúnmente
aceptadas (1965, p. 227). La vida se toma más predecible.
Las teorías de la competencia perfecta nos hablan del mer­
cado pero no de los competidores. Las teorías de la competen­
cia oligopóíica nos hablan un poco de ambos. De maneras
importantes, los competidores empiezan a asemejarse a medida
que su competencia continúa. Como ya señalamos en el capítulo
6, esto se aplica a los Estados tanto como a las firmas. Así, Wi-
lliam Zimmemian descubrió no sólo que la Unión Soviética en
la década dé 1960; había abandonado sus enfoques bolcheviques
de las relaciones internacionales, sino también que sus enfoques
se habían vuelto muy semejantes a los nuestros (1969, pp. 135,
282). La creciente ¡similitud de las actitudes de los competidores,

254
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

así como su experiencia mutua, facilita la adaptación de sus rela­


ciones.
Éstas son las ventajas que presentan los sistemas de núme­
ros pequeños. ¿Qué ventajas adicionales tienen los pares que
negocian entre sí? A medida que un grupo se reduce, sus miem­
bros tienen menos opciones con respecto a con quién deben
negociar. En parte porque eliminan la dificultosa cuestión de la
elección, el grupo más pequeño maneja sus asuntos con más
facilidad. Con más de dos miembros, la solidaridad de un grupo
corre siempre un riesgo, porque los miembros pueden tratar de
mejorar sus suertes combinándose entre sí. La interdependencia
engendra hostilidad y temor. Si hay más de dos miembros, la
hostilidad y el temor pueden hacer que A y B busquen el respal­
do de C. Si ambos cortejan a C, su hostilidad y su miedo aumen­
tan. Cuando un grupo se reduce a dos miembros, la elección de­
saparece. Con respecto a asuntos de importancia crucial, sólo
pueden pactar con el otro. No es posible hacer una apelación a
un tercero. Un sistema de dos tiene propiedades únicas. La ten­
sión del sistema es elevada porque cada uno puede hacer tanto
por o contra el otro. Pero como no es posible apelar a terceros,
la presión para lograr conductas moderadas es más intensa (cf.
Simmel 1902; Bales y Borgatta 1953). La negociación entre más
de dos partes es dificultosa. Los negociadores se preocupan por
los puntos que han de tratarse. Con más de dos miembros, cada
uno de ellos se preocupa también por cómo puede resultar afec­
tada su posición por las combinaciones que él mismo y otros
puedan lograr. Si dos de varias partes concretan un acuerdo
deben preguntarse si ese acuerdo será quebrantado o negado
por las acciones de los otros.
Consideremos el problema del desarme. Para hallar solucio­
nes, incluso soluciones limitadas, es necesario satisfacer al me­
nos una de estas dos condiciones. Primero, si el potencial gana­
dor de una carrera armamentista está dispuesto a interrumpir
su programa, el acuerdo es posible. En la década de 1920, Esta­
dos Unidos —el país que hubiera ganado una carrera armamen­
tista naval— tomó la iniciativa en la negociación de limitaciones.
El autointerés de las potencias perdedoras los llevó a aceptar.
Ésa fue la condición necesaria —aunque no la única— que posi­
bilitó el Tratado de Limitación de Armas Navales de Washington.
Segundo, si dos poderes pueden considerar sus mutuos miedos

255
KENNETH N. WALTZ

e intereses sin reflexionar demasiado acerca de cómo los afectan


las capacidades militares de otros, el acuerdo es posible. El tra­
tado de 1972 que limitaba los misiles antibalísticos es un ejem­
plo dramático de ello. Las defensas de misiles balísticos, porque
prometen ser útiles contra los misiles disparados en pequeño
número, son útiles contra las fuerzas nucleares de terceros. A
causa de su enorme superioridad, Estados Unidos y la Unión
Soviética fueron capaces, no obstante, de limitar sus armamen­
tos defensivos. En la medida en que Estados Unidos y la Unión
Soviética deban preocuparse por la fuerza militar de otros, su
capacidad de concretar acuerdos bilaterales disminuye. Hasta
ahora, estas preocupaciones han sido escasas.3
La simplicidad de las relaciones en un mundo bipolar, y las
intensas presiones generadas, hacen que ambas potencias sean
conservadoras. Sin embargo, la estructura en ningún caso lo
explica todo. Repito esto porque es fácil pronunciar la acusación
de determinismo estructural. Para explicar los resultados, debe­
mos observar las capacidades, las acciones y las interacciones de
los Estados, así como la estructura de sus sistemas. Los Estados
armados con armamentos nucleares pueden tener mayores in­
centivos para evitar la guerra que los Estados armados conven­
cionalmente. Estados Unidos y la Unión Soviética pueden haber
encontrado más difícil aprender a convivir en la década de
1940 y en la de 1950 que otras naciones más experimentadas y
menos ideologizadas. Algunas causas, tanto a nivel nacional co­
mo internacional, hacen que el mundo sea más o menos pacífico
y estable. Concentro mi atención en el nivel internacional por­
que estoy elaborando una teoría de política internacional, no de
política exterior.
Al decir que Estados Unidos y la Unión Soviética, como
duopolistas de otros campos, aprenden gradualmente a convivir,
no quiero decir que puedan interactuar sin crisis, ni que la coo­
peración les resulte fácil. Sin embargo, la calidad de sus relacio­
nes cambió perceptiblemente en las décadas de 1960 y 1970. Las
preocupaciones de las décadas de 1940 y 1950 acerca de que las
tensiones se elevaron a niveles intolerables se equilibraron en las
décadas de 1960 y 1970 con los temores de que Estados Unidos

3 Richard Burt ha considerado meticulosamente algunas de las ma­


neras en las que las preocupaciones se están incrementando (1976).

256
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

y la Unión Soviética concretaran acuerdos para;mutuo beneficio


a expensas de otros. Los europeos occidentales; -^especialmente
en Alemania y en Francia— se han preocupado; Los líderes chi­
nos han acusado a veces a la Unión Soviética de : procurarse la
dominación mundial por medio de la colaboración con Estados
Unidos. Las preocupaciones y miedos en esos términos son exa­
gerados. La Unión Soviética y Estados Unidos sé influyen mutua­
mente más de lo que podría esperar cualquiera de los Estados
que viven a su sombra. En el mundo actual, así como en el del
pasado reciente, una situación de oposición mutua puede reque­
rir más que excluir la adaptación de las diferencias. Sin embar­
go, los primeros pasos hacia un acuerdo no conducen a segundos
y terceros pasos. En cambio, se mezclan con otros actos y acon­
tecimientos que mantienen el nivel de tensión bástante alto. Éste
es el esquema establecido por el primer éxito de la Unión Sovié­
tica y Estados Unidos con el objeto de regular conjuntamente
sus asuntos militares —el Test Ban Treaty de 1963. Este trátado
fue descripto en Estados Unidos como el primer gran paso dado
hacia el logro de acuerdos más amplios que aumentarían las
chances de mantener la paz. Con el mismo.aliento se dijo que
no podemos bajar la guardia, pues los propósitos dé la Unión
Soviética no han cambiado (cf. Rusk, agosto 13, 1963). Gomo
deben confiar para su seguridad en sus propios .recursos, ambos
países son cautelosos con sus empresas conjuntas. Como no pue­
den saber si los beneficios serán iguales, como no pueden estar
seguros de que ambos respetarán de manera confiable los acuer­
dos, cada uno de ellos evita correr mi riesgo futuro en nombre
de un beneficio presente. Entre miembros de un sistema de auto-
ayuda prevalecen las reglas de la reciprocidad y la cautela. La
preocupación por la paz y la estabilidad los reúne; sus miedos
los separan. Es correcto llamarlos frère ennemi y socios adver­
sarios. >. :y. \
¿Pero acaso la enemistad no oscurecerá: :1a hermandad, y el
sentimiento de oposición no confundirá los mutuos intereses?
Un sistema de números pequeños siempre podrá ser quebrado
por las acciones de un Hitler y las reacciones de un Chamber­
lain. Como esto es cierto, parece que nos hallamos en la incó­
moda posición de tener que confiar en la moderación, el coraje
y el buen sentido de aquéllos que detentan el poder. Dadas las
vaguedades humanas y la impredecibilidad de las reacciones de

257
KENNETH N. WALTZ

los individuos:ante los acontecimientos, podemos sentir que. el


único recurso que nos queda es la plegaria. No obstante, pode­
mos consolarnos;; con la idea de que, al igual que otros, los que
dirigen las actividades de los grandes Estados no son de ninguna
manera agéntes librés. Más allá del residuo de esperanza necesa­
ria y de fe en que los líderes responderán sensatamente, se halla
la posibilidad de‘ estimar las presiones que los obligan a hacerlo
así. En un mundo en el que dos Estados unidos por su mutuo
antagonismo superan por lejos a cualquier otro, los incentivos
para una respuesta calculada resaltan con mayor nitidez, y las
sanciones contra las conductas irresponsables están cargadas de
la mayor fuerza.. La identidad y también la conducta de los líde­
res se ven afectadas por la presencia de presiones y por la cla­
ridad de los desafíos. Podemos lamentar que Churchill no haya
logrado el contról del gobierno inglés en la década de 1930, pues
él sabía qué acciones se requerían para mantener el equilibrio
de poder. Churchill no llegó al poder por la difusa amenaza de
guerra de la década de 1930, sino por el desnudo peligro de de­
rrota luego de que la guerra comenzó. Si un pueblo que repre­
senta ahora un polo del mundo tolera a gobernantes ineptos,
corre riesgos cláros y discernióles. Los líderes de Estados Uni­
dos y de la Unión Soviética son elegidos atendiendo supues­
tamente a las tareas que deberán desempeñar. Otros países, si lo
desean, pueden darse el lujo de elegir dirigentes que complazcan
al pueblo por la manera en que manejan los asuntos internos.
Estados Unidos y la Unión Soviética no pueden hacerlo.
No es que tengamos la utópica esperanza de que todos los
gobernantes futuros norteamericanos y rusos combinarán en
sus personas un complicado conjunto de virtudes casi perfectas,
sino que las presiones de un mundo bipolar los estimularán a
actuar internacionalmente de maneras mejores de las que po­
dríamos esperar; de acuerdo con sus respectivos personajes. En
1964 enuncié esta proposición; en 1964, Nixon la confirmó. No
es que confiemos serenamente en la paz, o incluso en la supervi­
vencia, del mundo, sino que un optimismo cauteloso se justifica
en tanto los peligros a los que cada uno debe responder estén
presentes deí manera clara. Cada uno de los países puede enlo­
quecer o sucumbir a la inanición y a la debilidad. El hecho
de que las necesidades estén claras aumenta las posibilidades de
que sean satisfechas, pero no da garantías. Los peligros extran­

258
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

jeros pueden unificar un Estado e instar a su pueblo a una ac­


ción heroica. O, como en la Francia que enfrentó a la Alemania
hitlerista, las presiones externas pueden dividir a los dirigentes,
confundir al público e incrementar su voluntad de abandono.
También puede ocurrir que las dificultades de adaptación y la
necesidad de una acción calculada sean simplemente demasiado
grandes. La claridad con la que ahora observamos la necesarie-
dad de las acciones puede ser borrada por el enceguecedor1res­
plandor de las explosiones nucleares. El temor de que esto pueda
ocurrir vigoriza las fuerzas y los procesos que he descripto.

IV

Un sistema de dos tiene muchas virtudes. Antes de seguir expli­


cándolas, debemos examinar la cuestión de la durabilidad del
mundo bipolar de hoy. El sistema es dinámicamente estable,
como he demostrado. Sin embargo, no he examinado las muchas
aseveraciones que afirman que Estados. Unidos y la Unión So­
viética están perdiendo, o han perdido, su influencia efectiva
sobre otros Estados, como ocurrió a los grandes poderes anterio­
res, y como seguramente volverá a ocurrir. Primero, debemos
preguntarnos si el margen de superioridad ruso y norteamerica­
no se está erosionando seriamente, y examinemos luego la rela­
ción existente entre poder militar y control político.
Observando el ascenso y la declinación de las naciones a lo
largo de los siglos, sólo podemos concluir que los rankings na­
cionales cambian lentamente. Dejando de lado la guerra, lo eco­
nómico y otras bases del poder cambian con poca rapidez en
una nación con respecto a otra. Las diferencias en crecimiento
económioo no son suficientemente grandes ni permanentes como
para alterar las situaciones, salvo a largo plazo. Francia y su
principal oponente en las Guerras Napoleónicas eran también
los principales participantes iniciales de la Primera Guerra Mun­
dial, con Prusia convertida en Alemania y con el agregado tardío
de Estados Unidos. Ni siquiera derrotas como las sufridas por
la Francia napoleónica o la Alemania de Wilhelmine sacaron a
estos países de la jerarquía de grandes poderes. La Segunda
Guerra Mundial sí cambió el elenco; otros ya no pudieron com­
petir con Estados Unidos y la Unión Soviética, pues sólo ellos
combinan la gran escala geográfica y demográfica con el desa­

259
KENNETH N. WALTZ

rrollo económico y tecnológico. Ingresar al club era más fácil


cuando los grandes poderes eran mayores en número y menores
en dimensión. Ahora, con menos poderes y de mayor tamaño,
han aumentado las dificultades para el ingreso. Con el tiempo,
sin embargo, hasta ellos pueden ser superados. ¿Qué distancia
tendrá que recorrer un tercero o cuarto Estado para tomar el
impulso que le permita saltar la valla? ¿A qué altura está esa
valla?
Aunque no tan alta como antes, sigue estando más alta que
lo que muchos nos quieren hacer creer. Uno de los temas recien­
tes del discurso norteamericano es que somos “un decadente
poder industrial” . C. L. Sulzberger, por ejemplo, anunció en no­
viembre de 1972 que “ Estados Unidos ya no es el gigante global
de hace veinte años” . Nuestra parte Úel producto mundial, afir­
mó, “ha bajado del 50 al 30 por ciento” (noviembre 15, 1972, p.
47). Ese error numérico sería alarmante si no estuviéramos
acostumbrados a escuchar hablar dé la constante decadencia
norteamericana. En el verano de 1971, el presidente Nixon co­
mentó que 25 años atrás “éramos el número uno militar del
mundo” , y “ el número uno económicamente” , además. Estados
Unidos, agregó, “producía más del 50 por ciento de todos los
productos mundiales” . Pero ya no. En 1971, “ en vez de ser el
número uno en el mundo desde el punto de vista económico, el
poder mundial preeminente, y en vez de haber tan sólo dos su-
perpoderes, si pensamos en términos económicos y en potencia­
lidades económicas, hay cinco grandes centros de poder en el
mundo actual” (julio 6, 1971).
La treta a la que Sulzberger y Nixon nos sometieron, y sin
duda a la que ellos mismos se sometieron, debe ser evidente. En
1946, el año que Nixon utiliza en la comparación, la mayoría del
mundo industrial fuera de Estados Unidos estaba en ruinas. En
1952, año que utiliza Sulzberger para su comparación, Inglaterra,
Francia y Rusia habían recuperado sus niveles de producción de
pre-guerra, pero los milagros económicos alemán y japonés to­
davía no se habían llevado a cabo. En los años que siguieron a
la guerra, Estados Unidos produjo naturalmente un porcentaje
inusualmente grande de los productos mundiales.4 Ahora nue­

4 Sin embargo, Nixon y Sulzberger sobrestiman el dominio econó­


m ico norteamericano de posguerra. W. S. y E. S. Woytinsky dan a Esta­

260
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

vamente, al igual que antes de la guerra, producimos alrededor


de un cuarto de los productos mundiales, que es dos y tres veces
más que lo que producen las dos economías que nos siguen, es
decir, la de la Unión Soviética y la de Japón. ¿Y eso significa
que en vez de ser el número uno somos ahora solamente uno
de cinco?
Un crecimiento de recuperación es más rápido que una tasa
de crecimiento que parte de una base normal. Las tasas de recu­
peración de otras economías redujeron la enorme brecha exis­
tente entre Estados Unidos y otros países industriales, pero la
que existe ahora sigue siendo grande. Ninguna evidencia sugiere
una erosión significativa de la posición norteamericana actual.
Muchas evidencias sugieren que nos acostumbramos tanto a
nuestra anormal dominación de posguerra que ahora sufrimos
una incómoda insensibilidad ante los avances de otros, nos igua­
len o no. En el juego económico-tecnológico, ;Éstados Unidos tie­
ne las cartas más fuertes. El crecimiento económico y.la com-
petitividad dependen de la excelencia tecnológica. Estados Uni­
dos tiene el liderazgo, que mantiene gastando más que otrps
países en investigación y desarrollo. También én este punto las
afirmaciones recientes son erróneas. El International Economic
Report of the President, de marzo de 1976, advertía al Congreso
que “Estados Unidos no ha mantenido el paso con el crecimien­
to y la relativa importancia de los esfuerzos de sus principales
competidores extranjeros, especialmente Alemania y Japón”
(CIEP, p. 119). Esto debe ser traducido de lá siguiente manera:
el incremento de las inversiones en investigación y desarrollo
de Alemania y Japón los llevó hasta el nivel; de gasto norteame­
ricano en 1973 (ver Tabla II, Apéndice). Gran parte de la deca­
dencia de los gastos norteamericanos durante esa década refleja
la reducción de los gastos en investigación y desarrollo del espa­
cio y defensa, lo que poco tiene que ver con la posición económi­
ca. Más aún, como los gastos se miden como porcentaje del pro­
ducto interno bruto, el gasto nacional norteamericano sigue
siendo desproporcionadamente grande. Ese gasto se refleja en
los resultados, tal como lo sugieren varios éjemplos. En los 29

dos Unidos el crédito por el 40,7 % del ingreso mundial de 1948, compa­
rado con el 26% de 1938. Ésa parece ser la m ejor estimación (1953,
pp. 389, 393-95).

