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RESEÑA DE LA OBRA DE SASKIA SASSEN, LA CIUDAD GLOBAL:
NUEVA YORK, LONDRES, TOKIO, BUENOS AIRES, EUDEBA, 1999, 458
PP. TÍTULO ORIGINAL: THE GLOBAL CITY: NEW YORK, LONDON
AND TOKYO, PRINCETON, NUEVA JERSEY, PRINCETON UNIVERSITY
PRESS, 1991.

En las últimas dos décadas, una vasta literatura ha venido abocándose a examinar y
comprender la crisis del llamado régimen de acumulación fordista y el desarrollo de
nuevos sistemas de producción etiquetados como flexibles o postfordistas. Saskia Sassen
participa en un área de indagaciones que ha puesto especial interés en el análisis de los
ordenamientos espaciales que resultan de esta transformación, y que sostienen las
nuevas estructuras socioeconómicas dominantes del orden mundial.

Desde su introducción, La ciudad global nos propone una lectura del proceso de
globalización focalizada en la reorganización espacial de la economía. El punto de
partida podría sintetizarse en la siguiente pregunta: ¿Cómo puede explicarse que, a pesar
de las posibilidades tecnológicas para generar una considerable descentralización de las
tareas de control y gestión de la economía, se verifique un creciente grado de
concentración de estas funciones en unos pocos centros mundiales? Y en conexión con
esto, ¿por qué estos enormes niveles de concentración del poder económico y de
funciones de control se localizan en las grandes ciudades? A responder este interrogante
apunta la principal tesis del libro: “la combinación de dispersión espacial e integración
global ha creado un nuevo rol estratégico para las grandes ciudades”, dando lugar a un
nuevo tipo de ciudad: la “ciudad global”.

Valiéndose de un vasto material documental, La ciudad global revisa un abanico


de procesos que durante la década de los ochenta reestructuraron el orden social,
político y económico de Nueva York, Londres y Tokio. El libro se organiza en tres partes.
La primera, “Geografía y estructura de la globalización”, examina las grandes tendencias
referidas a flujos de inversión, organización de la producción, composición de los
mercados de trabajo y transformaciones de la actividad financiera. La segunda, “El orden
económico de la ciudad global”, analiza en detalle las dos principales actividades que
mueven el sistema económico global: los “servicios a la producción” y las finanzas. Por
último, la tercera parte busca desentrañar “El orden social de la ciudad global”. Sassen
se interna allí en las zonas menos visibles y menos alentadoras del orden social que
acompaña las tendencias analizadas más arriba. En particular, examina cuáles han sido
las consecuencias sobre la estructura de ingresos y salarios, sobre la composición de
género, raza y nacionalidad de los mercados de trabajo, y sobre las condiciones de
seguridad social y laboral de los trabajadores en las ciudades de Nueva York, Londres y
Tokio.

Sassen nos brinda una visión sumamente compleja de lo que ocurre en estas
grandes ciudades. La primera parte desmenuza la composición de los sectores de la
economía global que han contribuido a generar nuevas formas de centralización en estas
grandes ciudades. La tesis principal afirma que la gestión de la economía global implica
nuevos requerimientos, tanto tecnológicos como profesionales, dando por resultado la
expansión de un rubro particular de servicios: los servicios a las empresas o “servicios a
la producción” (consultoría gerencial, asesoría legal y contable, publicidad, seguridad,
diseño, entre otros). El análisis sobre el papel clave de las finanzas en la economía global,

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apunta a desafiar la visión corriente que imagina un poder hiperconcentrado en grandes
bancos transnacionales. Junto con las grandes corporaciones y los bancos se han
desarrollado pequeños mercados especializados en “innovaciones financieras”, que
operan con grandes índices de riesgo y buscan ganancias extraordinarias. Esto otorga al
sistema una naturaleza profundamente especultativa e inestable. Según Sassen, estos
instrumentos financieros y los servicios a la producción constituyen los principales
“productos” o mercancías que estas ciudades producen. Se propone de esta manera una
reelaboración del concepto de “producción”, superando la clásica distinción entre
manufactura y servicios.

