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EDIPO REY

Si cada escena de Antígona procuraba, en oposición a la forma escénica


estacionaria de los anteriores dramas, una inversión producida por el de-
sarrollo de,una situación hacia su contraria, en Edipo Rey también se obser-
va una inversión de este tipo, sólo que de mayores dimensiones: una con-
versión que abarca todo el drama. I Cierto que la caída de un rey y ·la
pérdida de su poder y soberanía no era un tema insólito para la escena
ateniense. ¡Pero de qué forma tan distinta se precipitan hacia su fin los
reyes en Agamenón, en Los persas de Esquilo! En estas obras, el aconteci-
miento futuro se va preparando desde el principio, con esperanzas llenas
de temor, con intuiciones del porvenir, con las súplicas del coro, con los
presagios expresados en los diálogos, anunciando la caída con cada palabra
desde el comienzo. En Sófocles mismo, en las Traquinias, el declive tam-
bién se presentía eh el ambiente, vaticinado y preparado desde las prime-
ras palabras con su entonación lóbrega. Y comparándolo con esta obra, ¡de
qué manera tan diferente se dispone en Edipo Rey el principio y el final,
ambos con la misma fuerza y amplitud, c()ntrapuestos uno al otro! Siendo
uno la inversión del otro, un ecce el comiénzo, un ecce el final. Al principio
es un hombre que ofr~ce amparo y protección a todos; al final es un ser
expulsado por todos y de todo, siéndole imposible incluso disfrutar de la
luz. Entre ambos estados se desarrolla el juego de las escurridizas conste-
laciones del daimon, que no se estructura en partes independientes, clara-
mente separadas, excluyentes como las que todavía se presentan en
Antígona, sino como un único torbellino que empieza a girar lentamente
para ser cada vez más rápido y violento.
Por poco que se sepa del Edipo de Esquilo, sí es lícito deducir que este
tipo de inversión no procede de aquél. Pues este drama es la obra central

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110 Sófocles Edipo Rey 111

de la trilogía de Esquilo representada en el 467, situada entre Layo y Los ... sin haber visto nada más ni haber sidó informado por nosotros,
sino con la ayuda de un dios, se dice y se cree que enderezaste nuestra
siete contra Tebas, esta última cons.ervada hasta nuestros días. Puesto que
vida... 2
en Los siete se cumple la maldición de la estirpe, que ha pasado del abuelo
al padre, en el nieto, Edipo tiene que haber estado orientado necesariamen-
Sófocles ya ha alcanzado aquí una soberanía en la lengua como sólo había
te en otra dirección y desarrollado con otro tono. Además, la «dramatur-
alcanzado Esquilo en Agamenón: allí ·resuena en el discurso real de Aga-
gia de desarrollo», la base del Edipo de Sófocles, es totalmente ajena a Los
menón el conocimiento adquirido sobre las fuerzas del destino que im-
siete contra Tebas.
pregnan el poder real; aquí en las palabras de Edipo, el que se siente atado
Para conseguir un contraste absoluto entre el final y el inicio, para mos-
por su condición de rey y conoce su deber, se percibe un don retórico inna-
trar las raíces y el suelo antes que se produzca el desarraigamiento de la
estirpe real que ha de ser arrancada -raíces de una extensión tal que to (v. 59 y ss.):
arrancarlas significa desgarrar todo fundamento human~, Edipo no
EDIPP ••• Sé bien que todos estáis sufriendo y, al sufrir, no hay ninguno de
aparece al principio como el que fue en la leyenda, hijo de Tyche, mimado
vosotros que padezca tanto como yo. En efecto, vuestro dolor llega sólo
por la Fortuna, a quien se le ofrece un"reino recién llegado a Tebas; aquí
a cada uno en sí mismo y a ningún otro, mientras que mi ánimo se duele,
Edipo es el mortal portador de la gracia, el guía, el apoyo, el salvador, el rey
al tiempo, por la ciudad y por mí ypor ti. 2
que disfruta del favor de los dioses, que no sólo se representa a sí mismo .
sino también a todos los demás, y cuya palabra es válida para todos. Ade-
más, para ampliar su alcance y enaltecer su grandeza, se le rodea de una La primera brecha que se abre en este seguro entramado no se debe a la
delegación de suplicantes llenos de respeto que se postran ante él como ante evocación del viejo oráculo délfico, que había anunciado al portador de
un dios: ancianos sacerdotes y un tropel de muchachos, de manera que s~s la maldición que mataría a su padre y que deshonraría a su madre, como
palabras, dirigidas a ellos, empiezan como las de un padre (v. 1, V. 10 y ss): sería de esperar por la leyenda; esta brecha, a diferencia de la intervención
de la vieja profecía en las Traquinias, es alejada del principio y no se pro-
clama hasta que la seguridad ya ha sufrido una gran conmoción y se ha
EDIPO ¡Oh hijos, descendencia nueva del antiguo Cadmo! ...
roto la confianza, es decir, hasta después de que haya surgido el desacuer-
... ¿cuál es la causa de que estéis así ante mí? ¿El temor, o el ruego?
do con Tiresias y con Creonte (y. 791). El primer golpe parte, en realidad,
Piensa que yo querría ayudaros en todo. Sería insensible, si no me com-
padeciera ante semejante actitud. de un nuevo mandato del dios délfico, en el que exige purificar al país de
la sangre de Layo derramada -por lo tanto, no parte de ningún oráculo
que esté contemplado en la leyenda, sino de una de aquellas órdenes que
El tono y la actitud de esta entrada se retoma y continúa como en oleadas
acostumbraba a dar Delfos en ese tiempo histórico. La tarea que se impone
sucesivas durante la petición ceremoniosa del sacerdote de Zeus, (v. 15 y
con ello al pesquisidor es la de buscar.se a sí mismo y ésta, apenas ha sido
ss., 3 1 Y ss., 37 y ss.): 1)

formulada, le llena, se introduce de tal modo en el que ha resuelto losenig-


mas de la Esfinge, que pronto empieza a transformarse, hechizado como
SACERDOTE Ves de qué edad somos los que nos sentamos cerca de tus altares:
por obra de un filtro: la tarea se convierte en una prueba de su propio ser.
unos sin fuerzas aún para volar lejos; otros, torpes por la vejez...
Un compromiso voluntario se apodera de él, una pasión violenta por des-
Ni yo ni estos jóvenes estamos sentados como suplicantes por consi-
cubrir la verdad incluso antes de que Creonte regrese del oráculo a donde
derarte igual a los dioses, pero sí el primero de los hombres en los sucesos
de la vida y en las intervenciones de los dioses... había sido enviado (v. 76 y s.):
112
Sófocles Edipo Rey 113
EDIPOSería yo malvado si, cuando llegue, no cumplo todo cuanto el dios
daimónico, también allí donde ya se ha vaticinado e incluso donde se rea-
manifieste.
liza con un orden inmanente del transcurrir del mundo. No existe el des~
tino determinado antes del estoicismo y/del triunfo de la astrología. 4 Lo
y todavía con mayor intensidad, en cuanto Creonte entra en escena
(v. 86 y ss.): esencial en Edipo no es la inexorabilidad de un pasado que se va revelando
----en Edipo no tiene lug,ar el «aunque fuera posible ya no podría hacer lo
EDIPO .•. ¿Con qué respuesta d~l oráculo nos llegas? que querría»-, sino la lucha condúcida activamente por la salvación, la
CREONTE Con una buena. Afirmo que incluso las aflicciones, si llegan feliz- autoafirmación y la defensa de una estructura de apariencia del ser huma-
mente a término, todas pueden resultar 'bien. no que está amenazada, pero que se compenetra perfectamente con una
EDIPO ¿Cuál es la respuesta? Por lo que acabas de decir, no estoy ni tranqui- gran humanidad, de una estructura humana que tiene que establecer los
lo ni tampoco preocupado. límites de la apariencia y el ser en un sentido contrario, partiendo desde
CREONTE Si deseas oírlo estando éstos aquí cerca, estoy dispuesto a hablar y su orden, su «verdad» y su conservación. Edipo no es de ninguna forma,
también, si lo deseas, a ir dentro. a diferencia de otras tragedias .griegas, la tragedia del destino humano, el
EDIPO Habla ante todos, ya que por ellos sufro una aflicción mayor, incluso, modelo por el que se había tomado largo tiempo, en el cual por «destino»,
que por mi propia vida. tal como lo concebía el clasicismo alemán, siempre se sobreentendía «li-
bertad», es decir, la libertad sublime;5es más bien, en contraposición a
Así, Edipo ya es al principio el eJ?érgico descubridor, público con cada otras tragedias griegas, la tragedia de la apariencia humana, en la que hay
gesto, con cada palabra; el mismo que al final ordena a gritos que se abran que incluir la apariencia en el ser, como en Parménides aletheia secorres-
las puertas para que el mundo pueda verlo.
ponde con doxa. Podría haber llamado la atención el hecho de que ni un
Sin embargo, lo que mantiene la tensión en este drarna, tantas vece~ solo coro de todos canta al destino, como sucede a menudo en otras ocasio-
señalada, no es en modo alguno exclusivamente el ritmo frenético de un nes, pero hay uno que canta a la «apariencia» humana en un lugar rele-
descubrimiento que empieza a desvelarse ni su inexorabilidad, ni tampoco vante (v. 1189Y ss.):
es únicamente un juego de «cazar al ratón el gato» entre un destino que
viene de lejos y una víctima que todavía no sospecha nada de él;3 ni mucho CORO ••• Pues, ¿qué hombre, qué hombre logra más felicidad que laque nece-
menos es un juego de engaños como los que se desarrollan en el transcurso sita para parecerlo y, una vez que ha dado esa impresión, para declinar?
de un interrogatorio o durante una investigación; en pocas palabras, no es
aquello con lo que usualmente se han cargado tantas bbras dramáticas de La lucha y la resistencia frente a la apariencia empieza primero de forma
«revelación» desde entonces. Cuando Schiller caracterizó, en una expre--<:' casi imperceptible aunq!-1e ya esté presente con el inicio de la investigación
sión citada casi con excesiva frecuencia a partir de entonces, al Edipo como encargada por el dios. Empieza con un singular extravío, tal como ha se-
un «análisis trágico»: «Todo ya está allí y tan sólo se desarrolla... A ello ñalado muy acertadamente Voltaire, el lógico, aunque por desgracia lo
hay que añadir que el acontecimiento, como inmutable es mucho más te- haya reprobado. 6 Después de que en apariencia se ha planeado un interro~
rrible por su naturaleza... » (carta a Goethe, 2 de octubre de 1797), quizá ya gatorio sobre los hechos, después de que ya se ha preguntado: «¿Nadie lo
se había fijado dema,~iado en la economía pragmática y'demasiado poco en vio?» y se ha respondido afirmativamente (v. 118), queda fijado a la pala-
lo esencial, como se infiere de su trabajo en Wallenstein. Para Sófocles, al bra pronunciada, «ladrón», una repentina sospecha que desplaza la idea
igual que, para todos los griegos de la época clásica, el destino no es jamás del interrogatorio: ¿cómo se habrían aventurado los ladrones a cometer
una determinación, sino una manifestación espontánea de las fuerzas de lo semejante acto, a no ser que estuvieran sobornados «desde aquí»? «Desde
Sófocles Edipo Rey lIS

