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Si, como afirma Connell, los cuerpos son instancias irreductibles que participan a su modo
de los recorridos vitales, si protagonizan en parte las subjetividades, es preciso también
señalar que los maestros jardineros son predominantemente jóvenes de clase media-alta,
de piel blanca, más o menos delgados o atléticos, y más o menos "cool".
GARANTÍAS Y ALIANZAS
Hay ciertas garantías que los maestros jardineros buscan para trabajar en una
institución. En la línea de las alianzas que establecen, se reconocen aquellas garantías
que ellos buscan bajo la forma de un "respaldo", o un apoyo de la conducción. Un director
de jardín de infantes que antes había sido maestro expresa con exactitud estas ideas:
Al indagarse sobre el tipo de respaldo que sería oportuno que el jardín les ofreciera a
estos maestros, explica:
Yo tuve un sólo episodio en mi carrera de maestro de sala, que fue el de unos padres
que hicieron la entrevista, y cuando se enteraron de que tenían un maestro varón,
decidieron no dejar a los chicos. En ese momento el jardín tenía muchas salas, [...] y
ellos querían que lo pusieran [al niño] en cualquiera de las otras. Y las directoras les
dijeron que no, que conocían mi trayectoria, mi manera de trabajo, y que a ese niño le
correspondía esa sala...
Si la sospecha que recubre toda la experiencia de los maestros jardineros es, como
aquí se sostendrá, profundamente estructurante de sus prácticas, no lo es sólo
porque la sociedad haya aprendido a prevenirse de los maltratos a los niños ni porque
los medios de comunicación generen una "paranoia colectiva", sino también (y a los
efectos de este análisis, fundamentalmente) porque bajo ciertas circunstancias,
cuando no hay otra explicación convincente, la única que emerge como verosímil para
justificar la presencia de un varón en un jardín de infantes es la de la agenda oculta de
abuso sexual.
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Esas circunstancias se atenúan cuando la institución percibe la presencia del varón
como un beneficio, como una ganancia desde el punto de vista pedagógico y profesional,
como alguien capaz de constituir un aporte a la definición de "un buen jardín de
infantes", cuestión que, naturalmente, trasciende los intereses particulares de una
institución. Esto plantea dos cuestiones. Por un lado, que esas circunstancias sólo
pueden darse en cierto tipo de instituciones: generalmente privadas, que reciben a una
población de medio o alto poder adquisitivo, con equipos de conducción dispuestos a
"proteger" a los maestros jardineros y con cierta solidez institucional. En este contexto,
los argumentos progresistas pueden prevalecer por sobre las sospechas. Pero a la vez
deja abierta la pregunta acerca de cómo se percibiría a los maestros jardineros en otro tipo
de instituciones y cuántas de las expectativas que la comunidad escolar construye sobre ellos
se asientan sobre los rasgos de cada familia, o del discurso que la propia escuela construye
sobre ellos.
En una oportunidad una madre me planteó que yo no podía cambiarle los pañales a su
nena. A los dos días vino a pedirme disculpas y a decirme "fui una tonta, podes
cambiarla nomás". Pero en ese momento, cuando la madre se quejó, tas autoridades
del instituto me dijeron: "vos no la toques a esa nena". La institución no me apoyó. Por
suerte no volvió a pasar algo así, pero no tuve apoyo.
R: Hace unos años, una mamá de una alumna mía de sala de 4 me mandó por el
cuaderno una nota donde me decía que la nena tenía la vagina irritada y que había
que ponerle una pomada. Tomé la nota, la nena, la pomada y se la llevé a la directora...
P: ¿Qué pensaste, qué sentiste al recibir esa nota?
R: Mi reacción fue que ni un maestro varón ni una maestra mujer debería ponerle una
pomada en la vagina a la nena de 4 años. No fue porque yo no pudiera, sino que ninguno
podría. Y ahí sí tuve un respaldo.
