José Natanson Martín Rodríguez rut Diamint federico Lorenz

Olivier Zajec Pierre Rimbert Franz Schultheis Serge Halimi

el dipló, una voz clara en medio del ruido Capital Intelectual S.A.

0 0 2 12 13
Paraguay 1535 (1061)
enero 2018 Buenos Aires, Argentina
Publicación mensual
Año XIX, Nº 223

522005
Precio del ejemplar: $90
En Uruguay: 100 pesos

9 771514
www.eldiplo.org

La desaparición del ARA San Juan reabre el debate sobre el

rol de los militares en tiempos de democracia.

Qué política para las
Fuerzas Armadas
Dossier

(Eitan Abramovich/AFP)

Jerusalén en el ojo de la tormenta

Páginas El gobierno de Donald Trump está modificando la posición de Estados Unidos en cuestiones
como el libre comercio, la ecología y la política hacia Medio Oriente. En este marco, la decisión
21 a 30 de reconocer a Jerusalén como capital de Israel suma tensión a un mundo convulsionado.
2|
Marcas
por José Natanson
C
omo un acreedor paciente que es-
cucha, entiende y espera, la so-
ciedad a menudo difiere su ma-
lestar hasta que en un momento
se decide a expresarlo de golpe, y
es ahí cuando busca cobrar la deuda toda jun-
ta, con intereses y punitorios, sea a través de
la furia en las calles o por vía del castigo elec-
toral (o mediante una combinación de ambas
cosas). Por eso, aunque el gobierno consiguió
la aprobación de la reforma previsional en el
Congreso y, tras una semana de incidentes, se
encamina a un fin de año en paz, el carácter
conflictivo con el que se tramitó la iniciativa,
la violencia que acompañó el proceso, los cace-
rolazos posteriores y la angustiante sensación
de déjà vu, como si todos los diciembres remi-
tieran a ese diciembre, pueden haber dejado
un sedimento más duro de lo que sugeriría una
primera mirada.
Las encuestas que circularon en los días
previos coincidían en la impopularidad del
nuevo esquema jubilatorio. Sin embargo, to-
dos los gobiernos se ven obligados a adoptar en
algún momento decisiones de este tipo y a ve-
ces la sociedad –o al menos una parte de ella–
los entiende: en su momento, Cristina Kirch-
ner vetó una ley, por otra parte inaplicable, que
ordenaba el 82 por ciento móvil para todos los
jubilados, y se obstinó en sostener el impuesto
a las ganancias para la cuarta categoría pese al
amplio rechazo que generaba. En el caso de la
reforma macrista, la nueva fórmula de actuali-
zación redunda efectivamente en una pérdida
de poder adquisitivo de los jubilados, pero no
es un actuarial. Y parte además de una reali-
dad incontestable: como resultado de la mayor
esperanza de vida y la persistencia de altos ni-
veles de informalidad, la tasa de dependencia
previsional, es decir la diferencia entre los tra-
bajadores activos y los jubilados, es de apenas
1,3 a 1 (para que el sistema se sostenga sin otros
recursos debería ser de 3 a 1) (1).
Pese a ello, el gobierno quiso imponer la medi-
da más importante de su etapa “reformismo per-
manente”, y la que en buena medida hace posi-
ble todas las demás, salteándose la batalla por el
sentido común, como había sucedido antes con
los aumentos de tarifas. Pero si algo ha demos-
trado la sociedad argentina es que, a diferencia
de lo que ocurre en otros países de la región, las
decisiones que afectan el bienestar material de la
población no pueden contrabandearse en el baúl
de un auto: no es que sean imposibles sino que
exigen un esfuerzo de persuasión.
Es curioso, pero el gobierno de la opinión
pública, el que monitorea con obsesividad de
alumno abanderado el estado de ánimo de la
sociedad y el que tiene una estrategia comuni-
cacional para cada tema y momento, esta vez
se abandonó a la rosca desnuda. En lugar de
construir un relato capaz de justificar su de-
cisión y salir a disputarlo con los mil recursos
disponibles, apostó al apoyo superestructural
de los gobernadores, las burbujas de su recien-
te triunfo electoral y el calor apaciguador del
verano, redondeando una torpeza que llegó al
punto de fallar incluso en la elección de las pa-
labras. Como escribió Ignacio Ramírez (2), el
nombre elegido para la iniciativa revela un dé-
ficit en la cuidadosa curaduría semiótica a la
que el macrismo suele someter sus decisiones:
la “reforma previsional” sustituye a la “movili-
dad jubilatoria”, pero reforma remite a los 90
mientras que movilidad tiene evocaciones más
amables (y enraizadas en el centro de gravedad
de nuestra matriz cultural).
Por eso insisto: aunque es difícil afirmarlo
ahora, es probable que el macrismo haya salido
perdiendo. Sucede que, al menos desde el me-
nemismo, la cuestión jubilatoria está signada
por una cierta idea de injusticia, de insuficien-
cia de haberes, de abandono. Aunque el origen
del problema es, como dijimos, estructural, el
blanco de la crítica es móvil: si hasta mediados
de diciembre la responsabilidad recaía funda-
mentalmente sobre el kirchnerismo, es proba-
ble que a partir de ahora se vaya desplazando
al macrismo, cuyo ascenso, por otra parte, se
explica en buena medida por el apoyo de ese
colectivo inorgánico pero numerosísimo que
son los adultos mayores.
La segunda factura diferida es la represión
de la protesta social. Son casos diferentes, que
merece cada uno un tratamiento por separa-
do, pero las muertes de Santiago Maldonado y
Rafael Nahuel, ambas ocurridas en el contexto
de operativos de las fuerzas federales en el Sur,
sumadas a la brutalidad del accionar policial
en distintas marchas y movilizaciones, del “Ni
una menos” de marzo a la reforma previsional
de diciembre, alertan sobre el modo en que el
Edición 223 | enero 2018
gobierno, en particular su ministra Patricia
Bullrich, están manejando el tema.
Como con las jubilaciones, no se trata de un
problema exclusivo del macrismo. La dificul-
tad para controlar a las fuerzas de seguridad
es uno de los grandes dramas de nuestra de-
mocracia. Formalmente civiles pero formadas
al estilo militar, con estructuras ultrajerarqui-
zadas en las que la disciplina ciega es un valor
fundamental, las fuerzas de seguridad han ido
afianzando un “nosotros fuerte” opuesto a un
otro definido según el clima social y las nece-
sidades coyunturales de la conducción políti-
ca. Como ese otro, que puede ser la subversión
o los pibes chorros o los violentos, es un suje-
to acotado, plausible de ser identificado y en
lo posible estigmatizado, las fuerzas de segu-
ridad gozan de una cualidad de opacidad, en
palabras de la especialista Sofía Tiscornia (3),
que les permite desplegar esta represión selec-
tiva con altos niveles de legitimidad, lo que en
Argentina implica más o menos con el apoyo
de los sectores medios.
Justamente por este motivo, porque son fun-
cionales, resultan difíciles de contener, proble-
ma con el que antes o después se enfrentaron
todos los gobiernos desde la recuperación de la
democracia. La diferencia es que, advertidos de
las consecuencias eventualmente mortales de
las policías bravas, tanto el alfonsinismo como
el menemismo y el kirchnerismo intentaron po-
nerle algún marco a su naturaleza violenta. El
macrismo, en cambio, no. Como por reflejo con-
dicionado, reaccionó defendiendo a los gendar-
mes y prefectos que protagonizaron los opera-
tivos en la Patagonia, ninguno de los cuales fue
separado de su puesto, y avaló la represión dura
desplegada en distintas manifestaciones (sólo
pareció cambiar de táctica en la segunda sesión
de la reforma previsional, cuando reemplazó a
las fuerzas de Bullrich por la Policía de la Ciu-
dad, que aguantó durante una hora y media la
lluvia de piedras arrojadas por cientos de ma-
nifestantes violentísimos hasta que decidió dis-
persar la marcha y retomar la costumbre de los
golpes y las detenciones arbitrarias).
Recuperando la idea inicial de esta nota,
apuntemos que la percepción social no es un
click que congela una foto sino un proceso flui-
do y en disputa permanente, que se reescribe
a la luz del presente. La mirada actual sobre

el alfonsinismo, por ejemplo, es muy
distinta, mucho más positiva, a la que
prevalecía hace unos años (por moti-
vos que habría que explorar, parecie-
ra estar ocurriendo lo contrario con el
kirchnerismo). Es en este sentido que,
más allá del resultado en el Congreso y
del posterior regreso a la normalidad,
la reforma previsional y la violencia
represiva parecen haber dejado una marca que
quizás no resulte visible ahora pero que se irá
haciendo notar con el tiempo. Por primera vez
desde su llegada al poder, el macrismo vio cómo
se quebraba el bloque comunicacional que has-
ta el momento lo había acompañado de manera
monolítica y estuvo a punto de padecer una mi-
ni-125 (clima destituyente incluido). Ganó la vo-
tación legislativa pero perdió la batalla cultural.
El motivo es simple: el contundente triun-
fo oficialista en las elecciones de octubre abrió
una nueva etapa política, marcó el verdadero
comienzo del gobierno de Cambiemos. Disipa-
da la amenaza de una restauración kirchneris-
ta, con menos posibilidades de seguir apelan-
do al fantasma del populismo como gran argu-
mento justificador y auspiciado por un entor-
no regional que lo acompaña, Macri es, por fin,
libre. En este contexto nuevo, la brecha entre
la dificultad para conseguir mejoras de bienes-
tar y el apoyo que concita –la distancia entre la
realidad material y las expectativas– se va achi-
cando. Lenta pero persistentemente, la mirada
social va girando de la política a la economía.
Sus votantes, por supuesto, todavía están dis-
puestos a respaldarlo, incluso a tolerar errores
no forzados, excesos y torpezas. La hegemo-
nía cultural no está en crisis. Pero los aconte-
cimientos de diciembre sugieren que una parte
importante de la sociedad ya empezó a hacer
las cuentas. g
1. Clarín, 21-5-2017.
2. revistaanfibia.com
3. “Entre el imperio del ‘Estado de policía’ y los límites del
derecho. Seguridad ciudadana y policía en Argentina”, en
Revista Nueva Sociedad N° 191, mayo-junio de 2004.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
|3
Staff
Di­rec­tor: José Natanson
Re­dac­ción
Pablo Stancanelli (editor)
Creusa Muñoz (editora)
Luciana Garbarino
La única
Laura Oszust
Se­cre­ta­ria
posverdad es
Pa­tri­cia Or­fi­la
se­cre­ta­ria@el­di­plo.org
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la realidad
Alfredo Cortés
Diagramación
Cristina Melo
Co­la­bo­ra­do­res lo­ca­les
por Martín Rodríguez*
2
Carlos Alfieri
Natalia Aruguete
Julián Chappa
Rut Diamint 017 va a ser recordado como un año de
Bruno Fornillo conmoción política en las calles y triun-
Carolina Keve fo electoral de Cambiemos. Dos cosas a la
Federico Lorenz vez que no se desmienten, ni excluyen, ni
Paz Peña necesariamente complementan. Las mar-
Martín Rodríguez chas contra el 2x1, las movilizaciones sindicales (en
Bárbara Schijman marzo le tomaron literalmente el palco a la CGT), el
Pablo Stefanoni reclamo por la desaparición de Santiago Maldona-
do y las recientes protestas contra la reforma previ-
Ilustradores sional son las escalas más visibles de plazas agitadas,
Gustavo Cimadoro con irregular “éxito” en sus demandas pero que mar-
Sike can algo que llegó para quedarse. La gobernabilidad
de Cambiemos depende de cómo tramite esa ener-
Tra­duc­to­res gía social callejera en su contra. Los años que dure el
Julia Bucci gobierno (si cuatro, si ocho) serán acompañados por
Victoria Cozzo un ritual de protestas, por lo pronto, en el activo de la
Editorial Georgina Fraser izquierda social: Cambiemos es un gobierno fuerte
Teresa Garufi que intenta rediseñar la estructura argentina.
Aldo Giacometti Lo que queda claro es que con represión no po-
Florencia Giménez Zapiola drían disipar la calle: no sólo (y principalmente)
Víctor Goldstein por lo condenable, sino por lo inútil. La jornada en
Patricia Minarrieta la que el Congreso aprobó la ley previsional tuvo
Bárbara Poey Sowerby
un atardecer particular: mientras la policía disipa-
Gustavo Recalde
ba a palazos los restos de grupos de manifestantes,
María Julia Zaparart
en los distintos barrios metropolitanos se empeza-
Carlos Alberto Zito
ron a sentir las cacerolas.
También fue el año de las interpretaciones (“no
Diseño original
Javier Vera Ocampo
hay hechos, hay interpretaciones”) y el deslucido
concepto de posverdad, una suerte de tendencia de
Publicidad
la sociedad a dejarse gobernar por las emociones y
Maia Sona los relatos. La muerte de Santiago Maldonado estu-
publicidad@eldiplo.org vo teñida por este efecto. Por un lado, sectores de la
contacto@eldiplo.org política y la sociedad civil (organismos de derechos
humanos) endurecieron su postura en la tipifica-
ww­w.el­di­plo.org ción innegociable de una “desaparición forzada”.
Se puede decir que al juego inevitable de las con-
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Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Le Monde diplomatique es una veniencias políticas se sumó la también inevitable
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sospecha sobre la cultura de las fuerzas de seguri-
Argentina y la República Oriental del Uruguay. dad. A su vez, la negación, la ausencia de empatía y
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abierto sobre el imaginario argentino. John Le Ca-
Tel. 4305 3160. CF. Argentina. rré decía que son el subconsciente de una Nación. Al
menos, parecieran ser quienes acceden a la sala de
La circulación de máquinas del subconsciente: pueblos entrerrianos
Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, del mes
con jóvenes iguales a Santiago, una pareja de jubila-
de diciembre de 2017 fue dos que lo levantó en la ruta, porcentajes acerca de
la posibilidad de que estuviera en Chile, la fantasmal
de 25.700 ejemplares.
RAM, y así. Mientras su figura se viralizaba, se mul-
Capital Intelectual S.A. tiplicaron relatos y versiones confusas en pos de en-
contrar exactamente el punto donde en el siglo XXI
se saturan las cosas: en el exceso de “información”.
Le Monde diplomatique (París)
Mientras su cuerpo no aparecía, la invitación pare-
ció ser a que cada cual eligiera en qué versión creer.
Fundador: Hubert Beuve-Méry
Presidente del Directorio y
Pero en la competencia política el que gobierna
Director de la Redacción: Serge Halimi corre en desventaja: puede ser una parte de las cosas,
Jefe de Redacción: Philippe Descamps pero tiene la responsabilidad de asumir el todo. Nun-
1-3 rue Stephen-Pichon, 75013 París ca podrá decir: “¿y yo qué tengo que ver con esto?”. g
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 4| Edición 223 | enero 2018
Dossier
Qué política
para las Fuerzas
Armadas

La política militar de los sucesivos gobiernos democráticos se limitó a asegurar la

subordinación de las Fuerzas Armadas al poder civil, desmontando privilegios y
reduciendo el presupuesto. Sin embargo, una buena política de defensa exige mayor
coordinación, personal civil capacitado y, sobre todo, una definición clara de sus objetivos.

El drama del submarino reabre el debate sobre las Fuerzas Armadas

El rol de los militares en

tiempos de democracia
por Rut Diamint*

L
Cañón instalado durante el conflicto del Canal de Beagle, Ushuaia, Argentina (Juan Mabromata/AFP)

a democracia recuperada en 1983
enfrentó un contexto de profundas
tensiones para ejercer el control
político sobre las Fuerzas Armadas,
tras décadas en las que éstas habían
reiteradamente usurpado el poder.
Los militares mantenían, como explicó Alfred Ste-
pan (1), amplias cuotas de autonomía y prerroga-
tivas que resquebrajaban el sistema democrático.
Por ello, la política de defensa se orientó básica-
mente a establecer la supremacía civil sobre las
instituciones militares.
El retorno a la juridicidad y los juicios por vio-
laciones a los derechos humanos fueron un recur-
so para garantizar la estabilidad y la continuidad
democrática. Raúl Alfonsín atribuía los crónicos
golpes militares a un largo proceso de pérdida del
sentido jurídico, por lo que su estrategia consistió
en sustentar juicios e imponer penas, o sea, re-juri-
dizar la relación cívico-militar. El Juicio a las Jun-
tas constituyó un hecho sin precedentes en América
Latina, que contrastaba con las transiciones nego-
ciadas que tuvieron lugar en otros países.
A partir de allí se instaló un consenso que, aun-
que varias veces se intentó eludir, apuntaba a forta-
lecer el sistema republicano. Ello incluía asignar un
rol subsidiario a las Fuerzas Armadas de acuerdo a
los lineamientos de la política exterior de cada uno
de los gobiernos. Sin embargo, la resistencia de los
militares y los desvíos presidenciales hicieron que
ese proceso, que debería haber finalizado en la pri-
mera presidencia democrática, se extendiera hasta
nuestros días, limitando la política de defensa a la
prioritaria resolución del pasado dictatorial.
Uno de los recursos utilizados para lograr la sub-
ordinación militar a las autoridades civiles fue des-
montar el sistema de privilegios económicos y em-
presas cautivas que manejaban con absoluta auto-
nomía las Fuerzas Armadas. Hugo Quiroga detalló
minuciosamente el funcionamiento de Fabricacio-
nes Militares, que incluía recursos para mantener
compañías ineficientes e innecesarias para la defen-
sa, gastos excesivos y poco transparentes en proyec-
tos invendibles y descoordinados (2).
En suma, los recortes presupuestarios y salaria-
les no respondieron a una estrategia de racionali-
zación del gasto o un cambio de doctrina y objeti-
vos. Fueron una herramienta para disciplinar a las
Fuerzas Armadas. Paralelamente, los avances en la
cooperación regional desmontaron las hipótesis de
conflicto vecinal que históricamente justificaron el

gasto militar y las sucesivas crisis económicas lo re-
dujeron aún más: así, el presupuesto en defensa pa-
só de 3,5% del PBI durante la dictadura a 2,1 % du-
rante el alfonsinismo, 1,5% durante el menemismo
y 0,91% en la actualidad (3).
La defensa como política pública
La política de defensa, como toda política pública,
supone un curso de acción por medio del cual el go-
bierno decide qué hacer y cómo hacerlo, articulan-
do las distintas áreas del Estado. Para evaluarla, la
transparencia y los datos son necesarios. Una polí-
tica pública es buena cuando da resultados. La de-
fensa, además de ser una de las múltiples políticas
públicas, es subsidiaria de la política exterior.
Desde 1991, en el marco de una serie de reformas
post-Guerra Fría, la Organización de Estados Ame-
ricanos (OEA) propuso debatir el concepto de po-
lítica de defensa como política de Estado. Para ello
sugirió que cada país elabore, con el aporte de diver-
sos sectores de la sociedad, sus planes de defensa, co-
municando sus capacidades por medio de un Libro
Blanco, entendido como un documento de comuni-
cación y transparencia que contribuya a limitar la in-
certidumbre de los escenarios por venir. No es una
directiva político-militar sino una perspectiva de
largo plazo que intenta dotar a la sociedad de una po-
lítica pública que asegure la dirección y los medios
necesarios para cumplir con esa función.
La defensa, considerada como política de Esta-
do, exige permanencia en el tiempo, ya que supone
una orientación general referida al interés nacio-
nal y a los condicionantes establecidos por la situa-
ción internacional. Las modificaciones incorpora-
das por los sucesivos gobiernos, muchas veces con
identidades políticas distintas, no deberían alterar
ese modelo constitutivo que combina de forma in-
tegrada los instrumentos nacionales de poder: polí-
ticos, diplomáticos, económicos, sociales, informa-
cionales y, por supuesto, militares. Supone una ar-
quitectura de la defensa que no puede modificarse
por una simple decisión ministerial.
¿Para qué es necesaria una política de defensa?
¿Para qué se necesitan los militares? La defensa tie-
ne como objetivo asegurar la integridad territorial y
la seguridad de la población, garantizando el cum-
plimiento de los acuerdos y alianzas internacionales
establecidas por la política exterior. La defensa es un
instrumento de salvaguardia de la soberanía y un res-
paldo a la credibilidad internacional del país.
Pero no se trata sólo de prevención y protec-
ción. También corresponde proyectar poder. Este
último punto ha generado, a partir de la desapari-
ción del submarino ARA San Juan, un amplio de-
bate público ya que, con el equipamiento actual, las
Fuerzas Armadas serían incapaces de ofrecer cer-
tezas respecto de su capacidad para evitar even-
tuales ataques a su integridad.
Sin embargo, no es el único déficit. El Ministerio
de Defensa, responsable tanto ante el presidente co-
mo ante el Congreso, carece de personal especializa-
do, lo que afecta su legitimidad para conducir a los
militares. El Estado Mayor Conjunto debería ser el
vértice de la formulación de una política de defensa.
Sin embargo, aún no se puede hablar de Fuerzas Ar-
madas integradas, sino de un Ejército, una Armada
y una Aeronáutica. La omisión de una planificación
concreta, de mediano y largo plazo, en la que cada
componente contribuya a un mismo objetivo hace
que la defensa sea encarada de forma relativamen-
te autónoma por cada fuerza. No hay interoperabi-
lidad, lo que provoca contradicciones, superposicio-
nes, baja racionalidad del gasto y competencia intra-
fuerzas. Falta, sobre todo, un comando civil.
Por otro lado, la misión de las Fuerzas Armadas
exige un replanteo. Teniendo en cuenta que no se
perciben guerras inter-estatales y que en muchas
ocasiones la amenaza proviene del interior de los
países, el equipamiento militar sofisticado pierde re-
levancia. La inteligencia, la anticipación informativa
y las tácticas innovadoras son más eficaces para neu-
tralizar el accionar de grupos disruptivos que contar
con una tecnología de última generación. Aunque la
cuestión presupuestaria es importante, la demanda
de más inversión en defensa depende de la decisión
de las autoridades políticas acerca de las amenazas
probables. Sin esta definición, el nuevo material mi-
litar termina convirtiéndose en un juguete para cal-
mar la ansiedad de los oficiales.
En algunos países de la región, la creciente in-
seguridad ciudadana y las nuevas formas de crimi-
nalidad organizada que desbordan la capacidad de
respuesta policial llevaron rápidamente a involu-
crar a los militares en asuntos de seguridad inter-
na. Sin un cambio de doctrina, de entrenamiento
y de equipamiento, las Fuerzas Armadas se volca-
ron a la calle para responder a la demanda social
e intentar vanamente reparar los déficits del Esta-
do. Pero dedicar un sistema de defensa tan costoso,
equipado y entrenado a combatir el crimen orga-
nizado es dilapidar recursos del Estado en proble-
mas que se deben enfrentar con otras instituciones.
Los militares no están preparados para combatir el
crimen: su poder de fuego supera las necesidades
de imponer la ley y garantizar el orden público; su
equipamiento no está pensado para disuadir a los
ciudadanos sino para enfrentar a los enemigos de
la Nación, y su doctrina se orienta a aniquilar la ca-
pacidad operativa de una fuerza armada similar, no
a enfrentar las capacidades de cometer ilícitos de
los grupos criminales. Los militares, como reitera-
damente se ha comprobado en diferentes países la-
tinoamericanos, resultan ineficaces en la tarea de
garantizar el Estado de Derecho.
Militares para qué
La definición de las funciones que deben cumplir
los militares no puede depender de un temor ciu-
dadano o una urgencia presidencial. Por cierto,
alcanzar hoy esa definición es aun más difícil: vi-
vimos tiempos de incertidumbre, alianzas que se
quiebran, nuevas potencias, ambiciones naciona-
listas, exacerbación religiosa, rivalidad por el con-
trol de espacios terrestres, marítimos y aéreos y por
la apropiación de recursos energéticos, todo en un
escenario multipolar que hace aun más complicado
definir un modelo de defensa.
En América Latina, además, se está produciendo
una superposición confusa de realidades que con-
fluye en definir la defensa de los recursos naturales
como uno de los objetivos principales de las Fuer-
zas Armadas. La Unasur lo reconoció como objetivo
prioritario en la cumbre del 23 de mayo de 2008. Allí,
Luiz Inácio Lula da Silva, en ese momento presiden-
te de Brasil, dijo: “Es tiempo de profundizar nuestra
identidad sudamericana también en el ámbito de la
defensa y tenemos que articular una visión de de-
fensa en la región fundada en los valores comunes y
principios del respeto a la soberanía y la libre deter-
minación; la integridad territorial de los Estados y la
no intervención en los asuntos internos”(4).
Sudamérica, en efecto, contiene reservas ener-
géticas importantes, espacios verdes y de biodiver-
sidad, recursos minerales esenciales para las nue-
vas tecnologías. Estos recursos podrían haberse in-
terpretado como un bien. La Unasur podría haber
esgrimido que esos recursos representan un poder
conjunto y una capacidad de decisión en la agenda
global, incorporándolos como incentivos estratégi-
cos para afirmar la paz. Sin embargo, se militarizó
el tema, se lo securitizó, por recurrir al concepto de
Ole Wæver (5). La militarización creciente del agua,
de las costas marítimas, de las reservas petrolíferas,
choca contra los intentos de expandir el comercio,
demandar la libre circulación, reclamar igualdad de
oportunidades internacionales y, en definitiva, pro-
mover los principios de la democracia liberal. Resul-
ta paradójica la supuesta vocación de avanzar en la
integración regional cerrando militarmente los es-
pacios nacionales.
Argentina es parte de esta tendencia. El Libro
Blanco de 2015 incluye la protección de los recursos
naturales como uno de los principales objetivos de la
defensa y señala la necesidad de cuidar los recursos
estratégicos que pueden dar lugar a pujas potencia-
les por su apropiación, sus rutas comerciales o los te-
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rritorios donde se encuentran en magnitudes impor-
tantes, lo que “instala un nuevo desafío a considerar
en términos principalmente geopolíticos” (6).
Los problemas de este punto de vista son varios.
En primer lugar, reaparece el vetusto concepto
geopolítico que alimentó las guerras de principios
del siglo XX. Pero lo central es que limitar la con-
cepción de las amenazas a la protección de los re-
cursos naturales implica dejar en un segundo pla-
no otro tipo de riesgos que han demostrado ser más
reales y perturbadores, como los ataques ciberné-
ticos que pueden provocar daños informáticos de
mayor potencialidad destructiva. Inteligencia arti-
ficial, robótica, sistemas de navegación autónomos,
malaware, son algunas de las innovaciones tecno-
lógicas que transforman
la vida social y al mismo
El presupuesto tiempo conjuran nuevos
riesgos para la vida y la
en defensa pasó paz. Constituyen, junto
con el manejo de las cri-
de 3,5% del PBI sis humanitarias, climá-
ticas y de refugiados, el
durante la dictadura control de armamentos y
a 2,1 % durante el tráfico ilegal de armas,
retos más apremiantes
el alfonsinismo, que pensar restringida-
mente en el control de
1,5% durante el los recursos.
La elección de la defensa
menemismo y 0,91% de los recursos natura-
les como misión priori-
en la actualidad. taria de las Fuerzas Ar-
madas responde a inte-
reses concretos. Nace de
la visión de los militares brasileños, que inventaron
el concepto de “Amazonia Verde” para asegurarle
presupuesto y protagonismo al Ejército, y “Ama-
zonia Azul” para garantizarle poder a la Armada.
Como resultado de la decisión de no comprometer
a sus militares en operaciones combinadas, como
había sugerido Hugo Chávez con su idea de crear
la OTAS, una OTAN del Sur, Lula promovió el con-
cepto de defensa de los recursos naturales entre
los miembros de la Unasur, que lo incorporaron de
manera improvisada (7). Fue así que la idea, rápida-
mente popularizada entre las Fuerzas Armadas de
la región, resultó conveniente para militarizar Pd-
vesa, se transformó en una excusa aceptable para
equipar a los militares argentinos, una retórica pa-
ra aquietar a los ecuatorianos y una novedad para
frenar el accionar de las Fuerzas Armadas chilenas.
La defensa tiene como objetivo asegurar la inte-
gridad territorial, lo que por supuesto incluye prote-
ger los espacios terrestres, aéreos y marítimos, cui-
dar a la población de eventuales enemigos y resguar-
dar los recursos naturales. Pero limitarse exclusiva-
mente a este objetivo es una manera de aumentar la
confusión y posponer un debate genuino, responsa-
ble y eficaz sobre la defensa como política pública. g
1. Alfred Stepan, Rethinking Military Politics: Brazil and the
Southern Cone, New Jersey, Princeton University Press, 1988.
2. Hugo Quiroga, Estado, crisis económica y poder militar [1880-
1981], Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985.
3. “Gasto militar (% del PIB)”, Banco Mundial, https://datos.
bancomundial.org/indicador/MS.MIL.XPND.GD.ZS?locations=AR.
4 http://www.comunidadandina.org/prensa/
discursos/lula23-5-08.htm
5. Ole Wæver, “Securitization and Desecuritization”,
en Ronald Lipschutz, (ed.), On Security, Nueva
York, Columbia University Press, 1995.
6. http://www.mindef.gov.ar/institucional/
pdfs/libro_blanco_2015.pdf.
7. Alfredo Forti, La Defensa y los Recursos Naturales en
Suramérica. Aportes para una Estrategia Regional, Buenos
Aires, Centro de Estudios Estratégicos del Consejo
Suramericano de UNASUR, 2014, http://ceed.unasursg.org/
Espanol/09-Downloads/Biblioteca/DEF-RRNN.pdf.
*Profesora de la Universidad Torcuato Di Tella e Investigadora Principal
del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
 6| Edición 223 | enero 2018
Dossier
Qué política
para las Fuerzas
Armadas

La desaparición del submarino ARA San Juan expuso una dura realidad: pese a
contar con uno de los mayores litorales marítimos del mundo, Argentina nunca supo
constituirse en una nación oceánica. La tragedia ofrece la oportunidad de repensar las
inmensas posibilidades que ofrece el mar para imaginar otro país.
La tragedia del ARA San Juan y la Argentina marítima

Prisioneros
de nuestra historia
por Federico Lorenz*

D
Puerto de Comodoro Rivadavia, Argentina, 26-11-2017 (Pablo Villagra/AFP)

esconozco si en algún momento de
su navegación, antes de desapare-
cer hace más de un mes, el ARA San
Juan se cruzó con algún albatros.
En las viejas supersticiones marine-
ras, podría haber sido un mal augu-
rio: se supone que las almas de los marinos ahogados
habitan en esas aves de impresionante envergadura. El
mar, ese espacio inmenso, se tragó al sumergible. Pero
al igual que en el conflicto de 1982, la desaparición hi-
zo que afloraran como hongos expertos en ingeniería
naval, en estrategia, en radiocomunicaciones: un con-
tinuado de versiones mientras la única realidad era
que la nave estaba desaparecida. A diferencia de lo su-
cedido durante la Guerra de Malvinas, aparecieron de
inmediato, también, los carroñeros dedicados a sacar
ventaja o beneficio político de la tragedia.
Durante varios días fuimos testigos –televisivos,
radiales– de que para miles de argentinos el mar es el
lugar donde y del que viven: que hay familias atravesa-
das por esa experiencia. No sólo los tripulantes perdi-
dos y sus seres queridos. La ciudad de Comodoro Ri-
vadavia volvió a movilizarse como en 1978, como en
1982, tanto para recibir a las embarcaciones que sal-
drían a la búsqueda como también ante la eventuali-
dad de tener que socorrer a los sobrevivientes. Pero
también, los trabajadores portuarios, de las empresas
pesqueras o petroleras. Los turnos de escucha en la
frecuencia internacional, una silenciosa familia ex-
pectante pasándose las posibles novedades en el tono
metálico de las radiocomunicaciones, en intermina-
bles cadenas de whatsapp con la recomendación de
que no circule como seguro salvoconducto para que
fuera difundida de inmediato, el entusiasmo ante los
aprestos de naves que pasaron a ser tan populares co-
mo equipos de fútbol –el Skandi Patagonia, por ejem-
plo– nos mostraron que hay miles de compatriotas
patagónicos que han atado su vida al mar.
El desaparecido ARA San Juan nos mostró lo que
somos, y lo que podemos ser. Pero, ¿lo vimos?
Imaginación marítima
¿Es lo mismo ser un país con un extenso litoral
atlántico que un país marítimo? La República Argen-
tina, en números aproximados, es uno de los países
del mundo con uno de los mayores litorales maríti-
mos: casi once mil kilómetros, de los cuales 4.200 son
continentales y 6.500 insulares. La plataforma con-
tinental, rica en recursos, tan indefendible como in-
dispensable a la hora de memorizar el canon sobera-
no en los viejos manuales escolares, abarca unos 6,5
millones de km2. Pesca, petróleo, soberanía… barcos,
puertos, marina mercante y de guerra, cultura cons-
truida en íntima relación con el mar y no a espaldas
de él, o a lo sumo mirándolo como una barrera infran-
queable. Adelantemos las conclusiones o al menos la
molestia que queremos instalar: Argentina, que po-

