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Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Bibliotecas Este libro reconstituye una parte de las luchas del movimiento campesino,
basándose principalmente en la historia de la Anuc, la Fedeagromisbol y el Leila Iliana Celis González, es una investigadora
Vértices colombianos CNA, con un énfasis en la realidad del Sur de Bolívar. Estas organizaciones colombiana radicada en Canadá desde el 2001.
Filosofía para profan@s constituyen solo una pequeña muestra del movimiento campesino de Politóloga, docente en la Universidad de Quebec
Una guía para profesores y estudiantes Colombia. en Montreal; doctorada en la Universidad de
Damián Pachón Soto Ottawa con la tesis: "Mouvements sociaux en situa-
Otro posible es posible: La pregunta que guió la investigación que dio origen a este libro es, ¿por tion de conflit armé. Étude de cas à partir d’organi-
Caminando hacia las transiciones qué y cómo lucha el campesinado en este país? sations paysannes colombiennes (1980-2012)",
desde Abya Yala/Afro/Latino-América información actualizada y ampliada para la realiza-
Arturo Escobar
La respuesta: La constancia y la perseverancia de su lucha gravitan alrede- ción del presente libro. Entre 1987 y 1989 hizo parte
Caminando la palabra de la Anuc–Barrancabermeja en el equipo de dere-
Movilizaciones sociales en Colombia (2010-2016)
Edwin Cruz Rodríguez
dor de la firme determinación de construir una economía campesina, lo
que consiste en reproducir, a partir de la fuerza de trabajo familiar sobre Luchas campesinas en Colombia chos humanos.

Colección primeros pasos


sus tierras, una economía para vivir en condiciones de bienestar, de digni-
dad y de independencia. (1970-2016)
¡Izquierdas de todo el mundo uníos!
Boaventura de Sousa Santos En esa lucha, el campesinado ha desplegado 4 dinámicas: Una de autoges- Resistencias y sueños
Movimientos sociales en América Latina tión, que se inscribe en la lucha por la tierra a través de los procesos de
El “mundo otro” en movimiento colonización y de tomas de tierras. Otra de exigibilidad, en la cual los cam-
Raúl Zibechi pesinos a través de marchas presionan al Estado para que asuma su
Movimientos antisistémicos y cuestión indígena responsabilidad frente al campesinado (servicios públicos, títulos de
en América Latina propiedad, crédito, infraestructuras, etc.).
Carlos A. Aguirre Rojas
Investigación Acción Participativa: La tercera dinámica es la resistencia y la lucha por la defensa de la vida
Un camino para construir el cambio frente a la arremetida paramilitar, y la cuarta es una etapa de lucha por el
y la transformación social reconocimiento del campesinado como actor social y por la defensa del
Luis Hernando Rincón Bonilla territorio.

Colección pensamiento y futuro


Ética y política en la filosofía de la liberación
Miguel Ángel Polo Santillàn - Damián Pachón Soto (Editores)
Extractivismos y corrupción
Anatomía de una íntima relación
Eduardo Gudynas
Leila Iliana Celis González
ISBN 978-958-8926-90-2

Ediciones
Ediciones
Luchas campesinas en Colombia
(1970-2016)

Resistencias y sueños

Leila Iliana Celis González


Luchas campesinas en Colombia
(1970-2016)

Resistencias y sueños

Leila Iliana Celis González

Ediciones
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)
Resistencias y sueños
Leila Iliana Celis González

Noviembre de 2018

Universidad de Quebec en Montreal –UQÀM–

RéQUEF: Résau québécois, en études féministes

Ediciones desde abajo


www.desdeabajo.info
Bogotá D. C., Colombia

ISBN 978-958-8926-90-2

Diseño y diagramación: Difundir Ltda.


Carrera 20 Nº45A- 85, telf.: 345 18 08

El conocimiento es un bien de la humanidad.


Todos los seres humanos deben acceder al saber,
cultivarlo es responsabilidad de todos.

Se permite la copia, de uno o más artículos completos de esta obra o del conjunto de la edición,
en cualquier formato, mecánico o digital, siempre y cuando no se modifique el contenido de los textos,
se respete su autoría y esta nota se mantenga.
Índice

Agradecimientos..................................................................................... 7

Introducción............................................................................................9
Análisis de la lucha campesina por sus dinámicas:
Agradecimientos
justificación y tensiones.............................................................................11
Las organizaciones analizadas… y sus ramificaciones ............................. 13
Los términos de referencia .......................................................................20
Argumentos y estructura del libro............................................................23

Capítulo 1
Orígen y contexto del conflicto agrario:
Relaciones de dominación................................................................. 27
1.1. Poder político y relaciones sociales: puntos de referencia teóricos...28
1.2. Tierra y violencia: de la herencia colonial
a la Guerra Fría. Los antecedentes del paramilitarismo..........................32
1.3. El paramilitarismo en el periodo contemporáneo.............................39
1.4. La extracción de recursos naturales como modelo económico.......... 47
1.5. Análisis de la descentralización del monopolio
de la violencia y del poder jurídico............................................................49

Capítulo 2
Las luchas campesinas 1940–1980:
De la autogestión a la exigibilidad ante el Estado

2.1 La colonización campesina de los baldíos...........................................53


2.2. La Asociación nacional de usuarios campesinos
de Colombia (Anuc)...................................................................................62
2.3. Las tomas de tierras...........................................................................66
2.4. Las marchas campesinas en el Sur de Bolívar (1980)....................... 77
2.5 Análisis de las dinámicas de autogestión y de exigibilidad................ 79
Capítulo 3
Finales de los 80-primeros años del nuevo siglo.
La resistencia campesina por la defensa de la vida y del territorio
3.1 La represión contra el movimiento campesino...................................83
3.2. La represión y la expropiación de la riqueza aurífera........................90
3.3. La comunidad de Bella Cruz: 30 años de lucha
por la tierra y contra el desplazamiento.................................................. 104
3.4. Análisis de la dinámica de resistencia.............................................. 107

Capítulo 4
La construcción de la autonomía
y la lucha por el reconocimiento del campesinado
4.1. Las influencias en las transformaciones
del movimiento agrario del nuevo milenio..............................................113
4.2. Las organizaciones campesinas en el nuevo milenio....................... 120
4.3. La emergencia de un nuevo movimiento agrario............................ 127

Capítulo 5
Conflicto agrario y perspectivas de paz
5.1. Conflicto agrario y armado............................................................... 139
5.2. Revisión histórica de las lógicas
que han guiado las negociaciones de paz.................................................141
5.3. Las negociaciones del nuevo milenio............................................... 143
5.4. Posicionamiento de los movimientos sociales frente
a las negociaciones de paz....................................................................... 149

Conclusión
1. Al origen del problema agrario: la acción del Estado......................... 153
2. Reivindicaciones y dinámicas de la lucha campesina......................... 158
3. La lucha por la territorialidad en Colombia y en América latina....... 162
Una investigación académica, subjetiva y parcial.................................. 165

Bibliografía........................................................................................... 167
Agradecimientos

Este libro no hubiera sido posible sin la colaboración, primero que todo, de
las mujeres y los hombres colombianos que militan en las luchas campesinas.

Quiero agradecer especialmente a los miembros de Fedeagromisbol: Narciso


Veleño, Gabriel Henao, Teófilo Acuña y a Jorge Tafur, quienes me compar-
tieron con gran generosidad su tiempo y su esperanza.
Introducción
Gracias a esas personas extraordinarias que han sido parte de la historia y
del presente de la Anuc, particularmente a Gilma Benítez, que recordaremos
siempre como una mujer invencible, tierna y brillante; a Elías María, con
todo mi respeto y admiración; a Edilia Mendoza y a Gladys Rojas.

A los compañeros del Coordinador Nacional Agrario y de la Cumbre Agra-


ria por las discusiones, entrevistas y pistas de reflexión: Alberto Castilla,
Alejandro Mantilla, Eduardo León Navarro y Ernesto Roa.

Gracias también a Javier Marín por su amistad entrañable, sus consejos


y su sonrisa de siempre; y a Blandine Juchs por su apoyo, su amistad y su
generosa disponibilidad.

7
Introducción

Inicialmente el propósito de este libro era retomar las conclusiones de un


trabajo de investigación doctoral cuya tesis fue depositada en el 2012, con
el objetivo de comprender cómo progresivamente, a partir de los años 1980,
el movimiento campesino1 se había transformado en un movimiento de
defensa de los Derechos Humanos y cuáles habían sido las consecuencias
para el mismo de esta transformación. Pero finalmente, gracias a estancias
de investigación en Colombia posteriores a la tesis, la nueva problemática
de este libro tomó cuerpo: este libro explora las transformaciones recientes
del movimiento social agrario, específicamente las que gravitaban alrededor
de la cuestión territorial. El movimiento social agrario está en movimiento,
se transforma y transforma su entorno social. Estos cambios se pueden ob-
servar en el despliegue de “dinámicas” sucesivas que reflejan la evolución de
las luchas, tanto en sus objetivos como en sus reivindicaciones y acciones
a mediano plazo.

Las transformaciones del movimiento social agrario emergen de la tensión


provocada por dos fuerzas en contradicción:

La primera, está representada por los desafíos que los grupos dominantes
le han impuesto al campesinado. Cabe señalar que la referencia a los grupos
dominantes no significa de ninguna manera que éstos sean homogéneos. Por
ejemplo, las rivalidades entre las élites de los partidos liberal y conservador
serán retomadas para comprender la aparición de las políticas de la reforma
agraria y sus fracasos. De la misma manera, las diferencias económicas e
ideológicas entre dos grupos, el de los transnacionalizados (encabezados
públicamente hasta agosto de 2018 por el hoy expresidente J.M. Santos) y
el de los sectores rentistas más conservadores (liderados por el expresidente
Álvaro Uribe), permiten comprender mejor la oposición vigente en torno a la
resolución del conflicto agrario. En resumen, la transición de una dinámica
a otra en el movimiento agrario responde, en parte, a las problemáticas

1 Entendemos el campesinado como un actor social. Ver también, más adelante, las secciones
términos de referencia y las influencias en las transformaciones del movimiento agrario en
el nuevo milenio.

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Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

impuestas por los grupos que controlan el Estado. El cambio de dinámica


expresa la adaptación del movimiento campesino para enfrentar la falta de
tierra, para exigir el apoyo económico y político por parte del Estado y para
resistir ante la creciente violencia con que los acosan.

La segunda fuerza en tensión, nacida como variable independiente de las


transformaciones de la lucha campesina, es la clara intención de decidir
sobre su propio modelo económico, de avanzar en la construcción y la
perennización de la vía campesina. Implícita y explícitamente, individual
y colectivamente, este objetivo esencial se mantiene a largo plazo. En prin-
cipio, la vía campesina alude a las condiciones sociales que permiten el
bienestar social de sus familias y la construcción de una economía basada
en la fuerza de trabajo familiar (propiedad individual de la tierra, inversión).
Sin embargo, cada vez más, la vía campesina se vincula a las cuestiones de
los derechos colectivos y a la territorialidad (ver también capítulo 4, infra).

Se identifican 4 dinámicas en la lucha del movimiento social: la autogestión,


la exigibilidad, la resistencia y la autonomía. O sea que los campesinos y
sus organizaciones:

• Asumen una postura de autogestión ante la apatía del Estado con res-
pecto a la necesidad que tienen de tierra.
• Adoptan una posición de exigibilidad frente a la ausencia de voluntad
por parte del Estado para cumplir con su responsabilidad social.
• Asumen una dinámica de resistencia ante la escalada paramilitar y,
• Incorporan un enfoque de autodeterminación territorial ante la ofensiva
extractivista.

Con cada cambio de dinámica, las reivindicaciones se transforman a su vez:


El acceso a la tierra, ante el acaparamiento de tierras.

• La reivindicación del goce de los servicios públicos, ante la ausencia de


inversión por parte del Estado.
• La defensa de la vida y del territorio, ante la escalada paramilitar, 
• El reconocimiento de los campesinos como actor sociopolítico y como
sujetos de derecho, ante la depredación extractivista.

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Leila Iliana Celis González

Finalmente, los cambios en la dinámica del movimiento agrario también


son perceptibles en el tipo de acción prioritaria (ver cuadro de síntesis).

Cuadro 1. Síntesis de la lucha agraria

Desafíos Dinámica Reivindicación Acciones


Acceso a la tierra Autogestión Tierra Colonización/
ocupación
Inversiones Exigibilidad Servicios Marchas, paros
Escalada represiva Resistencia Vida y permanencia Defensa de los
y extractivismo en el territorio derechos humanos
por medio de
acciones de
autoprotección y de
defensa jurídica
Consolidación del Autonomía Autodeterminación, Legislación propia,
extractivismo Reconocimiento autogobierno
Fuente: Creación propia.

Análisis de la lucha campesina por sus dinámicas:


justificación y tensiones

El análisis de las dinámicas permite identificar los cambios en las causas


de la lucha del campesinado, al igual que analizar sus impactos en el
movimiento agrario. Esta perspectiva permite también observar cómo
las nuevas reivindicaciones y sus repertorios de acción toman progresi-
vamente importancia en la organización campesina y en la cotidianidad
de las comunidades, es decir, cómo éstas concentran progresivamente los
recursos y terminan por marcar la dinámica de la lucha. Finalmente, la
observación desde la perspectiva de las dinámicas evidencia la coherencia
entre la lucha y el objetivo de construir la vía campesina, cuya visión, no
obstante, no es inmutable.

El enfoque de análisis a través de las dinámicas de lucha tiene un llamativo


potencial explicativo. Sin embargo, diversas particularidades desde un punto

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Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

de vista metodológico y epistemológico pueden emerger. Así, es pertinente


enunciarlas con la finalidad de circunscribir los resultados.

En primer lugar, con relación a la temporalidad y a la espacialidad de las lu-


chas agrarias, es posible situar en el tiempo y en el espacio la preponderancia
de cada una de las dinámicas (con sus correspondientes reivindicaciones
y tipos de acción). En esta investigación, observamos momentos/lugares
donde las dinámicas aparecen, hasta llegar a su cumbre, para finalmente
encontrar su límite. Sin embargo, estos momentos/lugares no sirven para
delimitar una dinámica de otra, dado que las reivindicaciones y las acciones
que son preponderantes en un periodo aparecen también en otros momen-
tos, en otras regiones.

Tomemos como ejemplo la dinámica de autogestión, correspondiente a las


acciones de colonización y de ocupación para acceder a la tierra. La autoges-
tión nunca existió de manera completamente exclusiva: los campesinos jefes
de familia ya reclamaban, desde finales del siglo XIX, la intervención del
Estado para oponerse al despojo de tierras colonizadas, enviándole quejas
a la Comisión de las tierras (LeGrand 1988). De igual manera, en el mismo
periodo los campesinos ya resistían a la violencia política y al poder jurídico.
Asimismo, la dinámica de autogestión nunca desapareció completamente:
al contrario, como lo demuestra esta investigación, la autogestión es un
componente importante de las acciones que se vuelven preponderantes en
las dinámicas de exigibilidad, de resistencia y de autonomía.

Entonces, lo que permite identificar una dinámica de otra es el enfoque


comparativo, el cual también explica la pertinencia de elegir estas dinámi-
cas como categoría de análisis. En el momento en el que la colonización y
las ocupaciones son las acciones características de la lucha agraria, es la
autogestión la que guía el movimiento agrario. En síntesis, es importante
insistir en el hecho de que la investigación sociológica que presentamos
aquí pretende dar cuenta de algunas dinámicas presentes en la lucha del
movimiento agrario, más que establecer una periodización de las mismas.

En segundo lugar, el análisis de las luchas agrarias desde la perspectiva


de sus dinámicas puede generar interrogantes sobre la generalización y el

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Leila Iliana Celis González

alcance de las conclusiones. A ese respecto, hay que precisar que los cam-
bios de dinámica observados no se efectúan de forma homogénea para el
conjunto del movimiento agrario. Más bien observamos procesos y cambios
sociales complejos que se implementan de manera progresiva, aunque no
linealmente. Estos cambios se efectúan bajo la forma de tendencias, se ins-
talan gradualmente y son reapropiados por la mayoría de las organizaciones
sociales agrarias. Estas tendencias son claramente observables a través de
las organizaciones que estudiamos.

Las organizaciones analizadas… y sus ramificaciones

Esta investigación sobre las luchas agrarias gravita alrededor de la historia


de dos de las organizaciones campesinas y de dos procesos recientes de
unificación de los diferentes sectores del campesinado. La primera es la
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia (Anuc). Cabe
señalar que hablar de la Anuc en una investigación sobre el movimiento
campesino en Colombia es ineludible: fundada en 1967, su historia resalta
por ser la organización de masas más importante en la historia del país,
incluso podría decirse que del continente (Asociación Nacional de Usua-
rios Campesinos, 1972; J. M. Pérez, 2010; C. Escobar, 1983; León Zamosc,
Chiriboga Vega, y Martínez Borrego, 1997; León Zamosc, 1982). Asimismo,
aunque la Anuc nunca fue la única organización campesina, sí mostró una
capacidad excepcional de organización y movilización, en diferentes pe-
riodos, en particular entre 1969 y 1975. Con el paso de los años, mientras
su peso organizativo disminuía, otras organizaciones sociales aparecieron
en la escena rural, entre ellas la Federación Agrominera del Sur de Bolívar
(Fedeagromisbol).

La Fedeagromisbol, la segunda organización referida en este libro, partici-


pó en la constitución del Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado,
sección del Sur de Bolívar y sección del Sur de Cesar. La Fedeagromisbol
es miembro del Coordinador Nacional Agrario (CNA), una organización
campesina de carácter nacional y federativo, que se reclama de la misma
línea histórica que la Anuc. Si esta última, la Fedeagromisbol y el CNA
comparten una historia, es en parte porque la realidad socio-económica de

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Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

quienes la integran es, grosso modo, similar. Durante sus primeros años de
existencia, la Anuc agrupó una importante diversidad de sectores: campe-
sinos sin tierra, pequeños y medianos propietarios, trabajadores agrícolas,
indígenas. Con el tiempo, sus afiliados se consolidan entre los pequeños y
medianos propietarios, entre los cuales la propiedad no está completamente
legalizada y que afrontan condiciones de producción precarias. Tales son
las características socio-económicas de los miembros de la Fedeagromisbol
y del CNA (Salcedo, Pinzón y Duarte, 2013).

En los capítulos 4 y 5 sintetizamos dos ramificaciones del CNA toman un


lugar importante en el análisis. En primer lugar, en 2010 el CNA participó
en la creación del Congreso de los Pueblos, el cual agrupa organizaciones
sociales de diversos sectores (sindicalistas, movimientos de mujeres, estu-
diantes, indígenas) con la finalidad de promover los “mandatos populares”.
El Congreso de los Pueblos emerge de las movilizaciones llevadas a cabo por
el movimiento indígena de las que participa el CNA desde su mismo origen.
En segundo lugar, en 2013, el CNA y otras organizaciones sociales agrarias
crean la Cumbre Agraria, un espacio de coordinación para las movilizaciones
y las negociaciones agrarias con el Gobierno.

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Figura 1. Genealogía de las organizaciones estudiadas

Asociación Nacional
de Usuarios Campesinos

Coordinador Nacional Agrario Formado por


formada por

Cómites veredales y municipales


Juntas de acción
comunal
en1997,
en el Sur Coordinadora ASOAGROMIBOL en FEDEASOAGROMIBOL junto con otras FEDEASOAGROMIBOL
en Asociaciones en Asociación 1998 Federación organizaciones CISCA
Cooperativas 1968 departamentales/ de Bolívar Campesina 1994
toma el
en 1985 del Sur Agrominera del Agrominera regionales CIMA
Leila Iliana Celis González

de campesinos convergen la Regionales se crea la de Bolívar se crea la Sur de Bolívar nombre de del Sur de Bolívar participa ....
a la creación del
Comités de formada por
padres de familia

Juntas de acción Comités Cooperativas


comunal agromineros campesinas

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Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

El espectro político-ideológico

Estas organizaciones son una muestra del movimiento social agrario, la


que si bien no es representativa de todas las tendencias políticas existentes
al interior de este mismo movimiento, sí representa una de las tendencias
que lo dinamiza, la que sin ser completamente homogénea sí es fácilmen-
te identificable. Si la Anuc surgió de una iniciativa del partido liberal, su
ruptura con el Estado y el sistema bipartidista es oficial a partir de 1972.
Desde entonces, diferentes fuerzas de izquierda intentan influirla, incluso
podríamos decir que controlarla.

La presencia de la izquierda al momento de la Anuc tomar cuerpo, fue


variopinta: el Partido Comunista (PC), los trotskistas aglutinados en el
Bloque Socialista, los maoístas de la Liga marxistas-leninista y del Partido
Comunista-Marxista-Leninista (PC-ML), y algunos intelectuales de izquier-
da independientes. La influencia del PC y de los trotskistas en el seno de
la dirección de la Anuc fue rápidamente neutralizada por el PC-ML, pero
ninguno de estos grupos se tornó hegemónico. La autonomía de la orga-
nización frente a las tendencias políticas fue una preocupación constante
de sus dirigentes. Sin embargo una tendencia fraguada a su interior (la
Anuc-Sincelejo) sí respondía a una fuerte influencia de izquierda, la cual no
desapareció ni disminuyó en 1987 cuando se transformó en la Anuc Unidad
y Reconstrucción (Anuc-UR).

Para la lectura de esta síntesis histórica es necesario tener en cuenta un su-


ceso fundamental que marcó con signo indeleble a la izquierda: la aparición
de la guerrilla en la década de 1960. A partir de ese momento se produjo
un alineamiento de sus diferentes tendencias con los diferentes grupos de
la guerrilla en gestación. La asociación entre el Partido Comunista y las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), de los maoístas con
el Ejército Popular de Liberación (Epl) y de los guevaristas con el Ejército
de Liberación Nacional (Eln). Durante la década de 1980, mientras que
las guerrillas iniciaron un proceso de unidad en torno a la Coordinadora
Guerrillera Simón Bolívar (Cgsb), en la izquierda no armada el proceso de
unidad avanzó entre la Unión Patriótica, el Frente Popular y El Movimiento
Político A Luchar (Espinosa Moreno, 2013).

16
Leila Iliana Celis González

Las vicisitudes de la vida política hicieron que la izquierda armada y la


izquierda social (o civil) estuvieran asociadas no solo por las coincidencias
tangibles de sus programas, sino también por las acusaciones macartistas
que atacaban a las organizaciones sociales. En ese sentido y desde el punto
de vista de las reivindicaciones sociales, las organizaciones guerrilleras
tienen más aspectos de convergencia que de divergencia con el movimiento
campesino (ver capítulo 5, infra). En efecto, existen vínculos identificables
entre la guerrilla y los campesinos: desde la época caracterizada como La
Violencia (ver capítulos 1 y 2), una cantidad no despreciable de campesinos
se integraron a las organizaciones armadas para huir de la represión, el
principal escenario de la guerrilla es la región rural, etc. Sin embargo, es
importante subrayar que las movilizaciones campesinas sirven únicamente
las causas del movimiento campesino, sin estar al servicio de la guerrilla.

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Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Localización geográfica y realidad socio-económica

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Leila Iliana Celis González

La Anuc fue una organización de cobertura nacional. Existen diferentes


trabajos sobre su historia y esta investigación se documenta a partir de
varios de ellos. En lo referente a su cubrimiento geográfico, la contribución
de este trabajo se limita a la región del Magdalena Medio.

En Colombia, la división administrativa fue establecida por departamentos


y no por regiones. Sin embargo, estas son ineludibles desde el punto de
vista político, cultural, económico, etc. La región correspondiente al Mag-
dalena Medio varía un poco según las fuentes consultadas, pero como su
nombre lo indica, la misma corresponde a la cuenca geográfica del centro
del río Magdalena. En este libro retomamos la delimitación propuesta por
el Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), según la cual esta
región está integrada por 38 municipios localizados en los departamentos
de Antioquia, Boyacá, Santander, y al sur de los departamentos de Bolívar
y de Cesar (Archila Neira y et. al., 2006).

Las tres ciudades más importantes de la región son Bucaramanga, capital


del departamento de Santander, la cual concentra los servicios y las insti-
tuciones administrativas; la ciudad de Aguachica, en el departamento de
Cesar y, la ciudad de Barrancabermeja, puerto petrolero en el corazón de
la región de Magdalena Medio. En particular esta ciudad es un ícono de las
luchas sociales (Molano, 2009), y tal como será abordado en los capítulos
2 y 3, la Anuc de Barrancabermeja fue hasta la década de 1980 un motor
importante de la organización campesina en la región (Mendoza, 2012).
Los capítulos 2 y 3 estudian de cerca las luchas sociales agrarias llevadas
a cabo por las organizaciones campesinas del Sur de Bolívar y de Cesar,
principalmente integrantes de la Fedeagromisbol.

A través de esas organizaciones y de procesos situados principalmente en


el Magdalena Medio, algunos aspectos claves del movimiento campesino
son puestos en evidencia. Así, a través de la Anuc el propósito es mostrar
principalmente el problema de las ocupaciones de tierra. A través de la
historia de la Fedeagromisbol, el objetivo es destacar la defensa de la vida
y de las riquezas mineras; con el Congreso de los Pueblos (del que forma
parte esta última) y con la Cumbre Agraria, el objetivo es analizar las luchas
campesinas por el reconocimiento y por la autonomía territorial.

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Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Principalmente, dos fuentes son utilizadas para reconstruir la historia de


estas organizaciones y del movimiento agrario. Por una parte, las entrevistas,
realizadas a lo largo de seis años y, por otra, los documentos producidos por
las mismas organizaciones campesinas y con diferentes objetivos como, por
ejemplo, para el análisis de la coyuntura, para la formación y para denuncia.
La mayoría de las citas provienen de fuentes en español, cuando se citan
fuentes en inglés y en francés la traducción es propia.

Los términos de referencia

Resulta pertinente precisar algunos de los términos que serán utilizados


con mayor frecuencia a lo largo de estas páginas.

Campesino. Con este término aludimos a las personas y comunidades cuya


subsistencia depende, totalmente o en gran parte, de su propio trabajo en
el sector agrícola; labor que realizan por cuenta propia, ya sea de manera
individual o familiar (Maletta 2012) o de manera menos frecuente, de for-
ma comunitaria. A veces, los campesinos son también asalariados, lo que
sucede cuando trabajan de manera temporal para otros campesinos o en
la industria agrícola para así completar los recursos necesarios para cubrir
sus necesidades de subsistencia.

Los campesinos en los que se centra esta investigación corresponden a


dos de las tres categorías de la producción familiar identificadas por la
FAO en América Latina (FAO y IDB 2007). La primera es la producción
de subsistencia o en descomposición, orientada principalmente al auto-
consumo y, por lo tanto, con incapacidad para generar ingresos con los
cuales satisfacer sus necesidades familiares. Para superar este déficit, los
campesinos deben recurrir al trabajo asalariado (frecuentemente preca-
rio). La segunda, la producción campesina en transición, es aquella con
capacidad de generar los recursos necesarios para satisfacer las necesi-
dades familiares, pero incapaz de generar excedentes para asegurar la
reproducción del modo de economía campesina y, en consecuencia, con
la necesidad del apoyo del Estado, principalmente a través de créditos,
asistencia técnica y comercialización. La tercera categoría, la que designa

20
Leila Iliana Celis González

la producción familiar consolidada, sin duda existe también en Colombia,


pero esta última no será objeto de esta investigación.

Los pobladores del campo que atañen a este estudio son campesinos sin
tierra y medianos propietarios que comercializan los excedentes de su
producción en el mercado local y regional. Su nivel de vida está marcado
por ingresos muy modestos o por la pobreza, realizan cotidianamente lar-
gas jornadas de trabajo, no cuentan con los servicios de protección social,
difícilmente acceden a los servicios de salud, agua potable, electricidad
y no cuentan con el acceso a un fondo de ahorro para la jubilación. Su
producción es poco mecanizada, para llevarla a los lugares de comerciali-
zación deben recorrer largas distancias, por caminos y carreteras en muy
malas condiciones y, generalmente, sin acceso a vehículos propios para
transportar su producción. En 2014, de la población rural 44.1% vivía en
condiciones de pobreza, 18% en condiciones de extrema pobreza; 41.8%
no tenían acceso a agua potable, 24% no tenían drenaje y 20% de sus
viviendas estaban construidas con barro (Dane, 2015).

Organizaciones sociales agrarias. Una organización campesina


puede agrupar pequeños colonos (ver definición en colonización), afro-
descendientes, indígenas y trabajadores agrícolas, como lo ha hecho la
Anuc en repetidas ocasiones. Sin embargo, generalmente las reivindi-
caciones específicas de los pueblos indígenas y afrodescendientes no
son impulsadas por las organizaciones campesinas (Mondragón, 2012).
Progresivamente, estos diferentes sectores del campesinado se han ido
organizando separadamente. Así, los actores del movimiento agrario no
son solamente organizaciones campesinas, sino también organizaciones
indígenas y afrodescendientes. Los trabajadores agrícolas, entre quienes
la relación principal con la producción agrícola es salarial, algunas veces
están organizados en sindicatos y, otras, forman parte de organizaciones
campesinas. Por ejemplo, en algunos momentos de la historia, la Anuc
congregó en sus filas a grupos de trabajadores agrícolas. También otras
organizaciones, como la Federación Nacional Sindical Unitaria Agrope-
cuaria (Fensuagro) están conformadas por campesinos y trabajadores
agrícolas.

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Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Movimiento social agrario o campesinado. Estos términos designan


al conjunto de luchas sociales y populares llevadas a cabo por los indígenas,
los campesinos y los afrodescendientes, sus organizaciones y sus aliados.
Desde finales de 1990, la expresión “movimiento agrario” ha sustituido
progresivamente la de “movimiento campesino”, la cual designaba la
identidad campesina como universal para los actores populares del sector
agrario. En este contexto, la denominación “campesino” hacía eco a políti-
cas nacionalistas de mestizaje que buscaban borrar la diferencia étnica. La
utilización de la denominación movimiento campesino al inicio del libro
refleja la auto-denominación del movimiento social agrario en un momento
en el que el campesinado es el actor hegemónico de este movimiento. Esto
puede contribuir a invisibilizar la participación de los indígenas en las luchas
estudiadas pero evita, no obstante, anacronismos. Hasta principios de la
década de los 2000, el término campesinado era ampliamente utilizado e
incluía a los colonos, los indígenas y los afrodescendientes. Sin embargo,
desde entonces, las diferencias entre estos actores han sido progresivamente
acentuadas. Actualmente, se reconocen como tres sectores diferentes del
campesinado.

La colonización. Este término designa el proceso por el cual las tierras


no cultivadas, los baldíos, son transformadas en tierras cultivables y de
esta manera integradas a la producción y a la economía nacional. A me-
nudo se presenta en términos de la expansión de la frontera agrícola2. La
idea que subyace es que las tierras baldías no tienen propietario y no están
habitadas, en consecuencia, pertenecen a la nación. Esta idea ha servido
para legitimar tanto la acción del Estado, que dispone de los baldíos para
obtener ingresos, así como la acción de colonización por campesinos que
buscan salir de las condiciones de pobreza o para huir de la violencia. La
colonización es, entonces, el proceso de posesión de los baldíos, lo que ge-
neralmente reconoce el Estado como derecho de posesión: una persona no
puede ser desalojada arbitrariamente de la tierra que colonizó. Con base en
este criterio, el colono puede solicitar que le sean reconocidos legalmente
los derechos de propiedad. Sin embargo, en realidad, los baldíos no están
completamente vacíos, generalmente están habitados por indígenas que son
2 Otra forma de integración de los baldíos a la economía nacional es la extracción de recursos
naturales.

22
Leila Iliana Celis González

expulsados y masacrados por los grandes terratenientes, las multinacionales


y, a veces también, por los campesinos colonos.

Argumentos y estructura del libro

Cualquier persona que se interese por las luchas agrarias comprueba rá-
pidamente que los campesinos conciben la economía de su sector social
como la condición sine quo non de su emancipación, de su inclusión social
y política, y de la mejora de sus condiciones de vida. En pocas palabras,
más allá de las relaciones de producción, los campesinos confieren a la
economía campesina un sentido de justicia, ven en ella la manera de poner
fin a su explotación y a su marginación. En ese sentido, la tesis defendida
en este libro es que, en un primer momento el campesinado buscó acce-
so a la tierra y participó en la construcción social del territorio teniendo
como objetivo la construcción de la economía campesina. Actualmente, el
movimiento social agrario percibe la autonomía territorial como su prin-
cipal desafío. El argumento se despliega así en cinco capítulos. El primero
analiza las grandes líneas del proceso de acaparamiento de las tierras por
los grupos dominantes y, los tres restantes, presentan las dinámicas de
las luchas campesinas y el quinto analiza el movimiento social agrario en
el contexto de las negociaciones de paz entre el gobierno y las guerrillas
(2010 al 2016).

El capítulo 1 tiene por objetivo comprender el proceso de despojo de la


tierra a los campesinos, tierra que pasó a manos de los grupos dominantes.
En ese sentido, se analizan las características de las relaciones sociales que
llevaron a La Violencia (1948-1953), el rol de la Guerra Fría en la creación
del paramilitarismo como fenómeno nacional y el rol que juega el narcotrá-
fico en la dinámica del conflicto que caracteriza a Colombia. El capítulo se
centra, de manera principal, en el análisis del proceso de implantación del
paramilitarismo y explora el modelo económico impuesto por éste, con el
objetivo de señalar sus convergencias con el modelo económico neoliberal.

La tesis que se defiende es la siguiente: a través de las instituciones del Esta-


do, las clases dominantes se confrontaron con el campesinado y entre ellas

23
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

mismas, para hacer valer sus intereses particulares y sus perspectivas sobre
la cuestión agraria. Las confrontaciones al interior de la clase dominante
demuestran que no hay homogeneidad, es decir, que los grupos cercanos
al poder defienden diferentes visiones e intereses que no siempre son con-
vergentes. De igual manera, se identifica la utilización de dos mecanismos
de despojo en diferentes momentos del proceso de acaparamiento de las
tierras: la violencia política institucional y el poder jurídico.

El capítulo 2 comienza analizando las dinámicas de las luchas campesi-


nas para las cuales la prioridad es el acceso a la tierra y la construcción
de una economía campesina. Dos acciones son emblemáticas en la lucha
por la tierra: el proceso de colonización y la ocupación de las tierras de los
grandes propietarios. Estas dos acciones tienen en común la dinámica de
autogestión, por medio de la cual las comunidades interpelan, primero, la
cuestión del acceso a la tierra y, segundo, la ausencia de servicios básicos,
como son la educación para los niños, pero también las vías de transporte,
la infraestructura de los servicios de salud, etc.

El desgaste de la dinámica de autogestión tiene que ver con los problemas


materiales que los actores del movimiento agrario deben afrontar cotidiana-
mente, los mismos que impide el desarrollar la producción campesina. Estos
problemas se deben principalmente a la falta de recursos y de infraestructura
para la economía campesina, y a la expropiación cíclica de sus tierras por
los grandes propietarios.

Es en este contexto que se instala progresivamente la dinámica de exigi-


bilidad. Las necesidades del campesinado son formuladas en términos de
reclamos (de inversiones públicas con el fin de mejorar la calidad de vida,
la producción, la comercialización, etc.) y son defendidas a través de las
movilizaciones y las negociaciones subsecuentes.

El capítulo 3 estudia las luchas campesinas que van desde mediados de la


década de 1980 hasta inicios del nuevo milenio, un periodo que está mar-
cado por el doble contexto de expansión del paramilitarismo y de la imple-
mentación del modelo extractivista neoliberal. Frente a este contexto, las
comunidades agrarias desarrollaron diversas estrategias de resistencia para

24
Leila Iliana Celis González

la defensa de sus vidas y para permanecer sobre el territorio. Su objetivo:


contener la ofensiva militar y legislativa (una al servicio de la represión,
la otra de la expropiación) que asola al movimiento campesino. De esta
manera, la defensa de los Derechos Humanos se vuelve la condición sine
qua non de cualquier reivindicación, la misma que termina por englobar
las diferentes acciones características de sus resistencias.

Si en un primer momento la defensa de la vida eclipsa la lucha por el acceso


a la tierra, a continuación, dos transformaciones tienen lugar: la defensa
de los Derechos Humanos se fusiona progresivamente con la defensa de la
tierra y, luego, la lucha por la tierra se transforma en defensa del territorio.

El capítulo 4 da cuenta de cambios importantes para el movimiento social


agrario que llegan con el nuevo milenio. Un antecedente importante de
estos cambios es la promulgación de la Constitución de 1991, que reconoce
la nación colombiana como pluriétnica y multicultural, al mismo tiempo
que se compromete a defender esta diversidad. Este reconocimiento y las
políticas públicas instauradas en consecuencia, llevaron a partir de los años
1990, y más sistemáticamente a partir del nuevo siglo, a que el movimiento
indígena ganara visibilidad.

La reivindicación territorial que hasta el momento había sido exclusiva


de los pueblos indígenas, desde este periodo comienza a ser reclamada
también por los campesinos y los afrodescendientes, lo que implicó tres
nuevas transformaciones: (1) las organizaciones comenzaron a priorizar la
defensa de los derechos colectivos y no solo individuales; (2) la reivindica-
ción de los derechos territoriales engloba la tierra y sus recursos, al mismo
tiempo que busca que se reconozca la capacidad política de autogestión de
los movimientos agrarios y, finalmente, (3) los diferentes sectores agrarios
reivindican una identidad cultural y una visión compartida de la sociedad,
tendencia que de hecho está transformando la cuestión agraria y las rela-
ciones del movimiento social agrario con el Estado.

El capítulo 5 aborda el conflicto agrario y la lucha del movimiento campesino


en la perspectiva actual de los diálogos de paz del gobierno de Juan Manuel
Santos con las Farc y el Eln.

25
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

El conflicto agrario fue una de las principales causas del conflicto armado y
social, el vínculo entre esos dos fenómenos no es solamente cosa del pasado.
La actualidad de la cuestión agraria en el conflicto armado se demuestra por
el hecho de que fue el primer punto en ser abordado durante la negociación
entre el Gobierno y las Farc, y además, por el hecho de que las organizaciones
sociales agrarias quieren formar parte de la mesa de negociaciones entre
el Gobierno y el Eln. Estas organizaciones reclaman que su punto de vista
sobre las causas estructurales del conflicto sea tomado en cuenta.

La conclusión del libro se divide en tres secciones. La primera sintetiza


el análisis del poder político de los grandes terratenientes, poder que las
organizaciones campesinas deben afrontar en su cotidiano. La segunda reca-
pitula sobre los principales cambios de la lucha del movimiento campesino,
al mismo tiempo que destaca el por qué y el cómo de esta lucha. Es decir, las
reivindicaciones y las dinámicas que atraviesan al movimiento. Finalmente,
retoma el análisis de la reivindicación territorial y de la dinámica de auto-
nomía de las organizaciones campesinas de Colombia, en una perspectiva
comparada frente a otros movimientos sociales de América Latina.

26
Capítulo 1
Orígen y contexto del conflicto agrario:
Relaciones de dominación

La virulencia del conflicto armado y social en las regiones rurales de Colom-


bia se explica por el hecho de que en estas la propiedad privada y la vocación
de uso de la tierra son todavía objeto de disputas. Esto no quiere decir que
la tierra no tenga propietarios ni que los actores en disputa estén en una
relación de igualdad. Al contrario, las tensiones son creadas por la estructura
de propiedad, en la cual coexisten grandes propietarios (terratenientes o
latifundistas) de un lado, y campesinos sin tierra y pequeños propietarios,
del otro. Este capítulo apunta a delimitar, en primer lugar, la relación entre
el acaparamiento de la tierra y la violencia en contra del campesinado. En
segundo lugar, la utilización del aparato estatal por facciones de la clase
dominante, con ideales e intereses divergentes, que sucesivamente acceden
al control del poder institutional. Tal como será abordado en los siguientes
capítulos, la actitud de los grandes propietarios y del Estado tiene una fuerte
influencia en las transformaciones del movimiento campesino. Aunque, cabe
señalar, esta actitud es muy variable. Por ejemplo, puede ir desde ignorar las
demandas de los campesinos hasta tentativas de reforma agraria o, incluso,
desde acciones de represión contra el movimiento campesino paralelas a
un vigoroso apoyo a los grandes propietarios y agroindustriales.

El capítulo se divide en tres partes. La primera plantea brevemente


el concepto de violencia política institucional. La segunda presenta la
utilización de la violencia con el fin de monopolizar la tierra. La tercera
parte, que es el argumento central del capítulo, se concentra en el periodo
contemporáneo (1980-2016). Un periodo crítico en dos sentidos. Por una
parte, presenta la expansión del paramilitarismo y en particular una de sus
consecuencias, el despojo de aproximadamente 6,6 millones de hectáreas
(Garay Salamanca y Comisión de seguimiento, 2010, 5:15). Por otra parte,
sintetiza el surgimiento de un nuevo modelo económico, implantado sobre
las tierras expropiadas, modelo que se basa en el desarrollo extractivos
de los recursos naturales.

