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ÍNDICE

Silva C. Mallo
INTRODUCCIÓN , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , 7
Mónica Ghirardi, Sonia Colantonio, Dora Celton
DE AZABACHE Y ÁMBAR: TRAS LAS HUELLAS
DE LOS ESCLAVOS DE CÓRDOBA
AL DESPUNTAR LA REVOLUCIÓN , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , 15
Liliana Crespi
NI ESCLAVO NI LIBRE. EL STATUS DEL LIBERTO
EN EL RÍO DE LA PLATA DESDE EL PERÍODO
INDIANO AL REPUBLICANO , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , 39
Marta Beatriz Goldberg
AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS
PARA DEFENDER A SUS AMOS , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , 63
Silvia C. Mallo
LIBERTAD Y ESCLAVITUD EN EL RIO DE LA PLATA:
ENTRE EL DISCURSO Y LA REALIDAD , , , , , , , , , , , , , , , , 89
Beatriz Bragoni
ESCLAVOS INSURRECTOS
EN TIEMPOS DE REVOLUCIÓN (CUYO 1812) , , , , , , , , , , 113
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Sara E. Mata
NEGROS Y ESCLAVOS EN LA GUERRA
POR LA INDEPENDENCIA. SALTA 1810-1821 , , , , , , , , , , , 131
Ignacio Telesca
SOCIEDAD Y AFRODESCENDIENTES EN EL
PROCESO DE INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY , , , , , , 149
Ana Frega
“LA PATRIA ME HIZO LIBRE”. APROXIMACIÓN
A LA CONDICIÓN DE LOS ESCLAVOS
DURANTE LAS GUERRAS DE INDEPENDENCIA
EN LA BANDA ORIENTAL , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , 169
Eduardo R. Palermo
LOS AFRO-FRONTERIZOS DEL NORTE URUGUAYO EN
LA FORMACIÓN DEL ESTADO ORIENTAL – 1810-1835 , , 187
Alex Borucki, Karla Chagas y Natalia Stalla
ABOLICIÓN Y ESCLAVITUD EN EL ESTADO
ORIENTAL DEL URUGUAY, 1830-1860 , , , , , , , , , , , , , , , , , , 211
Osvaldo Otero,
DE AMORES, MAGRO RANCHO Y CON HARAPOS.
VIDA EN LOS EJÉRCITOS EN TIEMPOS DE LA
LUCHA POR LA INDEPENDENCIA , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , 229
Miguel A. Rosal
LAS ASOCIACIONES AFRICANAS PORTEÑAS
Y LAS FORMAS DE LA RELIGIOSIDAD DURANTE
EL SIGLO XIX , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , 251
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INTRODUCCIÓN

El Bicentenario nos convoca para reflexionar sobre temas que, ya


desarrollados en trabajos anteriores o producto de nuevas reflexiones,
vuelven en estos tiempos a colocarnos frente a renovados debates, a pre-
guntas ya parcialmente respondidas o a señalar cuestiones aún por inda-
gar. Con ese espíritu los coordinadores de este tomo invitamos a autores
dedicados a estudiar desde diferentes perspectivas a uno de los segmentos
componentes de la sociedad colonial: los afrodescendientes. Este sector
experimentó entonces los cambios que son propios del siglo XVIII y
aquellos que corresponden a los vaivenes locales del proceso indepen-
diente en el territorio del entonces reciente virreinato del Río de la Plata.
No ignoramos la carga despectiva que tiene para este sector de la
población las formas propias del período estudiado en las que los deno-
minan los documentos: negro, mulato, pardo, moreno. Como historiado-
res adoptamos estos vocablos en el título y asimismo en muchos de los
trabajos que se publican en este tomo porque son producto del discurso
de la época en los documentos existentes en los archivos y porque son pa-
labras que ponen un fuerte acento en las formas de discriminación arrai-
gadas en la sociedad de entonces y de la actualidad.
El orden - establecido como ideal supremo de las monarquías - las
había conducido a la ostentación y al ejercicio rígido del poder a través
del castigo ejemplar que evidenciaba el control diferenciado de los grupos

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SILVIA C. MALLO

integrantes del cuerpo social. El siglo XVIII impuso al mundo occidental


europeo estamental y corporativo nuevas ideas y aspiraciones que condu-
jeron entonces al reordenamiento de las relaciones del monarca y la Igle-
sia en un extendido proceso de secularización. Los cambios se sucedie-
ron, en la concepción de la ley y la justicia, las formas de legitimación del
poder, el endurecimiento de la represión, el reconocimiento de la autori-
dad y, por consiguiente, las relaciones con los súbditos. Se señaló como
culpable de la disfunción del cuerpo social a una plebe turbulenta y resis-
tente a los cambios, dando origen al desorden.1
En la mirada actual de la historiografía “desde abajo”, apareció en
el continente europeo este sector heterogéneo desde fines del siglo XVII,
agitado, generalmente inculto, movilizado en nuevas formas de protesta
y de acción, creciendo numéricamente. El mundo atlántico conectaba
desde la expansión y en el período que aquí tratamos al comenzar el de-
sarrollo capitalista, al centro con las más lejanas periferias y profundiza-
ba en el intercambio de culturas y etnias no sólo la diversidad sino tam-
bién el desaliento colectivo que conduce a la acción, a la protesta y a la
movilización. Europa, África y América eran los protagonistas de este
mundo atlántico. Desde dichos continentes los integrantes de la plebe
también partían a experimentar en forma directa los cambios que impo-
nía la circulación de hombres y de mercaderías que llegaban a Asia y al
descubrimiento de nuevos territorios, nuevas alianzas, nuevos productos,
nuevas formas de gobierno.2 El sistema esclavista articulaba sin duda las
relaciones en el Atlántico y la realidad americana que perviviera hasta la
abolición ya avanzado el siglo XIX.
El carácter “desordenado” del cuerpo social se extendía así por es-
pacios cada vez más amplios y los sectores bajos eran desestimados en
conceptos discriminatorios que se extienden en el tiempo por la falta de
educación, la insolencia, el vicio, la resistencia al trabajo y el vagabunda-
je que exigían la represión. En América Hispánica, la sociedad estaba ade-
más caracterizada por una composición étnica heterogénea, producto de
la dominación sobre las poblaciones originarias y la diversidad de la in-
migración voluntaria y forzosa. Las proporciones de cada grupo étnico y
de sus intercambios biológicos y culturales, otorgan particularidad a ca-
da una de las sociedades que se configuran en cada espacio americano.
El crecimiento explosivo de la población de estas sociedades mul-
tiétnicas, el desarrollo de políticas de dominación y de la consiguiente
discriminación y exclusión generó en nuestro continente a lo largo de to-

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INTRODUCCIÓN

do el período colonial formas de adaptación y de resistencia que se hicie-


ron en el siglo XVIII más virulentas. La población que no accedía al po-
der, sí accedía a la negociación y, fundamentalmente, accedía a los espa-
cios públicos urbanos en los que la presión política y la respuesta colec-
tiva podían palparse. La inquietud colectiva ante los procesos de cambio
generados en el gobierno, los experimentados por el crecimiento econó-
mico y por la complejización social representada por la extensión de las
castas, se extendía aquí a todos los sectores de la sociedad incluyendo a
los americanos blancos: vecinos propietarios que ejercían el poder de di-
ferentes formas o integrantes de otros sectores de la sociedad americana
incluyendo los subalternos.3
La violencia interpersonal e interétnica agravada por el proceso
paulatino de pérdida de autoridad se complementaba con la militariza-
ción creciente de la población vinculada a la fortificación de la frontera y
a las disputas con el Imperio portugués constituyendo uno de los rasgos
distintivos de estas sociedades rioplatenses. La participación de todos los
pobladores de cada uno de los centros urbanos del territorio se afianzó a
lo largo del siglo y la individuación y la politización creciente se hicieron
presentes. Escenario privilegiado como espacio de particular interés para
la Corona que lo elevó en la consideración de las políticas borbónicas al
de la mayor experimentación de sus reformas, se vio además conmovido
por las sublevaciones en el área andina, los rumores de la rebelión de los
esclavos de Haití y la expulsión de los Jesuitas o los enfrentamientos ge-
neradores de facciones y enfrentamientos en todos los ámbitos locales del
gobierno y de la Iglesia a los que no eran ajenos.
La participación, la experiencia, la acción eran ya parte del comien-
zo de una “cultura política” de estos pobladores de los confines del Impe-
rio. La “profundización de esta conciencia política” se originaba en la pro-
pia experiencia, en los rumores en las calles, en las pulperías, en las noticias
que llegaban en los barcos con puerto ya habilitado y las de los trascendi-
dos de los periódicos o de las lecturas.4 El discurso político y la moviliza-
ción generada por las levas forzosas estuvieron directamente conectados
con los afro descendientes que habitaban en proporciones diferentes estos
territorios y que fueron indudablemente parte del proceso independiente.
¿Hasta donde llegaban las noticias y las diferentes opiniones? No
llegaban a los muchos analfabetos que carecían de una educación formal,
a esa mayoría que no sabía leer ni escribir. Necesitaban interiorizarse a
través de “tutores o portavoces”. ¿No se planteaban con que rumores e

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SILVIA C. MALLO

ideas escuchadas eran afines? ¿A que tutor le serían leales? ¿Estaban real-
mente “dispuestos a todos los virajes […] pero siempre manipulados”?5
Si nos planteamos estas preguntas para el conjunto de las poblaciones de-
finidas como sociedades incultas y bárbaras americanas ¿Qué espacio de
experiencia y de definición les queda a los esclavos y afro descendientes
libres en general que disfrutaban de los espacios de mayor exclusión so-
cial hasta el punto de no ser sujetos de derecho? ¿Cuándo y como se sen-
tían parte? ¿Cuáles eran sus esperanzas y expectativas de futuro? ¿Cómo
se integraban al proceso y que reconocimiento obtendrían de su partici-
pación? ¿Cómo vivieron sus amos y la sociedad toda su participación y
el proceso de liberación de los esclavos? ¿Como se conjugaron la etnici-
dad y la política, la libertad del pueblo todo y la particular de los escla-
vos? ¿Qué cambios se produjeron en el reordenamiento de la sociedad?
Estas y muchas preguntas más surgen del conjunto de los trabajos
de especialistas en el tema que aquí presentamos y que ponen en eviden-
cia y representan la realidad social vivida por los afrodescendientes vin-
culada al proceso independiente en distintos rincones del Virreinato.
Liliana Crespi nos recuerda muy claramente la normativa que rige
la vida de los esclavos, los cambios producidos en la legislación durante el
período colonial y fundamentalmente las disposiciones adoptadas por los
primeros gobiernos independientes respecto al Régimen de libertad de
vientres, el de Patronato de los libertos y otras disposiciones adoptadas
respecto a los esclavos provenientes del Corso y de las zonas limítrofes.
Marta Goldberg analiza la situación de lo que denomina los afro-
soldados y se hace preguntas centrales y sugerentes respecto a su suerte
que quedan señaladas ya en el título de su trabajo. Después de estudiar
minuciosamente las distintas formas de ingreso de los esclavos a los bata-
llones y los regimientos de pardos y morenos, su desempeño e importan-
cia de su participación, nos recuerda las posiciones extremas de los jefes
del ejército en lo que a ellos se refiere.
Por mi parte considero las diferentes posiciones expresadas en los
papeles judiciales por parte de los integrantes del nuevo gobierno, los
amos y los defensores de los mismos esclavos, en torno a la idea y con-
cepto de libertad en su relación con la esclavitud. Indago asimismo en las
experiencias vividas por los esclavos como integrantes del ejército patrio
en las que se evidencia la frustración de sus expectativas.
Mónica Ghirardi, Sonia Colantonio y Dora Celton incursionan en
las dimensiones demográficas de la población afrodescendiente y mulata

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INTRODUCCIÓN

residente en Córdoba en tiempos de la revolución y nos recuerdan tanto


la pervivencia de la desigualdad, económica y política como la exclusión
social sufrida por los afrodescendientes una vez transcurridos los prime-
ros tiempos confusos del autogobierno.
Beatriz Bragoni realiza un exhaustivo análisis de la historiografía
sobre el tema y aborda su trabajo desde la perspectiva de las sensibilida-
des y prácticas sociales y los circuitos de sociabilidad urbana. Demuestra
a través de una rebelión de esclavos en Cuyo, espacio del ejército sanmar-
tiniano, con raíces regionales que evidencian la circulación de rumores
entre Buenos Aires, Cuyo y Santiago de Chile, la “cosmovisión política
de los esclavos que los induce a la movilización.
En el extremo norte salteño escenario durante diez años de la gue-
rra el conjunto de la población y entre ellos los esclavos y afromestizos y
los libertos fueron militarizados. Sara Mata observa en que medida la di-
námica impuesta por la guerra librada en territorio salto-jujeño frente al
ejército realista poniendo el acento en su contribución a la construcción
de una identidad política en sujetos generalmente considerados pasivos o
movilizados por razones de interés particular.
El proceso independiente paraguayo es analizado por Ignacio Te-
lesca que describe más continuidades que cambios. Los esclavos y libres
son estudiados en su peso demográfico, la vida cotidiana, su participación
en las milicias y su integración a la sociedad. Señala además la confusión
étnica usual entre indígenas y afrodescendientes en los documentos aun-
que se mantienen las diferencias visibles en las prácticas matrimoniales.
Considera que las políticas del gobierno del Dr. Francia demuestran con-
tinuidad con el Antiguo Régimen por ejemplo en la formación de pueblos
antemurales de frontera habitados por afrodescendientes o indígenas.
En la Banda Oriental Ana Frega indaga acerca de la apropiación
del discurso revolucionario por parte de los esclavos y las alternativas de
su emancipación. Muestra el conflicto social generado por la guerra, la
huida y deserción, y como contrapartida las promesas incumplidas de li-
bertad de vientres y las posibilidades de negociación personal. Señala las
políticas contradictorias utilizadas por Artigas y los ejércitos brasileños
que bajo el mando de Lecor ocuparon el territorio, según el momento po-
lítico y las estrategias utilizadas por los esclavos en cada caso.
Eduardo Palermo aborda en el mismo territorio la singularidad de
la región en la zona de frontera con Brasil hasta 1835. Es un área rural ga-
nadera de la banda norte de Uruguay al norte del Río Negro de escasa

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SILVIA C. MALLO

población, mano de obra esclavizada y marcada influencia lusitana linde-


ra al territorio brasileño de Río Grande do Sul que demandaban la pro-
ducción del área para sus saladeros. La retención de los esclavos por par-
te de los propietarios lusitanos en su mayoría y la huida hacia las zonas
liberadas fue constante. Se analiza el impacto de la política de Montevi-
deo, el accionar de Artigas y el correspondiente a las dos ocupaciones
brasileñas.
Alex Borucki, Karla Chagas y Natalia Stalla señalan la importancia
del cambio de perspectiva que adoptan observando en el proceso inde-
pendiente los mismos conflictos vividos por los afrodescendientes y su
contexto para resaltar un arduo camino hacia la abolición de la esclavitud
en Uruguay hasta 1853. Observan en la totalidad del territorio la conti-
nuidad del tráfico de esclavos, el mantenimiento de las formas de trabajo
asociadas a la esclavitud, su distribución territorial, las formas de asocia-
ción y especialmente el lento y conflictivo proceso de abolición de la es-
clavitud en el contexto de las guerras, las estrategias de los amos y las re-
novadas disposiciones para el control de la mano de obra.
Osvaldo Oteo encara el estudio de la vida material en los cuarteles,
su distribución, las condiciones de vestuario y uniformes, rancho, dieta
calórica y condiciones y utensilios de apresamiento de los desertores di-
ferenciando a los oficiales y a la tropa. Indaga asimismo en aspectos de la
vida de los esclavos y de otros integrantes del ejército vinculados a la sen-
sibilidad y derivados de la forzada convivencia, las relaciones de solidari-
dad y amistad, de amores, formas de descanso y distensión y la relación
de los soldados con los burdeles.
Miguel Ángel Rosal indaga sobre la temática de las diversas mani-
festaciones de la religiosidad de la comunidad afro de Buenos Aires entre
1750 y 1860. Analiza las demostraciones religiosas en el seno de las Aso-
ciaciones Africanas que ilustran sobre diferentes formas de la religiosidad
popular, utilizando, entre otras fuentes, los testamentos de morenos y
pardos registrados en los Protocolos Notariales, conservados en el Archi-
vo General de la Nación.

Silvia C. Mallo
Buenos Aires, marzo de 2010

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INTRODUCCIÓN

Notas

1. Thomas CALVO, “Soberano, plebe y cadalso: Bajo una misma ley en Nueva España” en,
Pilar GONZALBO AIZPURU, Historia de la Vida cotidiana en México El siglo XVIII en Mé-
xico: entre la tradición y el cambio. México, Fondo de Cultura Económica, 2005, tomo III,
pp287-322
2. Peter LINEBAUGH y Marcus REDIKER: La Hidra de la revolución: Marineros, esclavos y
campesinos en la Historia oculta del Atlántico. Barcelona, Crítica, 2000
3. David A. BRADING, Orbe indiano: De la monarquía católica a la república criolla 1492-
1867. México, Fondo de Cultura Económica, 1991. Francois-Xavier, GUERRA, Moderni-
dad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. Fondo de Cultura Econó-
mica, México D.F. 1993. Antonio ANNINO; Luis CASTRO LEIVA; Francois-Xavier GUERRA,
De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica Ibercaja, Zaragoza, 1994
4. Roger CHARTIER, Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Barcelona,
Gedisa [1991] 1995
5. Ibidem, p 41

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DE AZABACHE Y ÁMBAR
TRAS LAS HUELLAS DE LOS ESCLAVOS DE
CÓRDOBA AL DESPUNTAR LA REVOLUCIÓN

MÓNICA GHIRARDI
SONIA COLANTONIO
DORA CELTON

La dimensión trágica de la existencia del esclavo resulta innegable


en toda sociedad. Aunque el trabajo desarrollado por los esclavos podía
tener una magnitud diferente en sistemas productivos coloniales que no
eran de plantación o explotación metalífera, ha sido una constante, como
sostiene Tardieu, que su vida no les perteneciera, independientemente de
ciertas expresiones cariñosas que puedan surgir de algunas cartas de ma-
numisión y testamentos.1
Afirma Héctor Pérez Brignoli que toda temática anclada en el pa-
sado debe tener un referente justificativo en el presente.2 Si los hay, el te-
ma de la esclavitud constituye un ejemplo paradigmático en ese sentido
ya que nuestras sociedades republicanas y democráticas contemporáneas,
a pesar de los avances que suponen en varios sentidos, no han logrado ex-
tirpar una de las peores lacras de la humanidad como es la trata de perso-
nas (reclutamiento, transporte, acogida y retención con fines de explota-
ción). Miles de niños, adolescentes, mujeres y hombres en la actualidad,
bajo engaño, violencia o coacción son obligados a prestar servicios sexua-
les, a trabajar en condiciones infrahumanas, sujetos a la mendicidad y
muchas veces hasta víctimas de extracción de órganos.3 Su situación no
dista demasiado de las atroces condiciones en las cuales durante siglos los
africanos fueron cazados, desnaturalizados, arrancados de su entorno co-
nocido, apartados de sus parientes y cultura, transportados a otros conti-
nentes y vendidos en mercados como animales para iniciar una vida de

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MÓNICA GHIRARDI - SONIA COLANTONIO - DORA CELTON

servidumbre en mejores o peores condiciones según su suerte, transmi-


tiendo “casi biológicamente” su situación a sus descendientes.
Por cierto, resulta casi un lugar común destacar que las ganancias
producidas por el comercio humano fueron siempre muy significativas y
que se trata de una práctica milenaria conocida desde la Antigüedad. Así,
las sociedades de la Edad Moderna aceptaron con total naturalidad la idea
de la esclavitud e inclusive algunos defensores de la situación del indíge-
na americano no se oponían en cambio a la trata de esclavos. El resultado
fue que, según se ha sostenido, alrededor de 12.000.000 de africanos fue-
ran desembarcados en Latinoamérica.
Jean Pierre Tardieu afirma que las sociedades iberoamericanas co-
loniales se basaban básicamente en dos pilares: la sumisión de la masa in-
dígena (pese a que jurídicamente los indios eran libres) y la esclavitud del
elemento de sangre africana, configuración que pervivió por décadas des-
pués de la Revolución de Mayo.4 En efecto, tan arraigada en las mentali-
dades parece haber estado la práctica de la esclavitud, que en los territo-
rios del Río de la Plata ni los precursores de los sucesos de Mayo ni los
ideólogos de la Revolución habrían planteado frontalmente el tema en sus
escritos. Por otra parte, hay que tener en cuenta la presión de vecinos de-
pendientes de economías cimentadas en la mano de obra esclava (como en
el caso de Brasil) lo cual hacía previsible que, cuando desde el Río de la
Plata se decidiera la libertad de los esclavos introducidos en su territorio,
se opusieran, haciendo fracasar tales iniciativas. Así las cosas, si en el as-
pecto político los sucesos de Mayo de 1810 marcaron un hito decisivo,
acompañado de medidas tendentes a promover la igualdad (abolición de
los títulos de nobleza, libertad de vientres, supresión del tributo indíge-
na, derogación de la encomienda, de los servicios personales) no queda
muy claro en cambio cuál era el horizonte de futuro social imaginado por
la elite en el Río de la Plata. Según Vicente Oieni, luego de un período
corto de identificación con el pasado indígena y búsqueda de integración
de los distintos sectores sociales, el concepto amplio de ciudadanía no se
sostuvo, siendo sustituido pronto por mecanismos correctores de exclu-
sión.5 Ello contribuye a explicar que algunos autores hayan calificado co-
mo “discordancia irreductible”6 a la que existió entre los principios jurí-
dico-políticos emanados de los ideales revolucionarios de Mayo y la rea-
lidad social empírica de la época. Dicha discordancia se confirma en la
continuidad del tráfico negrero durante décadas y, de forma paradigmá-
tica, en las campañas organizadas contra los naturales hasta fines del siglo

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DE AZABACHE Y ÁMBAR

XIX.7 Michiel Baud destaca la inauguración de un período confuso con


posterioridad a las guerras de independencia en Latinoamérica y la rela-
ción existente entre etnicidad y política en la cual la desigualdad étnica
fue la piedra angular de las repúblicas latinoamericanas en el siglo XIX.
Ello sucedió en el marco de un contraste evidente entre el discurso de
igualdad y la continuación, en la práctica, de las formas de desigualdad
económica, política y de exclusión social.
Según el mencionado autor, aún después de la abolición total de la
esclavitud (1853 en la actual Argentina), el debate acerca de las políticas a
seguir con la población afroamericana ex-esclava tuvo orientaciones de
control y represión más o menos evidente según los países, siendo rara
vez favorables a la inclusión. Es que, entre otras cosas y como muy bien
advierte Silvia Mallo, el preconcepto del delito asociado a la población
afroamericana atravesaba toda la sociedad generando una actitud de des-
precio basada en el prejuicio generalizado.8 Y a pesar de que, de hecho, el
multiculturalismo constituía una característica central de las nuevas repú-
blicas, la diversidad cultural fue interpretada más bien como un obstácu-
lo para el progreso de las repúblicas nacientes. A ello se sumaría la turbu-
lencia política - militar, con sus saldos de muerte y miseria que castigarían
con especial crueldad a los sectores sociales más desvalidos. Levas forzo-
sas y compulsivas, decretos sobre vagancia y exigencia de certificación de
conchabo arrastrarían a miles de pobladores a la guerra, a la defensa de la
frontera como castigo de los delitos, a la adscripción obligatoria como
mano de obra de las grandes estancias. La participación de los esclavos en
los ejércitos libertadores de Chile y del Perú, y posteriormente la guerra
contra el Brasil contribuyeron, junto al mestizaje, a una drástica disminu-
ción de la población negra pura en los territorios de la actual Argentina.
Por supuesto, Córdoba no fue ajena a dicho fenómeno.

Los esclavos de Córdoba

Rasgos poblacionales generales

En la época de las guerras por la emancipación Córdoba constituía


aún una sociedad predominantemente rural, tanto desde el punto de vis-
ta de la concentración de la población como del origen de su producción
(la provincia reunía según el censo de 1813 72.314 habitantes, de los cua-

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MÓNICA GHIRARDI - SONIA COLANTONIO - DORA CELTON

les el 75% vivía en la campaña mientras la ciudad concentraba sólo el


15% de la población).
En el total provincial la población esclava había disminuido del
13% que representaba en 1778 al 9.7% en 1813, llegando a ser ya insigni-
ficante su representación como grupo en 1840 (3%).9 Si bien en términos
absolutos había en el campo más individuos esclavos (4.280) que en la
ciudad (1751), en el radio urbano la población servil representaba valores
marcadamente superiores (20% de población esclava en 1813 en la ciudad
de Córdoba y 6.77% en la campaña).10 Comparativamente, en Perú a fi-
nes del siglo XVIII los esclavos constituían el 3,7% de la población del
virreinato, siendo mucho más abundantes en la costa, mientras en Lima
en los años de la independencia representaban el 15,8%, porcentaje que
pasó a 12,1% en 1839. En Paraguay el 36% eran “pardos” (incluidos mu-
latos y negros). En Montevideo el 16% de la población total era esclava
en 1778 y el 19% en 1803 (Tardieu, 2000). En Buenos Aires tardo-colo-
nial la población africana constituía casi un 30% por ciento del total se-
gún el padrón levantado en 1778 (Mallo y Goldberg, 2005), y según el
censo efectuado en 1815 para requisar esclavos destinados a servir a la pa-
tria se verifica un promedio de 1,8 esclavos por propietario (Bernard,
2000). En Catamarca los esclavos representaban entre un 40% y un 52%
de la población según los censos de fines de la colonia (Guzmán, 2008).
La desproporción de los sexos resulta notable en la ciudad, donde
las mujeres esclavas superaban ampliamente a los varones, representando
el 60% mientras en el campo hombres y mujeres estaban equilibrados
(50.85% y 49.15% de mujeres y varones respectivamente). Ello no era un
fenómeno nuevo ya que porcentuales superiores de población femenina
esclava urbana, aunque aún más acusados, se observaba en Córdoba tam-
bién en 1778. El índice de masculinidad de la población esclava era de
67.5 a fines del siglo XVIII y 89 en 1813. En Buenos Aires a partir de 1778
las mujeres negras y mulatas también superaban en número a los hom-
bres, lo cual se agudizó en los recuentos posteriores. Esta disminución del
grupo negro masculino se debería principalmente, a partir de 1813, a la
utilización de africanos en los ejércitos libertadores.11
Según datos del censo de 1813 el campo atraía, en términos porcen-
tuales, más mano de obra esclava cordobesa masculina12 mientras la ciu-
dad hacía lo propio con la femenina. En efecto, el 8% de los esclavos va-
rones que habían nacido en la ciudad fue trasladado a la campaña, y sólo
el 0.7% de los nacidos en el campo fue llevado a la ciudad. En cambio, de

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DE AZABACHE Y ÁMBAR

Córdoba. Censo de 1813.


Distribución porcentual de la población esclava por edad y sexo

CIUDAD CAMPAÑA

Fuente: AHPC. Gobierno, Censo de 1813

las esclavas de la ciudad un 5% emigró a la campaña, viniendo de allí a la


ciudad el 1,4% (el doble que de varones). Por otra parte, la ciudad de Cór-
doba también atraía esclavas que eran traídas de otros destinos más leja-
nos (otras ciudades y países) ya que el 66% de las foráneas fueron instala-
das en la ciudad.13 Es factible pensar que el servicio doméstico en las ca-
sas de la ciudad constituía la razón principal de la concentración de la ma-
no de obra femenina en el área urbana. Siendo los esclavos varones más re-
queridos en el trabajo rural, sumado a la huída al campo en tiempos de
guerra como el tratado, la emigración masculina se constata como fenóme-
no general, no sólo en la población esclava sino en todos los grupos socia-
les. Posiblemente era más difícil escapar a las levas en la ciudad, donde por
otra parte, aquéllas habrían tenido lugar antes que en la zona rural.
Nos interrogamos sobre las características que presentaba la pobla-
ción esclava de Córdoba según la etapa del ciclo vital.14 Se constató que

Córdoba. Censo de 1813.


Esclavos según sexo y etapa vital

CIUDAD CAMPAÑA

800 1400
varones 1200 varones
600 mujeres 1000 mujeres
800
400
600
400
200
200
0 0
niños adultos ancianos niños adultos ancianos

Fuente: AHPC. Gobierno, Censo de 1813

19
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Fuente: AHPC. Gobierno

MÓNICA GHIRARDI - SONIA COLANTONIO - DORA CELTON

la ciudad reunía más esclavos adultos y ancianos (63.39% y 3.71% res-


pectivamente) que la campaña (57.03% adultos y 3.52% de niños). En
términos comparativos por sexo, en la ciudad las mujeres adultas y ancia-
nas predominaban netamente respecto de los hombres de las mismas ca-
tegorías o etapas. Resulta notable la gran proporción de niños esclavos,
ya que los mismos representaban el 33% de los esclavos en la ciudad y ca-
si el 40% de los de la campaña, atribuible al régimen de alta fecundidad
(aún en el elemento esclavo) característico de las sociedades tradicionales.
Del total de niños de la ciudad en 1813, 20% eran esclavos y en el
campo lo era el 6%. Según datos del censo de 1778, la tasa global de fecun-
didad en el elemento esclavo era de 3,83 (casi 4 hijos)15 con una notable
cúspide temprana entre 20-24 años y también alta tasa en el grupo de 15-
19 años, ddescendiendo abruptamente desde esas edades. Esta fecundidad
se manifiesta inferior a la correspondiente a la de la población total de Cór-
doba de 5 niños. Córdoba era una de las plazas en donde el precio de las
mujeres en el mercado de ventas de esclavos era más elevado que el de los
varones, seguramente motivado porque era su fecundabilidad la que ase-
guraba nuevos esclavos, independientemente del color étnico del padre.16
Sea como fuere, las esclavas tenían en Córdoba una fecundidad ele-
vada en relación a otras zonas de la actual Argentina y países latinoame-
ricanos. Por ejemplo en México, la fecundidad era baja dado que las es-
clavas aparentemente evitaban los embarazos para no tener hijos en situa-
ción de servidumbre.17 Coincidentemente con lo observado en México,
Marta Goldberg sostiene que, en general, la fecundidad en el sector escla-
vo era baja por factores que tenían que ver con aspectos emocionales de-
rivados de la esclavización, la emigración y el trasplante forzoso, la casi
forzada alta ilegitimidad de los nacimientos, la baja frecuencia de contac-
tos sexuales, el amamantamiento del hijo propio junto con el de la ama,
la deficiente nutrición y las enfermedades sexuales.18
Como era de esperar, y como resultado del intenso fenómeno de
miscegenación racial a comienzos del siglo XIX, tanto en la ciudad como
en el campo predominaba el elemento esclavo de sangre mezclada (en la
ciudad 70% de etnia parda, 27% de mulatos y sólo 2% de negros). Sin
embargo, en el campo la proporción de negros puros que se conservaba
era mucho mayor, 20% de negros y menos de castas) posiblemente como
resabio de la acción de la orden jesuítica que no permitía las uniones in-
terétnicas de sus esclavos en sus establecimientos rurales, práctica que
perduró hasta la expulsión de la Orden en 1767. Es notable como tanto

20
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no, Censo de 1813

DE AZABACHE Y ÁMBAR

en el ámbito urbano como rural los esclavos negros presentaran mayor


proporción de niños y menos de ancianos que los de sangre mezclada
(pardos, mulatos) ¿estarían los esclavos negros puros expuestos a condi-
ciones de vida más duras por lo que vivirían menos? Otra posibilidad, no
excluyente de la anterior, sería que su fecundidad fuese más alta, hecho
que se ha destacado más arriba.
Si se analiza el estado civil, no parece haber ninguna diferencia en-
tre ciudad y campaña, ni en total ni por sexo, tal como se ve en los gráfi-
cos que se muestran a continuación. Como puede observarse, el porcen-
taje de mujeres solteras supera dramáticamente al de las casadas en ambas
áreas, lo que podría relacionarse con las dificultades del sexo femenino
para acceder al matrimonio habida cuenta de los servicios sexuales que
eran obligadas a prestar a los amos.
Censo de 1813. Córdoba.
Esclavos en ciudad y campaña según estado civil (%)

Ciudad soltero
casado
viudo
80

60

40

20

0
Varón Mujer

Campaña soltero
casado
80 viudo

60

40

20

0
Varón Mujer

Fuente: AHPC. Gobierno, Censo de 1813

Las restricciones de las mujeres esclavas para contraer nupcias se


ven corroborada observando el estado civil de las ancianas de esa condi-
ción (50 años y más) al final de su vida reproductiva. Tanto en la ciudad
como en la campaña el porcentaje de esclavas ancianas solteras era altísi-
mo (46.6% y 53.8% respectivamente en ciudad y campaña), especialmen-

21
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MÓNICA GHIRARDI - SONIA COLANTONIO - DORA CELTON

te si lo comparamos con las mujeres célibes de condición libre de la so-


ciedad (18.6% ancianas libres solteras en la ciudad y 14.2% en el campo).
En las esclavas ancianas negras el fenómeno se confirma, ya que presen-
tan los valores de celibato femenino más altos de todas las etnias de la po-
blación cordobesa (40.1% de las esclavas negras de la ciudad era soltera y
el 48% de las de la campaña). Por el contrario, el porcentual de los varo-
nes célibes negros es muchísimo más bajo, muy semejante al del sector
anciano español (cercano al 6% en ambos). Nuevamente, estos datos su-
gieren que la descendencia de las mujeres esclavas, negras y de otras et-
nias era engendrada mayoritariamente sin pasar por el altar tanto en el
campo como en la ciudad; que sus hijos, herederos de la condición jurí-
dica de la madre, nacían esclavos e ilegítimos. La ilegitimidad era pues
pauta frecuente, ya que los propietarios se resistían a que sus esclavos se
casasen y, para hacerlo, éstos debían recurrir al Defensor consiguiendo,
en general, más que el permiso para casarse, el papel de venta.19 Goldberg
y Mallo destacan que en Buenos Aires en 1815 no se registraban prácti-
camente uniones entre blancos y negras ni entre pardos, lo que les lleva a
suponer que los pardos eran producto de uniones casuales y por lo tanto
de condición ilegítima.20
Todo indica que el matrimonio, institución y sacramento de im-
portancia singular en las sociedades coloniales católicas y fundamento de
honor y dignidad social parece haber constituido un privilegio que sólo
pocas esclavas podían alcanzar. En ese sentido, en tanto mujeres, siervas,
madres solteras de hijos esclavos, y objetos de descarga de la pulsión se-
xual de amos, patrones y hombres en general, el de las esclavas parece ha-
ber constituido uno de los sectores más vulnerables de las sociedades ibe-
roamericanas coloniales.
En la incidencia del fenómeno de la ilegitimidad en sociedades es-
tratificadas y esclavistas es posible considerar a la condición servil como
factor especialmente favorecedor de la reproducción fuera del matrimo-
nio. Así, a pesar de la lucha de la Iglesia por defender sus derechos al ca-
samiento,21 en la práctica los esclavos tuvieron serias dificultades, tanto
para acceder al matrimonio permaneciendo gran parte de ellos solteros
como para, aún casados, los cónyuges pudieran cohabitar. Por ejemplo en
Guadalajara Thomas Calvo encuentra que para 1600 el 75% de la pobla-
ción de origen africano había nacido fuera del matrimonio.22 En Río de
Janeiro entre 1791 y 1799 los niños esclavos ilegítimos bautizados alcan-
zaban entre el 60 y el 89%; y los del área rural eran de tres a cuatro veces

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más que los de la ciudad.23 También en Córdoba, Argentina, ocurría al-


go semejante: en efecto, entre 1760 y 1790 los niños ilegítimos esclavos de
la ciudad bautizados representaban el 57.2% y los de la campaña supera-
ban el 70%.24 Es que, como sostiene acertadamente Pilar Gonzalbo Aiz-
puru, las normas canónicas que permitían a los esclavos decidir sobre su
estatus matrimonial, eran más formales que reales.25
El cálculo de la edad media al matrimonio mediante la técnica de
SMAM pone de manifiesto que en la ciudad varones y mujeres esclavos,
cuando accedían al casamiento, lo hacían con una diferencia de un año
aproximadamente (25,6 años varones y 24,4 mujeres), mientras en la cam-
paña la brecha era de casi siete puntos más alta en los varones (27,2 y 20,7
respectivamente). Atribuimos estas diferencias a posibles deficiencias de
los datos, pudiendo además los valores estar influidos por la despropor-
ción de sexos en la ciudad, pero también hacen pensar en un mercado ma-
trimonial más amplio para los hombres y muy escaso para la mujeres en
la ciudad, lo cual redundaba en que ellas se casasen sólo cuando lograban
conseguir pareja, o se les permitía.

Amores ancilares

Tardieu se refiere a amores ancilares respecto de las relaciones re-


sultantes de situaciones de subordinación entre amo y esclava, de abuso
sexual de mulatas y negras por dueños malcasados (generalmente sujetos
a uniones arregladas). Impacta la crudeza y realismo de las expresiones
del autor cuando caracteriza a la situación de las esclavas envueltas en re-
laciones con sus amos como procesos de degradación sufrida hasta el re-
chazo final del amante saciado. En efecto, las siervas estaban seriamente
expuestas al riesgo de caer en situaciones de explotación sexual. Así, mu-
chas veces cedían a las relaciones con sus dueños, por una parte porque
en la práctica no tenían alternativa, pero también para intentar salir de su
condición y asegurar la manumisión de la prole según la promesa de li-
bertad que los amos les hacían y pronto olvidaban.26
Como el honor se interpretaba según la calidad de la persona, co-
habitar con una esclava no era una deshonra. Como dice Asunción Lav-
rin la unión física del amo y la esclava generaban complejas situaciones
generadas por lo que denomina la sexualidad irreprimible de hombres y
mujeres.27 Fernández Álvarez sostiene que la condición de paridora le

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MÓNICA GHIRARDI - SONIA COLANTONIO - DORA CELTON

daba a la esclava un plus como fuente de riqueza y servicio doméstico en


relación a los hombres, también por constituir, según se explicó, un obje-
to de placer para el amo ya que el dueño no adquiría responsabilidad al-
guna frente a los hijos ilegítimos que engendrase en ella.28 A través de
ejemplos localizados en fuentes cordobesas, coincidimos con el mencio-
nado autor cuando afirma que los clérigos dueños de esclavas, sin proble-
mas por no observar estricta obediencia del voto de castidad, al ser céli-
bes tenían aún más libertad que los casados para disfrutar de los amores
con sus esclavas y que, a pesar de los mandatos de la Iglesia, la mentali-
dad popular era tolerante a la fornicación con las esclavas, ya que se con-
sideraba que con ellas “era diferente” y no había pecado.29
La esclava María de la Cruz Monserrat solicitó en 1814 su libertad
y presentó demanda ante la justicia de Córdoba contra su amo, el clérigo
presbítero Marcos Ariza, con quien había mantenido trato ilícito, de cu-
ya relación habían nacido dos hijos. Resulta notable y no deja de sorpren-
der el constatar las ranuras que el sistema judicial colonial ofrecía, permi-
tiendo la agencia de individuos de estratos subalternos cuando reacciona-
ban frente a situaciones que consideraban injustas. En efecto, no deja de
resultar sorprendente que en un régimen esclavista, una sirvienta acciona-
se judicialmente contra su amo y que otra esclava, su madre, se presenta-
se en su defensa y caución sin recibir observación alguna de los jueces.
También que la esclava fuera representada por abogado ante la justicia, el
Dr. Ignacio Lozano. Lo que tampoco sorprende en una sociedad estrati-
ficada y colonial es que la esclava no lograse resultado favorable alguno,
siendo la sentencia negativa a sus pretensiones declarando la inocencia del
clérigo.30 Al fin y al cabo, y más allá de la conmiseración hacia los pobres
y sufrientes que el catolicismo exaltaba, el obispo era, como el demanda-
do, hombre y clérigo. Más allá de todo reclamo, la accionante sólo era una
mujer, de condición servil, y por ley su cuerpo no le pertenecía.

Los más olvidados entre los olvidados. Niños y ancianos esclavos

Posibilidades de acceso de los niños esclavos a la instrucción elemental, el


trabajo infantil.