dría ser un “país oceánico”, sigue siendo un lugar de
arribo, como hace más de quinientos años (1).
Quienes hemos tenido la posibilidad de conocer el
mar sabemos de las sensaciones contrapuestas que ge-
nera caminar por una playa en uno de los momentos
del año en la que esta no se ha transformado en un des-
tino turístico. La República Argentina no ha construi-
do su cultura incorporando al mar como parte de su
territorio, como lugar de experiencia y desarrollo eco-
nómico; más bien, ha proyectado la mirada de una élite
que construyó su poder económico de un modo muy
concreto sobre la extensión líquida que hoy –como
siempre– está en disputa. Para los argentinos el mar es,
sobre todo, un destino turístico. Y un recorte a la vez
muy preciso de él: sobre todo la costa bonaerense.
Escribe Philip Hoare, en Leviatán o la ballena,
un atrapante libro destinado a explorar la presencia
de la ballena en la cultura anglosajona: “El mar es el
gran desconocido, el último territorio por descubrir,
a pesar de abarcar tres cuartas partes de la superficie
de la Tierra. Sus organismos más pequeños nos
sustentan porque nos aportan la mitad del oxígeno
que respiramos. Sus mareas y sus costas determinan
nuestros movimientos y el trazado de nuestras
fronteras con mucha más fuerza que cualquier
tratado de gobierno. Sin embargo, cuando volamos
sobre sus llanuras, pensamos en él –si es que le de-
dicamos algún pensamiento– meramente como una
distancia que hay que salvar” (2).
Así, desconocido, como un espacio a salvar para
cumplir con el sueño de conocer el Viejo Mundo, o
regresar a él con los beneficios de distintas activida-
des extractivas es que los argentinos nos hemos vin-
culado con el mar. Hemos limitado nuestra imagina-
ción y, por lo tanto, nuestras posibilidades.
“44 menos”: encrucijadas
El mar es solo uno. No hay caminos trazados, pero
plantea encrucijadas a las sociedades. La obscenidad
del “44 menos” pintada durante una de las numerosas
marchas de oposición al gobierno, nos permite intro-
ducirnos en el tema de los condicionantes históricos
que nos han limitado para pensar nuestra relación con
él. Uno de ellos, sin duda, nuestra historia reciente. Pa-
ra Germán Soprano, una pregunta es nodal: “¿Puede un
país de la extensión, riqueza y densidad poblacional de
Argentina no disponer de un sistema de defensa y, en
consecuencia, de unas Fuerzas Armadas con capaci-
dades materiales y de personal para ejercer de forma
efectiva su misión principal en la defensa externa y sus
misiones subsidiarias (Diamint, pág. 4)? La respuesta
expresada por diversos analistas ha sido taxativa: no
es posible”. Prosigue: “La desaparición del ARA San
Juan puso en evidencia entre las gentes de izquierdas y
progresistas que los 44 tripulantes del submarino eran
conciudadanos que desaparecieron cumpliendo con su
deber como funcionarios públicos comprometidos con
la defensa externa del país” (3). Esos funcionarios, son
militares. Formados, por una mera cuestión vegetativa,
en democracia. Pero herederos del vínculo traumático
que la dictadura militar instaló entre la sociedad y sus
Fuerzas Armadas. En una de sus crónicas, “Mi amigo el
torturador”, Arturo Pérez Reverte recuerda la sorpre-
sa que se sintió al toparse con un rostro conocido en la
televisión. Aquel oficial de Marina amable que le había
gestionado un viaje a la Antártida y luego lo había ayu-
dado como corresponsal durante la Guerra de Malvi-
nas, aparecía narrando su participación en los “vuelos
de la muerte”: Adolfo Scilingo. El mar, sí, también es-
tá atravesado por la violencia que ejercimos: la del te-
rrorismo de Estado, y por la guerra que perdimos: es la
tumba de un puñado de pilotos y marinos y, sobre todo,
de las 323 víctimas del ARA General Belgrano. Por ex-
tensión, ese feudo de la Armada que es el Atlántico Sur
se tiñó con historias que nos alejaron de él.
Para el escritor y piloto Juan Bautista Duizeide, el
desapego argentino por el mar se traduce en términos
culturales, lo que muestra un desencuentro aun mayor
y más extendido en el tiempo: “Hay un corpus de la li-
teratura argentina relacionado con el mar. Sin embar-
go, no se ha constituido un subgénero. Se trata de títu-
los dispersos que suelen no dialogar entre sí, de autores
que por lo general no se han leído unos a otros. Lejos de
lo que sucede en la literatura escrita en inglés: Melville
ha leído a Dana, Conrad ha leído (y criticado) a Melvi-
lle, London ha leído a Slocum que ha leído a Steven-
son que también lo ha leído a Melville… Tampoco hubo
una crítica que los leyera en su conjunto” (4).
Según Duizeide, el desafío es ser un “país oceáni-
co”. Pero desde su experiencia de marino mercante,
Argentina ha experimentado un enorme retroceso:
“Carece de flota mercante propia: dos decretos de ne-
cesidad y urgencia la hundieron allá por los brillosos
90. Sus puertos casi no son puertos, su Armada no tie-
ne cómo proteger eso que en la cartografía aún se de-
nomina Mar Argentino, su Prefectura actúa como si
estuviera creada para complicar la navegación” (5).
Navegar es preciso
Tal vez pretendernos “oceánicos” podría ser demasia-
do. Eso fue, por caso, el Imperio Británico. Pero sí de-
bemos plantearnos pensarnos “marítimos”.
Millones de kilómetros cuadrados de Océano At-
lántico Sur son parte de nuestro territorio tanto como
la pampa, los Andes, el monte. Esas aguas inmensas
y abiertas son una parte importante de nuestro país.
Las Islas Malvinas, a pocos cientos de kilómetros de la
costa patagónica, nos recuerdan nuestra pertenencia
marítima. Y, ricas en biodiversidad y otros recursos,
son el puente entre el continente y la Antártida. Pe-
ro la asociación automática es con la derrota de 1982,
y esa pintura oscurece un paisaje mucho más amplio,
diverso y, sobre todo, extendido en el tiempo.
La historia de la Argentina atlántica es una histo-
ria de marineros y viajeros. En el extremo austral del
Cono Sur, algunos de los pueblos originarios desarro-
llaron una cultura en la que el mar y sus recursos tu-
vieron un papel fundamental. En la Edad Moderna,
llegaron los europeos. Vinieron como exploradores,
conquistadores, cazadores de focas y ballenas, cien-
tíficos, comerciantes, colonos y funcionarios que en-
frentaron las dificultades de navegar y habitar uno de
los mares más inhóspitos del planeta. Desde entonces,
vivimos una larga historia de aspiraciones, encuen-
tros, y también conflictos. El Atlántico Sur es fuente
de una enorme diversidad de recursos por las que dis-
tintas naciones llegaron, en ocasiones, a la guerra.
La marca reciente e irresuelta política y huma-
namente de la guerra de 1982 se suma al peso de
las representaciones de la Argentina elaboradas a
finales del siglo XIX, y que aún organizan no sólo
nuestra cultura, sino concretamente nuestras acti-
vidades y distribución territorial (Argentina sigue
siendo sobre todo una exportadora de commodities,
sólo que ahora de soja y minerales).
El relato histórico nacional dominante sobre
Malvinas aún refleja el país que pensó un grupo
social triunfante a fines del siglo XIX, que basaba
su “grandeza” en un papel concreto en el merca-
do mundial: agroexportadores. Cueros, carne, la-
nas, cereales, últimamente soja y minerales. Nunca
peces, ni siquiera ballenas cuando aún se cazaban,
para un país que reclama aguas riquísimas en esos
recursos, que están siendo saqueados pues no tie-
ne capacidad para protegerlos. Aún reclamamos las
islas y el mar con mentalidad agrícolo-ganadera.
¿Somos, por caso, un país que se imagina de
cara al océano, con todo lo que esto implica?
¿Qué lugar ocupan el mar, las costas, la pesca, los
marinos, los puertos, la industria naval, en nuestras
representaciones dominantes como país? ¿Por qué
fue tan fácil el desmantelamiento de la flota mercante
estatal argentina en la década del noventa? ¿Sólo por-
que era “ineficiente”? ¿O porque estaba ausente en las
representaciones acerca de Argentina de millares de
compatriotas, a diferencia de los trenes, por ejemplo?
El fracaso militar en Malvinas, que retrotrajo
enormemente los esfuerzos diplomáticos argenti-
nos, fue lo que aceleró la recuperación de la demo-
cracia argentina. Tal vez el legado aún no resuelto de
la derrota de 1982, ahora que hemos avanzado ade-
más en la restitución de la identidad de los caídos
contra los ingleses, sea asumir esta idea: que en ese
archipiélago, en 1982, además de las fuerzas argenti-
nas, fue derrotada una idea de nación que los argen-
tinos habíamos mantenido durante décadas, y que
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es la que nos llevó a la guerra. Es muy difícil lidiar
con estas ideas y discutirlas. Sin embargo, debemos
hacerlo: constituye el primer paso para desembara-
zarnos de las cargas de la memoria y del peso de los
muertos, que en general es utilizado para abortar las
discusiones. No para olvidar, sino para vivir este pre-
sente heredando ese pasado, y proyectar un futuro.
Propongo un ejercicio falsamente ingenuo: que el
día que quiera, el lector imagine que las Malvinas son
recuperadas. Lo desafío a que encuentre un plan que
las explique integradas a un plan productivo, de desa-
rrollo comercial, estratégico, naval. Sencillamente, tan
fijados estamos en el reclamo, que nos hemos preocu-
pado mucho menos en pensar una nación asociada al
mar que baña esas islas. A la Argentina agrícolo-gana-
dera tan solo le han robado una porción de tierra.
Sin embargo, podemos pensarnos como país ma-
rítimo. Argentina pue-
de ser un país atlántico.
Argentina, que Cuando los británicos
ocuparon las islas por
podría ser un la fuerza, abortaron un
proceso extraordinario
“país oceánico”, de poblamiento y explo-
tación liderado por Luis
sigue siendo un Vernet, quien concebía a
lugar de arribo, las Islas Malvinas como
un enclave estratégico
como hace más de tanto en las rutas comer-
ciales como por su pro-
quinientos años. yección sobre el litoral
patagónico. De allí que
en el proyecto de explo-
tación pedía el “monopolio de la pesca en Tierra del
Fuego, Malvinas e Islas del Atlántico Sur”. Imaginó
una trama económica, política y marítima que a su
juicio el gobierno de Buenos Aires no debía dejar de
controlar. Su proyecto derivó en la creación de la co-
mandancia política y militar, en 1829.
Desde aquel entonces, la silueta inconfundi-
ble del mapa encarnó una causa nacional. Orien-
tó nuestras miradas sobre Malvinas, hasta que se
transformaron en un símbolo, más que de una por-
ción del país, de la Argentina misma.
¿Hasta qué punto esa consolidación no congeló
nuestro pensamiento? “Malvinas”, con su cantidad
de significados, es un nudo convocante de nuestra
memoria y, por lo tanto, un punto de encuentro para
pensarnos como colectivo. Si se quiere, para imaginar
una idea de patria. Decir “Malvinas”, entonces,
significa hablar de nuestras contradicciones y
posibilidades asociadas a un destino marítimo.
Dejar de ver el mar desde la orilla… ¿Qué otra
forma de relaciones con el mundo, de qué manera
diferente imaginaríamos nuestro lugar en la región,
en el planeta?
Se abrirían incontables preguntas: ¿De qué formas
diferentes nos imaginaríamos? ¿Como viajeros? ¿Co-
mo navegantes? ¿Como pescadores? ¿Qué formas de
solidaridades hay en un puerto? ¿Dónde empieza y
dónde termina un país cuando se imagina marítimo?
¿Cómo es pensarse como un lugar de partida, y no un
punto de llegada y de saqueo, que es como nos ima-
ginaron las potencias imperiales, y desde donde nos
pensamos como proyecto nacional? ¿Hasta qué pun-
to nos seguimos viendo como vieron este territorio
nuestros conquistadores, es decir, como un lugar de
llegada, de explotación, y no mucho más?
Es un ejercicio revolucionario: transformar
nuestras costas de límites en posibilidad. Imaginar
otra Argentina. g
1. Juan Bautista Duizeide, “Escrito sobre el agua”, en
María Pía López y Juan Bautista Duizeide, Desierto y
nación. I. lenguas, Caterva, Buenos Aires, 2017.
2. Philip Hoare, Leviatán o la ballena, Ático de los libros, Barcelona, 2014.
3. Germán Soprano, “Las izquierdas y el progresismo ante la
defensa nacional en la Argentina del siglo XXI”, Artepolítica,
6-12-17: http://artepolitica.com/articulos/99006/
4. Juan Bautista Duizeide, op. cit.
5. Ibidem.
*Director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
8|
Debates
del
futuro
Q ¿
ué es una smart city, o una ciu-
dad inteligente, esa etiqueta
que sirve para que los alcaldes
del mundo muestren las luces
de su progreso frente a otros gobiernos y
ciudades? Por ahora, son algunas grandes
empresas de tecnología vendiéndoles sus
avances a los funcionarios, tal como hace
un siglo y medio se ofrecían los inventos
del futuro en las Exposiciones Universales
del colonialismo.
Las mega plataformas tecnológi-
cas como Airbnb y Uber, pero también
las Amazon que están comenzando a
desplegar sus drones para entregar pa-
quetes en todos los rincones del mundo,
están avanzando sobre los espacios pú-
blicos urbanos. También, como interme-
diarias de nuevas formas de economía
y trabajo, que ellas mismas denominan
“economía colaborativa”, pero que mu-
chas veces encubren la evasión tributa-
ria y los empleos precarizados.
Frente a esto, algunas ciudades em-
pezaron a reunirse con una pregunta vi-
tal para el futuro: ¿cómo lograr que el
beneficio de la tecnología sea más co-
lectivo y no quede privatizado en unas
pocas manos? En Barcelona, durante el
verano de 2017 se realizó el encuentro
“Fearless Cities” (Ciudades sin miedo), en
el que participaron los responsables de
políticas urbanas y activistas de Lisboa
(Portugal), Nueva York, Pensilvania (Es-
tados Unidos), Belo Horizonte (Brasil),
Berkeley (California), Attica (Grecia), Ná-
poles (Italia), Valparaíso (Chile) y Rosario
(Argentina), entre otros.
Bajo el lema “Nuestras ciudades no
son una mercancía”, en el encuentro se
compartieron experiencias para garan-
tizar medidas contra la especulación in-
mobiliaria y la invasión de las grandes
plataformas que van quitando derechos
a los habitantes locales. En Barcelona, la
alcaldesa Ada Colau impuso una regula-
ción de la oferta de alquileres turísticos,
estableciendo un registro a los pisos de
alquiler por Airbnb y multas a quienes
comercien con la plataforma sin contar
con el catastro y los impuestos al día. La
empresa ya recibió una multa de seis-
cientos mil euros. Pero, ¿podrá la políti-
ca del bien común ponerle límites al po-
der de las grandes plataformas? g
Natalia Zuazo
“Tu casa es el mundo”, promete Airbnb a su ideal de viajeros
exploradores y cosmopolitas. Sin embargo, el crecimiento de la
compañía genera nuevos problemas y cuestiona cómo y quién
tiene el poder de imaginar nuestras ciudades.
Los riesgos de las plataformas
Airbnb y las ciudades
como postales de Disney
por Paz Peña*
Cuál es la película que inspira
a una empresa como Airbnb, la
plataforma de alquiler de alo-
jamientos que está invadiendo
el mercado turístico e inmobi-
liario del mundo? La opción obvia sería
una road movie donde los protagonis-
tas cambian sus vidas durante un viaje.
¿Qué más se podría esperar de una em-
presa que se jacta de ayudar a encontrar
“una experiencia” sin importar qué lu-
gar uno elija para alojarse? Tal vez ru-
tas, autos y locura. Pero las suposiciones
pueden estar equivocadas. La película
que inspira a Airbnb es más parecida a
un cuento clásico: Blancanieves.
Érase una vez el CEO de Airbnb,
Brian Chesky, que comenzó a leer la
biografía de Walt Disney en busca de
inspiración para la nueva etapa de
expansión de su startup. En esas pági-
nas se enteró de que la producción de
Blancanieves había sido una innovación
para la propia Disney. Con esa película,
la empresa dejó atrás las animaciones
cortas y comenzó a utilizar storyboards,
es decir, una secuencia de ilustracio-
nes que determinan los tiempos clave
de una historia. Fascinado con el mé-
todo, Chesky inició “Blancanieves”, un
proyecto que establece los momentos
emocionales que deben ser parte de una
estadía en Airbnb y los transforma en
sus propias stories con la ayuda de Nick
Sung, el responsable de Toy Story, Rata-
touille y otros éxitos de Pixar.
Esos guiones gráficos cuelgan hoy
en las paredes de las oficinas de Airbnb,
como una forma de visualizar la expe-
riencia de los clientes, tanto anfitrio-
nes como huéspedes, desde el momento
que escuchan algo acerca de la compa-
ñía hasta que dejan un mensaje de califi-
cación posterior a la vista. “Es como ver
una película. Estás sentado en esta sa-
la mirando cada uno de los cuadros, ha-
blando de lo que están pensando y de lo
que sienten los personajes. A veces has-
ta llegamos a actuarlos. Y esa es una ex-
periencia diferente cuando venís de tra-
bajar en una hoja de cálculo”, dice Joe
Gebbia, el cofundador de Airbnb en una
entrevista con Fast Company, una de las
revistas que registran el rápido avance
de la industria de Silicon Valley.
Storyboards y hojas de cálculo. Ésa
parece ser la composición que define el
corazón del negocio de Airbnb, que no
hace más que capitalizar las experien-
cias de viajes imaginadas en una ofici-
na de Silicon Valley a través de la inte-
ligencia de datos. En el camino, no sólo
está creando nuevas pautas de cómo de-
be ser un hospedaje; también está cam-
La inteligencia del
modelo de negocio
de Airbnb está en
el consumo de “la
experiencia”, donde el
estatus se traslada de
comprar cosas a ser
visto haciendo cosas.
biando el turismo y definiendo la sus-
tentabilidad de las ciudades.
El turista local
Es simple: Airbnb es una compañía que
permite a la gente común alquilar sus
propias residencias como alojamiento
turístico. En el marco de la “economía
colaborativa”, se basa en los intercam-
bios Peer-2-Peer (P2P), donde los indi-
viduos se saltan a los intermediarios e
interactúan directamente entre sí para
–en este caso– arrendar servicios.
Las tecnologías digitales han potencia-
do la eficiencia y el alcance de este tipo de
economía, que es justamente la base del
modelo de negocio de Airbnb: provee una
plataforma tecnológica para estos inter-
cambios, por lo que es vista como epítome
de la “economía colaborativa”.
Sin embargo, el modelo Airbnb ge-
nera polémica. La crítica apunta a que
la idea de economía colaborativa que-
da en un eslogan vacío: la compañía no
cumple con las condiciones técnicas
(como descentralización y uso de códi-
go abierto) ni comparte la perspectiva
ideológica de desafiar al sistema econó-
mico capitalista.
Pero quizás donde hay más unani-
midad es en asociar a Airbnb a la idea
de “innovación disruptiva”, pues tanto
Edición 223 | enero 2018
su modelo de negocios como su inusual
atractivo para los viajeros han cambia-
do para siempre el mercado del hospe-
daje. Es cierto, por supuesto, que el pre-
cio es una de sus ventajas competitivas
principales, aunque con matices. En
Buenos Aires, alojarse a través de Air-
bnb puede llegar a ser un 40 por ciento
más barato que reservar un hotel o utili-
zar una plataforma como Booking.com
(1), pero siempre dependerá de la zona:
en los barrios tradicionalmente turísti-
cos como Palermo la diferencia se redu-
ce a apenas 12 por ciento.
Jaqueada por Airbnb, la industria
tradicional del hospedaje sostiene que
la diferencia de precio se basa en com-
petencia desleal, ya que para la plata-
forma los costos fijos principales están
cubiertos por los anfitriones, no hay
gastos laborales ni tampoco inversión
en infraestructura (y, en general, tam-
poco pago de impuestos).
Pero el precio es sólo un aspecto del
atractivo de Airbnb. La inteligencia del
modelo disruptivo está sobre todo en
adoptar el consumo de “la experien-
cia”, donde el estatus se traslada de
comprar cosas a ser visto haciendo co-
sas (2). La felicidad del consumidor ya
no pasa por “tener”, sino por tomarse
una foto por acá, un video por allá, o un
posteo que registre –y permita exhibir–
nuestras experiencias.
Con la masificación de los vuelos y el
turismo, el estatus del viajero radica en
la posibilidad de establecer con los lu-
gares que visita una actitud más abier-
ta y libre, que no sea sólo la mera re-
producción de las reglas implícitas del
turismo tradicional. Estamos ante los
“post-turistas”, aquellos que, según el
urbanista Dennis R. Judd, “no desean
fijar la mirada en los sitios turísticos
sancionados oficialmente, en parte por-
que ya han sobrellevado un continuo
aluvión de objetos e imágenes turísti-
cas proyectadas por la televisión, el ci-
ne, las revistas y otros medios de comu-
nicación”. Airbnb es la plataforma ideal
para este nuevo turista local.
Pos-turistificación
La “experiencia Airbnb” se globaliza
y la actitud cool, más relacionada con
la hospitalidad que con el turismo tra-
dicional, se vuelve más o menos igual
para un hipster de Brooklyn o para una

trabajadora de Ciudad del Cabo. La em-
presa anunció inversiones millonarias
en África y los países del Asia Pacífico
para fortalecer el “turismo inclusivo”,
para que las comunidades tradicional-
mente marginadas de la industria de la
hospitalidad puedan ser parte del mer-
cado. La inversión incluye capacitacio-
nes en asuntos de hospitalidad y tecno-
logía, tales como entrenamientos para
poner en vitrina las mejores “experien-
cias auténticas” (3).
En el marco de esta “estandariza-
ción de la autenticidad”, Airbnb creó
Trips, una plataforma que busca reu-
nir actividades locales que hagan pa-
sar una experiencia única al turista.
En su comunicado de prensa, invita a
compartir pasiones e intereses propios
del destino: desde trabajar al lado de un
lutier de violines de París o correr una
maratón en Kenia.
Para ofrecer más alternativas al
post-turista, Airbnb orienta su oferta
de hospedaje en lugares alejados de los
circuitos turísticos tradicionales. La
empresa activa su maquinaria de re-
laciones públicas para mostrar que en
su modelo no hay perdedores: los ha-
bitantes de los barrios periféricos de
los grandes centros turísticos tienen
la oportunidad no sólo de ganar un di-
nero extra alquilando sus hogares, sino
también de mejorar entornos margina-
dos de los beneficios de la millonaria
industria del turismo. El objetivo pare-
ce adecuado para ciudades que no tie-
nen una gran infraestructura hotelera
y, por ende, precios solo asequibles pa-
ra una elite. No obstante, mirado desde
cerca, la idea admite matices.
Un ejemplo es el caso de África. De
acuerdo con un estudio elaborado por
Airbnb (4), unos 100 mil alquileres
concretados en el continente en 2016
se han traducido en ganancias por 139
millones de dólares. Sin embargo, en la
ciudad más popular de Airbnb en Áfri-
ca, Ciudad del Cabo, los dueños de los
hospedajes –y, por lo tanto, los benefi-
ciarios directos– no son sudafricanos
sino mayoritariamente europeos, que
alquilan casas concebidas como vivien-
das vacacionales o simples inversiones
inmobiliarias.
Pero aun cuando se cumpla la prome-
sa de Airbnb de mejorar entornos depri-
midos, otro inminente peligro acecha: la
turistificación. Efectivamente, los habi-
tantes de muchas ciudades en las que los
servicios de Airbnb se han hecho muy
populares denuncian la creación de una
burbuja inmobiliaria que ha terminado
afectando el tejido comercial y social de
sus barrios. Y es que, básicamente, es
más rentable alquilar para turistas que
para los mismos locales, una realidad
que ya existía en los barrios tradiciona-
les del turismo y que ahora Airbnb ma-
sifica. Esto ha agudizado los problemas
de viviendas que han estallado con par-
ticular dramatismo en países como Es-
paña, donde los ayuntamientos de Ma-
drid, Barcelona y Valencia buscan esta-
blecer normativas que limiten el cambio
de uso residencial de una vivienda a un
uso hotelero y comercial.
Como en Ciudad del Cabo pero a esca-
la mayor, hay fundadas sospechas de que
en España son inversores extranjeros los
que compran viviendas para usarlas en
vacaciones y comercializarlas a través de
estas plataformas el resto del año (5). En
2016, el diario inglés The Guardian, junto
con el proyecto de la sociedad civil Inside
Airbnb, reveló que, en Londres, Airbnb no
funciona como una plataforma en la que
personas sueltas ofrecen sus casas y de-
partamentos como hospedaje sino que es-
Carlos Ara Monti y Gustavo Pérez Cabriada, 2007
tá dominada por operadores comerciales
especializados en alquileres (6). Es más,
se habla de una verdadera sub-economía
de Airbnb, donde compañías profesiona-
les externas venden servicios a los anfi-
triones para maximizar el retorno.
Soberanía de datos
La única forma de obtener información
sobre el verdadero impacto de Airbnb
en las ciudades es a través de un análi-
sis en profundidad de los datos que se
hacen públicos en la plataforma, ya que
la compañía no suele proporcionar da-
tos transparentes a las autoridades lo-
cales. De hecho, Airbnb ya fue sorpren-
dida tergiversando estadísticas en va-
rias oportunidades. En Nueva York, la
ciudad más importante para la empre-
sa, tanto en 2014 como en 2016 (7), fue
encontrada responsable de manipular
la información para minimizar el pro-
blema de alquileres ilegales de depar-
tamentos. Lo mismo ocurrió en Lon-
dres, París y Barcelona.
Todo esto abre interrogantes que po-
nen en evidencia algunos de los proble-
mas de la “economía colaborativa” a lo
Silicon Valley: ¿cómo se evalúa real-
mente el impacto de una plataforma
como Airbnb en una ciudad si los datos
están en poder de la empresa? Más aun,
¿cómo podemos imaginar nuestras ciu-
dades si las autoridades democrática-
mente elegidas carecen de estadísticas
fidedignas? Para el investigador Evgeny
Morozov, es imperioso que la comuni-
dad tenga acceso a los datos subyacen-
tes de los servicios que se ofrecen en las
ciudades. “De otro modo –sostiene– las
comunidades se quedarán estancadas
con los modelos que les imponen los
proveedores corporativos de esos ser-
vicios. Entonces, en lugar de tener ser-
vicios de autobús personalizados, siem-
pre estaríamos atrapados con el modelo
individualista de Uber” (8).
El desafío de las ciudades no pasa
sólo por regular las actividades de es-
tas empresas disruptivas sino también
por la generación de datos comunes
que puedan ser utilizados de una mane-
ra ética en la gestión, como sucede ya en
ciudades como Ámsterdam y Barcelo-
na con Decode (9), una plataforma que
permite a los ciudadanos compartir de
forma segura sólo los datos que están
dispuestos a donar con el fin de usarlos
para el bien comunitario.
Este tipo de iniciativas se basa en la
idea de que la soberanía de los datos es
de las personas, por lo que son ellas –y
no las empresas o los gobiernos– las que
deberían controlar en primer término
|9
la información. Para asegurar esto, se
crearon las licencias Data Commons,
que permiten a los ciudadanos llevar
el control de quién y cómo utiliza sus
datos personales, pero también com-
partirlos para el bien común. Así, por
ejemplo, nació en Amsterdam FairBnB,
un movimiento liderado por los pro-
pios vecinos que busca facilitar el alqui-
ler vacacional entre particulares, pero
cumpliendo los principios de la econo-
mía colaborativa: transparencia y parti-
cipación en las decisiones.
Las fantasías de Disney
Es cierto que el turismo siempre se ha
sostenido en lógicas de explotación. El
panorama no difiere mucho ni con el go-
rro de orejas de Mickey Mouse ni con las
“experiencias auténticas” de Airbnb. La
diferencia es que, con esta última em-
presa, esas lógicas entran con una fuer-
za inusitada en espacios y en barrios que
–para bien o para mal– se habían mante-
nido al margen.
Pero hay caminos para contener y
orientar esta situación. Muchos ven con
optimismo el acuerdo de Airbnb con las
alcaldías de Londres y Ámsterdam: allí,
la compañía aceptó controlar los lími-
tes en el número de días por año que un
hospedaje puede ofrecerse a través de su
sistema. Esto, sin embargo, no ha impe-
dido que operadores comerciales espe-
cializados, dueños de muchas unidades,
sigan administrándolas a través de Airb-
nb, que es lo que afecta mayoritariamen-
te el mercado de la vivienda.
Este tipo de problemas se suman a
la discusión en torno a los derechos la-
borales de los integrantes de la indus-
tria del turismo y la privacidad de los
datos de los usuarios de la plataforma.
Inmune a estos debates, Airbnb sigue
ofreciendo postales. Hace unos años,
de hecho, una campaña publicitaria in-
vadió el Metro de Nueva York con fotos
de personas sonrientes bajo el eslogan:
“Los neoyorquinos están de acuerdo:
Airbnb es excelente para la ciudad de
Nueva York”. No pasó mucho tiempo
antes que los carteles fueran vandali-
zados con grafitis: “Airbnb no acepta
responsabilidad” y “La economía cola-
borativa es una mentira”, decían. Qui-
zás la postal perfecta para retratar el
estado de la discusión mundial en tor-
no a Airbnb. g
1. www.clarin.com/ciudades/alojarse-
airbnb-sale-40_0_ryj8gjmpW.html
2. www.forbes.com/sites/blakemorgan/2015/06/01/
nownershipnoproblem-nowners-millennials-value-
experiences-over-ownership/#6cf2e4e25406
3. https://press.atairbnb.com/airbnb-commits-
1-million-to-boost-community-led-tourism-
projects-in-africa/ y https://www.nst.com.my/
business/2017/11/303460/airbnb-support-
sustainable-inclusive-tourism-projects-asia-pacific
4. “How much Airbnb says its worth to South
Africa economy”, businesstech.co.za, 16-5-17.
5. https://qz.com/1105557/airbnb-africa-
visitors-love-cape-town-and-casablanca/
6. www.theguardian.com/travel/2016/mar/18/
airbnb-from-homesharing-cool-to-commercial-giant
7. www.theguardian.com/technology/2016/
feb/10/airbnb-new-york-city-listings-
purge-multiple-apartment-listings
8. www.socialeurope.eu/digital-technologies-
and-the-future-of-data-capitalism
9. www.decodeproject.eu/
*Activista y consultora en campañas de
tecnología y derechos humanos.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
10 |
La elección presidencial hondureña del pasado 26 de noviembre se vio ensombrecida por
serias denuncias de fraude. El presidente saliente, Juan Orlando Hernández, fue reelegido
postergando al centrista Salvador Nasralla, adalid de la lucha contra la corrupción. Y todo
con el beneplácito de Estados Unidos, omnipresente en la vida política y militar del país
centroamericano desde principios de los años 80.
Indiferencia internacional tras la cuestionada elección presidencial
Abuso de fuerza en Honduras
por Alexander Main*
U
n grupo de soldados con el de-
do en el gatillo en medio de la
ruta, manifestantes corriendo
a buscar refugio en medio de
nubes de gas lacrimógeno... A
principios de diciembre, las calles de Tegu-
cigalpa, la capital hondureña, presentaban
toda la apariencia de un golpe de Estado
militar, reminiscencia del clima de junio
de 2009, cuando el presidente de izquierda
Manuel Zelaya fue secuestrado por el ejér-
cito y embarcado a la fuerza en un avión
con destino a Costa Rica.
Esta vez fueron las sospechas de frau-
de electoral lo que provocó el incendio. La
elección presidencial del 26 de noviembre
pasado se realizó en un clima de extrema
tensión, marcado por el temor de que el
Tribunal Supremo Electoral (TSE), adicto
al Partido Nacional de Honduras (PNH) en
el poder, estuviera dispuesto a todo con tal
de garantizar un segundo mandato al pre-
sidente saliente, Juan Orlando Hernández,
cuestionado por sus derivas autoritarias y
su implicación en casos de corrupción. Es-
te temor se fundaba además en una certeza:
Washington no se mostraría indiferente al
resultado de su protegido, garante del man-
tenimiento de una política ultraliberal y de
la militarización del país.
Al ritmo de los cuarteles
Resulta difícil determinar en qué preciso
momento de la historia de Honduras surgió
la expresión “procónsul” para designar al
embajador de Estados Unidos. El término
ya era muy popular a principios de los años
1980, cuando la embajada estadounidense
en Tegucigalpa acompañó –por no decir or-
questó– la frágil transición de la dictadura
militar hondureña a un régimen de demo-
cracia condicional y militarizada. La misión
encomendada al “procónsul” en funciones
en ese momento, John Negroponte, era
perfectamente clara: asegurar que Hondu-
ras sirviera de plataforma de coordinación
para la guerra clandestina de la administra-
ción Reagan contra el gobierno sandinista
en Nicaragua y los movimientos de izquier-
da en El Salvador o Guatemala. Esto impli-
caba no sólo una fuerte presencia militar
estadounidense en Honduras, sino también
el control de la vida política interna del país.
Bajo el mando de Negroponte, las tro-
pas estadounidenses reforzaron su ocupa-
ción de la base aérea Soto Cano, percibida
por muchos hondureños como un enclave
“yanqui”. La asistencia militar estadouni-
dense a Honduras pasó de 4.000.000 de
dólares en 1981 a 77.400.000 en 1984. Al
tiempo que reconocía internamente que
las Fuerzas Armadas hondureñas come-
tían “cientos de violaciones a los Derechos
Humanos [...], la mayoría motivada por ra-
zones políticas” (1), la Central Intelligence
Agency (CIA) apoyó a los escuadrones de la
muerte que, a semejanza del siniestro Ba-
tallón 3-16, torturaron, asesinaron o hicie-
ron desaparecer a decenas de sindicalistas,
universitarios, campesinos y estudiantes.
La embajada estadounidense mantenía es-
trechos vínculos con los comandantes de
estas falanges. Como revelan los documen-
tos desclasificados, Negroponte se ocupó
personalmente de obstaculizar cualquier
divulgación de estas atrocidades estatales
para evitar, decía, “crear problemas de de-
rechos humanos en Honduras”.
Recién en 2006 el sistema elaborado por
Negroponte –más tarde promovido al car-
go de embajador ante las Naciones Unidas
y luego a secretario de Estado adjunto por
el presidente George W. Bush– comenzó a
desmoronarse. Electo presidente ese año,
Manuel Zelaya, un rico terrateniente que se
había postulado candidato como represen-
tante de los liberales, de manera inesperada
y ante la sorpresa general se comprometió
en una política de izquierda. En una espec-
tacular ruptura con sus predecesores, Zela-
ya se acercó al presidente venezolano Hugo
Chávez, el espantapájaros de Washington, y
declaró la adhesión de Honduras a la Alian-
za Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América (ALBA) que Chávez había instau-
rado para contrarrestar la influencia de Es-
tados Unidos. Como suprema audacia, Ze-
laya estableció contactos con los movimien-
tos sociales opuestos a la presencia militar
estadounidense y convocó a la creación de
una Asamblea Constituyente que sustitu-
yera la Ley Fundamental de 1982, adoptada
bajo la tutela de Washington, por una nueva
Constitución de inspiración progresista.
Cuando el Presidente anunció su in-
tención de consultar a los hondureños pa-
ra saber si la convocatoria a una Asamblea
Constituyente tenía que ser objeto de un
referéndum antes de fin de año, los genera-
les y el establishment del país decidieron ac-
tuar de inmediato. Con el pretexto, carente
de prueba alguna, de que Zelaya buscaba
modificar la Constitución para aferrarse
indefinidamente al poder, los principales
dirigentes de los dos partidos dominantes
acogieron con inmensa alegría el golpe de
Estado militar del 28 de junio de 2009.
Aunque después de algunas dilaciones
la administración Obama terminó conde-
nando el golpe en Honduras, no dejó de
utilizar todo su poder para impedir que
Zelaya regresara a su país. Además, bajo
la dirección de Hillary Clinton, el Depar-
tamento de Estado expresó su apoyo a las
elecciones que organizó el gobierno sur-
gido del golpe de Estado, absteniéndose
de reclamar que se restableciera previa-
mente a Zelaya en sus funciones.
Para muchos hondureños, el orden es-
tablecido desde el golpe de Estado de 2009
recuerda en más de un aspecto los sinies-
tros años 80. El país vive nuevamente al
ritmo de los cuarteles. Las tropas desple-
gadas en todo el país tras la expulsión de
Zelaya recibieron carta blanca para repri-
mir las protestas casi diarias de los oposi-
tores al golpe de Estado. Controlados por
el PNH, los gobiernos surgidos de las cri-
ticadas elecciones de 2009 y 2013 institu-
cionalizaron la tarea policial confiada a los
militares, en violación de la Constitución
hondureña. Como presidente del Congre-
so, Juan Orlando Hernández movió los hi-
los para validar en la Legislatura a la nueva
guardia pretoriana del régimen, la Policía
Militar del Orden Público (PMOP). A pun-
to de asumir la presidencia en 2014, creó
los “Tigres”, unidades de policía militari-
zada formadas por Estados Unidos y co-
mandadas por oficiales notoriamente im-
plicados en escándalos de corrupción.
Signos de desgaste
La remilitarización de Honduras coinci-
dió con la restauración de un clima alta-
mente favorable para las familias ricas y los
inversionistas internacionales, para quie-
nes el gobierno lanzó la campaña “Hondu-
ras is Open for Business” (“Honduras está
abierta a los negocios”). Para hacer frente
a los riesgos de conflictos sociales, el go-
bierno tuvo la precaución de concentrar
las fuerzas de seguridad en las áreas des-
tinadas a la industria minera, las represas
hidroeléctricas, el sector agroalimentario
y el turismo, es decir los intereses poten-
cialmente más perjudiciales para las po-
blaciones circundantes. Muchos proyec-
tos industriales se implementaron ilegal-
mente, ya que la ley exige la previa consul-
ta a las comunidades indígenas afectadas.
Según las organizaciones de defensa de los
Derechos Humanos, es frecuente que los
militares aúnen fuerzas con las empresas
de seguridad privada para quebrar la resis-
tencia local mediante la intimidación y el
terror, y a veces incluso campañas de ase-
sinatos selectivos, como el de la dirigente
indígena ecologista Berta Cáceres (2).
No obstante, el sistema político que Es-
tados Unidos ha ayudado a instaurar en
Honduras, mezcla de autoritarismo militar
y malversación de fondos, muestra signos
de desgaste. El movimiento de resistencia
al putsch de 2009 dio origen a una nueva
formación política, el Partido Libertad y
Refundación (LIBRE), que desafía el sta-
tu quo del bipartidismo. En los comicios de
2013, a pesar de los masivos fraudes elec-
torales que modificaron el escrutinio y de
una sangrienta campaña intimidatoria
marcada por el asesinato de al menos die-
Edición 223 | enero 2018
ciocho candidatos y militantes del partido,
LIBRE quedó en segundo lugar en el Con-
greso con treinta y siete escaños.
Además, el régimen se vio debilitado por
los casos de prevaricación al más alto nivel
y la participación de varios dignatarios en
los circuitos de narcotráfico, entre ellos el
hermano del presidente Hernández y el ex
presidente Porfirio Lobo. En 2015, una ola
de rebelión recorrió el país después de que
se descubriera que los fondos recaudados a
través de una red de corrupción se habían
utilizado para financiar la campaña electo-
ral de Hernández en 2013. Gracias a la rápi-
da mediación de Washington y de la Orga-
nización de los Estados Americanos (OEA),
se encontró una solución política que, ex-
cluyendo a los grupos opositores, permitió
al Presidente hondureño escapar al destino
de su homólogo guatemalteco, Otto Pérez
Molina, encarcelado en 2015 a la espera de
un juicio por malversación de fondos.
Como para minar un poco más la
legitimidad del gobierno, en 2016 la Corte
Suprema de Honduras –también contro-
lada por el PNH– dictaminó que el artícu-
lo de la Constitución que prohíbe al Pre-
sidente presentarse a un segundo manda-
to podía ser ignorado en nombre de… los
derechos humanos. La ironía de esta de-
cisión, tomada siete años después de que
Zelaya fuera destituido por haber presun-
tamente pretendido volver a presentarse,
no escapó a los hondureños, quienes pro-
testaron en forma masiva en la calle con-
tra este nuevo abuso de fuerza.
Con los comicios de noviembre de 2017
en la mira, LIBRE formó con otros dos pe-
queños partidos una coalición: la Alianza
de Oposición contra la Dictadura. Con la
esperanza de reunir al electorado mode-
rado a favor de su causa, la Alianza convi-
no en la candidatura del centrista Salvador
Nasralla, un hombre de negocios dedicado
a luchar contra la corrupción, quien tam-
bién es un conocido periodista y presen-
tador de la televisión hondureña. Junto a
él se presentaba como candidata a la vice-
presidencia Xiomara Castro de Zelaya, es-
posa del presidente depuesto.
Tensión creciente
El día de las elecciones, el Tribunal Supre-
mo Electoral anunció que estaba en con-
diciones de proporcionar resultados pro-
visionales a primera hora de la noche. Sin
embargo, a medianoche, mientras que tan-
to Hernández como Nasralla se proclama-
ban vencedores, el TSE seguía sin brindar
datos. Según el testimonio que con poste-
rioridad dio a la prensa un miembro disi-
dente de ese órgano, Marco Ramiro Lobo,
poco después de la clausura de los colegios
electorales el equipo técnico del TSE infor-
 | 11

mó internamente que el recuento del 57%

de los votos mostraba una tendencia clara e
irreversible a favor de Nasralla. Durante va-
rias horas, el presidente del TSE, David Ma-
tamoros –un ex congresista del PNH– se
negó a informar esos resultados parciales,
hasta que bajo la presión de los observado-
res internacionales y del propio Lobo, ter-
minó por cumplir su promesa, pero se abs-
tuvo de pronunciar la palabra “irreversible”
en relación con la tendencia emergente.
En ese momento se interrumpió brus-
camente el recuento de los votos, que an-
tes se transmitía en directo a través de la
página web del TSE. La misteriosa avería
duró unas treinta horas. Según Lobo, fue
Matamoros quien, sin una palabra de ex-
plicación, habría dado la orden de detener
el proceso de conteo. Cuando se lo reto-
mó, a la velocidad de un caracol, la venta-
ja de cinco puntos que al inicio se le había
otorgado a Nasralla comenzó a disminuir
inexorablemente. Finalmente, el 30 de no-
viembre el presidente Hernández fue de- Movilización contra el presidente Juan Orlando Hernández, Tegucigalpa, 7-12-17 (Orlando Sierra/AFP)
clarado definitivamente vencedor, con un
punto y medio por sobre su rival. nización de las Naciones Unidas (ONU) y sidente Hernández se mantendría en el po- de diciembre, el Departamento de Estado
Ante la presión de la calle y de los ob- la Comisión Interamericana de Derechos der, con total libertad para continuar, por lo saludó la victoria de Hernández. Ninguna
servadores internacionales, Matamoros Humanos, “preocupadas”, contaron doce menos hasta el año 2022, su política ultrali- mención al informe de la OEA.
terminó efectuando un recuento parcial manifestantes asesinados, decenas de heri- beral y la militarización del país. En las horas que siguieron, los gobier-
de los votos. Unos días más tarde, acom- dos y cientos de detenidos durante la prime- Ante la sorpresa general, la misión de ob- nos de derecha cercanos a Washington fe-
pañado por la encargada de negocios es- ra quincena de diciembre. En la tarde del 9 servación de la OEA –que había brillado por licitaron, uno por uno, a Hernández: Gua-
tadounidense Heide Fulton, afirmó: “Lo de diciembre, mientras las fuerzas de segu- su apatía ante el fraude electoral de 2013– se temala, Colombia, México… Mientras
que encontramos en las urnas confirma ridad seguían sembrando el terror bajo sus negó a apoyar los resultados. Presentó un tanto, una nueva ola de protestas paraliza
lo que contamos el día de las elecciones”. ventanas, el TSE se reunió en un ambiente informe demoledor sobre las irregularida- las principales arterias de las grandes ciu-
Para luego anunciar, el 17 de diciembre, relajado en su sede del centro de la capital. des en el proceso electoral y concluyó que dades de Honduras. g
que “el presidente elegido para el perío- Su presidente estaba a punto de hacer una persistían dudas con respecto a los resulta-
do 2018-2022 es el ciudadano Juan Orlan- declaración cuando la encargada de nego- dos de la elección. Todas las miradas apun- 1. David Corn, “Negroponte: unfit to lead”,
do Hernández Alvarado”. Las elecciones cios estadounidense tomó el micrófono pa- taron a Washington. Si la OEA, instrumento The Nation, Nueva York, 24-2-05.
2. Véanse Ignacio Ramonet, “Berta Cáceres. Un crimen
fueron “de una transparencia nunca vista ra saludar el trabajo de la autoridad electo- clave de la hegemonía estadounidense en la
político” y Cécile Raimbeau, “¿Quién mató a Berta
en Honduras”, concluyó. ral y hacer un llamado al pueblo hondureño región, estaba dispuesta a cuestionar la vic-
Cáceres?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
Decenas de miles de hondureños des- para que respete los resultados oficiales de toria de Hernández, entonces todo parecía Buenos Aires, abril y octubre de 2016 respectivamente.
contentos salieron a las calles. En respuesta, la elección. Qué importan las ciento cin- posible, incluso un viraje de la política hacia
el gobierno declaró el toque de queda y des- cuenta demandas por fraude presentadas Honduras. Pasaron veinticuatro horas sin la
*Analista político en el Center for Economic and
plegó el ejército y la policía por todo el país. por los partidos de oposición: el apoyo de menor reacción por parte del gobierno es- Policy Research (CEPR), Washington, DC.
La ola de represión fue mortífera. La Orga- Washington parecía garantizar que el pre- tadounidense. Finalmente, en la tarde del 18 Traducción: Teresa Garufi

