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“EN EL PRINCIPIO ERA LA MADRE”

LA SIERVA DE DIOS MARGARITA OCCHIENA,


MADRE DE DON BOSCO (1788-1856)

Han transcurrido 160 años desde aquel 25 de noviembre de 1856, cuando


Margarita Occhiena moría en su humilde habitación de Valdocco. Hubo un
lamento sentido por parte de los salesianos y de los jóvenes que la habían querido
como se quiere a una madre. Esta mujer se había entregado tan enteramente a
ellos, que todos unánimes decían: “¡Era una santa!”. El primero en decirlo fue el
propio Don Bosco, el hijo santo, que al juzgarla iba más allá de los vínculos de
sangre. E inmediatamente fue una convicción común, no solo en el círculo del
Oratorio, sino también fuera de él.
No obstante la Causa de Beatificación y de Canonización de Mamá Margarita
se introdujo mucho más tarde, solo el 8 de septiembre de 1994. Desde entonces
ha avanzado muy rápidamente. El Proceso diocesano (en Turín) ya se habñia
concluido en 1996, y la Positio, esto es, la documentación sobre la fama de
santidad y la heroicidad de la vida y las virtudes, se entregó oficialmente a la
Congrgación de las Causas de los Santos, el 25 de enero de 2000. En este trabajo
tuvo su gran mérito la Comisión Histórica que se ocupó de la Causa. Estaba
compuesta por sor P. Cavaglià, don F. Desramaut, don R. Farina, don G. Milone,
don F. Motto y don G. Tuninetti.
Estos estudiosos han revisado con competencia y dedicación todo el
“material histórico” relativo a Mamá Margarita: por ello la referencia a la Positio es
fundamental hoy para nosotros. Precisamente esta referencia a la Positio aconseja
subdividir el tema en tres partes. En la primera delinearé el perfil biográfico de
Margarita Occhiena hasta 1846, es decir, hasta su traslado a Valdocco; en la
segunda parte hablaré de los diez años que Mamá Margarita transcurre en Turín
con Don Bosco y con sus muchachos; finalmente, en la tercera parte, trataré de
delinear el perfil espiritual de Mamá Margarita.
No me detengo explícitamente a hablar del contexto histórico. Esencialmente
es el de la misma vida de Don Bosco, en un Piamonte que vivió intensamente las
consecuencias de la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas, la
Restauración y el laborioso proceso de la independencia y de la unidad de Italia.

I. MARGARITA OCCHIENA DE 1788 A 1846

Una sólida familia campesina

Capriglio es una pequeña aldea de la provincia de Asti, a unos treinta


kilómetros al suroeste de Turín. Sus casas diseminadas se extienden sobre el
verde de las colinas, entre bosques, viñas y campos de maiz y de trigo. Una parte
de la aldea se llama Serra di Capriglio. Allí vino al mundo Margarita el 1 de abril
de 1788, de Melchiorre Occhiena (36 años) y Domenica Bassone (36 años),
casados hacía trece años, campesinos acomodados, propietarios de su casa y de

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los terrenos adyacentes. Fue bautizada, en la iglesia parroquial, el mismo día de
su nacimiento.
Este será el ambiente en el que Margarita crecerá y vivirá hasta los 24 años:
un pueblecito dominado por su campanario, una campiña armoniosa y fértil, una
familia (Margarita tenía dos hermanas y dos hermanos) donde todos se querían,
trabajaban duro y donde se rezaba con una confianza absoluta en la Providencia,
en esos años sacudidos por los desarreglos de la aventura napoleónica.

Una muchacha decidida

Ya desde la adolescencia y la juventud se delinea con claridad la figura moral


y espiritual de Margarita. Escribe don Lemoyne, autor en 1886 de la primera
biografía escrita de Mamá Margarita: Había sido dotada por la naturaleza de una
fuerza de voluntad que, coadyuvada por un exquisito buen sentido y por la gracia
divina, harían que saliera victoriosa de todos aquellos obstáculos espirituales y
materiales que habría de encontrar en el curso de su vida... Recta de conciencia,
noble en sus afectos y en sus pensamientos, segura en sus juicios sobre los
hombres y las cosas, desenvuelta en sus modales, franca en su lenguaje, no
sabía qué era dudar... Esta franqueza fue una salvaguardia a su virtud, porque
iba unida a una prudencia que la impedía cometer cualquier tropiezo”.
Capriglio por entonces no tenía escuela, por consiguiente Margarita no
aprendió a leer ni a escribir. Pero iliterata no significa ignorante; supo adquirir
una eminente sabiduría escuchando con corazón despierto en la parroquia las
lecturas litúrgcas, los sermones, la catequesis, y lo que es más, conformando con
ellos su experiencia cotidiana
En este aspecto cobran importancia los sencillos episodios narrados en su
biografía. A los once años se encara con los soldados austríacos, que vivaqueaban
por los alrededores y empuña la horca contra sus caballos que se comen a sus
anchas el maiz puesto a secar. Muchacha gentil y rebosando salud, atraía la
mirada de los muchachos, que rivalizaban en galantería para acompañarla hasta
la iglesia, a un kilómetro de distancia; pero pronto los dejaba atrás con su paso
ligero.
A las compañeras que la invitaban al baile y a los juegos en los días festivos,
respondía amablemente que tenía trabajo en casa, y añadía después que, alguna
vez, ya de noche, el diablo da vueltas alrededor de los que bailan... En efecto, su
alegría más íntima, era rezar, pensar que Dios nos ama, y servirle trabajando por
la felicidad de los suyos.
No se sentía especialmente atraida por el matrimonio, cuando, ya a sus 23
años, un honrado muchacho vino a llamar a su puerta.

Matrimonio valiente

A dos kilómetros de Capriglio, en la colina de en frente, se veía entre los


árboles, un grupo de casas llamadas “Becchi”, pedanía de Morialdo y de
Castelnuovo d’Asti. Un habitante de esta pedanía, joven campesino de 27 años,
Francisco Bosco, había perdido recientemente a su mujer. Tenía a su cargo un
muchachito de tres años, Antonio.

