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RELATORÍA

Libro: Economía. Vida y bien común. Franz Hinkelammert (2008)

Se conoce, que el siglo XX fue una época donde el discurso, la teoría crítica y
la acción, resultaron siendo las víctimas directas del sistema de dominación
global al cual se le denominó capitalismo o neoliberalismo. Pero, este concepto
de capital, ya tenía sus consecuencias desde el siglo XIX, sin embargo, ha
ocurrido una transición devastadora: los poderes económicos se han
superpuesto a los políticos, sociales y democráticos, declarando
paulatinamente el fin de la historia del hombre tal y como se venía concibiendo,
no construyendo. Desmontadas estas utopías, la historia siempre ha sido y
sigue siendo contada por los vencedores, dejando a una mayoría de seres
humanos, vistos como individuos, como sujetos, como seres sociales y de
derechos, como los vencidos a los cuales la autonomía y sobre todo la
autoconciencia de su condición, los mantiene marginados de su propia vida y
sus posibilidades de reconfigurar sus quehaceres en comunidad, en otros
términos, “la vida digna” que se ha tenido como alternativa de transformación,
se convierte en vida funcional.
El factor económico, es el encargado en esta apertura del siglo XXI, de dirigir la
vida y la muerte humana y del entorno que lo constituye. El hecho más
significativo de este control, ocurre bajo la radical división en sus relaciones de
trabajo, con el mundo, con el otro y consigo mismo, llegando al punto de
estratificarse: las otrora clases sociales, son ahora estratos que oscilan entre
más ricos a más pobres, no hay un afán por vivir la vida en la contemplación de
la misma, sino una administración acelerada por rendir no para sí mismo, sino
para el sistema que lo explota y utiliza. Con base en esta radical polarización,
triunfa la desigualdad sobre la igualdad, consigna última que contiene y
compone las bases de un liberalismo no ya de ese sujeto libre y crítico, sino de
un hombre obsoleto, con una vida obsoleta, programada desde su crecimiento
para un fin.
El fenómeno del capitalismo, ha provocado en la masa humana-ya no en la
sociedad como una vez se entendió como colectividad- una serie de patologías
que pueden sorprender a muchos, como en el caso de las enfermedades
mentales, incluso a someter la vida al límite de lo insoportable, encontrando
como único remedio a la tranquilidad al suicidio.
Esta breve introducción histórica que viene llevando a cabo, referencia de
entrada los presupuestos que hoy suponen tensiones al proyecto humano, ya
que, se enfrasca una discusión acerca de lo que queda a la vida además de ser
vivida, a saber, sus mismas condiciones y posibilidades. Empero, entender la
vida humana ha sido un asunto complejo, casi que paradojal, es decir, si
comenzamos por precisar la vida en relación con la muerte, nos encontramos
con el latente ejemplo que nos presenta Epicuro, el cual sentencia que, cuando
uno está viviendo, siendo uno, la muerte no existe; pero, cuando la muerte ya
existe para uno, uno ya no será, porque no podrá estar presente para
descubrirla (Mejía Buitrago, 2012).
La manera de abordar este fundamento, radica exclusivamente en comprender,
tal y como el autor trata de referirnos sobre la importancia vital de restaurar
nuestra humanidad, porque no solamente es reparar al humano, sino encontrar
a ese ser-estar humano que todavía podemos reconfigurar para podernos auto
preservar, porque no nos damos un sentido o una forma única de vivir, sino que
necesitamos constantemente de los objetos del mundo, y por supuesto, de los
sujetos que nos rodean y hacen de este mundo una tragicomedia que resulta la
existencia.
Aquí, entra en juego una parte importante, referida al hecho de dejar de ser ese
autoproclamado centro del universo, no dejar que nuestros prejuicios y
caprichos nos ahoguen lentamente como personas que viven bajo un solo
interés, por eso, esta inversión nos permite llegar al componente fundamental
de nuestra construcción: el otro. Es lo otro, lo que nos niega y podemos negar,
esta negación constante permite afirmar las condiciones y posibilidades que
hacemos del mundo, entendiendo que el otro es otro mundo que puede tener y
darse un lugar en el nuestro, y así formar ideas de mundo en la medida
dialogantes, éticas, donde las relaciones no sean materiales y utilitarias, sino
propulsoras de un bien común, un bien que pueda traducirse en buen vivir, en
un mejor decir para experimentar en la práctica cotidiana, con un buen hacer.
