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MACHU PICCHU (IV): PLANIFICACIÓN y CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD

Quizá ningún enclave arqueológico del mundo supere en belleza escénica a Machu Picchu. El
lugar en que asienta es realmente impresionante y hermoso, y aunque todo el mundo conoce
la imagen clásica de la ciudad con el Huayna Picchu al fondo, se queda sin ver lo que hay a
ambos lados, un extraordinario circo de montañas inacabables, cañones, valles, selva y nieves.
Uno de los mayores valores de la ciudad es su armónica integración en el espectacular paisaje.
Construir una centro urbano hoy en día en un lugar así crearía una fortísima polémica al
suponer el destrozo de un paisaje único: sin embargo Machu Picchu no sólo no ha destrozado
el paisaje, sino que incluso lo ha embellecido aún más, admirándonos de la armonía que se
puede conseguir entre la creación humana y la naturaleza. Este es uno de los principales
valores que le ha merecido el reconocimiento de las personas de todos los continentes, que lo
han incluido entre las 7 Nuevas Maravillas de la Humanidad.

La magia del lugar y las emociones que suscita han creado el caldo de cultivo para numerosas
explicaciones y suposiciones sin apenas base científica, e incluso turismo esotérico, que intenta
sacar provecho del encanto del lugar proponiendo captaciones de energía y cosas así. Eran
muchas las dudas y enigmas que me planteaba Machu Picchu hasta que mi comprensión y
valoración del lugar cambió por completo cuando leí un libro extraordinario,“Machu Picchu. A
civil engineering marvel”, escrito por un prestigioso arqueólogo, el Dr. Alfredo Valencia Zegarra
en colaboración con un destacado ingeniero civil estadounidense, Kenneth R. Wright. Ambos
realizaron un exhaustivo estudio de la ciudad analizando como fue planeada y construida, y
como se fueron resolviendo los problemas que planteaba. El libro fue publicado en el año
2000, y su versión en español (“Machu Picchu. Maravilla de la ingeniería civil”) en el año 2006.
Basándome en parte en las descripciones de este libro y de otros muchos, así como de mi
experiencia personal tras más de 10 visitas al lugar, expondré una síntesis de lo que hoy
sabemos acerca de la planificación y construcción de esta ciudad inca.

PLANIFICANDO LA CIUDAD

Cuando Pachacútec decidió fundar en la ladera de Machu Picchu una llacta o célula de
colonización, que además sería su hacienda real de descanso vacacional, seguramente puso en
graves aprietos a sus ingenieros y arquitectos. Imaginemos el lugar aún intocado y salvaje: una
cresta uniendo dos montañas, flanqueada por ríspidos precipicios cubiertos de rocas graníticas
y selva impenetrable…

Los visitantes de Machu Picchu deberían dedicar unos minutos a imaginar el esfuerzo
constructivo que supuso edificar la ciudad en un lugar como este. Hoy existen caminos incas,
escaleras, andenes, carreteras para autobuses, etc., pero cuando Pachacútec decidió establecer
una llacta y hacienda real aquí el lugar era salvaje, agreste y escabroso, en la cresta entre dos
montañas, cubierto de rocas, selva y precipicios. La decisión del emperador puso en graves
aprietos a ingenieros, arquitectos y encargados de la logística. En esta imagen modificada en el
ordenador he intentado recrear el aspecto original que podría haber tenido el lugar antes de
comenzar las obras en el siglo XV, sin disponer de ruedas, poleas, caballos, etc. Debajo, su
aspecto actual.

La obra se presentaba muy compleja. A las dificultades arquitectónicas y de ingeniería se


sumaban las derivadas de la logística, para abastecer de alimentos, refugio y materiales a la
horda de trabajadores desplazados que serían necesarios. Pero era el deseo del emperador, a
quien además le gustaba especialmente la arquitectura y los retos constructivos. Lo primero
era planificar y proyectar la ciudad, antes de comenzar los movimientos de tierras…
Como otras llactas y haciendas reales, Machu Picchu tiene un barrio alto (izquierda) y otro bajo
(derecha), separados por amplias plazas. Vista de la ciudad desde la cima de la montaña de
Machu Picchu, a una altitud 600 metros superior.

Las llactas y asentamientos urbanos incas tienen una serie de elementos y equipamientos
comunes, que suelen aparecer en todas ellas, aunque a veces puede estar ausente alguno de
esos elementos. Habitualmente hay un barrio alto (Hanan) y bajo (Hurin), separados por una
plaza de cierta importancia. En el barrio alto suelen encontrarse construcciones relacionadas
con el culto religioso (“templos”) y otras residenciales para la nobleza.

En el barrio alto (Hanan) se encuentran los edificios más importantes, relacionadas con el culto
religioso o las residencias de la nobleza. En la imagen el que se supone fue Templo del Sol.
En el resto de la ciudad se edificaba una plataforma ceremonial (ushnu), el acllahuasi o “Casa
de las Escogidas” (Vírgenes del Sol), unas kallankas o galpones de gran tamaño, un sistema de
abastecimiento de agua con fuentes o “pacchas” asociadas, almacenes o “qolqas” (para
alimentos, ropa y armas), y por supuesto un área agrícola extensa para abastecer de alimentos
a la ciudad. Además, había que conectar la ciudad con el resto del imperio, construyendo
caminos que salvasen las dificultades necesarias (puentes, túneles, etc) para engarzar con el
resto del sistema vial del imperio.

Se supone que el conjunto 16, situado en el barrio bajo o Hurin, corresponde al Acllawasi o
“Casa de las Escogidas”, donde se encontraban las llamadas “Vírgenes del Sol”, dedicadas a
servicios religiosos y de la clase real.

Machu Picchu cuenta con prácticamente todos esos elementos, con excepción tal vez de la
plataforma ceremonial elevada (ushnu), si bien nos parece que esta estructura podría haber
estado en construcción cuando la ciudad fue abandonada (sector del Templo Inconcluso, junto
a la llamada Roca Sagrada). Los ingenieros y arquitectos incas conocían las necesidades y
exigencias que imponía Pachacútec para sus llactas y asentamientos urbanos, así que
comenzaron la planificación teniendo en cuenta que sería necesario dotar al lugar de todos
esos elementos, y además asegurar su durabilidad en un lugar lluvioso y escarpado como este.
La primera necesidad fue localizar fuente de abastecimiento de agua para la futura ciudad. La
falla de Machu Picchu tiene grietas en la roca que colectan el agua infiltrada en el suelo y la
canalizan hasta hacerla aflorar en un manantial al sureste de la ciudad. Desde allí los incas
construyeron un canal de piedras cortadas y talladas, de 749 m de longitud y 25 m de desnivel.

