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los terrenos adyacentes. Fue bautizada, en la iglesia parroquial, el mismo día de
su nacimiento.
Este será el ambiente en el que Margarita crecerá y vivirá hasta los 24 años:
un pueblecito dominado por su campanario, una campiña armoniosa y fértil, una
familia (Margarita tenía dos hermanas y dos hermanos) donde todos se querían,
trabajaban duro y donde se rezaba con una confianza absoluta en la Providencia,
en esos años sacudidos por los desarreglos de la aventura napoleónica.
Matrimonio valiente
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Conocía Capriglio y ciertamente se había fijado en Margarita. Se presentó,
pues, para pedir su mano.
Margarita acceptó. Se concertaron las bodas y la dote. El matrimonio se
celebró el 6 de junio de 1812, ante al alcalde y después en la iglesia parroquial. Y
esa misma tarde, “Margarita Bosco” entró en su nueva casa, en el caserío
Biglione, en la colina de I Becchi.
Pasaron desde entonces cinco años felices. Margarita y Francisco se amaron
profundamente. Y la pequeña familia no tardo en agrandarse. El 8 de abril de
1813 nace el primer hijo, a quien pusieron el nombre de José, y dos años más
tarde, el 16 de agosto de 1815, un segundo hijo, a quien llamaron Juan Melchor:
el futuro San Juan Bosco. Fue bautizado al día siguiente por el vicario de la
parroquia de Castelnuovo. Más tarde, Margarita, confiará a su hijo: “Cuando
viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen” (Memorie dell’Oratorio, Roma
1982, pág. 89), lo que nos hace vislumbrar en qué clima de intimidad espiritual
había llevado a aquel hijo en su seno.
Todo iba bien, puesto que Francisco, aquel mismo año, hasta había podido
comprar en las inmediaciones algunos terrenos y una casucha, que debía servir
como establo y almacén (la futura “casita”), cuando un dolor inmenso se abatió
sobre la pequeña familia, ya probada con dos años de sequía que habían echado
a perder los cultivos (1816-1817): la muerte imprevista de Francisco. Un día de
mayo de 1817, este vuelve del campo, todo sudoroso y baja a descansar un
momento a la bodega donde hay un poco de frescor. Sube tiritando: es la
pulmonía fulminante.
Todos los cuidados fueron inútiles. Hizo testamento; pedía que se celebrasen
por él treinta Misas, recibió el viático, recordó a Margarita que tenía la gracia de
morir como Jesús a los 33 años y la recomendó que confiara en la Providencia...
Moría el domingo 11 de mayo. Margarita lloró lo indecible y puso en su dedo el
anillo nupcial de Francisco. En cuanto a Juan, que tenía solo 21 meses, evoca la
escena trágica de la separación, como el único recuerdo de sus primeros 5 años:
“Mientras todo salían de la habitación del difunto, yo quería permanecer en ella a
toda costa. Ven, Juan, ven conmigo”, repetía mi afligida madre, “Si no viene papá,
no quiero ir yo”, respondí. “Pobre hijo mío, ven conmigo, tú ya no tienes padre”.
Al decir esto rompió a llorar, me tomó de la mano y y me llevó a otra parte
mientras yo lloraba al verla llorar... Este hecho sumió a toda la familia en una
gran consternación” (Memorie dell’Oratorio, pag. 19).
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Margarita necesitará toda su fe y todo su amor para no derrumbarse bajo el
peso de las pruebas. Durante dos años tendrá que luchar hasta la extenuación
con problemaas de dinero: deudas atrasadas que pagar, la sequedad obstinada
que reducía las cosechas a casi nada, un proceso inverosímil y un embargo de la
cosecha de un año entero en provecho de una empleada de los ex-propietarios...
Tanto, que un día, en la casa de Don Bosco, se tuvo verdaderamente hambre. En
todo el país no se encontraba nada que comprar, ¡nada, en el pleno sentido de la
palabra! Entonces, narra Don Bosco, Margarita reúne a su alrededor a sus hijos:
“Vuestro padre, al morir me dijo que tuviera confianza en Dios. Venid, pues,
pongámonos de rodillas y recemos”. Tras una breve oración se levantó y dijo “En
casos extremos se deben usar remedios extremos”. A continuación con la ayuda
de un vecino fue a la cuadra, mató un ternero y haciendo cocer una parte a toda
prisa, pudo con ella mitigar el hambre de la familia... Imagine cada uno lo que
tuvo que sufrir y trabajar mi madre durante aquel calamitoso año” (Memorie
dell’Oratorio, pag. 20).
