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Descubriendo lo extraordinario en lo ordinario

Cierto día, Krishnamurti, el mundialmente conocido maestro espiritual, viajaba en un automóvil hacia
Ranikhel, un puerto del Himalaya. Krishnamurti estaba sentado al lado del conductor y, en el asiento
trasero, Pupul Jayakar, discípulo y biógrafo del venerable maestro, discutía con su amiga temas tan
elevados como el autoconocimiento y la percepción, mientras el automóvil ascendía constantemente
entre cascadas, gargantas abruptas y colinas cubiertas de flores.
De repente, los filósofos del asiento trasero sintieron que el automóvil se sacudía, pero no prestaron
mayor atención, y prosiguieron su conversación.
Instantes después, Krishnamurti les preguntó sobre qué discutían.
- “La percepción” contestaron.
¿Se dieron cuenta de lo que acaba de suceder? preguntó el maestro.
-No.
-Atropellamos a una cabra dijo- ¿No lo vieron?
-No
-Y ustedes discutían sobre percepción... dijo Krishnamurti .
Esta breve observación se gravó indeleblemente en la memoria de Jayakar:
-“No fue necesario decir más. Eso fue demoledor”.

Este incidente, subraya argumentos del camino espiritual. Como los discípulos de Krishnamurti;
generalmente preferimos discutir sobre abstracciones metafísicas en lugar de tratar con las tareas,
las responsabilidades y los acontecimientos, a veces perturbadores, de la vida cotidiana. De hecho,
muchas personas se inician en la vida espiritual con la esperanza inconsciente de que prácticas
como la meditación los ayudarán a trascender problemas relacionados con el dinero, la sexualidad, el
poder, o con sufrimientos que arrastran desde la niñez.
Sin embargo, no importa cuán idealistas sean nuestras esperanzas, ya que eventualmente
aprendemos que la espiritualidad no consiste en dejar atrás los problemas de la vida, sino que
se enfrenta a ellos continuamente, con honestidad y valor. Intenta poner fin a nuestro
sentimiento de separación de los otros mediante la curación de nuestras relaciones con padres,
compañeros de trabajo y amigos, proporcionándonos una percepción más elevada así como
compasión, para enfrentar nuestra vida familiar, nuestras carreras y el servicio a la comunidad.