aquí», es decir, desde algún lugar de Tebas. La cuestión, planteada por el dad como Creonte proclamando su llegada al poder, parece que la amena-
propio rey ante el tiranicidio, está clara, apunta hacia Creonte. Éste parece za de la situación exterior está apenas fundada. Y, sin embargo, también
eludirla: una vez cometido el acto·ya no se. pudo indagar a pesar de la sos- aquí planea una sospecha parecida, primero en abstracto y después dirigi"
pecha. ¿Por qué no? Llegó la Esfinge... Después parece que el recelo se da a Creonte a través de Tiresias. En ot~as palabras: la amenaza aparece en
apacigua por un momento. Pero la mirada no se dirige ya al lugar de los Edipo más bien en la esfera de lo su~jetivo,penetra en el ámbito de loaní-
hechos, al transcurso de los acoütecimientos, al instrumento, sino al autor, mico, más bien se presiente y se intuye por la incomprensibilidad daimó-
a Tebas -hasta que, de repente, tras la querella con el adivino rebelde y nica· de la tarea que se llega a deducir de las circunstancias externas. Y la
claramente malintencionado, se afianza la sospecha, se establece la rela- fijación equivocada surge de la necesidad del ser cautivo de la apariencia
ción entre Creonte y Tiresias y se adquiere la certeza de que s~ ha urdido de tener un enemigo aLque poder agarrar, para no perder la propia segu-
una trama hostil. ridad. Para Creonte, la transgresión de la prohibición no significa por sí
Del Edipo de Esquilo se ha conservado casualmente un fragmento, el misma poner en peligro su existencia; para Edipo, todo está en juego, antes
único, en el que un testigo, claramente el único superviviente, cuenta lo de que"él mismo sospeche qué está realmente en juego para él: la aparien-
sucedido en la «encrucijada». A esto tiene que haber seguido necesaria- cia que se siente amenazada, no tanto por la verdad, como por los produc-
mente en consecuencia la revelación o una parte de la revelación. En Sófo- tos aparentes de su propio mecanismo de apariencia (v. 137 y ss.):
cles no existe en todo el drama un interrogatorio semejante. A través del
fragmento esquíleo todavía se puede reconocer lo que Sófocles ha dejado EDIPO Pues no para defensa de lejanos amigos sino de mí mismo alejaré yo
de lado con los extravíos ya señalados y sus consecuencias posteriores para en persona esta mancha. El que fuera el asesino de aquél tal vez también
crear espacio para nuevos elementos. de mí podría querer vengarse con violencia semejante.
Porque gracias a estos extravíos se añade a la apariencia del principio,
inevitable y en cierto modo innata, una apariencia nueva en forma de lo- La irrupción de la verdad -porque aquí no cabe hablar de la realidad,
cura. y de la forma en que entra en escena esta nueva apariencia, como la pues al principio Edipo no vive en la ilusión, sino en la falsedad objetiva
sospecha de~oborno, de una conjura secreta en el corazón de la propia y en la apariencia de verdad-; la irrupción, por tanto, de la verdad en el
ciudad, que hay que combatir, se delata en Edipo la repercusión de aquella engranaje de la apariencia tiene lugar sucesivamente desde dos puntos de
figura escénica y dramática, de la envoltura exterior,bajo la cual en penetración; primero lateralmente, después desde el centro; primero me-
Antígona la apariencia se había apoderado de Creonte.7 Al igual que antes diante la pregunta: ¿qué es lo que se esconde ante mí, que es mi misión
la sospecha de soborno sólo había sido insinuada con una palabra -xÉp60 sacar a la luz?, y después mediante la pregunta: ¿qué soy y cuál es mi pro-
~ (v. 222)-, para luego, mediante otra que apareció entre medio, quedar pio ser? Después que lo segundo se mantenga cubierto por lo primero,
en un segundo plano, surgiendo súbitamente como una idea consolidada, transcurren ambos uno junto al otro un buen trecho, en un acuerdo secre-
para desplegarse en la escena del adivino (v. 290 y ss.), aquí sucede lo mis- to, para acabar siendo una sola cosa. Cada vez intentará el engranaje de la
mo. Sólo que la sospecha del nuevo soberano ya se había preparado me- apariencia mantenerse y lanzará sus fuerzas hacia el punto de donde surge
diante la situación exterior en la que se encuentra: tras la muerte de los la amenaza.
herederos al trono, poco después de la derrota de los exiliados... La sospe- . La primeta defensa ante el enemigo todavía desconocido es la pros-
cha .en Antígona se escondía ya en el primer decreto, en la prohibición de cripción y junto a ella la maldición. Y Edipo sabe cómo maldecir, maldice
enterrar al enemigo del país. En Edipo, ya que el soberano es adorado por con toda la fuerza que le confiere su legitimidad. Tan pronto como se
todos, rodeado y aclamado con vehemencia yno aparece ante la comuni- apodera de él el deseo de maldecir, lleva·la palabra, que contiene ensísu
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realización, la palabra que es pública en tanto que es personal, maldice con un proceso único de apropiación de e,se dominio ajeno a él, como si fuera
la bendición sacerdotal yal mism~ tiempo con sentimiento horrorizado... parte de sí mismo. Sin sospechar la verdad se erige en hijo de su padre y en
Hay que observar las maldiciones en Eurípides, por ejemplo las de Teseo el ámbito daimónico de la apariencia su auténtico ser se apodera de él má-
en Hipólito, para notar la mínima relación existente entre Eurípides y esta gicamente y con anticipación. El inicio está impregnado de distancia
forma de la palabra y de existe,!1cia. Pero la decepción todavía es casi ma- (v. 219 y ss.):
yor sise compara el fragmento-conservado casualmente de una epopeya
antigua, la Tebaida (fragmento 3): aquí no aparece absolutamente nada de EDIPO Y yo diré lo que sigue, como quien no tiene nada que ver con este re-
la maldición expresada directamente en lenguaje poético, sólo se cuenta lato ni con este hecho. Porque yo mismo no podría seguir por mucho
sobre ella: «él maldijo» ... y nada más. tiempo la pista sin tener ni un rastro. Pero, como ahora he venido a ser un
Las palabras de la maldición son todavía más violentas cuanto más cla- ciudadano entre ciudadanos, os diré a todos vosotros, cadmeos...
ramente se dirigen contra el que se está maldiciendo sin saberlo. Los jura-
mentos de Creonte en Antígona también se dirigían igualmente contra el Todavía se mantiene esta actitud ajena como antes (v. 103 y ss.):
que formulaba los votos; pero en Edipo la fuerza de la reflexibilidad es mu-
chísimo más fatídica. Esta maldición tiene de nuevo en común con las pa- CREONTE Teníamos nosotros, señor, en otro tiempo a Layo como soberano
labras de Creonte en Antígona la dinámica de su intensificación en la que de esta tierra, antes de que tú rigieras rectamente esta ciudad.
nuevamente se introduce, tras un inicio pausado, el lanzamiento que 'se EDIPO Lo sé por haberlo oído, pero nunca lo vi.
caracteriza como el modo de andar de aquel que está en peligro de caer en
la locura. Y también aquí vuelve a haber una inversión, de la primera parte Pero esta actitud distante y ajena se transforma en una simpatía cada vez
a la última, pero aquí no sucede en el transcurso del diálogo, sino exclusiva.;;. más fuerte (v. 258 y ss.):
mente mediante el movimiento giratorio del propio discurso de maldición.
La moderación con que empieza el que habla, con la que promete la impu- EDIPO Ahora, cuando yo soy el que me encuentro con el poder que antes tuvo
nidad al que confiese, empieza a zozobrar a partir del momento en que se aquél, en posesión del lecho y de la mujer fecundada, 'igualmente, por los
proclama la proscripción oficial, y la violencia de la maldición y del descré- dos, y hubiéramos tenido en común el nacimiento de hijos comunes, si su
dito mismo se apoderan del que habla a medida que el enigma que quiere descendencia no se hubiera malogrado -pero la adversidad se lanzó
resolver lo va comprometiendo a él mismo más·y más (v. 244 y ss.): contra su cabeza-, por todo esto yo, como si mi padre fuera, lo defende-
ré y llegaré a todos los medios tratando de capturar al autor del asesinato
EDIPO Ésta es la clase de alianza que yo tengo para con la divinidad y para el para provecho del hijo de Lábdoco, descendiente de Polidoro y de su
muerto. Y pido solemnemente que, el que a escondidas lo ha hecho, sea antepasado Cadmo, y del antiguo Agenor. 8
en solitario, sea en compañía de otro, desventurado, consuma su misera-
ble vida de mala manera. E impreco para que, si llega a estar en mi pro- Aquí, al final, se enumera por completo la línea genealógica de todos los
pio palacio y yo tengo conocimiento de ello, padezca yo lo que acabo de representantes de su estirpe. Los reyes nombran de esta misma manera la
desear para éstos... sucesión de sus antepasados al proferir un juramento, como Jerjes en He-
ródoto VII, 11: «j Que deje de ser hijo de Darío, nieto de Histaspes y des-
A partir de la actitud de distanciamiento inicial con la que el nuevo rey se cendiente de Arsames, de Aria.ramnes, de Teíspes, de Ciro ... si no castigo
enfrentaba al suceso al principio casi olvidado, desconocido, se desarrolla a los atenienses! ».9
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Ambas son trágico-irónicas, tanto la actitud aparentemente distanciada gico... El error trágico es algo que sobreviene por sorpresa al ser humano.
como la apropiación aparente (pu.es la verdadera apropiación no tendrá Pero la apariencia trágica en la que se encuentra inmerso Edipo, sin duda
lugar realmente hasta que llegue la desgracia); sin embargo, sólo en la apro:" tal como se encuentra en la tragedia profunda, es algo que abarca desde el
piación, incluso cu,!ndo es aparen~e, y en su agitado ímpetu que deja tras de principio al ser humano, todo lo que él es y lo que quiere, como rey, esposo,
sí todo lo que está establecido opjetivamente, se entrelazan el ser y la apa- dirigente y salvador, lo que le determina, es su fuerza y su seguridad, es
riencia, hasta unirse estrechamertteel uno en el otro de manera irremedia- todo lo que le ofrece amparo. Al Creonte de Antígona todavía se le había
ble; sólo de este nexo que ha dejado de ser externo y pragmático, para con- hecho entrar por la fuerza en algo falso, aparente; Edipo está en la aparien-
vertirse en daimónico, que abarca la totalidad del ser, de la propia alma, de cia y se le expulsa de allí.
la propia lengua, surge lo verdaderamente trágico del ser expulsado de su La figura del adivino Tiresias, el portador, el recipiente humano de la
apariencia, perfilándose al mismo tiempo como la respuesta a la pregunta: verdad, es difícil de comprender y no sólo para Edipo, que lo interpreta
¿en qué podría afectarnos si Edipo no fuera casualmente el hijo de Layo?, erróneamente. Por un lado participa de algo sobrehumano y por otro es
II