Conviene advertir que la instrucción primaria de carácter público


con las características que hoy tiene y como función del Estado es una idea

24
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moderna y que la preocupación borbónica por la educación estaba funda-


da en intereses económicos de inspiración fisiocrática más que en una re-
pentina benignidad o en una concepción democrática del Estado.31 En for-
ma lenta y embrionaria fueron surgiendo algunas instituciones educativas,
como en México donde, por una Real Cédula de 1774, se operó la transfor-
mación de antiguos beaterios y colegios de recogimiento en escuelas públi-
cas gratuitas; en Charcas, donde se puso en marcha un internado de niñas
huérfanas, y en Córdoba del Tucumán donde se fundó el Colegio de Huér-
fanas o de Santa Teresa.32 En la primera década tras la revolución de Mayo,
y en especial en la segunda bajo el gobierno de Bernardino Rivadavia y has-
ta el advenimiento de Juan Manuel de Rosas en 1835, las Provincias Uni-
das asistieron a mejoras en el sistema educativo.33 Sin embargo, estos inci-
pientes progresos sociales no alcanzaron al elemento esclavo.
Un dato notable que diferencia dramáticamente la situación de los
niños y niñas esclavas respecto de sus pares de otros sectores en la socie-
dad cordobesa era la posibilidad de acceder a la enseñanza elemental. En
efecto, sólo el 2,2% de los niños varones esclavos y ¡ninguna! niña escla-
va aparecen registrados en la ciudad como escolares en el censo de 1813.
Ello contrasta con el 64% y 20.6% de niños y niñas españolas, y aún con
el 9.4% y 4% de niños y niñas de castas libres a los cuales se registró vin-
culados al estudio.34 En efecto, en concordancia con la ideología corres-
pondiente a las sociedades estratificadas y patriarcales, las familias pare-
cen haber proporcionado estudios a los varones en muy mayor medida
que a las mujeres; los españoles tenían más oportunidades de acceder a la
instrucción que a los sectores inferiores. Por otra parte, los niños libres
demostraron tener absoluta prioridad en la educación respecto de los re-
ducidos a servidumbre. Pudo constatarse en base a los datos del censo
que aún dentro de un mismo grupo étnico y condición jurídica el sexo fue
determinante en la posibilidad de educación, siendo superior en los varo-
nes respecto de las niñas. En el caso particular de los esclavos, los excep-
cionales casos de estudiantes pertenecían al sexo masculino. En el área ru-
ral ocurrió el mismo fenómeno pero en forma más pronunciada, las po-
sibilidades de acceso a la educación en el campo se redujeron drástica-
mente para los niños pertenecientes a todos los sectores sociales; en los
esclavos ningún niño, varón o mujer, aparece consignado en actividad
vinculada a la educación (5,5% varones y 0,6% niñas españolas accedía a
la educación en el campo; 0,5% y 0,2% entre los niño/as de las castas; 0,3
en varones y niñas indias).

25
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En pocas palabras, si nos atenemos a los datos que proporciona el


censo de 1813, los niños esclavos estaban excluidos, por falta de interés o
de posibilidades de la sociedad, de la instrucción elemental. Los incipien-
tes progresos sociales no alcanzaron al elemento esclavo. Ello no implica
que en casos puntuales no existiesen esclavos cuyos amos se preocupasen
por enseñarles principios básicos de lecto-escritura, si bien no parece ha-
ber sido el rasgo general. Lo que seguramente era mucho más frecuente
era que se les impartiese instrucción cristiana.
En contraste, los encontramos colaborando en un sinnúmero de la-
bores. Tanto hombres como mujeres esclavos eran útiles para trabajar y
servir directamente al amo, ser alquilados o vendidos si la oferta era con-
veniente.35 La vida era dura y tanto ancianos como niños, especialmente
los pertenecientes a los sectores populares colaboraban en actividades
productivas y de servicio, los niños desde que tenían fuerzas suficientes
para asumir pequeñas tareas, los ancianos hasta que el cuerpo se los per-
mitía; ni qué decir si eran esclavos. Entre las ocupaciones urbanas se evi-
dencia un predominio de niños esclavos en oficios diversos (58,6% del
total con profesión consignada), especialmente en el de zapatero (25 ca-
sos), seguido del oficio de sastre (14 casos) y en menor proporción los de
peluquero/barbero, ollero, maestro de obra, hornero, chalán, carpintero.
La otra actividad importante a la cual se vinculó a los niños varones es-
clavos fue el servicio doméstico (28,7%). Otras tareas de muy menor sig-
nificación cuantitativa fueron las de labranza (3,4%), ayudante de cura
(3,4% esclavos monaguillos) y músico arpero. En el caso de las niñas es-
clavas de la ciudad prevalecieron, como en el conjunto del sector femeni-
no, las labores de costura y en menor proporción hilado (54,6% en su
conjunto) pero a diferencia de los estratos superiores a las esclavas se las
vinculó preferencialmente también al servicio doméstico, sin especifica-
ción de tareas (45,4%).
En el campo los niños varones de todos los sectores sociales, libres
y esclavos, españoles o de castas, aparecieron vinculados predominante-
mente a las labores ganadera y agrícola en ese orden; desde que eran ca-
paces de montar a caballo o cuidar una manada de ovejas podían colabo-
rar atendiendo al ganado (31,3% y 13% de las actividades realizadas por
los niños esclavos respectivamente no se entiende a qué alude el respecti-
vamente). Respecto de los niños ocupados como sirvientes también se
constató lo esperable: fue el sector de esclavos en la población infantil ge-
neral el que más frecuentemente se vinculó a esta prestación (20,8%). In-

26
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cluidos en lo que clasificamos como rubro de oficios rurales del sector


masculino se observó una amplia variedad de actividades y uno de los ofi-
cios más practicados también por niños esclavos fue el de zapatero. En la
campaña la notación de las labores de servicio doméstico desempeñadas
por las niñas esclavas tuvo más precisión que en la ciudad. Se las consig-
nó desempeñándose especialmente como cocineras, lavaplatos, plancha-
doras, lavanderas, lo que demuestra que aún en el sector infantil y dentro
de la tarea servil podía existir cierta especialización de ocupaciones. Por
último, hemos localizado casos puntuales y en proporción insignificante
de niñas registradas como agricultoras, ovejeras, camperas, olleras, tiza-
doras. Coherente con ello se observa que si bien normalmente cada sexo
desarrollaba funciones en rubros específicos, ocasionalmente y según ne-
cesidad, en calidad de hijos de familia, agregados, sirvientes libres o escla-
vos, la mano de obra de la población infantil podía, como la adulta, ser
multifuncional: niños hilando, niñas ovejeras o agricultoras.

La contribución laboral de los esclavos ancianos de Córdoba

En la ciudad de Córdoba en 1813, de un total de 793 ancianos el


82,3% era libre y el 17,6% esclavo. Como en el total de la población ur-
bana, las mujeres superaban a los varones (24% y 16,1% de mujeres y va-
rones respectivamente). Del conjunto, el 30% fue registrado como negro,
porcentaje superior al que presentaba este sector en la población infantil
urbana (20,6%) la que posiblemente fuese resultado de uniones mestiza-
das de adultos negros; el resto (70%) provenía de la mezcla étnica y esta-
ban anotados como pardos el 69,1% (el sector más numeroso) y sólo
2,2% como mulatos. Respecto de la distribución étnica en cada sexo se
observa que en las ancianas mujeres la proporción de esclavos negros
(29,4%) era algo superior que en los ancianos varones (26,4%).36
En el campo cordobés, el 5,7% del total de la población anciana era
esclava, proporción idéntica a la que representaba en el sector infantil. No
obstante, la proporción de individuos sujetos a servidumbre era mayor en
la ciudad que en la campaña tanto en ancianos como en niños (20% en ni-
ños y 17,6% en ancianos de la ciudad). Se aprecia que la proporción de
ancianos esclavos era muy similar dentro de cada sexo en la campaña,
aunque levemente superior en el segmento masculino (6,6% en varones y
5,7% en mujeres).37 En los últimos años se ha podido comprobar, al ana-
lizar cuentas e inventarios de estancias tanto laicas como religiosas, la im-

27
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portancia del trabajo esclavo africano en la campaña. Según Marta Gold-


berg y Silvia Mallo, esta mano de obra esclava se habría dedicado a las ta-
reas permanentes, en tanto que las tareas estacionales habrían sido reali-
zadas por peones-gauchos.38
Respecto de las ocupaciones registradas en esclavos ancianos en la
ciudad (84 individuos de 50 años o más) 71.42% eran mujeres y 28.57%
varones. Asociamos esta tan sustantiva brecha inter-sexos a una mortali-
dad más alta en el sexo masculino, a condiciones laborales más riesgosas
y especialmente a la leva de efectivos originada en la situación bélica ya
mencionada. Como contrapartida de este fenómeno, comparativamente
es mayor la cantidad de varones que de mujeres esclavos trabajando a los
70 años y más de edad, posiblemente porque los varones que lograban so-
brevivir en la ciudad más tiempo eran los más sanos y resistentes. Las ac-
tividades predominantes eran los oficios (zapatero, carpintero, sastre, al-
bañil, herrero), tareas de labrado de la tierra y cuidado de quintas, así co-
mo el servicio doméstico, en ese orden. Como la población femenina en
su conjunto, las esclavas ancianas aparecen trabajando fundamentalmen-
te como costureras e hilanderas, también como cocineras, lavanderas,
amasadoras, y como sirvientas sin especificación de tareas.
En la campaña el número de esclavos ancianos varones y mujeres
trabajando es casi idéntico (128 varones y 129 mujeres). Como era de es-
perar, a medida que envejecían los esclavos trabajadores rurales, al igual
que lo sucedido en la ciudad, ambos sexos trabajaban menos, pero en el
caso del campo en igual proporción. El 85.15% de esclavos varones an-
cianos están trabajando hasta los 69 años, y de 70 años y más el 14.84%;
en mujeres ancianas esclavas, 85.61% y 14.38% respectivamente. Los va-
rones realizaban labores relacionadas indistintamente con la agricultura y
la ganadería, también aparecen consignados como peones y, en menor
medida, también se desempeñaban en oficios como zapateros, carpinte-
ros, curtidores, molineros, albañiles, pintores. Las tareas que realizaban
las esclavas ancianas rurales eran el hilado, la labor de cocineras, la teje-
duría y como sirvientas, en ese orden.
Considerando sólo las personas de 80 años y más, aparentemente
las posibilidades de llegar trabajando a esa edad (tanto en varones como
en mujeres) eran más escasas que en los otros sectores sociales (se locali-
zaron sólo 6 varones esclavos y 7 mujeres de esa condición). Además de
la mortalidad, condiciones materiales de vida diferenciales en los distin-
tos sectores en lo que se refiere a alimentación, atención del anciano en-

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fermo, rigor de las labores desarrolladas, habitación, abrigo entre otras,


incidirían en ese fenómeno.

¿Esclavos inútiles? Enfermos y minusválidos

Según Pablo Rodríguez, quien ha estudiado las enfermedades de


los esclavos para Nueva Granada (actual Colombia) en todas las hacien-
das y minas, existía un lote de esclavos postrados, a los que se considera-
ba absolutamente inútiles. Como la presencia de médicos en el campo no
era común, eran los curanderos, esclavas y enfermeras quienes se ocupa-
ban de los enfermos.39
Los individuos de etnia negra de Córdoba presentan en 1813 una
tasa de enfermos y discapacitados del 1.5‰, baja en relación a otros sec-
tores como el de la población española especialmente.40 Por otra parte, la
población libre con afecciones que registra el censo de 1813 era mayor a
la de enfermos en los esclavos (3.9‰ respecto a 2.8‰).
La pregunta que surge es, ¿por qué había más enfermos e impedi-
dos españoles y población libre en general que esclavos? ¿Acaso eran más
resistentes a las enfermedades como sugiere el mito sobre la increíble for-
taleza física de la raza negra? ¿Quizás se incapacitaban menos porque, co-
mo objetos de valor, eran apreciados por los amos recibiendo cuidados
especiales? Lo cierto es que la reflexión nos sugiere otras explicaciones.
Asociamos esta baja prevalencia de afecciones a una mayor mortalidad
debida a las adversas condiciones de vida a la que estaban expuestos, que
haría que sólo un segmento de los mismos lograra sobrevivir. Al respec-
to, se ha indicado que los niveles de mortalidad de estos grupos era sus-
tantivamente mayor que el de la población española.41
En tal sentido, el nivel de afecciones observado según el Censo de
1813 en el sector esclavo se debería a la negación de las afecciones o disca-
pacidades por parte del amo, ante el temor de la depreciación del valor del
esclavo en ocasión de una venta. En ese sentido es muy posible que se de-
clarasen las afecciones de los esclavos sólo cuando éstos no pudieran rea-
lizar ningún trabajo. Como fuera indicado por Diminuzio y García,42 los
esclavos tendían a informar sus dolencias como una forma de reducir el
precio ante la posibilidad de comprarse a si mismos o a un familiar, o bien
como un intento de flexibilizar la carga laboral a la que eran sometidos.

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Las enfermedades y minusvalías que afectaban la salud de los escla-


vos cordobeses a comienzos del siglo XIX eran variadas y aquejaban tan-
to a varones y mujeres; tanto a niños como a adultos y ancianos. Así, en
la ciudad y el campo se registraron casos de niños esclavos baldados co-
mo el mulato Vicente Santillán; negros inválidos como Lindor Martínez;
niñas esclavas tullidas como Laureana Jaimes; niños ciegos como el par-
do José María Aguirre. Las enfermedades no eran sólo físicas sino tam-
bién mentales, como el caso de la mulata adulta Candelaria Cesar identi-
ficada como demente; algunos padecían ceguera o eran mudos como la
negra adulta Rosa Vega y el pardo José Manuel Farías, respectivamente.
Por supuesto también había esclavos ancianos impedidos como el pardo
Antonio Centurión o el negro José Castro, consignado como inválido.43

Mala sangre… de mulato o negro. Percepciones sociales hacia la


negritud

Si, como se ha afirmado, la posición social de una familia destaca-


da podía medirse basándose en la cantidad de esclavos que disponía en su
casa,44 la unión matrimonial con individuos de condición servil era inter-
pretada en cambio como infamante. Verena Stolcke ha realizado estudios
pioneros sobre el tema en la sociedad cubana colonial. Según la autora, la
ostentación de mezcla con sangre negra era la más cuestionada al momen-
to de realizar oposiciones matrimoniales de carácter racial, y fueron las
familias de blancos, sin excepción, quienes objetaron el casamiento con
individuos de sangre negra o mezclada. En regímenes esclavistas la oscu-
ridad de la piel y la ascendencia esclava eran inseparables en el imagina-
rio social.45
Igual que en otras partes de la actual argentina como Salta, Buenos
Aires Mendoza, San Juan,46 y en otras sociedades iberoamericanas, en los
tribunales de Córdoba fueron receptados pleitos de oposición matrimo-
nial motivados en desigualdad socio-étnica y jurídica en la pareja, ello
desde las postrimerías del Orden colonial y también con posterioridad al
cambio de régimen político. En las razones expresadas en los disensos
matrimoniales sobresale en Córdoba, como en Cuba y Mendoza, el pre-
juicio socio-racial especialmente hacia individuos que ostentaban algún
grado de sangre negra en las venas. Si uno de los pretendientes, sus pa-

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rientes o aún ancestros lejanos era reputado de pública voz de poseer lo


que se calificaba como “mala raza”, “mala sangre”, “sangre mezclada”,
“nacimiento vil”, podía interponerse querella judicial tachando el casa-
miento por “desigualdad” entre los cónyuges. Lo mismo ocurría en caso
de que uno de ambos fuera esclavo y el otro libre.
A veces eran los dueños de esclavos quienes promovían el matri-
monio de alguna de sus piezas con muchachas libres, era una forma de su-
mar o retener mano de obra barata; tal el caso a fines del siglo XVIII del
esclavo José Felipe cuyo amo debió enfrentar una demanda de disenso de
parte de la hermana y cuñado de la joven basada en notoria desigualdad
(jurídica) entre los novios, logrando impedir la unión.47 Hubo casos en
los cuales los mismos integrantes de las parejas enfrentaron a sus parien-
tes sin importarles las diferencias de raza, color y status que pudiesen
existir entre ellos. Es que no siempre existían tales desigualdades sino en
las pretensiones de limpieza de sangre que afirmaban ostentar algunas fa-
milias. Un ejemplo constituye el caso de José Guevara, quien enfrentó ju-
dicialmente a su padre por impedirle casarse con una joven mulata; el mu-
chacho alegaba igualdad de sangre en la pareja, lo cual demostró, autori-
zándosele a contraer matrimonio.48 Por su parte en 1792 doña Susana La-
drón Niño de Guevara opinaba respecto del pretendiente de su hija doña
Hipólita Rosales: es un cholo conocido confirmándolo su mismo aspec-
to y no solo tendrá una mala raza sino muchas de mulato o indio. Si bien
el disenso se consideró racional en el dictamen judicial, tres años después
-presumiblemente ya en edad en la cual no requería por ley el consenti-
miento de la madre para contraer- la hija concurrió ante el Gobernador
de la Provincia expresando su voluntad de casarse con el joven alegando
similar origen al del novio, ante lo cual la autoridad autorizó el casamien-
to “con el sigilo encargado para estas actuaciones”.49
Una estrategia consistía en mudar de identidad a fin evitar ser ta-
chado de mulato o pardo, como surge del caso del mulato Cayetano Ro-
sas, de quien se decía había cambiado de nombre para ocultar su verda-
dera calidad.50
Orígenes reprochados por ascendencia servil y sangre mezclada se
dieron en Córdoba por ejemplo en los casos de: Mathías Robledo tenido
por hijo de una india y un esclavo; María Magdalena Funes considerada
en la opinión pública como “mulata o india”; Joseph Lino Bernal a quien
se le reprochó la condición de mulato; María Casilda Albarracín objeta-
da porque su bisabuelo era pardo; Juan Antonio Peralta por su sangre

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MÓNICA GHIRARDI - SONIA COLANTONIO - DORA CELTON

mulata; Pedro Salinas también tildado de pardo; María Mercedes Ferrey-


ra por alegarse que era nieta del mulato chileno José Amigó y de unos ta-
les Borgues, también conocidos por mulatos; Rosa Carreras observada
por su futuro suegro don Agustín Arraigada por ser descendiente de mu-
latos; José Gabriel Pavón por ser reputado como pardo libre; Manuela
Arrieta impugnada, nada menos que en el glorioso año 1813, cuando se
dictaban los decretos que abolían privilegios promotores de exclusión y
desigualdad social, por ser conocida como mulata.; Mateo Castillo tam-
bién en 1813, por afirmarse ser conocida su calidad de mulato.51
Aún en 1818, 1819, 1825, 1837, 1848 y 1850 se presentaron disensos
ante intentos de casamientos entre “españoles” e individuos tenidos por
pardos, mulatos e indios. Algunas de estas causas permanecieron incon-
clusas, posiblemente derivando en arreglos familiares extrajudiciales, en
otras se acordó permiso para contraer matrimonio al comprobarse que no
existía diferencia racial entre los aspirantes.52 Resulta notable, si bien en
casos aislados, la negativa de jueces de Córdoba de otorgar venia a la rea-
lización de uniones fundamentadas en diferencias de sangre entre los con-
trayentes aún varias décadas después del estallido revolucionario de 1810.
Al menos en dos ocasiones después de ese año se dictaminó la racionali-
dad del disenso fundada en desigualdad de sangre (años 1814 y 1842).53
No obstante, al discurso social acerca del honor basado exclusiva-
mente en la sangre, un nuevo concepto de “nobleza de virtud” se sobre-
ponía de forma manifiesta en algunos alegatos de la época. Los mismos
identificaban las desigualdades sociales con el período de dominación co-
lonial, calificándolas como no acordes con un gobierno republicano que
reconocía a todos los hombres iguales por naturaleza. Así, un sujeto par-
do se manifestaba indignado cuando se le prohibió contraer matrimonio
con una española por lo que consideraba:

“...restos de ignominiosa desigualdad que aun existen entre nosotros desde


aquel tiempo desgraciado del cetro español...”.54

Según Goldberg y Mallo la aspiración máxima de un esclavo era la


libertad que entrañaba honor y dignidad, también blanquearse, y la utili-
zación de lo que Herbert Klein denomina el tiempo para sí en el desarro-
llo de estrategias con vías a conseguir la manumisión o libertad.55 Ello
contribuye a explicar a nuestro entender por qué hubo padres que recha-

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DE AZABACHE Y ÁMBAR

zaron arreglos conyugales de hijos libres con esclavos. Estos casamientos


eran motivo de desprestigio social para las familias, aún perteneciendo a
estratos subalternos ya que la libertad constituía quizás uno de los escasos
capitales que algunas poseían. Pudo observarse cómo representantes del
sector de castas de condición libre o esclava resistían a la unión de sus hi-
jas con individuos esclavos; recuérdese que, dado que las leyes canónicas
y civiles promovían la unidad de domicilio de los esposos, el casamiento
de una mujer con un hombre esclavo implicaba de hecho una situación de
sujeción, aunque los hijos naciesen libres. Ello puede observarse por ejem-
plo en dos casos correspondientes a 1826, una época en la cual la libertad
como valor social aumentaba sustancialmente en consonancia con el afian-
zamiento de los ideales republicanos. Así, el esclavo maestro Juan del Pra-
do Véliz se opuso a que su hija de condición libre casase con el esclavo Hi-
larión Moyano basándose en la minoridad de la hija y fundamentalmente
en la condición jurídica inferior del varón.56 Asimismo y por idénticos
motivos el pardo libre Esteban Fonseca opuso resistencia a que su hija
también parda libre casase con el esclavo José de la Cruz perteneciente a
don Tomás Inocencio Vázquez, juez de 1ª instancia.57

A modo de cierre

El objetivo general de la presente colaboración ha consistido en


promover la visibilización de los esclavos en la sociedad cordobesa. Cuá-
les eran las principales características demográficas de la población escla-
va tras el estallido de la guerra por la independencia, en qué se ocupaban,
en qué áreas –urbana o rural– estaban instalados con preferencia varones,
mujeres y niños, adultos y ancianos esclavos; en qué consistían algunos
de los problemas que los aquejaban; por qué tantos niños esclavos nacían
de uniones no consagradas por la Iglesia si teóricamente podían casarse
sin permiso del amo; qué proporción de los niños sujetos a servidumbre
accedía a la educación elemental; qué percepción tenían algunas familias
sobre el matrimonio de sus hijos con individuos de sangre africana en ge-
neral y de condición esclava en particular; qué enfermedades quebranta-
ban la salud de los esclavos; si eran longevos o morían antes que el resto
de la población, todas ellas figuran entre las principales cuestiones plan-
teadas. En una palabra, buscamos hacerlos perceptibles y humanos. Para
intentar resolver los interrogantes utilizamos una variedad de fuentes, en

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MÓNICA GHIRARDI - SONIA COLANTONIO - DORA CELTON

particular el censo de 1813 para ciudad y campaña de Córdoba, registros


notariales y algunos pleitos eclesiásticos, investigaciones complementa-
rias de nuestra autoría y bibliografía específica de expertos. Esperamos
que los resultados expuestos sirvan de estímulo para profundizar en el
análisis de la población esclava en Córdoba, y futuros trabajos de inves-
tigación brinden nueva luz a su conocimiento.

Notas

1 TARDIEU, J. P. (2006) El negro en la Real Audiencia de Quito. Siglos XVI-XVIII, Quito,


Ediciones Abya –Yala, p. 359.
2 PÉREZ BRIGNOLI, H. (2006) “La demografía histórica en América Latina” en de REZEN-
DE MARTINS, E. y PÉREZ BRIGNOLI, H. (Editores) Teoría y metodología en la Historia de
América Latina. París, Ediciones UNESCO/ Ed. Trotta, tomo IX. Pp. 103-119. p. 117.
3 Argentina. Ley 26.364/2008, art. 2. Organización internacional para las migraciones.
Consultado en www.campus.oimconosur.org. Febrero de 2010.
4 Un ejemplo constituye el P. Vitoria, cfr. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. (2005) Casadas, mon-
jas, rameras y brujas. La olvidada historia de la mujer española en el Renacimiento. Ma-
drid, Ed. Espasa Calpe, p. 251.
GÓMEZ, Miriam Victoria (1970) “La presencia negroafricana en la Argentina. Pasado y
permanencia”. Historia Integral Argentina, Tomo V, “De la Independencia a la Anarquía”,
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.
5 TARDIEU, J. P. Ob. Cit. p. 359.
RODRÍGUEZ MOLAS, R. (1968) “El negro en el Río de la Plata”. Historia Integral Argen-
tina, TomoV, “De la Independencia a la Anarquía”, Buenos Aires, Centro Editor de Amé-
rica Latina.
6 OIENI, V. (2004) “Imaginar al ciudadano virtuoso. Introducción del concepto de ciuda-
dano en el proceso de emancipación en el Río de la Plata” en ANSALDI, W. Calidoscopio
latinoamericano. Imágenes históricas para un debate vigente. Buenos Aires, Ariel Historia,
pp. 91-111, p. 107.
7 En la situación social de los sectores humildes de la sociedad posterior a la Revolución
de Mayo seguimos a CARRACEDO, O. (1960) “El Régimen de castas, el trabajo y la Revo-
lución de Mayo” en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas Universidad Na-
cional del Litoral, Rosario. pp. 157 – 186. p. 184.
8 Ibídem. p. 164.
9 BAUD, M. (2004) “Ideologías de raza y nación en América Latina. Siglos XIX y XX” en
de REZENDE MARTINS, E. y PÉREZ BRIGNOLI, H. (Editores) Teoría y metodología en la
Historia de América Latina, París, Ediciones UNESCO/ Ed. Trotta, tomo IX. Pp 175-195.
P. 176
10 MALLO, S. (2003). “Población africana en el Río de la Plata: Delito, adaptación y nego-
ciación”. En: La vida cotidiana de los negros en Hispano América. Proyectos Históricos
Tavera. ed. F. De Larramendi. Madrid. España.
11 BAUD, M. Ob. Cit. p. 178.

34
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12 CELTON, D. (1982) La Población de Córdoba en 1840, en Junta Provincial de Historia


de Córdoba. Córdoba, Libro 9.
13 En datos del censo de 1778 los esclavos de la ciudad de Córdoba representaban un
29.5% del total de la población. En Buenos Aires, en datos de GOLDBERG y MALLO (op.
cit.)la proporción de los africanos en el total de habitantes pasó de 16.9% en 1744 a 28.4%
en 1778, para declinar en 1810 a un 27.7%, y, en 1822 a un 26%.
14 GOLDBERG, M. y MALLO, S. Ob. Cit.
15 Coherente con los hallazgos para Córdoba, y aunque tradicionalmente se había soste-
nido que la población africana era escasa por el alto costo de los esclavos en el Río de la
Plata trabajos más recientes demuestran que los esclavos constituían un elemento funda-
mental en el desarrollo de las áreas rurales. Estudios de Moreno para 1744 demuestran un
alto índice de masculinidad como característica de la población de la campaña bonaerense,
y específicamente en la población negra y mulata, muy posiblemente como resultado de la
migración forzosa. MORENO, José Luis (1989) “Población y sociedad en el Buenos Aires
rural a mediados del siglo XVIII”, Desarrollo Económico Nº 114, vol. 29. Buenos Aires, p.
268.
16 COLANTONIO, S., CELTON, D. y GHIRARDI, M. (2008) “Movilidad familiar durante las
guerras por la independencia en Córdoba” en Revista Centro De Estudios Demográficos
de América Latina. CEDHAL. Universidad de San Pablo, en prensa.
17 Hemos definido como “niñez” al período establecido por los principios de la legisla-
ción castellana: hasta los 12 y 14 años en mujeres y varones respectivamente, momento en
el cual podían casarse y por consiguiente constituir un hogar independiente, cfr. Leyes de
las Siete Partidas del Rey Alfonso X el Sabio cotejadas con varios códices antiguos por la
Real Academia de la Historia y glosadas por el Lic. Gregorio López, Librería de Rosa y
Bouret, París, Ed. 1867. La “adultez” corresponde a la etapa vital desde la finalización de
la niñez hasta los 40 años en ambos sexos. Y “vejez” el período comprendido a partir de
los 60 años y más.
18 CELTON, D. (1993) La población de la provincia de Córdoba a fines del siglo XVIII,
Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia.
19 CELTON, D. (1993) “Fecundidad de las esclavas en la Córdoba colonial” en Revista de
la Junta Provincial de Historia de Córdoba, Córdoba, N°15, pp. 29 – 49 y CELTON, D.
(2000) “La venta de esclavos en Córdoba, Argentina” en Cuadernos de Historia, Serie Po-
blación, Centro de Investigaciones Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Na-
cional de Córdoba, Córdoba.
20 GONZALBO AIZPURU, P. (1998) Familia y orden colonial, México, El Colegio de México.
21 GOLDBERG, M. Ob. Cit.
22 GOLDBERG, M. Ob. Cit.
23 GOLDBERG y MALLO, Ob. Cit.
24 TARDIEU, J. P. (2000) Relaciones interétnicas en América, siglos XVI –XIX. Fund. Hist.
Tavera, p. 198.
25 LAVRIN, A. (2005) “La sexualidad y las normas de la moral sexual” en Historia de la vi-
da cotidiana en México en GONZALBO AIZPURU, P. (Dir.) Tomo II La ciudad barroca Rui-
bal García (Coord) El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, México. pp.489-
519. p. 491.
26 PINTO VENANCIO (1998) “Ilegitimidad e Vida Familiar no Río de Janeiro: 1750-1800”
en CELTON, D., MIRÓ, C., SÁNCHEZ ALBORNOZ, N. (Editores) Changes and continuity in
american demographic behaviours: the five centuries experience, UNC – IUSSP, Córdoba.,
pp. 429-443.

35
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MÓNICA GHIRARDI - SONIA COLANTONIO - DORA CELTON

27 FERREYRA, M. del C. (1998) “La ilegitimidad en la ciudad y en el campo a finales del si-
glo XVIII en Córdoba” en Changes and continuity in american demographic behaviours:
the five centuries experience, UNC – IUSSP, Córdoba, pp. 403 – 429.
28 GONZALBO AIZPURU, P. Ob. Cit.
29 TARDIEU, J. P. Ob. Cit. p. 330.
30 LAVRIN, A. Ob. Cit. p. 506.
31 FERNÁNDEZ ALVAREZ, M. Ob. Cit, p. 265.
32 Ibídem.
33 AAC. Leg.37 (1807-1815) t.V, Exp.8. fs. 38v-39r.
34 ENDREK, E. (1994) Escuela, sociedad y finanzas en una autonomía provincial: Córdoba,
1820-1829, Córdoba, Junta provincial de Historia de Córdoba, Nº 14, 31-37, 155-161, 171-
174.
35 SÁNCHEZ de M., Paz; HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. (2000) La América Española (1763
– 1898) Cultura y vida cotidiana, Madrid, Editorial Síntesis, p. 30,31.
36 KÜFFER, C., GHIRARDI, M. y COLANTONIO, S. (2010) “Educación elemental en la ciu-
dad de Córdoba, Argentina en el primer tercio del siglo XIX. Sus variaciones y relación
con las demás ocupaciones infantiles” enviado para su publicación en Annales de Démo-
graphie Historique, París, en evaluación.
37 GHIRARDI, M. (2010) “Las edades de la vida. Niños y ancianos de Córdoba al comen-
zar el siglo XIX” en COLANTONIO, S. y GHIRARDI, M. (Editoras) Población y sociedad en
tiempos de lucha por la emancipación. Córdoba en 1813. Centro de Estudios Avanzados,
CONICET-UNC, en prensa.
38 FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Ob. Cit. p.272, 3.
39 GHIRARDI, M. (2010) Ob. Cit.
40 Ibídem.
41 GOLDBERG, M. y MALLO, S. Ob. Cit.
42 RODRÍGUEZ, (2002) En busca de lo cotidiano. Honor, sexo, fiesta y sociedad. S. XVII-
XIX. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, p. 224.
43 GHIRARDI, M. y RIBOTTA B. (2010) “Cuerpos quebrantados, cuerpos inútiles. Afeccio-
nes de la población de Córdoba, Argentina, según el censo de 1813”, en COLANTONIO, S.
y GHIRARDI, M. (Editoras) Población y sociedad en tiempos de lucha por la emancipación.
Córdoba en 1813. Centro de Estudios Avanzados, CONICET-UNC, en prensa.
44 CELTON, D. (1998) “Enfermedad y crisis de mortalidad en Córdoba, Argentina entre
los siglos XVI y XX” en CELTON, D; MIRÓ, C. y SÁNCHEZ ALBORNOZ, N. Cambios de-
mográficos en América Latina: la experiencia de cinco siglos. Córdoba, Universidad Nacio-
nal de Córdoba, International Union for the Scientific Study of Population, pp. 277-301.
45 DIMINUZIO, K. y GARCÍA, C. (s/f). “Indagando en las dolencias de los esclavos: Una
aproximación a las fuentes para su estudio en la Córdoba tardo colonial”. Córdoba: Uni-
versidad Nacional de Córdoba, Facultad de Filosofía y Humanidades, Escuela de Historia
(Mimeo).
46 Cfr. GHIRARDI, M. y RIBOTTA, B. Ob. Cit.
47 GARAVAGLIA, J. C. y FRADKIN, R. (1992) Hombres y mujeres de la colonia, Buenos Ai-
res, Editorial Sudamericana, p. 145.
48 STOLCKE, V. (1992) Racismo y sexualidad en la Cuba colonial, Madrid, Alianza América.
49 Para las áreas urbanas de Buenos Aires y Córdoba en el período 1778-1810 Susan So-
colow realizó en 1990 un análisis comparativo sobre la elección matrimonial en la Argen-
tina Colonial, cfr. SOCOLOW, S. (1990) “Parejas bien constituídas. La elección matrimonial

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DE AZABACHE Y ÁMBAR

en la Argentina colonial. 1778 – 1810” en Anuario del Instituto de Estudios Históricos y So-
ciales, Tandil. La autora encontró que el peso del factor económico en Buenos Aires fue
mayor en los disensos, en Córdoba en cambio los valores vinculados al nacimiento de las
personas primaron sobre los otros factores. Para Córdoba en el período 1781-1850 puede
consultarse GHIRARDI, M. (2004) Matrimonios y familias en Córdoba. Prácticas y represen-
taciones, Córdoba, Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba. Pa-
ra Buenos Aires, Nelly Porro también ha estudiado los pleitos de disenso, cfr. PORRO N.
(1980) “Conflictos sociales y tensiones familiares en la sociedad virreinal rioplatense a tra-
vés de los juicios de disenso” en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana,
26, pp. 361 – 393; de la misma autora “Los juicios de disenso en el Río de la Plata: Nuevos
aportes sobre la aplicación de la Pragmática de hijos de familia” en (1980) Anuario Histó-
rico y Jurídico Ecuatoriano, 5, pp. 193 – 229 y también “Extrañamientos y depósitos en los
juicios de disenso” en Revista de Historia del Derecho, 7, pp. 123 – 150. Para Mendoza han
abordado el tema BISTUE, N. del C. y MARIGILIANO, C. (1992) “Los disensos matrimonia-
les en la Mendoza Virreinal 1778 – 1810” en Revista de Historia del Derecho. Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, vol. 20, pp. 75 – 101. y en (1995)
“Los disensos matrimoniales en Mendoza. Época patria 1810 – 1869” en Revista de His-
toria del Derecho. Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, vol.
23, pp. 37 – 63. Con referencia a los disensos en Salta puede consultarse ZACCA DE CABE-
ZAS, I. (1999) “Elección matrimonial en Salta a fines del período colonial” en Instituto de
Investigaciones Geohistóricas. Conicet. Facultad de Humanidades IV Jornadas Argentinas
de Estudios de Población, Chaco, Resistencia, pp. 148 – 165. Para el caso de San Juan cfr.
de RIVERA MEDINA, A. (2008) “Genealogía de un matrimonio frustrado: un juicio de di-
senso entre Viñas en el San Juan Colonia” en SIEGRIST, N. y GHIRARDI, M. (Coordinado-
ras) Mestizaje, sangre y matrimonio en territorios de la actual Argentina y Uruguay. Cen-
tro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba.
50 AHPC. Escribanía 1, Año 1784 - 85, Leg. 402, exp. 4
51 AHPC. Escribanía 2, Año 1786, t. II, exp. 24.
52 AHPC, Escribanía 2, Año 1795, Leg. 85, exp. 17.
53 AHPC, Escribanía 2, Año 1790, Leg. 75, exp. 24.
54 AHPC, Escribanía 2, Año 1788, Leg. 71, exp. 10; AHPC, Escribanía 2, Año 1789, Leg.
73, exp. 12; AHPC, Escribanía 2, Año 1794, Leg. 84, exp. 18; AHPC, Escribanía 2, Año
1794, Leg. 84, exp. 1; AHPC, Escribanía 2, Año 1794, Leg. 84, exp. 1; AHPC, Escribanía
2, Año 1794, Leg. 84, exp. 3; AHPC, Escribanía 2, Año 1799, Leg. 98, exp. 28; AHPC, Es-
cribanía 2, Año 1804, Leg.106, exp. 5; AHPC, Escribanía 4, Año 1810, Leg. 39, exp. 14;
AHPC, Escribanía 4, Año 1813, Leg. 46, exp. 10; AHPC, Escribanía 3, Año 1813, Leg. 62,
exp. 10
55 Cfr. por ejemplo AHPC, Escribanía 4, Año 1819, Leg. 53, exp. 13 y AHPC, Escribanía
4, Año 1821, Leg. 57, exp. 26; AAC, Leg. 34, Tomo IV, Años 1819 – 1884; Cfr. respectiva-
mente: AHPC, Copiadores de Gobierno, Año 1818/19, C. N° 279, Cuaderno 28 y Go-
bierno, Año 1818, C, N°58, Leg. 3,, f. 207; Escribanía 4, Año 1825, Leg. 64, exp. 17; Go-
bierno, Año 1837, Tomo 154, f. 393; Copiadores de Gobierno, Años 1848 – 49, Tomo
N°295, fs. 351 y 352: Años 1848 a 1850. Tomo N° 296; Gobierno, Año 1848, Tomo 211,
fs. 550 a 552 y AAC Leg. 39, Tomo III, Años 1844 – 1875 y AHPC, Gobierno, Año 1850.
C. N° 219, Leg. 5, f. 670.
56 Notoria desigualdad de sangre fue la razón del disenso que finalizó con prohibición del
casamiento en 1814, cfr. AHPC, Crimen, Año 1814, Leg. 125, exp. 22. Desigualdad de con-
diciones que concurren en las dos personas y por no poder los hijos casarse sin permiso de
los padres fue el motivo de dictamen prohibiendo el casamiento AHPC, Escribanía 4, Año

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MÓNICA GHIRARDI - SONIA COLANTONIO - DORA CELTON

1842, Leg. 89, exp. 18.


57 Cfr. AHPC, Escribanía 4, Año 1842, Leg. 89, exp. 18 Dicho pleito es muy valioso ya
que sería el último en el cual se dirime una cuestión de disenso por desigualdad entre los
novios que tuvo resolución.
58 GOLDBERG, M. y MALLO, S. Ob. Cit.
59 AHPC. Escribanía 4, Año 1826, Leg. 66, exp. 19.

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NI ESCLAVO NI LIBRE.
EL STATUS DEL LIBERTO EN EL RÍO DE LA PLATA
DESDE EL PERÍODO INDIANO AL REPUBLICANO

LILIANA CRESPI

Aman y codician naturalmente todas la criaturas


del mundo la libertad, cuanto más los hombres,
que tienen entendimiento sobre todas las otras...”
(Alfonso X. Partida III, título XXII)

“La cabeza servil no tiene ningún derecho” dice el Digesto conde-


nando al esclavo a la máxima capitis deminutio.1 Un hombre sin derechos
y sin capacidad de derecho, inexistente para el derecho civil, reconocida
su igualdad con los demás hombres sólo en el derecho natural y regida su
existencia por el derecho de gentes.2 Ubicado en el peldaño inferior de la
sociedad el esclavo estaba aún por debajo del colono, hombre libre suje-
to a la tierra, pues era personalmente dependiente de su amo. Para el De-
recho Civil romano el esclavo era una persona física pero no jurídica, lo
que implicaba que no era sujeto de derecho puesto que legalmente no po-
día ser titular de derechos y obligaciones, pues sólo podía serlo aquel que
ostentara los tres estados: de ciudad, de familia y de libertad. Aunque no
se dudaba de la legitimidad de la institución, la esclavitud era considera-
da contra naturam.
Usualmente se ha definido al esclavo como objeto de propiedad
igualándolo a los objetos negociables aunque esto privilegie la relación de
derecho real entre amo-esclavo y se desentienda de la relación social en
que está inserta. Es una ficción teórica que homologa al ser humano a un

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LILIANA CRESPI

objeto inanimado o animal ignorando que las relaciones entre amos y es-
clavos estuvieron teñidas de diferentes matices porque se daban entre
personas, a pesar del status jurídico que las diferenciaba.3
Entender la esclavitud sólo en el sentido del tratamiento de seres
humanos como propiedad es errónea como definición, lo mismo que ha-
cerlo describiendo al esclavo como alguien carente de personalidad legal.
El ordenamiento general sobre la esclavitud indiana emanó del cas-
tellano medieval sobre servidumbre. De este modo, fundamentado en el
Derecho servil del Fuero Juzgo y las Partidas de Alfonso X, el esclavista
indiano adquirió características propias agregando a la normativa metro-
politana la dictada exclusivamente para América. Aún después de 1810 la
supervivencia del Derecho castellano-indiano en materia de población ne-
gra fue evidente. Al no existir un Código esclavista los problemas se resol-
vían de acuerdo a cómo y cuándo se fueran presentando siguiendo la línea
casuística que caracterizó al Derecho Indiano. Nos enfrentamos entonces
a un mundo de normas y prácticas judiciales: normas que existen y que se
aplican en un marco cultural en el que la práctica genera derecho local.
En la normativa esclavista se refleja una ambivalencia entre el con-
cepto de persona humana y mercancía, pues parece empeñarse en afirmar
que el esclavo es ambas cosas. Es persona humana porque tiene alma, de-
recho implícito a la libertad, derecho a la familia, derecho al buen trato,
todo aquello que le otorga el derecho natural. Es mercancía porque con-
lleva un valor intrínseco monetario que aumenta o disminuye según el
paso del tiempo, la experiencia laboral, las tachas que acumula o las nece-
sidades del mercado.
Si bien la normativa indiana sobre la esclavitud se basa principal-
mente en las Partidas, no hay que perder de vista la existencia de una mar-
cada diferencia entre el esclavo y el siervo.4 La diferencia entre la relación
amo/esclavo y la del señor/siervo, estriba en que aquella se trata de una
relación de sujeción entre dos personas desconocidas entre sí, mientras
que la segunda implica el ejercicio de derechos a partir de la propiedad de
la tierra. La servidumbre medieval y la esclavitud moderna pueden ser de-
finidas como dos sistemas de explotación similares, aunque no iguales. La
compra venta de personas hace la principal diferencia.5
En el caso de los esclavos mientras que los siglos XVI y XVII son
pródigos en normas que priorizan la instrucción religiosa de los esclavos
y el buen trato como vía de aceptación de su condición y la obediencia al

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amo por sobre su capacidad productiva, el siglo XVIII se va volcando a


afirmar la figura del esclavo como mano de obra indispensable para el la-
boreo de las tierras americanas. Hacia finales de esa centuria, se observa
la disminución progresiva de bozales y el crecimiento demográfico del es-
clavo criollo, así como un marcado proceso de mestizaje. Estos aspectos,
unidos a la extensión del acceso a la justicia reformularon las relaciones
entre amos y esclavos.
Cuanto más se acercaba el siglo XIX más se internalizaba en los
hombres de leyes la visión de que la esclavitud implicaba una situación
injusta desde el punto de vista natural. En 1802, por ejemplo, el Procura-
dor de Pobres manifestaba que “el derecho de esclavitud es un derecho su-
mamente odioso, que los hombres por la servidumbre perdiendo su liber-
tad natural y civil, se hacen unos miembros muertos en la República suje-
tos enteramente en sus acciones al señor”.6 Esta mención a la muerte civil
del esclavo, la dureza de su condición y las bondades de la libertad se ve-
nía repitiendo en los juicios finiseculares, a la par que crecía la percepción
de los esclavos sobre que su situación jurídica podía ser revertida utili-
zando las posibilidades que las mismas leyes ofrecían.
De los derechos consagrados por las leyes españolas el acceso a la
libertad fue el más importante y, al igual que las romanas o las castellanas,
pusieron en lugar preferente las demandas referidas a ella. Porque tenían
en claro que la esclavitud no se correspondía con la naturaleza humana y
que la lucha por la libertad debía ser beneficiada.
En la América española la población de color libre creció a ritmo
más acelerado en el siglo XVIII que en los anteriores y se extendió aún
más en las primeras décadas del siglo XIX. En el Perú y el Río de la Pla-
ta, los libres igualaban o superaban a los esclavos que allí residían.7 La
mezcla racial fue evidente y los grupos mestizos ocuparon aquellas fun-
ciones económicas o militares para las cuales no había suficientes blancos
y no podían ser encomendadas a la mano de obra esclava.
Fue formándose en cada región un estrato de hombres de color li-
bres, que no gozaron sino de una libertad restringida, ya que siempre se
le impusieron limitaciones a causa de su color y su origen. Libertad y ple-
na aceptación social no siempre fueron juntas.
Durante el período revolucionario y de consolidación del estado
republicano, los esclavos pudieron cambiar de status jurídico siguiendo
las prácticas hispánicas. Pero nuevas modalidades de liberación se suma-

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ron a aquellas a partir del dictado de nuevas leyes que contribuyeron a


ampliar ese espectro social de los libertos, disminuyendo paulatinamente
el de los esclavos. Y en este proceso de acceso a la libertad es donde se evi-
dencia más claramente la confluencia de los intereses del estado, del amo
y del esclavo.

