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Beatriz Cortéz en “Estética del cinismo: la ficción centroamericana de posguerra” ha señalado

convergencias y divergencias entre la narrativa de posguerra y la literatura realizada en el contexto


de la efervescencia revolucionaria en relación con la ideantidad nacional, individual y por supuesto,
las propiedades enunciativas y genéricas de los textos incardinados en una y otra tendencia. En
general, no existe nada más pertinente a la caracterización que contraponer las modalidades
específicas y que estas asuman nitidez al comparar dos textos paradigmáticos de ambas tendencias.
De este modo, compararemos las especificidades de “La montaña es algo más que una inmensa
estepa verde” (1982)) de Omar Cabezas y “El arma en en hombre” (2001) de Horacio Castellanos
Moya. El texto de Cabezas responde en términos genéricos a la literatura testimonial producida en
el contexto de la lucha sandinista contra el somocismo en Nicaragua. Por esto, el texto de Cabezas
se organiza desde ese presente de lucha y asimismo, en la creencia de su legitimidad ética y la
confianza en la victoria definitiva de la misma. La novela de Castellanos Moya se incardina en el
terriotorio histórico y literario del desencanto que define tanto un clima social en Centroamérica
como a la corriente literaria de posguerra. En tanto que Cabezas literaturiza su testimonio en
función de la épica revolucionaria ( su texto puede considerarse como un bildungsroman o novela
de aprendizaje dado que narra su conversión física y espiritual de un dirigente estudiantil a un
guerrillero sandinista en el contexto del aprendizaje en la montaña guiado por el paradigma
guevariano del hombre nuevo; Castellanos Moya ficcionaliza un testimonio, dado que su novela se
construye a partir de la narración en primera persona del sargento Robocop, exmiembro de un
batallón de élite especializado en operaciones de contrainsurgencia en tiempos de la guerra civil
salvadoreña. En el primer texto, la identidad del protagonista no es una entidad definida; es una
estructura que las visicitudes y la violencia van ahormando; de este modo, la identidad del narrador
constituye una estructura histórica identificada con las penalidades y el proceso puntual al que se
adhiere con fervor. Para Robocop la identidad supone un conflicto. Sus actividades delictivas
necesitan para ser eficaces el divorcio entre ser y parecer. En tanto que el narrador de Cabezas
asume plenamente su tiempo historico; Robocop desarrolla un escepticismo que se constata en sus
operaciones delictuales. De este modo se produce una disrrupción, un hiato, entre la circunstancia
histórica: posguerra y acuerdo de paz y la continuidad de la violencia como medio de vida ante lo
que vive como un tración de los políticos. Ambos personajes son marginales: el guerrillero Cabezas
asume su marginalidad como modus operandi obligado para derrocar una dictadura que somete al
país a un anacronismo inmovilista. El militar vive en la marginalidad del delincuente. Frente al
idealismo del primero, cultiva un pragmatismo extremo para el que las personas se convierten de
manera inequívoca en medios para un fin: el dinero. Dado que asume tácitamente pertenecer a una
coyuntura gatopardista, en tanto que el primero se asume como un engranaje más en una historia
que se piensa en terminos ascensionales de progreso político-social. En este aspecto, los espacios
rural-urbano) para el narrador de Cabezas suponen los escenarios para plasmar la adhesión de su
conciencia que asume el precio a pagar su propia vida por la revolución. Vive inmerso en la
futuridad esperanzada que legitima su sacrificio extremo. Forma parte de una tradición histórica de
liberación americana: Sandino-El Che y los guerrilleros del Frente Sandinista de Liberación
Nacional. Contrariamente, Robocop es apenas un individuo; un continuo superviviente que como en
las novelas picarescas define sus vínculos a partir de su conveniencia. El espacio público y el
privado no implican modificación en el modo como encara sus relaciones. En este sentido, su
pragmatismo y su desconfianza son los parámetros que le permiten matenerse vivo. En
contraposición con Cabezas, no existe futuridad ni esperanza; vive en un presente absoluto, es decir,
sus movimientos están determinados en todo caso por las imposiciones de circunstancias
inmediataz. El narrador de Cabezas ejerce la violencia contra él mismo. Su cuerpo sufre las
inclemencias de la vida a la intemperie, una alimentación frugal, marchas y contramarchas al alba
en la montaña: practica y cree en el ascetismo guerrillero de raigambre guevariana como motor del
cambio histórico. Robocop ejerce la violencia contra otros. A partir de dos vías: en primer lugar,
como prolongación de la violencia política y la guerra, en segundo lugar, como recurso criminal que
se ceba sobre indefensos: (ancianos, mujeres). Su violencia está despojada de crueldad; más bien
obecede al pragmatismo amoral que gobierna la sociedad salvadoreña de posguerra. De este modo,
el crimen se convierte en una manera de evacuar una necesidad urgente. Ambos son subordinados.
El guerrillero respeta a un instructor demasiado severo que lo trasmuta en su exigencia radical en un
combatiente eficaz; el militar tolera pero desobedece al coronel Linares; la autoridad para él es una
ljerarquía que de un momento a otro puede vulnerarse; de hecho se convertirá en su enemigo
principal. Porque en la trama que sostiene a los personajes, Robocop se constituye como el motor de
una serie de traiciones que responden a otras anteriores. El guerrillero es un creyente: cree en el
vínculo que une al maestro y al aprendiz; así como también cultiva una confraternidad de lealtad
inquebranteble con sus compañeros. Mientras el militar vive en una época de relativismo y de
amoralidad; la revolución que propugna Cabezas impone un rígido código de conducta moral,
imposible de quebrantamiento. El sexo para el narrador de Cabezas es episódico, no así la urgencia
sexual aludida en muchas de sus páginas; el cultivo del celibato lo emparenta la construcción