o lo que es más: ¿cómo llega a convertirse el caso particular de la fábula en demasiado humano; por una parte tiene conocimientos secretos e inefables
la figura simbólica del drama? El excursus daimónico, progresivo e incons- y por otra es un anciano vacilante y olvidadizo; llega, pero al mismo tiem-
ciente, del ámbito de la apariencia al ámbito de la verdad es el elemento po desea estar lejos; calla y sin embargo revela; es un anciano medio loco e
humano, ausente en la fábula y que sólo a partir de Sófocles se ha ligado a irritable, pero en su ánimo furioso trasluce un segundo rostro; es un enig-
la figura de Edipo;IO eso es precisamente lo irónico, algo que el término ma que se transforma, un secreto que «tiene su verdad con fuerza» (v. 356):
académico de nuestra estética define generalizándolo con suma impreci- parece la personificación. de un fragmento completamente inexplicable,
sión como «la ironía trágica». Porque aquí el espectador no dispone para sí de la paradoja mántica del «no decir ni ocultar». Su naturaleza paradójica
de un conocimiento previo al de Edipo, qU,eva tanteando en la oscuridad, supera, sin duda, al Tiresias de Antígona y es una muestra de la evolución
que le permita entender de otra forma sus palabras, sino que aquí el ser de la videncia en la poesía antigua. Ya no es necesario acentuar la ceguera
humano se confunde con la apariencia y el ser; ambos no sólo no están re- ni el muchacho que guía al ciego que, a su vez, es guía de los ciegos; en su
partidos entre el escenario y las gradas, por no deciJ; entre un sujeto que lugar, la contradicción de la aparición mántica habla por sí misma: se trata
escribe y su mundo poético, sino que están en contacto en cada palabra, en de la misma naturaleza contradictoria, de lo totalmente irreconciliable
cada gesto del ser extraviado. No es el poeta quien juega con su propia apa- (observado sólo desde la perspectiva del carácter) en la mezcla de una exis-
riencia o con la «apariencia teatral», sino que son los dioses invisibles quie- tencia limitada y obstinada y lo daimónico dispuesto desde el otro mundo,
nes juegan con la apariencia humana desde un trasfondo inaprehensible. que se introduce en éste, pero sin que el ser humano se convierta en senti-
Tras una lucha secreta, inconsciente y premonitoria, empieza la lucha do estricto en extático, en el portador de la divinidad; en el profeta pneu-
abierta entre la verdad y la apariencia en la escena de Tiresias. No se trata mático: es la misma naturaleza contradictoria que se eleva enteramente
ya de la disputa entre la verdad y el error. Si se hablara sólo de error, no se hacia lo inexplicable dominándolo todo en la última obra de Sófocles, con
tendría presente que es totalmente imposible no errar, que no es la razón la firmeza y la amplitud de la figura que imbuye al anciano Edipo. Si la
la que es ineficaz sino la condición humana en su totalidad, tanto interna magia de esta naturaleza contradictoria todavía no se encuentra enAntígona,
como externamente. Deyanira, en las Traquinias, se encontraba inmersa en hay que concluir que Sófocles no estaba aún en posesión de ella cuando la
un error trágico, en algo que le había sobrevenido de repente, irrumpien- estaba escribiendo.
do con fuerza en su interior y que tan pronto lo comprendía, la llenaba de En la escena de Tiresias de Antígona, se pasa del respeto y la venera-
arrepentimiento; Heracles se enfurecía en esa obra, preso de un error trá- ción inicial a las injurias y a la inculpación finales y aquí ocurre lo mismo.
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Pero la inversión es más violenta y el contenido más irracional. Desde el con un doble sentido, «verdad» y «noche», pero la disputa es mucho más
primer verso del exordio se va más. allá de la Antígona, con los gestos, con violenta. Para Edipó, la «verdad» y la «luz» es aquello que cree haber
la veneración del rey, inclinándose simultáneamente no sólo ante la perso- hecho, de lo que es consciente, lo que está sometido a su voluntad y asu
na del adivino sino también ante el secreto de su tarea, alabándolo sincera- conocimiento; para el otro es lo que no se puede abarcar con la mirada, lo
mente y mostrándole su confia~za (v. 300 y s.): que se sustrae a ella; par~ el primero, laque queda dentro de la esfera hu-
mana; para el segundo, lo que queda: fuera de ésta. Si se apreciara sólo lo
objetivo, entonces tanto Tiresias como el espectador tendrían conocimien-
EDIPO¡Oh Tiresias, que todo lo manejas, lo que debe ser enseñado y lo que
es secreto, los asuntos del cielo y los terrenales! 12
to de un factor ignorado por Edipo; en este caso la disputa sería trágico-
irónica en el sentido acostumbrado. Pero si se contempla desde la perspec-
tiva del ser del hombre, el saber y el no saber no se enfrentan como un
Si en Antígona la pelea, en general, era todavía una advertencia que se re-
hecho, sino como una forma del ser frente a otra forma del ser: lo que para
husaba y una acusación seguida del desenmascaramiento del inculpado,
uno es ~<1uz», para el otro es «noche» (v. 362 y v. 368 y ss.):
pero que todavía se mantenía dentro de las formas racionales de una que-
rella sobre la justicia y la injusticia, la hibris y lasophrosine, Edipo, en cam-
TIRESIAS Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están in-
bio, choca con una oposición enigmática en la figura del propio adivino,
vestigando.
un oscuro no querer obedecer, una cerrazón ante la salvación, ante la cues- EDIPO ¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciendo alegremente esto?
tión de la que todo depende... La lucha no se desarrolla entre la justicia'y TIRESIAS Sí, si es que existe alguna fuerza en la verdad. 13
la injusticia, sino entre la «luz» y la «noche», en un juego de alternancias EDIPO Existe, salvo para ti. Tú no la tienes, ya que estás ciego de los oídos, de
de acusaciones mutuas en el que Tiresias pasa de la oscuridad inicial auna la mente y de la vista.
insinuación cada vez más clara, más iracunda, y Edipo, de la buena dispo.: TIRESIAS Eres digno de lástima por echarme en cara cosas que a ti no habrá
sición y la cálida acogida, a un enfurecimiento cada vez más doloroso, cada nadie que no te reproche pronto.
vez más violentamente separados el uno del otro. EDIPO Vives en una noche continua, de manera que ni a mí, ni a ninguno que
La disputa llega rápidamente a su primera cima (v. 334 y ss.): vea la luz, podrías perjudicar nunca.

EDIPO ¡Oh el más malvado de los malvados, pues tú llegarías a irritar, inclu- Sin esta apariencia de claridad en la que vive Edipo, que le «alimenta»,
so, a una roca! ¿No hablarás de una vez, sino que te vas a mostrar así de que se encuentra en su interior y a su alrededor, que es igual para él que
duro e inflexible? para to~os los «que ven la luz», sin ella, decíamos, toda esta disputa sería
una confrontación de tesis como la de Eurípides. Esta misma claridad, con
El ataque contra la resistencia del adivino se une al ataque contra la resis- la denominación de «noche», ha de alcanzar todo aquello que pone en
tencia del enigma que desde el principio, desde que había llegado el aviso peligro su existencia.
de Apolo, pone en peligro y amenaza secretamente la apariencia que rodea La amenaza se eleva hasta llegar a nombrar al dios (v. 376 y ss.):
a Edipo: Tiresias es acusado como cómplice del hecho. Y con ello se desen-
cadena nuevamente, como en la disputa de Antígona, la lucha entre las dos TIRESIAS No quiere el destino que tú caigas por mi causa, pues para ello· se
esferas. Al igual que allí, en la escena de Tiresias, se discute sobre la pala- basta Apolo, a quien importa llevarlo a cabo.
bra «provecho», xÉp~o~, en su doble sentido, tan pronto beneficio humano EDIPO ¿Esta invención es de Creonte o tuya?
como ambición de ganancias tur~ias, aquí se utiliza también una palabra
122 Sófocles Edipo Rey 123

En el lugar de la amenaza proferida por el dios se coloca enseguida, para y de nuevo la respuesta del Tiresias de Edipo tiene en común con.la
compensar, la amenaza proferida por el hombre para conservar así la profecía del Tiresias de Antígonaque ambas reúnen en una expresión el
imagen de la apariencia. Se ha int~ntado explicar estas relaciones, que son vaticinio de lo que sucederá en el futuro y la interpretación de lo que ya
las relaciones de la condición humana, por medio de relaciones exteriores está sucediendo en el presente (v. 412 y ss.):
y objetivas. 14 Y ciertamente, no faltan del todo en Sófocles las motivacio-
nes pragmáticas: fueCreonte, ~omo se ha dicho antes, el que había acon- TIRESIAS Y puesto que me has echado en cara que soy ciego, te digo: aunque'
sejado que se preguntara a Tiresias (v. 288). Pero que esta iniciativa tú tienes vista, no ves en qué grado de desgracia te encuentras ni dónde
pueda ser entendida como un motivo de sospecha, sólo es posible por la habitas ni con quiénes transcurre tu vida. ¿Acaso conoces de quiénes des-
naturaleza de este hombre; eso es lo que se alega y la cuestión, cuando ciendes? Eres, sin darte cuenta, odioso para los tuyos, tanto para los de
aparece la sospecha, no gira ya en absoluto en torno a circunstancias ex- allí abajo como para los que están en la tierra, y la maldición que por dos
ternas. La referencia a Apolo marca la línea fronteriza a partir de la cual lados te golpea, de tu madre y de tu padre, con paso terrible te arrojará,
.,algún día de esta tierra, y tú, que ahora ves claramente, entonces estarás
la apariencia, para mantenerse, deviene necesariamente locura y ceguera.
en la oscuridad.
Sobre la base de la apariencia se construye de inmediato todo un mundo
de locura y las leyes que lo rigen: Creonte, el adivino y el crimen -¡una
única relación! La indignación del soberano ya tiene contra qué chocar y «En el lugar en que habitas»: las palabras «habitar», «establecerse», etc.,
su pasión se descarga a través de una invocación gnómica del mundo son, en este nivel, las palabras preferidas para determinar un lugar del
(v. 380 y ss.): orden universal al que pertenece el quehacer de un hombre. No hay que
entenderlo como perífrasis artificiosa, falsamente enigmática, de algo
EDIPO¡Oh riqueza, poder y saber que aventajas a cualquier otro saber en que podría decirse simplemente con una palabra; no quiere decir que Te-
una vida llena de encontrados intereses t ¡Cuánta envidia acecha en voso- bas sea su hogar y Yocasta su madre, aunque desde un punto de vista prag-
tros, si, a causa de este mando que la ciudad me confió como un dOl}~ mático esto no sea erróneo. El origen, el lugar y lo que le rodea, el «de
-sin que yo lo pidiera-, Creonte, el que era leal, el amigo desde el dónde», el «dónde» y el «con quién» son las expresiones de la totalidad
principio, desea expulsarme deslizándose a escondidas, tras sobornar a de la existencia humana; y ésta, en tanto que trágica, siempre está conecta~
semejante hechicero, maquinador y charlatán engañoso, que sólo ve en da en Sófocles por naturaleza y aislada trágicamente. O para decirlo· en
las ganancias y es ciego en su arte! este caso tal como se ha realizado, la indeterminación de la profecía es más
evidente que la claridad de los demás. «No sabes con quién... » es la inter-
La amenaza se convierte en parte necesaria del nuevo sistema que se está pretación de una circunstancia; «Nosabes que Yocasta es tu madre» sería
creando; también se evoca el pasado para corroborar la apariencia: ¿qué únicamente la explicación de un hecho; pero el sentido es: «crees que estás
hizo la sabiduría del adivino ante la Esfinge? ... Pero aunque esta visión del unido a ellos, pero eres enemigo de todo aquello a lo que un ser humano
mundo sea falsa, ¿no tiene razón? ¿Qué sería la apariencia si no tuviera está unido»; «abajo» y «en la tierra» aparecen de nuevo como una polari-
también una apariencia de verdad? También Creonte en Antígona se apo- dad que representa el conjunto del parentesco sanguíneo, como en la pro-
yaba en algo que no era falso en sí mismo. Pero allí la relación entre la fecía de Antígona el «arriba» y «abajo», «vivos» y «muertos» representan
verdad universal y la realidad del momento tenía algo de repudiable, de el conjunto de todos los órdenes de la existencia. El estado final previsto
vulgar; aquí, en cambio, la desproporción pertenece a la esencia del ser llega a ser únicamente la manifestación de lo que Edipo'ya es, aunque'ho
humano como necesidad de autoafirmación y autoexplicación. se corresponda con su apariencia. Sólo a partir de la esfera de lo·daimónico
124 Sófocles Edipo Rey

