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Judicial?
Referirnos a este Poder del Estado implica ser conscientes del poco transparente y temible
procedimiento tradicional al que estamos expuestos, implica lamentar la existencia de jueces
que carecen de la ética básica y necesaria para desempeñar adecuadamente sus funciones;
asimismo, conlleva a objetar acerca del pobre e inadecuado sistema de gobierno, que impide
llevar adelante ciertas reformas fundamentales para el fortalecimiento del sistema de
administración de justicia.
Estos puntos, agregados a temas de corrupción interna y externa, falta de modernidad, entre
otros, sitúan al Poder Judicial como una de las instituciones del estado con mayor descrédito.
Los ciudadanos no están prestos a confiar, se muestran altamente disconformes, hablamos de
un “miedo frente a los que administran justicia pero también frente a los otros”, lo que resulta
profundamente contradictorio e increíble, toda vez que la administración de la justicia ha
consistido –durante mucho tiempo- en determinar y defender los derechos del individuo. Por
justa razón el Artículo 138 de la Constitución Política del Perú señala que “La potestad de
Administrar Justicia emana del pueblo y se ejerce por el Poder Judicial a través de sus órganos
jerárquicos con arreglo a la Constitución y a las leyes. (…)”.
Una respuesta más adecuada, otorgaría -sin duda- más garantías y brindaría más transparencia
frente a las exigencias de los ciudadanos. Como principal ejemplo de lo que NO se debería hacer
tenemos a las motivaciones –que bien parecen tesis- presentes en la gran mayoría de sentencias
judiciales en el Perú, su análisis extenso y vacío en cuánto al fondo del asunto, desvirtúa la
esencia del Poder Judicial y la justicia, como medio para alcanzar la satisfacción de los
ciudadanos a través de medios que le sean fáciles de comprender.
Es necesario que, para mejorar la administración judicial, el acceso a la justicia y otros elementos
de la “oferta” de justicia, estos sean complementados con los esfuerzos por establecer consenso
y mecanismos de participación ciudadana para generar una “demanda” publica por reformas
judiciales y un apoyo público para las iniciativas específicas asumidas por los políticos y grupos
de interés comprometidos con sus resultados. Si no es así, ¿qué sentido tiene una reforma que
no representa a la ciudadanía en el ámbito del Derecho y la justicia? Ningún sentido.
Promover una democracia de calidad en la que los derechos de los ciudadanos estén
garantizados por tribunales verdaderamente independientes y que los recursos disponibles sean
gestionados con equidad y transparencia no resulta tan descabellado como algunos piensan, es
cuestión de cambiar a una verdadera cultura judicial.
Habrá que discutir mucho las iniciativas presentadas y ser creativos en la búsqueda de
soluciones. Los debates y esfuerzos organizativos están –al igual que la esperanza de millones
de personas- en marcha.