textual del guerrillero con una figura sacerdotal. Robocop es un pornógrafo: asiduo al prostibulo
“La Piragua” y establece relación con una prostituta -Vilma- a la que luego abandona, va a un cine
en el que proyectan películas eróticas, se acuesta con la esposa de un pariente a la que también
abandona. Sus efusiones no están acompañadas de un énfasis narrativo particular; más bien incurre
en ellas como resultado de un inconciente taedium vitae o como respuesta a una primaria urgencia
de su ser. La teleología de la misión de Cabezas se completa con el derrocamiento de Somoza; el
final en la novela de Castellanos Moya es abierto. La historia en “La montaña..” es
fundamentalmente teleológica, ya que tiende a la realización de una finalidad que en todo caso es
colectiva; en tanto que para Robocop no se establece la contundencia de un final; o más bien, el
final se produce como la ausencia de narración pero no como el establecimiento nítido de un
contenido que opere la conclusión de la historia. Todo sugiere que cambiará de bando, pero esta
tesis es más bien una hipótesis del lector quien conociendo la idiosincracia de Robocop preferirá
pensar en que se mantendrá en el bando que su conveniencia personal señale como el más
apropiado. El narrador de Cabezas opera como los narradores omniscientes del realismo
decimonónico; necesita articular un perspectivismo sobre los hechos que relata para elaborar una
contextualización que los explique desde los parámetros de su ideología. Esto es, necesita dotarlos
de significado ideológico, interpretarlos a partir de la incorporación o el rechazo a los ideologemas
desde los cuales vive y particularmente, desde los cuales elabora su relato. La narración de Robocop
presenta los hechos en bruto. La continuidad narrativa es fluente y no se interrumpe con ningun
enunciado judicativo y cuando estos se producen, son en general producidos por los otros
personajes, por ejemplo Bruno. El narrador no los evalúa sino que los recoge y los transforma en un
discurso referido. Por lo que, excepto en el caso de sus vinculaciones con las mujeres de la novela
sobre las que expresa su opinión basada en tópicos patriarcales, la intelección del militar sobre los
acontecimientos constituye en sí misma un discurso de un tercero. Por lo que en el aspecto de su
reflexión es un ser abúlico, pasivo, esto es, un simple mecanismo como también en referencia a lo
ético. Mecanismo al que inequívocamente alude su denominación o nombre de guerra que sus
compañeros le otorgaron por su conducta y aspecto en la guerra. Quizá la contraposición que pueda
dar cuenta más eficazmente de la dialéctica que contrapone a estos dos personajes sea la antinomia
de héroe y antihéroe. En este sentido, la narración de Cabezas se articula desde la convicción íntima
de estar inmerso en un proceso trascendental que tiene mucho de heroico; el personaje de Robocop
se mueve en un contexto más banal en donde los ideales no dejan de ser un galimatías abstracto
porque lo que importa es asegurar la subsistencia en un contexto hostil o que no es comprendido por
el militar. La atmósfera de la posguerra salvadoreña esta bien focalizada en la novela dado que lo
único que mueve a los personajes es el desarrollo de una actividad que les otorge emolumentos
como contraprestación no a su trabajo dado que las actividades de los protagonistas se realizan al
margen de lo establecido. De modo que no existe contraprestación comercial sino más bien la
conversión de personas en objetos que satisfacen las mas primarias necesidades. Ejemplo de este
vínculo es el de Linares con Robocop, dado que este último se convierte en asesino a sueldo del
primero y la relación de Robocop con la prostituta Vilma se organiza bajo los mismos derroteros.
En efecto, la naturaleza de estos vínculos que plantea la novela deshumaniza a los contrayentes:
tanto al dominador, perceptor del beneficio final como a quien lo sirve.Así los personajes no
manifiestan voluntad, constituyen meros fantoches, cuyos diversos posicionamientos son
consecuencia de las diversas circunstancias que finalmente los determinan. En contraposición, la
épica de Cabezas construye en el texto una voluntad histórica de vencer los condicionamientos que
suponen la continuidad de la dictadura somicista; esto es, existe una profunda convicción en que
una colectividad puede pagando su precio superar los límites de sometimiento a los que ha estado
aferrada a lo largo de su historia; Robocop y los otros personajes, son personajes posmodernos en
el aspecto de que ya no son permeables a ninguna épica ni tampoco a ninguna historia que
reconstruir. Son naufragos, individuos solitarios para los que sólo existe la historia mínima de su
propia historia, dado que los lazos de comunidad han sido cortados; el único proyecto posible es
esencialmente individual dictado por la apetencia puntual de encontrar un lugar en el no lugar que
es la sociedad antisocial a la que pese a todo pertenecen.
En definitiva, lo que ambos textos manifiestan es su profunda imbricación en términos de
explicación recíproca: ambos explican y se explican por la especificidad histórica que motivó su
enunciación pero asimismo cada uno se establece de manera intertextual como la contrapartida
negativa del otro. Ambos en su relación dialéctica constituyen partes de la historia de la literatura
centroamericana. Ejemplifican los conceptos y las funciones de la literatura específicas de la
modernidad y de la posmodernidad. Pese a su antagonismo que atañe a procedimientos, temas y
funciones a nuestro juicio ambos representan el papel revulsivo y crítico de sus sociedades que es
raigal en la condición misma del texto literario, esto es, la construcción de un enunciado ficción que
impugna las categorías epistémicas o axiológicas que el dogma social da por instituidas e
inexpugnalbles; en esto tanto el texto de Cabezas como el de Castellanos Moya testimonian el lugar
preferente que ambos ocupan en el cánon literario centroamericano.

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