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Conocía Capriglio y ciertamente se había fijado en Margarita. Se presentó,
pues, para pedir su mano.
Margarita acceptó. Se concertaron las bodas y la dote. El matrimonio se
celebró el 6 de junio de 1812, ante al alcalde y después en la iglesia parroquial. Y
esa misma tarde, “Margarita Bosco” entró en su nueva casa, en el caserío
Biglione, en la colina de I Becchi.
Pasaron desde entonces cinco años felices. Margarita y Francisco se amaron
profundamente. Y la pequeña familia no tardo en agrandarse. El 8 de abril de
1813 nace el primer hijo, a quien pusieron el nombre de José, y dos años más
tarde, el 16 de agosto de 1815, un segundo hijo, a quien llamaron Juan Melchor:
el futuro San Juan Bosco. Fue bautizado al día siguiente por el vicario de la
parroquia de Castelnuovo. Más tarde, Margarita, confiará a su hijo: “Cuando
viniste al mundo, te consagré a la Santísima Virgen” (Memorie dell’Oratorio, Roma
1982, pág. 89), lo que nos hace vislumbrar en qué clima de intimidad espiritual
había llevado a aquel hijo en su seno.
Todo iba bien, puesto que Francisco, aquel mismo año, hasta había podido
comprar en las inmediaciones algunos terrenos y una casucha, que debía servir
como establo y almacén (la futura “casita”), cuando un dolor inmenso se abatió
sobre la pequeña familia, ya probada con dos años de sequía que habían echado
a perder los cultivos (1816-1817): la muerte imprevista de Francisco. Un día de
mayo de 1817, este vuelve del campo, todo sudoroso y baja a descansar un
momento a la bodega donde hay un poco de frescor. Sube tiritando: es la
pulmonía fulminante.
Todos los cuidados fueron inútiles. Hizo testamento; pedía que se celebrasen
por él treinta Misas, recibió el viático, recordó a Margarita que tenía la gracia de
morir como Jesús a los 33 años y la recomendó que confiara en la Providencia...
Moría el domingo 11 de mayo. Margarita lloró lo indecible y puso en su dedo el
anillo nupcial de Francisco. En cuanto a Juan, que tenía solo 21 meses, evoca la
escena trágica de la separación, como el único recuerdo de sus primeros 5 años:
“Mientras todo salían de la habitación del difunto, yo quería permanecer en ella a
toda costa. Ven, Juan, ven conmigo”, repetía mi afligida madre, “Si no viene papá,
no quiero ir yo”, respondí. “Pobre hijo mío, ven conmigo, tú ya no tienes padre”.
Al decir esto rompió a llorar, me tomó de la mano y y me llevó a otra parte
mientras yo lloraba al verla llorar... Este hecho sumió a toda la familia en una
gran consternación” (Memorie dell’Oratorio, pag. 19).

Ante nuevas pruebas

Y henos aquí, a Margarita, a los 29 años, al frente de la familia y de la gestión


agrícola. Otra hubiera vacilado bajo la carga imprevista y demasiado pesada. Pero
ella no era una mujer de lamentaciones. Se puso a la obra: trabajó en la viña y en
los campos con los dos obreros, al menos hasta noviembre, y trabajó en casa
junto a los tres hijos (9, 4 y 2 años) y la abuela
En noviembre rescindió el contrato de arriendo y pasó a establecerse
definitivamente en la pobre casita comprada por Francisco, después de haber
añadido una cocina y una amplia habitación: es la pobre habitación que Don
Bosco llamaba “mi casa”, y que miles de peregrinos acuden hoy a visitarla
meditando en la nobleza inmensa de la pobreza.

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Margarita necesitará toda su fe y todo su amor para no derrumbarse bajo el
peso de las pruebas. Durante dos años tendrá que luchar hasta la extenuación
con problemaas de dinero: deudas atrasadas que pagar, la sequedad obstinada
que reducía las cosechas a casi nada, un proceso inverosímil y un embargo de la
cosecha de un año entero en provecho de una empleada de los ex-propietarios...
Tanto, que un día, en la casa de Don Bosco, se tuvo verdaderamente hambre. En
todo el país no se encontraba nada que comprar, ¡nada, en el pleno sentido de la
palabra! Entonces, narra Don Bosco, Margarita reúne a su alrededor a sus hijos:
“Vuestro padre, al morir me dijo que tuviera confianza en Dios. Venid, pues,
pongámonos de rodillas y recemos”. Tras una breve oración se levantó y dijo “En
casos extremos se deben usar remedios extremos”. A continuación con la ayuda
de un vecino fue a la cuadra, mató un ternero y haciendo cocer una parte a toda
prisa, pudo con ella mitigar el hambre de la familia... Imagine cada uno lo que
tuvo que sufrir y trabajar mi madre durante aquel calamitoso año” (Memorie
dell’Oratorio, pag. 20).
Poco tiempo después, recibió la propuesta de un matrimonio muy ventajoso:
los niños serían confiados a un tutor. Rechazó tajantemente: “Dios me dio un
marido y me lo quitó. Al morir me dejó tres hijos y yo sería una madre cruel si los
abandonase en el momento en que más me necesitan”.

Formar creyentes

Ahora es principalmente a estos hijos a los que ella se dedicará para realizar
su tarea de educadora: hacer de ellos tres hombres y secundar el designio
misterioso que el Señor tenía sobre cada uno de ellos. En esta tarea, en la que
Margarita decubre el sentido de su vida, pondrá de manifiesto sus dotes
excepcionales: su fe, su saber, su virtud, su saber hacer, su sabiduría de
campesina piamontesa y de verdadera cristiana llena de Espíritu Santo. Sería
demasiado prolijo seguirla aquí detalladamente. Baste señalar los aspectos
esenciales de esta santidad “toda salesiana”.
Lo que trasmite en primer lugar a sus hijos, con paciencia, en los años de
crecimiento, fu su fe inquebrantable, el sentido de un Dios amor siempre
presente, una devoción tierna a María.
Era célebre, y así sigue siendo, el catecismo de Mamá Margarita. Ella, que no
sabía leer ni escribir, y que había aprendido de memoria en su infancia, las
fñórmulas necesarias, se las trasmitía a los hijos, pero sintetizándolas e
interpretándolas según su infalible instinto materno.
Y así, cuando los niños se despertaban, oían a la madre que comenzaba a
asearles recitando las enseñanzas del catecismo: “Un buen hijo, tan pronto como
se despierte debe hacer la señal de la cruz, y ofrecer el corazón a Dios, Después ,
levantarse y vestirse con la mayor modestia...”. Y continuaba: “ Mientras os
vestís, podéis decir: “ Ángel de Dios que eres mi custodio...”.
Otra oración que ella inculcaba insistentemente era la del Angelus, recitado
tres veces al día, donde quiera se encontrase: en casa, en el campo, en el prado...
Finalmente, al caer de la tarde, el rosario que nunca se omitía, y las oraciones
antes de ir a dormir, que se concluían con un devoto Jesús, José y María, os doy
el corazón y el alma mía.
Las grandes verdades de la fe se trasmitían de la manera más sencilla y
elemental, expresadas todas ellas con fórmular brevísimas:

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- Dios te ve era la verdad de todo momento, no dirigida a meter miedo, sino a
inculcar en los niños el hecho de que Dios cuidaba de ellos, como cuidaba
su madre.
- ¡Que bueno es el Señor!, exclamaba siempre que alguna cosa impresionaba la
fantasía de los niños y despertaba su admiración.
- ¡Con Dios no se juega!, afirmaba convencida, cuando se trataba de inculcar
el horror al mal y al pecado.
- ¡Tenemos poco tiempo para hacer el bien!, explicaba cuando quería animarles
a ser más diligentes y generosos.
- ¿De qué nos sirve tener hermosos vestidos, si el alma es fea?, observaba
cuando quería educarles en una decorosa pobreza, y a cuidar la belleza
interior del alma.