Lo primero de todo era localizar fuentes de abastecimiento de agua para la futura ciudad. El
asentamiento se encuentra entre dos fallas geológicas, una al norte (que se corresponde con el
precipicio vertical que muestra Huayna Picchu) y otra al sur, entre la ciudad y la ladera que
asciende a la cumbre de la montaña de Machu Picchu. Las grietas de las fallas colectan el agua
infiltrada en el suelo y que corre por la ladera, canalizándola entre sus anfractuosidades hasta
que aflora de nuevo en un manantial. En el caso de Machu Picchu, los incas localizaron uno en
la ladera del cerro homónimo (falla sur), y además estaba algo más alto (25 m) que la futura
ciudad. La captación del agua se cuidó especialmente: se construyó un muro permeable de
más de 14 m apoyado en la ladera que recoge las aguas que rezuman en la pendiente. En la
base del muro, una acequia recoge las aguas que gotean y fluyen desde el muro,
prolongándose dicha acequia en un canal que lleva el agua a la ciudad, atravesando las
terrazas agrícolas.
El canal (en el centro) atraviesa la zona agrícola antes de llegar a la ciudad. Para evitar su
contaminación con las aguas de uso agrícola de los andenes situados por encima se construyó
una ancha zanja de drenaje de dichas aguas (en la foto a la derecha del canal)

Su longitud es de 749 m y se construyó labrando y acoplando piedras, pero además


controlando su inclinación para hacerla lo más regular posible. Para evitar su deterioro, se
construyó una terraza destinada específicamente a sostener el canal y a facilitar el acceso para
su mantenimiento. También se cuidó su contaminación construyendo una zanja de drenaje por
encima de él, de forma que las aguas sobrantes de las terrazas agrícolas situadas por encima
(abonadas con estiércol) no fuesen a dar al canal. Con este acueducto la ciudad tenía
garantizado un abastecimiento de agua de 20 a 150 litros de agua por minuto, dependiendo de
la época del año y las lluvias habidas (podía verter incluso 300 l/min).

El canal garantizaba un abastecimiento medio de agua de 20 a 150 litros de agua por minuto.

Además de localizar y canalizar agua, había que conocer bien el relieve y sus posibilidades y
limitaciones para edificar una ciudad allí. Se comenzó deforestando la zona mediante quema y
corte de troncos con hachas de bronce. Ahora los ingenieros podían tener una idea más cabal
del relieve del enclave, con sus montículos, peñascos, rocas, depresiones, etc libres ya de
vegetación. Algunos de estos elementos del relieve podrían ser remodelados y otros no: estos
factores condicionarían el diseño de la ciudad y sus edificios. Por ejemplo el conjunto conocido
como Intihuatana asienta en una colina rocosa natural cuyo desmonte hubiese sido muy
costoso, así que los planificadores decidieron revestirla de andenes y construir un edificio
religioso en lo alto: el conjunto sería imponente, a modo de una gran pirámide. Las zonas con
depresiones podrían transformarse en plazas y las elevaciones remodeladas en áreas
residenciales o religiosas. Con estas consideraciones, los ingenieros y arquitectos incas
elaboraron maquetas de la futura ciudad, posiblemente modeladas en arcilla o esculpidas en
piedra, y se las presentaron al inca, quien seguramente propondría o discutiría modificaciones
o deseos personales.

Tras deforestar la zona, los ingenieros podían tener una idea más cabal del relieve, con sus
montículos, peñascos, rocas, depresiones,etc. Parte podían ser remodelados y otros no,
condicionando el diseño de la ciudad y sus edificios. Así, los hundimientos podían transformarse
en plazas; por el contrario, el conjunto religioso del Intihuatana asienta sobre una colina rocosa
natural aprovechada para tal fin, revistiéndola de andenes a modo de gran pirámide, y
construyendo un edificio o templete en lo alto. Con el diseño final se presentaron maquetas al
Inca, que haría nuevas sugerencias.

COMIENZAN LAS OBRAS: LA CLAVE DE LA PERDURABILIDAD.

Aprobado ya el proyecto por el Inca, llegaba el momento de iniciar las obras. Como los
actuales peruanos, los incas conocían bien los problemas de una geografía empinada y
lluviosa: el riesgo de corrimientos y desprendimientos de tierras y laderas, o “huaycos”, que
hoy siguen produciendo catástrofes y cortes de carreteras. Por tanto, un factor fundamental
era garantizar una adecuada cimentación y drenaje de todo lo que allí se iba a edificar. Esta fue
la fase más dura e ingrata de la construcción de la ciudad, y Wright y Valencia consideran que
supuso un 60% del esfuerzo constructivo del total, es decir, que casi 2 de cada 3 horas
invertidas de trabajo están invisibles bajo el suelo.
Los incas conocían bien los riesgos de una geografía empinada y lluviosa: los corrimientos y
desprendimientos de tierras y laderas. Era fundamental garantizar una adecuada cimentación
y drenaje, y esta fue la fase más costosa en la construcción de la ciudad: un 60% del esfuerzo
constructivo, aunque también es la clave de la perdurabilidad de la urbe.

Para ello iban a ser necesarios cientos de trabajadores mitayos que tendrían que cumplir con
su obligación de trabajar para el inca durante muchos meses moviendo y picando las rocas,
cavando zonas, rellenando otras, etc. Había que garantizar que todo ello diese buena
cimentación a los edificios futuros, así que se construyeron sólidos muros y diques de
contención que quedarían bajo tierra, rellenando compartimentos con rocas y cascajo. De esa
forma se facilitaría un buen drenaje de las abundantes aguas de lluvia (2000 litros por metro
cuadrado y año), evitándose el encharcamiento de calles y plazas, así como el deslizamiento
de laderas y el derrumbe de edificios. Como afirma Wright, “la infraestructura de drenaje de
Machu Picchu y sus características especiales contienen el secreto de su perdurabilidad”.

2 de cada 3 horas de trabajo invertidas en la construcción de la ciudad están invisibles bajo el


suelo, en forma de muros subterráneos, rellenos de rocas y cascajo, movimientos de tierras,
etc. En esta trinchera abierta por los arqueólogos en la terraza-jardín de la Residencia Real
vemos un muro de cimentación, de buena factura pese a ser luego enterrado, y parte de los
rellenos de piedra usados para la nivelación y drenaje del suelo que está encima.

Tener a cientos de trabajadores en este lugar agreste exigiría unas infraestructuras básicas
para alimentarlos y guarecerlos, por ello podemos inferir que las primeras construcciones
debieron ser los caminos de acceso a la ciudad, el canal de agua y tal vez la zona agrícola. Estas
obras facilitarían el abastecimiento, trasiego y remplazo de trabajadores. Tal vez el enorme
galpón o kallanka (de casi 50 m de largo y cerca de 250 m2) que se encuentra sobre la llamada
“casa del guardián” en lo alto de la ciudad sirvió de alojamiento comunitario para los
contingentes de trabajadores en Machu Picchu, y después para los agricultores encargados de
los andenes y otros operarios. Asimismo pudo servir de lugar para festividades religiosas de
estos contingentes en los extramuros de la ciudad. Los trabajos eran duros: había que picar
muchos metros cúbicos de rocas, moverlas con palancas, excavar, cargar tierra, cascajo y grava
en canastos y transportarlos para rellenar en otras zonas, cubriéndolas luego con tierra
vegetal.

En la parte más alta de la ciudad, sobre la llamada Casa del Guardián, existe un gran edificio (el
mayor de Machu Picchu) a modo de galpón de casi 50 m de largo y 250 m2, con 8 portadas con
vistas a la ciudad. Este tipo de construcción, llamada kallanka, permitía alojar a un gran
número de personas bajo su techumbre vegetal, hoy ausente. Tal vez esta kallanka alojó
comunalmente a los trabajadores de Machu Picchu, durante la construcción y también a los
agricultores, así como servir de lugar para festivales religiosos de estos colectivos en los
extramuros de la ciudad.
Siempre pensando en el drenaje, se construyó una gran zanja colectora separando la zona
agrícola (izq) de la urbana (dcha), que recogía buena parte de las aguas que discurrían por los
rellenos de piedra del subsuelo. Equivocadamente algunos lo consideran un foso defensivo.