La revisión de las tendencias de estas tres ciudades a desarrollar plazas de


mercados mundiales, concentrar crecientes flujos de inversión extranjera y reestructurar
sus economías con base en nuevos sectores dominantes, se combina con la exploración
de las heterogeneidades que estas mismas tendencias producen al articularse con los
legados históricos que las distinguen: culturas económicas y políticas, tradiciones
legislativas, estructuras socioeconómicas locales, tecnologías de producción,
experiencias históricas e imaginarios populares. El análisis se vuelca entonces sobre los
países que albergan estas tres ciudades globales, ofreciendo una lectura comparada de
las transformaciones que sufrieron sus economías nacionales y el carácter paralelo de su
posición dominante dentro de las tendencias mundiales.

Una de las ideas más sugerentes del libro es que la “globalización” no


simplemente arrasa las estructuras socioeconómicas y las configuraciones territoriales
del pasado, sino que se vale de ellas y las recicla para adecuarlas a los requerimientos de
la economía global. De allí que otra de las cuestiones que atraviesa la obra sea “¿qué
sucedió con la relación entre Estado y ciudad en el marco de la fuerte articulación entre
ciertas ciudades y la economía mundial?”. Aunque más escasamente desarrollado, este
plano de análisis brinda importantes sugerencias sobre la complejidad de la articulación
internacional de los nuevos mercados de productos financieros y de servicios. El análisis
revela que la transformación global de la economía no elimina del todo la participación
de los Estados, sino que los involucra de un modo diferente a lo ocurrido en el pasado.
Los Estados, que han perdido el control sobre el movimiento de capitales que se realiza
desde los centros bursátiles localizados en sus territorios, participan como inversores en
esos mercados financieros y como usuarios importantes de los “servicios a la
producción”. Al mismo tiempo, conservan importantes instrumentos de regulación
sobre los mercados de trabajo que sostienen la producción de servicios empresariales e
instrumentos financieros. La sensación que este análisis nos deja es que el sistema de
ciudades globales se emplaza sobre el espacio constituido por las herencias materiales y
culturales de los Estados nacionales, y que aun con toda su capacidad de imposición, el
nuevo orden debe “negociar” su implantación con las condiciones heterogéneas que
ofrecen los contextos específicos.

Si las ciudades globales son los nuevos centros de concentración económica y de


control, ello no involucra necesariamente a las bases sociales que las constituyen. Por
eso, al análisis del papel de las grandes ciudades en la organización y administración de
la economía mundial, le sigue la indagación del orden social y económico interno de
estas ciudades. En la tercera parte del libro Sassen examina la reestructuración de los
mercados de trabajo en estas mismas ciudades, mostrando facetas de una exclusión
social que acompaña a una creciente concentración del crecimiento económico. Las

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conclusiones señalan una tendencia a la polarización en términos de salarios e ingresos
medios de los trabajadores; una tendencia a la informalización y eventualización de los
mercados de trabajo, con la consecuente pérdida de seguridad laboral; y la consolidación
de un desigual acceso a puestos de trabajo mejor remunerados y más estables entre
minorías étnicas y nacionales, y entre hombres y mujeres.