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w w w. e l d i p l o. o r g
12 | Edición 223 | enero 2018

Según un informe publicado por el Co-

mité Científico Internacional sobre las
especies atuneras en el Norte del Pací-
fico (ISC), en el curso de los últimos 30
años cerca del 60% de los atunes pesca-
dos por las naves japonesas fueron cap-
turados según este método.
Circunstancia agravante: una gran
parte de los atunes rojos, que por lo ge-
neral circulan en el Océano Pacífico, se
agrupan en verano en el Mar del Japón
para poner sus huevos. Es uno de los
dos lugares de reproducción de la es-
pecie, junto con el norte del Mar de las
Filipinas. Irónicamente, estas caracte-
rísticas facilitan el trabajo de los ma-
rinos pescadores de Sakaiminato, que
no tienen otra cosa que hacer más que
esperarlos con sus redes. Este méto-
do provoca la ira de los defensores del
medioambiente y de los investigadores,
que también ven en eso la causa de la
declinación de esas especies.
“La captura masiva de los atunes du-
rante el período de reproducción es muy
nociva para la salud de la especie –afir-
ma Toshio Katsukawa, investigador en
la Universidad Oceanográfica de Tokio y
Parque de Vida Marítima, Tokio, 3-5-09 (Issei Kato/Reuters) especialista de la cuestión–. Está incluso
en las antípodas de la pesca sustentable,
y si siguen practicando este método eso
En una pequeña isla del Mar del Japón, más de 300 pescadores, acarreará el derrumbe de la industria de
la pesca en la región. Es preciso que el Es-
alarmados por la pronunciada caída de la captura tradicional del atún tado prohíba esa práctica.”
rojo en el Pacífico, cuestionan la pesca intensiva y denuncian a la agencia El empobrecimiento de la especie es
una tendencia en adelante confirmada
gubernamental que la defiende. En el país que consume la mayor cantidad en todo el Océano Pacífico. En abril de
2014 el ISC publicó una cifra impac-
de atún en el mundo, su lucha es una tarea difícil. tante (1): en 2012 quedaban menos del
6% de peces lo bastante adultos para

Pescadores contra la sobrepesca en el Mar del Japón reproducirse e incluso, en 2016, sólo el
2,6% según datos revisados. Responsa-
ble de la captura de tres cuartas par-

Iki, la isla que quiere

tes de los atunes rojos pescados entre
1980 y 2014 en el Océano Pacífico, Ja-
pón es intimado por la comunidad in-
ternacional y las organizaciones am-
bientales para que introduzca medidas
serias para frenar esa baja.

salvar al atún
Los países ribereños del Pacífico
–Japón, Corea del Sur, Estados Uni-
dos, entre otros– llegaron a un acuer-
do en 2014 para limitar su captura du-
rante la reunión de la Comisión de la
Pesca del Pacífico Occidental y Central
por Yuta Yagishita* (WCPFC), creada el mismo año para la
protección de las existencias de gran-
des peces migrantes en la región. Aho-

C
uando habla del atún más
grande que ha capturado, Mi-
noru Nakamura, pescador de
49 años en la isla de Iki, se po-
ne repentinamente serio: “Pe-
saba 319 kilos –cuenta con el acento can-
tarín de esta isla de 27.000 habitantes,
situada a mitad de camino entre la penín-
sula coreana y la ciudad de Fukuoka, en
el sur de Japón–. El atún era tan grande
que no podía introducirlo en mi barco.
Lo tuve que atar al casco”.
Como una presa de ese tamaño es
rara, el acontecimiento llegó a la pri-
mera plana del diario local. En un ar-
tículo, que data de 2013, se ve a Naka-
mura sonriendo orgullosamente junto
a un inmenso pez plateado de 2,7 me-
tros de largo, colgado de una grúa. En
la foto, a pesar del tamaño extraordi-
nario de su trofeo, el pescador no pare-
ce verdaderamente extasiado. La pre-
cariedad de la vida de los pescadores
independientes los obliga a cierta hu-
mildad. “Ya me ha pasado no atrapar
nada durante dos meses y medio –con-
taba entonces–. No puedo dormirme
en los laureles.” El comentario resue-
na hoy como una predicción. ¿Habría
podido imaginar en esa época que su
presa antológica sería uno de los últi-
mos atunes rojos de más de 300 kilos
capturados en el mar de Iki?
Medioambiente y negocios
En esta isla subtropical de 130 km2 con
colinas frondosas, fuentes de agua ca-
liente, arrozales ondulantes y playas de
arena blanca, los pescadores enfrentan
una crisis existencial. La pesca del atún
rojo del Pacífico, apreciado por los afi-
cionados al sushi, está en brutal retro-
ceso. La captura anual cayó de 358 tone-
ladas, en 2005, a menos de 23 toneladas,
en 2014. “Ya no hay más peces en nues-
tro mar”, se lamentan los pescadores lo-
cales. “Primero desaparecieron los pe-
queños de tres a cuatro kilos. Luego, los
más grandes. Y ahora ya no hay nada”,
observa Nakamura, suspirando.
Alarmados, el pescador de atún y sus
colegas golpearon en varias oportuni-
dades la puerta de la Agencia de la Pes-
ca, que depende del Ministerio de Agri-
cultura y Alimentación. Para el orga-
nismo gubernamental, la baja de la cap-
tura sería sencillamente la consecuen-
cia del cambio climático. “Me dijeron
que los peces migraron mar adentro de
la península de Corea, allí donde no te-
nemos derecho de pescar”, refunfuña
Nakamura, que no les cree una palabra.
Para él y sus colegas, la causa debe
buscarse por el lado de los atuneros cer-
queros, esas poderosas naves dirigidas
por grandes sociedades, como Nippon
Suisan Kaisha, que tienen 11.000 em-
pleados. Esos barcos vienen a surcar la
zona desde el puerto de Sakaiminato, si-
tuado 400 km al este de la isla. Comen-
zaron a capturar los atunes adultos en
el Mar del Japón, en verano, a partir de
2004, época en la cual las capturas co-
menzaron a caer en la isla. Su método:
localizar los grupos de atunes gracias a
una sonda, luego rodearlos con una red
de más de un kilómetro de largo. La cap-
tura puede ascender a 50 toneladas por
lanzamiento y 1.500 toneladas los me-
ses de junio y julio, período durante el
cual esos pescadores industriales traba-
jan intensamente. Los de Iki, por su par-
te, al día de hoy raramente superan los
1.200 kilos por mes y por barco.
Este método de pesca intensiva “tie-
ne un gran peso en el medioambiente”,
explica Komatsubara Kazue, militante
de Greenpeace de Japón. “Permite cap-
turar peces en gran cantidad sin ningu-
na distinción de tamaño o de especie”.
ra, cada país miembro tiene que respe-
tar una cuota de pesca. Gracias a ello
Japón, primer consumidor de la espe-
cie, aceptó reducir su captura a la mi-
tad respecto del período 2002-2004,
o sea un techo de 4.007 toneladas para
los peces de menos de 30 kilos y 4.882
toneladas para los más grandes.
Mientras tanto, la Unión Internacio-
nal para la Conservación de la Naturaleza
(UICN) inscribió al atún rojo del Pacífico
en la categoría “vulnerable” de la lista ro-
ja de las especies amenazadas, recalcan-
do la necesidad “de medidas de preserva-
ción más eficaces para […] restablecer los
stocks de peces en edad de procrear” (2).
En cuanto a los 314 pescadores de Iki,
ellos luchan a su manera. A fines de 2013
lanzaron el colectivo “Protejamos el re-
curso atunero del mar de Iki”, del que
Nakamura es presidente. Y decidieron
detener la pesca de atún durante los me-
ses de junio y julio, hasta 2017. “El objeti-
vo era hacer presión sobre la Agencia de
la Pesca para que introduzcan una mo-
ratoria definitiva durante el período de
la puesta”, explica Tominaga Tomokazu,
un miembro de la asociación. “Quería-
mos decirle a la gente que, si seguían con-
sumiendo atún a ese ritmo, pronto ten-
drían que dejar de comerlo”, resume otro.

El equipo de Nakamura colabora así con
pescadores de otras regiones, organiza
mesas redondas y sigue las negociaciones
con las autoridades y los industriales de
Sakaiminato. En 2016 formaron parte de
los finalistas del premio Seafood Cham-
pions Awards, otorgado por Seaweb Sea-
food Summit, una cumbre internacional
y ambiental dedicada a la preservación
de los ecosistemas marinos, en homenaje
a sus esfuerzos “por promover la gestión
sustentable de la pesca del atún”.
Pero la situación sin embargo no evo-
lucionó como lo esperaban los miembros
del colectivo. Al día de hoy, los atuneros
cerqueros de Sakaiminato siguen surcan-
do el Mar del Japón, y esto en las mismas
narices de los pescadores de Iki. Por cier-
to, se establecieron medidas restrictivas en
la línea del acuerdo de la WCPFC, pero el
sistema de cuotas es aplicado sin tener en
cuenta los métodos de pesca. “Las autori-
dades japonesas decidieron la repartición
de las cuotas en función del balance de las
capturas de atún en el período 2002-2004.
La cuestión de la sustentabilidad del mé-
todo no fue tenida en cuenta”, explica Ko-
matsubara, de Greenpeace Japón. En Iki,
por lo tanto, a los pescadores les imponen
bajas idénticas (en porcentaje) a aquellas
de los pescadores de Sakaiminato. Un sis-
tema que no es ni lógico ni justo. “¿Por qué
debemos contribuir tanto como la gente
de Sakaiminato, cuando no capturamos en
absoluto la misma cantidad y cuando ellos
deberían hacer más esfuerzos que noso-
tros?”, se subleva Nakamura.
Y como si esto fuera poco, esos in-
dustriales venden los atunes al precio
espantosamente bajo de 1.000 yenes
(8 euros) el kilo. En efecto, “es difícil
vender a buen precio los atunes cap-
turados durante el período de puesta,
porque su carne es menos grasa”, indi-
ca Katsukawa, de la Universidad Ocea-
nográfica de Tokio. Algunos ni siquiera
encuentran comprador en las subastas
del prestigioso mercado de peces de
Tsukiji, en la capital. Esa tarifa extra-
ñamente baja para un pescado de lujo
como el atún rojo no llama mucho la
atención de los consumidores, sin em-
bargo profundamente apegados a su
plato nacional, los sushis, que absorben
el 62% de la producción atunera.
Para los japoneses –que, según los ar-
queólogos, lo consumen por lo menos
desde 5500 años antes de nuestra era–,
les parece casi imposible pensar que la
especie podría desaparecer un día a cau-
sa de la sobrepesca. “A la gente le cues-
ta trabajo darse cuenta de que se trata de
una especie amenazada, máxime cuando
los filetes se venden en todas partes”, se
lamenta Komatsubara. Por cierto, aun-
que no exista ningún dato oficial sobre el
atún rojo, el consumo de peces, todas las
especies incluidas, disminuyó un tercio
en el curso de los últimos diez años (de
cerca de 1,5 kg por habitante a apenas más
de 1 kg en 2015) (3). Pero las importacio-
nes se multiplicaron por dos entre 2010
y 2016 para alcanzar 5.000 toneladas,
mientras que la acuicultura tuvo un cre-
cimiento del 40% en cinco años.
El método de pesca
de Sakaiminato,
capturar muchos
peces y venderlos
a bajo precio,
simboliza ese
modo de consumo
intensivo.
Paradójicamente, algunos japoneses
temen que las medidas severas contra
la sobrepesca acarreen una desapari-
ción total del atún de calidad en su plato.
“Muchas personas y empresas piensan
que, si el atún deja de existir en el futuro,
más vale consumir tanto como sea posi-
ble mientras puedan”, se aflige Komat-
subara. El método de los pescadores de
Sakaiminato, capturar muchos peces y
venderlos a bajo precio, simboliza ese
modo de consumo intensivo.
La situación es tanto más insopor-
table para los pescadores de Iki cuanto
que ellos toman todas las precauciones
necesarias –matanza por método tradi-
cional, vaciado inmediato de la sangre–
para sublimar la carne de sus presas.
“Con nuestras cañas no se pueden cap-
turar muchos peces, pero tratamos de
valorizar nuestras presas al máximo”,
subraya Ogata Kazunari, actual secre-
tario general del colectivo, orgulloso
del rasgo sustentable de su método de
pesca. Un atún así pescado puede cos-
tar hasta 40.000 yenes (300 euros) el
kilo y es más bien consumido en restau-
rantes de Tokio muy elegantes.
“Cuesta trabajo ganarnos la vida”
Al comenzar el mes de julio de 2017,
violentos rigores climáticos se desplo-
maron sobre la pequeña isla de Iki. Los
marinos pescadores, como no pueden
salir al mar a causa de las tormentas, se
reúnen espontáneamente en la oficina
de Nakamura y hablan del tiempo, del
cierre de la escuela de sus hijos, y… de
atunes. Desde que en 2013 decidieron
detener la pesca en verano, no dejaron
de negociar con la Agencia de la Pesca
para obtener la extensión de esa mora-
toria estival a todos. Pero se dieron de
cabeza contra la pared. Los responsa-
bles de la institución estatal están con-
vencidos de que más vale proteger a los
peces pequeños que a los grandes. Pa-
ra Shingo Ota, consejero de la Agencia,
el procedimiento de restricción de los
pescadores de Iki “no tiene ningún sen-
tido”: “Los atunes rojos ponen una can-
tidad de huevos colosal, de una decena
de millones a más de cien, y la aplastan-
te mayoría de los peces jóvenes mue-
ren antes de alcanzar la madurez se-
xual. Lo que es determinante para la
supervivencia de la especie, pues, es el
medioambiente en el que crecen los jó-
venes. Así, proteger a los grandes peces
capaces de reproducirse no tendrá im-
pacto en el aumento de los pequeños”.
Inútil decir que semejante discurso
regocija a los pescadores de Sakaimi-
nato, que, por su parte, no ven en con-
secuencia ninguna razón para dejar de
pescar en la zona. “Hace dos años que
se trabaja en el respeto de las cuotas de
pesca fijadas por la Agencia para prote-
ger los recursos”, declara un responsa-
ble de la cooperativa de los pescadores
del puerto, que solicitó el anonimato.
“Las autoridades nos garantizan que la
pesca durante el período de puesta no
tiene ninguna influencia negativa en
las existencias, por lo tanto no tenemos
nada que reprocharnos”.
Sin embargo, la posición de la Agen-
cia dista de ser unánime en los investi-
gadores. “Actualmente, casi todos los
atunes terminan por ser capturados an-
tes de tener cinco años a causa de la so-
brepesca, es decir, que se reproducen
solamente una o dos veces en su vida
–explica Toshio Katsukawa, de la Uni-
versidad Oceanográfica de Tokio–. Pa-
ra proteger el recurso, por consiguiente,
es muy importante dejar que los peces
pongan huevos”. Para poner fin a este
debate, el colectivo de los pescadores de
Iki pidió a la Agencia de la Pesca llevar a
cabo estudios en la zona para verificar
los efectos de su moratoria. Ésta se ne-
gó. ¿Por qué? Por falta de presupuesto.
Así, los pescadores de Iki denuncian
el favoritismo respecto de las grandes
empresas que administran atuneros
| 13
cerqueros, como los de Sakaiminato.
“Regularmente ellos ofrecen puestos a
los funcionarios retirados de la Agen-
cia, por eso ésta intenta protegerlos”,
asegura Tominaga. En efecto, en el
curso de estos últimos diez años, por
lo menos cinco antiguos cuadros de la
institución se convirtieron en conseje-
ros o incluso en presidentes de coope-
rativas de pesca ligadas a las empresas
que administran atuneros cerqueros.
Shingo Ota, consejero de la Agencia, lo
admite: “No es falso; algunos que tra-
bajaron en nuestra institución ahora
trabajan con ellos”. Pero refuta toda
idea de colusión.
En Iki, la exasperación crispa los
ánimos. Los pescadores independien-
tes sobreviven como pueden, capturan-
do otros peces: calamares y rufos, sobre
todo. Estas especies son menos renta-
bles: “Cuesta trabajo ganarnos la vida”,
admite Nakamura. Su ingreso se redujo
por lo menos a la mitad desde hace unos
doce años, época en que la captura de
los atunes superaba las 300 toneladas
anuales en la isla. En la actualidad os-
cila mensualmente entre 1.250 y 2.500
euros, y la media regional se ubica en
2.800 euros. Incapaces de ganarse la vi-
da o de alimentar a su familia, unos cua-
renta pescadores ya cambiaron de ofi-
cio. Precisamente por eso algunos no
ocultan su decepción frente al balance
de sus tres años de lucha en este último
año de la moratoria. “Pensábamos que
sería suficiente para movilizar a las au-
toridades. Pero nada cambió –dice Oga-
ta con amargura–. Si la gente sigue pes-
cando atún durante el período de pues-
ta, eso provocará la desaparición de to-
da una parte de la cultura culinaria del
país. Ni la gente de Sakaiminato ni las
autoridades lo comprenden”, se lamen-
ta Nakamura. Actualmente, el 53% del
consumo es importado, y es grande el
riesgo de ver que la escasez se extienda
en otras partes: en el Mediterráneo o en
el Pacífico. g
1. “Report of the fourteenth meeting of the international
scientific committee for tuna and tuna-like species
in the north pacific ocean”, Comité Científico
Internacional sobre las Especies Atuneras en el
Norte del Pacífico, Taiwán, 16/21-7-14, isc.fra.go.jp
2. Unión Internacional para la Conservación de
la Naturaleza, “The IUCN red list of threatened
species”, marzo de 2017, www.iucnredlist.org
3. Véase Taro Kawamoto, “Tuna market in
Japan”, 14th Infofish World Tuna Trade
Conference , 22/23-5-16, http://infofish.org
*Periodista.
Traducción: Víctor Goldstein
www.editorialcapin.com.ar
14 |
El régimen sirio debe su reconquista del territorio no sólo a la
aviación rusa, sino también a las unidades extranjeras que combaten
en su apoyo: Hezbollah libanés, brigadas chiitas iraquíes o afganas,
cuadros militares iraníes. No tan conocida, la Guardia Nacionalista
Árabe reivindica una ideología socializante y panárabe.
Combatientes árabes junto al régimen sirio
¿Los nuevos hijos de
Gamal Abdel Nasser?
por Nicolas Dot-Pouillard*
D
esde mayo de 2013, la Guar-
dia Nacionalista Árabe
(GNA) moviliza varios cen-
tenares de voluntarios ori-
ginarios del Magreb y de
Medio Oriente junto a las Fuerzas Ar-
madas sirias. Si bien su número exacto
es secreto, Bassel al-Kharet, su respon-
sable en Alepo, reconocía en febrero
de 2017 la muerte de ciento cincuenta
“mártires” nacionalistas árabes en Si-
ria desde hace cuatro años. El mes si-
guiente, la GNA también anunciaba el
deceso de uno de sus comandantes, Iyad
Jabbouri, de nacionalidad iraquí, en la
provincia de Palmira en combate con-
tra el Estado Islámico (EI). Si la Guardia
interviene en Homs, en Quneitra, o en
los Altos del Golán sirio, es en la Guta
Oriental, al este de Damasco, donde más
combate, apoyando a la cuarta brigada
del ejército gubernamental en los en-
frentamientos contra los diversos gru-
pos de la oposición.
Se podría establecer un paralelo en-
tre los miembros de la GNA y esas dece-
nas de miles de extranjeros que vinie-
ron a combatir a Siria y a Irak en las filas
del EI y de los grupos yihadistas. Todos
comparten por lo menos tres rasgos co-
munes: su juventud, una huella ideoló-
gica fuerte y la voluntad de poner fin a
las fronteras nacionales surgidas de los
grandes repartos colonialistas de los
años veinte. Utopía contra utopía: no es
el proyecto de una nueva comunidad is-
lámica lo que es promovido por la GNA,
sino “la resistencia, la unidad árabe y el
socialismo”, divisa oficial de ese contin-
gente panárabe.
Sus modos de socialización políti-
ca, sin embargo, no son los mismos y
la crisis siria no constituye el primer
momento de compromiso de los nacio-
nalistas árabes: previamente se poli-
tizaron en el seno de formaciones que
reivindican la herencia del presiden-
te egipcio Gamal Abdel Nasser (1918-
1970). El lazo orgánico entre la GNA y
la Organización de Jóvenes Naciona-
listas Árabes (OJNA) es explícito. Esta
última, nacida a comienzos de los años
noventa sin una sede oficial, cuenta
con secciones en el conjunto del mun-
do árabe. Organiza anualmente campos
juveniles que agrupan a varias decenas
de participantes, el último de los cuales
tuvo lugar en Marruecos en agosto de
2017. Los Jóvenes Nacionalistas Árabes
Soldado de las Fuerzas Democráticas Sirias, Al-Huriya, Siria 11-11-16 (Delil Soulemain/AFP)
abrevan en un patrimonio intelectual
que surgió en línea recta de los años
cincuenta y sesenta, inspirado en las
experiencias socializantes y desarro-
llistas (estatismo fuerte como base del
desarrollo económico e industrial). El
pensador egipcio Ismat Saif al-Dawla
(1923-1996), que articulaba en sus es-
critos una perspectiva nasseriana, so-
cialista e islámica, sigue siendo para
ellos una referencia mayor (1). Las teo-
rías de Constantin Zureik (1909-2000)
son también enseñadas a los miembros
de la OJNA. Profesor en la Universidad
Norteamericana de Beirut (AUB) (2),
fue el inspirador, en los años cincuen-
ta, del Movimiento de los Nacionalis-
tas Árabes (MNA) que dio nacimiento,
a partir de 1967, a las principales forma-
ciones de extrema izquierda libanesas y
palestinas: Frente Popular para la Libe-
ración de Palestina (FPLP), Partido de
Acción Socialista Árabe, Organización
de Acción Comunista en el Líbano.
Redes y aliados
Las redes de la GNA y de la OJNA están
conectadas a organizaciones políticas
Edición 223 | enero 2018
legales en sus respectivos países. En el
Líbano, el Movimiento de los nasseris-
tas independientes (Al-Mourabitoun)
los apoya. Esta formación, antaño liga-
da al Fatah de Yasser Arafat, no tiene un
diputado en el Parlamento pero es ac-
tiva en varios movimientos: manifesta-
ciones por la secularización del sistema
libanés, conflictos sociales. Su secre-
tario general, el general Mustafá Ha-
mdan, dirigió la guardia presidencial
del presidente Émile Lahoud de 1998 a
2005. Bajo sospecha de haber partici-
pado en el asesinato del ex primer mi-
nistro Rafiq Hariri, en febrero de 2005,
fue encarcelado por las autoridades li-
banesas hasta 2009 antes de ser excul-
pado por el Tribunal especial para el Lí-
bano (TSL). En la actualidad, Hamdan
va regularmente a Damasco y aparece
como uno de los principales oradores
de la GNA durante sus mitines públicos.
En Jordania, las redes de la Guardia
se cruzan con aquellas de la Lista nacio-
nalista árabe, un movimiento fundado
por un ex miembro del Fatah palestino,
Ibrahim Allouch. En Túnez, los Jóve-
nes Nacionalistas Árabes pertenecen
la mayoría de las veces a pequeñas for-
maciones nasseristas miembros de una
amplia coalición de izquierda radical, el
Frente Popular, que cuenta con quince
diputados en la Asamblea de los Repre-
sentantes del Pueblo (ARP).
Si la creación de la Guardia no se re-
monta sino a 2013, su ideología sociali-
zante pertenece a un sistema de refe-
rencias que muchos creían superado.
Su nostalgia por el socialismo nasseria-
no oculta las fuertes divisiones que du-
rante largo tiempo opusieron al parti-
do Baas en Siria y al presidente egipcio,
sobre todo en el momento de la efímera
República Árabe Unida (1958-1961). Pe-
ro el nacionalismo de la GNA es sincré-
tico. Así es como su dirigente militar,
Dhulfikar al-Amili, pudo estar en abril
de 2017 en Qardaha, el pueblo alauita de
origen de Hafed al-Assad para saludar
la memoria del fundador de la Siria baa-
sista y padre del actual presidente sirio.
Sus afiches, textos y comunicados cele-
bran igualmente a formaciones ajenas a
su ideología original; el unionismo ára-
be también debe adaptarse al clima del
momento. El Hezbollah libanés sigue
siendo un modelo: no es visto como un
movimiento chiita o libanés sino como
el ejemplo de una resistencia regional a
Israel y a Estados Unidos. El Partido Si-
rio Nacional Social (PSNS), formación
que reivindica la unificación de una
“Gran Siria” de Jerusalén a Bagdad (3),
moviliza hoy a varios miles de comba-
tientes sirios y libaneses junto al régi-
men. Para la GNA es un aliado natural
por la misma razón que el Hezbollah.
En ocasiones se encontraron en los mis-
mos frentes militares. Única referencia
que aún es ajena a la GNA: la del ex pre-
sidente iraquí Saddam Hussein (1937-
2006), cuya memoria jamás aparece en
sus publicaciones. No es sorprendente
porque la GNA sostiene al partido Baas
sirio, que durante largo tiempo estuvo
en guerra fría con su alter ego iraquí, va-
rios de cuyos responsables se unieron al
EI en nombre de la lucha contra Irán y
los chiitas en general (4).
Dimensión islámica
Campañas políticas contra el “sionis-
mo” o el “wahabismo saudita” se aco-
plan a su activismo armado. Todos los
años la GNA celebra la “Jornada de la
Tierra” (5) junto a partidos palestinos
cercanos al régimen sirio. En ella se
evoca en cortos comunicados el desti-
no de Georges Ibrahim Abdallah, un ex

miembro de las Fuerzas Armadas Revo-
lucionarias Libanesas (FARL) encar-
celado en Francia desde 1984. La GNA
también visitó escuelas primarias y se-
cundarias sirias en Alepo luego de la
recuperación del este de la ciudad por
las tropas gubernamentales en diciem-
bre de 2016. Y mientras que el naciona-
lismo árabe es a menudo considerado
como un movimiento puramente lai-
co, la GNA pone de manifiesto sistemá-
Tender puentes con el pasado
Establecer un lazo entre el pasado y el
presente constituye una prioridad para la
Guardia Nacionalista Árabe (GNA): así, los
nombres dados a sus cuatro brigadas tie-
nen un valor simbólico.
La brigada Jules Jammal hace referen-
cia a un oficial sirio que hundió una nave
francesa durante la crisis de Suez de 1956,
que opuso a Egipto a una coalición mili-
tar que agrupaba a Francia, Israel y el Rei-
no Unido. Cuando, el 20 de noviembre de
2013, un combatiente egipcio de la Guar-
dia falleció en Siria, un afiche de la GNA es-
tableció un paralelo histórico inmediato:
si Jules Jammal es un sirio que murió por
Egipto en 1956, Abou Bakr al-Masri es un
egipcio que murió por Siria en 2013.
La segunda brigada de la GNA lleva el
nombre de Haydar al-Amili, un pensador
y militante nacionalista árabe fallecido
en 2007, originario del pueblo de Kfar
Melki, en el sur del Líbano. Su hijo, Dhul-
fikar al-Amili, es el principal dirigente mi-
litar de la GNA.
ticamente su dimensión islámica: sus
videos posteados en las redes sociales
muestran a sus combatientes recitan-
do la Fatiha, la primera sura del Corán.
La Guardia lleva a cabo iniciativas po-
pulares en los barrios de Damasco si-
guiendo el calendario musulmán: cele-
bración del nacimiento del Profeta del
islam, cenas de fin del ayuno durante el
mes de Ramadán. Frente al EI, el nue-
vo partidario del nacionalismo árabe
La tercera brigada de la GNA hace más ex-
plícitamente referencia a la historia de la iz-
quierda árabe y a uno de sus símbolos: es la
brigada Waddi Haddad, por el nombre de un
ex dirigente del Frente Popular para la Libera-
ción de Palestina (FPLP) - Operaciones exter-
nas, que organizó varios desvíos de aviones y
falleció en Alemania Oriental en 1978.
La cuarta brigada, por último, tiende un
puente entre las aspiraciones nacionalistas
árabes pasadas y el presente del mundo ára-
be: es la brigada Mohammed Brahimi (1955-
2013). Esta referencia le permite establecer
un lazo con las revoluciones de 2011: antiguo
opositor al presidente tunecino Zine el Abidi-
ne Ben Ali, diputado y dirigente de la Corrien-
te Popular, una pequeña formación nasserista
miembro de la coalición de izquierda del Fren-
te Popular tunecino, Brahimi fue asesinado en
julio de 2013 por tiradores aún desconocidos,
pero que una mayoría en Túnez sospecha que
pertenecen a la corriente yihadista. g
N.D.P.
no debe ser solamente un sujeto “con-
cientizado” políticamente, avezado en
los clásicos de las teorías nasseristas o
baasistas: es también un sujeto piado-
so. Tal vez se trata también de compe-
tir con las formaciones islamistas en su
propio terreno.
El caso tunecino
Después de las reconquistas del verano
de 2017, comienza a plantearse la cues-
tión de la desmovilización y del retorno
al país de origen, como ocurre con los
combatientes yihadistas. El 13 de febre-
ro de 2017, Noureddine Bhiri, ex minis-
tro de Justicia (2013-2014), diputado en
el Parlamento tunecino y miembro del
movimiento islamista Ennahda, recla-
mó la apertura de una investigación ju-
dicial sobre los ciudadanos tunecinos
movilizados junto al régimen de Bashar
al-Assad. Lo apoya Imed Daïmi, miem-
bro de la Comisión de Seguridad y De-
fensa de la Asamblea de los Represen-
tantes del Pueblo, un allegado al ex pre-
sidente Moncef Marzouki. Es normal:
el movimiento Ennahda, pero también
su ex socio gubernamental, el Congre-
so para la República (CPR), desde 2011
no dejaron de ser sospechados por la
izquierda del Frente Popular de que-
rer amnistiar a los yihadistas tunecinos
que partieron a Siria y quieren volver al
país, cuando no de haber simplemente
favorecido su partida. Ellos dan vuelta
la acusación: el expediente de los com-
batientes tunecinos en Siria no debería
involucrar únicamente a los yihadistas
sino también a la GNA, cuya proximi-
dad con algunos componentes del Fren-
te Popular está, según ellos, probada.
| 15
La cuestión siria divide a los antiguos
opositores a Zine el Abidine Ben Ali. Lo
cual no es nuevo: si el CPR y Ennahda
apoyaron firmemente, desde 2011, la su-
blevación revolucionaria siria, otros to-
maron partido por el régimen y sus alia-
dos. Es lo que ocurre con la izquierda
del Frente Popular, pero también con al-
gunas secciones sindicales de la Unión
General Tunecina del Trabajo (UGTT),
sin olvidar la dirección de esta central,
cuyos responsables visitaron a Al-Assad
en Damasco en julio de 2017 para asegu-
rarle su apoyo. Probablemente este de-
bate se planteará en el futuro en Egipto,
en el Líbano o en Jordania.g
1. Ismat Saif al-Dawla, “An al-’Uruba wa-l-Islam”
(“Sobre la arabidad y el islam”), Centro de Estudios
para la Unidad Árabe, Beirut, 1986 (en árabe).
2. Véase Marie Kostrz, “La Universidad de
Beirut, un compendio de historia”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2017.
3. Cf. Nicolas Dot-Pouillard, “Sur les frontières: le
Parti syrien national social entre idéologie unitaire
et États-nations”, en Anna Bozo y Pierre-Jean
Luizard (dirección), Vers un nouveau Moyen-Orient?
États arabes en crise entre logiques de division et
sociétés civiles, Roma Tre-Press, Roma, 2016.
4. Loulouwa al-Rachid, “Un soufisme caméléon?
La Naqshbandiyya de Saddam Hussein à l’État
islamique”, en Sabrina Mervin y Nabil Mouline
(dirección), Islams politiques. Courants, doctrines
et idéologies, CNRS Éditions, París, 2017.
5. Jornada que se conmemora todos los 30 de marzo
desde 1976 en las comunidades palestinas de los
territorios ocupados, de Israel y de la diáspora.
*Investigador en Ciencias Políticas en Beirut.
Traducción: Víctor Goldstein
16 |
Protagonista de una historia política y social tumultuosa, Arabia
Saudita da inicio con el príncipe Mohammed bin Salman a un proceso
de apertura religiosa. ¿Pero acaso medidas como la autorización a las
mujeres para conducir y la organización de conciertos constituyen
verdaderamente el primer paso para cambios más profundos?
Vientos de cambios sociales y políticos
La “deswahabización”
de Arabia Saudita
por Nabil Mouline*
E
l ascenso fulgurante del prín-
cipe Mohammed bin Salman
(MBS) abre, muy probable-
mente, una nueva página de
la historia saudita. Con inter-
venciones y declaraciones inéditas, espe-
cialmente tras haber sido designado como
príncipe heredero en junio de 2017, el nue-
vo hombre fuerte de Riad dio a conocer su
ambición: reconfigurar la esfera social sau-
dita con vistas a monopolizar el poder. Ello
requiere la voluntad de controlar de cerca
los ámbitos político, económico y diplomá-
tico. Pero para cumplir sus sueños absolu-
tistas, tiene también que controlar el recur-
so más importante (simbólico) del Reino: la
religión. El llamamiento en favor de un is-
lam moderado, la autorización a las muje-
res para conducir, la organización de con-
ciertos y la próxima reapertura de los cines
han sido interpretados como signos que
traducen un proyecto inédito, e incluso re-
volucionario: “la des-wahabización” de la
sociedad y del régimen. Más allá del efecto
del anuncio, es importante echar un vistazo
a las variables históricas y sociológicas que
podrían complicar la realización del pro-
yecto que se atribuye al príncipe heredero.
Transformaciones con resistencias
Los intentos de rutinización, incluso de
marginalización, del wahabismo tienen
sus raíces en la agitada historia político-re-
ligiosa de la nación saudita. Nacida durante
la segunda mitad del siglo XVIII en Arabia
central, esta teocracia se basa, para legiti-
mar sus pretensiones hegemónicas, en una
lectura literalista del Corán y una doctrina
rigorista y mesiánica,: el wahabismo, ava-
tar del hanbalismo, escuela jurídica y teo-
lógica del sunnismo (1). Su fundador, Mo-
hammed ibn Abd al-Wahhab (1703 - 1792)
afirmaba que la única manera de triunfar
en este mundo y en el más allá residía en
la observación estricta de un pensamiento
y de una práctica conformes a la doctrina
hanbalita. Todos los que no adherían a ese
dogma, en particular los movimientos mís-
ticos sufís, eran excluidos de la comunidad.
Para Abd al-Wahhab, la yihad, en el sentido
de guerra para defender y propagar el is-
lam, se volvió el medio principal para llevar
a los heréticos por el buen camino –esto
permitió al emirato saudita legitimar una
política expansionista que condujo al con-
trol de la mayor parte de Arabia entre fines
del siglo XVIII y principios del siglo XIX–.
Tras la consolidación de su comunidad y
la difusión de su doctrina en diferentes re-
giones de la Península, Ibn Abd al-Wahhab,
decidió sin embargo suavizar su postura, en
particular en lo referente a la exclusión de
Feria Internacional del Libro de Yeda, 17-12-16 (Stringer/AFP)
sus enemigos de la comunidad y de la sal- mida apertura dio lugar a un “retraimien-
vación (al-takfir), para conseguir la acep- to” doctrinal. Para combatir a este enemigo,
tación de los demás musulmanes. Sus he- también musulmán, y preservar la unidad
rederos, que constituyeron rápidamente y la homogeneidad del emirato saudita en
un verdadero establishment religioso para declive, los ulemas wahabíes desarrollaron
controlar el orden establecido, fueron más ideas ultraconservadoras y exclusivistas a lo
allá en este proceso de rutinización ate- largo del siglo XIX. Con la ayuda de circuns-
nuando ciertos aspectos de su doctrina, en tancias favorables, el rey Abd al-Aziz (1902-
particular, la condena del sufismo y la estig- 1953) fundó el reino de Arabia Saudita ba-
matización de otras tendencias del islam. sándose en gran medida en estas ideas.
Debieron de hecho afrontar una situación La indefectible alianza entre los guar-
inédita. El emirato saudita ya no era una en- dianes del wahabismo y el monarca saudi-
tidad marginal sino una potencia islámica ta no hizo que éste perdiera la lucidez sobre
gracias a la conquista de La Meca y de Me- el tipo de tradición que defendía y sobre la
dina a principios del siglo XIX. El wahabis- incompatibilidad de dicha tradición con
mo dejó de ser un fenómeno periférico para su nuevo estatus de protector de los luga-
transformarse en una realidad a nivel de la res santos del islam, jefe de una de las pocas
Umma, la comunidad musulmana. regiones musulmanas independientes en
Este primer intento fracasó a causa de aquella época y líder de un territorio muy
la lucha contra el Imperio Otomano. La tí- heterogéneo tanto en lo étnico como en
Edición 223 | enero 2018
lo religioso. Para evitar todo tipo de crisis,
llevó adelante una doble operación: hacer
que el wahabismo goce de más aceptación
y tratar al mismo tiempo de “diluirlo” en
una corriente político-religiosa más am-
plia y moderada, y, sobre todo, más moder-
nista, a saber, el reformismo islámico.
Este intento de remodelación da cuenta
de que, lejos de verse debilitados, los cléri-
gos sauditas mostraban una gran capacidad
de adaptación. A costa de algunas concesio-
nes en los ámbitos de la enseñanza, la admi-
nistración y algunas actualizaciones doc-
trinales respecto de la yihad y los vínculos
con los no musulmanes, lograron conser-
var una posición central en el espacio so-
cial. Esto refleja la ética de la responsabili-
dad que definiera Max Weber (2). Dicho de
otra manera, la capacidad de reflexionar y
actuar teniendo en cuenta las necesidades
del contexto y las relaciones de fuerza para
conservar lo esencial de lo que se considera
como la Verdad. Y es esta ética la que per-
mitió al wahabismo sobrepasar las crisis,
asentar su dominio a nivel local y sostener
sus ambiciones universales a partir del rei-
no de Faysal (1964-1975).
Durante los años 50 y 60, Arabia Saudi-
ta tuvo que enfrentar una gran cantidad de
desafíos internos y externos, en particular,
las pretensiones hegemónicas del Egipto
nasserista. Para sobrevivir, la monarquía
decidió modernizar su estructura estatal.
Sin embargo, esto no pudo hacerse sin cho-
car con los intereses de los guardianes del
wahabismo. La generalización del acceso a
la educación –especialmente para las muje-
res–, la llegada masiva de mano de obra ex-
tranjera, la aparición de nuevas formas de
entretenimiento (cine y televisión), la dis-
minución del presupuesto y de las prerroga-
tivas de la policía religiosa y la instauración
de espacios de libertad provocaron friccio-
nes entre los dos aliados históricos (de he-
cho, después de la transmisión de los prime-
ros programas televisivos se desencadena-
ron disturbios severamente reprimidos).
Una vez más, los clérigos wahabíes lo-
graron morigerar las tensiones y evitaron
la marginalización por medio de una estra-
tegia que conjugaba concesión, tergiversa-
ción y presión. Aun mejor, aprovecharon la
lucha con Egipto y el flujo de petrodólares
para salir del apuro. Aun siendo ultracon-
servadores, supieron asimilar los conoci-
mientos de los “infieles”, particularmente
en lo organizativo, construyendo institu-
ciones capaces de adaptarse a la moderni-
dad rampante. Así, en pocos años, se vio na-
cer una miríada de facultades, institutos, es-
cuelas, aparatos administrativos, instancias
judiciales, asociaciones, medios de comu-
nicación. Al mismo tiempo, se dedicaron
a crear organismos panislámicos (la Liga
Mundial Islámica, la Universidad Islámica
de Medina, etc.) con el objetivo de oponerse
al secularismo y de promover el wahabismo
como nueva ortodoxia islámica.
Aprovechando el dilema de la mo-
narquía, tironeada entre dos corrientes
opuestas, el foro religioso adquirió un te-
mible poder de influencia que no tardó en
desplegar en cuanto el contexto fue propi-
cio. En 1979, varios acontecimientos con-
mocionaron el espacio social saudita: la
Revolución Islámica en Irán, la invasión
de Afganistán por parte de la URSS y la to-
ma de rehenes de La Meca a manos de un
grupo mesiánico. Al año siguiente, las difi-
cultades presupuestarias no hicieron sino
agravar la situación. El país, desestabiliza-
do, se lanzó entonces en una escalada tra-
dicionalista bajo los auspicios de los guar-
dianes del wahabismo, apoyados por los
cuadros de los Hermanos Musulmanes,
que estaban ya establecidos en la región
desde hacía varios años. Mientras caía un
manto de plomo sobre la sociedad saudita
con, entre otras cosas, el cierre de salas de