Siempre pensando en el drenaje, y aprovechando una falla menor que ascendía desde el río, se
hizo una gran zanja colectora separando la zona agrícola de la urbana que recogía buena parte
de las aguas del subsuelo que discurrían por los rellenos de piedra. Se cuidó muy
especialmente la parte subterránea de las futuras plazas que se interponen entre las zonas
oriental y occidental de la ciudad, pues como ambas están elevadas sobre las plazas, estas
iban a recoger la escorrentía de ambas zonas urbanas. En una excavación realizada en una de
las plazas (junto al llamado Templo del Cóndor) apareció, junto a un muro subterráneo y entre
el relleno de piedras, un brazalete de oro. Se desconoce el significado del mismo allí, pero tal
vez fue parte de una ofrenda durante las fases fundacionales de la ciudad (algo así como
cuando un político actual guarda el periódico del día en una caja junto a la primera piedra que
comienza un edificio emblemático).

Se cuidó muy especialmente el drenaje subterráneo de las plazas interpuestas entre las zonas
oriental (izq) y occidental (dcha) de la ciudad, pues iban a recoger las aguas de escorrentía de
ambos barrios, más elevados como vemos en la foto. De no estar bien drenada, la plaza se
transformaría en un cenagal con las lluvias intensas.

El drenaje fue por tanto un concepto siempre presente, no sólo en el subsuelo sino también en
superficie. Por muchas zonas de la ciudad se ven canales colectores junto a muros y escaleras,
muros con salidas de drenaje (desde patios y calles interiores) e incluso acanaladuras labradas
en las rocas basales anexas a algunos edificios que permitían recoger el goteo de la techumbre
vegetal.
Los abundantes canales colectores junto a muros, andenes y escaleras denotan la importancia
que se dio al drenaje.

Los patios y calles interiores evacuaban las aguas por canales de drenaje que pasaban a través
de los muros. Aquí vemos uno de los que drenaban los patios del Acllahuasi, o Casa de las
Escogidas (Vírgenes del Sol) hacia las plazas centrales. El piso del patio interior está a nivel del
drenaje, al otro lado del muro.
Esta roca, anexa al dorso de un edificio tipo wayrona, tiene labrada una acanaladura destinada
a recoger las aguas que goteaban desde la techumbre vegetal, que era mucho más gruesa que
la que hoy vemos reconstruida en la parte superior.

Aunque extraordinarios constructores, los incas no eran perfectos: pese a sus esfuerzos en la
planificación, y como en casi cualquier obra actual, aparecieron problemas durante la
construcción. Uno de los más notables para el visitante es el que se ve en el llamado Templo
Principal, que no se terminó debido a un importante hundimiento en la pared este, muy
gruesa y pesada, para la que no se calculó correctamente la cimentación adecuada (también se
ha pensado que lo que ocurrió, más que un error de cálculo, fue un desplazamiento tectónico
de la base, teniendo en cuenta que la ciudad asienta en una zona tectónicamente activa). Otro
ejemplo no tan apreciable hoy fue el deslizamiento de ladera que afectó a los andenes
agrícolas cuando estaban siendo construidos. Dicho deslizamiento desvió la alineación original
que tenían las terrazas y obligó a estabilizar el terreno para evitar un desprendimiento mayor,
reparando los andenes o rehaciendo sus muros.

Los incas no eran perfectos, y como en cualquier obra actual de gran envergadura, aparecieron
problemas en la construcción: uno de los más notables es el hundimiento de la pared este del
Templo Principal (dcha), excesivamente gruesa y pesada para unos cimientos no calculados
correctamente, aunque también se ha pensado que podría deberse a desplazamientos
tectónicos en la base.

EDIFICANDO LA CIUDAD

La construcción de Machu Picchu fue realizada en etapas, las últimas de las cuales no llegaron
a concluirse. Así, el Templo Inconcluso situado junto a la llamada Roca Sagrada estaba en
construcción cuando se abandonó la ciudad. Es un lugar apenas visitado por los turistas, pero
de sumo interés por mostrar técnicas constructivas de los incas (rampas temporales para
ascender rocas, piedras en fase de ser talladas y encajadas entre sí, etc). Tampoco se concluyó
un canal secundario de agua, cuyos bloques estaban siendo tallados y preparándose para ser
ensamblados.
Machu Picchu es una ciudad inacabada. Algunas obras no llegaron a terminarse, como el
llamado Templo Inconcluso, muy interesante por ser una obra detenida en plena construcción,
lo que nos da informaciones acerca de las técnicas usadas por los incas.

Tampoco llegó a terminarse un segundo canal de agua. En las terrazas bajo el canal principal
hay numerosos bloques tallados con una acanaladura, que no llegaron a ensamblarse entre sí;
alguno de ellos quedó abandonado en pleno cincelado del canal. Probablemente un capataz
hacía las marcas en cada extremo y el cantero iba labrando el canal que las unía.

Otras veces se alteraban los planes iniciales, y alguna puerta era reconvertida a ventana (un
ejemplo se ve en los recintos del Intihuatana); otras ventanas fueron cegadas y transformadas
en nichos (el famoso “Templo de las Tres Ventanas”, que Bingham suponía lugar originario de
la dinastía Inca por coincidir con las tres ventanas de la leyenda de Tamputocco, en realidad
tuvo cinco ventanas dando a la Plaza Principal, pero luego dos de ellas se transformaron en
nichos interiores). La entrada al Acllawasi también se incrementó en cuanto a la anchura de la
puerta planteada originalmente (se aprecia en las muescas hechas en el pedestal). También se
encontraron algunos muros bajo tierra que no parecen tener fines de cimentación sino
cambios en la planificación del edificio (se halló uno en el Templo del Sol).

A veces se alteraron los planes iniciales: aquí vemos una puerta que fue reconvertida a ventana
en el edificio del Intihuatana.

El famoso Templo de las Tres Ventanas fue considerado por Bingham el mítico Tamputocco del
origen de los Incas, que también tenía tres aperturas. Sin embargo, Bingham no estaba muy
atinado, pues el templo no había sido concluido cuando se abandonó y además había sufrido
una reconversión en su número de ventanas: originalmente tenía 5, pero las 2 de los extremos
fueron cegadas (flechas), pasando a ser nichos interiores.
Una excavación en el patio del Templo del Sol permitió hallar unos muros enterrados que no
parecen ser destinados a cimentación: su refinada factura y hornacinas hacen pensar en un
cambio de diseño del edificio cuando ya se había iniciado la construcción.

En una primera etapa, con el agua ya canalizada entrando a la futura ciudad, había que decidir
dónde ubicar la primera fuente. Cerca de donde llegaba el canal se encontraba una gran roca
bajo la cual había una cueva (los incas sentían veneración por esas cavidades, que
comunicaban con la Pachamama y donde acostumbraban a enterrar a sus muertos). Parecía un
buen lugar para construir la primera fuente y ubicar a su lado, sobre la gran roca y su cueva, un
edificio religioso de importancia. Pero además Pachacútec parecía desear que esa primera
fuente estuviese al lado de su futura residencia, y así disponer del agua recién llegada en
primer lugar. Por tanto, una vez se decidió el lugar para la primera fuente, en la parte alta
(Hanan) de la ciudad, se planificó a su vera los conjuntos más importantes de la ciudad, esto
es, el Templo del Sol y la Residencia Real.
Cerca de donde llegaba el canal a la ciudad se encontraba una gran roca bajo la que había una
cueva. Los incas sentían veneración por esas cavidades, que comunicaban con la Pachamama y
donde gustaban sepultar a sus muertos. Parecía un buen lugar para levantar un edificio
religioso de importancia y una primera fuente. Así se edificó el Templo del Sol sobre la cueva,
que a su vez pudo tener funciones de mausoleo temporal.