que se introduce enlas palabras enigmáticas de la profecía, se puede deter- la inmovilidad de la escena, se manifiesta en el paralelismo de los repro-
minar el estado en que se encuentra el ser humano. Con lo enigmático, lo ches de violencia parecida, tanto de una parte como de la otra. Y, sin em-
indeterminado que hay entremezclado en las palabras del adivino, se in- bargo, este duelo es distinto al del Ayax - entre ambos queda el estadio de
troduce en el momento presente, en el ser, lo que en la fábula no era más la «dramaturgia de desarrollo» de Antígona. Porque si bien al principio el
que el desarrollo de los acontecimientos y la progresión hacia el futuro, combate permanece en la inmovilidad, casi de inmediato empieza a girar
para situarse como la verdad en la apariencia o la «noche» indisoluble- y
sobre sí mismo, a virar a oscilar: una batalla en la que uno se agota en
mente ligada al ser humano. embestidas descubiertas que el otro rechaza con el encubrimiento. (Por eso
El siguiente episodio, la querella entre Edipo y Creonte, destaca frente Creonte tiene que estar primero en el escenario, para que Edipo entre y le
a la escena de Tiresias de manera muy parecida a como lo hace la disputa ataque; v. 532 y ss.):
de Hemón frente a la escena de Tiresias de Antígona: tras lo oculto, lo os-
curamente mántico, lo irracional entra en escena, el ser humano racional EDIPO jTú, ése! ¿Cómo has venido aquí? ¿Eres, acaso, persona de tanta osa-
que, atacando al adivino, siente simultáneamente amenazada su otra exis- _pía que has llegado a mi casa, a pesar de que es evidente que tú eres el
tencia tan distinta (compárese con las escenas de querellas que se suceden asesino de este hombre y un usurpador manifiesto de mi soberanía? ...
en Áyax, entre las que apenas sí se produce contraste alguno). Pero ambas
escenas de disputa están relacionadas en Edipo de forma que una resulta Así empieza el ataque. Lo que al principio sólo había sido una vaga sospe-
de la otra en el curso de su desarrollo. Con ello se aleja cada vez más del cha, la cuestión no resuelta de por qué el adivino había callado después del
objetivo de la acción, de la tarea del autoconocimiento, hasta que resulta hecho y se había suspendido el proceso de investigación, se dirige ahora en
que aquello que en la esfera humana no es más que un desvío, lleva hasta forma de interrogatorio aparentemente triunfante contra el enemigo.
el objetivo de las relaciones daimónicas. Así es como a los oráculos les pla- Pero, enseguida, tras el primer embate, el que pregunta pierde el control
ce llegar a su cumplimiento: prefieren los rodeos, tienden a cumplirse pre- sobre el interrogado que en cada réplica toma impulso con una pregunta,
cisamente cuando parece que el ser humano consigue eludirlos. Péro como si fuera un contraataque. Sus armas son la claridad racional, el con-
Sófocles ya no utiliza esos elementos formales externos de los relatos ora- vencimiento de la integridad de su propia persona, carente de toda doblez.
culares arcaicos, al contrario que en las Traquinias; en lugar de eso ha re- Puede combatir firmemente, porque no quiere llegar a ninguna profundi-
flejado directamente en lo humano la experiencia y la base profunda hacia dad ni ambiciona altura alguna, no alcanza la frontera con la esfera sobre-
las que remiten los. rodeos oraculares, y las h~ elevado a la categoría de humana. Porque en él no hay fuerza que no esté dominada por su concien-
drama. Aquí el oráculo ya no es más la palanca de la acción -ni tan si- cia, que no encuentre su realización racional, no hay relación alguna que
quiera formalmente-, ni el impulso inicial hacia el conocimiento de uno no sirva para algún «provecho» (tU auv %ÉQbEL xaAá; v. 595), ni caracterís-
mismo, como en las Traquinias; el trasfondo de lo oracular y sus raíces que tica que no sea calculable o por la que no pueda rendir cuentas. Por tanto
penetran en el alma son, al mismo tiempo, el suelo en donde fructifica el hay aquí también un «rendir cuentas», su AÓYOV bLbóvaL, al que puede
drama. remitir el del Hipólito de Eurípides (bouvaL AÓYOV; v. 986). Pero mientras.en
El crescendo continuo que era característico de las escenas de disputas Eurípides la ratio emancipada de la totalidad del ser humano pertenece al
enAntígona no se repite aquí. El combate, en lugar de desplegarse desde la núcleo fundaq-lental del hombre, y el ser humano está dividido en razón y
apariencia de acuerdo, se conduce ya desde el inicio con una pasión mucho pasión, en Edipo la razón sirve únicamente como una oposición exte;f~{)Jr
más arrebatada. Si el uno comienza su escena primero lleno de indigna- para que lo humano en sí empiece a chocar con ella y empiece a quebrars~~
ción, el otro se le enfrenta con una irritación incomparable. La situación, En el personaje de Creonte se produce la confrontación entre aquelq:1.lp
Sófocles Edipo Rey

tendrá un destino trágico y el bios de la época, el individuo racional, ilus- En Antígona, los contendientes rompían su amistad para separarse del
trado, que adquiere conciencia de sí mismo ante el tribunal: sin ser posible todo en la culminación de su disputa. Aquí se sopesa la disociación, cantada
ni necesario un conocimiento de uno mismo a través del sufrimiento, cal- casi con las sentencias por el intercambio de versos breves del coro y por la
culando: «esto es lo que soy, esto lo que no soy y, por consiguiente, soy influencia del ritmo sobre el ánimo vacilante. Y con el mismo sosiego, Yo-
capaz de hacer esto y no aquello», e incluso sin equivocarse nunca.... Por- casta interrumpe la disputa entre el hermano y el marido. La última parte
que también hay esto. Lo auténticamente trágico sólo se despliega en Só- de Ayax ofrece ya una sol~ción parecida como final de una disputa:la intro-
focles en 10 no trágico: por esto se contraponen los jefes aqueos y Odiseo a ducción de un tercero. Pero ¡cómo se ha transformado el antiguo estilo es-
Áyax, Ismene a Antígona, el mundo del protector que se protege a sí mis- cénico en Edipo! Sólo atendiendo a lo exterior, a la técnica, se puede obser-
mo a la víctima que se autoinmola... y asimismo, Creonte a Edipo; frente var que, a partir de ahora, Sófocles ya sabe cómo conducir un auténtico
al dirigente, al soberano, al ser humano que se exige lo máximo y que es el diálogo a tres. De hecho, buscar en las Traquinias, en Áyax o incluso en la
primero en todo, se contrapone el ser humano de fama impecable, el que misma Antígona la tensión y la proximidad que une a Yocasta, Edipo y
evita cualquier -riesgo, cualquier exposición de su persona, el que se pone a Creonte,sería un esfuerzo vano. Pero la conquista del «diálogo a tres» signi-
cubierto, el que se añade y se contenta con el beneficio en lugar de con el fica más un cambio de estilo que un progreso en la técnica escénica. Si se
poder, el que es según los valores un ser mediocre, el segundo en todo. No echa una ojeada a la comedia, uno ya puede encontrar allí, en el primer
es difícil saber quién se mantendrá victorioso: Creonte, a quien correspon- drama del todavía jovencísimo Aristófanes, en Los acarnienses del 425, una
den las primeras mitades de la esticomitia y que conserva la última palabra yuxtaposición y una mezcla de diálogos y discusiones que ya se querría en-
antes de que Yocasta se interponga entre los contendientes. Edipo se en- contrar alguna vez en la escena contemporánea con el mismo colorido. Por
cuentra secretamente herido y sangrando en su interior, más a consecuen- tanto, algo así ya se sabía hacer. Pero esa posibilidad no tendría sentido al-
cia de sus propias embestidas ciegas contra un mundo adverso y resistente guno en las tragedias de Sófocles. Porque en Sófocles, ni aquí ni en otras
que por las heridas que hubiera podido causarle alguna palabra en concre~­ obras posteriores, no se habla simplemente para crear una situación, un am-
to: finalmente no puede sino librar su batalla dentro de su propio círculo, biente ni mucho menos una conversación como un fin en sí mismo, como en
sin apenas ver a quién hiere o si realmente lo hace (v. 618 y ss.): el teatro del siglo XIX. Tampoco hay aquí rastro de sociedad, corte o algo por
el estilo, que es la base del· diálogo vivo entre va~ios personajes en el joven
EDIPO Cuando el que conspira a· escondidas avanza con rapidez, preciso es. Shakespeare. El primer «diálogo a tres» de Sófocles en Edipo es, pues, uno
que también yo mismo planee con la misma rapidez. Si espero sin mo- de los signos de su estilo personal de configuración escénica, que no alcanza
verme, los proyectos de éste se convertirán en hechos y los míos, en frus- su plenitud hasta este momento. También en Áyax, se interpone Odiseo en-
traciones. tre los héroes que están discutiendo, como Yocasta se interpone entre Creon-
te y Edipo y, sin embargo, allí sólo se consigue un diálogo entre dos, donde
Ésta es su defensa. Qué desproporción con respecto al «rendir cuentas» es uno de los interlocutores se va alternando, una contraposición dual cam-
esta respuesta. La amenaza de la pena de muerte también es mucho más biante, en ningún caso un trío: la antitética estacionaria, a través de la cual se
fruto de la exasperación, una descarga pasional, que una resolución: es despliega el pathos arcaico, con un diálogo a tres habría sufrido una debilita-
como si la apariencia en la que él está inmerso y a la que está ~.tado no le ción únicamente, en lugar de ser potenciada. Es sólo en el juego de movi-
dejara obrar en el ámbito de lo objetivo. Un soberano amenazado que mientos y de transformaciones móviles, en el patetismo del daimon que ya
pudiera defenderse, un poderoso· a quien al final no le queda nada más no es estático sino que gira sobre sí mismo, donde e~ diálogo a tres se con;..
que el grito extraviado: «¡Oh ciudad, ciudad! »/5 vierte en la expresión de un contenido trágico; porque también el diálogo a
Sófocles

tres, con sus relaciones cambiantes, es una forma de transición y transforma- go, el mismo hombre, cuando deja marchar al supuesto conjurado, está
ción. Aquí, como en todo, es la forma de la psique 10 que condiciona la forma dispuesto a cargar sobre sí la culpa ajena, como ha sido definida en su al-
externa o la técnica. La interposiciÓn de un tercero, y el apaciguamiento que ternativa prisionera de la apariencia, como si él mismo fuera el perseguido,
éste aporta, no es aquí un final sino un cambio y una peripecia; no hay cesu- el que sufre injustamente. De ahí sus terribles reproches hacia los que le
ra, ,sino un ascenso a la cima más alta de este episodio, desproporcionada- rodean (v. 669 y s.):
mente largo y de una gran riqü~za de transformaciones, un episodio en el
que no faltan, junto al contraste de las grandes superficies, las zonas de tran- EDIPO ¡Que se vaya éste, aun cuando deba yo morir irremediablemente o ser
sición, los claroscuros y los estados intermedios y suspendidos. expulsado por la fuerza, deshonrado, de esta tierra!
El acusado se va libremente, la ira de Edipo abandona su objetivo,
pero esto crea, en lugar de una liberación y un alivio, una auténtica carga ¿Qué ha sucedido? Desde la perspectiva del contexto objetivo, esto es absur-
y una opresión. Porque ahora se interioriza el encono y la herida permane- do. 16 Pero el ser humano, en su vacilación entre causar daño o padecerlo, he-
ce oculta. El perseguido, que acaba de ser dejado en libertad, puede decir rido anímicamente, en la conmoción de su mundo aparente, enarbola la ver-
a su perseguidor con toda la razón (v. 673 y ss.): dad, sin presentirla, como antes él mismo se había apropiado de su misma
estirpe sin sospecharlo... 7 Lo que primero sucede en el alma en forma de un
1

