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TOMO 3 DE LOS TESTAMENTOS DEL GRIS Y DE SOMBRA

BORRADOR de la primera escena. No conviene leerlo sin haber leído los anteriores libros de la
saga.

La Torre de Cristal, con doscientos cuarenta y nueve metros de altura, era el


mayor rascacielos de Madrid y de España. En la última planta se extendía un
jardín vertical, el más elevado de Europa. Eso era lo público y visible para el
mundo corriente, pero encima se habían construido tres plantas más que la visión
de los menores no podía percibir.
En el medio de la última planta, una runa ocupaba el centro de la estancia
allí situada. Se había grabado en el suelo con el alma de tres magos que invirtieron
seis meses en completarla. Aquella runa era de vital importancia para los magos y
una de sus peculiaridades era que no se podía trazar a menos de cincuenta metros
del suelo. Normalmente, la runa era el único elemento en esa sala; sin embargo,
ahora había un objeto nuevo que ni siquiera pertenecía a los magos, un espejo de
cuerpo entero con los marcos de bronce, que descansaba en la pared del fondo.
Frente al espejo, a seis metros de distancia, una unidad de magos se hallaba en
formación.
Alineados a la perfección, separados por la misma distancia, mantenían la
espalda recta y los ojos en el espejo. Vestían túnicas holgadas para una plena
libertad de movimientos, sujetas a la cadera por un cinturón de tela, anudado al
lado derecho. Las túnicas cubrían sus armaduras de cuero, finas y ligeras, ceñidas
a la piel. Cada uno portaba una lanza más alta que cualquiera de ellos. La punta de
la lanza era ancha y aplastada, similar al as de picas de la baraja francesa, con el
fin de tener espacio para pintar las runas que la ocasión requiriera.
Asyna era la única maga que no estaba en formación ni portaba arma
alguna. El único pelo que se podía encontrar en todo su cuerpo era el de las
pestañas, ningún otro le parecía de utilidad. No se afeitaba ni recurría a ningún
tratamiento para librarse del vello. Sencillamente, no permitía que creciera. Era un
rasgo habitual, aunque no obligatorio, en los magos que no tenían trato con los
menores. Asyna era una maga pura, criada como tal desde que nació. No tuvo que
modificar su vida ni reeducarse siendo adolescente o adulta como sí les había
ocurrido a tantos otros que no habían tenido la suerte de saber quiénes eran desde
su concepción.
A sus ciento dieciséis años, Asyna lucía el aspecto de una menor de
cuarenta que se mantuviera en plena forma.
—Recargad —ordenó.
Los magos deslizaron la lanza hacia atrás para acercar la punta a las manos
y la giraron de modo que la parte plana quedara hacia arriba. Se movieron a la vez,
en perfecta sincronía. Repasaron la runa que reforzaba la punta del arma y
volvieron a alzarla y colocarla sobre el hombro izquierdo.
Terminaron todos al mismo tiempo. Asyna estaba satisfecha. Al principio,
cuando le informaron de los miembros que integrarían su unidad, se mostró
escéptica. Había representantes de los linajes más influyentes, lo que manifestaba
que las familias no terminaban de fiarse unas de otras. Pero sus dudas resultaron
infundadas. Eran magos puros, después de todo, disciplinados y adiestrados. No se
produjo el menor altercado o rencilla, y todos y cada uno se compenetraron desde
el primer momento.
Llevaban dos días custodiando el espejo. Sin comer ni dormir, atentos, con
el cuerpo, la mente y el alma preparados para cumplir con su cometido.
—El tiempo ha expirado —anunció Asyna.
Una maga abandonó la formación para adelantarse hasta el espejo. Los
demás permanecieron en sus puestos. La maga se arrodilló y extendió el dedo
índice, que deslizó sobre el suelo. La yema del dedo dejaba un rastro, una fina
estela que ensombrecía las losas según iba trazando la runa con su propia alma. La
última línea, de acuerdo a lo planeado, terminaba en el espejo y establecía la
conexión.
La runa reaccionó al contacto, pero el resultado distó mucho de ser el
esperado. Saltó un chispazo y la maga salió despedida hacia atrás, resbalando
varios metros sobre el suelo. El resto de los magos de la formación apretaron las
lanzas y apuntaron al espejo, cuya superficie arrojaba destellos y se ondulaba.
Asomó una pierna de mujer a través del cristal, seguida de la cadera, el
pecho y el resto del cuerpo. La visitante observó a los magos presentes con
indiferencia. Vestía informal, lo que provocó el rechazo de Asyna nada más verla.