261
KENNETH N. W ALTZ

años que siguieron al establecimiento del premio Nobel en


ciencias, los norteamericanos ganaron 86 de los 178 acordados
(Smith y Karlesky 1977, p. 4). En 1976 nos convertimos en el
primer país que ganó todos los Nobel. (Por supuesto que esto
llevó a la aparición de artículos periodísticos que advertían acer­
ca de una próxima" decadencia de la eminencia científica y cultu­
ral norteamericana, en parte porque otros países nos están al­
canzando en sus gástos de investigación de la manera que ya he
resumido. Sospechamos que la advertencia es merecida, ya que
difícilmente podríamos hacerlo mejor). Entre 1953 y 1973 Esta­
dos Unidos produjo el 65 por ciento de 492 innovaciones tecnoló­
gicas de importancia. Inglaterra fue segunda con 17 (ibíd). En
1971, de cada diez mil empleados de la fuerza laboral norteame­
ricana, 61,9 eran científicos e ingenieros. Las cifras óomparables
de los países no comunistas que seguían en el ranking eran 38,4
en Japón, 32,0 en Alemania Federal y 26,2 en Francia. Finalmen­
te, nuestra ventaja en la exportación de productos manufactu­
rados ha dependido d:e la exportación de productos de alta tec­
nología. En los tres años que van de 1973 a 1975, esas exporta­
ciones crecieron a un porcentaje anual promedio del 28,3 por
ciento (IERP, 1976, p. 120).
Se mida como se mida, Estados Unidos es el país líder. Po­
demos preguntamos si la posición de líder no es demasiado cos­
tosa de mantener. Los países en desarrollo, Rusia y Japón por
ejemplo, han ganado adoptando la tecnología costosamente crea­
da en países con economías más avanzadas. Por cuatro razones
esto ya no es posible. Primero, la complejidad de la tecnología
actual significa que la competencia en ciertos aspectos rara vez
puede ser separada de la competencia en otros aspectos. ¿Có­
mo puede un país estar al frente de cualquier tecnología complica­
da sin tener acceso á las computadoras más sofisticadas? Países
tan avanzados coíño la Unión Soviética y Francia han experimen­
tado las dificultades que implica la cuestión. Segundo, el paso
del cambio tecnológico significa que los retrasados se multipli­
can. “ Los países que se han quedado un poquito atrás” , como
ha dicho Víctor Basiuk, "con frecuencia descubren que están
fabricando productos casi obsoletos” (n. d., p. 489). Tercero,
aunque Estados Unidos no tiene un mercado interno suficiente­
mente grande como para permitir la explotación plena y eficaz
de algunas tecnologías posibles, de todos modos se aproxima

262
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

más a la escala requerida que cualquier otro país. La ventaja es


grande, dado que la mayoría de los proyectos siguen siendo na­
cionales en vez de internacionales. Cuarto, el liderazgo económi­
co y tecnológico se tomará probablemente más importante en la
política internacional. Esto ocurre, en parte, por el estancamien­
to militar. También porque en el mundo actual, y más aún en el
futuro, el adecuado suministro dé las materias primas no es
barato ni está disponible con facilidad. La explotación del fondo
del mar, el desarrollo de sustitutos para los recursos escasos, el
reemplazo de ellos por materiales sintéticos elaborados a partir
de materiales disponibles: éstas son las capacidades que se tor­
narán cada vez más importantes para la determinación de la
prosperidad, si no la viabilidad, de las economías nacionales.
He mencionado un número de ítems que deben acreditarse
al balance norteamericano. ¿No he pasado por alto los ítems que
deberían considerarse débitos? ¿No he presentado un cuadro in­
flacionario? Sí, lo he hecho, pero éste es un mundo inflaciona­
rio. Es duro pensar en desventajas que suframos y que no sean
mucho más severas para los otros países importantes. La Unión
Soviética goza de muchas de las ventajas de las que goza Estados
Unidos, y algunas de las que carecemos, especialmente en lo que
se refiere a recursos naturales. Con la mitad de nuestro produc­
to interno bruto, Rusia tiene que correr rápido para mantenerse
en carrera. Podemos pensar que la pregunta que debemos for­
mularnos no es si un tercero o cuarto país podrá entrar en el
círculo de los grandes poderes en el futuro próximo, sino si la
Unión Soviética podrá mantenerse allí.
La Unión Soviética, desde la guerra, ha sido capaz de desa­
fiar a Estados Unidos en algunas partes del mundo, gastando una
cantidad desproporcionadamente grande de su ingreso en me­
dios militares. Ya en desventaja por tener que mantener una
población más grande que la de Estados Unidos con la mitad de
su producto, también gasta proporcionalmente más que Estados
Unidos de ese producto en defensa —tal vez un 11 ó 13 por ciento
comparado con el 6 por ciento, más o menos, del producto bruto
que Estados Unidos gastó entre los años 1973 y 1975.5 El peso
de ese gasto militar es grande. Sólo Irán, y los Estados de Orien­

5 Algunas estimaciones del gasto de la Unión Soviética son más ele­


vadas. Cf. Brennan, 1977.

263
KENNETH N. WALTZ

te Medio gastan más en proporción. Algunos se han preocupado


por la posibilidad de que la República Popular China siga ese
camino, que pueda movilizar a la nación con el objeto de incre­
mentar rápidamente la producción adquiriendo simultáneamen­
te una moderna e importante capacidad militar. Es dudoso que
pueda lograr uno de esos prppósitos, y seguramente no los dos,
ni tampoco el segundo sin cumplir el primero. Como futura su-
perpotencia, la República Popular China es apenas discemible
en un horizonte tan distante que hace inválida toda especulación.
Europa occidental es el único candidato a corto plazo —di­
gamos, para fines del milenio. Sus perspectivas tal vez no sean
brillantes, pero al menos el potencial está presente y sólo es ne­
cesario que se lo despliegue políticamente. Sumados, los nueve
Estados de Europa occidental tienen una población ligeramente
mayor que la de Ja Unión Soviética, y un PIB que excede el de
Rusia por un 25 %. La unidad no se concretará inmediatamente,
y, si se concretara, Europa no lograría instantáneamente el estré­
llate. Una Europa unida que desarrollara la competencia política
y el poder militar durante años emergería algún día como tercera
superpotencia, probablemente ocupando una posición intermedia
entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
A menos que Europa se una, Estados Unidos y la Unión So­
viética seguirán estando muy adelante de todos los otros. ¿Pero
es eso en sí mismo lo que los distingue? En los asuntos interna­
cionales, la fuerza sigue siendo el árbitro final. Así, algunos han
pensado que por la adquisición de armas nucleares los terceros
países reducen la distancia que los separa de las superpotencias.
"Pues, al igual que la pólvora en otras épocas”, expresa una ar­
gumentación, “ las armas nucleares acabarán por hacer que los
pequeños sean iguales a los grandes” (Stillman y Pfaff 1961,
p. 135). La pólvora, sin embargo, no borró la distinción entre
los grandes poderes y los otros, ni tampoco lo han logrado las
armas nucleares. Las armas nucleares no son los grandes ecuali-
zadores que se creía. El mundo era bipolar a fines de la década
de 1940, cuando Estados Unidos tenía pocas bombas atómicas, y
la Unión Soviética ninguna. Las armas nucleares no causaron la
situación de bipolaridad; otros Estados, ál adquirirlas, no logra­
rán alterar esa situación. Las armas nucleares no ecualizan la
situación de poder de las naciones porque no cambian las bases
económicas del poder de una nación. Las capacidades nucleares

264
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

refuerzan una situación que de todos modos ¡existiría en su au­


sencia; incluso sin tecnología nuclear, Estados Unidos y la Unión
Soviética hubieran desarrollado armas de inmenso poder des­
tructivo. No se distinguen de todos los otros Estados por sus par­
ticulares sistemas armamentistas sino por su capacidad de ex­
plotar la tecnología militar a gran escala y en ios límites científi­
cos. Si el átomo jamás se hubiera fisionado, cada una de esas
naciones hubiera sobrepasado a todas las demás en fuerza mili­
tar, y cada una de ellas hubiera seguido siendo la mayor amena­
za y la mayor fuente de daño potencial para la otra.
Como la investigación armamentista e s 1tan intensiva, las
armas modernas han alzado las barreras que los Estados deben
saltar si es que desean convertirse en miembros del club de las
superpotencias. Incapaces de gastar en investigación, desarrollo
y producción en el nivel en que lo hacen los: norteamericanos o
los rusos, los poderes intermedios que intentan competir descu­
bren permanentemente que se han quedado atrás.6 Se hallan en
la habitual posición segundona de imitar los armamentos más
avanzados de sus competidores más ricos, pero sus problemas
son actualmente mayores. El ritmo de la competencia se ha acéí
lerado. Si las armas cambian poco y lentamente, los países pe­
queños pueden tener la esperanza de acumular armas que no
se tornarán obsoletas. Al construir una fuerza nuclear, Inglate­
rra se volvió más dependiente de Estados Unidos. Contemplando
ese ejemplo, De Gaulle decidió, no obstante, seguir adelante
con el programa nuclear francés. Puede haberlo hecho creyendo
que los submarinos misilísticos eran la primera fuerza mundial
permanente e invulnerable, y que con ellos acababa la obsoles­
cencia militar. A los franceses los seduce la invülnerabilidad. Sin
embargo, dado el pequeño número de submarinos que Francia
ha diseñado, solo uno o dos de ellos estarán' en el mar en cual­
quier momento. El rastreo continuo hace que sea cada vez más
fácil detectarlos y destruirlos. Y las 18 bases misilísticas terres­
tres francesas pueden ser suprimidas por los misiles balísticos

6 Entre 1955 y 1965, Inglaterra, Francia y Alemania gastaron el 10 %


del total norteamericano en investigación y desarrollo; entre 1970 y 1974,
el 27 %. Tal com o concluye Richard Burt, a menos que los países euro­
peos cooperen en la producción de sistemas militares y que Estados Uni­
dos compre, la explotación de una nueva tecnología aumentaría la brecha
entre las capacidades de los aliados (1976, pp. 20-21; ver Tabla VI del
Apéndice).

265
KENNETH N. W ALTZ

rusos de alcance intermedio, de los que la Unión Soviética dispone


en abundancia. Los funcionarios franceses siguen proclamando
su invulnerabilidád, y yo en lugar de ellos haría lo mismo. Pero
mis palabras no. me párecerían creíbles. En el caso de Estados
Unidos y la Unión Soviética, cada uno se preocupa de que el
otro pueda lograr lá posibilidad de dar el primer golpe, y ambos
trabajan para impedirlo. Las preocupaciones de las potencias
nucleares menores ,son incomparablemente mayores, y no pue­
den hacer gran cósa para prevenirlas.
En otras épocas, los poderes más débiles podían mejorar su
situación por medió de alianzas, sumando las fuerzas de ejér­
citos extranjeros al propio. ¿Acaso algunos de los Estados in­
termedios no pueden hacer uniéndose aquello que son incapaces
de hacer por sí solos? Por dos razones decisivas, la respuesta es
no. Las fuerzas nucleares no se suman. La tecnología de las ca­
bezas nucleares, dé los vehículos de distribución, de los aparatos
de detección y vigilancia, de los sistemas de comando y de con­
trol cuenta más que lá dimensión de las fuerzas. De poco sirve
la combinación desfuerzas nacionales individuales. El logro de
los niveles tecnológicos más altos requeriría la absoluta colabo­
ración de, digamos, varios Estados europeos. Y eso ha demos­
trado ser políticamente imposible. Tal como De Gaulle decía con
frecuencia, las armas nucleares toman obsoletas las alianzas.
En un nivel estratégico, estaba en lo cierto. Ésa es otra razón
que nos permite llamar a la NATO un tratado de garantía y no
una antigua alianza. La concertación de su poder para elevar
sus capacidades hasta el nivel de las superpotencias requeriría
que los Estados lograran el inalcanzable “ manejo conjunto de
todas las variables relevantes” de los oligopolistas. Recordando
a Fellner, sabemos que esto no es posible. Los Estados temen
una división completa de sus labores estratégicas —desde la
investigación y el'desarrollo, pasando por la producción, la pla­
nificación y el empleo. Esto no se produce porque en el futuro
pueden entablar una; guerra entre sí, sino porque la decisión
de cualquiera de; ellos de utilizar las armas nucleares en contra de
terceros puede resultar fatal para todos ellos. Las decisiones
de utilizar las armas nucleares pueden ser la decisión de suici­
darse. Solo una autoridad nacional puede ser depositarla de esa
decisión, una vez máis, tal como decía De Gaulle. Las razones
por las que los europeos temen que Estados Unidos no esté dis­

266
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

puesto a tomar represalias para defenderlos son las mismas que


impiden a los Estados intermedios incrementar su poder para
actuar a niveles globales y estratégicos por intermedio de alian­
zas formadas entre ellos mismos.7 Dejo de lado muchos otros
impedimentos que obstaculizan la cooperación nuclear. Estos
ya indicados bastan. Solo fundiéndose y perdiendo su iden­
tidad política, los Estados intermedios pueden convertirse en
superpotencias. La imposibilidad de sumar las fuerzas nucleares
demuestra una vez más que en nuestro mundo bipolar los es­
fuerzos de los Estados menores no pueden alterar el equili­
brio estratégico.
Decir que la difusión de las armas nucleares deja intacta
la bipolaridad, no implica una actitud indiferente ante su proli­
feración. Esa difusión no tomará multipolar al mundo, pero
puede ejercer otros efectos positivos o negativos. Los negativos
son los más fáciles de imaginar. La bipolaridad ha impedido la
guerra entre las grandes potencias, pero se han luchado sufi­
cientes guerras a menor escala. La perspectiva de que cierto nú­
mero de Estados que poseen armas nucleares puedan estar mal
controlados es de temer, no porque la proliferación cambie el
sistema sino por lo que los poderes menores podrían hacerse
entre sí. En un importante artículo de 1958, Albert Wohlstetter
advirtió de los peligros de un "delicado equilibrio de terror” .
Esos peligros pueden atacar a los países que posean pequeñas
fuerzas nucleares, cuando uno de ellos se ve tentado a disparar
sus armas preventivamente contra un adversario que cree mo­
mentáneamente vulnerable. Debemos agregar que estos peligros
en realidad no se han presentado. Es necesario reconsiderar la
cuestión de la proliferación nuclear, pero no aquí, ya que sólo
deseo establecer que un aumento del húmero de Estados nu­
cleares no amenaza la estructura bipolar del mundo.
Las limitaciones de la tecnología y de la escala operan
decisivamente en contra de la posibilidad de que los Estados
intermedios puedan competir con las grandes potencias a nivel
nuclear. Las mismas limitaciones los retrasa en cuanto a los
armamentos convencionales. Los sistemas armamentistas de alta
tecnología pueden llegar a dominar el campo de batalla.,Un

7 Por las mismas razones, una superpotencia retrasada no puede com­


binarse con los Estados menores para compensar la debilidad estratégica.

267
KENNETH N. WALTZ

funcionario norteamericano describe un avión que se está desa­


rrollando para misiones estratégicas de esta manera: “ arrojará
una cobertura electrónica sobre las defensas aéreas, lo que permi­
tirá que nuestro avión ataque sin ningún riesgo, salvo el de los
disparos perdidos” . Otro describe los armamentos electrónicos
como “una absoluta necesidad para la supervivencia en futuros
conflictos” (Middleton, septiembre 13, 1976, p. 7). Aunque la
necesidad pueda ser absoluta, solo Estados Unidos puede satis­
facerla y, más tarde, la Unión Soviética. Desde los rifles a los
tanques, desde los aviones a los misiles, el costo de las armas
se ha multiplicado. Compararlas en cantidad y variedad sufi­
cientes como para lograr efectividad militar es algo que excede
la capacidad económica de la mayoría de los Estados. A partir
de 1900 en adelante, solo los grandes poderes, que poseen eco­
nomías importantes, pueden tener flotas modernas. Otros Es­
tados limitaron sus embarcaciones a modelos más antiguos y
más baratos, en tanto sus ejércitos seguían siendo miniaturas
de los ejércitos de los grandes poderes. Ahora los ejércitos,
las fuerzas aéreas y las navales de alta tecnología solo están a
disposición de los grandes poderes. Países de las dimensiones
de Alemania e Inglaterra poseen actualmente economías impor­
tantes para la manufacturación de acero y refrigeradores, para
la construcción de escuelas, para servicios de salud y sistemas
de transporte. Pero no es así en el aspecto militar. Además del
aspecto electrónico, el costo y la complicación de las armas con­
vencionales excluyen a los Estados intermedios de la capacidad
de desarrollar armas modernas para el combate aéreo, terrestre
y naval.8
Los grandes poderes no son fuertes simplemente por poseer
armas nucleares, sino también porque sus enormes recursos
les permiten generar y mantener todo tipo de poder, militar y
de otra clase, a niveles tácticos y estratégicos. Los barreras exis­
tentes para ingresar al club de las superpotencias nunca han
sido más altas ni más numerosas. El club seguirá siendo durante
largo tiempo el más exclusivo del mundo.

8 Vital ha establecido estas características con respecto a los Esta­


dos pequeños. Se aplican también a los Estados intermedios (1967, pá­
ginas 63-77).

268
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

No hay duda de que las capacidades se hallan actualmente más


concentradas que nunca antes en la historia moderna. Pero mu­
chos arguyen que la concentración de las capacidades no genera
poder efectivo. El poder militar ya no comporta control político.
A pesar de su enorme capacidad, ¿es Estados Unidos “ un Gulliver
atado, en vez de un amo con las manos libres” ? (Hoffmann, ene­
ro 11, 1976, sec. iv, p. 1). ¿Y también la Unión'Soviética se ajusta
a esa descripción? Las dos superpotencias, impotentizadas por
la fuerza nuclear de cada una, se ven, en cuanto a importantes
propósitos políticos, reducidas al poder de los Estados meno­
res. Ésa es la creencia general. La igualdad defectiva de los Es­
tados surge de su misma condición de ertorme desigualdad.
Leemos, por ejemplo, que él “ cambio de la naturaleza del poten­
cial movilizable ha tornado dificultoso y deprimente el uso que
sus infelices poseedores pueden darle durante las emergencias.
Como resultado, las naciones mucho menos dotadas pueden,
comportarse, en muchos aspectos, como si la diferencia de po­
der no fuera importante” . Se llega a lá conclusión agregando
que Estados Unidos piensa en “ términos cataclísmicos”, vive
aterrorizado por la guerra total y basa sus cálculos militares
en las fuerzas necesarias para la crisis final aunque improbable,
en vez de basarlas en los casos menos espectaculares que, en
realidad, son los de ocurrencia más probable ( Hoffmann, otoño
de 1964, pp. 1279, 1287-88; cf. Knorr 1966). v
En las muy difundidas palabras de John Herz, el poder
absoluto es igual a la absoluta impotencia, al menos en los más
altos niveles de fuerza representados por los armamentos nu­
cleares ruso y norteamericano (1959, pp, 22,: 169). A niveles
menores de violencia, muchos Estados püeden competir como
si fueran sustancialmente iguales. Las mejores armas de la
Unión Soviética y de Estados Unidos son inútiles, y la evidente
ventaja de estos dos Estados es negada de ésta manera. Pero,
¿qué ocurre con las armas rusas o norteamericanas usadas
en contra de Estados nucleares menores o, en contra de Estados
que no poseen armas nucleares? Una vez más, las “mejores” ar­
mas de los Estados más poderosos son las menos utilizables. La
nación está equipada para “ responder masivamente” , pero no

269
'' KENNETH N. WALTZ

es probable que encuéntre la ocasión de usar esa capacidad. Si


la amputación de un brazo fuera el único remedio posible para
la infección de undedo, nos sentiríamos tentados a esperar lo
mejor y no dar ningún tratamiento a la enfermedad. El Estado
que sólo puede actuar efectivamente cuando compromete todo
el poder de su arsenal militar probablemente olvide la amenaza
que ha pronunciado y acepte una situación descripta como in­
tolerable. Los instrumentos que no pueden utilizarse para en­
frentar casos pequeños —aquéllos que son moderadamente peli­
grosos y dañosos— no se utilizan mientras no aparezca un caso
grande. Pero entonces el uso de una gran fuerza para defender
un interés vital correría el grave riesgo de las represalias.
En esas circunstáhcias, los poderosos se ven frustrados por
su propia fuerza; "y aunque no por ello los débiles se tornan
fuertes, son, no obstante, capaces, se dice, de actuar como si
lo fueran.
Esos argumentos' se han repetido muchas veces y deben
tomarse con seriedad: En un sentido obvio, parte de la afirma­
ción es válida. Cuando los grandes poderes están impotentizados,
los Estados menores adquieren una mayor libertad de movi­
miento. El hecho de que este fenómeno sea perceptible no nos
dice nada nuevo acerca de la fuerza de los débiles o de la debili­
dad de los fuertes. Los Estados débiles a menudo han hallado
oportunidades de maniobrar en los insterticios de un equilibrio
de poder. En un mundo bipolar, los líderes están libres para
establecer una política sin acceder a los deseos de los miembros
menores de una alianza. Por la misma lógica, estos últimos no
son libres de seguir la política que se ha establecido. Como una
vez fue nuestro casó, ellos disfrutan de la libertad de los irres­
ponsables, ya que su seguridad está suministrada primordial­
mente por los esfuerzos de otros. El mantenimiento del equili­
brio y de sus subproductos requiere los constantes esfuerzos
de Estados Unidos y de la Unión Soviética. Sus respectivos ins­
tintos de autopreservación estimulan esos esfuerzos. El objeti­
vo de ambos Estados debe ser la perpetuación de la inmovilidad
internacional cómo loase mínima de la seguridad de cada uno
de ellos —incluso si ésto significa que dos enormes Estados de­
ben hacer todo el'trabajo mientras los más pequeños se divierten.
Las armas nucleares estratégicas disuaden a las armas nu­
cleares estratégicas (aunque pueden hacer más que eso). Cuando