Manumisión. La libertad ofrecida

La manumisión o extinción de la condición servil ya estaba previs-


ta con todas sus variantes en el Derecho Romano. En su forma solemne,
ante un Magistrado el esclavo salía de la potestad de DOMINUS o MA-
NUS por un acto que lo convertía en libre. El otorgamiento de la liber-
tad por “carta” al siervo o ante testigos carecía de validez legal, devinien-
do en una libertad de hecho y no de derecho. En América la “carta de li-
bertad” al ser protocolizada se tornaba indiscutible pero, si era incluida
en expedientes sucesorios o quedaban en poder del esclavo podía ser ob-
jeto de litigio por parte de los herederos.8
Las sociedades con esclavos de Ibero América admitieron siempre
la legitimidad de la manumisión, reconocida por el derecho romano y
profundamente enraizada en la doctrina cristiana. Tempranamente, la
Real Cédula de Felipe II de 1526 reiteró el derecho de los esclavos a ini-
ciar procesos legales para obtener su libertad, a la vez que ordenaba a las
Audiencias que atendieran estos casos, recomendación a los jueces que ya
figuraba en la Partida primera.9
La manumisión no era la solución sin más y el esclavo no recupera-
ba con ella la dignidad como persona. La imposibilidad de trabajar en di-
versos oficios, donde los maestros y oficiales eran blancos, los llevaba mu-
chas veces a una cuasi mendicidad. Además siempre pesaba sobre ellos la
sospecha de una propensión al delito. Y esto no sólo ocurría en América
pues los mismos problemas enfrentaban los libertos en la Metrópoli.10
Al igual que durante la antigüedad greco-romana, el manumitido
permanecía en una escala social inferior. Los textos legales o notariales se
cuidaban bien de aclarar que la persona nombrada era un “negro libre” o
un “liberto”, como si persistiera la necesidad de recordar que esa perso-
na que actuaba como alguien con plena capacidad jurídica no la había te-
nido siempre, o no la tuvieron sus padres.11

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En 1577 una ley recopilada describía los negros y mulatos libres


como “gente que no tiene asiento ni lugar cierto” por lo que se dictami-
naba que debían ser conminados a vivir “con amos conocidos y no los pue-
dan dejar ni pasarse a otros sin licencia de la Justicia ordinaria y que en
cada distrito haya padrón de todos, con expresión de sus nombres y perso-
nas con quien viven, y que sus amos tengan obligación de pagar los tribu-
tos a cuenta del salario que les dieren...”.12
En primer lugar esta norma adjudica a los negros libres una actitud
de vagabundaje que debía ser controlada y al blanco la denominación de
amo aunque jurídicamente no lo fuera. Pareciera que éste podía ejercer
sobre el negro libre una suerte de tutoría que si bien no era de dominio
pleno le permitía su control.
La obligatoriedad de levantar un padrón separado de negros y mu-
latos libres implicaba que el estigma de la esclavitud los acompañaba más
allá de su nuevo status jurídico. Una situación donde se recrea la antigua
norma romana que establecía el “domicilio necesario”, o sea impuesto por
la ley, para los desterrados, las mujeres casadas y los libertos. Diferente
del “domicilio voluntario” sólo reservado para los ciudadanos e inaccesi-
ble para aquellos.
En la sociedad rioplatense, aún presentando rémoras estamentales,
los blancos no pusieron objeciones para convivir con negros y mulatos li-
bres. Pero si bien el proceso de manumisión fue producto de decisiones
individuales, y no colectivo y obligatorio como en Brasil o Cuba a fines
del siglo XIX, estuvo a veces plagado de complejidades involucrando in-
cluso litigios entre amos y esclavos.13
En no pocas ocasiones eran los amos quienes libertaban a sus es-
clavos sin recibir por ello compensaciones económicas. Manumisiones
graciosas o condicionadas representan un porcentaje importante de los
registros notariales.
El testamento fue el instrumento preferido por los amos para ma-
numitir obedeciendo a veces a una necesidad de ejecutar una obra piado-
sa antes de morir; premiar a un servidor leal, liberar a un hijo habido con
una esclava, o, por qué no, desembarazarse de un esclavo viejo e inútil.
Por el contrario, cuando el esclavo era joven y valioso se solía condicio-
nar su libertad a un número determinado de años al servicio de los here-
deros del testador, o de él mismo.14

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Los legados de libertad estaban sustentados en el espíritu cristiano


lo mismo que el resto de las donaciones. Legados o mandas estaban reco-
nocidos en las Partidas como realizadas “por amor de Dios”. Según Isa-
bel Seoane por más que el legado implicara una disminución del patrimo-
nio heredable beneficiaba al alma del donante en tanto se utilizara para
“practicar el Mandamiento Nuevo”.15
Según la misma autora, para evitarse situaciones litigiosas los testa-
dores mandaban deducir el valor estimado de los esclavos a manumitir
del quinto de sus bienes. Cuando éste no alcanzaba el precio podía com-
pletarlo el mismo esclavo beneficiario, siendo el legado considerado en-
tonces como manumisión parcial. Los albaceas testamentarios quedaban
en este caso habilitados para conceder a estos esclavos el tiempo y permi-
so para trabajar y conseguir el dinero faltante.16 La manumisión motiva-
da por el afecto y el reconocimiento de los amos hacia sus esclavos como
personas chocaba en la práctica con el hecho de que ellos eran bienes he-
redables por lo que legarles la libertad podía devenir en un futuro litigio
entre albaceas, herederos y esclavos.
Diferentes de las manumisiones graciosas fueron las llamadas con-
dicionadas, que implicaban una obligación a cumplir por el esclavo para
acceder a la libertad ofrecida. Las más comunes hacían referencia a plazos
de servicio, “hasta mi muerte”, “hasta la muerte mía y de mi esposa”,
“hasta que mi hija tome estado”, “hasta cumplido el plazo de tantos
años”, cumplimentados los cuales se haría efectiva la manumisión testa-
mentaria. Otras veces, como en el testamento de doña Luisa Sarría, los es-
clavos manumitidos accederían de inmediato a su libertad pero quedaba
ésta condicionada “a mandar decir las misas anuales que se expresan” de-
biendo mostrar su cumplimiento con la presentación de los correspon-
dientes recibos. Caso contrario, los albaceas y herederos podrían obligar-
los a cumplir lo mandado y de no hacerlo “se repute la cláusula por de
ningún valor volviendo a su antigua esclavitud”.17
Este caso resulta particularmente valioso para el estudio de estas
formas de manumisión toda vez que refleja que el liberto podía volver a
su antiguo estado. Las Partidas contemplaban esta posibilidad pero, ge-
neralmente iba unida a la injuria o mal trato al antiguo amo que había
concedido la libertad. Aquí el descuido del alma de la testadora era causa
suficiente para retrotraer a los manumisos a la anterior condición de es-
clavitud. “Siempre debe hacer reverencia y hacer honra a aquel que lo sa-
có de servidumbre y le dio libertad”, decía la Partida III. Reforzando lo

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dicho, en la IV se declaraba que al ser la libertad “una de las más honra-


das cosas” aquellos que la reciben son “muy tenidos de obedecer y amar y
honrar a sus señores que los aforran”.18
En las escrituras notariales la frase “libertad de todo cautiverio y
servidumbre” era una anotación de rigor, que no por repetida una y otra
vez desmerece lo que representa: que el esclavo accede a su libertad indi-
vidual, lo cual lo reviste de una nueva personalidad jurídica, mientras que
su amo ha cedido su derecho de propiedad y dominio.
El asilo fue otra oportunidad que supieron aprovechar los esclavos
para conseguir su libertad. El derecho de asilo era un principio arraigado
desde los tiempos romanos y reconocidos en el derecho castellano. El do-
minio y propiedad sobre un esclavo correspondía al Derecho de gentes y
este variaba de un territorio a otro, por lo que no necesariamente debía re-
conocerse como esclavo a quien lo fuera de un extranjero o un enemigo.
En el caso del Río de la Plata por ejemplo se decretó la libertad de
los esclavos que abandonaran a sus amos portugueses en ocasión de las
dos tomas de la Colonia del Sacramento en 1762 y 1770. En ambos casos
fue Pedro de Cevallos quien dictó las medidas y no faltaron expedientes
que reflejaran esta problemática.
Como se verá más adelante, se produjeron miles de manumisiones
a partir de las Leyes de Corso. Sin estar aclarado expresamente, éstas pa-
recieran estar recostadas en esta modalidad jurídica toda vez que los es-
clavos apresados por ser propiedad del enemigo podían ser liberados por
el estado que les daba asilo.
La libertad otorgada como premio por servicios prestados a la co-
rona tampoco estuvo ausente en el Río de la Plata. El caso más puntual se
registró al finalizar las invasiones inglesas, ocasión en que varios esclavos
fueron libertados en agradecimiento por su valiente actuación en la de-
fensa de la ciudad de Buenos Aires.
Reunido el Cabildo de Buenos Aires declaró respecto de los solda-
dos negros: “es notoria la energía y valor con que los esclavos acometían
al enemigo” y para demostrarles gratitud decidió libertar a “aquellos es-
clavos que resultaron mutilados e inútiles para el servicio pagando a los
amos el precio de su valor /.../ y que se les contribuya para su subsistencia
la pensión mensual de seis pesos /.../”.19 También por iniciativa del Cabil-
do se procedió a un sorteo entre los esclavos que participaron en la de-
fensa de la ciudad, concediendo a los favorecidos la libertad por ser “el

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premio más apreciable que se les podía proporcionar”, previo resarcimien-


to económico a sus amos.20
A partir de la Revolución de Mayo, el premio por servicio a la co-
rona se trocó por la compensación por servicio a la patria. En 1811, por
ejemplo, seis capitanes del Batallón de Pardos y Morenos con asiento en
Montevideo fueron libertados por pedido de los mismos, al estar todos
impedidos de servicio al quedar heridos en el sitio de esa plaza. La liber-
tad les fue otorgada junto a una retribución de veinte pesos.21 En otro
momento, el Cabildo de Buenos Aires dispuso en 1813 que, a modo de
festejo por un nuevo aniversario de los sucesos de 1810, se procediera a
otorgar la libertad a seis esclavos. Luego de leída la proclama que comen-
zaba diciendo “Esclavos: porción miseranda de la sociedad, vais a poseer
el don inestimable de la libertad” se procedió al sorteo que arrojó como
favorecidos a tres hombres y tres mujeres. Pocos días después los regis-
tros notariales dan cuenta de que los amos fueron prontamente compen-
sados del valor de sus esclavos liberados.22
El rescate de esclavos para servir en el ejército fue también una for-
ma de libertad condicionada. La libertad llegaría para los esclavos después
de cumplido un plazo determinado en el servicio de las armas. Diferentes
decretos fueron modificando los años de servicio obligatorio para acceder
a la manumisión y muchos fueron los reclamos de los amos sobre el pago
del valor de sus esclavos rescatado que les adeudaba el gobierno.
La formación de batallones de pardos y morenos y su actuación a
lo largo de las guerras por la independencia, y las civiles posteriores, da
cuenta de que el sistema de rescate funcionó más o menos con regulari-
dad. Al terminar el período obligatorio de servicio, que podía variar de 4
a 8 años o más, muchos de los libertos optaron por permanecer en el ejér-
cito, tal vez por constituir una actividad rentada segura, más allá que las
retribuciones serían siempre la de los rangos inferiores ya que no tenían
acceso a los cargo de oficialidad.
La prerrogativa real de “acordar la ingenuidad” fue instituida des-
de Dioclesiano e implicaba la facultad de hacerlo como favor excepcional
reintegrando al antes esclavo los derechos de su nacimiento. El liberto pa-
saba a ser considerado en todas las situaciones jurídicas como si hubiera
nacido libre, o sea que se borraba de su pasado el estigma de la esclavi-
tud.23 En el caso de lo sucedido con el sorteo de esclavos, o de los resca-
tados para el ejército, éstos fueron libertados previa compensación mone-

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taria que el gobierno hizo a sus amos. No se trató entonces de un acto de


otorgamiento de ingenuidad sino de libertad, pasando los beneficiados a
ser libertos y no libres puesto que en el acto de manumisión se mantenía
el reconocimiento al derecho de propiedad que pesaba sobre ellos.

Coartación. El peculio como vehículo de liberación

Se entiende por coartación al proceso de acceso a la libertad donde


un esclavo se compra a sí mismo enfrentándose al amo en una relación
contractual con precios y plazos fijados. Esta relación incluía a veces a
una tercera persona que resultaría depositaria parcial del esclavo hasta el
momento de su libertad. Estos casos, por cierto numerosos, corroboran
el hecho que la esclavitud no era entendida como una forma de propie-
dad absoluta.24
Comprarse a sí mismo fue para el esclavo a veces simple y otras no
tanto. Conseguir el dinero sea trabajando a jornal o por medio de un
préstamo era ya lo bastante complicado si se tiene en cuenta que, por lo
general, el amo pretendía recuperar lo invertido inicialmente en el escla-
vo y aún más si en el transcurso de su servidumbre hubiera adquirido ha-
bilidades de tipo artesanal. La negociación por el precio era a veces la par-
te más engorrosa y se debía apelar a la tasación de peritos oficiales para
resolverla.
El acuerdo previo entre amo y esclavo tenía entonces un carácter
vinculante y limitaba la capacidad del amo para disponer de su esclavo y
no fueron pocos los litigios donde las demandas se basaban en ese acuer-
do. Varias normas del derecho romano ya protegían la acción del esclavo
en este proceso a partir de la figura del status libero que implicaba la obli-
gación del amo de respetar lo pactado y la prohibición de hacer transfe-
rencia de dominio toda vez que el esclavo hubiera comenzado a pagar por
su libertad.25 También una ley de las Partidas regulaba esta forma de ven-
ta donde las condiciones no podían ser alteradas.26
La coartación no era un mal negocio para el propietario. Los escla-
vos que compraban la libertad lo hacían pagando su precio según el valor
del mercado, y aún cuando se recurría a los tasadores oficiales para lograr
un “precio justo” los amos no recibían menos de lo que habían pagado
por ellos. Fue sin duda más frecuente en las ciudades que en el campo

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pues los esclavos urbanos contaban con mayores facilidades para ganar
dinero y conocían mejor sus derechos que los que vivían aislados en las
zonas rurales. Pero no siempre era todo tan sencillo, los amos no vacila-
ron en aludir al origen deshonesto del dinero presentado por los esclavos
para pagar su precio y los detractores del sistema de coartación recorda-
ban que el hecho de acumular peculio para su libertad ponía al esclavo en
la tentación de robar para conseguir su objetivo.
El derecho de los esclavos a comprar su libertad, según la visión de
Levaggi, ha dado lugar a diversas interpretaciones tanto de amos, escla-
vos o letrados. Esta situación debería haber quedado definitivamente
aclarada con la Real Cédula de 1768, aunque a juzgar por la complejidad
de algunos litigios parece no haber tenido vigencia en el Río de la Plata.27
“La jurisprudencia no fue uniforme. No tuvieron pleno respaldo las pre-
rrogativas de los dueños, ni fue siempre reconocido el derecho de éstos
(los esclavos) al rescate contra la voluntad de aquellos” manifiesta Levag-
gi. De todas formas puede observarse una tendencia favorable a la liber-
tad mediando justiprecio y aún refrendada por el mismo rey. Incluso la
Real Cédula de octubre de 1790 eximió el pago de alcabala sobre los con-
tratos de coartación porque “se añadiría un nuevo estorbo al logro de la
libertad” en una manifiesta intención de favorecer estos procedimientos.
Las Partidas admitían la posibilidad para los siervos de acumular
un peculio con el cual adquirir su libertad. Pero el necesario consenti-
miento del señor que allí se estipulaba quedó anulado desde la Real Cé-
dula de 1526, cuando el sentido de la propiedad absoluta del amo sobre
su esclavo quedó acotado. Así, quien lograra reunir el dinero para pagar
su “justo precio” podría acceder a la libertad aún contra los deseos de su
dueño. Pero dijimos arriba que la Cédula de 1768 hubo de volver sobre
el particular posiblemente porque los amos y los jueces desconocían, a
propósito o no, el tenor de lo dictaminado en 1526.
Por lo tanto, no siempre estas cuestiones se desarrollaron con la
simpleza reflejada en las leyes. Para el esclavo la libertad representaba una
ventaja civil mientras que para el amo implicaba la pérdida de un trabaja-
dor valioso y hasta irreemplazable.
Y ya que se ha hecho referencia al peculio es importante detenerse
en modalidad de trabajo a jornal, ampliamente extendida en América. En
primer lugar porque implica una forma de ocupación no sistemática, po-
co controlada y que refleja una realidad social y económica particular: la
de familias enteras que subsisten gracias al trabajo que sus esclavos logran

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conseguir. En segundo lugar, porque remite al derecho consuetudinario


donde al esclavo se le permite conservar una parte de ese jornal como pe-
culio propio.
No se pueden dejar de lado las reflexiones de Yan Thomas quien
analiza las instituciones romanas respecto de este tema.28 La categoría ju-
rídica del trabajo es resultado de una operación durante la cual es separa-
da del cuerpo humano y se transforma en una “cosa”. El trabajo del es-
clavo se transformó en un objeto de intercambio que reunía a un locata-
rio y un locador (amo y contratante) y donde según Yan Thomas se ob-
serva una partición de cabezas: uno es el propietario del hombre y otro
es propietario del trabajo. Esta es una práctica que se remonta a la ley ro-
mana, ajustada en el Digesto de Justiniano y que regía el trabajo servil
(operae servorum) según la cual el amo tiene el derecho de aprovechar sus
servicios y también alquilarlos.
La otra razón por la que resulta interesante detenerse en el tema del
trabajo a jornal, es la de observar la capacidad de negociación que se atri-
buía al esclavo y también para analizar una práctica ampliamente difun-
dida: la facultad que tenía el esclavo de acumular su propio peculio. Ha-
bía sido ésta una práctica corriente en Roma y se entendía por peculio to-
das aquellas posesiones que el amo daba a su esclavo para su uso propio
permanente. Si bien estas posesiones se contradecían con el concepto de
esclavitud, frente a ello la jurisprudencia “cerraba los ojos”.29
El peculio iba también en sentido contrario de las leyes castellanas
vigentes. “Todas las cosas que el siervo ganare por cualquier manera quier
que las gane deben ser de su señor”, decía la ley III de la IV Partida no de-
jando dudas al respecto. Si el hijo menor de edad en caso de adquirir bie-
nes lo hacía para su padre, cuanto más había de aplicarse este principio a
un esclavo. No hay que olvidar que la figura del amo se asienta sobre la
del cabeza de familia y sus obligaciones y derechos, tanto materiales co-
mo morales, son similares.
Pero la situación en América no reflejaba lo dispuesto por esta ley,
por el contrario la contradecía la mayoría de las veces. El peculium des-
cartado por las Partidas solía formarse en América con parte de los jor-
nales que el esclavo ganaba fuera de la casa de su amo o con lo obtenido
por ventas de productos agrícolas cosechados por sí mismo. Constituía
una forma frecuente de acceso a la libertad ya que el esclavo podía com-
prarla con el peculio acumulado en forma total o a plazos.30

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Después del siglo XVI desaparece prácticamente de la normativa el


tema del peculio, dejándoselo librado a la costumbre de cada lugar. Es
más, nunca fue regulado sino que formó parte de negociaciones privadas
entre amo y esclavo, a tal punto que cuando éste solicitaba carta de liber-
tad no estaba obligado a demostrar cómo había juntado el dinero necesa-
rio para pagar el precio de su libertad. Se mantenía tan solo aquello de que
nadie podía contratar con esclavos salvo si sus dueños lo hubieren auto-
rizado.31
La Real Cédula General de 1789, si bien no menciona expresamen-
te al peculio, observa en su capítulo III que los esclavos tendrían derecho
a dos horas diarias “para que las empleen en manufacturas u ocupaciones
que ceda a su personal beneficio y utilidad”. Quedaba en la misma norma,
tácitamente incorporado el trabajo de los esclavos como jornaleros al
prohibir que fueran las mujeres incluidas en esta modalidad.
Pero a pesar de la inclusión de estas acotadas disposiciones restric-
tivas, basadas sobre todo en una revalorización del trabajo esclavo, el pe-
culio persistió sobre todo en las ciudades donde los blancos que subsis-
tían gracias al trabajo a jornal de sus esclavos eran moneda corriente. El
esclavo entonces, tenía una cierta libertad para pactar tanto un salario con
su empleador como la entrega de una suma fija de dinero a su amo.
Lo mismo que en el resto de Hispanoamérica, en las ciudades rio-
platenses la oferta de trabajo temporal estuvo ligada a la producción arte-
sanal y al servicio doméstico. En las áreas rurales los esclavos sustituyeron
la falta de brazos criollos para la cría de ganado y el laboreo agrícola.
Fueron comunes los traslados de esclavos desde una provincia a
otra para buscar trabajo con el consentimiento de sus amos. Esto habla-
ría que entre ambos existiría una relación más de tipo personal que de su-
jeción. Para Silvia Mallo las características de este mercado de trabajo ha-
ce difícil de definir en qué condiciones se encuentran estos esclavos que,
reiteradamente alquilados, pierden la noción de quién es su amo.32
Incluso de estas relaciones devienen convenios informales median-
te los cuales los esclavos no sólo buscarán por sí mismos un trabajo fue-
ra de la cobertura del amo, sino que lo hacen con la promesa de que una
parte de lo que perciban servirá para comprar su propia libertad.33 Pro-
mesa o acuerdo verbal que pocas veces es legalizada ante escribano. A la
luz de los litigios iniciados por esclavos ante el incumplimiento de la pa-
labra del amo y con sentencias favorables, es de creer que la mayoría de

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estos convenios se desarrollaron sin problemas dado que respondían a


una práctica común.
El trabajo fue mucho más que una obligación para el esclavo. Fue
también un derecho cuando una parte de aquel se transformaba en pecu-
lio, y este peculio ahorrado y aumentado con el paso del tiempo se trans-
formaba en la llave de acceso a la libertad.
Pero ante todo, el trabajo fue para el esclavo un eficaz instrumen-
to de negociación. Con su amo, con aquel que lo contrataba, con quien
lo iba a comprar, con el que le prestaba el dinero para comprar su liber-
tad. Lejos quedaba la aplicación de la IV Partida que determinaba que lo
ganado por el siervo era del señor. El negociar un salario y ahorrar una
parte de él implicaba un reconocimiento de la ley a su capacidad de tener
posesiones y por ende de su capacidad jurídica.
Las normas y las costumbres indianas, que se extendieron durante
el período republicano, acercaron al esclavo los elementos para apropiar-
se de su trabajo y signaron una dualidad en su vida cotidiana. La obedien-
cia por partida doble: al amo y al patrón circunstancial; la sujeción y la li-
bertad de desplazamiento; la carencia absoluta y la posesión.

Los distintos regímenes de Patronato

El gobierno revolucionario prohibió el tráfico de esclavos en 1812,


mediante un decreto que establecía en su artículo tercero que los barcos ne-
greros que arribaran al puerto de Buenos Aires serían confiscados y sus es-
clavos declarados libres y destinados por el gobierno a ocupaciones útiles.
Esta situación constituye un claro ejemplo de que el naciente esta-
do republicano hubo de replantearse su actitud frente a los africanos. Si
la esclavitud iba a ser sostenida en esos tiempos revolucionarios al menos
no podía serlo en el futuro. Quedaba claro que resultaba una institución
manifiestamente reñida con las ideas de libertad e igualdad.
Cuando el Primer Triunvirato acordó la prohibición de la trata, ale-
gó defender “los derechos de la humanidad afligida” aunque concuerda
con el Cabildo sobre la imposibilidad de extinguir la esclavitud de un “so-
lo golpe” porque afectaría el derecho de propiedad y por los peligros que
acarrearían a la nación “la repentina emancipación de una raza que, edu-
cada en la servidumbre no usaría de la libertad sino en su propio daño”.34

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Cuatro años más tarde lo mismo se reflexionaba en un editorial de La ga-


ceta declamando que la ley “que abolió entre nosotros el tráfico de la escla-
vatura es tan filosófica y bien meditada en lo abstracto, como prudente en
los términos en que fue concebida. /.../ la absoluta manumisión de los que
ya existían dentro de nuestro mismo seno hubiera sido peligroso y se adop-
tó conciliar los derechos del hombre con el de los particulares”.35
El periódico reflejaba la mentalidad y preocupación de entonces: la
población negra no podía ser liberada sin control y la propiedad privada
debía respetarse. Las decisiones del estado sobre el particular dieron so-
luciones parciales a diferentes problemas relacionados con la esclavitud.
Quienes habían nacido esclavos debían seguir siéndolo, el derecho de
propiedad que pesaba sobre ellos así lo indicaba. Pero otros esclavos en-
contraron en las leyes rioplatenses un camino a la libertad: los que iban a
nacer y los que ingresaran al país luego de la prohibición de 1812.36
Para ambos casos la solución llegó de la mano del Patronato, un or-
denamiento jurídico que involucró a miles de esclavos y que constituyó
una forma de acceso a la libertad obligada y controlada por el estado.

La Ley de libertad de vientres. La liberación de los niños por nacer

“El parto sigue al vientre” proclamaba la IV Partida para significar


que el hijo de madre sierva heredaba su condición.37 Una fórmula jurídi-
ca contraria a aquella otra donde la madre libre ofrece su vientre como
contenedor del “hijo del padre” de quien heredará nombre, libertad y bie-
nes. En América seguía aplicándose aquella norma y, sin importar el color
o estatuto del padre, el hijo de esclava era irremediablemente esclavo.
Cuando ya se había iniciado el proceso de emancipación americana esta
ley continuaba siendo aceptada como corriente pues hacía a la esencia de
la esclavitud. Por esta razón es que la ley que no permitiría el traspaso de
la condición de esclavitud a los niños por nacer tomó tal denominación.
Promulgada el 2 de febrero de 1813, la ley permitió al gobierno su-
primir la esclavitud en las generaciones futuras. En su parte dispositiva or-
denaba que “fueran considerados y tenidos por libres todos los que en di-
cho territorio hubiesen nacido desde el 31 de enero de 1813 en adelante”.
Esta norma representó un duro golpe a la composición social he-
redada del período hispánico. Si bien el avance del estado sobre la propie-

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dad privada era en este caso parcial, ya que no libertaba a las madres sino
sólo a los hijos, imposibilitaba la reproducción futura de esa propiedad.
Un mes más tarde, el Reglamento para la Educación y Ejercicio de
los Libertos regulaba la aplicación de la ley generando una nueva vincu-
lación entre el amo y el hijo de su esclava. El amo de la madre pasaría a
ser patrono del niño y, si bien la condición de dominio sobre la madre no
variaba, la sujeción del liberto no era a perpetuidad.
Los patronos tenían la obligación de denunciar los nacimientos
ocurridos de sus esclavas a la autoridades de la Policía o del Cabildo. Las
madres conservaban a sus hijos junto a sí durante los dos primeros años
de vida, cuando dependían enteramente de ellas para su subsistencia.38
Los libertos debían permanecer bajo tutela del patrono hasta cumplir los
20 años en el caso de los varones, y 15 en el da las niñas.
En su conjunto la ley ofrecía semejanzas con el sistema esclavista
pues permitía el traspaso, alquiler o castigo de los libertos, así como la se-
paración de madres e hijos una vez transcurridos los dos años reglamen-
tarios.39 Sin embargo, en el espíritu de la ley el liberto estaba bajo suje-
ción de su patrono pero no bajo su dominio perpetuo y, lo más impor-
tante, su status jurídico tenía plazo de vencimiento y el acceso a la liber-
tad quedaba asegurado. Por su parte, para los amos el perjuicio económi-
co era parcial: si bien perdían la propiedad del niño conservaban la de la
madre inalterable.
En 1816 el periódico La Gaceta publicó un informe de la Policía
sobre los nacimientos registrados desde la promulgación de la ley de
vientres: 2003 nacidos, entre ambos sexos, de los cuales sobrevivieron 646
niñas y 607 varones haciendo a un total de 1253 niños a quienes el estado
había garantizado ya su libertad.
Los nacimientos se sucedieron manteniéndose inalterable el régi-
men de patronato pero, de la misma forma que el derecho romano enten-
día que quien libertaba a un esclavo era acreedor a ciertos servicios por
parte de éste y las Partidas hablan de la deuda moral del manumitido, el es-
tado republicano se reconoció el derecho a disponer de los libertos como
forma de “devolver” al gobierno algo del beneficio que les fuera otorgado.
Se los declaró aptos para las armas en los decretos de alistamiento
de los años 1825- 1826- 1827- 1831-1834. El reclutamiento no debe lla-
mar la atención pues las levas alcanzaban a todos los ciudadanos, pero lo
llamativo es que los enunciados de todos son del mismo tenor respecto a

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que el liberto tenía un deber mayor de servir a la patria. El decreto de


1831, por ejemplo, lo manifestaba con claridad al decir que ellos “debien-
do nacer esclavos por la condición de sus madres han nacido libres por la
generosidad de la Patria”.40
Se podría decir que el liberto se mantendría en una situación de su-
jeción jurídica por partida doble: del patrono hasta alcanzar la edad de la
libertad y del estado que ejercería sobre él un control más exhaustivo lo
que los llevó a gozar de una libertad civil disminuida.
b) Las Leyes de Corso. La libertad como consecuencia de la gue-
rra. Con su vuelta al trono de España Fernando VII inició una serie de ac-
tividades tendientes a recuperar sus antiguas colonias americanas. En
atención a esto el Director Supremo de las Provincias Unidas, Juan Mar-
tín de Pueyrredón, dictó el 18 de noviembre de 1816 un Reglamento por
el cual se concedía patente de corsario a toda persona dispuesta a armar
buques contra la bandera española. El artículo 17 indicaba que los escla-
vos transportados en los buques apresados serían remitidos al puerto, pa-
gando el gobierno $50 por cada uno de ellos que fuera apto para el servi-
cio de las armas, entre 12 y 40 años de edad. El resto sería declarado libre
distribuido “a tutela” entre los vecinos.
Con esta norma el estado supo conciliar la necesidad de hombres
para las armas y la falta de brazos para el trabajo con un ingreso no pre-
meditado de esclavos. Ellos pagarían su futura libertad sirviendo en el
ejército durante cuatro años o a las familias seleccionadas para la tutela,
sin que el Reglamento consignara durante cuanto tiempo permanecerían
en esta última situación. Se decían que ellos “serían absolutamente libres”
pero esto no resultó más que un formalismo ajustado a los tiempos en
que la servidumbre resultaba una evidente contradicción con el espíritu
revolucionario imperante.
Nuevas normas generales sobre el corso se establecieron durante la
guerra con el Brasil, produciéndose una variación en el destino seguido
por los esclavos apresados en tales circunstancias. Fue éste el último in-
greso masivo de africanos a Buenos Aires, que por sumar varios miles vi-
no a paliar la disminución progresiva que sufrió la mano de obra esclava
por una sucesión de hechos: el envejecimiento natural, la muerte de sus
hombres en las guerras, el cierre del tráfico y la libertad de vientres.41
Cuando en 1826 ingresó a Carmen de Patagones el primer buque
negrero apresado, remitido desde Buenos Aires, se desató una seguidilla

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de normas respecto de esos esclavos y los que ingresarían más tarde. El


“San José Dilligenti” traía a bordo 380 esclavos bozales de los que 100
hombres pasaron a formar parte de una compañía de ejército merced al
Decreto de Rivadavia del 3 de marzo. La innovación respecto del Regla-
mento de Corso anterior vino en detrimento de estos flamantes libertos:
en vez de cumplir con el servicio a las armas por cuatro años debían ha-
cerlo por ocho.
Una semana más tarde otro decreto reguló el destino del resto de
los africanos capturados que fueron repartidos entre los vecinos, deveni-
dos en patronos, que pagarían por ellos un costo de $72, al contado o en
tres cuotas.42 Seis años fue el plazo establecido para el servicio de los li-
bertos a esas familias.
En el transcurso de la guerra, numerosos fueron los buques apre-
sados por la escuadra de Brown. Pero mayor fue el número de embarca-
ciones capturadas por corsarios particulares, quienes en los años 1827 y
1828 hostigaron sin pausa a la flota brasileña entorpeciendo totalmente la
actividad mercante, incluso frente a la costa de Río de Janeiro.
Lo redituable de las operaciones corsarias llegó a interesar a titula-
res de importantes firmas mercantiles como Vicente Casares, José Arrio-
la, Severino Prudent, Félix de Alzaga o Félix Frías quienes invirtieron
grandes sumas para armar, pertrechar y tripular barcos corsarios.43 El al-
to costo de inversión, y su papel fundamental para el desarrollo de la gue-
rra, los levó a reclamar un pago superior por cada esclavo ingresado. En
respuesta a ello, un decreto de septiembre 1827 elevó de 50 a 200 pesos la
retribución que haría el estado. Se recordaba, no obstante, que el decreto
se dictaba manteniendo el “principio inalterable de que los esclavos que
arriben a las costas de la República son libres ipso facto.”
Pero la modificación más llamativa fue que los armadores de bu-
ques, y no el gobierno, quedarían a cargo de la distribución de los recien-
tes libertos entre la población que así lo requiriera. El estado sólo se ase-
guraba un porcentaje fijo de hombres para el ejército. “El armador es
obligado a ceder gratuitamente para el servicio militar 10 de cada 100 de
los negros introducidos, computados varones y mujeres en la proporción
respectiva...”44 Contrariamente a lo estipulado en el decreto anterior, por
el cual el estado se quedaría con el patronato de todos los varones aptos
distribuyendo el resto a tutela, con la nueva norma los armadores de bu-
ques lograron un mayor beneficio económico: poder distribuir por sí

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mismos una mercancía más que valiosa en un período de innegable falta


de brazos para cualquier tipo de tareas.
Otra modificación importante fue la referida al tiempo de servicio
del liberto en casa de su patrono, más extensa que la inicial de seis años.45
Así, según la edad al momento de la captura, el servicio se extendería en-
tre cuatro y quince años. El mismo decreto disponía que el Jefe de Policía
fuera el responsable del control de la distribución de los libertos y del
cumplimiento de los plazos previstos. Junto con el Defensor de Pobres
debía velar por que recibieran buen trato, asistencia y educación cristiana.
Del mismo modo que en el caso de lo libertos de la Libertad de
Vientres, los patronos podían traspasar a favor de otra persona el derecho
de patronato. De acuerdo a las fuentes, el precio de los libertos subía en
cada transacción. El decreto del gobierno mandando a poner tomar “las
providencias necesarias para evitar aquellos abusos” poco hizo por cam-
biar la situación.46 Los libertos aumentaban su valor en relación directa
con su edad y el tiempo de sujeción que les restaba.
Según la legislación vigente, los patronos recibían libertos a su car-
go con la obligación de velar por ellos, educarlos y alimentarlos. Los li-
bertos a su vez debían obedecerles y prestarles servicios durante el tiem-
po que estuvieran bajo su tutela. Era esta una relación más de tipo con-
tractual que una de sujeción similar a la de amo y esclavo. Sin embargo,
los términos de algunos contratos desmienten esto y demuestran que no
estaba internalizada en la sociedad la diferencia entre esclavo y liberto.
Por ejemplo, Manuela Mercado recibe una liberta “...para que, como due-
ña absoluta pueda enajenarla o hacer el uso que de la expresada sierva
quiera y pueda, pues yo cedo paso y traspaso todo el dominio que sobre la
expresada criada puede tener y haya tenido”.47
Nótese que los términos “sierva”, “enajenación” o “dominio” se
corresponden con el régimen de esclavitud. El liberto, técnicamente ni es
siervo, ni su persona es enajenada ni el patrono tiene dominio sobre él. La
cesión de patronatos constituía en la práctica una venta d personas, por
un tiempo fijado, encubierta bajo una forma de contrato de trabajo.
Y es en estos contratos donde se aprecian ciertas formalidades po-
co creíbles. En ellos los libertos declaran estar de acuerdo con servir a tal
o cual patrón, sin explicar cómo un africano bozal puede hacer tal elec-
ción.48 De todos modos, el contrato no era lo más corriente siendo las
venta o traspaso de patronatos registrados en documentos firmados sólo
por el comprador y el vendedor.