Poco tiempo después, recibió la propuesta de un matrimonio muy ventajoso:
los niños serían confiados a un tutor. Rechazó tajantemente: “Dios me dio un
marido y me lo quitó. Al morir me dejó tres hijos y yo sería una madre cruel si los
abandonase en el momento en que más me necesitan”.
Formar creyentes
Ahora es principalmente a estos hijos a los que ella se dedicará para realizar
su tarea de educadora: hacer de ellos tres hombres y secundar el designio
misterioso que el Señor tenía sobre cada uno de ellos. En esta tarea, en la que
Margarita decubre el sentido de su vida, pondrá de manifiesto sus dotes
excepcionales: su fe, su saber, su virtud, su saber hacer, su sabiduría de
campesina piamontesa y de verdadera cristiana llena de Espíritu Santo. Sería
demasiado prolijo seguirla aquí detalladamente. Baste señalar los aspectos
esenciales de esta santidad “toda salesiana”.
Lo que trasmite en primer lugar a sus hijos, con paciencia, en los años de
crecimiento, fu su fe inquebrantable, el sentido de un Dios amor siempre
presente, una devoción tierna a María.
Era célebre, y así sigue siendo, el catecismo de Mamá Margarita. Ella, que no
sabía leer ni escribir, y que había aprendido de memoria en su infancia, las
fñórmulas necesarias, se las trasmitía a los hijos, pero sintetizándolas e
interpretándolas según su infalible instinto materno.
Y así, cuando los niños se despertaban, oían a la madre que comenzaba a
asearles recitando las enseñanzas del catecismo: “Un buen hijo, tan pronto como
se despierte debe hacer la señal de la cruz, y ofrecer el corazón a Dios, Después ,
levantarse y vestirse con la mayor modestia...”. Y continuaba: “ Mientras os
vestís, podéis decir: “ Ángel de Dios que eres mi custodio...”.
Otra oración que ella inculcaba insistentemente era la del Angelus, recitado
tres veces al día, donde quiera se encontrase: en casa, en el campo, en el prado...
Finalmente, al caer de la tarde, el rosario que nunca se omitía, y las oraciones
antes de ir a dormir, que se concluían con un devoto Jesús, José y María, os doy
el corazón y el alma mía.
Las grandes verdades de la fe se trasmitían de la manera más sencilla y
elemental, expresadas todas ellas con fórmular brevísimas:
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- Dios te ve era la verdad de todo momento, no dirigida a meter miedo, sino a
inculcar en los niños el hecho de que Dios cuidaba de ellos, como cuidaba
su madre.
- ¡Que bueno es el Señor!, exclamaba siempre que alguna cosa impresionaba la
fantasía de los niños y despertaba su admiración.
- ¡Con Dios no se juega!, afirmaba convencida, cuando se trataba de inculcar
el horror al mal y al pecado.
- ¡Tenemos poco tiempo para hacer el bien!, explicaba cuando quería animarles
a ser más diligentes y generosos.
- ¿De qué nos sirve tener hermosos vestidos, si el alma es fea?, observaba
cuando quería educarles en una decorosa pobreza, y a cuidar la belleza
interior del alma.
Formar hombres
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ancianos y a disponerse con gusto para servir al prójimo. Por otra parte, serena y
firme, no tenía reparo en decir lo que pensaba a aquel cuyas palabras o acciones
provocaban escándalo. Tales ejemplos calaban en lo más profundo de la
conciencia de los tres muchachos.
Educadora “salesiana”
Por otra parte, Margarita sabía adaptarse a cada uno de sus hijos. ¡Y qué
diversos eran! Antonio había perdido a la madre a los tres años y su padre a los
nueve: doble herida mal cicatrizada. Se había vuelto un adolescente irritable y
protestón, después un joven arrogante y preocupado por hace ver que él era el
primogénito y que trabajaba más que todos. Sobre todo a partir de los 18 años, al
morir la abuela (1826), se volvió intratable, derivando con frecuencia en palabras
groseras y en la violencia. El motivo principal de su cólera es bien conocido: no
podía aceptar la pretensión de estudiar del hermano Juan; la sola vista de un
libro hacía que se le subiera la sangre a la cabeza. Las escenas en familia
duraron muchos años.