Currículum espiritual

Al comienzo de nuestro viaje espiritual, muchos de nosotros dejamos de lado nuestra humanidad
intentando alcanzar nuestra divinidad. Tratamos de vivir de acuerdo a imágenes de “santidad”
basadas en los modelos monásticos importados de Oriente. Practicamos la meditación, los cantos
devocionales y otras sofisticadas técnicas del Yoga, pero estos métodos a menudo nos impiden tratar
con nuestros deseos ocultos, nuestra vulnerabilidad emocional y nuestros enredos familiares, es
decir problemas de condición humana. Durante las últimas décadas hemos aprendido
progresivamente a aceptar, y a no rechazar, nuestras cualidades humanas, creando una nueva
asociación entre lo mundano y las partes trascendentes de nosotros mismos.
Además de repudiar aspectos esenciales de nuestra humanidad, muchas personas añadieron a las
disciplinas orientales el espíritu competitivo, el indisimulado egotismo y la ambición de éxito, propios
de la cultura occidental.
Utilizando prácticas como la meditación para fortalecer, en lugar de disciplinar sus egos, consiguieron
cantidades inusuales de experiencias trascendentales, del mismo modo que los consumidores
adquieren automóviles y aparatos de televisión para realizar su propia imagen.
Este proceso, al que Trungpa Rimpoche, el último maestro budista tibetano, llama irónicamente
“materialismo espiritual”, alimenta el constante deseo de autoengrandecimiento del ego, al
ofrecerle formas más elevadas de conocimiento y virtud.
Ya que los fenómenos físicos y las afortunadas experiencias de meditación pueden inducirnos a
exagerar nuestro progreso. Trungpa recomienda que no nos aferremos a ella, y que nos aboquemos
seriamente a la tarea, más madura, de deshacer “nuestros juegos neuróticos, nuestras propias
decepciones, nuestras esperanzas ocultas y nuestros miedos”.
Pretendemos que las enseñanzas solucionen todos nuestros problemas, pretendemos que se nos
proporcionen medios mágicos para enfrentar nuestras depresiones, nuestras agresiones, nuestros
problemas sexuales. Pero nos sorprendemos al darnos cuenta que esto no sucederá.
Es muy decepcionante comprender que debemos trabajar sobre nosotros mismos y sobre
nuestro sufrimiento, en lugar de depender de un salvador o del poder mágico de las técnicas
del Yoga.
Una y otra vez, a lo largo de nuestra búsqueda espiritual, a medida que desenmascaramos nuestras
pretensiones y motivaciones egoístas vemos como se van desvaneciendo esta clase de expectativas.
Trungpa dice que eventualmente dejamos de lado la ambición de alcanzar el éxito, y “caemos y
caemos y caemos hasta que llegamos al suelo y nos relacionamos con la cordura básica de la Tierra.
Cuando estamos caídos ya no hay espacio para soñar, o para los impulsos frívolos, y entonces
nuestra práctica se convierte, al menos, en algo sobre lo que es posible trabajar.
Toda nuestra visión de la vida se vuelve entonces más simple y más directa, que exige de
nosotros una respuesta integral y sincera, cualquiera sea el lugar en que nos encontremos.
Así el escenario de esta práctica incluye no sólo a las disciplinas tradicionales, sino también a
educar a nuestros hijos, pagar las cuentas, conducir el automóvil y relacionarnos con
nuestros vecinos. En un sentido muy real, la vida entera se convierte en campo de
crecimiento y de la visión interior.
La espiritualidad madura tiene poco que ver con los estados alterados de conciencia.
La intensa meditación y las experiencias visionarias, al despertar potenciales ocultos sirven, a
menudo, para iniciarnos en la vida espiritual. Pero las disciplinas mentales, como la meditación, no
pueden por sí solas sostenernos en nuestro viaje.
Es necesario, además, abrir nuestros corazones y expresar nuestro amor en los actos
cotidianos de una vida de servicios.
Esta integración de la sabiduría, el amor y las acciones concretas, que exige muchos años de
trabajo interior y exterior, constituye nuestro currículum espiritual en el mundo de todos los
días.

Espiritualidad madura

En la madurez espiritual tenemos una visión más incluyente y a largo plazo.


Comprendemos que la práctica espiritual no es algo que pueda arreglarse rápidamente.
Está compuesta por ciclos de meditación interna, seguidas por acciones externas de servicio
compasivo hacia nuestra comunidad y el medio ambiente.
Esta visión hace que el Yoga, o la contemplación, y la acción social se conviertan en prácticas
complementarias.
Trabajamos menos para alcanzar la iluminación, y más para desarrollar la capacidad de amor.
Experiencias maravillosas de meditación pueden significar una tentación para alejarnos del mundo,
pero como dice el maestro Zen Dogen, los medios para alcanzar la iluminación nos vinculan
íntimamente con las alegrías y penas de la vida cotidiana, aunque sin sujetarnos compulsivamente, ni
tampoco hacernos evadir de ellas.
Cuando vamos madurando, y hacemos que todos nuestros encuentros estén más animados por la
compasión, la paciencia y la franqueza, cambiamos nuestro enfoque, dejamos de preguntarnos
“¿cuándo alcanzaré la iluminación?, y nos preguntamos:
“En qué actos cotidianos de servicio puedo concretar más positivamente mi amor?

Para levantar el edificio de una vida espiritual madura, necesitamos que los cimientos estén
firmemente arraigados en una honesta evaluación de nuestra fortaleza y de nuestras
debilidades personales.
Conociendo nuestras disponibilidades y nuestras deudas nos preparamos para el creciente
enfrentamiento con el yo, que nos aguarda cuando adoptamos un camino espiritual.
El camino no sólo implica maravillosas experiencias de meditación, sino las pruebas y lágrimas
que nos hacen más plenamente humanos, enfrentándonos con las partes ocultas y sombrías
de nuestro yo.
Si no construímos una base honesta, sobre la que podamos asentar firmemente un ladrillo tras otro,
años más tarde la estructura puede derrumbarse, y el proceso de convertirnos en personas
auténticas será más doloroso que al comienzo.