La radiografía sobre los procesos sociales y económicos mundiales que La ciudad


global propuso a principios de los años noventa, ofrece elementos de interés para la
indagación de estos problemas en el presente. Por un lado, nos proporciona una
excelente síntesis de las principales tesis que dominaban hace una década la
interpretación de los cambios estructurales del orden global. Por otro lado, la abultada
documentación que la obra ofrece para sostener sus hipótesis y sus diagnósticos, permite
cotejar las tendencias dominantes a fines de los ochenta con la evolución posterior de
esas mismas variables. Pero la aportación más sustancial que la obra ofrece sigue
radicando, en mi opinión, en sus preguntas. La ciudad global desnuda los pilares
conflictivos y cambiantes sobre los que el sistema global se produce y se sostiene día tras
día. Como suele recordar Sassen en sus presentaciones actuales, las economías en su
mayoría siguen siendo fordistas, y la mayoría de la gente transcurre su vida en marcos
experienciales que se rigen todavía por una espacialidad y una temporalidad nacionales.
Sin duda el orden global impone una espacialidad y una temporalidad dominantes, pero
hasta ahora minoritarias. Existe, por lo tanto, una clave de lectura que atraviesa La
ciudad global y que mantiene en el presente toda su vigencia: la globalización no es un
dato de la realidad, sino un proceso en construcción y una categoría a interrogar.

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LA HUELLA ECOLÓGICA DE LA CIUDAD
LA HUELLA ECOLÓGICA URBANA

La huella ecológica es la superficie de planeta necesaria para producir una cantidad de


recursos y para alojar los residuos producidos. Se puede calcular la huella ecológica de
una persona o de un país, aunque la más reveladora es la de las ciudades. Es en ellas
donde se libra la batalla a favor de la sostenibilidad y en contra del cambio climático, ya
que representan el 80% de las causas del deterioro del planeta.

El concepto de huella ecológica es muy útil para percibir el impacto global de nuestras
ciudades, muy alejadas de la autosuficiencia, heterotróficas y procesadoras de energía a
un nivel muy por encima del que otros ecosistemas necesitan para su funcionamiento.
Las ciudades son no autosuficientes respecto a la mayoría de recursos que consumen,
esto es que la materia que entra la extraemos de otros ecosistemas, y los residuos…
también los mandamos fuera, es decir, generamos daños y no los reparamos y además
lo hacemos a una velocidad tan alta que la Tierra sola tampoco puede asimilarlos. La
obtención de la huella ecológica es el resultado del estudio de los flujos de materia y
energía que circulan por un territorio, y sus unidades son hectáreas de territorio
productivo por habitante y año (ha/hab/año). De cualquier forma, al calcular la huella
ecológica de una ciudad debemos pensar también en los daños indirectos como son la
disminución de biodiversidad que genera el consumo de materia y energía y su
contribución al calentamiento global de la atmósfera. La huella ecológica pone de
manifiesto que vivimos del expolio del capital natural y es un buen indicador de nuestra
insostenibilidad.

La huella de mayor superficie del mundo la tiene EEUU con 9,6 hectáreas por habitante,
a pesar de que los cálculos sobre huella ecológica global indican que 2,1 y 1,8 ha/hab es
la máxima que deberíamos producir para no agotar los recursos del planeta. La media
actual ya la ha superado, el mundo tiene una huella de 2,81 ha/hab. La huella ecológica
de Andalucía, así como de diferentes capitales de provincia está entre 3 y 5. La huella
ecológica de la ciudad supera siempre con creces su propio territorio, a este ritmo de
consumo necesitaríamos más de un planeta para abastecer nuestras actuales
“necesidades”. Pero solo tenemos uno. La pura lógica nos lleva a ver que es necesario
ajustar el consumo de recursos y la producción de residuos de forma que esa huella se
correspondiese con su territorio, lo cual solo es posible en un escenario de reducción y
rechazo de ciertas formas de desarrollo y consumo.

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La Organización de las Naciones Unidas recomienda a los países que las ciudades deben
tener por lo menos 16 metros cuadrados de áreas verdes por persona. La Organización
Mundial de la Salud, recomiendo al menos nueve. Sin embargo, hay ciudades como
Curitiba, en Brasil, que al parecer han decidido esmerarse para superar con creces las
metas impuestas por los organismos mundiales.

Con un total de 52 metros cuadrados de áreas verdes por persona, Curitiba se destaca
por sobre las demás ciudades del mundo, ya que no sólo es considerada como la capital
ecológica de Brasil, sino que también es una de las ciudades que encabeza el ranking de
ciudades con más áreas verdes por persona.