270
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS M ILITARES

cada Estado debe tender a su propia seguridad como mejor


pueda, los medios adoptados por un Estado deben estar sincro­
nizados con los esfuerzos de los otros. El costo del establishment
nuclear norteamericano, mantenido en pacífica disponibilidad,
es comparable funcionalmente al costo que debe enfrentar un
gobierno con el objeto de mantener el orden doméstico y sumi­
nistrar seguridad interna. Ese gasto no es productivo en el
sentido en que lo es el gasto invertido en la construcción de ca­
minos, pero tampoco es improductivo. Su utilidad es obvia, y,
si alguien argumentara exitosamente de otra manera, las conse­
cuencias de aceptar esa argumentación rápidamente demostra­
rían su falsedad. La fuerza es menos visible cuando el poder
está presente de la manera más plena y adecuada (cf. Carr,
1946, pp. 103, 129-132). El poder mantiene un orden; el uso de
la fuerza señala un posible quiebre. Cuanto más ordenada es
una sociedad, y más competente su gobierno, tanta menos fuer­
za deben emplear sus fuerzas policiales. Actualmente, hay me­
nos disparos en Sandusky que los que había antes en la fron­
tera del oeste. De manera similar, los Estados de poder supremo
tienen que usar la fuerza con cada vez menor frecuencia. “ No
recurrir a la fuerza" —como tanto Eisenhower .y Kruschev pa­
recen haber advertido— es la doctrina de los Estados podero­
sos. Los Estados poderosos necesitan utilizar la fuerza con me­
nor frecuencia que sus vecinos más débiles, porque los fuertes
con frecuencia pueden proteger sus intereses o cumplir su vo­
luntad de otras maneras —por persuasión y argumentación, por
medio de negociaciones y sobornos económicos, por ampliación
de las ayudas, y, finalmente, por medio de amenazas disuasorias.
Como los Estados con gran cantidad de armas nucleares en reali­
dad no las “usan” , se dice que la fuerza está descartada. Ese
razonamiento es falaz. La posesión del poder no debería identi­
ficarse con el uso de la fuerza, y la utilidad de la fuerza no debe­
ría ser comparada con su usabilidad. El hecho de introducir
esas confusiones en el análisis del poder es comparable a decir
que la fuerza policial que rara vez emplea la violencia es débil,
o que una fuerza policial es fuerte sólo cuando los policías
disparan sus armas. Para variar la imagen, es comparable a
decir que un hombre con muchas posesiones no es rico si gasta
poco dinero, o que un hombre es rico cuando gasta gran
cantidad de dinero.

271
KENNETH N. WALTZ

Pero la argumentación que no debemos perder de vista es


que tal como el dinero del avaro puede desvalorizarse con el
curso de los años, la fuerza militar de los grandes poderes ha
perdido gran parte de su usabilidad. Si la fuerza militar es igual
a la moneda que no puede gastarse o al dinero que ha perdido
valor, ¿no es, entonces, su represión una manera de disfrazar
la depreciación de su valor? Conrad von Hotzendorf, jefe de
Estado austríaco antes de la Primera Guerra Mundial, conside­
raba el poder' militar como si fuera una suma de capital, inú­
til si no se la invertía. En su opinión, la inversión de la fuerza
militar es comprometerse en batallas.9 Según el razonamiento
de Conrad, la fuerza militar es más útil en el momento en que
se la emplea en una guerra. Si se depende de la situación de
un país, tiene mucho más sentido decir que la fuerza militar
es más útil cuando disuade a otros Estados de atacar; es decir,
cuando no es un poder del status-quo, la no utilización de la
fuerza es un signo de su fuerza. La fuerza es más útil, o sirve
mejor a los intereses de un Estado, cuando no es necesario uti­
lizarla en la conducción de una guerra. Durante el siglo que ter­
minó en 1914, la marina británica era suficientemente poderosa
como para atemorizar y alejar todos los desafíos mientras In­
glaterra llevaba a cabo ocasionales empresas imperiales en Otras
partes del mundo. Sólo cuando el poder inglés se debilitó, sus
fuerzas militares fueron empleadas para combatir en una guerra
en gran escala. Al ser utilizado, su poder militar se tornó más
inútil.
La fuerza es barata, especialmente para un poder del sta­
tus-quo, si su existencia misma actúa en contra de su uso. ¿Qué
significa, entonces, decir que el costo de utilizar la fuerza ha
aumentado mientras su utilidad ha disminuido? Es muy impor­
tante, sin duda útil, pensar en “ términos cataclísmicos”, vivir
aterrado por la guerra total, y basar los cálculos militares en
las fuerzas necesarias para una crisis final e improbable. El

9 "Las sumas gastadas por poder bélico es dinero desperdiciado” ,


mantenía, "si el poder bélico no es utilizado para obtener ventajas polí­
ticas. En algunos casos, la simple amenaza basta y el poder bélico se tor­
na útil, pero en otros nada se obtiene si no es por medio del uso
del poder bélico en sí mismo, es decir, por medio de una guerra empren­
dida a tiempo; si se pierde, el momento, el capital también. En este sentido,
la guerra se convierte en una gran empresa financiera del Estado” (citado
en Vagts, 1956, p. 361).

272
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

hecho de que Estados Unidos así lo crea, y ¡que la Unión Sovié­


tica aparentemente también, toma ese cataclismo aún más im­
probable. La telaraña de la vida social y política se teje con
las tendencias y los incentivos, con las amenazas disuasorias y
los castigos. Si eliminamos estos dos últimos, el ordenamiento
de la sociedad depende enteramente de los dos primeros —un
pensamiento utópico poco práctico para este lado del Paraíso.
Si se depende completamente de las amenazas y los castigos,
el orden de la sociedad se basa en la coerción pura. La política
internacional tiende hacia esta última situación. La presencia
diaria de la fuerza y la recurrente confianza en ella es lo que
marca los asuntos de las naciones. Desde Tucídides en Grecia
y desde Kautilya en la India, el uso de la fuerza y la posibilidad
de controlarla han sido las preocupaciones de los estudios polí­
ticos internacionales (Art y Waltz, 1971, p. 4). '
John Herz acuñó el término “ dilema de. seguridad" para
describir la situación en la que los Estados, inseguros de las
intenciones de los otros, se arman en nombre de la seguridad
y, al hacerlo, ponen en marcha un círculo vicioso. Tras haberse
armado en nombre de la seguridad, los Estados se sienten me­
nos seguros y compran más armas, porque los medios de lograr
la seguridad significan una amenaza para algún otro que, a su
vez, responde armándose (1950, p. 157). Sean cuales fueren las
armas y el número de Estados de un sistema, los Estados tienen
que vivir con su dilema de seguridad, que-no está producido
por su voluntad sino por la situación en que se hallan. Un
dilema no puede resolverse, puede ser enfrentado. La fuerza
no puede eliminarse. ¿Cómo es posible la paz cuando la fuerza
reviste su pavorosa forma nuclear? En este capítulo hemos visto
que dos pueden enfrentar el problema mejor que tres o más.
Las fuerzas nucleares de respuesta son los ¿principales medios
usados. Esos medios parecen casi completamente inutilizables.
¿Debemos lamentarlo? ¿Por qué es preferida' lá fuerza “usable",
de modo que Estados Unidos y la Unión Soviética fueran ca­
paces de embarcarse en una guerra similar á la que los grandes
poderes solían entablar? La línea de razonamiento, incluida en
las afirmaciones que sostienen que Estados Unidos y la Unión
Soviética están impotentizados por la inusabilidad de sus fuer­
zas, pasa por alto el punto capital. Los grandes poderes están
en mejores condiciones cuando las armas que utilizan para en­

273
KENNETH N. W ALTZ

frentar el dilema de seguridad son aquéllas que hacen que la


guerra sea improbable. Las fuerzas nucleares son útiles, y su
utilidad se ve reforzada por el grado en que esas fuerzas se ven
impedidas. Las fuerzas ‘militares son más útiles, y menos costo­
sas, si se las valúa solo en dinero y no en sangre.
De teorías confusas y de la imposibilidad de la memoria
histórica resultan extrañas ideas acerca de la usabilidad y la uti­
lidad de la fuerza. Los grandes poderes no son jamás “ amos
con las manos libres”. Siempre son “Gulliveres” , más o menos
atados. Habitualmente ¡tienen vidas complejas. Después de todo,
tienen que rivalizar' entre sí, y, como los grandes poderes tienen
un gran poder, eso les resulta difícil. En cierto aspecto, sus des­
tinos pueden ser envidiables; en otros muchos, no lo son. Para
dar un ejemplo efectivo, luchan más guerras que los Estados
menores (Wright, 1956, pp. 221-23 y Tabla 22, Woods y Baltzly,
1915, Tabla 46). Su participación en guerras surge de su posición
en el sistema internacional, no de su carácter nacional. Cuando
están en la cima o cerca, luchan; cuando declinan, se toman
pacíficos. Pensemos; en España, Holanda, Suecia y Austria. Y los
que han declinado de manera más reciente disfrutan de un
beneficio comparable.1? Algunos pueblos parecen asociar el gran
poder con la mayor-suerte, y, cuando la suerte no sonríe, conclu­
yen que el poder se ha evaporado. Uno se pregunta por qué.
Como antes, lois grandes poderes hallan el modo de usar la
fuerza, aunque ahora no en contra de otros. Cuando se observa
que el poder está equilibrado, sea este equilibrio nuclear o no,
puede parecer que la resultante de fuerzas opuestas es cero.
Pero esto es erróneo. Los vectores de la fuerza nacional no
se unen en un puntó, aunque sea solamente porque el poder
de un Estado no se resuelve en un único vector. La fuerza mi­
litar es divisible, especialmente para los Estados que pueden
poseerla en gran cantidad. En un mundo nuclear, contraria­
mente a lo que afirman algunas aseveraciones, la dialéctica

10 Adviértase cóm o es equívoco intentar comprender la conducta de


un Estado sin pensár en su situación. Contrástese con Tucídides esta
afirmación de A. J. ,P.íTáylor: "Durante años después de la Segunda Guerra
Mundial, seguí creyen doque habría otro intento alemán de lograr la su­
premacía europea y qué debíamos tomar precauciones. Los acontecimien­
tos han demostrado ";qúé estaba totalmente equivocado. He tratado de
extraer enseñanzas dé la ‘historia, que es siempre un error. Los alemanes
han cambiado: su carácter nacional” (junio 4, 1976, p. 742).

274
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

de la desigualdad no produce la igualdad efectiva de los Esta­


dos fuertes y los débiles. Las armas nucleares sirven para disua­
dir a las armas nucleares; también sirven para evitar las esca­
ladas. La tentación de un país a emplear cada vez más cantidad
de fuerza se ve disminuida si su oponente tiene la capacidad
de elevar la apuesta. La fuerza puede utilizarse con menos vaci­
laciones por parte de aquellos Estados capaces de amenazar y
de emprender acciones a diversos niveles militares. Durante más
de tres décadas, el poder se ha concentrado intensamente y la
fuerza se ha utilizado, no de manera orgiástica como en las
guerras mundiales de este siglo, sino de una manera controlada
y con propósitos políticos conscientes, aunque no siempre ha­
yan sido justos. El poder puede estar presente cuando no se
utiliza la fuerza, pero la fuerza también se utiliza abiertamente.
Un catálogo de ejemplos sería complejo y extenso. Del lado
norteamericano tendríamos ítems tales como el guarnecimiento
de Berlín, su abastecimiento aéreo durante el bloqueo, el esta­
cionamiento de tropas en Europa, el establecimiento de bases
en Japón, las guerras de Corea y Vietnam, y la “ cuarentena”
de Cuba. Rara vez la fuerza se ha aplicado de maneras más di­
versas, persistentes y amplias, y rara vez ha sido utilizada más
conscientemente como instrumento de una política nacional.
Desde la Segunda Guerra Mundial hemos visto la organización
política y la difusión del poder, no la cancelación de la fuerza
por la impotentización nuclear.
Se ha utilizado gran cantidad de poder, aunque a veces con
resultados desafortunados. Tal como se dice que el Estado que
reprime el uso de su fuerza revela debilidad, del mismo modo
el Estado que tiene problemas para ejercer el control revela un
poder defectuoso. En esa conclusión, resulta evidente el error
de identificar el poder con el control. Si el poder es idéntico al
control, aquéllos que son libres son fuertes; y esa libertad debe
tomarse como señal de la debilidad de aquéllos que poseen gran
fuerza material. Pero a menudo los débiles y los desorganiza­
dos son menos susceptibles de control que aquéllos ricos y bien
disciplinados. En este punto resulta, una vez más, necesario traer
a colación las viejas verdades. Una vieja verdad, formulada por
Georg Simmel, es ésta: cuando nos “ oponemos a una difusa mul­
titud de enemigos, podemos obtener frecuentes victorias aisladas,

275
KENNETH N. WALTZ

pero es muy difícil llegar a resultados decisivos que establezcan


definitivamente las relaciones de los rivales” (1904, p. 675).
Una verdad aún más vieja, formulada por David Hume,
es que "la fuerza está siempre del lado de los gobernados” . "El
sultán de Egipto o el emperador de Roma” , continúa, “ pueden
coaccionar a sus súbditos inocuos como bestias brutas en con­
tra de sus sentimientos e inclinaciones. Pero, al menos, deben
conducir a sus mamelucos o sus pelotones pretorianos como
a hombres, en base a sus opiniones" (1741, p. 307). Los gober­
nantes, al ser menos en número, dependen del asentimiento
más o menos voluntario de sus súbditos. Ningún gobierno pue­
de gobernar si la respuesta a cada orden es una desconsideración
ceñuda. Y si un país, a causa de su desorden interno y de su
falta de coherencia, es incapaz de gobernarse, ningún cuerpo
extranjero, por grande que sea su fuerza militar, puede espe­
rar, razonablemente, lograrlo. Si el problema es la insurrección,
no puede esperarse que un ejército extranjero sea capaz de paci­
ficar un país que es incapaz de gobernarse a sí mismo. Las
tropas extranjeras, aunque no son irrelevantes con respecto a
esos problemas, sólo pueden servir como ayuda indirecta. La
fuerza militar, usada internacionalmente, es un medio de esta­
blecer control sobre un territorio, no de ejercerlo. La amenaza
de una nación de utilizar su fuerza militar, sea nuclear o con­
vencional, es preeminentemente un medio de afectar la conducta
externa de otro país, de disuadir a un Estado de la idea de lan­
zar una política de agresión y de enfrentar esa agresión en caso
de que la disúasión fracase.
La disuasión, por defensa o por amenaza, es más fácil de
lograr que la “ compelencia”, término útil inventado por Tho-
mas C. Schelling (1966, pp. 70-71). La compelencia es más difícil
de lograr. En Vietnam, Estados Unidos enfrentó no sólo la
tarea de compeler a una acción particular, sino también la de
promover un orden político efectivo. Los que argumentan, a par­
tir de ese caso, que el valor de la fuerza ha disminuido no apli­
can en sus análisis sus propios conocimientos históricos y po­
líticos. Los maestros constructores del gobierno imperial, los
hombres como Bugeaud, Galliéni y Lyautey, desempeñaban roles
tanto políticos como militares. De manera similar, los efectos
contrarrevolucionarios exitosos han sido dirigidos por hombres
como Templer y Mgsaysay, quienes combinaban los recursos

276
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITARES

militares con instrumentos políticos (c. Huntington, 1962, p.