Desde allí se construyeron una serie de fuentes concatenadas, en total 16, de forma que el
agua va pasando de una a otra. Este costumbre de escalonar fuentes aparece en otras llactas y
enclaves incas, como en las cercanas Phuyupatamarka y Wiñay Wayna (ambas en el Camino
Inca a Machu Picchu), Choquequirao, etc. Se ha propuesto un uso litúrgico de esas fuentes,
pero tal vez fuese todo más sencillo y estarían a disposición de los habitantes, donde acudían
con aríbalos y vasijas a recoger agua. La excepción podrían ser las fuentes 1 a 3 (la nº 3 es
monumental y anexa al Templo del Sol), y la 16 (sólo accesible desde el llamado Templo del
Cóndor). Cada fuente tiene en su entorno un pequeño recinto en el que cae el agua y luego es
canalizada hacia la siguiente fuente. Ese recinto puede ser monumental como en la fuente 3,
de mayor tamaño y rocas naturales delicadamente talladas.

Desde el entorno del Templo del Sol (arriba) se construyeron una serie de 16 fuentes
escalonadas, de forma que el agua va pasando de una a otra. La primera de ellas, al dorso del
Templo del Sol, parece haber sido de uso exclusivo del Inca, encontrándose al lado de su
residencia. La fuente nº 3, en la imagen, es la más monumental, grande y trabajada, y se
encuentra frente al Templo del Sol
Cada fuente (en la foto la nº 14) tiene un murete cuadrangular con una entrada y alguna
hornacina. Parece que los sirvientes de los pobladores temporales de la ciudad (y luego los
empleados de mantenimiento el resto del año) acudían a estas fuentes a llenar de agua sus
aríbalos, grandes vasijas que eran transportadas a la espalda. Hoy no siempre se ven las
fuentes con agua, no porque no funcione el canal, sino porque el agua es desviada y empleada
por los trabajadores de mantenimiento de la ciudad.

Junto a las 16 fuentes se construyó una escalera que además de facilitar el acceso a las
mismas, sirve de comunicación directa entre el sector alto (Hanan) y bajo (Hurin), conectando
el Templo del Sol y Residencia Real con el llamado Templo del Cóndor. Hay escaleras por
doquier en Machu Picchu, lo que no debe extrañarnos en una ciudad ubicada en una
geografía tan irregular. Las que hoy perviven son las realizadas en piedra, aunque en su época
tal vez también las había de madera. Con frecuencia están hechas sobre la propia roca natural
del terreno, tallándola minuciosamente y completando los peldaños con piedras cuando es
necesario. Las dos principales escaleras de Machu Picchu comunican los barrios alto y bajo:
una es la de las Fuentes, ya comentada; la otra asciende a la vera de la residencia real,
comunicando zonas muy importantes: un posible Acllahuasi (recinto de las Vírgenes del Sol) en
el barrio bajo, con la llamada Plaza Sagrada, rodeada de templos importantes, y desde la que
se asciende al Intihuatana (“piedra en la que se amarra el Sol”). También es muy notable la
escalera que discurre junto al gran canal de drenaje, entre la zona agrícola y urbana, y por
supuesto las de los caminos que unían la ciudad con la base del cañón o con el camino llegado
desde Cuzco.
Junto a las 16 fuentes se construyó una escalera, que además de facilitar el acceso a las
mismas, sirve de comunicación directa entre el sector alto (Templo del Sol) y bajo (Templo del
Cóndor)

Hay escaleras por doquier en Machu Picchu, lo que no debe extrañar en una ciudad ubicada en
una geografía tan irregular. Las más importantes son las que comunicaban los barrios alto y
bajo: una era la de las Fuentes (ver foto anterior) y la otra la de esta imagen, que comunicaba
el Acllawasi (Casa de las Escogidas o Vírgenes del Sol) con la llamada Plaza Sagrada e
Intihuatana, pasando a la vera del recinto destinado a residencia real (a la izquierda)

REFINADA CANTERÍA

Hacia los años 50 del siglo XV, Pachacútec estaba reformando por completo la capital, Cuzco.
Poco antes, en sus conquistas se había adentrado por los señoríos collas cercanos al lago
Titicaca y quedó admirado al ver construcciones como las tumbas en forma de torreón
(chullpas), con las piedras minuciosamente talladas y encajadas entre sí. La perfección en la
albañilería era un antiguo arte altiplánico, ya presente mil años antes en la cultura Tiahuanaco,
cuyas ruinas también fueron examinadas por Pachacútec. Así lo cuenta el jesuíta P. Bernabé
Cobo en su “Historia del Nuevo Mundo” (libro XII, cap. XIII): ” Llegó Pachacutic a ver los
soberbios edificios de Tiaguanaco, de cuya fábrica de piedra labrada quedó muy admirado por
no haber visto jamás tal modo de edificios, y mandó a los suyos que advirtiesen y notasen bien
aquella manera de edificar, porque quería que las obras que se labrasen en el Cuzco fuesen de
aquel género de labor.” El inca decidió llevarse los maestros canteros collas al Cuzco para
aprovechar su sabiduría en el arte de tallar y encajar las piedras, y enseñar su destreza a los
albañiles cuzqueños. Emprendió la construcción de gran número de edificios notables “al
modelo de los edificios que había visto en Tiaguanaco“. El material de cantería en la capital era
más duro y compacto (granitos como la diorita) que en el altiplano (rocas ígneas como la
andesita, equivalente de la diorita pero de origen volcánico-magmático y por tanto más
porosa).
Inspirado en la cantería de los señoríos collas del altiplano cercano al lago Titicaca, Pachacútec
fomentó la mejora en la albañilería inca, dando lugar a un estilo de construcción denominado
“Inca Imperial”, caracterizado por la exquisita perfección en el tallado y ajuste de sus bloques
con formas de paralelepípedos. Este tipo de albañilería refinada se reservaba a edificios
nobiliarios y religiosos. En Machu Picchu hay ejemplos magníficos como el muro occidental del
Templo del Sol, un detalle del cual vemos en la imagen. Cuando Bingham lo examinó quedó
maravillado: la gradual reducción en la anchura de las hileras crea un efecto estético de gran
armonía, que hizo a Bingham referirse a este muro como “el más bello de las Américas”.

El trabajo de los maestros canteros en el Cuzco, y tal vez los gustos personales solicitados por
Pachacútec, dieron lugar a un estilo de cantería y construcción denominado “Inca Imperial”. Se
caracteriza por la exquisita perfección en el tallado de los bloques, de formas regulares
(paralelepípedos), encajados entre sí con total precisión (es imposible introducir una hoja de
afeitar entre ellos), en filas regulares. Los muros muestran unos grados de inclinación, de un 4
a 6 % (no son verticales a plomo), y con frecuencia se apoyan en rocas naturales vistas, a las
que se ensamblan los bloques con la misma perfección que entre sí. Las puertas, portadas,
ventanas y nichos en los muros son trapezoidales. Son ejemplos paradigmáticos el Qoricancha
(Templo del Sol y “capillas” aledañas) de Cuzco, el antiguo Acllahuasi (calle Loreto), el sector
Intihuatana de Písac, etc. En Machu Picchu aparecen ejemplos espléndidos, sobre todo en el
llamado Templo del Sol.
En el estilo de bloques poliédricos megalíticos las piedras también encajan con perfección, pero
los bloques son con frecuencia poliedros de gran tamaño, con numerosos ángulos y formas.
Conseguir su encaje debió ser muy complicado. Quizá el ejemplo más notable en Machu Picchu
es el llamado Templo de las Tres Ventanas. En Cuzco existen otros imponentes como en la calle
Hatun Rumiyoc (Piedra de los Doce Ángulos) o en los bastiones de Saqsaywamán.