A veces Margarita era llamada “madrastra”, mientras lo trataba siempre como
a un hijo, lo mismo que a los otros dos, con una paciencia infinita: nunga le pegó.
Pero sabía también ser justa y fuerte: por la paz en casa, por el bien de José y,
sobre todo de Juan, tomó las dolorosas decisiones que se imponían. A finales de
1830 procedió a la división de los bienes, casa y terrenos.
Antonio, al quedarse solo, no tardo en casarse con una buena muchacha del
pueblo (22 de marzo de 1831), con la que tendría 7 hijos. Totalmente reconciliado
con los suyos será un buen padre de familia, muy estimado, y un fiel cristiano.
José, cinco años más joven, era de un carácter totalmente diverso, dulce y
tranquilo, conciliador y generoso, aunque tuviera sus momentos de capricho.
Inseparable de su hermano Juan, soportaba sin envidia su ascendiente. Adoraba
a su madre; y durante los largos años de estudios de Juan será el hijo obediente
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y trabajador en el que esta podrá apoyarse. También él se casará muy joven, a los
20 años, con una muchacha del pueblo, María Calosso, con la que tendrá diez
hijos. El afecto y el cariño mútuo de los dos hermanos será constante y sin
fisuras.
Por desgracia había que contar con la decidida oposición de Antonio. Tendrá
que sufrir y luchar durante cinco años antes de que su Juan tenga vía libre para
estudiar. Con el corazón destrozado, permite que trabaje durante veinte meses
como mozo de cuadra en el caserío de la familia Moglia (1828-1829). Se anima
cuando un anciano sacerdote, don Calosso, capellán de Morialdo, lo toma por su
cuenta y le inicia en el latín, antes de que muriera y se desvanecieran así sus
esperanzas (1830). Desde que Antonio se independizó, Mamá Margarita pudo
enviar a su Juan a la escuela pública de Castelnuovo (1831) y después a Chieri.
Juan pasará diez años en Chieri, cuatro en la escuela pública y seis en el
seminario mayor (1831-1841), volviendo a Morialdo en los largos meses de
vacaciones. Para Margarita, es, finalmente, un período de tranquilidad, feliz y
esperanzador. Es abuela de los hijos de Antonio y de José. Pero la mejor parte de
su corazón está en Chieri. ¡Quizá ninguna otra madre ha acompañado la vocación
de su hijo con tanto respeto, desasimiento, humilde fervor, alegría y secreta
acción de gracias!
Todavía tuvo un período de crisis en 1834, cuando Juan tuvo que decidir
concretamente su porvenir: ¿Podía continuar imponiendo a su madre, los gastos
cada vez mayores de unos estudios tan largos? Y, además, ¿no comportaba
muchos peligros el sacerdocio en una parroquia? ¿En especial convertirlo en
simple función, que en fin de cuentas, era algo bastante cómodo? Ingresar en los
franciscanos resolvía sus dificultades. Habló con su párroco de Castelnuovo, que
desaprobó esta solución y aconsejó a Margarita que lo disuadiera: “Tiene Vd. que
pensar también en su futuro: Juan, como párroco, podrá acogerla en su casa”.
Entonces Margarita fue a Chieri: “Escucha Juan. No tengo nada que decirte
por lo que a tu vocación se refiere, sino seguirla como Dios te la inspira, Nada
espero de ti. Y ten esto bien presente: nací pobre, he vivido pobre y quiero morir
pobre. Más aun, te lo aseguro: si por ventura llegases a ser un sacerdote rico, no
iré a verte ni una sola vez”.
A Don Bosco, a sus más de 70 años de distancia, le resonaba imperioso y
vibrante en el oído, el tono con que ella había pronunciado estas palabras.
(Memorie Biografiche, I, pag. 296).
Siguiendo el parecer de sabios consejeros, Juan decide ingresar en el
seminario.