cine, y la exigencia cada vez mayor de se-
paración de sexos en los lugares públicos,
una serie de hibridaciones entre el waha-
bismo y distintas tendencias de los Her-
manos Musulmanes dieron origen, entre
otros, al islamismo saudita (la Sahwa) y
al yihadismo. Este último, financiado por
donaciones privadas de familias ricas.
Tras los atentados del 11 de septiembre
de 2001, Arabia Saudita quedó en el ojo de
la tormenta. Los cambios sociales, la ba-
ja del precio del petróleo, la presión esta-
dounidense y la amenaza yihadista impul-
saron a las autoridades de Riad a adoptar
una política de descompresión que tenía
entre sus pilares la promoción de un islam
“moderado”, “abierto” y “tolerante”. De es-
ta manera, se autorizaba a ciertos editoria-
listas e intelectuales a criticar abiertamen-
te al wahabismo, se disminuían las prerro-
gativas de la policía religiosa, se abría un
diálogo intra e inter religioso, muchos es-
tudiantes podían ir a estudiar al exterior, se
debatía el estatus de la mujer, e incluso se
lo mejoraba (un poco) mediante, por ejem-
plo, la facilitación de acceso a los estudios
superiores, se creaban nuevos medios y lu-
gares de entretenimiento, se incrementa-
ban los espacios de libertad y se admitían
cada vez más investigadores extranjeros.
En la euforia, ciertos observadores co-
menzaban a hablar de “primavera de Riad”
y de “post-wahabismo”. Pero el desencanto
no se hizo esperar. En cuanto la coyuntura
económica fue mejor y la situación política
más clara, el régimen fue de a poco volvien-
do a los principios básicos y cerró el parén-
tesis “liberal”. Después de 2011, las cosas se
aceleraron: Arabia Saudita instauraba una
“contra revolución” preventiva cuya pun-
ta de lanza era el wahabismo. Mientras se
aumentaba el presupuesto de la institución
religiosa, se amordazaba al mismo tiempo
a las oposiciones seculares e islamistas. El
régimen mostraba asimismo en el espacio
público su cumplimiento de la ortodoxia
wahabita, especialmente, mediante la apli-
cación rigurosa de la pena de muerte y de
castigos corporales, promoviendo al mismo
tiempo un discurso anti chiita. En contra-
partida, los ulemas hicieron una pequeña
concesión: para dar una buena imagen, au-
torizaron a las mujeres a votar en las elec-
ciones municipales (única elección organi-
zada en el reino) y a participar de algunas
instancias gubernamentales.
La era MBS
A partir de 2015, Arabia Saudita empezó
a conocer importantes cambios políticos.
Con el apoyo de su padre, el príncipe Mo-
hammed bin Salman, en dos años, logró eli-
minar –al menos temporariamente– a todos
sus rivales y monopolizar el poder de mane-
ra inédita. Para responder a los desafíos in-
ternos y externos y al mismo tiempo legiti-
marse, aprovechó todas las oportunidades
para mostrar su voluntad de metamorfo-
sear el Reino. El ámbito religioso no se que-
dó atrás. Mientras que, a partir de este nue-
vo año, las mujeres tendrán la autorización
de manejar vehículos y que los cines podrán
volver a abrir sus puertas tras 35 años de
prohibición (no se conoce aún cuál será la
modalidad de aplicación de esta medida),
el 24 de octubre de 2017, el nuevo hombre
fuerte del reino condenó públicamente las
“ideas extremistas”, con la promesa de “des-
truirlas”. Según él, esto permitiría “volver a
un islam de término medio, moderado, tole-
rante, abierto al mundo y a todas las demás
religiones” (3). ¿Cómo hay que interpretar
esas palabras y actos en los cuales algunos
quisieron ver una ruptura con el wahabis-
mo, el recurso más importante, junto con el
petróleo, del cual dispone Arabia?
Antes que nada, MBS retomó volunta-
riamente la cantinela del islam moderado
del “término medio”, reivindicado prácti-
camente por todas las tendencias de esta re-
ligión, en particular las más rigoristas, para
diferenciarse de los yihadistas, sin nunca
precisar de qué se trataba realmente. Pos-
teriormente, fue mucho más claro y evocó
los cambios, ya mencionados, de 1979 y la
Sahwa (despertar islámico) como fuentes
del extremismo. El término de Sahwa de-
signa justamente la hibridación entre las
ideas del wahabismo y los modos de acción
de los Hermanos Musulmanes. Y es eso a lo
que se enfrenta el príncipe heredero: desea
la erradicación de los Hermanos Musulma-
nes y todas sus ramificaciones, en particular
el yihadismo, lo que no puede sino alegrar a
los wahabíes (que de paso son exculpados).
La política respecto de las mujeres refle-
ja la combinación de dos elementos aparen-
temente contradictorios: el oportunismo y
las limitaciones estructurales. El hecho de
autorizarlas a conducir se inscribe en la
continuidad de la política instaurada por
el rey Abdala (regente de facto desde 1995
y rey desde 2005 hasta 2015). Ello permi-
te asegurarse el apoyo de las mujeres y de
una parte de la población, y realzar la ima-
gen del régimen ante los occidentales. Ése
es el aspecto oportunista. Por otro lado, las
mujeres sauditas están cada vez más cali-
ficadas. Su exclusión del mundo del traba-
jo constituye un desperdicio económico
enorme, puesto que podrían reemplazar
una parte de la mano de obra extranjera, so-
bre todo en los sectores de servicios.
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¿Y qué pasa con los guardianes del
wahabismo? Se adaptan. Para preservar
sus intereses temporales y espirituales,
los ulemas pueden proceder a un mini
aggiornamento y hacer concesiones so-
bre cosas que consideran secundarias.
Pero imponiendo sus condiciones. Varios
clérigos enunciaron, por ejemplo, hace
algunos años, que el tema del permiso de
conducir para las mujeres no constituye
un problema religioso, sino un problema
social que puede cambiar. Y al anuncio
de la autorización de conducir para las
mujeres sauditas se sumó el de la nece-
sidad para ellas de una autorización del
padre o tutor legal…
No se puede predecir cómo evoluciona-
rán los vínculos entre la monarquía y el esta-
blishment religioso en Arabia Saudita. Pero
por el momento, no se pone en tela de juicio
la alianza histórica que une a ambos socios.
Por cierto, Mohammed bin Salman y los ule-
mas no dejan de hacer hincapié en ello. A fin
de poder sobrevivir al redespliegue autorita-
rio en marcha, los clérigos wahabíes parecen
consentir una vez más ciertos cambios... jus-
tamente para que nada cambie. g
1. Véase Nabil Mouline, “Genèse du djihadisme”, Le
Monde diplomatique, París, diciembre de 2015.
2. Tema abordado en 1918 durante su conferencia
“La política como vocación” y retomado en
la obra “El sabio y la política”, 1919.
3. Discurso pronunciado durante la conferencia
económica “Future Investment Initiative” en Riad.
*Historiador y politólogo. Investigador en el Centro Nacional
de Investigaciones Científicas (CNRS, Francia). Autor, entre
otros libros, de Le califat: histoire politique de l’islam (Flam-
marion, 2016); Islams politiques : courants, doctrines et idéolo-
gies (CNRS Éditions, 2017).
Traducción: Victoria Cozzo.
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La revuelta de octubre de 2014 que condujo, después de veintisiete
años, al fin del gobierno de Blaise Compaoré, dejó expuestas las
fracturas que atraviesa la izquierda burkinesa. Un sindicalismo
histórico de raíz marxista se enfrenta a una multiplicidad de
organizaciones jóvenes afines a Thomas Sankara.
Tras la caída de Blaise Compaoré en Burkina Faso
Dos concepciones
de la “revolución”
por Rémi Carayol*, enviado especial
A
ugustin Loada suele ser po-
co locuaz, pero al volante de
su modesto auto urbano se
transforma en una cotorra.
Es su manera de expresar su
desasosiego. “Si hoy tuviera que crear
una organización, la llamaría ‘Todo eso
para nada’”, lanza, mientras se abre ca-
mino en las congestionadas calles de
la capital de Burkina Faso. “Algo nació
después de la revuelta de 2014, que ter-
minó con la caída del presidente Blaise
Compaoré. Y el poder lo está matando,
es devastador”, se lamenta.
Loada es profesor de Derecho y Cien-
cia Política en la Universidad de Uaga-
dugú y, hace diecisiete años, fundó el
Centro para la Gobernanza Democráti-
ca (CGD). El 30 y 31 de octubre de 2014
estuvo en el centro de las negociaciones
que derivaron en la fuga de Compaoré en
un helicóptero del ejército francés (1). El
presidente de Burkina Faso, un fiel alia-
do de París, estaba en su cargo desde el
asesinato de Thomas Sankara, en 1987.
Por un corto tiempo, Loada fue ministro
de Función Pública, Trabajo y Seguridad
Social del gobierno de transición (no-
viembre de 2014 – noviembre de 2015).
Si bien dice estar orgulloso de haber
contribuido a la caída de un régimen
corrupto, el ex ministro y actual docen-
Manifestación contra el gobierno de Blaise Compaoré, Uagadugú, 30-10-14 (Joe Penney/Reuters)
te admite el fracaso a media voz: “En el
momento de la insurrección, no podía
entender a los dirigentes sindicales que
hacían todo lo posible por sabotear nues-
tro movimiento. Decían: ‘No se trata de
cambiar por cambiar’. Para nosotros eran
discursos sofistas, pero tengo que reco-
nocer que, en parte, tenían razón”. Tres
años más tarde, la relación de fuerzas en-
tre las organizaciones de la sociedad civil
(OSC), así como su evolución respectiva,
dan cuenta de la frustración de las espe-
ranzas que había despertado la caída de
Compaoré. En ese entonces, se produjo
una ruptura entre las organizaciones de-
nominadas “históricas”, por su trayec-
toria, y las que, surgidas en 2014, fueron
apodadas “organizaciones hongo”.
El histórico poder de los sindicatos
Entre las primeras, se encuentran los
sindicatos, comenzando por el más in-
fluyente, la Confederación General
del Trabajo de Burkina (CGT-B), pe-
ro también hay organizaciones como
el Movimiento Burkinés a favor de los
Derechos del Hombre y de los Pueblos
(MBDHP), que constituyen el núcleo
duro de la Coalición contra la Vida Ca-
ra (CCVC), una alianza informal de aso-
ciaciones y sindicatos que luchan con-
tra la corrupción y la impunidad des-
de hace una década. Estas estructuras
están implantadas con solidez en todo
el país y, en su mayoría, están dirigidas
por marxistas de pura cepa, estrecha-
mente ligados al Partido Comunista Re-
volucionario Voltaico (PCRV), un par-
tido clandestino, fundado en 1978, que
preconiza una “verdadera revolución”
de las masas trabajadoras.
Mientras que en la mayoría de los
países de África Occidental la misión
de los sindicatos se limita a defender
los intereses de los trabajadores y solo
en escasas ocasiones incursionan en el
juego político, los de Burkina Faso des-
empeñan un importante papel en la vi-
da institucional y económica. Así, fue-
ron los paros generales los que condu-
jeron a la caída de Maurice Yaméogo, el
“padre de la independencia” en 1966 y,
más adelante, la del presidente Abou-
bacar Sangoulé Lamizana en 1980. Más
allá de las convergencias ideológicas,
tanto el PCRV como los sindicatos –
apoyados en discursos marxistas-le-
ninistas estereotipados– se oponían a
Thomas Sankara (1983-1987), cuyo hu-
manismo revolucionario y democracia
integral, con matices de panafricanis-
mo, se orientaba tanto a los campesinos
como a los obreros. Estas organizacio-
nes consideraban que la revolución que
Edición 223 | enero 2018
lo llevó al poder fue un golpe de Estado
militar. En ese entonces, muchos sindi-
calistas acusados de “burgueses reac-
cionarios” fueron encarcelados, entre
ellos, el emblemático Soumane Touré.
Este conflicto parece haber contribui-
do al debilitamiento político de Tho-
mas Sankara previo al golpe de Estado
del 15 de octubre de 1987, perpetrado
por Compaoré (véase “El misterio de
Thomas Sankara”).
A fines de los años noventa, fueron
los sindicatos los que consiguieron al-
gunas reformas democráticas tras la
fuerte movilización provocada por el
asesinato del periodista de investiga-
ción Norbert Zongo (en la investigación
por su muerte, se libró una orden de de-
tención internacional contra el herma-
no del ex jefe de Estado, François Com-
paoré). Tras una serie de manifestacio-
nes, lograron sobre todo que el presi-
dente Compaoré restableciera la dis-
posición constitucional que limita a dos
el número de mandatos y que él mismo
había suprimido en 1997 (2). Las orga-
nizaciones de trabajadores burkineses,
que el sociólogo Charles Kabeya-Mua-
se describe como “partidos políticos
con derecho a huelga” (3), constituyen
entonces, más que en otros países de la
subregión, una fuerza que los gober-
nantes deben tener en cuenta.
Las “organizaciones hongo”
Sin embargo, en 2014, estas centrales
históricas, particularmente influyen-
tes en los sectores público y terciario, se
vieron desbordadas por un cúmulo de
movimientos que surgieron de un día
para el otro (de allí que se las denomine
“organizaciones hongo”) y cuyo único
punto en común era el deseo de poner
fin al clan Compaoré. El estatus de or-
ganizaciones de la sociedad civil, defi-
nido por la ley del 15 de diciembre de
1992, permite relevarlas: según las ci-
fras del Ministerio de Administración
Territorial, en 2014 se emitieron 1.800
constancias, contra 800 el año anterior.
Las organizaciones Balai Citoyen, Co-
llectif Antiréférendum (CAR), Mouve-
ment du 21 Mai (M21) e incluso Bras-
sard Noir son particularmente activas
en las ciudades y lograron movilizar a
los burkineses tanto en las calles como
en las redes sociales. No les llevó mucho
tiempo seducir a una juventud sedienta
de cambio preconizando la acción antes
que la reflexión y, en algunos casos, to-
mando a Sankara como inspiración.
Durante los primeros meses de 2014,
estas organizaciones se manifestaron en
todo el país contra el proyecto de refe-
réndum del presidente Compaoré para
modificar la Constitución y poder pre-
sentarse como candidato a la reelección.
Por las noches, en encuentros secretos,
los jóvenes militantes elaboraron planes
para quebrar el dispositivo de seguridad.
El 30 y 31 de octubre estaban en primera
fila. Las organizaciones tradicionales, por
su parte, eran “invisibles”, recuerda Guy-
Hervé Kam, uno de los portavoces de Ba-
lai Citoyen. Y añade que ese silencio era
“ensordecedor”. Se las acusó de complici-
dad e incluso surgieron sospechas de que
fueron compradas por el poder. Aunque
estas acusaciones se oyen con frecuencia
en el país, resultan muy difíciles de pro-
bar. No obstante, lo cierto es que, en 2014,
un grupo de sindicalistas aceptó integrar
el Senado que Compaoré quería crear con
intención de encapsular aun más el poder.
Profundas diferencias
¿Por qué se produjo esta fractura en la
“sociedad civil” burkinesa entre orga-
nizaciones históricas y “organizacio-

nes hongo”? Los investigadores Augus-
tin Loada y Mathieu Hilgers explican:
“Si bien el factor generacional está lejos
de ser una repuesta a todo, constituye
un punto central. Muchos responsables
de asociaciones influyentes y sindicatos
tienen más de sesenta años y, a pesar de
sus discursos ocasionalmente radica-
les, no creen que su función sea derro-
car el régimen […]. El poder envejece en
un país en el que más del 75% de la po-
blación en edad de votar tiene menos de
cincuenta años […]. Esta generación jo-
ven se está volviendo adulta en un siste-
ma político cerrado. La mayoría, que no
pertenece al clan del poder, siente que
no se la tiene en cuenta” (4).
Hervé Ouattara, un insurgente lo-
cuaz que pasó por varios movimientos
revolucionarios, responde a esta des-
cripción. A comienzos de 2014, con 34
años, fundó el Collectif Antiréféren-
dum (CAR). Esta organización está
estrechamente ligada al Movimiento
del Pueblo para el Progreso (MPP), de
quien sería el futuro presidente Roch
Marc Christian Kaboré. El CAR puso
a Uagadugú literalmente en llamas: se
constataron varios inicios de incendio
en edificios oficiales y en las residen-
cias de los caciques del régimen. Para
Ouattara, lo que explica la multiplica-
ción de las OCS y la desconfianza hacia
los sindicatos es “un conflicto genera-
cional”. Pero eso no sería todo: lo que
opone a “viejos” y “nuevos” son verda-
deras discrepancias estratégicas e ideo-
lógicas. Ouattara, efímero militante del
PCRV, está bien posicionado para ana-
lizar la estrategia de los responsables
sindicales de este movimiento: “Para
ellos la revolución tiene que pasar por
un trabajo con las clases trabajadoras.
Si no se respeta esa regla, entonces es
un golpe de Estado”.
A lo largo de todo 2014, Tollé Sagnon
(un militante sindical histórico, que
dirigió la CGT-B de 1988 a 2013) tuvo
que explicar una y otra vez que la lucha
contra la modificación de la Constitu-
ción no era una prioridad. “Luchamos
contra el liberalismo a ultranza. Aho-
ra bien, ¿cuál es la política de la oposi-
ción? ¡Ellos también son liberales! ¿De
qué serviría cambiar un liberal por otro
liberal? No queremos alternancia, que-
remos una alternativa”, afirmaba algu-
nos meses antes de la insurrección de
octubre. De hecho, en el plano econó-
mico, la política del presidente Roch
Marc Christian Kaboré, electo en di-
ciembre de 2015, no difiere mucho de
la de su predecesor. Aunque los discur-
sos ponen el acento en educación y sa-
lud, en los hechos, la prioridad siempre
la tienen los inversores extranjeros. In-
cluso algunos empresarios locales ad-
miten en privado que no salieron per-
diendo con el cambio.
En el discurso de Sagnon puede leer-
se cierto desprecio hacia estos jóvenes
que no se formaron en la buena escuela
–léase: la de Marx y Lenin– y que po-
nen en riesgo los planes del PCRV, or-
ganización que logró nuclear con pa-
ciencia sectores clave de la sociedad,
como el mundo docente. Hervé Ouatta-
ra, fundador del CAR, coincide: “Nos
menospreciaron, para ellos no éramos
más que grupúsculos reaccionarios o
burgueses. La insurrección los tomó
por sorpresa”. Inspirados en la expe-
riencia sankarista –que para el econo-
mista Ra-Sablga Ouedraogo constitu-
ye “el mínimo denominador común de
los insurgentes”– los jóvenes estima-
ban que nada podía ser peor que Com-
“El poder envejece
en un país en el
que más del 75%
de la población
en edad de votar
tiene menos de
cincuenta años.”
paoré, “un asno”, como les gustaba lla-
marlo. Si bien las OSC “hongo” se bur-
lan con frecuencia de la incapacidad de
los partidarios del PCRV para “cambiar
de programa” desde la caída del bloque
comunista, no por ello estos han dejado
de ser militantes influyentes en Burki-
na Faso. Guy-Hervé Kam, de Balai Cito-
yen, admite: “Su fuerza consiste en que
están anclados en el cuerpo docente.
Se apoyan en eso para atraerlos ya des-
de el nivel medio. Pero los jóvenes de
hoy quieren escuchar otros discursos
y Sankara les habla más directamente.
Nosotros no necesitamos leer a Marx
para saber qué es el desarrollo”.
Pináculo de la vida intelectual del
país, la Universidad de Uagadugú, que
recibió al presidente francés a fines de
noviembre, constituye el mejor esce-
nario de la fractura de la izquierda. En
2013, Serge Bayala, un miembro de Ba-
lai Citoyen, lanzó una curiosa iniciativa
junto con otros estudiantes sankaristas:
“El Marco, dos horas para nosotros, dos
horas para África”. La idea era propo-
ner todos los días de la semana dos ho-
ras (o más) de debate sobre un tema, en
el campus, para “concientizar a los es-
tudiantes” y permitirles “apropiarse de
los problemas que atañen al conjunto
de los africanos” mediante la difusión
de las ideas de Sankara. Durante 2013
y 2014, El Marco reunió entre ciento
cincuenta y seiscientas personas por
día. Sin embargo, la iniciativa no tardó
en toparse con los “dueños” del cam-
pus: los miembros de los sindicatos es-
tudiantiles, en particular la Asociación
Nacional de Estudiantes Burkineses
(ANEB). En Burkina Faso, este sindica-
to y la organización a la que está afilia-
do, la Unión General de Estudiantes de
Burkina (UGEB) son dos instituciones.
Ni la revolución sankarista ni el régi-
men de Compaoré lograron sofocarlas.
La UGEB adoptó la táctica y estrate-
gia del PCRV desde su nacimiento en
1981. Ha formado generaciones de mi-
litantes, que luego fueron cuadros en
partidos políticos, sindicatos y organi-
zaciones. Bayala explica: “Creamos El
Marco porque no nos reconocíamos en
el sindicalismo que explota la miseria
humana con fines políticos. ‘El Marco’
cuestionaba su autoridad. Empezaron
a desacreditarnos ante los estudiantes,
nos tildaban de estructuras poco serias.
Y cuando convocamos a salir a las ca-
lles, en octubre de 2014, se opusieron.
‘Mientras que los que hagan la revolu-
ción no sean verdaderos revoluciona-
rios, esta fracasará’, decían”.
Debilidades
En la ANEB el discurso casi no ha cam-
biado. Alexis Zabré, estudiante de sép-
timo año de Medicina, preside el sindi-
cato desde marzo de 2017. Para él está
claro que “la insurrección fue un fraca-
so” y que a las organizaciones como Ba-
lai Citoyen les faltó “madurez”. Como
prueba, menciona la situación de los es-
tudiantes, que no mejoró –“ni mucho
menos”– desde la caída de Compaoré
(quien desde entonces vive un exilio
dorado en Costa de Marfil): sobrepobla-
ción, falta de profesores, ayudas socia-
les insuficientes. Para Zabré, un verda-
dero cambio solo sería posible con “las
estructuras que construyeron la lucha
en el tiempo”. Por su parte, las “organi-
zaciones hongo”, divididas, en franca
hostilidad unas con otras, intentan dar-
se una nueva razón de ser. Algunas se
reagruparon: la coalición Dytaniè, or-
ganizada por Balai Citoyen, busca que
“triunfen la esencia y los ideales de la
insurrección popular”; la coalición Bo-
ri Bana, a la que adhiere el Colectif An-
tiréférendum, quiere “proponer solu-
ciones para los ámbitos de la salud, la
economía y la educación”; por su par-
te, la Red Dignidad desea “terminar con
el recreo” y separar las organizaciones
“virtuosas” de las otras…
“Blaise [Compaoré] cayó, así que te-
nemos que reinventarnos”, admite Her-
vé Ouattara, cuyo movimiento, el CAR,
conservó sus iniciales pero cambió de
nombre para transformarse en el movi-
miento Ciudadano Africano por el Re-
nacimiento. Ouattara se inscribe en el
panafricanismo y adoptó como nuevo
objetivo la lucha contra el franco CFA,
“una moneda colonial”. Sin embargo,
concede: “El CAR atrajo a mucha gente
antes de la insurrección, pero después
muchos de sus militantes se fueron”.
Al igual que otras ¨organizaciones
hongo”, su movimiento perdió credibi-
lidad durante el período de transición.
En los días que siguieron a la precipita-
da partida de Compaoré, algunas de las
nuevas organizaciones se acercaron al
Ejército. Es probable que, sin el apoyo
de estos movimientos, Isaac Yacouba
Zida, un oficial del Regimiento de Se-
guridad Presidencial, la guardia preto-
riana del presidente expulsado, nunca
hubiera sido catapultado a la cabeza de
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la transición. Las organizaciones tradi-
cionales pusieron el grito en el cielo y
denunciaron un “golpe de Estado mili-
tar”. “Cometieron ese error porque no
conocen nuestra historia. Reproduje-
ron lo sucedido en 1966 [los militares
tomaron el poder después de la caída
del presidente Yaméogo]. Los sindi-
catos sí aprendieron esa lección”, ex-
plica Chryzogome Zougmoré, presi-
dente del Movimiento Burkinés a fa-
vor de los Derechos del Hombre y de
los Pueblos (organización nacida en
1989). Saboreando la revancha, este
distinguido sexagenario agrega: “Las
OSC hongo se están desmoronando. Se
les dio una importancia que nunca tu-
vieron”. Aunque reconoce el papel que
desempeñaron en 2014, recalca que sin
el combate que vienen dando tanto los
sindicatos como su organización desde
la muerte de Norbert Zongo, en 1998,
nada habría sido posible: “2014 fue la
culminación de un largo proceso en el
que nosotros desempeñamos un papel
esencial. Preparamos el terreno para la
insurrección. Nuestra fuerza consiste
en nuestra representatividad en la to-
talidad del territorio. ¿Dónde están los
de Balai Citoyen, más allá de Uagadugú
y Bobo-Dioulasso?”.
En la Bolsa de Trabajo, el discurso es
el mismo, palabra por palabra. Ese lu-
gar, que en Uagadugú describen como
“Cuartel General del marxismo”, aúna
al conjunto de organizaciones sindica-
les de Burkina Faso. En 2016, fue remo-
delado a nuevo. Un “regalo” del nuevo
régimen. Reuniones y talleres se suce-
den uno tras otro, seis días a la sema-
na. Un sábado de septiembre de 2017,
los representantes de las seis centrales
sindicales del país (5) se saludaban con
un “camarada” en uno de los salones
de la planta baja. Estaban reunidos pa-
ra analizar los resultados de un estudio
sobre la tasa de sindicalización en Bur-
kina Faso, que la empresa auditora Fa-
so Conseil Développement realizó a pe-
dido de la CGT-B. Los resultados, aun-
que imperfectos porque los datos son
parciales, confirman su peso en el país.
De 530.701 trabajadores considerados
(156.231 empleados estatales y 369.470
del sector privado), casi la mitad (un
47%) están sindicados. Un porcentaje
“muy elevado” que no se encuentra en
otros países de África Occidental, según
la empresa auditora.
Sin embargo, el estudio presenta un
sesgo no menor: solo toma en cuenta a
los asalariados que aportan a la Caja de
Seguridad Social… y que sólo represen-
tan el 8% de los activos del país. El otro
92%, que en su mayoría trabaja en la eco-
nomía informal –campesinos que viven
de la agricultura de autoconsumo, bus-
cadores de oro que trabajan en las cerca
de trescientas minas de oro artesanales
del país e incluso vendedores ambulan-
tes, es decir, cerca de seis millones de
personas– siguen estando fuera del uni-
verso sindical. “En un momento, la po-
blación dejó de confiar en los sindicatos.
Terminó viéndolos como defensores d
20 | Edición 223 | enero 2018

d de los cien mil empleados públicos,
pero no de los otros diecisiete millones
de burkineses”, enfatiza Ouattara. No
difiere de lo que decía Sankara…
Fortalecimiento sindical
Con cerca de cien mil afiliados (ciento
sesenta mil si se incluye a los sindica-
tos autónomos asociados, que compar-
ten la misma orientación, es decir, “un
sindicalismo revolucionario de la lucha
de clases”), la CGT-B es la primera cen-
tral del país. Su secretario general, Bas-
solma Bazié, un cincuentón que, con un
francés distinguido, es capaz de citar a
Engels, Marx y Lenin en unos pocos mi-
nutos, se regocija con la desilusión de
las OSC hongo. “Después de la insurrec-
ción, algunos observadores dijeron que
el movimiento sindical estaba muerto.
Pero seguimos aquí. Hicimos una me-
jor lectura de la situación”, exclama. Si
bien reconoce la circunspección de los
sindicatos en 2014, recuerda que, por
el contrario, estuvieron en primera fila
cuando llegó el momento de resistir al
efímero golpe de Estado de los nostál-
gicos del régimen anterior, dirigido por
hostilidad para con los sindicatos. “En
los años noventa, los sindicatos formu-
laban reivindicaciones globales, incluso
relativas a las libertades públicas. Pero
hoy solo se escuchan reivindicaciones
corporativistas”, explica Ouedraogo.
En su opinión, la culpa es, sobre todo,
del PCRV, una organización que califica
como “reaccionaria”, “alejada de la rea-
lidad” y que considera funcional a los
intereses del poder, sean cuales fueren.
De hecho, a pesar de una clandestini-
dad cultivada con cuidado, los lazos en-
tre el PCRV y el Poder Ejecutivo nunca
se quebraron, ni con Compaoré, ni con
Kaboré. “Blaise [Compaoré] los domi-
naba. Se mantenía en contacto con ellos
y los sostenía financieramente cuando
estaban faltos de recursos”, explica un
hombre cercano al ex presidente. Mu-
chos de ellos acaban de ser nombrados
en puestos clave, como sucedió con Ha-
lidou Ouédraogo. En 2016, Kaboré puso
al ex presidente del Movimiento Burki- Reclamo de justicia por Thomas Sankara, Uagadugú, 4-12-15 (Joe Penney/Reuters)
nés a favor de los Derechos del Hombre
y de los Pueblos a la cabeza de la comi-
sión encargada de sentar las bases de A treinta años de su asesinato
una nueva Constitución.

el general Gilbert Diendéré a mediados
de septiembre de 2015. Al movimiento
espontáneo de 2014 le da el crédito de
“la liberación de la palabra”, “mayor in-
El misterio de
Sin embargo, al aceptar puestos du-
rante la transición o después de la elec-
ción del presidente Kaboré en 2015, va-
rios responsables de las nuevas organi-

dependencia de los poderes Judicial y
Legislativo” e incluso “algunos avances
sociales” como la integración de nume-
rosos contratados a la función pública
o la actual reforma del Código Laboral,
Thomas Sankara
zaciones quemaron sus alas. Cheriff Sy,
un periodista que participó de todas las
luchas contra Compaoré y que dirigió
la Asamblea Nacional durante la tran-
sición, hoy es un alto representante del

que debería darles más derechos a los
trabajadores… En cuanto al resto, “nada
cambió en realidad”. El país recuperó la
tasa de crecimiento económico que te-
nía antes de la insurrección (+6,2% en
2016, según el Fondo Monetario Inter-
nacional), pero esta sigue sin beneficiar
a la mayoría de los burkineses. El país se
mantiene en los últimos lugares del Ín-
dice de Desarrollo Humano (IDH) del
Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo (185 de 188).
La CGT-B y el resto de los sindica-
tos siguen mostrándose muy activos. En
2016 y 2017 los paros se multiplicaron:
el Tesoro, la policía, educación, salud,
e incluso los administradores civiles…
“Mientras que las organizaciones de la
sociedad civil experimentan un retroce-
so, incluso una suerte de letanía, los sin-
dicatos recobraron un papel preponde-
rante”, constata el Instituto Free Afrik,
un grupo de investigación y formación
que reivindica “la economía al servi-
cio de la libertad”. Mientras que entre
2008 y 2014 se realizaban entre cinco y
quince paros por año en la función pú-
blica, el año 2016 se registraron cerca de
cuarenta y otro tanto en 2017. Esta ola
de movilizaciones da cuenta del aumen-
to de reivindicaciones sectoriales, pero
también de “una concurrencia de plata-
formas corporativistas” (6).
Cooptados por el poder
Desde la caída del régimen de Compao-
ré, se observa un incremento del núme-
ro de sindicatos. De las cuarenta y dos
organizaciones autónomas registra-
das (independientes de las seis grandes
centrales), dos tercios vieron la luz des-
pués de 2014, en particular en la función
pública. Para Ra-Sablga Seydou Oue-
draogo, el director ejecutivo de Free
Afrik, lejos de tratarse de un avance de-
mocrático, se trataría de una “deriva”
(7). Este intelectual intransigente des-
empeñó un importante papel como con-
sejero durante la transición. Se trata de
un hombre atípico, que se siente cómo-
do tanto en los medios sankaristas co-
mo entre empresarios y que no oculta su
jefe de Estado, sin función precisa.
Varios miembros de Balai Citoyen
fueron convocados por las autorida-
des para echar los cimientos de un Me-
morial dedicado a Sankara. “Se puede
pensar que se trata de una manera de
distraerlos de la función de centinelas
de la democracia”, sugiere Abdoulaye
Ouedraogo, autor de una investigación
sobre la insurrección de 2014 (8). Según
un diplomático francés que compartió
un tiempo con ellos, “los líderes de Y’en
a marre [en Senegal] realmente tienen
una mirada política, mientras que los
de Balai Citoyen están más del lado del
agitprop”. Al contrario de sus “primos”
senegaleses, algunos miembros de Balai
Citoyen no supieron mantenerse a dis-
tancia del poder. g
1. Véase David Commeillas, “Coup de
Balai citoyen au Burkina Faso”, Le Monde
diplomatique, París, abril de 2015.
2. Mathieu Hilgers y Augustin Loada, “Tensions
et protestations dans un régime semi-
autoritaire: croissance des révoltes populaires
et maintien du pouvoir au Burkina Faso”,
Politique africaine, 2013/3, N° 131, París.
3. Charles Kabeya-Muase, Syndicalisme
et démocratie en Afrique noire. Le cas
du Burkina, Karthala, París, 1989.
4. Mathieu Hilgers y Augustin Loada, op. cit.
5. Las seis centrales son la Confederación General
del Trabajo de Burkina (CGT-B), la Confederación
Nacional de Trabajadores de Burkina Faso
(CNTB), la Confederación Sindical Burkinesa
(CSB), la Fuerza Obrera – Unión Nacional de
Sindicatos Libres (FO-UNS), la Organización
Nacional de Sindicatos Libres (ONSL) y la Unión
Sindical de Trabajadores de Burkina (USTB).
6. “Burkina Faso 2016/2017. S’éloigner du
précipice, engager le renouveau!”, Institut
Free Afrik, Uagadugú, enero de 2017.
7. Véase el prefacio de Ra-Sablga Ouedraogo
en Thomas Sankara, la liberté contre
le destin, Syllepse, París, 2017.
8. Abdoulaye Ouedraogo y Sylvie Capitant,
“Burkina Faso: mobilisations sociales
pour une insurrection inachevée”, État des
résistances dans le Sud, Afrique, Cetri, 2016.
*Periodista.
Traducción: Georgina Fraser
¿
Se sabrá algún día la verdad
acerca del asesinato de Tho-
mas Sankara, ocurrido el 15
de octubre de 1987? Después
de la caída de Blaise Compaoré, en
octubre de 2014, se levantó el manto
de plomo que pesaba sobre este do-
loroso hecho de la historia del país.
Poco a poco los testigos, que temían
por su vida, aceptaron hablar. Es el
caso de Alouna Traoré (1), único so-
breviviente de la masacre en la que
Sankara y doce de sus colaboradores
fueron acribillados.
En 2015, el gobierno de transición
autorizó a la justicia a tomar el caso.
El juez del tribunal militar encarga-
do de la instrucción, François Yameo-
go, acusó a diecisiete personas, entre
las que se encuentran Compaoré y su
jefe de Estado Mayor particular, Gil-
bert Diendéré. El proceso, que genera
gran expectativa en Burkina Faso, po-
dría tener lugar en 2018.
Si bien se conocen los nombres de
los seis miembros del comando que
actuó ese día, aún no se sabe quién
dio la orden. Las hipótesis, numero-
sas y con frecuencia contradictorias,
van desde un simple “abuso” poli-
cial durante un arresto que terminó
mal a un complot internacional di-
rigido desde París, Abiyán e inclu-
so Trípoli. La hipótesis del complot,
que es la que sostienen los allegados
de Sankara, está en el centro de la in-
vestigación judicial. En abril de 2016,
el juez transmitió a Francia un pedi-
do de comisión rogatoria que permi-
tiría levantar el “secreto de defensa”
para algunos archivos de ese país.
Tras meses de silencio, el 28 de no-
viembre, en Uagadugú, el presidente
francés, Emmanuel Macron, terminó
prometiendo la “desclasificación” de
todos los documentos franceses.
Desde que tomó el poder en agosto
de 1983, Thomas Sankara, el revolu-
cionario de boina roja y verbo franco,
se había ganado numerosos enemi-
gos en el interior y en el exterior del
país. “Enojaba a mucha gente, tanto
por sus discursos, por lo general vi-
rulentos, contra el imperialismo y sus
lacayos en el continente como tam-
bién por sus actos”, recuerda uno de
sus colaboradores, Fidèle Kientega.
Sankara logró seducir a la juventud,
en particular la de los Estados veci-
nos, regidos por figuras de Francáfri-
ca (Félix Houphouët-Boigny en Cos-
ta de Marfil, Gnassingbé Eyadema
en Togo), al denunciar la corrupción
de las élites africanas, combatir el
neocolonialismo y arremeter contra
la deuda externa. Poniendo en prác-
tica sus ideas, rechazando cualquier
privilegio y demostrando que su país,
a pesar de ser uno de los más pobres
del mundo, estaba en condiciones de
hacerse cargo de su propio desarrollo
y decir “no” a los prestamistas, aun-
que eso pudiera entorpecer los hábi-
tos de sus propios partidarios, era la
prueba viviente de que había otra for-
ma de dirigir un país africano.
Treinta años más tarde, Sankara
representa más que nunca un modelo
para la juventud. Sus discursos sobre
el desafío ecológico, el lugar de la mu-
jer, el escándalo de la deuda e incluso
la necesidad de ayudar a los más po-
bres se convirtieron en clásicos en los
ambientes militantes (2). En la actua-
lidad se lo ha erigido en el panteón de
los grandes líderes africanos, junto a
Nelson Mandela, Patrice Lumumba y
Kwame Nkrumah, no solo en Burkina
Faso, donde su recuerdo desempeñó
un importante papel en la insurrec-
ción de 2014, sino también en Sene-
gal, Togo o Ghana. Haya o no juicio,
esa batalla ya está ganada. g
1. Véase el webdoc “Qui a fait tuer
Sankara?”, en el sitio de Radio France
Internationale, www.webdoc.rfi.fr
2. Véase la antología de discursos Thomas
Sankara parle. La révolution au Burkina
1983-1987, Pathfinder, Montreal, 2007.
R.C.
Dossier
René Magritte, Le domaine enchanté (VIII), 1953 (Gentileza Christie´s)

Un mundo en
reconfiguración
Al modificar la posición de Estados Unidos en cuestiones
fundamentales, el gobierno de Trump está convulsionan-
do los equilibrios geopolíticos. Su nacionalismo conser-
vador basado en la primacía de la fuerza redefine el mapa
de alianzas, como en el caso de Alemania, distanciada
de sus aliados estratégicos. Y abre peligrosos interrogan-
tes, al no medir las consecuencias de decisiones como el
reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel.