Este estilo imperial parece haber sido el preferido por Pachacútec, aunque convivió con otros
como el de bloques poliédricos megalíticos. En este último las piedras también encajan a la
perfección, pero sus formas no son regulares como en el anterior, sino poliedros de gran
tamaño, con numerosos ángulos y formas. Conseguir encajar a la perfección estos bloques
debió ser mucho más complicado. Quedan magníficos muros en Cuzco (calle Hatun Rumiyoc,
Sacsayhuamán…) y en ciudades como Machu Picchu (ej. en el llamado Templo de las Tres
Ventanas). Otro estilo de albañilería era el “celular”, así llamado porque los bloques, también
ensamblados con extraordinario ajuste, son de tamaños más pequeños y regulares y
recuerdan a las células de un tejido vistas al microscopio. Por último estaba el más rústico o
“pirja”, donde los bloques apenas eran trabajados.
En los muros más rústicos (“pirja”) las piedras eran escasamente trabajadas, lo que no ha
impedido su estabilidad con los siglos. Muchos de ellos eran revocados y enlucidos con arcilla
pintada.

En Machu Picchu aparecen estos estilos de cantería excepto el celular más típico, pues tal vez
este último tuvo más auge en décadas posteriores a Pachacútec, sobre todo en tiempos de su
hijo Túpac Inca Yupanqui (en su hacienda real de Chinchero hay magníficos ejemplos) y de
Huayna Cápac. No siempre los estilos son puros, y con frecuencia los sillares muestran
características intermedias, aspecto almohadillado, etc. La cantería más cuidada y exquisita se
reservaba a edificios religiosos y a las residencias reales o de nobles de alto rango. A veces se
combinaba con cumbreras no tan refinadas, quizá por quedar parcialmente ocultas por la
gruesa techumbre vegetal, o porque se enlucían con arcilla pintada. Los pulcros muros de
estilo Inca Imperial no eran enlucidos o revocados para no ocultar su belleza, pero sí aquellos
de cantería más tosca (pirja). Para ello se usaba arcilla en varias capas, que a veces era pintada.
Además de mejorar el aspecto del muro, dificultaba el asentamiento de arañas e insectos de la
selva montana.
En Machu Picchu abundan ejemplos de sillares de estilos intermedios, con aspecto
almohadillado, sin la regularidad del estilo Inca Imperial pero sin llegar a poder clasificarse en
el estilo celular, probablemente posterior. En la foto, templo del Intihuatana. Se aprecia el
desagüe de la terraza superior.

A veces las cumbreras se construían en un estilo menos refinado que el muro basal. Tal vez esa
zona alta era revocada, enlucida y pintada, y exteriormente apenas era visible dado el espesor
de la techumbre vegetal. Edificio de tres paredes, tipo wayrona, junto al Templo del Sol y
Fuente Monumental nº 3. El muro basal es poliédrico megalítico y las cumbreras de pirja
rústica.
Normalmente la privacidad en esos sectores reservados a la nobleza o a los servicios religiosos
se aseguraba mediante una muralla perimetral con una portada trapezoidal. A diferencia de
otras portadas trapezoidales de acceso a otro tipo de recintos, las que permitían la entrada a
espacios religiosos o residencias de personajes importantes se distinguían por tener doble
jamba. Esta es una deducción más basada en el examen de las construcciones incas, pero en el
caso de Machu Picchu hay una excepción muy notable que hace tambalear la hipótesis: la
considerada “Residencia Real” tiene una puerta de acceso discreta, angosta, en medio de una
escalera sin descansillo y sin doble jamba. Todo ello puede hacernos dudar que la supuesta
residencia del Inca no fuese tal.

Los accesos a sectores reservados a la nobleza o servicios religiosos se efectuaban por portadas
trapezoidales de doble jamba, como esta del Grupo de las Tres Portadas en el barrio inferior.
Esta portada de doble jamba, semiderruida o inacabada, se encuentra por encima del Templo
del Sol y Residencia Real.

Por otra parte, tres de las puertas de Machu Picchu disponen de un aparente sistema de cierre
interior, a base de argollas y clavos líticos en el muro para supuestamente amarrar puertas de
troncos atados. Las citadas puertas son la que da acceso a la ciudad desde el Camino Inca
llegado de Intipunku, la de entrada al conjunto considerado Acllawasi (Templo de las Vírgenes
del Sol) y la de la entrada al Templo del Sol. Bingham propuso un conocido esquema de como
serían estas puertas de troncos y su fijación, que ha sido unánimemente aceptado. Sin
embargo soy algo escéptico con ello. El Inca Garcilaso, en sus “Comentarios Reales de los
Incas” refiere que los Incas no utilizaban puertas en sus templos ni en las casas. Todo lo más
una cuerda o palo, a veces una cortina, indicaban que el propietario estaba ausente o por
alguna razón no se debía pasar. Quizá estas argollas y clavos tenían esa función y no colocar
una puerta de farragoso cierre que tal vez se trata solo de una suposición resultante de
nuestra lógica “occidental”, pero que no parece tener antecedentes andinos.
Esta puerta hallada en el santuario costero de Pachacámac es probablemente similar a la que
cerraba el acceso al habitáculo en el que estaba la imagen de este dios. Se trata de una puerta
con función delimitadora o indicadora de un espacio vetado, dada su endeble naturaleza, pues
cualquier agresión mínima (patada) la desbarataría. Pensamos que las puertas de Machu
Picchu, cuando existieron en contados lugares, tendrían una naturaleza y consistencia
similares, y no las puertas defensivas de troncos que plantea Bingham…

En la expedición de Hernando de Soto al santuario costero de Pachacámac (1533) hay


referencia a una puerta que cerraba el acceso al lugar en que se guardaba el ídolo de este
dios, que Estete nos describe como “muy tejida de diversas cosas: de corales y turquesas y
cristales y otras cosas. (…) y según la puerta era curiosa, así tuvimos por cierto que había de ser
lo de dentro”. Hace unos años en dicho santuario apareció una puerta en otro recinto que
puedo ser similar a aquella. Se trata de una puerta elaborada con palos o cañas entretejidos,
forrada con una tela a la que se cosieron conchas de “mullu” (Spondylus sp), que seguramente
eran esas “otras cosas” de las que habla Estete. Hay que reseñar que no ofrece ninguna
protección física real hacia el interior del habitáculo, y que parece haber sencillamente servido
como delimitadora de un recinto ceremonial de acceso restringido, que nadie osaría violar sin
autorización. Estete también habla de unos guardas que vigilaban la entrada. Pachacámac era
heredero de una antigua tradición cultural costera, cuyo auge había comenzado 5 o 6 siglos
atrás, mucho antes de los Incas, que habían incorporado esas tierras y santuario a su imperio
unos 50 años antes. Los incas realizaron ampliaciones y construcciones en el lugar, fusionando
estilos típicamente serranos con los costeños. Tal vez el tipo de puerta y su función que se
describió (y luego se halló) en Pachacámac sea aplicable a las tres portadas de Machu Picchu
que tienen un sistema de sujeción interior. Se trataría de puertas para delimitar recintos
especiales e indicar que el paso estaba restringido o vetado. Pensamos que en un lugar de la
naturaleza de Machu Picchu (hoy apenas ningún investigador sostiene su función defensiva o
militar) sería innecesario cerrar esos recintos de forma inexpugnable, sobre todo los interiores.