27
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

1.1. Poder político y relaciones sociales:


puntos de referencia teóricos

La amplitud de la violencia en Colombia llevó a una verdadera especializa-


ción de las ciencias sociales alrededor de este fenómeno. Si los violentólogos
aparecieron bajo este nombre en los años 1980, los estudios sobre la violen-
cia les precedieron en algunas décadas. La primera comisión gubernamental
de investigación sobre las causas y las situaciones de La Violencia se fundó
en 1958. Otras dos comisiones le siguieron, la de los violentólogos en 1986 y
la del Centro Nacional de Memoria Histórica que inició sus trabajos en 2007
y que aún está en funcionamiento (Jaramillo Marín, 2014). Estos estudios
sobre la violencia, entre mucho otros, captaron con discernimiento diversos
aspectos de este fenómeno ineludible de la realidad colombiana: el rol de las
élites en la violencia, las profundas desigualdades sociales, las disparidades
entre el nivel de vida de las regiones rurales y urbanas, la estructura de los
partidos, las deficiencias de los espacios de participación democrática, la
diversidad de las violencias, el rol del narcotráfico, entre otros (Camacho
Velásquez, 1999; Guzmán Campos, Fals Borda, y Umaña Luna, 1986; Pé-
caut, 1991; Pécaut, 1994; Restrepo A y Aponte, 2009)3. Pero la violencia es
un campo de estudio muy basto y su mismo concepto tiene contornos poco
precisos. Además, ciertas tesis relacionadas con su estudio parecen enredar
el conflicto más que contribuir a su comprensión, particularmente las de la
“cultura de la violencia” y de “la violencia difusa4.

Inspirándose en estos diferentes trabajos, pero queriendo restringir el tema,


esta reflexión se propone diferenciar dos tipos de violencia. Primero, la de
carácter social, la cual hace referencia a las acciones criminales realizadas
tras la pretensión de objetivos personales. Segundo, la violencia política, que
implica la utilización de la fuerza en la disputa por el poder; violencia que
puede ser revolucionaria o, al contrario, pro statu quo (Hagan, 1997; Sza-
bo, 1970). La primera de estas tiene objetivos altruistas de transformación
social, mientras que la violencia pro statu quo defiende las instituciones del

3 Para una revisión de las tres comisiones oficiales de búsqueda sobre el fenómeno de violencia ver
el libro Pasados y presentes de la violencia en Colombia de Jefferson Jaramillo Marín (2014).
4 Para una lectura crítica de estas tesis ver Celis, 2012a.

28
Leila Iliana Celis González

Estado y asegura la reproducción de las clases dominantes. Cuando el ejer-


cicio de la violencia política pro statu quo se beneficia del poder que emana
del Estado puede ser cualificada como violencia política institucional (VPI).

El concepto de VPI se inspira de las teorías sobre las relaciones sociales.


Como todas las teorías que han contribuido a la evolución de los debates en
ciencias sociales, el concepto de relaciones sociales ha sido interpretado de
diferentes maneras. En la literatura marxista, este concepto dio lugar a una
impresionante producción que va desde enfoques estructuralistas, para los
cuales las relaciones económicas constituyen la unidad de base para com-
prender la sociedad, a otros enfoques relacionalistas, los cuales se niegan
a reducir el análisis de las relaciones sociales a su dimensión económica
(Dufour y Rioux, 2008). Según estos últimos, las relaciones sociales de pro-
piedad y de producción comprenden el conjunto de relaciones materiales,
económicas, políticas, técnicas y culturales que enmarcan el ejercicio del
poder entre los miembros de una sociedad. Dichas relaciones son particu-
lares a cada sociedad. Es decir, no se transponen universalmente, ni en el
tiempo, ni en el espacio.

En la misma línea de este análisis de las relaciones sociales5, un grupo de


investigadores se reunió alrededor del trabajo de Robert Brenner quien,
en 1977, publicó The Origins of Capitalist Development: Critique of Neo-
Smithian Marxism (1977). Los trabajos de Brenner y de sus colegas sobre
la periodización de la historia del capitalismo provocaron un debate en
las ciencias sociales (Aston y Philpin, 1985), en el curso del cual el nuevo
enfoque ha sido cualificado como “marxismo político” (Bois, 1985). Esta
denominación le conviene a los investigadores en cuestión, ya que llega-
ron a la conclusión que históricamente el poder político había tenido un
papel central en la estructuración de las relaciones sociales de propiedad
y de producción. Por ejemplo, en sus investigaciones sobre las sociedades
precapitalistas europeas, Brenner comprueba que muchas veces:

Para los grandes terratenientes [...] la mejor regla de reproducción era


la ‘acumulación política’. Más que invertir en los nuevos y mejores me-
5 Para otras teorías relacionistas relacionadas con el debate de la transición y de la articulación
de los modos de producción, ver Rey, 1969.

29
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

dios de producción agrícola o de abrir nuevas tierras, los terratenientes


trataban de aumentar sus ingresos invirtiendo en el mejoramiento de
su potencial militar y político, construyendo comunidades políticas
y Estados feudales más fuertes, mejor armados, más grandes y más
coercitivos para dominar y controlar el campesinado y hacer la guerra
lo más eficientemente posible (Brenner, 1997, 21).

Brenner demuestra que el poder erigido a partir de este tipo de relaciones


sociales es un poder de apropiación constituido políticamente. En otras
palabras, la reproducción de la clase dominante (su enriquecimiento y su
consolidación) proviene directamente de prerrogativas del poder político
más que de las transacciones económicas.

Hay que anotar, por otro lado, que el recurso a mecanismos económicos
o políticos de reproducción de la clase dominante está circunscrito histó-
ricamente. Por ejemplo, la elección entre erigir feudos o instalar fábricas
para reproducirse no es una decisión que concierne individualmente a los
miembros de la clase dominante. La prevalencia de uno u otro de estos
espacios de reproducción está enmarcada por las relaciones sociales, las
cuales son construidas históricamente. De la misma manera, el productor
directo no puede decidir por sí solo sobre su grado de autonomía. El hecho
de que asegure su subsistencia trabajando por su cuenta o que sea obligado
a volverse asalariado son hechos ampliamente enmarcados por la historia
concreta de una sociedad. Una historia social en la cual, por otra parte,
intervienen diferentes factores6. La anécdota referida por Karl Marx en
el fragmento siguiente, sobre un industrial inglés que sale a instalarse en
Australia, ilustra claramente esta idea (1969, 774):

En primer término, Wakefield descubrió en las colonias que la propie-


dad de dinero, de medios de subsistencia, máquinas y otros medios de
producción no confieren a un hombre la condición de capitalista si le
falta el complemento: el asalariado, otro hombre forzado a venderse

6 Las luchas de clases reflejan diferentes dinámicas nacionales e internacionales como son
los cambios en los modelos económicos o las crisis económicas, pero las luchas de clase se
ven influenciadas también por factores naturales como son los cambios demográficos, los
progresos y los cambios tecnológicos, etc.

30
Leila Iliana Celis González

voluntariamente. Descubrió que el capital no es una cosa, sino una


relación social entre personas mediada por cosas. El señor Peel, nos
relata Wakefield en tono lastimero, llevó consigo de Inglaterra al río
Swan, en Nueva Holanda, medios de subsistencia y de producción por
un importe de 50.000 [libras esterlinas]. El señor Peel era tan previsor
que trasladó además 3.000 individuos de la clase obrera: hombres,
mujeres y niños. Una vez llegados a destinación, sin embargo, “el señor
Peel se quedó sin una doméstica que le tendiera la cama o que le tra-
jera agua del río” ¡Infortunado señor Peel que todo lo había previsto!
Salvo que, únicamente se había olvidado de exportar al río Swan las
relaciones de producción inglesas.

Interesa destacar dos elementos de estos trabajos sobre las relaciones


sociales. Uno, la importancia que puede tener, en ciertos contextos histó-
ricos, el acceso al aparato de Estado para reproducir el poder de las clases
dominantes. El otro es el acceso a medios de producción –la tierra en este
caso–, como componente que afecta significativamente las relaciones so-
ciales tanto de dominación como de resistencia. Así, enmarcadas por las
circunstancias históricas, las clases dominantes establecen los mecanismos
que les permiten la acumulación ampliada de sus activos, ya sea de poder o
de capital (objeto de este capítulo). En el mismo sentido que los productores
directos luchan por preservar la economía campesina (lo que es objeto de
los tres capítulos siguientes).

Los estudiosos del marxismo político identificaron la importancia del poder


político para la reproducción de las clases dominantes en las sociedades
precapitalistas y reservaron la utilización de este concepto para este tipo
de sociedades. Lo que se propone acá es darle una utilización diacrónica
para emitir la tesis según la cual, en Colombia, en el periodo contempo-
ráneo, las relaciones de dominación y de explotación en el sector agrario
son estructuradas, de modo predominante y estable, por mecanismos de
acumulación política7.

7 Esta tesis sobre la dominación y la explotación es parcial. Una lectura comprensiva de


la dominación debe tomar en consideración las relaciones coloniales de dominación con-
tra los indígenas y los afrodescendientes y las relaciones de dominación entre los sexos,
igualmente generadores de una gran violencia. La dominación de sexo tiene un impacto

31
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

1.2. Tierra y violencia: de la herencia colonial


a la Guerra Fría. Los antecedentes del paramilitarismo

La utilización de la fuerza pública por algunos sectores de la clase dominante,


como mecanismo de coerción contra los productores, tiene una larga histo-
ria en Colombia. En otros trabajos han identificado algunos de los puntos
de este proceso (Celis, 2008). Esta exposición solo pretende demostrar
que, a pesar de enfrentarse a obstáculos temporales, las élites del sector
agrario logran imponerse al interior de los grupos dominantes y terminan
por utilizar el poder del Estado para enriquecerse. Para esta demostración
centraremos la atención en dos de los mecanismos de acumulación más
utilizados: la coerción física directa y el poder jurídico para crear la norma
o para determinar su aplicación o su ineficacia. Este panorama histórico
permitirá comprender la escalada de la violencia ejercida contra los actores
sociales agrarios, la consolidación del paramilitarismo como actor social y
el nuevo modelo económico basado en la extracción de recursos naturales.

De la hacienda a la violencia como mecanismos de control social

Durante el periodo colonial, el modelo económico y político instaurado en


Colombia, al igual que en otros lugares de América latina, es el de la ha-
cienda, un sistema de organización social basado en la concentración de los
indígenas y de los esclavos sobre un territorio limitado –una hacienda– con
la finalidad de controlarlos. Esto les facilita a los funcionarios de la corona
española usar su autoridad para obligarles, por la fuerza y por la ley, a pa-

sobre la estructura de la propiedad terrateniente en la cual las mujeres campesinas, indí-


genas y afrodescendientes son marginadas más que sus pares masculinos. Por otra parte,
en el contexto del conflicto colombiano, la dominación sexual y el control territorial se
caracterizan por ejercer violencias de carácter sexual, particularmente de violación. Estas
violencias afectan directamente y en primer lugar a las mujeres, pero también comunidades,
particularmente pueblos indígenas. Para un análisis de la violencia sexual en el contexto
del conflicto armado, ver: Mujeres y guerra: Víctimas y resistencias el Caribe colombiano,
Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (2011) y La verdad de las mujeres.
Víctimas del conflicto armado en Colombia, Ruta Pacífica (2013). El excelente trabajo de la
investigadora Donny Meertens (2000), Ensayos sobre tierra, violencia y género: Hombres
y mujeres en el historia rural de Colombia, 1930-1990, introduce un análisis de género en
la problemática agraria.

32
Leila Iliana Celis González

gar un tributo a la metrópoli con trabajo y con dinero. Fernando Guillén


recuerda las formas tomadas por esta relación: “A) Tributos en oro de los
indígenas subyugados, saqueo de joyas, alimentos y textiles a los grupos
rebeldes, profanación de sepulturas (1502-1537). B) Exigencia de favores
personales, justificación de la esclavitud y obtención de repartimiento de
los indígenas (1530-1560). C) Organización estable de la encomienda como
sistema de pago de los tributos y de utilización de mano de obra servil (a
partir de 1540)” (2006, 60). Por otra parte, como lo recuerda Álvaro Tirado
Mejía, las demoras o tributo que los indígenas debían pagar al encomendero
comprendían “las pensiones particulares, el quinto para el rey, la retribución
para el cura y el salario de los corregidores” (2001, 27).

El modelo económico y de asentamiento de la hacienda asegura que el


control de la tierra se convierta en la vía de ascenso social y político por
excelencia. Este modelo explica también que al final del periodo colonial
(1810-1820), las regiones más pobladas son aquellas que están organizadas
en torno a las haciendas y que una gran parte del país esté escasamente habi-
tada. La economía colonial desalienta el desarrollo de vías de comunicación
al interior de la colonia puesto que el comercio gira en lo fundamental hacia
y con la metrópoli española. En 1850, más del 65% del territorio permanece
sin cultivar (Agustín Codazzi, citado en LeGrand, 1991, 122) y está habitado
solamente por indígenas, principalmente sobre una base nómada o seminó-
mada. Estas tierras, llamadas baldíos, son entonces propiedad del Estado.

Asimismo, a finales del periodo colonial, los campesinos que trabajan en


las haciendas están sometidos a condiciones de trabajo y tratos bastante
cercanos a la servidumbre y a la esclavitud. En el momento de las luchas
de independencia, aparecen lógicas opuestas a la utilización de la violencia
como mecanismo de dominación, particularmente la de los Comuneros, pero
se vieron traicionadas y aniquiladas por los hacendados. A fin de cuentas,
son los grandes terratenientes quienes toman el poder de la nueva república
(Guillén Martínez, 1979, 195-245). Debido a que los grandes propietarios
logran hacer prevalecer su fuerza sobre la corona y sobre los pequeños
propietarios, el poder político de la naciente república permanece vincu-
lado a la gran propiedad terrateniente, de ahí que las relaciones coloniales
no desaparezcan con el advenimiento de la república. Desde entonces, la

33
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

lucha por la apropiación de la tierra es indisociable de la lucha por el poder


político y viceversa.

No hay que olvidar que la tierra es, sin duda, el recurso más abundante del
que es dotada la nueva república. Para disponer de ella el gobierno es guiado
por el doble objetivo de conseguir ingresos para el Estado y de promover el
desarrollo rural. Así, los baldíos son vendidos a los particulares, se consagran
en concesión a empresas o son dados en propiedad a colonos8. Durante los
primeros años después de la independencia, el Estado colombiano vende
las tierras baldías con fines fiscales (Ley 11 de 1821) y las utiliza para pagar
en especie a los servidores de la república, como por ejemplo a los militares
y los empleados de las vías. Pero lo que va a dar forma a la cuestión agraria
es la política de titulación de baldíos que el Estado establece a partir de
1874 (Ley 61 de 1874 y Ley 48 de 1882). A través de esta política el Estado
reconoce la colonización de baldíos como un mecanismo válido para adquirir
derechos de propiedad.

La colonización y la adjudicación de los baldíos a finales del siglo XIX es


crucial para comprender cómo se formó la estructura actual de la propiedad
terrateniente. La titulación de estos terrenos comienza paralelamente a las
reformas de mediados del siglo XIX, que liberalizan el comercio y cambian
radicalmente la organización de la producción (Melo y Álvarez, 1995). La
economía, que todavía está especializada según las necesidades comerciales
de España (principalmente de minerales) se diversifica para responder a
las necesidades de un mercado más internacional. Por ejemplo, en 1850,
con la apertura del mercado que siguió al fin del monopolio del comercio
del tabaco, los trabajadores concentrados en las tierras altas alrededor de
las haciendas parten a la búsqueda de tierras bajas, de clima templado,
más propicias para el cultivo del tabaco, ahora en tierra propia. Por estas
razones, los terratenientes que buscan integrarse al mercado internacional
abasteciendo productos agrícolas (principalmente café y azúcar) tienen
dificultades en encontrar obreros para sus haciendas.

8 Para un análisis muy sucinto de la política de baldíos ver El problema de los baldíos en
Colombia, un asunto sin resolver (Salgado, 2014) y Tendencias históricas y regionales de
la adjudicación de baldíos en Colombia (Villaveces Niño y Sánchez, 2015) .

34
Leila Iliana Celis González

Es en este contexto que una de las oleadas más importantes en el acapara-


miento de tierras tiene lugar. Por un lado, los campesinos colonizan peque-
ños lotes de tierra, lo que les da derecho a la propiedad según la legislación
vigente. Generalmente los campesinos no proceden a legalizar su posesión
por falta de recursos económicos, ya que el proceso es muy oneroso y
porque toda su energía está dedicada a la supervivencia y a la producción.
Pero, por otro lado, los grandes propietarios emprenden procedimientos
jurídico-administrativos con la finalidad de hacerse reconocer la propiedad
de grandes extensiones –que generalmente incluyen las tierras coloniza-
das por varias familias campesinas– (LeGrand, 1988). Colateralmente, el
despojo de los campesinos sirve para crear la mano de obra necesaria para
la agroindustria.

En un importante trabajo de investigación, documentado en el Archivo


Colombiano de Terrenos Baldíos de 1830 a 1930 y la Correspondencia de
Baldíos del Ministerio de Industrias, la historiadora Catherine LeGrand
demuestra que entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, los gran-
des terratenientes se apropian por vía jurídica de cerca de 3,1 millones de
hectáreas de tierras públicas. LeGrand muestra además que “una cantidad
todavía más importante pasa a manos privadas a través de apropiaciones
ilegales” (1991, 125). Más del 70% de las tierras otorgadas entre 1874 y
1910 son propiedades de más de 1.000 hectáreas. Además de legalizar la
adjudicación de tierras campesinas y de la nación, los títulos otorgados a
los grandes propietarios sirven para despojar a los campesinos del trabajo
que habían efectuado para desbrozar la tierra (ver capítulo 2, infra).

Es así como a principios del siglo XX los grandes propietarios consiguieron


asentar su poder en las instituciones del Estado. Desde entonces, se mues-
tran implacables cada vez que un gobierno liberal intenta hacer reformas
agrarias, o cuando las organizaciones sociales agrarias cuestionan la gran
propiedad de la tierra.

Por ejemplo, en 1936, la ley 200 legalizó la existencia de sindicatos agrarios


e introdujo el concepto de “función social de la tierra”: los derechos sobre la
misma están sujetos a su utilización y esto, sin importar el tipo de usufructo
(posesión, propiedad) o de las modalidades de adquisición (por la reforma

35
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

agraria, por compra, por colonización). Si una propiedad no es utilizada y en


consecuencia no cumple con su función social, el Estado puede expropiarla
e incluirla en su programa de reforma agraria. Estas medidas favorecen a
los intereses de los campesinos-aparceros que, trabajando la tierra, pueden
hacerse reconocer el derecho de propiedad.

En respuesta, los latifundistas agrupados en la Acción Patriótica Econó-


mica Nacional lanzan la ofensiva de la “reconquista”, la cual da origen
al aciago periodo de la historia nacional conocido como La Violencia
(1946-1958) (Múnera Ruiz, 1997), durante la cual los grupos más conser-
vadores de la clase dominante utilizan la coerción directa con la finalidad
de impedir la reforma agraria y de proteger los grandes latifundios y la
industrialización-hacendataria (Guillén Martínez, 1979, 367-482). A partir
de 1946, bajo la apariencia de una lucha entre los partidos conservador y
liberal, la violencia armada contra los campesinos por parte de la policía y
de los grupos paramilitares de la época (los pájaros y los chulavitas) toma
una magnitud sin precedentes. Este periodo de guerra abierta contra el
campesinado sin tierra o con poca, en el que se impusieron los latifundis-
tas, arroja un saldo de más de dos millones de campesinos desplazados
–que por el mismo hecho perdieron sus tierras–, el asesinato de más de
200.000 personas, la aniquilación de todo tipo de organización social
y un aumento considerable de la concentración de la tierra (Guzmán
Campos, Fals Borda, y Umaña Luna, 1986). En 1944 los latifundistas
logran que se apruebe la ley 100, que permite la concentración de la gran
propiedad, desaparece el principio de la función social de la tierra (y con
ello la posibilidad de expropiar la improductiva) y le quita la posibilidad a
los campesinos-aparceros de adquirir la propiedad a través de su trabajo
(Villaceves Niño y Sánchez, 2015).

Si en 1948 estalla la violencia vinculada a la lucha por la tierra, no hay


que concluir que se trata de un accidente aislado de la historia nacional.
Al contrario, su utilización como recurso para expropiar al campesinado
no es un fenómeno coyuntural. La utilización de la violencia contra los
campesinos orientó la acción del Estado, por ejemplo, en la concepción de
políticas públicas de represión. Un caso emblemático de esta acción es el
ataque contra los campesinos de Marquetalia en 1964, suceso que marca la

36
Leila Iliana Celis González

emergencia de la guerrilla de las Farc (Ramírez Tobón, Angulo y Seminario


sobre Economía Campesina, 1981).

Años después, los grandes propietarios continúan utilizando la violencia


contra los campesinos de manera cotidiana, pero de forma menos espec-
tacular. Tal como lo relata Elías Manuel María Flórez, dirigente campesino
de la Anuc:

Una vez [era en 1975-1976] nos informaron de un caso de un campe-


sino que había sido detenido en la región de Valledupar. Se trataba
del único campesino que no había aceptado vender su parcela a un
terrateniente. El terrateniente había hecho matar una vaca y echar
las partes del animal en la tierra del campesino. La policía detuvo al
campesino y lo llevó al Banco [departamento de Magdalena] donde le
hicieron un juicio por robo de ganado y lo condenaron… Ya tenía seis
meses que estaba en la cárcel… (María Flórez, 2012).

¿Cuál es el significado de este encarcelamiento? El análisis se enuncia en un


discurso realizado por un dirigente de la Anuc durante una manifestación
en solidaridad con el campesino delante de la comisaría de El Banco y que
es relatado por Elías María:

Damos a conocer que el compañero está preso ilegalmente porque


este gobierno está más interesado en atender las peticiones de los
grandes terratenientes que las nuestras, nosotros que no logramos
obtener créditos, no tenemos tierra, no tenemos nada de hecho [...]
estamos en la mira de los policías [que deberían ser] nuestros amigos,
nuestros camaradas puesto que son tan pobres como nosotros (María
Flórez, 2012).

En el ejemplo citado por Elías María, la coerción es ejercida casi diariamente


contra los campesinos que no ceden frente al poder. La coerción permite
consolidar el latifundio: extiende la propiedad individual de los latifundistas
y lo erige en sistema político. No hay que perder de vista que los años a los
que hace referencia Elías María son aquellos durante los cuales los grandes
propietarios alcanzaron un pacto para ponerle fin a la tentativa de reforma

37
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

agraria (ver capítulo 2, infra), un periodo de contrarreforma que lleva a


recordar al ocurrido en 1944, cuando los conservadores le pusieron fin a la
tentativa de reforma liberal de 1936.

Si se analizan más específicamente las características de la violencia arma-


da desplegada por los grandes propietarios (a través de sus esbirros o de
la fuerza pública), resulta que esta violencia, aunque muy generalizada, es
un estado de hecho, ejercida de manera directa, sin sustento jurídico. Este
estado de hecho será reforzado por medidas legislativas provenientes del
Estado central en el transcurso de los años 1960.

Es una violencia que se prolonga. En el contexto de la Guerra Fría, Colombia


implementa la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) para luchar contra el
comunismo, doctrina que se traduce en ataques contra las organizaciones
sociales relacionadas con este último (Centro de Investigación y Educación
Popular, 2004). Al interior de las fuerzas armadas dos visiones se confron-
tan con respecto a la manera de proceder para enfrentar lo que identifican
como intento revolucionario, y con ello la manera de desplegar una estrategia
contra-revolucionaria (Dufort, 2017). La línea reformista hace hincapié sobre
la importancia de combatir no solamente a los rebeldes y sus simpatizantes,
sino también las causas de la revolución, entre las cuales se encuentra la
pobreza. La línea “dura” o conservadora, que se impondrá en el transcurso
de la década de 1960, prioriza la vía puramente militar para poner fin a la
amenaza comunista. Tanto la una como la otra resaltan la importancia de la
colaboración de la población civil en esta lucha contra el enemigo interno.

Estrategia militar que gana carta blanca. En 1965, el gobierno de Guillermo


León Valencia promulga el decreto 3398 que crea los grupos paramilitares
y autoriza a los “civiles” a utilizar el armamento normalmente reservado
para el ejército. Este Decreto, emitido bajo el estado de sitio, se vuelve per-
manente con la ley 48 de 1968, la que no será declarada inconstitucional
sino hasta 19899. En consecuencia, es justo decir que la existencia de los

9 Sobre la historia institucional de la creación del paramilitarismo en la legislación y sobre la


relación con las instituciones del Estado, ver: El problema de los baldíos en Colombia, un
asunto sin resolver (Salgado, 2014) y Justicia y Paz: los silencios y los olvidos de la verdad
(Linares Prieto, Herrera Ariza, y Centro de Memoria Histórica, 2012).

38
Leila Iliana Celis González

grupos paramilitares de extrema derecha ha sido enmarcada por la legis-


lación colombiana.

De esta manera, la DSN renueva la lógica social que hace de la violencia


armada un mecanismo de acumulación económica y de reproducción del
poder. Verdadera estrategia de contra-insurgencia, esta Doctrina viene a
apoyar a los intereses de los grandes terratenientes que, de larga data, utili-
zan la violencia política para reproducir su poder y apropiarse de riqueza10.
Además, legitima e institucionaliza una ideología conservadora y un modus
operandi ya presente en la dinámica militar y política: la utilización de
ejércitos privados por parte de la clase dominante (Guillén Martínez, 1979).

Esta legislación tiene, sin lugar a dudas, un gran impacto en la amplitud


que tomó el fenómeno paramilitar desde finales de los años 1970, fenómeno
que analizo en lo restante de este capítulo.

1.3. El paramilitarismo en el periodo contemporáneo

Los paramilitares son grupos armados de extrema derecha que tienen en


común el ejercicio de una violencia extrema en defensa del status quo.
Para ajustarse a la realidad colombiana, una definición del paramilitarismo
“clásico” hace referencia a los grupos que, guiados por una ideología de
derecha, apoyan las instituciones del Estado en la guerra contra la guerri-
lla. De acuerdo con los preceptos de la estrategia militar, la guerra contra-
revolucionaria no ataca solamente a los grupos armados que se oponen al
poder del Estado, sino sobre todo a sus bases sociales. Según el profesor
Stathis Kalyvas, los grupos paramilitares no tienen un origen unívoco,
pueden ser “en un extremo, pequeñas organizaciones directamente creadas
por instituciones del Estado para llevar a cabo acciones extrajudiciales; en

10 Philippe Dufort afirma que en los años posteriores, la línea dura de la Armada logra
consolidar una alianza con los grandes propietarios y transformar la relación entre las
Fuerzas Armadas, el Estado y el resto de la sociedad. Este proceso acabó por “marginalizar
las instituciones del Estado en la guerra, al mismo tiempo que moviliza y militariza las élites
regionales de una manera que recuerda las milicias privadas del siglo XIX” (en publicación
2017, 22/33).

39
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

otro extremo, verdaderos ejércitos que tienen diversos grados de autonomía


ante el Estado […] Estos diferentes grupos pueden coexistir en un mismo
país. Tal es el caso de Colombia” (2005, 29).

1.3.1. Surgimiento y desarrollo

En Colombia, los primeros grupos paramilitares creados explícitamente


para combatir la guerrilla aparecieron en la región del Magdalena Medio
entre 1978 y 1982.

En un principio los paramilitares que aparecen en esta región son pequeños


grupos locales, bajo el mando de los terratenientes que se niegan a pagar la
vacuna, es decir, el impuesto de guerra establecido por la guerrilla, o sea
que los paras protegen a sus patrones de posibles secuestros; de alguna
manera son una especie de guardaespaldas. Al mismo tiempo los paramili-
tares atacan a los campesinos que consideran colaboradores de la guerrilla,
lo que permite, de paso, que los latifundistas se anexen su tierra y demás
propiedades.

En 1982 estos grupos paramilitares se asocian para constituir las Autode-


fensas de Puerto Boyacá. Tal como lo recuerda Mauricio Barón Villa:

De acuerdo con el capitán Oscar Echandía, la primera reunión para


crear un grupo organizado de autodefensas con el propósito de com-
batir a las FARC es convocada por el teniente coronel Jaime Sánchez
Arteaga. A ella asistieron ocho personas que posteriormente asumieron
el liderazgo de la organización paramilitar que nació de allí. Se trató
de Gonzalo de Jesús Pérez y Henry de Jesús Pérez (padre e hijo),
ambos eran ganaderos y en algún momento en la década de 1980 se
convirtieron en narcotraficantes a gran escala; Nelson Lesmes quien
era propietario de una granja avícola; Pedro y Jaime Parra, terratenien-
tes de Puerto Boyacá; Luis Suárez, representante de Gilberto Molina,
para esa época Molina era uno de los jefes más poderosos de la mafia
alrededor de la explotación de las minas de esmeraldas. Rubén Estra-
da, representante de algunos ganaderos del vecino departamento de
Caldas. Carlos Loaiza y sus tres hijos, aunque rápidamente perdieron

40
Leila Iliana Celis González

influencia en el proyecto paramilitar; y, obviamente, el teniente coronel


Arteaga (2011, 42).

A partir de la década de 1980 los grupos paramilitares se desarrollan. Los


grupos locales entran progresivamente en contacto entre ellos para luego
articularse en estructuras regionales y así dar paso a la constitución de
grupos nacionales. Las “Autodefensas de Puerto Boyacá” desempeñaron en
ese entonces el papel de proyecto-piloto para el paramilitarismo (Centro de
investigación educación popular 2004)11.

La historia de las Autodefensas de Puerto Boyacá está vinculada al hecho


de que, coincidencia o no, a inicios de los años 1980, las Fuerzas Armadas
proceden a una reestructuración interna “con el objetivo de facilitar el
mando y el control operacional” de sus acciones y deciden crear la Segunda
división del Ejército para asignar a las brigadas I, V y XIV en la jurisdic-
ción de los departamentos de Boyacá, Santander, Norte de Santander, el
Sur de Bolívar y el Sur de Cesar” (disposición Nº 002 de enero de 1983,
Segunda División Ejército Nacional, 2012). Esto corresponde a la región
controlada progresivamente por las Autodefensas de Puerto Boyacá. En
1983 el Ministerio de la Defensa escoge a la municipalidad de Puerto Berrío
(Antioquia) como sede de la XIV Brigada, situada solamente a 55 kilóme-
tros de Puerto Boyacá. El argumento es que “es una capital estratégica a
partir de la cual se controla toda la región y porque este municipio es un
centro económico que conecta el interior del país con la costa [Caribe,
una región] fundamental para la comercialización de materias primas y
de productos de transformación” (Segunda división Ejército Nacional,
2012). A fin de cuentas, el adoctrinamiento y el entrenamiento militar de
los paramilitares de Puerto Boyacá y el apoyo de sus operaciones militares

11 Hasta principios de los años 2000 los crímenes del paramilitarismo y sus vínculos con
las instituciones del Estado (Fuerzas Armadas, Policía, agencias de información) fueron
documentados por organizaciones sociales y de derechos humanos. Sistemáticamente, a
estos defensores de los derechos humanos se les acusaba de trabajar para la guerrilla con la
finalidad de manchar la imagen de las instituciones del Estado. A partir de 2002, en el marco
de las leyes de amnistía para los paramilitares, las cuales instauran las declaraciones libres,
los paramilitares mismos dieron su versión de los hechos, que muchas de las veces rebasan
por mucho lo que había sido documentado por las organizaciones sociales. Ver los informes
del Centro Nacional de Memoria Histórica.

41
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

terminan haciéndose con la participación directa de los miembros de las


Fuerzas Armadas.

En varias regiones de Colombia el paramilitarismo se crea a imagen del


proyecto ya experimentado en el Magdalena Medio12. Hacia finales de los
años 1980, éstos se reagruparon en bloques y en 1997-1998 se federaron,
no sin tensiones, en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). En esta
federación paramilitar, los grupos de la región del Magdalena Medio se
convirtieron en el Frente Isidro Carreño del Bloque Central Bolívar.

El crecimiento del paramilitarismo es vertiginoso y no se refleja única-


mente en el uso de la fuerza ejercida por las clases dominantes, incluye
también otras dinámicas. Por ejemplo, reclutan a personas que han sido
víctimas de la guerrilla (principalmente de vacunas y secuestros). El pa-
ramilitarismo es promovido también por las élites políticas y económicas
de las regiones, críticas de las negociaciones de paz entre el gobierno y la
guerrilla ya que las consideran demasiado generosas en concesiones (Ro-
mero 2003). Este discurso es en parte utilizado por la extrema derecha en
el contexto de las negociaciones realizadas por los gobiernos de Belisario
Betancur (1982-1986), de Andrés Pastrana (1988-2002) y de Juan Manuel
Santos (2010-2018)13.

Las filas de los paramilitares se refuerzan también con individuos que


buscan un empleo o un mecanismo de ascensión social (Barón Villa
2011) en una sociedad que está ampliamente afectada por la pobreza y
la marginalidad. Varios analistas afirman que el paramilitarismo surge
como un movimiento de protesta de las élites locales frente al gobierno.
Es decir, una oposición de poderes locales al poder central. Sin embargo,
y sin la intención de contradecir estas tesis que se basan en constataciones
empíricas pertinentes, interesa destacar que las élites regionales forman

12 Hay que precisar, sin embargo, que ciertos grupos paramilitares se negaron a aliarse con el
narcotráfico. Para un análisis de las dinámicas y los tipos de relaciones entre el narcotráfico
y los grupos paramilitares ver el libro de Ricardo Vargas, Narcotráfico, guerra y política
antidrogas: una perspectiva sobre las drogas en el conflicto armado colombiano (2005).
13 Para un análisis de la evolución de las alianzas y tensiones entre los grupos paramilitares,
narcotraficantes y las Fuerzas Armadas en la región de Magdalena Medio, ver: Estado.
Control territorial paramilitar y orden político en Colombia (Gutiérrez y Barón, 2006).

42
Leila Iliana Celis González

parte de la clase dominante y por lo tanto tienen acceso a las instituciones


del Estado. Aún más, para comprender con mayor claridad la amplitud
del fenómeno paramilitar, hay que tomar en consideración otros dos fe-
nómenos que se imponen con éxito en el mismo periodo: el narcotráfico
y la extracción de recursos naturales (minerales, hidroelectricidad, hi-
drocarburos, productos agrícolas y forestales). El desarrollo de ambos se
consolida con el paramilitarismo y los dos participaron en la consolidación
y en la profundización de la estructura de acaparamiento de las tierras.

1.3.2. Convergencia del paramilitarismo y del narcotráfico

Impulsado por fuertes precios a la alza, en un mercado internacional


prometedor y de beneficios incrementados por la ilegalidad, el tráfico
de cocaína se instala en Colombia a inicios de los años 1980 y prospera
rápidamente. En su auge, éste se beneficia de la situación precaria de los
campesinos de las zonas rurales que, por falta de caminos, de crédito o
de asistencia técnica, aceptan de buena voluntad cultivar la coca (Henao,
2012). También saca provecho del desempleo generalizado y de la ausen-
cia de perspectivas que afecta a los jóvenes, para muchos de los cuales el
sicariato a sueldo del narcotráfico aparece como una de las raras posibi-
lidades de movilidad social.

Los flujos crecientes de liquidez económica que el narcotráfico genera y


los intereses de clase que va definiendo progresivamente, cambian las
dimensiones del conflicto ya que llevan al surgimiento de un nuevo actor:
el narco-paramilitarismo ¿Cómo es que los narcotraficantes entraron en
contacto con los “actores armados tradicionales” (guerrilla y paramilitares)
y viceversa? ¿Qué es lo que va a definir las alianzas entre el narcotráfico,
la insurgencia y los paramilitares? A nuestro parecer, una de las expli-
caciones puede girar en torno a la afinidad de objetivos y de intereses
compartidos entre los diferentes actores. Es evidente que el objetivo de los
narcotraficantes es concentrar tanta riqueza y poder como sea posible. Así,
naturalmente el objetivo de acumular riqueza acerca a los narcotraficantes
con las élites locales. Hay que recordar que los narcotraficantes no siempre
provienen de condiciones de pobreza. Si el caso de Pablo Escobar no es

43
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

único, él tampoco representa una tendencia14. Al contrario, varias de las


familias que dan origen al narcotráfico en Colombia eran terratenientes
ricos (los Castaños, los Ochoa, los Orejuela, etc.).

Dicho esto, ciertamente los narcotraficantes también habrían podido aliarse


con la guerrilla. Los laboratorios para la transformación de pasta o las pistas
aéreas del narcotráfico se sitúan en regiones controladas por ésta. De hecho,
algunos analistas identifican el establecimiento de lazos efímeros entre el
ELN y Pablo Escobar y otros observaron que varios frentes de la guerrilla,
principalmente de las Farc, se financian en parte por ingresos vinculados
al narcotráfico. Sin embargo, la convergencia entre el narcotráfico y el
paramilitarismo se vuelve progresivamente hegemónica. Por ejemplo, un
acontecimiento puntual parece haber tenido una considerable influencia
en la cristalización de las relaciones entre los diferentes actores armados.
Se trata del secuestro de Martha Nieves Ochoa ejecutado por la guerrilla
del M-19 en 1981. La familia Ochoa pertenece a la “aristocracia latifundis-
ta tradicional de Antioquia”, asimismo los hermanos de Martha Nieves
Ochoa son también miembros del Cartel de Medellín (Atehortúa Cruz y
Rojas Rivera, 2008). La guerrilla pide un rescate a cambio de la liberación
de la integrante de la familia Ochoa. Pero, reunidos en cumbre, los jefes
del narcotráfico, los empresarios y los miembros de las Fuerzas Armadas
deciden no pagar. El desenlace es ampliamente conocido:

“El 1 de diciembre de 1981, los hermanos de Martha Nieves Ochoa


convocaron a un encuentro de urgencia que se realizó en el Hotel In-
tercontinental de Medellín al que asistieron 223 personas, la mayoría
jefes de la mafia, entre ellos, Pablo Escobar, Carlos Ledher y Gonzalo
Rodríguez Gacha. El objetivo de esta reunión era crear un proyecto que
contrarrestara las acciones de los grupos guerrilleros [...] los asistentes
dieron cada uno 2 millones de pesos y 10 de sus mejores hombres. De
esta manera nació el MAS, un ejército privado de 2,230 hombres y
un fondo de 446 millones de pesos para “recompensas, ejecuciones y
equipo” (Verdad abierta, 2016).

14 Al igual que Pablo Escobar, otros personajes de estrato social muy pobre acumularon
riqueza y poder a través de la economía criminal y la violencia. Por ejemplo, Víctor
Carranza conocido como el zar de las esmeraldas.

44
Leila Iliana Celis González

En los meses siguientes, más de cien miembros y allegados del M-19 son
secuestrados, torturados y asesinados. Estos crímenes son cometidos con
la participación de miembros de las Fuerzas Armadas Colombianas (Pro-
curaduría General de Nación, 1983). Martha Nieves Ochoa es liberada sin
que su familia pague por su liberación, sin embargo el MAS se mantiene.

A partir de este momento, los asesinatos perpetrados por el MAS se multipli-


can en diferentes regiones del país. La cumbre de los jefes del narcotráfico,
los empresarios y los miembros de las Fuerzas Armadas de 1981 marca la
aparición del narco-paramilitarismo como un fenómeno de envergadura
nacional, fenómeno que, como su nombre lo indica, se caracteriza por la
convergencia del narcotráfico y del paramilitarismo. Al principio la historia
del narco-paramilitarismo es una alianza entre narcotraficantes y parami-
litares, pronto estos actores se fusionan en uno solo. En 1989, un informe
del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), identifica cuatro
funciones de la acción paramilitar: 1. Proteger del crimen a la comunidad
y a sus propiedades; 2. Cuidar la seguridad de los líderes tanto del Cartel
de Medellín como de las Autodefensas; 3. Producir cocaína y, por supuesto,
proteger los laboratorios; 4. Organizar ataques contra sectores de la izquier-
da, funcionarios de gobierno y de políticos opuestos a los narcotraficantes
(Procedido 1589, Delito: Acuerdo para cometer un delito. Cuaderno Copia
no 6, Hojas 86-172, Secreto, el 16 de marzo de 1989. Citado en Barón Villa,
2011, 53).

Otro episodio que también tuvo un rol clave en la consolidación del narco-
paramilitarismo es la creación de las Cooperativas Comunitarias de Vigilan-
cia Rural (Convivir). Constituidas por el decreto 3567 de 1994, las Convivir se
presentan como empresas de seguridad privada. En realidad, son empresas
de fachada de los grupos paramilitares (Verdad abierta 2012a). Tal como
fueron concebidas por los jefes narco-paramilitares Salvatore Mancuso y
Carlos Castaño15, éstas facilitan la organización logística de los paramilitares
y sirven de vitrina política para “legitimarlos”. Gracias a la flexibilidad que

15 El rol de las Convivir no es solo ayudar a extender el narco-paramilitarismo a escala nacional


y con esto lograr despojar a los campesinos de sus tierras. Los jefes narco-paramilitares —que
concibieron y forjaron las Convivir— también desarrollaron una estrategia político-militar
con la finalidad de dotar al narco-paramilitarismo de un estatuto político.

45
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

les confiere su estatuto doble –legal e ilegal– y a la promoción abierta que


de ellas hacen diferentes funcionarios del Estado, hombres de negocios y
políticos, las Convivir se multiplican rápidamente en todo el territorio co-
lombiano y, “según las cifras de la época, sus efectivos alcanzan el número
de ciento veinte mil”. La naturaleza de sus actividades a favor del parami-
litarismo es descrita en la conclusión de la Sentencia del Tribunal Superior
de Antioquia (17 de abril de 2012):

[La Convivir de Papagayo] fue creada y manejada por la autodefensa,


brindando al grupo ilegal apoyo logístico y de inteligencia, fruto de
lo cual los armados ilegales realizaron acciones militares en la región
[...] el dominio de las autodefensas sobre ella era de tal magnitud que,
prácticamente, ambas organizaciones, una de origen legal y la otra una
organización criminal, confluían en objetivos, actores y directivos”
(citado en Verdad abierta, 2012).