La Vida Cotidiana como Ejercicio Espiritual

A medida que aumenta nuestra comprensión espiritual, nuestra noción de la práctica sufre
una evolución. Al principio separamos, dedicando a cada uno momentos y lugares específicos, la
práctica del yoga, la oración o la meditación. Por ejemplo, es posible que fijemos un determinado
espacio de tiempo para dedicar a la meditación, ya que así tranquilizamos la incesante agitación de la
mente – lo que la tradición Yoga llama “mente de mono” – luego, regresamos al terreno de la vida
cotidiana, al que hemos considerado en nuestra práctica, y allí frecuentemente perdemos el
equilibrio alcanzado, ya sea en medio del tráfico, en el trabajo o en las relaciones conflictivas.
Eventualmente, por medio de la meditación, la percepción se profundiza y penetra en todos los
aspectos de la vida, el mundo interior se funde con el exterior, como las imágenes de espejos
enfrentados. La práctica, como un traje que al comienzo estaba reservado únicamente para
ocasiones especiales, se convierte en parte de nuestra vestimenta cotidiana, y lo usamos con
soltura, cualquiera sea el lugar donde estemos.
La práctica verdadera viola las reglas de la cultura occidental de consumo, que empuja a la gente a
buscar la gratificación inmediata. Según los comerciales de televisión, lo mejor de la vida consiste en
una serie interminable de momentos culminantes. Estos guiones que incitan a la codicia y prometen
el éxtasis (por ejemplo cuando un muchacho obtiene a la chica, la nueva videocasetera, la cerveza o
el lujoso automóvil importado), nos condicionan sutilmente a esperar que el ritmo ideal de la vida
consista en momentos de transporte que no exijan disciplinados esfuerzos. Esperamos que la
satisfacción venga de afuera, siempre con “más”: más placer, más posesiones, más
relaciones excitantes.
Leonard afirma que una esperanza tan distorsionada atenta contra la incorporación, a nuestra curva
de aprendizaje, de los conocimientos que pueden llevarnos a adquirir el dominio.
Durante el ciclo de aprendizaje, normalmente ascendemos un poco, descendemos otro poco, luego,
durante algún tiempo, nos instalamos en una meseta.
La práctica no necesita limitarse a las disciplinas espirituales, sino que puede incluir numerosas
actividades, como caminar, lavar los platos, cocinar la cena y aún cambiar pañales.
La constante repetición de actividades simples libera a la conciencia de la ambición por alcanzar el
éxito, capacitándonos con nuestra esencia más íntima e infundir su presencia iluminadora a nuestros
asuntos cotidianos. Como todas las cosas y eventos pueden potencialmente pulsar el contacto con
nuestro centro divino, si vivimos lo cotidiano como una práctica no es necesario fijar un momento
especial para ese contacto, ya que cada momento es una “llamada que nos convoca a integrarnos y
a probarnos a nosotros mismos”.
Ya sea trabajando en la cocina o en una línea de montaje, en la computadora, caminar, permanecer
sentados o de pie, tratar algún asunto cotidiano o conversar con un ser querido, cualquiera sea la
actividad que realicemos, podemos considerarla desde adentro y utilizarla como una oportunidad
para la práctica que nos permite transformarnos en hombres o mujeres verdaderos.
Las tareas cotidianas, nos sirven para liberarnos del control del ego y de su inextinguible sed de
éxito. Incluso las prácticas ya adquiridas y los repetidos esfuerzos para dominar algo nuevo, pueden
ser puestos al servicio del trabajo interior. En todo lo que uno hace es posible promover y mantener
un estado del ser en el cual se refleje nuestro verdadero destino. Cuando esta posibilidad se
concreta, un día cualquiera puede dejar de serlo.
La práctica puede revelar el milagro de la vida cotidiana.

Y como dice la canción, lo cotidiano se vuelve mágico.

Extraído de “Como es arriba es abajo” Ed. Planeta

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