Los incas no usaban puertas en sus casas. Bastaban unas cuerdas, palos o cortinas de lana o
tela para indicar que el acceso estaba prohibido. Algunas portadas de acceso a lugares
vedados al público (residencias de nobles, templos, Casas de Escogidas, etc) disponen de
aparentes sistemas de sujeción para fijar unas supuestas toscas puertas hechas de troncos
amarrados entre sí; la sujeción interior a la portada se aseguraría mediante una argolla
superior y unos amarres en las jambas. Un ejemplo lo podemos ver en esta portada del Templo
del Sol. En las fotos siguientes vemos los detalles de las piezas de sujeción. Pero tal vez se trate
solo de una suposición derivada de nuestros prejuicios “occidentales” respecto a la necesidad
de una puerta…
Detalle del sillar tallado en una de las jambas para amarrar la supuesta puerta lateralmente
(¿o sencillamente una cinta?)

La argolla sobre el dintel proporcionaría una mayor fijación a la supuesta puerta; otra de estas
argollas se puede ver en la puerta principal de acceso a la ciudad. Advirtamos que en la argolla
no se aprecian signos de desgaste por fricción de cordajes.
Este esquema muestra la hipótesis planteada por Bingham acerca de como pudo ser el cierre
de una de estas puertas, concretamente la puerta principal de la ciudad (National Geographic,
abril, 1913). El sistema era ciertamente farragoso y nos preguntamos si no se trata
simplemente de una extrapolación de nuestros prejuicios occidentales respecto a la necesidad
de una puerta convencional, dado que los incas no las usaban.

Los incas aprovechaban sin problema los afloramientos de roca natural para edificar encima
sus construcciones. La maestría en el tallado y ajuste de piedras les permitían adaptar los
sillares a la roca natural con la misma perfección que entre ellos. El Templo del Sol (o
“Torreón”) es un magnífico ejemplo. En la foto siguiente podemos ver un detalle.
Detalle de la fotografía anterior, donde se ve el exquisito encaje entre la roca natural y los
sillares de estilo Inca Imperial. Resulta imposible introducir una cuchilla de afeitar entre ellos,
pese a no haberse utilizado argamasa o cemento alguno.

Para levantar un muro se comenzaba por cavar una zanja, intentando buscar apoyo en la roca
basal (si esta estaba asomando se tallaba y se construía encima). Luego se rellenaba con
bloques líticos que, pese a que no iban a quedar a la vista, se acoplaban con esmero para
conseguir buena estabilidad. A partir del nivel del suelo se iba alzando el muro, que
habitualmente era doble, con una capa de piedras hacia el exterior y otra al interior. Para dar
cohesión entre las dos capas y solidez al muro, a intervalos se colocaban bloques de amarre
atravesados, pasando de la capa externa a la interna. Durante la construcción se dejaban
protuberancias ocultas en las caras superiores y/o inferiores de bastantes bloques (sobre todo
en los esquineros), con concavidades en los que asentaban por encima o debajo para
recibirlas. De esta forma las hileras quedaban más sujetas entre sí, sobre todo en muros de
estilo inca Imperial o de bloques poliédricos, pues en ambos no se usaba mortero alguno (sí en
los rústicos de pirja). Con mucha frecuencia, en la capa interna del muro se dejaban nichos
trapezoidales alineados. A medida que se alzaba el muro, su espesor iba descendiendo, en
correlación también a la inclinación del 4-6 % que muestra, de forma que en la última hilera, el
espesor medio de un muro es de unos 80 cm.
Los muros se construyeron adosando dos capas de piedras, una interior y otra exterior. Para
darles cohesión y solidez, a intervalos pasan bloques de amarre atravesados de una capa a
otra, como vemos en extremo de este muro del Templo Principal (foto izq). Derecha: Los muros
incas tienen una característica inclinación de un 4-6%, que hace que el espesor del muro se
reduzca a medida que sube (callejuela en el Grupo de las Tres Portadas)

Parte superior del llamado Templo Principal, donde se aprecian las dos capas de sillares.
Y UNA CRÍTICA… ¿HACIA UNA DISNEYLANDIA INCA?

En este punto debemos hacer una advertencia y una crítica. Cuando el visitante examina las
construcciones de Machu Picchu, lamentablemente no siempre está viendo los muros incas
100% originales. La ciudad ha sido sometida a varios planes de actuaciones desde hace una
centuria. El abandono de 4 siglos en un lugar húmedo y selvático permitió el crecimiento de
una exuberante vegetación. Grandes árboles se desarrollaron aferrándose a sus muros y
hastiales, lo que trajo consigo la alteración estructural de algunos de ellos e incluso el
derrumbe de cumbreras y algún muro. Las tareas que se ejecutaron en el último siglo en la
ciudad fueron de dos tipos, unas acertadas y necesarias (consolidación y refuerzo de andenes y
muros próximos a derrumbarse, numerando y recolocando piedras en su posición original);
otras creemos que desacertadas e innecesarias, como la de reconstruir cumbreras de tejado o
hastiales “inventados”, usando las piedras desparramadas en el suelo tras su derrumbe siglos
atrás y donde es ya imposible saber como estaban acopladas de forma original (si es que
alguna vez lo estuvieron, pues Machu Picchu tiene edificios inconclusos). Peor aún, a veces se
edificó algún edificio casi por completo, inventándolo a partir de sus cimientos remanentes
(mostramos un ejemplo en las fotografías más abajo).

Durante el último siglo, Machu Picchu ha sido sometido a diversas actuaciones, algunas
convenientes y acertadas, como las destinadas a evitar desplomes de estructuras que
peligraban, consolidando numerando y recolocando en su posición original las piedras de
cumbreras, andenes y muros próximos a derrumbarse…

El autor de estas líneas visitó por primera vez Machu Picchu en 1979, y la última en 2016. Es
sorprendente (y triste) comparar las fotos de ambas fechas, y estas a su vez con fotos más
antiguas. Francamente no comprendemos esa obsesión por reconstruir los hastiales y algunos
muros derribados. Algunos visitantes han sentido una gran decepción por esta cuestión. El
prestigioso fotógrafo Galen Rowell quedó admirado por la ciudad en 1994, pero también
escribió de forma demoledora (en su libro Galen Rowell’s Inner Game of Outdoor
Photography): “Machu Picchu está cambiando para siempre. Los muros que aguantaron bien
las fuerzas de la naturaleza, no están soportando la influencia de Disneylandia”: el autor
observó como unos trabajadores levantaban hastiales con los bloques recogidos del suelo para
completar el aspecto que podría haber tenido la estructura original. “Cuando le pregunté al
supervisor acerca de la simulación, hizo gestos hacia cientos de personas que acababan de
llegar en el tren y dijo: “Turismo”. Su gobierno le había ordenado que recreara un Machu
Picchu virtual imitando el éxito de los parques temáticos americanos (…)” sacrificando “ahora
su patrimonio para lograr divisas. (…) Machu Picchu, aunque merezca la pena verse, ahora me
parece como un anuncio digital en el que la realidad aparente resulta sospechosa“.