CREONTE Es evidente que lleno de odio cedes, y estarás molesto cuando ter- «como si», acaece luego en realidad. Lo daimónico no irrumpe en ella desde
mines de estar airado. Las naturalezas como la tuya son, con motivo, las el exterior, a no ser que esa disposición se hubiera creado en su interior con
que más se duelen de soportarse a sí mismas. sus propias anticipaciones y posibilidades, para recibir el destino exterior.
De esta manera se prepara el cambio, al tiempo que va penetrando la
Cuando pierde la seguridad de su objetivo, la presión del acusador se verdad, ya no bajo la apariencia de una enemistad exterior que amenaza
transforma en la irrupción de la conciencia de ser culpable, de una gran marginalmente, sino desde el área más central de la esfera de ·la propia
injusticia que se comete contra él. La unidad entre lo Íntimo y 10 externo, existencia, la más próxima a Edipo. Y de nuevo todo se inicia con un esta..
entre los actos y los sentimientos, se pierde. De momento, sólo permanece do intermedio de suspensión, Creonte se va. ¿No se va también Edipo?
la apariencia en la que se fundaba la seguridad de Edipo, pero una fuerte ¿No sigue la reina al extraviado? Todavía queda en la reina una pregu.nta
sacudida se ha producido en su interior y ha socavado su' inconsciente an- por formular: ¿qué ha sucedido? La pregunta, que desvía el corodeancia-
tes de que la sacudida exterior, en un punto. indeterminado, acabe por nos que está a su lado, es redirigida finalmente a Edipo, conmocionado y
derribar toda la construcción. silencioso, a un Edipo que se sincera con Yocasta ahora más como un hijo
El que cree inocente al inculpado, acumula la culpa sobre el mismo con su madre... Semejantes transiciones no se habían .producido en las
acusador real (v. 658 y s.): obras de Sófocles hasta este momento.
La consanguinidad no se abre paso abiertamente,I8 sino que empieza
EDIPO Entérate bien ahora: cuando esto pretendes, me estás buscando la rui- a resonar quedamente, en el tono de la conversación, en la forma de diri-
na o mi destierro de este país~ girse entre ellos (v. 700, v. 772 y s.):

¡Ya sólo quedan estas dos alternativas! ¡Tan seguro está de que el inculpa- EDIPO Hablaré. Pues a ti, mujer, te venero más que a éstos...
do es el malhechor! Así de profundamente ha arrastrado Edipo, persegui- Pues, ¿a quién mejor que a ti podrí.a yo hablar, cuando paso por se-
do por la locura, su valor y su rango hasta el fondo de su error. Sin embar- mejante trance?
Sófocles Edipo Rey 131

Él es el extraviado, ella es quien lo ampara. Pero cuanto mayor es la segu- nocer la herencia de su sangre al final de Los siete de Esquilo;·esta forma
ridad con que lo conforta, con mayor brusquedad se precipita en la duda. monologada da curso en el Edipo de Sófocles a la vibración y a la tensión
Al igual que la hibris de Creonte en Antígona, también aquí se integra el de dos almas situadas una frente a la otra. En lugar de moverse en el estilo
consuelo de Yócasta en un gnomo, que se manifiesta en la forma de la le- del relato patético, la narración se apresura a trompicones en frases, inten-
gitimidad universal: su fundamento es una creencia ilustrada en la divini- ta liberarse de la fuerte presión y ya no hay lugar para adornos ni metáfo-
dad. I9 Pero al igual que en Edifo la hibris de la apariencia, inherente a la ras. (Véase qué lengua tan distinta en la anagnórisis· de Heracles en .las
propia naturaleza humana, y no la hibris de la autoafirmación del hombre, Traquinias, v. 1157 Y ss., en la perífrasis de: ninguno de los vivos sino de
constituye el peligro,un peligro muy profundo para el ser humano, así la uno ya muerto, v. 1161; la profusión de epítetos para señalar el lugar sagra-
equivocación de ese consuelo ya no es más la arrogancia del egocentrismo, do, v. 1167; la abundancia patética con la que se designa el presente, v. 1169,
sino sólo su apariencia. Desde A. W. Schlegel se acostumbra a hablar con etc.: aquí, en cambio, no se encuentra nada de todo esto.)
convencimiento de la «ligereza» o del «sacrilegio» de Yocasta. Pero, ¿qué
20
Sin embargo, otra vez, como en las Traquinias (v. 1141), una palabra
piadoso respeto podría hacerle creer que el oráculo, por el que había tenido pronuncjada casualmente es la que conduce a la revelación: allí era «Neso»,
que sacrificar a su hijo, se habría cumplido a pesar de todo? ¿Después de aquí la palabra «encrucijada». También en el Edipo de Esquilo se nom-
la int\tilidad del sacrificio que era su destino? ¿De qué le sirvió a Layo? Lo braba la «encrucijada» (Fr. 173 Nauck), tal como se lo han atribuido las
mataron los bandidos. Si ahora el adivino afirma de nuevo hechos impo- glosas a Sófocles. Pero ¡con qué suntuosidad se marcaba allí esta mención!
sibles a todas luces, ¿sigue siendo su duda una «ligereza»? ¿Se convierte en Se necesitaron tres versos para conseguir la resonancia trágica:
una «atea» cuando, después de esta experiencia, no duda ni una sola vez de
los dioses, sino únicamente de sus sacerdotes? ¿No vive ella también, al igua!,) ...Y así pasamos por una vía hollada por las ruedas hasta una encrucijada
que Edipo, después de todo lo ocurrido, inmersa en una apariencia necesa: múltiple, donde se juntan tres caminos, por Potniai...2I
ria, objetiva? Sus palabras son breves y firmes (allllELa. aÚvTolla.; v. 710),
cuando dispersa de una vez, tal como ella espera, la gran polvareda de sospe- No se desaprovecha la ocasión para doblar casi todas las expresiones con
chas imposibles que se extiende alrededor de Edipo (v. 7°7 Yss., 723 y ss.): una abundancia ,patética de epítetos ornamentales. Está·claro que después
se suprime cualquier nueva pregunta, cualquier intento de cerciorarse,
YOCASTA Tú, ahora, liberándote a ti mismo de 10 que dices, escúchame y cualquier duda. (El que adscribe estos tres versos a Edipo, en lugar de al
aprende que nadie que sea mortal tiene par~e en el arte adivinatoria. testigo, parece que no ha reflexionado lo suficiente sobre su forma.) De
Afirmo que los oráculos habían declarado tales cosas. Por ello, tú una manera parecida, en las Traquinias (v. 1143), Heracles, reconociendo'
para nada te preocupes, pues aquello en lo que el dios descubre alguna su destino, también se deja ir invocándolo cuando ha sido pronunciada la
utilidad, él en persona lo da a conocer sin rodeos. palabra funesta, al igual que anteriormente Etocles en Los Siete de Esquilo
(v. 653 y ss.) al ver cumplida la maldición paterna. En cambio, en el Edipo
El descubrimiento, que en el Edipo de Esquilo se produce exteriormente de Sófocles no hay ni un grito ni una exclamación ni rastro de la explosión
por el relato de un testigo, se traslada aquí a la intimidad de dos almas que trágica característica de la antigua forma del pathos. En su lugar aparece
se abren una a la otra. La forma monológica, que había permitido en las un juego que aJterna el sentimiento de sorpresa y el temor, con el no enten-
Traquinias que se conociera la revelación trágica de uno mismo patética- der y el descubrir, el vacilar y el tener la certeza... Por primera vez la alter-
mente, mediante el cumplimiento del oráculo, era la misma forma mono- nancia de versos sirve para expresar un estado suspendido entre la salva-
lógica mediante la cual Etocles, el hijo de Edipo, acepta su destino al reco- ción y el aniquilamiento (¡qué diferente al monólogo de las Traquinias!) ,el
13 2 Sófocles Edipo Rey 133

miedo inconcebible, tan paralizador, que apenas permite hablar: el pathos creencia se presente todavía más frágil de lo que había sido cuando era
refrenado es en este caso algo más fuerte que el que se había descargado apariencia y nada más. En la verdad a medias la apariencia se mantiene
libremente; el vacilante «quizá», <~parece», la palabra todavía no pronun- medio en ruinas, como un edificio parcialmente derruido sobre un acanti-
ciada, la cosa todavía no dicha por su nombre, se adelanta a la claramani- lado. Pero el ser humano, incluso bajo el terror del derrumbamiento, se
festación de lo espantoso y en el lugar de los anteriores elementos sonoros mantiene activo para proteger lo que todavía queda en pie, con oraciones,
y las imágenes aparece ahora úñicamente el movimiento desnudo del diá- con espíritu, con voluntad, con su disposición a huir de Tebas, de Corinto,
logo (v. 729 y ss., 738 Yss., 813 y s.): de cualquier peligro que le amenace (v. 824)...
Todavía queda una esperanza, aunque ésta sea débil, para salvar de
EDIPO Me pareció oírte que Layo había sido muerto en una encrucijada de alguna manera la apariencia, es decir, el ser desde la perspectiva humana.
tres caminos. Mientras todo es concluyente en torno suyo para que tenga conocimiento
YOCASTA Se dijo así y aún no se ha dejado de decir. de su acción y de su verdadero ser, queda la contradicción en el número.
EDIPO ¡Oh Zeus! ¿Cuáles son tus planes para conmigo? Según l~ afirmación del testigo, eran varios los que asesinaron a Layo. Y es
YOCASTA ¿Qué es lo que te desazona, Edipo?
por el número, por la incoherencia del número que se ha descubierto que
EDIPO Todavía no me interrogues. Y dime, ¿qué aspecto tenía Layo y de qué
todo el Edipo está construido sobre una artimaña. 22 Como si el número no
edad era?
fuera un asidero al que se agarra con fuerza la apariencia. Como si la apa-
YOCASTA Era fuerte, con los cabellos desde hacía poco encanecidos, y su figu-
riencia que está a punto de sucumbir no se agarrara siempre a cualquier
ra no era muy diferente de la tuya.
cosa y, por tanto, se resistiera a soltarla de la mano. ¿No es acaso propio de
EDIPO ¡Ay de mí, infortunado! Paréceme que acabo de precipitarme a mí
la naturaleza del ser humano que como tal se aferre a una esperanza, por
mismo, sin saberlo, en terribles maldiciones.
pequeña que ésta sea, con toda su perspicacia, y que así se vuelva mucho
YOCASTA ¿Cómo dices? No me atrevo a dirigirte la mirada, señor.