A las fórmular hermosas y breves unía algunos relatos de la Escritura y de las


parábolas que había aprendido en la igelsia y que narraba de manera viva y
popular.
Y acudía también al catecismo de los sacramentos. Sabemos, por el testimonio
del mismo Don Bosco, cómo ella lo usó con el pequeño Juan: cuando llegó el
tiempo en que se acostumbraba a hacer la primera comunión, ella comenzó a
indicarle diariamente alguna oración y alguna lectura particular: después
preparó al niño para hacer una buena cnfesión (se la hizo hacer tres veces
durante el tiempo de Cuaresma), y cuando llegó el gran día (Pascua de 1826), se
ingenió para que el niño tuviese verdaderamente una experiencia de comunión
con Dios
“Aquella mañana –dirá más tarde el Santo- no me dejó hablar con nadie... Me
acompañó a la sagrada mesa e hizo conmigo la preparación y acción de gracias”.
Y recordará con ternura el camino de vuelta, entre melocotoneros en flor,
mientras la madre le iba repitiendo convencida: “¡Estoy persuadida de que Dios
verdaderamente ha tomado posesión de tu corazón! Prométele que harás cuanto
puedas por conservarte bueno hasta el final de tu vida” (Memorie dell’Oratorio,
pag. 33).
Y estaba también el catecismo de la caridad: Tanto en los años de relativo
bienestar como en los años del hambre, la casa de Margarita estuvo siempre
abierta para los pobres, los viajeros, los forasteros, los guardias en servicio de
vigilancia que pedían un vaso de vino, las muchachas en difícultades morales; y
siempre fue también la casa a la que acudían los vecinos cuando había una
desgracia que aliviar, un enfermo que asistir, o un moribundo que acompañar en
sus últimos momentos.
Páginas y páginas del evangelio se les explicaba así a los hijos por esta joven
madre fuerte y serena que no sabía leer, pero conocía por institnto todas las
delicadezas de la caridad cristiana

Formar hombres

En ese clima de divina presencia, Margarita se mostró siempre como una


sabia formadora del carácter y de la rectitud moral de sus tres hijos. Con el
ejemplo y la palabra les enseñó las grandes virtudes del humanismo piamontés
de aquel tiempo: el sentido del deber y del trabajo, el aguante cotidiano de una
vida dura, la franqueza, la honestidad, el buen humor. Los amó profundamente,
sin “mimarles” ni inundarles de caricias. Aprendieron también a respetar a los

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ancianos y a disponerse con gusto para servir al prójimo. Por otra parte, serena y
firme, no tenía reparo en decir lo que pensaba a aquel cuyas palabras o acciones
provocaban escándalo. Tales ejemplos calaban en lo más profundo de la
conciencia de los tres muchachos.

Educadora “salesiana”

Sin siquiera darse cuenta, aprendieron, y Juan en particular, el sistema


educativo que más tarde había de practiarse en la familia y en el apostolado
salesiano. Margarita, analfabeta, nos asombra por sus intuiciones, su sabiduría,
la fuerza serena, el equilibrio y la prudencia de su comportamiento de educadora,
teniendo que aunar en sí misma las exigencias del doble amor paterno y materno.
La divina Providencia le concedió la gracia de ser una educadora “salesiana”
animada de un amor preventivo que sabía comprender, exigir, corregir, esperar la
ocasión y sonreír. Practicaba el famoso “diálogo” del que tanto se habla hoy. Sus
hijos eran vigilados, controlados y guiados, mas no oprimidos. Tenían que
obedecer y pedir permiso, pero les dejaba con gusto entregarse a su alegría y a
sus juegos. No cedía nunca a los caprichos, y corregía amorosamente. Una varita
estaba siempre ante los ojos, en un ángulo de la habitación, pero jamás la usó, y
mucho menos la bofetada. Don Lemoyne atestigua: “Deseaba a toda costa que la
corrección no proocase despecho, desconfianza, desamor. Su máxima sobre este
particular era precisa: inducir a los hijos a hacer cada cosa por afecto y por
agradar al Señor. Por eso era una madre adorada” (Mamma Margherita, pag. 51).
Don Bosco dirá más tarde que la educación es cosa del corazón: había tenido ya
una agradable experiencia en el hogar doméstico de I Becchi.

Tres muchachos muy diversos

Por otra parte, Margarita sabía adaptarse a cada uno de sus hijos. ¡Y qué
diversos eran! Antonio había perdido a la madre a los tres años y su padre a los
nueve: doble herida mal cicatrizada. Se había vuelto un adolescente irritable y
protestón, después un joven arrogante y preocupado por hace ver que él era el
primogénito y que trabajaba más que todos. Sobre todo a partir de los 18 años, al
morir la abuela (1826), se volvió intratable, derivando con frecuencia en palabras
groseras y en la violencia. El motivo principal de su cólera es bien conocido: no
podía aceptar la pretensión de estudiar del hermano Juan; la sola vista de un
libro hacía que se le subiera la sangre a la cabeza. Las escenas en familia
duraron muchos años.
A veces Margarita era llamada “madrastra”, mientras lo trataba siempre como
a un hijo, lo mismo que a los otros dos, con una paciencia infinita: nunga le pegó.
Pero sabía también ser justa y fuerte: por la paz en casa, por el bien de José y,
sobre todo de Juan, tomó las dolorosas decisiones que se imponían. A finales de
1830 procedió a la división de los bienes, casa y terrenos.
Antonio, al quedarse solo, no tardo en casarse con una buena muchacha del
pueblo (22 de marzo de 1831), con la que tendría 7 hijos. Totalmente reconciliado
con los suyos será un buen padre de familia, muy estimado, y un fiel cristiano.
José, cinco años más joven, era de un carácter totalmente diverso, dulce y
tranquilo, conciliador y generoso, aunque tuviera sus momentos de capricho.
Inseparable de su hermano Juan, soportaba sin envidia su ascendiente. Adoraba
a su madre; y durante los largos años de estudios de Juan será el hijo obediente

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y trabajador en el que esta podrá apoyarse. También él se casará muy joven, a los
20 años, con una muchacha del pueblo, María Calosso, con la que tendrá diez
hijos. El afecto y el cariño mútuo de los dos hermanos será constante y sin
fisuras.