Trump: el fin del segundo consenso diplomático estadounidense,
por Olivier Zajec 22 | Jerusalén, un reconocimiento ilegal por Charles
Enderlin 26 | Cincuenta años de impunidad, por Akram Belkaid 27 |
Alemania, atenazada por el conservadurismo, por Pierre Rimbert 28
22 | Edición 223 | enero 2018

Dossier
Un mundo en
reconfiguración

René Magritte, Le domaine enchanté (II), 1953, (fragmento, gentileza Christie’s)

La administración Trump modificó la posición de Estados Unidos en muchos

temas fundamentales: acuerdos comerciales, clima, confrontación con Corea del
Norte e Irán. Sin embargo, esta ruptura con el pasado inmediato preserva lazos de
continuidad con escuelas históricas de la diplomacia estadounidense.
El fin del segundo consenso diplomático estadounidense

Los inspiradores de la
política exterior de Trump
por Olivier Zajec*

E
l 6 de noviembre de 2017, en un pe-
queño artículo iracundo de The New
York Times titulado “El aniversario
del Apocalipsis”, la editorialista Mi-
chelle Goldberg evocó estupefacta
el primer año de la administración
Trump. Una “pesadilla”, decía, durante la cual “lo
impensable se volvió cotidiano” (1). A juzgar por la
letanía de los reproches que hoy se le dirigen al mul-
timillonario por el conjunto del espectro de los espe-
cialistas y por la decisión de “BosNyWash” (Boston-
Nueva York-Washington), Goldberg no parece ser
la única en experimentar un sentimiento de despo-
sesión en cuanto a la evolución que conoce Estados
Unidos desde la investidura de su 45º presidente.
La grieta entre la administración actual y las elites
tradicionales estadounidenses se ahonda en el esce-
nario interior. Electrizado por las declaraciones y ca-
prichos de Donald Trump, así como por las condenas
de adversarios cada vez más exasperados, el presente
parece cada vez más una trifulca cultural permanente,
donde conservadores, populistas y progresistas, em-
bargados por el odio, no se ahorran ningún golpe bajo,
ante los ojos espantados de los socios internacionales
de Washington y de sus competidores. Ese pandemo-
nio ¿se debe totalmente al nuevo presidente? “Sólo se
presta a los ricos” dice el adagio, pero en este caso tal
vez sería falso. La deriva maniquea del debate esta-
dounidense en realidad es anterior a la presidencia de
Trump. Y lejos de ser la causa de la extrema polariza-
ción actual, el inquilino de la Casa Blanca no encarna
sino su consecuencia más visible.
Una nueva época
Por lo tanto, no es en la escena política interna donde
hay que buscar la verdadera ruptura infligida por ese
abordaje a la vez ladino, veleidoso, brutal, obstinado,
desconcertante y narcicista que es el “trumpismo”:
con mucha mayor claridad tiene consecuencias en el
campo de las relaciones internacionales. Hasta ahora,
la práctica exterior estadounidense estaba marcada
por un relativo consenso en términos de principios,
de valores y de grandes orientaciones estratégicas.
Zbigniew Brzezinski, ex consejero de la presidencia
Carter y uno de los arquitectos del esquema de domi-
nación del mundo “libre” antes y después de la Gue-
rra Fría, explicaba ese consenso definiendo el papel
de Estados Unidos como el de un soberano interesa-
do pero benévolo: “Dotado de una extraordinaria om-
nipresencia mundial, Estados Unidos está en todo su
derecho de aprovechar un nivel de seguridad superior
al del resto de los países […]. La empresa –agregaba,
sin embargo– aumentará sus posibilidades de éxito
si el resto del mundo admite que la gran estrategia de
Estados Unidos apunta a instaurar una comunidad
mundial de intereses compartidos” (2).
Pero Trump, para quien el mundo es un caos (“a
mess”) y el hombre “el más malvado de todos los ani-
males” (3), no parece lejos de pensar que Brzezins-
ki, fallecido el 26 de mayo pasado, era en el fondo el

oráculo sobrevaluado de una época pasada. El New
World Order (nuevo orden mundial) ¿no sería ya el
“New World” Order (orden del Nuevo Mundo)? El
presidente de Estados Unidos no lo lamentaría de-
masiado mientras se cumplan algunas de las pro-
mesas hechas a su base electoral: que Estados Uni-
dos sobrepase claramente a sus competidores en el
plano militar y que salga ganador de los acuerdos
(“deals”) bilaterales en los que se comprometerá en
el porvenir. Por lo tanto, no cree que el interés esta-
dounidense descanse en alianzas de seguridad mu-
tuamente benéficas en Asia del Pacífico, en Europa
y en Medio Oriente. Anula el Acuerdo Transpacífico.
Desmantela el Tratado de Libre Comercio de Amé-
rica del Norte. Cuestiona el Tratado de Libre Comer-
cio con Corea del Sur. Se interroga –una lítote– sobre
la utilidad de la Organización del Tratado del Atlán-
tico Norte (OTAN) denunciando el comportamiento
de “pasajero clandestino” de la mayoría de sus tri-
butarios europeos, y ante todo de Alemania (véase el
artículo de Pierre Rimbert, p. 28).
Conmocionados por ese incesante torbellino de
cuestionamientos sistémicos, los pilares del muro de
contención de la “gran estrategia” nacida de los arre-
glos entre potencias posteriores a la Segunda Guerra
Mundial parecen –a primera vista– vacilar. Los pro-
fesionales de la diplomacia estadounidense asisten
a esas perturbaciones sin poder reaccionar. Dos ter-
cios de los puestos del Departamento de Estado si-
guen sin ser cubiertos por la administración, ya que
el presidente considera que son “totalmente inúti-
les” (4). A este desdén, los especialistas de la políti-
ca exterior oponen su cordial desprecio, declarando
que el presidente no tiene ninguna visión, ningún es-
quema rector, ninguna estrategia. Desde ese punto
de vista, Trump da muestras de subestimar las capa-
cidades de reunión… en su contra: resulta impactan-
te que sus detractores se recluten tanto entre los ins-
titucionalistas liberales del Partido Demócrata como
entre los republicanos herederos del neoconserva-
durismo de la era Bush. “El verdadero problema con
los planes de política exterior de Trump es que qui-
zá no tenga ninguno”, se preocupa el liberal David
Ignatius en The Washington Post (5). De hecho, la
cuestión es esencial. ¿Pensó Trump en el retorno es-
tadounidense a cierto egoísmo diplomático, indigno
de la misión moral de Estados Unidos? ¿O realmente
navega sin brújula, por instinto?
Visiones externas cambiantes
El primer problema de los comentadores actuales
de la política exterior estadounidense es que ellos
suponen su estabilidad, que hoy estaría puesta en
peligro por la administración Trump. De esto da fe
Robert Zoellick, ex presidente del Banco Mundial,
secretario de Estado adjunto y managing director
(director general) de Goldman Sachs, para quien
“la política exterior de Trump representa una rup-
tura respecto de aquella de los presidentes tanto
demócratas como republicanos, desde Harry Tru-
man [presidente de 1945 a 1953]”. Presidentes que,
sabiamente, siempre habrían considerado el inte-
rés nacional y el internacionalismo como las dos ca-
ras de una misma moneda (6).
Hay algo de verdadero y algo de falso en este jui-
cio, y aquí habría que distinguir el plano de la ideo-
logía (la “visión”), de aquel de la práctica (las “po-
líticas”). Desde el punto de vista instrumental de la
práctica, el dogma de una estabilidad bipartidaria
es un mito. Donald Trump se inscribe (con torpeza
y brutalidad) en uno de los ciclos cortos de la oscila-
ción táctica perpetua entre “maximalismo” y “reti-
ro” que escande, desde hace largo tiempo, la diplo-
macia estadounidense (7). No es el primero en ha-
cerlo. Dwight Eisenhower puso fin al activismo de
la primera Guerra Fría. John Kennedy, con cierta
dosis de irresponsabilidad, volvió a lanzar ese acti-
vismo en 1961. A partir de 1969, Richard Nixon en-
carnó un retiro reticente y lleno de paradojas (plan-
teó la distensión en China, lanzó la cruzada antico-
munista en América Latina). Ronald Reagan era un
maximalista reivindicado que fustigaba el período
de retiro del que, a su juicio, era culpable la admi-
nistración Carter. Barack Obama, con su concepto
de “nation-building at home”, estableció una ruptu-
ra con el activismo maximalista de los años Clinton
y Bush, menos opuestos en el plano externo de lo
que se ha dicho. Trump se inscribe en el ritmo de
esos ciclos políticos cambiantes.
A estas prácticas coyunturales de naturaleza tác-
tica hay que sumarles un segundo plano interpreta-
tivo, el de la “gran estrategia”. O más exactamente
el de la “visión”. En la materia, si bien Estados Uni-
dos no tiene más que una Biblia, dispone de varios
breviarios. El de los “ejemplaristas” como Thomas
Jefferson (presidente de 1801 a 1809) y más tar-
de James Carter (1977-1981), que deseaban que la
“Ciudad sobre la colina” (8) fuera un ejemplo pa-
ra el mundo. El de los aislacionistas, como Warren
Harding (1921-1923) o su predecesor John Quincy
Adams (1797-1801), que se negaban a “ir al extran-
jero a buscar y destruir monstruos” (9). El brevia-
rio de los adeptos al equilibrio de las potencias, co-
mo Nixon. El de los imperialistas, entre los cuales
Theodore Roosevelt (1901-1909)  fue el mejor ejem-
plo (10). O el de los internacionalistas, ya sean me-
siánicos como Woodrow Wilson o pragmáticos co-
mo Obama (11). A primera vista, la difracción de es-
tas perspectivas es por otra parte tal que, para ver
más claro, la teoría de las relaciones internaciona-
les agrupa por “familias” simplificadas las visiones
externas de los Estados Unidos de América.
La más famosa es la de Walter Russell Mead, que
divide la política exterior estadounidense en cua-
tro tendencias arquetípicas, cada una vinculada con
el pensamiento de figuras políticas sobresalientes: la
de Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro
norteamericano (1789-1795), “realista” y determinada
por las posturas comerciales (12), y la de los presiden-
tes Thomas Jefferson (1801-1809), interesado en los
ideales democráticos; Woodrow Wilson (1913-1921),
defensor de los principios morales, y Andrew Jackson
(1829-1837), nacionalista y militarista (13).
Hoy se ha convenido colocar la visión de Trump
en el casillero del jacksonismo, que ofrecería una de
las claves de su práctica tanto interior como exterior.
Al tomar posesión de la Casa Blanca, por otra parte,
se apuró en colgar el retrato de Jackson en el Des-
pacho Oval y, menos de dos meses después de ha-
ber prestado juramento, se dirigió en peregrinaje
a la propiedad histórica del séptimo presidente, en
Nashville. Algunos se ofuscan de ese padrinazgo in-
tempestivo, denunciando en Jackson a un propietario
de esclavos, pero también al responsable de la “Pista
de las lágrimas”, que le costó la vida a varios miles de
indios choctaws, obligados a abandonar sus tierras
durante las expulsiones brutales de 1831. Trump, po-
pulista en el interior del país y nacionalista en el exte-
rior, prefiere ver en su predecesor a un héroe popular
de la lucha contra la elite política corrupta de la Cos-
ta Este, y al líder de los trabajadores de la clase media
que hicieron “grande” a Estados Unidos, y a quienes él
les promete que lo volverá a ser.
Ese padrinazgo jacksoniano ¿basta para aclarar
la originalidad del trumpismo? Probablemente no,
porque el jacksonismo, más político que filosófico,
depende antes de la práctica que de la visión. En
otros términos, aunque su estilo abrasivo y grose-
ro probablemente lo disimule, el actual presiden-
te, jacksoniano o no, en la práctica sigue respetando
la línea de conducta habitual de un Estados Unidos
que no conoce amigos sino simples partners, accio-
nistas minoritarios de estructuras de apoyo político
y militar offshore cuyo accionista principal debe se-
guir siendo Washington, siempre atento a la renta-
bilidad de la inversión que puede retirar de las par-
ticipaciones con que cuenta.
La auténtica ruptura de Trump
Si existe una ruptura Trump en materia de relacio-
nes internacionales, justamente se ubica no en el
plano del estilo o de la práctica política (elección
de las alianzas, designación de los adversarios, in-
fluencia que se ejerce sobre las estructuras interna-
cionales de arbitraje), sino mucho más en el plano
de la visión. Trump no desea ya exportar la demo-
cracia. En The Washington Post, Anne Applebaum
denuncia “la sombría promesa de Trump de un re-
torno a un pasado mítico” (14), en otros términos la
traición herética del orden liberal occidental. Una
opinión compartida por numerosos comentadores,
de David Frum –antiguo redactor de discursos pa-
ra George W. Bush– a Donald Tusk –presidente del
Consejo Europeo–, que ve en Trump una “amenaza
existencial” para la Europa atlantista. Sintetizan-
do los argumentos de la acusación, el comentador
neoconservador Charles Krauthammer pronun-
cia la sentencia: “Un mundo libre marcado por la
| 23
apertura del comercio y la defensa mutua era la vi-
sión del presidente Truman, compartida por cada
uno de nuestros presidentes desde entonces. Hasta
hoy” (15). Antítesis del excepcionalismo estadouni-
dense, el sátrapa de Mar a Lago (16) sería el coágu-
lo inesperado que amenaza de embolia un proyec-
to moral establecido hace más de doscientos años
en la forma de una “nación universal, que persigue
objetivos universalmente válidos”, para retomar el
juicio de Jefferson, uno de sus Padres Fundadores.
¡Ay! En ese plano de la “visión” también es nece-
sario matizar. El actual locatario de la Casa Blanca
traiciona los ideales estadounidenses. Pero ¿cuáles?
En su forma liberal-inter-
vencionista, esos ideales
Para 2018, el nunca fueron más que un
momento del paradigma
presupuesto del externo norteamericano,
tal como lo deja vislum-
Pentágono fue brar un repaso a la histo-
ria. De la presidencia de
aumentado en George Washington a la
100 mil millones de William McKinley, es
decir, de 1789 a 1901, efec-
respecto del último tivamente existió un pri-
mer consenso diplomáti-
año del mandato de co norteamericano, muy
diferente de aquel que
Obama. describen Applebaum o
Krauthammer. Esencial-
mente aislacionista, la
política exterior de Washington se limitaba enton-
ces a dominar el continente norteamericano, a ha-
cer fructificar su comercio y a evitar comprometer-
se en alianzas coercitivas. Pero no fue sino hasta que
alcanzó el primer lugar económico mundial, en los
albores del siglo xx, cuando Estados Unidos convir-
tió su prosperidad en potencia, proyectándose polí-
ticamente a escala global, fenómeno cuyo puntapié
inicial lo dio la “espléndida pequeña guerra” de 1898
en el Caribe (17), en detrimento de España.
Precisamente de ese surgimiento de una potencia
data el puntapié inicial de un “segundo consenso”.
Dos orientaciones estructuran esa nueva fase que ve
pasar el excepcionalismo moral estadounidense de
la introversión a la extroversión: el factor nacional
por un lado, el factor moral por el otro. El primero
es simbolizado por la presidencia de Theodore Roo-
sevelt (1901-1909), el segundo por la de Woodrow
Wilson. Generalmente se admite oponer estos dos
símbolos. Progresista en política interior, Roosevelt
fue un intervencionista convencido en materia ex-
terior: la política exterior de ese war lover resultó
ser a menudo belicista e imperialista (18). Woodrow
Wilson, en cambio, es considerado como el proto-
tipo del idealista en el plano diplomático: en 1917,
si bien entró en guerra contra Alemania, lo hizo en
nombre del derecho y de una alta concepción de la
superioridad moral estadounidense. Sin embargo,
oponer la Realpolitik de Roosevelt “el guerrero” al
impulso idealista de Wilson “el sacerdote” no pa-
rece pertinente (19). Da fe de ello, entre otros ejem-
plos, la manera en que Albert Beveridge, senador y
consejero cercano a Roosevelt, definía la misión de
Estados Unidos en un discurso en el Senado, el 9 de
enero de 1900, titulado “Para defender el imperia-
lismo estadounidense”: “Dios hizo de nosotros los
maestros organizadores para establecer un siste-
ma en un mundo donde reina el caos. Nos insufló el
espíritu del progreso para derrocar a las fuerzas de
la reacción en toda la Tierra. Hizo de nosotros los
adeptos del gobierno que debemos administrar so-
bre los pueblos salvajes y seniles. Sin esta fuerza el
mundo volvería a hundirse en la noche y la barbarie”
(20). Este discurso tiene más que ver con el idealis-
mo universalista que con la Realpolitik. Del mismo
modo, pero en sentido inverso, el politólogo Stanley
Hoffmann señaló la ambivalencia del idealismo wil-
soniano: “Wilson es una figura ejemplar porque su
noble ideal de una moral no maquiaveliana para el
hombre de Estado concluyó en tragedia, y a la vez
porque, como defensor de los intereses de su nación,
a menudo se condujo como un perfecto maquiave-
liano” (21).
Todo esto sugiere que hablar de “wilsonismo con
botas” para calificar el neoconservadurismo esta-
dounidense carece de exactitud: el hombre de los
Catorce Puntos para poner fin a la Primera Guerra
Mundial, nunca dejó de defender firmemente los d
24 |
d intereses de su nación. El wilsonismo siempre tuvo
botas, como lo muestran las intervenciones en Mé-
xico (1914, 1916), en República Dominicana (1916-
1924) o en Panamá (1918-1921). En este sentido, el par
Roosevelt-Wilson es por lo tanto una alegoría, no de
la dualidad, sino en verdad de la unicidad de la polí-
tica exterior norteamericana. El factor que cada uno
representa puede prevalecer en ocasiones (el reflejo
nacional es prioritario en Roosevelt, el moral domina
en Wilson), pero ambos jamás se separan. No hay nin-
guna oposición entre esos dos aspectos, sino una con-
vergencia de fondo a la vez “excepcionalista”, inter-
vencionista y, más o menos discretamente, imperial.
Esta convergencia, interiorizada por la elite es-
tadounidense, forma la base del segundo consenso,
compartido tanto por los republicanos como por los
demócratas, que poco a poco reemplazó al primer
“consenso aislacionista” (Stephen Krasner). Desde
comienzos del siglo xx hasta nuestros días, la uni-
dad fundamental de esta visión de conjunto no es
puesta en entredicho por los bandazos políticos co-
yunturales de las diferentes administraciones entre
maximalismo y retiro. Esta coherencia de la visión
radica en que la matriz filosófica y espiritual de la Re-
pública estadounidense contenía en germen, desde
1776, tanto el imperialismo rooseveltiano, el mora-
lismo wilsoniano, el realismo de seguridad nacional
de Truman, como la diplomacia de los Derechos del
Hombre de William Clinton. Esta plasticidad fun-
dadora permitió que la visión del segundo consen-
so, síntesis entre prosperidad comercial, potencia
global y misión moral, fuera armoniosamente eje-
cutada, más allá de las oposiciones intelectuales que
los “realistas” y los “idealistas” estadounidenses so-
breactuaron a veces en el plano teórico.
Probablemente, es a esa unanimidad del segun-
do consenso a la que hay que confrontar el fenóme-
no Trump para tratar de medir el alcance real de
la ruptura que eventualmente podría representar.
Comprometido tanto con la prosperidad comercial
como con la potencia global de su país, en efecto és-
te es el primero en negarse a alabar excesivamente
el tercer aspecto del tríptico, el de la misión moral.
Abjurando de ese punto del dogma,
pues, vuelve no exactamente al aisla-
Dossier cionismo singular del período de en-
treguerras, al que su eslogan “Ameri-
Un mundo en ca first” aparentemente podría vincu-
reconfiguración larse, sino más exactamente al distan-
ciamiento diplomático que, de Wash-
ington a McKinley, y bajo la égida de
la Doctrina Monroe de 1823, precedió
al surgimiento de la potencia roose-
veltiana-wilsoniana de los años 1890-1920, consti-
tutivo del segundo consenso. Algunos elementos
permiten pensar que Trump es consciente de ese
estatuto de heresiarca. “A partir de este día –escri-
be como prefacio del discurso inaugural de su pre-
sidencia–, la política de este país jamás será la mis-
ma”. Palabras de refundación que tal vez sería im-
prudente reducir a la habladuría a la que está acos-
tumbrado el personaje.
Consejero de seguridad nacional de Trump, el ge-
neral McMaster prestó su pluma a una explicación
escrita en The Wall Street Journal el 1º de junio de
2017, previniendo que el presidente al que servía te-
nía “la visión clarividente de que el mundo no es una
‘comunidad global’, sino una arena donde las nacio-
nes, los actores no gubernamentales y los actores
económicos se comprometen y combaten por venta-
jas. A esta arena aportamos una fuerza militar, polí-
tica, económica, cultural y moral incomparable. Más
que negar esa naturaleza elemental de las relaciones
internacionales, la asumimos” (22).
Este texto tuvo el efecto de una bomba en el am-
biente diplomático estadounidense. En él la fuerza
militar es evocada en primer lugar, la fuerza moral
en el último, lo que es apenas inesperado bajo la plu-
ma de un lector asiduo de Tucídides como lo es H.
R. McMaster (23). Por cierto, no avanzaremos mu-
cho sospechando que Trump, por su parte, no leyó
La historia de la guerra del Peloponeso. El caso es que
actúa como si conociera la totalidad del famoso diá-
logo donde los talasócratas atenienses dan una du-
ra lección a los habitantes de Melos, que intentan
no pagarles tributo: “Por nuestra parte, no emplea-
remos bellas frases; no sostendremos que nuestra
dominación es justa […]. ¡Nos burlamos de esos lar-
gos discursos que sólo despiertan desconfianza! […]
Nosotros lo sabemos y ustedes lo saben tanto como
nosotros: la justicia no es tenida en cuenta en el ra-
zonamiento de los hombres a menos que las fuer-
zas sean iguales de ambas partes; en caso contrario,
los fuertes ejercen su poder y los débiles deben ce-
der” (24). Para 2018, el presupuesto del Pentágono,
de 692 mil millones de dólares, fue aumentado por
Donald Trump en 100 mil millones respecto del úl-
timo año del mandato de Barack Obama. Aclaremos
que en esta ocasión el pedido presidencial inicial fue
considerablemente reforzado por los legisladores
tanto republicanos como demócratas: en ese plano,
el “jacksonismo” (su aspecto militarista por lo me-
nos) va mucho más allá de la persona y de los apoyos
directos del huésped de la Casa Blanca únicamente.
Espíritu transaccional
Otros responsables estadounidenses, antes y después
del actual presidente, habían expresado su negativa
a hacer de la política exterior una ideología mesiáni-
ca, y su voluntad de confinarla a un conjunto de re-
laciones de fuerzas interesadas, de inversiones pro-
gramadas y de tomas de participación rescindibles.
“The chief business of the American people is business”
(El negocio principal del pueblo estadounidense es
el negocio): tanto como de Jackson, en el plano de la
praxis diplomática Trump procede de esa consigna
proclamada en 1925 por Calvin Coolidge, trigésimo
presidente de Estados Unidos. Desde ese punto de
vista, no son las revistas de política exterior las que
hay que recorrer para acercarse al enigma Trump
sino –tal vez– revistas como Forbes. Ese periódico,
que representa la quintaesencia de esa obsesión por
el “éxito”, la fuerza y el dinero que marca una parte
de la cultura estadounidense, entrevistó largamente
a Trump en noviembre de 2017. No hay un desprecio
disfrazado en el tratamiento del artículo, ni hostili-
dad, ni alabanzas. Sino la simple curiosidad técnica
de hacedores de dinero intrigados por el recorrido de
uno de los suyos que no se diferencia de sus semejan-
tes sino por una dosis un poco más marcada de vulga-
ridad, de brutalidad, de incultura y, en este sentido,
por una forma paradójica de honestidad.
Esta comunidad de designios permite que Forbes
proponga una lectura distanciada y amoral por una
vez más profunda que la de The New York Times:
“Heredar las claves del gobierno estadounidense es
comparable al hecho de reemplazar a los dirigentes
de General Electric o de Microsoft –confirman plá-
cidamente los autores–. Hay que asumir una parte
de continuidad, honrar los compromisos preceden-
tes y administrar la compañía/el país tan bien como
sea posible, al tiempo que se gira en dirección a nue-
vas prioridades o políticas. El espíritu transaccional
de Trump, sin embargo, no considera las cosas de
esta manera (del mismo modo que muchos de sus
apoyos electorales, que ante todo esperan cambios
radicales). Si bien considera que las políticas prece-
dentes surgen de malos acuerdos (‘bad deals’), sim-
plemente no ve ninguna razón para honrarlos, así
fuera a costa de la reputación de Estados Unidos o
de la percepción de que existe una estabilidad de la
política estadounidense” (25).
A la espera de que la historia se encargue de juzgar
esta presidencia barroca y difícilmente descifrable,
el problema fundamental probablemente no sea que
Trump reduzca la política exterior de su país a una
serie de deals. Todos sus predecesores actuaban del
mismo modo, bajo una envoltura más cortés y más
educada. Tampoco que el actual presidente anun-
cie una cosa (la revisión pragmática de las relacio-
nes con Rusia) y haga otra (prolongar la tensión ru-
so-estadounidense). Ni tampoco que haya decidido
hacer de la imprevisibilidad un fin diplomático en sí
mismo, tal como Nikki Haley, la representante esta-
dounidense en la ONU, lo teoriza con seguridad (26).
En cuanto a su obsesión por Andrew Jackson, cierta-
mente es singular, pero probablemente se trate, como
vimos, de un punto de vista explicativo parcial.
El verdadero problema de Trump parece ser más
bien la limitación natural de su talento personal,
que a todas luces él sobrevalora. Tal vez, en efecto,
su espíritu transaccional le permite juzgar con acui-
dad el contenido de los acuerdos que firma o rene-
gocia. Pero la ausencia de fineza interaccional de la
que se enorgullece parece impedirle juzgar simultá-
neamente acerca del contexto más general de esos
mismos acuerdos, y por la misma razón de sus con-
secuencias a largo plazo. Esta hemiplejía, que podía
Edición 223 | enero 2018
ser considerada como una simple hipótesis estos úl-
timos meses, adquiere hoy la apariencia de una pro-
babilidad. Anunciada el 6 de diciembre de 2017, la
transferencia de la embajada estadounidense a Je-
rusalén constituye una inquietante ilustración. No
un simple error, sino en verdad una falta colosal que
alinea sin ninguna contrapartida a Washington con
las posiciones del Likud, y que le quita toda legiti-
midad a Estados Unidos como garante de un pro-
ceso de paz equitativo. Aquí no hubo ni sabiduría
interaccional ni tampoco maestría transaccional.
Trump no “negoció” nada: dejó todo a su protegido,
sin contrapartida aparente.
Si este tipo de deriva se sistematiza, el hecho –sin
embargo esencial– de saber si Donald Trump pensó
o no conscientemente en un retorno al primer con-
senso estadounidense corre el riesgo de volverse ac-
cesorio. Que una visión nueva tal vez lo inspire es una
cosa. Que posea la aptitud para encarnarla es otra. La
urgencia es más bien medir la capacidad real del pre-
sidente estadounidense para hacer acuerdos equili-
brados que no acarreen una reacción en cadena irre-
parable en las relaciones internacionales. En La gra-
vedad y la gracia, Simone Weil observa que “el equi-
librio solo destruye, anula la fuerza”. De esto infiere
que “el orden social no puede ser más que un equili-
brio de fuerzas”. Así ocurre con las relaciones inter-
nacionales. Al negar esta lógica que atempera el equi-
librio, el cuadragésimo quinto presidente de Estados
Unidos no traiciona tanto el idealismo estadouniden-
se –teñido de excepcionalismo moralizador y que a
menudo extravió a la diplomacia de ese país– como
al realismo político, el que no separa la defensa de los
intereses nacionales de la facultad de considerar los
intereses de los otros en el momento de negociar. Esa
gravedad satisfecha tendrá un costo. g
1. Michelle Goldberg, “Anniversary of the
Apocalypse”, The New York Times, 6-11-17.
2. Zbigniew Brzezinski, Le vrai choix. L’Amérique et le
reste du monde, París, Odile Jacob, 2004, p. 305.
3. Gail Sheehy, “The insurmountable trust deficit”, Newsweek, 27-9-17.
4. “Inside Trump’s Head: An Exclusive Interview With the President,
And The Single Theory That Explains Everything”, Forbes, 14-11-17.
5. David Ignatius, “The real problem with Trump’s foreign policy
plans? He may not have any”, The Washington Post, 10-10-17.
6. Robert B. Zoellick, “The Peril of Trump’s Populist
Foreign Policy”, The Wall Street Journal, 29-11-17.
7. Stephen Sestanovich, Maximalist: America in
the World From Truman to Obama, 2014.
8. N. del T.: Referencia a los puritanos del Mayflower.
9. Discurso del 4 de julio de 1821.
10. Véase Joseph Joffe, “America self-contained”, The
American Interest, Vol. IX, N° 5, mayo-junio 2014, p. 7.
11. La expresión es de G. John Ikenberry.
12. Contrariamente a las tres figuras siguientes, cuyas fechas de
presidencia damos, Hamilton nunca ocupó el cargo supremo.
13. Walter Russell Mead, Sous le signe de la providence: comment la
diplomatie américaine a changé le monde [2001], Odile Jacob, París, 2003.
14. Anne Applebaum, “Trump’s dark promise to return
to a mythical past”, The Washington Post, 20-1-17.
15. Charles Krauthammer, “Trump’s foreign policy
revolution”, The Washington Post, 26-1-17.
16. N. del T.: Un inmueble declarado sitio histórico nacional que
queda en Palm Beach y que en la década del 20 fue concebido
como lugar de descanso invernal de los presidentes de Estados
Unidos. En 1985 fue comprado por Donald Trump.
17. N. del T.: La guerra hispano-cubano-norteamericana.
18. Evan Thomas, The War Lovers. Roosevelt, Lodge, Hearst and the
Rush to Empire, 1898, Nueva York, Boston, Londres, Back Bay Books,
2010. Véase también: H. K. Beale, Theodore Roosevelt and the Rise of
America to World Power, The Johns Hopkins Press, Baltimore, 1956.
19. John Milton Cooper, Jr., The Warrior and the Priest, Woodrow
Wilson and Theodore Roosevelt, Cambridge MC and London,
England, The Belknap Press of Harvard University Press, 1983.
20. Senator Albert J. Beveridge, Senate of the United States,
January 9, 1900, Congressional Record, vol. 33, Parte 1, p. 704.
21. Stanley Hoffmann, Une morale pour les monstres
froids. Pour une éthique des relations internationales,
Éditions du Seuil, París, 1982, pp. 34-35.
22. H. R. McMaster y Gary D. Cohn, “America First Doesn’t
Mean America Alone”, The Wall Street Journal, 1-6-17.
23. Nathan Hodge, Julian E. Barnes, “The Cold War Pits a U.S. General
Against His Longtime Russian Nemesis”, The Wall Street Journal, 16-6-17.
24. Tucídides, Histoire de la Guerre du Péloponnèse, V, 84-116. [Historia
de la guerra del Peloponeso, varias ediciones en castellano.]
25. “Inside Trump’s Head”, Forbes, 14-11-17, art. cit.
26. Colum Lynch, “Nikki Haley and Trump’s Doctrine
of Diplomatic Chaos”, Foreign Policy, 28-6-17.
*Profesor titular de Ciencias Políticas, Universidad Jean-Moulin - Lyon-III.
Traducción: Víctor Goldstein
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Para toda la familia

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26 |
Dossier
Un mundo en
reconfiguración
René Magritte, Le domaine enchanté (III), 1953, (fragmento, gentileza Christie’s)
En contra del consenso internacional sobre el Estatuto de
Jerusalén, Ciudad Santa para judíos, cristianos y musulma-
nes, el presidente de EE.UU. condujo a su país al aislamien-
to. Una gran mayoría de la Asamblea General de la ONU
denunció una decisión que obstaculiza la paz en la región.
Un reconocimiento ilegal
Jerusalén, el error
fundamental
por Charles Enderlin*
E
l 24 de octubre de 1995, el Congreso
estadounidense aprobó por amplia
mayoría un texto en el que se decidía
el traslado de la Embajada de Esta-
dos Unidos en Israel de Tel Aviv a Je-
rusalén, a más tardar el 31 de mayo de 1999. Aun-
que dicho traslado figuraba entre sus promesas
electorales durante la campaña de 1992, el pre-
sidente William Clinton se negó a firmar la “Je-
rusalem Embassy Act”, a pesar de su entrada en
vigor el 8 de noviembre de 1995. Sus sucesores
George W. Bush y Barack Obama hicieron lo mis-
mo, considerando también que Estados Unidos
debía esperar la resolución del conflicto pales-
tino-israelí y atenerse al consenso internacional
sobre el Estatuto de Jerusalén.
Para evitar ratificar esta ley, los presidentes
estadounidenses firmaban cada semestre su
suspensión provisoria, tal como lo hizo Donald
Trump en junio de 2017. Al decidir el 6 de di-
ciembre pasado reconocer la ciudad como capital
de Israel, el nuevo presidente puso fin a este en-
foque ambiguo, sobre todo, poniéndose en contra
de la Resolución 476 del Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas que, el 30 de junio de 1980,
declaraba nulas y carentes de valor todas las me-
didas adoptadas por Israel “que han alterado el
carácter geográfico, demográfico e histórico de
la Ciudad Santa”. Un mes más tarde, la Knéset,
el Parlamento israelí, aprobaba una “ley básica”
que declaraba la ciudad “entera y unificada, capi-
tal de Israel”. El 20 de agosto siguiente, el Conse-
jo de Seguridad reaccionaba aprobando la Reso-
lución 478 (1) que instaba a los Estados miem-
bros a retirar sus representaciones diplomáticas
de Jerusalén. Desde entonces, con unas pocas
excepciones –Costa Rica y El Salvador conserva-
ron allí una embajada hasta comienzos de 2000–,
sólo existen en Jerusalén algunos consulados, es-
tando las embajadas ubicadas en Tel Aviv.
Asimetría intrínseca
En Israel, la iniciativa de Donald Trump fue reci-
bida con júbilo por la gente (2) y con euforia por
el poder. Pocos fueron los comentaristas que se-
ñalaron que la Casa Blanca se abstenía de resol-
ver la cuestión de una soberanía plena y exclusi-
va de Israel sobre Jerusalén precisando que sus
límites concretos deberían definirse en el marco
de las negociaciones sobre el estatuto final de la
ciudad. A lo que se suma el hecho de que, en el
proyecto de construcción y adquisición del terre-
no sobre el cual podría construirse, la Embajada
de Estados Unidos lejos está de ser trasladada a
Jerusalén. En varias oportunidades, el secretario
de Estado estadounidense Rex Tillerson señaló
Edición 223 | enero 2018
que dicho traslado recién podría producirse den-
tro de dos o tres años. En otras palabras, una vez
que finalice el mandato de Donald Trump...
Sin embargo, para la dirigencia palestina, se
trata de una ruptura de la legitimidad internacio-
nal. Se trata también de un nuevo fracaso de la es-
trategia de la Organización para la Liberación de
Palestina (OLP) frente a Israel, cuyas causas son
múltiples. Algunas se remontan a los comienzos
del proceso de Oslo. El 29 de julio de 1993, en ple-
nas negociaciones secretas en Halversbole, No-
ruega, Joel Singer, el asesor legal israelí escribía
en su informe enviado al primer ministro Itzhak
Rabin y su ministro de Relaciones Exteriores
Shimon Peres en Jerusalén: “La OLP quiere pos-
tergar la transferencia de los poderes civiles has-
ta el retiro de Tzahal de Gaza y Jericó. Según nos
explicaron, estos poderes debían transferirse a la
dirección de la OLP-Túnez, durante su llegada a
Gaza, y no a los palestinos del interior” (3). En
ese entonces, la dirección de la OLP se encontra-
ba en Túnez y quería mantener el control de las
negociaciones y limitar la influencia de las per-
sonalidades políticas que vivían en los territorios
ocupados. Consecuencia de esta rivalidad, la au-
sencia en el seno del equipo de negociadores de
dirigentes del interior, que conocían mejor que
nadie la situación en el terreno, se hizo sentir
desde el comienzo de las negociaciones.
Durante las negociaciones sobre la autonomía
de Gaza y Jericó, a mediados de octubre de 1993,
en Egipto, en Taba, en el este del Sinaí, pudimos
observar la frustración de Jalil Tufakji, el cartó-
grafo palestino de Jerusalén Este, que no estaba
autorizado a ingresar en la sala de negociaciones.
Los dirigentes provenientes de Túnez cometían
un error tras otro, se equivocaban en el trazado
del límite territorial de Jericó... La diferencia de
logística de los equipos israelí y palestino era evi-
dente. Unos disponían de computadoras portá-
tiles de última generación, montones de CD con
las simulaciones preparadas por juristas destaca-
dos. Los otros tomaban apuntes en anotadores de
papel. La OLP recién recurriría más tarde a juris-
tas internacionales más profesionales. Los pales-
tinos no lograron superar esta asimetría intrín-
seca en esta negociación entre una organización
para la liberación y un Estado.
El equipo de Faisal Husseini (1940-2001), el
muy popular jefe de los palestinos del interior, no
dejó de advertir sobre el desarrollo de las colo-
nias israelíes en los territorios ocupados. Pero, en
ninguno de los acuerdos firmados por la OLP, se
estipula expresamente la suspensión de la colo-
nización, considerada sin embargo ilegal según
el derecho internacional y numerosas resolu-
ciones del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas, la última de las cuales (2.334) data de di-
ciembre de 2016.
Los palestinos consideran que dos textos fir-
mados con Israel prohíben la colonización. La
declaración de principios de septiembre de 1993
establece en su artículo IV: “Ambas partes consi-
deran Cisjordania y la Franja de Gaza como una
unidad territorial única, cuya integridad será
preservada durante el período de transición”. El
Acuerdo Provisional para la Autonomía (a veces
llamado Oslo 2) de septiembre de 1995 (Artículo
31-7) señala luego: “Ninguna de las dos partes to-
mará la iniciativa ni adoptará medidas que mo-
difiquen el estatuto de Cisjordania y la Franja
de Gaza a la espera del resultado de las negocia-
ciones sobre el estatuto permanente”.
Todos los gobiernos israelíes rechazaron estos
argumentos palestinos. En 1996, personas cerca-
nas al jefe de la OLP, Yasser Arafat, nos respondían
al respecto: “Eso no tiene importancia. De todas
maneras, tendremos nuestro Estado en 1999 y las
colonias ¡ya no estarán allí!”. En mayo de 2001, le
hicimos la pregunta al presidente de la Autoridad
Palestina: “El número de colonos en Cisjordania
aumenta mes a mes... ¿Qué piensa al respecto?”. Su
respuesta fue lapidaria: “¡Se irán! ¡Se irán!”.
Arafat pensaba poder resolver el proble-
ma mediante un acuerdo. Un intercambio de
territorio entre Israel y Palestina para permitir
la instalación de colonos del corazón de Cisjor-
dania en bloques de asentamientos situados en la
Línea Verde, la frontera nacida con el acuerdo de