Por otro lado y también en la región de Latinoamérica, tenemos el caso de nuestros


vecinos argentinos que cuentan con una de las ciudades con menor cantidad de áreas
verdes por persona: Buenos Aires, con una triste cifra de 1,92 metros cuadrados.

Santiago por su parte, concentra en sólo nueve comunas casi el 50% de las áreas verdes
de la ciudad (y en donde vive sólo un 20% de la población), lo que demuestra la
necesidad de reforestar el resto de las comunas de Santiago donde vive la mayoría de la
población y deben repartirse el otro 50%.

Yi-Fu Tuan

Traducción del inglés de Flor Duran de Zapata

El libro analiza con una mirada comparativa «todos los vínculos afectivos del ser
humano con el entorno material». En este sentido, topofilia designa esa experiencia
única que cifra los lazos existentes entre la persona y el lugar que habita, ya sea éste la
ciudad, el extrarradio o el campo.

El estilo de vida es el conjunto de actitudes y comportamientos que adoptan y


desarrollan las personas de forma individual o colectiva para satisfacer sus necesidades
como seres humanos y alcanzar su desarrollo personal.

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OBJETIVOS Y METODOLOGÍA DE LA AGENDA 21 LOCAL.

La Agenda 21, como instrumento de gestión, de carácter no vinculante, surge del


"Programa Global para el Desarrollo Sostenible en el siglo XXI", enmarcado dentro de la
II Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible
celebrada en Río de Janeiro en junio de 1992 (conocida como Cumbre de la Tierra de
Río).

El Programa de la Conferencia denominado Programa 21, sentó las bases para desarrollar
una política ambiental global y mundial de forma estructurada. En él se hizo un
llamamiento a las autoridades locales, asumiendo que, al ser las más cercanas a la
ciudadanía, eran también las más capacitadas para actuar de manera efectiva bajo el
lema "piensa en global, actúa en local". Por tanto, se instó a las autoridades locales a la
búsqueda de consenso y a iniciar un diálogo con sus ciudadanos, organizaciones cívicas,
empresas e industrias locales para implantar la Agenda 21 Local.

La Agenda 21 Local es, por lo tanto, un instrumento de planificación estratégica que, a


escala municipal, define políticas de sostenibilidad basándose en la participación y en la
toma de decisiones consensuadas entre todos los sectores de la comunidad:
representantes políticos, personal técnico, agentes implicados y ciudadanía.

Hoy en día es la herramienta más ampliamente difundida y aceptada por parte de todas
las autoridades locales para abordar los problemas ambientales, y permite trazar los
planes de acción necesarios para alcanzar un desarrollo sostenible desde la integración
de las políticas ambientales, económicas y sociales del municipio.

La metodología de trabajo se estructura en varias fases de desarrollo, basadas en los


procedimientos de la planificación estratégica y aplicadas a una dimensión territorial:

· Adopción de un compromiso político claro para el inicio del proceso,


plasmado en algún acto simbólico como la firma de uno de los
documentos internacionales existentes, como la carta de Aalborg o
compromisos de Aalborg, o la elaboración de una “Declaración Local por
la Sostenibilidad”.
· Constitución de un instrumento de participación ciudadana que colabore
activamente en la redacción de todos los documentos de la Agenda 21
Local.
· Elaboración de un diagnóstico de sostenibilidad que describa la situación
de partida en el territorio en cuestiones ambientales, económicas y
sociales.
· Elaboración de un plan de acción que establezca los objetivos, las grandes
líneas de actuación y las acciones concretas que permitan mejorar los
problemas detectados. El plan establecerá también indicadores de
seguimiento y evaluación del proceso.
· Ejecución de las acciones descritas en el plan.
· Seguimiento y evaluación del plan.

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Entre los factores que influyen decisivamente en el éxito de la Agenda 21 Local en un
territorio destacan:

· Que exista estabilidad y apoyo político.

· Que el plan de acción se diseñe con una financiación adecuada.

· Que se genere una colaboración y participación ciudadana activa.

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