—No se toca —dijo la recién llegada—. Es de mala educación curiosear.
Asyna se acercó a la mujer.
—Llegas tarde.
—¿Tú eres la máxima autoridad presente? No te conozco, preciosa.
—La máxima responsable en lo que a seguridad se refiere —aclaró
Asyna—. ¿Nombre?
—Vela. ¿Todos estáis siempre tan tiesos? Relájate, jefa de seguridad, que
no muerdo.
—¿Cuántos vampiros forman tu escolta?
—He venido sola, no necesito escoltas. ¿Es un error? Tal vez debería haber
traído a más de los míos viendo que habéis intentado manipular el espejo. Si
alguien vuelve a tocarlo, le clavaré mis colmillos en los ojos.
Asyna no se inmutó.
—No es mi cometido negociar contigo. Aquí cumplirás las normas o te
expulsaré.
—¿Qué eres, un robot? —Vela repasó la formación de magos que la
rodeaban—. Acabo de llegar y me encuentro a un maldito escuadrón de magos,
armados con lanzas y apuntándome; y con que habéis intentado manipular el
espejo para acceder a nuestro territorio. Puedo ser encantadora, graciosa y un
montón de cosas más, pero no te equivoques —Vela abrió los labios para que
vieran crecerle los colmillos—: no vais a sobrevivir si pretendéis engañarme.
Los magos dieron un paso al frente. Asyna alzó la mano y todos se
detuvieron al instante.
—Te advierto que no estás en disposición de amenazar a nadie, vampiro.
Vela endureció la expresión.
—¿Quién ha ordenado esto?
La respuesta vino del centro de la estancia, de detrás de la formación de
magos.
—Es el protocolo, Vela.
De una pequeña nube de humo sobre la runa central salió Erik y caminó
hacia el espejo. La formación de magos se dividió para dejarle paso y retomó la
posición en cuanto Erik les sobrepasó.
—Así que esto es cosa tuya, Erik —dijo Vela—. ¿Por qué no me
sorprende? ¿Lo organizaste todo para poder estudiar el espejo?
—No sé a qué te refieres —repuso el mago—. Traer el espejo fue una
petición tuya. Me ofrecí a mantener esta reunión en vuestro territorio.
—Para poder estudiarlo. ¿Me tomas por tonta?
Erik mostró las palmas de las manos en gesto apaciguador.
—Estás sacando conclusiones precipitadas, Vela.
—Demuéstralo. Retira a ese miniejército o no habrá negociaciones.
Erik miró a Asyna.
—No es posible —respondió ella.
—No puedo alterar el protocolo de seguridad aunque quiera —explicó Erik
a Vela—. En nuestra torre no corremos riesgos. Tendrás que confiar en mí o
invitarme a seguirte a través del espejo. Te acompañaré solo, para que no tengas la
menor duda respecto a mis intenciones.
—Disculpe, señor —intervino Asyna—. No puedo aceptarlo. También soy
responsable de su seguridad y no consentiré que vaya sin protección.
Erik asintió.
—La decisión es de ella —le dijo a Vela—. Como te decía, Asyna está al
mando en lo que a seguridad se refiere. Pero ahí termina su autoridad. Yo hablo en
nombre de los magos y mi deseo es que nos entendamos.
—No me encandilarás con palabras, mago —repuso Vela—. Y tú, Asyna,
o como te llames, ordena a tus esbirros que dejen de apuntarme con las lanzas o
esta reunión terminará antes de empezar. Ya he sido demasiado paciente con
vosotros.
Vela alargó las uñas al tiempo que retiraba los brazos hacia atrás y
flexionaba las rodillas. Asyna se apresuró a colocarse delante de Erik para
escudarlo.
—¡Atención! —ordenó a los magos— ¡Que Vela no dé un paso más!
Vela bufó, retiró el labio superior… Y cayó de rodillas al suelo con un
gemido.
—¡Basta! —ordenó Erik—. ¡Deteneos! ¡Asyna, ordénaselo!
Asyna obedeció, levantó el puño derecho. Los magos mantuvieron la
posición sin retirar las lanzas.
Vela tuvo que apoyar las dos manos en el suelo. Se le aceleraba la
respiración por momentos, profirió un alarido que resonó en toda la torre. Empezó
a manar humo de su espalda, de los brazos, de las piernas. Estaba envuelta en una
nube negra cuando se desplomó en el suelo.
—¿Qué le habéis hecho? —gritó Erik—. ¡Exijo una explicación! ¡Asyna!
—¡Señor!
—Te ordené que no la tocarais.
—Hemos cumplido la orden, señor —respondió Asyna—. No tengo ni idea
de qué le ha pasado, pero no hemos sido nosotros.
Erik se pasó la mano por el cabello con gesto pensativo.
—No es la mejor manera de iniciar las negociaciones —gruñó—. A menos
que… Sombra.
—¿El asesino que nunca falla? —Asyna conocía de oídas a ese vampiro.
—Vela y Sombra mantienen un vínculo —asintió Erik—. Si ha sucedido lo que creo,
Sombra ya no podrá presumir de ser infalible.

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