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RESUMEN:
INTRODUCCIÓN:
Hemos hecho caso omiso en lo que respecta a lo “antropológico” por carecer de una base
fundamental para asumirlo como algo esencial de la arqueología. Todo lo contrario, toda
manifestación de estudio que estudia al hombre es ya de por si antropológico y que no
necesariamente tiene que estar presente ante el presunto de una ciencia: pues no la posee y más
culmina en una metafísica.
Las reflexiones que aquí exponemos, aún en su rigor de contenidos, se ha de presentar de forma
libre, pero sin perder el asunto de nuestra discusión. Tal condición obedece a evitar repetir lo
mismo, como si de un dogma se tratase, y por otro lado busca sintetizar todo un bagaje conceptual y
teórico en un nuevo lenguaje o al menos más fresco en sus nociones. Y es que como escribiera el
arqueólogo C.W. Ceram1:
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Aquí hacemos referencia al libro del autor titulado El Mundo de la Arqueología, Edit. Destino, España,
2002.
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En el primer Capítulo entramos de llano al concepto del espacio usando el más fundamental gestado
por el filósofo alemán Immanuel Kant y que de éste se deriva toda noción hasta ahora concebida en
las ciencias particulares. Esta necesidad pretende dejar en cambio las diferencias que son,
precisamente, derivados y que ante esta condición se suelen confundir en propósitos que ocultan su
razón de ser. Principalmente en lo que a “geografía humana” se refiere. Si bien se nos presente de
forma abstracta en el discurso filosófico, este no debe ser problema para comprender el espacio en
cualquier área del conocimiento humano.
En el Capítulo segundo, para poder justificar nuestras reflexiones, tuvimos que entrar en discusión
con obras de algunos consagrados en la “geografía humana”, principalmente con la obra de
Massimo Quiani, así como la obra de Palsson y Descola. Con el fin de hacer crítica a ciertos
aspectos que no han definido el problema fundamental de sus cuestiones. Y que estos han
trascendido sin llegar a una resolución en autores actuales. Podemos decir que el asunto no ha
cambiado y sólo ha sido razón de discusión teóricos baladíes: principalmente de los llamados
antropólogos marxistas…
El Capítulo tercero es lo que podríamos llamar nuestro posicionamiento a toda esta reflexión. Al no
estar acostumbrados al uso fundamental de la ontología al cual se recurre constantemente, será
evidente hasta qué punto el prejuicio de ciertos posicionamientos teóricos no serán capaces de
comprender las ideas y reflexiones que aquí se exponen. Es por eso que hemos recurrido a hermanar
nuestra postura con autores clásicos y fundamentales del pensamiento (Hegel, Feuerbach y Marx),
con el fin de disponer un lenguaje que podríamos de tildar de uno mismo en nuestra profesión.
Finalmente hacemos nuestras conclusiones, derivado de los capítulos anteriores, en una reflexión
para la discusión arqueológica. Porque de esto trata éste trabajo y no propiamente de la “geografía
humana”. De esto se explica, más claramente, porque nos hemos deslindado de eso que llaman
“antropología” y porque nos enfocamos en el ámbito de la arqueología. Los aportes que provee la
Geografía Humana deben ser de utilidad para el estudio e investigación del pasado, pues una
actividad científica –tal y como vislumbraba Marx en su obra- radica en el compromiso de una
“libre investigación” al, en sentido estricto, se la debe denominar: totalizadora (Hegel/Marx).
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No habiendo otra razón que ésta demos inicio a éstas reflexiones no sin antes advertir que lo aquí
expuesto no pretende postular, determinar o establecer algo acabado. La realidad que la arqueología
estudia no es otra cosa que una realidad fragmentaria, incompleta, por lo que en dicha condición es
sensato asumir que en vías de éste conocimiento –la arqueología- sólo podemos limitarnos a decir
lo qué esta se expresa por sí misma a nuestros sentidos y razón. Nunca absoluta…
Se les ha olvidado a los arqueólogos que el concepto de espacio es un constructo racional sólo del
hombre gestado a partir de la percepción o, en letras de Kant,”una forma pura de la intuición
sensible” (Kant, 2002: 67). Su existencia es sólo a partir de la del hombre mismo. Tal designio,
antes de todo enfoque o canalización a cualquier área de las ciencias, tiene de base ésta concepción.