El 26 de octubre de 1853, a la edad de 20 años, se le impone la sotana en
Castelnuovo, en la iglesia parroquial, según costumbre de la época. Exigentes
propósitos acompañaron este nuevo rumbo decisivo de su vida. Desde aquel día,
nos confía Don Bosco, “mi madre no me quitaba la vista de encima como si me
quisiera confesar alguna cosa. La víspera de la partida, por la tarde, me llamó
para decirme estas memorables palabras: Querido Juan, tú has vstido el hábito
sacerdotal; yo experimento con este hecho todo el consuelo que una madre puede
sentir ante la suerte de su hijo. Pero recuerda que no es el hábito lo que honra tu
vocación, sino la práctica de la virtud. Si un día llegases a dudar de tu vocación,
¡por amor de Dios! No deshonres este hábito. Quítatelo enseguida. Prefiero tener
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un pobre campesino a un hijo sacerdote negligente en sus deberes” (Memorie
dell’Oratorio, pag. 89).
Y añadió, lo que quizá más le preocupaba: “Cuando viniste al mundo te
consagré a la Santísima Virgen; al iniciar los estudios te recomendé la devoción a
esta buena Madre; ahora tre aconsejo ser todo suyo. Ama a los compañeros
devotos de María y, si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la
devoción a María”
Mi madre estaba conmovida al concluir estas indicaciones y yo derramaba
lágrimas. Madre, respondí, le agradezco cuanto ha dicho y hecho por mí; estas
sus palabras no han sido dichas en vano y las conservaré como un tesoro
durante toda mi vida” (Memorie dell’Oratorio, pag. 89).
Sublimes palabras verdaderamente, que el Espíritu Santo inspiraba a esta
campesina analfabeta, a esta madre que, desde un segundo plano, confiaba su
hijo a la Madre por excelencia. Lo seguirá durante seis años, con la oración y el
trabajo asiduo, feliz al constatar, en cada período de vacaciónes, cuánto
progresaba su querido Juan en la piedad y en la seriedad que se le exige a quien
desea subir al altar.
Madre de un sacerdote
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II. MARGARITA OCCHIENA DE 1846 A 1856
El “sí” heroico
Durante todo este tiempo, Margarita vivía tranquila en I Becchi, abuela feliz de
una cuadrilla de nietecitos entre los 13 años y los pocos meses: los de Antonio y
los de José. ¡Cuántas alegrías, y cuántas preocupaciones para ella!
Y hete aquí que en Julio de 1846, estalla la tormenta: Juan, agotado por su
trabajo apostólico, se encuentra a las puertas de la muerte... La oración
apassionada de sus muchachos obtiene, por intercesión de María, la gracia de la
curación. Sube a I Becchi para una larga convalecencia: madre e hijo se
encuentran en la intimidad.
Pero el corazón de Juan Bosco ha quedado en Turín. Hay que bajar de nuevo:
le están esperando muchos, muchos jóvenes. Pero antes, hay un problema
delicado que resolver: joven sacrdote de 30 años, Juan no puede vivir solo en los
locales de hace poco había arrendado en la casa Pinardi, en aquel barrio de tan
mala fama de Valdocco, donde, en las cercanías, una cierta posada, la Jardinera,
recibe, sobre todo los domingos, a hombres y mujeres de escasa moralidad.
“¡Lleva contigo a tu madre!”, le dice el buen párroco de Castelnuovo. Don
Bosco mismo ha contado la generosa reacción de su madre: “Ella comprendió la
contundencia de mis palabras y añadió enseguida: “Si te parece ser del agrado
del Señor, estoy dispuesta a partir inmediatamente” (Memorie dell’Oratorio, pag.
193).
El 3 de noviembre de 1846, madre e hijo dejaron atrás la suave colina, y a pie,
llegaron a Turín.
Las dos habitaciones de la Casa Pinardi, del primer piso, a donde llegaron
cansados por la tarde, estaban vacías. Faltaba de todo.
Animosa y hasta de buen humor, Margarita exclamó: “En I Becchi tenía
muchas preocupaciones por tener que adminsitrar y mandar. Aquí estaré más
tranquila al no tener que administrar ni a nadie a quien dar órdenes” (Memorie
dell’Oratorio, pag. 193). Había llevado consigo el ajuar de boda, celosa e
íntegramente guardado hasta ese momento, algunas joyas sencillas, algo de ropa
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blanca: Todo esto fue transformado en camisas, en mantel para el altar, o
vendido para cubrir los primeros gastos. Con ese grado de desprendimiento,
Margarita estaba dispuesta para la nueva maternidad.
Comienza para ella el último período, de diez años, durante los cuales su vida
se confundirá con la de su hijo y con la fundación misma de la obra salesiana.
Estará en su puesto y permanentemente como una cofundadora, la principal y
primera cooperadora de Don Bosco, encarnando con todas sus fuerzas y con todo
su corazón el elemento materno del carisma de fundación.