Hay que subrayar un último elemento del análisis de la convergencia del


paramilitarismo y el narcotráfico. El narco-paramilitarismo pone de ma-
nifiesto un fenómeno de recomposición de clases. En efecto, una nueva
clase social se forma durante los años 1980-90 y ganará progresivamente
un sitio al interior de la clase dominante. Inicialmente está compuesta de
sicarios y de traficantes de drogas y esmeraldas. La clase emergente se
amplía después a los “señores de la guerra” (Duncan, 2006) quienes hacen
de la protección de la economía ilegal su profesión. Fuertes por el poder
económico y militar que adquieren en pocos años, los narco-paramilitares
imprimen una nueva dinámica al paramilitarismo en la cual ya no son los
sirvientes de los grandes terratenientes, sino sus homólogos.

Entre 2002 y 2006, el gobierno de Álvaro Uribe concluye un proceso de


negociación y de desmovilización con los grupos paramilitares. Según las
denuncias de las organizaciones sociales y de las Ongs de derechos huma-
nos, este proceso, por el cual el gobierno concede la impunidad a los para-
militares que él mismo creó, sirve también para blanquear los bienes del
narco-paramilitarismo y para darles una credibilidad política a los que hasta
entonces eran actores criminales. Sin embargo, tal como varios analistas lo
señalan “[…] con posterioridad a las desmovilizaciones pactadas durante

46
Leila Iliana Celis González

la administración de Uribe Vélez, se han reestructurado nuevos grupos


narcoparamilitares y han acentuado su carácter de aparatos armados de
un complejo violento y mafioso vinculado al narcotráfico, a negocios con
violencia y control de poderes territoriales para apropiarse de recursos del
Estado” (Unidad Investigativa de Indepaz, 2015).

1.4. La extracción de recursos naturales


como modelo económico

Paralelamente a la formación y al desarrollo del narco-paramilitarismo


en los años 1980, Colombia inicia el proceso de sustitución del modelo
extractivista-desarrollista por el del extractivismo neoliberal.

Los dos modelos son extractivistas en la medida en que dependen de ma-


terias primas, productos agrícolas, minerales e hidrocarburos. Hasta 1968
el principal producto de exportación era el café, después la exportación
del petróleo toma importancia. En 2009, los tres principales productos de
exportación son: petróleo, carbón y café (Bonilla, 2011).

La diferencia entre los dos modelos reside en sus objetivos a largo plazo.
Mientras que el extractivismo desarrollista busca financiar la industrializa-
ción con los ingresos de la extracción de recursos naturales, el objetivo del
extractivismo neoliberal es el crecimiento económico. Es decir, el extracti-
vismo no es visto como un modelo temporal que debería permitir el paso a
otro modelo más estable, sino que se transforma en un objetivo en sí mismo.

El extractivismo neoliberal llegó a ser posible gracias a una serie de reformas


que incluyen la legislación fiscal y medioambiental, la del Código del Trabajo
y Minero, así como la legislación que enmarca los hidrocarburos; reformas
que flexibilizan la legislación para incentivar la inversión extranjera directa
(Celis 2017, en publicación). La naturaleza territorial del extractivismo
permite comprender la lucha creciente por el control de las tierras. A pe-
sar de la oposición que suscitan las políticas extractivistas neoliberales, la
emisión de títulos de explotación aumenta exponencialmente. Tan solo en
la administración de Álvaro Uribe (2002-2010) el número de los títulos de

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Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

explotación minera pasa de 1.13 millones a 8.53 (La Silla Vacía, 2010). Tal
como lo señala “la Contraloría General de la República (2012) 67’482,895
hectáreas, es decir, el 59% del territorio nacional […] está demandado en
concesión minera” (Cardona Arango, 2012, 21). Precisamente, una de las
“locomotoras” de la administración de Juan Manuel Santos reposaba en el
sector minero y energético (J. M. Santos, 2010).

Las empresas dedicadas al desarrollo de la hidroelectricidad, de las minas,


de los hidrocarburos o de los monocultivos agroindustriales dependen del
acceso a la tierra. El desarrollo del extractivismo agrario se debe en gran
medida a la intervención de grupos poderosos que históricamente han
tenido una gran influencia en el aparato estatal, tal como los grandes pro-
ductores cañeros (por ejemplo, los propietarios de las empresas Manuelita,
RioPaila, Castilla) o los ganaderos (asociados en la Federación Colombiana
de Ganaderos –Fedegan–).

Para los campesinos, la relación entre el extractivismo y la violencia de la


que ellos son víctimas es muy clara. Afirman, por ejemplo, que el despla-
zamiento al cual han sido forzados no es una consecuencia del conflicto
armado, sino que tal conflicto es provocado para apropiarse de sus tierras
y para cambiar el tipo de explotación de las mismas. Este hecho que es
actualmente reconocido por instituciones nacionales e internacionales:

Las violaciones a los derechos humanos e infracciones al Derecho Inter-


nacional Humanitario se originan en el control del territorio para mine-
ría, prospección petrolera, plantaciones agroindustriales de monocultivo
de palma de aceite, producción de agrocombustibles, ganadería extensiva
y cultivos de uso ilícito. Los agentes más representativos de estas vio-
laciones son empresarios, paramilitares, guerrillas y narcotraficantes,
sin descartarse en muchas ocasiones, la participación de sectores de las
élites locales y de integrantes de la Fuerza Pública (Pnud, 2011, 164).

El rol del paramilitarismo en la economía extractiva es doble. De acuerdo


con denuncias de las comunidades y de las Ongs de defensa de los Derechos
Humanos, los paramilitares utilizan en primer término la violencia para
acaparar las tierras destinadas al extractivismo, luego actúan como actor

48
Leila Iliana Celis González

económico invirtiendo en la explotación de recursos. Por ejemplo, en el sur


del departamento de Bolívar, la llegada de los paramilitares, en los años
1990, coincide con la disputa por el control de las minas de oro que se da
entre las empresas mineras y los campesinos-mineros artesanales (ver capí-
tulo 2, infra). Desde la llegada de los paramilitares, los campesinos-mineros
sufren agresiones físicas que provocan su desplazamiento. A continuación,
los paramilitares se tornan empresarios mineros. En algunos casos son
detentores de títulos legales de explotación, a veces son propietarios de
dragas que operan en minas ilegales, o incluso a veces, obligan a los mineros
artesanales a pagarles un impuesto sobre la producción de oro (Semana,
2013). De la misma manera, los paramilitares invierten en la industria de
la palma, todo ello a lo largo del Magdalena Medio (Molano, 2009).

La expansión de los cultivos de palma sigue un esquema similar. Los parami-


litares aterrorizan a los campesinos hasta forzarles a abandonar las tierras.
Luego, las compañías que benefician en muchas ocasiones de subvenciones
internacional y del gobierno colombiano, aumentan exponencialmente el
número de hectáreas cultivadas. Tal como sucede en numerosas localidades
de la región de Magdalena Medio (Molano, 2009). Por ejemplo, al sur del
departamento de Bolívar, en la localidad de Las Pavas, de la municipalidad
El Peñón, en la década de 1950 los campesinos colonizan las tierras públi-
cas, pero, en 1996, 2003 y 2007 los militares al servicio de Jesús Escobar
–miembro de la familia de Pablo Escobar–, los forzan al desplazamiento.

1.5. Análisis de la descentralización del monopolio


de la violencia y del poder jurídico

El proceso de despojo que ha sufrido el campesinado colombiano es


reconocido actualmente por el gobierno, los medios de comunicación,
las organizaciones internacionales y el medio académico16. Hay despojo

16 Para el Centro de Memoria Histórica, la desposesión es el proceso por el cual […] un grupo
o un individuo es privado material y simbólicamente, por la fuerza o la coerción, de bienes
muebles e inmuebles, lugares o territorios sobre los cuales tenía un derecho de uso, de goce,
de propiedad, de posesión, de detención o de ocupación para satisfacer sus necesidades…
(Grupo de Memoria Histórica, 2009, 30).

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Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

cuando una persona es obligada a abandonar su propiedad, a venderla a


un precio por debajo de su valor o a ceder su propiedad sin contraparte
financiera. A pesar de que los datos difieren de una fuente a otra, hay un
común acuerdo en que se trata de una desposesión masiva (Garay Sala-
manca y Comisión de Seguimiento, 2010, 5:15) y que está ligada al hecho
de que Colombia, hasta 2016, resalta como el país con mayor desplaza-
miento interno en el mundo.

El panorama histórico reconstruido hasta aquí permite ver la utilización


que del poder político han hecho las clases dominantes y comprender,
también, que los mecanismos de desposesión son variados: incluyen la
coerción directa ejercida individualmente hacia pequeños propietarios o
la coerción colectiva –cuando es dirigida a comunidades que habitan en
zonas codiciadas. Por ejemplo, en gran número de casos, principalmente
durante la década de 1990, las comunidades campesinas fueron expulsadas
mediante operaciones conjuntas entre paramilitares y Fuerzas Armadas,
con bombardeos por parte de estas para permitirle a los primeros el copa-
miento territorial. Las operaciones conjuntas no son sorprendentes toda
vez que en varias ocasiones la creación de los grupos paramilitares ha sido
legal, concreción de lo orientado y promovido en los manuales militares.

El despojo no procede solamente por la fuerza. Las estratagemas son múl-


tiples: “falsificación de títulos, revocación de adjudicaciones de tierra de la
reforma agraria, subasta por endeudamiento, compra masiva de tierras o
una combinación de varios de estos métodos (Grupo de Memoria Histórica,
2010, 494). A veces, aparentando estar dentro de la legalidad pero evadien-
do la misma, no es raro que el usurpador de tierras públicas y campesinas
proceda a la construcción de realidades engañosas dando la impresión de
que actúa de conformidad con el derecho (por ejemplo, sobre el número
de hectáreas que le pertenecen). La influencia de los grandes propietarios
hace que estas realidades creadas, a la medida, sean aceptadas con mayor
facilidad por los funcionarios públicos de adjudicación de baldíos, por los
notarios y por las oficinas de registro que asignan los derechos de pro-
piedad. El proceso de expropiación concluye cuando, con la complicidad
entre funcionarios, paramilitares y empresas, se procede a la legalización
administrativa.

50
Leila Iliana Celis González

La concentración de tierras también se logra a través de mecanismos


completamente legales, es decir, por medio de la ley, sin violencia y sin
prevaricato o engaños. En efecto, la legislación que promulga la democra-
tización de la propiedad de la tierra permite asimismo su acaparamiento:
la ley 61 de 1874 estipula que una persona puede obtener los títulos por los
baldíos que “cultive y habite cualquiera sea su extención” (Villaveces Niño
y Sánchez, 2015). Esta misma legislación permite la adquisición de tierras
no cultivadas: según el decreto 640 de 1842, entre mayor sea la extensión
de tierra otorgada a una persona, el porcentaje de la misma que tiene que
cultivar para obtener sus derechos disminuye. El límite de la extensión de
tierras de la nación que pueden ser adjudicadas a una persona ha oscilado
alrededor de 1.000 hectáreas, incluso más, y si varias veces ha ocurrido que
las tierras no cultivadas regresan a la nación, también es cierto que se han
suavizado las reglas concernientes al porcentaje de utilización de la tierra
y al tiempo que ésta puede estar inutilizada, antes de poder ser recuperada
por la misma nación (Villaveces Niño y Sánchez, 2015).

La transferencia masiva de tierras de la nación a manos de grandes propie-


tarios casi siempre ha estado permitida por la legislación colombiana. Es
decir, la concentración de miles de hectáreas en manos de algunas familias
y algunas grandes empresas nacionales y transnacionales no siempre se ha
concretado a través de los mecanismos del mercado.

Los grandes propietarios regularmente han demostrado su capacidad de ha-


cer aprobar leyes que les permiten enriquecerse y neutralizar las demandas
del movimiento campesino. El ejemplo más reciente es la ley 1776 de 2016,
que crea las “Zonas de interés para el desarrollo rural, económico y social”
(Zidres). La ley tiene por objeto asegurar el desarrollo económico y mejorar
la calidad de vida de los campesinos por medio de asociaciones productivas
con empresarios agrarios. Estipula también que los campesinos que ocupen
las tierras de la nación deben integrarse a proyectos productivos en aso-
ciación con los empresarios, con la finalidad de conservar sus derechos de
acceso a la misma y de poder contar con créditos, asistencia técnica, etc. Para
los movimientos sociales agrarios y un importante número de especialistas
de la cuestión agraria, esta ley va contra el principio de democratización de
la propiedad agraria. Refuerza la gran propiedad y favorece a los detentores

51
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

del gran capital en detrimento de los campesinos pobres. La ley fue impug-
nada pero la Corte Constitucional juzgó que estaba en conformidad con los
principios constitucionales (Corte Constitucional, 2017).

52
Capítulo 2
Las luchas campesinas 1940–1980:
De la autogestión a la exigibilidad
ante el Estado

Este capítulo tiene como objetivo analizar cómo el campesinado, en con-


flicto con los grandes propietarios, trata de acceder a la tierra y construir
una economía campesina. Evidentemente la respuesta a esta cuestión no
puede ser exhaustiva, no obstante, los fragmentos de la historia que aquí se
abordan son ilustrativos de las dinámicas del campesinado en su conjunto.

Este capítulo analiza 1) la colonización campesina de baldíos17, diferenciando


entre la colonización de tipo económica y la que responde al desplazamiento
forzado; 2) la ocupación de tierras de los latifundistas, particularizando en
el rol jugado por la Anuc y 3) las marchas campesinas, las que tienen como
propósito exigirle al Estado que cumpla con su deber hacia el campesinado.

En su momento, cada una de estas acciones se volvieron estandartes de la


lucha agraria durante un momento dado. Así, mientras que las acciones
de colonización y de ocupación privilegiaron dinámicas de autogestión del
movimiento campesino, las marchas impulsaron dinámicas de exigibilidad
de derechos frente al Estado.

2.1 La colonización campesina de los baldíos

El estímulo del proceso de colonización constituye, sin duda, la política pú-


blica más sistemáticamente puesta en práctica por los diferentes gobiernos
de Colombia desde 1874, año a partir del cual la legislación prevé la adju-
dicación de títulos de propiedad a los colonos que la soliciten (ley 61). El
fomento reiterado del proceso de colonización a través de políticas públicas
se explica, en gran parte, por el hecho de que la colonización da respuesta a
17 No confundir con el colonialismo español o periodo colonial, ver la sección Términos de
referencia.

53
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

las demandas de los campesinos pobres y sin tierra, sin costo alguno para
las clases dominantes: la gran propiedad queda intacta y se alimenta la
esperanza en los campesinos pobres de democratización de la propiedad.

Sin embargo, la colonización no obedece a una política de ordenamiento


territorial planificada y guiada por el Estado (Machado Cartagena, 2004).
Es más bien una práctica espontánea llevada a cabo directamente por los
campesinos sin el apoyo del Estado y es, en este sentido, la respuesta au-
togestionada de los campesinos al carácter prioritario de su necesidad de
acceso a la tierra. Dicho esto, es necesario señalar también que la geografía
de la colonización estuvo seguida por el proceso de adjudicación de baldíos,
el cual se desplaza progresivamente, a lo largo del siglo XX, de las zonas de
temperatura templada hacia las tierras bajas de clima más cálido (Villaveces
Niño y Sánchez, 2015).

Es imposible hacer una síntesis de la colonización en pocas páginas. Se


trata de un proceso llevado a cabo en varias oleadas humanas, y con carac-
terísticas diferentes entre una región y otra. Aquí se presentan solamente
dos episodios de este proceso que son imprescindibles para comprender
el conflicto agrario, los cuales ejemplifican en cierto modo dos tipos de
colonización: una que es llevada a cabo por un grupo de población que
busca mejores oportunidades económicas, la otra que es concretada por
personas desplazadas que buscan huir de la violencia. La primera se sitúa
a finales del siglo XIX, la segunda a mediados del siglo XX. Este repaso
rápido permite ver los vínculos entre la lucha por la tierra y la contrao-
fensiva latifundista.

2.1.1. La colonización de finales del siglo XIX


y la búsqueda de oportunidades económicas

El análisis del período de finales del siglo XIX es fundamental para compren-
der las luchas campesinas por el acceso a la tierra. A partir de esta época,
la dinámica de colonización es auspiciada por la legislación, que estipula
que el trabajo realizado por los colonos en los baldíos les da legalmente el
derecho de posesión, y la posibilidad de pedir la propiedad, a condición de
realizar las gestiones administrativas necesarias.

54
Leila Iliana Celis González

Los principales actores de la colonización son campesinos pobres y sin tierra


que sueñan con construir su propia finca y así volverse independientes. A
veces los colonos son trabajadores desempleados y pequeños comerciantes
afectados por las crisis económica (LeGrand, 2003) y que se trasladan a
otra región atraídos por el boom de un producto (quinina, caucho, café,
plátanos, algodón, etc.). En ambos casos lo que buscan es dejar atrás una
vida de privaciones y con pocas perspectivas.

Ahora, mas allá de lo deseado y buscado, los colonos no logran formalizar


el derecho de posesión y menos aún obtener la propiedad de las tierras
colonizadas. Al contrario, a menudo pierden todo rápidamente. Las inves-
tigaciones de la historiadora Catherine LeGrand evidencian que entre 1850
y 1930, los colonos no logran quedarse en la tierra colonizada más allá de
un periodo de entre 10 y 30 años. “[D]espués, invariablemente aparecían en
la escena grandes propietarios y especuladores […] que lograban despojar
a los colonos” (LeGrand, 1991, 137).

Este modelo de despojo sistemático de tierras campesinas contribuye a


formar la propiedad latifundista desde finales del siglo XIX y abastece a los
grandes propietarios de la mano de obra anhelada18: los campesinos despo-
jados son obligados a trabajar como aparceros en las tierras expropiadas19,
lo que provoca su precariedad económica y su dependencia política.

La aparcería es un mecanismo muy importante en la historia de margina-


lización del campesinado en Colombia, pues le permite a los terratenientes
percibir rentas de trabajo y, al mismo tiempo, incrementar sus riquezas y
su poder. El daño causado a los campesinos vía despojo y aparcería es, para
la historiadora Catherine LeGrand, una de las causas fundacionales de la
movilización campesina en Colombia:

18 La razón de la escasez de la mano de obra es que los campesinos y la población pobre


prefieren colonizar las tierras vírgenes más que trabajar como obreros en las plantaciones
de los terratenientes.
19 Más adelante en este capítulo serán presentados los procesos de colonización y de
expropiación contemporánea en la región del Sur de Bolívar. La última región colonizada
de Colombia fue Orinoquia, en el sur-este del país, integrada así a la economía de extracción
de recursos desde los años 1970-80 (Harman 2012).

55
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

El hecho de que tantas familias campesinas hayan sido despojadas de


sus tierras reforzó en los campesinos sin tierra la íntima convicción
de que las propiedades sobre las que ellos trabajaban como jornaleros
habían sido adquiridas ilegalmente, lo cual acrecentó su resentimiento
contra los propietarios. Los campesinos mantuvieron latente la con-
ciencia de las usurpaciones que habían padecido, hasta que los cam-
bios estructurales de los años veinte los impulsaron a renovar la lucha
contra el predominio de las grandes haciendas (LeGrand, 1991, 133).

Así es como la expansión de la producción agraria destinada al mercado


internacional, la colonización y la expropiación potencian los conflictos
que lo largo de los años 1920 y 1930 provocan el nacimiento de diferentes
organizaciones agrarias. Las reivindicaciones son múltiples: los campesi-
nos colonos se movilizan contra el despojo de las tierras colonizadas; los
arrendatarios y aparceros protestan contra las condiciones de vida y de
trabajo precarias; los trabajadores agrícolas contra la sobreexplotación, y
los indígenas “resisten a la intensificación de la usurpación de sus tierras
y la extinción de sus reservas” (Rivera, 1982, 8). La protesta en el sector
agrario durante estos años es local y la base organizativa es principalmente
la familia –más del 60% de las denuncias sobre la despojo de las tierras
recibidas por el gobierno estaban firmadas por las cabezas de familia– (Le-
Grand, 1988, 244). Pero, ya desde ese momento se definen los actores y los
intereses que marcarán el conflicto por la tierra hasta el día de hoy.

2.1.2 La colonización de mediados del siglo XX


y los desplazados de La Violencia

La colonización no siempre es una elección libre que se presenta a los


campesinos motivados por la perspectiva de prosperidad económica20. A
menudo los colonos son campesinos y trabajadores que se ven forzados a
abandonar su entorno. La colonización es entonces una forma de desplaza-
miento frente a la violencia o a desastres naturales (Molano, 1988). Hay que
observar también que las condiciones de la colonización son generalmente
muy difíciles. Los colonos son diezmados por enfermedades propias de las
20 Alfredo Molano, en un estudio sobre la Región del Guaviare, distingue tres tipos de
colonización: la rapaz, la armada y la campesina (Molano 1987).

56
Leila Iliana Celis González

selvas vírgenes, deben trabajar la tierra con medios muy rudimentarios y


hacerla producir sin ninguna asistencia técnica o económica.

El periodo de La Violencia (1948-66) ilustra bien el fenómeno de la coloni-


zación debido a los desplazamientos forzados. Tal como se mencionó en el
capítulo precedente, tales años se caracterizan por la confrontación entre
los partidos liberal y conservador; confrontación que toma proporciones
literalmente sanguinarias en las regiones rurales21: la policía, auspiciada
por los conservadores, actúa a manera de grupos paramilitares, conocidos
con el nombre de chulavitas o pájaros, para matar y desplazar a los cam-
pesinos. En este contexto, más de 200 mil personas son asesinadas y más
de dos millones desplazadas (Kalmanovitz, 1997)22. Un número importante
de estos desplazados se queda en la ciudad, otros comienzan la colonización
de nuevas regiones. El sociólogo Alfredo Molano recuerda que:

Muchos campesinos [del departamento del Valle del Cauca, en algunas


zonas cafetaleras y en varias regiones de la costa Caribe] se unieron a
grupos de la guerrilla [...] y se internaron en [...] baldíos por razones
de sobrevivencia física y social. Así se inicia la colonización del Valle
Medio del Magdalena, del Bajo Cauca, y de buena parte del pie de
monte llanero, desde Tamará y Pajarito, hasta Granada y Fuente de
Oro (Molano, 1988, 26).

21 Además, a La Violencia que es generada por la disputa entre liberales y conservadores


le sigue la represión respaldada por las élites de los dos partidos contra los movimientos
sociales nacientes y el cierre de espacios políticos para la oposición. La coalición de las
élites liberales y conservadoras se consolida progresivamente a partir del 9 de abril de
1948 y logra poner en el poder a un militar (Rojas Pinilla 1953-57) y a instaurar el Frente
Nacional (1958-74).
22 Mientras que la colonización se extiende a nuevas regiones, las tierras abandonadas por los
campesinos para evitar La Violencia se concentran en las manos de grandes propietarios,
como lo demostraron numerosos estudios (LeGrand, 1988; Ramírez Tobón, Angulo, y
Seminario sobre Economía Campesina, 1981; Molano, 1988).

57
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

2.1.2.1. La colonización del Sur de Bolívar

58
Leila Iliana Celis González

Entre las tierras colonizadas por los campesinos en respuesta a La Violen-


cia se encuentran las del Sur de Bolívar en el valle del río Magdalena23. En
este escrito, se considera como el sur de esta parte del país una zona que
comprende 18 municipios. El que está situado más al norte es Regidor y
el de más al sur es Canta Gallo, con una extensión total de 1,6 millones de
hectáreas (ver el mapa del Sur de Bolívar). La región tiene una geografía
muy accidentada, caracterizada por zonas montañosas que limitan con
las tierras bajas. Está atravesado por abundantes recursos hídricos que
forman la cuenca del Magdalena Medio, entre los cuales está la Depresión
Momposina.

Las primeras incursiones de los invasores españoles en la región tienen


lugar a principios del siglo XVI. En 1537 el capitán Antonio Lebrija y Mal-
donado llega a Simití (Victoria de la Hoz, 2009). Al instalarse a lo largo del
río Magdalena Medio, los españoles comienzan la planificación territorial
de la región. Desde entonces, ésta ha sido marcada por el dinamismo de
la circulación sobre el río Magdalena, principal vía fluvial del país, y por
la explotación artesanal del oro. El descubrimiento de oro en la Serranía
de San Lucas, es decir, en el corazón del Sur de Bolívar, data de la época
precolombina. Durante el siglo XVII, las minas de la región son concedidas
al encomendero Diego Ortiz Nieto quien realiza incursiones militares en
la región para perseguir a los esclavos que, tras escaparse, se instalan en
las tierras mineras de Tiquisio, Norosí y Simití (Viloria De la Hoz, 2009).
Progresivamente se crean pequeños poblados a lo largo de la región. Esta
estructura de ocupación territorial existe desde 1787, tal como lo reporta
el misionero Francisco Joseph Palacios de la Vega quien tenía la tarea de
concentrar a los indígenas y afrodescendientes que deambulaban dispersos
en la región (Victoria de la Hoz, 2009). Aislados en un principio, los peque-
ños poblados se acercan y se multiplican, especialmente desde mediados
del siglo XX.

23 Los indígenas que habitaban la región fueron aniquilados por causa de la explotación minera
en el momento de la colonización española. Al mismo tiempo, instalándose en las cuencas
del río Magdalena Medio, los españoles comenzaron la actual organización territorial de la
región. Fundado en 1886, Morales fue uno de los primeros municipios del Sur de Bolívar
(Proyecto Nunca Más, 2007b).

59
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Hasta mediados del siglo XX, el Sur de Bolívar se caracteriza por una concen-
tración de la población muy baja (J. Pérez, 2005). Durante la colonización
española los indígenas que habitan la región son diezmados en el marco de
la explotación minera, y son reemplazados por afrodescendientes, quienes
son en un primer momento mano de obra esclava. Es hasta mediados del
siglo XX que hay un auge de la colonización campesina en esta parte. A
partir de 1948 los campesinos desplazados por la violencia llegan al Sur de
Bolívar provenientes del norte del mismo departamento, así como de Sucre,
Córdoba y de Cesar (Molano, 2009, 123 y ss; Acuña, 2012; Henao, 2012).
Asimismo, fenómenos climáticos, como las fuertes lluvias y las inundaciones
presentadas en 1951 al norte de los departamentos de Cesar y Bolívar, con
afectaciones de localidades como Mompox y sus alrededores, motivan la
salida de gran cantidad de familias campesinas, que van a parar a esta parte
del departamento de Bolivar (Acuña, 2012; Carvajal Díaz, 2012).

2.1.2.2. La autogestión en el Sur de Bolívar

Si los campesinos deciden quedarse en la región es porque en ella encuentran


más que un refugio. Encuentran tierras de buena calidad para la agricultura
y la ganadería, abundantes recursos hídricos que les permiten vivir de la
pesca y una gran diversidad de maderas. La economía de subsistencia se
basa principalmente en el cultivo del plátano, la yuca y la pesca.

A pesar de esta riqueza natural, los campesinos son muy pobres y, además,
a principios de la colonización, en el Sur de Bolívar se carece de servicios
públicos y de vías de acceso, como en todas las zonas de colonización. Los
campesinos instalan ellos mismos estos servicios y construyen estas infraes-
tructuras al mismo tiempo que transforman la tierra para la agricultura.
Para estos campesinos que solo habían llevado con ellos a sus hijos y la
esperanza de un futuro mejor, la educación de las generaciones futuras
es parte activa del mejoramiento de las condiciones de vida. Asegurar la
educación de los niños es entonces una prioridad. Sabiendo que no pueden
contar con el Estado, recurren a la autogestión. Esto implica encontrar un
lote de tierra para construir una escuela, ir a la ciudad para encontrar a un
profesor, y remunerarlo (Henao, 2012; María Flórez, 2012). Jorge Tafur,

60
Leila Iliana Celis González

antiguo dirigente nacional de la Anuc y dirigente actual de la Fedeagromis-


bol, recuerda cómo ocurrió esto en el municipio de Tiquisio:

Elías Paredes había llegado a la zona más o menos dos años antes
(1965) [...] y él tiene un hijo, el primer hijo había nacido en la región de
la Mojana, en Sucre, y Elías comenzó a preocuparse y hablaba mucho
con el señor Félix Castro, que también es mi tío, y le decía “compadre,
me está preocupando una cosa, que aquí la gente está creciendo como
crecimos nosotros, sin maestros, y no podemos permitir que los hijos
nuestros crezcan también sin saber leer ni escribir. Hay necesidad de
conseguir una escuela. Y se organizó la primera junta de padres de
familia, sin ningún tipo de organización sino decir “la comunidad lo
encarga a usted de que haga esta gestión y ustedes hacen esta”. A él lo
encargaron de conseguir el maestro. Eso fue en el 70. En el 71 [...] Elías
María se fue para Sucre y conocía un profesor y se trajo al profesor
para Naranjal en octubre y abrió matriculas: 150 alumnos para un solo
profesor! Llega el profe y no tenemos escuela. Y la escuela la abrimos
en el patio de la casa del viejo Elías Paredes, bajo unos palos de Guá-
cimo que había [...] la escuela se convierte en el centro de atención de
la comunidad (Tafur, 2012).

La colonización y la organización de la educación para los niños son, en este


sentido, una verdadera experiencia de autogestión campesina. A partir de
su gestión comunitaria surgen líderes que se ganan el respeto y la estima
de la comunidad. La organización autogestionaria no se detiene en la edu-
cación. Al contrario, se consolida para asegurar otros servicios públicos,
tales como la salud, las vías de acceso, y contribuye a crear un capital social
muy importante.

Las contradicciones de la realidad. La apretada economía que caracteriza


la vida campesina en esta parte del departamento de Bolívar se agudiza a
partir de 1959, cuando casi la totalidad del Sur de Bolívar es declarada Zona
de Reserva Forestal24 , lo que trae como consecuencia que sus pobladores no

24 Según Joaquín Viloria “la totalidad del territorio de los municipios de Montecristo y San
Pablo está en una reserva forestal. Es el mismo caso de más del 90% de las tierras que están
bajo la jurisdicción de Santa Rosa del Sur y de Tiquisio” (2009, 22).

61
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

puedan aspirar a obtener los títulos de propiedad (Viloria De la Hoz, 2009,


20 y ss) dado que la ley prohíbe en estas zonas el desarrollo de proyectos
económicos y sociales.

La falta de créditos para la producción y la ausencia de vías de trans-


porte para la comercialización, históricamente han tenido como efecto
restringir la producción agrícola de la región, sometiendo a sus habi-
tantes a una economía muy precaria. Los campesinos deben encontrar
otras fuentes de ingresos para cubrir sus necesidades básicas, lo que ha
llevado a booms cíclicos en la producción ilegal de insumos básicos a los
cuales los campesinos se aferran con la esperanza de salir de la pobreza.
El primero en orden de aparición fue la madera, lo que no hace más que
reforzar la deforestación en la región, la que comienza con la aparición de
la navegación a vapor por el río Magdalena en el siglo XVIII. Después, el
cultivo de la mariguana seguido de la coca, se presentan como alternativas
que los campesinos aceptan a pesar de los problemas de represión que
estos cultivos traen consigo. Casi en paralelo, en el transcurso de los años
1980, la minería artesanal se vuelve cada vez más importante, gracias al
descubrimiento de nuevas minas de oro (Veleño 2012). La explotación
de este mineral y la cultura de la coca constituyen la base de una nueva
ola de migración hacia la región. Tal como será abordado líneas más
adelante, la batalla por el control de la producción de la coca y del oro va
a marcar la pauta del conflicto en el cual se confrontan los campesinos
del Sur de Bolívar, la guerrilla, los paramilitares, las empresas nacionales
y las multinacionales. A este conflicto se sumarán, además, durante los
años 1990, la lucha por la tierra y contra la expansión de las plantaciones
agroindustriales de palma de aceite.

2.2. La Asociación nacional de usuarios campesinos


de Colombia (Anuc)

La Anuc fue creada a través del Decreto 755 de 1967, por iniciativa del pre-
sidente Carlos Lleras Restrepo (1966-1970). Su creación forma parte de un
conjunto de reformas con las que el gobierno pretendía modernizar el sector

62
Leila Iliana Celis González

agrario y mejorar su productividad25. Entre tales reformas se encuentra la


ley 1 de 1968, sobre la Reforma social agraria, que reconoce a los aparceros
y arrendatarios derechos de propiedad. Según el mandatario “La reforma
agraria no es sinónimo de desarrollo rural ni de ordenamiento racional del
territorio, pero una de sus consecuencias naturales es la de promoverlos o
darles un impulso más vigoroso, como lo prueba la experiencia de muchos
países” (Lleras Restrepo, “La cuestión agraria 1933/1971”, 302, citado en
CMH Centro Nacional de Memoria Histórica, 2013, 61). Evidentemente,
estas reformas modernizadoras implican atacarse a la gran propiedad im-
productiva y apoyar la producción campesina.

Pero los grandes propietarios representados por el Partido Conservador no


estuvieron dispuestos a abandonar las prerrogativas que conlleva el acapara-
miento de las tierras. Así lo habían demostrado claramente, con su oposición
a la ley sobre la reforma social agraria de 1961 (Ley 135), que preveía medidas
tímidas de expropiación, la compra de tierras no cultivadas para fines de
redistribución, el apoyo a la colonización y una ayuda pública a los campe-
sinos para mejorar sus condiciones de vida y de producción. La aplicación
de la misma fue frenada por la obstrucción de los conservadores, los que a
la larga se las arreglan para evitar ataque a la gran propiedad, limitando su
aplicación a las regiones en proceso de colonización (Zamosc, 1987, 1-145).

Es en este contexto que los liberales perciben al campesinado como un aliado


privilegiado y se dan a la tarea de crear la Anuc para organizarlo y movilizarlo
(Rivera, 1982, 53‑62; Benítez, 2010). El objetivo del gobierno liberal con la
creación de la Asociación campesina es triple. En primer lugar, los represen-
tantes del campesinado deben ocupar puestos en todas las instituciones del
sector agrario con el fin de mejorar la prestación de servicios (crédito, reforma
agraria, comercialización). En segundo lugar, la creación de la organización
permite neutralizar la amenaza al orden público que representan los cam-
pesinos dado que efectivamente, en los años 1960 su movilización está en
crecimiento animada por el deterioro de las condiciones económicas, por la in-
dignación ante La Violencia –la misma que ya había dado origen a la creación
de las organizaciones de la guerrilla– y por el ejemplo de la reforma agraria
25 León Zamosc analiza las causas de este proyecto reformador desde la perspectiva de los
intereses de la clase industrial exportadora (1987).

63
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

redistributiva realizada por la revolución cubana. Al vincular la organización


agraria a las instituciones del Estado desde su nacimiento, el gobierno busca
bloquear las iniciativas revolucionarias atizadas por el descontento, así como
movilizar a los campesinos para hacer avanzar las reformas modernizado-
ras del sector agrario26. Así es como el presidente Lleras Restrepo empieza
una amplia campaña de promoción y apoyo a la organización campesina en
todas las regiones del país; campaña asignada a la División de organización
campesina del Ministerio de Agricultura.

La iniciativa gubernamental es positivamente acogida por los campesinos.


Desde el principio de su existencia la Anuc conoce un dinamismo fulguran-
te, que es posible no solo por la campaña de organización del Ministerio,
sino también por la esperanza que suscita entre los pobladores del campo
la perspectiva de una ley de reforma agraria que les reconoce derechos de
propiedad, les da acceso a créditos, les dota de asistencia técnica, etc. La
evolución fulgurante de la Anuc en el transcurso de los años 1970 ha sido
periodizada en tres momentos: (1) Autonomía progresiva frente al Estado
y los partidos políticos; (2) radicalización de las demandas y los modos de
acción y (3) crisis (León Zamosc 1987; Rivera 1982).

La Anuc, la primera organización campesina de carácter nacional27, se con-


vierte rápidamente en una fuerza social que exige al gobierno la aceleración
de la reforma agraria. A nivel municipal y regional, sus comités abundan28.

26 La idea de que los campesinos puedan sublevarse no era una preocupación exclusiva del
gobierno colombiano. En el curso de los años 1960-70, varios países de América Latina
pusieron en ejecución reformas agrarias, en el marco del programa de la Alianza para el
Progreso (Taffet, 2007).
27 Héctor Mondragón recuerda que “El campesinado tuvo su primera organización nacional
propia, la Federación Campesina e Indígena, fundada dentro de la CTC el 12 de octubre de
1942... pero la violencia se ensañó contra la Confederación… Prácticamente fue destruida
la organización campesina e indígena, con la excepción de FANAL, federación que fue
fundada en 1946 con el apoyo de la Iglesia Católica, junto con la UTC” (Héctor Mondragón,
2002, 4). Hay que recordar también que al lado de la ANUC, otras organizaciones reagrupan
y defienden los intereses del sector agrario, como es el caso de la Federación nacional
sindical agrícola (Fensa) nacida de 1976.
28 En octubre de 1971, la ANUC cuenta con 989.306 miembros inscritos, 28 asociaciones
departamentales y 634 municipales (Resumen de los trabajos efectuados en organización
campesina, Ministerio de Agricultura, 1971, citado en León Zamosc, 1987, 91).

64
Leila Iliana Celis González

En febrero de 1969 se forma la primera Asociación departamental de Sucre;


en julio de 1970 tiene lugar el primer Congreso de la organización. En las
zonas de colonización reciente, las manifestaciones de trabajo autogestiona-
rio aparecen casi simultáneamente a la creación de la Anuc. Es el caso, por
ejemplo, en la región del Sur de Bolívar, donde las asociaciones municipales
se multiplican desde 1972 (María Flórez, 2012).

Al mismo tiempo que están creando la Anuc, se va construyendo un pro-


grama unificador para un campesinado de composición heterogénea, cuyo
eje estará centrado en torno a la demanda de una reforma agraria redistri-
butiva. El programa articula la defensa de los intereses de los campesinos
arrendatarios o aparceros, de los colonos, de los trabajadores agrarios y de
los campesinos pobres sin tierra, así como también los intereses de los pe-
queños y medianos propietarios, que representan en su conjunto la mayoría
de los campesinos de Colombia29. A pesar de que cada uno de los sectores
que integra al campesinado tiene sus propias reivindicaciones, es en torno
a la demanda de la reforma agraria que todos ellos convergen.

Es así como en 1970, en la Declaración de principios de su primer congreso,


ya se definen las líneas generales del programa del campesinado: “La reforma
agraria debe ser un proceso drástico, masivo y rápido de distribución de la
tierra, acompañado por servicios eficientes de crédito, asistencia técnica y
mercadeo” (Declaración de principios de la Anuc, citada en León Zamosc,
1987, 115). De hecho, entre 1968 y 1971, sus miembros hacen, por su propia
iniciativa, un censo completo de las tierras susceptibles de ser objeto de la re-
forma agraria en las diferentes regiones del país (Benítez, 2010; Tafur, 2012).

La Anuc es creada como una fuerza de confrontación. Por lo tanto, no


sorprende que deba recurrir a la acción directa para hacer valer sus reivin-
dicaciones. Desde finales de los años 1960, las manifestaciones, los paros
cívicos y las ocupaciones de tierra se convierten en los medios para hacerse

29 “[…] la ANUC, en el año de 1971, estaba constituida por cuarenta y uno por ciento de
aparceros o de granjeros vinculados a los latifundios ganaderos o a haciendas tradicionales;
treinta y seis por ciento de campesinos, colonos u otros, que querían ocupar tierras
públicas o inexplotadas; dieciocho por ciento de jornaleros y cinco por ciento de indígenas,
especialmente del Cauca” (Rivera, 1987, 15).

65
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

escuchar, particularmente para acelerar el ritmo de una reforma agraria


que se hace esperar y de la cual dependen directamente las condiciones
de vida y de subsistencia de los campesinos y de los trabajadores agrarios.

2.3. Las tomas de tierras

Durante los años 70 del siglo XX la Anuc realiza la única verdadera reforma
agraria que haya conocido Colombia: una redistribución de la propiedad que
reposa fundamentalmente en tomas de tierras. En el año 1971, el campesinado
ocupa 645 grandes propiedades. Después de los años 70 la frecuencia de este
tipo de acción disminuye, pero se reanudan al principio de los años 80. En
1985, 100 tomas u ocupaciones tienen lugar (Héctor Mondragón y Alternati-
vos, 2002). En total, la Anuc lideró más de 2.000 tomas bajo la consigna “La
tierra pal que la trabaja” (Héctor Mondragón, 2001). Hay que subrayar que a
diferencia de la colonización, efectuada sobre tierras públicas, las ocupacio-
nes se llevan a cabo sobre las tierras de los terratenientes; tierras aptas para
la agricultura, pero que están baldías o que son a menudo utilizadas para la
ganadería extensiva. La mayoría de las tomas tienen lugar en la Costa Caribe,
donde el gran latifundio es predominante, y en la región del centro-sur del
país (departamentos del Cauca, Tolima, Huila), región en la cual, durante el
curso de las últimas décadas el campesinado consigue apropiarse de peque-
ñas parcelas (fundamentalmente a través de la colonización), y a erigir allí
una economía campesina estable, aunque todavía muy precaria, pero que es
rápidamente detenida por los grandes propietarios.