Lo que viene a dejar en claro que el espacio no es propiamente un objeto, sino en el plano de lo
producido y lo útil se le representa en lo material. Así pues se entiende aquello que el mismo Kant
define:
El espacio es una necesaria representación a priori que sirve de base a todas las intuiciones externas. Jamás
podemos representarnos la falta de espacio, aunque si podemos muy bien pensar que no haya objetos en él. El
espacio es, pues, considerado como condición de posibilidad de los fenómenos, no como una determinación
dependiente de ellos, y es una representación a priori en la que se basan necesariamente los fenómenos
externos. En consecuencia, tal representación no puede tomarse, mediante la experiencia, de las relaciones del
fenómeno externo, sino que esa misma experiencia externa es sólo posible gracias a dicha representación .
(Kant, op. cit.: 68)
Esta condición permitirá comprender, antes de todo designio categorial en las ciencias, su
fundamento ontológico implícito en cada de uno de los hombres. Qué el espacio haya sido valorado
a un plano de la propiedad o simplemente al establecimiento de grupos sociales es sólo uno de
tantos sentidos que se le puede asignar, siempre y cuando no oculte se sentido fundamental. Esto
nos debe permitir inferir hasta que punto, dicha noción de espacio, logra esclarecernos, para la
arqueología, la relación hombre-naturaleza.
Pensamos que es manifiesto que hay una especie de “objetivación” del espacio entendido como el
pleno dominio de la naturaleza, o sea, la justificación del poder sobre la explotación general de lo
que se asuma como “espacio” o representación a priori de los fenómenos. Arqueológicamente
hablando es implícito la representación espacial en la distribución geográfica y sus implicaciones de
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producción y desarrollo cultural. Pero no es verdad que el hombre, en base a una noción en éste
sentido del dominio, sea capaz de dominar a toda la naturaleza. Veamos a continuación la discusión
a este respecto…
Tratar de entender cómo opera la relación “hombre con la naturaleza” en el desarrollo de las
sociedades. Esta, previamente vista, desde varios puntos de vista (autores) o teorías tales como: la
propuesta de White (ecologista cultural), Binford (Nueva arqueología), Flannery (Teoría general de
sistemas), Higgins y Jarman (Bio-económica), Evans, Estrada y Meggers (Ecologista biológico). Y
posteriormente la propuesta de la autora que consiste en una relación “sociedad-naturaleza” donde
la tesis general explica que el hombre (o los hombres) se apropia de la naturaleza para
transformarla, mediante el trabajo, para sus fines necesarios (Vargas, 1986: 65-73).
Así, se explica que en las sociedades pre-clasistas el factor clave es la “conservación” de su medio;
lo que le permite producir de una forma controlada a la naturaleza. En este sentido el hombre es
dependiente de la naturaleza y por tanto perfila la construcción y estructuración de la sociedad. Este
implica una “primordial contradicción” entre dicha relación, hombre sociedad, donde la producción
cree apropiarse o domina a la naturaleza. La pregunta fundamental radica en “por qué” si en las
primeras sociedades, cazadora-recolectora, la naturaleza es propiedad “común”, terminó por
transformarse en una propiedad “desigual” de la misma naturaleza.
Aquí los autores tratan de hacer una reflexión profunda sobre la relación “hombre-naturaleza”. Y
que en lo fundamental sugiere que a lo largo de esta “problemática”, en lo esencial, se ha venido
gestando “históricamente” un “dualismo” en dicha relación. La revisión de varias teorías ha
observado una tendencia “occidentalizante” de dicha “relación” sin comprender, primordialmente,
la base de la misma que tiene su referente la comprensión misma del ambiente y su interacción con
el hombre (Palsson/Descola, 2001: 11-31).
