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RECUERDOS

DE PEPE OLAYA
Cuento

AUGUSTO A. LEGUÍA
“Con las muchas caras de
un muerto en un largo velorio.”
Jorge Luis Borges.
Tiburcio Bienvenido Zarandearán es mi nombre y trabajé para la empresa
Sudamericana Editores de propiedad de Monsalve Reaño, uno de los
contribuyentes más asiduos de los periodistas que trabajaban para el jefe del
Servicio de Inteligencia, Vladimiro Montesino, allá por la década de los noventas.
Por aquel entonces tenía cuarenta y cinco años y era el operador de alto rango de
una de las rotativas de la compañía de Reaño que brindaba el servicio de
impresión de los diarios que publicaban los hermanos Wolfenson y José Oliveri,
que eran muy bien pagados por la dictadura de Alberto Fujimori a cambio de
denostar la catadura moral de los adversarios del gobierno, y que vulgarmente los
políticos lo bautizaron como los “diarios basuras”. Sin embargo, a mí no me
parece justo que lo hayan denominado de esa forma a los periódicos que el
regimiento de operarios y peones de la Sudamericana imprimía con tesón y
ardorosa paciencia hasta las cinco y treinta de la mañana, cuyo tiraje superaba los
setenta y cinco mil ejemplares diarios. Porque, tal vez no sepan lo que es trabajar
en una imprenta offset de la magnitud donde se hacía “El Chino”, “El Chato”, “El
Mañanero” y “Más” y eso les imposibilita a comprender mi reclamo.
La planta quedaba en la avenida Roset y yo era el primero en llegar al trabajo
como a las ocho de la noche, como mi esposa me abandonó por mi reincidente
ausencia en el hogar —ya no soportaba estar sola y había puesto fin al desasosiego
que sentía cada noche y decidió en velar por sí misma— y además yo estaba
fastidiado por las tenebrosidades que anidaban en mí por culpa del fantasma de
mi madre, entonces salía muy temprano de mi morada y luego de tomar dos
cervezas en un zaguán que quedaba en la esquina de la planta llegaba al local y
avanzaba con la limpieza de la colosal maquinaria y recogía las páginas dañadas
de los diarios que permanecían desparramados por toda la imprenta.
Con una franela mojada con gasolina fregaba las rotativas y las limpiaba hasta
que recobraba su color oscuro, asimismo daba unos ajustes a las tuercas del
armatoste y enrolaba los toneles de tinta, y como a las diez de la noche los nueve
operadores recibíamos las primeras páginas diagramadas y lo convertíamos en
placas de aluminios que iban al “horno”, así lo llamábamos a la imprenta que
copiaba y doblaba los diarios a una velocidad de mil periódicos por hora.
Los periodistas no solían llegar a la planta y los propietarios menos, por lo tanto,
no conocíamos a los Wolfenson y a sus socios que hacían los diarios bajo las
órdenes del Montesinos, sólo llegaban algunos empleados que fungían de
supervisores. Hasta que una vez llegó un negrito con traje lustroso y corbata
ciruela, traía un frondoso y cano bigote, se encontraba ajetreado y con las manos
ocupadas con papeles como anda un periodista, un periodista jefe. Tenía un
pañuelo en el cuello de la camisa, pues hacía calor y sudaba. Se presentó como
Pepe Olaya y dijo ser el director del diario El Chino. En realidad, ya no lo era,
debido que los hermanos Wolfenson, dueños del masivo periódico, lo habían
echado porque se estaba “aprovechando” del negocio. Valgan verdades, su
talento en la industria de denigrar honras y su falta de escrúpulos lo habían
llevado a la cima de la prensa popular, eso hizo que el “Doc” depositara su más
recóndita confianza en él, pues Fujimori avizoraba un tercer mandato en el 2000
y se debía conseguir la postración política de la oposición a través de la calumnia
y esa tarea Olaya lo realizaba acuciosamente.
—Tiburcio quiero que trabajes para mi nuevo diario y seas el maquinista en jefe
de El Tío—, dijo Pepe Olaya esa noche que visitó la planta.
Con la promesa de triplicar el magro sueldo que nos pagaba Sudamericana
Editores, tres operadores y diez peones nos fuimos a trabajar para el nuevo
periódico de Olaya.