El largo camino hacia el sacerdocio

Por desgracia había que contar con la decidida oposición de Antonio. Tendrá
que sufrir y luchar durante cinco años antes de que su Juan tenga vía libre para
estudiar. Con el corazón destrozado, permite que trabaje durante veinte meses
como mozo de cuadra en el caserío de la familia Moglia (1828-1829). Se anima
cuando un anciano sacerdote, don Calosso, capellán de Morialdo, lo toma por su
cuenta y le inicia en el latín, antes de que muriera y se desvanecieran así sus
esperanzas (1830). Desde que Antonio se independizó, Mamá Margarita pudo
enviar a su Juan a la escuela pública de Castelnuovo (1831) y después a Chieri.
Juan pasará diez años en Chieri, cuatro en la escuela pública y seis en el
seminario mayor (1831-1841), volviendo a Morialdo en los largos meses de
vacaciones. Para Margarita, es, finalmente, un período de tranquilidad, feliz y
esperanzador. Es abuela de los hijos de Antonio y de José. Pero la mejor parte de
su corazón está en Chieri. ¡Quizá ninguna otra madre ha acompañado la vocación
de su hijo con tanto respeto, desasimiento, humilde fervor, alegría y secreta
acción de gracias!
Todavía tuvo un período de crisis en 1834, cuando Juan tuvo que decidir
concretamente su porvenir: ¿Podía continuar imponiendo a su madre, los gastos
cada vez mayores de unos estudios tan largos? Y, además, ¿no comportaba
muchos peligros el sacerdocio en una parroquia? ¿En especial convertirlo en
simple función, que en fin de cuentas, era algo bastante cómodo? Ingresar en los
franciscanos resolvía sus dificultades. Habló con su párroco de Castelnuovo, que
desaprobó esta solución y aconsejó a Margarita que lo disuadiera: “Tiene Vd. que
pensar también en su futuro: Juan, como párroco, podrá acogerla en su casa”.
Entonces Margarita fue a Chieri: “Escucha Juan. No tengo nada que decirte
por lo que a tu vocación se refiere, sino seguirla como Dios te la inspira, Nada
espero de ti. Y ten esto bien presente: nací pobre, he vivido pobre y quiero morir
pobre. Más aun, te lo aseguro: si por ventura llegases a ser un sacerdote rico, no
iré a verte ni una sola vez”.
A Don Bosco, a sus más de 70 años de distancia, le resonaba imperioso y
vibrante en el oído, el tono con que ella había pronunciado estas palabras.
(Memorie Biografiche, I, pag. 296).
Siguiendo el parecer de sabios consejeros, Juan decide ingresar en el
seminario.
El 26 de octubre de 1853, a la edad de 20 años, se le impone la sotana en
Castelnuovo, en la iglesia parroquial, según costumbre de la época. Exigentes
propósitos acompañaron este nuevo rumbo decisivo de su vida. Desde aquel día,
nos confía Don Bosco, “mi madre no me quitaba la vista de encima como si me
quisiera confesar alguna cosa. La víspera de la partida, por la tarde, me llamó
para decirme estas memorables palabras: Querido Juan, tú has vstido el hábito
sacerdotal; yo experimento con este hecho todo el consuelo que una madre puede
sentir ante la suerte de su hijo. Pero recuerda que no es el hábito lo que honra tu
vocación, sino la práctica de la virtud. Si un día llegases a dudar de tu vocación,
¡por amor de Dios! No deshonres este hábito. Quítatelo enseguida. Prefiero tener

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un pobre campesino a un hijo sacerdote negligente en sus deberes” (Memorie
dell’Oratorio, pag. 89).
Y añadió, lo que quizá más le preocupaba: “Cuando viniste al mundo te
consagré a la Santísima Virgen; al iniciar los estudios te recomendé la devoción a
esta buena Madre; ahora tre aconsejo ser todo suyo. Ama a los compañeros
devotos de María y, si llegas a ser sacerdote, recomienda y propaga siempre la
devoción a María”
Mi madre estaba conmovida al concluir estas indicaciones y yo derramaba
lágrimas. Madre, respondí, le agradezco cuanto ha dicho y hecho por mí; estas
sus palabras no han sido dichas en vano y las conservaré como un tesoro
durante toda mi vida” (Memorie dell’Oratorio, pag. 89).
Sublimes palabras verdaderamente, que el Espíritu Santo inspiraba a esta
campesina analfabeta, a esta madre que, desde un segundo plano, confiaba su
hijo a la Madre por excelencia. Lo seguirá durante seis años, con la oración y el
trabajo asiduo, feliz al constatar, en cada período de vacaciónes, cuánto
progresaba su querido Juan en la piedad y en la seriedad que se le exige a quien
desea subir al altar.

Madre de un sacerdote

Juan fue ordenado sacerdote en Turín el sábado 5 de junio de 1841. Al día


siguiente fue a celebrar la Misa del Corpus Christi en la iglesia parroquial de
Castelnuovo. Todo el pueblo estuvo presente, orgulloso y satisfecho de festejar a
“su” sacerdote. De manos de su Juan, Mamá Margarita recibió el Cuerpo de
Cristo, para la vida eterna... El párroco invitó al banquete a todos los parientes y
a los notables del pueblo. Luego fueron a I Becchi: al volver a ver los lugares de
su primer sueño y de tantos recuerdos, el novel sacerdote no pudo contener las
lágrimas. Se halló solo, en el silencio de la tarde, con su madre, en momentos
sublimes de confidencias, como en aquella tarde de la imposición de sotana.
“Juan, ya eres sacerdote: ya dices misa; en adelante estás más cerca de Jesús.
Pero acuérdate que empezar a decir misa es comenzar a sufrir. No te darás
cuenta enseguida, peo poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad.
Estoy segura de que todos los días rezarás por mí, mientras yo viva y cuando
muera: esto me basta. Tú, en adelante, piensa solo en la salvación de las almas
sin cuidarte para nada de mí” (Memorie Biografiche, I, pag. 522).
Seis años antes había confiado su hijo a María. Ahora lo entregaba al Señor y
a las almas que salvar
¿Creía tal vez que, a sus 53 años, había ya terminado su misión? La
Providencia no había de tardar en darla a entender que había cumplido solo la
mitad: la llamaría dentro de poco a compartir el ministerio de su hijo y a extender
su maternidad a centenares de otros hijos.

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II. MARGARITA OCCHIENA DE 1846 A 1856

Mamá Margarita, madre de los huérfanos de Don Bosco

El 3 de noviembre de 1841, después de haber ejercido, en los cuatro meses de


vacaciones, las funciones de vicario en Castelnuovo, Juan se despedía de su
madre y de sus hermanos y partía hacia Turín. Aconsejado por su santo amigo
don José Cafasso, ingresaba, por tres años, en la Residencia sacerdotal, escuela
superior de teología pastoral y, bajo la dirección del mismo amigo, comenzará
inmediatamente su apostolado entre los muchachos de la calle y de las cárceles.
El 8 de diciembre inauguraba su catequesis con Bartolomé Garelli: era el
comienzo de la gran aventura salesiana.
Conocemos la historia de estos primeros años dramáticos: el joven sacerdote
reúne la tropa cada vez más numerosa de muchachos en la Residencia, después
en el Refugio de la marquesa de Barolo, más tarde en los prados de alrededor...
hasta la famosa Pascua de Resurrección de 1846, cuando, finalmente, entra en la
Tierra Prometida de Valdocco, en el cobertizo Pinardi.