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Algunos intentos que competen a la labor antropológica tienen de inicio en su intento de estar
“dividido”. Y es que la insistencia de utilizar la concepción “naturaleza y cultura” ya sugiere la
contraposición de ramas para tratar sus contenidos. Es decir la “particularización” de la ciencia. Así
pues aspectos como “salvajismo” en su definición se observa el prejuicio que en ello solo tienen un
sentido de confrontación. Pero se comprueba que ciertas sociedades, denominadas como tales,
tienen más comprensión de su medio ambiente sin partir de teorías o estructuras complejas de
explicación.
Por eso los autores, inmersos en este debate, sugieren que las interpretaciones deben partir, por su
complejidad, de un tratamiento particular y hacer el examen de las bases que la diferencian de los
“modos de sociabilidad”
Solo una observación. El problema ha tenido implicaciones históricas que no han sido resueltos en
lo fundamental. Es decir en el aspecto ontológico. La crisis “filosófica” de fondo ha tenido un
problema en la pregunta por el ser y que implica, precisamente, su relación con la naturaleza. Este
texto sugiere la insistencia en meditar que hay un problema que las ciencias no han querido
reconocer.
El autor aquí hace una revisión de la geografía humana “positivista” en una especie de
“periodización” que implica una serie de aspectos problemáticos, en sentido de explicarlo todo o la
“posibilidad” de abarcarlo mediante estructuras y leyes. La evolución de esta tendencia de la
escuela francesa ha sugerido no rezagarse en lo plenamente ecológico y empezar por darle un
sentido social. Pero, sin abandonar sus bases doctrinarias, solo ha aspirado a la gestación de ideas
utópicas con fines de urbanismo. De aquí se explica una especie de “humanismo positivista”
(Quiani, 1981).
Como escribiría Heidegger: “Lo expresado en palabras no es nunca, en lengua alguna, lo dicho”
(De la experiencia del pensar). Nuevamente se da notar la falta de una definición propiamente
arqueológica del espacio y, en consecuencia, hasta qué punto se puede inferir problemáticas
respecto de dicha relación, hombre-naturaleza, para legitimar su estudio. Si bien lo anterior es
propiamente tema de discusión de la llamada “geografía humana”, el mutuo aporte para ambos
radica: en el primero saber los procesos de ocupación y desarrollo espacial de las distintas
civilizaciones y culturas “del pasado”; mientras el segundo provee de, en este sentido, lo mismo
pero en el presente. Tal parece que la arqueología necesita considerar también el concepto del
tiempo…
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¿Qué es el espacio? Es en principio nuestra pregunta “originaria” y cuyo sentido debe estar dirigido
al campo arqueológico. Nuestro problema surge al tomar dicho concepto de manera inmediata sin
reflexionar sobre su significado. Esto implica la confusión de sus significados para las distintas
teorías que traen en consecuencia dichas confusiones. Esto en principio es un problema fundamental
de la filosofía y que ontológicamente no ha sido superada para redimir el uso en el que se emplean
sus significados (Heidegger, 2002: 45-49).
Espacio viene del latín, spatium, y que significa simplemente: extensión que contiene toda la
materia existente. Siguiendo este sentido, entonces, extensión, o sea extensio, tiene en consecuencia
una diversidad de significados: para la geometría, por ejemplo, significa capacidad para ocupar
una parte del espacio o medida del espacio ocupado por un cuerpo. Mientras para la filosofía
significa; conjunto de individuos comprendidos en una idea. ¿Es el espacio una propiedad de la
naturaleza (physis)? En estos significados tal resulta que es un referente señalado por el hombre
(anthropos); es lo que en la “extensión” se denomina como “ocupación” (de occupare, ocupar) que
implica en este sentido “tomar posesión”. En términos concretos sería “apropiación”. Esto nos
permite reflexionar sobre el problema de “origen”: el hombre tuvo que “llamar” de alguna forma el
límite que hay entre sí con la naturaleza. Nada ocupa un mismo lugar como materia, sino solo
mediante la acción y efecto de ser transformada para ello. “Espacio” no es un contenido de la
naturaleza, a esto ella es indiferente, sino un designio de una primera “apropiación” para significar
el mundo que le da existencia… No es casual que al usar el término de “espacio”, como referente
para señalar la distinción de una cosa o lugar, tenga en consecuencia un uso general – a modo de
una ley- para designar la “totalidad” de aquello que llamamos “universo”. Ahí donde nuestros
sentidos indiquen una medida primaria de su percepción, nuestra lengua denominara, en lo esencial,
aquello que llamamos “espacio”… La aprensión de esto esencial en las cosas que hacemos frente es
lo que en una ontología fundamental (fenomenología) llamamos lo factico. Así el espacio,
entendido en el “logos” de su gestación, solo compete a la comprensión del hombre. En principio no
es la idea ni la materia la discusión fundamental, sino la ocultación que el “logos” hace de las cosas,
porque es en él donde las cosas adquieren sentido para comprender el mundo (Heidegger, op.cit.:
42-44).