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Una última muestra de cómo el régimen de patronato reflejaba aún


una mentalidad esclavista. En una reclamación elevada al gobierno se ob-
serva la aplicación de la norma de la herencia materna de la condición ju-
rídica. Luis Vernet reclamó el patronato de dos niños nacidos de sus li-
bertas. Francisca y Dorotea, cuyo patronato fue adquirido durante la
guerra, fueron madres en 1829 y 1831 respectivamente en el estableci-
miento de Malvinas, y sus hijos heredarían su condición hasta cumplir
con la edad estipulada en la legislación.49
Posiblemente el gobierno no haya puesto demasiado empeño en
que las leyes fueran debidamente observadas o los problemas traídos por
una guerra internacional hayan dado lugar que se cometieran irregulari-
dades en la recepción y distribución de los libertos. Es más que esperable
que los libertos fueran objeto de un comercio ilícito, no hablaban el idio-
ma ni conocían as leyes. Pero lo cierto es que más de 3000 libertos ingre-
saron al Río de la Plata durante el desarrollo de la Guerra con el Brasil.
El ejército engrosó sus filas con los hombres más jóvenes y más aptos, los
barcos obtuvieron marinería dócil y poco costosa, las obras públicas los
brazos que le eran tan necesarios. Las casas de familias, las chacras y es-
tancias lograron un respiro después de tantos esclavos confiscados por las
levas militares. Los esclavos, que fueron declarados libres, estuvieron lar-
go tiempo sujetos a una servidumbre obligada. Fueron ellos los últimos
africanos llegados en forma forzada al Río de la Plata y también los últi-
mos en alcanzar la libertad.
Durante el período hispánico la esclavitud, tal como estaba con-
templada en las Partidas no era un destino irreversible. Las posibilidades
de conseguir la libertad eran diversas y los esclavos apelaron a distintas
estrategias legales para acceder a ella a través de la mediación de las auto-
ridades, la coartación, la ayuda de sus familiares o la gracia testamentaria
del amo.
A la sociedad rioplatense post revolucionaria le llevó un largo
tiempo redefinirse y ajustarse al nuevo ordenamiento político. De hecho,
su basamento estamental y corporativo se mantuvo firme mientras el de-
recho indiano y las prácticas jurídicas criollas derivaban en un nuevo or-
den normativo.
En 1830, por ejemplo, el periódico ‘Mártir o Libre’ llegó a sugerir
la promulgación de leyes que obligaran a gente de color libre a emplear-
se como servidores domésticos. En 1853, en pleno año constituyente, en
la ‘La Tribuna’ se describían los padecimientos de las familias blancas an-

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te la falta de servicio domestico: “...viciadas la buenas costumbres de la


gente de color, fomentados en ella el lujo, la holgazanería y a licencia, las
familias tienen que resignarse a tranzar con su libertinaje o desempeñar
por sí mismas los diferentes quehaceres domésticos...”.50
No se puede desconocer que las leyes de patronato introdujeron
un cambio sustancial en las relaciones entre los blancos y los descendien-
tes de africanos. Pero negros y mulatos, fueran esclavos, libres o libertos,
tuvieron bajo el nuevo régimen una condición jurídica propia diferencia-
da del resto de la población. Su libertad personal no alcanzaba para per-
mitirles circular libremente, contratar o evitar castigos infamantes. Los
gobiernos republicanos se encargaron de mantener a la población afro ar-
gentina en un estado de disminución civil, tardando medio siglo para
otorgarles el status de ciudadanía aunque con eso no los eximieron de un
destino de pobreza y marginación

Notas
1. Persona que no tiene status de ciudadano, ni de padre de familia, ni de libre. Implica la
máxima extinción de la personalidad civil. Por esta razón para la ley el siervo no es perso-
na (servus nullum caput habet).
2. La división tripartita del derecho privado en Natural, de Gentes y Civil quedó consa-
grada en las Institutas de Justiniano. El primero no es producto del hombre sino de la na-
turaleza de las cosas. Es inmutable y equitativo y considera a todos los hombres iguales. El
derecho de gentes estaba integrado por todas aquellas normas aplicables a los pueblos no
romanos, mientras que el civil era únicamente para los ciudadanos.
3. Por STATUS o ESTADO se entiende “la principal condición o calidad bajo la cual vive
el hombre en la sociedad y en su familia”. ESCRICHE, Joaquín. Diccionario razonado de le-
gislación civil, penal, comercial y forense. México, 1837.
4. Los Códigos Españoles concordados y anotados. Madrid, Antonio de San Martín Editor,
1872.
5. San Gregorio decía que “la servidumbre no tiene la vil condición del esclavo, porque no
priva absolutamente de la libertad y no pone al siervo bajo el dominio de propiedad del se-
ñor”. PEREÑA, Luciano. (Estudio y selección). Defensio Fiedei . Buenos Aires, 1966.
6. Juicio presentado por LEVAGGI, Abelardo. “La condición jurídica del esclavo en la épo-
ca hispánica”. En: Revista de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1973 Se refiere al Dere-
cho como el conjunto de normas y prácticas que regulan la sujeción de los esclavos.
7. GOLDBERG, Marta. “La población negra y mulata de la ciudad de Buenos Aires, 1810-
1840”. Desarrollo Económico, Nº 61, 1976.
8. En tiempo de Constantino se creó la fórmula IN ECCLESIA, donde el otorgamiento
de la libertad se realizaba ante una autoridad eclesiástica. Aunque recogida por las Partidas
no se detectó esta práctica en el Río de la Plata. Las referencias al Derecho Romano y Cas-
tellano han sido extraídas para este trabajo de la Tesis de Maestría de la autora. “Vidas de

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NI ESCLAVO NI LIBRE

esclavos. Las complejidades jurídicas a la hora de reclamar derechos. Aspectos de la apli-


cación de la ley en el Río de la Plata durante el período indiano”. Luján, 2007.
Se agradecen las citas en latín del Digesto al historiador Guillermo Palombo.
9. “Libertad es cosa con que place naturalmente a todos. Y según dijeron los sabios, todas
las leyes la deben ayudar”. Ley 18 del Título XXII.
10. MALLO, Silvia. El color del delito. En: Memoria y Sociedad, Revista del Departamento
de Historia y Geografía, Pontificia Universidad Javeriana, N° 15, Bogotá, 2003.
11. Por ejemplo en una escritura de compraventa de una propiedad del año 1870 aún se
consideraba necesario aclarar que las propietarias eran morenas libres. Archivo General de
la Nación (en adelante AGN), Protocolos de Escribanos, Registro 21, 1870.
12. Recopilación de Leyes de Indias. Libro VII, Título V, Ley III.
13. En estos dos últimos baluartes iberoamericanos de las economías esclavistas la manu-
misión generalizada se practicó en forma obligatoria en los años previos a la abolición, de-
terminándose una liberación progresiva donde los esclavos fueron incluidos en un sistema
de patronato antes de ser declarados enteramente libres.
14. La manumisión o extinción de la condición servil ya estaba prevista con todas sus va-
riantes en el Derecho Romano. En su forma solemne, ante un Magistrado, el esclavo salía
de la potestad de DOMINUS o MANUS por un acto que lo convertía en libre. El otorga-
miento de la libertad por “carta” al siervo o ante testigos carecía de validez legal, devinien-
do en una libertad de hecho y no de derecho. En América la “carta de libertad” al ser pro-
tocolizada se tornaba indiscutible pero, si era incluida en expedientes sucesorios o queda-
ban en poder del esclavo podía ser objeto de litigio por parte de los herederos. En tiempo
de Constantino se creó la fórmula IN ECCLESIA, donde el otorgamiento de la libertad
se realizaba ante una autoridad eclesiástica. Aunque recogida por las Partidas no se detec-
tó esta práctica en el Río de la Plata.
15. SEOANE, María Isabel. Un salvoconducto al cielo. Prácticas testamentarias en el Buenos
Aires indiano. Buenos Aires, Dunken, 2006.
16. El testador con herederos forzosos, descendientes o ascendientes legítimos, sólo podían
disponer libremente del quinto o tercio de sus bienes respectivamente. Varios de estos ca-
sos pueden ser observados en actos testamentarios o bien en los expedientes sucesorios.
17. SEOANE, op. cit.
18. Partida III, Título VII, Ley IV y Partida IV, Título XXII, Ley VIII.
19. AGN, Acuerdos del Extinguido Cabildo, Serie IV, Tomo II, 1805-1807.
20. La prerrogativa real de “acordar la ingenuidad” fue instituida desde Dioclesiano e im-
plicaba la facultad de borrar definitivamente el estigma de la esclavitud. En este caso, los
esclavos fueron comprados a sus amos para ser inmediatamente libertados, por lo que su
condición jurídica posterior pasó a ser de libertos y no de libres.
21. AGN. Sala X- 3-3-3.
22. AGN, Acuerdos del Extinguido Cabildo, 25 de mayo de 1813. Las otras gracias con-
cedidas ese día por sorteo fueron: 4 dotes para niñas casaderas, 8 ayudas económicas para
familias indigentes y talleres para 4 artesanos de la ciudad. El primer sorteo se llevó a cabo
en 1812 y esta práctica se replicó en algunas provincias. En 1815, las arcas exhaustas del
Cabildo determinaron que sólo se favoreciera un sorteo para niñas huérfanas.
23. Recordamos que el término INGENUO describe a aquella persona que ha nacido libre.
24. Este procedimiento implica la existencia de un pacto o contrato entre amo y esclavo.
Mientras el primero se compromete a otorgarle la libertad el segundo asegura pagar un
precio justo por ella.

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25. Esta figura, no siempre mencionada, es la que le dio sustento jurídico a varios reclamos
de esclavos contra sus amos por incumplimiento de palabra.
26. Partida V, Título V, Ley XLV.
27. La Real Cédula del 21 de junio de 1768 afirmaba la obligación del amo a recibir el jus-
tiprecio pagado por el esclavo para libertarse. PETIT DE MUÑOZ y otros. La condición ju-
rídica, social, económica y política de los negros durante el coloniaje en la Banda Oriental.
Montevideo, Talleres Gráficos 33, 1948.
28. THOMAS, YAN, Los artificios de las instituciones. Estudios de derecho romano. Buenos
Aires, Eudeba, 1999.
29. Se refiere con estos términos “conventibus oculis”, el título 45, libro 1, fragmento 104
del Digesto.
30. En 1505 los primeros esclavos enviados a La Española llegaban con la promesa real de
quedarse con un porcentaje del oro extraído de las minas, el cual sería más tarde aplicado
a comprar su libertad.
31. Recopilación de las Leyes de Indias. Madrid, 1943. Ley XVI, título XI, Libro V.
32. GOLDBERG, M; MALLO, S. “La población africana en Buenos Aires y su campaña. For-
mas de vida y subsistencia (1750-1850)”. En: Temas de África y Asia Nº 2, UBA, Facultad
de Filosofía y Letras, 1991.
33. Un estudio interesante sobre la naturaleza de estas negociaciones entre amo y esclavo
aparece en el artículo de Eduardo SAGUIER. “La naturaleza estipendiaria de la esclavitud
urbana colonial. El caso de Buenos Aires en el siglo XVIII”. En: Revista Paraguaya de so-
ciología, Asunción, 1989.
34. AGN Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1812.
35. AGN. Gaceta de Buenos Aires, 11 de junio de 1816.
36. Para Rebeca Scott la institución del patronato estuvo diseñada con una apariencia pa-
ternal y de transición. Una combinación paradójica de cambio y ausencia de cambio, don-
de la promesa de emancipación futura era un triunfo a la resistencia de los amos. En: La
emancipación de los esclavos en Cuba. México, Fondo de Cultura Económica, 1989.
37. El Código Justinianeo aplicaba a la madre esclava la misma fórmula que para la madre
que no había contraído nupcias. En ninguno de los dos casos se podía demostrar la pater-
nidad, por lo que se determinaba en estos casos que “la madre es la única cierta” (mater
semper certa est- Digesto 2, 4, 5).
38. En esto parece haber un retroceso en tanto la Partida IV, en su título XIX determina-
ba que la obligación de criar y alimentar a los hijos correspondía a la madre hasta los tres
años de edad.
39. Esto aplica tanto para la venta de las madres o traspaso del patronato de niños. Las
“ventas” de patronato o alquiler de libertos a jornal se pueden encontrar en los avisos de
La Gaceta hasta entrada la década de 1840.
40. AGN. Sala X- 33-1-2.
41. CRESPI, Liliana. “Negros apresados en operaciones de corso durante la guerra con el
Brasil (1825-1828)” En: Temas de África y Asia 2. ires, Facultad de Filosofía y Letras.,
UBA, 1993. Las cifras totales de los esclavos ingresados por apresamientos en la Tesis de
Licenciatura de la autora “Apresamiento de negros esclavos en operaciones de corso du-
rante la guerra con el Brasil. El régimen de patronato”. Luján, 1995.
42. Sin embargo, los registros contables indican que del total de libertos repartidos a par-
ticulares sólo se abonaron un 58% de lo que correspondía. Ibídem.
43. Un buque corsario de importancia podría costar a su dueño entre 50.000 y 90.000 pe-

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NI ESCLAVO NI LIBRE

sos. Pero la posibilidad de resarcimiento triplicaba lo invertido. Por ejemplo el buque apre-
sado “Bella Flor” llevaba mercadería por un valor de 280.000 pesos, incluidos los esclavos
que transportaba. En CRESPI, Liliana. Tesis de Licenciatura, op. cit.
44. ANGELIS, PEDRO. Colección Leyes y Decretos. Buenos Aires, Imprenta del Estado,
1835.
45. En el caso de los destinados al ejército, el decreto de marzo de 1827 estipuló cuatro
años de servicio y el de septiembre lo elevó a ocho, retomando lo dispuesto por un decre-
to del año anterior.
46. AGN. Sala X-32-11-3.
47. AGN. Sala X-31-9-5.
48. “El liberto Pablo, en uso de su libre y espontánea libertad se ofrece a servir a Luis Ver-
net por el término de diez años...” AGN. Sala VII-2-3-7.
49. AGN. Sala X-32-10-7.
50. Citado en: Los afroargentinos en Buenos Aires

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES


EN ARMAS PARA DEFENDER A SUS AMOS

MARTA BEATRIZ GOLDBERG

La guerra y la violencia están en la base misma de la esclavitud.


Ambas eran necesarias para someter a los africanos. Con violencia se los
arrancaba de su hogar, su tierra y su cultura y se los llevaba encadenados
a la costa para introducirlos en las sentinas de los barcos. Durante la tra-
vesía atlántica, el hacinamiento favorecía la propagación de epidemias, a
la altísima mortalidad que estas provocaban se sumaba la de los suicidios
porque muchos esclavos movidos por la tristeza de verse en esa situación
solían contener la respiración hasta morir Los tratantes alarmados por la
pérdida que esto representaba en sus ganancias, decidieron combatir los
suicidios por medio de “la diversión forzosa”; sin quitarles las cadenas
llevaban a los esclavos a la cubierta y los obligaban a batir tambores, bai-
lar y cantar.
Al llegar a Buenos Aires los sellaban a fuego y los despojaban de
las “creencias falsas y salvajes africanas, imponiéndoles la “la única y ver-
dadera” religión católica. Paradójicamente, ingresaban violentamente a
una religión que predica el amor al prójimo y la benevolencia. A la vio-
lencia de los castigos corporales se sumaba la de su “cosificación” que
permitía que fuese comprado, alquilado, embargado, hipotecado y juzga-
do con una sesgada interpretación de las leyes que les habían ido otorgan-
do algunos derechos como persona.

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

En las Guerras de la Independencia los criollos necesitaron cada


vez un mayor número de soldados, por lo que reclutaron varones de13 a
60 años de origen africano. En principio los batallones eran de libres; pe-
ro, al extenderse la guerra recurrieron a los esclavos. ¿Cómo conseguirían
que la tan mentada violencia de los “bárbaros” y “salvajes” no se dirigie-
se contra sus amos sino contra otros “blancos”? ¿Tenían, acaso, esos
afroamericanos, una “identidad criolla”? Si los mantenían en batallones
segregados porque eran “los otros; ¿por qué iban a luchar por “noso-
tros”? En el discurso revolucionario hay permanentes referencias a que la
lucha era para romper las cadenas de la esclavitud que les había impuesto
España.1 ¡Cómo podían justificar mantenerles las cadenas y llevarlos a lu-
char para que ellos cortaran las propias?2 Una forma era culpar a los es-
pañoles de que ellos los mantuvieran en la esclavitud, al proclamar:
“¡Africanos! No os quejéis si unos cuantos de entre vosotros prosiguen
todavía en situación oprimida. Las leyes bárbaras que pesaban sobre
blancos y negros en estas tiranizadas regiones os causan todavía este mal.
Los españoles, aun después que ya no gobiernan, haciéndoos una vez es-
clavos, os han separado acaso para siempre del gran beneficio de ser li-
bres”.3
Diferenciaban la que podríamos llamar su esclavitud metafórica de
la esclavitud real. Esta última “manchaba” para siempre a los que habían
estado sujetos a ella o todavía lo estaban, y los volvía viles y exentos de
honor, les impedía vestirse con sedas y terciopelos, utilizar adornos de
oro y acceder a cargos y honores, vedándoles, además, el ingreso, a la
educación y a la carrera religiosa.
El Ejército, era la única institución a la que podían ingresar por ser
necesarios para la defensa de una zona de frontera con escasa población,
y les permitía cambiar sus raídas ropas de esclavos por los uniformes co-
loridos y vistosos de los batallones, ser reconocidos por actos de valentía
y lavar a sangre y fuego en los campos de batalla esa “ mancha de la es-
clavitud”, estigma y prejuicio, que está presente hasta en el discurso radi-
calizado de Castelli cuando al solicitar se otorgue el uso del “Don” a los
esclavos distinguidos, plantea que “Puede suceder que convenga manejar
el resorte del honor hasta el caso en que se asemejen a un hombre fundi-
do de nuevo en el crisol de la educación y la educación”.4

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS

Participación africana en milicias y batallones

Desde su fundación definitiva en 1580, Buenos Aires recurrió a las


castas para su defensa ante la permanente amenaza del avance portugués.
A partir de 1590, los negros esclavos integraron las milicias coloniales de
infantería en unidades segregadas como el Cuerpo de indios, pardos y
morenos, batallones urbanos que prestaban servicio en el lugar, y cuyo
objetivo era reemplazar a las otras fuerzas cuando salían de campaña. En
julio de 1664, la Guarnición de Buenos Aires incluía en forma “oficial” la
presencia de negros y mulatos. En el padrón de 1778, los varones de las
castas representaban un quinto del total de las tropas de Buenos Aires y
regiones circundantes al mando del Virrey Vértiz.5 El servicio militar era
obligatorio para todo liberto físicamente apto. En marzo de 1807 las ac-
tas del Cabildo registran la existencia de un cuerpo integrado exclusiva-
mente por esclavos cuyo comandante, José de María, sostenía que el me-
jor premio para los esclavos que se distinguieran en el ejercicio de las ar-
mas sería otorgarles la libertad, sin que esto implicase perjuicios a los de-
rechos de los amos.6 En Junio de 1807 el cuerpo de pardos de infantería
estaba integrado por nueve compañías: cinco de pardos, dos de indios y
dos de negros; mientras que el cuerpo de pardos de artillería, estaba for-
mado por cuatro compañías de pardos, dos de negros y dos de indios. A
los pardos y morenos se los uniformó, se les dio una bandera y se los per-
trechó lo mejor posible.. Las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 fueron
derrotadas por una fuerza de unos 5.000 hombres de los cuales 876 eran
negros esclavos de los batallones segregados. El Cabildo premió con la li-
bertad a los esclavos que se habían destacado, comprándolos a “sus legí-
timos dueños”, en algunos casos directamente y en otros, después de un
sorteo hasta completar un número determinado previamente.. Una de las
preocupaciones principales de los “vecinos” de Buenos Aires y de los
miembros del Cabildo fue recuperar las armas que habían quedado “en
poder de los “negros” que los habían defendido de los invasores ingleses,
pero “sin ofenderlos”, tal como se manifiesta en un Bando del Cabildo de
julio de 1807.
Las pensiones vitalicias otorgadas a los inválidos, viudas y huérfa-
nos de los caídos en combate también se diferenciaron étnicamente; los
españoles o criollos blancos recibirían doce pesos, y solo seis, los negros,
pardos e indios. A los pardos y negros que habían quedado inválidos, se
les otorgó la libertad, además de los seis pesos estipulados Cada vez que

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

en los periódicos y la literatura se destacaba la lealtad y patriotismo de es-


tas tropas, inevitablemente se mencionaba “la magnanimidad del pueblo”
de Buenos Aires y de sus autoridades por haberles agradecido su conduc-
ta, como, entre muchos otros, hace Fray Cayetano Rodríguez en el Poe-
ma que un amante de la patria consagra al solemne sorteo celebrado en la
plaza mayor de Buenos Ayres, para la libertad de los Esclavos, que pelea-
ron en su defensa. Pese a tan “inflamados” elogios y agradecimientos, los
negros siguieron en cuerpos segregados con oficialidad blanca porque,
todavía en 1812, consideraban que “educados y envejecidos en el abati-
miento y la servidumbre sois casi incapaces de conduciros desde luego
por vosotros mismos, sin que antes seáis de algún modo preparados a es-
ta repentina mutación”. Servían los soldados de origen africano en la ar-
tillería y la infantería. La caballería, cuerpo integrado por individuos de
la elite urbana con equipamiento comúnmente sostenido por los sectores
pudientes de la sociedad, era inaccesible para los afrodescendientes adon-
de, ni siquiera, ingresaban los libres salvo alguna rara excepción, como la
de Manuel Gutiérrez. Este afroargentino durante las invasiones inglesas
fue designado por Liniers teniente de una compañía, de mulatos libres
agregada al Primer Escuadrón de Húsares, una unidad de caballería blan-
ca en la que Gutierrez se ofreció a servir sin sueldo, y pagar con su pro-
pio peculio el armamento y caballo. En su designación, que reproduci-
mos, aparece claramente tachado el “Don” (Ver figura 1, p. 67).
Un año después, en un nuevo documento puede observarse que el
flamante Virrey Cisneros vuelve a designar teniente sin sueldo y pagán-
dose el armamento a Gutiérrez, sin la gloria de la Caballería porque ha si-
do reasignado al Batallón de Castas y nuevamente el “Don” está tacha-
do.7 (Ver figura 2, p. 68)

La época independiente

El 8 de julio de 1810, se informó a los indios de Buenos Aires que


de allí en adelante no serían excluidos de los regimientos de blancos por-
que tanto españoles como indios eran iguales y siempre deberían seguir
siéndolo. Pero el discurso igualitario no se extendió a los descendientes
de africanos que “estaban manchados” por haber sido esclavos o seguir
siéndolo..
En las primeras levas sólo se reclutaron negros libres. El temor a
armarlos y la preocupación por los derechos de propiedad de sus amos

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS

epígrafe

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

epigrafe

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demoraron el ingreso de los esclavos. Pero, cuando la guerra se extendió


territorialmente y las bajas se incrementaron por las derrotas sufridas por
las fuerzas expedicionarias al norte, ningún varón de 18 a 60 años podía
ser ignorado El reclutamiento se extendió a los esclavos que ingresarán a
los batallones de infantería y artillería totalmente segregados de los ejér-
citos revolucionarios. Los puestos de oficiales fueron para la “gente de-
cente” y los sectores bajos, incluyendo los pobres, vagos y criminales in-
gresaron como soldados rasos. Seria, justamente en esos batallones don-
de los que he dado en llamar “afrosoldados”, tendrían una participación
realmente significativa.

Distintas formas de ingreso a los batallones

a. Rescate de esclavos para la guerra

El 31 de mayo de 1813, la Asamblea dispuso formar un batallón o


regimiento de negros esclavos. Establecía, que de aquellos esclavos, cuyas
edades estuviesen comprendidas entre los 13 y 60 años, sus amos debían
vender al estado uno de cada tres, uno de cada cinco o uno de cada ocho,
según éstos estuviesen en el servicio doméstico, en panaderías o fábricas
y en labranza; respectivamente. Los esclavos serían enganchados por cin-
co años en los ejércitos de línea y obtendrían la libertad una vez que cum-
plieran esa cantidad de años de servicio. A este primer decreto le siguie-
ron una serie de disposiciones por las que se obligó a los propietarios de
esclavos, a vender al Estado una determinada cantidad de los mismos. El
27 de diciembre de 1813, se extendieron las disposiciones del decreto an-
terior a toda la provincia de Buenos Aires para aquellos que no hubiesen
contribuido con algún esclavo por no haber alcanzado las cantidades es-
tablecidas por aquel decreto, y a los que habiendo sido incluidos en algu-
nos de los casos del mismo, tuvieran un excedente. Estos últimos anota-
ban esclavos en una lista de la que posteriormente se sorteaban para su
rescate treinta de cada cien. Los citados en primer término, es decir, aque-
llos que no habían entregado esclavo alguno entregarían en la misma for-
ma un 15% de la cantidad total de esclavos anotados . A los esclavos que
estaban comprando su libertad, sus amos debían devolverles el dinero en-
tregado en tal concepto, si eran rescatados por el Estado .Los decretos se

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

sucedían permanentemente exigiéndole la entrega de esclavos, en primer


lugar, a los españoles y luego a los criollos que los dedicaban al servicio
doméstico, modificando algunos de los artículos que hemos señalado.
Así, por ejemplo, un decreto de enero de 1815, establecía en el segundo
artículo “que los filiados quedarán libres con la única obligación de ser-
vir en el ejército hasta un año después de concluida la presente guerra”.
Por un bando del 9 de octubre de 1816 se dispuso la creación de
otro regimiento de libertos y a fines de ese mismo año un nuevo decreto
del Director Supremo obligó a los españoles europeos a contribuir al cos-
to de la guerra con 400 esclavos o su equivalente en dinero, para la forma-
ción de un batallón de cazadores. Este decreto es especifico para la provin-
cia de Buenos Aires y obligó a que “los españoles europeos de cualquier
estado o clase sin carta de ciudadanía comprendidos en esta capital y su
campaña concurrieran por su parte a sostener la guerra presentando en el
término de ocho días los de la ciudad y quince los de la campaña, cuatro-
cientos esclavos para el completo de un batallón de cazadores, o su valor
a razón de doscientos diez pesos cada uno que será satisfecho a los dos
años después de la paz general...”. El rescate según hemos observado en las
listas existentes en el Archivo General de la Nación comenzó el 27 de di-
ciembre de 1816 y continuó por los menos hasta el 6 de diciembre de 1818.
En este caso se especifica la edad de los rescatados- todos ellos están com-
prendidos entre los17 y 39 años - y son en total 1483. Esta última canti-
dad creemos que sólo corresponde a la ciudad, ya que hemos encontrado
otra lista, en muy mal estado de conservación, con las contribuciones, en
este caso en dinero, de los distintos partidos de la campaña.
En 1821, el Gobierno de la provincia de Buenos Aires dispuso el
cese del rescate de esclavos que tenía por objeto destinarlos a las tropas
regulares.

b. Donaciones y préstamos

En Buenos Aires, la donación de esclavos para el servicio de las ar-


mas fue menos frecuente que en Cuyo.8 De los 1.016 libertos que ingre-
saron en los cuerpos 7 y 8 por los decretos del año 1813, sólo 48 fueron
donados por sus amos. Algunas donaciones eran por motivos patrióticos
como la que figura en la “Gazeta” del 8 de marzo de 1817, de “un pardo
de 21 años de edad y robusto en “celebridad” de la recuperación del Es-
tado de Chile por las armas de la Patria”.9 Otras, en las que el propieta-

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS

rio evidencia el objetivo de deshacerse de esclavos que le generaban pro-


blemas; como la donación de un esclavo propiedad de Gertrudis de Ville-
gas, quien al entregarlo expresa como condición “que no llegue a sus oí-
dos que lo he cedido a beneficio de la Patria, ya que le he prometido que
lo dejaría libre después de mis días [...] guardando este secreto se conse-
guirá que no vaya forzado”. Otro propietario, al ceder a su “negro Caye-
tano justamente detenido en la Cárcel Pública por su genio altivo a que
lo precipita la bebida y […] siendo dicho Esclavo mi enemigo capital sea
de servir V.S. mandar lo retengan lo que sea Posible en su Cuartel afín de-
evitarle el que me venga a Insultar a mi casa”.10
Podemos considerar como préstamo a lo que hacían sus propieta-
rios, cuando los enviaban, dos tardes por semana, para su instrucción. Así
el 19 de Diciembre de 1816 se creó en Buenos Aires una Brigada de “Au-
xiliares Argentinos” compuesta de cuatro batallones formados con escla-
vos bajo el régimen mencionado. San Martín recurrió a la misma modali-
dad para la formación de las milicias cívicas.

c. Por el Corso

Debido a la carencia de una flota para combatir, Thompson11 fue en-


viado a Baltimore a ofrecer patentes de Corso El Reglamento provisional
para el Corso, dado en mayo de 1817, establecía en el articulo 16 que “los
negros apresados serán remitidos a nuestros puertos, y el Gobierno gratifi-
cará con cincuenta pesos libres de derecho por cada uno de los que sean úti-
les para las armas, de doce a cuarenta años inclusive, con la obligación de
servir cuatro años en el ejército. En 1819 once negros, apresados por la Fra-
gata Corsaria Unión, fueron destinados al Batallón de Cazadores.
En la guerra que se libró entre 1826 y 1827 contra el Imperio Por-
tugués, se otorgaron nuevamente patentes a corsarios para atacar barcos
del Imperio del Brasil. Se estableció un nuevo Reglamento para el Corso
similar, en términos generales al de 1817. Los corsarios, si apresaban bu-
ques esclavistas, estaban obligados a introducir tanto los esclavos que
iban como carga, como los que eran parte de la tripulación por el puerto
de Carmen de Patagones. Por tal motivo el Corsario Lavalleja introdujo
por ese puerto una cantidad de negros esclavos.12 Rivadavia estableció
por decreto del 3 de marzo de 1826 que el Comandante Militar de Pata-
gones debía organizar una compañía con cien de los negros introducidos
que dependería del Batallón de Cazadores.

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

d. Los libres o esclavos que estaban en la cárcel

En setiembre de 1811, el Regidor defensor de pobres solicitó que


se obligara a los amos que tenían esclavos en la cárcel por delitos particu-
lares, a que contribuyeran con un real diario para sus alimentos. En estos
años era usual enviar a los negros libres que se hallaban en la cárcel, a
cumplir su condena en los batallones urbanos; en otros casos, los ya in-
corporados que fueran condenados por delitos menores, debían cumplir
mas años de servicio para conseguir la libertad. Se reclutaron, inclusive,
los criminales condenados por asesinato, con la excusa de que servían me-
jor al país en las filas que en la cárcel. Otros eran prácticamente secues-
trados por las fuerzas armadas, tal como a los esclavos que encontraban
durante las campañas militares. También Peter Blanchard comenta el alis-
tamiento compulsivo de los que se suponía eran “vagabundos negros”
porque no podían probar que eran libres. Esto se aplicaba no solo a los
negros porque todo hombre acusado de vagancia, juego ilegal, alcoholis-
mo y holgazanería debía servir por un período de cuatro años en el ejér-
cito regular.

e. Los que debían obtener su libertad por la ley de vientres y otras dispo-
siciones

Un decreto del 19 de febrero de 1831 para la ciudad de Buenos Ai-


res y que el 26 de ese mismo año se hizo extensivo a toda la provincia -
ambos debidos al Gobernador Rosas - establecía que los libertos mayo-
res de quince años, beneficiarios de la Ley de 1813,13 debían ser alistados
para el servicio de las armas. Esta disposición estuvo vigente hasta 1836.
Los negros apresados por los corsarios y que habían ingresado co-
mo libertos una vez cumplidos los plazos estipulados para obtener la li-
bertad debieron presentarse ante el Jefe de Policía para ser alistados nue-
vamente.

f. Por voluntad de los mismos esclavos

Cuando los mismos esclavos decidían su ingreso al ejército los pro-


pietarios debían venderlos al Estado y cuando se les daba la opción de se-
guir sirviendo en el ejército o de regresar a sus dueños, la mayoría elegía
lo primero: Antonio Castro, quien había servido ocho años cuando su
dueño lo reclamó, expresó su deseo de... sacrificarse por la causa justa de

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS

su patria... y cuando José Apolinario, veterano experimentado, fue de-


vuelto a su dueño, pidió volver a alistarse, “pues se halla más gustoso de
servir a la patria que a los amos...”. Algunos esclavos se fugaban para en-
rolarse como libres. En este último caso, si eran descubiertos y denuncia-
dos por sus propietarios, se los destinaba al batallón de libertos y eran
rescatados como los citados en primer término según las condiciones es-
tipuladas por los decretos de 1813.14

Desempeño de los afrodescendientes en los ejércitos

Aproximadamente la mitad de las fuerzas de ataque de San Martín


que entre 1816 y 1823 que libraron y ganaron batallas en Chile, Perú y
Ecuador estaba compuesta por libertos reclutados en Buenos Aires y en
las provincias de Cuyo, organizados en Batallones segregados de infante-
ría y artillería.
San Martín tomó conciencia de “la imposibilidad de reunir en un
solo cuerpo las diversas castas de blancos y pardos. En efecto el deseo que
me anima de organizar las tropas con la brevedad bajo del mejor orden
posible, no me dejó ver por entonces que esta reunión sobre impolítica
era impracticable. La diferencia de clases se ha consagrado a la educación
y costumbres de casi todos los siglos y naciones; y sería quimera que por un
trastorno inconcebible se allanase el amo a presentarse en una misma línea
con su esclavo”.
Los prejuicios imperantes en la sociedad u otras razones, reales o
supuestas, daban origen a prohibiciones expresas para el ascenso de estos
hombres a suboficiales, aunque esto perjudicara el curso de la guerra. An-
te la falta de cabos y sargentos, San Martín intentó elegirlos entre aque-
llos afrosoldados que reunían todas las condiciones para desempeñarse en
esas funciones porque “Entre los esclavos hay muchos de más que regu-
lar educación para su esfera, que saben escribir y poseen un genio capaz
de las mejores instrucciones. Abriéndose la puerta a sus ascensos, se em-
peñarán eficazmente a adquirirlos, cumpliendo mejor los deberes de su
clase.
Razones políticas, y muy fuertes influyeron acaso para esta prohi-
bición; pero o no las distingo, o a lo menos ha cesado su influjo. Si he de
hablar francamente, no puedo concebir que la Nación se perjudique por-

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que la esclavatura pueda ascender más allá del destino de soldado. Creo
no hay principio para temer un resultado semejante al de la isla de Santo
Domingo. Las circunstancias son varias y, por otra parte, el descuido de
la educación en América, imposibilita hallar hombres de raza y medianía
competente que sepan leer, al menos, y así es preciso sacarlos sin distin-
ción de donde puedan proponerse.15
Como veremos son abundantes los testimonios respecto de la ac-
tuación de los “afrosoldados” en todas las acciones que se libraron en el
Interior, el Paraguay, la Banda Oriental, el Alto Perú y Chile. Su actua-
ción durante las Invasiones Inglesas había dado lugar tanto a panegiricos
comentados, como al elogio mesurado del Primer Comandante de la Le-
gión de Patricios del Ejército de Buenos Aires Don Cornelio Saavedra
cuando certificó “que el Moreno Anselmo Díaz Esclavo del Presbítero
Don Josef Antonio Díaz,… desde el día 3 de Julio hasta el 6 del mismo…
ha trabajado… en las Guerrillas que sostuvo… contra los Enemigos, y
que de estos presentó varios Prisioneros al Sor general Dr. Santiago de Li-
niers, y... se portó el moreno expresado con valor e intrepidez, habiendo
también ocupado en conducir heridos a los hospitales; a pedimento del
expresado Presbítero amo del nominado Anselmo, firmo esta en Buenos
Aires a 3 de Noviembre en 1807”.16
En Paraguay (1811) “¡se metieron como una cuña en la masa enor-
me de los enemigos!” En la Banda Oriental, Cerrito de Montevideo
(1812) los negros de Soler -Regimiento Nº6 de Pardos y Morenos- asom-
braron con su heroísmo. El capitán Antonio Videla, que había nacido es-
clavo, opuso la primera resistencia fuerte al ataque español, sus negros
fueron cayendo uno a uno antes de retroceder. A Videla lo rodearon las
bayonetas enemigas y según refieren varios autores cuando en lugar de
rendirse gritó ¡Viva la Patria!, recibió varios golpes mortales de bayone-
ta. Esta muy comentada actitud motivó que un año después se le otorga-
ra la libertad a su hija.17
Rondeau, comentaba después de la batalla del Cordón “.la intrepi-
dez y valor de los pardos y morenos y de su denodado jefe los hace dig-
nos de los mayores elogios...”.18 Años después Gálvez observó que “mu-
chos negros que apenas balbuceaban el castellano morían vivando a la li-
bertad de la tierra que los recibió como esclavos y que los emancipaba pa-
ra que fuesen soldados”.19
Brackenridge, escribe “alrededor de un cuarto de los regulares son
negros, han sido adquiridos así (por rescate) y no son inferiores a ningu-

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS

na tropa del mundo”20.y en otro lugar agrega “Los regimientos de negros


presentaban un lindo aspecto y parecían estar en un pie de disciplina ex-
celente. Los cívicos están tan bien y completamente adiestrados como los
regulares. Vi varias bandas de música muy buenas”.21 Parish, también in-
glés y primer cónsul británico en Buenos Aires, en 1822 dice: “he oído
expresar a los mismos hijos de Buenos Aires, que a no haber sido por los
regimientos llamados de libertos a veces habría sido cuestionable el tér-
mino de la lucha con los españoles en las provincias del norte...”.22
Esta valoración es coincidente con la de San Martin, quien, en car-
ta personal a Tomás Godoy Cruz, expresaba: “...No hay remedio mi
buen amigo, sólo nos puede salvar el poner a todo esclavo sobre las ar-
mas… mire usted que yo he procurado conocer a nuestro soldado y sólo
los negros son los verdaderamente útiles para esta última arma (la infan-
tería)”.23
Belgrano, por el contrario, después de las derrotas de Vilcapugio y
Ayohuma, le escribía a San Martín: ...“[No estoy] contento con la tropa de
libertos; los negros y los mulatos son una canalla que tiene tanto de cobar-
de como de sanguinaria y en las cinco acciones que he tenido han sido los
primeros en desordenar la línea y buscar murallas de carne.24 Sobre la vio-
lencia de los afrosoldados hay un cierto consenso. Antes del combate de
Maipú Samuel Haigh, comerciante inglés, relata “acostumbrábamos por la
tarde ir al campamento para visitar a nuestros amigos del ejército, y la si-
lenciosa y sombría fiereza de los soldados, principalmente de los negros,
la interpretábamos de buen augurio para la causa de la libertad” y agrega
que después de la batalla “...Nada podía exceder el furor salvaje de los ne-
gros del ejército patriota; habían llevado el choque de la acción contra el
mejor regimiento español, y perdido la mayor parte de sus efectivos; de-
leitábales la idea de fusilar a los prisioneros Vi a un negro viejo realmente
llorando de rabia cuando se percató que los oficiales los protegían de su
furor. Marchaban los españoles entre dos filas de jinetes que los aislaban
de los negros”. Haigh colaboraba en esta protección de los prisioneros y
cuando estaba por llevar en ancas a un oficial español que estaba absolu-
tamente extenuado, el coronel Paroissien lo contuvo: “Va a exponer la vi-
da de los dos, porque los negros les van a hacer fuego...”.
San Martín pensaba, como la mayoría en su época, que la violencia
era una característica intrínseca de los afrosoldados, aunque, a mi juicio,
no está aclarado si creía que era inherente a la naturaleza africana o era
una manifestación de la violencia acumulada en años de sometimiento a

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

la esclavitud Lo que sí parece evidente es, que creía que esa violencia po-
día ser aprovechada, promovida y dirigida contra del enemigo porque
“les decía a los negros, que por cartas que había recibido de Chile se le
había comunicado que los españoles se preparaban para mandar a vender
en Lima como esclavos para las haciendas del azúcar, a todos aquellos que
tomaban prisioneros”. La sed de sangre podría deberse a las palabras de
San Martín o al resentimiento por la pérdida de tantos compañeros que
habían sido capturados o muerto en la guerra. Considera Blanchard que
la ferocidad en la lucha que caracterizó a pardos y morenos era, quizás,
en parte, expresión de la fe en la lucha por Dios y por la Patria, pero que
concurrieron otras causas y, en especial, la posibilidad de liberar la frus-
tración por su posición en la sociedad a través del descontento y la ira en
el campo de batalla donde les estaba permitido hacerlo.

Las enfermedades y epidemias que afectaron a las tropas

Muchos afrosoldados después de un período de servicio, solicita-


ban la baja, declarando estar enfermos o no ser más aptos para el servicio
militar por las heridas sufridas en combate, Esto último obraba como un
certificado de buen desempeño que les permitía obtener la licencia abso-
luta y acceder a la libertad Los numerosas solicitudes plantean desde le-
siones aparentemente nimias a otras significativas, en muchos casos no
sabemos si obtuvieron la libertad.
Un informe militar menciona que el Regimiento del Río de la Pla-
ta dejó a ciento cincuenta hombres enfermos en Lima al marcharse de la
ciudad en 1823. Cuando el ejército invadió la actual Bolivia 1813, el peor
enemigo que debieron enfrentar los afrodescendientes fue el apunamien-
to o soroche- enfermedad producida por la altura del altiplano que, como
es lógico, no afectaba a los indios o mestizos originarios de la región . An-
drews calculó que un promedio del 22,2% del Batallón de Pardos y Mo-
renos del Alto Perú estuvo enfermo cada mes, mientras estuvo en Jujuy
entre diciembre de 1811 y Julio de 1812.25 Seguramente muchos de esas
enfermedades les produjeron la muerte o quedaron lisiados como, la ma-
yoría del Segundo Batallón de Cazadores, que se “congeló” en Azul
(Provincia de Buenos) en 1824, durante la campaña contra los indios co-
mandada por Martín Rodríguez.26

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS

Años después Gálvez escribía “...los negros que pertenecieron al


Ejército de los Andes se arrastraban por las calles con las piernas corta-
das perdidas por el congelamiento al atravesar la cordillera y estos inváli-
dos que mendigaban el pan tenían fuego en la mirada cuando hablaban de
la patria que tan mal les pagaba...”.27

La deserción

Pese a lo anterior, George Reid Andrews sostiene que la deserción


causó muchas más bajas que la mortalidad tanto en los regimientos de
afroargentinos como en los de blancos. La deserción fue un grave proble-
ma en todos los ejércitos en Hispanoamérica durante las guerras de inde-
pendencia. Comenta Andrews que los que visitaron Lima en las décadas
de 1830 y 1840 informaron haber encontrado allá a sobrevivientes de la
fuerza expedicionaria de San Martín28. Los soldados desertaban tanto an-
tes como después de ocurrir las batallas, porque al relajarse la disciplina,
especialmente en las tropas derrotadas, aumentaban las posibilidades de
huir. En sus “Memorias” el Gral. Paz recuerda que durante la marcha de
1815, de Buenos Aires al Alto Perú, un ejército de cinco mil hombres fue
reducido a tres mil por las deserciones. Todo fue insuficiente para frenar
las fugas que se produjeron desde el comienzo mismo de las acciones. Los
comandantes, como San Martín y Bolívar, ofrecían recompensas para
quien encontrara fugados, a los que castigaban con encarcelamiento, años
extras de servicio, y en casos extremos la pena máxima.
Ya el 21 de octubre de 1810, cuando Castelli llegó a Salta informó
que en Santiago del Estero halló cuatro desertores presos, de los pardos
cordobeses que acababan de sumarse a la expedición. Los dejó a disposi-
ción del gobernador de Córdoba para que los empleara en obras públicas
por 4 años previa castigo de 50 azotes cada uno, en la plaza y en presen-
cia de los nuevos reclutas, pena infamante que se aplicaba solamente a los
reos de las castas.29 Considera Andrews que cuando “Sarmiento encon-
tró los restos de un regimiento afroargentino en el sitio de Montevideo en
1851, reducido a 30 hombres comandados por un sargento habría que
preguntarse si el resto del regimiento fue muerto en la lucha o si tomaron
una decisión racional y se marcharan a su casa antes de que los matasen o
mutilasen en el terrible sitio”.30

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

Los afrosoldados ingresaron al ejército con la expectativa de con-


seguir la libertad y mejorar su estilo de vida. Se encontraron, con un se-
vero entrenamiento, raciones escasas de mala comida, batallas feroces
donde podían, morir o quedar lisiados, lugares en donde tenían muchas
posibilidades de enfermar y morir por falta de atención adecuada.
Por los testimonios anteriormente citados, fueron valientes, sirvie-
ron y lucharon, pero como ocurre con cualquier ser vivo su preocupación
principal no era morir heroicamente sino sobrevivir .Asimismo, por las
mil argucias con las que demoraban, presuponían que nunca se concreta-
ría el otorgamiento de la prometida libertad31 y desertaron para conse-
guirla de verdad, pese a que si los capturaban podían ser fusilados, pues-
tos en prisión por largos períodos, o convertirse de nuevo en esclavos.
Otra forma de obtener la libertad era denunciar conspiraciones
realistas o a esclavistas de ser realistas o de simpatizar con ellos, como
Ventura esclavo de Valentina Feijoo, que informó sobre la conspiración
de Alzaga. Domingo Apiron en 1813 acusó a su amo de hablar mal de los
“hijos del país”. D. Antonio Apiron fue arrestado y lo liberaron gracias
a que numerosos testigos acusaron al esclavo de haber inventado esta his-
toria para perjudicar a su amo quien, después de maltratarlo durante los
23 años de su esclavitud, no quería disminuirle el precio para que se com-
prara a si mismo Fuese verdad o una maniobra ingeniosa el relato del es-
clavo, le sirvió para que su ama se lo quisiese sacar de encima ofreciéndo-
lo al ejercito. Casos como estos no parecen haber sido frecuentes, posi-
blemente, porque no bastaba la sospecha, no era fácil contar con certezas
y las falsas denuncias eran castigadas con azotes.