Un elemento verificador, sin duda, es la palabra, lenguaje que media con el
acto, y bajo esta fórmula se produce un cambio, por ejemplo: me transformo
cuando verifico e identifico lo que digo con lo que hago, lo coloco en tela de
juicio con los demás, aprendo del acuerdo y desacuerdo de posturas, de ahí
resultan enseñanzas y estas últimas son el producto que reproduzco al
compartir.
Cuando comparto, extiendo redes de comunicación que determinan no un
pasado, sino una vinculación sensible con un aquí y un ahora que se
manifiesta, me encarna y me lleva a explorar mis capacidades, mis alcances y
limitaciones para crecer, como persona y como parte de una comunidad.
Si bien, la llamada actualidad o contemporaneidad, nos arroja al consumo
desenfrenado de objetos, imágenes, hasta sueños de vida que resultan siendo
una farsa consecución del poder. Quizá, este sea el tiempo de pensar una idea
que ronda el planteamiento del Hinkelammert (2005) en torno a considerar la
economía de la vida, como un rastreo que se instaura en “la vida del sujeto
humano como sujeto concreto, corporal, viviente, necesitado (sujeto de
necesidades), sujeto en comunidad” (p.13). Como sujetos inmersos en una
comunidad universal, sabemos que en algunas partes del planeta, las
necesidades básicas (comida, vivienda y salud) para que los seres humanos
pervivan no han sido solventadas aún. Irónicamente, La sociedades en que
vivimos, con un rango relativo de desarrollo y progreso, tampoco tenemos
garantías de nuestras necesidades básicas, por lo tanto, el sistema de
dominación implementa incesantemente necesidades creadas, para que se
consuman y comercialicen en el menor tiempo posible y así solventarlo todo de
manera reiterativa. Esta estrategia representa un acontecimiento cíclico de la
economía, modelo mismo que anula nuestra posibilidad de poder tener un
cuidado de sí mismos, asunto que no se cifra solo en atender la dinámica
corporal como una mercancía, sino como una actitud y compromiso incipiente
con el orden o régimen político, devolviendo al cuerpo una actuación autocrítica
y reflexiva que debe adquirir el individuo respecto a su posición frente al poder.
“Somos por lo que comemos” dice el adagio popular, y resulta evidente
comprobarlo si uno ya no busca lo que quiere, sino que el consumo se lo sirve
a la puerta de la casa como “bien y servicio”. Este tipo de economía debe ser
puesta en tensión, logrando recuperar el sujeto negado que somos nosotros
mimos, de reorganizarnos y que el sujeto pueda convertirse en agente activo
de negación, porque es su vida misma la que se resuelve en la rutina impuesta
y autoimpuesta.
En este orden de ideas, la sociedad humana y su estructura capital, nos ha
hecho creer que la apropiación del mundo se da, antes que nada, gracias a los
medios dispuestos para merecer los fines, es decir, que todo instrumento de
valor, ya sea de uso o de cambio, son la primera base para que las personas
puedan acceder a la esfera de vivir dignamente, logrando intercambiar
productos. Pero, esto no es más que una ficción, porque el dinero y los objetos
materiales no son más que cosas idealizadas, que a veces no necesitamos, sin
embargo, hacemos lo posible por tenerlas antes que todos. Este fetichismo,
obstaculiza la mentalidad de una economía de la vida, arraigada en no
comprender los objetos del mundo como instancias primeras, sino darles un
sentido último, es decir, antes de la relación económica, debe posicionarse
nuestra relación cotidiana, común y sobre todo consciente y sensible dentro de
las prácticas que solidifican nuestra existencia y dignifican nuestro actuar.
Aquí, es importante tocar un punto de quiebre que atañe a nuestra vida en
relación íntima con el medio que poblamos. Es verdad que los valores, han
existido como imperativos categóricos para que el individuo organice su
pensamiento y lo oriente hacia virtudes que, universalmente todos podríamos
aplicar. Sin embargo, la cultura de masas que tenemos hoy, nos demuestra que
la vida se resuelve por el interés propio, la indiferencia social y sobre todo la
competitividad empresarial, esto se manifiesta en la educación, herramienta
clave para la instrucción de la comunidad, enfocada hoy en el progreso y en ser
“ese alguien” en la vida.