Los actores de estas ocupaciones son campesinos pobres y sin tierra, desen-
cantados de las promesas de redistribución de la tierra incumplidas por el
Estado30.

Las ocupaciones son acciones arriesgadas, difíciles y muy exigentes. Des-


pués de haber escogido el lote que hay que ocupar, los campesinos deben
satisfacer una logística compleja para lograr la acción: formar equipos

30 La denominación “campesinos pobres y sin tierra” reagrupa a los actores cuya supervivencia
económica surge de la producción agraria: los indígenas, los afrodescendientes, los colonos,
los arrendatarios de las tierras, los pequeños propietarios y los trabajadores agrarios.

66
Leila Iliana Celis González

de relevo que deben hacer presencia permanentemente sobre la tierra


ocupada y para ir a negociar ante el Instituto de reforma agraria; proveer
la alimentación durante el tiempo de la toma; sembrar y construir rápida-
mente sobre la tierra ocupada. Por encima de todo, los campesinos deben
resistir a las incursiones de la policía que, a través de intervenciones a
menudo violentas, busca desalojarlos, quemando y destruyendo todo lo
que allí construyeron los campesinos. Generalmente, estas intervenciones
concluyen con detenciones.

Las principales razones invocadas por los campesinos para justificar las
ocupaciones son la precariedad en la cual viven, y el hecho de que para ellos
esta precariedad es el resultado de injusticias sufridas por años31. Muchas
veces los relatos campesinos repiten este análisis. A título de ejemplo,
retomamos acá la respuesta dada por un campesino al propietario de las
tierras ocupadas y a los policías encargados de la operación de expulsión
en el momento de una ocupación en la costa Caribe en 1971:

Todos contestamos al policía que ganando $30 en el día de trabajo,


como lo hacíamos nosotros, no alcanzaba para el sostenimiento del
hogar y que, por lo tanto, ésto era lo que nos había obligado a invadir
estas tierras; que después de criados no podíamos dejarnos morir de
hambre ni dejar morir a nuestras familias…

[al propietario] la respuesta que le dimos fue que la misma necesidad


que teníamos, la falta de tierra donde cultivar, la falta de medicina, de
educación para los hijos, el salario que él mismo nos pagaba por el día
de trabajo no nos alcanzaba para nada. Él que tenía tierras por demás,
no quería arrendarnos [...] Moisés Banquett, dirigente campesino,
citado en Rivera (1982, 88‑89).

En efecto, para comprender la popularidad de las ocupaciones y el radicalis-


mo del movimiento campesino, a pesar del alto precio que tienen que pagar
por este tipo de acciones, hay que tener en cuenta el proceso de despojo
sufrido por los colonos y el descontento suscitado por ello. Del descontento
31 Por cierto, a principios de los años 1970, la expansión de la colonización parece haber
alcanzado los límites físicos del territorio en algunas regiones.

67
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

provocado por el despojo nace un imaginario de justicia social que denun-


cia el empobrecimiento y la dependencia de los campesinos. Estos últimos
se niegan a que su trabajo no sirva más que para aumentar la riqueza y el
poder de las clases dominantes. Se niegan a aceptar como normal la exis-
tencia de los campesinos sin tierra, mientras que las tierras poseídas por
los grandes propietarios continúan aumentando a sus expensas y a costa
del patrimonio público. Este crecimiento de la gran propiedad es vivido
como un mal injusto, pues era común que estas tierras permanecieran sin
cultivado, sirviendo solamente como mecanismo para ejercer la dominación
por parte de los latifundistas.

La Anuc consigue encauzar este descontento y así dirigir la lucha por una
reforma agraria distributiva. Reforma que pretende, muchas veces implí-
citamente, desarticular las relaciones de exclusión y de dependencia a las
que los pobladores del campo han estado sujetos históricamente. El eslogan
tierra pal que la trabaja, resume la aspiración de los campesinos de que hay
que liberarse de las relaciones neolatifundistas, sostenidas particularmente
a través del sistema de aparcería32. Los campesinos defienden la función
social de la tierra33 contra la función de dominación de la gran propiedad.

En las regiones con presencia indígena, la lucha por la redistribución de la


tierra se basa en el argumento de la ocupación ancestral del territorio por los
indígenas. Tal como fue mencionado en el capítulo 1, el Estado responde a
las ocupaciones de las tierras llevadas a cabo por la Anuc con una importante
ola de represión y un proceso de consolidación de derechos de los grandes
propietarios. El pacto de Chicoral y la ley 4 de 1973 simbolizan la posición que
el Estado toma a partir de ese momento. Estos últimos hacen impracticable el
principio de la función social de la tierra, afirman la legalidad de la aparcería
y restringen las tierras de la reforma agraria a los baldíos de la nación.

32 Este eslogan sucede a otro: “tierra sin patrón”. Este último es influido por las reflexiones
teóricas del marxismo que ve la lucha campesina por la tierra no como un combate para la
supervivencia, sino como una ofensiva revolucionaria.
33 La “función social de la tierra” es un principio económico favorable a la atribución de la
propiedad de la tierra a la persona que la explota directamente.

68
Leila Iliana Celis González

La tenacidad de la lucha por la tierra se da por el hecho de que la misma es


el requisito sine qua non para la existencia de una economía campesina.
La aspiración que los campesinos repiten a nivel local y formulan en el
programa de la Anuc es tener una “independencia política y económica”.
Trabajar para sí mismo, y no para el gran propietario, debería permitir el
mejoramiento de la calidad de vida. Sin embargo, la lucha también es para
que este actor marginado por la violencia pueda participar de la vida política
y social. Así, como lo recuerda Jesús María Pérez, exdirigente de la Anuc:
“nuestra franca lucha a lo largo de la década de 1970 no solo fue por la tie-
rra, sino también por liberarnos de las órdenes de un Estado que nos tenía
excluidos desde siempre” (Pérez, 2010, 20). Ahora bien, esta inclusión social
no puede venir ni de partidos tradicionales ni del Estado, ya que las élites
de los partidos controlan el poder político a nivel local, regional y nacional.

2.3.1. Mediados de los años 1970: El reflujo de la Anuc

En los primeros años de su existencia (1967) la Anuc es “un movimiento


democrático cuyas acciones giran en torno a tres demandas básicas: la lucha
por la tierra, la lucha por mejorar las condiciones de reproducción de la eco-
nomía campesina y la lucha por redefinir las relaciones de subordinación del
campesinado en la estructura de poder dominante” (Rivera, 1982, 114), no
obstante a lo cual su realidad organizativa cambia radicalmente hacia finales
de la misma década. “La Anuc fue convirtiéndose en un aparato burocrático
ideológicamente radical, pero incapaz de obtener un mínimo de concesiones
que permitan satisfacer, así sea parcialmente, las demandas de sus afiliados”
(1982, 168).

Tres factores merecen ser mencionados por la incidencia que tienen en el debi-
litamiento progresivo de la organización. Primero, la organización campesina
comienza a desmoronarse. Mientras que las ocupaciones se multiplican y los
campesinos van ganando confianza y capacidad de coordinación, la decisión
de confrontar abiertamente al Estado y a los grandes propietarios para hacer
avanzar los intereses del campesinado no es unánime. Esta cuestión estraté-
gica provoca en 1971 su primera división34. Desde entonces y hasta hoy, dos
34 Esta escisión da origen a dos organizaciones: la Anuc línea Armenia y la Anuc línea
Sincelejo. La Anuc línea Armenia queda muy próxima al Estado y al Ministerio de la

69
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Anuc existen paralelamente: la Anuc–Armenia, también denominada la Anuc


oficial, y la Anuc-Sincelejo, influenciada por la izquierda35.

La Anuc oficial gravita alrededor de los partidos tradicionales. A pesar de


todo, éstos no consiguen instrumentalizarla verdaderamente, porque los
dirigentes latifundistas de estos partidos no hacen concesiones, ni siquie-
ra mínimas, frente a las reivindicaciones del campesinado pobre. A esta
división se añaden los desacuerdos ideológicos que posicionan los líderes
de la Anuc-Sincelejo, fuertemente influida por los movimientos maoístas
y por varias facciones marxistas leninistas (León Zamosc, 1982). A finales
de 1970, la Anuc está dividida en seis tendencias, entre las que están los
Sectores Consecuentes y Clasistas de la Anuc (Secca), el Comité de Unidad
Campesina (Cuc), los Sectores Minoritarios y un partido político: el Movi-
miento Nacional Democrático y Popular (Mndp).

El segundo factor significativo en el debilitamiento de la Anuc es la ofensiva


de la clase dominante para neutralizar al campesinado. El radicalismo de
las tomas de tierra no podía ser tolerado por los grandes propietarios. Estas
confrontaciones, que develan intereses antagónicos, ponen rápidamente fin
a la alianza que el gobierno de Lleras Restrepo busca construir con el campe-
sinado. Con la distancia del tiempo, parece claro que la ruptura de los lazos
que unían a la Anuc con el Estado era inevitable. La Asociación campesina
fue creada por una fracción de la clase dominante con el fin de modernizar
el sector agrario, pero las reformas contempladas necesitan romper la es-
tructura de la gran propiedad por lo cual los terratenientes no ven ninguna
ventaja en el programa reformista36, por el contrario, ven las ocupaciones de
las tierras como una amenaza al orden público en general y a sus intereses
en particular, de ahí que estrechan filas contra el reformismo y, sobre todo,
contra los campesinos legislando a favor de la gran propiedad, a la par de

Agricultura, mientras que la Anuc línea Sincelejo adopta un modo de acción muy militante.
A partir de aquí, esta investigación tocará poco la Anuc oficial y centrará más bien su
análisis sobre la Anuc línea Sincelejo, en adelante llamada Anuc-Sincelejo.
35 En 1989, la Anuc Sincelejo tomará el nombre de Anuc-Unidad y reconstrucción (Anuc-UR).
36 Para un análisis de los razonamientos económicos de los grandes terratenientes, ver León
Zamosc, 1986, capítulo 4.

70
Leila Iliana Celis González

restringir los espacios de participación de la Anuc y de reprimir abiertamente


la lucha campesina.

Si la Anuc crece bajo los auspicios de una campaña ministerial de organi-


zación campesina y la promesa de una reforma agraria, el contexto de me-
didas represivas y de políticas de fortalecimiento de la gran propiedad que
se instala, va a generar un importante efecto de repliegue. El investigador
León Zamosc, especialista de las luchas campesinas y de la historia de la
Anuc, estudió la reacción de los grandes terratenientes a la movilización
campesina. Zamosc afirma que, desde finales de los años 60, “Apoyados
en su poderío local, estos iniciaron el desalojo masivo de los campesinos
de las haciendas y arreciaron su ofensiva en las disputas con los colonos,
recurriendo a las autoridades para que se reprimiera la resistencia y las
manifestaciones de protesta que eran cada vez mayores” (León Zamosc,
1987, 114). Recuerda también que, en 1975, la persecución contra los líderes
locales y regionales de la Anuc es sistemática y se materializa “por numerosos
casos de asesinatos por parte de los matones a sueldo de los terratenientes,
así como detenciones arbitrarias y torturas llevadas a cabo por los efectivos
de la policía y el Ejército” (1987, 227). La represión contra los miembros de
la Anuc se intensifica a partir de 1982, fecha en la cual 18 de sus dirigentes
nacionales son acusados por las Fuerzas Armadas de participación en el
secuestro y asesinato de Gloria Lara37. Estos acontecimientos terminan
por debilitar la organización campesina. Bajo la represión, la dinámica
de la Anuc será caracterizada inicialmente por el repliegue y la dispersión
(Carvajal Díaz, 2012; María Flórez, 2012; Tafur 2012).

La judicialización de las luchas campesinas también debe tomarse en


cuenta respecto a las causas del repliegue en cuestión. En 1972, por ejem-
plo, la clase dominante hace un nuevo pacto a favor del latifundio para
oponerse a la redistribución de la tierra, el Pacto de Chicoral, el mismo
que fue ratificado por la ley 4 de 1973 y consolidado por la ley 6 de 1975.

37 De afiliación liberal y funcionaria de Estado en varias ocasiones, Gloria Lara era directora
de la oficina de Acción comunal y asuntos indígenas en el momento de su secuestro. En
1985, después de que los dirigentes de la Anuc fueron hechos prisioneros, torturados y
presentados delante de los medios de comunicaciones como culpables del crimen, las
autoridades judiciales tuvieron que admitir que eran inocentes (Semana, 1985).

71
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Así mismo, el Decreto 100 de 1980 aumenta la duración de las penas de


encarcelamiento para las ocupaciones de tierra y extiende la aplicación
de estas penas a todos los participantes y no solo a los dirigentes (Héctor
Mondragón, 2001).

El tercer factor que mina la capacidad de la Anuc e impide a mediano plazo


la construcción de la economía campesina es la fragilidad de los logros
del campesinado. La precariedad económica de los campesinos les impide
avanzar en la producción. La amplitud de la tarea es monumental para
quien no posee más que su fuerza de trabajo cuando es necesario comenzar
a desbrozar las tierras. La economía del campo no es viable sin la inversión
económica del Estado38 en materia de servicios públicos (infraestructuras
de carretera, escuelas, hospitales), de crédito y de asistencia técnica. Así
como lo relata este campesino que participó en las ocupaciones en 1971:

La gran mayoría de los que quisimos tomarnos la tierra la tomamos.


Los que participamos en esa cruzada lo conseguimos. El problema es
que somos muy pocos los que hemos logrado sostenernos en la tierra.
No se ha podido hacer nada. Nos estamos muriendo de hambre sobre
la tierra propia (citado en Rivera, 1982, 177).

Tales limitaciones económicas se agregan a la reconcentración de la pro-


piedad, lograda por diferentes maniobras, dentro de las cuales las más
frecuentes son el endeudamiento y el despojo forzado. El endeudamiento,
grosso modo, funciona así: cuando los campesinos llegan a una región
para colonizarla, ellos cuentan solamente con la fuerza del trabajo familiar.
Entonces, intermediarios o terratenientes les ofrecen crédito en especie
(alimentos, medicinas y materiales para la producción agrícola) o en dinero.
Cuando por causa del mal clima, de la fluctuación de los precios o por los
cálculos mal hechos, la cosecha obtenida no permite pagar la deuda, los
campesinos no tienen otra opción más que vender su tierra. Los grandes
terratenientes interesados aprovechan la ocasión para someter una oferta

38 Que sea porque la suerte de este grupo de ciudadanos no es la mayor preocupación del
Estado, o que a causa de la postura radical de las organizaciones campesinas que defienden
la autonomía campesina.

72
Leila Iliana Celis González

de compra, a un precio generalmente mucho más bajo que el del mercado,


y los campesinos se ven obligados a aceptarla39.

El despojo es una práctica recurrente. Su funcionamiento es favorecido por


el acceso directo al poder político del que gozan los grandes propietarios
y por la precariedad de los derechos de los campesinos que tienen acceso
a la tierra sin tener el reconocimiento legal. Aunque la colonización y las
ocupaciones se hacen paralelamente a un proceso de negociación con el
Estado para el reconocimiento de los títulos de propiedad, la emisión de
éstos no sigue el ritmo de las ocupaciones.

A finales de los años 70, el movimiento social que dirige la Anuc desaparece
casi completamente. El acceso a la tierra, necesario para la construcción de
la economía campesina y obtenido por la colonización y por las tomas, no es
una solución sostenible. A corto y medio plazo estas tierras son retomadas
por los grandes propietarios, reforzando las relaciones sociales basadas en
el poder que otorga la propiedad de grandes extensiones de tierra.

A partir de la década de 1980, la prioridad de la lucha del movimiento cam-


pesino es encontrar soluciones al problema de la fragilidad de los logros
obtenidos por la autogestión. Más allá del acceso a la tierra, los campesinos
deben movilizarse para pedir titularización, inversiones en los servicios
públicos, construcción de infraestructuras, crédito y asistencia técnica. Es
así como las acciones a partir de esta década van a priorizar 1) la reclama-
ción de inversiones públicas y 2) la consolidación de los logros de la lucha
campesina por el acceso a la tierra.

2.3.2. Principios de los años 1980: la Anuc-ur


y el renacimiento de la movilización campesina

Contra toda previsión, la Anuc-Sincelejo empieza un proceso de recom-


posición a partir de 1981. En el momento de mayor debilitamiento de la
Anuc, diversos factores convergen para redinamizar la lucha campesina

39 La coerción en los procesos de expropiación de los campesinos no necesariamente está


precedida por el endeudamiento. Muchas veces, sin comprender por qué, los campesinos
son simplemente forzados a irse abandonando la tierra (ver capítulo 1).

73
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

(Buitrago y Zamosc, 1990; Prada, 2003; Pérez, 2010). 1) El movimiento


campesino aprovecha el cambio institucional en el tratamiento del con-
flicto: mientras que el gobierno de Julio César Turbay (1978-1982) había
desplegado una estrategia fuertemente represiva, el de Belisario Betancur
(1982-1986) apuesta por la inversión social a través del Plan Nacional de
Rehabilitación de 1982 para contrarrestar la violencia. 2) En el transcurso
de los años 1980, se da un proceso de unificación de la izquierda, lo que
facilita la reunificación de la Anuc40 y la unidad del movimiento campesino
e indígena. Esto da origen, en 1984, al Comité Unitario Agrario Nacional
(Cuan), un espacio de coordinación que reagrupa la casi totalidad de las
organizaciones campesinas del país –como son la Federación Nacional
Sindical Agraria (Fensa) y la Asociación Nacional de los Trabajadores
Agrarios (Anta)– (Fensuagro, 2006; Benítez, 2010). El Cuan desempeña
un papel central en el futuro de la Anuc, principalmente por la organi-
zación del Congreso de Unidad y Reconstrucción en 1987 (Tafur, 2012),
donde el sector denominado Sincelejo se convierte en la Anuc–Unidad
y Reconstrucción (Anuc-ur). 3) La crisis de los años 1980, causada por
la apertura económica y la inflación, afecta sustancialmente el mundo
campesino y suscita una nueva ola de protestas.

En este contexto de unidad y de movilización, la Anuc retoma el liderazgo


en diferentes regiones del país, apoyada por sectores progresistas de la
Iglesia católica (Grupo de Memoria Histórica 2008), sindicatos y los movi-
mientos urbanos, también llamados movimientos cívicos (Proyecto Nunca
Más, 2007a). Las asociaciones locales, municipales y departamentales de la
Anuc se articulan alrededor de dinámicas regionales y nacionales de orga-
nización. Por ejemplo, desde 1977 la Anuc municipal de Barrancabermeja
(departamento de Santander) inicia un proceso de recomposición del mo-
vimiento campesino de la región del Magdalena Medio (Zamosc, 1987). Su
rol es importante: participa en la redinamización de la movilización por la
reforma agraria y el acceso a los servicios públicos, gracias a intercambios
de militantes experimentados entre las diferentes municipalidades (Men-

40 Los dirigentes de la organización comienzan entonces una reflexión crítica sobre la


experiencia de la Anuc, principalmente a partir del Encuentro Nacional de Dirigentes
Campesinos en abril de 1981 (Pérez, 2010, 149 y ss.).

74
Leila Iliana Celis González

doza, 2012). Así, en 1983 la Anuc regional Magdalena Medio41 organiza 15


ocupaciones de tierra (Proyecto Nunca Más, 2002).

Organización, formación y producción son las consignas de la Anuc a prin-


cipios de los años 80. Alrededor de éstas se desarrolla una rica dinámica de
consolidación de la organización y aparecen varias iniciativas en aras del
mejoramiento de las condiciones de vida de los campesinos42. Los comités
de jóvenes y de mujeres, de cooperativas, de comités de salud y de alfabeti-
zación florecen. Los programas de formación se orientan a la promoción de
los líderes campesinos. Es lo que recuerda Elías María Flórez (2012), anti-
guo dirigente campesino de la Anuc municipal de Pinillos, Sur de Bolívar:

La primera cosa por la que la Anuc se preocupa es por capacitar a los


campesinos, a los líderes, sobre la cuestión política agraria, los partidos
y movimientos políticos. Hacíamos talleres de 15 días, de 20 días, de
un mes. Sufríamos mucho por los mosquitos, había que hacer humo
[...] mientras unos dormían alguien con un cartón dispersaba el humo
para que los mosquitos no nos molestarán y después otro lo suplía [...]
Había talleres de la Anuc a nivel corporativo y había talleres políticos
donde estudiábamos lo que era la burguesía, por qué la burguesía ac-
tuaba así y por qué tenía el poder que tenía, porque nosotros mismos
se lo dábamos.

Otras iniciativas buscan el fortalecimiento del proyecto social del campesi-


nado, como el sistema de tiendas veredales, que pone en marcha pequeños
mercados rurales con la finalidad de disminuir el costo de los productos de
consumo de base para los campesinos. Estas tiendas sirven al mismo tiempo
de centros de almacenamiento para la producción campesina mientras que
la Anuc se encarga de su comercialización. En este contexto aparecen los
“Comités técnicos” compuestos por los agrónomos responsables del proceso
de producción y de comercialización. Para la Anuc-Ur, la viabilidad de la

41 Formada por las asociaciones municipales de la Anuc Santander, de la Anuc de Sur del
Cesar y de la Anuc del Sur Bolívar.
42 He ingresado a las filas de la Anuc Barrancabermeja, Departamento de Santander, como
miembro del equipo de alfabetización Pablo Acuña en 1987, después de haber participado
marginalmente en la organización de Manifestaciones campesinas en mayo de 1985.

75
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

economía campesina está estrechamente vinculada con la materialización


de los éxitos a nivel local. Por esta razón, los equipos de producción y comer-
cialización son una piedra angular y se multiplican con el apoyo económico
de las Ongs internacionales.

En relación con la movilización, estos años se caracterizan por la presencia


de un número importante de organizaciones campesinas que exigen al Es-
tado el cumplimiento de una reforma agraria verdadera, así como su apoyo
para la producción y la comercialización campesina. También, en algunas
regiones, las organizaciones campesinas comienzan desde este momento
a denunciar las agresiones de las Fuerzas Armadas y a pedir que las auto-
ridades civiles tomen las medidas necesarias en materia de protección de
Derechos Humanos. Las marchas se convierten en el símbolo de la lucha
campesina a lo largo de este periodo, como las ocupaciones de tierra lo fue-
ron en los años 70, marchas que son coordinadas a nivel regional y nacional,
mientras que las reclamaciones y las negociaciones se hacen a nivel local.

Entre 1985 y 1988, varias manifestaciones masivas tienen lugar en las regio-
nes de la Costa Caribe, el Nordeste, el Noroeste y del Sur del país (Molano,
1987). En 1987 más de 400 marchas tienen lugar, principalmente en los
departamentos de Sucre, Córdoba, Huila y Cauca (León Zamosc, 1990, 53).
En febrero de 1985, en el municipio El Bagre, Antioquia, más de 6.000 cam-
pesinos se movilizan para pedir al Estado inversión en las infraestructuras
(caminos, construcción y dotación de centros hospitalarios y de escuelas)
y otorgar créditos para la producción agraria. Los campesinos quieren
también participar en la definición de los planes de desarrollo. Reivindi-
caciones semejantes motivan las manifestaciones de mayo de 1985 hacia
Bucaramanga, a las que asisten 7.500 campesinos de los departamentos de
Bolívar, Cesar, Norte de Santander y Santander hacia las ciudades capitales
(Barrancabermeja y San Vicente de Chucurí)43. Debido a que la región del
Magdalena Medio es una de las primeras en haber sufrido los ataques del
paramilitarismo, los campesinos de esta parte del país también le exigen al

43 Porque la región del Magdalena Medio es una de las primeras que fue atacada por el
paramilitarismo, los campesinos de esta región también exigen al Estado la desmilitarización
de la región y aseguramiento de las condiciones necesarias de seguridad para trabajar sobre
sus tierras.

76
Leila Iliana Celis González

Estado la desmilitarización de la región, así como garantizar las condiciones


de seguridad necesarias para poder regresar a sus tierras.

A pesar de la represión que padecen estas manifestaciones desde el principio,


consiguen ejercer una presión suficiente para que el gobierno se compro-
meta a aceptar un número importante de demandas formuladas por los
campesinos. Estos compromisos no serán sino parcialmente respetados por
el Estado; en cambio, la represión contra la protesta campesina aumentará
de manera significativa.

2.4. Las marchas campesinas en el Sur de Bolívar (1980)

En el Sur del departamento de Bolívar, el proceso de renacimiento de la


Anuc es muy semejante al de otras regiones. Responde a la necesidad de los
campesinos de unirse para construir alternativas y ser oídos por el Estado.
Así, la experiencia y la perseverancia del campesinado dan un segundo
aliento al movimiento. En la región, este momento está marcado por el
nacimiento de nuevas organizaciones, en parte herederas de la Anuc: las
juntas de acción comunal, los comités cívicos y los comités agromineros.

Es así que en 1985 nace la Coordinadora Campesina del Sur de Bolívar, orga-
nización que reagrupa el conjunto del movimiento campesino de la región.
Esta organización demuestra una gran capacidad de movilización. A través
de ella, las comunidades participan en las movilizaciones campesinas que
tienen lugar a nivel nacional a mediados de los años 1980 (Tafur, 2012). El
año de su creación dirige una gran marcha cuya reivindicación principal es
la inversión del Estado en la creación de infraestructuras y en la prestación
de servicios. En esta ocasión, los campesinos de los rincones más alejados
de la región marchan hasta Cartagena, la capital del departamento:

A Cartagena fue gente de todo el Sur de Bolívar, de todo. Llegamos


8.300 personas. Nos iban a meter al estadio y nosotros no nos dejamos
y nos tomamos el parque Centenario [...] ahí fue como una primera ne-
gociación que hicimos. Se firmaron acuerdos, eso eran reivindicaciones
sociales como carreteras, escuelas, maestros, energía. La energía que

77
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

hay en el Sur de Bolívar fue conseguida por nosotros. Los puentes que
hay en el Sur de Bolívar fueron conseguidos por nosotros. Las ambu-
lancias, los hospitales, fueron fortalecidos por las luchas sociales. Son
conquistas de las comunidades … (Henao, 2012).

Por el número de campesinos movilizados y por el tiempo que se quedan


en Cartagena, la marcha de 1985 es una de las movilizaciones más grandes
de la historia de la región. Si en este momento los campesinos obtienen el
compromiso del Estado para algunas de sus demandas, el respeto de estos
compromisos sólo será parcial, lo que se explica por la falta de voluntad
política, por la escasez de recursos y el peso de la burocracia.

Hecho interesante a tener en cuenta y sobre el cual se volverá en el capí-


tulo siguiente, los comités agromineros44 están presentes en esta marcha.
Lo que sucede es que en el Sur de Bolívar, en los años 1980, se descubren
importantes yacimientos de oro, particularmente en los municipios de Rio
Viejo, Arenal, Morales, Santa Rosa, Tiquisio y Simití, yacimientos que,
según los expertos, están entre los más importantes del mundo (Sintrami-
nercol y Ramírez 2004). Por consiguiente, la actividad minera ancestral,
cuya parte en la economía campesina es hasta ese momento menor y equi-
valente a otras actividades como la pesca, se vuelve más importante. Los
comités agromineros emergen naturalmente y se integran en la dinámica
del movimiento campesino de la región para obtener servicios sociales,
particularmente en materia de educación y de salud. Como lo cuenta el
líder campesino Teófilo Acuña:

Las asociaciones mineras están en dirección de la minería pero también


de cómo se impulsa y se apoya la parte de la soberanía alimentaria y es
desde ellas que podemos responder a esa carga que debía el gobierno
estarnos hoy cumpliendo ¿cierto? y es todo el tema de la inversión
social. Las asociaciones mineras y las juntas de acción comunal, y por
citar el ejemplo del zonal Alejandro Uribe Chacón: allí la comunidad
le ha tocado asumir lo de la salud, lo de educación, todo les ha tocado
asumirlo [...] En esa dinámica: no es únicamente la asociación creada
44 Los campesinos mineros artesanales dividen su trabajo entre la explotación artesanal de oro
y la producción agrícola.

78
Leila Iliana Celis González

para hacer una explotación sino es asociación creada para construir


proyectos de vida. Y ahí está la denuncia, desde ahí también están los
mandatos de la comunidad45, mandatos que hemos venido constru-
yendo allí, por decir en lo ambiental, en lo económico, desde ahí se
construyen esos mandatos y eso se hace en asambleas (Acuña, 2012).

A partir de 1985, la movilización en la región se vuelve recurrente, los


campesinos se movilizan “en 1985 en Cartagena y sucesivamente en San
Pablo (1987), Simití (1988), Morales (1989), Pinillos (1990), los reclamos
han consistido en exigir la solución a las necesidades en salud, educación,
vías carreteables, telefonía, acueductos, alcantarillados...” (Mesa regional
permanente de trabajo por la paz del Magdalena Medio, 1999, 23). Cada
vez el pliego de peticiones contempla el respeto de los pactos firmados en
Cartagena y en las movilizaciones subsecuentes. Las marchas campesinas
se constituyen, durante esta dinámica de exigibilidad, en el símbolo central
del movimiento campesino.

2.5. Análisis de las dinámicas de autogestión


y de exigibilidad

El recorrido histórico realizado en este capítulo permite ver que la lucha por
la tierra en Colombia se caracteriza, en el plano organizativo, por una diná-
mica de autogestión, la cual no es una elección política de ruptura frente al
Estado, sino más bien la única alternativa posible debido a que los grupos en
el poder permanecen indiferentes ante las necesidades y las reivindicaciones
de los campesinos y, por lo mismo, los campesinos deben arreglárselas por
sus propios medios. Así, los campesinos buscan soluciones a la falta de tie-
rra, sobre todo a través de la colonización de baldíos, desde finales del siglo
XIX hasta hoy. Los sin tierra colonizan y se reparten la tierra en función de
las necesidades familiares o de la capacidad de las familias para trabajarla.
Transforman páramos en tierra cultivable y la hacen producir gracias a su
trabajo individual, familiar y colectivo. Pero, a lo largo de este proceso, los

45 Los mandatos campesinos traducen decisiones tomadas por éstos últimos que deben
ser implementadas por sus organizaciones. El Primer mandato campesino de la Anuc,
formulado en 1971, es guiado por la consigna “tierra sin patrón” (Fals Borda, 1980, p. 170).

79
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

latifundistas y capitalistas agrarios organizan la explotación de los campesinos


y, eso lo logran procurándose mano de obra barata. Las luchas campesinas
de los años 1920-30 sirven en gran medida para denunciar este despojo.

Ahora bien, los campesinos todavía no habían recibido respuesta a sus quejas
por parte del Estado y ya La Violencia de los años 1940-1950 llevaba a la
expulsión de otros millares de campesinos de sus tierras, así como a otra ola
de colonización. La Anuc, desde su creación en 1967, consigue encauzar el
descontento de los campesinos frente a estas injusticias. En este contexto,
los pobladores pobres del campo establecen un segundo tipo de acción, las
tomas de tierras de los grandes propietarios. De esta manera buscan acelerar
la reforma agraria redistributiva.

En la construcción de la economía campesina, el acceso a la tierra es un


requisito sine qua non, pero no es suficiente. Para vivir de la tierra y para
hacer prosperar una economía alrededor de la producción agraria hay
que tener acceso a diversidad de servicios: educativos, salud, transporte,
así como crédito, asistencia técnica e infraestructuras comerciales. Es por
eso que, casi al mismo tiempo que la colonización y las ocupaciones, los
esfuerzos de autogestión son puestos en marcha para abastecerse de estos
servicios básicos. En esta dinámica, las capacidades de liderazgo y de orga-
nización del campesinado se consolidan. La colonización y las ocupaciones
dieron un acceso real a la tierra, permitieron ganar capacidad de acción y
de coordinación. Sin embargo, a pesar de las soluciones encontradas por
los campesinos para suplir la falta de servicios básicos, éstas encuentran
rápidamente sus límites. La economía campesina no es viable sin recursos
financieros y contra el poder de los grandes propietarios. Esta realidad pone
fin a la dinámica de autogestión de la lucha campesina.

La autogestión dará entonces lugar a una dinámica de exigibilidad que se


volverá cada vez más importante en la lucha campesina a partir de 1980.
Sin abandonar su dinámica de autogestión, el movimiento campesino se
dirige al Estado para exigir que asuma sus responsabilidades. Las acciones
de protesta, de las cuales el estandarte son las marchas campesinas, buscan
principalmente obtener títulos de propiedad para las tierras colonizadas y
ocupadas, al mismo tiempo que quiere obligar al Estado a suministrar los

80
Leila Iliana Celis González

servicios necesarios para asegurar la permanencia de los campesinos en


el campo y para hacer viables la agricultura y la comercialización. Desde
hace tiempo, los campesinos reclaman derechos frente a las autoridades
locales, pero la exigibilidad se vuelve un aspecto central de la lucha, con
las marchas campesinas. Es así como obtienen compromisos por parte del
Estado, pero éstos solo han sido respetados parcialmente y, sobre todo, las
marchas son seguidas por una verdadera intensificación de la represión.
En este sentido, el capítulo siguiente abordará las transformaciones que la
violencia le imprime al movimiento campesino.

81
Capítulo 3
Finales de los 80-primeros años del nuevo siglo.
La resistencia campesina por la defensa
de la vida y del territorio

A mediados de los años 80 del anterior siglo, el movimiento campesino


colombiano conduce una ola importante de movilizaciones en diferentes
regiones del país. Los campesinos marchan desde las zonas rurales más re-
motas hacia las capitales departamentales para pedir al Estado inversiones
que apoyen la producción campesina, suplan con servicios públicos esen-
ciales las zonas rurales, tales como educación, salud, además de construir
infraestructuras como vías, acueductos, electricidad.

El gobierno rechaza tales peticiones, argumentando la supuesta infiltra-


ción de las marchas por parte de la guerrilla. A partir de ese momento la
represión se intensifica y en el curso de los años 90 toma una dimensión
sin precedentes en la historia del país.

Este capítulo analiza los cambios impuestos por la violencia y el modelo


económico al movimiento campesino, particularmente a nivel de sus reivin-
dicaciones, de sus acciones y de la percepción que sobre el Estado tienen las
organizaciones sociales agrarias. Para el análisis de esos cambios retomamos
la historia de la Anuc –iniciada en el capítulo anterior– y observamos la
recomposición del movimiento campesino en el Sur de Bolívar, la cual dará
nacimiento a la Fedeagromisbol.

3.1. La represión contra el movimiento campesino

La persecución contra la Anuc se refuerza desde los años 1980. Más de


200 de sus dirigentes son asesinados entre 1980 y 2005, de los cuales 41
son mujeres (Benítez, 2010). En el municipio de Barrancabermeja, entre
1990 y 1998, 25 de los miembros de la Anuc son víctimas de los grupos

83
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

paramilitares (Proyecto Nunca Más, 2007b). Las masacres, los asesinatos


selectivos, las detenciones masivas y/o selectivas de sus dirigentes son
diarias. El hecho de ser miembro de la Anuc-ur es en sí un problema para
la seguridad de los pobladores del campo. Las casas campesinas, que son
las oficinas urbanas de la Anuc, y que al mismo tiempo sirven de albergues
para los campesinos y dirigentes que tienen gestiones que hacer en la ciu-
dad, se convierten también en blancos de la represión. Así es como la casa
campesina de Barrancabermeja es allanada en 1989 por agentes de policía
y civiles no identificados, sin mandato judicial, y luego dinamitada en 1991.
En la región del Magdalena Medio, más de 3.000 campesinos miembros
de la Anuc son asesinados y 17 asociaciones municipales aniquiladas por
la represión. La historia es similar en todas las regiones del país. En todas
partes los campesinos son perseguidos, como lo relata uno de sus dirigentes
en el departamento de Sucre:

[en la Anuc] Teníamos como 10 mil afiliados en Sucre [pero] ya queda-


ban como unos 2 mil en 99-2003. Nos pusieron una bomba en la oficina
y nos destruyeron todo, no tenemos archivo. Las masacres buscaban
debilitarnos las bases. Después todo el mundo se fue. Eso quedó solo.
La principal que nos afectó fue la Pichilín, en Colosó en diciembre de
1996. El 80 por ciento de la gente estaba en la Anuc. Fue la que más
nos golpeó. Eran pequeños y medianos propietarios y eso se hizo para
destruir a la organización (entrevista a un dirigente de la Anuc, citado
en Verdad abierta, 2010).

Los ataques se inscriben en el contexto de la expansión del paramilitarismo,


una expansión que tiene particularidades y objetivos diferentes según la
región. A veces el objetivo de los paramilitares es el de combatir la guerri-
lla, a veces los paramilitares son solo la fachada política del narcotráfico
y a veces utilizan el terror para controlar la población o para provocar los
desplazamientos con el fin de apropiarse la tierra y los recursos naturales
abandonados por los desplazados. Por todas partes, las asociaciones muni-
cipales y departamentales son debilitadas paralelamente a la consolidación
de estos grupos armados de extrema derecha. Sin embargo, la violencia no
tiene como objetivo únicamente a los miembros de la Anuc, sino al conjunto
de la población campesina. Como resultado de estas agresiones contra el

84
Leila Iliana Celis González

campesinado entre 1980 y 2012, más del 40% de la población rural es víc-
tima de desplazamiento forzado. Esto debilita la organización campesina,
cuya base social se reduce al mismo ritmo que progresa la urbanización
forzada. En Barrancabermeja, por ejemplo, la población urbana aumenta
22% entre 1984 y 1985 (Van Isschot, 2010).

3.1.1. Nuevas dinámicas de la Anuc:


ajustes al contexto de represión

Con la represión que crece al ritmo de la expansión paramilitar, las or-


ganizaciones campesinas deben revisar sus prioridades. A partir de 1985
y durante los 20 años siguientes aproximadamente, la lucha campesina
intenta, de manera principal, enfrentar la guerra y reclamar la protección
de la integridad física –el derecho a la vida–.

En esta perspectiva, las acciones llevadas a cabo por el movimiento cam-


pesino pueden ser clasificadas en dos categorías:

La primera corresponde a las acciones de autoprotección y se inscribe en


continuidad con la dinámica de autogestión que el movimiento campesino
practica desde hace mucho tiempo. A través de esas acciones los líderes
de la Anuc y las comunidades mismas toman las medidas necesarias para
reforzar su seguridad. Los comités de vigilancia se crean con el objetivo de
alertar la comunidad en la eventualidad de incursiones paramilitares, para
tener tiempo de huir.

De manera progresiva, estos comités de vigilancia se transforman en comités


de Derechos Humanos, responsables de documentar las violaciones de los
mismos y comunicar las informaciones a las organizaciones de defensa de
estos Derechos en las ciudades para que activen las redes de denuncia. En
paralelo, los albergues son creados para los campesinos desplazados por
la guerra. El albergue es un lugar de refugio y alojamiento transitorio para
los desplazados, hasta que puedan volver a sus tierras.

La historia de los albergues es corta. El primero se abre en Barrancabermeja


en 1989 con el apoyo de diferentes iglesias, organismos de cooperación

85
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

internacional y organizaciones de defensa de los Derechos Humanos. El


hostigamiento y los atentados contra el albergue de Barrancabermeja obli-
gan a un primer cierre en 1993 (Giraldo, 1994, 16-20). Las circunstancias de
guerra contra los movimientos sociales se agudiza, por ello, frente al control
creciente de los paramilitares sobre las regiones rurales, los desplazados
ya no buscan un lugar de tránsito en espera de regresar al campo, sino que
se establecen definitivamente en la ciudad. En 1996, el albergue cierra de-
finitivamente en respuesta a la disminución ostensible del número de sus
usuarios –causada por el acoso de los campesinos refugiados y por el cambio
de comportamiento de los desplazados (van Isschot, 2010).

La segunda categoría de acciones en la etapa de resistencia concierne a


las medidas de reclamación al Estado para obtener el desmantelamiento
del paramilitarismo, el respeto de los Derechos Humanos y detener los
desplazamientos. Así, a las reivindicaciones sociales se suma de manera
progresiva la denuncia de los asesinatos y de otras agresiones contra los
campesinos.

Es una denuncia que no es pasiva. En medio de la ofensiva paramilitar,


la Anuc continúa desarrollando las acciones que conoce bien como las
marchas, los paros y las ocupaciones de edificios públicos. Los campesinos
demandan que las autoridades tomen las medidas necesarias para des-
mantelar el paramilitarismo y proponen soluciones a fin de permanecer
en el campo pero que al final se revelan poco eficaces para contrarrestar el
problema. Por ejemplo, en agosto de 1990, ante la gravedad de la situación
de violencia en el Departamento de Córdoba, un grupo de campesinos,
indígenas y ciudadanos de Montería, ocuparon pacíficamente la Casa
Episcopal. Las negociaciones concluyeron con un acto oficial en el cual
el gobierno departamental se compromete a llamar públicamente a los
grupos armados a la paz (Acta firmada entre el gobierno departamental
y los organizadores de la toma, Coordinadora Nacional de Movimientos
Cívicos, 1988, 157-62).

A veces las marchas son también éxodos de desplazados que huyen de sus
tierras. Pero los éxodos causados por la violencia paramilitar no son siempre
manifestaciones organizadas para servir de medio de presión. La mayoría

86
Leila Iliana Celis González

de las veces los campesinos tratan sólo de huir para fundirse en territorio
urbano y así salvar sus vidas. Entonces, el éxodo es simplemente un des-
plazamiento que señala el éxito de la represión. El territorio es vaciado, el
tejido social roto y, a menudo, la organización social aniquilada.