Al principio nos trataba muy bien, pues, como verán, Montesinos gastaba una
fortuna para echar a andar los diarios de Pepe Olaya, los hermanos Wolfenson,
José Oliveri y Rafael Documet, luego a esa cofradía se sumarían el periodista
Rubén Gamarra con el periódico La Yuca; entonces, los fines de semana uno de
los empleados de Pepe Olaya nos traía chifa para cada uno de los trabajadores de
la planta, como a la medianoche, cuando las turbinas de la maquinaria estaban
en su apogeo.
Sin embargo, en aquel tiempo era yo el problema, ya que el fantasma de mi madre
no me dejaba tranquilo y me aturdía incluso cuando me encontraba con Inés, una
bella prostituta; de pronto farfullaba indecencias en mi oído que insinuaba ser
para mi padre y se reía ruidosamente o a veces escondía mis capotes en las mesas
del viejo zaguán para que los extraviara. Afortunadamente, el fantasma de mi
madre me dejaba tranquilo cuando operaba la imprenta. Será porque siempre me
reclamó por ser un holgazán y cuando trabajaba ella desaparecía y el sosiego
reinaba.
En aquel tiempo, todas las mañanas y parte de las tardes me encontraba ebrio,
luego descansaba unas horas y regresaba a la planta a las ocho de la noche. Una
madrugada cuando la redacción tardaban en entregar las cuatro últimas páginas
de El Tío, se soltó un chisme que aspiraba ser el germen del rentable negocio, por
relacionado, se me apagó la borrachera y escuché.
Todos recordarán cuando en el último debate presidencial de 1990, Alberto
Fujimori sacó de un sobre manila la copia de la portada del diario Ojo de la
mañana siguiente al evento y que decía que Vargas Llosa “pulverizó” al Chino.
Dicho hecho asimismo dejaba entrever la manipulación de la prensa a favor del
novelista, lo que significó un vitriolo contra Mario. Pero la pregunta que jamás se
contestó fue ¿cómo se obtuvo dicha copia fidedigna? La respuesta nos trajo un
muchacho que había trabajado para un tal Augusto Bresani. Dijo que debido a
que la editora Onda de propiedad de Bresani, Oliveri y Documet le hacía trabajos
ocasionales a la empresa que imprimía El Ojo, gracias a eso, Augusto Bresani
pudo obtener dicha copia y le hizo llegar a Vladimiro Montesinos que asesoraba
la campaña presidencial de Fujimori. Eso significó el éxito del Fujimori en las
urnas y generó una deuda del “Doc” con los periodistas mentados. Luego Bresani
convocó a sus socios y periodistas para que alquilen las portadas de sus diarios al
gobierno, por lo que cobraba un porcentaje de los ingresos que recibían sus
colegas.
Eso no menguó en absoluto el respeto que le profesaba, porque Pepe Olaya había
conseguido con sus propios esfuerzos ser el dueño de un diario cuyas ventas crecía
vertiginosamente y era el periodista favorito de Montesinos. Pues desde que era
director del diario El Chino comenzó a diseñar un sistema que le sea provechoso
económicamente y que exigía un trato directo con el “Doc”. Por lo tanto, inventó
un suplemento que lo llamó “Enemigos de la democracia” y que él mismo se
encargaba de escribir todas las noches en la soledad de su oficina. Salía los
miércoles y domingo, los días de mayor lectoría, y contaban de cuatro carillas;
igualmente en dicho suplemento Pepe Olaya difamaba a los políticos rivales del
régimen, los calificaba de mastines comunistas y a otros de homosexuales. Luego,
cuando lo botaron del diario de lo Wolfenson, siguió publicando el suplemento
en su diario El Tío. Ese apoyo al gobierno lo enriqueció, pero para mediados de
1999 la contribución que recibía los diarios descendieron rigurosamente, eso hizo
que las deudas se disparen y nuestros sueldos se retrasen.