armisticio israelo-jordano del 3 de abril de 1949.
Tras el fracaso de las últimas negociaciones de
Taba, en enero de 2001, ambas partes entrega-
ron a Miguel Moratinos, el emisario europeo, un
listado de sus acuerdos y desacuerdos (4): “La
parte israelí declaró que no tenía necesidad de
mantener los asentamientos en el valle del Jor-
dán por motivos de seguridad, tal como lo refle-
jaban los mapas propuestos. Los mapas israelíes
se basaban en una concepción demográfica de
los asentamientos que incorporaban al 80% de
los colonos. La parte israelí trazó un mapa que
representaba la anexión del 6% de los territo-
rios palestinos. [...] El mapa palestino preveía la
anexión por parte de Israel del 3,1% de Cisjor-
dania, en el marco de un intercambio de territo-
rios”. Una diferencia de apenas el 2,9%...
Pero en Jerusalén el bloqueo no fue superado.
Las partes reconocían haber celebrado acuerdos
parciales respecto de los nuevos barrios israelíes
en el sector oriental, mostrándose los palestinos
dispuestos a aceptar la soberanía israelí sobre el
barrio judío de la Ciudad Vieja, una parte del bar-
rio armenio y el Muro Occidental (o Muro de los
Lamentos), cuya extensión debía delimitarse. Sin
embargo, fue imposible celebrar un acuerdo sobre
la Explanada de las Mezquitas o Haram al Sharif
(“El Noble Santuario”), lugar santo para los musul-
manes donde se encuentran la Cúpula de la Roca y
la Mezquita de Al Aqsa (lugar desde el cual el Pro-
feta Mahoma habría emprendido su viaje nocturno
celestial). Para los judíos, allí se erigía el Templo de
Jerusalén, el lugar más santo del judaísmo.
El sueño de Arafat
Tarde en la noche, un día de marzo de 2002, al
término de una larga entrevista con Yasser Ara-
fat, discretamente, y haciéndonos guardar el se-
creto, una persona cercana al presidente pales-
tino nos confiaba: “Ustedes saben... El sueño de
Abu Amar [el nombre de guerra del presidente
palestino] es proclamar la independencia de Pa-
lestina desde Haram al Sharif. Diría: ‘No existe
ninguna razón para que un palestino decida vol-
ver a Israel y se convierta en israelí. Los palesti-
nos vendrán con nosotros, ¡a construir [nuestro]
Estado!’”. En suma, Jerusalén Este como capital
a cambio de un renunciamiento al derecho de los
refugiados a regresar a su región de origen.
El 10 de diciembre de 2000, al día siguiente
de una sesión de negociaciones secretas en el
hotel David Intercontinental, en Tel Aviv, Yas-
ser Abed Rabbo, el negociador palestino, nos re-
velaba frente a la cámara: “Esta vez, pienso que
realmente quieren celebrar un acuerdo, quizás
por temor a un triunfo de la derecha en las próxi-
mas elecciones. Deberíamos poder celebrarlo en
dos o tres semanas. Por primera vez, los israelíes
aceptaron el principio de la soberanía palestina
sobre Haram al Sharif ”. Por la tarde, Gilead Sher,
negociador y jefe de gabinete del primer minis-
tro laborista Ehud Barak, ponía las cosas en claro:
“No entiendo cómo los palestinos pudieron creer
que estábamos dispuestos a renunciar a la sobe-
ranía sobre el Monte del Templo”. Shlomo Ben
Ami, ministro de Relaciones Exteriores israelí,
no estaba autorizado a hacer esta concesión fun-
damental, y, en todas las negociaciones que si-
guieron, los palestinos esperaron –en vano– que
fuera repetida por la delegación israelí (5).
La cumbre de Camp David en julio de 2000,
destinada a lograr un acuerdo de paz definitivo
entre israelíes y palestinos, había fracasado res-
pecto de la cuestión del lugar santo. Para la diri-
gencia israelí, no era cuestión de aceptar la so-
beranía palestina sobre la Explanada de las Mez-
quitas. Ehud Barak había sido categórico: “No co-
nozco ningún jefe de Gobierno que aceptaría fir-
mar el traspaso de la soberanía sobre el Primer y
el Segundo Templo [la Explanada de las Mezqui-
tas], que es la base del sionismo. [...] La soberanía
palestina sobre la Ciudad Vieja sería tan dura [de
soportar] como un duelo. Pero, sin una separa-
ción de los palestinos, sin el fin del conflicto, nos
hundiremos en la tragedia” (6).
En agosto de 2003, Yasser Arafat autorizó a
varios de sus principales asesores, dirigidos por
Yasser Abed Rabbo, a negociar con una delega-
ción de la oposición de la izquierda israelí presi-
dida por Yossi Beilin y Amnon Lipkin-Shahak, ex
jefe del Estado Mayor. Lograrían un acuerdo en
diciembre del mismo año, “La Iniciativa de Gine-
bra”, que se basó en el principio del “trade off”
(trueque) rechazado por Israel. Los palestinos
renunciarían al derecho a regresar y recibirían
a cambio la soberanía sobre el Haram al Sharif,
Monte del Templo. Ariel Sharon, el primer mi-
nistro, calificó de “traidores” a los signatarios is-
raelíes. Arafat, por su parte, felicitó a los negocia-
dores de un texto sin aplicación práctica.
Elegido a la cabeza de la Autoridad Autóno-
ma y de la OLP, tras el fallecimiento de Arafat,
en noviembre de 2004, Mahmud Abbas sólo pue-
de gestionar el statu quo. Reorganizó su policía
y sus servicios de seguridad destruidos durante
el aniquilamiento de la Segunda Intifada, resta-
bleció la coordinación securitaria con el ejército
y el Shin Beth, el servicio de seguridad israelí, y
obtuvo algunos logros diplomáticos, entre ellos,
la admisión como Estado en la Unesco en 2011.
Al año siguiente, la Asamblea General de la ONU
otorgaba a Palestina el estatuto de Estado obser-
vador no miembro.
La ley de la mayoría
Israel cambió profundamente a lo largo de los
años. Mahmud Abbas se enfrenta a uno de los
gobiernos más de derecha de la historia del país,
donde los elementos religiosos y mesiánicos mar-
can el tono. En el plano interno, la dirigencia is-
raelí encabezada por Benjamin Netanyahu consi-
dera la democracia como la ley de la mayoría con
protecciones mínimas para las minorías. Preten-
de definir a Israel como un Estado judío y demo-
crático –en ese orden– donde sólo los judíos ten-
drían plenos derechos. En marzo de 2016, el 79%
de los judíos israelíes consultados en el marco de
una encuesta estaban a favor de un “tratamiento
preferencial para los judíos”. Es decir, una forma
de discriminación hacia los “no judíos” (7).
La perspectiva de una solución con dos Es-
tados no es más que una ilusión. La ocupación
de Cisjordania se perpetúa con alrededor de
400.000 israelíes que viven hoy en las colonias
situadas en el 60% de Cisjordania, anexadas de
hecho. Sin contar los 200.000 que viven en los
nuevos barrios judíos de Jerusalén Este. Cifras
que pueden compararse con el hecho de que só-
lo 151.200 israelíes vivían en las colonias en Cis-
jordania y Gaza en 1996. La izquierda, las ONG
israelíes, que se atreven a criticar y combatir la
ocupación, suelen ser calificadas de antipatrióti-
cas e incluso de traidoras por el poder. Se votaron
leyes para restringir sus actividades (8).
Todo esto llevó a decir a Matti Steinberg, ex
principal analista del Shin Beth (9), el servicio de
seguridad interior israelí: “El statu quo es inesta-
ble, pero avanza en una dirección que lleva inexo-
rablemente a las partes hacia las arenas movedizas
de una realidad binacional donde Israel, domina-
dor, trataría de imponer su voluntad a los pales-
tinos hacinados en enclaves territoriales” (10). g
1. Por 14 votos a favor y la abstención de Estados Unidos.
2. Según una encuesta publicada el 14 de diciembre de
2017 por The Jerusalem Post, el 77% de los judíos israelíes
consultados consideraban a la administración de Donald
Trump como proisraelí. Durante el primer año de la
administración Obama, sólo representaban el 4%.
3. Charles Enderlin, Paix ou guerres, Fayard, París, 2004.
4. Charles Enderlin, Le Rêve brisé, Fayard, París, 2002. Este
texto redactado por Yossi Beilin, ministro de Justicia israelí,
y Abu Alla, principal negociador palestino, fue rechazado
por Gilead Sher, representante personal del primer ministro
Ehud Barak, de quien también fue jefe de Gabinete.
5. Charles Enderlin, Le Rêve brisé, op. cit.
6. Ibidem.
7. Aluf Benn, “The End of the Old Israel”,
Foreign Affairs, julio de 2016.
8. Charles Enderlin, “Israël à l’heure de l’Inquisition”,
Le Monde diplomatique, París, marzo de 2016.
9. Matti Steinberg fue profesor en las Universidades de Princeton,
Heidelberg y en la Universidad Hebraica de Jerusalén.
10. Entrevista concedida al autor, Jerusalén, 12-12-17.
*Periodista. Autor, entre otras obras, de Au nom du
temple. Israël et l’irrésistible ascension du messianisme
juif (1967-2013), Seuil, París, 2013.
Traducción: Gustavo Recalde
| 27
El derecho ignorado
Cincuenta
años de
impunidad
Desde 1967, las resoluciones
de la ONU sobre Jerusalén
han sido sistemáticamente
ignoradas por Israel.
por Akram Belkaïd*
E
l 4 de julio de 1967, la Asamblea Ge-
neral de las Naciones Unidas aprobó
una Resolución (2.253) que invalida-
ba “las medidas tomadas por Israel
para modificar el Estatuto de la ciu-
dad de Jerusalén”. El 14 de julio, reiteró esta pos-
tura con la Resolución 2.254. Por su parte, el Con-
sejo de Seguridad se pronunciaría en varias opor-
tunidades sobre este tema. El 21 de mayo de 1968,
la Resolución 252 “considera que todas las medi-
das de carácter legislativo y administrativo toma-
das por Israel, incluso la expropiación de tierras
y bienes, que tienden a modificar el estatuto jurí-
dico de Jerusalén son nulas y no pueden modifi-
car ese estatuto”. Una posición reiterada por las
Resoluciones 267 (3 de julio de 1969), 271 (15 de
septiembre de 1969) y 298 (25 de septiembre de
1971). El 1° de marzo de 1989, la Resolución 465
“determina que todas las medidas adoptadas por
Israel para modificar el carácter físico, la com-
posición demográfica, la estructura institucional
o el estatuto de los territorios palestinos y otros
territorios árabes ocupados desde 1967, incluso
Jerusalén, o cualquier parte de los mismos, care-
cen totalmente de validez jurídica y que la polí-
tica y las prácticas de Israel de asentar a grupos
de su población y a nuevos inmigrantes en esos
territorios constituyen una violación manifies-
ta del Convenio de Ginebra [del 12 de agosto de
1949] relativo a la protección de personas civiles
en tiempos de guerra [...]”.
El 30 de junio de 1980, el Consejo de Seguridad
reafirmó en su Resolución 476 “la necesidad im-
periosa de poner fin a la prolongada ocupación
de los territorios árabes ocupados por Israel des-
de 1967, incluso Jerusalén” y consideró que “to-
das las medidas que han alterado el carácter geo-
gráfico, demográfico e histórico y el estatuto de
la Ciudad Santa de Jerusalén son nulas y carentes
de valor [...]”. El 20 de agosto de 1980, la Resolu-
ción 478 “decide no reconocer la ‘ley básica’ y las
demás medidas de Israel que, como resultado de
esta ley, tengan por objeto alterar el carácter y el
Estatuto de Jerusalén, y hace un llamamiento [...]
a los Estados que hayan establecido representa-
ciones diplomáticas en Jerusalén, para que reti-
ren tales representaciones de la Ciudad Santa”.
Finalmente, el 23 de diciembre de 2016, el
Consejo de Seguridad “reafirma que el estableci-
miento de asentamientos por parte de Israel en el
territorio palestino ocupado desde 1967, incluida
Jerusalén Este, no tiene validez legal y constitu-
ye una flagrante violación del derecho interna-
cional y un obstáculo importante para el logro de
la solución biestatal y la instauración de una paz
general, justa y duradera”. g
*Periodista.
28 |
Dossier
Un mundo en
reconfiguración
De ambos lados del Atlántico, el auge de dirigentes conservadores y
nacionalistas pone a la defensiva a los partidarios del proyecto europeo
y las sociedades abiertas. Alemania se aleja así de sus principales aliados
estratégicos: Estados Unidos y Europa Central. ¿El fin de la era liberal?
Entre Estados Unidos y Europa Central
Alemania atenazada por el
nacional-conservadurismo
E
por Pierre Rimbert*
n el país de la estabilidad, hay un ám-
bito considerado aun más refractario
al cambio que el culto por la moneda
fuerte y el amor por las cuentas equi-
libradas: la política exterior, que tradi-
cionalmente descansó en la construc-
ción europea y el vínculo transatlántico. Sin embargo,
desde hace tres años el mapa de las potencias aliadas
de Berlín sufre una transformación inédita a medida
que la lista de los amigos satisfechos se achica y crece
la de los socios descontentos. Las relaciones con el pre-
sidente estadounidense Donald Trump oscilan entre
lo deprimente y lo repudiable; los lazos con Turquía
rozaron el punto de ruptura; con los países de Europa
Central se distienden. En 2015, la “terapia de choque”
que la Unión Europea infligió al pueblo griego por ins-
tigación de Alemania daba a los países latinos un estre-
mecedor anticipo del destino prometido a los refracta-
rios a la austeridad. La cereza del postre: el voto de los
británicos en favor del Brexit, en junio de 2016, privó a
la canciller Angela Merkel de un apoyo librecambista
en el seno de los cenáculos europeos.
Al expresarse la potencia alemana ante todo en tér-
minos comerciales, es bajo ese prisma que esta mes-
colanza adquiere una forma coherente. Por ejemplo:
algunos de los aliados económicos vitales de Berlín se
René Magritte, Le domaine enchanté (VII), 1953 (fragmento, gentileza Christie´s)
posicionan de ahora en más como sus adversarios po-
líticos, ideológicos y culturales. Estados Unidos, pri-
mer cliente de la industria renana, cuestiona cada vez
más abiertamente el mercantilismo y las decisiones
de su socia. Primeros proveedores de mano de obra
subcontratada para la industria alemana y, por ende,
arquitectos desconocidos de su éxito, los países de
Europa Central y Oriental se rebelan contra las impo-
siciones de su vecino, especialmente en materia mi-
gratoria. “La situación amenaza con reavivar una vieja
pesadilla alemana: el miedo de ser una gran potencia
aislada en el centro de Europa”, señala Gideon Rach-
man (Financial Times, 7-3-17).
Pero, esta vez la “cuestión alemana” se plantea a la
inversa. Por un lado, Merkel, a quien la prensa consa-
gra como “adalid del mundo libre” porque “defiende
el librecambio, el multilateralismo, la inmigración”,
levanta bien alto el estandarte de un neoliberalismo
que se apoya en las clases cultas; secundada ahora en
esta tarea por Emmanuel Macron. Por el otro lado, un
puñado de dirigentes de mano dura calificados por los
alarmados analistas como “eje iliberal” (1) –Trump en
Estados Unidos, Viktor Orban en Hungría, Jarosław
Kaczyński en Polonia, Andrej Babiš en República
Checa– preconizan un capitalismo autoritario de ba-
se popular que mezcla sentido de los negocios y con-
Edición 223 | enero 2018
servadurismo cultural, soberanismo y desprecio por el
juego político tradicional. Ideológicamente opuestas,
esas dos ramas de la familia capitalista no dejan de es-
tar unidas por los lazos sagrados del mercado. Cuanto
más pontifica Alemania, directamente o por interme-
dio de la Comisión Europea, sobre el respeto del Esta-
do de Derecho y de las libertades democráticas, más
enfurece a los países clientes y proveedores de los que
depende su prosperidad y más se distancian estos últi-
mos de un socio que consideran arrogante. Ahora bien,
como señala sin malicia un economista del Centro de
Estudios Orientales de Varsovia, “Alemania necesita
aliados en la Unión que prediquen un modelo de libre
mercado fundado en la disciplina presupuestaria, con-
tra la visión más estatista de Francia, pero también de
Grecia y Portugal, gobernados por la izquierda” (2).
Guerra comercial, guerra cultural
Signo de los tiempos, fueron necesarias las extrava-
gancias mediáticas de Trump para poner de relieve
el desajuste de las relaciones germano-estadouni-
denses que hasta ese entonces había pasado des-
apercibido. En marzo de 2016, el candidato a la pri-
maria republicana que hizo campaña prometiendo
un muro anti inmigrantes y menos librecomercio
erigió en antimodelo la acogida de refugiados en Eu-

ropa: “Lo que Merkel le hizo a Alemania es una ver-
güenza, una triste vergüenza”. Tan pronto como fue
electo, amenazó con instaurar un derecho de aduana
del 35% a los BMW fabricados en México. “¿Cuán-
tos Chevrolets se ven en Alemania? No muchos, ca-
si ninguno”, mientras que “si pasamos por la Quinta
Avenida, vemos que todo el mundo tiene un Merce-
des estacionado frente a su casa”, observaba, antes
de concluir: “Los alemanes son malos, muy malos”.
A la lista de desacuerdos, Trump agregó el tema
del financiamiento de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN), una institución que él
había juzgado “obsoleta” y cuyas reglas de asistencia
militar mutua no se corresponden mucho con el le-
ma “Estados Unidos primero”: “Tenemos un déficit
comercial MASIVO [en mayúsculas en su tuit] con
Alemania, además ellos pagan MUCHO MENOS de
lo que deberían por la OTAN y la defensa. Muy malo
para Estados Unidos. Eso va a cambiar” (3). Alema-
nia, beneficiaria del paraguas nuclear estadouniden-
se, sólo dedica a la defensa el 1,2% de la riqueza nacio-
nal anual que produce en lugar del 2% recomendado
por la Alianza a partir de la Cumbre de Riga en 2006.
Después de una visita glacial a la Casa Blanca en
marzo de 2017 y una cumbre internacional en Italia en
la que Donald Trump reafirmó su hostilidad respecto
del Acuerdo de París sobre el clima, la canciller puso
en tela de juicio la fiabilidad del aliado estadouniden-
se. “La época en la que podíamos apoyarnos por com-
pleto en los otros está en parte terminada. Por eso es
por lo que no puedo sino decirlo: nosotros, los euro-
peos, realmente tenemos que tomar nuestro destino
en nuestras propias manos”, explicaba Merkel el 28 de
mayo de 2017 en un discurso de campaña en un puesto
de cerveza bávaro. Un mes más tarde, advertía contra
las fuerzas del proteccionismo y el aislacionismo (dis-
curso del 29 de junio de 2017). Un poco como los círcu-
los liberales estadounidenses se definen culturalmen-
te por su oposición al presidente y a las fuerzas que
éste representa, para los partidos centrales alemanes
el anti-trumpismo se convierte en un argumento elec-
toral tanto como un marcador social que señala implí-
citamente: “Estamos muy por encima de eso”. “El go-
bierno estadounidense acaba de declarar una guerra
cultural”, se indignaba el candidato social demócrata
Martin Schulz quien incitaba a sus compatriotas a “re-
coger el guante con confianza” (4).
En junio de 2017, una encuesta indicaba que ape-
nas uno de cada cinco alemanes consideraba a Esta-
dos Unidos como un “socio digno de fe”, una propor-
ción que se redujo tres veces a partir de la elección de
Trump. Este último recibía la confianza del 11% de las
personas interrogadas, frente al… 25% para el presi-
dente ruso Vladimir Putin (5). Las consecuencias de
este declive transatlántico se leen hasta en el mani-
fiesto de campaña de la coalición entre la Unión De-
mócrata Cristiana (CDU) y la Unión Social Cristiana
(CSU) para las elecciones de septiembre pasado. “Es-
tados Unidos es el mejor amigo y socio de Alemania”,
explicaba el folleto publicado en 2013; “nuestro prin-
cipal socio extra europeo”, atenuaba el documento
que se publicó cuatro años después.
Del puente aéreo de Berlín en 1948-1949 a la ve-
neración por Barack Obama pasando por la visita de
Kennedy en 1963, la solidez del vínculo germano-es-
tadounidense es tan proverbial que su desintegración
pareció incumbir exclusivamente al frenesí de Trump.
Pero, además de la política migratoria y el librecomer-
cio que el presidente estadounidense atacó al sacar a
Estados Unidos del Tratado Transpacífico y del Pacto
Mundial sobre Migración, los intereses de ambos paí-
ses difieren en varios aspectos, independientemen-
te del locatario de la Casa Blanca, y en algunos casos
de larga data. Si bien el primer incidente notable se
remonta al rechazo alemán a enviar tropas a Irak en
2003, la revelación –surgida diez años más tarde, du-
rante la presidencia de Obama– del espionaje por par-
te de los servicios estadounidenses al teléfono celular
de la canciller, había provocado un violento impacto.
Desde la elección de Trump, los temas de disgusto
se diversificaron. La nueva ola de sanciones estadouni-
denses que inició el Senado a mediados de junio de
2017 contra Rusia y las empresas que comercian con
ella afecta de rebote a Alemania y Austria, importan-
tes socios comerciales de Moscú, involucrados con los
rusos en la construcción del gasoducto Nord Stream
II. El 15 de junio, Berlín y Viena denunciaron en un co-
municado conjunto “la amenaza de sanciones extra-
territoriales contrarias al derecho internacional”, que
“deteriora de forma inédita la calidad de las relaciones
estadounidense-europeas”. Por último, el abando-
no por parte de Estados Unidos del Acuerdo de París
sobre la reducción de los gases de efecto invernadero
perjudica a la industria alemana, que contaba con ex-
portar al otro lado del Atlántico sus tecnologías deno-
minadas verdes –ese gesto, explicó santurronamente
Thilo Brodtmann, el presidente de la Federación de
constructores de máquinas, “no solamente es irres-
ponsable para el medio ambiente, sino también para la
economía mundial” (Le Monde, 10-6-17)–.
Por un efecto de interferencia bien conocido, las
extravagancias del presidente estadounidense eclip-
saron lo bien fundado de su crítica al mercantilismo
alemán. Sus recuentos automovilísticos en las calles
de Nueva York reflejan una realidad estadística: en-
tre 2009 y 2015, los excedentes comerciales alema-
nes (exportaciones menos importaciones) respec-
to de Estados Unidos pasaron de 28.000 millones a
más de 75.000 millones de dólares (6). Sólo en 2016,
las empresas renanas vendieron bienes por 114.000
millones de dólares a Estados Unidos, su principal
cliente, que por sí solo absorbe el 10% de sus expor-
taciones. El superávit de la balanza comercial ale-
mana, superior incluso al de China, representaba el
8,7% del Producto Interno Bruto de la República Fe-
deral en 2016, una cifra tan descomunal que hizo que
el semanario librecambista The Economist titulara
en tapa: “El problema alemán. Por qué su excedente
arruina la economía mundial” (8 de julio de 2017).
Ya en octubre de 2009, y luego nuevamente en 2013,
la administración estadounidense de Obama había
denunciado un desequilibrio nocivo para la reacti-
vación económica de los demás países (7).
Para Washington, Berlín libraría una guerra co-
mercial asimétrica no sólo al no importar suficientes
Chevrolets sino también al beneficiarse de la mone-
da única europea para exportar sus Mercedes, “un
Deutsche Mark de hecho, ampliamente subvaluado”
en relación con la vitalidad de su economía. Formula-
da a fines de enero de 2017 por el consejero comercial
de la Casa Blanca, Peter Navarro (8), la crítica recibió
la unción del propio Wolfgang Schäuble. “La tasa de
cambio del euro es, estrictamente hablando, muy ba-
ja para la posición competitiva de la economía alema-
na”, reconoció el ex ministro de Finanzas (9).
Ciertamente, las multinacionales alemanas no se
contentan con cubrir de automóviles los bulevares
neoyorquinos: invierten en forma masiva en Estados
Unidos y emplean a 700.000 personas en oficios fre-
cuentemente industriales, esos mismos que Trump
busca reconstruir. La fábrica de BMW de Spartanburg,
en Carolina del Sur, cuenta con 9.000 asalariados. Así
las cosas, como lo admite Stefan Theil, director edito-
rial de la versión internacional del Handelsblatt, prin-
cipal periódico de negocios alemán, “dejando de lado
fanfarronadas y simplificaciones, lo esencial de la acu-
sación de Trump –Alemania aprovechó el orden mun-
dial más de lo que contribuyó a él– es en gran parte
exacta” (10). Aunque Berlín milita ardientemente por
una defensa común europea, se sabe beneficiaria del
paraguas nuclear estadounidense. En octubre pasa-
do, un grupo de expertos en política extranjera publi-
caba en el semanario Die Zeit (12-10-17) un “Manifies-
to transatlántico a la hora de Donald Trump” titulado
“Estados Unidos pese a todo” para suplicar a la canci-
llería que “evitara las ambiciones irrealistas” en mate-
ria de inmigración, clima y comercio, para privilegiar
únicamente las consideraciones securitarias esperan-
do “un futuro mejor en la relación transatlántica”.
Atmósfera plomiza
Desplacemos un poco el globo terráqueo. Mientras
que los dirigentes occidentales le ponen mala cara al
presidente estadounidense, éste triunfa en Europa
Central. El 6 de julio de 2017, Trump hizo una pausa
en Varsovia antes de asistir a una reunión del G20 en
Hamburgo. Tras criticar a los periodistas que transmi-
ten “noticias falsas”, el presidente de Estados Unidos
celebró la valentía de Polonia, país que desde 2015 di-
rige el Partido Ley y Justicia (PiS) del ultraconserva-
dor Jarosław Kaczyński. “La cuestión fundamental de
nuestra época es saber si Occidente tiene voluntad de
sobrevivir”, exclamó Trump delante de dirigentes po-
lacos tanto más contentos cuanto que ponen el mismo
argumento para justificar su rechazo a recibir a los in-
migrantes. “¿Tenemos la suficiente confianza en nues-
tros valores como para defenderlos a cualquier pre-
cio?”. Varsovia, furiosamente anticomunista, cristia-
| 29
na, estable, conservadora al punto de prácticamente
haber erradicado a la izquierda de su paisaje político,
es aliada natural del Estados Unidos de Trump. Y una
fuente de preocupación creciente para Alemania.
Con la República Checa, Eslovaquia y Hungría,
que desde 2010 dirige el conservador autoritario
Viktor Orban, Polonia alienta desde hace un cuarto de
siglo una estructura de cooperación informal, el “gru-
po de Visegrado”, por el nombre de la ciudad húngara,
situada en el Recodo del Danubio, que albergó la reu-
nión fundadora en 1991.
En el transcurso de esos
En junio de 2017, años y hasta la integra-
apenas uno de cada ción a la Unión Europea
en 2004, Alemania fue al
cinco alemanes mismo tiempo su madre,
su banco y su padrino.
consideraba a Estabilizar la región, ha-
cerla adherir a la Alianza
Estados Unidos Atlántica, convertirla a
la economía de mercado,
como un “socio integrar su economía al
tejido productivo renano
digno de fe”. hacían las veces de impe-
rativo estratégico. Misión
cumplida: como cada uno
tiene a Alemania como primer socio comercial, los
países de Visegrado transformados en taller de elabo-
ración para la industria de su vecino proveen una ma-
no de obra tan barata que empuja a la baja los salarios
alemanes (11). Es cierto que un atlantismo furioso ha-
bía empujado a Polonia, así como a la República Che-
ca y Rumania, a unirse a Estados Unidos para invadir
a Irak en 2003. Por lo demás, esos aliados se muestran
fiables. La economista húngara Beáta Farkas señala:
“Desde su adhesión a la Unión, los países de Visegra-
do sostuvieron la disciplina presupuestaria alemana”
(12), particularmente respecto de Grecia. El idilio con
un vecino históricamente invasivo inspiraba a Rados-
law Sikorski su insólito discurso del 29 de noviembre
de 2011: “Probablemente sea el primer ministro de
Relaciones Exteriores polaco de la historia en decir lo
siguiente: temo menos al poderío alemán de lo que co-
mienzo a temer la inactividad alemana”.
Y luego, todo cambió gracias a un encadenamien-
to de circunstancias no del todo fortuitas: en sep-
tiembre de 2015, Alemania recibió a centenares de
miles de refugiados; en octubre de 2015, el partido
Ley y Justicia (PiS) de Jarosław Kaczyński obtuvo la
mayoría absoluta en las elecciones legislativas pola-
cas; Witold Waszczykowski lamenta que su país se
hubiera transformado en una “colonia alemana” y se
convierte en ministro de Relaciones Exteriores (13);
en noviembre de 2015, el PiS comenzaba a poner en
vereda al Tribunal Constitucional, a algunos medios
de comunicación públicos y a la Justicia.
Desde entonces, los desacuerdos entre Alema-
nia y Polonia se multiplican y se regionalizan al pun-
to de oponer de ahora en más a la Unión Europea con
los países de Visegrado. Encabezando la lista negra
figuran la política de acogida de refugiados de Mer-
kel y el mecanismo de relocalización de 160.000 so-
licitantes de asilo adoptado por el Consejo Europeo
a fines de 2015 bajo el impulso de la canciller, pese a
la oposición encarnizada de Varsovia, Budapest, Pra-
ga y Bratislava. Esta decisión, respetuosa del dere-
cho de asilo, no deja de ser, como analiza el sociólogo
Wolfgang Streeck, una “imposición de la política ale-
mana a Europa, disfrazada de política europea para
la cual no habría ninguna solución de recambio” (14).
Los países de Visegrado, espantados ante la idea de
que se les quiera imponer a los inmigrantes musul-
manes –Varsovia importa gran cantidad de ucrania-
nos para bajar los salarios– ven en ese gesto la inter-
vención y la marca de debilidad de una Unión inca-
paz de proteger sus fronteras. No solamente la justicia
europea rechaza sus demandas, sino que a mediados
de junio la Comisión inició un procedimiento de in-
fracción contra Polonia, Hungría y la República Che-
ca para forzarlos a acoger refugiados. El episodio, hi-
per mediatizado en esos países, reforzó la convicción
de que las potencias liberales que dirigen Bruselas ya
no se contentan con imponer sus intereses económi-
cos, sino que ahora pretenden dictar sus prioridades
morales y políticas a los países miembros subalternos.
El proceso de “salvaguarda del Estado de Derecho”
abierto en enero de 2016 por la Comisión contra Var-
sovia, seguido por varias recomendaciones concer-
nientes a “la ausencia de una justicia constitucional d
30 |
d independiente y legítima en Polonia”, acentuó aun
más ese sentimiento y profundizó la grieta entre los
países de Visegrado y Europa Occidental, por una par-
te, Berlín y Varsovia, por la otra. A ambos lados de la lí-
nea Oder-Neisse (frontera oriental de Alemania desde
1945) reina una atmósfera tan plomiza que a fines de
agosto Merkel salía de su legendaria reserva: “Simple-
mente ya no es posible que nos callemos, que no diga-
mos nada sólo para tener paz. El Estado de Derecho en
Polonia es un tema grave”. A lo que Kaczyński replicaba
acusando a su vecino de “rechazar su responsabilidad
en la Segunda Guerra Mundial” y exigiendo el pago de
reparaciones, “sumas enormes”, especificaba (15).
Percibida desde el exterior, la fractura ofrece a los
dirigentes de derecha autoritarios extra europeos la
oportunidad de saldar sus cuentas con la Unión. Por
ejemplo, indignado de que esta última osara mencio-
nar el proceso de paz en Medio Oriente en un acuer-
do de cooperación israelí-europeo, el primer ministro
israelí Benjamin Netanyahu solicitó en julio pasado a
los jefes de gobierno de los cuatro países de Visegrado
que lo “ayudaran” a apoyar al Estado hebreo, “un país
occidental que defiende los valores y los intereses eu-
ropeos y que impide una nueva ola de migración hacia
Europa”. La reunión organizada a puertas cerradas en
Budapest fue particularmente agitada. Olvidando que
los micrófonos habían quedado abiertos y repetían sus
palabras en la sala de prensa vecina, Orban interpeló
a su homólogo: “Señor Netanyahu, ¡la Unión Euro-
pea no sólo impone condiciones a terceros países, sino
también a aquellos que ya son miembros!” (16).
Que Trump haya impuesto una restricción de la in-
migración contra las elites liberales de Washington no
se les escapó a los dirigentes de Europa Central que
adoptan la misma posición frente a Bru-
selas. Uno tras otro, el primer ministro
Dossier húngaro, el ministro de Relaciones Ex-
teriores polaco, la presidencia checa y el
Un mundo en presidente del gobierno eslovaco cele-
reconfiguración braron la prohibición de entrada a Esta-
dos Unidos de ciudadanos originarios de
ciertos países musulmanes decidida por
Trump. En octubre pasado, el triunfo en
las legislativas checas de Andrej Babiš, a
menudo descrito como un “Trump checo” (aunque su
imperio mediático también lo asimila a Silvio Berlusco-
ni) reforzó aun más la cohesión regional. Por otra parte,
los cuatro países no forman un bloque monolítico: exis-
ten divergencias entre la Polonia religiosa y la Repú-
blica Checa secular, entre el socialdemócrata eslovaco
Robert Fico y el nacional-conservador húngaro Orban,
entre la obsesión anti rusa de Varsovia y las buenas rela-
ciones de Bratislava con Moscú. Pero todos aprecian la
informalidad anti intelectual y el nacionalismo de este
aliado estadounidense providencial. Antes de que fue-
ra electo, Péter Szijjártó, el ministro de Relaciones Ex-
teriores húngaro, admitió a Fox News, “cualquiera que
afirmara querer poner a su país primero […] era inme-
diatamente considerado un fascista, un extremista, un
nacionalista, etc” (17). De ahora en más este discurso es
el de la primera potencia mundial. “¿Cuál es el mensa-
je de Estados Unidos? ¡Make Hungary great again!”, se
regocija el primer ministro Viktor Orban (18). Huelga
decir que esta proximidad exaspera a Berlín…
Washington y Varsovia también sostienen en mate-
ria climática y energética las posiciones que Alemania
rechaza. Si la prioridad que da Bruselas a la reducción
de las emisiones de gas se integra perfectamente en el
giro energético alemán, la importancia estratégica del
carbón en Polonia vuelve a esta exigencia difícilmen-
te admisible. Al diferendo sobre el Acuerdo de París,
que Polonia sólo ratificó a regañadientes, se agrega el
de la construcción del famoso gasoducto Nord Stream
II entre Rusia y Alemania. Esas tuberías colocadas en
el fondo del Mar Báltico por un consorcio controla-
do por Moscú y dirigido por el ex canciller Gerhard
Schröder privan a Polonia de copiosos derechos de
paso. El caso es tan candente que un atlantista pro ale-
mán tan incondicional como Radoslav Sikorski, el ex
ministro de Relaciones Exteriores polaco entre 2007
y 2014, había comparado el acuerdo germano-ruso
sobre el primer Nord Stream con un nuevo pacto ger-
mano-soviético (el que, firmado, en agosto de 1939, in-
cluía un desmembramiento de la República polaca)
(19). Semejante escalada se explica, asimismo, por ra-
zones de competencia: a Polonia, que importa gas na-
tural licuado de Noruega y Estados Unidos, le gustaría
convertirse en un centro fundamental de distribución
energética en Europa Central en el marco de un pro-
yecto de desarrollo de infraestructura, “la Iniciativa
de los Tres Mares” (TSI), que reúne a doce países eu-
ropeos con costas en el Báltico, el Adriático y el Mar
Negro. Esta alianza, lanzada por Varsovia, permite a la
vez estrechar el nexo con Estados Unidos y marginar
a Alemania. Su reunión en julio pasado contó con un
invitado de honor: Donald Trump.
Contramodelo europeo
¿Qué nos dice este nuevo escenario en las relaciones
entre Alemania y sus socios centroeuropeos y esta-
dounidense? Y, ¿en primer lugar, es tan nuevo? Des-
pués de todo, desde la década de 1990 Varsovia y los
países bálticos privilegiaron la Alianza Atlántica an-
tes que a la Unión Europea para garantizar su defen-
sa. En abril pasado, la llegada a suelo polaco de 1.100
soldados de la OTAN, 900 de ellos estadounidenses,
era “esperada desde hace generaciones”, según el pre-
sidente Andrzej Duda (20). El ascenso en el Este de lo
que los analistas liberales llaman “los populismos” no
amenaza a la Unión, sino más bien a cierta concepción
de la integración europea. Ilustra el encuentro de una
forma autoritaria de gobierno y un deseo de soberanía
en esas naciones sometidas durante mucho tiempo
que desde hace 75 años sólo conocieron la dominación
soviética y luego la tutela impuesta por Washington,
Bruselas y Berlín. Contrariamente a los países del Be-
nelux o Austria, también situados bajo la órbita alema-
na, el grupo de Visegrado ocupa en el espacio europeo
una posición subalterna que combina empleos con ba-
jos salarios y fuerte dependencia de las inversiones ex-
tranjeras así como de los subsidios europeos. Tamaña
subordinación sobrepasa el frío marco de los gráficos
estadísticos: se vive, se percibe, se siente. Esta última
es la que politizan y reelaboran en furia anti inmigran-
tes Kaczyński, Orban, Fico, Babiš e incluso la extrema
derecha alemana, ahora segunda fuerza política en los
“nuevos Länder” del Este cuyas poblaciones compar-
ten con sus vecinos orientales la experiencia caótica y
traumática de la transición postsoviética.
La elevación indiscutible, pero muy desigual (21),
del nivel de vida en Europa Central, y el surgimiento
de burguesías nacionales emancipadas de Moscú y de
Bruselas abren un espacio a reivindicaciones de sobe-
ranía tanto económica como cultural. En Hungría co-
mo en Polonia, los dirigentes legitiman su autoritaris-
mo por el imperativo de independencia nacional. Or-
ban explicaba a un sitio pro gobierno: “No olvidemos
que hace cinco años, una parte dominante de los me-
dios de comunicación húngaros estaba en manos de
los alemanes. Cuando yo defendía un punto de vista
contrario al de Alemania, al día siguiente la prensa ale-
mana en Hungría lanzaba de inmediato un contraata-
que. Desde entonces, la situación cambió” (22).
Afirmarse a fin de no estancarse en una Europa de
segunda zona, en el momento en el que Francia y Ale-
mania relanzan la idea de una Unión “a varias veloci-
dades”, es el objetivo de la renacionalización de las
prioridades, tanto internas como externas, operada en
Polonia por el partido Ley y Justicia a comienzos del
año 2016. A la recuperación del control de la Justicia se
agregaba un plan de modernización económica hecho
de inversiones públicas y nacionalizaciones parciales
del sector bancario (plan Morawiecki, por el nombre
del ministro de Finanzas nombrado primer ministro
en diciembre pasado). Al mismo tiempo que anunciaba
su voluntad de cooperación más estrecha con el grupo
de Visegrado, Polonia abandonaba la primacía dada a
la relación germano-polaca, pivote del gobierno ante-
rior, en beneficio del Reino Unido para consolidar un
eje liberal-atlantista hostil a la moneda única (sólo los
eslovacos y los bálticos utilizan el euro en la región) así
como a la disolución de las identidades nacionales. Cin-
co meses más tarde el Brexit pulverizó esta tentativa.
Lo que construyen los dirigentes de Visegrado, co-
mo también los partidos “soberanistas” que atraen en
el continente a una fracción significativa de los electo-
rados, es nada menos que un contramodelo europeo.
El modelo, poco original a nivel institucional, de una
Europa de las naciones potenciada por el neoconser-
vadurismo, que en la primavera de 2016 tradujo la pro-
puesta polaca de una reforma del Tratado de la Unión.
El ministro de Relaciones Exteriores polaco, Witold
Waszczykowski, explica que se trata “de dar el poder
principal al Consejo Europeo, y no a la Comisión” (23),
es decir, volver a la primera etapa del proyecto euro-
peo: una simple zona de librecambio entre países so-
beranos en la que mercancías, capitales y trabajado-
res circulen libremente. La importancia crucial de ese
Edición 223 | enero 2018
gran mercado interno para esos países a los que les en-
cantaría salir de una economía de dependencia y de
subcontratación resalta los límites de su soberanismo:
“Tenemos miedo de una vuelta al proteccionismo en
el Oeste”, admite un diplomático del grupo de Visegra-
do (24) para explicar la furia desatada en Varsovia, así
como en Praga, ante la voluntad francesa de revisar la
directiva sobre los trabajadores desplazados.
El contraproyecto resulta, en cambio, mucho más
cargado de sentido a nivel ideológico dado que apun-
ta a romper el dogma intelectual que los neoconser-
vadores sospechan que los amos de Bruselas quieren
imponerles. Piotr Buras, del Consejo Europeo de Re-
laciones Internacionales, un think tank, analiza: “La
retórica del PiS insiste en la cuestión de la ingeniería
social de izquierda, que habría preparado a las socie-
dades occidentales para aplicar una visión del progre-
so asociado a la secularización, la ecología, la celebra-
ción de las minorías, el cosmopolitismo y el multicul-
turalismo. Para el PiS y sus partidarios, Polonia repre-
senta el ‘verdadero Occidente’ cuyos valores origina-
les habrían sido traicionados por la Europa Occiden-
tal” (25). Y se indignan: ¿cómo una canciller conser-
vadora pudo patrocinar, uno tras otro, temas como el
abandono de la energía nuclear, el salario mínimo, la
promoción de los derechos humanos, la acogida de
refugiados y el matrimonio para todos? A las “fuerzas
liberal-globalizadas que ocupan los puestos decisivos
en Bruselas”, según las palabras de Orban, les oponen
un nacional-conservadurismo capaz de compensar
la pérdida de soberanía económica inherente al libre-
cambio por la reafirmación autoritaria de los valores
culturales, de las fronteras de la Unión y del espacio
nacional como peldaño político soberano.
Al rememorar en julio de 2017 la caída del bloque
del Este durante la Universidad de Verano de Baile
Tusnad en Rumania, el primer ministro húngaro afir-
mó: “Aquí en Europa Central, hace veintisiete años,
teníamos la convicción de que Europa era nuestro fu-
turo; hoy tenemos el sentimiento de ser el futuro de
Europa”. Y, agregaba: “Creo que el mundo conforta-
ble, cálido, social-liberal en el que ‘balamos todos en el
mismo rebaño’ está llegando a su fin” (26). Capitalismo
autoritario contra capitalismo liberal, esa sería la alter-
nativa ideológica que se impone medio siglo después
de Mayo del 68. ¿Un Mayo del 68 al revés? g
1. Éric Le Boucher, L’Opinion, París, 20-3-17; Sylvie
Kauffmann, International New York Times, 23/24-9-17.
2. Konrad Popławski, “The role of Central Europe in the German
economy. The political consequences”, Centre d’études orientales
(Ośrodek Studiów Wschodnich), Varsovia, junio de 2016.
3. Fuentes de este párrafo: Piers Morgan Interview, ITV, 26-3-16;
Bild, Berlín, 16-1-17; Der Spiegel, Berlín, 26-5-17; Twitter, 30-5-17.
4. Der Spiegel, Berlín, 4-2-17.
5. Stefan Theil, “Berlin’s Balancing Act”, Foreign Affairs,
Vol. 96, N° 5, septiembre-octubre de 2017.
6. www.census.gov/foreign-trade/balance/c4280.html
7.Véase por ejemplo, “Report to Congress on International
Economic and Exchange Rate Policies”, U.S. Department of the
Treasury, Office of International Affairs, Washington, 30-10-13.
8. The Financial Times, Londres, 31-1-17.
9. The Financial Times, 6-2-17.
10. Stefan Theil, art. cit.
11. Este aspecto será desarrollado en un próximo artículo.
12. Beáta Farkas, “Economic and Political Relations between Germany
and Visegrád Countries in Turbulent Times”, ECPR General
Conference, Charles University in Prague, Praga, 7 al 10-9-16.
13. Citado por Le Monde, 9-2-17.
14. Wolfgang Streeck, “Scenario for a Wonderful Tomorrow”,
London Review of Books, Vol. 38, N° 7, 31-3-16.
15. Citado por Le Monde, 31-8-17.
16. Barak Ravid, “Netanyahu Launches Blistering
Attack on EU”, Haaretz, Tel Aviv, 19-7-17.
17. Citado por The Financial Times, 14-3-17.
18. Entrevista publicada en el sitio 888.hu, el 15 de
diciembre de 2016, traducida al inglés en el sitio del
Primer ministro: www.miniszterelnok.hu
19. The New York Times, 13-10-09.
20. Reuters, 13-4-17.
21. Véase Philippe Descamps, “Desilusión europea en Eslovaquia”, Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2017.
22. 888.hu, art. cit.
23. Andrew Rettman, “Poland to push for ‘radical’
new EU treaty”, EUObserver, 28-6-16.
24. Citado por Le Monde, 11-3-17.
25. Piotr Buras, “Europe and its discontents: Poland’s collision
course with the European Union”, European Council on
Foreign Relations, Policy Brief, septiembre de 2017.
26. www.visegradpost.com, 24-7-17.
*De la redacción de Le Monde diplomatique, París.
Traducción: Bárbara Poey Sowerby