Importancia de la presencia afrodescendiente en ejército

San Martín contó casi desde el principio con la creciente participa-


ción de las castas en sus tropas. Cuando a fines de 1813 recibió órdenes
de hacerse cargo del Ejército del Norte, sus tropas se componían de 1200
hombres, de los cuales 800 eran negros libertos - es decir dos tercios de
la expedición - que servían en la infantería. Estos batallones acompaña-
ron a San Martín en su campaña libertadora Cuando condujo su ejército
a través de los Andes hacia Chile, en 1816, la mitad de su fuerza de ata-
que estaba compuesta por libertos reclutados en Buenos Aires y en las

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS

provincias de Cuyo, organizados en batallones de infantería. y artillería.


Entre 1816 y 1823 libraron y ganaron batallas en Chile, Perú y Ecuador.
Son abundantes los testimonios de que los afrosoldados estuvieron pre-
sentes en todas las acciones que se libraron en el interior, el Paraguay, la
Banda Oriental, el Alto Perú, Chile y muy posteriormente en las de la
Triple Alianza contra el Paraguay.
George Reid Andrews después de analizar los registros, concluye
que entre 1810 y 1860 los afroargentinos representaban más del uno por
ciento en todos los batallones de la provincia de Buenos Aires y como su-
pone que los “trigueños” de las listas también pertenecían a este grupo
concluye que el porcentaje era aún mayor.32 Parish dice: “he oído expre-
sar a los mismos hijos de Buenos Aires, que a no haber sido por los regi-
mientos llamados de libertos a veces habría sido cuestionable el término
de la lucha con los españoles en las provincias del norte...”.33

Conclusiones

Durante el periodo estudiado se dictaron numerosos decretos con


el fin de formar cuerpos de milicias y batallones segregados; de de castas
o de negros y mulatos pero que a partir d la Revolución se denominaron
eufemísticamente de “pardos y morenos”.
Los propietarios de esclavos que temieron que pudiesen usar con-
tra ellos las armas que les habían entregado no tenían razón alguna para
preocuparse porque los esclavos de Buenos Aires no tuvieron reacciones
violentas y, por el contrario, ante la oferta de que les otorgarían la liber-
tad: se alistaban en el ejército y aunque en los hechos estas promesas no
se cumplieron en los tiempos establecidos no hubo protestas ni alzamien-
tos a pesar de que la esclavitud no fue abolida hasta 1853 en la Confede-
ración y en 1860 en Buenos Aires.
.Desde el punto de vista de los esclavos con la promesa de libertad
y la apariencia de un mejoramiento en el estilo de vida llevó a que cada
vez más negros ingresaran a los regimientos de línea y de la milicia. El
ejército también tenía la atracción de ser una institución cuyo poder cre-
cía día a día. Su nacionalismo apelaba al amor a la patria y aún a los sen-
timientos religiosos de algunos negros. También les proporcionaba un
medio de movilidad social. Mientras que la mayoría no pasaron de solda-

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

dos rasos, algunos, aún antiguos esclavos, fueron promovidos y se con-


virtieron en suboficiales, aunque muy pocos lograron llegaron a oficiales
en los regimientos de línea, y aunque les vedaron al rango de general, on-
ce llegaron a coronel o teniente coronel.34
A todos estos factores se agregaba, la posibilidad de canalizar, sin
temor al castigo la violencia que el resentimiento y la frustración habían
desarrollado en ellos durante años de esclavitud.
En textos citados se aprecia que las gratificaciones que los Coman-
dantes solicitaban para los afrosoldados tenían propósitos militares. La
tan mentada “ferocidad” de los africanos habría sido incentivada por San
Martín para dirigirla contra el enemigo y en los fundamentos de los pe-
didos de Castelli y San Martin, para que a los afrosoldados que se desta-
caran, se les otorgara el preciado “Don “ o el ascenso a suboficial, respec-
tivamente, el objetivo era estimular en todos los afrosoldados la emula-
ción, la subordinación, la permanencia y en definitiva, poder controlarlos
mejor Aunque Andrews considere que murieron menos afrosoldados
que los calculados, porque muchos desertaron, lo que jamás se ha encon-
trado es que la utilización de estos “afrosoldados” tuviese el designio de
disminuir la población de origen africano mediante estas guerras
En cambio, Bolívar, en carta a Santander, diferencia las obvias ra-
zones militares que había tenido para ordenar la leva de los esclavos, pa-
ra “quienes el valor de la muerte sea poco menos que el su vida” de las
que llama razones políticas de que Todo gobierno libre que comete el ab-
surdo de mantener la esclavitud es castigado por la rebelión y algunas ve-
ces por el exterminio como en Haití.
¿Que remedio más adecuado ni más legítimo para obtener la liber-
tad que pelear por ella? ¿Será justo que mueran solamente los libres por
emancipar a los esclavos? ¿No será útil que estos adquieran sus derechos
en el campo de batalla y que se disminuya su peligroso número por un me-
dio poderoso y legítimo?35

Notas

1. Metáfora que incluso aparece en el Himno Nacional Argentino.


2. Sobre las múltiples contradicciones en el discurso sobre la libertad, Véase, MALLO, Sil-
via C, “La libertad en el discurso del estado, de amos y esclavos, 1780-1830”. En Revista
de Historia de América, 112, 1991, México.

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS

3. La Gazeta, 1º de junio de 1816, Nº 58, p. 551.


4. Oficio de Castelli a la Junta, Biblioteca de Mayo, Tomo XIV, pp. 12.984-12.985. Ver más
adelante “Desempeño de los afrodescendientes”.
5. MORENO, José Luis, “Estructura social y demográfica de la ciudad de Buenos Aires en
1778”, en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, Rosario, 1965, Nº 9.
6. HALPERIN DONGHI, Tulio, “Militarización revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1807”
en HALPERIN DONGHI, Tulio (comp.), El Ocaso del Orden colonial en Hispanoamérica,
Sudamericana, Buenos Aires, 1978.
7. FRIGERIO, José Oscar: “Con sangre de negros se edificó nuestra independencia”. En To-
do es Historia, Nº 250, abril de 1988, p. 29.
8. MOLINARI, José Luis. “Los indios y negros durante las invasiones inglesas al Río de la
Plata, en 1806 y 1807”. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Vol. 34-2
(1963), pp. 639-672 y Frigerio, op. cit.
9. “[...]Recelando los SS.res en este acto, que acaso podrían resultar algunas desgracias, si se
dejaban en poder de los negros y pardos las armas que se le habían repartido para nuestra
defensa en los lances apurados de la invasión; acordaron se recojan mandándoles concurran
a la Sala a entregarlas: mas para que no formen motivo de queja, ni se crean desairados des-
pués del importante servicio que han hecho determinaron se tome razón de sus nombres co-
mo de tan buenos servidores del rey, y de la Patria, se le den las gracias, y les entregue el
Mayordomo de Propios dos pesos a cada uno por fusil, y ocho reales por chuza espada, ba-
yoneta, ó arma blanca, manifestándoles ser esta una pequeña demostración por ahora, y que
el Cabildo tendrá presente su merito para premiarlo como corresponda y le sea posible”, Ca-
bildo del 1.° de Julio de 1807, Libro de Bandos, Serie IV, Vol. 2 (1926), p. 221.
10. Acuerdos del Extinguido Cabildo, serie IV, Tomo II, 1805-07, p. 684, Archivo General
de La Nación de la República Argentina, en adelante, AGNRA.
11. “Con que al fin, valientes esclavos, habéis visto el día 12 de Noviembre, que si fue gran-
de vuestra lealtad, vuestro valor en la defensa de la patria contra las soberbias anglicanas
huestes, no es nada menos el reconocimiento de los habitantes de esta capital para con vo-
sotros! ¡Con que al fin visteis en este memorable día los extremos de la gratitud de un pue-
blo el más patriótico, el más sensible, y remunerador de los servicios hechos á la patria! Si,
verdad es que hicisteis proezas dignas de nuestra imitación, y que infundieron terror y
asombro á las brillantes tropas enemigas; pero también lo es, que por vosotros, en vuestro
obsequio, y memoria de nuestro augusto Monarca esta Patria, incansable aun después de
haber llegado á la cumbre del heroísmo, consagró este día para que fuese el más recomen-
dable, el más grande, él sin exemplar en los fastos de la historia americana. Si, esforzados y
leales esclavos, vosotros mismos habéis sido testigos del regocijo que todos hemos tenido, al
ver el considerable número de beneméritos que se presentaron en esta tarde para el sorteo
de vuestra libertad: vosotros mismos habéis visto la pompa, el militar concurso, y el decoro-
so aparato dispuesto por nuestros dignisimos Magistrados, para hacer un complemento de
magnificencia, que solemnizase el acto más tierno, y más demostrativo que se vio jamas: vo-
sotros visteis como aquellos, á quienes la suerte les dio el premio, á porfía eran conducidos,
abrazados, y llevados como en triunfo por los oficiales de los cuerpos voluntarios, por sus
distinguidos soldados, y por todos los que eran tiernos espectadores de vuestra suerte: voso-
tros visteis como, después que nuestro humanismo y esclarecido General en nombre de nues-
tro Católico Monarca dio la libertad á veinticinco de vosotros, y el M. I. Cabildo en memo-
ria del mismo Soberano, y á nombre de la patria hasta el número de treinta, el cuerpo de
voluntarios Patricios pidió saliesen dos mas en suerte, obligándose á la satisfacción de su va-
lor, y que á su ejemplo los demás cuerpos voluntarios os dieron igual testimonio de genero-

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

sidad, de reconocimiento y patriotismo: vosotros en fin visteis lo que no vieron jamas vues-
tros antepasados, y lo que servirá de administración y exemplo á vuestros hijos.
Vosotros, Juan Manuel Gana, esclavo que fuiste de aquel D. Pío de Gana, dignísimo Co-
mandante de Arribeños, cuya memoria recordamos con el más tierno y agradecido llanto,
Y Cristóbal Duarte, que habéis conseguido la libertad por la gratitud de este generoso cuer-
po, debéis de permanecer siempre dignos de ella, como lo fuisteis para obtenerla: vosotros
debéis aplicaros al trabajo de vuestros oficios, que es el medio más oportuno para preserva-
ros de los vicios, que son infalibles consecuencias de la ociosidad: vosotros habéis consegui-
do la libertad con honor: Este sea vuestro distintivo en todas vuestras operaciones: en una
palabra, vosotros fuisteis el objeto sobre que recayó la demostración de reconocimiento de
los Patricios de Buenos Ayres, vosotros debéis hacer que no seáis por vuestros sucesivos he-
chos objeto de oprobio y abominación para este cuerpo, que tanto se gloría de haberos liber-
tado, y que desde ahora os alista en el número de sus soldados para defensa de la patria.
Valerosos esclavos, el cuerpo de voluntarios patricios à la par que ensanchó su corazón al
ver el lucido número de los que entre vosotros la suerte y elección premiaron sus servicios
á la patria, no puede sin resentirse volver los ojos hacia vosotros los que con igual mérito
quedasteis por la suerte sin obtener el premio a que fuisteis tan dignamente acreedores; pe-
ro tened entendido que el no veros por ahora remunerados con igual premio es el único
tormento que angustia los amorosos corazones de los patricios: ellos quisieran multiplicar
sus facultades hasta el complemento de la cantidad que os hace valer la esclavitud, para ha-
ceros ver cuanto os aman: ellos quisieran que cada uno de vosotros sintiese completamen-
te los efectos de su sensibilidad; mas sin embargo sabed, que ya que no les es posible de-
mostrar de este modo su gratitud hacia vosotros, seréis eternamente el más digno objeto
de la consideración y reconocimiento de los Patricios de Buenos Ayres Con Licencia. Bue-
nos Ayres: En la Real Imprenta de los Niños Expósitos. Año de 1807, Academia Argenti-
na de Letras en adelante AAL: L Caja 75-12.
12. Llegó el felice día,/ O pueblo à todas luces venturoso, En que la musa mía, (cediendo
sus temores à su gozo) Puede cantar tu triunfo, tu victoria,/ Tu mas heroica acción, tu ma-
yor gloria./ Esta piedra faltaba à tu corona./ O Pueblo, ya la tienes./ Y ella es sin duda la
que mas te abona;/ Pues al nombre de fiel y valeroso/ El dictado te añade de piadoso./ Dis-
frutabas contento/ De dulce paz, efecto de tu brazo,/ Tu victorioso aliento/ Te preparó
morada en su regazo:/ Pero esta gloria fuera muy menguada,/ Si tu piedad quedase desai-
rada./ Tu sin para generoso/ Por un rasgo de honor inimitable,/ Realzando lo piadoso/ Te
prestas à favor del miserable,/ Dejando de algún modo satisfechos/ De libre condición jus-
tos derechos./ Mas humano que aquella/ Antigua Roma, la ciudad del mundo,/ Tu honor
piedades sella,/ Que te hacen el primero sin segundo./ Pues si Roma forjó cadenas tantas,/
Tú, vencedor con gloria, las quebrantas./ No dictó sabia Atenas/ Dictámenes mas bellos.
Tu has formado,/ De amor y piedad llenas,/ Leyes que al oprimido han sublevado,/ Con-
sagrando à su alivio y su consuelo,/ Tu gratitud, tus bienes y tu celo./ El secreto mas ha-
llado/ De aumentarte celosos defensores,/ Pues tan bien has pagado/ De su inculto valor
raros primores/ Ni saben cual es mas al mejorarlos,/ Si haberte libertado, ò libertarlos./ No
gima ya la triste/ Humilde condición del miserable,/ Pues que desde hoy ya viste/ Librea
nueva de honor mas respetable./ A su heroico valor se lo ha debido,/ Y à tu piedad, ¡ò Pue-
blo agradecido!/ Jamás te ha amanecido,/ Buenos-Ayres feliz, mas claro día,/ Que aquel,
en que ha sabido/ Los llantos convertir en alegría,/ A tantos redimiendo del pesado/ Yu-
go de esclavitud que habían cargado./ Esta acción te coloca/ Al lado de Mentor, del sabio
Minos./ Como à ellos dar te toca/ De gobierno dictámenes divinos;/ Pues es menos ven-
cer puesto en partido,/ Que premios saber dar al que ha vencido./ Do quiera que el sol lu-
ce,/ Y de esta noble accion se haga memoria,/ Al punto se trasluce/ Tu fama, tu piedad, tu

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS

honor, tu gloria;/ Y envueltas quedan en conceptos vagos/ Las Espartas, las Romas, las
Cartagos./ No ya solemnes vivas/ Escuches de los pueblos más lejanos,/ Ni plácemes re-
cibas,/ Porque heroico venciste à los Britanos:/ Que mas gloria te da lo generoso,/ Que la
nota de invicto y victorioso./ En tu intrépido aliento/ De Sagunto y Numancia copia fuis-
te,/ Y quizá algún momento,/ Tan valientes excesos excediste./ Mas, en premiar del pobre
el heroísmo,/ Eres un ejemplo y copia de ti mismo./ Aunque te son debidas,/ Están demás
columnas é inscripciones;/ Que están bienes esculpidas/ En el alma de todos tus acciones./
Pero esta sola erige un monumento,/ Que por único y raro es un portento./ Si à la par de
tu anhelo/ Acreciera tu haber hasta lo inmenso,/ Ejercicio tu celo/ Hallara en tus piedades
más extenso./ ¡Y qué fuera, si fuera tu tesoro/ En encantado vellocino de oro!/ Tanta pie-
dad consuela/ A quien ha hado barajó la suerte,/ Y fino se desvela/ Por motivo mas noble
en defenderte;/ Reputando quizá yugo suave/ El que antes soportó molesto y grave./ Es-
to hace tu decoro,/ O Pueblo fiel; y acción de tanto grado/ Es la manzana de oro,/ Que te
hará en ambos mundos envidiado./ Ni será la discordia por ganarte,/ Sí, por tener la glo-
ria de imitarte./ Del argentino Rio/ Las aguas publicaron tu victoria;/ Pero a esta acción le
fio,/ Que eternice en el Globo tu memoria:/ Así resonará de polo a polo/ Con crédito in-
mortal tu nombre solo./ Oh! quiera grato el Cielo/ Impartir premios con benigna mano,/
Dando à tu heroico celo,/ Guirnalda eterna, premio soberano;/ Porque una acción, que en
sí todas encierra,/ Recompensa no tiene acá en la tierra./ Entretanto recibe/ El aplauso co-
mún, pues él te aclama:/ Feliz descansa y vive/ En brazos del honor y de la fama./ Y sea tu
nombre célebre y famoso,/ El Pueblo fiel, valiente y generoso/ Con licencia: En Buenos
Ayres. En la Real Imprenta de los Niños Expósitos. Año de 1807, A A.L., L 6-5-32 Pos-
teriormente, en la época de Rosas fueron habituales las composiciones patrióticas escritas,
o supuestamente, escritas por afrodescendientes, pero sin duda, para ellos, en la supuesta
lengua afro de Buenos Aires. Han llegado hasta nosotros muchos de esas loas a Rosas, que
llaman a dar la vida por “Losas” y a armarse contra sus enemigos como “el “pardejón Ri-
vera” que fueron recopiladas por SOLER CAÑAS, Luis: Negros, gauchos y compadres en el
cancionero de la Federación, 1830-1848. Buenos Aires 1958.
. El Grito del Sud, 18 de junio de 1812, Nº 6, p. 48.
. MOLINARI, op. cit.
13. BERUTTI, Juan Manuel, “Memorias Curiosas”, Biblioteca de Mayo, Tomo IV, Memo-
rias y crónicas, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1960.
14. En AGNRA, IX 12-5-3, f. 338, 23 de agosto de 1808.
15. Ibídem, f. 339.
16. CARRACEDO, Orlando, “El régimen de castas, el trabajo y la Revolución de Mayo”,
Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, Rosario, IV, 1960, pp. 157-186.
17. LYNCH, J; Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826, Ariel. Barcelona, 1983, pp.
99-103.
18. AGNRA, Sala X, 43-6-7.
19. Véase, GOLDBERG, M. y JANY, L., op. cit.
20. AGNRA X 43-6-7.
21. La Gazeta, 5 de octubre de 1816.
22. Por estos decretos del año 1813 ingresaron a los batallones 7 y 8, 1.016 libertos de Bue-
nos Aires, 81 de Mendoza, 19 de San Juan, 7 de Córdoba y 11 de Santa Fe. En 1815 se des-
tinaron al número 8, otros 576 libertos, que el Estado había comprado a 357 propietarios
europeos quienes, con la sola excepción de los panaderos tuvieron que vender, por un de-
creto del 14 de enero de ese año; todos sus esclavos de 16 a 30 años, con la promesa del Es-
tado de pagárselos después de obtenida la paz. AGNRA X 43-6-7 y 43-6-8.

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

23. A pesar de que se rescataron 568 esclavos, el 3 de octubre del mismo año se disponía,
debido a que “ha sido eludido en alguna parte de su cumplimiento [...] se vuelva a publi-
car aquel Decreto”, dando sólo tres días de plazo a los propietarios para que “verifiquen
la entrega”. En el legajo correspondiente sólo figuran ocho esclavos rescatados a cuatro
propietarios por esta segunda disposición, AGNRA X 43-6-7.
24. Los decretos en el Registro Oficial de la República Argentina, (en adelante R.O.) Nú-
meros, 980, 990 y 993 y AGNRA, las preguntas aclaratorias para su aplicación y listas, en
AGNRA legajos citados.
25. Las gestiones de San Martín, llevaron al pueblo mendocino, que dos años antes había
donado 31 esclavos, a ceder en septiembre de 1816 las dos terceras partes de los esclavos
de la provincia, GOLDBERG y JANY, op. cit.
26. La Gazeta del 13 de septiembre de 1817.
27. Estas y otras muchas donaciones en AGNRA X 43-6-7.
28. El marido de Mariquita Sánchez.
. R.O. 1071.
. CRESPI, Liliana, “Negros apresados en operaciones de corso durante la Guerra con el Bra-
sil (1825-1828)”. En Revista Temas de África y Asia 2, UBA, Buenos Aires 1993.
29. Tal el caso del negro Juan Tobal del batallón 2º de Cazadores que, convicto de robo,
fue condenado a seis años de servicio en la marina con la prohibición de bajar a tierra por
un año, AGNRA X 43-6-7.
30. R.O. 1071.
31. BLANCHARD Peter. “La agresividad de los esclavos en Venezuela y Argentina durante
las guerras de Independencia”. En Cuadernos de Historia Latinoamericana Nº 6, Leiden,
1998 y FRIGERIO, José Oscar: “Con sangre de negros se edificó nuestra independencia”.
Todo es Historia, Nº 250, abril de 1988, p. 29.
32. Esta Ley establecía que los varones nacidos a partir de la promulgación de la misma de-
bían prestar servicio 16 años al propietario de su madre en calidad de libertos y a partir de
entonces serían libres.
33. AGNRA X 43-6-7.
34. AGNRA, Documentos referentes a la guerra de la independencia y emancipación po-
lítica de la Republica Argentina. Tomo I, pp. 391-2.
35. Oficio de San Martín al Secretario de Estado, Mendoza, 14 de febrero de 1816, Biblio-
teca de Mayo, tomo XVI, primera parte, pp. 14222-14223.
36. AGNRA, Solicitudes de esclavos; Sala IX, 13-1-5, 1766-1808). Desconocemos la fina-
lidad que tenían estas certificaciones.
37. Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, Tomo V, serie IV, 1812 y 1813, Bue-
nos Aires, 1928 y DE ESTRADA, Marcos, Argentinos de origen africano, EUDEBA, Buenos
Aires, 1978, p. 78.
38. RONDEAU, José, “Proclama”, en Biblioteca de Mayo, Tomo XV, Guerra de la Indepen-
dencia p. 13278, y FRIGERIO, op. cit.
GÁLVEZ, Víctor. “La raza africana en Buenos Aires”. En Nueva Revista de Buenos Aires,
8, 1883, pp. 252-253.
39. BRACKENRIDGE, E .M., La Independencia argentina Tomo II, p. 97.
40. Ibídem, Tomo I, p. 250.
41. PARISH, Woodbine: Buenos Aires y las provincias del Río de la Plata desde su descubri-
miento y conquista por los españoles, Hachette, Buenos Aires, 1958.
42. Carta de San Martín a Godoy Cruz, Mendoza, 12 de junio de 1816, Biblioteca de Ma-

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AFROSOLDADOS DE BUENOS AIRES EN ARMAS

yo, tomo XVI, primera parte, p. 14.215.


43. Documentos para la Historia del General San Martín, Publicación del Instituto Gene-
ral Sanmartiniano y del Museo Histórico Nacional, Buenos Aires, 1954,Tomo II, Primera
Serie, 1812- junio de 1815, pp. 52-53.
44. HAIGH, Samuel. Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, Buenos Aires, 1920.
45. “El Paso de los Andes” Crónica histórica de las operaciones del ejército de los Andes
para la Restauración de Chile en 1817, por el General Gerónimo Espejo, en Biblioteca de
Mayo Tomo XVI, Primera parte, p. 14.038.
46. BLANCHARD, op. cit., pp. 111-112.
47. AGNRA, Solicitudes Militares, 1815, X-8-7-4;1816 X 35-7-8, 1817, X 10-1-1, 1820, X
-11-9-2.
48. ANDREWS, George Reid: Los afroargentinos de Buenos Aires, Buenos Aires, Ediciones
de la Flor. 1980, p. 147.
49. Diario de Manuel Pueyrredon, en AGNRA, IX-5-3.
50. GÁLVEZ, op. cit., p. 256.
51. ANDREWS, G. R, op. cit., p.149.
52. En la Colonia “la pena de azotes y demás “aflictivas e infamantes” estaban destinadas
a indios, negros,mulatos, mestizos, tanto libres como esclavos”, ENDREK, Emiliano, El
mestizaje en Córdoba, Siglo XVIII y principios del XIX. Universidad Nacional de Córdo-
ba, 1966.
53. SARMIENTO, Domingo F “Conflictos y Armonías de Razas en América” vol. I, p. 76 y
ANDREWS, op. cit., p. 148.
. Como les ocurrió a los que, muchos años después, seguían pleiteando., MALLO, Silvia.
“La libertad en el discurso…, op. cit., pp. 137-138.
54. AGNRA, Administrativos IX23-8-3, expediente 986. Domingo, negro esclavo contra
Antonio Apiron.
55. ANDREWS, George Reid: op. cit.
56. PARISH, Woodbine: Buenos Aires y las provincias del Río de la Plata desde su descubri-
miento y conquista por los españoles, Buenos Aires, Editorial Hachette, 1958.
57. ANDREWS, G R, op. cit., p. 157.
i. Carta de Bolívar a Santander 20 de abril de 1820 citada en

Fuentes

ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN (ARGENTINA)


Sala IX 12-5-3
Sala X
Batallón de Cazadores 1817 22-1-6
Guerra 1827, 14-3-7
Guerra 1817/ 20, 10-2-5
Correspondencia del Coronel Manuel Pueyrredón, 1815/ 78, 40-3-4
Despachos militares Guerra, 1811/ 61, 27-7-11
Ejército al mando del General Martín Rodríguez 1820, 11-9-1

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MARTA BEATRIZ GOLDBERG

Ejército Expedicionario contra los indios 1821, 12-4-7


Gobernadores de Provincia 1824/25 , 44-3-4
Martín Rodríguez. Expedición al Sur al mando de Guerra l824, 13-8-1
Hospital General de Hombres, 43-9-8
Hacienda/Guerra, 1823 22-4-6
Hospital de Hombres, 1821/50, 44-4-9
Sala III
Listas de Revistas. Batallón N’2 de cazadores 1812-1817 y 1820, 44-2-8
Batallón N’ 2 de Cazadores Extracto de tropa 1829 , 45-4-2
Índice de listas de revista, 35-9-33
Regimientos y batallones
Batallón N’2 de Cazadores Ajustes. 1822, 36-6-1
Pensiones militares, 35-8-21

Fuentes éditas

Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires. Buenos Aires 1907-1934, Heme-
roteca del Archivo General de la Nación.
El Argos de Buenos Aires y Avisador Universal Números 6, 9, 11, 16,21 y 80 de 1824.
Gaceta Mercantil Nro. 145 Buenos Aires. Miércoles 31 de Marzo de 1824.
El Argentino 17 a 31 de Diciembre de 1824.
El grito del Sud, Nro. 48, Buenos Aires, 18 de Junio de 1812.
Demostración de gratitud que hace el Cuerpo de Patricios de Buenos Aires a los escla-
vos distinguidos en la defensa de esta Capital. Real Imprenta de Niños Expósitos,
Buenos Ayres 1807.
Documentos para la Historia del General San Martín, Publicación del Instituto Ge-
neral Sanmartiniano del Museo Histórico Nacional, Buenos Aires, 1954, Tomo II
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LIBERTAD Y ESCLAVITUD EN EL RIO DE LA PLATA


ENTRE EL DISCURSO Y LA REALIDAD*

SILVIA C. MALLO**

“Los supuestos de los hombres y los prejuicios pueden dar al histo-


riador mucha información sobre la motivación de sus actos”1

En el extremo de la sociedad hispanoamericana, estaban los secto-


res inferiores, grupos inestables en proceso permanente de ensancha-
miento y cambio. Las castas, conformadas por indios, mestizos y por ne-
gros, compartían los avatares de la vida cotidiana con los restantes secto-
res de la sociedad y desarrollaban, con el consiguiente resentimiento, una
conciencia clara de pertenencia a los mismos.2
En el siglo XVIII, esta sociedad adquiría una dinámica diferente en
la que las relaciones recíprocas entre los diferentes sectores se hacían más
ajustadas y gravitaban en mayor medida en una sociedad cada vez más
abierta y que ofrecía mayores oportunidades de movilidad social. A la
vez, se diferenciaba más profundamente entre sí lo rural de lo urbano y
los suburbios del centro.3 En síntesis se trataba de una sociedad dispues-
ta a producir cambios de mentalidad en el seno de lo tradicional. Entre
estos sectores inferiores de la sociedad, el grupo étnico de los africanos de
origen y sus descendientes es el que nos ofrece más posibilidades para la
observación de posibles cambios en la mentalidad de la época. Por una
parte, de mayor interés para los grupos dominantes como mano de obra,
está destinado a aparecer en la documentación con mucha mayor frecuen-
cia en su calidad de mercancía. Por otra parte porque está sujeto a la pre-

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SILVIA C. MALLO

sión de vivir en una sociedad en proceso de transición en la que, por su


condición, está pronto a la experimentación personal y a la constante
adaptación al cambio. Libre, tiene, en un mundo en el que constantemen-
te se le generan obstáculos, un empuje encomiable y, sobre pautas y mo-
delos conocidos a través de sus antiguos amos, diversifica actividades e
inversiones no siempre con suerte. Esclavo o libre, negro o mulato, será
un protagonista innegable de la época.
La historiografía se ha ocupado reiteradamente del tema señalando
la diversidad en los diferentes sistemas esclavistas y la transición de la es-
clavitud a la libertad, interesando particularmente como trabajadores asa-
lariados. Se han analizado también las formas legales o no de acceso a la
libertad, así como los índices de manumisión, la relación amo-esclavo, la
ocupación y las formas de resistencia y la conservación de su identidad
cultural. Asimismo ha preocupado la relación familiar y de parentesco en
el grupo y las características de la esclavitud en las áreas urbanas. En este
sentido se ha observado particularmente la relación existente entre el cre-
cimiento de las ciudades en el período independiente y la disminución
numérica de esclavos y, por ende, del sistema esclavista ligado al proceso
de urbanización. Se observa la existencia de mayores oportunidades de
los esclavos del sector urbano cuya servidumbre es más relajada en virtud
de una mayor multiplicidad de formas de ocupación.
El tema de la libertad de los esclavos vinculado a los procesos de li-
bertad e independencia de los países americanos y en el tránsito de la mis-
ma esclavitud hacia su abolición definitiva también ha sido preocupación
de los historiadores. Ya en 1975, Edmund Morgan señalaba lo paradójico
que resultaba en la historia de los Estados Unidos, que quienes proclama-
ban la libertad, la igualdad y la dignidad humana mantenían el sistema es-
clavista y son, ellos mismos, propietarios de una gran cantidad de escla-
vos.4 Por otra parte, recordamos que el mismo debate político del siglo
XVIII europeo giraba en torno al problema de la autoridad del gobierno
y al límite del derecho de los súbditos, así como existían dos alternativas
que influenciaban en la posición ideológica de los hombres de entonces:
promover la libertad o defender la propiedad.5
Entre nosotros, José María Mariluz Urquijo nos recuerda que
“…la emancipación coincidió con un franco retroceso del régimen escla-
vista […] el humanitarismo iluminista censuraba la servidumbre del hom-
bre por el hombre”. Subraya además muy especialmente que en la socie-
dad rioplatense en la que el esclavo no cumplía una función económica

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especial, la mano de obra esclava podía ser una solución inmediata pero
no apta para el futuro. Por otra parte, hasta las mismas instituciones y pe-
riódicos reflejaban una conciencia anti-esclavista con anterioridad a 1810.
Con posterioridad a ello, los dirigentes locales se encontrarán así en una
posición ventajosa respecto a la tendencia que, liderada por los británicos,
propiciaba no sólo la libertad de los esclavos sino la abolición del sistema
esclavista.6
A pesar de ello y de la adopción de medidas de transición tendien-
tes a terminar con la esclavitud con el espíritu de una abolición progresi-
va, la disyuntiva de las conciencias de entonces se movía entre la injusti-
cia del sistema y la conservación de la propiedad privada. Me referiré a las
consecuencias de la adopción de esas medidas sobre las vidas mismas de
este sector de la población y no a su desaparición progresiva y paulatina.
Esta ha sido considerada por los historiadores como el producto de la ex-
tensión de la manumisión, de su alistamiento en los ejércitos o de la mi-
gración a la campaña, al interior y aún a los países límites y particular-
mente al mestizaje, haciéndose entonces menos rigurosa la barrera del co-
lor que tiende a hacer desaparecer a las castas.7 Ha interesado asimismo
la consideración de la condición jurídica de esclavos y libertos, las opi-
niones vertidas en los periódicos e instituciones de la época contrarias a
la esclavitud, el sistema de trabajo y la importancia de esclavos y libres
como mano de obra en el período y el apoyo a las medidas adoptadas des-
pués de 1810.8
La elección del período 1780-1830 está relacionada con el tipo de
fuentes utilizadas, los archivos judiciales. Está además relacionada con las
características y el giro que la legislación va adoptando entre 1810 y 1860
cuando podemos considerar definitivamente abolida la esclavitud en
nuestro país. En la búsqueda de datos acerca de los sectores más bajos de
la población en más de doscientas acciones judiciales nos tropezamos en
infinitas ocasiones con cuestiones relativas a la población negra rioplaten-
se en 1810. Planteados por sus amos o por ellos mismos, hombres y mu-
jeres esclavas litigan por malos tratos y otorgamiento de papeles de ven-
ta y lo hacen también muy especialmente para obtener su libertad. Libres
lo hacen por salarios, propiedad o reconocimiento de su condición.
Por todo ello me ha interesado destacar pero desde sus diferentes
perspectivas, el grado de conciencia que existe acerca de la idea de libertad
e igualdad entre el gobierno, los amos, entre los esclavos y sus respectivos
representantes legales. Ligada esta idea entonces al destino mismo del país.

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SILVIA C. MALLO

Queremos comprobar cómo se llegó a la práctica, su aceptación y el uso


de tácticas utilizadas por unos y otros para desvirtuar las disposiciones mi-
rando sólo a sus intereses para lograr sus propósitos. Así también me in-
teresa seguir el proceso de adaptación del pensamiento por parte de los di-
ferentes sectores de la sociedad frente a los cambios producidos entre los
últimos años del siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX, en los que
los prejuicios permitían aceptar el principio de la libertad pero estaban to-
davía muy lejos de la aceptación del concepto de igualdad.

Cambios en la normativa

El sistema esclavista que se impone por ley es básicamente un sis-


tema de trabajo coercitivo, se reguló a lo largo de todo el período colo-
nial a través de la legislación romana y la normativa contenida en las Sie-
te Partidas. Étnicamente diferente y siempre externo a la sociedad a la que
se incorpora, es considerado una cosa o bien enajenable que se caracteri-
za por su sujeción al amo o propietario y a su carencia de libertad. No só-
lo carece de reciprocidad en dicha relación sino que también carece iden-
tidad ante la ley, de personería jurídica y sus descendientes heredan su
condición. Discriminación legal y social no le impedía al esclavo acceder
a algunos derechos básicos con el previo permiso de su amo, a la obten-
ción de su propio peculio con el producto de su trabajo y el derecho a la
manumisión o compra de su propia libertad.
La normativa en América se desarrolló desde 1522 en la represión
de delitos y excesos, la prohibición de portar armas, transitar sin permi-
so del amo, los matrimonios interétnicos, el control de los afrodescen-
dientes libres, del cimarronaje y de la prostitución a jornal de las esclavas.
El fantasma de la huida y de la sublevación generó, la aparición a fines del
siglo XVIII – poco después de la creación de los tribunales de Real Au-
diencia en Buenos Aires - de la legislación más importante “Instrucción
circular sobre la educación, trato y ocupación de los esclavos en todos sus
dominios de Indias e Islas Filipinas” de 1789, llamado a imitación del
francés, Código Negro. Fue aplicado en toda América.
En un claro avance del control del Estado, se reguló entonces el
trabajo y el descanso, el maltrato o azotes aplicados sólo por la justicia ca-
pitular o real, la obligatoriedad de la instrucción religiosa, la manutención

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LIBERTAD Y ESCLAVITUD EN EL RIO DE LA PLATA

y asistencia en las enfermedades y la garantía de alimentación, vestido y


alojamiento para trabajar. El matrimonio fue considerado como “…el
medio más oportuno para contener su fuga y suavizar su dura suerte y
condición” y, por último, se reguló la manumisión o la coartación posi-
bilidad de comprarse a sí mismo en cuotas con autorización del amo que
fijaba su precio.9 Fundamentalmente otorgaba al esclavo el derecho a pre-
sentarse ante la justicia a través de un defensor de pobres especialmente
en los casos de fijación de precio de venta o de manumisión, solicitud de
venta por maltratos y otros abusos cometidos por los amos. Destacamos
que si bien declaraba que incluía a los esclavos en la legislación, estable-
cía asimismo que este

“no tenía derecho a poseer nada, no tenía personalidad o concepto civil para
adquirir el derecho más mínimo de posesión o propiedad en cosa alguna si no
fuese a nombre y beneficio de sus señores que eran los responsables jurídicos
y económicos en tanto los esclavos eran bienes mobiliarios”.

Si recordamos el proceso histórico y las disposiciones adoptadas


por los gobiernos independientes nos explicamos por que en los archivos
judiciales de la Real Audiencia de Buenos Aires las querellas por libera-
ción de esclavos sólo se encuentran entre 1785 y 1830 y destacamos cier-
ta incongruencia y vaivenes en la fundamentación de las medidas dispues-
tas basadas alternativamente en las necesidades de la guerra y de la mano
de obra.
Adoptadas las primeras medidas capitulares en 1806 y 1807 con
motivo de las invasiones inglesas, en 1812 se prohíbe la introducción de
esclavos, en 1813 se declara la Libertad de vientres y luego se extiende a
los menores de quince años, se declaran libres los esclavos que pisen las
costas (modificada al excluir a los que provienen de Brasil), se dicta el Re-
glamento de libertos y el Estado comienza a pagar por la libertad de los
esclavos sorteados.10 En 1814 se designa un tasador oficial del precio de
esclavos, En 1816 se crea el regimiento de libertos primero y luego cua-
tro batallones de esclavos y se prohíbe su extracción. En la constitución
de 1819 se prohíbe la trata, entre 1820 y 1827 se suprime la alcabala en la
venta de esclavos, se prohíbe el traslado de esclavas embarazadas y de li-
bertos, se prohíbe la venta de esclavos introducidos como sirvientes, me-
dida revocada en 1824 y 1831 con lo que se reinstalaba el tráfico, se de-
clara la trata de esclavos como acto de piratería y se dirige el corso con-

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SILVIA C. MALLO

tra los barcos negreros. Las andanzas del bergantín “Eloísa” sospechado
de seguir la trata con las costas africanas daba cuenta de su vigencia al me-
nos hasta 1838-1839 cuando se firma el tratado con Gran Bretaña para
poner punto final a la trata. Por último, en 1834 se esperaba que los es-
clavos alistados que hubiesen cumplido ya ocho años en el ejército rin-
diesen algún servicio al país que los sacó de su condición.

Debates acerca del origen de la esclavitud

Entre las ideas expuestas en los juicios vinculados a los afrodescen-


dientes, observamos que en las consideraciones en torno a la esclavitud
esta tiene diversos orígenes y explicaciones en el discurso de los hombres
de la época. Cuando para un defensor representante de un esclavo es
“aquel miserable destino al que un funesto trastorno me condujo” o “el
gravoso estado en que nació”,11 en el análisis de un Fiscal la esclavitud
había sido consagrada por casi todas las naciones cultas, razón por la cual
la libertad constituía la concesión de una gracia.
Frente a ello, la libertad como un derecho inherente a la naturale-
za misma será la opinión predominante.