Nos debían tres quincenas y a la cuarta, el área de impresión me eligió como
representante y acordamos demandar el pago de nuestros salarios, así que
pedimos dialogar con Pepe Olaya y nos atendió enseguida. Nadie quiso
acompañarme, así que fui sólo. Su secretaria me autorizó el ingreso y tomé la
empuñadora y la puerta cedió. Mi entrada fue un poco torpe y observé la lujosa
oficina de Olaya. Acuarelas abrazaban las paredes y el piso alfombrado la hacía
circunvalada. Chorros de luces se disparaban de pequeños reflectores y un tabique
creaba un compartimiento que llamó poderosamente mi atención. Casi al
terminar el salón y frente a una vasta ventana, se encontraba Pepe Olaya sentado
en su fino escritorio, conversaba por teléfono, de pronto el periodista me ojeó e
hizo un gesto apacible, pero continuó escuchando por la bocina y luego gritó y
siguió oyendo iracundo. Junto a su escritorio había una pistola Magnu situada en
su funda colgada en un gorrero y a su lado una botella de licor caro y unos vasos
en una mesa pequeña.
Pepe Olaya traía la camisa arremangada y sin corbata, eso me dejó ver una
cicatriz en su cuello aceitunado, fruto de un atentado que fue víctima en 1993,
pues debido a su oficio de injuriar un motociclista le disparó cinco balazos, fue
un milagro que haya salido vivo. Su cabello tupido, su nariz cuadrangular y sus
ojos pequeños se entorpecían con los enojos que sufría frecuentemente. Volvió a
gritar y colgó.
La conversación fue rápida y me prometió que el jueves nos iban a pagar lo que
nos debía, luego nos despedimos y salí de su oficina. Le comuniqué a los
empleados de planta y decidimos seguir trabajando con naturalidad.
Esa tarde quise parar el acoso de la sombra de mi madre, ya que eso me tenía
desequilibrado, por lo tanto, consulté con un experto en espiritismo. El
especialista me explicó que el espíritu de mi madre estaba desdichado y me
recomendó que celebrara un ritual en la casa de ella. Así que preparamos dicha
ceremonia en el recinto donde mi madre vivió y participaron mi hermano Bill y
su amante Damelita. El espiritista condujo el rito y me pidió unas velas de iglesia,
su fotografía y dos conejos vivos. En el lugar más oscuro de la casa se realizó el
ritual y el espiritista tomó a uno de los conejos y lo colocó en medio de la mesa
donde había colocado el cuadro con la fotografía de mi madre, un incienso y las
velas. El conejo asustado permanecía en las manos del especialista y éste ingresó
en un estado de levitación. Yo estaba impaciente, de pronto, comenzó a invocar
el espíritu de mi madre, la llamaba como se llama a los vivos, inmediatamente
sus labios comenzaron a temblar y decía palabras inteligibles. Bill dijo que era el
idioma del demonio y él y Damelita salieron del local. El conejo empezó a
asfixiarse en las manos del espiritista. Debido a la luz de las velas, el cristal de la
foto me devolvió el reflejo de mi rostro negro, demacrado y cadavérico; a pesar
de los eventos de ese día me sentía ansioso, debía dejar la cocaína.
Llegó el jueves y no nos pagaron. Cuando llegaron las planas del diario a la
imprenta, decidimos suspender nuestras labores y exigir que nos pagasen. Fue
nuestro primer paro gremial y yo me encontraba al frente del reclamo. Llegaron
las dos de la mañana y no habíamos impreso ni una sola página, minutos más
tarde un empleado de confianza del jefe nos pidió que trabajáramos y que él
resolvería nuestra situación en la mañana, pero no accedimos y demandamos que
continuaríamos con nuestra faena siempre y cuando nos pagasen esa misma
madrugada. Al poco tiempo, un Hermes oscuro se estacionó frente a la planta y
bajó Pepe Olaya y dos guardaespaldas, luego ingresaron a la planta. Olaya se
encontraba furioso y gritaba airadamente.
Dijo que nadie tenía idea de la cantidad de dinero que la empresa perdería si el
diario no salía en la mañana. Pues los treinta mil dólares que Vladimiro
Montesinos le pagaba por cada portada donde mancille el honor del ex diputado
Gustavo Mohme Llona lo hacía por adelantado y directo a la cuenta bancaria de
Olaya. Entonces, el jefe mandó a retomar nuestras labores y nadie hizo caso.