28). Las fuerzas militares, extranjeras o domésticas, son in­
suficientes para la tarea de la pacificación, y más aún si un
país está desgarrado por el partidismo, y si su pueblo es acti­
vo y comprometido políticamente. Algunos acontecimientos re­
presentan un cambio, otros son meras repeticiones. La difi­
cultad de Estados Unidos para pacificar Viétñam y establecer
un régimen preferido es mera repetición. Francia luchó en
Argelia entre 1830 y 1847 en una causa similar. A Inglaterra los
boers le resultaron muy problemáticos durante la guerra enta­
blada contra ellos entre 1898 y 1903. Francia, según se creía,
poseía en el momento de la lucha el mejor ejército del mundo,
e Inglaterra, una marina todopoderosa (Blainey, 1970, p. 205).
Decir que los Estados militarmente fuertes son débiles porque
no pueden establecer el orden en los Estados menores es como
decir que una maza neumática es débil porque no es adecuada
para tornear dientes enfermos. Es confundir el propósito de
los instrumentos y los medios del poder externo ¡con las agen­
cias del gobierno interno. La incapacidad de' ejercer control
político sobre otros no es indicativa de debilidad militar. Los
Estados fuertes no pueden hacer todo con sus fuerzas militares,
tal como dramáticamente lo advirtiera Napoleón; pero son ca­
paces de hacer cosas que los Estados militarmente débiles no
pueden. La República Popular China no puede resolver los pro­
blemas de gobierno de cualquier país latinoamericano, así como
Estados Unidos no puede resolverlos en el sudeste de Asia.
Pero Estados Unidos puede intervenir con gran fuerza militar
en rincones alejados del mundo, produciendo una gran acción
disuasoria. Esa acción excede las capacidades de todos los Esta­
dos, salvo de los más fuertes. .¡ ?
Las diferencias de fuerzas tienen importancia, aunque no
para todos los propósitos. Deducir la debilidad de los poderosos
a partir de esta cláusula calificativa es hacer un; uso equívoco
de las palabras. En casos como el de Vietnam no vemos la
debilidad de un gran poder militar en un mundp ¡nuclear, sino
una clara ilustración de los límites de la fuerza ¡militar en el
mundo actual, como siempre.
Dentro de los acontecimientos repetidos, apecha una dife­
rencia no mencionada. El éxito o el fracaso en sitios periféricos
significa ahora menos en términos materiales que lo que sig­
KENNETH N. W ALTZ

nificaba para losgrandes poderes anteriores. Esa diferencia


deriva del cambio-del sistema. Los estudiosos de política inter­
nacional tienden a? pensar que antes las guerras producían be­
neficios económicos y de otra clase a los vencedores, y que, por
contraste, Estados Unidos actualmente no puede utilizar su
poder militar para lograr objetivos positivos (ej., Morgenthau,
1970, p. 325; Organski, 1968, pp. 328-29). Esos enfoques son
erróneos en varios aspectos. Primero, se pasan por alto los éxi­
tos norteamericanos. Fortalecer la seguridad de Europa occi­
dental es un logro positivo; también lo es defender a Corea
del Sur, y podríamos ampliar la lista.
En segundo: lugar, se sobreestiman los beneficios de las em­
presas militares del pasado. Antes de 1789, la guerra puede haber
sido un “buen negocio", pero muy rara vez ha sido redituable
más tarde (Schumpeter 1919, p. 18; cf. Sorel, pp. 1-70; y Osgood
y Tucker 1967, p. 40). Tercero, por qué Estados Unidos debería
estar interesado én extender su control militar sobre otros cuan­
do disponemos de tantos medios de ejercer influencia, es algo
que no se especifica^ Lo que es más, los esfuerzos internos nor­
teamericanos añaden más a su riqueza que cualquier posible ga­
nancia lograda en el exterior. Estados Unidos, y también la Unión
Soviética, tienen más razones para estar satisfechos con el status
quo que la mayoría de las grandes potencias anteriores. ¿Por qué
deberíamos usar la fuerza para logros positivos cuando nos ha­
llamos en la feliz posición de tener que pensar en la fuerza sola­
mente para propósitos negativos tales como la defensa o la
disuasión? Luchar es duro, como siempre lo fue; no luchar es
más fácil ya que se arriesga muy poco. León Gambetta, premier
francés después de la derrota que Francia sufriera ante Prusia,
señaló que eran necesarias salidas como Túnez porque el viejo
continente se estaba ahogando. Esto parece ser una anticipación
de Hobson. La afirmación era un mero expediente, porque tal
como dijera Gambetta, Alsacia-Lorena siempre estaría en los
corazones de los franceses, aunque por largo tiempo no pudiera
estar en sus labids ( junio 26, 1871). Las ganancias que Francia
pudiera lograr en el exterior eran menos valoradas por sí mis­
mas y más porque pudieran fortalecer a Francia dentro de la
competencia franco-germana. Jules Ferry, un premier posterior,
argumentó que Francia necesitaba colonias para no caer al
tercero o cuarto puesto europeo (1944, p. 192). Ese descenso

278
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS M ILITARES

daría fin a cualquier esperanza de retomar Alsacia-Lorena. Y


Ferry, conocido como El Tonquinés, perdió el poder en 1885,
cuando sus empresas en el sudeste de Asia empezaron a debilitar
a Francia en vez de aumentar la fuerza que ese país podía de­
mostrar dentro de Europa. Para Estados Unidos, en esa misma
parte del mundo, lo que se jugaba, tal como fuera descripto por
las declaraciones oficiales, era algo internamente generado —el
honor y la credibilidad, aunque la definición de esos térmiiios
era curiosa. Tal como vieran algunos al principio de esa lucha,
y como lo vieron todos más tarde, en términos de política glo­
bal había pocas cosas en juego en Vietnam (Stoessinger 1976,
capítulo 8, demuestra que ésa era la opinión de Kissinger). La
insignificancia política internacional de Vietnam sólo puede com­
prenderse en términos de la estructura mundial. El fracaso nor­
teamericano en Vietnam fue tolerable porque ni el éxito ni el
fracaso tenían demasiada importancia en el plano internacional.
La victoria no convertiría al mundo en una hegemonía norteame­
ricana. La derrota no lo convertiría en un mundo de hegemonía
rusa. Independientemente del resultado, el duopolio ruso-norte­
americano persistiría.
El poder militar ya no comporta control político, pero en
realidad nunca lo hizo. Conquistar y gobernar son procesos dife­
rentes. Sin embargo, tanto los estudiosos como los funcionarios
llegan a la conclusión, a partir de la dificultad epocal para la
utilización efectiva de la fuerza, de que la fuerza está obsoleta y
que las estructuras internacionales ya no pueden definirse por
medio de la distribución de las capacidades entre los Estados.
¿Cómo podemos justificar esta confusión? De dos maneras.
La primera, que ya se ha argumentado diversamente antes, es
que la utilidad de la fuerza se confunde erróneamente con su
uso. A causa de sus posiciones privilegiadas, Estados Unidos y
la Unión Soviética no necesitan usar la fuerza tanto como lo
hicieron las potencias anteriores. La fuerza es más útil que nun­
ca para sostener el status quo, aunque no para cambiarlo, y man­
tener el status quo es la finalidad mínima de cualquier gran
poder. Lo que es más, como Estados Unidos ejerce tanta influen­
cia económica y política sobre otros Estados, y como Estados
Unidos y la Unión Soviética son más autosuficientes que la ma­
yoría de los grandes poderes anteriores, no necesitan utilizar la
fuerza para lograr fines ajenos a su propia seguridad. Casi todos

279
KENNETH N. WALTZ

los resultados económicos y políticos desfavorables ejercen de­


masiado poco impacto como para requerir que se utilice la
fuerza para impedirlos, y los resultados políticos y económicos
deseados pueden lograrse sin necesidad de recurrir a la fuerza.
Para la consecución de beneficios económicos, la fuerza nunca
ha sido, de todas maneras, un recurso suficiente. Como Estados
Unidos y la Unión Soviética están seguros en el mundo, salvo
entre sí, hallan pocas razones político-internacionales para recu­
rrir a la fuerza. Los que creen que la fuerza es menos útil llegan
a esa conclusión sin preguntarse si los grandes poderes de hoy
tienen razones para utilizar su fuerza con el fin de coaccionar
a otros Estados.
La segunda fuente de confusión acerca del poder se halla en
su extraña definición. Nos equivocamos a causa de la definición,
pragmáticamente construida y tecnológicamente influida, norte­
americana del poder —una definición que iguala el poder con el
control. El poder, entonces, se mide por la capacidad de lograr
que la gente haga lo que deseamos cuando de otro modo no lo
haría (cf. Dahl 1957). Esa definición puede ser útil para algunos
fines, pero no se adecúa a los requerimientos de la política. De­
finir el “ poder” como “ causa” confunde el proceso con los resul­
tados. Identificar poder con control es afirmar que sólo hace
falta poder para conseguir los propios fines. Eso es obviamente
falso, pues, si no, ¿qué tendrían que hacer los estrategas políticos
y militares? Usar el poder es aplicar las propias capacidades
intentando cambiar de cierta manera la conducta de alguien. El
hecho de que A, al aplicar sus capacidades, logre el cambio efec­
tivo de B depende de las capacidades y la estrategia de A, de las
capacidades y la contraestrategia de B, y de todos esos factores
cuando se ven afectados por la situación existente. El poder es
una causa entre otras, de las que no puede ser aislado. La defini­
ción corriente del poder omite la consideración de la manera
en que los actos y las relaciones se ven afectados por la estruc­
tura de la acción. Medir el poder por medio del cumplimiento
deja de lado los efectos imprevistos, y extrae gran parte de la
política de la definición de política.
Según la definición norteamericana corriente del poder, el
fracaso del cumplimiento de la propia voluntad es una prueba
de debilidad. En política, sin embargo, agentes poderosos fraca­
san en el intento de lograr su voluntad y hacerla cumplir por

280
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS. MILITARES

otros. La intención de un acto y su resultado rara vez son idénti­


cos, porque el resultado se verá afectado por la persona o el
objeto sobre los que se actúe y estará condicionado por el en­
torno dentro del cual se da. Entonces, ¿cuál puede ser el sustitu­
to de esa definición lógica y prácticamente insostenible? Propon­
go la antigua y simple idea de que un agente es poderoso en la
medida en que afecte a otros más de lo que éstos lo afectan a
él. Los débiles lo comprenden, los fuertes tal;vez no. El primer
ministro Trudeau dijo una vez que, para Canadá, el hecho de
ser vecino de Estados Unidos “es de algún modo como dormir
con un elefante. Independientemente de lo amistosa o bienhumo-
rada que sea la bestia... uno se ve afectado por cada parpadeo
y gruñido” (citado en Turner 1971, p. 166). Como dirigente de
un Estado más débil, Trudeau comprende el ¡significado del po­
der norteamericano de un modo que nosotros mismos pasamos
por alto. A causa del peso de nuestras capacidades, las acciones
norteamericanas ejercen tremendo impacto aunque no ideemos
políticas efectivas ni intentemos respaldarlás conscientemente
con el objeto de lograr determinados fines. !.
¿Cómo se distribuye el poder? ¿Cuáles son los efectos ejer­
cidos por una determinada distribución del poder? Esas dos pre­
guntas son indiferentes, y las respectivas respuestas son de extre­
ma importancia política. En la definición de poder que acabamos
de rechazar las dos preguntas se confunden de manera absoluta.
El poder es un medio, y el resultado de su uso es necesariamente
incierto. Para ser políticamente pertinente, el poder debe ser defi­
nido en virtud de la distribución de las capacidades; el grado de
poder no puede inferirse de los resultados que se obtienen. La
paradoja que algunos han descubierto en la llamada impotencia
del poder norteamericano desaparece si se ífe da al poder una
definición políticamente sensata. La sensata definición del poder,
y la comparación de las situaciones de los poderes actuales y
anteriores demuestran que la utilidad del poder ha crecido.

VI

La política internacional es necesariamente un sistema de nú­


meros pequeños. Las ventajas representadas por la posesión de
unos pocos grandes poderes más son, en él mejor de los casos,
escasas. Hemos visto, en cambio, que las ventajas de sustraer unos

281
KENNETH N. W ALTZ

pocos hasta llegar/a dos son decisivas. El problema de los tres


cuerpos aún debe ser resuelto por los físicos. ¿Acaso los científi­
cos políticos o los creadores de políticas pueden esperar resolver­
lo mejor al prever él curso de tres o más Estados interactuantes?
Los casos presentados por la simple interacción de dos entidades
y las interacciones satisfactoriamente predecibles de muchas son
las más difíciles de' desenmarañar. Hemos visto las complicacio­
nes de los asuntos militares de los mundos multipolares. Los
destinos de los grandes poderes están estrechamente vinculados.
Los grandes poderes de un mundo multipolar, al tomar medidas
para hacer más felices sus destinos probables, ocasionalmente
necesitan la ayuda dé otros. Friedrich Meinecke describió de es­
ta manera la situación de Europa en la época de Federico el
Grande: “ Un grupeó de poderes-Estados aislados, solos aunque
unidos por sus mutuas ambiciones de dominio —ése era el es­
tado de cosas al que había llevado el desarrollo del organismo
estatal europeo desde el fin de la Edad Media” (1924, p. 321).
Tanto en lo militar como en lo económico, la interdependencia
se desarrolló a medida que las localidades autosuficientes de la
Europa feudal se reunieron en los Estados modernos. Los grandes
poderes de un mundo bipolar son más autosuficientes, y la inter­
dependencia entre ellos se hace más laxa. Esta situación es lo
que diferencia al sistema actual del anterior. Económicamente,
Europa y Rusia son notablemente menos interdependientes y
señaladamente menos dependientes de otros que las grandes po­
tencias anteriores. Militarmente, la disminución de la interde­
pendencia es aún más notable, ya que ninguno de los grandes
poderes puede relacionarse con otros por “ sus mutuas ambicio­
nes de dominio” .
Dos grandes poderes pueden negociar entre sí y con mayor
facilidad que muchos.; ¿Son también capaces de enfrentarse con
los problemas corrientes del mundo mejor que un número cre­
cido de grandes poderes? Hasta ahora he acentuado la faceta
negativa del poder. El poder no conlleva control. ¿Qué es lo que
conlleva? La pregimta es considerada en el próximo capítulo,
donde se reflexiona' acerca de las posibilidades y la necesidad de
un control y un manéjo internacionales.

282
9

E L CONTROL DE LOS ASU N TO S


IN TE R N A C IO N A LE S

Si no es seguro que el poder produzca control, ¿qué es lo que


hace por uno? Particularmente, cuatro cosas. Primero, el poder
suministra los medios de mantener la propia autonomía ante
la fuerza que otros puedan esgrimir. Segundo, un mayor poder
permite una mayor amplitud de acción, aunque el resultado de
esa acción siga siendo incierto. Ya hemos discutido estas dos
ventajas. Las dos siguientes requieren elaboración.
Tercero, los más poderosos disfrutan de mayores márgenes
de seguridad al tratar con los menos poderosos y tienen más
cosas que decir acerca de cuáles serán las partidas a desarrollar­
se, y de qué manera. Duncan y Schnore han definido el poder en
términos ecológicos como “la capacidad de un grupo de activida­
des, o nicho, para definir las. condiciones en las que los otros de­
ben funcionar” (1959, p. 139). Las partes dependientes ejercen
algunos efectos sobre las independientes, pero estas últimas
ejercen mayor influencia sobre las primeras. Los débiles tienen
vidas peligrosas. Como señalara el presidente de Chrysler, John
Riccardo: “Tenemos que ser correctos. Cuanto más pequeño se
es, tanto más correcto hay que ser” (Salpukas, marzo 7, 1976, III,
p. 1). General Motors puede perder dinero con este o aquel mo­
delo, o en todos ellos, durante bastante tiempo. Chrysler, si lo
hace, va a la quiebra. Ya sean corporaciones o Estados, los que
son débiles tienen mayores presiones para ser cuidadosos. Así,
con las siguientes palabras Nguyen Van Thieu rechazó el acuer­
do de terminar la guerra en Vietnam que habían concretado Kis-
singér, el aliado, y Le Duc Tho, el enemigo, en octubre de 1972:

Es usted un gigante, doctor Kissinger. Por eso probablemen­


te pueda afrontar la posibilidad de ser generoso en este
acuerdo. Yo no puedo. Un mal acuerdo nada significa para

283
KENNETH N. W ALTZ

usted. ¿Qué es la pérdida de Vietnam del Sur cuando usted


mira el mapa del mundo? Sólo una mota. La pérdida de
Vietnam del Sur incluso puede ser buena para usted. Puede
ser buena para contener a China, buena para su estrategia
mundial. Pero un pequeño vietnamés no juega con el mapa
estratégico del mundo. Para nosotros, no se trata de elegir
entre Moscú y Pekín. Se trata de elegir entre la vida y la
muerte (citado en Stoessinger 1976, p. 68).

Los Estados débiles operan con márgenes estrechos. Los ac­


tos inoportunos, las políticas defectuosas y los movimientos mal
calculados tienen resultados fatales. Por contraste, los Estados
fuertes pueden ser desatentos, pueden costearse el hecho de no
aprender, pueden hacer una y otra vez las mismas necedades.
Con mayor sensatez, pueden reaccionar con lentitud y esperar
para ver si los actos aparentemente amenazantes de otros lo son
verdaderamente. Pueden ser indiferentes a la mayoría de las
amenazas porque tan sólo unas pocas, si se concretan, pueden
ocasionarles daños graves. Pueden contenerse hasta que la ambi­
güedad de los acontecimientos se resuelva sin temer que puedan
dejar pasar el momento adecuado para la acción efectiva.
Cuarto, los grandes poderes dan a sus poseedores una gran
influencia dentro de sus sistemas y la capacidad de actuar por
sí mismos. Para ellos, el control se toma válido y posible. La de­
mostración de cómo y por qué se desempeñan tareas de dirección
internacionalmente es el objetivo de este capítulo. En los sistemas
de auto-ayuda, como sabemos, las partes rivales consideran que
las ganancias relativas son más importantes que las ganancias
absolutas. Las ganancias absolutas se tornan más importantes
a medida que disminuye la competencia. Dos condiciones posibi­
litan que Estados Unidos y la Unión Soviética se preocupen me­
nos por las ganancias relativas y más por las absolutas. La
primera condición es la estabilidad de los equilibrios de dos miem­
bros, estabilidad reforzada por las armas nucleares de respuesta.
Cuando la capacidad del primer golpe es tan difícil de imaginar
como de lograr, las ganancias y las pérdidas rio deben ser con­
tadas con tanto cuidado. La segunda condición es la distancia
existente entre los dos poderes en la cima y los que los siguen,
distancia que inhibe el riesgo de que los terceros Estados los al­
cancen. Estados Unidos ganó relativamente cuando la OPEC

284
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

multiplicó los precios del petróleo por ciricoj entre 1973 y 1977
(ver este mismo volumen). Los otros países industriales no comu­
nistas sufrieron más. Ocasionalmente se insinuó que, por esta
razón, Estados Unidos había aceptado más fácilmente las actitu­
des de la OPEC. En el pasado, cuando había muchos poderes que
rivalizaban, se hubiera podido dar crédito a\ía aspersión, pero
no ahora. En un sistema de auto-ayuda, cuando el equilibrio de
los grandes poderes es estable, y cuando la distribución de las
capacidades nacionales está severamente regimentada, las pre­
ocupaciones por las ganancias absolutas pueden reemplazar a
las preocupaciones por las ganancias relativas. Los más favoreci­
dos pueden dirigir, o prestarse a esfuerzos1 colectivos incluso
cuando otros ganan de manera desproporcionada.
En este capítulo, demuestro primero de qué forma se da el
control internacional a pesar de las dificultades, y considero lue­
go tres tareas que deben llevar a cabo los directores. Como es
habitual, advertiremos que.estas tareas se desempeñan de mane­
ras diferentes de acuerdo con la variación del número de los que
las desempeñan.