“…todo hombre salió libre de las manos de la naturaleza y con un pleno de-
recho a disponer a su arbitrio de sí mismo”. “El surgimiento de la esclavitud
– se argumenta – se debe a las pasiones de la envidia, el odio, la venganza que
desfiguraron la obra de la creación, empeñándose el más fuerte en dominar al
más débil, la existencia de tiranos y de víctimas. Algunas veces la historia ha
visto que surgen éstas situaciones de la ignorancia y la barbarie […] pero otras
veces la misma ilustración ha aumentado su número y ha hecho más pesadas
sus cadenas”.

La esclavitud nació sin duda

“…allá cuando sumido el hombre en el caos de la irreflexión sobre la dignidad


de su propia existencia, cuando las pasiones de que ahora se avergüenza, fue-
ron la regla dominante de sus acciones hacia los de su especie, pudo solamen-
te haber desconocido el ultraje que más le degrada…No hay duda que la es-
clavitud perpetua es inhumana y opuesta a la razón y a la justicia: es solo….el
vergonzoso testimonio de la barbarie de las edades que le dieron cuna”. 12

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LIBERTAD Y ESCLAVITUD EN EL RIO DE LA PLATA

El argumento recurrente es aquel por el cual se alude a la existen-


cia de la esclavitud como sistema adoptado en la antigüedad. Así como
hay quien considera que de hecho su existencia no se discute por haber
sido consagrada como un dogma por Licurgo y Solón, profesado por
Aristóteles y Platón, hay quienes consideran que en la antigüedad sólo la
codicia multiplicaba los esclavos - llegando cada ciudadano a poseer vein-
te siervos - y que la decadencia de la antigüedad trajo la esperanza de su
fin cuando ocurrió que “…apenas se iba reconociendo la libertad domés-
tica en Europa vino a sepultarse a América”.13 Es en este punto que el
análisis es realmente interesante. Se explicaba la aparición de la esclavitud
con anterioridad a la “conquista de las Indias” y descubrimiento de Amé-
rica porque estos eran vendidos por los portugueses en la Península tra-
yéndolos del Senegal desde el siglo XV. Una explicación más completa
por la otra parte, vinculaba a la esclavitud africana con la explotación del
aborigen americano:

“…El primer español que los mares arrojaron sobre este Nuevo mundo, cre-
yó no deber cosa alguna a unos Pueblos que no tenían ni su color, ni sus ha-
bitudes, ni su religión, y no viendo en ellos sino unos instrumentos de su ava-
ricia, se propuso servirse de ellos asegurándolos con cadenas. Estos hombres
débiles y no acostumbrados a trabajos fuertes, en breve expiraron entre los va-
pores de las minas y en otros destinos tan mortíferos…”

A continuación señalaba y condenaba a los culpables:

“Entonces se ocurrió al África por nuevos esclavos. Se aumentó su número se-


gún se aumentaron los objetos de la codicia. Los Portugueses, los Holandeses,
los Franceses, los Dinamarqueses, todas estas naciones han especulado en los
sudores, en la sangre y en la desesperación de estos infelices…”

Para otros, la esclavitud existía sin más consideraciones y no hacía


al caso discutir su origen, si éste se apoyaba en la diferencia de color, en
la diversidad de religión o “en la desenfrenada codicia de aventureros
conquistadores arrebatados de la insaciable sed de oro y plata y necesita-
dos para el efecto a la explotación de minas o en el cultivo de las tierras
desoladas”. El discurso apuntaba con precisión a los males que funda-
mentaban el enfrentamiento del tiempo que corría entonces.

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SILVIA C. MALLO

En torno al concepto de libertad

A comienzos del siglo XIX la discusión de la existencia misma de


la esclavitud tiene como contrapartida la de la consideración de la misma
libertad y su significación por parte de los diferentes discursos de los ac-
tores sociales presentes en los juicios. “…La libertad por sus calidades tan
agradables y apetecidas, todo el oro del mundo no es suficiente a com-
prarla…” decía un pardo libre de Areco en 1809 tratando de comprar la
libertad a su hijo.14
La primera que surge es la de la libertad como condición natural
que, alterada por circunstancias adversas y ultrajantes para la humanidad,
transformó a un sector de la sociedad en “una porción subalterna […] La
esclavitud o servidumbre in perpetuum es opuesta a la razón y justicia y
es inhumana”.15 De ello se desprenden los conceptos de la injusticia, de
la servidumbre y fundamentalmente la privación de la libertad individual
en su esencial significación: la igualdad entre los integrantes de la socie-
dad. La libertad es por lo tanto “... un derecho inherente, intransmisible
e irrenunciable a cada ser humano, y ninguna ley humana puede por con-
siguiente excluirnos…”.16
La libertad, opinaba otro, es además, por fuerza de las circunstan-
cias una gracia porque el esfuerzo mismo por demostrar el derecho a ella
de cada individuo evidencia el alcance de su privación y la existencia de la
servidumbre.

El Estado, la libertad y la propiedad

Podemos observar a través de la documentación diferentes postu-


ras teóricas en la argumentación y encontrar cambios y adaptaciones de
tipo práctico al transcurrir el tiempo. Hay quienes todavía se preguntan
si la revolución de mayo produjo o no realmente cambios en la sociedad
porteña. La documentación consultada se refiere a la vida cotidiana que,
por definición, es el ámbito en el cual más lentamente se absorben los
cambios. Sin embargo, nos muestra en el pensamiento manifestado por
los individuos, no sólo la discusión o adopción de las nuevas ideas en al-
gunos sectores sociales sino también las reacciones frente a los cambios
producidos en aquellos interesados en mantener el orden establecido.

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LIBERTAD Y ESCLAVITUD EN EL RIO DE LA PLATA

Los nuevos integrantes del gobierno han proclamado como base de


la felicidad del pueblo el goce de la libertad, pero no garantizan el goce de
la igualdad a los integrantes de la sociedad. Hay quienes entonces mani-
fiestan su disconformidad porque no se han adoptado medidas drásticas
al respecto.17
Y es aquí precisamente donde se marcan los cambios producidos
con posterioridad a 1810 porque tanto los que argumentan en los juicios
a favor o en contra de la esclavitud, se refieren a los tiempos anteriores
como los de la tiranía y del despotismo, sosteniendo los primeros que aún
entonces se libertaba a los esclavos aunque lo resistiesen los amos y, va-
nagloriándose los segundos de haber sobrepasado ya los tiempos en que

“…Nuestro país, en medio de que señoreado más de tres siglos por los espa-
ñoles, Patronos obcecados de la esclavitud, parecía imposible moralmente que
hubiese podido sobreponerse (el gobierno actual) al contagio de los errores de
sus señores […] Es necesario entonces “borrar todas las señales de oprobio
que ahora tres lustros mantenían al País a una distancia inmensa del lugar de
los Pueblos libres…”.18

Unos y otros están de acuerdo en que el Gobierno adoptó todas las


medidas conducentes a prohibir la internación y el comercio de “esta es-
pecie humana” y que las medidas adoptadas por la Asamblea del Año
XIII dan pruebas incontestables de su civilización. Entienden que es fun-
ción del Estado arbitrar las medidas necesarias puesto que si hay quien
arguye que la manumisión “…supone que la variación de estado convier-
te a los esclavos en zánganos o mal ocupados…”, hay que procurar por
el contrario “…hacer hombres útiles al Estado a esa porción numerosa
que, naciendo esclavos carecen del estímulo que los ciudadanos libres”.19
El objetivo es reducir el número de esclavos y hacer de aquellos hombres
útiles, porque “…en su situación actual ni aspiraciones pueden te-
ner…”.20 La cuestión era buscar el medio de ayudar “… a los infieles sier-
vos de los conflictos en los que los pone su condición, ínterin completa-
da la organización política, arribe el País a garantizarse sólidamente con-
tra toda esclavitud”.21
El Estado había adoptado ya diversas medidas de liberación de es-
clavos con posterioridad a las invasiones inglesas,22 pero eran muchos los
que por circunstancias diversas pasaban a ser de su propiedad. Al tratar-
se por ejemplo de la liberación de los esclavos que pertenecieron a la or-

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SILVIA C. MALLO

den Bethlemítica el fiscal encuentra que no existen leyes que faculten pa-
ra dar libertad a una propiedad del Estado, pero considera que no puede
negarla un Estado que es “…liberal y un gobierno que proclamando la li-
bertad del país por iguales principios proclama la de sus habitantes…”
Estas consideraciones merecen profundizar el análisis de su argu-
mentación porque cuestiona al Estado como amo desde que éste encuen-
tra entre sus obligaciones con aquellas de protegerlo. Por el contrario, el
Estado establece una relación distante obrando motivado por principios
opuestos a “…los que conducen a un buen padre de familia en su conduc-
ta doméstica…”.23 Es más, los esclavos del gobierno no son considerados
siervos sino que están situados en un grado inferior precisamente porque
“…el amo y el esclavo deben desempeñar sus funciones respectivas mu-
tua y personalmente y, si el primero no puede contraerse al cumplimien-
to de sus deberes como tal ni encargarlos a otro que con seguridad lo de-
sempeñe…”. Esta sería pues la razón, la falta del amo, por la cual la con-
dición del esclavo público es peor que la del privado pues “…manos su-
balternas lo conducen cruelmente y con toda impunidad”.24
Años de intensa vida política permitían opiniones tan diversas que
paradójicamente discutían tanto la existencia de la esclavitud misma co-
mo las posibilidades de procurar al esclavo el mejor amo. Los esclavos
persistirán en la solicitud de la libertad. Los amos, de acuerdo con la idea
de libertad para el País, van a recurrir al nuevo Estado solicitando tam-
bién la defensa de sus derechos. Reclaman a la Justicia por la atención
prestada a los pedidos de libertad de los esclavos en igualdad de condicio-
nes y derechos considerando que ello implica el perjuicio a los derechos
y a la honra del ciudadano y su desprestigio ante la sociedad, mal ejem-
plo ante la familia y los criados. Es otra sin embargo la cuestión central
respecto a la cual los amos esperan la protección del Estado: la defensa de
la propiedad.25
Es verdaderamente interesante la argumentación utilizada en la de-
fensa del derecho a la propiedad. Esta proviene, igual que la libertad, del
derecho natural que tiene el hombre a su conservación. A su vez es logra-
da a través del trabajo personal “…y toda adquisición que el hombre ha-
ce para procurarse esta conservación con el peculio procedente de aquel
trabajo, con frugalidad o fausto, con más o menos comodidad, está ci-
mentada – como sabiamente lo dice Smit en aquella primera ...” y, si-
guiéndolo consideran que si el hombre es libre, siervo o liberto es sólo
obra de las circunstancias: “Su conservación o existencia es preferible a su

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estado […], sin libertad o con ella puede existir el hombre”. Toda adqui-
sición derivada del trabajo en cambio “…es una propiedad tanto más sa-
grada e inviolable cuando es respetada por las naciones menos cultas”.26
Es en este sentido que el gobierno debería tener cuidado porque “…de
poco tiempo a esta parte, se ha introducido con el nombre de costumbre,
la corruptela de mirarse estas causas con la prevención favorita de la li-
bertad”.27
En síntesis, considerados la libertad y la propiedad en una misma
línea de argumentación

“…igual violencia se siente con la pérdida de una u otra - se declaraba en 1821


– por consiguiente no se puede ampliar la ley de libertad atacando la de la pro-
piedad […] es preciso reformar estos abusos y dar toda su fuerza a la sabia ley
que declara la inviolabilidad de las propiedades”.28

La argumentación en defensa de los derechos de los amos

Veamos la evolución en el pensamiento y las actitudes adoptados


por los amos. En 1786 Don Antonio Rivera de los Santos, albacea testa-
mentario de Juan Texeira vinculaba el concepto de libertad con el de bien
público, razón por la cual, no debía ser ésta disfrutada por quienes no po-
dían pensarla más que en función de su inclinación al ocio y menos aún,
considerarla como premio ya que lo mejor que podían esperar los escla-
vos era la clase de vida que llevaban con sus amos. El esclavo no merece la
libertad por ser vago por naturaleza, no existe para él otro estado posible
que la esclavitud y es impensable considerarlo como obra caritativa.29
Veinticinco años después, Fray Matías en nombre de su comunidad
en Mendoza, negaba el derecho a la libertad que solicitaba el esclavo mú-
sico a cargo del órgano y del violín del convento.30 Hemos dado un pa-
so adelante, la esclavitud es reconocida ya como “miserable estado”. Ade-
más se alude a la libertad, y aquí lo novedoso, como un problema “entre
los políticos” pero ajenos a los intereses particulares.31
Por último, otro problema central aquí señalado es aquel en que se
relaciona la libertad con el propio peculio y lo que es más, los inconve-
nientes que sobrevienen al amo en la contratación del trabajador desde
que éste adquiere derecho a evaluar el valor de su trabajo. “…si le otor-

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SILVIA C. MALLO

gan la libertad […] sería preciso conchabarlo para la música del coro su-
jetándonos a la arbitrariedad del precio que quisiese ponernos en la nece-
sidad de su persona”.32
¿Cambiaron los amos de pensamiento en los años siguientes? In-
dudablemente no y ello, no se debió como ya vimos al desconocimiento
de las nuevas ideas sino a la adaptación de sus intereses al nuevo orden y
al encauzamiento de sus estrategias hacia la retención de los esclavos. Lo
que había cambiado era el orden general y de ello tenían conciencia y tra-
tarán de adaptarse o resistirse.
Así el representante de María Ximenes argumentaba en contra en
un caso de redhibitoria de la venta de una esclava cuya tacha, era el estar
embarazada.33 Y en un caso similar se señalaban los cambios.34
Años después, Josefa Almeira le negaba la libertad que su esclava
Isabel solicitaba para unirse en matrimonio basada en que la ley no la
obligaba, Agregaba que no tenía inconvenientes en hacerse sospechosa de
“odio a la esclavitud” pero que ella tenía posición tomada al respecto ya
que “…todas las teorías serían buenas cuando un esclavo no se conside-
rase como propiedad del amo y que mientras nuestras leyes en odio a la
esclavitud, no extinguiese ésta, no podrán aquellas ser jamás un motivo
bastante para hacerle perder al año una parte del valor real de la esclava”.
Es interesante seguir la línea de su pensamiento cuando centra la cuestión
en el justo valor refiriéndose como algo generalmente aceptado. “…todas
nuestras leyes y derechos patrios tendían a concluir con la condición hu-
millante y desgraciada de la esclavitud, condición que estaba en oposición
con el espíritu del siglo y con los principios proclamados”. El justo valor
reclamado se revela sin embargo como un intento de retención de la es-
clava, pues cuando el futuro marido se muestra dispuesto a pagar el pre-
cio estipulado se recurrirá a otro argumento. Consideraba entonces que
sólo se negaba a su libertad con el propósito de preservar la moral “por-
que ambos -decía- sin estar casados están anticipando impunemente los
goces del matrimonio”.35
En muchos otros casos, el justo valor y el aumento desmedido del
precio del esclavo que quiere comprar su libertad aparecen como una tác-
tica de retención ligada además al derecho de propiedad.36 La esclava
Marta del Coronel Cornelio Zelaya, había sido comprada en 1812 y a los
cinco años su defensor, Antonio Mariano Moreno, estimaba que debía ser
valuada en menos porque el tiempo “…altera la aptitud personal y debi-

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LIBERTAD Y ESCLAVITUD EN EL RIO DE LA PLATA

lita el vigor de la naturaleza. Es más, llevaba el peso del servicio de la ca-


sa pues lavaba, planchaba y a veces cocinaba. Castigada con latigazos y
encierros por querer cambiar de amo más se devaluaba porque “…a ve-
ces un amo no acababa con la vida de su esclavo con un golpe de puñal
como un asesino, pero ataca y mina sordamente todos los resortes y prin-
cipios de su vida y hace correr gota a gota su sangre”.37
En términos generales, las sentencias no bajan los precios de los es-
clavos en estos casos con algunas excepciones como la de Pedro Carran-
za, el esclavo capataz de una tropa de carretas y el de Dolores Baigorry,
la esclava cordobesa que vino a Buenos Aires a ganar jornales para su ama
cuyo precio fue reducido a la mitad. Fue reiteradamente señalado el abu-
so de poder del amo como lo hace un Defensor de Pobres en el caso de
un esclavo de Bernardino Rivadavia que acusa a su amo de castigo con
instrumento cortante. Es necesario que a los amos –dice- se les obligue a
que se acomoden a las circunstancias de los tiempos y que así como el di-
nero se ha hecho por su escasez más estimable y las demás cosas han per-
dido su valor, ellos regulan el precio del tiempo.38
El otro aspecto vinculado al justo precio de los esclavos gira en tor-
no a las habilidades y no a lo pesado o llevadero de su trabajo. Es mayor
el precio de una mucama que asiste a su ama en el tocador que el de una
cocinera expuesta constantemente a la violencia del fuego.39 Así Juana
que era mucama de Doña Feliciana Duarte que lee y escribe y pide cam-
bio de amo, describe sus tareas para solicitar una rebaja en los $ 600 que
su ama fija.40 Entre los amos, la idea de libertad seguía siendo una teoría
y no un derecho adquirido y estimaban que su concreción alteraba el or-
den establecido y aceptable y que “…si no fuesen contenidos tan perju-
diciales avances en la esclavatura esta introducirá en las familias el mayor
desorden y se sobrepondría a los respetos de los amos, ocasionando el
caos más espantoso”.41 Aún se dudaba que la libertad fuera realmente
provechosa. En el caso de Francisco Tarragona se pregunta “…a la común
experiencia si la clase a la que pertenece Buenaventura aprecia más la li-
bertad de la calle que la natural bien entendida”.42 Ya en 1808 se quejan
al Virrey diciéndoles “…con la voz de usted y seducciones de su libertad
vaguean estando expuestos a profugarse”.43 En 1809, Mariano Martínez
también se quejaba.44
Vemos que los propietarios de esclavos cierran filas y el reclamo de
la libertad se transforma con el tiempo en el reclamo de derechos que ya
le había concedido el Código Negro: solicitar el cambio de amo.

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La argumentación en defensa de los derechos de los esclavos

¿Pensaban los esclavos que no les correspondía ser libres? ¿Creían


acaso que no iban a poder enfrentar la responsabilidad que ello implica-
ba? Este no es el caso en el Río de la Plata. Reiteradamente aparecen ha-
ciendo verdaderos esfuerzos por lograrla y sacrificios para conservarla.
Fernando Guzmán, aquel esclavo indudablemente educado y lector, mú-
sico y ejecutante del órgano y del violín del convento mendocino se la-
mentaba en términos de su defensor, apelando a la justicia que no le ha-
bía concedido la libertad y reclamaba “…la redención de una servidum-
bre que la triste suerte de mis antepasados me ha deparado ¿será posible
que mis notorios desempeños en cumplir mis deberes sean suficientes pa-
ra conseguir mi anunciada libertad?”45
José, esclavo de Francisco Díaz, acusado de querer sólo sacar pro-
vecho decía: “…el provecho no es más que la misma libertad que quiero
alcanzar y no una declaración importuna y maliciosa”.46 Por su parte, Ig-
nacio pedía seguir litigando como pobre porque “…era tanto su empeño
e interés de conservar su libertad que costeó el juicio y empeñó la carta
de libertad de su esposa”.47 José Barrunto, de 70 años después de servir
cuarenta años en el Hospital de los Betlehemitas “…quería redimirse de
su desgraciada condición […] no quería morir sin respirar el aire inapre-
ciable de la libertad”. Guiados por la esperanza de conseguir la libertad,
la seguían buscando a pesar de no reconocérseles los méritos realizados y
de experimentar la consiguiente desilusión por la injusticia y el abuso de
la ley que permitía la alteración del “orden natural”.
Para obtener la libertad o el cambio de amo solían usarse los mis-
mos argumentos de sevicia y falta de ropas, alimentos y atención médica.
En otros casos, los de promesa incumplida de libertad, se aducen los bue-
nos servicios y méritos del esclavo. En cada caso percibimos una historia
de vida. Hay dos situaciones dignas de mención. La que deriva de la li-
bertad del esclavo ligada a la libertad del país y la de los padres, esclavos
o libres, que persiguen la libertad de sus hijos. En el primer caso sabemos
que el gobierno liberó esclavos en diferentes oportunidades,48 lo intere-
sante es que a través de la Justicia, conocemos el destino posterior de al-
gunos de los esclavos “beneficiados” con estas cartas de libertad. En 1802,
cuatro pardos apresados en barcos portugueses eran declarados libres. En
1809, el Cabildo liberaba a veinticinco esclavos con el fondo de propios

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por $8.125, 1 rr.49 En 1818, Manuel Garmendia en cambio se quejaba


porque después de haber servido en los bajeles del Estado sin sueldo, fu
e tomado en Martín García como parte de presa y a pesar de acogerse al
derecho de libertad para los que pisaran estas costas en 1814, sigue escla-
vizado “…engrosando a su ama (viuda de un militar) a su comodidad y
haberes del destino de su conchabage”.50
En 1820, Francisca Araujo seguía reclamando la libertad después
de haber sido prisionera en el segundo sitio de Montevideo y vendida a
un Teniente del Regimiento 6 al que acompañó a Santa Fe donde Eusta-
quio Días Vélez le dio carta de libertad. Siguió al norte “…trabajando pa-
ra vestir al teniente y tenerlo más decente que ninguno como su propia
mujer”. Perdió su carta de libertad en Sipe-Sipe y Don Martín Miguel de
Güemes le extendió una nueva. Al llegar a Buenos Aires, su amo la per-
dió y ella debió pagar su precio para liberarse.51
Juliana García, esclava de un español en la Banda Oriental, acom-
pañó a su esposo junto a sus dos hijos a enrolarse al ejército con el Regi-
miento 6. “…cuatro años de fatiga por la Patria […] pasando indecibles
trabajos, necesidades y desnudeces”. Se les negó la libertad y se atendió al
reclamo de la cuñada del amo anterior.52 Francisco de Estrada y su mu-
jer corrieron la misma suerte cuando acompañaron al Ejército siguiéndo-
lo a Rondeau y fueron vendidos por el mismo ejército para pagar daños
a un hacendado, volviendo a la esclavitud.53
A “Juana de la Patria” que después de haber delatado a su amo es-
pañol al ejército patriota en Potosí, acompañó a las fuerzas en Vilcapugio
y Ayohuma con la promesa de libertad del Gral. Belgrano, la Justicia la
reconoció basándose en los grandes beneficios que proporcionara al ejér-
cito el embargo de bienes de su amo. La delación fue en éste y otros ca-
sos el camino hacia la libertad.54 Las razones por las cuales la Justicia des-
conoció las cartas de libertad otorgadas se justificarían como actos de
guerra. Las medidas adoptadas por Rondeau constituyeron tácticas para
debilitar las fuerzas de los enemigos, pero en sí mismo un General no tie-
ne suficiente autoridad para disponer de la propiedad de los otros. Los es-
clavos “…refugiados en la libertad prometida servían en los varios tran-
ces del sitio cuyas alternativas hicieron célebres a los sitiadores…” pero
“… no se puede ampliar la ley de libertad atacando la de la propiedad […]
es preciso reformar estos abusos y decidir a favor de los propietarios”.55
La presentación de los esclavos en estos juicios permite tener no-

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ción de las dimensiones de las esperanzas puestas en los hombres del nue-
vo Gobierno.56
Nada más clarificador que el discurso de cada uno de los integran-
tes de la sociedad con intereses vinculados al sistema esclavista. Se ven
claramente el oportunismo de los dirigentes, la presión e intereses de los
amos, los nuevos amos, miembros de nuestros ejércitos que obtuvieron la
propiedad de esclavos a menores precios y las expectativas de los esclavos
y su frustración posterior.
En estos años en que la libertad y la esclavitud estaban en discusión
los padres esclavos o libres incrementaron la búsqueda de la libertad de
sus hijos. No siempre fue así, el pardo José Blanco propietario en San Isi-
dro de bienes y mantenía varios hijos esclavos nos muestra otras estrate-
gias por las que era económicamente más beneficioso el mantenerlos en
esa condición.57 Juana Gil, en cambio, había logrado liberarse sirviendo
quince años más a su ama en cuya casa quedaban como esclavos un espo-
so anciano, dos hijas y nietos. Luchó por liberar a sus dos hijas. A una el
ama le proporcionó arbitrios para trabajar en su chacra con lo que logró
pagar $ 200. Cuando intentó conseguir la libertad para la otra el precio
subió a $ 400 que discutió pero pagó.58 Entre otros casos Juana fue ven-
dida mientras su hija era liberada.59
Los niños y niñas libertas que después de 1813 continúan en servi-
dumbre dan lugar asimismo a otros casos. Ellos son reclamados general-
mente por padres libres, esposos de esclavas vendidas y niños que quedan
en la casa en la que nacieron. Así ocurre con Crescencia Casas cuyo pa-
dre no está de acuerdo con la calidad de la crianza que se le da.60 Otras
libertas huérfanas repartidas por los alcaldes, eran requeridas por quienes
las criaron con anterioridad. Los padres también reclamaron por la edu-
cación o por los malos tratos que recibían sus hijos esclavos.61 Un matri-
monio que había quedado libre por gracia de su ama, quiere pagar el pre-
cio de la libertad de su hijo de doce años. Este fue sobrevaluado para evi-
tar el abandono de las sementeras del amo y sus padres nos recuerdan en
una de las más emotivas arengas en pro de la libertad que “…la esclavitud
constituye y hace al hombre en la República infeliz e incapaz de repre-
sentación alguna, reputándose como miembro muerto, vil o no persona.
El que está sujeto a ello en esta desgraciada situación y estado es mi hi-
jo…”.62 En todos estos casos la Justicia accedió a lo solicitado. Así tam-
bién encontramos un pardo libre que sacó de la Casa Cuna un niño liber-
to para criar. Fue acusado por dicha institución de haberle adiestrado en

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el oficio de zapatero para obtener con sus jornales a los que también di-
cha Casa aspiraba, su propia libertad. La Justicia respetó la voluntad del
muchacho de seguir ligado a sus padres adoptivos.63 Señalamos con res-
pecto a los niños negros libertos admitidos por la Casa Cuna, el informe
del administrador de Expósitos.64
Hay otra cuestión que es la que relaciona a la libertad con la posi-
bilidad del esclavo de tener su propio peculio. Su trabajo tiene así otro va-
lor dice un procurador de pobres “…quien más pobre y miserable que el
esclavo que aún carece de persona […] son más pobres que los pobres por
que no tienen bienes ni posibilidad alguna de adquirirlos”.65 Fernando
Guzmán daba clases de música a alumnos particulares lo que no sólo le
permitía pagar su libertad sino incluso “dejar músico asalariado” por él
mismo a cargo del órgano durantes su ausencia. Entiende que la negativa
a concederle la libertad se debe a que “…siempre han conspirado a per-
petuar mi miseria”. Para Martín Segovia, el Procurador de Pobres que lo
defiende, el hecho de obtener sus propias ganancias se trasforma en el ar-
gumento central de su alegato.66 La intervención de Segovia fue necesa-
ria porque no tuvo lugar la solicitud del esclavo. Se consideró que “…por
las leyes no tiene derecho el esclavo para que se le otorgue la libertad […]
salvo que la liberalidad de principios adoptados por nuestro actual go-
bierno (1812) funde un nuevo derecho a favor de los esclavos por quienes
se interesa la humanidad y la misma naturaleza”. La libertad se convino
extrajudicialmente.
En síntesis la idea de libertad se impuso no sin protestas por parte
de los amos, no sin dudas por parte de los gobernantes. Lo que no se iba
a aceptar era la igualdad de derechos aunque había quien tenía sensibili-
dad al respecto.67
Indudablemente una de las nuevas formas de liberación para la po-
blación esclava fue la de su integración al ejército. Era una de las aspira-
ciones más accesibles para producir el progreso individual y el ascenso
social pero exigía el reconocimiento del gobierno o la carta de libertad
otorgada por el amo. El esclavo Ignacio ya había hecho méritos suficien-
tes para obtener su libertad. “…Fue uno de los sujetos que sin estar alis-
tado en los cuerpos destinados a la defensa de estos dominios, fue de los
primeros en incorporarse a nuestro ejército en 1807. Estuvo en Miserere
y luego se asoció con otros varios sujetos en una de las azoteas donde lle-
nó completamente todos los deberes de un buen ciudadano”. La libertad
le fue concedida y a la hora de pagar salarios el amo tuvo que aumentar

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su oferta de ocho a doce reales diarios.68 Había también dificultades. To-


más Gómez cuyo amo le había dado ya carta de libertad por la fidelidad
y buenos servicios de su madre y los suyos propios a condición de que si-
guiera sirviéndolo hasta su muerte. Se alistó en las milicias cívicas de in-
fantería y a pesar de ser considerado “…un ciudadano libre y en goce de
su libertad con las acciones reales y personales que le competen cuales-
quiera que ellas sean y […] que pueda trabajar como persona libre, debió
pagar $ 200 a seis el jornal mensual en calzado hasta quedar completa-
mente libre. Los esclavos rioplatenses pagaron muy cara su libertad y si-
guieron recibiendo trato discriminatorio.

Conclusiones

No dudamos que existen cambios en este sector de la sociedad en


el siglo XIX. Esta sociedad en proceso de cambio y ensanchamiento dis-
cutió los orígenes de la esclavitud, los alcances de la libertad y la limitó
prontamente enfrentándolo con el derecho a la propiedad.
En la práctica los amos adoptaron inmediatamente tácticas de re-
tención del esclavo para mantener el orden establecido. Su ideal fue el de
la libertad dentro de la servidumbre. El Estado abrió, a través del creci-
miento militar una posibilidad de ascenso social desde el período colo-
nial. Más tarde utilizó estratégicamente la idea de libertad de los esclavos
y la liberalización real pero engañosa de los mismos, al impulso de las pri-
meras campañas. La Justicia se apegó a la ley y defendió los derechos de
los amos antes que el de los esclavos. En los casos de pedido de carta de
libertad la favoreció en los primeros tiempos y se alineó más tarde junto
a los amos. Alistados, los esclavos se vendieron a menor precio entre los
mismos militares, nuevos amos resguardados en el fuero militar o los en-
tregarons en parte de pago por gastos de guerra. Más aún, obtuvieron su
carta de libertad y volvieron muchas veces a la esclavitud.
Por su parte, los esclavos tomaron una mayor conciencia del valor
de su propia libertad y lucharon, en más de un oportunidad en vano, por
lograrla. Sin duda fue muy grande su desengaño pero les quedaron fuer-
zas para seguir intentándolo aunque el pedido de libertad se redujo al de-
recho de cambiar de amo ya concedido en 1789. Ellos adoptaron sus pro-
pias tácticas de adaptación pero la libertad estaba más cerca en sus con-

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ciencias que en la realidad y no era la libertad vinculada a la igualdad. Sin


duda estaban preparados a través de sus vidas útiles para trabajar y de-
mostraron conocer como libres, el valor del trabajo, la obtención de sus
propios bienes y el valor de la educación.

Notas

*El presente artículo fue publicado con el título “La libertad en el discurso del Estado, de
amos y esclavos. 1730-1830”, en la Revista de Historia de América, México, Instituto Pa-
namericano de Geografía e Historia, número 112, julio-diciembre 1991.
** Profesora Titular de Historia Americana Colonial en la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata. Investigadora independiente
del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas.
1. DICKINSON, H. T. Libertad y propiedad. Ideología política británica del siglo XVIII.
Buenos Aires, Eudeba, 1981.
2. LOCKHART, James, El mundo hispanoperuano. 1532-1560. México, Fondo de cultura
Económica, 1982.
3. ROMERO, José Luis, Latinoamérica. Las ciudades y las ideas. Buenos Aires, Siglo XXI,
1976.
4. MORGAN, Edmund, American Slavery, American freedom. The ordeal of Colonial Vir-
ginia, New York-London, W Norton & Company, 1975.
5. DICKINSON, H. T. op. cit.
6. MARILUZ URQUIJO, José María, “La mano de obra en la industria porteña (1810-1835”,
en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, vol. XXXIII, Buenos Aires, 1962, pp.
583-622.
7. GOLDBERG, Marta, “La población negra y mulata de la Ciudad de Buenos Aires.
1810-1840” en Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales, IDES, Buenos Aires,
número 61, 1976, pp. 75-99.
8. MARILUZ URQUIJO, J. M. op. cit.; LEVAGGI, Abelardo, “La condición jurídica del escla-
vo en la época hispánica”, en Revista de Historia del Derecho, número 1, Buenos Aires,
1973, p 88; SEOANE, María Isabel, “El Patronato de los libertos en Buenos Aires” en VI
Congreso Internacional de Historia de América. T. VI, Buenos Aires, 1982, pp. 403-415.
9. LUCENA SALMORAL, Manuel: Leyes para esclavos: El ordenamiento jurídico sobre la con-
dición, tratamiento, defensa y represión de los esclavos en las colonias de la América Espa-
ñola., Madrid. Colección Clásicos Tavera, Fundación Histórica Tavera, Digibis, Publica-
ciones Digitales. 2000.
10. CARRACEDO, Orlando, “El régimen de castas, el trabajo y la Revolución de Mayo, en
De la Colonia a la Emancipación, Rosario, Universidad Nacional del Litoral, Facultad de
Filosofía y Letras, 1960, año IV, número 4, pp. 157-186. Señala la ambigüedad evidente en
la legislación de los libertos cuando se determina el tiempo que deberán servir, quienes se
harán cargo de ellos y obliga a los armadores a ceder diez de cada cien esclavos al Estado
por el termino de ocho años. El armador ejercerá el derecho de “patronato” que era trans-
ferible o enajenable por un máximo de doscientos pesos. A su vez el liberto era negociable
disminuyendo el precio en proporción al tiempo en que hubiese servido.

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11. Archivo General de la Nación. [En adelante AGN] Sala IX, 9-23-8-6,1817, L.32. Exp.
1097.
12. AGN Sala IX, 9-23-8-6, 1817, L 32, Exp. 1097.
13. AGN Sala IX, 9-23-8-6, 1817, L 32, Exp. 1097.
14. AGN Sala IX, 9-23-7-6, 1809, L 25, Exp. 823.
15. AGN Sala IX, 9-23-8-6, 1817, L 32, Exp. 1097.
16. AGN Sala IX, 9-23-8-6, 1817, L 32, Exp. 1097. “La libertad es inalienable e imprescin-
dible – dice el defensor –después de la razón es el primer carácter distintivo del hombre…”
y agrega “…se encadena y se sujeta al bruto porque él no tiene idea alguna del bien ni del
mal, de lo justo ni de lo injusto. Más en el hombre la libertad es el principio de sus opera-
ciones, de sus vicios y de sus virtudes. Solo el hombre libre puede decir esto quiero, esto
no quiero. Y así como no hay sobre la tierra poder alguno que pueda mudar o variar la or-
ganización del hombre y transformarlo en bruto, tampoco hay poder que pueda despojar-
lo de su libertad. Estas verdades eternas e inmutables son el fundamento de toda moral, y
la base de todo gobierno justo y racional. Consiguiente a éstos principios ninguna ley hu-
mana puede privar al esclavo del derecho a redimirse de su esclavitud.”
17. AGN Sala IX, 9-23-8-6, 1817, L 32, Exp. 1097 “…Bien ha podido el supremo Gobier-
no proscribir para siempre ese ultraje que se hace a la misma naturaleza, si consideraciones
políticas no hubiesen, al parecer, detenido la resolución, pero ello es cierto, que se presta
benigno a la protección del infeliz esclavo”.
18. AGN, Ministerio del Interior, Exp 1989, 1886.
19. AGN Sala IX, 9-23-8-6, 1817, L 32, Exp. 1097.
20. AGN, Ministerio del Interior, Exp. 1989,1886.
21. AGN, Ministerio del Interior, Exp. 1989,1886.
22. AGN Sala IX, 9-34-8-3, 1809, L 141, Exp. 1623.
23. AGN, Ministerio del Interior, Exp. 1989,1886.
24. AGN Ministerio del Interior, Exp. 1989, 1886.
25. AGN Sala IX, 9-23-8-6, 1817, L 32, Exp. 1097 La cuestión es que consideran que “…la
esclavatura de una Nación no es más que una adquisición individual de los ciudadanos que
la componen y por lo tanto […] en un Gobierno lleno de ilustración como el nuestro de-
be mirarse la materia con toda la delicadeza y dignidad que merecen las familias que hoy
componen la presente sociedad contra cuyos pactos públicos, no hay costumbre ni ésta se
introduce por actos contradichos por parte legítima”.
26. AGN Sala IX, 9-23-8-6, 1817, L 32, Exp. 1097.
27. AGN Sala IX, 9-23-8-6, 1817, L 32, Exp. 1097.
28. AGN Sala IX, 9-23-8-7, 1818, L 33, Exp. 1179.
29. Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires. Real Audiencia [En adelante AHP-
BA.RA.], 5-3-41-5-1786 “…Para las causas de la libertad no se necesitan aquellas relevan-
tes pruebas más, es una doctrina que no reconoce principio que la sostenga, pues si se ocu-
rre a lo inestimable de la libertad, como esta excelencia sólo sea con respecto a la persona
privada y de ningún modo lo que la causa pública, que no reporta ningún interés en que se
de la libertad a un sujeto vago y que aún estando en poder de la esclavitud vive a su anto-
jo manejándose cual libre. Más a quien no excitará a la risa el oír el ser obra tan pía y me-
ritoria la de conceder libertad a un esclavo como lo es la de dar limosna a los pobres. Ga-
llardo paralelo es el que nos proponen, más no es mucho cuando considera el hecho de dar
libertad a un esclavo como perteneciente a la séptima obra de misericordia […] falseen aún
la fuerza de la aprensión que le libre mirar el suave trato y blandura con que son tratados

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LIBERTAD Y ESCLAVITUD EN EL RIO DE LA PLATA

los esclavos como una rigurosa mazmorra donde vive oprimido su protegido por más que
le vea andar distraído en la casa de su amo en una vida entregada al ocio”.
30. AHPBA.RA, 5-3-41-5-1786 “…Poseída mi comunidad y yo de los debidos conoci-
mientos del hombre y de aquel miserable estado al que lo conduce el cautiverio, el naci-
miento, a su propia conveniencia […] le hemos mirado más bien como a un hombre en sus
primitivas regalías que como a siervo en su presente condición: nada le ha faltado en nues-
tro convento y ha probado en él cuánto tiene de dulce la libertad […] hasta la libertad a
que aspira la ha logrado de hecho por las consideraciones […] faltábale el poder adquirir
para decirse libre en el ejercicio y aún esto ha tenido […]el convento le ha otorgado aun-
que tácitamente peculio al (permitirle) enseñar a sus discípulos afuera con grande aprove-
chamiento”.
31. AHPBA.RA, 5-1-7-10, 1810 “…la libertad a la que aspira no reconoce por principio
algunas de las causas de la ley […] en medio de lo inestimable que es la libertad, es un pro-
blema entre los políticos que no debo averiguar, si su contrario es o no conforme a los de-
rechos del hombre o buen gobierno de los Estados, pero entre los Jurisconsultos por leyes
formales es decidida la Esclavitud desde que se conoció y la guerra y se hizo comerciable
la carne humana en tanto no se altere ese derecho de gentes, estamos en posesión de sus re-
sultados”.
32. AHPBA.RA, 5-3-44-1-1811.
33. AHPBA.RA, 5-1-1-20,1822“…Si en la época en que los partos de las criadas eran de
provecho para los amos a que servían, su preñez venía a ser una tacha que impedía y anu-
laba la venta ¿con cuánta mayor razón en la presente circunstancia en que están declarados
libres? Nadie ha dudado hasta ahora que los embarazos de las siervas son enfermedades,
son tachas y relajan el valor y mérito de la cosa vendida. La razón es bien clara: por que de
un mal parto puede morirse, porque el embarazo impide a la esclava prestar todos los ser-
vicios para que fue comprada, por que semejan enfermedad y causan gastos extraordina-
rios y por que semejante tacha prueba una conducta desarreglada e inmoral en la sierva”.
34. AGN. Sala IX, 9-23-8-71, L33. Exp. 1164, f. 8 “…cuando los frutos de las esclavas se-
guían la condición de la madre preñada ésta valía más que desembarazada y en las casas de
familia más se deseaban por esta calidad las hembras que los varones y siempre se aprecia-
ban en menos las infecundas si se les divisaba su esterilidad. En este caso se acusaba al con-
trincante de repugnar la crianza de un inocente dado que según las leyes, hasta los quince
años debían depender y servir a quien los crió y educó”.
35. AHPBA. RA, 5-3-45-5, 1830.
36. AGN. Sala IX, 9-23-8-6, L.32. Exp. 1097, 1817.
37. AGN. Sala IX, 9-23-7-3, L.22, Exp. 709, 1808.
38. AGN. Sala IX 9-23-8-4, L 30, Exp. 1025, 1814.
39. AGN. Sala IX, 9-23-8-6, L.32. Exp. 1097, 1817.
40. AGN. Sala IX, 9-23-8-4, L30, Exp. 1030, “Mucama de adentro que no ignora la com-
postura y manejo de todo el interior, de salas y dormitorios; costurera que cose todo cuan-
to se le de arreglado del modo que se le dice. Solo chaquetas y calzones no ha cosido sino
para criados. Zurcir bien toda ropa fina, puntear medias de algodón y de seda, pedalearlas,
darlas vuelta lo de arriba abajo: achicar medias grandes usadas para niños; lavar bien den-
tro de casa ropa fina y medias de seda; planchar bien de plegado hasta pecheras de camisa
y peinar y vestir a los niños. Si se le ofrece ir a la cocina para hacer una comida regular la
desempeña completamente haciendo postres de leche, yema o asada, buñuelos y dulce de
durazno: y quien hace esto hace otros. Últimamente sabe leer con lo que sirve para la ins-
trucción y enseñanza de los demás criados”. Tiene 24 años.