Quizá el panorama que presenta de Galen Rowell sea excesivo. La mayor parte de lo que nos
muestra Machu Picchu todavía es realmente original, y no es una ciudad “artificial”, a modo de
la Disneylandia inca que presenta. Pero si es cierta (y suscribo) su crítica ante esas actuaciones.
Una ruina es una ruina, y el visitante da mucho más valor a poder examinar el estado en el que
superó los siglos y a ver muros originales que no a reconstrucciones e interpretaciones
actuales (hay hastiales reconstruidos en edificios de los que ni siquiera sabemos si estaban
terminados en época inca). Y si es necesario rehacer una estructura por alguna razón, el
visitante tiene derecho a saber que es original y que partes no. Creo que la UNESCO y el
Instituto Nacional de Cultura deben poner fin a este tipo de actuaciones, por no decir que se
vuelvan a desmontar las “creaciones” del pasado siglo hasta devolver a la ciudad al estado en
que estaba, suficientemente interesante per se. Los turistas pagan mucho dinero por visitar
Machu Picchu, y así como creemos que tienen derecho a una información veraz sobre lo que
visitan, su sentido, función, etc, también lo tienen respecto a la originalidad (o no) de lo que
observan.
Otras actuaciones, en cambio, nos parecen innecesarias y excesivas, desvirtuando la naturaleza
original de los restos hasta extremos que parece que solo pretenden crear un parque temático
inca. Esto era lo único que quedaba en pie, de forma original, de un antiguo edificio en la cima
de Huayna Picchu, en una de mis visitas en el año 1996: apenas una portada, pero auténtica…
…y esto es lo que el visitante se encuentra desde inicios del siglo XXI. Evidentemente es una
reconstrucción en su práctica totalidad, más bien invención. ¿Quién sabía como fue
originalmente la distribución de los muros, sus vanos, nichos, alturas, etc?. Al comparar las
fotos vemos que se ha respetado la disposición de las piedras y dintel de la puerta, pero todo lo
demás es inventado. La práctica totalidad de los visitantes dan a este edificio por inca original,
pero evidentemente no lo es en absoluto.

Creo que la UNESCO y el Instituto Nacional de Cultura deben poner fin a este tipo de
actuaciones, por no decir que se vuelvan a desmontar las “creaciones” del pasado siglo hasta
devolver a la ciudad al estado en que estaba. Los turistas pagan mucho dinero por visitar
Machu Picchu, y así como creemos que tienen derecho a una información veraz sobre lo que
visitan, su sentido, función, etc, también lo tienen respecto a la originalidad (o no) de lo que
observan.
El prestigioso historiador de los Incas Luis E. Valcárcel no era partidario de hacer trabajos de
restauración “si en primer lugar no se ha hecho un estudio técnico serio“. El no menos
prestigioso arqueólogo Roger Ravines se muestra muy crítico con algunas acciones en Machu
Picchu, “cuyo objetivo final fue y es fundamentalmente hacerlas atractivas al visitante (…)
echándose a perder los rastros que el suelo conservó intangibles durante varios siglos. Toda
reconstrucción es condenable. Denota una falta de respeto por la historia y es un escarnio a la
verdad. Es, además, falta de sensibilidad ante la página de los siglos. Los secretos anhelos de
perduración que tiene el espíritu y que afloran del subconsciente cuando contemplamos ruinas,
se resienten al descubrir el engaño.(…) Entonces la reprobación inicial se expresa
impetuosamente en reproche, al reconocer la teatralidad del asunto y la ignorancia de sus
mentores.” (R. Ravines ” Machu Picchu: un siglo de intervenciones en su arquitectura”, en el
libro Machu Picchu. Sortilegio en piedra de F. Kauffmann Doig (2013). En la misma línea
reflexionaba el filósofo alemán Georg Simmel en 1924 sobre el verdadero valor de una ruina:
“La ruina es la forma actual de la vida pretérita, la forma presente del pasado, no por sus
contenidos o residuos, sino como tal pasado. En esto consiste también el encanto de las
antigüedades; y solo una lógica roma puede afirmar que una imitación exacta de lo viejo lo
iguala en valor estético.”

PICAPEDREROS, CANTEROS Y ALBAÑILES

La cantera es todavía visible en la zona oeste de la ciudad: allí trabajaban picapedreros con
martillos también de piedra, palancas y cinceles de bronce. Aprovechando y agrandando
fisuras naturales de la roca, se extraían bloques graníticos de variados tamaños que luego eran
transportados a los edificios en construcción. Dada la ausencia de animales de tiro (la llama no
es útil para este fin) y de la rueda, el transporte era a base de fuerza humana. Para ello se
utilizaban troncos de árboles regulares, usados como rodillos, así como cantos rodados y
palancas de madera que complementaban el empuje. Esas palancas, hábilmente usadas para
producir a la piedra un movimiento de vaivén, podían ser muy eficaces. Si el bloque era muy
grande, se desplazaba tirando con sogas un grupo numeroso de trabajadores. Para subir las
piedras grandes a zonas altas del barrio o levantarlas para colocarlas en un muro, se construían
rampas y planos inclinados temporales con piedras y tierra, que luego se desmontaban. Una
de ellas aún es visible en el llamado Templo Inconcluso.
Machu Picchu fue edificada en granito. En la zona suroeste de la ciudad se encuentra la cantera
de donde se extrajo la mayor parte de las piedras con que se construyó.

Vista de la ciudad desde la cantera: allí trabajaban picapedreros con martillos, palancas y
cinceles agrandando las fisuras naturales de la roca para extraer bloques de variados tamaños.
Todavía se aprecian los cimientos de las rústicas cabañas circulares de los picapedreros en la
cantera
Los bloques de granito eran transportados desde la cantera a los edificios mediante fuerza
humana, tirando con sogas, sobre rodamientos de troncos o piedras redondeadas en la base y
ayudándose mediante movimientos de vaivén con palancas. Dibujo de Guamán Poma de Ayala
(ca. 1600- 1615).

En el Templo Inconcluso la obra parece haberse interrumpido hace pocos días. En la foto
podemos ver algunos bloques que estaban siendo transportados cuando se detuvieron las
obras,
Para subir las piedras grandes a zonas altas del edificio o del muro se construían rampas o
planos inclinados temporales, que luego se desmontaban. En la imagen vemos una de estas
rampas en el Templo Inconcluso.

En cuanto a las herramientas utilizadas hemos visto algunas de las que encontró el equipo de
Bingham en sus excavaciones hace un siglo (véase “Machu Picchu II” en este mismo blog). La
herramienta principal del picapedrero y cantero era muy sencilla: una simple y pequeña piedra
martillo, con forma redondeada y sin mango, que el trabajador sujetaba entre el pulgar y el
resto de sus dedos cerrados. Con el se desbastaba la pieza en bruto y sus irregularidades.
Estos martillos de mano fueron muy abundantes, y algunos quedaron incluso olvidados o
depositados en el seno de ciertos muros. Además se utilizaron otras herramientas de bronce y
piedra, como cinceles, buriles, tumis (cuchillos de bronce en forma de T invertida) y palancas.
Estas últimas podían ser de madera, para grandes piezas, o más pequeñas, en bronce y con
sección rectangular. También se emplearon plomadas (se halló alguna de plata) y hachas de
bronce, usadas para cortar troncos de árboles y preparar maderas, vigas, palancas, etc.
La principal herramienta para trabajar la piedra no pudo ser más simple: una pequeña piedra
martillo, redondeada y relativamente aplanada, sin mango y sujeta por la mano del
picapedrero. Con ella se desbastaba la piedra en bruto y sus irregularidades. También se
usaron palancas y cinceles de bronce. Para cortar troncos y maderas se usaron hachas del
mismo material amarradas a un mango (en el centro de la imagen vemos dos de ellas, con su
parte superior prevista para dicho amarre)

El ajuste fino se conseguía inclinando el bloque y echando una capa fina de arena en la
superficie receptora del mismo: al bajar de nuevo el bloque, las zonas protruidas dejaban su
impronta en la capa de arena, y el cantero las iba eliminando con su pequeño martillo hasta
conseguir un buen encaje, momento en el que retiraba la arena. En el Templo Inconcluso se ve
una piedra abandonada cuando se estaba trabajando en ella para ajustarla al muro: está
apoyada sobre el mismo, inclinada unos 45º, como esperando el regreso del cantero con su
martillo de piedra para seguir trabajándola hasta calzarla con los bloques contiguos.
En lo alto del Templo Inconcluso aparecen multitud de piedras que estaban siendo trabajadas
por los canteros cuando la obra fue abandonada.
Este dibujo de Guamán Poma (ca 1615) muestra a los “amojonadores deste Reino”. Los
albañiles y canteros trabajaban la piedra con sus cinceles y martillos para lograr un ajuste
entre ellas que en muchos edificios fue extraordinario.