En las relaciones entre Estados donde no está regulada la compe­


tencia la guerra se da ocasionalmente. Aunqúe en uno de sus as­
pectos la guerra es un medio de adaptación^ dentro del sistema
internacional, su presencia se supone, equivocadamente y con fre­
cuencia, como indicación sistemática de que el sistema se ha que­
brado. En ciertas épocas, tales como durante gran parte de los si­
glos dieciocho y diecinueve, las guerras eran tolerables, ya que
estaban circunscriptas y ejercían un efecto destructivo limitado.
Los costos actuales de la guerra parecen aterradoramente altos.
Como el más impresionante de los grandes sistemas autoregula-
dores opera solamente dentro de órdenes establecidos, el manejo
efectivo de los asuntos de las naciones parece ser una necesidad
desesperada. Con un poder internacionalmente descontrolado, ¿es
razonable esperar que los Estados adapten sus relaciones por me­
dio de sus políticas independientes sin que la guerra sirva como
medio de regulación? Esto sería pedir a los sistemas políticos
internacionales mucho más de lo que se espera en las economías
o las políticas internas. Pero ni describir las expectativas de esta

285
KENNETH N. W ALTZ

manera, se supone implícitamente que la guerra y los riesgos de


guerra son más difíciles de tolerar que los costos de construir y
sostener sistemas de control, y que las funciones directivas se
desempeñan mal actualmente. Ya hemos examinado los costos
de los sistemas directivos. ¿Acaso su ausencia significa que no se
desempeñan las funciones directivas? ¿Los deberes gubernamen­
tales se llevan a cabo en reinos anárquicos y, de ser así, cuáles
son las condiciones que estimulan su desempeño? Como interna­
cionalmente existen ciertas importantes tareas de dirección que
deben desempeñarse, y como no existe ninguna agencia actual o
probable que los desempeñe, debemos buscar un sustituto de go­
bierno. La mejor manera de abordar esta búsqueda es preguntar­
nos por qué la acción colectiva tendiente al bien común es difícil
de lograrse en los reinos anárquicos.
Se presentan dos dificultades fundamentales. La primera se
ilustra si pensamos en cierto número de industrias que polucio-
nan las aguas de un río con sus desechos. Que algunos dejen de
arrojar sus desechos én tanto otros siguen haciéndolo no implica
ninguna mejoría significativa. El procesamiento adecuado de
los desechos es costoso: Si algunas industrias descargan estos
costos en la comunidad, todas ellas seguirán el ejemplo. Las in­
dustrias disfrutan así del procesamiento gratuito de sus dese­
chos; la comunidad, digamos de potenciales nadadores y pesca­
dores, carga con los costos. En esas circunstancias nada puede
hacerse si las industrias no son forzadas a hacerse cargo de los
costos de su funcionamiento y a pagar por el adecuado procesa­
miento de sus propios desechos. Ése es el lado de la moneda
descripto por Alfred Kahn (ver capítulo 6, parte I, sección 3).
La segunda dificultad aparece cuando observamos el otro
lado de la moneda. Ciertos bienes y servicios, si se dispone de
ellos, benefician a todos los miembros de un grupo, ayudan o no
a pagar por ellos. Los parques públicos, los cuerpos de bomberos,
las fuerzas policiales y los establecimientos militares, sirven a
los ciudadanos en general. Los que pagan por esos servicios y los
que no pagan por, ellos se benefician igualmente. Esos servicios
son bienes colectivos —bienes que una vez suministrados por
cualquiera de los miembros de un grupo, pueden ser consumidos
por todos ellos. Así, todos tienen razones para abstenerse, espe­
rando que otros se hagan cargo de los costos —algo que tal vez
nadie se sienta estimulado a hacer—. Esos servicios no serán su­

286
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

ministrados, o serán de suministro escaso, a menos que todos se


vean forzados a pagar por ellos.
Lograr que se trabaje para el bien común es difícil. ¿De
qué modo varían estas dificultades en sociedades de diferentes
estructuras? La regulación de los asuntos colectivos es mucho
más necesaria cuando las partes se afectan entre sí de manera
severa merced a sus interacciones. Cuanto más profunda sea la
división del trabajo, tanto más complicada se torna la regula­
ción de las actividades conjuntas, hasta que finalmente el siste­
ma se quiebra por falta de regulación o alguna de las partes
emerge como especialista en el manejo de asuntos sistémicos.
Si existe un efectivo director de asuntos colectivos, la especiali-
zación se da paralelamente. Para cumplir con mayor cantidad de
trabajo se requiere una mayor diferenciación de las partes. Cuan­
do la interdependencia se convierte en integración, la división
del trabajo se torna política tanto como económica. Las unidades
previamente semejantes se hacen funcionalmente distintas a
medida que algunas de ellas se hacen cargo de las tareas sisté-
micas (Cf. Durkheim 1893; Park 1941). Ésta es la solución guber­
namental. Los gobiernos coaccionan a aquéllos cuya cooperación
es necesaria para el éxito de los proyectos comunes y exigen el
pago de los servicios suministrados por los abastecedores de los
bienes colectivos. Nacionalmente, la tiranía de las pequeñas de­
cisiones se quiebra y los bienes colectivos pueden ser adecuada­
mente suministrados. Los costos de organizarse para lograr estos
resultados, sin embargo, pueden exceder los beneficios esperados.
Internacionalmente, los proyectos comunes pueden no ser pues­
tos en marcha porque los abastecedores estarían sirviendo a al­
gunos que no pagarían su parte de los costos. El hecho de
organizarse para coaccionar a los que no cooperan y para cobrar
la parte de los evasores es extraordinariamente dificultoso. In-
ternacionalmente, no se quiebra la tiranía de las pequeñas deci­
siones, y los bienes colectivos no se suministran adecuadamente.1
¿Acaso significa esto que no se realiza ningún trabajo internacio­
nal? Por cierto que se realiza menos trabajo internacional que do­
méstico, pero menos no es lo mismo que nada. ¿Qué es lo que
se hace, y cómo, varía según el número de grandes poderes del
1 Dentro de la extensa literatura acerca de ios bienes colectivos,
Baumol, 1952, y Olson, 1965, me resultan especialmente sugerentes. Rug-
gie, 1972, describe minuciosamente las dificultades organizativas.

287
KENNETH N. WALTZ

sistema. “ Cuantos más mejor” es la conclusión a la que han


llegado los estudiosos; es decir que las chances de paz aumentan
a medida que crece el número de Estados que juegan la partida
del poder político, al menos hasta el cinco. Se presta poca aten­
ción a otro viejo proverbio: “Los asuntos de todos no son asunto
de nadie” . Se dice que la existencia de un número crecido de
Estados facilita la adaptación de la distribución de poder entre
ellos, y aunque sabemos que esto no es verdad, de todos modos
la política internacional no es asunto de nadie. Una vez más, la
atención se concentra en las relaciones excluyendo la estructura,
acentuando así la adaptación y no el control.
¿Qué es lo que vemos si nos concentramos en el manejo y
el control de los Estados en vez de hacerlo en las relaciones entre
ellos? Un ejemplo utilizado por Baumol resulta sugerente, aun­
que omite el factor tamaño (1952, p. 90-91). Supongamos que
algunos agricultores azotados por la sequía son capaces de hacer
llover contratando a alguien que produzca nubes. Resolverán el
problema de la sequía para ellos mismos y también para los agri­
cultores vecinos, que pueden negarse a pagar su parte de los
costos, ya que se beneficiarán de todos modos. El hecho de hacer
llover es un bien colectivo. Los pocos agricultores que poseen
más tierras pueden decidirse a suministrar la lluvia. Como el
número de partes es pequeño, pueden esperar llegar a un acuer­
do, y son estimulados por la dimensión de lo que arriesgan y la
inminencia de su necesidad. Tal como ha demostrado Mancur
Olson Jr., “ cuanto mayor sea el grupo, tanto menos propenderá
al logro de sus intereses comunes” (1965, pp. 36,45). Inversa­
mente, cuanto más pequeño es el grupo, y más desiguales los in­
tereses de sus miembros, más probable es que algunos —los
más grandes— actúen en nombre de los intereses del grupo,
tal como ellos los definen, y no tan sólo en nombre de sus
propios intereses. Cuanto mayor sea el tamaño relativo de una
unidad, tanto más identificará su propio interés con el inte­
rés del sistema. Esto queda en claro si consideramos el caso
extremo. Si las unidades aumentan de tamaño a medida que
compiten, finalmente una de ellas suplantará a las otras. Si una
unidad engulle al sistema, la distinción entre el interés del sis­
tema y el de la unidád desaparece. Cerca de este extremo, en
cualquier reino poblado por unidades funcionalmente similares
pero de capacidades diferentes, aquéllas de mayor capacidad se

288
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

hacen cargo de responsabilidades especiales. Esto es cierto tanto


cuando las unidades son grupos parentales'-como cuando son
firmas comerciales o nacionales. United States Steel, firma orga­
nizada para producir acero y beneficios, se hizo cargo también
de tareas regulatorias en su mejor época —mantenimiento de la
estabilidad de precios en niveles suficientemente altos como para
conservar ganancias y suficientemente bajos como para desco­
razonar a nuevos competidores (Berglund, Í907; Burns 1936).
Las tareas sistémicas son de difícil desempeño. ¿Por qué deben
hacerse cargo de ellas las unidades más grandes? Como las otras,
desean que su sistema sea ordenado y pacífico, y desean que al­
guien se ocupe de los intereses comunes. A diferencia de otras,
pueden actuar para afectar las condiciones de sus vidas. Las
organizaciones procuran reducir la incertidumbre de su entorno.
Las unidades que arriesgan lo suficiente dentro del sistema ac­
tuarán por su propio bien, aunque deban pagar indebidamente
por hacerlo. Las grandes corporaciones se reúnen para procurar
que las leyes sirvan a los intereses de sus industrias. Las grandes
corporaciones establecen niveles salariales cuando llegan a acuer­
dos con los gremios. Las grandes corporaciones traducen el poder
que es producto de sus capacidades superiores en un grado de
control, a menos que los gobiernos se lo impidan.
Internacionalmente, ¿cómo pueden resolverse los problemas
de garantizar el pago y la participación en el' caso de las tareas
colectivas? Cuanto menor sea el número de grandes poderes, y
mayor la disparidad existente entre los Estados más poderosos y
los otros, tanto más probable es que los primeros actúen en nom­
bre del sistema y que participen del manejo de los Estados meno­
res, o interfieran en sus asuntos. La probabilidad de que los gran­
des poderes traten de manejar el sistema es mayor cuando su
número se reduce a dos. Con muchos grandes poderes, las preocu­
paciones de algunos de ellos son regionales, no globales. Cuando
hay sólo dos, sus preocupaciones mutuas hácen que sus intereses
abarquen el globo. Para todos, salvo para Estados Unidos y la
Unión Soviética, los problemas son locales o regionales. Por cier­
to, menos que globales. Para Estados Unidos, y cada vez más para
la Unión Soviética, los problemas regionales forman parte de sus
preocupaciones globales. Cada uno de ellos ] tiene un enfoque
sistèmico. Estados Unidos y la Unión Soviética son responsables
del 38 por ciento del producto bruto mundial y de alrededor del

289
f KENNETH N. W ALTZ

80 por ciento del gasto militar del mundo. Los otros ciento cin­
cuenta Estados son responsables de todo el resto. Ni Estados Uni­
dos ni la Unión Soviética pueden comportarse como Estados “ co­
munes” porque no es eso lo que son. Sus extraordinarias posicio­
nes dentro del sistema los obligan a hacerse cargo de tareas que
los otros Estados no pueden llevar a cabo, ya que carecen de ca­
pacidad y de incentivo.
¿Cuáles son esas tareas? En orden decreciente de importan­
cia, son las de transformar o mantener el sistema, preservar la
paz y el manejo de la economía y otros problemas comunes.

II

Los sistemas son mantenidos o transformados. Consideremos


primero las posibilidades de transformación antes de dedicarnos
a los problemas de mantenimiento. En los sistemas económicos,
cualquiera de las varias firmas dominantes tiene más que decir
acerca de todas las cuestiones que la afectan que cualquier otra
firma entre las centenas de empresas menores. Los oligopolistas
pueden preferir el duopolio aunque no estén de acuerdo acerca
de cuáles firmas deben sobrevivir. Los duopolistas pueden prefe­
rir el monopolio o desear que las preocupaciones ocasionadas por
el manejo de los mercados sean compartidas por un número
mayor de firmas. En política internacional, las posibilidades no
son menores sino más numerosas que en un sector limitado de
cierta economía, precisamente porque no existe ninguna agencia
capaz de limitar los esfuerzos que puedan invertir los Estados
con el objeto de transformar el sistema. Las entidades principa­
les que constituyen él sistema son también sus directores. Tratan
de resolver los asuntos de cada día, y también pueden procurar
afectar la naturaleza y la dirección del cambio. El sistema no
puede ser trascendido, ningún director autorizado de los asuntos
de las naciones emergerá en el futuro predecible. ¿Pueden cam­
biarse los sistemas internacionales por medio de las acciones de
sus constituyentes 'principales? En un mundo multipolar, un
gran poder, o dos o tres combinados, pueden eliminar a otros
Estados de sus status como grandes poderes si los derrotan en
una guerra. La reducbión de un mundo multipolar a otro tri o
bipolar cambiaría la estructura del sistema. Las guerras que
eliminan a una cantidad suficiente de grandes poderes rivales

290
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

son transformadoras del sistema. En la historia moderna, sólo la


Segunda, Guerra Mundial ha ejercido ese efecto. En un mundo
bipolar, uno de los poderes principales puede procurar la hege­
monía o puede pretender aumentar el círculo de grandes poderes,
promoviendo el amalgamado de algunos Estados intermedios.
Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha procura­
do la consecución de estos dos fines de difícil conciliación duran­
te bastante tiempo. Estados Unidos ha sido el poder más activo
durante este período, de modo que dispongámonos a la conside­
ración de su política.
Estados Unidos puede justificar sus acciones en el exterior
de una o de ambas maneras. Primero, puede exagerar la ame­
naza rusa o comunista y reaccionar de manera excesiva ante pe­
ligros pequeños. La teoría del dominó es necesaria si se desea
ofrecer una justificación racional en términos de seguridad para
acciones militares periféricas. Segundo, puede actuar para bien
de otro pueblo. Al igual que algunos grandes poderes anteriores,
podemos identificar el supuesto deber de los ricos y poderosos, es
decir el de ayudar a otros, con nuestras propias convicciones
acerca de cómo sería un mundo mejor. Inglaterra afirmaba lle­
var la carga del hombre blanco; Francia habló de su mission
cimlisatrice. Con espíritu similar, decimos que actuamos para
hacer y mantener el orden mundial. La convicción de que cual­
quier peligro remoto nos concierne es analíticamente diferencia-
ble del tema del orden mundial que se desarrolló a partir de las
antiguas ideas norteamericanas acerca de la autodeterminación
nacional. En la práctica, sin embargo, se hallan estrechamente
vinculadas. El interés de seguridad del país llegó a ser identifi­
cado con el mantenimiento de cierto orden. Para los países que
se hallan en la cima, ésta es una conducta predecible. Necesaria^
mente mezclan sus exageradas preocupaciones por la seguridad
con la preocupación por el estado del sistema. Una vez que los
intereses de un Estado alcanzan determinado grado, se tornan
auto-estimulantes. Al intentar el logro de un orden de seguridad
internacional, Estados Unidos promovió al mismo tiempo sus
intereses económicos y dio expresión a sus aspiraciones polí­
ticas.
Unos pocos ejemplos, agrupados de manera de exponer dife­
rentes aspectos del tema del orden mundial, aclararán la impor­
tancia de este punto. Las primeras expresiones de posguerra del

291
KENNETH N. WALTZ

tema, e incluso algunas actuales, incorporan la preocupación


anticomunista de manera bastante simple. Ya en setiembre de
1946, Clark Clifford argumentó en un memorándum escrito para
el presidente Truman que “nuestras mejores chances de ejercer
influencia sobre los líderes soviéticos consisten en dejar incon­
fundiblemente en claro que la acción contraria a nuestra concep­
ción de un orden mundial decente redundará en desventaja del
régimen soviético, en tanto que una acción amistosa y coopera­
tiva le reportará beneficios. Si esta posición puede mantenerse
con suficiente firmeza y durante un lapso apropiado, su lógica
penetrará finalmente en el sistema soviético” (p. 480). El antico­
munismo no es un fin en sí mismo, es también un medio de
creer en un mundo decente. De manera más reciente, Adam
Ulam señaló que la historia de posguerra puede insinuar “cuáles
cambios de la conducta soviética favorecen un acercamieno con
Estados Unidos, cuáles acontecimientos en Estados Unidos ame­
nazan su influencia en el mundo y, por lo tanto, el futuro de las
instituciones democráticas” (Ulam 1971, p. vi). Tanto Clifford
como Ulam asocian la oposición a la Unión Soviética y la ampli­
tud de la influencia norteamericana con el mantenimiento y el
desarrollo de un orden mundial adecuado.
Un segundo conjunto de ejemplos trasciende el tema anti­
comunista, sin eliminarlo, por medio de la concentración directa
en la importancia de construir un orden mundial. Nuestra res­
ponsabilidad de reordenar el mundo se convirtió en el estribillo
de las presidencias de Kennedy y de Johnson. El presidente
Kennedy, en su discurso del 4 de julio de 1962, hizo esta decla­
ración: "Actuando por nuestra cuenta, no podemos establecer
la justicia en todo el mundo. No podemos asegurar así su tran­
quilidad interna, ni abastecer la defensa común, ni promover su
bienestar general, ni asegurar las bendiciones de la libertad para
nosotros y nuestra posteridad. Pero uniéndonos a otras naciones
libres, podemos hacer eso y mucho m ás... Podemos montar un
disuasor suficientemente poderoso como para evitar toda agre­
sión, y finalmente podemos ayudar a lograr un mundo regulado
y de libre elección, cancelando en el mundo la guerra y la coer­
ción” (julio 23, 1962). Ésos serían los beneficios de la unión de
Estados Unidos y Europa. Pocos años más tarde, el senador Ful-
brigth, siempre vocero efectivo de las tendencias del momento,
enunció con perfecto sentido nuestra aspiración de mundo. En

292
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

The Arrogance of Power, libro correctamente titulado, afirma


que, como el mundo es capaz de autodestruirse, es “esencial que
el instinto competitivo de las naciones sea controlado” . Y agregó
que Estados Unidos, “ como la nación más poderosa del mundo,
es la única equipada para dirigir el mundo en un esfuerzo por
cambiar la naturaleza de su política” (1966,'p. 256). De manera
más simple, el presidente Johnson describió el propósito de la
fuerza militar norteamericana como el de “poner fin a los con­
flictos” (junio 4, 1964). Nunca han expresado los líderes de una
nación ambiciones más avasallantes, pero también es cierto que
jamás en la historia moderna un gran poder ha disfrutado de tan
amplia superioridad económica y tecnológica con respecto al
otro gran poder participante de la competencia.
Es difícil construir un imperio atlántico, Para los no norte­
americanos, eso va en contra del imperativo internacional, que
afirma “ cuídense solos". Cualquier aparente éxito norteamerica­
no es un estímulo más para los esfuerzos rusos. Lo que es más,
los débiles, temiendo perder su identidad, limitan su cooperación
con los más fuertes. No desean ver un incremento del poder
sino un equilibrio. De Gaulle enunció miedos que otros deben
haber sentido —en el esquema norteamericano, los Estados eu­
ropeos ocuparían roles subordinados. Para construir un imperio
atlántico con Europa occidental desunida, tendríamos que lograr
que los Estados europeos, por separado, cayeran sucesiva y
exitosamente bajo nuestra influencia. Los esfuerzos por lograrlo
pueden provocar que los Estados europeos procuren unirse con
mayor diligencia, tal como siempre los hemos instado a actuar.
El hecho de promover un cambio de sistema, ya sea por me­
dio de la construcción de una hegemonía ¡mundial o por medio
de elevar a un área el status de gran potencia, ayudáñdola a
hallar identidad política, es uno de los proyectos grandiosos de
la historia. No debería entristecernos ni sorprendernos que
fracasara. La retórica humana que expresó nuestras aspiracio­
nes y las obvias buenas intenciones implicadas no deben disfra­
zar los peligros. Consideremos en primer lugar la hegemonía. No
podemos suponer que los líderes de una nación de poder supe­
rior definirán siempre con sabiduría sus políticas, ni que idearán
tácticas finamente calculadas, ni aplicarán las fuerzas con dis­
creción. La posesión de un gran poder con frecuencia ha tenta­
do a las naciones a hacer un uso de la fuerza necio e innecesario,

