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APUNTE DE CLASE: ENZO TRAVERSO.

El siguiente texto consiste en un resumen del libro “La violencia nazi. Una genealogía europea” (2003) del
historiador Enzo Traverso (Piamonte, 1957). En dicho libro se propone representar una genealogía o
reconstrucción histórica de las diversas prácticas y formas de violencia propias de la modernidad europea
que permitieron el desarrollo del genocidio nazi.

Según el historiador Enzo Traverso, el desarrollo del genocidio del pueblo judío por parte del nazismo no
debe ser considerado como un suceso incidental y atípico, sino que se le puede comprender como una
consecuencia posible dentro del marco del proceso civilizatorio europeo.
Uno de los primeros antecedentes históricos que recuperará para dar cuenta de este proceso de serialización
de los modos de matar fue la creación de la guillotina. Según el autor, la guillotina marca el ingreso de la
revolución industrial en el campo de la pena capital, ya que se reemplaza la figura del verdugo, una persona
encargada de llevar a cabo la ejecución, por un dispositivo técnico que realiza una ejecución mecanizada,
impersonal, eficaz, silenciosa y rápida. En este sentido, las ejecuciones dejan de ser ceremonias públicas en
la cual una persona, el verdugo, adoptaba el papel y responsabilidad de imponer el castigo del sufrimiento al
condenado. Por el contrario, la ejecución se torna una operación técnica al servicio de una máquina, en la
cual el verdugo sólo era un responsable de su mantenimiento: la matanza se ejecutaba sin sujeto. De este
modo, la ejecución por medio de la guillotina inaugura el período de la ejecución indirecta, cumplida
técnicamente, eliminando el horror de la violencia visible, permitiendo su multiplicación infinita y eficaz,
desresponsabilizando ética y moralmente al ejecutante. “El resultado final será la deshumanización de la
muerte” (pg. 32).
Si la guillotina representa el primer paso hacia la serialización de las prácticas de matar, un paso siguiente en
el camino a Auschwitz fue la incorporación de la lógica fabril al campo de la muerte. Esto se ve reflejado en
que los campos de concentración y exterminio nazis funcionaban como fábricas, con la diferencia de que, en
lugar de orientarse a la producción de bienes, se destinaban a la producción de la muerte. Una afinidad clara
entre los campos de concentración y exterminio y las fábricas se puede ver reflejado en su arquitectura, con
sus chimeneas y barracas alineadas en columnas simétricas y su localización en medio de una zona industrial
y de una importante red ferroviaria.
A su vez, los campos de concentración y exterminio recuperaban y aplicaban los principios tayloristas del
scientific management, como se vio reflejado, por ejemplo, en la división del sistema de matar en diferentes
etapas con el fin de aumentar el rendimiento y eficacia del mismo: concentración, deportación, expropiación
de bienes de las víctimas, recuperación de ciertas partes del cuerpo, gaseado e incineración de los cadáveres.
Por la mañana, los trenes de carga llegaban y descargaban su cargamento de judíos deportados; los médicos
de la SS procedían a la selección; una vez separados los aptos para el trabajo, se expoliaban los bienes a los
deportados y se los enviaba a las cámaras de gas; por la noche, ya habían sido incinerados; sus ropas, valijas,
anteojos, etc. se clasificaba y se almacenaban al igual que ciertas partes del cuerpo, como el cabello y los
dientes de oro. A su vez, esta división de tareas se complementaba con una racionalización del tiempo. En
base a ella, la organización típica era la de un equipo que disponía de unos minutos para incinerar los
cadáveres, mientras otro equipo cronometraba la tarea para asegurarse que se respetase la cadencia.
Entre los principios tayloristas que se aplicaban de manera estricta y sistemática se destaca la sumisión total
de los trabajadores a los mandos, la separación rigurosa de la concepción y la ejecución de las tareas, la
descalificación y jerarquización de la fuerza de trabajo, la segmentación de la producción en una serie de
operaciones cuyo dominio correspondía únicamente a la supervisión. De gran utilidad para el sistema
implementado por el nazismo fue la idea de Taylor de configurar a un obrero descerebrado, privado de
autonomía intelectual, orientado al mero cumplimiento de operaciones mecánicas y automatizadas: en
definitiva, un ser deshumanizado, alienado, un autómata. Un ejemplo extremo de este proceso fue cuando se
emplearon a judíos para ejecutar tareas vinculadas con el proceso de matar (desnudamiento de las víctimas,
organización de las filas delante de las cámaras de gas, extracción de los cadáveres, clasificación de ropa y
de calzado, transporte de los cuerpos a los crematorios, incineración, dispersión de las cenizas), lo cual
suponía una alienación total respecto del trabajo que estaban llevando a cabo1.
Finalmente, un elemento recuperado de la lógica fabril taylorista fue el rol de la administración racional del
proceso de muerte. Esta fábrica productora de muerte se basaba en los principios del cálculo, especialización,
segmentación de las tareas en operaciones parciales y coordinadas, guiado todo por agentes burocráticos que
no controlaban el proceso en su conjunto. Estos últimos, justificaban su accionar alegando que ellos carecían
de responsabilidad ya que acataban órdenes o que su función era limitada y parcial y, por ende, no tenían
incidencia directa en la práctica criminal. Por lo tanto, el proceso de exterminio nazi encontró en la figura de
los empleados burocráticos su instrumento predilecto, su órgano de transmisión y ejecución.
De este modo, el objetivo del autor es presentar la violencia nazi como inscripta en un período de tiempo
más largo dentro de la historia europea. El nazismo, según Traverso, no representaría un experimento
demencial contrario a toda la ideología y filosofía europea de la época, sino una síntesis entre sus diferentes
formas de violencia. La guillotina, la administración racional, la fábrica fordista (y las prisiones que
emulaban su lógica)2, dieron origen a las premisas técnicas, ideológicas y culturales que construyeron el
contexto en el que Auschwitz fue posible. Y todos estos elementos se hallaban en el seno de la civilización
occidental, desplegados en la Europa del capitalismo industrial desde el período del liberalismo clásico3.

Fuentes bibliográficas.

 Levi, Primo (1986). Los hundidos y los salvados. Madrid, El Aleph.


 Traverso, Enzo (2003). La violencia nazi. Una genealogía europea. México D.F, Fondo de Cultura
Económica.

1 El historiador Primo Levi, sobreviviente de los campos de concentración, reconoce este hecho como el “crimen más
demoníaco del nacionalsocialismo”, el intento de “ubicar en otros, especialmente en las víctimas, el peso de la falta,
de modo que, para aliviarlos, no les quedara siquiera la conciencia de su inocencia” (Levi, 1986: 39).
2 Entre otros hechos que menciona el autor, y que por un tema de extensión no serán desarrollados en el apunte, se
menciona el racismo, las masacres coloniales, los estragos de la Primera Guerra Mundial, la eugenesia y el
higienismo.
3 Resulta imperante remarcar que el autor no busca establecer una relación de causa-efecto entre el avance de la
civilización europea y la práctica genocida del nazismo. Que la exterminación industrial implementada por el
nazismo presuponga la existencia de la fábrica, no quiere decir que en cada empresa capitalista se encuentre
contenido un campo de la muerte, o que en cada funcionario existe una Eichmann latente. Sin embargo, el autor
busca destacar que no se trata de una contratendencia o una aberración frente a los avances de la civilización
europea (como creía Norbert Elías), sino que es una expresión de sus potencialidades, uno de sus posibles rostros o
derivaciones. Por lo tanto, la Solución Final se la puede inscribir dentro del “proceso de civilización”, como una
continuidad histórica y como un producto de la misma.

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