Estos diez años fueron los más decisivos, aquellos a los que Don Bosco mismo
no cesará de referirse (en particular en la famosa “Carta de Roma” del 10 de mayo
de 1884). “Mamá Margarita” (este será ya su nuevo nombre, su nombre definitivo)
estará activamente presente en el primer desarrollo “exterior” de la obra: primer
oratorio, “casa aneja” o internado para los primeros artesanos y estudiantes,
primeras escuelas y talleres, iglesita dedicada a San Francisco de Sales,
lanzamiento de las Lecturas Católicas en un clima de revoluciones y amenazas a
Don Bosco.
Estará también presente y activamente en su primer desarrollo “espiritual”:
formación del método y del ambiente salesiano, presencia de los primeros
discípulos “cofundadores”: Cagliero (1851), Rua (1852), don Alasonatti y Domingo
Savio (1854), primeras Compañías, primeros frutos de santidad, primeros clérigos
y preparación de la Sociedad Salesiana, que será fundada solo tres años después
de su muerte. En la biografía de Don Bosco, el autor Teresio Bosco emplea esta
expresión acertadísima: “La Congregación salesiana ha sido mecida en la rodillas
de Mamá Margarita” Esta amplia presencia femenina y materna es un hecho
único en la historia de los fundadores de congregaciones educativas.
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arman una nueva (y le cita algunas de ellas)... Deja que me vaya. Déjame volver a
I Becchi; acabaré tranquila allí mis días”. ¿Que le iba a responder? Don Bosco,
conmovido, la mira, luego sus ojos se alzan hacia el crucifijo que pende de la
pared. Margarita sigue esa mirada: gruesas lágrimas resbalan por sus rugosas
mejillas.
“Tienes razón, le dijo, tienes razón”. Y volvió a ponerse su delantal. “A partir de
aquel instante ya no se le escapó de sus labios ni una sola palabra de disgusto”
(Memorie Biografiche, IV, pag. 233). Ese momento, marca probablemente el
culmen de la vida espiritual de Mamá Margarita: imitaba a su Maestro en la
aceptación de la cruz hasta el fondo: “¡Padre, hágase tu voluntad, no la mía!”
¿Quién podrá medir este sacrificio en el desarrollo de la obra salesiana?
Dotes de educadora
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La tarde del 24 de noviembre, don Borel, su confesor, la administró los
últimos sacramentos. Quiso todavía hablar con Juan: “Dios sabe cuánto te he
querido, pero desde arriba te amaré más todavía. He hecho cuanto he podido. Si
alguna vez me he mostrados severa, era para vuestro bien. Di a los mcuhachos
que he trabajado por ellos como una madre. Que recen y ofrenzcan una santa
comunión por mí”
Juan sollozaba, oprimido por el dolor. Continuó: “Adiós, querido Juan. Te
saludo por última vez. Retírate a tu habitación a rezar por mí. Sufres demasiado y
me haces sufrir a mí. Vete”. Necesitaba toda su calma para irse. Don Bosco se
retiró.
Mamá Margarita expiró a las tres de la mañana. José corrió a avisar a Don
Bosco: los dos hermanos se abrazaron sollozando... Valdocco se convirtió en una
casa de tristeza y de oración.
El cortejo fúnebre hasta la iglesia parroquial, con aquella turba de
muchachos, parecía un desfile triunfal. Pero eran verdaderamente funerales de
pobre: Margarita due depositada en la fosa común y nunca tuvo su nombre
escrito en una losa sepulcral. No ha dejado nada, absolutamente nada de sí, aquí
abajo; nada excepto su inmenso amor.
a) Madre heroica
En toda madre abundan los motivos para celebrar su grandeza. La literatura
abunda en verdaderas y auténticas perlas al respecto. Pero hay modos y modos
de vivir esta que es la vocación de toda mujer. ¿Que hay de extraordinario en la
que ha pasado a la historia con el nombre de Mamá Margarita?
En primer lugar una lucidísima conciencia de toda la gama de responsabilidad
que comporta todo rol de madre, un rol vivido como se vive una misión recibida
de lo alto.
En interesante subrayar que en toda su existencia no se encuentran nunca
momentos de fácil abandono a la naturaleza. Su comportamiento aparece
siempre vigilante y como guiado por una preocupación superior: discernir cuál es
el mejor comportamiento para el bien de sus hijos ante Dios.