En la era digital, los datos genealógicos, así como muchas
colecciones fotográficas, pasan de un estatus de patrimonio
histórico común al de capital económico detentado por algunas
empresas. La noción misma de patrimonio como bien común
universal debe entonces ser reinventada.
La lógica del capitalismo patrimonial
Cuando los datos históricos
se vuelven mercancías
por Frédéric Kaplan e Isabella di Lenardo*
E
n el corazón de la Grani-
te Mountain, a pocos kiló-
metros de Salt Lake City, la
Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días,
también llamada Iglesia Mormona,
protege su tesoro en una caja fuerte:
3.500 millones de imágenes de docu-
mentos familiares compiladas en mi-
crofilms. Estos documentos contienen
información sobre la genealogía de más
de 5.000 millones de personas gracias
a los registros civiles recolectados en
más de cien países. La sociedad genea-
lógica de Utah, organismo sin fines de
lucro fundado en 1894 y rebautizado
FamilySearch (búsqueda de familia),
ofrece el acceso gratuito a este tesoro
reunido con mucha paciencia.
La indagación genealógica es cen-
tral en la doctrina de las prácticas re-
ligiosas de los mormones. Con la espe-
ranza de una resurrección general, los
miembros de la Iglesia reconstruyen
sus relaciones familiares a través de
varias generaciones, para concederle a
cada uno de los ancestros debidamente
identificados un bautismo salvador. La
búsqueda de una cadena ininterrumpi-
da de lazos hasta Adán representa en su
creencia una manera de salvar a la hu-
manidad. Por esta razón, FamilySearch
intercambia sus datos con otras insti-
tuciones genealógicas, eventualmente
con fines comerciales.
El “gran árbol de la humanidad”
Desde otra cueva en la Granite Moun-
tain, la empresa Ancestry.com propone
al igual que FamilySearch una interfaz
de acceso a una gran base de datos ge-
nealógicos, pero en este caso la infor-
mación tiene un costo. Ambas socie-
dades colaboran estrechamente desde
2014. Pero la oferta comercial de An-
cestry.com brinda acceso a 19.000 mi-
llones de documentos históricos y ya
sedujo a más dos millones de abona-
dos, que pagan en promedio 200 dó-
lares por año. La empresa ofrece ade-
más un test de ADN que, por menos de
100 dólares, permite descubrir nuevas
“conexiones” familiares con personas
y lugares y cuenta ya con millones de
perfiles genéticos que permiten afinar
las búsquedas. Estos test genealógi-
cos –prohibidos en Francia por la Ley
de Bioética que los limita a fines pura-
mente científicos, judiciales o médi-
cos– tuvieron gran éxito a escala mun-
dial. En Israel, la empresa MyHeritage.
com logró un rápido ascenso en apenas
una década. Tras comprar sucesiva-
mente varias empresas de genealogía,
propone a más de 80 millones de usua-
rios registrados el acceso a 7.000 mi-
llones de datos históricos. En 2013, la
empresa cerró un acuerdo con Family-
Search y luego, en 2014, con 23andMe,
el líder en test genéticos para el gran
público. Obligada desde el 2013 por la
administración estadounidense a re-
nunciar a lo esencial de sus preten-
siones en materia de diagnóstico pre-
ventivo, 23andMe puso el acento en la
genealogía para desarrollar su base de
perfiles genéticos, actualmente la más
grande del mundo.
Estas empresas genealógicas han
acumulado, durante el transcurso de
los años, una nueva forma de capital:
el capital genealógico. ¿Cuál es su es-
pecificidad? El valor de cada árbol au-
menta considerablemente cuando pue-
de relacionarse con otros árboles. Al
comprar empresas que poseían bases
genealógicas locales, MyHeritage.com
construyó una base cuyo valor sobre-
pasa ampliamente la suma de los valo-
Sike (www.elsike.com)
res de las bases iniciales. Las dinámicas
capitalistas se ven reforzadas. Cuanta
más información genealógica propo-
ne una empresa, mayores son los servi-
cios que pueden seducir a los abonados
y los beneficios que permiten aumen-
tar su capital, ya sea bajo la forma de
una campaña de digitalización o com-
prando otras empresas del mismo sec-
tor. En pocos años, esta lógica condujo
al dominio de un puñado de actores
mundiales que, ante la ausencia de
legislación sobre este ámbito, lograron
consolidar sus posiciones monopólicas
a través de alianzas.
Las vastas colecciones de árboles
genealógicos, pacientemente recons-
truidos gracias al entusiasmo de millo-
nes de investigadores y aficionados que
trabajan sobre los archivos públicos,
pasaron del estatus de patrimonio his-
tórico común al de capital económico
detentado por algunas empresas. Para
muchos investigadores y genealogis-
tas amateurs, este agregado represen-
ta un progreso: los motores de búsque-
da permiten navegar con gran eficacia
en bases de datos inmensas. A partir de
| 31
estos avances, encontrar documentos
sobre nuestros ancestros resulta muy
sencillo, mientras que hace sólo algu-
nos años, estas búsquedas hubieran de-
mandado meses de trabajo de archivo.
Pero este cambio de estatus de los
datos históricos despierta también
el interrogante sobre el futuro de los
grandes sistemas de información que
ahora se encuentran sometidos a la
lógica capitalista. El “gran árbol de la
humanidad”, acaparado por algunas
empresas, que carece de defensa co-
mo patrimonio o de reconocimiento
como capital, no ha sido aún conside-
rado como herramienta política, aun-
que ya es un objeto en el mercado eco-
nómico global (1). Quienes lo poseen
pueden vender el acceso al mejor pos-
tor, seducido por una herramienta de
información sin precedentes. De este
modo, los clientes de 23andMe advir-
tieron que la sociedad había revendi-
do sus datos a más de una decena de
laboratorios farmacéuticos…
Riesgo de monopolización
El campo de la genealogía no es el úni-
co sector implicado. Numerosas co-
lecciones fotográficas inicialmente
constituidas por historiadores del arte
o centros de investigación fueron, del
mismo modo, reagrupadas bajo forma
de bases de datos iconográficas con
carácter comercial que, según la lógi-
ca del mercado, se fueron combinan-
do progresivamente para ser adminis-
tradas hoy por un puñado de agentes.
El archivo de Otto Bettmann, fundado
en 1936 sobre la base de 25.000 imá-
genes producidas por él mismo en su
rol de conservador de museo, ilustra
estas dinámicas. Fue comprado por
Corbis, la empresa de William Gates,
para crear un capital iconográfico de
100 millones de imágenes, una colec-
ción que tiene la ambición de cubrir
la totalidad de la existencia humana,
protegida también en las cuevas de
una montaña, en este caso en Boyers,
Pensilvania. La empresa acaba de ser
comprada por el Visual China Group,
que se ocupa junto con Getty Images
de la gestión comercial de este tesoro.
Estos ejemplos genealógicos e ico-
nográficos son sólo algunos casos par-
ticulares de un fenómeno más amplio:
el capitalismo patrimonial. Los docu-
mentos de los archivos históricos se
convierten en capital digital con un
alto valor integrativo, mientras que
los datos patrimoniales constituyen
recursos limitados. Por esta razón, es
necesario contemplar los riesgos de
controles monopólicos en materia de
conservación, de políticas de acceso y
de reutilización.
Frente a estas nuevas dinámicas
del capitalismo global, la noción mis-
ma de patrimonio como bien común
universal debe ser reinventada. Las
grandes bases de datos del pasado ya
no responden hoy a los intereses cul-
turales de un solo país o de una sola
comunidad. Por su alcance espacio-
temporal, adquirieron una dimensión
mundial, motivo por el cual deben ser
pensadas como un recurso crítico para
preparar nuestro futuro. g
1. Véase nuestro dossier “Comercio con el
genoma humano”, Le Monde diplomatique,
ed. Cono Sur, Buenos Aires, junio de 2008.
*Miembros del Laboratoire d’humanités numé-
riques (Laboratorio de humanidades digitales),
École Polytechnique Fédérale de Lausana.
Traducción: María Julia Zaparart
32 |
Inaugurado en noviembre pasado en la periferia de Bolonia, el
inmenso Fico Eataly World se presenta como una feria sustentable y
ecológica, atada a las raíces campesinas italianas. Pero, detrás de su
proclamada defensa de los valores rurales, este templo del consumo
de nuevo tipo reproduce las prácticas del capitalismo global.
En Bolonia, el parque agroalimentario más grande del planeta
El negocio de la
sustentabilidad
por Jean-Baptiste Malet*
U
nos grandes pórticos, pare-
cidos a los de un parque de
atracciones, anuncian la en-
trada al Fico Eataly World,
erigido en el corazón de una
zona comercial de la periferia de Bolonia
(Emilia-Romaña), donde se acumulan
los grandes negocios de bricolaje, artí-
culos deportivos, luminarias o juguetes.
Detrás de una muralla que cuenta con vi-
deovigilancia, el sitio se extiende sobre
diez hectáreas. Ocho de ellas están cu-
biertas por 44.000 paneles solares, y dos,
albergan pequeños corrales para anima-
les y mini-jardines. Por encima de los
molinetes de la entrada principal, el visi-
tante es recibido por una alta pared com-
puesta por varias centenas de manzanas
minuciosamente alineadas en estantes.
El sponsor de la instalación es Melinda,
un consorcio especializado en la arbori-
Stand de pastelería para la exhibición de prensa, Fico Eataly World, 9-11-17 (Vincenzo Pinto/AFP)
cultura frutal, cuyo volumen de factura-
ción superó los 255 millones de euros en
2015. “En Europa, existen más de 1.200
variedades de manzanas. En Italia 1.000
y 200 en el resto de Europa. Es por eso
que hicimos el Fico”, dice una pancarta.
“Son frutas verdaderas. Las cambiamos
cada quince días. El Fico es un parque
sustentable y ecológico, comprometido
contra el desperdicio. Es por eso que no
tiramos las manzanas viejas. Las dona-
mos a obras de caridad”, precisa con una
sonrisa Silvia Zanelli, encargada de co-
municación del parque.
Calificado por los medios de comuni-
cación franceses como un “Disneyland
de la gastronomía” (France Info, 15-11-17)
o “parque de atracciones agroalimenta-
rio” (Le Figaro, 14-11-17), Fico, “higo” en
italiano, es el acrónimo de Fabbrica Ita-
liana Contadina. Este “Taller rural italia-
no” reúne bajo su égida a las firmas Elec-
trolux, el café Lavazza, los tractores New
Holland, las conservas de tomates Mutti,
Samsung, el consorcio de la mortadela de
Bolonia, Whirlpool, el mobiliario Kartell,
las cafeteras Alessi y, entre muchos otros,
a Granarolo, el gigante de los lácteos. El
parque fue inaugurado el 15 de noviem-
bre de 2017 en presencia del presidente
del Consejo Italiano Paolo Gentiloni, los
ministros del Medioambiente, del Traba-
jo, de las Políticas Agrícolas y de la Cul-
tura y el Turismo, además de más de 150
jefes de empresas, entre los cuales se en-
contraba Oscar Farinetti, fundador y di-
rector de la insignia de distribución de
productos alimentarios Eataly, que le da
su nombre al parque de atracciones.
Heredero de UniEuro, una cadena de
supermercados especializada en electro-
domésticos fundada por su padre, Fari-
Edición 223 | enero 2018
netti vendió ese negocio en 2003 para fun-
dar Eataly al año siguiente. En la penínsu-
la, este emprendedor bigotudo se convir-
tió en el protagonista de una verdadera le-
yenda, la de una empresa conquistadora,
capaz de triunfar en el marasmo económi-
co del país exportando productos agroa-
limentarios para negocios o restaurantes
diseminados por todo el planeta –la in-
signia Eataly cuenta con puntos de venta
en Estados Unidos, Qatar, Arabia Saudita,
Brasil, Alemania, Japón, Turquía, Corea
del Sur, así como sobre los mares, a través
de varios cruceros de la compañía MSC–.
La inauguración del Fico Eataly World en
presencia de los más importantes dirigen-
tes políticos e industriales de Italia fue pa-
ra Farinetti una verdadera consagración,
la del nuevo “Rey de los negocios” cuyo
retrato aparece ahora en las tapas de to-
das las revistas y en las grandes publicida-
des de los aeropuertos.
La reinvención del centro comercial
En la entrada, bajo las manzanas, hay
centenas de triciclos azules estaciona-
dos “ensamblados en Italia” por otra
empresa patrocinadora, bicicletas Bian-
chi. Dejando un documento de identi-
dad, se puede usar uno. El vehículo está
equipado adelante y atrás con canastos
de madera. “Con estos triciclos diseña-
dos para el Fico, uno puede desplazarse
libremente en la inmensidad del parque
y transportar las compras sin dificultad.
Invertimos 120 millones de euros y esti-
mamos que si todos los visitantes gastan
un mínimo de 20 euros durante su visi-
ta, el parque será rentable”, nos hace sa-
ber la encargada de prensa. El objetivo
es alcanzar los 6 millones de visitantes
en 2020: un tercio provenientes de la re-
gión, un tercio del resto de Italia y un ter-
cio del exterior. En el interior, a modo de
bienvenida, hay grandes instalaciones
adornadas con círculos explicativos que
presentan los valores esenciales del par-
que: “1. Trabajamos para Italia. 2. Somos
un lugar auténtico. 3. Tenemos qué con-
tar. 4. La Tierra primero. 5. Le hablamos
al mundo. 6. Aprender divirtiéndose. 7.
Respeto y Business”. Es decir, la síntesis
perfecta de una potente industria agroa-
limentaria italiana que nació de la “au-
tarquía verde” bajo el fascismo, que en la
actualidad está perfectamente adaptada
a la coyuntura neoliberal y que no deja
de movilizar un imaginario exótico, el
de la Italia de las tarjetas postales. Por-
que aunque los embalajes de los produc-
tos agroalimentarios destacan el “Made
in Italy”, muchos de sus ingredientes no
tienen nada de italiano y las estadísticas
aduaneras hablan por sí mismas: si bien
Italia exportó en 2016 cantidades con-
siderables de pastas (por 2.190 millo-
nes de euros), aceite de oliva puro (1.420
millones), café (1.290 millones) y queso
(2.260 millones), fue gracias a las impor-
taciones masivas de trigo (1.510 millones
de dólares), aceite de oliva (1.630 millo-
nes), café (1.410 millones), leche, pro-
ductos lácteos fermentados y leche con-
centrada (1.180 millones).
En cuanto se pone a pedalear, el ci-
clista descubre, bajo grandes luminarias
de madera, un templo del consumo de
nuevo tipo, en el que innumerables es-
lóganes predican sin cesar la defensa del
medioambiente, de las “tradiciones”, de
la “gastronomía italiana” y de la biodiver-
sidad. “El respeto es cool”, dice una de las
pancartas. Hormas de queso, embutidos,
botellas de aceite de oliva, de vinagre bal-
sámico, de vino o de cerveza, cajas de ga-
lletitas, dulces, conservas de todo tipo: el
Fico es ante todo el mayor centro comer-
cial agroalimentario del planeta. “Qui-
simos suprimir las barreras de los géne-

ros. Aquí estamos ante todo en el templo
del Made in Italy. Ningún país del mundo
puede competir con la gastronomía ita-
liana. Entonces, este lugar es a la vez un
salón de exposiciones para la industria
agroalimentaria, un lugar de comercio,
de turismo, pero también un espacio para
aprender divirtiéndose”, explica Zanelli.
En el seno del universo cerrado del Fi-
co, como en los vastos hangares comercia-
les IKEA, no se puede escapar al recorri-
do impuesto. “La visita del Fico fue pen-
sada para ser una experiencia”, precisa la
encargada de prensa. El plano del parque
desplegado es impresionante. Hay minús-
culos personajes dibujados que cenan en
uno de los 45 restaurantes, participan de
una degustación de productos, hacen de-
porte en las áreas especiales, asisten a una
clase de cocina promocionada por alguna
marca o se divierten observando vacas y
cerdos en sus pequeños corrales de una
decena de metros cuadrados. También
aparecen obreros trabajando en alguna de
las 40 unidades de producción que reci-
ben aquí el nombre de “Talleres campesi-
nos”. Epónimos del parque, estos talleres
son los emblemas de la reinvención del
centro comercial por parte del Fico Eataly
World. Tras décadas de reducción o elimi-
nación de los impuestos aduaneros, en el
momento en el que la industria agroali-
mentaria modificó considerablemente su
proceso productivo para integrar en sus
productos ingredientes de orígenes leja-
nos, las pequeñas unidades de producción
del “Taller rural italiano” proponen a los
visitantes asistir a una puesta en escena de
la producción con un objetivo reivindica-
do: contar una historia pensada para que
la conclusión sea un acto de compra en el
El maestro ignorante
presenta:
Una aventura del pensamiento para grandes y chicos
¡QUÉ EMOCIÓN!
¿QUÉ EMOCIÓN?
Georges Didi-Huberman
negocio contiguo al taller. El espectáculo,
reconfortante y comprensible para todos,
no es el de una gigantesca y ruidosa fábri-
ca: tiene como escenario un taller del ta-
maño de una cocina grande y el aroma de
un buen pan caliente.
Sueños precarios
De todos los stands, el más discreto es
seguramente el de la agencia de traba-
Un templo del
consumo de nuevo
tipo, en el que se
predica sin cesar
la defensa del
medioambiente, de
las “tradiciones” y
de la biodiversidad.
jo temporal Randstad. Acudimos a ellos
para solicitar un empleo. “La mayoría de
las personas que trabajan en el Fico tie-
nen un contrato Randstad y pasan por
nuestra agencia. Sólo proponemos con-
tratos mensuales, semanales o diarios.
Pueden ir de una jornada a cuatro meses
de duración. En este momento, estamos
contratando mozos, cocineros, opera-
dores y demostradores”, nos cuenta una
de las encargadas de contrataciones.
Los más afortunados son los empleados
EL DESEO
Jean–Luc Nancy
del negocio de dulces Amarelli, que fir-
maron contratos por 4 meses y los del
café Lavazza, con contratos de 3 meses.
Las jóvenes promotoras que distribu-
yen las manzanas de la marca registra-
da “Pink Lady” –cuyo stand afirma que
se trata de una “manzana de tradición”,
aunque es fruto de una combinación re-
ciente protegida por un título de obten-
ción vegetal– fueron contratadas por
una agencia de comunicación y firma-
ron contratos temporarios de sólo algu-
nas jornadas de duración. “Acepté este
trabajo porque no tengo opción. No hay
que ser ingenuo, el Fico reposa comple-
tamente sobre nuestra precariedad. En
este parque se vende comida por todas
partes, ya no se sabe qué hacer con ella,
pero no previeron nada para las comi-
das de las personas que trabajan acá, ni
siquiera un ticket-restaurante. Tengo
varios trabajos al mismo tiempo. Cuan-
do no tengo tiempo de cocinarme, como
hoy, gano 43 euros por día en el Fico y
gasto 12 euros para almorzar un plato de
pastas”, explica una de estas jóvenes con
gorra rosa. A la precariedad de los tra-
bajadores adultos hay que agregarle el
trabajo gratuito de los menores que ha-
cen prácticas de formación. La mayoría
son estudiantes en los sectores de la ho-
telería o de la gastronomía. Randstad y
el Fico Eataly World previeron 300.000
horas de trabajo no remuneradas a car-
go de 20.000 estudiantes provenientes
de 200 escuelas diseminadas por todo el
territorio italiano (1).
En el stand de Balocco, el gigante de
las galletitas y el panettone con un volu-
men de negocios que superó los 170 mi-
llones de euros en 2016, una línea cro-
EL FUTURO DE LA VIDA
EN LA TIERRA
Hubert Reeves
www.editorialcapin.com.ar
| 33
nológica presenta “la historia universal
del trigo” y dirige progresivamente al es-
pectador desde el Antiguo Egipto hasta
la era capitalista y la creación de la firma.
Se puede observar una gran vitrina que
permite ver en su interior una pequeña
unidad de producción. Enfrente de un
puesto de mojitos, bajo los flashes de los
turistas, los obreros con gorros blancos
trabajan. Manipulan las máquinas para
producir galletitas. Del lado de los es-
pectadores, diez carteles explican las
etapas de fabricación. En la última eta-
pa, el descriptivo anuncia: “No te deten-
gas aquí. El viaje a través de la historia
continúa. En el negocio de los dulces,
vas a respirar la atmósfera de las prime-
ras pastelerías abiertas en Fossano por
Francesco Antonio Balocco en 1927. Vas
a poder descubrir nuestras deliciosas es-
pecialidades”. En el decorado de cartón,
fueron depositadas una vieja balanza y
toda la gama de productos de la empresa
–a excepción de las galletitas que Baloc-
co produce para las marcas de distribu-
ción, como la cadena alemana Lidl–. ¿De
dónde viene la harina que forma par-
te de la receta de las galletitas? “No sé”,
confiesa la encargada del negocio, don-
de se apilan libros cuya tapa muestra a
un hombre sonriendo. Bajo el rostro del
patrón Alberto Balocco, el título reza en
mayúsculas: “Yo quería ser pastelero”. g
1. “Fico Eataly World e Randstad
insieme per alternanza scuola-lavoro”,
9-12-17, www.adnkronos.com
*Periodista. Autor de L’Empire de l’or rouge. Enquête
mondiale sur la tomate d’industrie, Fayard, París, 2017.
Traducción: María Julia Zaparart
34 |
Las abejas no están desapareciendo y su extinción no amenazaría a
la agricultura. Es necesario desmontar esas creencias alarmistas para
comprender lo que revelan las pérdidas sin precedentes que padecen
los apicultores en algunas regiones del mundo y los graves peligros
que conllevan las mutaciones profundas de los sistemas agrícolas.
Amenazas a la biodiversidad
Lo que las abejas les
murmuran a los hombres
por Raúl Guillén*
D
esde las primeras jornadas so-
leadas que preceden a la pri-
mavera, las abejas melíferas
(Apis mellifera) salen de sus
colmenas. Distinta de las otras
abejas gregarias o solitarias, esta especie ori-
ginaria de una región muy vasta, que abarca
Europa, Medio Oriente y África, fue domes-
ticada en todo el planeta, con numerosas va-
riedades locales. Apretadas en grupos, las li-
badoras atravesaron los períodos más fríos
en sus colmenas, sin otro sustento que sus
reservas de miel. Es el momento para el api-
cultor de hacer sus primeras visitas… y de
comprobar la hecatombe.
“Cuando empecé tenía un 5% de pérdi-
das invernales. ¡Hoy tengo un 30%!”, cuen-
ta Bernard Tiron después de treinta y cinco
años de oficio en el Valgaudemar (Altos Al-
pes). Desde los años ochenta, la mortalidad
de las abejas se multiplicó en la mayoría de
las regiones templadas del globo: Europa,
Japón, América del Sur, América del
Norte. Un autor canadiense, por ejemplo,
se preocupa por su país: “Las tasas actuales
de alrededor del 25% son excepcionales, y
serían catastróficas desde un punto de vis-
ta económico si perduraran en el mediano
plazo” (1). “Teniendo en cuenta las condi-
ciones actuales, si tuviera que lanzarme a la
apicultura, no lo haría”, profiere Tiron des-
granando las dificultades que vio aparecer:
“Ya no hay flores en las praderas, se siega
antes de la floración para poder tener dos
cortes de heno y dar de comer hierba fres-
ca a las vacas para que den el máximo de le-
che. También desaparecen los setos”. Pare-
ce que algo ya no funciona en los campos
adonde van a libar las abejas. “Las varieda-
des de colza o de girasol que se cultivan en
nuestros días dan menos néctar –explica–.
En cuanto a la lavanda, la floración duraba
Gustavo Cimadoro (cima-cima-doro.tumblr.com)
entre tres semanas y un mes, ahora apenas
ocho días. La cosecha de las flores comen-
zaba antes, y no se cosechaban todas las
plantaciones en un corto lapso. Se cortaba
a mano, con la hoz, las abejas tenían tiem-
po de libar y largarse delante de los campe-
sinos. Ahora, ¡las máquinas aspiran las flo-
res y a las libadoras con ellas!”. Las mismas
abejas parecen afectadas, concluye Tiron:
“Las colonias están menos pobladas y las
reinas duran menos tiempo. Yo tenía col-
menas que con la misma reina producían
tres o cuatro años. Hoy, si una reina vive dos
años, es increíble”.
Prácticas nocivas
Las razones de esta degradación son múl-
tiples, aunque todas ligadas a la intensifi-
cación de la presión sobre el ecosistema
con fines comerciales. En primer lugar in-
terviene la varroa, un ácaro que ha infes-
Edición 223 | enero 2018
tado la mayoría de las colonias. Se repro-
duce en la cresa (huevos, larvas y ninfas)
y se nutre con la hemolinfa (“sangre” de
los invertebrados). Este ectoparásito de
una especie asiática fue transmitido a las
abejas melíferas europeas en los años cin-
cuenta, en ocasión de su introducción en
Asia Oriental, y se difundió rápidamen-
te siguiendo las vías de los intercambios
planetarios de mercancías. Estos últimos
años, un predador tomó los mismos cami-
nos y plantea ya dificultades a los apicul-
tores: el avispón asiático.
A estas consecuencias de la globaliza-
ción se suman los efectos de los pestici-
das. Como es sabido desde la larga lucha
por el reconocimiento de los peligros can-
cerígenos del tabaco, la carga de la prueba
se vuelve muy pesada –inclusive para los
científicos– cuando se trata de productos
comercializados a gran escala por compa-
ñías multinacionales. No obstante, varios
trabajos convergen para poner de mani-
fiesto las repercusiones del uso de los neo-
nicotinoides. Un estudio reciente muestra
que triplicaría la mortalidad de las abejas
salvajes (2), mientras que otro establece un
lazo entre colonias de abejas melíferas de-
bilitadas y una baja en la viabilidad del es-
perma de los zánganos (3).
Desde los años sesenta, la cantidad de
colmenas disminuyó a la mitad en Esta-
dos Unidos y en un tercio en Europa. Y si
en los últimos diez años su número se es-
tabilizó en alrededor de 17 millones en Eu-
ropa y en 2,6 millones en Estados Unidos,
el de los apicultores, por su parte, no deja
de reducirse (4). Así, las explotaciones que
quedan tienen más colmenas, más gastos
y más trabajo. En la actualidad, la cuestión
de la reproducción del enjambre preva-
lece sobre la de la producción de miel y a
menudo los obliga a comprar enjambres a
apicultores especializados en la cría. Ita-
lia se ha convertido en un importante pro-
veedor de enjambres en Europa, así como
Nueva Zelanda, que los exporta por avión
a Canadá (treinta y cinco toneladas en
2015) (5). Los apicultores también deben
criar reinas, o comprarlas a los criadores
profesionales, para reemplazar a aquellas
de las colmenas poco dinámicas y acelerar
la producción de colonias.
Salvo en escasas regiones alejadas,
la apicultura ya no pertenece a una
economía de recolección; desde hace
tiempo se inscribe en una explotación y
transformación del medio natural. Karl
von Frisch, el hombre que decodificó el
lenguaje de las abejas, ya lo explicaba
en 1963: “Los apicultores tienen la cos-
tumbre de sustraer tanta miel a sus co-
lonias que las provisiones que les dejan
ya no bastan para el invierno. Entonces
dan a cada una de ellas, en otoño, de
dos a cinco kilos de azúcar en forma de
agua azucarada. Esto les conviene per-
fectamente a las abejas y es muy venta-
joso para el criador, puesto que la miel
tiene mucho más valor que el azúcar”
(6). Las virtudes de la alimentación con
azúcar predicadas por Von Frisch son
discutidas. Pero si bien algunos inten-
tan reducirla al mínimo, la mayoría de
los apicultores buscan sobre todo utili-
zar el mejor tipo de jarabe, cuando no
el más barato… La lucha contra la va-
rroa también implica una o dos curas
por año, ya sea con acaricidas sintéti-
cos como el amitraz o con ácido oxáli-
co, ácido fórmico o aceites esenciales.
En Europa y en América del Norte la
apicultura es cada vez menos una actividad
adicional y cada vez más un oficio de tiem-
po completo, con la dependencia econó-
mica que esto implica. Los apicultores de
estas dos regiones se ven enfrentados a las
mismas elecciones y problemáticas que el
resto de las actividades agrícolas: insumos,

costos de instalación, tratamientos sani-
tarios, modo de producción, ingresos, etc.
Están en buena posición, por cierto, para
tomar conciencia de los efectos nocivos de
ciertas prácticas de sus colegas. Pero pade-
cen coerciones semejantes y recurren a los
mismos circuitos globalizados de mercan-
cías. Así, el plástico alimentario comienza a
reemplazar a la madera de importación en-
tre los proveedores de material apícola, el
azúcar proviene la mayoría de las veces de
Brasil, y las mismas inmensas fábricas quí-
micas chinas fabrican el amitraz –para lu-
char contra la varroa– y el imidacloprid… el
pesticida neonicotinoide cuya prohibición
se solicita en nombre de las abejas.
Proceso de domesticación
La mayoría de los apicultores de las zonas
templadas padecen de manera más o me-
nos pronunciada las mismas dificultades.
Pero por el momento esto no ocurre en
todas partes y sobre todo no en Australia,
donde se introdujo la variedad de abejas
melíferas europeas. Gracias a una estric-
ta política de control aduanero de las es-
pecies animales y vegetales, la varroa no
infestó las colmenas del subcontinente.
Además, allí las abejas conservan grandes
espacios naturales. Así, los apicultores no
registran pérdidas excepcionales, mien-
tras que algunos enjambres vuelven al es-
tado salvaje y colonizan ciertas zonas, al
punto de que las abejas son incluso consi-
deradas ahora como una especie invasiva.
En algunos parques protegidos, programas
de erradicación apuntan a luchar contra la
competencia que hacen, por sus opciones
de nidificación, a animales autóctonos.
En el resto del mundo, la cantidad de
colmenas se duplicó durante los últimos
cincuenta años, de tal modo que hoy en
día se cuentan 83 millones de colmenas en
el conjunto del globo, contra 49 millones
en 1961 (7). Aunque el ritmo de destruc-
ción de los espacios salvajes no disminu-
ye, la agricultura industrial intensiva aún
no se expandió tan masivamente, en detri-
mento de los hábitats naturales, en Áfri-
ca Subsahariana y en la América tropical,
como en las zonas templadas. Además, las
variedades de abejas melíferas del Áfri-
ca tropical resisten mejor a la varroa y
son capaces de migrar cuando el medio
se vuelve desfavorable. Así, una de esas
variedades (Apis mellifera scutelatta) fue
introducida accidentalmente en la Amé-
rica tropical, donde se desarrolló tan bien
como en su región de origen, reemplazan-
do a las variedades europeas introducidas
durante el período colonial.
En estas regiones también abundan las
colonias salvajes. En Sudáfrica, por ejem-
plo, en una zona menos propicia que los
bosques europeos para las abejas melífe-
ras y donde no hay actividad apícola, se
encontraron densidades de 12,4 a 17,6 co-
lonias por kilómetro cuadrado. El mismo
estudio daba para Alemania, donde la api-
cultura está muy difundida, densidades
de 2,4 y 3,2 colonias por kilómetro cua-
drado, lo que corresponde a la densidad
de colmenas mantenidas por apicultores
(8) y a la densidad media en Europa (9). A
la inversa, en ciertas regiones de Estados
Unidos, y sobre todo en California, se ob-
serva la casi desaparición de las colonias
salvajes (10). Parece casi seguro que las
únicas abejas melíferas que allí subsisten
realizaron un proceso de domesticación y
dependen totalmente de los cuidados de
los seres humanos. Su desaparición co-
mo especie salvaje, por lo menos en una
gran parte de las regiones templadas, y su
transformación en animales de cría, inca-
paces de sobrevivir sin el aporte humano,
habla a las claras de la pérdida de biodi-
versidad provocada por el desarrollo y la
industrialización de la agricultura inten-
siva. Tanto como de lo que podría ocurrir
en las regiones tropicales, donde la des-
trucción de los espacios naturales conti-
núa a un ritmo sin precedentes. g
1. Jean-Pierre Rogel, La Crise des abeilles. Une agriculture
sous influence, Multimondes, Montreal, 2017.
2. Ben A. Woodcock et al., “Impact of neonicotinoid use
on long-term population change in wild bees in England”,
Nature Communications, 16-8-16, www.nature.com
3. Jeffery S. Pettis et al., “Colony failure linked to
low sperm viability in honey bee (Apis mellifera)
queens and an exploration of potential causative
factors”, Plos One, 10-2-16, http://journals.plos.org
4. Dennis van Engelsdorp et al., “A survey of honey colony
losses in the United States fall 2008 to spring 2009”,
Journal of Apicultural Research, Vol. 49, N° 1, 2010.
5. Gobierno de Nueva Zelanda, “Ministry for
primary industries 2015 apiculture monitoring
programme”, Wellington, enero de 2016.
6. Karl von Frisch, La vida de las abejas,
Hemisferio Sur, Buenos Aires, 1999.
7. Simon G. Potts et al., “Declines of manage
honey bees and beekeepers in Europe”, Journal
of Apicultural Research, Vol. 49, N° 1, 2010.
8. Robin F. A. Moritz et al., “The size of wild honeybee
populations (Apis mellifera) and its implications for
the conservation of honey bees”, Journal of Insect
Conservation, Vol. 11, N° 4, diciembre de 2007.
9. Rodolfo Jaffé et al., “Estimating the density of
honey bee colonies across their natural range
to fill the gap in pollinator decline censuses”,
Conservation Biology, Vol. 24, N° 2, abril de 2010.
10. Bernhard Kraus y Robert E. Page Jr, “Effects
of Varroa jacobsoni on feral Apis mellifera
in California”, Environmental Entomology,
Vol. 24, N° 6, diciembre de 1995.
*Periodista y obrero apícola.
Traducción de Víctor Goldstein
un mercado floreciente
Camiones
polinizadores
S
i las abejas encarnan una cau-
sa mucho más popular que el
tritón crestado y que muchas
otras víctimas anónimas de
la degradación de los hábitats natu-
rales, se lo deben a su papel de poli-
nizador de los cultivos. La necesidad
de prohibir ciertos pesticidas no es-
tá motivada tanto por la protección
de las abejas en cuanto especie como
por los servicios a priori desintere-
sados que suministran al fecundar
las plantas por el transporte del po-
len de una flor a otra. Y no es tanto
el riesgo de desaparición de las plan-
tas salvajes lo que motiva a los hom-
bres como aquella de los cultivos ali-
mentarios. Si bien basta con pensar
en los cereales o en las papas para
recordar que no toda la alimenta-
ción humana depende de los insec-
tos polinizadores, su desaparición,
no obstante, reduciría considerable-
mente nuestra calidad de vida, se-
gún el investigador estadounidense
Keith Delaplane: “En la medida en
que valorizamos la diversidad de la
oferta alimentaria con un mínimo
de perjuicios al medioambiente pa-
ra producirla, debemos conceder un
gran valor a las abejas melíferas y a
los otros polinizadores” (1).
Así, la polinización se ha conver-
tido en el más conocido de los “ser-
vicios ecosistémicos”, esa nueva he-
rramienta conceptual defendida por
las instituciones internacionales pa-
ra conciliar conservación y desarro-
llo, con el postulado de que estos dos
elementos pueden ser compatibles,
explica un especialista: “Los ecosis-
temas son vistos como proveedores
de bienes y de servicios para el bien-
estar de los humanos. Se supone que
relacionar las funciones de los eco-
sistemas con la calidad de vida de los
humanos justifica la conservación de
la naturaleza y una gestión responsa-
ble del medio ambiente” (2).
| 35
Ahora bien, si el concepto de “ser-
vicio ecosistémico” aplicado a la po-
linización tuviera la fuerza y la efica-
cia que se le adjudica, la protección
de las especies polinizadoras habría
debido imponerse por lo menos en
los cultivos de los que dependen en
su totalidad, como el de los almen-
dros. Y estamos muy lejos de ello,
como lo muestra el ejemplo de Cali-
fornia, primera región productora de
almendras con el 50% de la produc-
ción mundial. Los agricultores cali-
fornianos prefieren apostar al mer-
cado, alquilando colonias de abejas
incluso debilitadas por los parási-
tos y los pesticidas, más que defen-
der la biodiversidad. A comienzos de
la primavera, alrededor del 60% del
enjambre apícola de Estados Uni-
dos es encaminado a la Costa Oeste
en enormes camiones con el objeto
de suministrar servicios de poliniza-
ción pagos. Otros insectos comien-
zan a ser comercializados en este
mercado floreciente y podrán tomar
el relevo en caso de agravación de las
pérdidas masivas de abejas que se
observa en las regiones templadas.
Es lo que ocurre con los abejorros, de
los que pequeñas colonias dinámicas
despachadas por encomienda son
ideales para la polinización de los to-
mates en invernadero.
Por el momento, nada detiene la
dinámica de la domesticación y el do-
minio sobre el medio natural, ni si-
quiera el murmullo de las abejas ago-
nizantes. g
1. Keith Delaplane, “On Einstein, bees,
and survival of the human race”, British
Beekeepers Association, 2013.
2. Jaboury Ghazoul, “Recognising the
complexities of ecosystem management
and the ecosystem service concept”, Gaia,
Vol. 16, N° 3, septiembre de 2007.
R.G.
36 | Edición 223 | enero 2018