Cuando la presencia paramilitar se consolida en una región impidiendo


así que los campesinos desplazados regresen a sus tierras, la Anuc pide al
gobierno comprar otras tierras agrícolas para reubicar las comunidades
amenazadas por este actor armado. Un ejemplo de ello es lo que se produce
en San Vicente de Chucurí, en el departamento de Santander, y en la ha-
cienda Bella Cruz, en el municipio de Curumaní, en el sur del departamento
de Cesar (Álvarez 2012).

La lucha de los desplazados de la hacienda Bella Cruz es un caso emblemáti-


co. Ilustra las acciones llevadas a cabo durante 30 años por la organización
campesina para tener acceso a la tierra y en respuesta a la ofensiva parami-
litar; esta lucha deja ver cómo la relocalización se constituye en alternativa
al desplazamiento y revela la realidad de este fenómeno. El caso de Bella
Cruz permite apreciar los contornos de la lucha actual por la restitución de
las tierras. Al fin de este capítulo, presentamos una síntesis de este caso de
resistencia, con el fin de esbozar la forma que toma la disputa por la tierra
en el contexto del conflicto armado.

3.1.2. La Anuc remodelada por la guerra

Las múltiples iniciativas de la Anuc y sus aliados frente a la ofensiva que


los acosa y diezma revelan, una tras otra, la impotencia de la organización
campesina y las nuevas prioridades que se imponen al movimiento campesi-
no: la lucha por la tierra es relegada frente a la urgencia de la defensa de los
Derechos Humanos. La Anuc debió adaptar su papel según los parámetros
impuestos por la violencia institucional. De acompañar la lucha por la tierra
y por la construcción de la economía de los pobladores del campo, la organi-
zación se encarga, sobre todo a partir de los años 1990, del acompañamiento
a los desplazados. Sucede que, de un lado, la base social de la organización
se conforma ahora principalmente con campesinos-desplazados y, por otra
parte, los dirigentes amenazados son incluidos en el «Programa Guberna-

87
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

mental de Protección»46 y no pueden ir a las regiones, lo que los obliga a


concentrar sus actividades en las ciudades al lado de los desplazados y no
en el campo. Como consecuencia, la Anuc debe resignarse a presionar al
Estado para que asuma su responsabilidad con la atención de la población
desplazada. Edilia Mendoza, presidenta a inicios de la segunda década del
siglo XXI de la Anuc, recuerda que:

Como desde el 2000 nosotros empezamos a constituir, con nuestras


comunidades y con otras organizaciones de desplazados, la coordina-
ción nacional de desplazados (CND), con las comunidades de la Miel,
ahí estuvimos como 7 años pero eso no cambiaba… (2012).

Sin duda, el conflicto armado transformó la organización en varios aspec-


tos. En los años 1970 y 1980, la Anuc encabezaba la lucha campesina por
el mejoramiento de las condiciones de vida, contra la concentración de la
propiedad y por la construcción de la economía campesina. Debilitada por
el conflicto, esta organización no es más la otrora organización nacional,
fuerte, con capacidad para formular propuestas capaces de movilizar milla-
res de campesinos y alrededor de la cual gravitan militantes e intelectuales.

Pese a todo esto, el liderazgo y la experiencia acumulada por la Anuc no


desaparecieron completamente bajo la represión. Varios de sus dirigentes
se hicieron empleados de Ongs de Derechos Humanos y de desarrollo. Al
mismo tiempo, ciertas Ongs desarrollaron los mismos ejes de trabajo que
tenían anteriormente las organizaciones campesinas, como la distribución
de semillas, la organización de mujeres y jóvenes, la promoción de la orga-
nización campesina, etc.

El funcionamiento de la cooperación internacional también contribuyó a


marginar a las organizaciones sociales. Alirio Uribe, abogado integrante del
Colectivo de abogados José Alvear Restrepo (y su presidente para el 2012), una
de las Ongs más antiguas en defensa de los Derechos Humanos, recuerda que:

46 Este programa, creado en 1997, tiene como objetivo salvaguardar la vida, la integridad y
la libertad de las personas amenazadas debido a su actividad social. Comprende equipos
de comunicación, guardaespaldas y vehículos blindados, según la gravedad del caso (Sitio
web de Programa presidencial de derechos humanos 2012).

88
Leila Iliana Celis González

[...] la cooperación ha confiado más en la tecnocracia que tienen las


Ongs en la rendición de informes, en la tecnificación de los informes
y no confían en entregarle dinero directamente a un sindicato, a una
organización indígena y menos a una organización de desplazados. Vas
a encontrar que Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y mucha
gente más hace cooperación para las víctimas pero ningún peso pasa
por una víctima directamente. Nadie le da plata a una organización
de desplazados así haya miles, sino que intermedian por las Ongs
por el tema técnico, por el tema de entrega de cuentas, de rendición
de informes, y eso pues también ayuda a debilitar a los movimientos
sociales porque no tienen las capacidades técnicas para responder a
la tecnificación de la cooperación. La cooperación hace 30 años eran
libre pensadores, era gente que venía de las luchas sociales de sus
países y hacían un trabajo más solidario, más político. Hoy los que dan
cooperación son tecnócratas, especialistas en desarrollo de proyectos
y entonces imponen una cantidad de reglas, de informes, de cuentas,
de rendición financiera, que solo lo pueden soportar organizaciones
especializadas que tienen la infraestructura, contadores, revisores
fiscales, conocimiento, etc. Todo esto ha militado en el debilitamiento
de las organizaciones sociales (Uribe, 2012).

El trabajo que realiza la Anuc es similar al que llevan a cabo las Ongs, excepto
que la Anuc, sin acceso a recursos financieros, no cuenta con los mismos me-
dios de estas Ongs. Entonces, estas son capaces de ofrecerles a las víctimas más
servicios. Gilma Benítez, ex dirigente de la Anuc, que vio esta transformación
en el tiempo, concluye que “La misma política del Estado nos va cambiando el
lenguaje y el discurso, entonces ya no hablamos de pliego de reivindicaciones,
ya no hablamos de movilización sino que estamos hablando de la gestión, de
la incidencia y de los proyectos. Todo eso hace parte de una estrategia que
revienta la última crisis del 2007” (Benítez, 2010).

Finalmente, el conflicto provoca el debilitamiento de la Anuc, su transfor-


mación y dispersión, lo que lleva al surgimiento de nuevas organizaciones
rurales de carácter local que se basan en la experiencia de la Anuc. Por
ejemplo, en 1985, en la región del Magdalena Medio, aparece la Coordi-
nadora campesina del Sur de Bolívar, en donde convergen las diferentes

89
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

organizaciones y comités campesinos de la región. Entre las nuevas or-


ganizaciones, las más frecuentes son las que trabajan por los desplazados
forzados, los Derechos Humanos y la paz. Así, las organizaciones sociales
víctimas directas de la represión, crean en 1987 la Corporación Regional
para la Defensa de los Derechos Humanos (Credhos); aparecen también
la Coordinación popular de Barrancabermeja en 1983; el Movimiento
regional por la paz en 1996 (con la participación de los sindicatos, parti-
cularmente el sindicato de los trabajadores petroleros); y la Mesa regional
de trabajo permanente por la paz en 1998. La experiencia del Magdalena
Medio se reproduce en todas las regiones de Colombia, donde la dinámica
del conflicto contribuye a la reestructuración de las organizaciones sociales
(ver también Grupo de memoria histórica, 2010, 288).

3.2. La represión y la expropiación


de la riqueza aurífera

Los signos precursores de la ofensiva paramilitar se hacen sentir en la región


desde finales de los años 1980 y los campesinos responden con manifesta-
ciones que organiza la Coordinación campesina del Sur de Bolívar

[...] la (marcha) del 88 fue San Pablo. Ya en San Pablo fue que [...]
nos dimos de cuenta que habían desaparecido dos muchachos en San
Pablo. Todos dos se llamaban Hernando, uno era Hernando Zuleta.
Él uno era boyacense, el otro antioqueño, por ahí como de 20 años,
eran campesinos... Y la policía tenía el parque minado. La policía y el
ejército minaron el parque de San Pablo [...] y ya era una pelea grave
porque ya era reclamando desaparecidos y reclamándole a la fuerza
pública por qué tenía minado el parque de San Pablo (Henao, 2012).

Así como lo menciona Gabriel Henao, líder campesino que participó en las
movilizaciones de la región desde 1985, la lucha agraria en el Sur de Bolívar
cambia hacia finales de los años 1980 cuando se reorienta a la defensa de
la vida. Es la dinámica adoptada por las organizaciones como respuesta a
la escalada del paramilitarismo.

90
Leila Iliana Celis González

Desde principios de los años 1990, la presencia creciente de los grupos


paramilitares en la región es notable. Para Carlos Castaño, su jefe, tomar
el control de la región es un desafío que justifica en el marco de la guerra
a la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (Eln) (Semana, 1998),
cuya presencia en la región a través del frente José Solano Sepúlveda se
consolidó en los años 1980. Los paramilitares buscan también el control
y la expansión de los cultivos de coca: en el 2000, el número de hectáreas
de coca aumentó de 200% (Viloria De la Hoz, 2009, 47). El control de la
riqueza aurífera está también en la mira de los paramilitares. El testimo-
nio que rinde un campesino a la revista Semana ilustra bien la situación:

Mientras estuvo la guerrilla aquí todos sembrábamos coca pero luego


llegaron los paramilitares y nos tocaba vendérsela a ellos. Por eso
algunos se pusieron a barriguear la tierra (triturar la piedra y ponerle
mercurio para buscar el oro) y ahí fue cuando encontraron la mina
que llamamos La Gloria. Pero cuando empezó a producir, nos sacaron.
Los de las Auc dijeron que iban a hacer un comité con todos nosotros,
pero después nos echaron. Cualquiera que cogiera un pucho de tierra
lo amenazaban (Revista Semana, 2008).

Los primeros paramilitares que llegan a la región vienen de la Costa


Caribe. Comienzan por comprar casas en el campo y la ciudad con el fin
de construir un corredor de seguridad para sus operaciones militares. A
través de estas compras, hacen partir a la población local y proceden a
repoblar “con familias cuya labor está asociada a actividades de inteligencia
militar […] viene el proceso de re-poblamiento en el que los paramilitares
entregan los predios abandonados a familias definidas por ellos mismos”
(Grupo de Memoria Histórica, 2009, 69-70). Luego, apoyados por las
Fuerzas Armadas (que transportan a los paramilitares y sus provisiones en
helicóptero), los paramilitares llevan a cabo una campaña sangrienta que
les permite tomar rápidamente el control de las vías terrestres y fluviales.

A partir de 1997, las acciones de los paramilitares son sanguinarias: las


matanzas se dan una tras otra: de Puerto Coca a Río Viejo, San Pablo,
Simití y Santa Rosa; de Pueblito Mejía a Tiquisio, Monterrey, Puerto Rico
y la Pacha. Los líderes y miembros de las organizaciones campesinas son

91
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

blancos declarados. En 1997, los paramilitares asesinan a Luis Orlando


Camaño, vicepresidente de la Asoagromisbol. El mismo año, el presidente
del Comité de los pequeños mineros de Rio Viejo es asesinado, así como
otros 30 campesinos dedicados a la actividad aurífera (Proyecto Nunca Más,
2007c, 18). En 1998, el territorio controlado por los paramilitares incluye a
San Blas, el Valle del río Cimitarra y la Serranía de San Lucas.

El periodo más sangriento de la acción paramilitar corresponde a su im-


plantación, conseguida por el terror, entre los primeros meses de 1990 y
mediados del año 2003. La etapa que sigue en su proyecto de control necesita
recurrir menos a los homicidios, pues los habitantes ya están sometidos
por el miedo.

Los paramilitares del Bloque Central Bolívar de las Auc se desmovilizaron


entre los años 2005 y 2006, pero en realidad la presencia paramilitar jamás
ha desaparecido en esta región. Después de los acuerdos de desmoviliza-
ción con el gobierno, los paramilitares (rebautizados bandas criminales)
adoptan un perfil más bajo, con dedicación principal al narcotráfico y a
la explotación minera. A lo largo de estos años, mantienen una presencia
activa en la región y atacan los proyectos comunitarios, quemando las
infraestructuras y la producción (Fedeagromisbol, 2012). En 2015 y 2016,
los jefes paramilitares implicados en los acuerdos de desmovilización
comienzan a salir de prisión y, desde entonces la presencia paramilitar
en la región no deja de aumentar (Centro Nacional de Memoria Histórica-
Dirección de Acuerdos de la Verdad, 2015). Presencia y fuerza en la región
que reafirman en 2016, cuando decretan un paro armada, con el cual pa-
ralizaron la región durante 48 horas (el paro se realizó en 36 municipios
a nivel nacional).

3.2.1. Los campesinos mineros artesanales del Sur de Bolívar


defendiendo la riqueza aurífera

En el Sur de Bolívar la intensificación de la represión está estrechamente


ligada al conflicto por el control de las minas de oro. “La zona minera la
conforman 18 municipios, en donde unos 30 mil mineros adelantan sus
actividades artesanales en cerca de 400 minas. Los mineros viven en condi-

92
Leila Iliana Celis González

ciones de pobreza absoluta, con elevados índices de analfabetismo y ninguna


clase de prestaciones sociales” (Viloria De la Hoz, 2009, 66).

La escalada de la violencia es paralela a la puesta en obra del modelo eco-


nómico neoliberal que incita a la extracción de recursos a grande escala y
amenaza la explotación aurífera artesanal. Desde inicios de los años 1990,
los gobiernos colombianos despliegan una política para el sector minero
cuyo objetivo es doble: 1) estimular la inversión extranjera en la explo-
tación aurífera y 2) desanimar, e incluso impedir, la explotación minera
artesanal. En 1994, por medio de la Ley 141 sobre regalías, el gobierno
crea los títulos mineros y con ello declara ilegal la explotación minera
artesanal, “brindando” dos años a los pequeños campesinos mineros
para legalizar su explotación. Esta reglamentación es confirmada por el
Código de Minas de 2001 y actualizada a través de la Ley 1333 de 2009.
Hasta 1994, los habitantes de la región habían explotado el oro sin poseer
título de explotación47. La minería de hecho es una práctica histórica y
muy recurrente en Colombia. En 1994, representaba el 85% del total de
la explotación minera del país (Orlando Álvarez, gerente de Minerales de
Colombia, citado en Malaver, 1994).

Esta informalidad de los derechos de explotación constituye un freno para


las transacciones comerciales; para prosperar, el gran capital requiere de un
cierto nivel de formalidad en la propiedad. El proceso de legalización de los
títulos mineros que el gobierno implementa conlleva consecuencias sociales
muy graves para los habitantes de la región. En el Sur de Bolívar, como en
otros lugares en el mundo, la historia de la legalización de la propiedad
privada ha sido una historia de desposesión de los grupos subalternos. Así,
cada tentativa de los pequeños mineros de legalizar sus minas los ha llevado
a enfrentarse a obstáculos estructurales, ya que:

47 En el Sur de Bolívar, los campesinos intentaron obtener títulos de propiedad desde finales
de los años 1980, pero se encontraron con gestiones extremadamente burocratizadas
además de la falta de información y de recursos. Por otra parte, los pequeños mineros están
convencidos que la información presentada en el curso de los años 1980 a los funcionarios
mineros, luego convertidos en empleados de empresas transnacionales, fue utilizada por
estas últimas para consolidar los expedientes con los cuales las compañías pidieron en los
años 1990 los títulos sobre minas que jamás habían conocido (Veleño, 2012).

93
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Como pequeños mineros hemos tenido problemas para cumplir con las
nuevas exigencias del Estado para legalizar nuestra actividad, ya que
cuando logramos cumplir hasta cierto paso, las normas son cambiadas
y se dictan otras más difíciles de cumplir. La ley se ha convertido en
un instrumento del Estado y del sector de la gran minería para limitar
e impedir el desarrollo de la minería social y artesanal [...] el Estado
[...] exige muchos requisitos que nosotros no estamos en capacidad
de cumplir. Son reglas y normas hechas sobre medida para grandes
empresas mineras. Por lo tanto, la legalidad es una conveniencia po-
lítica” (Ecoinadma, 2011, 15-16).

En realidad las gestiones para legalizar la explotación minera artesanal


nunca han sido accesibles para los campesinos. En el Sur de Bolívar, los
campesinos mineros intentaron legalizar su situación en los años 1980.
Paralelamente a la autogestión de los servicios sociales y a la movilización
para reclamar inversiones en el Estado, las asociaciones de los pequeños
campesinos mineros empiezan gestiones administrativas con el objetivo
de legalizar sus minas. Forman pequeñas delegaciones que se van con este
mandato hacia Cartagena, capital del departamento. Sin embargo, debido
a su inexperiencia administrativa, esta legalización se hace imposible.

Los primeros colonos pensaron que había que legalizar la actividad


minera de alguna manera porque en algún momento el Estado nos
iba a despojar de eso y empezaron como una campaña de legalizar su
actividad pero ninguno de los mineros que quería hacer eso sabía qué
hacer. Me cuentan que salía un grupo de cinco mineros a tratar de
legalizar su actividad, se demoraban por fuera de la Serranía dos, tres
meses pero era de oficina en oficina y no sabían qué hacer. El proceso
estaba empezando y no sabían que puertas tocar. Así perdimos más o
menos cinco años. Cuando hicimos los primeros contactos e hicimos
las primeras solicitudes en el Sur de Bolívar, ahí es donde empieza el
problema en el Sur de Bolívar (Veleño 2012).

Para los campesinos su economía comprende la producción agraria y la


explotación minera artesanal. Por ello, de la misma manera que piden el
reconocimiento de los títulos de propiedad de la tierra que han colonizado

94
Leila Iliana Celis González

y explotado, piden también concesiones de explotación minera, en nombre


de la función social de la tierra y de la riqueza minera. El gobierno también
reconoce una función social al sector minero (Artículo 13 del Código minero,
Ley 685 de 2001) pero, la interpretación que da a la función social de las
minas no coincide con la interpretación de los campesinos. Para el Estado
el sector minero debe participar activamente en el crecimiento económico
del país, es decir en el crecimiento del producto interno bruto. Esta lógica
favorece a la gran industria, excluyendo la explotación artesanal, lo que
explica que el gobierno apoye a los grandes propietarios de capital.

En el curso de los años 1990, los pequeños mineros luchan contra las medi-
das legislativas que declaran ilegal la explotación artesanal y flexibilizan la
explotación minera; es así como descubren que las minas del Sur de Bolívar
están en vía de legalización, pero a nombre de personas que no habitan
la región y que representan los intereses de las compañías nacionales e
internacionales. Hoy, el caso es bien conocido: la familia Illeras Palacios
reclama derechos de explotación sobre las minas de la región recurriendo
a los servicios de la abogada colombiana Luisa Fernanda Aramburo, quien
trabaja para compañías canadienses en Colombia (Corona Goldfields S.A.
subsidiaria de Conquistador Mines Ltda.) y había participado en la re-
dacción del proyecto del Código Minero de 1996 con la financiación de la
Agencia Canadiense de Cooperación Internacional y del Ceri (Sintraminercol
y Ramírez, 2004).

En 1994, los comités de pequeños mineros crean la Asociación de las asocia-


ciones, los comités de los campesinos y de los pequeños mineros artesanales
del Sur de Bolívar (Asoagromisbol). En 1998, esta organización cambia su
nombre de Asociación al de Federación y se hace Fedeagromisbol (Fede-
ración agrominera del Sur de Bolívar). Tres años después de su creación la
Federación reagrupa más de 8.000 campesinos y pequeños mineros arte-
sanales (Acuña, 2012; Henao, 2012; Mesa regional permanente de trabajo
por la paz del Magdalena Medio, 1999).

Una de las primeras movilizaciones organizadas por la Asoagromisbol es


la marcha a San Pablo (Sur de Bolívar) en 1996. En esta ocasión, los cam-
pesinos piden apoyo técnico para los pequeños mineros artesanales, la

95
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

intervención del Estado para detener el despliegue paramilitar e inversiones


en salud y educación (El Tiempo, 1996). La marcha hace parte de las mani-
festaciones de los cultivadores de coca de diferentes regiones del país que
piden al Estado alternativas sociales para dejar a un lado estos cultivos. Se
oponen a las medidas represivas del Plan Colombia, exigen, en particular,
que cese la fumigación aérea de los cultivos ilícitos ya que trae consigo graves
problemas de salud, y quema el conjunto de cultivos sin diferenciar los de
coca. Los campesinos exigen, de nuevo, caminos para la comercialización
agraria, servicios técnicos, crédito y, algo muy importante, la reglamenta-
ción de las Zonas de Reserva Campesina (ZRC) –previstas en la Ley 160 de
1994 (Héctor Mondragón, 2002)48. La movilización de 1996 permite a las
comunidades el congelamiento temporal de los títulos mineros y constituye
el primer paso de un proceso que busca la defensa de los recursos mineros
codiciados por el gran capital. La Mesa permanente de trabajo por la paz
en el Magdalena Medio (1999, 23-24) resume así las exigencias relativas al
sector minero impulsadas por estas movilizaciones campesinas:

Los mineros pedían la legalización de sus propiedades, la dotación de


maquinaria y la capacitación en asuntos técnicos y empresariales […] el
gran objetivo de este sector social y económico era contar con el apoyo
institucional para dar un salto tecnológico, ambiental y empresarial
en la explotación de oro (Mesa regional permanente de trabajo por la
paz del Magdalena Medio, 1999, 23-24).

3.2.2. El éxodo campesino de 1998

Las agresiones de los paramilitares se tornan sistemáticas a partir de 1997.


En respuesta, los campesinos acuden a toda su capacidad de movilización
y organizan el éxodo de 1998, que comprende tres movilizaciones parale-
las: la del Sur de Bolívar, llevada a cabo por la Asoagromisbol; la del Valle
del río Cimitarra, y la protesta de la ciudad de Barrancabermeja (Mesa
regional permanente de trabajo por la paz del Magdalena Medio, 1999).
El objetivo principal del éxodo es denunciar las numerosas violaciones a
los Derechos Humanos que aumentan al mismo ritmo que la estrategia

48 Sobre las ZRC ver infra, capítulo 4.

96
Leila Iliana Celis González

de control territorial desplegada por los paramilitares. El éxodo moviliza


a 10.000 campesinos de la región, que marchan hacia las ciudades de San
Pablo, Barrancabermeja y Bogotá. Y allí se quedan durante tres meses para
presionar al gobierno para que se comprometa con la búsqueda de solucio-
nes. Los términos empleados en las reclamaciones indican claramente la
posición de los campesinos:

es deber del Estado erradicar el paramilitarismo, para lo cual debe ejer-


cer justicia al interior de las Fuerzas Armadas, y emprender acciones
inmediatas contra las mencionadas bandas y sus soportes financieros
(ganaderos, sectores políticos entroncados con el latifundio, narcotra-
ficantes, etc.), valga decir que es vox populi el listado de quienes están
comprometidos con el proyecto paramilitar (Mesa regional permanente
de trabajo por la paz del Magdalena Medio, 1999, 8).

Al final, el gobierno se compromete con inversiones en proyectos produc-


tivos, avanzar los programas de reforma agraria y luchar contra el parami-
litarismo (Mesa regional permanente de trabajo por la paz del Magdalena
Medio 1999, 8).

En esta ocasión, el gobierno respeta en parte su promesa de realizar inver-


siones. En efecto, financia programas sociales para los pequeños mineros y
legaliza dos Zonas de Reserva Campesina –una en el Valle del río Cimitarra
y otra en los municipios de Morales y Arenal en el Sur de Bolívar–.

No sucede lo mismo con su compromiso para combatir el paramilitarismo.


A partir de 1999, estos actores armados consolidan su presencia militar,
social y económica con el apoyo de las Fuerzas Armadas y las instituciones
agrarias del Estado (Acuña, 2012; Molano, 2009; Soto y Hernández, 2007).
Asimismo, durante estos años, queman varios pueblos, violan mujeres,
desmiembran y decapitan a habitantes de la región, degüellan a niños
en presencia de sus padres (Proyecto Nunca Más, 2007d, 2007c). Edgar
Quiroga y Gildardo Fuentes (dirigentes de la Fedeagromisbol, que habían
sido negociadores durante el éxodo de 1998) son desaparecidos el 28 de
noviembre de 1999; Alejandro Uribe Chacón (dirigente de la Fedeagromisbol
y presidente de la Junta de Acción Comunal de Mina Gallo) es asesinado

97
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

el 19 de septiembre de 2006. Otros dirigentes deben abandonar la región


mientras que, bajo acusaciones falsas, varios líderes son encarcelados (Re-
vista Semana, 2009). Varias personas reportadas como desaparecidas no
han sido encontradas, otras han sido halladas en fosas comunes o fueron
lanzadas al río Magdalena. El éxodo es la última movilización masiva que
realizan las organizaciones campesinas de la región, ya que los paramilitares
toman el control casi completo de la región en los meses siguientes.

3.2.3. La defensa de la vida y del territorio

La experiencia adquirida por el éxodo origina una nueva generación de


dirigentes. Según Gabriel Henao, tal experiencia permite formar más de
140 líderes sociales. Sin embargo, si la movilización se transforma en incu-
badora de líderes, la represión continúa debilitando a la Fedeagromisbol: al
cabo de algunos años su número de dirigentes se encuentra reducido a una
decena –los otros fueron asesinados o forzados a huir de la región (2012)49.
El éxodo también le permite a este campesinado tomar conciencia de las
condiciones de vida que les esperan si tienen que abandonar definitiva-
mente sus tierras. Durante los tres meses que duró este desplazamiento,
los niños no fueron a la escuela y las tierras no fueron aradas. La situación
es muy delicada. Además de las consecuencias socioeconómicas, corren el
riesgo que los paramilitares ocupen la región si la misma queda deshabi-
tada demasiado tiempo (Rojas, 2016). También, dado que el éxodo toma
como dirección Barrancabermeja y Bogotá, los campesinos experimentan,
aunque transitoriamente, lo que significa vivir como refugiados fuera de
casa, estar hacinados en lugares de refugio, depender de la solidaridad de
sindicatos, de agencias humanitarias y de Ongs de defensa de Derechos
Humanos. Tuvieron una idea de lo que es la vida urbana, sin empleo y sin
acceso a los productos de la tierra:

cuando la gente que vino en el éxodo que creo que eso fue importan-
tísimo también, porque la gente se dio cuenta aquí en Bogotá como
era que vivía la gente en la calle, debajo en los puentes, cuando eso
estaba el Cartucho en una sola parte aquí en Bogotá [...] Entonces a
49 La defensa de los Derechos Humanos por las organizaciones sociales será analizada
detalladamente en el capítulo siguiente.

98
Leila Iliana Celis González

la gente eso le dio temor y dicen, no, aquí nos quedamos y vamos a
hacer una resistencia y seguimos construyendo nuestro proyecto de
vida (Acuña, 2012).

Los habitantes del Sur de Bolívar son personas que fueron desplazadas.
Cuando llegaron a la región como colonos, empujados por La Violencia,
en los años 1950, las dificultades climáticas o la esperanza de salir de la
miseria, tomaron la decisión de quedarse allí (capítulo 2, supra). Ahora
bien, este periodo no es lejano, es distante solo por dos generaciones. Las
historias de los colonos y de su lucha para construir las comunidades están
todavía frescas en su memoria. Como Narciso Veleño, la inmensa mayoría
de los dirigentes del Fedeagromisbol llegaron como desplazados a la re-
gión, cuando eran aún muy jóvenes. Sus padres colonizaron la región y les
transmitieron los valores de la resistencia:

[la gente del] Sur de Bolívar llegó huyendo de los años 50 de la vio-
lencia del país, por eso se fue difundiendo a toda la generación que
había que defenderse, que había que estar activo para poder sobre-
vivir, eran luchadores de la vida y luchadores por seguir viviendo y
por permanecer en un territorio. La gente se cansó de tanto estar de
un sitio a otro y dijo: no, aquí me quedo porque hay montaña libre
y un sitio donde hacer mi vida. Pero, además, a los hijos que fueron
naciendo se les fue transmitiendo esa necesidad de luchar por la
tierra (2012).

Entonces, las comunidades del Sur de Bolívar deciden quedarse en la región


a pesar de la ofensiva paramilitar. La decisión fue tomada en asambleas
en las diferentes localidades de la región al regreso del éxodo, después del
asesinato de Edgar Quiroga, líder de la Fedeagromisbol, en 1999. En la
declaración de “Resistencia por la vida” las comunidades afirman que la
resistencia es:

defender la vida en forma integral partiendo de la necesidad de existir


como ser humano y que este ser humano para hacerlo de manera digna
requiere de una producción material y cultural, un asentamiento terri-
torial en dónde vivir socialmente y hacer una interrelación con otros.

99
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

[...] todo esto es lo que el Estado colombiano apunta a destruir con


sus políticas militaristas. Ante esta enorme avalancha de destrucción
del tejido social es que las comunidades nos ponemos en resistencia
y luchamos por preservar los avances sociales. El conflicto social que
originó el Estado por las desigualdades y la injusticia, la falta de par-
ticipación nos ha llevado a tomar partido en las reivindicaciones de
nuestros derechos humanos consagrados en la Constitución Nacional.
Tenemos el derecho a existir como pueblo que estamos construyén-
donos (Declaración Resistencia por la vida, citada en Sembrar, 2016,
172 y 176).

Así, la defensa de la vida se une con la defensa del territorio. Se trata de una
dinámica de preservación en medio del conflicto armado y de una estrategia
de salvaguardar la cultura campesina y afirmar la dignidad campesina.

Las comunidades encuentran el medio de escapar del desplazamiento for-


zado por medio de traslados internos, conformando así una estrategia para
protegerse de las acciones de los paramilitares. Es lo que recuerda Teófilo
Acuña, presidente de la Fedeagromisbol:

Entonces, ¿qué hacíamos? Ahí mismo también nos preparábamos,


cuando iban las arremetidas, ya teníamos, nos preparábamos con gente
que estaba pendiente de cómo [los paramilitares] se movían, por dónde
se movían [...] Entonces, por eso, cuando ellos llegaban a los caseríos
no encontraban a nadie! Entonces quemaban el caserío pero la gente
regresaba y lo volvían a construir. Por lo menos en Vallecito lo quemaron
unas 6 veces y la gente regresaba [...] porque claro, la gente por allá me-
tida se daban una vuelta y se ponían en un sitio donde los veían regresar
y avisaban: ya se fueron, ya se fueron!!! Por ahí a las dos horas estaba
la gente construyendo la casa, armando otra vez y cantando, bailando.
[...] Buena Seña fue quemada, pueblito Mejía, la alcaldía de Tiquisio y
las casas también fueron quemadas. Era por todos lados, nos tenían
cercados. Uno para salir de allá, a mí me toca caminar a veces hasta
25, 27 días para poder salir [...] eso fue lo que nos llevó a declarar como
comunidad en resistencia. Incluso gente que cogió y guardó comida por
allá en la selva, la sal, el azúcar, la panela enterrada por allá.

100
Leila Iliana Celis González

La estrategia de resistencia que los campesinos de la Fedeagromisbol adoptan


a partir de 1999 implica, por ejemplo, que las medidas de protección para
los dirigentes sean más parecidas a la clandestinidad que a las medidas del
programa de protección del Estado. En consecuencia, el ritmo de la acción
cambia. Así, en los primeros años después de que las comunidades se decla-
raron en resistencia, un dirigente de la Fedeagromisbol debía caminar desde
su lugar de residencia, durante una o dos semanas, para participar en una
reunión (Henao, 2012; Acuña, 2012; Veleño, 2012).

Es un periodo de transición. Teníamos 6 años de desgaste físico, des-


gaste económico y desgaste político. Porque fíjate, nosotros un poco en
el sur, unos compañeros un poco al norte, demorábamos un año para
vernos y un año para contarnos qué había pasado en nuestra región.
Yo recuerdo, nos reuníamos más o menos del 22 de noviembre hasta
diciembre. Eran asambleas que duraban cinco días para contar las
actividades que habíamos hecho en el año y pues los atropellos que
habíamos sufrido en el año. Y para ello, estando en la misma región
teníamos que caminar 18 días por la montaña para llegar donde estaban
los otros compañeros en San Pablo (Veleño, 2012).

La decisión de continuar con el proceso de organización, a pesar de la gue-


rra que les impusieron, conduce a los miembros de la Fedeagromisbol a
buscar apoyos para romper el aislamiento y recuperar el espacio perdido.
Es en este contexto en el que la Federación acepta aliarse con el Programa
de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio (Pdpmm), un Programa creado
en 1995 por iniciativa de la iglesia católica y el Centro de Investigación y
Educación Popular (Cinep), finaciado, principalmente, por el Banco Mun-
dial (a través del programa Learning and innovation loan), pero también
por la Empresa colombiana de petróleos, la Unión Europea y algunas Ongs
(Barreto Henriques, 2009, 507; Molano, 2009, 82-83). En 2002, el Pdpmm
crea, en colaboración con la Unión Europea y el gobierno colombiano, un
subprograma: el Laboratorio de Paz de Magdalena Medio.

La colaboración entre la Fedeagromisbol y el Pdpmm es importante para


la Federación. El perfil internacional e intergubernamental del programa
contribuyó considerablemente a la visibilidad de las comunidades y de las

101
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

organizaciones locales que implementaron los proyectos económicos pro-


puestos por el mismo. El personal del Programa, muy presente en la región
en un momento de aguda presencia paramilitar, desempeña un papel de
acompañamiento que reduce la vulnerabilidad de las organizaciones sociales
y sus dirigentes. No se trata de ninguna manera de una garantía completa,
pero el acompañamiento facilita el proceso de organización de la Federa-
ción. En efecto, los paramilitares no actúan de la misma manera cuando la
comunidad está sola y cuando está acompañada. Narciso Veleño cuenta que:

Yo recuerdo la primera vez que tuvimos una reunión en Santa Rosa,


fue el primer municipio que visitamos después de esos 6 años, llegó
una nota de los paramilitares que decía que el representante legal te-
nía que salirse de la asamblea sino no respondían por la vida de él. Y
había unos 30 policías cuidando la asamblea y con gente de la Unión
[...] creo que había más de 10 representantes de la Unión Europea. Sin
embargo la carta se filtró y llegó a la asamblea y tuvimos que sacar al
representante legal de Santa Rosa, pero la reunión siguió. Ese proceso
con el Laboratorio [de paz] nos ayudó [...] (Veleño, 2012).

Este acompañamiento sirve también para desmentir las campañas de


difamación contra las organizaciones campesinas y sus líderes, ya que los
funcionarios del Laboratorio están en condiciones de comprobar que los
dirigentes de las organizaciones sociales son campesinos, y no guerrilleros.

Sin embargo, asociándose con el Pdpmm, la Fedeagromisbol se vincula con


un proyecto portador de una concepción de la sociedad que no está en armo-
nía con la que tiene la Federación. Los proyectos de palma campesina, por
ejemplo, son desarrollados, financiados y enmarcados por los Laboratorios
de Paz y tratan de insertar a los campesinos en circuitos de producción y
comercialización que les son claramente desfavorables (Molano, 2009). Los
campesinos dependen de grandes empresas y propietarios de los centros
de acumulación y de transformación del fruto de la palma –a menudo las
mismas personas–, lo que reinstala a los campesinos en la dinámica de
subyugación contra la cual luchan. Dicho esto, la Fedeagromisbol defendió
con cierto éxito su autonomía en esta alianza, como lo recuerda Gabriel
Henao, vicepresidente de la Fedeagromisbol:

102
Leila Iliana Celis González

La alianza con ellos pero con una decisión de nosotros de qué era lo
que íbamos a desarrollar [...] que no fuera palma, ni monocultivo de
cacao, ni caucho, ni nada de eso, sino que era un proyecto de sobera-
nía alimentaria para la región. Era un proyecto de huertas caceras, de
semillas, de peces, de gallinas, de cerdos pero criollos, criollos, criollos,
nosotros peleamos: criollos (Henao, 2012).

Otras dos actividades realizadas por la Fedeagromisbol y sus aliados, con


el fin de romper el aislamiento de las comunidades y de hacer visibles los
crímenes en la región merecen ser mencionadas. Primero, en el 2001, la
Fedeagromisbol realiza una Caravana internacional por la vida, en la que
participan 60 delegados internacionales y la cual visita los municipios de
Morales, Santa Rosa y Montecristo para comprobar las violaciones de los
derechos de la población –particularmente los efectos del bloqueo alimen-
tario–. Luego, en el 2003, algunos grupos de solidaridad internacional
realizan en París un Tribunal internacional de opinión sobre los crímenes
en el Sur de Bolívar (Sembrar, 2011).

Desde el 2005, las negociaciones entre las comunidades del Sur de Bolí-
var y el gobierno han sido institucionalizadas a través de la Comisión de
interlocución. Sus objetivos principales son la defensa de los Derechos
Humanos, del derecho al territorio para las comunidades y la coordinación
del trabajo de diferentes organizaciones de la región. La Fedeagromisbol
ha defendido allí los recursos auríferos, apoyó la lucha de los campesinos
de Las Pavas contra el desplazamiento y defendió la creación de la Zona de
reserva campesina en las municipalidades de Morales y Arenal.

Así, de manera progresiva, la Federación logra romper el cerco del parami-


litarismo. Sigue entonces un proceso de crecimiento para la organización
en las tierras del Sur de Bolívar, dónde llega a reconstituir lazos con otras
organizaciones sociales de la región del Valle del Río Magdalena –particu-
larmente en Barrancabermeja y el Sur del Departamento del Cesar (Rojas,
2016).

Los elementos siguientes serán desarrollados en el próximo capítulo, pero


subrayemos desde ahora que la Fedeagromisbol es miembro del Coordina-

103
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

dor Nacional Agrario (CNA), una organización campesina que directamente


se reivindica parte y heredera de la historia de la Anuc, organización de la
que forman parte otras experiencias regionales. También, desde 2009, la
Fedeagromisbol participó en la conformación del Movimiento de víctimas
de crímenes de Estado, sección del Sur de Bolívar y del Sur de Cesar. Fi-
nalmente, subrayar que la Federación participa desde el 2006 en Minga, y
que es miembro fundador del Congreso de los pueblos (2009), movimiento
social donde convergen diferentes sectores sociales.

3.3. La comunidad de Bella Cruz: 30 años de lucha


por la tierra y contra el desplazamiento

En la lucha de los campesinos desplazados, el caso de la hacienda Bella Cruz,


en la región del Sur de Cesar, es emblemático por varios aspectos50. Este es
un brevísimo recuento de las principales etapas de esta lucha campesina:

Colonización campesina de tierras públicas. A partir de 1986, algunas


familias campesinas toman posesión de 1.500 hectáreas de baldíos y em-
piezan a cultivarlas. Como en Colombia una de las formas de acceder a la
propiedad de la tierra es volverla productiva, los campesinos piden al Estado
que reconozca su posesión y que por ello les otorgue títulos de propiedad.
Aspiran a que les reconozcan 35 hectáreas por familia, o sea el equivalente
de una unidad agrícola familiar51.

Expropiación y reclamación de campesinos. Las 1.500 hectáreas recla-


madas son un área en el interior de la hacienda Bella Cruz de la familia

50 La descripción del caso que presentamos aquí está construida a partir de entrevistas
realizadas con Gilma Benítez, feminista campesina, ex dirigente de la Anuc; Ángel Álvarez,
activista, ex militante de la Anuc refugiado en Bélgica; y Edilia Mendoza, presidenta actual
de esta organización. Esta descripción se apoya sobre el informe especial “En la miel no
todo es dulzura. El caso de los campesinos de la Hacienda Bella Cruz” (Consultoría para
los Derechos Humanos y el Desplazamiento 1999) y los informes especiales de prensa de
Verdad Abierta, Las trampas de Bella Cruz y Las tensiones de Bella Cruz (2011; 2012).
51 La unidad agrícola familiar es la extensión de tierra que una familia necesita para que su
trabajo sea rentable y que pueda construir un patrimonio. Esta extensión cambia según la
calidad de la tierra en una región (Ley 60 de 1994).

104
Leila Iliana Celis González

Marulanda. Esta familia contradice a los campesinos afirmando que tal


cantidad de hectáreas hacen parte de su propiedad. La hacienda Bella Cruz
cuenta con 25.000 hectáreas, las cuales se extienden sobre tres municipios
(Pelaya, Curumani y la Gloria) tierra destinada, sobre todo, a la ganadería.
Los campesinos se oponen a una familia muy poderosa: el doctor Carlos
Arturo Marulanda había ejercido como ministro de Desarrollo en el año
1988, y como embajador ante la Unión Europea durante los años 1994-1996.
Es él quien contesta las pretensiones de los campesinos declarando ser el
propietario legítimo de estas 1.500 hectáreas.

Para apropiarse de las tierras de la nación, que reclaman los campesinos,


la familia Marulanda comienza utilizando mecanismos legales. En 1987,
bajo la petición de Carlos Arturo Marulanda, las tierras ocupadas por los
campesinos son declaradas zonas de reserva natural. Con base en esta de-
claración, la fuerza pública procede a la expulsión de los labriegos, quiénes
en respuesta ocuparon las instalaciones del Instituto de reforma agraria
(Incora) para pedir, sin éxito, el reconocimiento de los títulos de propiedad.
Con el fin de terminar con este conflicto, el Incora decide en 1987 comprar
2.600 hectáreas a los Marulanda, para redistribuirlos a los campesinos.
Pero los trámites administrativos, a fin de concluir la compra de las tierras
se perpetúan, mientras que los campesinos sin tierra esperan, año tras año,
que sus solicitudes sean satisfechas.

