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Julio Llinás vuelve a Buenos Aires en el 58´ para la creación de un “centro neurálgico de actitud
común”, un acto mesiánico fundacional en un mundo -cretinizado-, pero adecuado tanto para la
promoción local de los movimientos de vanguardía con los que se vinculó en París desde el 53', como
para el reencuentro del entre nos que había dejado antes de su partida, cuando participaba de la
redacción de Letra y Línea. Los tres números de BOA, Cuadernos internacionales de documentación
sobre poesía y arte de vanguardía, lejos de ser una búsqueda por la experimentación se presenta cómo
una crítica a la experiencia del artista y del consumidor, una forma de objetivación artística donde la
conciencia editorial y autoral estriba entre la novedad y el culto, ya no con un gesto emancipatorio de
los parentescos imaginarios, o como el uso particular de la materia artística, mucho menos como
consigna de producción, sino como una pasada contemporaneidad de lo nuevo donde los problemas
del arte se concentran sobre la tensión de la espera y la inquietud, el culto a la vida y la uniformidad.
Sin embargo, hasta el santo desconfía cuando la limosna es grande, pues el empuje promocional destiñe
existencialismo en cada enjuagada. Bajo el tul del surrealismo y la -excepcional- exposición de Phases,
presencia sobre la ausencia, del temperamento sobre la razón, de lo indefinido sobre lo definido, del
arte sobre la ciencia y la filosofía, del absurdo sobre la lógica, de lo temporal sobre lo eterno, de la
angustía sobre la paz, de lo contingente sobre lo necesario. Todos rasgos de una filosofía de postguerra
que encuentra eco entre los vanguardistas argentinos y que se pueden tratar uno por uno a lo largo y
ancho de BOA siguiendo la figura de Llinás, Aldo Pellegrini, Mario Trejo, Edgar Bayley, Carlos