Los productos que se comercializan cotidianamente poseen un valor marchand es mantener la cotización de
su artista; dirá pues: si nadie quiere sus
estimado que se calcula contemplando las horas de trabajo y los cuadros, yo mismo los compro en las
subastas, los guardo y en dos o tres años
materiales empleados. Pero cuando se trata de una obra de arte, los pongo nuevamente en venta. Todos
quieren salvar su negocio”. Una estra-
¿cómo calcular su precio en un mercado que moviliza grandes sumas tegia muy difundida.
Otra regla: el producto de la venta
de dinero pero que no está regido por la oferta y la demanda? se divide en partes iguales entre el ar-
tista y el galerista, la mayoría de las ve-

La gran incógnita del mercado del arte

ces mediante un simple acuerdo ver-
bal. Pero, “cuando un artista desco-
nocido adquiere repentinamente no-

El precio de
toriedad –explica un galerista de Zu-
rich–, no es extraño que se diga: ‘Aho-
ra que mi trabajo es reconocido, ¿por
qué debería regalarle la mitad de mis
ganancias a mi galerista?’”.

lo inestimable
Los precios astronómicos que pre-
dominan en las grandes ferias inter-
nacionales de París, Zurich o Londres
sólo representan una mínima parte
–aunque muy expuesta– del total de
las transacciones mundiales. Según el
gerente de una de las más grandes em-
por Franz Schultheis* presas de subastas alemanas, el pre-
cio promedio de las obras vendidas en
salones de ventas y galerías no supera
los 3.000 euros (2). Lo que determina
los montos es primero una mezcla de
olfato y experiencia. Tal como lo seña-
la una colaboradora: “Es difícil de ex-
plicar... Se termina desarrollando una
suerte de sexto sentido”.
Quien desee estimar un objeto
“inestimable” recién salido del taller
del artista dispone de una amplia pa-
leta de criterios. Los datos materiales,
primero: el material y el tiempo de tra-
bajo invertidos en la producción de la
obra. “Cuando uno se pasa dos semanas
completas haciendo un cuadro, entre
seis y ocho horas por día, puede calcu-
lar aproximadamente el costo en ho-
ras de su trabajo –señala un pintor–. Es
irrisorio. A eso uno agrega el precio de
los materiales. Y luego la idea que uno
pone en todo eso, que nadie se la paga.”
En un mismo artista, las diferencias
de precios no se explican ni por la ofer-
ta, ni por la demanda, ni siquiera por
la calidad de las obras, sino únicamen-
te por su formato. Tal como lo precisa
un galerista suizo, “cuando los cuadros
son del mismo tamaño, sus precios de-
ben ser más o menos idénticos tam-
bién. Soy yo el que debe asegurarse de
ello. De hecho, existe un factor: se mul-
tiplica el alto por el ancho, eso nos da
una superficie que se multiplica por el
coeficiente propio del artista”.
James Rosenquist, sin título, 1969 (Gentileza Christie’s) Surge ahora una cuestión espinosa:
¿cómo regular el nivel de precios en
un mercado globalizado donde los ac-

¿
Cómo se forman los precios en
el mercado del arte? Al observar
la lista de precios en las bases de
datos comerciales –Artprice, por
ejemplo– se tiene la irresistible
sensación de que existe un mercado mun-
dial, óptimo y transparente de 1.580 mi-
llones de dólares ( julio de 2016 - junio de
2017), donde sólo intervienen la oferta y la
demanda. Sin embargo, cualquiera que se
pregunte cómo se evalúan concretamen-
te estos bienes “inestimables” se sumer-
ge en una densa niebla. Para tratar de ver
allí con mayor claridad, nuestro equipo
de sociólogos conversó durante tres años
con actores y socios de una de las mani-
festaciones emblemáticas de este univer-
so: la feria Art Basel, esa “olimpíada del ar-
te” que se desarrolla cada año en Basilea,
Miami Beach y Hong Kong (1).
Los componentes del valor
Para entender la lógica de la obra, es ne-
cesario dirigir la mirada más allá –o más
bien detrás– de las transacciones espec-
taculares y con grandes presupuestos
efectuadas por las estrellas del sector,
como la compra en mayo de 2017 de una
tela de Jean-Michel Basquiat por 110,5
millones de dólares, y centrar la aten-
ción en las demás: las del conjunto de
profesionales “comunes” del mercado
primario (donde la obra terminada en-
cuentra un primer comprador, esencial-
mente a través de un galerista) y las del
segmento inferior del mercado secun-
dario (para las reventas, especialmente
en subastas). Las entrevistas realizadas
a estos últimos muestran un abanico de
reglas implícitas.
Primero, los precios no son objeto
de discusión: no existen descuentos ni
precios promocionales. Una exigen-
cia a la que en general se adaptan tan-
to más gustosamente cuanto que sirve
a sus intereses, tal como lo señala una
galerista: “Tenemos el caso de un gran
coleccionista en Austria que tiene sus
propios museos y que opera en el arte
del mismo modo que en los ámbitos en
los que hizo fortuna. Su colección sólo
se compone de obras de tercera o cuar-
ta categoría, porque le pide el 30% de
descuento a cada marchand al que se
acerca. En consecuencia, sólo se queda
con los bienes sin vender, ya que nin-
gún galerista o marchand rebajará el
30% de un catálogo que puede vender a
un precio más alto en otro lado”.
Luego, los precios nunca deben ba-
jar. La directora de un gran museo pri-
vado alemán cuenta que, durante el
pico de ventas de 2006-2008, período
altamente especulativo que vio a los
compradores abalanzarse sobre el arte
contemporáneo, “el volumen de artícu-
los subastados era tres veces superior
al contenido del catálogo que uno tenía
en las manos. Todos tenían miedo de
que no se vendiera. Ya que, cuando una
obra no encuentra comprador en las
subastas, está quemada... El interés del
tores de los países emergentes ocupan
un lugar creciente? Tras su primera
participación en la Feria Internacio-
nal de Arte Contemporáneo (FIAC)
de París, una galerista mexicana que-
dó “pasmada por los precios. De re-
greso a México, dije: si quiero formar
parte de esto, voy a tener que tripli-
car los míos. Uno debe poner la vara
muy alta. En tres años, un artista que
comienza con 5.000 dólares se ve co-
tizado en 100.000, lo que es absurdo.
Para nosotros, es tanto más complica-
do cuanto que tenemos un mercado lo-
cal. Aun así, no puedo decirles a mis
artistas que de repente valen 100.000
dólares. La competencia, ahora, reside
en quién será más caro. Éste es el jue-
go. Difícil sumarse cuando no se forma
parte de los grandes jugadores”. Como
muchos actores provenientes de las
regiones emergentes, a la joven aún le
cuesta abrirse camino entre las para-
dojas del floreciente mercado del arte
planetario, ese “mundo del revés”, di-

ce, donde un precio exorbitante signi-
fica garantía de calidad.
El estatus simbólico del cliente
¿Y qué piensa el comprador de la for-
mación de los precios? ¿Qué lógica les
encuentra él? Hicimos estas preguntas
a un nutrido grupo de coleccionistas.
“Sí, yo también quisiera saberlo –di-
ce uno de ellos sonriendo–. De hecho,
no entiendo nada. Hace un tiempo, ad-
quirí un cuadro de X. En ese entonces
costaba 300.000 euros, hoy vale 1,5 mi-
llones. No lo compré porque fuese ca-
ro, sino porque nadie lo quería. Tam-
bién adquirí una escultura en madera
de Y. Por 2.000 euros, creo. Luego hubo
una exposición en Nueva York, y hoy se
vende en 36.000 euros”.
Para él, como para la mayoría de
nuestros interlocutores, el orgullo de
poseer objetos sin valor material in-
trínseco se mide en datos estrictamen-
te contables. En esa bolsa del capital
simbólico, hay más perdedores que
ganadores, señala un asesor holandés:
“Después de diez años de invertir en
arte, muchos revenden sus coleccio-
nes sin obtener ganancias. Si uno com-
pra por intuición, no se enriquece”. En
efecto, “el mercado del arte es manipu-
lado por los grandes jugadores. Ellos
saben cómo intervenir y dónde poner
su dinero. Realizan operaciones en las
cuales el común de los mortales no en-
tiende nada. Tomemos el caso de X [un
célebre industrial y coleccionista fran-
cés]: un buen día decidió apostarle a un
joven artista. Le compró quince obras
y eligió una que pondría rápidamente
en el mercado, en ocasión de una gran
R O B E
CABALLERO
6 a 9hs
venta en Christie’s. Con astucia, le pi-
dió a un amigo que elevara la oferta. Le
dijo: “Haz que suba el precio lo más alto
que puedas y te lo devolveré”. Resulta-
do, una obra joven de 10.000 euros se
vio cotizada en 200.000. Los conoce-
dores sospecharon que había algo que
no cerraba, pero otros pensaron: ‘Santo
Dios, y pensar que el año pasado hubie-
El producto de la
venta se divide
en partes iguales
entre el artista
y el galerista, la
mayoría de las veces
mediante un simple
acuerdo verbal.
ra podido comprarla por 10.000 euros y
hoy vale veinte veces más...’. Entonces
se lanzaron sobre ese artista, y ya está:
la profecía autocumplida se cumple”.
Aun cuando esta historia forme par-
te de los mitos y leyendas del arte con-
temporáneo, los testimonios que dan
cuenta de prácticas comerciales oscu-
ras o amañadas suelen estar tan pre-
sentes en nuestros interlocutores, cual-
quiera sea el país donde operan o su po-
sición en el mercado del arte, que uno
se ve tentado a darles cierto crédito.
R T O D
amdelplata.com
Los mecanismos que surgen en estos
relatos actúan con frecuencia de mane-
ra muy sutil incluso antes de la venta.
De ninguna manera se trata de fenó-
menos secundarios, sino de usos abso-
lutamente típicos de un mercado muy
atípico, donde aparecen los legados de
antiguas formas de inclusión y exclu-
sión sociales. “Lo que sucede es que
hoy esta cultura tan codiciada no se
vende. Se atribuye y se transmite, ob-
serva un coleccionista suizo muy arrai-
gado. Uno debe formar parte del siste-
ma para cumplir con estos criterios de
atribución, sin lo cual sólo queda que
uno mismo se pague su cultura. Es lo
que explica algunos precios en las su-
bastas: los compradores, en esos casos,
son aquellos que no forman parte del
sistema. Se disputan los objetos de ar-
te como ropavejeros [vendedor de ropa
usada]”. Este coleccionista justificará
esta práctica de exclusión con un ada-
gio de su cosecha: “Quien quiera com-
prar cultura debe tener cultura”.
A fin de cuentas, la cultura ¿sería
pues “ese bien que el dinero solo no
puede comprar”? Desde el punto de
vista de los galeristas, en todo caso,
los argumentos a favor de una estrate-
gia de selección de clientes no faltan.
La propietaria de una prestigiosa gale-
ría londinense justifica así la línea de
demarcación entre actores legítimos
e ilegítimos del mercado: “¿Si alguna
vez me niego a venderle a alguien que
viene a verme? Sí, me pasa. Los precios
del mercado primario son generalmen-
te muy inferiores a los del mercado se-
cundario, y algunos coleccionistas se
aprovechan de esos precios por razo-
A N
TOGNETTI
9 a 12hs
| 37
nes puramente especulativas. No veo
por qué debería venderles mis obras”.
Mientras que el mercado común re-
presenta para Max Weber un mundo
que sólo tiene “consideración por las
cosas, ninguna por las personas” (3),
sucede algo completamente distinto en
el mercado del arte, donde el compra-
dor es objeto en cambio de una aten-
ción continua. No sólo se espera de él
que sea solvente, sino también que se
muestre digno de confianza, prudente
en sus elecciones y dispuesto a adquirir
una obra por otras razones que no sean
el mero afán de ganancia. Para el gale-
rista y el artista, se trata de asegurar por
ejemplo que el cliente no se precipite
en las subastas para vender allí a buen
precio el cuadro que acaba de comprar
o, peor, que fracase en encontrar com-
prador, con el riesgo de perjudicar se-
riamente la cotización del artista. g
1.Véase Franz Schultheis, Erwin Single,
Stephan Egger y Thomas Mazzurana, When
Art meets Money. Encounters at the Art Basel,
Buchhandlung Walther König, Colonia,
2015. Las entrevistas fueron realizadas con
la condición de mantener el anonimato.
2. El precio promedio de las 57.100 obras
(pinturas, esculturas, instalaciones, dibujos,
fotografías, estampas, videos) adjudicadas en
los salones de ventas entre julio de 2016 y junio
de 2017 fue de 1.314 dólares, según Artprice.
3. Max Weber, Économie et société, tomo 1, “Les
Catégories de la sociologie”, Plon, París, 1971.
*Sociólogo. Coautor, junto con Erwin Single,
Raphaela Köfeler y Thomas Mazzurana, de Art
Unlimited? Dynamics and Paradoxes of a Globa-
lizing Art World, Transcript, Bielefeld, 2016.
Traducción: Gustavo Recalde
I E L
 38 | Edición 223 | enero 2018
Libros
del mes

Historia Sociología

Etcétera, Gente armada, Instalación en la exposición ExArgentina

Ensayo

El revolucionario Bibliotecas en llamas

profesional
Claudio S. Ingerflom Denis Merklen
Prohistoria; Rosario, octubre de 2017. UNGS; Los Polvorines, noviembre de 2016.
248 páginas, 340 pesos. 376 páginas, 375 pesos.

Claudio Ingerflom aporta una genealogía La quema de bibliotecas no puede pensar-

del pensamiento del joven Lenin, y repone,
para ello, una rica tradición socialista nacida
en el siglo XIX y marcada por los fracasos
revolucionarios de 1848 en Europa y los
debates teóricos sobre el socialismo en la
periferia del capitalismo central: el populis-
mo (Narodnichestvo). La particularidad de
Rusia era ser un “imperio periférico” y los
se como un acontecimiento aislado, escin-
dido de las revueltas de las periferias urba-
nas de Francia. Debe percibirse como un
diálogo con la política social, educativa y
cultural oficial, que ha intentado responder
a aquellos levantamientos populares. Cali-
ficarla como un acto de ruptura y buscarle
explicaciones motivacionales, en cambio,

Antropología
populistas dialogaron con la obra de Marx
buscando utilizar las tradiciones coopera-
tivas de la comunidad rural como base de
un proyecto que pudiera evitar una larga
etapa capitalista-burguesa. En ese marco,
dramatiza la escena, la desplaza de su con-
texto y niega su dimensión política.
Bibliotecas en llamas sitúa lo inacep-
table en el centro de la reflexión. No
niega la violencia, la inscribe en las

del nosotros
resulta fundamental la novela Qué hacer de relaciones conflictivas que despierta el
Nikolay Chernyshevsky. Y la influencia de Estado cuando concibe la instalación de
ese libro en el joven Lenin –quien lo leyó y bibliotecas populares como “una inter-
releyó, presumía tener las “llaves” para su vención en territorio extranjero”, que
comprensión, y más tarde escribió su propio redistribuye aunque también excluye.
Sublunar es un adjetivo que se presen- Qué hacer– es el centro de El revolucionario Explicarse el mercado de trabajo, el
ta etéreo y es lo contrario: la tierra, las
Sublunar profesional. A partir de ese viaje riguroso por funcionamiento de la escuela, el lugar de
Entre el kirchnerismo y la revolución
cosas materiales. El libro sigue esa línea. conceptos, luchas y polémicas, Ingerflom los textos escritos. Con ese horizonte, este
Si la política real parte del axioma de que va construyendo una visión propia sobre la trabajo combina entrevistas con una etno-
Javier Trímboli no hay nada más allá del común, Javier génesis, lógicas y aporías de esa figura cen- grafía que explora las prácticas de estos
Cuarenta Ríos; Buenos Aires, julio de 2017. Trímboli escribe una historia del y para tral en la izquierda del siglo XX: la del revo- grupos sociales. Andar las periferias: habi-
160 páginas, 240 pesos. el “nosotros”: aquellos kirchneristas que lucionario que pone su vida al servicio de la tar sus casas, sus templos y asociaciones,
supieron venir del tren latente de la revolución. Pero al mismo tiempo, el traba- los almacenes y los cafés, las oficinas de
revolución. Sigue la línea por método. Su jo pone de relieve un aspecto fundamental vivienda social y los centros de juventud.
pregunta es la de muchos: ¿Qué derrota del socialismo en Rusia: para los populistas Prudente, despojado de sanciones
es esta? ¿Qué experiencia fue aquella? Es necesario leer sus respuestas porque Trím- y para Lenin, el partido no sólo debía ser la morales, Merklen ahonda en la nueva
boli es y no es kirchnerista, y básicamente porque sabe que todo es irreal menos la expresión de la lucha de clases sino el factor sociabilidad de los barrios franceses exclui-
revolución. Narrativa histórica heterodoxa, es a la vez antropología, ensayo, historia, fundante de esa lucha, en un país donde las dos y, sobre todo, en las transformaciones
narración, clase, quiere dialogar: pensamiento, autobiografía y estado de ánimo. clases no estaban verdaderamente consti- de la politicidad de sus habitantes. La vida
La política es sublunar. La ecuación es sencilla: a quien nunca vivió los 70 la revolu- tuidas. Más aun, se trataba de construir el política de las clases populares “se hace al
pueblo. Una posición que tendría poderosas mismo tiempo que su vida social y que su
ción no le pasó por la boca, pero el 2001 y el kirchnerismo signaron el retorno palpable
consecuencias en las luchas revolucionarias. vida cultural”, reconoce atinadamente.
de la política. Se le nota el tributo a nombre de una generación que sentía que no tuvo
su hora. Diciembre de 2001 fue la “liberación de todas las palabras” que liquidó nuestra
Pablo Stefanoni Natalia Aruguete
posmodernidad. El kirchnerismo es su vaso comunicante bajo el intento de que el Esta-
do apuntale la trama social derrumbada. Tranquila reparación. Historiador, Trímboli
periodiza, piensa y escudriña al detalle el tránsito kirchnerista (el 2002 duhaldista, el
ascenso inesperado, la escaramuza con el campo en 2008, la muerte de Kirchner, y así).
Material, barroso, es el diagnóstico. Como el capitalismo es parasitario aun en
sus éxitos, una tesis se desprende del escrito: la derrota es propia porque el kirch-
Fotografía El gran fotógrafo Eduardo Longoni, que
comenzó su carrera de reportero gráfico en
nerismo tuvo por defecto su virtud: se ancló en el presente, y quizás no le fue posi- la agencia Noticias Argentinas y fue fotógra-
ble hacer otra cosa. Hacia el pasado, por caso, no terminó de trastocar una historia fo y editor de fotografía en el diario Clarín
peronista –tan menemista– atada al “hedonismo de masas”, aunque esa argamasa durante veinticinco años acompaña en este
de felicidad plebeya y peronismo sea el símbolo del trastocamiento radical de libro una selección de sus mejores imágenes
nuestra cultura política. Hacia el futuro, la falta de claridad acerca de un horizonte con palabras. “Los relatos de un fotógrafo”
como señala el subtítulo, vienen a comple-
que sea guía firme hizo que la coyuntura arrase, aunque entiende que no existió un
tar su obra y “contar las historias escondidas
viento de masas que empuje a más (y entonces mira a Bolivia por lo que es: país de
detrás de las imágenes”, las vivencias, sensa-
masas sin freno). Y agrego: ese discreto encanto del presente posibilitó desatender
ciones y circunstancias en que apretó el dis-
miserias que nos miraban de frente. Se balancea entonces bajo la pesada fuerza de
parador. Longoni responde así a las mismas
lidiar entre las posibilidades y las condiciones, entre lo que fue, lo que podría haber
preguntas que él sintió cuando observaba
sido, y lo que es. Pregunta concreta se hace Trímboli: ¿Alguno de nosotros hace algo
Imágenes apuntadas imágenes de fotógrafos consagrados.
por fuera de la confortable conciencia burguesa? Los relatos de un fotógrafo La selección, que abarca fotografías céle-
Sublunar no es sólo materialista: indica la tierra pero no es ella. No se pregunta bres y otras, más personales, va de su primer
qué hacer. Badiou decía que el siglo pasado tenía pasión por lo real, y entreveía Eduardo Longoni trabajo, el atentado fallido contra Juan Ale-
que este la tiene por lo imaginario, y es obvio que el espectáculo triunfó. El signo Planeta; Buenos Aires, mann, en noviembre de 1979, hasta agosto
etéreo persiste: ¿alguien en su sano juicio sabría qué decir y adónde ir en este país, abril de 2017. de 2014, cuando luego de un año y medio
en un momento como este? La revolución es el acontecimiento débil de la historia 192 páginas, 700 pesos. sin tomar una foto registró la presentación
que corta la fatal reproducción de lo actual. Al final se dice que las cosas buenas de su nieto recuperado por parte de Estela
siempre quieren volver. Veremos. de Carlotto. Una “vida de aprendizaje” que
lega un importante testimonio de más de
Bruno Fornillo cuatro décadas de historia argentina.

Investigación
Skyvan
Aviones, pilotos y archivos secretos
Miriam Lewin
Sudamericana; Buenos Aires, julio de 2017.
240 páginas, 329 pesos.
Ahí estaba. El Electra, que antes había pasa-
do por American Airlines, que en 1973 fue
comprado por la Armada que lo rebautizó
el Ushuaia y que a partir del 76 adquirió
un trágico papel al convertirse en una de
las naves que funcionó en los vuelos de la
muerte, permanecía intacto en el Museo de
la Aviación Naval de Bahía Blanca. Acaso
como testigo mudo de una épica hilarante,
triste trofeo o itinerario de visitas escolares…
El hallazgo forma parte de la inves-
tigación que la periodista Miriam Lewin
reconstruye en este libro y que, a través de
un extenso trabajo en colaboración con el
fotógrafo italiano Giancarlo Ceraudo, per-
mitió no sólo dar con las naves –que para
entonces cumplían insólitos destinos– sino
también con los pilotos, hoy en manos de
la Justicia. Contra cualquier presunción, la
lista con sus apellidos permanecía en poder
de un hombre en Miami que había adquiri-
do uno de los aviones. Según su testimonio,
las FF.AA. le entregaron con el título todos
los registros de los vuelos, incluyendo
fechas, destinos y datos de los tripulan-
tes. Es así como este relato se convierte
en un buen ejemplo de los entretelones
de la tarea periodística pero sobre todo en
un nuevo testimonio que da cuenta de los
ribetes que condensan esa historia recien-
te, que hablan de pruebas que aún aguar-
dan por ser encontradas, de negligencias
en la búsqueda de verdad y justicia y de
la institucionalización de un plan de exter-
minio llevado a cabo con la complicidad de
diversos y numerosos protagonistas.
Carolina Keve
Memoria
La Biblioteca Roja
Brevísima relación de la destrucción
de los libros
Agustín Berti, Gabriela Halac, Tomás
Alzogaray Vanella
Ediciones DocumentA/Escénicas; Córdoba,
agosto de 2017. 144 páginas, 380 pesos.
La Biblioteca Roja condensa en sus pági-
nas historias, imágenes y reflexiones
alrededor de un conjunto de
bultos con libros enterrados
meses antes de un exilio. Con
el objetivo de preservarlos de
la persecución y el terror, entre
diciembre de 1975 y abril de 1976
Liliana Vanella y Dardo Alzogaray
enterraron parte de su biblioteca en
un pozo de cal en el patio de su casa
Ensayo
La risa caníbal
Humor, pensamiento cínico y poder
Andrés Barba
Fiordo; Buenos Aires, octubre de 2017.
160 páginas, 280 pesos.
La índole del humor es ambivalente. Si a
menudo tiende a dinamitar con su poten-
cia corrosiva las jerarquías y convenciones
sociales, también puede oficiar como meca-
nismo simbólico de confirmación y naturali-
zación del orden establecido. Andrés Barba,
uno de los escritores jóvenes españoles más
destacados, es consciente de esa naturale-
za bifronte, aunque se ocupa en este lúcido
ensayo del primer aspecto y lo entronca con
la tradición del pensamiento cínico inaugu-
rada por el filósofo griego Diógenes de Sino-
pe. El humor disloca, desenmascara, delata,
subvierte la apariencia de recato y dignidad
que viste a las personas, revela lo que se
esconde. En la parodia, por ejemplo, se prac-
tica una especie de posesión diabólica del
parodiado, y el estado de profundo malestar
que afecta a éste deriva de que de pronto se
pongan de manifiesto rasgos incómodos que
creía ocultos. “Si nos atenemos a una estricta
cuestión física –escribe Barba–, el pedo de la
marquesa y el del albañil son indistinguibles.
Nosotros lo sabemos, también el albañil y la
marquesa, pero solo un chiste es capaz de
llevar esa verdad elemental hasta la superfi-
cie y convertirla en algo con lo que tenemos
que reaccionar.” Barba aborda distintas face-
tas del humor, como el chiste, la parodia, el
gag mudo o el humor que no pretende serlo.
En este sentido, es de una hilaridad explo-
siva el ensayo “George Bush, o el payaso
involuntario”, en el que reúne una amplia
antología de frases del ex presidente de
EE.UU. que sólo pueden imaginarse en boca
de Groucho Marx o de Cantinflas.
Carlos Alfieri
en la ciudad de Córdoba. Treinta años des-
pués, la escritora y editora Gabriela Halac
y Tomás Alzogaray Vanella, hijo de Liliana
y Dardo, comenzaron una indagación en
torno al destino de las bibliotecas, al que
tiempo después se sumó Agustín Berti,
ensayista e investigador del CONICET.
La excavación del patio de los Alzogaray
Vanella comenzó en enero de 2017, con
ayuda de miembros del Equipo Argentino
de Antropología Forense. Resultado de un
proyecto de investigación y producción
que involucró a diversas discipli-
nas artísticas y científicas, múl-
tiples miradas, sensibilidades y
capacidades, este libro cuenta
el proceso de excavación y
recuperación de una gran
cantidad de títulos prote-
gidos bajo tierra por la
familia Alzogaray Vane-
lla antes de exiliarse a
México.
Cultura
Libertad de palabra
Timothy Garton Ash
Tusquets; Buenos Aires, junio de 2017.
624 páginas, 479 pesos.
Una de las tesis de este libro es que debe-
mos limitar lo menos posible la libertad de
expresión mediante leyes y decisiones de
gobiernos y empresas –no es una liber-
tad entre otras muchas: de ella dependen
todas las demás–, y esforzarnos por desa-
rrollar normas y prácticas compartidas que
permitan ejercerla del mejor modo posible.
Entre los mayores conflictos de nuestra
era se encuentra la disputa entre los parti-
darios del acceso ilimitado a los contenidos
y los defensores de la propiedad intelectual,
derechos de autor incluidos, devenido en el
siglo XXI en uno de los más apasionantes
campos de batalla en la lucha por el poder
de la palabra. Como ciudadanos y ciberciu-
dadanos, ¿en qué dirección deberíamos tra-
tar de presionar a las fuerzas comerciales,
técnicas, jurídicas y políticas que decidirán
el resultado de esta lucha? A menos que
pensemos que todo debe estar libremente
disponible para todos durante todo el tiem-
po, ¿dónde habría que trazar un límite?
El autor afirma que las relaciones inter-
netcionales –el ciberespacio es hoy la
quinta dimensión de la soberanía de las
naciones, junto a la tierra, el mar, el aire y
el espacio– constituyen uno de los campos
más controvertidos del planeta, ya que el
viaje interminable hacia lo que Kant deno-
minó “sociedad civil mundial” ha adquirido
una nueva urgencia. Garton Ash concluye
que debemos defender la libertad en la
diversidad, logrando mantener un complejo
equilibrio entre información reservada del
Estado, privacidad y libertad de expresión.
Julián Chappa
En enero de 2017, a 34 años de la
última dictadura militar, pudieron dar
con las bolsas que contenían objetos,
libros y textos enterrados. A partir de la
realización de una serie de entrevistas a
los dueños de la biblioteca, de testimo-
nios de la excavación, acompañados de
un registro fotográfico y documental del
proceso del desentierro, el trabajo con-
voca al lector a sentir la búsqueda. De
manera dinámica, clara, y vívida, la obra
recorre y registra el desentierro de casi
un centenar de libros y la remoción de
más de 4 toneladas de tierra en un metro
y medio de profundidad. Como dice
alguno de sus pasajes, y se ratifica con su
lectura, un libro desaparecido es un libro
que se sigue escribiendo, deja de preser-
var el contenido de sus páginas para dar
lugar a la memoria sobre los hechos que
llevaron a su destrucción.
Bárbara Schijman
| 39
Fichero
Medios sin fin
Notas sobre la política
Giorgio Agamben
Adriana Hidalgo; Buenos Aires,
agosto de 2017.
152 páginas, 340 pesos.
Los textos recopilados en este libro, vincula-
dos al proyecto central del autor Homo Sacer.
El poder soberano y la vida desnuda (Adriana
Hidalgo, 2017) buscan restituir a la política
su rango ontológico al reflexionar sobre
problemas específicos de la misma en torno
a experiencias y fenómenos que a menudo,
señala Agamben, no son considerados como
políticos: la vida natural de los hombres, el
estado de excepción, el campo de concentra-
ción, el refugiado, el lenguaje, los gestos...
La mesa está servida
Rebekah E. Pite
Edhasa; Buenos Aires,
mayo de 2016.
256 páginas, 425 pesos.
Inspirado en “la enorme popularidad de un
libro de cocina”, este libro narra la vida de
Petrona C. de Gandulfo, desde su llegada a
Buenos Aires desde Santiago del Estero hasta
el término de su exitosa carrera mediática en
los 80. Pero no es una mera biografía; a través
de la vida de “Doña Petrona”, la autora analiza
la vida cotidiana en la Argentina del siglo XX,
el imaginario en torno a la domesticidad y las
nociones cambiantes sobre la mujer moderna
y su rol en el desarrollo nacional.
Crimen y vanguardia
Fernando García
Paidós; Buenos Aires,
noviembre de 2017.
160 páginas, 269 pesos.
En este original ensayo, el autor se sumerge
en el underground porteño a comienzos
de los 80, durante la transición hacia la
democracia, para vincular su parricidio del
hippismo de los 60 con el impacto público del
crimen cometido por los hermanos Schoklen-
der, que como señala Pablo Schanton en el
prólogo, “se duplicó de manera metafórica en
la contracultura local”, resaltando los horrores
cotidianos de la dictadura sobre los cuerpos.
Otro Dios ha muerto
María Casiraghi
Alción; Córdoba,
agosto de 2016.
224 páginas, 280 pesos.
La novela narra la incesante historia del
despojo de las tierras del pueblo mapuche.
Casiraghi recupera el testimonio de Petrona
Prane, cuya familia fue víctima del saqueo y la
expulsión violenta de su pueblo por los mili-
tares. Apoyada en entrevistas con la protago-
nista y documentos legales, la autora relata
así los avatares de Petrona en una radiografía
profunda y poética donde el drama tiene de
fondo la fantástica cosmogonía mapuche.
 40 |
Irán en la mira
por Serge Halimi*
E
l 5 de febrero de 2003, el secreta-
rio de Estado estadounidense Colin
Powell esgrimía ante el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas
un frasco pasible de contener án-
trax y comentaba unas fotografías
satelitales de sitios secretos donde supuestamente
se fabricaban armas químicas. Esta fabulación –lue-
go reconocida por el propio autor– serviría luego de
rampa de lanzamiento publicitaria para la Guerra de
Irak. El 11 de diciembre de 2017, la embajadora es-
tadounidense ante la Organización de las Naciones
Unidas, Nicky Haley, se presentó ante los fragmen-
tos enormes de un misil pretendidamente iraní que
no alcanzó su objetivo. Afirmó que había sido lanza-
do, desde Yemen, contra un aeropuerto civil saudi-
ta, “un país del G20”. “Con el riesgo de matar a cen-
tenares de civiles inocentes […]. Imaginen simple-
mente si hubiera tenido como objetivo el aeropuerto
de Washington o de Nueva York. O bien el de París,
Londres o Berlín”. ¿Acaso su alcance no le permitía
llegar hasta allí? No importa: una vez más, se trata
de fabricar miedo para justificar la guerra. Catorce
años después de haber destruido Irak, el gobierno
estadounidense tiene en la mira a Irán.
Redoble de tambores
La falta de imaginación sería divertida si el tema
diera pie a la fantasía. En 2003, Powell también ha-
bía denunciado la existencia de lazos “siniestros”
entre Saddam Hussein y Al Qaeda. Nuevamente,
el 1° de noviembre pasado, la historia se repite: la
CIA hizo públicos una gran cantidad de documen-
tos secuestrados en Pakistán durante el asesinato
de Osama Bin Laden y que probarían la existencia
de relaciones contra-natura entre algunos de sus
epígonos (sunnitas) y el poder (chiita) de Teherán.
LA MEJOR
ELECCIÓN
SUSCRIBIRSE
Edición 223 | enero 2018
Editorial
Sumario
Editorial: Marcas 2
por José Natanson
Staff 3
La única posverdad es la realidad 3
por Martín Rodríguez
Dossier
Qué política para las
Fuerzas Armadas
El rol de los militares en tiempos
de democracia 4
por Rut Diamint
Prisioneros de nuestra historia 6
por Federico Lorenz
Pareciera que Washington ha olvidado ya su apoyo
–real en este caso– a Bin Laden cuando luchaba en
Afganistán contra los soviéticos. O la venta ilegal Debates del futuro: Airbnb y las
de armas a Irán por parte de Ronald Reagan cuan- ciudades como postales de Disney 8
do este último buscaba financiar a sus amigos de la por Paz Peña
extrema derecha nicaragüense.
En ese entonces, nadie lo usó como pretexto Abuso de fuerza en Honduras 10
para declararle la guerra a Estados Unidos… En por Alexander Main
cambio, hoy el deseo de atacar a Irán une a la mo-
narquía saudita, el gobierno israelí y varios diri- Iki, la isla que quiere salvar al atún 12
gentes estadounidenses. El influyente senador por Yuta Yagishita
estadounidense Tim Cotton, presentado como el
próximo director de la CIA, espera impaciente la Combatientes árabes junto al
ocasión. En su opinión, todos los desafíos diplo- régimen sirio 14
máticos de Washington (Irán, Corea del Norte, por Nicolas Dot-Pouillard
China, Rusia, Siria, Ucrania) conllevan en efecto
una “opción militar”. Y el peligro planteado por La “deswahabización” de Arabia Saudita 16
Irán, superior para él al de Corea del Norte, justifi- por Nabil Mouline
caría “una campaña naval y aérea de bombardeos
contra su infraestructura nuclear” (1). Burkina Faso: Dos concepciones de la
El presidente Barack Obama revelaba, ha- “revolución” 18
ce dos años, que el presupuesto militar iraní sólo por Rémi Carayol
representaba una octava parte del de los aliados
regionales de Estados Unidos, y cuarenta veces
menos que el del Pentágono. No obstante, el redoble
de tambores contra una supuesta amenaza iraní está Dossier
en auge. Ante semejante clima de guerra psicológi- Un mundo en reconfiguración
ca, ¿acaso el ministro de Relaciones Exteriores fran-
cés no tenía nada mejor que hacer, el pasado 18 de di- Los inspiradores de la política
ciembre, que denunciar, en Washington, la voluntad exterior de Trump 22
de “hegemonía” de Irán? g por Olivier Zajec
1. “A Foreign Policy for ‘Jacksonian America’”, Jerusalén, el error fundamental 26
The Wall Street Journal, 9/10-12-17. por Charles Enderlin
*Director de Le Monde diplomatique. Jerusalén, cincuenta años de impunidad 27
Traducción: Pablo Stancanelli por Akram Belkaïd
Alemania atenazada por el nacional-
conservadurismo 28
por Pierre Rimbert
La lógica del capitalismo patrimonial 31
por Frédéric Kaplan e Isabella di Lenardo
Suscripción por internet
(edición online o en papel) Italia: El negocio de la sustentabilidad 32
por Jean-Baptiste Malet
TARIFAS
Edición papel
(Argentina) $ 900
Lo que las abejas les murmuran
a los hombres 34
Edición online por Raúl Guillén
$ 800
MEDIOS DE PAGO Arte: El precio de lo inestimable 36
Tarjetas de crédito por Franz Schultheis
Pago Fácil o Rapipago
Consultas Libros del mes 38
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de lunes a viernes de 14 a 20 hs.
Editorial: Irán en la mira 40
por Serge Halimi