Aquella limitación axiológica, ha provocado el detrimento de nuestras
posibilidades éticas y morales, alterando la conducta y los modos en como
tomamos decisiones frente a los demás, porque el sistema lo ha querido así,
inventando los escenarios propicios para convertirnos en gentes
emocionalmente utilitaristas y convenientes. Con base en lo anterior, se habla
irremediablemente de “capital humano”: interrelaciones hechas cosas, objetos
vacuos sin emoción alguna. Conociendo estos presupuestos, la economía de
vida propicia una restauración fundamental y ausente: la convivencia humana,
la misma que nos puede evocar un distanciamiento de lo que algunos
denominan “la día-vivencia” ese estado en que todos los días son o significan
los mismo y no ocurre nada extraordinario. La convivencia replantea abandonar
la zona de confort sistemática, acercarnos más al otro, proponer alternativas de
cambio, pausar dinámicas nocivas para su total disolvencia. El objetivo aquí, es
resistir a esa conflictiva erosión, solidificando nuestras palabras, legitimando
nuestra voz y sobre todo, respetando la vida.
La economía de vida, tal y como viene siendo expuesta, implica una tarea de
doble filo, en primera medida, necesita de la participación de una sociedad, la
cual vive manipulada por el consenso general de políticas perjudiciales, las
cuales deben ser verificadas en todos sus presupuestos teóricos y prácticos.
Así, dentro de este consenso, la reproducción material de la vida y por la vida,
abre un intersticio particular, un disenso o desacuerdo que medie la aplicación
de leyes y decretos que atenten contra la vida, como el discutido caso del
suicidio y del aborto asistidos o no, temas que merecen ser tratados cuanto
antes, porque la sociedad avanza en un salvajismo-ni siquiera de una
animalidad- que la justicia no controla. Entonces, la tarea es vincularse a esas
discusiones, siendo parte de la solución más escalonada, sin dejar que
nuestros juicios se polaricen y caigan en la demagogia extrema.
Siguiendo el hilo conductor de la participación, se cruza un segundo aspecto: la
cuestión de la voluntad individual y social cuya trama es bastante compleja,
pero visible y puesta en escena en el marco de contemplar seriamente lo que
estamos haciendo por la vida, y cuáles son los verdaderos aportes que la
dignifican y la impulsan a seguir adelante. La consigna de esta economía, no
es ver al mundo como un engranaje de distribución y producción de una vida
metódica, de una distancia irremediable que nos vuelve cada vez más
narcisistas e insensibles, sino, vernos todos los pobladores del mundo,
incluyendo a todas las especies y objetos circundantes, como un encuentro
permanente con la triada que nos constituye: yo-otro-mundo. Esta distancia
misma, nos permitirá entender de fondo ese mundo de lo fugaz y líquido que
atrapa al hombre en el trabajo como mundo, y el mundo como trabajo, donde
su salida a este espectro deja a la muerte como única salvación.
De bruces a lo anterior, tenemos que asumir un trabajo que no es obligatorio,
pero si urgente, se trata de la emancipación, una suerte de libertad que permite
actualizarnos material e intelectualmente, siendo participes de una labor
humana que se busca a pesar del control y la administración que tienen los
poderes externos, poderes que pretenden ser atravesados bajo la aparición de
uno u otros mundo posibles, mundos que no se pueden realizar en tanto se
sueña o se justifica una acción nociva en pro del bienestar general. Un mundo
adquiere su real posibilidad de ser cuando se camina, así como se caminan las
utopías, dentro de horizontes de realidad que nos afectan. Gracias esa
afectación, a ese caos permanente, se abren dimensiones y sentidos que
podemos aunar, modificar y restaurar permanentemente, a eso se puede llamar
mundo posible, por su inmediatez y complejidad para construirlo
permanentemente.
Esta tarea, no tiene a otro protagonista más que al ser humano mismo, ese ser
capaz e inteligente de la situación que atraviesa, consciente de su condición,
voluntario activo de su posición ante los regímenes de representación que lo
pretenden igualar al resto. Ese protagonista de la historia, debe afirmar su vida,
tener la voluntad de decir si a la contemplación de los acontecimientos
gratificantes, desinteresados, en ultimas, dejar que el libre juego de su libertad,
sea el motor con el cual pueda gozar de su existencia, así la delimitación social
le imponga obstáculos, pues, como declara Víctor Frankl (1946), sobreviviente
de los campos de concentración nazi: “No se trata de que nosotros esperemos
algo de la vida, sino que la vida espere algo de nosotros”(p.60).

Bibliografía
-Hinkelammert, F. & Mora, H. (2008). Hacia una economía para la vida.
Preludio a una reconstrucción de la economía. Costa Rica: Tecnológica.
-Buitrago, D. (2012) La concepción de la muerte en Epicuro. Medellín,
Colombia: Escritos.
http://www.scielo.org.co/pdf/esupb/v20n45/v20n45a11.pdf
-Frankl, V. (1946) El hombre en busca de sentido. España: Herder.

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