Quizá se deba a esta su habitual vigilancia la referencia que los textos del
proceso canónico hacen siempre a la compresencia de dotes complementarios,
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por lo que la definen como tierna y firme, comprensiva e inflexible, paciente y
decidida.
Manifiesta un equilibrio extraordinario al armonizar tensiones no fáciles en la
vida de familia; por lo demás una vida de gran pobreza vivida dignamente y en la
perspectiva de la bienaventuranza evangélica. Aparece como madre llena de
afecto; educadora ejemplar; testigo de un respeto sagrado por el sacerdocio, que
le sugiere expresiones sublimes de pedagogía tan pronto como ve a su hijo
encaminado al seminario y más tarde al comenzar a celebrar la Misa. Deja
entrever una visión exacta del sacrificio que comporta un verdadero apostolado.
Ofrece inmediatamente la participación activa en la obra sacerdotal del hijo como
cooperadora ejemplar, convertida en madre de la modesta familia del Oratorio de
Valdocco, signo concreto de la vasta familia de los hijos de Dios. En ella la figura
del Padre que está en los cielos adquiere consistencia concreta a los ojos de
aquellos pobres muchachos en la persona de Don Bosco, su Padre y Maestro; y
la maternidad de María se ve reflejada en las ternuras de Mamá Margarita,
también ella madre y maestra, por participación, en la tarea educativa de Don
Bosco.
Lo que impulsaba a Margarita a armonizar los contrarios era el hecho de
haber tenido que hacer también de padre de sus hijitos.
Mamá Margarita, que tuvo también la posibilidad de evitar la problemática
condición de viuda (casándose nuevamente), ha sabido alcanzar y consrvar
siempre el justo equilibrio entre estos dos roles: una maternidad suficientemente
fuerte hasta compensar la ausencia del padre, y una paternidad suficientemente
dulce para no comprometer el indispensable calor materno.
Con un sentido exquisito de la medida, sabía mantenerse en el justo medio
entre la severidad que alza la voz y recurre a medios violentos, y la falsa dulzura
que pretende conseguir el objetivo a fuerza de mimos y carantoñas. Por lo tanto
nada de insulsas caricias, ni gritos airados, sino serenidad y firmeza. Su aspecto
traspiraba siempre calma, serenidad, dominio de sí, verdadera dulzura; armas
potentes y casi siempre victoriosas. No pegaba a los hijos, pero tampoco les
consentía; amenzaba con severos castigos, pero los perdonaba al primer signo de
arrepentimiento
Mamá Margarita puede ponerse como ejemplo de cómo gobernar una familia,
de cómo educar a los hijos con firmeza y dulzura, de como administrar los bienes
de este mundo con el debido desprendimiento, de cómo estar contentos con la
propia suerte confiando sin límites en la Providencia, de cómo ser útiles al
prójimo.
El amor paterno exigente y firme es lo que estimula a la constancia, a
conseguir los objetivos, que nos mueve después a ser “dignos del padre”.
El amor materno, dulce, gratuito, sereno y gozoso, es lo que da el gusto de
vivir, por encima de los resultados, que consuela en los días de fracaso, que
recuerda al hijo que hay alguien que le quiere “no por lo que hace”, sino “por lo
que es”, por el solo hecho de ser hijo.
Los psicólogos dirán que permanecer huérfano significa correr el riesgo de
desequilibrarse afectivamente solo en una vertiente: para los hijos de mamá en la
molicie sin nervio, sin estímulos para conseguir grandes resultados; para los
hijos de papá, en la ansiosa aridez de quien está siendo siempre estimulado, y se
encuentra solo y rechazado en los días de fracaso.
Mamá Margarita halló en sí misma un equlibrio instintivo, que la hizo unir y
alternar la firmeza serena y la dulzura tranquilizadora. Era una mamá dulcísima,
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pero enérgica y fierte. Los hijos sabían que cuando decía no, era que no. Y no
había caprichos que la hiciesen cambiar de parecer.
En un ángulo de la cocina –recordaba Don Bosco- había una vara: una
mimbre flexible. Jamás la usó, pero nunca la quitó de aquel rincón.
Hacemos otra observación hablando del papel materno de Mamá Margarita.
Ha sabido gestionar dos presencias que, por lo general, resultan problemáticas: la
presencia de una suegra enferma y la de una hijastro particularmente difícil.