Las agresiones paramilitares. En 1994, el Incora les da la razón a los


campesinos: 1) las 1.500 hectáreas solicitadas son, en efecto, propiedad
de la nación; 2) los campesinos las habían efectivamente arado; y 3) por
consiguiente, el Instituto le reconoce a los campesinos su posesión. Los
criterios de legalización de la propiedad están reunidos. No obstante, en
lugar de proceder a la expropiación de la familia Marulanda, el Instituto
concluye de repente con la compra a la familia Marulanda de las 2.600
hectáreas para distribuirlas entre los campesinos, transacción que había
sido atrasada desde el 1987.

En febrero de 1996, mientras el Incora está listo para redistribuir la tierra


comprada entre los campesinos, los paramilitares, encabezados por Fran-
cisco Alberto Marulanda, fuerzan a la comunidad de Bella Cruz al despla-

105
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

zamiento. Los campesinos se refugian en la Casa campesina de la Anuc del


municipio de Pelaya y piden a las autoridades locales proteger sus vidas y
ayuda para retornar al campo.

El desplazamiento forzado. En marzo de 1996, ante la falta de reacción


oficial, los campesinos se desplazan a Bogotá y ocupan las instalaciones del
Instituto de reforma agraria, logrando con esta acción que el gobierno se
comprometa a protegerlos y a facilitar el proceso de legalización de la tierra.
De vuelta a la región, los campesinos no logran retomar sus tierras, dado que
la presencia paramilitar en la hacienda Bella Cruz se ha vuelto permanente
(Verdad Abierta, 2011). En abril del mismo año los paramilitares asesinan
a cuatro personas de la comunidad, provocando un nuevo desplazamiento
tras lo cual los labriegos ocupan las oficinas de la Defensoría del Pueblo y,
de nuevo, las instalaciones del Incora. Los miembros de la comunidad de
Bella Cruz se quedan allí durante 10 meses, hasta que el gobierno se com-
promete a reubicarlos. Los miembros de la comunidad que se quedaron en
el refugio de Pelaya se desplazan a Bogotá y las 170 familias que continúan
la lucha son reubicadas en los departamentos de Ibagué, Norte de Santander
y Tolima (Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento,
1999, 8-11). Al menos otras 110 familias deciden individualmente sobre su
desplazamiento y se van a vivir a diferentes ciudades.

La agro-industria que florece en las tierras confiscadas a los campesinos.


Mientras tanto, en 2009, la familia Marulanda vende 5.833 hectáreas de la
hacienda Bella Cruz a la compañía Dolce Vita. En este lote se encuentran
las 1.500 hectáreas reclamadas por los campesinos. En el 2011, las familias
desplazadas de Bella Cruz que habían dejado la región individualmente (y
que no hacían parte de los campesinos reubicados) inician un proceso de
reorganización para pedir la restitución de sus tierras por medio de la Ley
de Víctimas recientemente aprobada (Ley 1448 de 2011). El 12 de mayo de
2016 la Corte Constitucional ordena a la Agencia nacional de tierra (crea-
da en marzo de 2016) recuperar las tierras de la nación y restituirlas a los
campesinos que habían sido desplazados.

¿Restitución? En 2017 los campesinos esperan todavía la restitución de


sus tierras.

106
Leila Iliana Celis González

Moraleja de esta historia: El desplazamiento es, sin lugar a dudas, una de


las más grandes derrotas infligidas al movimiento campesino. Es un primer
paso de un proceso de desculturización la cual es, muchas veces, irreversible.
Alejados de su entorno, los campesinos tienen pocos medios para asegurar
su supervivencia y la de su familia. Por encima de todo, la cotidianidad de las
familias desplazadas está marcado por el sello de las interacciones individua-
les (ya que la comunidad dejó de existir) y lazos comerciales. Ahora bien, la
situación de los desplazados es precaria, haciendo casi imposible la compra
de lo que sea, incluyendo los productos para la subsistencia. En paralelo, y por
causa de su estatus de desplazados, los campesinos se ven confrontados a una
multitud de trámites administrativos, necesarios para su supervivencia y al
reconocimiento de sus derechos: registrarse en las instituciones del Estados
y en las Ong para acceder a recursos, presentar su denuncia, dar testimonio,
negociar un acuerdo, esperar la decisión de una entidad del Estado, perder,
contestar una sentencia, presentar una solicitud de acceso a la información,
una tutela, etc. ¿Cuáles son las opciones para los desplazados? Un estudio de
la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento presenta tres
posibilidades: el mantenimiento en los lugares de recepción, la reubicación
y el retorno (1999). Los campesinos desplazados de Bella Cruz han experi-
mentado los tres. Están esperando la restitución de sus tierras.

3.4. Análisis de la dinámica de resistencia

La defensa de los Derechos Humanos no es solamente una reivindicación


que se añade a otras, sino que se convierte en el primer motivo de las movi-
lizaciones campesinas en la segunda mitad de los años 1990 (Prada, 2002,
135)52. Las organizaciones campesinas tienen departamentos dedicados a
esta cuestión y hacen parte de las coaliciones sobre el tema, al lado de otras
organizaciones sociales.

52 Esa cuestión fue abordada en un plano más amplio por la jurista Julieta Lemaitre (2009).
Ella busca comprender por qué organizaciones sociales otorgan tanta importancia a las
apuestas jurídicas en un contexto profundamente marcado por la violencia. Ver también
Alfonso Sierra y Lemaitre Ripoll, 2011.

107
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Al principio del nuevo siglo, la casi totalidad de las acciones del movimiento
social (en particular las organizaciones campesinas) son percibidas y pre-
sentadas como si hicieran parte de la lucha por la defensa de los Derechos
Humanos, lo que parece evidente analizando los documentos de las orga-
nizaciones campesinas respecto a la defensa del territorio, la explotación
de la industria minera, etc. Varios investigadores llegaron a conclusiones
semejantes (Tobasura and Rincón, 1997; Prada, 2003). Esta constatación se
impone también a la luz de las entrevistas que entre 2010 y 2012 realizamos
con los dirigentes campesinos: un punto común entre los entrevistados es
que todos ellos comprenden el conjunto de sus luchas en términos de la
defensa de los Derechos Humanos. Algunos de ellos precisan que su lucha
hace parte del respeto integral de tales Derechos (Henao 2012).

La omnipresencia del discurso de Derechos Humanos en las organizaciones


sociales agrarias puede explicarse por diferentes razones. Los crímenes
cometidos en el contexto de la escalada represiva son denunciados por
las víctimas y sus aliados en términos de Derechos Humanos con el fin de
realzar los costos ligados a las agresiones y de obtener justicia penal (penas
de cárcel) y política (presión y sanciones sobre todo internacionales). En
otras palabras, se trata de incrementar los costos ligados a las agresiones
contra los campesinos. Además, dado que el paramilitarismo justifica sus
agresiones contra la población acusándola de colaborar con la guerrilla, las
comunidades necesitan demostrar que sus acciones y sus reivindicaciones se
inscriben en la legalidad. Ellas buscan legitimarse amparándose del discur-
so legalista de los Derechos Humanos. Ahí está la apuesta del movimiento
social y ello explica por qué las acciones del movimiento agrario son cada
vez más presentadas en términos de defensa de los humanos derechos; por
qué los dirigentes campesinos se auto-identifican como defensores.

La popularidad de la asociación entre la lucha campesina y la defensa de los


Derechos Humanos no debe hacer perder de vista el hecho que el concep-
to mismo de estos Derechos aparece en el espectro de las organizaciones
sociales solamente hacia el final de los años 80. Sobre el tema, Amanda
Romero Medina (Romero Medina, 1994, 151), militante por los Derechos
Humanos, afirma que:

108
Leila Iliana Celis González

Basados en [la capacidad de lucha demostrada por la población de


Barrancabermeja y de la región frente a los ataques de los paramilita-
res] y en la experiencia importantísima de la Coordinadora popular,
pareciera que el movimiento de la población se empieza a interesar
por el tema de los derechos humanos apenas a finales de 1980. [...]
Así, con el apoyo de todos los estamentos populares y cívicos, se creó
en 1988 el CREDHOS, Comité regional para la defensa de los derechos
humanos de Barrancabermeja.

En efecto, a principios de los años 1980 la defensa de los derechos hu-


manos era casi inexistente en el seno de las organizaciones campesinas,
aunque los propios campesinos hubieran sido fuertemente reprimidos
desde tiempo atrás. Hasta mediados de los años 1980, las organizaciones
campesinas luchaban por transformaciones sociales y formulaban sus
reivindicaciones en términos revolucionarios: la reivindicación “la tierra
pal que la trabaja” estuvo al origen de un número importante de accio-
nes directas o transgresivas, reflejando el carácter que tenía entonces el
movimiento campesino.

Pero la transformación del movimiento campesino en movimiento de De-


rechos Humanos no trae consecuencias solamente para este movimiento;
tendrá un efecto importante, ensanchando la significación de tales Derechos.
Para las organizaciones sociales agrarias la defensa de los Derechos Huma-
nos, busca limitar las agresiones contra la población y los efectos de estas
agresiones, a saber: el desplazamiento de las comunidades y el abandono
de la tierra para evitar que ella sea investida por los inversionistas.

Entonces, la lucha por la vida que dan las organizaciones sociales se opone
al continuum de agresiones que comienza con las violaciones de Derechos
Humanos y que continúa con el despojo de los campesinos y el desarrollo
de la economía extractiva. Es así como el compromiso de las organizaciones
sociales agrarias por la defensa de la vida, el territorio y la dignidad conlle-
va la permanencia en el territorio. Su acción es a la vez jurídica y directa.
Permanecer en el territorio es una acción directa, dado que los campesinos
actúan sin intermediario y en ruptura con las vías jurídicas, desplazándose,
desarrollando mecanismos de sobrevivencia (enterrar la comida, sistemas de

109
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

alarma) o clandestinizándose cuando así lo demandan las circunstancias. La


acción es también jurídica, porque la permanencia en el territorio tiene como
objetivo la preservación del derecho de posesión dado que en la legislación
colombiana la confiscación de los bienes se aplica a las tierras abandonadas.
Podemos pues afirmar que el trabajo de Derechos Humanos es efectuado
por campesinos, en las montañas y a través de la acción directa-jurídica.

Además, actualmente, la idea de justicia social sirve de puente entre las


luchas agrarias y las luchas para la defensa de la vida. Por ejemplo, par-
tiendo del derecho a la alimentación reconocido en diversos tratados, el
movimiento de Derechos Humanos (formado por las víctimas, las Ongs y las
organizaciones sociales) enfatiza el deber que tiene el Estado de abastecer las
infraestructuras necesarias para que los campesinos puedan transportar sus
productos hacia la ciudad; el deber de subvencionar y apoyar la producción
y la comercialización campesinas, y de redistribuir la tierra:

El derecho a la tierra constituye un elemento esencial del derecho a la


alimentación. La producción agrícola es la fuente para la satisfacción de
este derecho, de donde puede afirmarse que no tiene sentido reconocer
el derecho a la alimentación adecuada si en forma pareja no se garantiza
el acceso del campesino a una tierra productiva, complementado con
crédito adecuado para proveerse de semillas, abonos y maquinaria de
explotación agropecuaria (Gómez Zuluaga e Instituto Latinoamericano
de Servicios Legales Alternativos 2002, 30-32).

Enfatizando en la justicia social, el significado que las organizaciones dan


a la defensa de los Derechos Humanos parece apartarse del sentido liberal
generalmente empleado en los tratados internacionales. Esta noción de
justicia social no es nueva. Fue el motor de las luchas campesinas por el
acceso a la tierra y por la inversión pública en el campo.

De otra parte, si en este periodo reciente de la resistencia el concepto de


los Derechos Humanos ha sido interpretado a la luz de la noción de justi-
cia social, la defensa de la vida ha sido históricamente vinculada a la lucha
por el acceso a la tierra. En repetidas ocasiones, los campesinos abrieron
nuevas zonas de colonización huyendo de La Violencia y se quedaron sobre

110
Leila Iliana Celis González

las tierras colonizadas para forjarse un proyecto de vida. El sentido dado


a la “defensa integral de los Derechos Humanos” como equivalente a la
defensa de la vida desborda claramente el sentido dado por los tratados y
la normatividad colombiana. La defensa de la vida es para los campesinos
un proceso íntimamente ligado a la tierra. El mismo desbordamiento del
significado aparece en la defensa integral que de estos Derechos hacen los
dirigentes de la Fedeagromisbol.

El segundo punto [de la negociación con el gobierno en el éxodo del 98]


era elaborar un plan de desarrollo que se llamó el plan de desarrollo
integral de derechos humanos para el Magdalena Medio. […] ese plan
nosotros lo llamábamos integral porque era no solo el respeto a la
vida sino el deber del Estado, la obligación del Estado de entregar esos
derechos que tiene la gente: la infraestructura, la vivienda, la salud,
la educación (Henao 2012, ver también Mesa regional permanente de
trabajo por la paz del Magdalena Medio, 1999).

En resumen, si el movimiento campesino ha modificado su discurso, si sus


organizaciones han sido debilitadas, ellas conservan el mismo objetivo fun-
damental: la redistribución de la tierra, la obtención de servicios públicos y
ahora la defensa del territorio. En ese sentido, es muy significativo observar
que el movimiento de víctimas, hijo legitimo del trabajo de Derechos Hu-
manos, ha permitido reconectar las reivindicaciones de Derechos Humanos
y las de la tierra (Celis, 2012).

El balance de la defensa de la defensa de derechos humanos que hacen las


organizaciones sociales agrarias es matizado:

Del lado positivo, hay que anotar que las denuncias del movimiento de
los Derechos Humanos se tradujeron, conforme al fetichismo jurídico de
Colombia (Lemaitre Ripoll 2009) y a la naturaleza de las reclamaciones, en
procesos judiciales contra los autores materiales de los crímenes, así como
contra algunos responsables y los actores políticos y económicos que sacaron
provecho de la guerra53. Varios de los responsables están encarcelados y
53 Ver al respecto Verdad Abierta sobre la parapolítica http://www.verdadabierta.com/
parapolitica y para la economía, http://www.verdadabierta.com/paraeconomia.

111
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

este hecho es en sí un éxito. Además, la defensa de los Derechos Humanos


ha servido para situar la lucha campesina y oponerse al discurso del Estado
sobre el conflicto. Progresivamente, los campesinos consiguieron demostrar
que tienen razón en afirmar que no es la guerra la que les forzó a desplazarse,
sino que la guerra ha sido puesta en marcha para obligarlos a desplazarse;
que los crímenes del narcoparamilitarismo han servido para reforzar la
gran propiedad de terratenientes. Es sobre las vidas y las tierras de los
campesinos, así como sobre las vidas de las comunidades afrodescendientes
e indígenas, que tomó forma un modelo económico destinado principal-
mente a la producción de materias primas y agrícolas para la exportación.
Un modelo que está en ruptura con la identidad de estas comunidades y
las relaciones que ellas mantienen con la tierra, la naturaleza y el territorio.

Del lado negativo, hay que decir que el modelo económico del paramilita-
rismo permanece indemne. Más aún, ha sido ratificado y legalizado por la
legislación del desarrollo nacional que se ajusta las dinámicas internaciona-
les del “libre” comercio. Todo esto bajo los auspicios de un sistema político
que se jacta de ser democrático porque ha promulgado políticas de Derechos
Humanos que se encuentran entre las más progresistas del continente.

112
Capítulo 4
La construcción de la autonomía
y la lucha por el reconocimiento del campesinado

Como hemos mencionado en el capítulo precedente, el movimiento cam-


pesino al final del XX siglo está compuesto por organizaciones locales y
regionales que luchan por la defensa de la vida y del territorio en una di-
námica de resistencia. Acá estudiaremos dos de sus transformaciones de
principios del siglo XXI:

1. En cuanto a sus reivindicaciones y acciones los campesinos y sus organi-


zaciones afirman su autonomía e independencia frente al Estado. Aunque
se trata de procesos por consolidar, ellos aseguran la gestión territorial,
legislan sobre las cuestiones ambientales y gobiernan sus comunidades.
Quieren que esta autonomía y el papel de sus organizaciones en la gestión
territorial y social sea reconocida y respetada por el Estado.
2. La emergencia de un movimiento agrario nuevo, bajo el liderazgo del
movimiento indígena. Este movimiento aparece después de que las
organizaciones campesinas se federan en organizaciones nacionales,
que a su turno han empezado un proceso de confederación no solo en
el sector campesino sino también con los movimientos indígena y afro-
descendiente. Estos procesos son analizados acá a través del ejemplo
de la creación del Coordinador nacional agrario (CNA) –organización
de la cual es miembro la Fedeagromisbol– así como también a través
de la creación de la Minga agraria y del Congreso de los Pueblos, dos
organizaciones de tipo confederativo en las que participa el CNA.

4.1. Las influencias en las transformaciones


del movimiento agrario del nuevo milenio

Las transformaciones que han tenido lugar en el seno del movimiento cam-
pesino y más ampliamente en el movimiento agrario desde inicios de los años
2000, están ligadas al impacto del extractivismo sobre la economía agraria

113
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

y a la influencia del movimiento indígena sobre el movimiento campesino.


Efectivamente, durante este periodo, las luchas agrarias priorizan la lucha
contra el extractivismo, mientras que la forma que ellas toman está estrecha-
mente ligada a la ascendencia indígena en el seno del movimiento agrario.

4.1.1. El contexto extractivista

El modelo económico extractivista no es nuevo, al contrario, fue una de


las piedras angulares del proyecto de industrialización por substitución de
importaciones aplicado por Colombia hasta finales de los años 1980.

Lo que es nuevo es que hoy el extractivismo no está pensado como un apoyo


al proceso de industrialización, sino que su énfasis está puesto en el creci-
miento económico, pensado como un fin en sí (Celis, 2017). El desarrollo
minero es una cuestión de interés nacional (Congreso de la República de
Colombia, 2005). En Colombia, la “locomotora minero-energética” está en
el corazón del desarrollo. Hay que aumentar tanto como sea posible la ex-
tracción de recursos, hasta agotarlos, dado que no se prevé ningún modelo
alternativo. Es así que el extractivismo es presentado hoy como un modelo
permanente, cuyos únicos límites serían el agotamiento de los recursos.

Otra novedad del extractivismo neoliberal tiene que ver con la propiedad de
la tierra que pasa de las manos de terratenientes a las de las empresas trans-
nacionales que obran en el extractivismo (Velasco, 2014) de la agroindustria,
la extracción de recursos naturales y la construcción de infraestructuras para
facilitar la extracción y la comercialización. Así, el extractivismo acentúa el
problema de acaparamiento de la tierra: “La concentración de la propiedad
rural alcanzó para el año 2009 un índice Gini de 0,86,4 uno de los más altos
en el mundo” (Huertas, Hernández y Ríos, 2014, 125). Entre 2000 y 2010, las
compañías del sector han pedido derechos para realizar actividades indus-
triales en cerca del 60% del territorio nacional (Cardona Arango, 2012, 21).
Este acaparamiento de tierras se hace, como siempre, tanto por vías legales
como a través de la corrupción y la misma violencia (Kaffure, 2014).

La explotación extractiva, intensificada a través de los tratados de libre


comercio y ajena a las restricciones ambientales a través de reformas jurídi-

114
Leila Iliana Celis González

cas, está acabando con la producción agraria, provocando el despojo de los


campesinos, la contaminación de los suelos, la sequía de las fuentes hídricas,
etc. Como consecuencia, los campesinos tienen que afrontar, masivamente
y sobre un corto periodo, lo que significa el fin de su condición de campesi-
nos (capítulo 3, supra). El extractivismo actualiza la importancia para los
productores agrarios de defender la vocación agraria de la tierra y su gestión
ambiental, de defender el territorio y los recursos naturales, de legislar de
forma autónoma. Él contribuye a valorizar la cuestión de la identidad en la
perspectiva campesina, cuestión que los pobladores del campo utilizan por
primera vez en el nuevo milenio para justificar sus reivindicaciones, como
será demostrado más adelante.

4.1.2. La visibilidad de los indígenas


y su influencia sobre las luchas campesinas

El cambio del paradigma nacionalista por el multiculturalismo, incluido por


el Estado colombiano en su Constitución de 1991, aporta a la visibilidad de
los indígenas y al reconocimiento de sus derechos, así como a transforma-
ciones importantes en el movimiento social agrario.

En efecto, las políticas nacionalistas de mediados del siglo XX, particu-


larmente las de la reforma agraria trataban de homogenizar las diferencias
étnicas a través del mestizaje; no reconocían la existencia de los indígenas
y privilegiaban la categoría de campesino. Estas políticas incentivaban la
hegemonía de las organizaciones campesinas en el movimiento agrario y
la marginalización consecutiva de los indígenas y de sus organizaciones.

En este contexto, los indígenas eran forzados a identificarse como campe-


sinos y a adherir a sus organizaciones con el fin de acceder a los programas
de reforma agraria. Es así que, en los años 1930, los indígenas integraron
las Ligas Campesinas, organización que será la base de la Federación cam-
pesina e indígena creada en 1942; y, que en 1968 se unen a la Anuc. Como
muchos investigadores lo han anotado, las políticas nacionalistas parecen
haber causado, en Colombia y en otros lugares en América Latina, una
cierta “campesinización de los indígenas” (Castillo Gómez y Cairo Carou,
2005; Caruso, 2013).

115
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

No obstante, los indígenas nunca han abandonado sus reivindicaciones


específicas. En el periodo contemporáneo, éstas son formuladas por el
quintianismo, movimiento dirigido por el líder indígena Quintín Lame
(1880-1967). Sintetizando, podemos decir que el quintianismo lucha para
que los indígenas obtengan el reconocimiento de lo propio, tanto en auto-
ridades, territorios como cultura. Ahora bien, los indígenas no encuentran
el espacio necesario para formular sus reivindicaciones en las organiza-
ciones campesinas, para las cuales la aspiración central es el acceso a la
tierra para la producción agrícola. La necesaria toma de distancia entre
las organizaciones campesinas e indígenas concretada en los años 80 del
siglo XX, aparece simbólicamente representada en la diferenciación de
sus consignas; mientras que las primeras luchan por la tierra pal que la
trabaja, los indígenas combaten para descolonizar las tierras ocupadas,
o para liberar la madre tierra54.

Totalmente al contrario, el multiculturalismo neoliberal de los años 1990,


que remplaza el paradigma liberal, reconoce derechos a los indígenas,
marginaliza a los campesinos y termina cambiando las relaciones que el
nacionalismo liberal había establecido entre estos dos sectores de la po-
blación colombiana.

El símbolo por excelencia del reconocimiento de derechos específicos a los


indígenas y a las minorías étnicas es la Constitución Política de 1991, la cual
surge como producto final de una crisis del régimen político colombiano
ahondada durante los años 80. Las negociaciones de paz entre el gobierno
y la insurgencia urbana también contribuyeron al impulso y concreción de
esta reforma. El Quintín Lame también hizo parte de estas negociaciones y
de la reforma constitucional, en la cual el Estado reconoce y se compromete
a proteger “la diversidad étnica y cultural de la nación” (art. 7), con lo cual
se abre la ruta para cambios legislativos de gran envergadura.

Desde entonces, la legislación es muy garantista frente a los indígenas y


las minorías étnicas. Por ejemplo, la Constitución reconoce a los indígenas

54 Tenemos que tomar en cuenta también que no es solamente una cuestión de eslóganes
frente al Estado, pero que los campesinos en el proceso de colonización ocuparon tierras de
indígenas y participaron en el genocidio de este grupo étnico.

116
Leila Iliana Celis González

y a los afrodescendientes espacios inéditos de participación política que


garantizan su representación al Senado y a la Cámara de Representantes
a través de circunscripciones especiales. La nueva legislación otorga dere-
chos a las comunidades en relación a la cultura, sus formas tradicionales
de organización social y sus autoridades propias.

Pero, sobre todo, la constitución consolida el derecho al territorio colectivo


(art. 55). Existen 773 resguardos indígenas y 181 tierras de comunidades
afrodescendientes legalmente reconocidas a las comunidades respectivas
(Departamento administrativo nacional de estadísticas, 2016). Así, los
afrodescendientes obtienen por primera vez la propiedad colectiva de sus
territorios ancestrales, cuya gestión está en manos de los Consejos comu-
nitarios (Ley 70 de 1993, reglamentada por el decreto 2248 de 1995). “Los
territorios colectivos afrocolombianos corresponden al 4.6% del territorio
nacional, con un área cartografía de 5.218.024 has., redistribuidos en
162 títulos colectivos de los cuales el 72.4% son áreas de reserva forestal”
(Asistencia Técnica Internacional del Tercer Laboratorio de Paz y Murillo,
2011, 9)55. Los indígenas también se benefician de un gran número de ac-
tos legislativos (Rincón García, 2009) que van fortaleciendo sus derechos
territoriales (creación, expansión y saneamiento de los resguardos). Por
ejemplo, el decreto 2164 de 1995 define como territorios indígenas “las áreas
poseídas en forma regular y permanente por una comunidad, parcialidad
o grupo indígena y aquellas que, aunque no se encuentren poseídas en esa
forma, constituyen el ámbito tradicional de sus actividades sociales, eco-
nómicas y culturales”.

La Constitución política reconoce igualmente a los indígenas la autonomía


administrativa sobre sus territorios: “De conformidad con la Constitución y
las leyes, los territorios indígenas estarán gobernados por consejos confor-
mados y reglamentados según los usos y costumbres de sus comunidades”
(Artículo 330). En fin, los indígenas gozan de transferencias presupuestales,
tienen derecho a su propio sistema de educación y servicios de salud, y son
consultados sobre las cuestiones relativas a los recursos naturales y al me-
dio ambiente (Leyes 99 y 70 de 1993, citadas en Rincón García, 2009, 74).
55 La existencia de áreas de reserva significa que las comunidades no pueden explotar el
territorio, que lo reciben para protegerlo.

117
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

El reconocimiento jurídico conlleva también algunos progresos para las


comunidades indígenas, principalmente en lo referido a sus procesos inter-
nos. Por ejemplo, los derechos obtenidos han favorecido la consolidación de
los cabildos, la participación de miembros de comunidades en actividades
organizativas (Sandt, 2007, capítulo 7) y la movilización en general (Rincón
García, 2009; Castillo Gómez 2007).

Es así como las políticas neoliberales han favorecido la visibilidad y el re-


conocimiento de los indígenas al interior del movimiento agrario.

El éxito del movimiento indígena es una fuente de inspiración para las


organizaciones campesinas. Estas han comprendido los efectos positivos
que el reconocimiento puede tener sobre la dinámica de las organizaciones
sociales y, desde los años 1990 buscan obtener reconocimiento de derechos
equivalentes a los logrados por los indígenas y los afrodescendientes. La
única mención de los campesinos en la Constitución del 1991 está en el
Artículo 64, donde los aparecen como “trabajadores agrarios”:

Es deber del Estado promover el acceso progresivo a la propiedad de la


tierra de los trabajadores agrarios, en forma individual o asociativa, y a
los servicios de educación, salud, vivienda, seguridad social, recreación,
crédito, comunicaciones, comercialización de los productos, asistencia
técnica y empresarial, con el fin de mejorar el ingreso y calidad de vida
de los campesinos.

Dado que la base del reconocimiento son las identidades étnicas y cultura-
les, los campesinos afirman tener una cultura y una identidad particulares
y piden ser reconocidos como sujetos de derechos colectivos (Coordinador
Nacional Agrario de Colombia y Congreso de los pueblos, 2015; Kaffure,
2014; Molina López, 2011). Para el dirigente del Congreso de los pueblos,
Eduardo León Navarro:

Nuestro objetivo es el reconocimiento de los campesinos como actores


políticos y sociales. Hemos aprendido de los indígenas y de los afrodes-
cendientes. La Convención 169 de la OIT les ha sido muy útil. Es evidente
que en lo que tiene que ver con los derechos territoriales los indígenas y

118
Leila Iliana Celis González

los afrodescendientes han obtenido logros importantes. Por supuesto es


debido a su fuerza propia, a su identidad, a su decisión política. Ellos han
sido actores fundamentales. Pero el reconocimiento político y jurídico
les ha permitido avanzar también (León Navarro, 2016).

Esta tendencia de las organizaciones campesinas a tomar como ejemplo las


reivindicaciones indígenas y a movilizar la diferencia cultural como argumento
de defensa de sus posiciones, ha llevado a varios investigadores a concluir
que el multiculturalismo fomenta la “etnicización” de los actores rurales
(Sánchez-Ayala y Arango-López, 2015; Escobar, 2008). Sin duda, el recono-
cimiento neoliberal de derechos a los indígenas constituye una oportunidad
política aprovechada por diferentes actores del movimiento agrario con el
fin de reactivar sus luchas para el acceso a la tierra y contra el extractivismo.

Sin embargo, no hay que perder de vista que las comunidades campesinas
luchan junto con los indígenas y, de este modo, aprenden de ellos. Este
aprendizaje no le lleva solo a retomar, de manera utilitarista, lo que funcio-
na para las organizaciones indígenas; la transformación identitaria de los
campesinos refleja también los cambios en sus prácticas y representaciones
simbólicas. La perspectiva de la lucha indígena le impregna un sentido nuevo
a las luchas campesinas. Permite la emergencia de nuevos imaginarios terri-
toriales e identitarios que, poco a poco, transforman el conflicto agrario56.

Además, como veremos más adelante en este mismo capítulo, la identidad


campesina no se basa en una reivindicación étnica y sí en una cultura cam-
pesina que es muy real. Tampoco es movilizada solo para acceder a derechos,
sino como reacción frente a los estragos causados por el extractivismo y para
defenderse ante las falsas asociaciones que el Estado hace entre los grupos
criminales y los campesinos.

Siguiendo el ejemplo de los indígenas y los afrodescendientes, las orga-


nizaciones campesinas se posicionan como autoridad sociopolítica en las

56 Son procesos en curso, cuya proximidad temporal no permite todavía medir completamente
el alcance. Por el hecho mismo, los elementos siguientes sobre la convergencia del
movimiento campesino alrededor de la territorialidad no son conclusiones cerradas. Más
bien, son pistas para un programa de investigación que merece ser emprendido.

119
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

comunidades, sobre el territorio, al mismo tiempo que interpelan al Estado


para encontrar soluciones.

4.2. Las organizaciones campesinas en el nuevo milenio

4.2.1. De la construcción y la defensa a la reivindicación


de una jurisdicción territorial

Para las organizaciones sociales agrarias, la lucha librada históricamente


es el sustento de su reivindicación de autonomía territorial. Ellas afirman
haber construido el territorio, haberlo defendido y, por consiguiente, re-
claman derechos territoriales.

La territorialidad se refiere al “dominio eminente” que ejerce soberanamente


una organización social sobre el conjunto de los bienes materiales y sobre la
sociedad situada en su entorno. Para comprender esta noción de dominio
eminente es útil citar una jurisprudencia de la Corte Constitucional, según
la cual:

El dominio eminente no es de carácter económico, como el derecho de


propiedad, sino que tiene naturaleza jurídico-política, pues la Nación
no es “dueña” del territorio, en el sentido de ser su propietaria, sino que
“le pertenece” por cuanto ejerce soberanía sobre estos espacios físicos
y todos los bienes públicos que de él forman parte, ya que el territorio
es el ámbito espacial de validez de las normas estatales (2005, citado
en Machado Cartagena, 2009, 25).

Lo esencial de la reivindicación territorial es de orden político. En su sentido


tradicional, el territorio es un espacio delimitado sobre el cual una entidad
política particular reivindica el ejercicio del poder57.

57 La reivindicación de autonomía territorial da razón a los teóricos de la geografía humana


Es por eso que las herramientas teóricas desarrolladas por la geografía humana (Lefebvre,
1974; M. Santos, 1997; Fernandes, 2006). Para estos investigadores el espacio es el teatro de
relaciones sociales. Ellos observaron que el trabajo y las interacciones sociales transforman
el espacio físico en espacio social (Lefebvre, 1974; M. Santos, 1997) y que cuando un

120
Leila Iliana Celis González

La reivindicación territorial de las organizaciones campesinas se inscribe en


una historica lucha de más de dos siglos: las primeras olas de colonización
tuvieron lugar a partir de 1874 y las primeras organizaciones campesinas
aparecieron en los años 1920 (LeGrand, 1988). A través de esta historia el
movimiento social agrario ha cambiado literalmente la geografía nacional
y ha construido un territorio. Distinguimos, al menos, dos aspectos de esta
construcción.

Primero, los actores sociales intervinieron físicamente los espacios más


alejados como los más centrales de la geografía nacional, adecuándolos a
sus necesidades a través de la colonización y el trabajo de los campesinos.
Ellos transformaron las tierras silvestres en tierras laborables y, con sus
propios recursos –y con la inversión que logran arrancarle al Estado–,
construyen infraestructuras (caminos, rutas, escuelas, hospitales, etc.). Es
una dinámica de organización desarrollada por las comunidades mismas
frente a la indiferencia del Estado ante las necesidades de los habitantes de
las regiones rurales58. Una excelente síntesis de esta indiferencia que lleva
a la autogestión de los actores agrarios, es ofrecida en esta narración de los
campesinos mineros artesanales del Sur de Bolívar:

Hemos vivido de la minería durante generaciones y nunca hemos


recibido el apoyo estatal para mejorar nuestras técnicas de trabajo y
nuestras condiciones de vida; por el contrario las regalías que salen por
el oro que se extrae de cada región, no benefician a sus comunidades,
se pierden en la caja sin fondo de la ineficiencia estatal, como parte de
la corrupción institucional (Ecoinadma, 2011, 17).

La transformación física del espacio resulta también de las acciones de re-


sistencia desarrolladas por las comunidades para defender la vida frente a
la represión del Estado y de los grupos paramilitares: acciones de desplaza-
miento interno que literalmente modificaron el espacio; caminos y pueblos

grupo reivindica una autoridad sobre un espacio social, lo transforma en territorio. Así, el
territorio es un espacio social donde convergen las dimensiones de poder y de control social
(Fernandes, 2006, 3 y ss.).
58 Vimos en el capítulo 2 cómo se hace la autogestión campesina en la lucha por la tierra está
para servicios públicos.

121
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

nuevos han sido construidos para huir de los ataques de los paramilitares, a
veces atravesando ríos, a veces escondiéndose en la montaña. Gladys Rojas,
militante de la Corporación Sembrar, recuerda que en el Sur de Bolívar:

La montaña se volvió el escenario de protección de las comunidades.


Es decir: ya no salimos, no cruzamos el río, sino que subimos la mon-
taña. Entonces vienen los paramilitares y la gente subía la montaña,
subía. Entonces se crean comunidades, hay comunidades que nacieron
en el desplazamiento de la gente, como la comunidad del Jardín, en
San Pablo, que hoy en día es una comunidad, eso no existía, eso era la
montaña, pero como la gente se desplazaba hasta allá, pasaba el Dia-
mante y subía a la montaña y allá era donde se ocultaba, allá se hizo
una granja integral que terminó siendo una comunidad. Era donde la
gente se refugiaba cuando le huía a los paramilitares (Rojas, 2016).

En segundo lugar, los campesinos han investido el espacio geográfico con


lazos sociales, económicos, políticos y culturales para sobrevivir y habitar
el territorio. Allí han desarrollado un modo de vida y un anclaje identitario
muy importante que comprende la forma de producción y de comerciali-
zación campesina y que se construye compartiendo actividades culturales
tales como las fiestas, la música (los grupos musicales abundan en las co-
munidades), las prácticas solidarias y de ayuda (por ejemplo para el mejo-
ramiento de los caminos, la construcción de escuelas, etc.). Las relaciones
socioculturales tejidas entre los habitantes, los lazos familiares, de vecindad
y los lazos entre ellos y su espacio, forman parte de esta identidad.

Los campesinos también han creado organizaciones que se convirtieron en


referentes político-organizativos. En el momento que una comunidad ocupa
una tierra, ella crea organizaciones que aseguran la gestión de las relaciones
entre sus miembros, y la interlocución entre ellos y las instancias guberna-
mentales. Así, de facto, las organizaciones campesinas ocupan funciones
administrativas y políticas. Si la longevidad de las organizaciones sociales
se limita en el tiempo, su experiencia es más durable y se transmite a las
nuevas organizaciones que nacen de este legado. El paso de antorcha de la
Anuc a la Fedeagromisbol (que analizamos en los capítulos 2 y 3) es sólo
un ejemplo de esta realidad.

122
Leila Iliana Celis González

Luego de haber construido y defendido el territorio, ahora los campesinos


luchan por hacer valer la ocupación de la tierra y la transformación física y
social de la geografía por ellos realidaza. Se trata de hacerse reconocer por
el Estado como actor político.

La lucha por el territorio es nueva para los campesinos y representa un


cambio importante en sus organizaciones, concentradas hasta entonces
en la disputa por la tierra59. Si las luchas por la tierra y por el territorio no
son mutuamente exclusivas ellas son, sin embargo, diferentes. De un lado,
la lucha por la tierra busca la redistribución de la propiedad y el acceso a
políticas sociales (crédito, asistencia técnica e infraestructuras) con el fin de
hacer viable la producción campesina (Rosset, 2013). La tierra es vista aquí
como un medio de producción como lo demuestra claramente el eslogan
de la Anuc: la tierra pal que la trabaja, que ha impregnado fuertemente el
imaginario de las luchas campesinas en Colombia.

Las reivindicaciones de reconocimiento identitario y de autonomía territorial


reflejan una transformación en la percepción que los propios campesinos
tienen de sus aspiraciones, transformación causada por el impacto del neoli-
beralismo económico, por la influencia mutua de las organizaciones agrarias a
través de las luchas, particularmente la capacidad de respuesta mostrada por
los indígenas desde el 2004. Así mismo, las representaciones que el Estado
construye sobre los campesinos como criminales (en relación con la guerrilla,
el narcotráfico, la explotación minera criminal) y el tratamiento consecutivo
que le da a esta población, inciden en la emergencia de la identidad campesina
como una cuestión importante para las organizaciones sociales agrarias que
buscan la dignificación y el reconocimiento del campesinado60.

Estas relaciones identitarias y sociopolíticas sirven de base para los derechos


reivindicados por los campesinos a la propiedad, usufructo, y gestión de la

59 Hay que anotar que las organizaciones campesinas han desplegado muchas veces en
una dinámica de “gestión campesina del territorio”. El término es utilizado por Héctor
Mondragón en «Expresiones del campesinado». El autor demuestra cómo la “gestión
campesina del territorio” está al origen de la figura de las Zonas de Reserva Campesina.
60 Para un estudio sobre el movimiento de los cultivadores de coca ver los trabajos de María
Clemencia Ramírez (2001).

123
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

tierra y de los recursos. Esos derechos colectivos son pensados en corres-


pondencia con las necesidades y la cultura de las comunidades rurales en
una perspectiva de protección ambiental, social y política.

Ahora bien, como hemos visto, las posibilidades de sobrevivencia de los


campesinos libres disminuyen al mismo ritmo que se consolida el modelo
económico extractivista y neoliberal.

4.2.2. La reivindicación de derechos territoriales del campesinado

Para afrontar la situación de fragilidad creada por el extractivismo, prin-


cipalmente en lo que tiene que ver con la reconcentración de la tierra y los
graves problemas ambientales, las organizaciones campesinas se inspiran
en la lucha por la autonomía abanderada históricamente por las organiza-
ciones indígenas.

Privados de reconocimiento a nivel constitucional, los campesinos presionan


de manera constante y continuada el Estado a aceptar, poco a poco, una
legislación que les da derechos.

Las Zonas de Reserva Campesina (ZRC), son una pieza central de


esta legislación, siendo la primera forma de territorialidad reconocida al
campesinado. Se trata de la figura jurídica que se acerca más a la concesión
oficial de derechos colectivos para con los campesinos. Las ZRC fueron
creadas como solución a la contradicción existente entre, por un lado, las
demandas de los pobladores del campo para la titulación de las tierras
colonizadas con el fin de acceder al crédito y a los programas de inversión
del Estado y, por otra parte, las políticas de gestión territorial del gobier-
no, entre ellas las zonas de reserva forestal y los parques nacionales cuyo
objetivo es impedir los procesos de colonización en ecosistemas frágiles.
En 1989, los campesinos y el gobierno llegaron a un acuerdo para resolver
esta contradicción en la región de la Macarena. Dicho acuerdo constituye
el precedente para las ZRC. Así como lo recuerda Darío Fajardo, mientras
que el gobierno pretendía crear zonas protegidas “[los campesinos…] propu-
sieron al entonces gerente general del Incora, Carlos Ossa, que les titulara
la tierra en medianas extensiones a cambio de su compromiso de preservar

124
Leila Iliana Celis González

los bosques y demás recursos naturales. Esta propuesta fue incluida en la


Ley 160 de 1994, capítulo XIII, con la denominación de Zonas de Reserva
Campesina” (citado en Ilsa y Sánchez G., 2012, 18). En efecto, el artículo 1
de esta ley ordena:

Regular la ocupación y aprovechamiento de las tierras baldías de la


Nación, dando preferencia en su adjudicación a los campesinos de
escasos recursos, y establecer Zonas de Reserva Campesina para el
fomento de la pequeña propiedad rural, con sujeción a las políticas de
conservación del medio ambiente y los recursos naturales renovables y
a los criterios de ordenamiento territorial y de la propiedad rural que
se señalen (art. 1, ley 160/94).