primario de nuestra interacción con la naturaleza. Segundo que dicho espacio, entendido como un
lugar que ocupa una agrupación de hombres, ya no es propiamente un “espacio”, sino un
“territorio”. Pero ¿no es el “territorio” una especie de espacio? ¿En qué consiste su diferencia? Que
mientras espacio es una aprensión esencial del todo y sus partes; el territorio es una apropiación
intencionada con una finalidad social. El simple hecho de que un grupo de hombres ocupe un lugar
donde antes no lo había, es ya indicio de transformación en ese sentido humano (anthropos)…
Territorio (o terrritoritum) implica apropiación de una superficie terrestre (terra) y por tanto un
lugar de dinámica social. Un territorio, en este sentido, no es propiamente un devenir natural, sino
su interacción con el hombre en tanto que es transformada en sus propiedades. Esto nos lleva a
reflexionar que las llamadas teorías que intenta “re-definir” el concepto de espacio cometen el error
de limitarlas a sus prejuicios sistémicos de sus métodos… El problema clásico entre materialistas e
idealistas no es otra cosa que presunciones que se limitan a sus marcos categoriales sin plantearse,
en sentido “originario”, el problema fundamental del origen. Decimos “espacio” con tal sentido
común que no somos capaces de ver lo que esencialmente significa en sentido estricto. Las
confusiones surgen cuando pretendemos darle un sentido en algún campo del saber humano y
entonces lo que parecía tan común, resulta problemático al perder el sentido del origen…
Ahora nos resulta comprensible que “espacio” no es “territorio”, sino que el primero fundamenta al
segundo y lo vuelve, en ese sentido, una “propiedad humana”. Es un error conceptual y
metodológico usar el término “espacio” para referirnos a lugares ocupados por sociedades. Para ello
utilizaremos el término “territorio”… Siendo entonces que pareciera haber superado la comprensión
de “espacio”, no obstante tenemos un problema surgido del otro concepto: territorio. ¿Qué es un
territorio? Si como bien dijimos es la apropiación de una superficie terrestre, ¿es entonces parte del
territorio aquellos lugares donde el humano no ha ocupado? Pareciera una pregunta estúpida, pero
la realidad demuestra que no se ha superado el concepto de “espacio” y que territorio es aquello
que, incluso, no se ocupa y entra dentro del “supuesto” de propiedad, es decir, espacio en sentido
esencial… No es casual que los países se definan como territorio, incluso, aquellos lugares que el
hombre no ocupa e ignora… Decimos vanamente Continente Asiático, Europeo, Americano… o
simplemente Francia, Grecia, Reino Unido, etc… Volvemos entonces a nuestra pregunta
fundamental: ¿Qué es territorio?...
Creo que ningún autor ha reflexionado respecto a esta problemática, en principio porque toda
significación “supone” ya una “propiedad” de lo “otro”. No es que “espacio” y “territorio”
signifiquen lo mismo, sino propiamente que la comprensión de ambos radica en el contexto en que
su significado adquiere el sentido “tramposo” de propiedad material e inmaterial de un modo de
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pensamiento. Vemos entonces como la ciencia calcula y mide la infinitud del universo y sugerir,
tácitamente, la propiedad cognitiva de lo que desconoce y susceptible de volverse un territorio
aunque no habite en él. Esto a nivel macro-cósmico. Y qué decir a nivel micro-cósmico: lo que
antes se consideraba la partícula más pequeña de la materia, el átomo, ahora ha sido superada por
algo más pequeño, los quarks… No parece que ahí donde el hombre nombra a lo que desconoce ya
implica una especie de “propiedad” entendido en sentido “espacial”. La filosofía, a lo largo de la
historia, no ha respondido esta pregunta, por razón misma de que nunca se la había planteado.