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SILVIA C. MALLO

41. AHPBA. RA. 5-4-52-88-1833.


42. AHPBA. RA, 5-4-57-7, 1810.
43. AGN. Sala IX, 9-23-7-3, L. 22, Exp.702, 1808.
44. AGN. Sala IX, 9-23-7-6, L. 25.Exp. 823, 1809 “…yo no me admiro del infeliz pardo
porque la escasez de sus luces y oposición de ideas en el sueño de sus antojos le hacen con-
cebir justicia en lo que de lejos se le parece: me aturdo sí, me pasmo de los que pueden dis-
pertarlo y se glorian y complacen de verlo tropezar a tientas”.
45. AHPBA. RA, 5-3-4-41, 1811“…No puedo menos que confundirme en medio de mi
rusticidad cuando dicen que no puedo elevar esta solicitud sin ofensa de la Justicia. Yo
siempre he vivido persuadido que el esclavo, en medio de su servidumbre y oscuro abati-
miento, no tiene otra satisfacción que la esperanza de conseguir su libertad. También sé que
si consultamos la razón, un siervo benemérito es acreedor a una libertad graciosa […] La
naturaleza se resiente al ver infractadas sus leyes por una cruel arbitrariedad cimentada en
un tirano despotismo: la servidumbre introducida fue una ley penal para refirmar las inva-
siones hostiles que sufrían los Estados, pero de ningún modo para transmitirlas a la poste-
ridad por no estar incursos en esta clase de delitos; y si sufrimos esas desgracias, hasta ver
en comercio la carne humana, ha sido un abuso de la ley, sostenido indebidamente por au-
toridades corrompidas”.
46. AHPBA, Juzgado del Crimen: 3-3-10-136, 1804.
47. AHPBA, RA, 5-1-5-7, 1824.
48. ROSAL, Miguel Angel, Africanos y Afrodescendientes en el Río de la Plata, Siglos
XVIII-XIX, Buenos Aires, Ed. Dunken, 2009.
49. AGN. Sala IX, 9-34-8-3, Hacienda. L 141, Exp 3630, 1809.
50. AGN. Sala IX,,9-23-8-7, L 33, Exp 1142, 1814.
51. AGN. Sala IX, 9-23-8-7, L, 33, Exp, 1144, 1820.
52. AGN. Sala IX, 9-23-8-7, L 33, Exp. 1179. S/F.
53. AGN. Sala IX, 9-23-8-3, L29, Exp. 984, 1813.
54. AGN. Sala IX, 9-23-8-6-1 L 32, Exp 113, 1817 y 9-23-.8-3, L 29, Exp. 986, 1813.
55. AGN. Sala IX, p-23-8-7, L33, Exp. 1179, 1818.
56. AGN. Sala IX, 9-23-8-3, L 29, Exp, 984, 1813“…Buscamos el tiempo oportuno de po-
nernos bajo las banderas de la libertad – dice Franciso Estrada – este tiempo glorioso, es-
ta ocasión dichosa que ansiábamos para salir de la opresión tiránica en que gemía nuestra
esclavitud (llegó Rondeau) nos acogimos entonces al sistema generoso de la Patria, canta-
mos los himnos de la libertad”.
57. MALLO, Silvia, “Pobreza y formas de subsistencia en el Virreynato del Río de la Plata
a fines del siglo XVIII”, en Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. UNLP,
Estudios Investigaciones. N° 1, Frontera, Sociedad y Justicia Coloniales, La Plata, 19089, p.
37.
58. AGN. Sala IX, 9-23-8-4, L30, Exp. 1050, 1813.
59. AGN. Sala IX,, 9-23—8-3, L 29, Exp 985, 12813; y 9-35-1-5, L 9, Exp 13 1777.
60. AGN. Sala IX,, 9-23-8-7, L33, Exp 1191, 1818.
61. AGN. Sala IX, 9-23-7-6, L 25, Exp 824, 1809.
62. AGN. Sala IX, 9-23-7-6, L 25, Exp. 823, 1809.
63. AGN. Sala IX, 9-23-8-3, L29, Exp. 978, 1813.
64. AGN. Sala IX, 9-23-8-4, L 130, Exp. 1020, 1814 y AHPBA, RA, 7-1-8-4-6, 1823
“…quejándose por el aumento de niños en esas condiciones cuyo costo ascendía a 700-800

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LIBERTAD Y ESCLAVITUD EN EL RIO DE LA PLATA

pesos, fondos que no poseían “….habiéndose aumentado de algún tiempo a esta parte el
número de aquellos con exceso, pues soliendo haber 120-140 en el último se llegaron a
174”.
65. MALLO, Silvia, “Pobreza… op. cit. p. 37.
66. AHPBA, RA 5.3.4.41, 1811 “…de esta permisión absoluta, no restringida ni limitada,
nace implícitamente la otra de permitirle a su arbitrio los usos y destinos de esas adquisi-
ciones y […] siendo esclavo el más propio uso de su dinero el fin de su libertad por la pro-
pensión natural que todo hombre tiene de ella […] se le permitió la inversión de sus adqui-
siciones en la de su libertad”.
67. AHPBA, RA, 5-2-3-11, 1809 “La naturaleza que nos hizo a todos iguales – decía Mar-
tín Martínez – parece que se resiente con la servidumbre. Esta sola voz hace estremecer al
hombre justo; porque aunque las leyes hayan tenido poderosos motivos para introducir
entre los hombres la esclavitud, los abusos que de ésta se hacen por los agravios que se in-
fieren a los que les toca esta fatal suerte merecen sensibilidad”.
68. AHPBA, RA, Real Audiencia, 5-2-3-11, 1809.

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ESCLAVOS INSURRECTOS
EN TIEMPOS DE REVOLUCIÓN (CUYO 1812)

BEATRIZ BRAGONI
CONICET, UNCUYO

Las revoluciones de independencia hispanoamericanas han sido y


siguen siendo un tema controvertido; esa razón explica la centralidad que
han tenido en la agenda de los historiadores desde la constitución de las
disciplinas académicas que acompañaron la formación de los estados na-
cionales, y que hicieron de ellas el germen de las narrativas fundacionales
de las nacionalidades hispanoamericanas en el siglo XIX. Esa dilatada ge-
nealogía literaria en la que se inscribe la actual agenda de investigación se
ha nutrido de diferentes climas historiográficos e intelectuales. Mirado en
perspectiva, ese denso derrotero interpretativo habilitaría a postular la
existencia no de una sino de varias historiografías sobre las independen-
cias, y si podemos pensarlas en plural es porque la fertilidad del debate
académico contemporáneo se inscribe en tradiciones historiográficas
(que en ocasiones no escapan a las historiografías nacionales) que no
siempre dialogan entre sí, y quizá esa dimensión sea la que la distingue de
las prevalecientes treinta años atrás. Pocas dudas caben que los contrastes
con aquellas historiografías deberán atender a los climas institucionales,
políticos e intelectuales que alimentaron su curso, como en las nociones
esencialistas y nacionalistas que vigorizaban aquellos relatos. Y si bien
hasta los años setenta, las historiografías académicas y militantes habían
avanzado en la caracterización de sus dimensiones políticas, instituciona-
les, ideológicas e incluso económicas, el debate ideológico había de hecho

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BEATRIZ BRAGONI

de ellas un terreno de confrontación entre verdaderos “catecismos revo-


lucionarios” nacidos al abrigo de empresas intelectuales la mayoría de las
veces revisionistas en sus variantes de izquierda o de derecha. Con algu-
nas excepciones, ningún clima semejante ha de encontrarse hoy por la
sencilla razón que el debate sobre aquel fragmento del pasado iberoame-
ricano se circunscribe al ámbito académico en sentido estricto en el cual
brilla un consenso inusitado por aquello que antes generaba posiciones
encontradas. Esa suerte de enfriamiento ideológico de la labor intelectual
que acompañó la conformación de los estudios sobre las revoluciones de
independencia en las últimas décadas, ha permitido trazar un repertorio
de temas y problemas comunes que han mejorado su comprensión histó-
rica. En cualquier caso, una apretada caracterización de la ruptura revo-
lucionaria destaca entre sus rasgos sobresalientes la percepción que tuvie-
ron los mismos contemporáneos del momento revolucionario que vivían,
la aspiración de transformar el orden social heredado y el papel que co-
menzó a ocupar la política en individuos y grupos sociales que hasta en-
tonces habían ausentes del proceso de toma decisiones políticas tal como
estaba preservado en los estatutos del antiguo régimen. En torno a ello, la
militarización y la movilización social que estructuró el completo ciclo
revolucionario desde la Nueva España hasta las fronteras del Maule, ex-
hibieron más allá de sus variantes regionales o locales, experiencias de po-
litización popular inéditas e inesperadas para las elites criollas enroladas
en la carrera de la revolución.
En las últimas décadas la historiografía hispanoamericana ha revi-
sado en detalle las formas de inclusión social y política de los esclavos y
castas de color como resultado de las revoluciones de independencia ha-
ciendo de las áreas más densamente pobladas de los hombres y mujeres
de color un ámbito privilegiado de análisis.1 Asimismo, la historiografía
rioplatense no dejó de subrayar tempranamente el componente popular,
y la participación de los grupos plebeyos que dinamizaron el proceso de
militarización disparado en la capital del virreinato a raíz de las invasio-
nes inglesas de 1806 y 1807, como advirtió también su efecto correlativo
en el ciclo de guerras abierto a partir de 1810 cuando las elites revolucio-
narias se vieron exigidas a profundizar la movilización de hombres arma-
dos que en nombre de la patria pretendía erigir en la completa jurisdic-
ción antes virreinal un emprendimiento político independiente del rey
cautivo, y de las instituciones metropolitanas que se arrogaban su repre-
sentación.2 Tampoco resulta desconocido el papel desempeñado por la

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ESCLAVOS INSURRECTOS EN TIEMPOS DE REVOLUCIÓN

población esclava masculina en las formaciones militares que alimentaron


las huestes de los ejércitos de la independencia;3 menos aún resultan des-
conocidas las formas en que los esclavos conceptualizaron la libertad,4 ni
tampoco los historiadores eludieron el desafío de restituir la manera en
que la revolución y la guerra representaron una vía de ensayo libertario
para la gente de color.5 Así también, las implicancias de la sociabilidad ur-
bana de la población negra en Buenos Aires han sido eficazmente resti-
tuidas para el período inmediatamente posterior como también se ha res-
tituido las formas de acceso a la propiedad.6
Sin embargo, los avances habidos en el estado de conocimiento so-
bre la politización de los negros y esclavos en Cuyo previa al arribo de
San Martín como gobernador intendente, y ejecutor principal de la mili-
tarización de un tercio de la población masculina de color en la jurisdic-
ción cuyana, ha sido un tema casi ausente de la agenda historiográfica. El
presente trabajo se propone arrojar respuestas al interrogante central de
la vida política cuyana en el despertar de la revolución rioplatense a tra-
vés del estudio de un proceso criminal elevado por el gobierno a un gru-
po de esclavos, y negros libres en 1812, por tener evidencias firmes que
organizaban una rebelión con el fin de obtener la carta de libertad e inte-
grar los ejércitos patriotas. Aunque las expectativas de los rebeldes se
frustraron, el episodio que protagonizaron y los argumentos que utiliza-
ron para justificar sus pretensiones nos enfrentan no sólo a las sensibili-
dades y prácticas sociales disparadas por la revolución que permitían im-
pugnar el orden social previo y simultáneo a su emergencia, sino también
a la fascinante difusión de los preceptos liberales poco después de inicia-
da la aventura revolucionaria no sólo en el Río de la Plata sino también
en el antiguo reino de Chile.

La red rebelde

El 2 de mayo de 1812 el teniente gobernador de Mendoza, Joseph


Bolaños, tomó conocimiento del suceso, y ordenó recluir a los cabecillas
del plan rebelde quienes fueron sometidos a un extenso interrogatorio
con el fin de obtener evidencias objetivas del alcance del movimiento. 7
De ellos se desprende que el tiempo de Cuaresma y las fiestas previstas
para conmemorar la instalación de la Junta Patriótica en Buenos Aires ha-

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BEATRIZ BRAGONI

bían creado un clima propicio para alentar las juntas de esclavos que ha-
bitaban los cuarteles urbanos. La iniciativa había ganado adeptos a través
de los circuitos habituales de la sociabilidad urbana: los convites se ha-
bían realizado en los cuartos de las casas, en los encuentros después de la
oración, la salida de los domingos, en las pulperías y en los fandangos del
convento de Santo Domingo. A través de ellos se había conseguido alcan-
zar un universo masculino para nada desdeñable: algunos confesaron que
la revuelta alcanzaba entre 19 y 30 involucrados, otros calcularon una ci-
fra superior a cien; en cualquiera de los casos, la mayoría coincidió que
todo estaba previsto para el domingo 3 de mayo a las siete de la noche,
previa reunión de los rebeldes en el bajo del Zanjón, provistos con las ar-
mas que tuvieran a su alcance para asaltar el Cuartel, y presentarse al go-
bierno para que exigir “un decreto que diera la libertad a todos”.
A la cabeza de la red rebelde figuraron el negro libre Joaquín Fre-
tes y Bernardo, esclavo de Francisco Aragón, quienes habían fortalecido
su amistad desde el arribo del primero desde Santiago de Chile por com-
partir, entre otras cosas, el oficio de músicos. Joaquín era natural de Gui-
nea, tenía 24 años y había sido uno de los pocos manumitidos como con-
secuencia de la legislación chilena creada por Manuel de Salas en 1811.8
Allí, la iniciativa oficial que declaró la libertad de vientres y prohibió la
introducción de esclavos en la jurisdicción había dado lugar a la movili-
zación de los negros para tomar las armas en defensa de la patria. Como
lo señaló un agudo testigo del bando realista: “Es increíble la impresión
que esta ley hizo en el ánimo de los esclavos, y el orgullo y osadía que han
concebido con la esperanza de la libertad futura de sus hijos. Los propios
esclavos se conceptúan ya en aquella esfera con tal que manifiesten su ad-
hesión al nuevo gobierno. Es caso singular lo que se experimentó pocos
días después de publicado el bando. Se mancomunaron todos los criados,
e hicieron una bolsa para que un abogado les hiciera una representación
a la Junta pidiéndole su libertad, mediante un generoso ofrecimiento de
que se les diera armas para defender la patria. La liga era de más de 300,
y todos ellos estaban ya armados de cuchillos prontos para activar una
sublevación en el pueblo, de cuyos resultados hay más de siete en la cár-
cel, que fueron las cabezas del proyecto”.9
Aunque no es posible precisar la fecha de su llegada a Mendoza, ni
tampoco las razones que lo hicieron permanecer en la ciudad, lo cierto es
que se ganaba la vida dando clases de música en uno de los principales
cuarteles de la ciudad. Joaquín reunía una trayectoria ejemplar por haber

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ESCLAVOS INSURRECTOS EN TIEMPOS DE REVOLUCIÓN

servido en Santiago al oidor Manuel Irigoyen, y más tarde al canónico


Juan Pablo Fretes quien le había otorgado “la libertad para que fuera a
defender la Patria por él a Buenos Aires”: Fretes era un decidido partida-
rio de la libertad americana que durante su estancia en Cádiz había jura-
do bregar por la independencia en la filial gaditana de la Sociedad de Ca-
balleros Racionales, creada por Miranda junto con su sobrino Juan Flo-
rencio Terrada residente en Buenos Aires, y conspicuo integrante de la
recién creada Logia Lautaro.10 Esos atributos personales del negro Joa-
quín lo diferenciaban del resto de los cabecillas, convirtiéndolo en el
principal difusor de las libertades introducidas en Chile, y de la inminen-
te legislación que el gobierno de Buenos Aires preparaba para la pobla-
ción esclava: él mismo había sido quien había leído en un junta de more-
nos el ejemplar de la Gazeta de Buenos Ayres que anunciaba algunas de
esas promesas. Esas noticias tuvieron algún impacto: las criadas del fina-
do Francisco Borja Corvalán sabían “que este negro andaba diciendo que
en Chile y en Buenos Aires eran ya todos los esclavos libres”; 11 también
Juan Manuel, el esclavo de Juana María de Rosas confesó saber por el di-
cho Joaquín “que en Lima ya estaban libres la mitad de los esclavos de ca-
da casa”, y que allí los mismos esclavos habían aparentado “una guerra
entre ellos mismos con armas de fuego, pero sin municiones acudiendo al
suceso los soldados del Rey, con cuyo motivo los daban por libres”.
El perfil de Bernardo era distinto; había nacido veinte años atrás en
la ciudad y no supo firmar. Esa cualidad no le impidió convertirse en el
“caudillo” del acontecimiento que, a juicio del presbítero Manuel Astor-
ga, hizo que los “principales moradores huyeran de la ciudad”. Por el ne-
gro Joaquín supo que en Chile el gobierno había dado la libertad a todos
los nacidos de madre esclava el año anterior; Bernardo también sabía que
los libertos de Buenos Aires habían sido integrados a las milicias mientras
que el gobierno de Mendoza mantenía el batallón de pardos libres here-
dado del antiguo régimen. El conocimiento específico de la normativa pa-
triota a favor de los esclavos y las castas de color era acompañaba de otra
información no menos sugestiva: según un testigo, Bernardo manifestó
“que era necesario hacer en esta Ciudad lo que los negros de las Islas de
Santo Domingo, Matando a los blancos para hacerse libres”. En aparien-
cia, esas noticias habrían sostenido la convicción de que los amos de Men-
doza eludían la obligación de cumplir con las leyes y las exigencias de la
Patria, y todo parece indicar que los sucesos de Santo Domingo habían
impactado en la cosmovisión política de los negros insurrectos en los bas-

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BEATRIZ BRAGONI

tiones patriotas del extremo sur del antiguo imperio. Vale tener en cuen-
ta que el primer número de La Aurora de Chile – editada por Camilo
Henríquez en febrero de 1812- reprodujo una noticia de Londres al res-
pecto, y una nota al pie del editor así rezaba:

“La Revolución de la Isla de Santo Domingo, y su actual suceso merecen la


consideración de los políticos, y ofrecen ejemplos terribles. Este suceso pare-
cía imposible al principio de su revolución.¿Qué podía esperarse de una raza
de hombres sin educación, sin luces, sin costumbres? ¿En una raza degradada,
y envilecida podía haber honor constancia, y sentimientos? ¿Sostenerse con-
tra el poder y el arte de las armas de la Francia? Pero la naturaleza hizo igua-
les a todos sus hijos: el corazón y el ánimo es capaz de iguales esfuerzos, de
iguales virtudes, y pasiones en toda la especie humana. En fin el odio a las ca-
denas, el deseo de la libertad, una resolución firme, e imperturbable vencen to-
dos los obstáculos, dirigidos por un caudillo nacido para mandar”.12

Las aspiraciones libertarias de los cabecillas, y sobre todo de Ber-


nardo el más vinculado al espacio local, parecen haber guiado los pasos
siguientes. A la elección de un cuarto de cara al Cuartel que sirviera de
resguardo para reunir armas y pólvora, le siguió una profusa actividad
para ganar voluntades a favor de la iniciativa para lo cual apeló a un nú-
cleo íntimo de amigos y allegados que se convirtió en base operativa pa-
ra estimular nuevas adhesiones. En esa red mínima se encontraba el negro
Fructuoso Escalada, esclavo de Joaquín Sosa y Lima, un zapatero nacido
en San Juan, quien confesó haber sido invitado por Bernardo a una junta
de morenos con el propósito de “hacerse libres”. Otros oficiales y apren-
dices de zapateros reconocieron haber mantenido también conversacio-
nes: al negro Nicolás, el esclavo de Dª Manuela Ares y natural de Arreci-
fes, le siguieron los mulatillos Felipe y Toribio, y el negro Juan Antonio.
Resulta probable que la ascendencia de Bernardo sobre ese pequeño uni-
verso de zapateros haya dependido del papel desempeñado por su padre
como maestro del gremio; sin embargo, la clave corporativa no parece
agotar los perfiles negros que concurrieron en el frustrado levantamien-
to. Esa imagen se desprende al testear algunas de las relaciones o convites
que nutrieron el entramado del reclutamiento negro. Miguel, un esclavo
del Colegio, natural de Guinea, declaró no sólo haber participado de las
juntas de negros para el “designio del levantamiento que intentaban” si-
no que en ellas Bernardo “era el principal y el que los convocaba o ins-
truía” para tratar y acordar como habían de ejecutar el hecho. Que para

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ESCLAVOS INSURRECTOS EN TIEMPOS DE REVOLUCIÓN

hacerlo “le hizo entender el dicho Bernardo que tenía una Gazeta de
Buenos Aires en que ordenaba que todos los esclavos fuesen libres”.
Ese liderazgo estuvo lejos de ser exclusivo, y aparecía sostenido
por una cadena de intermediaciones activada por otros negros incluidos
de lleno en el convite. Entre los más decididos figuró el negro Joseph, es-
clavo de Agustina Gómez, quien reconoció a Bernardo como su “coman-
dante. También el negro Jorge, natural de Angola, soltero y sin oficio, es-
clavo de un maestro carpintero, confesó que Joseph lo había convocado
a una junta con motivo de levantarse en solicitud de su libertad, y que sa-
bía que “iba citando a todos los compañeros paisanos que iba encontran-
do”, por lo que concluía que era el “principal móvil de esa revolución”,
pues tenía el antecedente de que cuando iban a San Antonio a divertirse
“les hablaba del asunto de la sublevación”.

Los móviles políticos

Esa maquinaria estructurada por lazos personales como de vecin-


dad, lubricada por el convite y las relaciones cara a cara, y robustecidas
por la circulación de pasquines o proclamas, parece haber sido eficaz pa-
ra difundir las pretensiones políticas de los negros superando los cuarte-
les urbanos, y penetrando en la campaña circundante. Con el correr de
los días, la movilización fue en aumento, y ese devenir radicalizó la posi-
ción de los negros. Uno de los amigos del “comandante” agregó más de-
talles sobre el alcance de la rebelión poniendo en evidencia que las expec-
tativas originarias habían cambiado radicalmente de carácter al señalar:
“los esclavos iban a dar fuego a todos los señores, saquear sus casas, y con
dichos dineros pagar la soldadesca, y luego recoger las caballadas de las
haciendas y alfalfares, y con ellas pasar a Buenos Aires a reunirse allá”.
Esa visible tensión entre casta y clase –común a la cultura política popu-
lar de las revoluciones atlánticas de los siglos XVIII y XIX-13 parece ha-
ber operado como un dispositivo nada menor en el recrudecimiento de
las posiciones adoptadas por los negros y el relativo éxito de la moviliza-
ción. Un esclavo de Manuel Labusta declaró que el negro Domingo (es-
clavo de Xavier Cavero) después de haberlo invitado varias veces le había
dicho que se trataba de “una Junta en la que trataban de matar a los Blan-
cos, para ser libres porque se hallaban mal con sus amos”. El testimonio

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de Antonio, esclavo de D°Juana María de Rosas, precisa los componen-


tes políticos del reclamo. Al momento de puntualizar el alcance y el sen-
tido de la rebelión ideada, confesó que Bernardo le había contado

que de Buenos Aires había venido declarada la libertad de los esclavos, y que
ésta la tenían usurpada aquí los señores jueces, de lo que tenía constancia por
unos papeles que tenía en su poder, y que era preciso para el alivio de ellos;
para hacerlo debían avanzar al Cuartel y Sala de Armas y avanzar contra los
sarracenos, quitándoles el dinero y genero que tuvieses y prenderlos, y luego
presentarse a la Justicia para que les declarase la Libertad, y sino querían ocu-
rrir a Buenos Aires al Superior Gobierno.

Analicemos por un instante los argumentos expuestos. Como pue-


de apreciarse, la Junta de Buenos Aires era interpretada como suprema
autoridad política, y garante de las pretensiones plebeyas; de manera
complementaria, el vocabulario político de los negros exhibe que la Jun-
ta porteña era visualizada como referente exclusivo de identificación pa-
triótica. Así, mientras la proclama que sirvió a la difusión del movimien-
to insurrecto versaba, “Viva la patria, viva la unión y nuestra excelentísi-
ma Junta del Río de la Plata y nuestra amable libertad. ¡Viva! ¡Viva!”,
otros testimonios subrayaron el perfil patriótico del movimiento. Mien-
tras un testigo señaló que “querían juntarse para solicitar su libertad pa-
ra lo cual querían ir a Buenos Aires a pedirla y servir a la Patria”, otro rea-
firmó la idea que los negros trataban de levantarse para “hacerse soldados
para defender la patria”.

Cosmovisión política de los negros

¿A qué mundo de ideas habían accedido los negros? ¿Qué razones


explican por qué aquel puñado de esclavos mendocinos optara por la in-
surrección para ser libres, y postergar otras prácticas recurrentes como la
compra de su libertad o la fuga?14
En rigor, la asociación entre lealtad a la Junta y libertad civil había
impregnado la atmósfera provinciana desde los primeros tiempos revolu-
cionarios, y había ganado vigor durante el tiempo de Cuaresma cuando
los negros pretendieron asaltar el cuartel para exigir la libertad a sus amos
y al gobierno. Para entonces, y en cumplimiento de la normativa oficial,

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el Prior fray Matías del Castillo impartió más de treinta sermones en el


templo de Santo Domingo, y en los últimos nueve promovió la “obedien-
cia al Superior Gobierno como legítima autoridad constituida a quien to-
dos debíamos sujetarnos”, instruyendo además sobre los derechos del
hombre, el amor a la Patria, la soberanía de los pueblos y la libertad. 15
Esta última categoría requirió de un desarrollo especial: Castillo explicó
que la libertad en cuestión “no era la de conciencia, como persuadían los
enemigos del sistema; sino puramente la civil”. El sermón del domingo de
Pascua fue aprovechado por el fraile para enfatizar ambas nociones,16 y
según las fuentes, en aquella ocasión Castillo había exhortado a la “unión
Fraternal, y vinculo de perfecta caridad con que todos debíamos estre-
charnos entre nosotros mismos, Europeos y Americanos, y con nuestra
amada Capital”. A continuación, la prédica de Castillo recurrió a una me-
táfora sugestiva para insistir sobre la necesidad de uniformizar la opinión
y la lealtad a las autoridades constituidas al asimilar la obediencia a la ca-
pital y al gobierno allí instituido con la obediencia de los hijos a su ma-
dre esencial, la virgen María. Bajo ese registro religioso o sagrado la de-
sobediencia patriótica podía ser interpretada entonces como un pecado
ya que “cuantos se oponían al Gobierno de Buenos Aires eran tantos pu-
ñales que traspasaban el corazón de la virgen”.
Como puede advertirse, la prédica de Castillo permite identificar
las mediaciones ejercidas por el personal eclesiástico en la difusión del
lenguaje revolucionario17, y no resultaría extraño postular que los negros
insurrectos habían participado de las celebraciones litúrgicas en Santo
Domingo. Varios de los testigos hicieron referencia a que ese lugar había
servido de punto de reunión de los involucrados en la revuelta, y algunos
de los esclavos de la orden se habían sumado a la frustrada empresa. No
obstante, el vocabulario de los negros parece inscribirse en un registro se-
cular o laico y no sagrado: los testimonios exhiben una completa ausen-
cia de la simbología religiosa e incluso uno de ellos declaró no ser cristia-
no. Los argumentos esgrimidos por los curas que fueron citados por las
autoridades a raíz del conflicto tampoco refieren a cuestiones de fe: El
fraile Matías del Castillo que un año antes había negado a un esclavo la
carta de libertad sobre la base de las “dulces” condiciones del convento,
consideró “justo” el reclamo;18 también el testimonio de Agustín Bom-
bal, el rector de los predicadores, coincidió con ese juicio. En cambio, el
testimonio del fraile dominico Domingo de la Xara Quemada, un con-
ventuado de la Casa Grande de Santiago de Chile, y residente en Mendo-

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za, fue mucho más enfático, y estuvo lejos de eludir responsabilidades al


confesar que no sólo había alentado el reclamo porque en Chile ya se ha-
bía libertado a los negros, sino también porque

aborrece la servidumbre, y que si en su mano estuviera enseñar públicamente


a todos los hombres sus derechos, a fin de que fuesen útiles a su Patria, y que
con esto pensaba hacer un gran servicio al Presente Gobierno, (y) felices a los
Americanos haciendo que sacudan el pesado yugo que hasta ahora los ha opri-
mido.

Adhesión patriótica, libertad civil y legitimidad revolucionaria

La literatura histórica ha subrayado la creciente impugnación de la


opinión ilustrada sobre la esclavitud, y no hay razón para dudar que la
pretensión plebeya en Mendoza se convierta en síntoma revelador del cli-
ma libertario que impregnó a todo el mundo hispánico. Sin embargo, la
iniciativa de los esclavos y castas de color en el tiempo de Cuaresma de
1812 no resultó de ningún modo independiente del contexto político (y
jurídico) en el cual se inscribió la causa en los meses que siguieron.
Los procedimientos judiciales muestran el complejo itinerario
que adquirió la causa que como brasa caliente introducía no pocos dile-
mas en torno a la pena prescripta por las leyes ante semejante crimen.
Esas perplejidades se vislumbran con nitidez en el desarrollo del proceso
al momento de la sentencia que involucró de igual modo a los fiscales
acusadores que se sucedieron en ella, como en las estrategias argumenta-
tivas (jurídicas y políticas) diseñadas por quienes asumieron la defensa.
Aunque el problema amerita un desarrollo específico que excede los mar-
cos del presente trabajo, convendría atender al menos algunas notas dis-
tintivas en relación a la resolución última de la causa que no sólo liberó
de culpa a los juzgados, sino que precipitó definitivamente la reforma del
régimen miliciano en lo relativo a la población masculina esclava o negra.
Cabe señalar que el primero de los fiscales propuestos presentó sus
excusas al gobierno después de confesar que no contaba con formación
suficiente para hacerlo;19 esa función fue desempeñada luego por José
Antonio Moreno quien después de haber pedido el riguroso presidio de
los “esclavos delincuentes” por haber atentado contra el orden de justicia

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sostenido por los amos, las leyes y las Constituciones del Estado, solici-
tó ser exonerado después de alegar que “desconocía las leyes”. Un tercer
fiscal clausuró esa etapa decisiva del proceso y bosquejó la acusación sin
explicitar la pena. Pedro José Pelliza, que estudió leyes en San Felipe,20
hizo variaciones significativas en relación a su antecesor al evocar nocio-
nes jurídicas de antiguo régimen que prescribían que “el castigo de críme-
nes debía coincidir a la persona que lo comete”, desechando por comple-
to el argumento esgrimido por la defensa que apelaba al auxilio de los
juzgados por “ser patriotas”. Pelliza enfatizó que la pretensión de los es-
clavos de recuperar la libertad merecía un castigo ejemplar para eludir las
tentaciones de aquellos que quisieran emularlo concluyendo que el yugo
de la esclavitud era acorde “al derecho común de gentes” y que por éste
“los esclavos no pueden eximirse de la infeliz situación de esclavos”.
Que la sustanciación del juicio exhibió el complejo tejido de nocio-
nes y usos jurídicos de antiguo y nuevo régimen, lo atestiguan los argu-
mentos vertidos por los dos letrados que asumieron la defensa. El prime-
ro de ellos hizo hincapié en que la rusticidad de los acusados los había he-
cho concebir que los amos habían usurpado la libertad concedida por el
Superior Gobierno y que el delito a juzgar debía ser interpretado como
de “entendimiento” y no de “hecho” dado que la conducta verificable se-
gún los autos consistía simplemente en que sólo 19 de ellos se habían reu-
nido desarmados en los bajos del Zanjón “embriagados por los vapores
del vino” y alentados por el “fuego santo del Patriotismo”. Ese argumen-
to orientado claramente a disminuir la responsabilidad de los acusados se
completó con otro no menos sugerente dedicado a homologar el ensayo
libertario de los esclavos con el “ejercicio lícito del empleo de armas con-
tra aquellos que se oponían a la libertad civil”. Que la acción política de
los negros correspondía ser ubicada en las coordenadas del patriotismo y
de la libertad civil, que a esa altura vertebraba el lenguaje político más de-
cididamente independentista, fue enfatizada por el segundo defensor de
pobres que asumió la causa. Aunque desconocemos el origen del reem-
plazo, y el perfil de los defensores, lo cierto es que el alegato de Joseph
Obredor resultó simultáneo al decreto de la libertad de vientres resuelta
por la Asamblea Soberana a comienzos de 1813, y al arribo del nuevo te-
niente gobernador nombrado por el Triunvirato, Alejo Nazarre quien no
tardó en promover la creación de la Sociedad Patriótica Literaria para
discutir los más sagrados derechos del hombres.21 Ese nuevo contexto
propició un giro copernicano al transformar decisivamente la calificación

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pública de la conducta de los esclavos amparada en la legitimidad y justi-


cia revolucionaria.

La conducta guardada por estos miserables se explicaba por el laudable obje-


to de conseguir la libertad. Por ello se vieron inteligenciados por el eco dulce
que formaron en sentimiento los papeles públicos de hallarse el hombre fuera
del siglo del oprobio, esclavitud, despotismo y de poder consultar con la pren-
da apetecible de la libertad. Escucharon providencias superiores prohibidas
para el comercio de la naturaleza, y condición del hombre y como este es in-
genioso en sus adelantamientos acomodaron el sentido y la ley a su estado ac-
tual con el aditamento que el Gobierno de Chile, combinado al nuestro, ya ali-
vió los vientres, esto lo supieron y lo entendieron.

Esa suerte de genealogía que bosquejaba la elaboración intelectual


y política puesta en marcha no ya por esclavos sino por individuos con
nombre y apellido,22 hacía posible pensar que la violencia del proyecto
no era por los “principios” en que se apoyaba sino por el modo en que lo
conceptuaron que los eximía de culpabilidad. La eximición de cualquier
pena se imponía entonces como “amplia indulgencia con equidad y justi-
cia”, y ésta adquiría mayor relieve si se la ubicaba en un contexto políti-
co más amplio: allí, el defensor Obredor comparó la conducta de los ne-
gros con las operaciones de Americanos y Españoles, que en Potosí y
Oruro, habían encabezado “sucesos criminosos a la Patria”, para concluir
que a diferencia de aquellos ilustrados y “enemigos del Sistema”, la ac-
ción de estos “miserables” era digna de emular: las pocas evidencias reu-
nidas en los autos ponían fuera de duda que el Patriotismo y la obedien-
cia al Gobierno Superior habían motorizado sus pretensiones. Estas cua-
lidades de ningún modo podían ser catalogadas como “delito” sino como
“memorables estímulos no solo para el vulgo torpe y arrojado, sino tam-
bién para los sensatos y de luces”. Lejos de representar un acto criminal,
la aspiración de ese puñado de esclavos era digna de admirar sobre todo
porque las disposiciones del gobierno no habían aliviado su condición si-
no que solo habían dulcificado “sus amarguras con la esperanza plausible
de que sus hijos, y sus hermanos obtendrán el goce de la Libertad”.
Obredor sumó más argumentos a la defensa con el propósito ya no
de reforzar el carácter virtuoso del comportamiento de los acusados, sino
para interpretarla a la luz de una tradición jurídica radicalmente distinta
a la que hasta entonces había enmarcado la causa. Primero introdujo al-
gunas célebres nociones jurídicas que sustentaban el nuevo régimen: “To-

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ESCLAVOS INSURRECTOS EN TIEMPOS DE REVOLUCIÓN

do el mundo es igual, es independiente, mucho más el hombre que no co-


noce distinción”; esos conceptos servían para rebatir las tradiciones de
antiguo régimen “(que) habían alterado la humana naturaleza dividiéndo-
la en noble y plebeya, rica y pobre”. Ese razonamiento que ponía escena
los preceptos liberales como legitimadores de la nueva justicia que debía
evaluar la conducta de sus defendidos, hacía necesario impugnar concre-
tamente el Derecho de gentes en cuanto había constituido la tradición ju-
rídica a partir de la cual el fiscal había organizado la acusación.

El Fiscal da la razón de diferencia de nuestros derechos y de los esclavos, y es-


grime que los esclavos constituidos en servidumbre por derecho de gentes no
pueden por esto eximirse de la infeliz situación de esclavos. Ah! Derecho de
gentes maldito, y detestado aun por las naciones incultas y bárbaras; Derecho
de gentes ratificado por tiranos; Derecho de Gentes que justificó la conquista.

Esa toma de posición hacía previsible recurrir a tradiciones jurídi-


cas previas al sustrato normativo que impugnaba: la tradición romana,
más precisamente el derecho Justiniano, resultó efectivo para reubicar el
concepto de servidumbre al aparecer vinculado a los prisioneros de gue-
rra “puestos en servidumbre por consideración de Paz para evitar inva-
siones y hostilidades de los propios hombres”. Pero ese no era el caso de
los negros sublevados para exigir su libertad y sumarse a los regimientos
para defender la Patria.
Esa evidencia hacía necesario diseñar un argumento político distin-
to amparado en la experiencia de militarización de los negros previa a la
Revolución de 1810. Sugestivamente el argumento de Obredor no se re-
trotrajo a la práctica miliciana de los negros libres por cesión o por com-
pra que había moldeado el régimen de milicias del orden antiguo. El de-
fensor instituyó 1806 como punto de partida de una genealogía política y
patriótica alucinante sin pretensiones esencialistas. Después de insistir en
que “la solicitud de los estos desdichados la encaminaron por las sendas
de la razón, moderación y decoro a las autoridades”, Obredor concluyó
que los negros no sólo merecían la libertad por el mérito adquirido, sino
porque “han sabido desempeñar sus misiones en la Causa Sagrada de la
Patria con virtud, constancia y heroísmo desde la entrada Inglesa, hasta la
última acción del Tucumán”. Todas estas razones justificaban plenamen-
te ser declarados libres con el fin integrarlos a los regimientos patriotas en
franca sintonía con la carta gaditana que preveía la obtención de la ciuda-

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danía española por parte de la población afroamericana por servicios a la


Patria. Finalmente, el argumento de la defensa fue correlativo a la deci-
sión del Tribunal que ordenó liberar a los reos y enviarlos a Buenos Ai-
res para engrosar las filas del batallón de libertos. Aunque no se ha loca-
lizado ninguna evidencia que atestigüe el impacto político del episodio
mendocino, dos meses más tarde la Asamblea Soberana autorizó al Eje-
cutivo el rescate de esclavos para engrosar los ejércitos revolucionarios,
un dispositivo clave que habría de utilizar San Martín a partir de 1815
cuando dispusiera la leva de un tercio de la esclavatura de la jurisdicción
cuyana a los efectos de atemperar el malestar de los amos, y obtener su
beneplácito para integrarlos al ejército de los Andes en los batallones de
infantería sin dar lugar a la mezcla de “castas” que había intentado reali-
zar. Que ese resultado había desviado la intención uniformizadora origi-
naria del jefe del ejército, dio cuenta el mismo San Martín en una carta
que envió al director Pueyrredón en los siguientes términos:

“El único inconveniente que ha ocurrido en la práctica de este proyecto a fin


de reanimar la disciplina de la infantería cívica de esta Ciudad, es la imposibi-
lidad de reunir en un solo cuerpo las diversas castas de blancos y pardos. En
efecto, el deseo que me anima de organizar las tropas con la brevedad y bajo
la mayor orden posible, no me dejó ver por entonces que esta reunión sobre
impolítica era impracticable. La diferencia de castas se ha consagrado a la edu-
cación y costumbres de casi todos los siglos y naciones, y sería quimera creer
que por un trastorno inconcebible se llamase el amo a presentarse en una mis-
ma línea con su esclavo. Esto es demasiado obvio, y así es que seguro de la
aceptación de S.E., he dispuesto que permaneciendo por ahora las dos compa-
ñías de blancos en el estado que tienen hasta que con mejor oportunidad se ha-
ga de ellas las innovaciones y mejoras de que son susceptibles, se forme de só-
lo la gente de color así libre como sierva, un batallón bajo este arreglo; que las
compañías de granaderos y primera de las sencillas se llenen primeramente de
los libres con la misma dotación de oficiales que tiene y que la segunda, terce-
ra y cuarta la formen los esclavos. De este modo, removido todos obstáculo,
se lograrán los mejores efectos”. 23

Palabras finales

¿A qué imágenes nos enfrentan las evidencias aquí reunidas? ¿En


qué medida ellas habilitan a interrogar las características de la cultura po-
lítica plebeya en tiempos de revolución?