Las ZRC fueron reglamentadas en 1996 (decreto 1777) en respuesta a las ne-
gociaciones entre el gobierno y los líderes de las marchas de campesinos culti-
vadores de coca. Estos últimos reclamaban poner fin a las aspersiones aéreas
de glifosato, inversiones en la producción campesina y la reglamentación de
las ZRC como alternativas a los problemas de marginación de los campesinos.
Desde entonces las organizaciones campesinas defienden las ZRC como un
escudo jurídico para proteger la economía campesina contra el latifundio y
el gran capital, lo que sobreentiende que la disposición territorial rural debe
beneficiar en primer lugar a la economía campesina61. Entre 1997 y 2002, el
gobierno reconoce la creación de seis ZRC para un total de 831.111 hectáreas.

Sin embargo, a partir del 2003, el gobierno detiene este reconocimiento y


suspende la ZRC de la Asociación campesina del Valle de Cimitarra (García
Reyes, 2013). Además, en el 2007, promulga la ley 1152 que da prioridad al
desarrollo empresarial sobre las tierras a las que los campesinos se referían
para la instauración de las ZRC.

Frente a este retroceso de los derechos adquiridos, las comunidades deciden


“ejercer el legítimo derecho a organizarse, autodeterminarse y defender su

61 Posteriormente, el acuerdo 024 de 1996, que fija los criterios para delimitar las ZRC,
excluye la posibilidad de constituir en ZRC los parques nacionales, las zonas forestales,
los territorios indígenas, los territorios de las comunidades negras y las zonas de desarrollo
empresarial.

125
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

territorio a través de acuerdos internos sin necesidad de una aprobación


oficial. Durante años estas ZRC han operado y los campesinos han ejercido
su autonomía sobre el territorio, de acuerdo a una visión participativa”
(Anzorc, citado en Ilsa y Sánchez G., 2012, 30).

Vale anotar que las propuestas de las comunidades campesinas para una
gestión territorial que tenga en cuenta su modo de producción, su cultura y
sus lazos sociales y políticos no se restringen a la constitución y la defensa
de las ZRC. Otras soluciones han sido propuestas, entre las cuales están
los territorios interétnicos, las zonas de biodiversidad, los títulos colectivos
para la explotación minera y las zonas agroalimentarias.

Las zonas agroalimentarias o los territorios campesinos


agroalimentarios (TCA)

Se demanda entonces, el reconocimiento de los territorios históri-


camente configurados por el campesinado por medio de una figura
político administrativa que permita el reconocimiento de los derechos
territoriales de los campesinos/as, la gobernanza del territorio y la
promoción del bien común [...] Se trata de territorios habitados por
campesinos, dedicados (no de forma exclusiva) a la producción agrí-
cola y pecuaria en pequeña escala, pesca y sistemas silvo-pastoriles,
así como pequeña minería combinada con agricultura (Coordinador
Nacional Agrario de Colombia y Congreso de los pueblos, 2015, 15).

El primer TCA fue constituido en el 2016 en el departamento de Nariño y


las organizaciones campesinas prevén la creación de otros 72 TCA, varios
de los cuales se encuentran ya en proceso de construcción (entrevista con
Murillo, 2016, dirigente del CNA). Estos territorios campesinos son pensa-
dos como entidades territoriales autónomas en las cuales los campesinos
tienen, por ejemplo, derecho a transferencias fiscales y a la consulta previa.

Las organizaciones que defienden la propuesta de los TCA son todas in-
tegrantes del Coordinador Nacional Agrario (CNA) y se caracterizan por
tener fuertes vínculos con las organizaciones indígenas (Houghton, 2015).

126
Leila Iliana Celis González

4.3. La emergencia de un nuevo movimiento agrario

Teniendo en cuenta lo que precede, podemos concluir que la lucha por la


territorialidad se ha convertido progresivamente en un elemento común
para los indígenas, los afrodescendientes y los campesinos. Más aún, ha
terminado convirtiéndose en un elemento articulador de estos actores. Por
ejemplo, en el paro del 2014, durante el cual los campesinos, indígenas y
afrodescendientes bloquearon las principales rutas del país, el primer punto
de las reivindicaciones se lee así:

Tierras, territorios colectivos y disposición territorial

Exigimos y mandatamos que sean las comunidades y los pueblos quie-


nes definan cuáles deben ser los usos del territorio y las maneras de
habitarlo, conservarlo y cuidarlo conforme a las cosmovisiones de los
pueblos y comunidades agrarias, de acuerdo a una política diferencial
propia que incluya a las distinciones étnicas, regionales y productivas,
y que garantice la seguridad jurídica para los territorios individuales
y colectivos. El ordenamiento territorial exigido tendrá como base la
definición y el respeto de las figuras colectivas de gobierno propio y
defensa del territorio, incluyendo: Resguardos indígenas y territorios
ancestrales; Territorios colectivos afrocolombianos; Zonas de Re-
serva Campesina; Zonas Agroalimentarias; Zonas de biodiversidad;
Territorios interétnicos e interculturales [y] otras formas de ejercicio
de la territorialidad de las comunidades. Estas tendrán el carácter de
inalienables e imprescriptibles (Cumbre Agraria, Campesina, Étnica
y Popular, 2014).

Esta reivindicación del movimiento agrario es reiterada en diferentes do-


cumentos internos de las organizaciones agrarias y en el diálogo que man-
tienen con el Estado, lo que muestra que a través de la lucha las diferentes
organizaciones han construido una visión de sociedad opuesta al modelo
económico neoliberal y, cada vez más, al modelo político del Estado-nación
soberano. Las organizaciones se ven ellas mismas como actores constitu-
tivos, investidos de un carácter soberano. De ahí que reclamen el derecho
a legislar, a autogobernarse, etc. La autonomía política y territorial cons-

127
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

truida por las comunidades y reconocida por el Estado a los indígenas y


a los afrodescendientes, alimenta la percepción del carácter justo de las
demandas de los campesinos.

4.3.1. La nueva cartografía de las organizaciones sociales agrarias

La reestructuración de la cartografía de las organizaciones agrarias es mar-


cada por dos procesos existentes en paralelo desde finales de los años 1990 y
que convergen desde el 2004. El primero es el proceso de rearticulación del
movimiento campesino a nivel nacional y el segundo es la rearticulación de
los diferentes sectores agrarios bajo el liderazgo del movimiento indígena.

La federación de las organizaciones campesinas:


el caso del Coordinador Nacional Agrario

Mientras que la Anuc se extingue casi completamente después de décadas


de represión sistemática62, la experiencia que los militantes adquirieron en
su seno se convierte en un terreno fértil para la creación de nuevas organi-
zaciones regionales. Vimos cómo esta reorganización fue concretada en el
Sur del Departamento de Bolívar.

Desde finales de los años 90, procesos semejantes toman forma en diferentes
regiones de Colombia. Sobre las cenizas de la Anuc, nuevas organizaciones
campesinas emergen en la región de Catatumbo (el Comité de Integración
Social del Catatumbo, Cisca, en 2003) y en los departamentos de Huila,
Tolima y Arauca63.

62 No hay que pensar que la Anuc está completamente al margen de la nueva dinámica del
movimiento agrario. Al contrario, en 1999, una coalición de organizaciones campesinas,
entre las cuales se encuentra la Anuc, crea el Consejo Nacional Campesino (CNC). En
2003, el congreso del CNC proclama un Mandato agrario para la vida digna, la soberanía
alimentaria, el derecho a la tierra y a la territorialidad. El contenido y la forma de este
mandato corresponde a las características del movimiento agrario del nuevo milenio que
analizaremos aquí. Además, la Anuc ha firmado el proceso de la Minga en 2008. Finalmente,
en 2016, ha sido reconocida como sujeto de reparación colectiva por la Unidad de víctimas,
organismo estatal responsable de las víctimas del conflicto (Unidad para la Atención y
Reparación Integral a Víctimas, 2016).
63 La decisión de líderes regionales de crear organizaciones nuevas apoyándose en la
experiencia que la Anuc había acumulado, suscitó tensiones con algunos dirigentes

128
Leila Iliana Celis González

En 1995, en el marco del paro llevado a cabo por los pequeños producto-
res de café (departamentos de Tolima, Huila, Antioquia), los campesinos
realizan foros sobre la cuestión agraria con el objetivo particular de crear
un espacio nacional de coordinación para las organizaciones sociales. El
primero foro tiene lugar en 1997. Las organizaciones participantes, varias
de ellas herederas de la Anuc, crean allí el Coordinador nacional agrario
(CNA) (Coordinador Nacional Agrario, 2009).

El proceso de rearticulación de las organizaciones campesinas es de tipo


federativo ya que las organizaciones locales y regionales construyen espacios
de pertenencia a nivel nacional, sin desaparecer a nivel local. Otros procesos
de federación de las organizaciones campesinas tienen lugar paralelamente
a la creación del CNA, como la Asociación nacional de Zonas de Reserva
Campesina (Anzorc).

La confederación de organizaciones agrarias: las Mingas,


el Congreso de los Pueblos y la Cumbre Agraria

El segundo proceso de reconfiguración de las organizaciones agrarias está


ligado con el dinamismo del movimiento indígena y comienza con movili-
zaciones en forma de Minga. Las mingas indígenas son reuniones comuni-
tarias en pos del desarrollo de objetivos comunes. En 2004, el movimiento
indígena del Cauca realizó una Minga para la vida, la justicia, la autonomía
y la libertad, una de las primeras movilizaciones que logra sobrepasar el
espacio local desde las marchas campesinas de 1996. Así, sus impulsores
rompieron el silencio impuesto por un gobierno abiertamente represivo.
Hay que recordar que en el 2004, el contexto no era favorable para la mo-
vilización: los grupos paramilitares controlan una parte importante del
territorio nacional y los rasgos autoritarios del gobierno de Álvaro Uribe
se hacen sentir por doquier (Borrero García y Plataforma Colombiana de
Derechos Humanos, 2004).

A partir del 2004, los indígenas encabezaran una serie de movilizaciones


del movimiento agrario. Su acción suscita una grande simpatía política en
nacionales. Para estos últimos la creación de nuevas organizaciones equivalía a dividir el
movimiento campesino (Mendoza, 2012).

129
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

el seno del movimiento campesino. Las luchas indígenas se convertirán


también en una referencia para los camilistas, un sector de la izquierda
reunida alrededor de la herencia de Camilo Torres Restrepo.

Desde 1980, el camilismo desarrolla una plataforma política centrada en la


idea de la construcción del poder popular, inspirada en la teoría anarquista
y el marxismo clásico (Espinosa Moreno, 2013). Las similitudes son evi-
dentes entre el programa camilista y la idea de poder popular que avanza
en el movimiento social, aunque esta última concepción se basa más bien
en las formas de autoridad propia y de organización autónoma de los pue-
blos indígenas y de las comunidades afrodescendientes (Houghton, 2015).
La idea de poder popular, que abre el camino en los movimientos sociales
desde mediados de los años 2000, se inspira directa y principalmente de
las experiencias de gobierno propio desarrolladas por los pueblos indíge-
nas y las comunidades afrodescendientes, experiencias de carácter local y
comunitario (Houghton, 2015).

La primera Minga de este despertar indígena se da en el 2004. Sus objetivos


principales son protestar contra las violaciones masivas de los Derechos
Humanos, la legislación de despojo de tierras (legislación nacida del modelo
de desarrollo de los recursos) y la firma de los tratados de libre comercio.
El llamado a la movilización y la unidad es claro:

[...] porque enfrentamos un desafío grande y distinto a todos los que


nos han tocado hasta ahora, esta movilización es diferente. No sali-
mos solamente a exigir, a reclamarle al Gobierno, a enunciar, aunque
también lo vamos a hacer. Esta vez salimos a convocar pueblos, orga-
nizaciones y procesos populares. Marchamos para expresar nuestro
compromiso de unirnos y de trabajar tejiendo la solidaridad recíproca
que hace falta para defender la vida. Mandato Indígena y Popular (El
desafío nos convoca) Santiago de Cali, septiembre 18 de 2004.

La respuesta del movimiento campesino y afrodescendiente al llamado del


movimiento indígena es inmediata. El CNA y sus organizaciones regionales,
como la Fedeagromisbol, son las primeras en contestar. A partir de 2005,
el CNA juega un papel central en la organización de las diferentes movili-

130
Leila Iliana Celis González

zaciones con las organizaciones indígenas y afrodescendientes, así como


con las fuerzas políticas. A lo largo del año 2005, organizaciones indígenas,
campesinas y afrodescendientes se movilizan para preparar un encuentro
nacional de organizaciones sociales que tendrá lugar en La María (en el
departamento del Cauca), en mayo de 200664. Este encuentro es el segundo
evento que marca el proceso de convergencia de las organizaciones indíge-
nas y campesinas. Su objetivo es “Fortalecer, los procesos de Convergen-
cia, Unidad, y Articulación de las Organizaciones Sociales y Movimientos
Políticos Alternativos en perspectiva de nuevas formas de Movilización
Social que contribuyan a defender la Vida, los Territorios y los Procesos
Organizativos” (Organizaciones participantes 2006). El encuentro es tam-
bién un movimiento de protesta a través del cual las organizaciones sociales
obligan el gobierno a negociar las demandas por las que se movilizan, al
tiempo que lo comprometen en la búsqueda de una solución negociada al
conflicto armado. En esta ocasión, las organizaciones participantes realizan
los primeros bloqueos de la vía panamericana, los que se transformarán
en la estrategia de acción más frecuentemente usada por los movimientos
sociales en los años siguientes (Castaño Rico, 2013).

Otra movilización importante en la reconfiguración de las organizaciones


agrarias es la Minga de resistencia indígena, social y comunitaria de 2008.
Se trata de una de las más grandes manifestaciones de la historia reciente
de Colombia. Además de los indígenas, campesinos y afrodescendientes
también participan las organizaciones sociales, sindicales y estudiantiles.
De nuevo, las organizaciones participantes bloquean las principales rutas
y protestan contra las violaciones de Derechos Humanos y la legislación
económica; piden que el gobierno firme la Declaración de los derechos de
los pueblos indígenas de la ONU y exigen el respeto de los compromisos
tomados anteriormente con el movimiento social. El gobierno acusa los

64 La cumbre de 2006, que las organizaciones sociales llaman Cumbre nacional de


organizaciones sociales, es un encuentro de organizaciones en una perspectiva de
coordinación y unidad. Es, al mismo tiempo, una movilización de protesta. De hecho,
se transforma en una organización social nueva: la Cumbre nacional de organizaciones
sociales (no confundir con la Cumbre agraria, ética y popular creada en el 2013, y sobre lo
cual volveremos más tarde). En 2008, la Cumbre nacional de organizaciones sociales pasa
a ser la Minga de resistencia social y comunitaria. Como la Cumbre de 2006, la Minga de
2008 es a la vez, un encuentro, una movilización y una organización social.

131
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

indígenas de ser latifundistas65 y reprime de nuevo la manifestación, lo que


arroja un saldo de cuatro indígenas asesinados y muchos otros heridos.

A través de estas diferentes movilizaciones aparece claramente que el CNA,


la izquierda camilista, algunos sectores anarquistas y los sectores movili-
zados del movimiento indígena comparten la misma visión del problema
agrario (Barrera, 2016). Para ellos, la cuestión agraria se opone al extracti-
vismo y a los tratados de libre comercio dado que van contra la autonomía
de las comunidades, de la producción agraria y conllevan grandes problemas
ambientales y de violencia. La protesta tiene como primer objetivo la efecti-
vidad de los derechos reconocidos a los indígenas y a los afrodescendientes
que no se concretizan dada la negligencia de los funcionarios, la corrupción
y diversas medidas jurídicas y administrativas. También busca el recono-
cimiento de los campesinos como sujetos de derecho ante una legislación
que banaliza su existencia.

El espíritu de movilizaciones suscitado por las Mingas sirve como base para
la creación del Congreso de los pueblos, que tendrá lugar en el año 2010.

El Congreso de los pueblos es un espacio organizativo donde convergen


más de 300 organizaciones: indígenas, campesinas, afrodescendientes,
estudiantiles, sindicales, feministas. El CNA y los indígenas están entre
los pioneros de esta nueva organización social. Su acto fundacional, rea-
lizado con la participación de más de 20.000 delegados, conlleva “la idea
de que (su encuentro de fundación) era la sesión inaugural de un proceso
de legislación popular” (Houghton, 2015, 98). Las organizaciones sociales
dicen estar cansadas de esperar que sus propuestas sean aceptadas por el
gobierno, ratificadas por una legislación ajena a los intereses populares y
puesta en marcha. Es por eso que el Congreso busca legislar ahora para

65 Los indígenas tienen títulos de propiedad sobre 31,2 millones de hectáreas, más de 25%
del territorio de Colombia. Pero “muchas de las tierras que poseemos no son cultivables
por estar ubicadas en un 85% del total de 31.2 millones de hectáreas, en parques, desiertos,
paramos, lagunas, montañas y selvas. […] 1,41 millones de indígenas colombianos apenas
poseen 3.12 millones de hectáreas de tierra utilizables, o sea menos de tres hectáreas por
persona; los indígenas son el 14.2% de la población rural del país, pero sólo poseen el 6.8
% de las tierras con vocación agropecuaria” (Comunicado Onic, 24-10-2008, citado en
Castaño Rico, 2013, 49).

132
Leila Iliana Celis González

construir un país que tenga en cuenta los sectores que han sido sistemáti-
camente excluidos. Para lograrlo, sus miembros se dotan de mandatos de
diferentes órdenes, los que deben dar lugar a todas las voces que tengan
alguna contribución por hacer, una experiencia por compartir. El primer
Congreso de los pueblos tuvo lugar en 2011, bajo la consigna Tierras, terri-
torios y soberanía. El Congreso invita a las organizaciones que lo compo-
nen a trabajar para defender la madre tierra y el agua, prohibir la grande
explotación minera y la explotación petrolera, consolidar la capacidad de
gestión territorial de las organizaciones sociales, gobernar los territorios y
crear un movimiento social unitario (Congreso de los pueblos, 2011). De ahí
en adelante, estos mandatos enmarcan la acción de una parte importante
del movimiento agrario.

El Mandato del que habla el Congreso de los Pueblos es una disposi-


ción a realizar lo legislado, y no se dirige al estado como garante real o
formal de los derechos. No es una promesa abstracta que se realizará
luego –muy luego– de la victoria revolucionaria, sino que se desarrolla
de forma inmediata (Houghton, 2015, x).

4.3.2. Los cambios en la interacción


de las organizaciones sociales agrarias con el Estado

La restructuración del movimiento agrario no está marcada solamente por


la creación de organizaciones nuevas e intersectoriales. El tipo de relación
entre las organizaciones agrarias y el gobierno ha cambiado también en el
curso del nuevo siglo, particularmente en lo concerniente con el nivel donde
se desarrollan las negociaciones de las reivindicaciones.

Por ejemplo, desde los años 80, las diferentes organizaciones coordinan
su acción para realizar movilizaciones simultáneas a nivel regional y a
veces nacional. Esta coordinación entre regiones posibilita que la protesta
sea mucho más visible y aumenta la presión con el fin de sentar a la mesa
de negociaciones altos funcionarios del gobierno que tengan verdadera
capacidad de negociación. El aspecto conjunto de estas acciones quedaba
limitado, en la mayoría de los casos, a la movilización propiamente dicha. La
negociación no se hacía conjuntamente, sino que tenía lugar a nivel local y

133
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

regional. Las ventajas de la negociación a nivel local son claras: Esta práctica
favorece el empoderamiento de las comunidades que ven, “en directo”, que
movilizándose pueden forzar al gobierno a escucharlas. Las negociaciones
locales evitan también el aislamiento de los líderes que, en nombre de la
comunidad, no se encuentran solos en la mesa de negociaciones.

Sin embargo, el carácter local de las negociaciones favorece la estrategia del


gobierno que no busca resolver los conflictos sino fragmentar las peticio-
nes de las organizaciones y desmovilizar la población. Muchos elementos
ilustran esta estrategia: el gobierno no respeta sus compromisos, o lo hace
solo parcialmente, y trata las reivindicaciones en su aspecto puramente
presupuestal. El juego del gobierno es facilitado por el hecho de que las
reivindicaciones son eminentemente locales y no alcanzan a cuestionar el
modelo económico y se inscriben más bien en una dinámica de consolidación
del papel del Estado como agente de transformación. De ahí que el desafío
para las organizaciones sociales es el de neutralizar los inconvenientes de
las negociaciones de nivel local.

Es así como desde finales de los 90, la negociación es coordinada desde lo


nacional. Entonces, varias listas nacionales de reivindicaciones son nego-
ciadas por varias organizaciones.

El paro agrario del 2013 marcará un cambio significativo de este modelo de


negociación. Entre el 19 de agosto y el 12 de septiembre del 2013, el CNA
participa en el paro nacional con otras dos importantes organizaciones:
la Mesa de Interlocución Agraria (MIA) y las Dignidades Agrarias (Salce-
do, Pinzón y Duarte, 2013). Este paro se convierte en un símbolo para el
movimiento agrario de Colombia tanto porque duró siete semanas, como
porque obligó al gobierno a negociar a pesar de la intransigencia expresada
al inicio, pero también por el apoyo recibido de muy diversos sectores ur-
banos, especialmente a través de cacerolazos66 (Arias Fernández y Preciado
Castellanos, 2015). El paro reflejó una capacidad de movilización renovada
de las organizaciones sociales del sector agrario. Sin embargo, mostró tam-
bién que el Estado le apuesta a la división del movimiento para reducir los
66 Los cacerolazos son manifestaciones más o menos espontáneas de ciudadanos que utilizan
cacerolas para hacer ruido y ocupan plazas con el fin de protestar o manifestar solidaridad.

134
Leila Iliana Celis González

costos de la negociación. El balance que hacen las organizaciones, después


del paro del 2013 es que:

[…] las organizaciones que estamos en la Cumbre Agraria tenemos


mesas de negociación separadas con el gobierno nacional, y llevamos
8 meses sentados sin que hasta el momento la parte gubernamental
de respuesta satisfactoria a nuestras demandas. Por el contrario he-
mos asistido a una estrategia del gobierno de dilatación y desgaste,
sin llegar a un solo acuerdo, como es el caso de la Mesa de la MIA,
casi ningún acuerdo en la mesa del Catatumbo, y pocos avances en la
mesa con la MINGA Indígena, además de las 13 mesas de negociación
departamental que se instalaron en el Paro Agrario del 2013. (Cumbre
agraria, 29 de abril del 2014).

Es por eso que, inmediatamente después del paro, las organizaciones co-
mienzan un proceso de consulta interna, que se llamará “pre-cumbe agra-
ria” y que resultará en marzo de 2014 en la creación de la Cumbre agraria,
campesina, étnica y popular. Las organizaciones sociales deciden hacer valer
su capacidad de coordinación nacional. Ellas quieren que el gobierno trate
al movimiento agrario como un actor político y para ello deben consolidar
su proceso unitario.

La Cumbre agraria, campesina, étnica y popular está formada por


las organizaciones indígenas, campesinas y afrodescendientes, pero tam-
bién por las dos fuerzas políticas de izquierda más activas en la dinámica de
movilización social, a saber, los comunistas/bolivarianos y los camilistas.
Organizaciones de envergadura nacional como el Congreso de los pueblos,
la Organización nacional indígena, el Proceso de comunidades negras y
la Marcha patriótica también hacen parte de la Cumbre. La importante
representación política e intersectorial de la Cumbre hace de este espacio
de coordinación un actor importante.

Desde su creación, la Cumbre busca retomar la movilización para obligar al


Estado a respetar los compromisos adquiridos. Coordina la estructuración
del Pliego único nacional que reúne las peticiones regionales, y de una Mesa
única de negociación. La Cumbre exige la redistribución de la propiedad y

135
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

de la riqueza; se opone al modelo económico neoliberal que ha despojado


al campesinado y ha destruido la producción agraria. Insiste sobre:

la necesidad urgente de implementar medidas y acciones frente a la


crisis de la producción agropecuaria, que incluyan el desmonte de las
políticas de libre comercio, la anulación de los Tratados internacio-
nales que afecten a los productores nacionales y el avance hacia una
integración justa y solidaria entre los pueblos de América Latina y el
mundo (Cumbre Nacional Agraria, Campesina y Popular, 2013).

Con la formulación de estas peticiones, las organizaciones de la Cumbre


inician el paro el 28 de abril de 2014, del cual participan los habitantes
del Sur de Bolívar bloqueando la vía a la altura del municipio de Norían.
El movimiento campesino fue capaz de presentar una lista de peticiones
que refleja su visión del país. Sus reivindicaciones no son diferentes a las
expresadas cuando las listas de peticiones y las negociaciones eran locales.
Sin embargo, el hecho de haberlas juntado en una lista única de reclama-
ciones permite afirmar que cuestionan es el modelo económico global.
Ahora, el campesinado pide más que inversiones puntuales respondiendo
a necesidades igualmente puntuales. Pide que su visión de la sociedad y de
la producción agraria sea considerada realmente para redefinir el modelo
económico y, por consiguiente, las políticas públicas.

El paro del 2014 comienza el 28 de abril, 6 días antes de las elecciones pre-
sidenciales que recondujeron al poder al presidente saliente Juan Manuel
Santos, un hecho que sin duda favoreció las negociaciones que avanzaron
rápidamente. En solamente doce días de paro, las organizaciones lograron
obtener compromisos importantes del Estado (Redacción El Tiempo, 2014)
y el presidente Juan Manuel Santos reconoció la Cumbre agraria como un
interlocutor oficial a través del decreto 870 de abril del 2014.

Sin embargo, la situación no ha cambiado mucho para el movimiento social


agrario. El 30 de mayo del 2016, las organizaciones de la Cumbre Agraria
entraron en paro otra vez. El punto 7 de sus demandas se intitula “compro-
misos incumplidos por el gobierno”. El paro fue levantado el 12 de junio
y el 20 de octubre las organizaciones sociales anunciaron en comunicado

136
Leila Iliana Celis González

que ellas se levantan de la mesa de negociación dado que la actitud del


gobierno no cambia.

Lo que sí cambia es el contexto marcado ahora por las negociaciones de paz


entre el gobierno y la guerrilla. Para las organizaciones de la Cumbre agra-
ria el gobierno tiene un doble discurso: por un lado, afirma querer llegar a
acuerdos con la guerrilla para ponerle fin al conflicto armado, pero de otra
parte, incumple sistemáticamente sus compromisos con las organizaciones
sociales. Para las organizaciones, el gobierno debe comenzar por respetar
sus compromisos con el sector agrario y “garantizar la participación de la
sociedad, principalmente de pueblos y comunidades rurales” en los diálo-
gos de paz, si realmente quiere encontrar “una solución al conflicto social,
político y armado” (Cumbre agraria, campesina, étnica y popular, 2016).

La compleja relación entre el conflicto agrario y el conflicto armado, expuesta


en el comunicado de la Cumbre agraria es el tema del siguiente capítulo.

137
Capítulo 5
Conflicto agrario y perspectivas de paz

Este capítulo centra su análisis en la actualidad política. Imposible no ana-


lizar la coyuntura cuando la sociedad colombiana está en plena agitación
política, con el potencial de redefinir los fenómenos sociales estudiados a
lo largo de este libro.

En la introducción se postuló que para comprender la dinámica de las luchas


agrarias es indispensable captar la lógica del acaparamiento de la tierra.
Hemos procurado adentrarnos en esta lógica para traducirla en los térmi-
nos de violencia política e institucional que representa (capítulo 1, supra).
Este quinto capítulo tiene por objetivo cerrar el círculo centrándose en las
perspectivas de paz abiertas a partir de los planteamientos del gobierno de
Juan Manuel Santos.

Aquí se proponen elementos de análisis sin pretender hacer pronósticos


sobre el conflicto o la paz. Se defiende una sola tesis: la paz demanda trans-
formaciones sociales profundas, de tipo estructural. Esta tesis no es ni nueva
ni original, las organizaciones sociales la defienden desde hace décadas.

5.1. Conflicto agrario y armado

La sociedad colombiana se enfrenta a un doble conflicto: social y armado.


En aras de poner fin al conflicto armado, el gobierno de Juan Manuel Santos
(2010-2018) emprende negociaciones de paz con las Farc y el Eln. Es decir,
las dos organizaciones insurgentes más importantes, tanto por su tamaño
como por su capacidad de acción militar. Son, por otro lado, las guerrillas
más antiguas del continente, con aparición pública en 1964.

Pese a que los diálogos de paz del gobierno con estos dos grupos son dos
escenarios independientes uno independientes del otro, todas las voces en
Colombia insisten en ver un solo proceso con dos vertientes. Las negocia-
ciones con las Farc, iniciadas en el año 2012, concluyeron el 24 de noviem-

139
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

bre del 2016 con la firma de un nuevo acuerdo definitivo para poner fin al
conflicto (J.M. Santos y FARC 2016). Los diálogos con el Eln comienzan en
el año 2014. El 30 de marzo del 2016, el gobierno y la guerrilla guevarista
anuncian haber convenido la agenda de las negociaciones pero estas últimas
no inician sino hasta principios del 2017. El futuro de la paz en Colombia
parece incierto: el acuerdo con las Farc sufrió el rechazo ciudadano en un
plebiscito celebrado el 2 de octubre del 2016, lo que llevó al gobierno a
modificar los acuerdos y a ratificarlos por vía legislativa; las negociaciones
con el Eln todavía están en construcción y la extrema derecha, belicosa, se
opone al fin de la guerra.

En octubre del 2018, la situación no ha cambiado mucho: el proceso de paz


parece empantanarse alejando así la perspectiva del final del conflicto. De
un lado, la implementación de los acuerdos con las Farc es muy precaria, al
punto que varios analistas creen que el incumplimiento de dichos acuerdos
podría llevar a un rearme de dicha guerrilla. De otro lado, el hecho de que
presidente Duque se niegue a nombrar la comisión gubernamental para
negociar con el Eln, ha sido interpretado por esta organización como una
retractación de las negociaciones hasta ahora llevadas. Como consecuencia,
esta guerrilla empieza a prever desde ahora las condiciones para repatriar su
delegación de negociadores de paz (Ejército de Liberación Nacional, 2018).

La perspectiva de una solución política y negociada entre los rebeldes y el


gobierno es una cuestión crucial y benéfica para la sociedad colombiana por
varias razones, entre las cuales la más evidente es la disminución previsible
del número de víctimas del conflicto. No obstante, aunque los insurgentes
se reintegren a la vida civil, esto no querría decir que Colombia conocerá la
paz ya que la guerrilla no es el único actor armado. Además, es importante
subrayar, por otra parte, que las actuales negociaciones no tocan las cues-
tiones de fondo del conflicto social. Es por eso que interesa estudiar aquí la
posición de los movimientos sociales agrarios frente a los diálogos de paz.

El capítulo se divide en tres secciones. La primera analiza el tímido tra-


tamiento de la cuestión social en los anteriores procesos de desarme. La
segunda considera la posibilidad de que el proceso logre desmantelar la
guerrilla sin que con esto se logre la paz. La última parte analiza el carácter

140
Leila Iliana Celis González

ineludible de un debate sobre las cuestiones estructurales (económicas y


políticas), sin las cuales la construcción de la paz es casi imposible.

5.2. Revisión histórica de las lógicas


que han guiado las negociaciones de paz

Dado que los acuerdos de paz pretenden poner fin a la existencia de la


guerrilla, conviene recordar y distinguir las causas y las consecuencias de
su nacimiento67. Estas causas son internas y de carácter social. Así, para
comprender la elección de un compromiso político que se expresa con el
sonido de las armas, hay primero que tener en cuenta la creación del Frente
Nacional (1958-1970) –cuyo rol causal es capital–. Este pacto bipartito,
durante más de 20 años, aseguró a las élites el goce del poder por turnos,
quitándole toda posibilidad de expresión y de participación política a la
población. La emergencia de la guerrilla se explica también, por una parte,
por el acaparamiento de la tierra la cual provoca la sobreexplotación de los
campesinos y de los trabajadores agrarios, y por otra, por una política de
hidrocarburos que favorece a las multinacionales y que no trae a la sociedad
colombiana más que problemas sociales y medioambientales.

Estas contiendas en torno a la exclusión política y económica anteceden la


existencia de la guerrilla. Son, tanto para la historia como para el imaginario
social, la base de los grupos insurgentes ¿Hace falta recordar que las Farc
son una guerrilla fundamentalmente campesina? ¿O que en el centro de la
plataforma del Eln se encuentra la cuestión de la “soberanía de los recursos
naturales”, principalmente del petróleo?

Cuestionar las causas sociales del conflicto es importante porque el proceso


de paz adelantado por el presidente Santos, y cuyo futuro es todavía mucho
más incierto con la administración del presidente Duque, está lejos de ser
el primero en la historia de Colombia. La primera amnistía brindada para
desmovilizar a la guerrilla data de 1953, bajo el gobierno del general Gustavo

67 Respecto a las consecuencias humanas y a los efectos sobre las libertades políticas, ver
el Informe de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (2013). Sobre la
economía del conflicto, ver Arias y et. al. 2014.

141
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Rojas Pinilla. Luego, desde el gobierno de Julio César Turbay Ayala (1978-
1982), todos los gobiernos inician negociaciones con la perspectiva de la
desmovilización de los grupos subversivos, para transformarlos en actores
políticos legales. Los resultados de estos diversos procesos de paz son des-
iguales68, pero en definitiva, con el curso de los años surgieron varias orga-
nizaciones de guerrilla y varias de ellas decidieron su desarticulación para
darle el protagonismo a la acción política. Así lo decidieron, por ejemplo,
guerrillas marxistas como el Ejército Popular de Liberación (Epl), guerrillas
nacionalistas como el Movimiento 19 de abril (M-19), guerrillas indigenistas
como Quintín Lame y guerrillas afrodescendientes como la Benkos Biojó.

¿Cómo explicar la persistencia de la guerrilla después de tantas tentativas


y procesos de desmovilización? Para que los diálogos de paz puedan poner
fin a la existencia de la guerrilla, hace falta que el gobierno la reconozca
como un interlocutor político con quien es aceptable negociar. Cada vez, en
efecto, la amplitud de lo negociable tiende a depender del estatuto “político”
o “criminal” concedido a la guerrilla por el gobierno.

Los gobiernos que ven a los insurgentes como un actor criminal quieren
esencialmente limitar las negociaciones a las condiciones de la reinserción
de los guerrilleros a la vida civil. Esta posición se fundamenta en el hecho
de que la guerrilla no consigue imponerse por las armas. En estas circuns-
tancias, la puesta en marcha del programa político de la guerrilla no forma
parte de las negociaciones. Estos gobiernos buscan únicamente la conso-
lidación de las instituciones del Estado. Este es el enfoque empleado en
las negociaciones llevadas a cabo por los gobiernos de Julio César Turbay
Ayala (1978-1982) y Álvaro Uribe Vélez (2002-2010). Y es lo que explica
que dichos gobiernos no hayan tenido ninguna posibilidad concluyente de
concretar las desmovilizaciones esperadas.

Los gobiernos que reconocen a los rebeldes como un actor político admiten
las causas socioeconómicas del conflicto y aceptan considerar reformas
que den respuesta a los problemas que dieron origen a la guerrilla. En ese
sentido, los acuerdos de paz otorgan amnistías a los guerrilleros e integran

68 Para un análisis de estas negociaciones, ver Ramírez-Orozco, 2012.

142
Leila Iliana Celis González

políticas de inversión social. Apuntan también a reformas institucionales y


electorales con la perspectiva de garantizar la participación de los desmovi-
lizados en la vida política. Por el contrario, las reformas consentidas por la
clase dominante jamás han pretendido transformar las relaciones sociales
que se consideran como responsables de la existencia de la insurrección. Las
controversias en torno a la exclusión mencionadas más arriba se mantienen
(exclusión política, acaparamiento de la tierra y explotación de los recursos
bajo el control de capitales extranjeros).

La persistencia de la guerrilla a pesar de tantos procesos de paz, debe expli-


carse, por lo menos en parte, por las mismas causas que le dieron origen.
Los conflictos sociales, lejos de desaparecer o de disminuir en intensidad,
se estabilizan y hoy en día hacen de la sociedad colombiana una de las más
desiguales del mundo. Por ejemplo, en la narrativa de la izquierda, la vio-
lencia que sufren diariamente las organizaciones sociales es vista como la
consecuencia extrema de la exclusión y cuyo punto culminante es el geno-
cidio de la Unión Patriótica (Redacción justicia 2013). Para los campesinos,
la realidad sigue siendo la precariedad de los derechos sobre las tierras
que poseen, una gran marginación política y la pobreza. Cuando algunas
leyes liberales reconocieron a los campesinos el reconocimiento de ciertos
derechos, los mismos fueron neutralizad por los grandes propietarios. Así,
del Pacto de Chicoral (1972) a la Ley de Zidres (2016) la lógica es la misma:
favorecer a la gran propiedad y al gran capital. Cuatro leyes de reforma
agraria han sido incapaces de transformar esta realidad (las Leyes 200 de
1936, 135 de los 1961, Ley 1 de 1968 y la 160 de 1994) (capítulo 2, supra).

5.3. Las negociaciones del nuevo milenio

5.3.1. Los diálogos de paz deben abordar las cuestiones sociales

El gobierno de Santos afirmó en repetidas ocasiones, su deseo de paz para


Colombia. También afirmó su decisión de no negociar con la guerrilla el
modelo económico y político. Éstos son áreas temáticas intocables. En gran
medida, estas líneas parecen haber guiado las negociaciones con las Farc.

143
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

El resultado es que el acuerdo añade puntos de vista, muy distantes, de


ambas partes. Por ejemplo:

[Para el] gobierno esa transformación debe contribuir a reversar los


efectos del conflicto y a cambiar las condiciones que han facilitado la
persistencia de la violencia en el territorio. Y que a juicio de las Farc-EP
dicha transformación debe contribuir a solucionar las causas históricas
del conflicto, como la cuestión no resuelta de la propiedad sobre la tie-
rra y particularmente su concentración, la exclusión del campesinado
y el atraso de las comunidades rurales, que afecta especialmente a las
mujeres, niñas y niños (J. M. Santos y Farc, 2016, 2).

Las diferencias persisten en cuanto a las Zonas de Reserva Campesina (ZRC),


las cuales constituyen actualmente, como se ha visto, una de las principales
reivindicaciones del movimiento social agrario (capítulo 4, supra). Esto
debido a que, en última instancia, en cuanto a la cuestión agraria, el acuer-
do no toca la gran propiedad. En lugar de esto, crea un Fondo de Tierras
para la Paz (tres millones de hectáreas) compuesto de tierras públicas, de
tierras compradas por el Estado o recuperadas por este último debido a
que no han sido explotadas o han sido adquiridas ilícitamente69. Pretende
también clarificar y formalizar la propiedad gracias a la actualización de la
información catastral. Ambas partes convinieron instaurar políticas públi-
cas por un periodo de diez años con la finalidad de llevar a buen término el
acuerdo establecido sobre esta cuestión.

Si por una parte las negociaciones con las Farc han llevado a acuerdos
que yuxtaponen puntos de vista muy diferentes, por otra parte, las del Eln
todavía están en una etapa embrionaria. Éstas prevén tratar sobre (1) la
participación social, (2) la democracia por la paz, (3) las transformaciones
por la paz, (4) las víctimas y (5) el fin del conflicto y la implementación de los

69 El acuerdo comprende también (b) la creación de un programa de desarrollo territorial


con las comunidades; (c) políticas de desarrollo social en salud, educación, habitación;
(d) apoyo a la producción agraria y a la economía solidaria y cooperativa con asistencia
técnica, subvenciones, crédito, comercialización y formalización del trabajo; (e) la creación
de consejos locales, departamentales y nacionales para la alimentación y la nutrición (J. M.
Santos y Farc 2016).

144
Leila Iliana Celis González

acuerdos. El programa es difuso y complejo. El Eln insiste en la participación


de la sociedad civil en las negociaciones, una propuesta que antes llamaban
Convención Nacional (Unidad de la Paz 2002). Se trata de una cuestión
complicada, polémica y difícil de ejecutar. Sin embargo, la participación de
la sociedad civil en los diálogos de paz es ineludible para este grupo rebelde.
Hay que notar que esto tiene que ver con desafíos importantes, entre los
cuales se encuentran la explotación de recursos naturales. En su revista
de octubre de 2016, este grupo insurgente afirma que la cuestión minera y
energética tiene una importancia estratégica y está vinculada al conflicto
armado. Apela a un debate con la población civil (Eln, 2016).

Este debate gana prioridad en tanto el gobierno ha hecho de la extracción de


recursos, particularmente de la explotación minera, una de sus prioridades.
Además, desde 2013 los movimientos sociales protestan sin cesar contra
el modelo económico, particularmente contra la extracción de recursos
naturales y los tratados de libre comercio, cuyos efectos son catastróficos
para la economía agraria y el medio ambiente (Arias Fernández y Preciado
Castellanos, 2015).

5.3.2. Hacia el fin del conflicto armado


con las guerrillas comunistas

El proceso de paz se inscribe actualmente, tanto para la guerrilla como para


el gobierno, en un impasse militar. Ninguna de las partes consiguió impo-
nerse por las armas. Ciertamente, no se puede hablar de equilibrio militar,
puesto que las Fuerzas Armadas del Estado tienen una ventaja real sobre la
insurgencia. Sin embargo, las características de la guerra de guerrillas hacen
que este conflicto, que ha durado más de 52 años, pueda prolongarse inde-
finidamente. Entonces, ¿por qué estas negociaciones prometen un mayor
éxito? A primera vista, el gobierno y los grupos de guerrilla parecen tener una
verdadera voluntad de diálogo, y esto a pesar de la oposición de la extrema
derecha. Es importante entonces detenerse a estudiar los argumentos, para
comprender mejor las motivaciones de esta voluntad en cada parte.