El “sí” heroico

Durante todo este tiempo, Margarita vivía tranquila en I Becchi, abuela feliz de
una cuadrilla de nietecitos entre los 13 años y los pocos meses: los de Antonio y
los de José. ¡Cuántas alegrías, y cuántas preocupaciones para ella!
Y hete aquí que en Julio de 1846, estalla la tormenta: Juan, agotado por su
trabajo apostólico, se encuentra a las puertas de la muerte... La oración
apassionada de sus muchachos obtiene, por intercesión de María, la gracia de la
curación. Sube a I Becchi para una larga convalecencia: madre e hijo se
encuentran en la intimidad.
Pero el corazón de Juan Bosco ha quedado en Turín. Hay que bajar de nuevo:
le están esperando muchos, muchos jóvenes. Pero antes, hay un problema
delicado que resolver: joven sacrdote de 30 años, Juan no puede vivir solo en los
locales de hace poco había arrendado en la casa Pinardi, en aquel barrio de tan
mala fama de Valdocco, donde, en las cercanías, una cierta posada, la Jardinera,
recibe, sobre todo los domingos, a hombres y mujeres de escasa moralidad.
“¡Lleva contigo a tu madre!”, le dice el buen párroco de Castelnuovo. Don
Bosco mismo ha contado la generosa reacción de su madre: “Ella comprendió la
contundencia de mis palabras y añadió enseguida: “Si te parece ser del agrado
del Señor, estoy dispuesta a partir inmediatamente” (Memorie dell’Oratorio, pag.
193).
El 3 de noviembre de 1846, madre e hijo dejaron atrás la suave colina, y a pie,
llegaron a Turín.
Las dos habitaciones de la Casa Pinardi, del primer piso, a donde llegaron
cansados por la tarde, estaban vacías. Faltaba de todo.
Animosa y hasta de buen humor, Margarita exclamó: “En I Becchi tenía
muchas preocupaciones por tener que adminsitrar y mandar. Aquí estaré más
tranquila al no tener que administrar ni a nadie a quien dar órdenes” (Memorie
dell’Oratorio, pag. 193). Había llevado consigo el ajuar de boda, celosa e
íntegramente guardado hasta ese momento, algunas joyas sencillas, algo de ropa

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blanca: Todo esto fue transformado en camisas, en mantel para el altar, o
vendido para cubrir los primeros gastos. Con ese grado de desprendimiento,
Margarita estaba dispuesta para la nueva maternidad.

Una presencia materna en el nacimiento de la obra salesiana

Comienza para ella el último período, de diez años, durante los cuales su vida
se confundirá con la de su hijo y con la fundación misma de la obra salesiana.
Estará en su puesto y permanentemente como una cofundadora, la principal y
primera cooperadora de Don Bosco, encarnando con todas sus fuerzas y con todo
su corazón el elemento materno del carisma de fundación.
Estos diez años fueron los más decisivos, aquellos a los que Don Bosco mismo
no cesará de referirse (en particular en la famosa “Carta de Roma” del 10 de mayo
de 1884). “Mamá Margarita” (este será ya su nuevo nombre, su nombre definitivo)
estará activamente presente en el primer desarrollo “exterior” de la obra: primer
oratorio, “casa aneja” o internado para los primeros artesanos y estudiantes,
primeras escuelas y talleres, iglesita dedicada a San Francisco de Sales,
lanzamiento de las Lecturas Católicas en un clima de revoluciones y amenazas a
Don Bosco.
Estará también presente y activamente en su primer desarrollo “espiritual”:
formación del método y del ambiente salesiano, presencia de los primeros
discípulos “cofundadores”: Cagliero (1851), Rua (1852), don Alasonatti y Domingo
Savio (1854), primeras Compañías, primeros frutos de santidad, primeros clérigos
y preparación de la Sociedad Salesiana, que será fundada solo tres años después
de su muerte. En la biografía de Don Bosco, el autor Teresio Bosco emplea esta
expresión acertadísima: “La Congregación salesiana ha sido mecida en la rodillas
de Mamá Margarita” Esta amplia presencia femenina y materna es un hecho
único en la historia de los fundadores de congregaciones educativas.

Madre de una familia cada vez más numerosa

Ayudando a su hijo, Margarita pretendía evidentemente servir a los


muchachos a los que había dedicado su vida. Durante diez años fue su “mamá”,
con todo lo que puede comprender esta palabra, de trabajos, paciencia y ternura.
En primer lugar tuvo que acostumbrarse a los gritos y alboroto de los días de
oratorio, a las tardas horas de las escuelas nocturnas.
Luego vino la acogida en casa de los primeros huérfanos vagabundos. Don
Bosco ha narrado el las Memorias del Oratorio cómo su madre inauguró, con el
primero de ellos, la hermosa costumbre de las “Buenas Noches”.
¿Cuántos eran estos muchachos que habrían de costituir la gran familia de
Mamá Margarita? Unos quince en 1848. Son ya treinta en 1849 y cincuenta en
1850. La construcción de una casa de dos plantas, permite acoger a unos sesenta
en 1853, y a un centenar en 1854, dos tercios son artesanos y un tercio
estudiantes o seminaristas de la diócesis, que van a trabajar o a estudiar a la
ciudad.
Al menos treinta estaban totalmente a cargo de Don Bosco. Tanto es asi, que
una tarde de 1850, Margarita tuvo su hora de Getsemaní. ¡Cuatro años llevando
aquella vida, podían ser suficientes, ya no podía más! Se desahogó con su hijo:
“Escúchame, Juan, ya no puedo soportarlo más. Cada día estos muchachos me

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arman una nueva (y le cita algunas de ellas)... Deja que me vaya. Déjame volver a
I Becchi; acabaré tranquila allí mis días”. ¿Que le iba a responder? Don Bosco,
conmovido, la mira, luego sus ojos se alzan hacia el crucifijo que pende de la
pared. Margarita sigue esa mirada: gruesas lágrimas resbalan por sus rugosas
mejillas.
“Tienes razón, le dijo, tienes razón”. Y volvió a ponerse su delantal. “A partir de
aquel instante ya no se le escapó de sus labios ni una sola palabra de disgusto”
(Memorie Biografiche, IV, pag. 233). Ese momento, marca probablemente el
culmen de la vida espiritual de Mamá Margarita: imitaba a su Maestro en la
aceptación de la cruz hasta el fondo: “¡Padre, hágase tu voluntad, no la mía!”
¿Quién podrá medir este sacrificio en el desarrollo de la obra salesiana?

Dotes de educadora

Pero todavía no he hablado de la tarea más hermosa de Margarita, aquella


en la que empleaba no solo los brazos, sino su fe, su corazón, sus cualidades
innatas de educadora. Puesto que todos los huérfanos la llamaban “mamá”, está
bien claro que no se limitaba a hacer de cocinera o de ropera. Tenían con ella,
igual que con Don Bosco, una confianza total, un afecto de huérfanos que se
sentían amados y salvados. ¡No había ningún ceremonial para ir a hablar con la
“mamá”, siempre serena y sonriente!
Así se comprende, que durante la jornada, entablase unos sabrosos diálogos
para corregir, exhortar, consolar, dar un consejo oportuno, formar su carácter y
su corazón de creyentes, recordar la presencia de Dios, invitar a confesarse con
Don Bosco, recomendar la devoción a María.
Conocía uno por uno a todos los muchachos y sabía clasificarlos. Durante dos
años pudo observar a un adolescente singular venido de Mondonio: su conducta
la impresionaba: Un día dijo a Don Bosco: “Tienes muchos chicos buenos, peo
ninguno supera la hermosura de alma de Domingo Savio. Le veo rezar largo
tiempo en la iglesia ante el Sagrario, parece un ángel del paraíso” (Memorie
Biografiche, V, pag. 207).

