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Teoría de la literatura III

Pérez Flores, Edwin Guillermo


Reporte de lectura sobre “El arte como hecho semiológico”
Primeramente, el crítico literario muestra que el contenido de la consciencia individual es
originado por la consciencia colectiva; así, el contenido del primero adquiere, al sobrepasar sus
propios límites, el carácter de signo lingüístico; por ello, surge la necesidad de una ciencia del
espíritu (semiología), la cual examine al arte en su condición de signo puesto que “una obra de arte
al mismo tiempo un signo, una estructura y un valor”1. Lo anterior, se comprende aún más cuando,
en una al pie de página, se explica aquello que es un signo y la semiología: el primero, algo que
existe para alguien con algunas cualidades particulares y que, fundamentalmente, está conformado
de tres elementos: un símbolo sensorial, la significación ubicada en la consciencia colectiva y por
la correspondencia entre de este signo con algún componente del contexto general de los
fenómenos sociales (el cual, se manifiesta como aquella realidad aludida por el signo de forma
directa o indirecta —metaforizando algún componente de la realidad sensible— debido a que la
obra artística no está obligada a realizar un testimonio del contexto al que se una y, por
consecuencia, no debe emplearse como un documento histórico o sociológico), de tal modo que
estas características determinan la primera función de la obra artística: el hecho estético es un signo
autónomo. El segundo, una ciencia que estudia el sistema de signos del lenguaje, el cual posee
algunos puntos en común con otros sistemas de signos localizados en las artes figurativas como el
cine o el teatro. Además, cabe destacar que Mukarovsky, al igual que Saussure, pensaba a la
lingüística como una disciplina de una ciencia más general: la semiótica que analiza los signos en
general y cuyas leyes serían válidas para las demás disciplinas que se desprendieran de esta.
También, Mukarovsky, menciona sobre esta primera función que la obra no puede ser reducida
al estado de ánimo de su creador o al que puede provocar en cualquier observador (estética
psicológica), ni al mundo sensorial que la puede representar pues ‘la cosa’ funciona como el
referente de este signo y, por tanto, está indefenso al paso del tiempo y a los desplazamientos
geográficos, mientras que su significación se define con base en lo que comparten los estados
subjetivos: la consciencia colectiva, ni aún menos al placer que pueda provocar (teorías hedonista)
porque hay períodos artísticos-históricos en lo que tal placer no es indispensable. Los estados de
ánimo subjetivos, además, pueden ser objetivados, es decir, según la naturaleza de la obra artística

1
Jan Mukarovsky, “La obra de arte como hecho semiológico”, en Escritos de estética y semiótica, Barcelona, Gustavo
Gilli, 1977, pág. 35.

1
(ya sea que, por sus características específicas, se le clasifique como un poema surrealista o clásico)
provocará sólo ciertos estados de ánimos subjetivos en el sujeto; por ejemplo, lo que le sucede a
los lectores de poesía clásica que, por la precisión expresiva de aquellas formas poéticas, son
obligados a ”elimina[r] la libertad de sus asociaciones subjetivas”2.
En cuanto a la significación semiológica, la de signo comunicativo, de la obra artística el teórico
checo establece que algunas artes como la poesía, el baile o la música (aunque en menor medida)
manifiestan algún estado de ánimo, sentimiento o idea, es decir, un tema (contenido), el cual
aparece evidentemente ante los ojos del espectador. Además, “cada componente de la obra de arte,
(…), contiene su propio valor comunicativo, independiente del tema”3; por consiguiente, la líneas
de un cuadro pueden carecer de tema, mas no de una significación comunicativa. También, el autor
aclara que la relación comunicativa existente entre la obra y el objeto aludido por esta no tiene
significación existencial, ya que no importa la autenticidad del tema que exprese el hecho estético
(a diferencia de un signo comunicativo específico, el cual se refiere directamente a un hecho o
personaje determinado); sin embargo, para la estructura de la misma sí importa que sea real o
ficticia esa relación.
Por último, Mukarovsky resume el texto en cinco puntos: el primero, las ciencias espirituales
deben atender el problema del signo, su estructura y su valor; el segundo y el tercero, versan sobre
el carácter de signo que posee una obra artística, la cual, además de ostentar componentes antes
expuestos, no debe confundirse con el estado individual de consciencia de su autor, ni con la de los
sujetos receptores, ni con la ‘obra cosa’; el cuarto, las artes temáticas, como la poesía, contienen
una dos funciones semiológicas: la de signo autónomo y la de significación comunicativa (la
transmisión de un significado por alguno de los componentes de la obra, a pesar de que no haya un
tema); el último, la funciones anteriores “forman una de las antinomias dialécticas fundamentales
en la evolución de aquellas”4

2
Ibíd., pág. 36.
3
Ibíd., pág. 38.
4
Ibíd., pág. 40.

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