293
KENNETH N. W ALTZ

vicios a los que no, somos inmunes. Para que un Estado o una
combinación de Estados pudiera impedir el uso de la fuerza en
un mundo en el que abundan las injurias y las disputas, y acabar
con los conflictos, haría falta tanta sabiduría como poder. Como
la justicia no puede definir objetivamente, la tentación de una
nación poderosa es la de afirmar que la solución que ella procu­
ra imponer es la más justa. Los peligros de la debilidad son igua­
lados por las tentaciones del poder.
¿Y qué ocurre con la esperanza norteamericana de que sus
cargas globales fueran compartidas por un grupo más amplio
una vez que Europa occidental se convierta en un tercer gran
poder? Aunque muchos norteamericanos han tenido la esperanza
de una Europa unida, pocos han considerado sus implicaciones
desfavorables. Los Estados Unidos no necesitan preocuparse
demasiado por las, oscilaciones y los acontecimientos indeseados
que se producen eri los pequeños poderes. Sí tiene que preocupar­
se por las implicaciones de gran poder en cualquier parte del
mundo. Los principales perjuicios que puede sufrir un gran po­
der, si no son autoinfligidos, surgen de los efectos producidos
por las políticas dé otros grandes poderes, sean estos efectos pre­
meditados o no. Esa idea insinúa que una Europa unida sería
problemática. Henry Kissinger lo advirtió. La ambivalencia inva­
de su libro Troubled Partnership, que versa acerca de la NATO.
Unida, Europa sería un bastión en contra de la Unión Soviética,
pero una Europa de Estados separados es más proclive a nego­
ciar con el líder de una alianza. Su ambivalencia puede explicar
por qué como secretario de Estado reclamó un nuevo “ estatuto”
para Europa sin estatuir nada por sí mismo. Sin embargo, hizo
este comentario: -“ Sabíamos que una Europa unida sería ion
asociado más indépehdiente. Pero supusimos, tal vez de manera
poco crítica, que nuestros intereses comunes estaban asegura­
dos por nuestra larga historia de cooperación” (abril 24, 1973).
La suposición no. tiene base suficiente. El surgimiento de una
Europa unida desplazaría la estructura de la política interna­
cional desde la bipolaridad a la tripolaridad. Por razones de
tradición, de compatibilidad política y de preferencia ideológica,
una Europa nueva bien podría tender hacia Occidente, pero sa­
bemos que las características internas y las preferencias de las
naciones no suministran bases suficientes para la predicción de
la conducta. Una5Europa recientemente unida y la Unión Sovié-

294
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

ticá serían los más débiles de tres grandes poderes. En los siste­
mas de auto-ayuda, las fuerzas externas impelen a las partes dé­
biles favoreciendo su acercamiento. Las partes débiles, predice
nuestra teoría, tienden a combinarse para superar la fuerza del
más fuerte. La Unión Soviética se esforzaría por lograr ese resul­
tado, y Europa se beneficiaría porque las partes más débiles pa­
gan por el respaldo más de lo que se les da. No en una gran con­
frontación, pero en muchos temas de importancia, la Unión So­
viética y una nueva Europa cooperarían de maneras que nos
resultarían desagradables.
Kissinger podría haber agregado, tal como lo hacen algunos
cuando se discuten las perspectivas de la unidad europea, que
los estudiosos de la política internacional, que no están de acuer­
do en demasiadas cosas, siempre han sospechado que un mundo
de tres grandes potencias sería el menos estable de todos. La
gente que cree esto, y que no obstante se complacería con ima
Europa unida, debe confiar en las fuerzas de respuesta de los
viejos superpoderés, y que el nuevo desarrollaría, para superar
la inestabilidad sistemica. La cuestión que se plantea es si una
causa a nivel de la unidad puede negar un efecto a nivel sistè­
mico. Por cierto, ello sería posible. El argumento no sería' que
los efectos de la tripolaridad se tornarían diferentes sino que
cierto tipo de armamentos podría superarlos. Aunque las fuer­
zas de respuesta pueden perpetuar la impotencia cuando hay
más de dos poderes, siempre tendremos dudas acerca de quién
ayudaría a quién, y ima incertidumbre mayor todavía con res­
pecto a quién tiene capacidades de primer golpe y quién de
respuesta, y después apostar a que el sistema seguiría siendo
pacífico y estable a pesar de las mayores dificultades. Debería­
mos preferir la bipolaridad. Aunque es probable que, a pesar
de las afirmaciones, hechas cada vez con menor frecuencia y
fervor, llegada la situación tenderíamos a lo contrario. Incluso,
un buen europeo como George Ball se preocuparía ante la pers­
pectiva de un mundo tripolar si esa perspectiva amenazara
con volverse realidad. Tal como resulta esperable de duopolis-
tas sensatos, Estados Unidos y la Unión Soviética tratarían de
conservar sus posiciones. A veces cooperan para lograrlo, como
en el tratado de no proliferación. Uno de sus propósitos fue
expresado por William C. Foster cuando era director de Arms
Control and Disarmament Agency: “ Cuando consideramos los

295
KENNETH N. WALTZ

costos del esfuerzo por detener la difusión de las armas nuclear


res, no debemos perder de vista el hecho de que la prolifera­
ción nuclear no significaría una erosión sustancial del margen
de poder que nuestra gran riqueza y nuestra base industrial nos
han dado hace tiempo, sobre todo cuando lo comparamos con
gran parte del resto del mundo (julio 1965, p. 591). A Estados
Unidos le agradaría conservar su posición de privilegio, y apa­
rentemente también a la Unión Soviética (ver Waltz, 1974, p. 24).
Las ganancias putativas de un mundo tripolar son menos atrac­
tivas que el hecho de mantener un club exclusivo.
A pesar de la anticuada retórica de algunos partidarios de
la guerra fría, los propósitos norteamericanos se han desplaza­
do del interés por cambiar el sistema a la intención de mante­
nerlo y de trabajar dentro de él. La doctrina Nixon anunció este
desplazamiento. Otros Estados tendrían que hacer más, a pesar
de que seguiríamos garantizando su seguridad. Claramente, nues­
tra ayuda no estaría destinada a cambiar el equilibrio de poder
del mundo, sino simplemente a preservarlo. Kissinger, como
secretario de Estado, definid nuestra tarea a partir de principios
de Ja década de 1970 como la de desentendemos de la guerra
de Vietnam “ de manera de preservar nuestra capacidad y de
ejercer influencia para lograr el desarrollo de un nuevo orden
internacional” (enero 10, 1977, p. 2). Esto suena como la aspira­
ción que Estados Unidos ha tenido intermitentemente desde la
presidencia de Woodrow Wilson en adelante, la aspiración de
reordenar el mundo; pero no es así. Kissinger no estaba pen­
sando en el orden del mundo en términos estructurales precisa­
mente definidos, sino más bien en la tarea de dar forma a rela­
ciones ordenadas y pacíficas entre las partes principales del
mundo. Ésa es la tarea de mantener y hacer funcionar el sistema,
y no la de transformarlo.
Este cambio profundo de la definición de la misión norte­
americana marca la maduración del mundo bipolar. Usamos
"maduración" en dos sentidos. Primero, la anterior y extraordi­
naria dominación norteamericana sobre un mundo muy dañado
por la guerra ha disminuido merced a una menos drástica dis­
tribución de las capacidades nacionales. Tal como lo expresara
Kissinger, la Unión Soviética acaba de entrar “ al verdadero
status de superpotencia” eliminando la avasalladora “ disparidad
en poder estratégico existente entre Estados Unidos y la Unión

296
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

Soviética" (diciembre 23, 1975, p. 2). Segundo, Estados Unidos


y la Unión Soviética han demostrado que hari aprendido a com­
portarse sensatamente como duopolistas —moderando la inten­
sidad de su competencia y cooperando ocasionalmente para su
mutua ventaja mientras no dejan de vigilarse, atentamente. Esta
situación, si se la observa y se la explota adecuadamente, per­
mite cierta inversión de la expansión global norteamericana, ex­
pansión emprendida, irónicamente, en nombre de la oposición
al comunismo.
La maduración del mundo bipolar es confundida fácilmente
con su decadencia. A mediados de la década de 1970, la declina­
ción de la competencia hegemónica en una época de dótente
y la creciente importancia de las relaciones norte-sur llevó a
muchos a creer que el mundo ya no podía definirse en términos
bipolares. Pero la declinación de la competencia ruso-norte­
americana y la creciente importancia de ios problemas del
tercer mundo no implican el final de la bipoláridad. La conducta
rusa y la norteamericana han cambiado con él paso del tiempo,
pero han cambiado en el sentido que debíamos esperar en tanto
el mundo siga siendo bipolar (cf. capítulo 8, parte III).

m
Cuando hay solamente dos grandes poderes/ és esperable que
ambos actúen para mantener el sistema. ¿Es probable que su­
ministren servicios tales como promover la paz general y ayudar
a otros a resolver sus propios problemas de seguridad? Nacio­
nalmente, la dirección se abastece institucionalmente. Intema-
cionalmente, no ocurre lo mismo. Las tareas de dirección se
desempeñan en ambos reinos, pero de maneras notablemente
diferentes. Esa diferencia, estructuralmente definida, posibilita
que la dirección de los asuntos internacionales sea indebida­
mente desprestigiada. El dominio doméstico es considerado
como de expectativas ordenadas, donde el gobierno controla
los actos de los ciudadanos ofreciendo recompensas e impo­
niendo castigos, por medio de las leyes y las regulaciones. Los
problemas domésticos se hallan dentro de la escena del control
estatal; los problemas de la política exterior no. La proposi­
ción parece ser un axioma, pero su cualidad axiomática desapa­
rece si acentuamos el control en lugar de acentuar la escena.

297
KENNETH N. W ALTZ

¿Qué ha sido más difícil: moderar y controlar la conducta rusa


en Berlín y Cuba o, dentro de Estados Unidos, lograr que per­
sonas de diferente color se acepten mutuamente como iguales,
enfrentar la delincuencia juvenil, lograr que los fragmentados
sindicatos acepten lineas salariales y controlar las multitudes
previniendo los disturbios urbanos? Los problemas de control
de ambos reinos son diferentes, pero no son uniformemente más
difíciles en uno que en otro. Como ni siquiera las naciones más
poderosas controlan todo ni ejercen influencia sobre todo el
mundo de manera satisfactoria, es fácil, pero erróneo, concluir
que el control dé‘ los asuntos internacionales es imposible de
lograr. Si lo es, o no, depende del tipo de control ideado y
varía de uno a otro sistema internacional.
Los Estados luchan por mantener su autonomía. Con este
propósito, los grandes poderes de un mundo multipolar manio­
bran, se combinan y luchan ocasionalmente. Algunos Estados
se embarcan en guerras para impedir que otros logren desequi­
librar el poder en' su favor. En virtud de sus propios intereses,
los grandes poderes se embarcan en guerras equilibradoras del
poder. Luchando en nombre de sus propios intereses, producen
como subproducto un bien colectivo, que debería ser apreciado
por los Estados que no desean ser conquistados.2 Los propósitos
bélicos desarrollados por Alemania en el curso de la Primera
Guerra Mundial demandaban la anexión de todos los países
vecinos más pequeños. Esos países no podían impedir que Ale­
mania concretara sus ambiciones; sólo otros grandes países
podían hacerlo. Ún .resultado benigno no está garantizado. El
mantenimiento de un equilibrio se logró por medio de la división
de Polonia entre Prusia, Rusia y Austria, lo que una vez más
demuestra que los grandes poderes manejaban activamente el
sistema, aunque no ,al gusto de Polonia. Eso insinúa un punto
que siempre debemos tener en mente. Existe gran cantidad de
control y manejo internacionales, aunque los actuantes no siem­
pre se sienten complacidos por la molestia y el peligro que im­
plica ese control, y los controlados habitualmente sienten dis­
gusto por los que controlan y los resultados que producen.
Nada en este proceso es inusual. Los directores y sus obras son

2 En un trabajo inédito, Stephen Van Evera plantea excelentemente


este punto.

298
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

frecuentemente impopulares, afirmación válida tanto para los


ejecutivos de las corporaciones, sindicalistas, funcionarios pú­
blicos y grandes poderes. Los antiguos países imperialistas no
eran demasiado apreciados por la mayoría de sus súbditos, ni
tampoco lo eran los japoneses cuando articulaban su “ Gran
esfera de co-prosperidad de Asia oriental” , ni los alemanes
cuando construían el nuevo orden hitleriano. Todos éstos son
ejemplos de grandes poderes que manejan, influyen, controlan
y dirigen asuntos mundiales o regionales.
En general, por nuestra experiencia, podemos decir que hay
mayores esfuerzos de control en el mundo bipolar que los que
habitualmente pueden observarse en el mundo multipolar. La
atención de los directores se ve dividida solamente entre dos
y, como sabemos, tienen incentivo suficiente como para mante­
ner los asuntos globales bajo su escrutinio. Tanto Estados Uni­
dad como la Unión Soviética han asumido como preocupación
propia los destinos de otros. Edward W. Brooke captó muy bien
este espíritu en su discurso inaugural ante el Senado. No está­
bamos luchando en Vietnam, declaró, “ como un sacrificio ne­
cesario para el equilibrio global del poder” . En cambio, está­
bamos embarcados en una guerra "justa" para lograr lo que
es “mejor para Vietnam del Sur, y más honorable y decente
para nosotros mismos." (marzo 23, 1967, p. 8). Estaba en lo
cierto. Por cierto que no luchábamos para obtener beneficios
ni por necesidad. Los Estados, especialmente los principales,
no actúan por su propio bien. Actúan también por el bien co­
mún del mundo. Pero el bien común es definido por ellos en
virtud de todos y lás definiciones entran en conflicto. Puede ser
más temible la arrogancia de los que llevan las cargas del mun­
do que el egoísmo de aquéllos que actúan guiados por sus propios
y estrechos intereses. Los agentes con grandes capacidades pue­
den utilizarlas para ayudar a otros o para dañarlos. El impulso
a actuar para bien de otro pueblo, tal como lo definimos, se tornó
especialmente peligroso a mediados de la década de 1960, cuan­
do convertimos nuestros recursos económicos superiores en
capacidad militar a un ritmo que la Unión Soviética no podía
igualar. La competencia subordina la ideología al interés; los
Estados que gozan de un margen de poder por encima de sus
competidores se ven llevados a prestar una atención indebida a
peligros menores y a perseguir propósitos fantásticos en el exte­

299
KENNETH N. WALTZ

rior, fantasías que trascienden la satisfacción de intereses estre­


chamente definidos en términos de seguridad. Durante los años
de la guerra norteamericana en Vietnam, gozamos de un margen
tal de superioridad militar sobre la Unión Soviética, que pudi­
mos comprometer a medio millón de hombres en una guerra
sin aumentar el porcentaje de producto bruto interno invertido
en defensa, y sin debilitar nuestra posición con respecto a la
de la Unión Soviética. Con tan enorme capacidad podía actuar
Estados Unidos, no en contra de la Unión Soviética, sino aparte
de la amenaza que su poder implica. ¿Cómo es posible esperar
que los que detentan un gran poder no rescaten una región en
nombre de la creación y el mantenimiento del orden mundial?
A nivel del sistema internacional, podemos esperar que el poder,
recientemente equilibrado, se mantenga allí. Una competencia
militar, si es estrecha, requiere precaución por parte de los
competidores. A nivel de la nación, podemos esperar que las
fuerzas internas restrinjan a los líderes nacionales, impidién­
doles emprender aventuras innecesarias y peligrosas. Las presio­
nes de la oposición pública en contra de las políticas arriesga­
das pueden lograr este propósito en Estados Unidos; la debili­
dad de una economía retrasada y una tecnología anticuada
pueden lograrlo en la Unión Soviética.
No podemos esperar que los agentes poderosos sigan polí­
ticas que sean correctas y justas; podemos esperar que no hagan
todo mal. Los fracasos norteamericanos en el sudeste de Asia
no deben confundir el útil papel que Estados Unidos ha desem­
peñado y sigue desempeñando en el noreste de Asia, en Europa,
en Oriente Medio y en otros sitios. Tal como han dicho con
frecuencia los funcionarios norteamericanos, no somos los po­
licías del mundo. Pero, según las palabras del presidente John­
son, “ no hay nadie más que pueda hacer ese trabajo” (mayo 5,
1965, p. 18). La afirmación de que “ Estados Unidos no puede
ser la fuerza policial del mundo” , tal como comentara más tarde
Kissinger, “ es una de esas generalidades que necesitan mayor
elaboración” . El hecho es que la “seguridad y el progreso en
casi todas partes del mundo dependen del compromiso norte­
americano” (diciembre 23, 1975, p. 3). Estados Unidos, con un
millón de hombres destacados en el exterior, incluso antes de
la lucha en Vietnam, acuartelaba a todo el mundo no comunista
desde el paralelo 38 de Corea hasta Berlín. Funcionamos como

300
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

los policías del mundo, y todavía lo hacemos, y ser policía es


una tarea gubernamental. Cuando abandonamos la tarea, para
dar satisfacción a otros, es más a nuestras expensas que a las de
ellos. La decadencia de la popularidad del, slogan “ Ámericans
go home” , escrito en los muros de muchas ciudades del exte­
rior, da pruebas de una satisfacción básica:’ Ahora descubrimos
que con mayor frecuencia se nos pide qué vayamos y no que
nos marchemos, y que intervengamos en lugar de quedar al
margen. Abundan los ejemplos obvios. Los árabes desean que
ejerzamos presión sobre los israelíes. Los israelíes desean que
los aprovisionemos y los respaldemos. Los líderes sudafricanos
desean que resolvamos los problemas coloniales residuales a su
favor. Los coreanos del sur se despiden reticentemente de las
tropas norteamericanas y seguirán recibiendo los suministros
militares norteamericanos junto con apoyo naval y aéreo. Los
líderes chinos desean que las tropas norteamericanas se. retiren
de Asia pero, no demasiado ni demasiado rápido. Muchos países
se han habituado a su dependencia y siguen confiando en que
los ayudaremos a cuidarse. Europa occidental es el caso más
notable de dependencia. Los europeos occidentales, a pesar del
desequilibrio económico que los favorece por encima de Rusia,
siguen esperando que les suministremos la mayor parte de su
defensa. “ Please stay” es el slogan que ha reemplazado a “ go
home” . Sin duda, Georg Leber y Helmut Schmidt han hecho que
“ deben quedarse” sea el mensaje imperioso por medio de sus
repetidas declaraciones acerca de la seguridad de Europa. Le­
ber, ministro de Defensa alemán desde 1972 hasta 1978, nos
ha advertido que, con respecto a nuestro compromiso militar
en Europa, “no existe sustituto político ni militar ni psicológico,
ni tampoco alguno suministrado por algún Estado europeo ni
por varios Estados europeos combinados” (febrero 27, 1973,
p. 50). Schmidt, ministro de Defensa y dé Finanzas antes de
convertirse en Canciller en 1974, ha descartado durante años
un mayor esfuerzo alemán porque “ la carencia de dinero, traba­
jo y respaldo popular impedirá una solución;—aparté de los gra­
ves efectos políticos que ello tendría tanto én Oriente como en
Occidente” (citado en Newhouse 1971, p. :83). Al argumentar
que política y económicamente Alemania Occidental no podía
incrementar sus esfuerzos, podría haber agregado que los cos­
tos de defensa que el país trataba de afrontar eran el 3,3 por