EDIPO Me pregunto, con tremenda angustia, si el adivino no estaba en lo


más reflexivo (v. 839 y ss.)? Porque lo que rige en estas circunstancias al ser
cierto... humano es el instinto. ¿Es acaso contrario a la naturaleza del ser humano
... Si alguna conexión hay entre Layo y este extranjero... que el instinto más fuerte, el femenino, intente dirigir el pensamiento de
forma más fuerte, más enérgica, que el del hombre (v. 848 y ss)?:
Aquí aparecen, por fin, el hombre y la mujer entrelazados en un mismo
destino, visiblemente encadenados. Y la unióp. secreta es todavía más es- YOCASTA Ten por seguro que así se propagó la noticia, y no le es posible des-
trecha que la manifiesta: ambos luchan por la misma apariencia que a la mentirla de nuevo, puesto que la ciudad, no yo sola, la oyó. Y si en algo
vez los une y los separa; y si uno flaquea, el otro cree erróneamente que se apartara del anterior relato, ni aun entonces mostrará que la muerte de
la misma acción y la misma palabra todavía consolidan con más firmeza su Layo se cumplió debidamente, porque Loxias dijo expresamente que se
propia posición. Pues así procede esta escena como reverso de la siguiente. llevaría a cabo por obra de un hijo mío. Sin embargo, aquél, infeliz, nun-
Así,al principio Yocasta cree que afianzala seguridad de su posición y la ca le pudo matar, sino que él mismo sucumbió antes. De modo que~n
materia de adivinación yo no podría dirigir la mirada ni a un lado nia
de Edipo, mientras él se precipita en la verdad como en un abismo, al igual
que después, cuando Edipo se alza sobre su apariencia y se cree seguro otro. 23

mientras ella se precipita en su verdad.


Porque lo que ha empezado a revelarse sólo es, de momento, una ver- No se trata de que, entretanto -como se ha querido ver-, la «ligere·za»
dad a medias que, por ser sólo la mitad, consigue que. la imagen de la de Yocastase hubiera acrecentado -que distinguiera aquí de nuevo. entre
134 Sófocles Edipo Rey 135

el adivino y el dios sería exigir demasiado-; la diferencia respecto a sus mente, aunque no por ello menos milagrosa e independientemente de sus
primeras frases del mismo episodio estriba más bien en que en las prime- deseos-, irrumpe como por orden divina algo con lo cual parece que toda
ras habla desde la seguridad incuestionable y en éstas lo hace desde la más su angustia desaparece (v. 946 y ss.):
enérgica resistencia. Lo que aquí se utiliza como defensa, con la apariencia
dela hábil razón; es una necesidad existencial, es la voluntad de conserva- YOCASTA ••.¡Oh orácul?s de los diosest ¿Dónde estáis? Edipo huyó hace
ción y el instinto de supervivencia femeninos por el hombre, mucho más tiempo por el temor de matar a este hombre y, ahora, él ha muerto por el
que una deficiencia de su carácter. Y que esto lleva a la hibris ante los dio- azar y no a manos de aquél.
ses es indiscutible, pero aunque sea así, surge precisamente por eso más de
las raíces de la naturaleza humana que de una situación determinada y y entonces empieza a desarrollarse el resto de la acción, en la que se ha
especial, de un ser humano concreto. visto desde tiempo inmemorial algo que recuerda los movimientos de las
Que aquí la duda y la razón no son otra cosa que un medio para resistir, piezas de ajedrez. 25 Sin embargo, también esta combinación externa de
que son sólo armas de la existencia amenazada y que no hay que confun- circunst~ncias, en parte originadas artificialmente, tiene su lugar en·· el

dirlas con la actitud de los espíritus libres de la época de los sofistas, queda conjunto general, una luz en la oscuridad reinante, sólo gracias a que su-
de manifiesto cuando se las requiere al principio del tercer episodio, cuan- cede en la atmósfera de la conmoción anímica, ante el trasfondo de la con-
doYocasta se aproxima con oraciones y sacrificios al mismo Apolo, cuyos' fusión interior. Dos tercios del drama, por tanto casi todo el drama,'han
oráculos ha puesto en duda (la imagen de Apolo Liceo está junto a la puer- transcurrido ya antes de que la constelación exterior de los hechos irrumpa
ta de la casa). Porque ahora tiene miedo, si no de sí misma y por sí misma, en la constelación del desgarramiento del alma. Porque lo que hasta ese
por lo menos tiene ese miedo no menos angustioso que es el miedo almie:; momento le ha salido al paso a Edipo -Creonte, Tiresias, Yocasta- era,
do (v. 915 y ss.): -' . en el fondo, sólo la expresión, la consecuencia, la ayuda o el obstáculo de su
propia búsqueda, de su errar, de su apariencia y sólo surgía en tanto que su
YOCASTA ••.Porque Edipo tiene demasiado en vilo su corazón con aflicciones
propia apariencia lo invocaba y salía a su encuentro. Ahora, mediante un
de todo tipo y no conjetura, cual un hombre razonable, lo nuevo por lo juego de mensajeros desconocidos que entran en escena mencionando los
de antaño, sino que está pendiente del que habla si anuncia motivos de acontecimienos recientes o casi olvidados, se estrecha la soga con la que el
temor. anillo exterior se ciñe alrededor de la conmoción del alma. ¡Y con qué
verosimilitud penetra todo esto desde el exterior! El buen mensajero, ya
Pero en lugar de descargarlo en una extensa lamentación o un ruego, al viejo, irá de sorpresa en sorpresa: no es la soberanía resultante de Corinto,
estilo escénico anterior, como lo habían hecho Tecmesa 'y Deyanira, aquí sino la muerte de Pólibo, lo que apenas se puede cre.er, lo que hay que
el acto de ofrenda transcurre en silencio, durante el cual entra el mensa- atestiguar según todas las reglas, y se desencadena un júbilo tal que parece
jero desde una exterioridad insólita con la noticia de la muerte de Pólibo. que ha traído la salvación en el último mom~nto... Y pronto entenderá
Según las reglas del estilo antiguo, a las que Sófocles se ciñe en las Traquinias menos todavía qué es lo que se encuentra ante él; duda, ¿debe o no debe
y en Ayax, esta entrada tendría que haber sido señalada antes de q~e se hacerlo? ¡Pero su suerte quiere que la mayor felicidad para el rey sea en-
produjera. Sin embargo, aquí irrumpe de repente algo totalmente ajeno, terarse de que no es el hijo del muerto! Y de esa manera, sabiendo cómo
con una ironía en la interrupción daimónica que tiene su equivalente más proporcionar la felicidad, se ve arrastrado a introducirse en el diálogo
cercano en aquella con la que el vigilante interrumpe el discurso de Estado como tercero (v. 924) y sus noticias se crecen con la dicha del anciano qU.e
de Creonte en Antígona. 24 Apenas se vuelve Yocasta para orar -y casual- por fin puede revelar cómo salvó al soberano recogiéndolo -es tan grande
Sófocles
Edipo Rey

su dicha que sin darse cuenta cambia el tratamiento solemne que le debe
al otro, el miedo y la dicha, desmintiéndose y convenciendo. Lo que sobre-
al rey (v. 1008):
viene en las Traquinias con este juego en la tragedia del corazón -pues allí
también hay un intento de convencer, el·desbaratamiento de la dignidad
MENSAJERO ¡Oh hijo, es bien evidente que no sabes lo que haces L..
majestuosa del encargado por parte del vil intermediari()--- consiste final-
mente en cuestionar la forma de comportarse de los seres humanos entre
Un vulgarismo como este «bien_evidente» en griego no habría sido posi-
sí: la apariencia de falsedad y el engafio refinado, aunque bienintenciona-
ble, por ejemplo, en las Traquinias, a pesar de las complejas apariciones de
dos, no podían prevalecer... En Edipo, sin embargo, ambos mensajeros son
los mensajeros;26 el propio estilo de la obra lo excluía. Porque al igual que
por naturaleza buenos, bienintencionados en sus temores y esperanzas, al
su patetismo todavía no conocía los contrastes irónicos entre las circuns-
tiempo que son almas serviciales, aunque piensan en sí mismas, pero en el
tancias externas y las pasiones interiores, tampoco podían reflejarse aún
contexto general no son más que ínfimos instrumentos inconscientes de la
estas contradicciones en el lenguaje. Por el contrario, de nuevo se aprecian
fatalidad divina. La ironía que los enfrenta es aquella ironía del juego,
las similitudes, incluso en la representación de los subalternos entre Edipo
y Antígona (v. 223 y ss.). mediante la cual la voluntad divina entreteje lo elevado y lo abyecto para
revelarse en la inestabilidad de la grandeza humana.
Con la contraposición de los dos ancianos que salvaron a Edipo de
Por su estructura, este tercer episodio también está dividido en dos par-
niño, uno adelantándose con gran dicha, espantándose de repente y man-
tes: primero va ascendiendo, con un mismo ritmo, desde eltemor a la tran-
teniendo la reserva; el otro repitiendo en tono popular de nuevo el mismo
quilidad, hasta la seguridad triunfante - yocasta marca el ton()---, para
contraste del reconocimiento trágico entre Edipo y Yocasta (v. 113 1 y ss.):
después, con una nueva oleada de miedo surgida repentinamente, volver a
SERVIDOR No como para poder responder rápidamente de memoria. elevarse desde el miedo a la seguridad, pero esta vez es Edipo el que marca
MENSAJERO No es nada extraño, señor. Pero yo refrescaré claramente la me- el tono y el que en igual medida se precipita, conjura y finalmente desapa-
moria del que no me reconoce. Estoy bien seguro de que se aCl;1erda rece. Pero también tiene lugar una inversión en el interior de los personajes
cuando, en el monte Citerón, él con doble rebaño y yo con uno, convivi- entre el inicio y el final. Primero era él quien no podía librarse de su miedo
mos durante tres períodos enteros de seis meses, desde la primavera has- y ella· quien insistía en confiar en la «fortuna», en la «imprevisión de las
ta Arturo. Ya en invierno yo llevaba mis rebaños a los establos, y él, a los cosas», en la vida «al azar» tal como se ofrece (eL'Xtl 'XQát'LOt'OV ~ñv ... v. 979,
apriscos de Layo. ¿Cuento lo que ha sucedido o no? lo cual no significa «ligereza», sino estar sin aguzar el oído a lo inquietante
SERVIDOR ¿Qué ocurre? ¿Por qué te informas de esta cuestión? y oscuro, sin que se agrieten los fundamentos que cuestionan la vida, por;..
MENSAJERO Éste es, querido amigo, el que entonces era un niño. que el ser humano es cuestionado a causa de los dioses); así se llamará pron-
SERVIDOR ¡Así te pierdas! ¿No callarás? to a sí mismo, refugiándose en el interior del último reducto de la aparien-
EDIPO ¡Ah! No le reprendas, anciano, ya que son tus palabras, más que las de cia, «hijo de la Fortuna», en el mismo momento en que Yocasta, dudando
éste, las que requieren un reprensor. de él, pierde violentamente las ganas de vivir. Aquí Yocasta se comporta
SERVIDOR ¿En qué he fallado, oh el mejor de los amos?
de la misma manera que lo hizo Deyanira en las Traquinias (v. 815): seale~
EDIPO No hablando del niño por el que éste pide información.
ja enmudeciendo repentinamente y dejando a los demás que malinterpre-
SERVIDOR Habla, y no sabe nada, sino que se esfuerza en vano.
ten su ida. También allí el coro se dedica a conjeturar sobre lo sucedido y
con ello expresa su rechazo y temor. Pero mientras que allí la escena seguía
De qué forma tan distinta, comparados con el juego de intrigas entre los
la configuración típica del relato al viejo estilo, llena igualmente del pathos
mensajeros en las Traquinias, se contraponen aquí los testigos, uno frente
aportado por el narrador, aquí Yocasta es. prisionera de sus subidas y baja.;:.
Sófocles Edipo Rey 139