En el desempeño de su misión materna, ha llevado a gran altura el grado de
desinterés personal, dando testimonio del más completo desapego, de cualquier
egoísta recompensa.
b) Educadora sabia
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hermanastro Antonio, hizo el gran sacrificio de enviarlo como mozo de cuadra a
la granja Moglia de Moncucco. Gran sacrificio para ambos.
Una madre que se priva del jovencísimo hijo para enviarlo a trabajar la tierra
lejos de casa, hace una verdadero sacrificio, pero ella lo hizo para encaminar a
Juan por aquel camino que (a ella y a él) le había revelado el sueño. Y podrían
citarse otros episodios, que indican todos ellos la sabia dirección de la madre.
Pero hay todavía otro paso que dar. Y de no poca importancia. Se puede
afirmar que a Mamá Margarita hay que atribuirle el mérito de haber inoculado a
Don Bosco los gérmenes del célebre trinomio que posteriormente habría de
constituir el sistema preventivo: razón, religión y amor.
Juan Pablo II en un discurso, en Turín en 1988, decía a los educadores
comprometidos en el mundo de la escuela, reunidos en la Catedral: “De todos es
conocida la importancia que ha tenido Mamá Margarita en la vida de San Juan
Bosco. No solo ha dejado en el Oratorio de Valdocco ese característico “sentido de
familia”, que todavía hoy subsiste, sino que ha sabido forjar el corazón de Juanito
en aquella bondad y amabilidad que lo convertirían en el amigo y el padre de sus
pobres jóvenes”.
Así pues, Mamá Margarita puede ser considerada, y con razón, como una de
las fuentes humanas del sistema preventivo, y como tal nos es grato considerarla
a la luz de la sabiduría cristiana, con la que el Espíritu Santo enriquece a las
almas sencillas, que son dóciles a su acción vivificadora.
Así, el rol educativo de Mamá Margarita, madre y maestra del Oratorio, hay
que verlo como un germen rico de interés pedagógico, también en el día de hoy.
Su dimensión de madre está destinada a alargar la influencia benéfica del
sistema preventivo de Don Bosco en el seno de las familias hodiernas, que con
frecuencia descuidan la función primordial de la primera escuela de los hijos.
Su dimensión de maestra de una educación integral del corazón puede hacer
florecer en el seno de la familia muchas virtualidades del sistema de Don Bosco,
que todavía están en estado latente.
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importancia y tuvo origen en su piadosísima madre, con sus pocas palabras al
oído del primer joven acogido, y continuado después por él no en la iglesia, a la
manera de un sermón, sino en el patio, en los pasillos, o en los pórticos de modo
paterno y familiar.
Mamá Margarita ha sido la primera de la inmensa pléyade de personas
aagrupadas bajo el nombre de Cooperadoras salesianas. El Fundador ha sido
directa y explícitamente Don Bosco. Pero ella fue la primera. Y con tal es hoy
considerada.
Don Bosco la había invitado a ir a Valdocco ecuciado por necesidades
prácticas, y por un alto sentido de prudencia, a causa de quel lugar de mala
fama. En realidad, en los planes de Dios, esta presencia estaba destinada a
trascender los límites de una necesidad contingente para inscribirse en el cuadro
de una providencial colaboración en un carisma entonces todavía en ciernes.
Hay que añadir que Mamá Margarita fue cnsciente de esta su nueva vocación.
La aceptó con humilad y lucidez. Y sobre todo correspondió con una generosidad
heroica, hasta emular la santidad del hijo.
Así se explica la firmeza demostrada en las circunstancias más duras.
Piénsese solamente en la epidemia del cólera. Piénsese en los gestos y palabras
que tienen algo de profético, como el convertir los manteles del altar en vendas
para los enfermos.
Mas también el hijo tenía una lúcida convicción de lo preciosa que era la
presencia de esta madre en el Oratorio, no solo por la ayuda de orden material,
sino sobre todo por su colaboración en la incipiente Congregación.
Si se quisiera sintetizar todo lo dicho en este párrafo, podría valer el juicio de
don Lemoyne. Un juicio tan breve como incisivo, ciertamente de una osada
expresión evocativa. Él no lo habría hecho público ante tantos testigos “de visu”,
si hubiese sido una insostenible exageración. Dice así Lemoyne: “Podía decirse
que en ella estaba personificado el Oratorio”.