Por un lado, la guerrilla siente presión por parar el conflicto. Cuando la


guerrilla aparece en Colombia, la utilización de las armas para hacer política

145
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

era una práctica bastante difundida. Incluso podría afirmarse que esto era
considerado como legítimo, no solo para los actores armados sino también
para ciertos analistas y para una parte importante de la población afectada
por el conflicto. A nivel internacional, la Guerra Fría oponía al este contra
el oeste; el modelo socialista frente al modelo capitalista. Era el periodo de
las luchas de liberación nacional. En la intersección de la Guerra Fría y las
luchas de liberación nacional, la revolución cubana fue crucial. Sin embargo,
si la Guerra Fría favoreció el surgimiento de las guerrillas en Colombia, su
final afectó muy poco la dinámica del conflicto armado interno. La prueba
es que cuando el bloque soviético hace implosión, y cuando ciertos analistas
cantan las alabanzas del capitalismo y el fin de las ideologías (Fukuyama,
2006; Bell, 2001), en Colombia los rebeldes ven allí el advenimiento de un
periodo prerrevolucionario. Para las Farc en particular, este instante mar-
ca el paso a una guerra de posiciones, con la formación de batallones y la
perspectiva de entrar a Bogotá para ocupar el Palacio de Nariño (Castilla,
2012). El parteaguas que pone en duda la utilización de las armas para hacer
política es, sin duda alguna, la llegada de varios presidentes de izquierda al
poder en América Latina por la vía electoral, lo cual tuvo una gran incidencia
en la reflexión interna de las guerrillas. En este marco, la elección de Hugo
Chávez Frías como presidente de Venezuela es crucial debido a que induce a
la guerrilla a interrogarse sobre los métodos utilizados para llegar a sus fines.

Por otra parte, para el gobierno de Juan Manuel Santos la voluntad de paz
corresponde a la intención de modernización del Estado para reforzar la
economía. El proyecto de una “democracia de mercado” (Avilés y Celis,
2017, en proceso de publicación), pretende crear las condiciones necesarias
para facilitar el flujo de inversiones extranjeras. Entre estas condiciones
se encuentran, en primer lugar, la seguridad política y jurídica que son
necesarias para el fortalecimiento del mercado. Es en esta óptica que el
gobierno de Santos busca, además de la desmovilización de la guerrilla,
la neutralización de los paramilitares, la legalización de la propiedad de la
tierra, etc. Esta empresa modernizadora es apoyada por el capital transna-
cional quien considera la estabilidad como un prerrequisito para los asuntos
económicos70. La posición del gobierno de Santos a favor de la paz también
70 La oposición de los intereses entre el sector de la élite dominante, representado por Santos,
y el representado por el expresidente Álvaro Uribe, se hace manifiesto. Uribe representa los

146
Leila Iliana Celis González

y sobre todo se explica, por su decisión de integrar las zonas controladas


por la guerrilla a la economía nacional. Se trata de zonas alejadas que eran
hasta hace pocos años de un interés marginal para la economía y por con-
siguiente ignoradas por el Estado. Ahora bien, en el modelo económico de
explotación de recursos naturales –algunos de nuevo tipo y uso– estas zonas
ganaron importancia. Así, el gobierno le apuesta a la desmovilización de la
guerrilla con la finalidad de extender su política de desarrollo integrando
la totalidad del territorio a la economía nacional.

5.3.3. La guerrilla es solo uno de los actores del conflicto armado

Desde el 2 de octubre del 2016, actores sociales de diferente naturaleza


se pronuncian sobre la importancia de llevar a buen término las negocia-
ciones de paz con la guerrilla. Entre ellos, y en primer lugar, un segmento
importante de ciudadanos colombianos se movilizaron masivamente por
la paz. También hay que tener en cuenta la acción de diplomáticos y de
organismos internacionales que condujeron, por ejemplo, a concederle el
premio Nobel de Paz a Juan Manuel Santos. Un análisis rápido de estas
diferentes intervenciones a favor de la paz permite ver que todas ellas tienen
como telón de fondo, más o menos explícitamente, la idea, según la cual,
la desmovilización de la guerrilla equivale a la paz para Colombia. En esta
perspectiva, es crucial recordar que más allá de la guerrilla, el conflicto
cuenta con otros actores armados. Éstos son responsables de una parte muy
importante de la violencia, incluso de la mayoría de los crímenes y de las
violaciones de Derechos Humanos cometidas en el contexto del conflicto.
Se trata de actores diversificados. Algunos son ilegales, como el narco-
paramilitarismo, y otros legales, como las Fuerzas Armadas. Su punto en
común es que, según su propia ideología, pueden calificarse de derecha. La
guerrilla es, en cambio, el único actor armado que se opone al Estado con
el fin de derribarlo o de transformarlo.

El proceso de expansión del paramilitarismo remonta a principios de 1980


en la región de Magdalena Medio (ver capítulo 1). Los escuadrones de la

intereses del sector más conservador (Hylton y Tauss, 2016), el cual necesita de la guerra
para enriquecerse y, además, pretende mantener el poder llamado neo-feudal sobre la tierra
y, por el mismo hecho, sobre una parte importante de la población.

147
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

muerte o grupos paramilitares, que ya existían como ejércitos al servicio de


los grandes propietarios, se ubican bajo las órdenes de un mando central
constituido por grandes terratenientes, por narcotraficantes y por miem-
bros de la alta jerarquía militar. Desde entonces, la violencia paramilitar
contra los campesinos y los sectores populares evolucionó en el marco de
una estrategia nacional generosamente financiada con capitales nacionales
y extranjeros.

La violencia desplegada por los paramilitares es responsable en una gran


proporción de los fenómenos de desplazamiento forzado, asesinatos,
masacres, desapariciones forzadas, tortura y criminalización de la acción
social. Durante el proceso de implantación del paramilitarismo, los hornos
crematorios, las fosas comunes y los cadáveres en los ríos dejaron de ser
ocasionales. Los paras cometieron actos de barbarie en todos los rincones
del país y acabaron por instalar el terror entre la población, principalmente
en el campo. Entre 1982 y 2007, los paramilitares realizaron más de 2.500
masacres en las cuales asesinaron a 14.660 personas (Grupo de Memoria
Histórica, 2010). Entre 1982 y 2009, los paramilitares y las Fuerzas Ar-
madas forzaron a más de cinco millones de colombianos a desplazarse y
torturaron a más de 15.000 personas. Entre 1977 y 2007, los mismos actores
perpetraron más de 80.000 asesinatos selectivos, mientras que desde 1965
el número de detenidos-desaparecidos asciende a 50.000 (Movice, 2010).
Finalmente, los narco-paramilitares se adueñaron de más de 5,5 millones
de hectáreas de tierras de los desplazados (Garay Salamanca y Comisión
de seguimiento, 2009, 5:57).

Estos actores armados de extrema derecha no son simples criminales.


Participaron en la fundación del modelo extractivista, en el cual reposa
la economía colombiana (capítulo 1, supra). Su poder militar sirvió para
expropiar a los campesinos y para acceder así a los recursos necesarios
para el desarrollo extractivo y la reprimarización de la economía, la que (el
paramilitarismo asumió para diversificar y blanquear sus activos) cuadra
bien con un sistema económico internacional, donde Colombia ocupa un
sitio de proveedor de materias primas y coincide con las prioridades del
gobierno. Los proyectos agroindustriales desarrollados sobre las tierras
que fueron robadas a los campesinos contaron con el financiamiento del

148
Leila Iliana Celis González

gobierno y con la ayuda internacional. A pesar de la increíble violencia en


la que se apoyan, estos proyectos son aceptados por los planes oficiales de
desarrollo.

En resumen, el paramilitarismo es un fenómeno muy activo en Colombia,


y esto a pesar del proceso de desmovilización y de amnistía que tuvo lugar
durante la presidencia de Álvaro Uribe. Por consiguiente, la desmovilización
de la guerrilla que podría resultar de los acuerdos de paz liderados por Juan
Manuel Santos implicaría sólo una disminución de los actores armados, y
en particular borraría del paisaje a los de izquierda.

5.4. Posicionamiento de los movimientos sociales


frente a las negociaciones de paz

Resalta en la historia de Colombia que las organizaciones sociales han


desempeñado un rol determinante de oposición política en un país, cuya
característica principal por mucho tiempo ha sido la precariedad de los
espacios democráticos y acentuadas desigualdades económicas, con todo
lo que se desprende de ellas.

Las organizaciones sociales han estado presentes en la escena política


cotidiana del país, para reivindicar transformaciones económicas, sociales
y políticas. Han permanecido a la cabeza de innumerables movilizaciones
para exigirle al Estado medidas de inversión, una verdadera reforma agraria
y el respeto de los compromisos adquiridos en el pasado. Estas peticiones
ya eran parte de las exigencias de las movilizaciones sociales de los años 80
(Coordinadora Nacional de Movimientos Cívicos, 1988) y son todavía, en
2016, el centro de las reivindicaciones defendidas por las organizaciones
sociales en la Mesa Única de Negociación Nacional.

Los gobiernos colombianos que estuvieron dispuestos a darle curso a las


peticiones de inversión social son pocos. Cuando excepcionalmente se
efectuaron políticas sociales, fueron en su gran mayoría producto de las
negociaciones de paz que se dieron entre el gobierno y la guerrilla. Fue el
caso, por ejemplo, del Plan Nacional de Rehabilitación (PNR) que surgió en

149
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

las negociaciones de 1982 entre la administración de Belisario Betancur y


la guerrilla. El PNR constituye una de las políticas de inversión social más
importantes en la historia reciente del país (Villarraga Sarmiento y Funda-
ción Cultura Democrática 2015, 19). El PNR es asumido y prolongado por el
gobierno de Virgilio Barco (1986-1990) que “lo transformó en instrumento
esencial no solamente de la estrategia de paz, si no de su programa de eco-
nomía social” (Bejarano, 1990). Se extinguió durante la administración de
César Gaviria (1990-1994).

Ya sea porque las negociaciones de paz permitieron en el pasado ganancias


sociales efectivas, o porque deberían permitirlas hoy, los movimientos sociales
interpretan el proceso de negociaciones actual como un escenario propicio
para reformas importantes. Y quieren participar de esto por varias razones.

Por una parte, estas organizaciones ven allí una oportunidad política para
revertir la dinámica de sus propias negociaciones con el gobierno. Cuando
se movilizan para dejar oír sus reivindicaciones, el gobierno acepta negociar
con ellas con el objetivo de poner fin a la protesta. La estrategia guberna-
mental consiste entonces en fragmentarlas y en considerar sus demandas
desde un punto de vista estrictamente presupuestal. Al final, el gobierno
se compromete a invertir en proyectos puntuales y evita la discusión del
modelo económico y social (ver supra, 4,1). Más aún, los compromisos esta-
blecidos generalmente no son respetados. Es por eso que las organizaciones
sociales exigen que su participación en el proceso de paz sea directa y que
los acuerdos firmados sean vinculantes (Marín, 2016).

Por otra parte, los movimientos sociales desean poner el modelo económico
sobre la mesa de las negociaciones, quieren abrir a debate público el modelo
de desarrollo económico, hacer oír su voz con respecto al modelo educativo,
de salud, etc. Las organizaciones sociales no aceptan que existan asuntos
cerrados a la discusión. Es en este marco que se inscribe la propuesta de la
Mesa Social para la Paz del Congreso de los Pueblos. El veto impuesto por
el gobierno con relación al modelo económico pierde toda su pertinencia
frente a los movimientos sociales, que indiscutiblemente, representan a
sectores sociales que se han movilizado en confrontación contra el modelo
económico imperante desde hace una década (León Navarro, 2016).

150
Leila Iliana Celis González

Finalmente, otra preocupación es notoria entre los dirigentes sociales. La


conclusión del proceso de paz debería confirmar el carácter democrático
del Estado. El imaginario del posconflcito ya es potenciado en numerosos
discursos oficiales. Esto puede ser positivo solo si representa un verdade-
ro fin del conflicto. En cambio, si este imaginario se instala y las razones
de las protestas continúan existiendo, es muy probable que la represión
contra los movimientos sociales se acentúe. La preocupación central de
las organizaciones es entonces evitar los problemas recurrentes de repre-
sión, que causan tantas pérdidas de vidas y que podrían volver a avivar
el conflicto. Esta preocupación recientemente ha sido subrayada por la
Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular:

[...] nos preocupa y alerta que se hable de una “paz completa” cuando
en los territorios se afianza el tratamiento de guerra a la protesta so-
cial, las amenazas, persecución y asesinatos a defensores de DDHH y
líderes sociales que luchan incansablemente por la vida y la defensa
del territorio […] que van en contravía a la construcción de una paz
estable y duradera con garantías de no repetición (Cumbre agraria,
campesina, étnica y popular, 2016).

Los movimientos sociales no se preocupan únicamente por el conflicto


social. Desde siempre han presionado a la guerrilla y al gobierno para
encontrar una solución política al conflicto armado. Ante el rechazo del
acuerdo en el plebiscito (J. M. Santos y Farc, 2016) y ante los ataques de
Uribe Vélez a los aspectos agrarios y de justicia que contempla el acuerdo,
los movimientos sociales ya retomaron las movilizaciones por la paz. Se
oponen a que el futuro de la misma descanse a discreción de la discreción
de la élite militarista conservadora, encabezada por el expresidente Álvaro
Uribe y de la élite neoliberal del gobierno de Santos. Los movimientos
sociales denuncian un pacto entre estas élites. Al mismo tiempo, se mo-
vilizan para que el proceso que lleve a la resolución del conflicto armado
sea completo, es decir, para que se respeten los acuerdos con las Farc,
para que avancen las negociaciones con el Eln y para que se establezca
un diálogo con el Ejército Popular de Liberación (Epl).

151
Conclusión

En esta investigación hemos reconstituido una parte de las luchas llevadas a


cabo por las organizaciones campesinas. Se trata de una historia muy parcial
dado que está basada principalmente en la historia de la Anuc, la Fedeagro-
misbol y el CNA, organizaciones que constituyen solo una pequeña muestra
de las organizaciones campesinas de Colombia. El objetivo de este trabajo ha
sido el de contribuir al análisis de la historia del movimiento campesino res-
pondiendo al por qué y al cómo de la lucha de las organizaciones campesinas.

1. Al origen del problema agrario: la acción del Estado

Hemos pretendido mostrar acá las causas de la movilización campesina


más que las tensiones existentes entre los grupos dominantes; así que el
objetivo no ha sido el de caracterizar el Estado colombiano. Sin embargo, fue
necesario preguntarse sobre su responsabilidad, ya que ella explica las lu-
chas de los campesinos contra los latifundistas y empresas transnacionales.

Para algunos investigadores, el fracaso de las políticas agrarias se explica


por la fragilidad del Estado central y de sus instituciones, o por la inadecua-
ción entre las políticas reformistas y unas instituciones escleróticas. Para
otros, en la misma línea, la fragilidad del Estado habría permitido a las
elites regionales y a los terratenientes concentrar la propiedad a través del
monopolio del Estado. Estas diferentes lecturas permiten concluir que el
Estado fue capturado y sobrepasado por la magnitud de la cuestión agraria
y por el poder de las elites regionales.

Acá nos inscribimos en otra lectura de las causas del problema agrario. Para
nosotros el Estado es directamente responsable de la magnitud del conflicto
agrario, tanto por su acción como por su inacción, que algunos identifican
como una falta de voluntad política (Berri, Rosas, Machado).

Es verdad que tanto las leyes de adjudicación de baldíos promovidas desde


mediados del siglo XIX, como las 3 leyes de reforma agraria del siglo XX,

153
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

así como la ley de tierras de 1994, comparten la intensión de democratizar


el acceso a la tierra. También es verdad que a partir de 1936 el Estado,
bajo el auspicio del Partido Liberal y de algunos sectores modernizantes
de la clase dominante puso en práctica políticas que tenían como objetivo
realizar la reforma agraria, vista como esencial por los liberales, entre otra
razones, porque los campesinos han sido más productivos que los grandes
propietarios, pero también porque el proceso de industrialización necesita
aumentar la producción agraria. La reforma también buscaba evitar los
brotes revolucionarios que podían emanar como producto de las injusticias
derivadas de la excluyente propiedad rural71.

Sin embargo, estas diferentes medidas que promulgan la distribución de


tierras públicas, la extinción de la propiedad o el mercado de tierras, no
lograron mejorar el acceso de los campesinos a la propiedad, ni les permi-
tieron salir de la pobreza o disminuir el conflicto agrario. Al contrario, la
concentración de la tierra aumentó sin tregua, la población rural se man-
tiene marginada y sin servicios básicos aunque las tazas de pobreza hayan
disminuido en el curso de los últimos 10 años (Dane, 2015). Producto de
estas circunstancias, entre otros factores, el conflicto agrario se fue agra-
vando hasta convertirse en el conflicto armado, complejo y durable que ha
afectado la sociedad colombiana por más de 60 años.

Si las posiciones existentes sobre la cuestión agraria difieren según los


grupos de la clase dominante, y a veces entre el Estado central y las elites
regionales, es necesario resaltar que tal realidad no es extraña pues la lucha
de poderes también tiene cabida entre las mismas clases dominante. Es
así como sectores modernizantes del establecimiento proponen e intentan
ciertas acciones, pero, para el caso que nos ocupa, se encuentran con la
oposición de quienes saldrían afectados si tales acciones se llevasen a cabo,
a saber, los latifundistas.

Cuando en la historia del problema agrario la confrontación se vuelve abierta


entre los de arriba y los de abajo –por escribirlo de una manera gráfica–,
las elites liberales ceden y se alían con las elites conservadoras. Es por eso
71 Las iniciativas de reforma agraria promovidas en los diferentes países de América Latina a través
del programa estadunidense de la Alianza para el progreso obedecían a esta misma razón.

154
Leila Iliana Celis González

que hemos insistido sobre el hecho de que la contrarreforma agraria se hace


también a través de leyes (Ley 100 de 1994, Ley 4 de 1973 y Ley Zidres de
2017) y es por consiguiente aprobada por los órganos legislativos de Co-
lombia, dominados por liberales y conservadores, o por quienes detentan
la riqueza y el poder.

Podríamos pensar que las leyes aparecen solamente cuando los gobiernos
conservadores llegan al poder, pero no es el caso. A lo largo de la historia
legislativa analizada en este libro, el conjunto de la legislación sobre refor-
ma agraria contiene elementos contradictorios que la debilitan y terminan
vaciándola de todo sentido. Por ejemplo, las normas que buscan la distri-
bución de la tierra estableciendo el máximo de hectáreas de baldíos que
una persona puede recibir, esas mismas normas introducen las excepciones
que terminan, con frecuencia, convirtiéndose en la norma (Villaveces Niño
y Sánchez, 2015).

El mismo fenómeno existe, aunque con motivos diferentes72, en las leyes


mas recientes que reconocen a los campesinos como sujetos expropiados
o que buscan restituir su propiedad.

Así, en el 2010, bajo el gobierno de Juan Manuel Santos, el Congreso adoptó


la ley 1448 que busca la restitución de tierras a las víctimas del conflicto
despojadas de sus bienes después de 1991 (art. 3). La misma ley legalizó los
proyectos agroindustriales para las tierras por restituirse

Cuando existan proyectos agroindustriales productivos en el predio


objeto de restitución y con el propósito de desarrollar en forma com-
pleta el proyecto, el Magistrado [...] podrá autorizar [...] la celebración
de contratos entre los beneficiarios de la restitución, y el opositor que
estuviera desarrollando el proyecto productivo [...]. Cuando no se
pruebe la buena fe exenta de culpa, el Magistrado entregará el proyecto
productivo a la Unidad Administrativa Especial de Gestión de Resti-
tución de Tierras Despojadas para que lo explote a través de terceros
y se destine el producido del proyecto (art. 99).
72 Para un análisis de las políticas de desarrollo a partir de un enfoque territorial ver Chavarro
Rojas, 2017.

155
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Es así como esta ley, cuyo objetivo es la restitución de tierras a las víctimas,
se encuentra paralelamente caucionando los proyectos agroindustriales que
fueron impuestos por los paramilitares y transforma a los campesinos libres
en casi-trabajadores de la industria extractiva, bajo apelaciones equivocas
como “contratos de asociación”, alianzas productivas”, etc.

Los fracasos de las reformas agrarias vienen también del hecho de que el
principio de igualdad ante la ley se retorna sistemáticamente contra los
campesinos: la legislación agraria estipula procedimientos rigurosos y
complejos para permitir el acceso a algunos derechos (por ejemplo, títulos
de propiedad de la tierra o de explotación mineral) sin tomar en cuenta
las dificultades que encuentran los campesinos –quienes son a veces anal-
fabetas, sin tiempo, recursos o contactos para gestionar el acceso a esos
derechos–. Es así como éstos quedan claramente en desventaja frente a los
terratenientes, que sí poseen capital económico y político. De otra parte, el
poder de asignación de derechos se encuentra en las manos de notarios y
de las oficinas de registro, que son estructuras claves del control ejercido
por las elites locales (Huertas, Hernández y Ríos, 2014).

Analizando la evolución de la normatividad jurídica sobre la cuestión agraria


hemos demostrado, en el primer capítulo, que los fracasos repetidos de las
reformas progresistas no son el resultado de un defecto en el funcionamiento
del engranaje político. Mas bien son el resultado de su forma institucio-
nalizada de funcionamiento. De la misma manera, es importante resaltar
que la pérdida del poder monopolístico del Estado sobre la utilización de
la fuerza no es solamente el reflejo de la fragilidad de las instituciones sino
que más bien indica que el Estado ha delegado la utilización de la fuerza a
los grupos paramilitares, como está contemplado, por ejemplo, desde 1960
en los manuales de las Fuerzas Armadas; así actuaron en consecuencia en
1980 cuando las Fuerzas Militares asumieron el entrenamiento de los para-
militares y les proporcionaron la inteligencia necesaria para sus crímenes,
y en 1994 con la creación –legal– de las Convivir.

Hemos analizado el acceso de los terratenientes al aparato de Estado como


un elemento constitutivo del enriquecimiento de los grupos dominantes.
Este análisis ha demostrado cómo en la disputa por la tierra los grupos

156
Leila Iliana Celis González

dominantes movilizan en su favor la Fuerza Pública y la normatividad ju-


rídica. Tomar en cuenta este fenómeno es inevitable si se quiere entender
las dinámicas de lucha que llevan a cabo las organizaciones campesinas.

También es importante precisar que Colombia no es una sociedad primi-


tiva o retardada política, social o económicamente. Dicho esto, hay que
decir que la reproducción de la clase dominante está ligada, al menos de
dos maneras diferentes, a la violencia que afecta la sociedad colombiana y
particularmente al campesinado:

Primero, los principales protagonistas de la violencia contra los campesinos


no se encuentran al margen de las instituciones. Al contrario, la violencia
es ejercida por los círculos de poder a través de instituciones del Estado,
bien de manera directa (Fuerzas Armadas, policía, servicios de inteligencia),
bien a través de una forma descentralizada (grupos paramilitares, creados,
entrenados por el Estado).

Visto así, el ejercicio de la soberanía no tiene que ver con el monopolio de


la fuerza en manos de las instituciones del Estado sino con su capacidad de
descentralizar esta fuerza para hacer respetar el status quo. Por lo tanto,
esta violencia no corresponde a la represión típica de los Estados moder-
nos; el grado de coerción de la violencia política institucional sobrepasa
con creces “la utilización legitima de la violencia”. Dos características
parecen marcar el recurso a la violencia por las clases dominantes. De
una parte, el conflicto armado sirve para resolver los diferendos entre las
facciones liberales y conservadoras de la clase dominante. De otra parte,
los terratenientes utilizan sus ejércitos privados, y el acceso que tienen a
la Fuerza Pública, contra las clases subalternas, con lo cual se benefician
directamente de la explotación y despojo a los campesinos y refuerzan la
estructura de la gran propiedad.

La escalada de la violencia que comienza en los años 80 no puede com-


prenderse sin tener en cuenta estos antecedentes. Es la descentralización
histórica del monopolio de la violencia del Estado la que permite y potencia
la expansión paramilitar. En resumen, la acción de los paramilitares tiene
que ver con dinámicas coyunturales, pero sus resultados son posibles por

157
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

las relaciones sociales donde la violencia política es una práctica normali-


zada; los paramilitares se beneficiaron del apoyo jurídico, social, económico
y militar de las clases dominantes y del Estado, desde el momento de su
nacimiento, hasta la legalización de sus adquisiciones.

Segundo, la coerción y la normatividad jurídica, dos instrumentos para un


mismo fin, interrelacionados para asegurar la reproducción de los grupos
dominantes. La coerción sirve para crear la correlación de fuerzas necesaria
para que sea aprobada la legislación requerida por la clase dominante. La
legislación, por tanto, es utilizada para enriquecer la clase dominante y sirve
para ratificar la utilización descentralizada de la fuerza como mecanismo
institucional, lo que permite ampliar la propiedad latifundista a costa de
los campesinos.

Es contra este poder político, jurídico y militar que luchan los campesinos.
Bien que su lucha no es contra el Estado y los grupos dominantes sino por
defender el proyecto del campesinado.

2. Reivindicaciones y dinámicas de la lucha campesina

La lucha por la economía campesino o vía campesina. La coherencia his-


tórica del proyecto del campesinado es impresionante. El elemento de
continuidad, la constancia y la perseverancia de su lucha gravitan alrededor
de la firme determinación de construir una economía campesina, lo que
consiste en reproducir, a partir de la fuerza de trabajo familiar sobre sus
tierras, una economía para vivir en condiciones de bienestar, de dignidad y
de independencia. Independencia que les permitiría no depender de ningún
gamonal, no verse obligados a desplazarse a las ciudades, sometidos a la
mendicidad y, de manera contraria, poder decidir en total libertad, si fuera
el caso, por quién votar y cómo proceder en defensa de sus propios intereses.

Hemos identificado cuatro fases o dinámicas en la historia de la lucha


campesina: la autogestión, la reclamación, la resistencia y la autonomía73.
73 La periodización propuesta se basa en la historia del Sur de Bolívar y más en general del
Magdalena Medio. La clasificación cronológica de esta presentación, se justifica por la

158
Leila Iliana Celis González

En el capítulo 2 se analizó la dinámica de autogestión que va, grosso modo,


desde 1945 hasta 1980. Un balance de esas tres décadas y media que van de
la consolidación de la colonización, después de La Violencia, al principios de
los años 80, permite ver que la lucha por la tierra es el tema central identi-
ficado por los campesinos en su proceso de ocupación de baldíos y de toma
de tierras. Una vez iniciado el proceso de colonización, las necesidades son
el desarrollo de infraestructuras y los servicios para hacer posible la pro-
ducción campesina y para mejorar las condiciones de vida de la comunidad.

Para procurarse la tierra y para desarrollar las infraestructuras necesarias, los


campesinos desarrollan actividades a partir de su propia iniciativa basadas
sobre sus propias fuerzas, en un proceso de autogestión enmarcado por las
organizaciones sociales. La autogestión es la dinámica que surge ante la au-
sencia de políticas públicas para el campesinado. No se trata de rechazar las
soluciones que podrían venir del Estado. Por ejemplo, cuando el gobierno crea
la Anuc, los campesinos responden positivamente al llamado a la organización,
pero ante las pocas soluciones se ven obligados a continuar desarrollando sus
actividades autogestionarias dándole así respuesta práctica a sus imperiosas
necesidades, lo que los lleva a las tomas de tierra, por ejemplo.

La autogestión es un recurso muy importante dentro de la lucha, sin em-


bargo, la distancia es demasiado grande entre la fuerza de que disponen
los campesinos y los desafíos que deben superar. La reducción de esta dis-
tancia procede de los logros autogestionarios que les permiten enfrentar a
los latifundistas, aunque continúan bloqueados por la ausencia de créditos,
infraestructura (vías) y servicios sociales.

Entonces, las organizaciones campesinas desarrollan una nueva dinámi-


ca: la de reclamación o de exigibilidad, que va desde mediados de 1980 a
mediados de 1990. El objetivo principal de esta fase es exigir al Estado que
cumpla con su deber como garante de derechos y que apoye la producción
campesina. Los sujetos de la misma realizan marchas, paros, ocupan edi-
ficios públicos, etc., con el propósito de obligar al gobierno a negociar los
pliegos de exigencias.
preponderancia consecutiva de cada dinámica pero no debe confundirse esta preponderancia
con el final de una dinámica y la aparición de una nueva.

159
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Las protestas, necesarias para la dinámica de reclamación, desaparecen una


vez emerge el paramilitarismo, quien declara la guerra a quienes protestan
y, en general, a todo el campesinado pobre, bajo la sindicación de colaborar
con la guerrilla. El método sanguinario que desarrollan siembra el terror y
los desplazamientos se multiplican.

El crecimiento del paramilitarismo y los ataques contra el campesinado y los


dirigentes sociales alcanzaron niveles sin precedentes en los años 90 y en
la primera década del 2000. Los líderes fueron amenazados y asesinados;
otros fueron obligados a desplazarse o exiliarse, y los que sobrevivieron
debieron clandestinizarse para poder continuar viviendo en la región. A las
organizaciones sociales les cuesta mucho proseguir su trabajo en medio de
esta ofensiva armada que los tiene en el punto de mira.

La escalada de la violencia paramilitar lleva a los campesinos a otra fase


de su lucha: la de resistencia, que aproximadamente va desde mediados de
1990 hasta el 2005. El objetivo central acá es sobrevivir a los ataques del
paramilitarismo o sea, defender la vida y quedarse en el territorio. En el
curso de este periodo los campesinos forman las Comunidades en resistencia
civil por la defensa de la vida, la dignidad y el territorio, concentrando su
actividad, de manera principal, en la atención a los desplazados y la defensa
de los Derechos Humanos.

La ofensiva paramilitar tiene lugar casi paralelamente a la imposición


de un modelo económico basado en la extracción de recursos y la agro-
industria, lo que conlleva un proceso de reconcentración de la tierra.
El extractivismo se convierte claramente en el modelo de desarrollo de
Colombia desde 1990.

La oposición al extractivismo es el elemento que marca el paso a la fase de


autonomía, que va desde el 2004 hasta hoy. En esta fase los campesinos
defienden la vocación agraria de la tierra. Se esfuerzan por construir normas
para preservar los recursos, las fuentes de agua y luchar contra el dete-
rioro ambiental en los lugares de explotación minera y de hidrocarburos.
Sobre las experiencias autogestionarias, de reclamación y de resistencia,
las organizaciones sociales afirman la autonomía: legislan sobre la manera

160
Leila Iliana Celis González

de explotar los recursos naturales en pos de posibilitar una economía de


subsistencia a largo plazo.

En el curso de esta dinámica los campesinos ejercen, en distintos niveles,


la gestión de la vida y del territorio, sobre todo en lo referido a la vida en
comunidad, lo que hace indispensable crear normas sobre lo ambiental, así
como planes de vida que son planes de desarrollo alternativo. La autono-
mía en la gestión territorial presenta desafíos enormes, dada la oposición
del movimiento campesino frente al Estado y a las compañías nacionales y
transnacionales que le apuestan a la explotación extractiva.

Por tales razones, una de las demandas del movimiento agrario es el reco-
nocimiento del campesinado como actor social y sujeto de derechos. Las
organizaciones campesinas, fuertemente inspiradas en las luchas indígenas,
buscan el reconocimiento del territorio para hacer respetar su autodeter-
minación sobre el mismo. La lucha por el reconocimiento se hace tanto a
nivel nacional, donde las organizaciones como la Cumbre agraria juegan un
papel incontestable, como a nivel internacional a través, principalmente,
de la iniciativa campesina por la Declaración de las Naciones Unidas sobre
los derechos de los campesinos y otras personas trabajando en las zonas
rurales (ONU, 22-05-2017).

Los derechos territoriales para las organizaciones campesinas se refieren


a sus reivindicaciones de autonomía gubernamental y territorial. Los
campesinos no piden solamente el acceso a la tierra e inversiones sociales.
Los derechos que exigen se articulan alrededor de tres ejes: (1) propiedad
colectiva del territorio sobre una base de identidad74, (2) la jurisdicción
territorial o la autonomía política y (3) la autodeterminación en la gestión
de los recursos naturales.

Las proposiciones de territorialidad campesina, tales como las Zonas de


reserva campesina, los territorios agroalimentarios, entre otros, van en ese
sentido. La situación es similar en la negociación en la ONU, donde las or-
ganizaciones sociales defienden una noción nueva de derecho a la tierra que
74 En los conflictos agrarios la identidad más importante está en relación con la producción, y
no en relación con la cuestión étnica.

161
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

se refiere a la vez al acceso a la tierra, su utilización y su gestión necesa-


ria a la realización de varios derechos dentro de los cuales el derecho a
un nivel de vida suficiente, del derecho a la salud, del derecho a parti-
cipar a la vida cultural, del derecho a estar al abrigo de las expulsiones
forzadas, pero también de la polución y de la destrucción de las aguas
y las zonas de pesca (ONU, 22-05-2017).

Todo parece indicar que la reivindicación de derechos territoriales está mo-


dificando completamente la cuestión agraria y las relaciones del campesina-
do con el Estado. Un nuevo tipo de conflicto aparece, y lo podemos llamar
“agro-territorial”, dado que sobrepasa la cuestión agraria. Las consecuencias
de esta transformación del movimiento campesino están todavía por venir.
Para hacer una proyección de ellas, hay que tomar en cuenta que los indígenas
representan 3,4% de la población y los afrodescendientes 10,5% (Dane 2005),
mientras que los campesinos son entre 20 y 30% de la población colombiana.

Todavía más, las organizaciones sociales desarrollan diversas actividades para


oponerse al modelo económico y para hacer valer sus derechos, actividades
que aglutinan sectores cada vez más vastos de población afectada por el ex-
tractivismo. Por ejemplo, en marzo de 2017 los habitantes de Cajamarca se
pronunciaron contra la explotación del oro, explotación realizada en la región
por la compañía canadiense Anglo GoldAshanti, se pronunciaron a través de la
consulta popular75. Desde entonces los habitantes de otros cuatro municipios
de Colombia han votado contra la extracción de recursos y “Según el Minis-
terio de Minas, ya son 44 los municipios que tienen intenciones de convocar
consultas populares para prohibir, bien sea la explotación de hidrocarburos
(15 de ellas) o minerales (26) en sus territorios” (El Espectador, 2017-05-27).

3. La lucha por la territorialidad


en Colombia y en América latina
Al final de esta investigación es posible concluir que en el curso de su historia
los campesinos han participado de la construcción y de la defensa del terri-
torio, y que sobre esas bases es que reivindican hoy derechos territoriales.
75 La consulta popular es un mecanismo de participación ciudadana, basado en la Ley 134 de
1994 y de la Ley 1757 del 2015.

162
Leila Iliana Celis González

La situación del movimiento agrario en Colombia presenta convergen-


cias importantes con otros movimientos sociales en América Latina. En
efecto, desde los años 90 la reivindicación territorial se convirtió, en todo
el continente, en el punto central de la lucha social (Vásquez, Cardona y
Rincón, 2013; Piñeiros, 2004; Svampa, 2010; Gonçalves, 2009). Se trata
de una forma de afirmación de derechos colectivos por movimientos que
se sienten interpelados por la crisis ambiental y alimentaria (Dominguez
y Sabatino, 2008), movilizados en contra del desarrollo extractivo de los
recursos naturales.

En el origen de esta reivindicación se encuentra el modelo neoliberal, im-


puesto en todo el continente después de los años 80. En Colombia, como
parte del mismo, el acaparamiento de tierras y la explotación extractiva se
desarrollan, en buena medida, sobre los territorios reclamados por los mo-
vimientos agrarios, particularmente el movimiento indígena (Stavenhagen y
Nations Unies, 2006; Vázquez, 2013). Se trata de zonas de reserva indígena,
de zonas de colonización campesina y de territorios afrodescendientes –
como los quilombos y los palenques– (Vacaflores Rivero, 2009), espacios
que habían sido abandonados tanto por la sociedad dominante como por los
inversionistas por estar ubicados en tierras muy lejanas, pero también por
las condiciones geológicas de los mismos que hacían difícil y poco rentable
su explotación, realidad que ayuda para su ocupación por parte de grupos
marginalizados que organizaron allí su vida y su subsistencia. Con el boom
extractivista, los recursos naturales allí existentes, pese a lo retirado que
se encuentren tales territorios, se vuelven rentables y la marginalización
histórica de estos lugares llega a su final, lo que da origen a las olas de ex-
propiación contemporáneas.

Más allá de Colombia, en toda América Latina el ecologismo ganó amplitud


dada la crisis ambiental sin precedentes causada por el extractivismo. Las
cuestiones ambientales se conjugan con las reivindicaciones territoriales,
dando lugar a conflictos eco-territoriales (Svampa 2011); mientras que los
conflictos ambientales resaltan la relación ecológica frente a la natura y los
recursos que yacen en su suelo o subsuelo, los conflictos eco-territoriales
implican además la defensa territorial (Svampa 2008; Torunzcyk Schein,
2015). Lo ocurrido aquí es que el carácter de la explotación extractiva ame-

163
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

naza la permanencia de las comunidades agrarias sobre el territorio. Ahora,


para muchas comunidades el territorio es el espacio sobre el cual ellas han
tejido las relaciones sociales y culturales que aseguran su sobrevivencia
(Fernandes, 2006).

El modelo neoliberal origina otros motivos de protesta, algunas de ellas


directamente relacionadas con las cuestiones territoriales:

• Las consecuencias del libre comercio sobre la soberanía alimentaria


• El desmonte de los programas sociales (Yashar 2005) y la prioridad
del mercado de tierras por sobre su redistribución (Hoffmann 2014)
• La promoción del extractivismo que abre la frontera agrícola a las com-
pañías multinacionales, agravando así la concentración de la propiedad
(Cardona Arango 2012; Vergara-Camus 2009) y
• El laxismo en materia de protección ambiental, de normas de trabajo,
de control fiscal e de inversiones (Svampa 2012).

Las relaciones identitarias son fundamentales en la construcción de los ima-


ginarios territoriales, y por esta misma razón estas relaciones pueden encon-
trarse en tensión ante la noción de soberanía territorial reivindicada por del
Estado-nación moderno. Es así como el desarrollo, basado en la extracción
de recursos, es incompatible con la identidad comunitaria soportada en la
producción de una economía de subsistencia. Así las cosas, las demandas
territoriales alrededor de la propiedad colectiva, y de la autogestión, se
diferencian, de distintas maneras, de las categorías territoriales admisibles
por el Estado-nación unitario (Bebbington, Abramovay, y Chiriboga 2008).

164
Leila Iliana Celis González

Una investigación académica, subjetiva y parcial

La investigación plasmada en este libro sobre el movimiento campesino,


centrada en la historia de la Anuc, la Fedeagromisbol y el CNA, responde a
una decisión guiada por factores biográficos y afinidades políticas. A título
de ilustración, mi padre, que era zapatero de profesión, proveniente de un
medio pobre y liberal, era de izquierda y militante de la Anuc. Él nos enseñó
a leer a mis hermanas y a mí utilizando los periódicos del Frente Unido –el
efímero movimiento político que fundó el sacerdote y sociólogo Camilo
Torres Restrepo justo antes de que se uniera a las filas del Eln–.

En 1985 los movimientos sociales de diferentes regiones del país organiza-


ron marchas hacia las principales capitales de departamento, entre ellas la
marcha hacia Bucaramanga. Yo estudiaba la secundaria y, en ese contexto,
en una reunión de estudiantes, me propuse para ayudar a formar los comités
de primeros auxilios en las regiones rurales de Bucaramanga. Yo no sabía
nada sobre cuidados de salud, sin embargo, convencí a mi madre, que tenía
una formación en enfermería, de ir conmigo. Fueron años muy intensos. Yo
participaba en todo tipo de encuentros y de actividades militantes, donde a
veces me encontraba con mi padre. En 1987 entré a hacer parte de la Anuc
de Barrancabermeja, como integrante del equipo de alfabetización Pablo
Acuña. Desde entonces, y hasta que salí a vivir en Canadá en el 2001, par-
ticipé en diferentes movimientos sociales y con grupos de izquierda.

Cuando llegué a Canadá participé en la creación de una organización de


acompañamiento de los movimientos sociales de Colombia y en particular
de la defensa de Derechos Humanos, el Projet d’Accompagnement Québec-
Colombie (Pasc, por sus siglas en francés). Cabe señalar que muchos de los
defensores que el Pasc acompaña son campesinos. Así que, cuando, en el
marco de mis estudios de doctorado, tuve la oportunidad de elegir un sujeto
de estudio, opté por la Anuc, con el objetivo de comprender su historia. Es
decir, la transformación de este movimiento campesino que conocí, en una
faceta muy combativa a mediados de la década de 1980 y que se encuentra
desgastado, pero con mucha esperanza de cumplir de nuevo un lugar en la
lucha por los derechos de los campesinos, entre ellos el derecho a la tierra.

165
Luchas campesinas en Colombia (1970-2016)

Al abocarme a esta investigación constaté facetas que ya conocía de la Anuc,


pero descubrí otras que me sorprendieron. Interrelacionar esa lectura con
la historia de mi país me permitió comprender las tesis acá plasmadas.

166
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Para la diagramación se utilizaron los caracteres
Georgia, Georgia y Gill Sans
Noviembre de 2018

El conocimiento es un bien de la humanidad.


Todos los seres humanos deben acceder al saber.
Cultivarlo es responsabilidad de todos.

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