Preguntárselo implicaría una especie de estupidez o falla mental, ya que lo que se supone habíamos
tenido por claro, es ahora una complicación fundamental…
La arqueología, en éste sentido, tiene la obligación de tratar del espacio de las civilizaciones
antiguas y proyectar esos antecedentes al presente. El arqueólogo no puede resolver la discusión del
espacio, porque éste, en sí mismo –como condición de ser del hombre- no es el problema, sino
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cómo se concibe dentro de la sociedad y con qué fines. Tal y como hemos observado en el Capítulo
I con Kant, es claro que hay una confusión sobre el concepto y se la define a un marco teórico de
alguna ciencia en particular: por ejemplo, la economía o política…
CONCLUCIONES.
Se nos escapa de las manos, precisamente, la llamada relación hombre-naturaleza, como si lo uno y
lo otro fueran distintos. Sería absurdo todavía seguir concibiendo que el hombre está sobre la
naturaleza o fue puesto en ella. No es de extrañar que ésta “creencia” aún siga implícita en los
discursos, incluso, de las ciencias más desarrolladas y asumir un tipo de “espacio” en el qué ésta –la
naturaleza- tiene el destino de someterla. Qué razón tuvo Feuerbach al escribir que: “El hombre es
la esencia del Estado” (Feuerbach, 2002, 42); esto significa, que él es creador de su propio destino,
de su trayecto, de su realidad. Pero no hay indicio alguno que señale que su papel está en la de
dominar, en sentido general, el espacio y tiempo del mundo. La arqueología, por tanto, no debe
pretender ir en busca de ese viejo y gastado discurso que nada en las ciencias positivas de nuestro
tiempo. Pues de ser el caso y suponiendo que es ésta la verdad de las cosas, se aplicaría aquello que
Marx escribiera sobre la clase burguesa: “el pasado predomina sobre el presente” (Marx, 1998: 59),
como diciendo que así es la esencia humana y por ende el dominio le es natural.
El concepto de espacio que hemos propuesto está más ligado a un fundamento ontológico
existencial que a una relación sujeto-objeto. Llámese a esta la relación originaria existencial del ser-
en-el-mundo (Heidegger, 2002: 65-75). Esto se explica como aquella relación que de no darse, toda
posibilidad del hombre, es inexistente o, dicho de forma simple, él no es posible como existencia.
Que viene a significar que el hombre no domina sobre la naturaleza en virtud de que sin ella su
existencia se ve amenazada.
Esta reflexión viene a destacar lo realizado por la arqueología: los restos materiales de las antiguas
civilizaciones, nos dan cuenta de la fragilidad de las sociedades y la exigencia de transformarse para
no culminar en su propia extinción. Lo que ve el arqueólogo son restos de realidad que
pertenecieron a esa antigüedad –incluyendo la más remota. No se equivocaba Marx al decir: “crea
un mundo a su propia imagen y semejanza” (Marx, 1998: 44), lo que implica también su propia
destrucción. Tal vez en respuesta e esos neo-evolucionistas y que en antropología pretendan
colgarse de lo hasta ahora reflexionado que la naturaleza NO determina a la cultura, por no decir al
hombre. Éste es ya parte implícita de ella, pero su desarrollo es producto de sí mismo: él determina
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o da forma a su existencia. Por lo que vale la pena reiterar aquello que Hegel dijera de ésta, a saber:
“La naturaleza no es para el hombre sino el punto de partida que debe transformar” (Hegel, 2002:
46). Por lo que en ese sentido dialectico de la relación originaria cabe destacar aquello propiamente
del hombre: “La pasión es la fuerza del hombre que se esfuerza por alcanzar su objeto” (Marx,
2003: 189).
BIBLIOGRAFÍA: