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Testimonio

ENCUENTRO NACIONAL DE MUJERES EN PARANA

Lo sucedido en Paraná en el XXV Encuentro Nacional de Mujeres o


Congreso de Autoconvocadas (ambas expresiones cargadas de
eufemismos) fue en su desarrollo tal como era previsible. Bastaba conocer
las experiencias anteriores e indagar en el plan doctrinario y el contexto
político en el cual venían para tener la certeza de lo que iba a suceder. Que
no se haya querido ver esta realidad es otro tema del que no voy a hablar.

A ningún paranaense le gustó que ensucien nuestra ciudad, que


arruinen sus edificios, que la inunden de procacidad ni que la tiñan de
salvajismo. Pero si tan sólo hubiesen reparado en las tapas de los textos que
impunemente ofrecieron en las calles, talleres y escuelas, hubieran
reconocido la teoría de lo que estaba sucediendo en la práctica. Había
instrucciones técnicas para el asesinato de niños, apología del caos y la
revolución, invitación al sacrilegio e impiedad por doquier. Todo expuesto
en prolijos tablones instalados cómodamente donde quisieron (si total las
reglas del encuentro las puso la misma ideología que ellos ofrecían).
Las pintadas y la agresión están en el corazón de la doctrina del
ENM. La división, el caos y la violencia irracional conforman la médula de
su programa. ¿Qué nos pasa que les abrimos las puertas a las causas y nos
escandalizamos por las consecuencias? ¿Pretendíamos que cuiden los
espacios públicos cuando venían abiertamente por el crimen abominable
del aborto? ¿Qué más necesitamos para reconocer que lo que sucede en
nuestra Patria responde al plan de consolidación del nuevo orden mundial y
al programa de dominación marxista-liberal, y por tanto anticristiano y
ateo?
Sin embargo, el odio manifiesto a Cristo y su Iglesia encontró en
Paraná a mujeres valientes que entendieron que la fortaleza cristiana
consistía ahora en dar testimonio en medio de insultos y golpes. Mientras
más evidente fue la furia abortista, más profunda y decidida fue la
disposición a defender la vida y el orden natural. Y encontraron también en
Paraná al pueblo católico que quiso dar testimonio de su fe. Somos hijos de
la Iglesia, y es indescriptible el gozo que vivimos al poner la cara por
nuestra Madre.

Había que dar testimonio y así se hizo, por gracia de Dios y auxilio
de María Santísima. Parados frente a nuestros templos era preciso decir:
amamos a nuestra Madre Iglesia, defendemos nuestra Fe Católica y
repudiamos el asesinato del aborto.

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Y todo se dio como era previsible. Una vez más fue la impudicia y la
desvergüenza cara a cara con el honor y la decencia. Fue el odio a Cristo y
María Santísima frente al escapulario y el Santo Rosario.

Y aquí es preciso ser muy claros: cuando hablamos de bienes y


virtudes, no nos referimos a las nuestras personales, nos referimos a
aquellas de las cuales queríamos dar testimonio, aunque nuestras miserias
particulares sean muchas y permanentes. No es cierto que reinaba un
espíritu de prepotencia al pasar la multitudinaria marcha. Mas bien había
un esperable temor y el consuelo de la oración que venía en nuestro auxilio.
Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la
fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los
insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por
Cristo (2Co 12, 9b-10)

Se combatió de rodillas frente al Sagrario y de pie frente a los


templos. También desde los hogares paranaenses y con la plegaria de tantos
que a la distancia sabían lo que sucedería.

¿Qué aprendimos?
Aprendimos a resistir el odio marxista y a hacerlo con alegría.
Aprendimos a despreciar el número y a despreocuparnos por la
´mayoría´.
Aprendimos a no avergonzarnos de ser católicos, porque siempre hay
que preferir la verdad en soledad al error en compañía.
Aprendimos que a los paladines del diálogo no les interesa dialogar,
que a los reyes del pluralismo les desespera la distinción, que a los pulcros
defensores de los derechos humanos no les interesa la mujer concreta a la
que golpearon e insultaron incesantemente durante estos días, incluyendo
madres, embarazadas y mayores.
Aprendimos que el enemigo tiene el poder y el dinero, pero los
católicos tenemos la plegaria y el Rosario, a San Miguel y la Gracia. Y
tenemos también la certeza de que Cristo ya triunfó pero es preciso ser
fieles hasta el final.
Es inherente al mensaje evangélico entender la vida como milicia, en
la cual no hay descanso en la conquista del Reino. Es evangélico que el
mundo desprecia a Cristo y por lo tanto a los cristianos. Si el mundo los
odia, sepan que antes me ha odiado a Mí (Jn. 15, 18)

Sentimos miedo y angustia, pero también experimentamos el


consuelo y la valentía que sin dudas vinieron de lo Alto.

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Gracias a las mujeres que con coraje defendieron la vida, gracias a
los varones que velaron por las mujeres. Gracias a tantos que vinieron
dejando familia y ocupaciones, resignando el descanso, desafiando el
temor.
La Iglesia Militante de Argentina fue la verdadera autoconvocada.
Pero sucede que nos han cambiado la mentalidad de tal manera que hablar
de militante parece recurrir a la revolución o el desorden, y olvidamos la
esencial diferencia entre ser pacifista y ser pacífico.
Qué curioso, se ha intentando matizar desesperadamente el carácter
salvaje y violento que tuvieron los talleres contra las mujeres católicas, y se
quiere endilgar cierto tono provocativo al simple estar frente a nuestra Casa
diciendo con nuestra presencia que queremos estar en el mundo sin ser del
mundo.
Claro que hay antagonismo, por supuesto que hay incompatibilidad y
que la verdad del Evangelio incomoda y divide aguas.
No queremos una Argentina marxista y atea. Por unas horas –sólo
por unas horas- nuestra ciudad fue roja, pero hemos devuelto al infierno la
ideología infectada del régimen comunista. Y le devolvimos Paraná a
Nuestra Señora del Rosario.

En lo personal, fue un gozo inmerecido y difícil de expresar en


palabras estar codo a codo con padres y hermanos, amigos y parroquianos.
Así entraremos a la Eternidad -si Dios en su misericordia lo permite-, sólo
que en lugar de insultos y agravios a nuestra fe, nos estará esperando María
Santísima y el Banquete Celestial.

Qué paradoja: se esperaba ver al pueblo caminando por las calles y la


Argentina limpia y fundacional se vio de pie frente a los templos. La que
no piensa tanto en el cuidado de los cuerpos como en la salvación de las
almas, y la que teme ganar el mundo perdiendo el Cielo. De modo que
también festejamos cristianamente el Bicentenario de la Patria, evocando
nuestros orígenes.
Hemos visto una vez más que el odio del mundo como enemigo del
alma es a Cristo y la Iglesia. Por eso, no hay que mirar este fin de semana
con categorías sociológicas sino teológicas y sobrenaturales. Nuestra
diplomacia seguirá siendo el sí sí no no, y la contraseña el Ave María
Purísima.

Pidamos a María Santísima que siempre haya en nuestra Patria una


voz que recuerde ¡Viva Cristo Rey!

Un católico de la Iglesia Militante


(como todo católico que aún no ha muerto)

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