La muerte y la felicidad de la pobreza

Los únicos momentos de calma y de descanso, durante aquellos años, fueron


las pocas semanas de vacaciones otoñales en I Becchi. Descanso por otra parte
relativo, porque Don Bosco llevaba allí a muchachos sin familia. Pero encontraba
aire puro y silencio.
Al volver de las vacaciones de 1856, a mediados de noviembre, se sintió mal.
Le aquejaba una tos fuerte. Se acostó. El médico diagnosticó una pulmonía
galopante.
José corrió desde I Becchi (Antonio había muerto hacía ya 7 años) Quiso hacer
sus recomendaciones a sus dos hijos. A Juan: “Otras ocuparan mi puesto aquí,
pero la Virgen no dejará de dirigir todo... Tú no busques apariencias ni
esplendor, sino solo la gloria de Dios. La pobreza, la verdadera, esté siempre en la
raiz de tus santas empresas”
A José: “Educa bien a tus hijos. Si Dios no les llama para otra cosa, que sean
campesinos. Abandonar la tierra sería como malagastar todo”.

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La tarde del 24 de noviembre, don Borel, su confesor, la administró los
últimos sacramentos. Quiso todavía hablar con Juan: “Dios sabe cuánto te he
querido, pero desde arriba te amaré más todavía. He hecho cuanto he podido. Si
alguna vez me he mostrados severa, era para vuestro bien. Di a los mcuhachos
que he trabajado por ellos como una madre. Que recen y ofrenzcan una santa
comunión por mí”
Juan sollozaba, oprimido por el dolor. Continuó: “Adiós, querido Juan. Te
saludo por última vez. Retírate a tu habitación a rezar por mí. Sufres demasiado y
me haces sufrir a mí. Vete”. Necesitaba toda su calma para irse. Don Bosco se
retiró.
Mamá Margarita expiró a las tres de la mañana. José corrió a avisar a Don
Bosco: los dos hermanos se abrazaron sollozando... Valdocco se convirtió en una
casa de tristeza y de oración.
El cortejo fúnebre hasta la iglesia parroquial, con aquella turba de
muchachos, parecía un desfile triunfal. Pero eran verdaderamente funerales de
pobre: Margarita due depositada en la fosa común y nunca tuvo su nombre
escrito en una losa sepulcral. No ha dejado nada, absolutamente nada de sí, aquí
abajo; nada excepto su inmenso amor.

III. SÍNTESIS. PERFIL ESPIRITUAL DE MAMÁ MARGARITA

Después de haber repasado los datos biográficos de Mamá Margarita, a lo


largo de las etapas de su existencia, trazamos ahora su perfil espiritual.
Aunque tenemos a disposición una abundante literatura de biografías, nos
atendremos, como hemos hecho hasta ahora, a las fuentes sobre las que se basa
la Positio. Aparecen esencialmente cuatro elementos característicos recurrentes
en este perfil

“Mujer fuerte de bíblica memoria”, madre heroica y educadora sabia

Mamá Margarita destaca ante todo por su papel de madre extraordinaria; y


estrechamente unido a su maternidad va ese genio educativo que la ha convertido
en la educadora del gran educador.

a) Madre heroica
En toda madre abundan los motivos para celebrar su grandeza. La literatura
abunda en verdaderas y auténticas perlas al respecto. Pero hay modos y modos
de vivir esta que es la vocación de toda mujer. ¿Que hay de extraordinario en la
que ha pasado a la historia con el nombre de Mamá Margarita?
En primer lugar una lucidísima conciencia de toda la gama de responsabilidad
que comporta todo rol de madre, un rol vivido como se vive una misión recibida
de lo alto.
En interesante subrayar que en toda su existencia no se encuentran nunca
momentos de fácil abandono a la naturaleza. Su comportamiento aparece
siempre vigilante y como guiado por una preocupación superior: discernir cuál es
el mejor comportamiento para el bien de sus hijos ante Dios.
Quizá se deba a esta su habitual vigilancia la referencia que los textos del
proceso canónico hacen siempre a la compresencia de dotes complementarios,

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por lo que la definen como tierna y firme, comprensiva e inflexible, paciente y
decidida.
Manifiesta un equilibrio extraordinario al armonizar tensiones no fáciles en la
vida de familia; por lo demás una vida de gran pobreza vivida dignamente y en la
perspectiva de la bienaventuranza evangélica. Aparece como madre llena de
afecto; educadora ejemplar; testigo de un respeto sagrado por el sacerdocio, que
le sugiere expresiones sublimes de pedagogía tan pronto como ve a su hijo
encaminado al seminario y más tarde al comenzar a celebrar la Misa. Deja
entrever una visión exacta del sacrificio que comporta un verdadero apostolado.
Ofrece inmediatamente la participación activa en la obra sacerdotal del hijo como
cooperadora ejemplar, convertida en madre de la modesta familia del Oratorio de
Valdocco, signo concreto de la vasta familia de los hijos de Dios. En ella la figura
del Padre que está en los cielos adquiere consistencia concreta a los ojos de
aquellos pobres muchachos en la persona de Don Bosco, su Padre y Maestro; y
la maternidad de María se ve reflejada en las ternuras de Mamá Margarita,
también ella madre y maestra, por participación, en la tarea educativa de Don
Bosco.
Lo que impulsaba a Margarita a armonizar los contrarios era el hecho de
haber tenido que hacer también de padre de sus hijitos.
Mamá Margarita, que tuvo también la posibilidad de evitar la problemática
condición de viuda (casándose nuevamente), ha sabido alcanzar y consrvar
siempre el justo equilibrio entre estos dos roles: una maternidad suficientemente
fuerte hasta compensar la ausencia del padre, y una paternidad suficientemente
dulce para no comprometer el indispensable calor materno.
Con un sentido exquisito de la medida, sabía mantenerse en el justo medio
entre la severidad que alza la voz y recurre a medios violentos, y la falsa dulzura
que pretende conseguir el objetivo a fuerza de mimos y carantoñas. Por lo tanto
nada de insulsas caricias, ni gritos airados, sino serenidad y firmeza. Su aspecto
traspiraba siempre calma, serenidad, dominio de sí, verdadera dulzura; armas
potentes y casi siempre victoriosas. No pegaba a los hijos, pero tampoco les
consentía; amenzaba con severos castigos, pero los perdonaba al primer signo de
arrepentimiento
Mamá Margarita puede ponerse como ejemplo de cómo gobernar una familia,
de cómo educar a los hijos con firmeza y dulzura, de como administrar los bienes
de este mundo con el debido desprendimiento, de cómo estar contentos con la
propia suerte confiando sin límites en la Providencia, de cómo ser útiles al
prójimo.
El amor paterno exigente y firme es lo que estimula a la constancia, a
conseguir los objetivos, que nos mueve después a ser “dignos del padre”.
El amor materno, dulce, gratuito, sereno y gozoso, es lo que da el gusto de
vivir, por encima de los resultados, que consuela en los días de fracaso, que
recuerda al hijo que hay alguien que le quiere “no por lo que hace”, sino “por lo
que es”, por el solo hecho de ser hijo.
Los psicólogos dirán que permanecer huérfano significa correr el riesgo de
desequilibrarse afectivamente solo en una vertiente: para los hijos de mamá en la
molicie sin nervio, sin estímulos para conseguir grandes resultados; para los
hijos de papá, en la ansiosa aridez de quien está siendo siempre estimulado, y se
encuentra solo y rechazado en los días de fracaso.
Mamá Margarita halló en sí misma un equlibrio instintivo, que la hizo unir y
alternar la firmeza serena y la dulzura tranquilizadora. Era una mamá dulcísima,

