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¿Qué son las teorías de la nueva Gestión Pública y cómo afectan la forma en que los
funcionarios gestionan?
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en sus actividades de gestión.
Los resultados de esta investigación demostraron que, en la práctica, la aplicación de
los aximas de la Nueva Administración Pública no se realizaban para aumentar la eficiencia
de la agencia pública, sino para que ésta se quitara de encima servicios que le era incomodo
proveer.
Además, estos mismos investigadores sostienen que la buena gestión muchas veces
no es necesariamente beneficiosa para toda la ciudadanía, ya que la distribución de las
consecuencias de ésta puede no afectar a todos por igual, lo cual demuestra la necesidad de
ahondar más en los principios de la Nueva Gestión Pública antes de propugnar sus beneficios.
Los modelos de federalismo fiscal de segunda generación (SGFF según sus siglas en
inglés) nos dan un marco normativo para el diseño de sistemas federales que toma en cuenta
que los funcionarios públicos tienen objetivos inducidos por las instituciones políticas que
van más allá de la maximización del bienestar social (Oates, 2005)
De a cuerdo a Weingast (2008), a pesar que la SGFF se construye a partir del la FGFF
—First Generation Fiscal Federalism, modelo que da por supuesto el interés de los
funcionarios por el bien social—, el SGFF busca dar un enfoque más realista al federalismo
preexistente investigando cómo las instituciones son capaces o no de juntar los incentivos a
los trabajadores del sector público con los incentivos e intereses del conjunto de la
ciudadanía.
También según Weingast (2014), las investigaciones sobre la SGFF se centran en tres
aspectos:
En primer lugar, cómo los sistemas federales se mantienen unidos dada la tendencia
de éstos a una progresiva centralización o la separación. La discusión en este ámbito
se centraría en el rol y articulación de los partidos políticos y la coordinación a través
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de los gobiernos subnacionales en contra del gobierno federal cuando éste busca
centralizar el poder político.
En segundo lugar, cómo funciona la democracia en sistemas federales
descentralizados. En este punto la descentralización política podría ser un mecanismo
útil para democratizar países con regímenes autoritarios (Diamond & Myers, 2001)
Por último, la descentralización política como herramienta para acabar con el
clientelismo político y generar mayor desarrollo económico.
Aunado a esto, García (2014) detalla que en este país hay deficiencias graves en
materia de redistribución de recursos: por un lado, los estados que aportan más recursos a los
fondos federales ven mermadas sus capacidades para garantizar el desarrollo económico
regional, y por otro, las entidades federales que más reciben recursos de los fondos federales
siguen sin contar con el dinero suficiente como para reducir sus índices de marginación.
Es por esto que el mismo García (2014), para parar tanto el clientelismo político a
nivel federal como la inequidad en el acceso a los recursos por parte de las entidades
federales, propone que la redistribución de los recursos sea otorgada con independencia al
sistema de participaciones, para así incentivar la desaparición del clientelismo no sólo a la
hora de otorgar los recursos, sino también a la hora de gestionarlos.
Por otro lado, la tendencia a la concentración del poder político no es algo exclusivo
de México, sino un fenómeno característico de la mayoría países hispanos que tienen
estructuras federales. Este hecho, según Villacañas (2015), obedecería a la incapacidad
histórica de estos países de instaurar democracias liberales funcionales que garanticen la
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unidad nacional, la presencia efectiva del Estado en todo el territorio nacional, o una
articulación eficiente entre los diversos niveles de institucionalidad del Estado.
Este último fenómeno constituye uno de los mayores retos a la hora de hablar de
reformas del federalismo mexicano. Para siquiera empezar a pensar en incentivos que nos
ayudasen a salir de este problema histórico, habría que empezar a plantear nuevas formas de
participación ciudadana a nivel local, regional y nacional que sirvan como herramientas de
control del político, de fiscalización y que garanticen la efectividad y eficacia de las políticas
políticas públicas, ya que de acuerdo a García (2014), el federalismo es un proceso a largo
plazo y en permanente construcción.
De acuerdo a la teoría de elección racional (RCT según sus siglas en inglés), los
actores políticos son racionales en tanto que toda acción social lo es. Este principio asume
que todos planeamos nuestros actos en términos de costes y beneficios (Dunleavy, 1991).
Eso llevado al ámbito del análisis político significaría que todos los actores en este campo
actúan de acuerdo al interés individual y la maximización de la utilidad económica.
Autores como Hay (2014), aseguran que esta rama del pensamiento social se sostiene
ontológica y epistemológicamente gracias a preceptos heredados del positivismo y el
naturalismo. En este sentido, Hay argumenta que la RCT hereda de sus dos antecesores su
capacidad deductiva con el fin de fundamentarse en afirmaciones simplificadas de la realidad
social. Este hecho no es visto por los autores que respaldan esta rama de las ciencias sociales
como un defecto, sino como un componente necesario de cualquier esquema analítico.
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acuerdo a este autor, a que el concepto de racionalidad que defiende la RCT es muy estrecho
ya que se centra exclusivamente en el actuar de los agentes individuales.
Por otro lado, existen desacuerdos entre los mismos defensores de la RCT con
respecto al concepto de "racionalidad". De acuerdo con De Remes (2001), existen diversas
opiniones acerca de cómo se deberia de utilizar este precepto y que giran alrededor de dos
puntos de debate: uno tiene que ver con la importancia y la fuerza que se le suele dar a los
fines de la elección humana y otro es la cantidad de información relevante que los agentes
que toman decisiones deben tener para poder actuar racionalmente
Estos debates ocurren porque, como ya explicó Hay (2004), el sustento de la RCT se
compone de supuestos simples que resaltan por su capacidad deductiva pero que no son
capaces de abordar hechos demasiado complejos. Teniendo en cuenta esto, valdría la pena
señalar que la definición de "racionalidad" que esta teoría defiende no sólo es incapaz de
pensar la racionalidad como hecho social y colectivo, sino que tampoco se piensa la
racionalidad como hecho histórico constituyente del Estado moderno (Weber, 2002).
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los salarios competitivos, la promoción interna, la estabilidad laboral y el acceso
meritocrático a los puestos funcionariales.
Dado que esto ha sido un hecho constante en la historia de este país, Martínez (2013)
reconoce que, en este caso, no existen recetas generales para solucionar el problema, por lo
que recomienda la creación de marcos analíticos que reduzcan la complejidad del asunto y
atiendan los factores federales que definen la política de recursos humanos y un cambio de
cultura organizacional.
Sin embargo, han habido esfuerzos por parte de el gobierno federal para generar un
cambio: para ello se creó el Proyecto de Ley para la Profesionalización de la Administración
Pública Federal en 2017. No obstante, ésta no llegó a ser aprobada. Y si la situación es
preocupante a nivel nacional, a nivel local resulta aún peor según Sánchez y Estrada (2017),
porque ha sido muy difícil sacar adelante a nivel local propuestas de reformas en este ámbito
en los espacios donde el ciudadano tiene más contacto con la administración pública.
Bibliografía
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