Olaya no era muy alto, a diferencia de mí que soy un negro alto, él era más bien
bajo; entonces comenzó a gritar groserías y a amenazar como un delincuente.
Todos se pusieron lívidos, pero yo me sentía aterrado porque sus guardaespaldas
parecían estar armados y dispuestos a obedecer las más desquiciadas órdenes.
Como se sabe, Olaya había vivido en los barrios más peligrosos del Callao y tenía
amigos en el mundo del lumpen que hacían los trabajos sucios. Felizmente, su
empleado de confianza conversó con él y ambos me llamaron y me pidieron que
comenzáramos a trabajar, porque en ese momento nos pagarían las tres quincenas
que nos adeudaban y que el cuarto pago nos pagaría la semana entrante.
Aceptamos y comenzamos a imprimir el diario e inmediatamente llegó otro
Hermes oscuro trayendo nuestro sueldo. El acuerdo se cumplió.
Meses más tarde y con la huida de Montesinos a Panamá, Pepe Olaya cerró El
Tío y todos los trabajadores de su diario fueron liquidados, excepto yo. Era el
costo de la huelga que lideré y que el periodista jamás me perdonó. Su secretaría
me dijo que en una semana me iban a pagar, pero fue mentira y corrieron las
semanas y meses y la paciencia cesó.
Una mañana interrumpí la oficina de Olaya e ingresé violentamente a ella, a pesar
de los esfuerzos de la secretaria de apear mi intromisión, pude ingresar, pero se
encontraba vacía y así que decidí esperar a Pepe Olaya sentado encima de su
escritorio. Los reflectores se encontraban apagados y el salón tenía la apariencia
de estar custodiado, recordé el compartimiento y el misterio que ofrecía el
dominio de éste en el local, quise acercarme y revelar lo que protegía, pero preferí
las vastas ventanas y el paisaje que a esa hora invitaba a vislumbrar. Así que di la
espalda a la puerta de la oficina y esperé.
No sé cómo ingresó. No se escuchó ningún ruido, parecía como si hubiera
aparecido por arte de magia. Pepe Olaya estaba parado frente a mí y tenía la
mirada adusta y llevaba una bebida dietética en sus manos. Estaba acompañado
de una hermosa joven que vestía camisola y traía el cabello desbarajuste como si
recién se hubiera levantado de la cama. Descarté que la chica haya sido su hija.
Me paré y tomé mi posición frente a Olaya y le exigí que me pagase y que sólo
así me iría.
Parecía más bajo de lo que era, me contestó que no me iba a pagar nada por todo
el escándalo que hice. Yo le volví a exigir amablemente. Luego comenzó a gritar,
me pedía que abandonara su oficina, pero yo terco decidí volver a sentarme
encima de su escritorio y le di un ultimátum: o me pagas o no me muevo de aquí.
Pepe Olaya iracundo se apartó de mí, la muchacha salió de la oficina y comenzó
a llamar a la seguridad de su amante; fue cuando advertí que la pistola Magnu
que estaba colgada en el gorrero ya no estaba y un bulto discretamente se
distinguía en la cintura de Olaya. Cargaba la pistola. La ira se le disparaba por
sus ojos saltones. Una desgracia en cierne. Dudé. Escuché una voz en sordina que
provenía del compartimiento. Es mejor aquí corrió que aquí murió, me dije. Me
exacerbé, sin embargo, seguía obstinado. Calculé golpear a Olaya, pero él volvió
a tomar posición. Era una distancia prudente para disparar a matar.
De pronto, sacó un talonario, puso un monto en el cheque y me lo arrojó. Toma
y vete, me dijo. Sus guardaespaldas ingresaron a la oficina. La muchachita era la
amiga de su hija Silvana. Tomé el cheque lo guardé y salí del edificio.
Días después cuando cobré el cheque me enteré que estaba sobregirado, sin
embargo, no volví a la oficina de Olaya.
Al año siguiente cayó preso y fue denunciado por recibir dinero ilegal de
Vladimiro Montesinos. Actualmente, cumple la pena de arresto domiciliario.

Tumán, 12 de mayo de 2018.

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