De nuevo en el Templo Inconcluso encontramos un muro muy interesante: una de las piedras
estaba siendo ajustada a otras cuando se interrumpió la obra. Para ello se había inclinado unos
45 º atrás, lo que permitía el acceso a la cara que apoyaba en los bloques inferiores.
Extendiendo arena y bajando la piedra, el cantero podía examinar las improntas que dejaban
los salientes de la piedra y así identificarlos y eliminarlos.

COMPLETANDO EDIFICIOS

Los tejados eran de material vegetal amarrado a armazones de palos, listones, pontones y
vigas de madera, que a su vez se sujetaban a las cumbreras de piedra. Para ello se dejaban
asomando en ellas argollas y unas prolongaciones o clavos líticos que facilitaban el sólido
amarre de la techumbre usando cuerdas y lianas resistentes. Otras veces dejaban huecos en la
cantería de la cumbrera para recibir en ellos las vigas de madera que sustentaban el tejado. En
edificios alargados de tres paredes, tipo wayrona, la zona abierta muestra a veces una columna
de piedra para dar apoyo a una viga. Para facilitar la rápida evacuación de las aguas del tejado
en un clima lluvioso, las cumbreras tenían una pendiente acusada.
Los tejados eran de material vegetal amarrado a armazones de vigas y listones de madera. En
este edificio de tres paredes (wayrona) junto a la llamada Roca Sagrada, se ha reconstruido la
techumbre según el estilo inca, aunque el grosor de la capa vegetal debió ser
considerablemente superior.

Para sujetar su armazón a las cumbreras, se dejaban en las mismas huecos en la cantería para
recibir las vigas de madera (1), así como clavos líticos sobresaliendo (3) para facilitar el sólido
amarre de la estructura; en edificios grandes de tres paredes tipo wayrona (como el inacabado
Templo de las Tres Ventanas) se colocaba a veces una columna de piedra (2) para dar apoyo a
la viga.
Otro ejemplo de hueco para apoyar una viga de madera y clavos líticos para amarrar el
armazón del techo; se aprecian también pequeñas argollas de piedra para fines similares
(edificio 17 del conjunto 9 o Grupo de las Tres Portadas)
Reconstrucción del armazón del techo en un edificio tipo wayrona: se aprecia la viga principal
del vano entrando en el hueco preparado para ella.

El armazón de la techumbre se amarraba a los clavos de piedra dejados en las cumbreras


utilizando cordajes de fibras vegetales (magüey, lianas, etc) y tiras de cuero. No está aún muy
claro la forma en que se armaban y sujetaban los techos: esta reconstrucción muestra una de
las posibilidades.

Las maderas utilizadas en el armazón del techo y los manojos de material vegetal que
sustentaban se unían mediante cuerdas elaboradas con lianas, fibras vegetales (ichu,
magüey…) o animales (pelo de llama, tiras de cuero). Encima se cubría de una gruesa y densa
capa vegetal; aunque en otras zonas de los Andes el material más usado para techos es el ichu
(paja altiplánica frecuente en los Andes por encima de los 3800 m), Machu Picchu está algo
alejado de zonas con abundancia de ichu, por lo que recurrían a plantas locales de la selva de
montaña para ese fin, como helechos arbóreos (Cyathea spp) y carrizos (Phragmites spp).
Probablemente incorporaron las técnicas usadas por los indígenas antis conquistados, que
entrelazaban hojas de plantas anchas y coriáceas con cutículas muy impermeables y
resistentes, como las de algunas palmeras. Este tipo de techumbre necesitaba un
mantenimiento probablemente anual, pues la alta pluviosidad, humedad y calor tropical
deterioraría con rapidez la cobertura vegetal, perdiendo su impermeabilidad. Para ello parece
que se colocaban nuevas capas de material sobre el que mostraba deterioro o filtración, pues
analizando la posición de las canaletas de desagüe en la base de algunos muros, se puede
inferir que los techos tenían gran espesor.

El armazón de los techos se cubría de una espesa capa vegetal, que en la zona de Machu Picchu
debió ser a base de carrizos, hojas de palmeras y helechos arbóreos.
Almacén (qolqa) en la zona agrícola, en el que se ha reconstruido la techumbre vegetal; el
espesor de la cobertura vegetal debió haber sido más grueso. Se aprecian los clavos líticos de
amarre.

Otros edificios en el sector agrícola: Dada la alta pluviosidad y el clima tropical, estas
techumbres debieron necesitar un mantenimiento anual, quizá a base de acumular más
material encima que cubría las partes deterioradas y filtraciones.

En Machu Picchu hay edificios de dos pisos, aprovechando las laderas empinadas. El suelo del
segundo piso se hacía con un armazón de troncos y palos que se apoyaba en un escalón
preparado a tal efecto en el muro. Finalmente se cubría de tierra apisonada. El acceso al piso
superior no parece que se hiciese desde el interior sino desde una puerta independiente más
alta en la pendiente en la que se construían estos edificios. Los pisos de las casas y plazas
también se nivelaban y regularizaban con piedras, guijarros, arena y tierra apisonada.

Algunos edificios de Machu Picchu tienen dos pisos, en su mayoría aprovechando el desnivel del
terreno, de forma que hay una entrada al piso superior independiente a la del inferior.

El suelo del segundo piso se hacía con un armazón de troncos y palos que se apoyaba en un
escalón preparado a tal efecto en el muro. Luego se cubría de arena y tierra apisonada.
Los pisos no tenían escalera interior. En esta imagen vemos las puertas que daban acceso al
piso superior.

Así se fueron completando los barrios de Machu Picchu, aunque como sabemos quedaron
edificios, canales, etc sin terminar. En nuestro anterior artículo (Machu Picchu III) hemos visto
como fue despoblándose durante la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa y la posterior
conquista española. Los albañiles, canteros y otros trabajadores, ya sin capataces que les
guiasen, fueron abandonando sus trabajos, tal vez reclutados por Manco Inca durante su
sublevación contra los españoles. Sin mantenimiento, los techos se pudrieron y hundieron
pronto, las bromelias se fijaron a los muros, junto con líquenes y musgos que ya nadie
arrancaba… Machu Picchu, una maravilla de la creación del Hombre, fue poblado apenas un
siglo. Millones de horas de trabajo que la selva engulló durante 350 años. Los edificios y obras
inacabadas parecen aguardar el regreso del cantero al siguiente amanecer, pero como escribió
Neruda en su poema “Alturas de Machu Picchu”…

“No volverás del fondo de las rocas.

No volverás del tiempo subterráneo.

No volverá tu voz endurecida.

No volverán tus ojos taladrados.

Mírame desde el fondo de la tierra,

labrador, tejedor, pastor callado:

domador de guanacos tutelares:


albañil del andamio desafiado...”

Muro en construcción con rampa temporal para subir los sillares desde el otro lado de la foto.
Pensamos que las obras del Templo Inconcluso tal vez fueron interrumpidas en abril de 1536,
cuando Manco Inca hizo un llamamiento general a la rebelión contra los españoles, reclutando
miles de mitayos y trabajadores a sus filas. Salvo por las puyas crecidas entre las piedras, la
construcción parece haber sido detenida hace unos días, como esperando el retorno de los
canteros en cualquier momento, un retorno que ya nunca llegará…

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