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Pbro.

Sergio Omar Fochesato

La dimensión espiritual como constituyente antropológico de la persona humana

Dentro de la Teología Pastoral exige una rama o disciplina – relativamente reciente


y poco conocida – que algunos llaman MEDICINA PASTORAL; otros autores la denominan
ANTROPOLOGÍA MÉDICO-PASTORAL o, simplemente, ANTROPOLOGÍA PASTORAL.

En todo caso, esta disciplina tiene por objeto recoger los conocimientos médico-
psicológicos que han de ser utilidad para la misión que desempeña el pastor de almas o el
agente pastoral. No se trata de la aplicación de los principios ético-morales al ámbito de la
Medicina; esa es tarea de la BIOÉTICA.

Por el contrario, en la Medicina Pastoral «se estudian las cuestiones médicas que
tienen relación con la práctica pastoral»1, con el propósito de aplicar los conocimientos
médicos y psicológicos a los problemas pastorales, es decir, a aquellas situaciones que se
le plantean en la práctica al Sacerdote o al «Agente Pastoral». Por este motivo, se
considera que la Medicina Pastoral está en la zona fronteriza entre la TEOLOGÍA y la
MEDICINA.

Por un lado, la TEOLOGÍA, especialmente en sus vertientes de TEOLOGÍA


PASTORAL y TEOLOGÍA MORAL – incluyendo, obviamente, sus fundamentos dogmáticos y
sus derivaciones espirituales –. Por otro lado, la MEDICINA, con su saber teórico-práctico y
las implicancias ético-morales de su ejercicio. El hombre – sano o enfermo – es el
denominador común entre ambas ciencias; es por esto mismo que suele considerarse que
tanto Médicos como Sacerdotes son destinatarios de los aportes que la Medicina Pastoral
pone a disposición.

Bien sabemos que lo propio o específico de la Medicina – al menos, en su acepción


tradicional – lo constituye el «arte de curar». La palabra «arte» dice referencia al «saber

1
.- SORIA SAIZ, J. L., Medicina Pastoral, en: http://www.mercaba.org/Rialp/M/medicina_pastoral.htm
(29/04/2017; 11:45 am).
para actuar» o al «saber para hacer»; por lo cual, se dice que alguien tiene o ejerce un
arte en la medida en que conoce las reglas universales que se ponen en juego en una
disciplina particular y – además – tiene la capacidad, la habilidad y la disposición personal
para ponerlas en práctica. El conocimiento y su aplicación práctica marcan los confines de
un arte.

Además, al ejercer un arte, hay una «perfección» que pasa desde quien hace algo
«hacia» la cosa hecha; esto significa que hay una acción exterior y perfectiva del hombre
que, por ser transitiva, se aplica sobre un objeto – material y formal – y es capaz de
transformarlo, por lo que esa perfección, poseída por quien obra o hace, se comunica al
objeto sobre el cual se interviene.

En el caso de la medicina, esta transformación incide sobre el paciente, es decir,


aquel sobre quien recae la acción y que, en virtud de su vulnerabilidad, recibe un hacer
por parte de quien tiene y ejerce el arte de curar.

Por otro lado, la palabra «curar» encuentra su etimología en el latín «curare»,


cuidar. De modo que el ejercicio del arte de curar lleva consigo brindar cuidados para que
alguien se recobre y su lesión, dolencia, herida o enfermedad, desaparezca. En tal sentido,
el arte de curar tiene por finalidad remediar un mal, o sea, la privación de un bien debido.
Ese bien debido, del cual carece o es privado el paciente, es su «salud».

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