301
KENNETH N. W ALTZ

ciento del PBI. Al mismo tiempo, nosotros estábamos gastando


casi el ocho por ciento en defensa con alrededor del dos por
ciento del PBI invertido en personal militar y los equipos que
temamos en Europa o, para ella. Desde 1973 hasta 1976, entre
los Estados de Europa occidental, solo Gran Bretaña gastaba más
del cuatro por ciento del PBI en defensa, y nosotros gastábamos
el seis por ciento. Algunos Estados europeos podían gastar más.
La contribución adicional que cualquiera de ellos pudiera hacer,
sin embargo, causaría poca diferencia. Tienen menos incentivos
para incrementar sus contribuciones que para argumentar y
tomar medidas destinadas a mantener la efectividad del com­
promiso norteamericano, medidas que tanto Alemania, Francia
como Gran Bretaña toman separadamente (c. Waltz, 1974).
En un mundo de ñaciones-Estados, suelen ser necesarias,
en oportunidades, ciertas regulaciones de los asuntos políticos,
militares y económicos. ¿Quién las suministrará? En los casos
de mayor importancia —aquéllos de trascendencia económica
y los que amenazan ¡explotar en violencia militar— Estados Uni­
dos es con frecuencia el único país que tiene una chance razo­
nable de intervenir de manera efectiva. En esas cuestiones, una
chance razonable tal vez no sea demasiado alta. Al ofrecer alguna
ayuda, ganamos cierto control. Influimos sobre las estrategias
político-militares qué otros siguen, y ocasionalmente decidimos
si deben o no embarcarse en una guerra. Así, Kissinger advirtió
al embajador israelí, Dinitz, durante el otoño de 1973, que no
“diera el primer golpe’!. Y nuestro embajador, Keating, subrayó
la advertencia diciéndoles a los israelíes que, si atacaban pri­
mero sin que hubiera prueba irrefutable de una agresión árabe,
lucharían solos ( Stoessinger, 1976, p. 179). Estados Unidos no
ha sido capaz de impedir la lucha entre árabes e israelíes. Ha
atenuado las guerras y ha instado a los bandos hacia la pacifi­
cación. En Sudáfrica no debemos esperar más que una mezcla
comparable de fracasó y éxito. No obstante, si Estados Unidos
no da una mano para tratar de resolver los problemas más
importantes y difíciles; ¿quién lo hará? “ Podemos avanzar hacia
una Pax Americana o, incluso, una Pax Buso-Americana” , ha di­
cho un erudito canadiense, “ pero estamos condenados si retro­
cedemos hasta el Estado sin gracia en el que sólo los débiles
se preocupan por el orden internacional” (Holmes, 1969, p. 244).
A pesa1- de las dificultades de la dirección internacional,

302
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

Estados Unidos ha manejado los asuntos mundiales desde la


Segunda Guerra Mundial. La claridad con que se definen los pe­
ligros y los deberes en un mundo bipolar conduce fácilmente
al país que identifica su propia seguridad con el mantenimiento
del orden mundial a reacciones en exceso. El hecho de preocu­
pamos por los asuntos mundiales durante un tercio de siglo
ha hecho que nos sea fácil creer que el mundo estará peor si
dejamos de demostrarle tanta solicitud. Algunos se han preocu­
pado porque, después de la guerra de Vietnam, Estados Unidos
se hubiera sacado de encima las responsabilidades globales con
demasiada rapidez. Esta preocupación es infundada por tres ra­
zones. Primero, el interés de los poderes preeminentes en el
consumo de bienes colectivos es suficientemente intenso como
para que ellos se hagan cargo del suministro de esos bienes aun­
que no se les pague adecuadamente. Tienen incentivos para ac­
tuar en nombre de la paz general y de la mayor seguridad de las
naciones aunque trabajen tanto por el beneficio ajeno como por
el propio, y aunque otros paguen una parte desproporcionada­
mente pequeña de los costos. Así, Mancur Olson Jr. deduce una
“ tendencia a la ‘explotación’ de los grandes por parte de los
pequeños” (1965, p. 35). Los Estados líderes desempeñan dife­
rentes papeles en la dirección de los asuntos mundiales, y lo
hacen en mayor medida cuando su número se reduce a dos.
Segundo, otros pueden tener que preocuparse por la credibili­
dad de nuestros compromisos, pero nosotros no. Nuestra cre­
dibilidad es problema de ellos, no nuestro, aunque a mediados
de la década de 1970 muchos líderes norteamericanos plantea­
ron el problema a la inversa. A veces tenemos motivos para lle­
var las cargas de otros; no es necesario que asumamos sus preo­
cupaciones acerca de nuestra confiabilidad cuando esas preocupa­
ciones pueden impulsarlos a hacer más por sí mismos, deján­
donos así menos trabajo. Tercero, los hábitos directivos de tres
décadas están tan profundamente establecidos que el peligro
sigue siendo que hagamos demasiado y no demasiado poco.
Controlar es difícil; la regulación de los asuntos estatales
es difícil. Esas enunciaciones son, por cierto, verdaderas, Id que
toma impresionante el grado y el éxito del control norteame­
ricano —y sí, también ruso. He dicho poco acerca de la Unión
Soviética porque Estados Unidos ha llevado la carga principal
del manejo global en lo militar y también en lo económico. La

303
KENNETH N. WALTZ

Unión Soviética, por supuesto, ha ordenado devotamente su es­


fera en tanto ha podido mantenerla. Al hacerlo ha contribuido
a la paz y la estabilidad internacionales, aunque no a las liber­
tades de los europeos orientales (ver Licklider, 1976-77). Los
grandes poderes están interesados en las áreas cuya inestabili­
dad puede causar involucración y, así, guerra. Las inestabilidades
balcánicas condujeron a la Primera Guerra Mundial. ¿Nuestro
mundo bipolar podría tolerar crisis y guerras entre los Estados
europeos orientales con mayor solvencia que el antiguo mundo
multipolar? Creyendo que la respuesta es “no” , algunos han
argumentado que los mundos, pasado y presente, son compara­
blemente inestables y proclives a la guerra. Eso oscurece la vital
diferencia existente entre dos sistemas. Ahora, el control de los
asuntos europeos orientales por parte de un gran poder es tole­
rado por el otro precisamente a causa de que sus intervenciones
competitivas plantearían riesgos indebidos. Así, John Foster Du­
lles, apóstol de la liberación, aseguró a la Unión Soviética, cuan­
do los húngaros se rebelaron en octubre de 1956, que no interfe­
riríamos con los esfuerzos de suprimir la rebelión. Aunque pre­
feriríamos que los europeos orientales eligieran libremente a
sus gobernantes, no obstante podemos comprender que el ma­
nejo de la Unión Soviética de una parte tradicionalmente volátil
del mundo tiene sus aspectos positivos. Por medio de investiga­
ciones y comprobaciones, en Europa oriental y en otras partes,
es más fácil concretar una división de la tarea de control en un
mundo bipolar que en un mundo multipolar.
Al preguntarnos cuáles son las posibilidades de controlar
los asuntos mundiales, debemos preguntamos también cuál es
la necesidad de ese control. La necesidad de control aumenta a
medida que los Estados se toman más interdependientes. Si la
interdependencia es realmente estrecha, cada Estado se ve obli­
gado a tratar a los actos de otros Estados como si se tratara
de acontecimientos acaecidos dentro de sus propias fronteras.
La mutualidad de la dependencia hace que cada Estado observe
a los otros con cautela y suspicacia. Una disminución de la in­
terdependencia ocasiona una menor necesidad de control. He­
mos aprendido, es de esperar, que la teoría del dominó no se
sostiene ni militar ni económicamente. Cierta medida de auto­
suficiencia y grandes capacidades aíslan a una nación del mun­
do, enmudeciendo los movimientos adversos que se originan

304
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

fuera de la propia escena nacional. Al mismo tiempo, la estrecha


concentración del poder, que está involucrada en una menor
interdependencia, da al pequeño número de Estados que se
hallan al tope de la pirámide del poder un' mayor interés en
ejercer el control y una mayor capacidad de hacerlo. Las di­
mensiones de los dos grandes poderes les posibilitan ciertas
capacidades para controlar, y al mismo tiempo los aíslan en
grado considerable de los efectos ejercidos por la conducta de
otros Estados. La desigualdad de las naciones produce una si­
tuación de equilibrio con bajo nivel de interdependencia. En
ausencia de una regulación autorizada, las asociaciones laxas y
cierto grado de control ejercido por los Estados mayores ayu­
dan a promover la paz y la estabilidad. Si los. miembros de un
reino anárquico están en una situación de interdependencia
escasa, la concertación del esfuerzo destinado a lograr los pro­
pósitos comunes resulta menos necesaria. Lás operaciones de
importancia clave son las de control, y no las de regulación
precisa, y las de prevención, más que las de coordinación.
Prohibir el uso de la fuerza por medio de la amenaza de
usarla, oponer la fuerza a la fuerza, influir sobre las políticas
de los Estados por medio de la amenaza o el uso de la fuerza:
éstos han sido y siguen siendo los más importantes medios de
control en asuntos de seguridad. Dada una distribución de po­
der mundial muy desigual, algunos Estados,' por medio de la
manipulación de la amenaza de la fuerza, son capaces de mo­
derar internacionalmente el uso de la fuerza de otros. Estos
mismos Estados, en virtud de su poder superior, son capaces
de absorber cambios, posiblemente desestabilizadores, que ema­
nan de la utilización de una violencia que ellos no controlan ni
pueden controlar.

IV

¿Y qué ocurre con todos esos problemas que demandan los es­
fuerzos concertados de cierto número de naciones? Los proble­
mas a los que me he referido como las cuatro “p” —pobreza,
población, polución y proliferación— algunas veces ascienden
hasta la cima de la agenda internacional. El estancamiento mi­
litar entre Estados Unidos y la Unión Soviética puede permitir
que esos problemas permanezcan allí durante largo tiempo.
KENNETH N. W ALTZ

¿Quién se ocupará de ellos? En la década de 1970, muchos em­


pezaron a creer que Estados Unidos no podría hacerlo, porque
la nuestra ya no es la economía dominante del mundo (cf.
Ullman, octubre 1976, pp. 3-4). Es cierto que no podemos, en
el sentido de que los problemas internacionales de cierta conse­
cuencia jamás pueden resolverse por obra de una sola nación, sin
ayuda. Es cierto que no podemos salimos con la nuestra en los
problemas internacionales de comercio, dinero y finanzas, o al
menos no en la medida en que lo hicimos en Bretton Woods en
1944. Es cierto que no podemos detener la proliferación de
armas nucleares, ¡aunque podemos hacer mucho más que cual­
quier otro país eñ ese sentido (cf. Kissinger, setiembre 30, 1976,
pp. 8-9; Nye, junio 30, 1977, pp. 5-6).
Nadie puede negar que es necesario el esfuerzo colectivo
si los problemas i comunes han de ser resueltos o controlados
de alguna manera. Llevar adelante nuestros proyectos comunes
requiere cierta concertación, más ahora que en el mundo de la
posguerra temprana. Los problemas globales no pueden ser re­
sueltos por ninguna nación aisladamente, sino por un número de
naciones actuando en conjunto. Pero, ¿quién proveerá los me­
dios, y quién pagará la mayor parte de los costos? Si no lo ha­
cemos nosotros, las empresas cooperativas de las naciones ten­
drán un grado y efectos muy limitados. Ya he dicho suficiente
acerca de nuestro papel en asuntos económicos y de otra índole,
acerca de la influencia que ganamos a partir de nuestra posi­
ción relativamente independiente, y acerca de la incapacidad
de la Unión Soviética, independientemente de sus tendencias,
para contribuir en gran medida con el manejo de los asuntos
mundiales no militares. Económicamente, Estados Unidos es,
por lejos, el podér más importante. Si el poder más importante
no lidera, los otros no pueden seguirlo. Todas las naciones pue­
den hallarse eh él mismo bote que hace agua, pero una de ellas
es la que tapa el agujero principal. En los asuntos sociales y
económicos, así como en cuestiones militares, otros países tien­
den a dejamos la mayor responsabilidad. El incremento de la
interdependencia; según el enfoque más aceptado, ha reducido
el globo y ha establecido las posibilidades para lograr un con­
trol central de los asuntos mundiales. El aumento de la interde­
pendencia conduce,’ por cierto, a una mayor necesidad de con­
trol de los asuntos colectivos,, pero no produce a un director

306
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIONALES

capaz de hacerlo. Desde una perspectiva global o macropers-


pectiva, Estados Unidos y la Unión Soviética son los que más
necesitan ser controlados. Nuestra teoría cambia la perspectiva*
transformándola en microperspectiva. El problema, visto a la
luz de la teoría, no consiste en decir cómo manejar al mundo,
incluyendo a sus grandes poderes, sino en decir de qué modo
varía la posibilidad de que los grandes poderes manejen cons­
tructivamente los asuntos internacionales a medida que cambian
los sistemas.

307
APÉNDICE
Las siguientes tablas fueron preparadas
por Stephen Peterson
T a b la I . E x p o rta cio n e s m ás im porta cion es c o m o p o rce n ta je d el p ro d u c to n a c io n a l».

Periodos Países

R ein o Alema­ Unión Estados


Unido Francia nia Italia Japón Soviética Unidos
años % años Vo años 4 años % años % años «/o
años %
49 1875-84 52 1880-89 34 1889-90 26 1878-87 13 1879-88 14
1877-85
1885-94 50 1890-99 30 1891-00 25 1888-97 26 188998 14
P rin cip ios del sig lo X I X 1887-95 45
1895-04 49 1901-09 34 1901-10 31 1898-07 34 1899-08 11
1897-05 41
1905-13 54 1910-13 38 1911-13 34 1908-13 33 1904-13 12
Antes d e la 1? G uerra M undial 1909-13 52
1920-24 51 1925-29 31 1925-29 30 1918-27 41 1919-28 12
1924-28 38
1930-34 22 1930-34 20 1928-37 41 b 192938 8
E ntreguerra 1929-33 28 1925-34 42
1935-38 33 1935-38 12 1935-38 15 1938-42 31 193948 10
1934-38 24
1950-54 26 1950-52 26 1950-56 21 1955 4 1944-53 10
1949-53 37 1950-54 38
1960 30 1960 26 1960 20 1960 5 1960 7
1960 32 1960 23
32 1965 26 1965 19 1965 5 1965 7
Luegp d e la 2; G uerra M undial 1965 30 1965 22 1965
25 1970 34 1970 30 1970 20 1970 5 1970 9
1970 33 1970
1975 39 1975 41 1975 23 1975 17 1975 14
1975 41 1975 32

» E x p ortacion es c o m o p o rce n ta je del p ro d u cto b ru to interno m ás im p orta cion es c o m o p orcen ta je del p ro d u c to b ru to interno,
t D atos de entreguerra para la U nión S oviética n o se dan. S o n e q u ív o c o s a causa d e la rápida d ep recia ción del
y la d iscrep an cia existente entre el r u b lo interno y el r u b lo internacional c o m o unidad d e m on ed a. P o r esta ultim a razón y a causa
d e la d iferen cia d e m edid a entre el co m e r c io internacional y el interno, lo s d a tos d e p osgu erra d eb en ser cautelosam ente in­
terpretados.
Fuentes: T o d o s lo s d atos d e m ed iad os d e la d éca d a d e 1950, salv o e n e l c a so d e la U nión Soviética, p ro ce d e n d e K u znets, en ero
1967, T abla I, p p. 96-120. T o d o s lo s datos desde 1960 en adelante, salv o en e l ca so de la U nión S oviética, p ro c e d e n a e
CIE P, en e ro 1977, T ablas 1, 18, 19. t o s d atos d el P B I d e la U nión S oviética so n d e C IE P, en ero 1977, T abla 2, p . 138.
L o s d a tos co m e rcia le s de 1955 so n d e M itchell 1975, p . 499; los d e 1960 y 1965, son d el F on d o M on etario Internacional,
lo s d e 1970 y 1975, so n d e la O ficin a d e E stad ísticas d e EE .U U ., 1977, p p . 424-27.
APÉNDICE

T a b la I I . F lu jo de cap ital n eto de p aíses seleccion ad os c o m o p orcen ta je d e form a ­


c ió n d e cap ital b ru to y d el p ro d u cto bru to interno.

País y
cantidades 1880-89 1890-99 1900-09 1910-13 1922-25
R e in o U n id o
F C N /F C B a 80.0 48.0 49.0 139.0 27.0
F C N /P B I b 4.8 3.3 3.9 7.7 2.0

Francia
F C N /F C B 46.0 13.0 19.0 17.0 7.3
F C N /P B I 0.9 2.6 4.0 3.5 2.0

A lem ania
F C N /F C B 30.0 11.0 10.0 17.0 n.a.
F C N /P B I 3.1 1.4 1.5 2.6 n.a.

Janón
F C N /F C B n.a. n.a. n.a. n.a. n.a.
F C N /P B I n.a. n.a. n.a. n.a. n.a.

E sta d o s U n id os
F C N /F C B +3.2 0.2 +0.5 +2.7 2.0
F C N /P B I +0.7 01 +0.1 +0.5 0.4

1926-30 1931-35 1951-55 1956-59 1961-65 1966-70 1971-75

15.0 +6.0= 9.0 9.0 5.0 1.0 +9.0


1.3 +0.5 1.0 1.0 0.9 0.2 +2.0

17.0 +3.4 4.0 0.1 0.2 1.4 + 1.0


3.2 +0.7 1.0 0.02 0.1 0.4 0.2

33.0 104.0 2.0 3.0 + 1.0 5.3 +5.4


3.1 3.1 0.5 1.0 +0.2 1.3 +1.3

n.a. n.a. 0.7 0.2 1.4 1.4 . 3.0


n.a. n.a. 0.2 0.04 0.4 0.5 1.0

3.0 +3.0 4.6 7.1 4.7 2.0 2.5


0.5 +0.4 1.0 1.2 1.0 0.4 0.4

a F lu jo d e cap ital n e to d ivid id o p o r fo rm a ción de cap ital bru to.


6 F lu jo d e cap ital n eto d ivid id o p o r el p ro d u cto b ru to interno.
c E l sig n o m ás represen ta el flu jo n eto interno.
Fuentes: L o s d a tos an teriores a la Prim era Guerra M undial p roced en d e tres
fu en tes. L os p ro m e d io s d e flu jo neto de capital están com p u ta d os de
B lo o m fie ld 1968, A pénd ice I , p p . 42-43. E l P B I y el FCB de E u rop a están
co m p u ta d o s d e M itchell 1975, p p . 781-82, 785, 790, 797. P B I y FCB d e
EE.U U . p ro c e d e n d e US B ureau o f the Census, 1976, P arte I, p p . 224-31.
L os d a tos de entreguerra p ro ce d e n d e tres fuentes. L os p ro m e d io s de
FCN de t o d o s los p aíses, salvo Alem ania, n roced en de R oy al Institute
o f In tern ation al A ffairs, 1937, p p . 139-40, 175 , 200-201. F lu jo d e capital
alem án p ro c e d e de UN D epartm ent o f E c o n o m ic A ffairs, 1949, T abla I.
P B I y FC B e u rop eos p ro ce d e n d e M itchell. L os d e EE.UU. so n d el US
B ureau o f the Census, 1976. L os datos p ara 1951 y 1959 p ro ce d e n de
•cuatro fu entes. Los flu jo s de capital son de UN D epartm ent o f E con o-

312
APÉNDICE

T a b la I I I . E m ig ra ción eu rop ea c o m o p o rce n ta je del total d e la p o b la c ió n n o r­


te a m e rica n a s i
Percent

1881-1890 1901-1910 1921-1930 1941-1950

a c a d a p u n to represen ta la em igración tota l d e un a d éca d a c o m o p orcen ta je de


la p o b la c ió n p ro m e d io . E l g rá fico exclu ye la R u sia eu rop ea. Para perspectiva,
adviértase q u e d esde 1846 hasta 1932 alre d e d o r d e l 95% d e la em igración inter­
continental p ro c e d ió d e E u rop a , y d e sd e 1821 a 1932, alred edor d el 58% de
lo s em igran tes fu e a EE.U U . (K u zn ets 1966).
Fuentes: L o s d atos d e e m igra ció n s o n d e M itch ell 1975, p . 135. L os d atos de
p o b la c ió n desde 1871 a 1930 fu e ro n co m p u ta d o s d e K ucyzynski 1969,
T abla I , p p . 230-231. L o s d atos d e p o b la c ió n d esd e 1931 a 1960 p roced en
d e UN S tatistical O ffice , 1966, p . 103.

m ic A ffairs, 1961, T abla 3. P B I y PC B e u ro p e os p roced en d e M itchell,


p p . 792-95. L os d e EE.U U . so n del U S B ureau o f the Census, 1976. Los
d atos d e 1961 hasta 1975 p ro ce d e n d e tres fu entes. L os flu jo s de capital
so n d e O E C D , d iv e rso s años, al igual q u e lo s P B I d esd e 1961 hasta 1970.
L os P B I d esd e 1971 a 1975 s o n del OE C D , d iversos años, y el FCB de
EE.U U . es UN Statistical O ffice , 1961, 1970, 1974.