das, ascendiendo y precipitándose por obra de su propiodaimon para final- actitud femenina ante su destino no estuviera concebida en una contrapo-
mente ser rechazada con fuerza. Y ,al igual que su desaparición significa su sición tan profunda respecto a la masculina. Porque lo que a ella la atemo-
caída de la seguridad engañosa, asimismo el equívoco, que ella deja tras de riza o le hace concebir esperanzas no es la verdad en sí, no es lo que ocurre
sí, es también más malévolo e irónico que aquel al que se entrega Deyani- en sí mismo, sino el ser humano al que quiere, en sus circunstancias y sus
ra: en las Traquinias el equívoc~ consiste únicamente en la malinterpreta- sentimientos. Sintiéndose.segura o angustiada, Yocasta mantieneunaacti-
ción de su silencio y de su noble naturaleza; aquí en Edipo, en cambio, es el tud indirecta hacia la verdad cuanto ínás directa es respecto a lo vivo, lo
propio brote irónico de lodaimónico en el ser humano y de la obsesión de instintivo, y este instinto es en realidad su razón. Cuando Edipo se com-
apariencia innata que surge un desconocimiento mayor; porque la apa- porta patéticamente, en el sentido clásico del término, ella se comporta
riencia, en pleno naufragio, se dispone a construir con los últimos restos sim-patéticamente, en el mismo sentido. Por eso ella le supera en fortuna
una nueva nave para el último engaño (v. 1074 y ss.): y en esperanza, hasta en la hibris del triunfo, como en el desastre hasta la
aniquilación vital. Así, para ella ya es una victoria si él tan sólo empieza a
tener esperanzas, por vanas que éstas puedan ser, por lo que su ruina no
CORIFEO ••. Tengo miedo de que de este silencio estallen desgracias.
EDIPO Que estalle lo que quiera ella. Yo sigo queriendo conocer mi origen,
será llegar a ver su propia realidad, sino ver cómo Edipo verá la suya
aunque sea humilde. Ésa, tal vez, se avergüence de mi linaje oscuro, pues (v. 1060 y ss.):
tiene orgullosos pensamientos como mujer que es. Pero yo, que me tengo
a mí mismo por hijo de la Fortuna, la que da con generosidad, no seré YOCASTA ¡No, por los dioses! Si en algo te preocupa tu propia vida, no lo in-
deshonrado, pues de una madre tal he nacido. Y los meses, mis herma- vestigues. Es bastante que yo esté angustiada.
nos, me hicieron insignificante y poderoso. Y si tengo este origen, no ¡Oh desventurado! ¡Que nunca llegues a saber quién eres!
podría volverme luego otro, como para no llegar a conocer mi estirpe:
¿Con semejantes áfirmaciones se puede decir que su carácter es el de «una
En Ayax, el engaño de la locura enviada por los dioses es algo ajeno al ser mujer frívola»? Claro que no. Porque sólo mediante la diferencia entre
humano, algo que se inflige contra la naturaleza, algo que anula lo heroico ambos centros existenciales y su relación diversa con la motivación vital
mediante el poder divino sin que se rompa en sí mismo; en el drama de son posibles los enredos, las interferencias y las amplificaciones de las on-
Deyanira en las Traquinias el error lamentable es una pérdida delconoci- das trágicas que agitan toda la parte final de Edipo. El rasgo sobrehumano
miento provechoso, desde el ofuscamiento del ·ánimo agobiado, desasose- de Yocasta, surgido de la dificultad del momento, consiste en sudisposi-
gado y amante; en Edipo el engaño es algo que flota en el ambiente, que ción a aceptar incluso una apariencia como ésta, aunque sepa que es sólo
está. al acecho, como la fatalidad daimónica que surge de la esencia y el una apariencia por la vida, por la vida de él; mientras <que el esfuerzo so-
mundo más propiamente humano: aunque estos estadios de la revelación brehumano de Edipo consiste en aceptar incluso una vida de este tipo, la
de la nada todavía no representan una evolución, no es sin embargo fácil del cegado y maldito, con tal de que sea la verdad. La acción, en sentido
imaginar la sucesión al revés y considerar como la forma más evoluciona- propio, no está compuesta por los movimientos de ajedrez de lo circuns-
da la todavía muy limitada revelación trágica de las Traquinias. tancial, de los destinos, sino por las' formas de movimiento y de naturaleza
que usan ambas almas para recibir la verdad que llega precipitadamente.
Los dos últimos episodios breves de la acción dramática son más ricos
en movimiento que cualquier otra cosa de Sófocles. Pero también la últi- Por ello, el conocimiento desvelado que irrumpe violentamente tiene ·lti
ma contraposición, la última ascensión y caída, no habría sido posible sin misma forma externa,en las Traquinias, en el destino de Heracles (v. 1143:'
la oposición de dos formas humanas que se precipitan hacia su ruina: si la LO" LO" 6úa'tl1vo~, etc.) y en Edipo (v. 1182: LO" LO" 'tu náv't' uv'...). Pero·el
Sófocles Edipo Rey

conocimiento de sí mismo que alcanza Heracles no deja de ser un conoci- importancia del ámbito público y la trascendencia general de la última
miento egocéntrico, por cuanto no es más que el momento en que se da parte del Edipo no significan una pérdida, un déficit, de un elemento que
allí existía, sino más bien una preponderancia del haecceitas por encima del
cuenta de la inminencia de su muerte; pues aunque Heracles se eleve con
caso particular: ya no hay una historia con su inicio y su final, su giro re-
ello hacia su última victoria, no llega a verse como lo que realmente es
pentino manifestado detalladamente con emoción, como en las Traquinias
dentro de su limitada existencia final de héroe. Por ello, en él también la
(v. 900 y ss.), ya no es un drama narrado que constituya el segundo acto y
iluminación de este conocimiento tienela forma de una autoinvocación, de
la continuación de uno ya representado, como en Antígona (v. 1205 y ss.),
una autolamentación y de una subjetividad llena de dolor (v. 1143 Y s.):
sino el final de algo que ya se percibe, que se manifiesta con fuerza en los
gestos y las acusaciones del ciego que, finalmente, lo ve todo (v. 1242 y ss.,
HERACLES ¡Ah, ah, negro destinol ¡Me muero, infortunadof ¡Estoy perdido,
estoy perdidol ¡Ya no hay para mí luz del sol! v. 1268 y ss.):

MENSAJERO (sobre Yocasta) ... se lanzó derechamente hacia la cámara nupcial


Sin embargo, en Edipo los propios sentimientos de dolor ya no se expresan mesándose los cabellos con ambas manos. Una vez que entró, echando
a gritos, tal como los siente el sujeto: en tanto que el dolor no disminuye por dentro los cerrojos de las puertas, llama a Layo, muerto ya desde hace
con esta nueva forma, se crea una suma de todo que adquiere legitimidad tiempo, yle recuerda su antigua simiente, por cuyas manos él mismo iba
universal (v. 1179 Y ss.): a morir y a dejar a su madre como funesto medio de procreación para sus
hijos., Deploraba el lecho donde, desdichada, había engendrado una do-
SERVIDOR ••. Y éste lo salvó para los peores males. Pues si eres tú en verdad ble descendencia: un esposo de un esposo y unos hijos de hijos.
quien él asegura, sábete que has nacido con funesto destino. ' ~, (sobre Edipo)... arrancó los dorados broches de su vestido con los que se
EDIPO ¡Ay, ay! Todo se cumple con certeza. ¡Oh luz del día, que te vea aho- adornaba y, alzándolos, se golpeó con ellos las cuencas de los ojos, al
ra por última vez f ¡Yo que he resultado nacido de los que no debía y tiempo que'decía cosas como éstas: que no le verían a él, ni los males que
habiendo dado muerte a los que no tenía que hacerlof 2 7 había padecido, ni los horrores que había cometido, sino que estarían en
la oscuridad el resto del tiempo para no ver a los que no debía y no cono-
La exaltación, con abundancia de imágenes'de'gran fuerza, invocaciones, cer a los que deseaba.
denominaciones del propio sufrimiento, ha retrocedido aquí hacia una
Aquí los acontecimientos se convierten en símbolos, al igual que la propia
contención que prefiere, en lugar de los gestos radicales y patéticos, el sÍm-
lengua: el símbolo consiste en que el rostro natural y el espiritual se entre-
bolo (una auténtica imagen cargada de sentido y no sólo un simple juego)
lazan en uno solo -ya no son sus ojos corporales los >que le descubren su
y, en lugar de la acentuación clara, un tipo de lítote de los gestos expresi-
pasado. «Hacer y padecer>' son una expresión polarizada, la manifestación
vos. Asimismo es preciso señalar que no se reduce en modo alguno' el
de dos extremos que remiten a la existencia en su totalidad y no se pueden
pathos del relato final, emparentado claramente con el de las Traquinias
explicar como perífrasis del matrimonio consumado sin ser consciente de
(v. 900 y ss.), aunque como expresión del dolor no tiene ya un sentido en sí
los hechos y de la muerte de Layo; al contrario, esto es por su significado
mismo, pues se llena con algo más universal que es, en definitiva, lo que
su «hacer y padecer». En la oscuridad futura habrá, al igual que ahora, un
expresa lo auténticamente trágico. No me refiero a aquel tipo defazit gnó-
«ver» y un «no ver»: una «visión» de aquello que él no deberíahabervis~
mico que siempre se puede encontrar al empezar o finalizar un discurso,
to con sus ojos y un «no ver>' , «no conocen, aquello que él desearía. ver:,al
sino a la trascendencia general en la totalidad. Es cierto que en el tema de
igual que su deseo le llevaba asus orígenes; en la oscuridad, 10 físico yló
las Traquinias todo se encuentra mucho más limitado e íntimo, pero la
Sófocles Edipo Rey