En uno de los grupos focales que precedieron a las entrevistas, un maestro aseguraba
que era preferible, durante la jornada, dejar la puerta de la sala abierta "para evitar que
nadie pensara nada raro". Este comentario apareció luego en las entrevistas sostenidas
con maestros que habían asistido a ese grupo. "Yo no lo haría", aseguró uno, "porque creo
que los respaldos que tengo son suficientes". Ignacio, otro maestro jardinero, destacó el
coraje de una directora por haber sabido defenderlo al ser puesto bajo sospecha. Había
emoción en su voz al decir:
En mi caso algo parecido pasó con un papá [presentó objeciones a que su hijo
tuviera un maestro varón] y la directora le respondió que ella creía que la presencia
de un docente era lo mejor para su jardín y que estaba en libertad de acción. Entre
líneas: si no le gusta, retire al nene de la escuela". Está bien que esa directora se la
jugó, y le salió genial la jugada.
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En la opinión de María Emilia López, directora de un jardín que emplea a varones:
En este momento cualquier maestro varón está bajo sospecha, y en el caso del
docente de jardín maternal, para quien tocar el cuerpo del niño es un imperativo de su
trabajo, la situación es de mucha tensión. Pero también a muchas mamás o papás
les cuesta mucho aceptar o creer que un maestro varón pueda acunar o hacer
dormir a su bebé.
Pero también los propios maestros jardineros sienten que deben ofrecer garantías a
los padres de los niños, en forma análoga y concertada con las garantías que exigen de
las directoras. En palabras de Ignacio:
Sobre todo por la psicosis colectiva de los abusos, que es una cuestión que entiendo y
respeto. Pero yo les aclaro antes de que pregunten, les aclaro y les hago ver que
jamás, pero jamás, hubo un problema con un maestro jardinero varón; siempre fue
con docentes de Gimnasia y de Música enjardines, pero nunca con un maestro
jardinero. Y entonces se tranquilizan un poco. Después lo toman como algo normal y
cuando ven cómo cambian los chicos, o cómo es mi relación con los nenes, la postura
se modifica, a tal punto que los nenes al día de hoy todavía me mandan mails y los
papás muchas veces me han invitado a cenar a sus casas. {...] Hay que moverse con
mucho cuidado al principio; de todas maneras yo tomo mis recaudos y me cuido
mucho. Por ejemplo, les aclaro a los papis que trabajo con las puertas abiertas de la
sala y que a las nenas las acompaña la preceptora al baño y no yo.
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resultan amenazados o cuestionados, los argumentos que defienden al jardín de
infantes apelan a un discurso escolar que abreva en elementos propios de la escolaridad
tradicional, y rescata todo aquello en que la escuela y el jardín se parecen o pueden
parecerse. Pero cuando en cambio se trata de proclamar las mejores cualidades del Nivel
Inicial, sus rasgos salientes y particulares, los argumentos parecen dedicarse a construir
"en contra" de la escolaridad tradicional, frente a la cual el jardín se proclama como una
forma superadora. Amor y ciencia, además, como valores en oposición fundante, pueden
leerse en esta clave: si el jardín de infantes se debate entre ambas fuentes de significado,
la escuela primaria puede reconocerse primordialmente en uno de ellos, la ciencia.
Como proponía Didier Maleuvre [2006):
Con los padres se va construyendo una imagen, y el temor por ser varón se compensa
por ser muy buen maestro. Es una exigencia más para el varón: dar cuenta de que es
tan bueno, o mejor que una mujer.
Superar las expectativas es una meta que la mayoría de los maestros jardineros se
propone, y que en general busca realizar en la esfera "técnica" de su tarea, en los aspectos
que guardan relación con los saberes expertos. En ese sentido, superar las expectativas
tiene muchas veces el prerrequisito de establecer una distancia respecto del modo
tradicional-femenino de hacer las cosas, distancia que puede adquirir la forma de una
reformulación de supuestos, pero que con frecuencia se manifiesta con cierto desprecio
por aquel mundo "superficial" del jardín de infantes feminizado.