313
314 c o (Q O (0 (0 (0 (0 (o e o c a
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Tabla VI. G asto n a cion al e n investigación y d esarrollo.

Crecimiento anual Gasto bruto y porcentaje


Nación promedio del gasto en I&D, 1963-73 de PB1 invertido en l& D
WX 1967 1973
Cantidad & Porcentaje Cantidad Porcentaje Cantidad Porcentaje
R e in o U nid o 4.3% $ 2,160 2.3% $ 2,649 2.3% $ 3,340 1.9%
F r a n c ia : 1012 1,300 1.6 2,562 23 3,982 1.6
A lem ania O ccid en tal 14.1 1,463 1.4 2,084 1.7 8,329 2.4
Canadá 8.7 430 13 828 1.5 1,092 0.9
Japón 15.5 1,023 1.4 1,952 1.5 8,159 2.0
U nión S o v ié tic a s 9.4 7,665= 3.6 9,100 3.6 21,323 4.7
E sta d o s U n id os 4.4 19,215 3.4 25,330 3.0 30,120 23
Notas:
* M illon es d e d ólares corrien tes.
*> L o s d a tos cu b re n lo s gastos d e "cie n cia b á sica ” .
c D atos d e 1965.
Fuentes: D atos d e la OE C D p ara 1963 y 1967 p ro ce d e n de R uggie 1974, T abla s I I I -l y III-2, p p . 181-83; lo s gastos b ru tos d e la OECD
y lo s p o rce n ta je s d e P B I d e 1973 p ro ce d en d e C IE P , m a rzo 1976, p. 119, y d e O E C D , 1976, p p. 10, 48, 88, 260, 290, 532.
L o s d a tos d e Investigación y D esa rrollo p ara la U nión S ov iética p ro ce d e n d e N oltin g 1976, T abla I , p . 8. L os d a tos d el
P B I d e la U nión S ov iética p ro ce d e n de la UN Statistical O ffice , 1976, p . 185.
Tabla VII. Gastos de planta y equipamiento de las compañías multinacionales norteamericanas en form ación de capital bruto
fijo en las industrias manufactureras de siete países claves, 1966 y 1970.

Gasto en plantas y equipamiento de las CMN como porcentaje de formación de capital bruto fijo en los 7 países en conjunto
Industria Reino Francia Alema- ' Bélgica Canadá M é lic o Brasil Gasto FCBF P&E
Unido nia occi­ Luxem- en P&E (millo­ como
dental burgo de las nes dó­ porcen­
CMN lares) taje de
(millo­ FCBF =
nes dó­
lares)
1966
M anufacturas 16.3% 4.3% 9.2% 17.0% 42.7% 6.7% 12.4% $ 3,014 $ 22,407 13%
A lim entos 4.6 1.9 1.4 n.a.<* 22.5 2.7 n.a.d 109= 2,670= 4
Q u ím icos 15.8 1.9 5.1 23.3 86.6 20.8 16.8 561 4,348 12
M etales p rim arios
y fa b rica d o s 11.3 1.7 1.8 4.0 n.a.d 195*
M aquinaria 21.5 15.4 19.4 19.3 64.0 5.3 50.8 748 8,579* 20
Equipo d e transp orte 47.6 8.8 37.8 3.1 28.2 831
Otras m anufacturas 11.6 1.0 1.1 10.6 23.6 8.2 6.7 570 6,810 8
1970
M anufacturas 20.9 5.8 12.3 14.1 32.2 9.3 18.3 4,152 29,739 13
A lim entos 4.4 0.9 2.0 n.a.a 23.5 3.1 11.1 1638 4,0308 4
Q u ím icos 17.9 2.1 10.4 24.9 68.1 10.7 27.4 691 5,155 13
M etales p rim arios
y fa b rica d os 21.1 1.0 8.4 8.3 11.9 457
M aquinaria 29.0 23.3 27.8 12.0 57.8 13.9 57.1 1,292 11,482 22
E qu ipo d e transporte 45.5 9.8 27.8 17.9 25.6 870
Otras m anufacturas 18.2 2.8 2.7 10.8 20.5 13.0 5.9 679 9,072 7

Notas:
a Las cifra s d e 1970 se basan en lo s d atos d e 1969 para la fo r m a c ió n d e cap ital bru to fijo ,
b F orm a ción d e capital bru to fijo .
= G astos en planta y equipam iento c o m o p o rce n ta je d e la fo r m a c ió n d e capital b ru to fijo .
<* In clu id o en “ todas las otras m anu facturas".
= E xclu ye el p rocesa m ien to de alim entos en B élgica-L uxem burgo y B rasil. L as cifras de estos p aíses están incluidas en “ otras
m anu facturas” .
f E xclu ye m etales prim arios y m etales fa b rica d o s en B rasil. C ifras incluidas en “ otras m anu facturas” ,
e E x clu y e alim entos procesa dos en B élgica-L uxem burgo, cu y os d atos relevantes se incluyen en “ otras m anu facturas” .
Fuente: Senado de E stados U nidos, C om ité d e Finanzas, fe b re r o 1973, T abla 9, p . 411.

T abla V I I I . C om ercio general: E x p orta cion es del m u n d o y de p aíses seleccion ad os com p arad as c o n las ex portacion es generadas
p o r las com pañ ías m ultin acionales norteam erican as y sus filiales co n m a y oría norteam erican a, 1966 a 1970.

Cantidad » Aumento o disminución (—)


1966 a 1970 Exportaciones
de CAIN como
% del total
1966 1970 Cantidad = Porcentaje de exportaciones
Area o país Total CMN Total CMN T otal CMN Total CMN 1966 1970
T ota l m undial $ 201,800 $ 43,046 $ 309,200 $ 72,759 $ 107,400 $ 29,713 53.2% 69.0% 21% 24%
E stad os U nidos 29,998 19,241 42,593 29,420 12,595 10,173 41.2 52.9 64 69
Canadá 9,551 3,327 16,187 6,852 6,636 3,525 69.5 105.9 35 42
L atinoam érica y o tro s
del hem isferio
occid en tal 10,871 4,333 13,260 . 4,746 2,389 413 22.0 9.5 40 36
—M éxico b 1,199 126 1,402 217 203 91 16.9 72.2 11 16
—B rasil b 1,741 152 2,738 222 997 70 57.3 46.1 9 8
R ein o U nido 14,132 2,664 19,351 3,374 5,219 710 36.9 26.7 19 17
C om u nidad E c o n ó m i­
c a E u rop ea (C E E ) 52,650 4,532 88,520 8,607 35,870 4,075 68.1 89.9 9 10
— B élgica/L u xem -
b u rg o b 6,832 875 11,609 1,558 4,777 683 69.9 78.1 13 13
—F rancia *> 10,889 779 17,742 1,552 6,853 773 62.9 99.2 7 9
—Alem ania o c c i­
dental t> 20,134 1,424 34,189 2,666 14,055 1,242 69.8 87 2 7 8
Japón 9,777 84 19,318 350 9,541 266 97.6 316.7 1 2
O tros de E u rop a
occid en tal 19,538 2,494 29,639 4,409 10,101 1,915 51.7 76.8 13 15
E u rop a oriental y
n.a. • 31,000 ñ.a;- 9,800 — 46.2 ; ... - - —
URSS 21,200
A ustralia/N u eva Ze-
lan da /S u d áfrica 5,844 340 7,993 758 2,149 418 36.8 122.9 6 9
O tros de Asia y A frica 25,210 4,655 37,100 10,029 11,890 5,374 47.2 115.4 18 27
S in p roced en cia 89 1,369 99 3,747 10 — 11.2 — — —

8 E n m illon es d e d ólares corrien tes.


b Parcialm ente estim ado p o r la C om isión T arifaria en el lugar d e entrada o d e entradas su prim idas p o r la agen cia original.
Fuente: Senado de E stad os U nidos, C om ité d e Finanzas, fe b re r o 1973, T abla A -l, p. 354.
APENDICE

T abla ix. Productos manufacturados: Exportaciones de las compañías multina-


r L ^ c Z ^ n o m e X ^ I t SUS fil‘ ales ™ a y o r i t a r i ^ t e n ^ =
_________ 1966^ 1970? porcentaje de las exportaciones de países seleccionados,

Países
Total de
todos tos
países
conside­ Estados
rados Reino
Unidos Canadá Unido
Industria 1966 1970 1966 1970 1966 1970 1966 1970
Manufacturas 28% 30% 65% 68% 39% 44% 16% 16%
Productos alimenti­
cios 38 38 132 176
Papel y productos 42 25 12 13
afines 36 68 61 54
Químicos y produc­ 31 30 3 7
tos afines 31 28 73 61
Goma 57 29 16 22
33 30 72 79 21
Materiales prima­ 42 16 18
rios y fabricados 13 16 64 75 4 6
Maquinaria, excepto 9 6
eléctrica 27 26 47 45 23 34 21 19
Maquinaria eléctrica 34 30 76 69 38 26
Equipo de trans­ 20 17
porte 53 56 102 104 104 85 30 32
Textiles y maquina­
ria 3 7 15 26 11 34 0.4 0.4
Imprenta y publici­
dad 18 18 36 44 7 29 14 8
Instrumental .34 44 57 75 431 442
Otras manufacturas 28 45
11 15 26 36 22 35 3 2

(Sigue en la página siguiente)

Notas:
a M illones d e m on ed a co rrie n te norteam erican a.
b In v ersión directa norteam erican a.
a In clu ye E u rop a occid en tal, C anadá, Australia, N ueva Z ela n d a . Sudáfrica
d T o d o s lo s o tro s p aíses.

^ CurreñtSB usiness. ** ^ S° D * 108 Siguientes ™

|aWaT p d8; DK5,ligoTto™9^ , Tablá^ p. « f i l ió y T ^ o ^ b r e 197o!


S n i r i m e n t i r-975’ a g o s t o l9 7 6 > T abla 14. L o s d atos d e 1970 son del US
D epartm ent o f C om m erce, B ureau o f E c o n o m ic A nalysis, 1975.

318
APÉNDICE

Países

Alemania Bélgica-
occiden­ Luxem-
Francia tal burgo México Brasil
Industria 1966 1970 1966 1970 1966 1970 1966 1970 1966 1970
M anufacturas 6% 10% 7% 8% 10% 14% 16% 30% 15% 29%
P rod u cto s alim enti­
c io s 3 7 13 15 6 10 11 22 5 6
Papel y p ro d u cto s
afines 3 7 1 5 9 14 0 0 66 83
Q u ím ico s y p ro d u c ­
tos afines 7 8 2 5 28 41 23 24 19 213
G om a 13 8 0 3 15 41 100 200 0 60
M ateriales p rim a­
r io s y fa b rica d o s 1 0.6 1 3 0.4 5 3 15 0 3
M aquinaria, ex cepto
eléctrica 23 21 7 7 37 33 0 37 22 716
M aqu inaria eléctrica 8 7 4 7 15 26 56 71 20 28
E q u ip o d e trans­ 20 6 275 110 120 40
p orte 2 17 21 22
T extiles y m aquina­
ria 0.3 0:3 0.1 0.6 1 14 2 7 6 3
Im p ren ta y p u b lici­
dad 3 4 0 2 17 8 13 11 n.a. n.a.
Instrum ental 17 20 7 9 8 4 300 50 200 n.a.
Otras m anufacturas 0.7 10 2 7 1 1 17 11 14 n.a.
Fuente: L os d atos están co m p u ta d o s p o r el S en a d o d e E sta d os U n id os, C om ité
d e Finanzas, fe b re ro 1973, T ablas A-é’ a 27, p p . 377-80.
T a b la X . D ep en d en cia de la im p o rta ció n d e p e tr ó le o : E sta d os U n id os, Ja pón y
E u rop a occid en tal en añ os seleccion ad os.
Países y años Importacio­ Importacio­ Importacio­ Importacio­
nes petróleo: nes petróleo nes petróleo nes petróleo
millones ton. % de energía de Oriente de Oriente
métricas suministrada M edio: millo­ M edio: por­
nes de tonela­ centaje de
das métricas suministro
de energía
E u rop a occid en tal
1967 451 50% 230 25%
1970 644 57 309 28
1973 756 60 513 41
1976 682 54 467 37
Japón
1967 121 62 102 52
1970 211 73 173 60
1973 284 80 216 61
1976 262 74 196 55
E stad os U nidos
1967 130 9 10 0.7
1970 170 10 9 0.5
1973 313 17 41 2
1976 365 20 95 5
Fuentes: T o ta l d e im porta cion es d e p e tró le o e im p o r ta cio n e s p etrolera s del
O riente M e d io p ro ce d e n de la B ritish P e tro le u m C om p an y, 1967, 1970,
1973; total d e co n su m o en ergético p ara t o d o s lo s añ os, p ro c e d e de
1976, p . 25.

319
APÉNDICE

T a b la X I . E sta d o s U nidos, E u rop a occid ental y Ja p ón : p roy e ccio n e s energéticas


1973-1990.

Países y años Importaciones petroleras Importaciones de energía


com o porcentaje de neta com o porcentaje
consumo de energía a de consumo de energía

E u ro p a O ccid e n ta l:
a Las im p o rta cio n e s energéticas incluyen carbón , p etróleo y gas natural.
b D atos reales.
c L as c ifra s n orteam erican as se basan en las siguientes su p osicio n e s : P B I cre­
c ie n d o u n 4,3 p o r cien to anualm ente hasta 1980 y 4 p o r cie n to lu ego, p ob la ció n
c re c ie n d o 1 p o r cien to anual; só lo ca m b ios ev olu tiv os en te cn o lo g ía energética
sa lv o e n g a sifica ció n d e l c a rb ó n y licu efa cción y c o n tro l d e la s em ision es d e
ó x id o s u lfú r ic o antes d e 1985 e in trod u cción c om ercia l d e rea ctores m ás tarde
(D u p re e y W est, US D epartm ent o f the In terior, 1972, p p . 14-15).
4 C ifras d e im p o r ta ció n d e energía, m ás ba jas q u e las im p orta cion es d e p etróleo
en t o d o s lo s a ñ o s d e b id o a la ex p ortación d e ca rb ón .
Fuente: U .S. D epartm ent o f the In terior, ju n io 1976, p p . 43, 45 y 47.

1973 a 59% 62%


1980 c 36 42
1985 28 35
1990 24 33
J a p ón :
1973 b 77 89
1980 d 67 85
1985 61 80
1990 56 75 .
E stad os U n id o s:
1973 b 18 17
1980 20 19 ;
1985 20 19
1990 18 17 -‘ / a,
Notas:
Tabla X I I . C a m b io p orcen tu a l d e l c o n su m o d ia rio de p etró le o en países* s eta s i
c lo n a d o s , 1973-77 y 1976-77. , Jl " l
■ - ■■■<■>
País 1973-77 1976-77.
R e in o U n id o —19.5% —15%
,Francia —8.6 .'—1.4
A lem ania o ccid e n ta l —10.8
Italia —5.0 —2.6
Japón —0.7 +78
E sta d o s U n id os +7.5 +88
Fuente: S ta b le r y Tanner, o ctu b re 31, 1977, p. 1.

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336
ÍNDICE GENERAL
Prefacio ..................................................................... 7

1
LEYES Y TEORÍAS ............... 9
1 ........................................... 9
II .................................................. 26
III ............................................................................... 30

2
TEORÍAS REDUCCIONISTAS ................................ 33
I .................. 33
II ................................................................................ 35
III ............................................. . ............................... 46
1. Teorías auto-verificantes ........ 49
2. Estructura sin conducta, o la desaparición de
la función ........... 51
3. Sobrexplicacián y el problema del cambio .. 55

IV ............................................................................... 57

ENFOQUES Y TEORÍAS SISTÉMICOS................. 61


I ................................................................... 65
II ........................... 68

4
TEORÍAS SISTÉMICAS Y REDUCCIONISTAS . . . 91
I ..................................... 91
II ............................................................................... 101
III ............................................................................... 110
IV .............. 116
ESTRUCTURASPOLÍTICAS ........................ 119
I .................................................................................. 119
II ....... : ...................................................................... 122
III .............................................................................. 131
1. Principios ordenadores ................................. 132
2. El carácter de las unidades............. 139
3. La distribución de las capacidades............... 145

6
ÓRDENES ANARQUICOS Y EQUILIBRIOS DE
PODER ....................................................................... 151
I ........................................ 151
1. Violencia interna y externa.......................... 151
2. Interdependencia e integración ................... 153
3. Estructura y estrategias ............................... 159
4. Las virtudes de la anarquía.......................... 164
5. Anarquía y jerarquía .................................. 168

II ................................................................................ 181

7
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS ECONÓ­
MICOS ...................................................... 191
I ........................................................... 191
1. Conteo de polos y mediciones del p od er 191
2. Las virtudes de la desigualdad.................... 195
3. El carácter de los sistemas de números pe­
queños ......................................................... 196
4. ¿Por qué más pequeño es más bello que pe­
queño? ......................................................... 199

II ................................................................................ 204
1. La interdependencia como sensibilidad 206
2. La interdependencia como mutua vulnerabili­
dad ..................................................... 212
III 215
1.Condiciones económicas ................................. 216
2.Efectos políticos .......................... 224

IV .................................................... 233

8
CAUSAS ESTRUCTURALES Y EFECTOS MILITA­
RES............................................................................... 237
I ................................................................................ 237
II ................................................................................ 240
III ............................................... 250
IV ............................................................ 259
V ................ 269
VI ..................................................................... 281

9
EL CONTROL DE LOS ASUNTOS INTERNACIO­
NALES .......................................................... 283
I ............................. 285
II .......................................... 290
III ............................................. 297
IV ............................................................................ 305

APÉNDICE ................................................................ 309

BIBLIOGRAFIA......................................................... 321
Este libro se terminó de imprimir
en el mes de septiembre de 1988
en los Talleres Gráficos CA RBET
La Rosa 1080 - Adrogué, Buenos Aires

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