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pero enérgica y fierte. Los hijos sabían que cuando decía no, era que no. Y no
había caprichos que la hiciesen cambiar de parecer.
En un ángulo de la cocina –recordaba Don Bosco- había una vara: una
mimbre flexible. Jamás la usó, pero nunca la quitó de aquel rincón.
Hacemos otra observación hablando del papel materno de Mamá Margarita.
Ha sabido gestionar dos presencias que, por lo general, resultan problemáticas: la
presencia de una suegra enferma y la de una hijastro particularmente difícil.
En el desempeño de su misión materna, ha llevado a gran altura el grado de
desinterés personal, dando testimonio del más completo desapego, de cualquier
egoísta recompensa.

b) Educadora sabia

Educar, ya se sabe, es un arte. Toda madre posee ya por naturaleza los


presupuestos. ¿En qué se diferencia de lo ordinario el arte educativa de aquella
que es considerada como la fuente remota del sistema pedagógico de Don Bosco?
Mamá Margarita, - nos dicen los testigos del Proceso canónico- fue una
educadora ejemplar. Ha sabido transformar una condición familiar con muchas
dificultades, en un ambiente educativo incisivo y fecundo.
Fue también una madre catequista, porque se consideró la primera
responsable de la educación de la fe de sus hijos y supo proponerles valores
sencillos y sólidos en su escuela de familia. Fue una madre educadora que
propuso los valores de resolución, del trabajo, de la rectitud moral, de la
honestidad, del ahorro, del respeto a los ancianos. Y así, sencillamente, vivió el
método preventivo, que más tarde será el método característico de la pedagogía
de Don Bosco, con su serenidad, afabilidad y autoridad.
Mamá Margarita tenía la rara capacidad de convertir todo lo que sucedía en
la vida en una ocasión para catequizar. Lo hemos señalado y subrayado a lo largo
de toda la biografía: un camino lento, peo sin solución de continuidad, que va
desde la indispensable valoración de las virtudes humanas a la verdadera y
propia catequesis explícita.
¡Cuánta armonía - ¿acaso no es este el secreto de una verdadera
educación?- entre los impulsos de la naturaleza y las llamadas de la gracia! La
dimensión de la fe ha dado sabor y eficacia a todas las lecciones que esta maestra
analfabeta impartía a sus hijitos.
Ha sido este arte educativo lo que permitía a Mamá Mardarita adivinar las
energías ocultas en sus hijos, descubrirlas, desarrollarlas y ponerlas en sus
manos como algo visible.
Esto es aplicable principalmente respecto a su fruto más rico: Juan. Quizá
una madre más corta de vista habría corrido el riesgo de no hacer fructificar
como era debido, esos preciosos talentos que convertirían a este niño, huérfano
de padre, en el Padre y Maestro de la juventud.
¡Cómo impresiona ver en Mamá Margarita este consciente y claro sentido de
“responsabilidad materna” en seguir cristianamente y muy de cerca al propio
hijo, aunque respetándolo en su autonomía vocacional, pero siguiéndolo
ininterumpidamente en todas las etapas de la vida hasta la propia muerte!
Si el sueño de Juanito a los nueve años fue revelador para él, también lo fue
ciertamente (si no antes) para Mamá Margarita; fue ella la que tuvo y la que
manifestó su interpretación: “Tú serás sacerdote”. Y unos años más tarde, al
compreder que el ambiente de casa era negativo para Juan por la oposición de su

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hermanastro Antonio, hizo el gran sacrificio de enviarlo como mozo de cuadra a
la granja Moglia de Moncucco. Gran sacrificio para ambos.
Una madre que se priva del jovencísimo hijo para enviarlo a trabajar la tierra
lejos de casa, hace una verdadero sacrificio, pero ella lo hizo para encaminar a
Juan por aquel camino que (a ella y a él) le había revelado el sueño. Y podrían
citarse otros episodios, que indican todos ellos la sabia dirección de la madre.
Pero hay todavía otro paso que dar. Y de no poca importancia. Se puede
afirmar que a Mamá Margarita hay que atribuirle el mérito de haber inoculado a
Don Bosco los gérmenes del célebre trinomio que posteriormente habría de
constituir el sistema preventivo: razón, religión y amor.
Juan Pablo II en un discurso, en Turín en 1988, decía a los educadores
comprometidos en el mundo de la escuela, reunidos en la Catedral: “De todos es
conocida la importancia que ha tenido Mamá Margarita en la vida de San Juan
Bosco. No solo ha dejado en el Oratorio de Valdocco ese característico “sentido de
familia”, que todavía hoy subsiste, sino que ha sabido forjar el corazón de Juanito
en aquella bondad y amabilidad que lo convertirían en el amigo y el padre de sus
pobres jóvenes”.
Así pues, Mamá Margarita puede ser considerada, y con razón, como una de
las fuentes humanas del sistema preventivo, y como tal nos es grato considerarla
a la luz de la sabiduría cristiana, con la que el Espíritu Santo enriquece a las
almas sencillas, que son dóciles a su acción vivificadora.
Así, el rol educativo de Mamá Margarita, madre y maestra del Oratorio, hay
que verlo como un germen rico de interés pedagógico, también en el día de hoy.
Su dimensión de madre está destinada a alargar la influencia benéfica del
sistema preventivo de Don Bosco en el seno de las familias hodiernas, que con
frecuencia descuidan la función primordial de la primera escuela de los hijos.
Su dimensión de maestra de una educación integral del corazón puede hacer
florecer en el seno de la familia muchas virtualidades del sistema de Don Bosco,
que todavía están en estado latente.