¿Quién puede negar que la figura de esta mujer ha stado envuelta en la luz
que emana de la figura gigantesta del hijo? Sería engañoso intentar hacer una
lectura autónoma e independiente. Si Don Bosco no es explicable sin la madre,
tampoco los últimos quince años de la madre sin el hijo sacerdote.
Quien entraba en el Oratorio (fuese una autoridad o el último de los
muchachos) veía en ella espontáneamente a la madre de Don Bosco, Así fue
entonces en Valdocco y así es hoy en el mundo. No hay celebración de Don Bosco
que no incluya la referencia a la madre.
Pero tal afirmación, aun dada por descontada, no hay que interpretarla de
manera totalmente reductiva viendo una simple reverberación que remite a la
fuente. Sería como vaciar la santidad de la madre. Esta, en cambio, brilla con luz
propia.
La estatura interior de esta madre es tal, que el hijo, aunque convertido ya en
experto educador, tendrá siempre que aprender de ella. Imaginémoslo escondido
tras las persianas de su ventana mientras escucha interesado algunas de las
sabias conversaciones de la madre con sus muchachos...
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“Figura humana y cristiana verdaderamente poliédrica”
Los tres puntos precedentes constituyen tres distintas perspectivas del perfil
espiritual de Mamá Margarita, Y sin embargo este perfil considerado en su
conjunto contiene una riqueza que va más allá de esas tres áreas.
Se puede afirmar, en efecto, que cuanto más se considera a Mamá Margarita
en las diversas circunstancias de la vida y en los secretos pliegues de su espíritu,
y más se estudian los contenidos de cada uno de los testimonios, más se nos
aparece como una persona rica y, al mismo tiempo, sencillísima.
Ante todo rica: no de bienes de fortuna o de cultura, sino de un ingenio
despierto, de una profunda sabiduría aprendida de la exèriencia de la vida y de la
luz superior del Evangelio; rica de una simpática humanidad: de un corazón
grande, de una exquisita sensibilidad y de un sereno dominio de sí que se
manifiestan en una envidiable libertad de espíritu; rica de una gran fortaleza para
afrntar las dificultades de la vida y de una gran energía interior traducida en una
incansable laboriosidad.
Rica y sin embargo sencillísima, por ser pobre y humilde, sin más cultura que
la aprendida en el catecismo y también por vivir sin complejos de ninguna clase.
Sencillísima sobre todo, porque en toda su existencia la vemos polarizada en
Dios, que domina sin discusión no solo el horizonte de su espíritu, sino también
el mundo que la rodea.
Toda su vida no es otra cosa que un servicio rendido a Dios en las personas
que Él le confía: sean estos sus hijos, los vecinos de casa necesitados o enfermos,
o cuantos llaman a su puerta; o sean los muchachos que su hijo recoge para que
encuentren en el Oratorio no solo fuerza y refugio, sino también para que
redescubran el calor de una familia que los acoge y los ama.
También al considerar su relación personal con Dios, debemos constatar que
la intensidad y la duración de esta es directamente proporcional a la sencillez del
más humilde, del más sencillo de los buenos cristianos.
Una persona así estructurada no necsita mucho para imponerse. Se impone
por sí misma por la estima y el afecto que conquista; por su íntima coherencia,
por su entrega sacrificada, por su gran sabiduría, por su grande y serena
bondad, por su humilde sencillez y también por su simpática originalidad.
Mamá Margarita, una persona sencilla, y que sin embargo forma parte de esa
aristocracia espiritual que brilla en el extraordinario número de madres santas
que viven en la presencia de Dios y en Dios, con una unión hacha de silenciosas
invocaciones poco menos que continuas.
Frecuentemente nos olvidamos de lo más sencillo. Pues bien, la “cosa más
sencilla” que Mamá Margarita nos repite continuamente con el ejemplo de su vida
es esta: la santidad está a portada de mano, y para todos, y se actúa en la
obediencia fiel a la vocación específica que el Señor confía a cada uno de
nosotros.
La santidad diría el Papa, es la “medida alta de la vida cristiana ordinaria”: de
la vida de cada día, aparentemente banal como las montañas de ropa blanca que
Margarita ha zurcido y remendado en sus laboriosas jornadas. Mamá Margarita
nos enseña que se puede y se debe “aspirar a metas altas” con valentía. Las
pequeñas cosas de cada día son la vía de la santidad
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