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Había que dar testimonio y así se hizo, por gracia de Dios y auxilio
de María Santísima. Parados frente a nuestros templos era preciso decir:
amamos a nuestra Madre Iglesia, defendemos nuestra Fe Católica y
repudiamos el asesinato del aborto.
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Y todo se dio como era previsible. Una vez más fue la impudicia y la
desvergüenza cara a cara con el honor y la decencia. Fue el odio a Cristo y
María Santísima frente al escapulario y el Santo Rosario.
¿Qué aprendimos?
Aprendimos a resistir el odio marxista y a hacerlo con alegría.
Aprendimos a despreciar el número y a despreocuparnos por la
´mayoría´.
Aprendimos a no avergonzarnos de ser católicos, porque siempre hay
que preferir la verdad en soledad al error en compañía.
Aprendimos que a los paladines del diálogo no les interesa dialogar,
que a los reyes del pluralismo les desespera la distinción, que a los pulcros
defensores de los derechos humanos no les interesa la mujer concreta a la
que golpearon e insultaron incesantemente durante estos días, incluyendo
madres, embarazadas y mayores.
Aprendimos que el enemigo tiene el poder y el dinero, pero los
católicos tenemos la plegaria y el Rosario, a San Miguel y la Gracia. Y
tenemos también la certeza de que Cristo ya triunfó pero es preciso ser
fieles hasta el final.
Es inherente al mensaje evangélico entender la vida como milicia, en
la cual no hay descanso en la conquista del Reino. Es evangélico que el
mundo desprecia a Cristo y por lo tanto a los cristianos. Si el mundo los
odia, sepan que antes me ha odiado a Mí (Jn. 15, 18)
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Gracias a las mujeres que con coraje defendieron la vida, gracias a
los varones que velaron por las mujeres. Gracias a tantos que vinieron
dejando familia y ocupaciones, resignando el descanso, desafiando el
temor.
La Iglesia Militante de Argentina fue la verdadera autoconvocada.
Pero sucede que nos han cambiado la mentalidad de tal manera que hablar
de militante parece recurrir a la revolución o el desorden, y olvidamos la
esencial diferencia entre ser pacifista y ser pacífico.
Qué curioso, se ha intentando matizar desesperadamente el carácter
salvaje y violento que tuvieron los talleres contra las mujeres católicas, y se
quiere endilgar cierto tono provocativo al simple estar frente a nuestra Casa
diciendo con nuestra presencia que queremos estar en el mundo sin ser del
mundo.
Claro que hay antagonismo, por supuesto que hay incompatibilidad y
que la verdad del Evangelio incomoda y divide aguas.
No queremos una Argentina marxista y atea. Por unas horas –sólo
por unas horas- nuestra ciudad fue roja, pero hemos devuelto al infierno la
ideología infectada del régimen comunista. Y le devolvimos Paraná a
Nuestra Señora del Rosario.