espiritual: porque con esto empieza ahora su verdadera capacidad de vi-


mana en Edipo, sin necesidad de personificarse y apenas sin nombrar a
sión, como el reconocer saliendo de la ceguera de la noche, que es el cono- Apolo.
cimiento de uno mismo. De la misma manera que antes se había concebi- Algo que como aparición completa es propio de la tragedia ática, el
do la salida de Yocasta como una fórmula enigmática, aquí el enredo del goce en lo terrible, la mezcla de crueldad y sensibilidad, ha penetrado aquí
griphos apunta hacia la esencia de su ser, entrelazado consigo mismo y en la actitud del héroe co.mo en ninguna otra obra. Donde, por lo general,
acentuado por su ceguera y su vÍsión. 28
el canto, la palabra y la poesía producen un mayor regocijo que las vícti-
De esta forma, al final se vuelve a expresar líricamente en el último mas impotentes en manos del deseo doloroso, aquí se encuentra a la víc-
lamento, tanto en un sentido particular como en el más universal, la fa- tima y al que goza como un único elemento, retorciéndose y acusándose
talidad física que encierra al mismo tiempo la fatalidad espiritual: el «su- mutuamente, floreciendo en el tormento, con obsesivos discursos y cantos..
frimiento» es «doble» (v. 1320). Si en Ayax, en una lamentación por lo No hay más literas ni enkkYklema ni machina: el héroe cegado ordena a
demás bastante parecida, la «noche» y la «luz» representan las esferas de gritos desde el interior de la casa que se abran las puertas y que se le con-
la «vida» y de la «muerte» y son intercambiadas por el héroe doliente para duzca a la luz. 29 En lugar de ser llevado al interior, hacerlo visible, mos.;.
dar rienda suelta a sus lamentos con una doble invocación, en Edipo la la- trarlo, la propia víctima irrumpe-en la zona visible para mostrar el terrible
mentación apunta hacia algo que va más allá de su propio significado, de descubrimiento que ha hecho en su búsqueda de sí mismo: el ciego que fue
forma que la finsternis, la oscuridad profunda, se refiere al mismo tiempo desde siempre... 30 Incluso el tradicional acto de exposición, como eldescu-
a !a de los ojos corporales y a la de lo daimónico y fatal que le envuelve brimiento de Heracles que arroja su manto para mostrar lo maltrecho que
(Ayax v. 394 y ss.):
está (Traquinias v. 1078) o como el descubrimiento del muñeco manchado
de sangre que representa a Áyax, con la espada clavada en el pecho -por-
ÁYAX ¡Oh oscuridad que eres luz para mí! ¡Oh Erebo que me resultas muy que precisamente para eso se les había echado un manto por encima, para
luminosof ...
poder descubrirlos después (Ayax v. 1003 en contraposición al v. 915)----,
incluso este acto típico de la puesta en escena de lo trágico, de corte arcaico,
en Edipo Rey, por el contrario (v. 13 13 y ss.): forma una unidad por primera vez en Edipo con la figura del héroe: mien-
tras que en los descubrimientos de Áyax ya muerto y del Heracles agoni-
EDIPO ¡Oh nube de oscuridad, que me aíslas, sobrevenida de indecible ma- zante queda todavía algo de un acto de ratificación, aquí el descubrimien-
nera, inflexible e irremediablef ¡Ay, ay de. mí de nuevof ¡Cómo me tono se puede separar de la esencia de Edipo, como un gesto y una acción
penetran, al mismo tiempo, los pinchazos de estos aguijones y el recuer- del descubrimiento de uno mismo}I
do de mis males f
Todo lo que le rodea y actúa de soporte, la totalidad del cosmos en
torno a él, su estirpe y sus contemporáneos, sus progenitores y sus hijos,
De nuevo parece específico de Ayax y de las Traquinias, tras compararlas la ciudad y sus habitantes, su propio rango y su palabra real (v. 1369), todo
con Edipo, que no se nombre en ellas la región del sentido de lo que esto lo rechaza: cómo ha de poder «ver a sus hijos», a su «ciudad» con sus
envuelve al héroe de forma inquietante -hacia la que Edipo trasciende «torres» y sus «imágenes de los dioses», a su «pueblo», en cuyo centro él
constantemente-, y que tampoco llega él penetrar en la situación. La ha crecido como el más excelente de todos;3 a partir de este lllomento,se le
2

Atenea que castiga a Áyax oculta y altera en esta obra el elemento de lo arroja del reino de los vivos, así como del de los muertos: incluso lamu.~r;~
inquietante y enigmático (en tanto que figura ya elaborada y conocida te, como un camino hacia el hogar, como un reunirse con los suyos,s~ríq:
por la epopeya), la «nube» que está suspendida sobre la grandeza hu- una suerte de vida en comunidad, y esto, aunque sólo sea en forma de¡:>;<;)8<
144 Sófocles Edipo Rey 145

sibilidad, es rechazado de pleno con todo el ímpetu de la necesidad trágica mostrarse ante ningún ser humano: todo esto se contradice internamente
(v. 1368 y ss.): después que él mismo ha ordenado a gritos que se le conduzca hacia la luz~
Pero estas contradicciones son al mismo tiempo inherentes al patetismo
CORO •••Sería preferible que ya no existieras a vivir ciego. trágico que consiste en afirmar con goce, en tanto que goza de sí mismo,lo
EDIPO No intentes decirme que esto no está así hecho de la mejor manera, ni que niega con su sufrimiento.
me hagas ya recomendacioñes. 33 A las maldiciones que lanza contra sí mismo responde, como contra-
punto, el ser humano no trágico: Creonte. Es todavía el mismo Creonte
Es como el contrario de Áyax, uno que ya no invoca a «la muerte como que, injustamente acusado en la querella, había demostrado su integri-:-
una ayuda», que no piensa en sus últimos momentos en el cosmos de su dad y que ahora, con una conmoción objetiva y no por ello menos huma-
destino que le rodea, ni en Zeus ni en las Erinias, ni en Salamina ni en na y honesta, dispone sobre el ser manchado, no sin antes consultar con
Troya, ni en el río y el campo, ni en Hades y la luz, a quienes envía un los dioses. Así Creonte, el que carece de destino, totalmente ajeno a él, es
postrer saludo; uno que, por el contrario,· si fuera posible, preferiría «obs- la grandeza que se mantiene inmutable y a partir de la cual se mide ahora
truir» la «fuente» de su participación en el mundo destruyendo sus oídos todo el cambio: el que no hacía mucho era profundamente despreciado es
(v. 1388). ahora «el mejor hombre» frente al «peor», incluso para Edipo en el arre-
y las referencias que se hacen al final, en lugar de dirigirse a un ele- bato de su humillación (v. 1433); él otorga una gracia suprema al no im-
mento amigo, de confianza, próximo,como en las Traquinias Heracles se pedir que el ciego toque a sus hijas por última vez. Así, a pesar de toda su
dirigía a sus propios brazos, a sus hombros, a la fuerza de su cuerpo y Áyax compasión, Creonte se muestra frío en comparación con ese corazón des-
lo hacía a los escenarios de su heroísmo. y Antígona a los muertos de su bordante del que fluye como un torrente el amor paternal. Por su posi-
estirpe, aquí Edipo invoca algo desde el principio ajeno, enemigo y falso ción asegurada, su actitud de acompañante, amigo y oponente al mismo
(v. 1391 y ss.): tiempo, Creonte tiene un comportamiento hacia Edipo muy parecido al
que tiene Odiseo hacia Áyax. Y, sin embargo, se vuelve a mostrar aquí
EDIPO ¡Ah, Citerón! ¿Por qué me acogiste? ... también como la psyche que dirige el juego, que en Edipo se ha transfor-
¡Oh Pólibo y Corinto y antigua casa paternaL.. mado mucho comparada con Áyax, porque así como Áyax carece de desa-
jOh tres caminos y oculta cañada! ... rrollo, también le falta el giro en las relaciones entre los elementos con-
... ¡Oh matrimonio, matrimonio, me eng~ndraste y, habiendo engen- trastados: Odisea se comporta respecto a Áyax de la misma manera al
drado otra vez, hiciste brotar la misma simiente! ... principio que al final. Sin embargo, la figura del Odiseo de las epopeyas
cíclicas no se habría opuesto a una transformación respecto a su enemigo
Sólo a partir de este momento las referencias se vuelven trágicas, incluso jurado, vivo y muerto. Todo el Áyax está lleno de un juego estático, mien-
entendidas como figuras literarias, porque se dirigen contra sí mismo en tras que el Edipo Rey lo está de uno que gira sobre sí mismo. Pero, al
una invocación de la vida que se ha vuelto contra él. Y finalmente también mismo tiempo, en Edipo los contrastes de figuras profundizan en 10 difí-
se vuelve trágica la revelación, otra vez ya en su dimensión formal, con sus cilmente penetrable. Cierto que al final hay diferencia entre la grandeza,
últimos ruegos porque, llevando la contradicción en su interior, rompién- la magnificencia y la humanidad de Edipo y Creonte, una diferencia que
dose, la niega con sus propios gestos. El descrédito y la maldición de sus será mayor que en ningún otro drama y, sin embargo, la contraposición
propias palabras, el ruego vehemente para que los otros lo cubran, 10 ma- ya no puede reducirse a una fórmula usual, a una fórmula del carácter o
ten, 10 arrojen al mar, 10 excluyan de la comunidad, que no le dejen ya de la moral. Frente a Áyax y su·heroísmo.magnífico, pero rígido, se sitúa
Sófocles EdipoRey

la flexibilidad, la humanidad y el discernimiento de Odiseo, la sed de sea, da lo mismo si recae sobre los seres humanos, sobre los dioses o sobre
venganza, la arrogancia, la envidia, la mezquindad de Menelao y Agame- el orden cósmico, y también es igual si la pregunta se contestara afirma-
nón; frente a la juventud y a la autoinmolación de Antígona se sitúa la tiva o negativamente: la cuestión, sin la cual las mejores obras trágicas de
vejez y la autoafirmación del tirano... pero frente a Edipo ya sólo se sitúa Eurípides o de Esquilo serían impensables, no aparece aquí. Así que no
lo no trágico. se juzga sobre el crimen·o el castigo -nada habría más equivocado que
Pero hay una cuestión que ;;-0 se plantea en este ecce, y sin que el ser tomar la ceguera como un castigo-, sobre la libertad y la necesidad,36
humano posterior, el que ya se encuentra en Eurípides, no sabe qué hacer, sino sobre la apariencia y la verdad, sobre las contradicciones que de-
tan pront~ como aparece lo trágico a su alrededor: ¿En qué consiste la terminan al ser humano y que lo envuelven, a las que está encadenado
culpa? Porque Edipo se designa con expresiones que se emplean tanto mientras, intentando alcanzar lo sublime en el hombre, se consume y se
para el criminal como para el culpable de una muerte ajena.34 Pero eso no quiebra.
significa que ya se planteara la cuestión de la culpa (uL'tLa). Cierto que se
nombra al dios como causante, y, sin embargo, esto no se introduce para
que el ser humano se resarza con la divinidad o ante ella, que luche con los
dioses o que se aniquile ante ellos por sus culpas, sino para señalar la corre-
lación entre el ser humano y el dios: también el nombrar a una divinidad
es una parte del ecce: la manifestación divina que coincide con la manifes-
tación del ser humano (v. 1329 y ss.):

EDIPO Apolo era, Apolo amigos, quien cumplió en mí estos tremendos, sÍ,
tremendos, infortunios míos. Pero nadie los hirió con su mano sino yo,
desventurado.35

Tampoco el lenguaje de la justicia sagrada qU'e pueda resonar en las pa-


labras puede cambiaren nada su ruina. El lenguaje del derecho se utili-
za, en realidad, porque tiene mucho que ver con el mismo orden vital y
los principios que se cuestionan aquí. Pero tampoco se pregunta aquí por
el «culpable» en el sentido del derecho sagrado. Y si se quisiera pensar
que un jurado de dioses o hombres, como el del Orestes de Esquilo, ab-
solviera a Edipo de toda culpa, no se le ayudaría en absoluto porque
¿qué sería una absolución comparada con la contradicción entre lo que
él creía ser y lo que realmente es ? Y, al contrario, aunque se le declarase
«culpable», nada cambiaría. Orestes pueae ser absuelto, por sí mismo,
por los demás; pero Edipo no puede ser sustraído de lo que él sabe·de sí
mIsmo.
La cuestión de la responsabilidad sobre lo ocurrido, dónde y cómo

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