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Estudio Inductivo sobre Isaías 6

En la primera parte del capítulo 6, Isaías narra acerca de su llamado por el Señor para ser profeta. Ve al
Señor y siente mucha pena a causa de sus propios pecados y los de su pueblo. También ve serafines y
describe con símbolos los poderes que poseen esos seres. Isaías es llamado para servir “hasta que las
ciudades estén asoladas, y sin morador, ni hombre en las casas, y la tierra sea tornada en desierto; hasta
que Jehová hubiere echado lejos los hombres”. Se le informa que la gente rechazaría sus enseñanzas y
las del Salvador, y se le dan instrucciones de como presentar su mensaje. Finalmente, el Señor dice a
Isaías que aunque Israel sería esparcido, la décima parte regresaría.

Nefi presenta este capítulo por completo con variaciones menores. Diferencias en la redacción en la
versión del Libro de Mormón se muestran con letra cursiva cuando se citan; particularmente, se usa el
tiempo pasado en el versículo 9. Compárese 2 Nefi 16.

En el versículo 1, Isaías relata cómo recibió su llamado para profetizar: “El año en que murió el rey
Uzías”, en 740 aC.[1] Isaías dice que, en una visión, “vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y
exaltado, y las faldas de su manto llenaban el templo”.

En el versículo 2 Isaías dice: “Encima de él [el trono del Señor, del versículo 1] había serafines”. En el
hebreo seraphim significa “seres fulgurosos”.[2] Isaías usó esta palabra en lugar de “ángeles”, que
significa “mensajeros”, porque su función era adorar al Señor, mas bien que la de dar un mensaje.[3] Los
serafines, tal como los ángeles, son seres glorificados. Isaías continúa, describiendo estos seres: “cada
uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, y con dos cubrían sus pies y con dos volaban”. En el
hebreo la palabra “velas” es la misma que “alas”, que resulta en este significado interpretado: “Cada
uno tenía seis velas; con dos ocultó su presencia, y con dos ocultó su posición, y con dos volaba”. Las
alas, o velas, entonces, no son literales; son símbolos que representan poderes que poseían los
serafines.[4] Eran tal como los ángeles, con la excepción de no funcionar como mensajeros, poseyendo
la misma apariencia y poderes.[5] José Smith contestó preguntas acerca de Apocalipsis 4:6 y de una
descripción en esa escritura de bestias vistas por Juan el Revelador. Estas bestias también poseían seis
alas tal como los serafines; José dijo que sus alas “representan el poder para moverse, para obrar,
etc.”[6]

En el versículo 3 Isaías anotó palabras dichas o cantadas por uno de los serafines: “Y el uno al otro daba
voces, diciendo: ¡Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!”.
La palabra hebrea de la cual se tradujo “llena” significa “el contenido entero”.[7] Por lo tanto, se
entiende que el propósito del Señor es que la tierra entera sea llena de Su gloria. Esto nos da más
entendimiento acerca de la función de la tierra en el plan eterno del Señor. Compárese las palabras del
Señor a Moisés: “Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida
eterna del hombre”.[8] Tres repeticiones de “santo” dichas por el serafín son para dar un triple énfasis—
el idioma hebreo usa repeticiones en lugar de superlativos.
En la dedicación del Templo de Kirtland, José Smith hace referencia al canto de seres celestiales que
rodean el trono de Dios: “Ayúdanos por el poder de tu Espíritu para que podamos unir nuestras voces a
las de los fulgurosos y resplandecientes serafines que rodean tu trono, con aclamaciones de alabanza,
cantando: ¡Hosanna a Dios y al Cordero!”[9]

El versículo 4 continúa el relato: “Y los umbrales de las puertas se estremecieron con la voz del que
clamaba, y la casa se llenó de humo”. El sonido de la voz del Señor causó que todo se estremeciera.

En el versículo 5 Isaías siente mucha pena al estar en la presencia del Señor a causa de sus propios
pecados y los de su pueblo: “Entonces dije: ¡Ay de mí que muerto soy!, porque siendo hombre inmundo
de labios y habitando en medio de un pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, a
Jehová de los ejércitos”. No solamente se siente indigno sino también muerto espiritualmente—con
necesidad de arrepentirse—como para tener confianza en la presencia del Señor.[10] Como un “hombre
inmundo de labios” que vivía “en medio de un pueblo que tiene labios inmundos”, su pecado de hablar
inapropriadamente tuvo que ser purgado a fin de que llevase la palabra del Señor.[11]

Sus penas son notadas debidamente por los serafines. El versículo 6 comienza: “Entonces voló hacia mí
uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas”.

El versículo 7 continúa: “Y tocó con él sobre mi boca y dijo: He aquí que esto ha tocado tus labios, y tu
iniquidad es quitada y borrado tu pecado”. Este acto hecho por el serafín proporcionó a Isaías un
símbolo del poder de la purificación de la expiación.

En el versículo 8, después de que el asunto de la pureza personal fue resuelto, el Señor está listo para
hablar con Isaías. Isaías dice: “Después oí la voz del Señor, diciendo: ¿A quién enviaré y quién irá por
nosotros? Entonces dije: Heme aquí, envíame a mí”. Al responder a la llamada del Señor, Isaías utiliza las
mismas palabras que el Señor utilizó cuando aceptó Su llamado para ser el Salvador del mundo.[12] En
la actualidad, debemos de tener mayor participación en la obra de traer almas a Cristo. Debemos dar un
paso al frente y decir, “Heme aquí, envíame a mí”.[13]

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