“Buena consejera”: la primera colaboradora del naciente carisma salesiano

Acabamos de decir que Mamá Margarita fue, por su estilo educativo, la


inspiradora remota del trinomio pedagógico salesiano. Y ahora queremos tomar
en consideración el decenio que Mamá Margarita pasó en Valdocco con el hijo,
para poder afirmar que fue precisamente esta presencia materna la que influyó, y
no marginalmente, en aquel “espíritu de familia” que todos consideramos como el
corazón del carisma salesiano.
Hay modalidades, acentos, matices en el sistema preventivo practicado por
Don Bosco que tienen un no sé qué de materno, de dulce, de confortante, que
autorizan a ver en Margarita, no solo una figura femenina que ejerce su
influencia desde lejos, sino desde el interior: modelo, colaboradora, cooperadora y,
no en sentido vago – con todo el respeto que se debe a Don Bosco – cofundadora.
No creo que haya existido un santo Fundador que, aun teniendo una madre
santa, la haya tenido tan comprometida y partícipando tanto en su obra que la
haya sentido como suya.
El de Valdocco no fue, en efecto, un decenio cualquiera, sino el primero, en el
que se pusieron las bases de aquel clima que pasará a la historia como el clima
de Valdocco. Sirvan como ejemplo las célebres “Buenas Noches”, una nota
original de la tradición salesiana. Era un tema al que Don Bosco daba mucha

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importancia y tuvo origen en su piadosísima madre, con sus pocas palabras al
oído del primer joven acogido, y continuado después por él no en la iglesia, a la
manera de un sermón, sino en el patio, en los pasillos, o en los pórticos de modo
paterno y familiar.
Mamá Margarita ha sido la primera de la inmensa pléyade de personas
aagrupadas bajo el nombre de Cooperadoras salesianas. El Fundador ha sido
directa y explícitamente Don Bosco. Pero ella fue la primera. Y con tal es hoy
considerada.
Don Bosco la había invitado a ir a Valdocco ecuciado por necesidades
prácticas, y por un alto sentido de prudencia, a causa de quel lugar de mala
fama. En realidad, en los planes de Dios, esta presencia estaba destinada a
trascender los límites de una necesidad contingente para inscribirse en el cuadro
de una providencial colaboración en un carisma entonces todavía en ciernes.
Hay que añadir que Mamá Margarita fue cnsciente de esta su nueva vocación.
La aceptó con humilad y lucidez. Y sobre todo correspondió con una generosidad
heroica, hasta emular la santidad del hijo.
Así se explica la firmeza demostrada en las circunstancias más duras.
Piénsese solamente en la epidemia del cólera. Piénsese en los gestos y palabras
que tienen algo de profético, como el convertir los manteles del altar en vendas
para los enfermos.
Mas también el hijo tenía una lúcida convicción de lo preciosa que era la
presencia de esta madre en el Oratorio, no solo por la ayuda de orden material,
sino sobre todo por su colaboración en la incipiente Congregación.
Si se quisiera sintetizar todo lo dicho en este párrafo, podría valer el juicio de
don Lemoyne. Un juicio tan breve como incisivo, ciertamente de una osada
expresión evocativa. Él no lo habría hecho público ante tantos testigos “de visu”,
si hubiese sido una insostenible exageración. Dice así Lemoyne: “Podía decirse
que en ella estaba personificado el Oratorio”.

Mujer de “indiscutida autoridad”: aunque envuelta en el resplandor de la


figura de Don Bosco, Mamá Margarita “brilla con luz propia”.

¿Quién puede negar que la figura de esta mujer ha stado envuelta en la luz
que emana de la figura gigantesta del hijo? Sería engañoso intentar hacer una
lectura autónoma e independiente. Si Don Bosco no es explicable sin la madre,
tampoco los últimos quince años de la madre sin el hijo sacerdote.
Quien entraba en el Oratorio (fuese una autoridad o el último de los
muchachos) veía en ella espontáneamente a la madre de Don Bosco, Así fue
entonces en Valdocco y así es hoy en el mundo. No hay celebración de Don Bosco
que no incluya la referencia a la madre.
Pero tal afirmación, aun dada por descontada, no hay que interpretarla de
manera totalmente reductiva viendo una simple reverberación que remite a la
fuente. Sería como vaciar la santidad de la madre. Esta, en cambio, brilla con luz
propia.
La estatura interior de esta madre es tal, que el hijo, aunque convertido ya en
experto educador, tendrá siempre que aprender de ella. Imaginémoslo escondido
tras las persianas de su ventana mientras escucha interesado algunas de las
sabias conversaciones de la madre con sus muchachos...

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“Figura humana y cristiana verdaderamente poliédrica”

Los tres puntos precedentes constituyen tres distintas perspectivas del perfil
espiritual de Mamá Margarita, Y sin embargo este perfil considerado en su
conjunto contiene una riqueza que va más allá de esas tres áreas.
Se puede afirmar, en efecto, que cuanto más se considera a Mamá Margarita
en las diversas circunstancias de la vida y en los secretos pliegues de su espíritu,
y más se estudian los contenidos de cada uno de los testimonios, más se nos
aparece como una persona rica y, al mismo tiempo, sencillísima.
Ante todo rica: no de bienes de fortuna o de cultura, sino de un ingenio
despierto, de una profunda sabiduría aprendida de la exèriencia de la vida y de la
luz superior del Evangelio; rica de una simpática humanidad: de un corazón
grande, de una exquisita sensibilidad y de un sereno dominio de sí que se
manifiestan en una envidiable libertad de espíritu; rica de una gran fortaleza para
afrntar las dificultades de la vida y de una gran energía interior traducida en una
incansable laboriosidad.
Rica y sin embargo sencillísima, por ser pobre y humilde, sin más cultura que
la aprendida en el catecismo y también por vivir sin complejos de ninguna clase.
Sencillísima sobre todo, porque en toda su existencia la vemos polarizada en
Dios, que domina sin discusión no solo el horizonte de su espíritu, sino también
el mundo que la rodea.
Toda su vida no es otra cosa que un servicio rendido a Dios en las personas
que Él le confía: sean estos sus hijos, los vecinos de casa necesitados o enfermos,
o cuantos llaman a su puerta; o sean los muchachos que su hijo recoge para que
encuentren en el Oratorio no solo fuerza y refugio, sino también para que
redescubran el calor de una familia que los acoge y los ama.
También al considerar su relación personal con Dios, debemos constatar que
la intensidad y la duración de esta es directamente proporcional a la sencillez del
más humilde, del más sencillo de los buenos cristianos.
Una persona así estructurada no necsita mucho para imponerse. Se impone
por sí misma por la estima y el afecto que conquista; por su íntima coherencia,
por su entrega sacrificada, por su gran sabiduría, por su grande y serena
bondad, por su humilde sencillez y también por su simpática originalidad.
Mamá Margarita, una persona sencilla, y que sin embargo forma parte de esa
aristocracia espiritual que brilla en el extraordinario número de madres santas
que viven en la presencia de Dios y en Dios, con una unión hacha de silenciosas
invocaciones poco menos que continuas.
Frecuentemente nos olvidamos de lo más sencillo. Pues bien, la “cosa más
sencilla” que Mamá Margarita nos repite continuamente con el ejemplo de su vida
es esta: la santidad está a portada de mano, y para todos, y se actúa en la
obediencia fiel a la vocación específica que el Señor confía a cada uno de
nosotros.
La santidad diría el Papa, es la “medida alta de la vida cristiana ordinaria”: de
la vida de cada día, aparentemente banal como las montañas de ropa blanca que
Margarita ha zurcido y remendado en sus laboriosas jornadas. Mamá Margarita
nos enseña que se puede y se debe “aspirar a metas altas” con valentía. Las
pequeñas cosas de cada día son la vía de la santidad

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