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ESCLAVOS INSURRECTOS EN TIEMPOS DE REVOLUCIÓN

Conviene considerar las situaciones que alimentaron y sostuvieron


las convicciones patrióticas de los negros. Sin duda el arribo del “foraste-
ro” venido de Chile, el negro libre Joaquín, y las noticias sobre la acele-
ración del debate político a favor de las libertades de los sectores plebe-
yos en ambas orillas del mundo hispánico, se convirtieron en evidencias
contundentes para que los esclavos reunidos en la red rebelde pusieran en
marcha una estrategia colectiva para modificar su status jurídico y obte-
ner la libertad civil. También resulta evidente que esa estrategia utilizó los
recursos jurídicos y políticos disponibles, y quizá el matiz distintivo de
esa elaboración política haya consistido en que la Junta de Buenos Aires
fuera percibida por aquel puñado de esclavos mendocinos como garantía
institucional para sostener la justicia del reclamo. El carácter fragmenta-
rio de los testimonios no impide considerar que el lenguaje y las prácti-
cas políticas de los negros insurrectos daban cuenta de cómo habían in-
terpretado esa compleja y sofisticada red conceptual jurídica y política
que sintetizan los preceptos liberales, generalmente conocidas a través de
las encendidas polémicas referidas al mundo de las elites. En torno a ello,
el caso revisado exhibe sin matices no sólo las formas en que el vocabu-
lario revolucionario había alcanzado una difusión inusitada en los confi-
nes del antiguo imperio a través de canales informales, sino también (y
sobre todo) de la manera en que éste sirvió para impugnar el orden social
y político existente.
Por cierto, esas convicciones o creencias no resultaban inescindi-
bles ni del contexto político inmediato en el cual los negros diseñaron una
estrategia destinada a modificar de cuajo su condición jurídica, ni tampo-
co la cosmovisión política se distanciaba demasiado de los preceptos doc-
trinarios que desde el siglo XVIII impugnaban la esclavitud. Como ha se-
ñalado Silvia Mallo, la noción de libertad y la experiencia libertaria de los
esclavos en el Río de la Plata era una práctica regular aunque sujeta a si-
tuaciones específicas; no obstante, lo distintivo del caso mendocino pare-
ce estar dado en el carácter político de un reclamo bosquejado en grupo
el cual resulta directamente vinculado con la irrupción de una nueva jus-
ticia y legitimidad revolucionaria.
Los dictámenes de los fiscales y defensores nos enfrentan concre-
tamente con ese pulso disruptivo disparado con la revolución, y que obli-
ga a enfrentar el derecho vigente – el derecho de gentes-, y anteponer uno
anterior con el propósito de utilizar el vector patriótico y guerrero como
argumento legítimo para atemperar el castigo a los reos; sin embargo, la

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apelación al derecho romano o Justiniano si resulta eficaz para ubicar rei-


vindicar el accionar de los negros en las coordenadas del republicanismo
clásico, es la historia política rioplatense reciente – la experiencia milicia-
na iniciada en 1806 en la capital virreinal- la que permite al defensor ro-
bustecer o enfatizar el vector patriótico y libertario como argumento de-
cisivo de la justicia del reclamo de los negros.

Notas
* Una versión preliminar fue presentada en el XV Congreso Internacional AHILA, Lei-
den 2008
1. La literatura es abundante, remito a título de ejemplo, Claudia Mosquera, Mauricio Par-
do, Odile Hoffman (eds.) Afrodescendientes en las Américas. Trayectorias sociales e identi-
tarias, Colombia, Universidad Nacional de Colombia/ICAH/IRD/ILSLA, 2002; O’Phe-
lan Godoy, Scarlett, “Una inclusión condicional: Indios Nobles, indios del común, escla-
vos y castas de color entre la rebelión de Túpac Amaru y la Independencia”, Bragoni, Bea-
triz y Mata, Sara (comp), Entre la colonia y la república: rebeliones, insurgencias y cultura
política en América del Sur, Buenos Aires, Prometeo, 2009
2. Halperin DONGHI, TULIO. “Militarización revolucionaria en Buenos Aires”, en Halpe-
rin T. (comp) El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Buenos Aires, Editorial su-
damericana, 1978 y Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino (1791-
1850),Buenos Aires, Prometeo editores, 2005 (1° edición 1982); Di Meglio, Gabriel. Solda-
dos de la Revolución. Las tropas porteñas en la guerra de independencia, 1819-1820,
Anuario IEHS, Tandil, nº 18, 2004, pp. 39-65.
3. José Luis MASINI, La esclavitud negra en San Juan y San Luis. Época independiente, Re-
vista de Historia Americana y Argentina, Año IV, nº 7 y 8, Facultad de Filosofía y Letras-
UNCuyo, 1962/3, pp. 177-210 y La esclavitud en Mendoza. Época independiente, Men-
doza, D’Accurzio, 1962; Jorge Comadrán Ruiz, Cuyo y la formación del ejército de los
Andes. Consecuencias socio-económicas, Congreso Internacional Sanmartiniano, Buenos
Aires, 1978 y Las milicias regladas de Mendoza y su papel en el Ejército de los Andes, Dia-
rio Mendoza, julio 1979
4. Silvia MALLO, La libertad en el discurso del Estado, de amos y esclavos, 1780-1830, Re-
vista de Historia de América, México, IPGH, n° 112, julio-dic 1991, pp.121-146
5. Ana FREGA, Los caminos de la libertad en tiempos de revolución. Los esclavos en la Pro-
vincia Oriental Artiguista, 1815-1820, Arturo Bentacur, Alex Bomchi y Ana Frega, com-
piladores. Estudios sobre la cultura afro-rioplatense. Historia y presente. Montevideo, Dp-
to Publicaciones, FHCE, 2004, pp.45-66
6. Pilar GONZÁLEZ BERNALDO, Vida privada y vínculos comunitarios: formas de sociabi-
lidad popular en Buenos Aires, primera mitad del siglo XIX, F. Devoto y M. Madero (di-
rectores), Historia de la vida privada en la Argentina, Tomo I, Buenos Aires, Taurus, 1999,
pp. 147-169; Miguel Ángel Rosal, Africanos y afrodescendientes en el Río de la Plata, siglos
XVIII-XIX, Buenos Aires, Editorial Dunken, 2009
7. ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN, Sala IX. Tribunales: 263-4. (en adelante AGN)
8. Guillermo FELIÚ CRUZ. La abolición de la esclavitud en Chile. Santiago, Editorial Uni-
versitaria, 1973.

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ESCLAVOS INSURRECTOS EN TIEMPOS DE REVOLUCIÓN

9. Diario de Manuel Antonio Talavera, cit. en Diego Barros Arana, Historia General de
Chile, Tomo VIII, Santiago, Editorial Universitaria, 2005, p.313 (2°edición)
10. Beatriz BRAGONI, San Martín. De soldado del Rey a héroe de la nación. Buenos Aires,
Sudamericana, 2010.
11. Es probable que esta haya sido la interpretación del decreto expedido por el Triunvira-
to que prohibía la trata o introducción de nuevos esclavos declarando a éstos libres una vez
ingresados a la jurisdicción de las Provincias Unidas (9 de abril de 1812).
12. La Aurora de Chile. Periódico Ministerial y Político, 13 de febrero de 1812, N° 1. Sec-
ción Noticias sacadas del periódico inglés Times, Coronación Del Rey negro de Haytí
(alias), Isla de Santo Domingo,
13. LINEBAUGH, Meter y REDIKER, Marcus. La Hidra de la Revolución. Marineros, escla-
vos y campesinos en la historia oculta del Atlántico, Barcelona, Crítica, 2005. Especialmen-
te Capítulo VII (1° edición en inglés 2000)
14. Véase, SAGUIER, Eduardo. “La fuga esclava como resistencia rutinaria y cotidiana en el
Buenos Aires del siglo XVIII”, Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, 2° época, vol.
1, n° 2, Santa Cruz de la Sierra, Universidad Autónoma Gabriel René Merea, diciembre de
1995, pp. 115-184; Ana Frega, Los caminos de la libertad. Op. cit
15. AGN- Sala X, 5-5-2. Véase, VERDÓ, Genevieve. “El escándalo de la risa, o las parado-
jas de la opinión en el período de la emancipación rioplatense”, Guerra F. X. y Lamperie-
re A. et alli., Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos
XVIII-XIX, México,FCE, 1998, pp.225-269.
16. La pedagogía cívica del presbítero dialoga sugestivamente con la prosa que Bernardo
Monteagudo dedicara a la distinción entre Libertad natural y libertad civil, publicados en
los números 24,25 y 26 del 14, 21 y 28 de febrero de 1812 de la Gazeta Ministerial del Go-
bierno de Buenos Aires.
17. Tulio HALPERIN DONGHI, Tradición política española e ideología revolucionaria de ma-
yo, Buenos Aires, CEAL, 1988 (1ª edición, 1963); Peire, Jaime. El Taller de los Espejos.
Iglesia e Imaginario 1767-1815, Buenos Aires, Editorial Claridad, 2000;Clavo Nancy et
allí, Los curas de la Revolución.Vidas de eclesiásticos en los orígenes de la Nación, Buenos
Aires, Emecé editores, 2002; Pelagatti, Oriana, La iglesia durante la revolución en Mendo-
za. Las trayectorias de los Pbros. Domingo García y Lorenzo Guiraldez, VIII Jornadas
Interescuelas de Historia, Salta, 2001.
18. En el estudio de Silvia Mallo figura la negativa del fraile Matías del Castillo de otorgar
la carta de libertad del esclavo Fernando Guzmán quien definió la esclavitud como “mise-
rable estado” aunque preservándola en virtud la “libertad de hecho” y las “dulces” condi-
ciones otorgadas por el convento. Véase, Mallo, Silvia. “La libertad en el discurso del Es-
tado, de amos y esclavos, 1780-1830”, Revista de Historia de América, México, IPGH, n°
112, julio-dic 1991, pp.121-146
19. El que presentó sus excusas fue Pedro Nolasco Ortiz, nacido en Mendoza, hijo de Ber-
nardo Ortiz y María del Carmen Correas, se trasladó a Santiago a estudiar Derecho en
1804 donde realizó práctica forense por lo que la Real Audiencia expidió su título de abo-
gado en 1811.
20. Había sido Alcalde de Primer Voto enrolándose en las filas contrarias al sector más de-
cididamente a favor de la Junta de Buenos Aires siendo depuesto de su cargo. Había estu-
diado filosofía y teología en Córdoba y en 1795 pasó a Santiago donde estudió leyes has-
ta recibirse de abogado. Ejerció en Mendoza desde 1803.
21. El dictamen del defensor está fechado en febrero de 1813, momento que coincide con
la libertad de vientres. Convendría recordar además la incorporación de diputaciones pro-

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vinciales a la soberana Asamblea, y que la representación mendocina recayó en la figura de


Bernardo Monteagudo. La intención de formar la asociación quedó registrada en una no-
ta dirigida por Juan de la Cruz Vargas al gobernador Nazarre (8 de enero de 1813). Archi-
vo General de la Provincia de Mendoza – Independiente, Gobierno 235, 1.
22. Resulta sugestivo advertir la mutación en la nominación de los negros por parte del de-
fensor que remplaza la identificación de “esclavo de” por otra que los individualiza con el
nombre de pila y el apellido del amo.
23. José Luis MASINI CALDERÓN, La esclavitud negra en Mendoza, op. cit. p. 24

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NEGROS Y ESCLAVOS EN LA GUERRA


POR LA INDEPENDENCIA. SALTA 1810-1821*

SARA E. MATA
CONICET- CEPIHA
UNIVERSIDAD NACIONAL DE SALTA

La formación de una Junta de Gobierno en la capital del Virreina-


to del Río de la Plata en mayo de 1810 dio inicio a una prolongada y vio-
lenta guerra que se dirimió en las provincias Alto peruanas, e incluyó a
las jurisdicciones de las ciudades de Salta y Jujuy. Durante más de una dé-
cada estas dos ciudades fueron escenario de una intensa militarización de
la sociedad de la cual participaron diferentes sectores sociales, incluyen-
do a negros y afromestizos libertos y esclavos. En este artículo nos inte-
resa estudiar las formas en que tuvo lugar dicha participación, en la me-
dida en que la población esclava y afromestiza había crecido considera-
blemente a fines de la colonia y representaba una proporción importante
en relación al conjunto de la sociedad. Para ello habremos de privilegiar
su organización en milicias al inicio de la revolución y luego su participa-
ción en los escuadrones gauchos y en los cuerpos de línea creados por el
Gobernador Martín Miguel de Güemes en 1815. Concretamente tratare-
mos de observar en qué medida la dinámica impuesta por la guerra libra-
da en territorio salto-jujeño frente al ejército realista contribuyó a la
construcción de una identidad política en sujetos generalmente conside-
rados pasivos o movilizados por razones de interés particular.
Si bien la historiografía ha abordado el estudio de la población es-
clava y afromestiza a fines de la colonia1, las investigaciones acerca de su
participación en la revolución y guerras por la independencia resultan

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SARA E. MATA

aún insuficientes.2 En las últimas décadas esta participación de los escla-


vos y libertos en la guerra de la independencia se ha enriquecido notable-
mente merced al creciente interés por estudiar a los sectores subalternos
en el proceso revolucionario centrando la atención en la construcción de
identidades sociales y políticas y por ende a los procesos de interacción
social del conjunto social así como la participación en los proyectos po-
líticos de la elite revolucionaria y las expresiones, a través de su participa-
ción, de una cultura política “plebeya” en no pocas ocasiones articulada
en esos proyectos políticos. Negociación y violencia política ingresan de
esta manera en la resolución de los conflictos sociales potenciados por la
revolución y la guerra.3

Los negros en Salta y la revolución

A pesar de los escasos datos que se tienen sobre la población de la


ciudad de Salta y su jurisdicción rural al momento de producirse la revo-
lución, no caben dudas que negros y afromestizos representaban un por-
centaje importante de la misma. De acuerdo con los datos brindados por
el Censo de Carlos III en 1776 en esos años la población negra y afromes-
tiza era muy importante ya que el 48% de la población en el Curato Rec-
toral era de esta condición y de ella el 25.7% era esclava. En la jurisdic-
ción rural el porcentaje es igualmente importante aunque ligeramente in-
ferior (44.5%) con claro predominio de afromestizos libres. De cualquier
modo constituían casi la mitad de la población de Salta. En la primera dé-
cada del siglo XIX es altamente probable que el porcentaje de la pobla-
ción esclava de Salta fuese superior al 11.6% como consecuencia de la li-
bertad otorgada al comercio de esclavos en 1791 por Buenos Aires.

Cuadro 1
Población negra y afromestiza en Salta. 1778

Curato Rectoral Curatos rurales Total %


Libres 962 3.004 3.966 34.0%
Esclavos 1.109 230 1.339 11.6%
Población Total 4.305 7.260 11.565 45.6%

Fuente: Censo de Carlos III de 1776 en LARROUY, P. A. Documentos del Archivo


de Indias para la Historia del Tucumán, Tomo II. Imp. E. Privat, Tolosa, 1927.

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NEGROS Y ESCLAVOS EN LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

La organización de las Milicias Regladas en 1805 en Salta debió ne-


cesariamente incorporar, además de mestizos y españoles pobres a afro-
mestizos y negros libres, las llamadas “castas”. Con la revolución y el en-
vío por parte de la Junta de Gobierno instalada en Buenos Aires de un
Ejército Auxiliar al Alto Perú, además de la recluta dispuesta por el Ca-
bildo para incorporarse a sus filas, se propició la incorporación de más
hombres a las milicias y se crearon nuevas, especialmente urbanas.4 La re-
volución estaba en marcha y en ella participaron también, como no podía
ser de otro modo los afromestizos y los negros, variando dicha participa-
ción según se tratara de libres o esclavos.
Analizar en Salta tanto a los esclavos como a los libertos en el pro-
ceso revolucionario impone establecer dos momentos, claramente dife-
renciados, en cuanto a la participación de la población en la guerra que
remiten asimismo a dinámicas políticas diferentes. Desde julio de 1810
hasta 1814, la participación de la población tanto urbana como rural no
había sido ni masiva ni entusiasta y los contrarrevolucionarios habían go-
zado de un breve intervalo triunfal cuando el ejército realista de Pío Tris-
tán ocupó la ciudad, entre agosto de 1812 y febrero de 1813, en que fue-
ra derrotado por el Ejercito Auxiliar del Perú al mando del General Ma-
nuel Belgrano.
Diferente fue la etapa iniciada en 1814 que concluyó en 1821 con
la muerte de Martín Miguel de Güemes. La ocupación realista en enero
de ese año, las requisas de ganados y víveres por parte del ejercito inva-
sor y el accionar de los jefes de las milicias de Salta, muchos de ellos des-
de Tucumán, estimularon un levantamiento campesino en el valle de Ler-
ma capitalizado luego políticamente por Martín Güemes, oficial del ejér-
cito auxiliar y natural de Salta, designado ese año como Jefe de la Van-
guardia apostado en la frontera sur de Salta.5 A partir de 1814 y especial-
mente entre 1815 y 1816 Güemes, en su doble condición de oficial del
Ejército porteño y Gobernador de la Provincia de Salta, reorganizó las
milicias en Escuadrones de Gauchos, nombre con el cual, a partir de 1814,
pasaron a denominarse los paisanos de la campaña salteña incorporados
a las milicias.6

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SARA E. MATA

Por la libertad

La incorporación de los esclavos al ejército cuenta con una nutrida


bibliografía en la cual recurrentemente se señalan las disposiciones de la
Asamblea del Año XIII referidas a la obligación de los amos de entregar
esclavos para el ejército cuyo precio sería pagado de acuerdo a las posibi-
lidades de las cajas del estado. En Salta también se dieron estas circuns-
tancias a las que debemos agregar los esclavos confiscados por el gobier-
no revolucionario a los realistas, especialmente a partir de 1813, luego de
la Batalla de Salta, ocasión en la cual muchas familias simpatizantes a la
causa del Rey prefirieron emigrar hacia el Perú. De igual modo, algunos
pocos entregaron esclavos a modo de contribución con la causa. Por la
forma en que fueron ingresados al ejército se ha tendido a invisibilizarlos
como sujetos activos en el proceso revolucionario. Pero si existía para
ellos una posibilidad cierta de libertad en el ejercicio de las armas, por qué
debemos suponer que fueron sólo sujetos pasivos obligados a ingresar al
ejército por la necesidad de contar con brazos armados.
En 1813, cuando el gobierno de Buenos Aires dispuso la entrega de
esclavos Don Manuel Díaz de la Peña titular de un mayorazgo que in-
cluía propiedades en Salta y la Hacienda de Guazán en Catamarca se di-
rigió al Gobernador Intendente informando... “que en la extracción se
trajeran a colación dos que voluntariamente, y sin permiso mío han toma-
do la carrera de la milicia, el uno llamado Egidio que actualmente se ha-
lla en ésta de regreso del Ejército del Perú [...] y el otro Gabriel en el de
Buenos Aires, según se me avisa por algunos encargados de su recojo...”
(el subrayado es nuestro). Solicita por este motivo entregar solo un escla-
vo de los tres que le correspondería a la vez que propone al Gobierno que
“...no se me haga abono o pago alguno por ellos, cediendo en todo su va-
lor a la Patria con sola la condición de que por la Comisión de Rescates
no se me haga novedad en las extracción de tres esclavos por veinticuatro
que tengo en la labor de mi hacienda...”7. En las tramitaciones realizadas
para acreditar la propiedad los esclavos de Díaz de Peña, uno de los tes-
tigos declara constarle que efectivamente Egidio era esclavo de Díaz de
Peña y que éste lo había entregado en Salta “...a don Bruno Rosario Goi-
tia de este vecindario y actualmente ausente en el Perú para que lo ven-
diese en esta ciudad, en donde supo el que expone habérsele huido e in-
corporado a nuestro ejército en el Regimiento de Cazadores...”.

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NEGROS Y ESCLAVOS EN LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

Si bien la historiografía ha señalado reiteradamente la disposición


de los esclavos de combatir “por la libertad” por cuanto se les prometía
liberarlos del yugo de la esclavitud por los “servicios prestados a la pa-
tria”, siempre y cuando lograran sobrevivir de la guerra, en este caso po-
dríamos decir que más que disposición existió una firme resolución que
llevó a estos esclavos a huir y refugiarse en las filas del Ejercito.
Diferente fue sin duda el ingreso a las filas del ejército de Buenos
Aires de los cuatro esclavos que Francisco Texada había puesto “...al ser-
vicio del Ejército Real cuando éste ocupó Salta...” Luego de la Batalla de
Salta en febrero de 1813, cayeron prisioneros y Feliciano Chiclana por
orden del Gobierno de Buenos Aires dispuso su incorporación al Ejérci-
to Auxiliar declarándoles libres.8 En este caso, la disposición para servir
al ejército de la “patria” debería haberse transformado en una ferviente
adhesión a la causa de Buenos Aires. Una “causa” que involucraría nece-
sariamente la esperanza de un orden social diferente. Liberarse de la es-
clavitud podría no ser exclusivamente una motivación de índole particu-
lar, también la “patria” que estaban defendiendo se presentaría como con-
traria a la esclavitud, otorgándoles derechos antes negados.
En Salta, cuando en 1814 comienza la movilización rural que resis-
te la ocupación de la ciudad por parte del ejército realista, algunos escla-
vos se suman a la misma incorporándose a los Escuadrones Gauchos. Es-
te fue el caso de Domingo Arias, esclavo del Presbítero Maestro José Ma-
nuel Salguero, quien al reclamar en 1822 al estado el pago de su valor afir-
ma que a poco de adquirirlo en octubre de 1814 “...me abandonó y en cla-
se de gaucho del 3er. escuadrón se contrajo a las armas (el subrayado es
nuestro)”, dónde sirvió por el término de siete años. Al solicitar su liber-
tad en 1821, poco antes de la muerte de Güemes y cuándo éste había co-
menzado a organizar una incursión hacia el Alto Perú argumentaba
“...como es evidente que Vsa Exa. indispensablemente tiene que marchar
al Perú y todos nosotros por nuestra infelicidad quedamos huérfanos,
ocurro al piadoso corazón de VExa. para que a continuación de mi pedi-
mento ponga un resguardo para que durante su ausencia mi amo no me
quiera hacer volver a la esclavitud de la que he procurado libertarme en
el termino de los diez años, sacrificando con tesón mi existencia” En res-
puesta, el 31 de Enero de 1821, Güemes dispuso “Constando a este go-
bierno los recomendables servicios que en la clase de gaucho ha presta-
do el suplicante a la causa de la Patria: haciendo justicia al merito y a la
virtud, se le declara la libertad que solicita, con la calidad de que su valor

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SARA E. MATA

a justa tasación será satisfecho a su amo por el estado en oportunidad, sir-


viéndole esto de documento en forma a los fines que haya lugar”.9 Incor-
porado por su propia voluntad a los escuadrones gauchos, mientras sir-
vió en ellos fue un gaucho más, se identificó como tal y no como esclavo
y si solicitó su libertad en 1821, luego de siete años fue porque temía, an-
te la posible partida de Güemes, volver a la condición de esclavo. Al igual
que él fueron varios los esclavos que solicitaron por las mismas razones
su libertad en 1821.
En situación similar a la de Domingo, Tiburcio y Silvestre Tineo
esclavos de Doña Manuela Tineo, sargento el primero y cabo el segundo
del Escuadrón de Gauchos de D. Francisco Velarde solicitaron en 1821 a
Güemes su libertad aduciendo que “...si pues es general con respeto a los
de nuestra clase el favor que prodigan los Códigos legales parece que en
él deben ser más atendibles los que obedeciendo al impulso de aquella co-
mún madre hemos derramado nuestro sudor y sangre por sostener sus
derechos contra el bárbaro poder de la raza peninsular”. Proponen que el
pago de su valor a su ama se realice según las posibilidades el erario pú-
blico. Si bien es evidente que la presentación ha sido redactada por un
presentante –aún cuando Tiburcio sabe firmar- interesan algunos concep-
tos vertidos en ella, que dan cuenta de un horizonte de expectativas posi-
blemente compartidas por todos los esclavos que se encontraban en los
Escuadrones Gauchos. Tiburcio y Silvestre que a pesar de su condición
de esclavos han logrado hacer una carrera militar ya que ambos no son
simples “gauchos” o milicianos, destacan orgullosos que “...jamás en cho-
que alguno hemos desmentido la fama aterrante de las Legiones de Gau-
chos que creadas por VS son a la faz de toda América singulares en valor,
inimitables en virtudes” y se preguntan “¿VS que nos ha elevado a ese re-
nombre que respetan no tan solo los españoles, sino los demás europeos,
habrá de permitir que vivamos gimiendo siempre bajo el yugo de una es-
clavitud amargante? No Señor, no es posible que los gauchos de Güemes
se degraden con yerros que tratan de quitar a los demás seres. Hacer libres
a nuestros hermanos es el objeto de nuestros votos y el alma de nuestros
sacrificios. ¿Y a nosotros únicamente nos habrá de envolver sin esperan-
zas el funesto lazo de la esclavitud? (el subrayado es nuestro” 10 Induda-
blemente una identidad militar supera a la condición de esclavo. No es
posible que un gaucho sea esclavo, y quien debe garantizar esta aspira-
ción es Martín Güemes. Otorgada la libertad por Güemes, en 1822 cuan-
do Manuela Tineo reclamó el pago de los esclavos, Tiburcio se encontra-

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NEGROS Y ESCLAVOS EN LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

ba aún prestando servicios en la milicia manifestando su decisión de con-


tinuar haciéndolo luego de lograda la libertad definitiva.
Es interesante señalar que los gauchos no recibían salario o prest,
tan solo socorros cuando estaban en servicio, aunque algunos se benefi-
ciaban prestando servicios remunerados al estado, tales como transportar
víveres o mulas u oficiar de chasquis para entregar documentación oficial.
De igual modo recibían pago inmediato cuando vendían al estado leña,
carbón, maíz, trigo o una vaca. Es decir que Domingo, Tiburcio y Silves-
tre así como otros esclavos que integraron los escuadrones gauchos de-
bían procurar su sustento mientras no estuvieran prestando servicios.
Además de ingresar a las milicias de Salta por su voluntad, los es-
clavos fueron entregados por sus amos o confiscados –si no eran patrio-
tas- cuando en 1816 Martín Güemes procedió a la organización de los
cuerpos de línea. En estos cuerpos de Línea, entre ellos el de Infernales
creado por Güemes a pesar de la oposición del Directorio, se encontraba
Pedro José, esclavo de Pedro Antonio de Zabaleta, vecino de Tucumán,
quien lo había vendido al estado, probablemente para integrar las filas del
Ejército Auxiliar. La incorporación de Pedro José al Cuerpo de Inferna-
les en Salta no debe extrañarnos ya que muchos oficiales y soldados del
Ejército Auxiliar después de la derrota en el Alto Perú en noviembre de
1815, en su retorno hacia Tucumán y luego del enfrentamiento con Güe-
mes, decidieron permanecer en Salta incorporándose a los Escuadrones
Gauchos y los más experimentados en los Cuerpos de Línea. Entre ellos
el creado por el Gobernador Güemes. Un detalle interesante es observar
que durante la administración de Güemes los esclavos estuvieron integra-
dos como milicianos o soldados en las fuerzas militares de la Provincia.
El Gobernador Güemes no creó en Salta un Regimiento de Esclavos.

Lo que la “patria” me ha dado

Iniciada la revolución la Junta dispuso el envío a las provincias del


Interior del Virreinato. Integrado por las milicias más veteranas de Bue-
nos Aires fue necesario también incorporar hombres en cada una de las
ciudades sujetas a su jurisdicción. En Salta, la incorporación en el ejérci-
to no fue entusiasta. Para la población afromestiza y negra que no se en-
contraba sujeta a esclavitud, el reclutamiento dispuesto por Buenos Aires

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SARA E. MATA

para engrosar las filas del ejército resultó en muchos casos una imposi-
ción difícil de evadir que dio lugar a la deserción. Sin embargo, como ha
sido ya bien señalado las armas brindaron una posibilidad cierta de ascen-
so social, que algunos mulatos o pardos supieron hábilmente aprovechar.
Una de las primeras milicias urbanas que se organizó en Salta fue
la Compañía de Pardos Libres que “...con el ardor de servir en los dichos
empleos se han uniformado y dedicado a la continua diaria disciplina...”.
Su capitán era Antonio Visuara, un artesano zapatero, quien había sido
elegido para ese cargo por votación de los integrantes de la Compañía.
Por igual procedimiento se habían nombrado Teniente, Ayudante y Alfé-
rez. En 1811 la Junta Provincial de Gobierno denegó los títulos alegando
ser “...distantes el tiempo en que pueda servir...”11. Esta negativa, eviden-
temente fundada en el temor que las “castas” despertaban en la elite, te-
nía como finalidad evitar que gozaran de fuero militar y que portaran ar-
mas. No obstante la negativa a legalizar la Compañía ésta se mantuvo ya
que en 1813 Antonio Visuara presentó el pie de lista de la Compañía de
Pardos Voluntarios de Salta a fin de que se abonaran los salarios.12 Es
plausible conjeturar que participaron también en la batalla de Salta libra-
da en febrero de ese año.
En 1814 la ocupación realista de la ciudad de Salta dará lugar a una
insurrección de amplios sectores rurales entre los cuales la población
afromestiza y negra era mayoritaria, especialmente en el Valle de Lerma
dónde, además, el conflicto en torno al acceso de tierra se había agudiza-
do en las últimas décadas coloniales. La organización emprendida por
Güemes de las milicias gauchas no contempló sin embargo a la Compa-
ñías de Pardos, y todo sugiere su pronta disolución. En 1818, José Mén-
dez pardo libre que en 1811 había sido elegido por sus pares Ayudante de
la Compañía de Pardos pidió el reconocimiento del fuero militar que les
correspondía a las milicias de Salta y en virtud del mismo solicitó “...la ju-
risdicción del Juzgado Militar del Señor Coronel y Gobernador de Ar-
mas de esta Provincia...” para tramitar la demanda de derechos por un te-
rreno en Cerrillos. El fuero militar le fue denegado por cuanto no existía
ya la Compañía de Pardos en Salta y Méndez no se encontraba incluido
en las milicias urbanas o rurales.13
Se corrobora así la deliberada decisión de Güemes de incorporar
indistintamente a negros y afromestizos en las milicias y cuerpos de línea.
De este modo, la construcción de una identidad militar superaba las dife-
rencias contribuyendo a una politización de las milicias en la cual el ene-

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NEGROS Y ESCLAVOS EN LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

migo se identificaba únicamente con los realistas, articulando hábilmente


en el discurso de la elite revolucionaria las expectativas y reivindicaciones
sociales de diversos sectores subalternos.
Si bien la Compañía de Pardos fue disuelta no todos quienes la in-
tegraban se alejaron del servicio de las armas, tal como había sucedido
con José Méndez. El capitán de la Compañía, Antonio de Visuara fue de-
signado por Güemes Capitán de la Segunda Compañía del Regimiento de
Infernales,14 al crear este cuerpo de Línea en 1816 integrado por “volun-
tarios patriotas” seleccionados por Güemes entre quienes eran de su “sa-
tisfacción y confianza”.15 Una distinción para un pardo posiblemente de-
bida a sus condiciones militares y a su fidelidad con Güemes. En 1820 el
Capitán Antonio Visuara era Comandante de Gauchos16 y si bien no he-
mos encontrado información sobre sus últimos años en las Milicias Cívi-
cas, alcanzó el grado de Coronel. En 1840 su hijo, el Capitán D. Juan Vi-
suara, reconoció un censo de 100 pesos sobre su casa y ante la imposibi-
lidad de redimirlo propuso entregar un terreno, admitiéndosele por los
importantes servicios prestados por su padre a la causa de la libertad. An-
tonio Visuara logró conservar para su familia el reconocimiento alcanza-
do durante los años de la guerra por la independencia.17
No fue Antonio Visuara el único afromestizo protagonista de as-
censo militar. También Vicente Martínez, alias Panana fue nombrado Ca-
pitán de la Primera Compañía del Regimiento de Infernales con el grado
de Capitán en el Regimiento de Infernales.18 Vicente Panana, nombre con
el cual se lo conoció, era un pardo o un mulato o un zambo.19 Poco sa-
bemos de él antes de ser distinguido por su valor en la batalla de Salta, en
febrero de 1813, y recompensado con 40 pesos.20 Es probable que haya
continuado en las milicias o acompañado al Ejército Auxiliar al Alto Pe-
rú. En 1814 la resistencia a la ocupación realista lo encontrará como sar-
gento en las milicias de la frontera protagonizando acciones militares
muy osadas que le valieron nuevos reconocimientos. Martín Miguel de
Güemes se refería a él como al “valiente sargento Panana”.21 Indudable-
mente gozaba de la consideración de sus jefes militares y de sus pares ya
que la valentía y la decisión en el combate es un atributo altamente valo-
rado en situaciones de peligro y no cabe duda de que Panana poseía am-
bas cualidades que le otorgaban la posibilidad de convertirse en jefe.
El ingreso a Salta y Jujuy del Ejército Auxiliar, cuando finalmente
el ejército realista se retiró hacia el Alto Perú, generó serios inconvenien-
tes con las milicias, agudizados por los recelos del General José Rondeau

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hacia Martín Miguel de Güemes y su influencia sobre las milicias loca-


les.22 Uno de estos enfrentamientos entre milicianos y oficiales del Ejér-
cito Auxiliar se produjo precisamente entre Martín Rodríguez y Panana
acusado éste último de cometer “gravísimos atropellos”.23 El respaldo de
Güemes, que intercedió a su favor, revelaría la importancia que éste daba
a la adhesión de Panana en razón, indudablemente, del ascendiente que
éste tendría entre su gente.24
Su apoyo fue recompensado por Panana cuando en los primeros
meses de 1815 Rondeau ocupó la ciudad de Salta, declarando traidor a
Güemes y destituyéndolo de su cargo de Gobernador. Las milicias gau-
chas ofrecieron la misma resistencia que al ejército realista y la suerte de
Rondeau quedó sellada cuando una partida de gauchos liderada entre
otros por Vicente Panana derrotó a una avanzada del ejército porteño en
las proximidades de Campo Santo, en la frontera este de Salta.25
La trayectoria militar de Panana y el ascenso social logrado ilustra
acabadamente acerca de las posibilidades que la revolución brindó a los
sectores subalternos, en este caso a los afromestizos, pero también sobre
sus límites. Panana, que además de valiente había demostrado fidelidad a
la causa revolucionaria, traspasó esos límites y en 1817, poco después de
haberse rechazado una nueva invasión realista, fue condenado en Salta,
destituido de su cargo militar de Comandante de Gauchos, privado de su
fuero militar y enviado a Buenos Aires a cumplir prisión en el Bergantín
Belén, buque corsario del Estado.26 Desconocemos las razones que lleva-
ron a Martín Miguel de Güemes a tomar la determinación de castigar a
Panana. Bernardo Frías, siguiendo la tradición oral abunda en detalles
acerca de los “atropellos” cometidos por el “facineroso” Panana en per-
juicio del vecindario “decente” de Salta.27 Pero sus delitos podrían haber
sido tanto el robo y el trato irreverente para con los miembros de la elite
como su participación en alguna de las conspiraciones para destituir a
Güemes que tuvieron lugar en 1817.
Acusado de intentar fugarse con la finalidad de retornar a Salta y
asesinar a Güemes fue sometido a juicio en 1818. Las indagatorias y los
testimonios aportados en la causa revelan la participación de Panana en
una amplia red política y su vinculación con opositores a Güemes e in-
cluso con salteños sospechados de conservar fidelidad al Rey. De acuer-
do con los testigos Panana sostenía que “...favorecido de su gran partido
[...] y asociado de los sujetos que de aquí llevaba, pensaba llegar a Gua-
chipas [...] y llegada la noticia de su arribo al conocimiento de los gau-

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NEGROS Y ESCLAVOS EN LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

chos, estaba cierto se vendrían todos donde el estaba y entonces hecho de


alguna fuerza; tratar de prender a Güemes...”.28
El curato de Guachipas en las serranías del sur del valle de Lerma
era precisamente uno de los parajes dónde la disputa por la tierra se ha-
bía agudizado a fines de la colonia por la presencia de una población cre-
ciente y la implementación de las Milicias Regladas.29 La emergencia de
jefes locales en ese contexto convertirá, en 1814, a Guachipas al igual que
Chicoana y Rosario de los Cerrillos, curatos también ubicados en el va-
lle de Lerma con similares conflictos previos, en el foco de la insurrección
con la movilización del paisanaje en defensa de sus bienes. En estos par-
tidos del valle de Lerma, se concentraba el mayor número de hombres in-
corporados en los Escuadrones Gauchos30, y allí el poder de Güemes se
encontraba fuertemente mediado por los jefes de las milicias locales.
Al relatar otros detalles de la conspiración, los testigos aseguraron
que Panana luego de matar a Güemes y a otros oficiales salteños “... se pa-
saría a Jujuy donde tratando con Serna, asegurase su suerte pues ya bia lo
que le había dado la patria” y que el General La Serna habría de aceptar-
lo puesto “... que el general Pezuela le había dado muchos créditos en Li-
ma, diciendo que si Panana faltase del Ejercito, fallecería el sistema, de
donde deducía lo recibirían con gusto.”31 Es posible que luego de pelear
con una audacia poco común, Panana sintiera que la “patria”, representa-
da por aquellos que luchaban contra los realistas, lo había traicionado. Su
destitución militar, la prisión y el destierro en Buenos Aires no significa-
ban para él otra cosa.
Más allá de la conspiración destinada a asesinar a Güemes, es evi-
dente que Panana contaba con suficientes e importantes contactos en
Buenos Aires y que gracias a ellos logró adquirir documentación oficial
con la firma de Pueyrredón y permiso para abandonar el bergantín Belén
y pasar a tierra con la excusa de ser trasladado posteriormente a otro ber-
gantín. Desde luego que contó con ayuda para desembarcar, encontrar un
escondite y movilizarse en Buenos Aires. ¿Fue simplemente casualidad
que José de Moldes cumpliera arresto en 1816 en el mismo Bergantín Be-
lén, por orden del Director Posadas? ¿Es descabellado suponer que los
Moldes tenían relaciones que facilitaron el desembarco y el desplaza-
miento de Panana? Por supuesto que no, pero ¿por qué Eustaquio Mol-
des, elegiría a Panana para esta misión? Además del trato que evidente-
mente existía entre Moldes y Panana, el resentimiento de éste hacia Güe-
mes por haberle castigado con prisión recluyéndolo en un Bergantín en

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SARA E. MATA

Buenos Aires así como su evidente ascendente entre el gauchaje lo con-


vertía, sin dudas, en un buen aliado para destituir al Gobernador de Sal-
ta. El mismo Panana afirmaba, según los testigos, “... que todos o los más
subalternos de la división de Güemes, están deseando que él se aparezca
por aquellos destinos y en particular, el Comandante Morales para unir-
se con él...”32
Martín Miguel de Güemes percibía claramente las dificultades en
preservar lealtades frente al desgaste provocado por la guerra, la falta de
recursos y la conflictiva situación política en Chile, Mendoza y el litoral
liderado por José de Artigas y abrigaba, por estas razones, sombríos pre-
sentimientos. En agosto de 1818 escribió a Pueyrredón, sumamente preo-
cupado “Amable amigo: parece que en la conspiración contra mi vida, de
los Panana y Moldes hay algunos otros comprendidos. Interesa muy mu-
cho, me diga Ud. quienes son, según el resultado de las pesquisas y dili-
gencias que se hubiesen practicado. Hágase Ud. un campo entre sus bas-
tas atenciones e instrúyame sobre el particular [...] persuadido que a esta
fecha esté en el mundo de la verdad el bribón del zambo Panana”.33
No faltaban motivos para sospechar acerca de la existencia de rela-
ciones entre Panana con otros jefes de las milicias y no tan solo las de
Guachipas o el valle de Lerma, sino también con aquellas que operaban
en Orán y la frontera. La referencia al Comandante Morales, en las decla-
raciones del denunciante del complot que involucra a Panana, resultó
precisa y sin dudas debió haber llegado a conocimiento de Güemes. Su
deseo de que el “bribón de Panana” hubiese sido ejecutado no se cum-
plió. A pesar de la desconfianza, y probablemente de la certeza acerca de
la deslealtad de Mariano Morales y de quienes estaban más estrechamen-
te vinculados a él, Güemes no se atrevió en 1818 a destituirlo. Todos ellos
poseían un ascendente sobre otros de menor rango y sobre los “gau-
chos”, que Güemes no podía ignorar ni desafiar.
La conspiración contra Güemes, con la participación de Panana,
finalmente se concretó en diciembre de 1819 luego de que Juan Martín de
Pueyrredón fuera reemplazado por Rondeau como Director Supremo.
De acuerdo al relato de Bernardo Frías tomaron intervención en esta
conspiración, además de Panana, otros oficiales entre los cuales se encon-
traban Mariano Benavidez y el ya citado Comandante Mariano Morales,
todos ellos Comandantes de Gauchos de la Línea de Vanguardia al man-
do del Teniente Coronel Manuel Arias. En el complot, de acuerdo a esta
versión, Panana debía cumplir con la tarea más desagradable y riesgosa,

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NEGROS Y ESCLAVOS EN LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

matar a Güemes. Por fortuna, Güemes al verle comprendió sus intencio-


nes y logró arrebatarle el cuchillo, salvando así su vida.34
¿Cuál fue el destino de los conspiradores? Solo Benavidez fue sen-
tenciado a muerte pero logró fugarse, sin duda con el apoyo de los gau-
chos. Arias se refugió en Tucumán y Panana también salvó su vida, aun-
que se desconocen mayores detalles sobre su suerte. En cualquier caso,
logró eludir la pena de muerte y conservó fama de valiente y decidido
opositor al Rey. En 1820 cuando Manuel Ulloa, abogado altoperuano
exiliado en Salta, presentó a Martín Miguel de Güemes un alegato en de-
fensa de las acusaciones que ponían en duda su honorabilidad, endilgó a
su adversario político trato con los realistas y afirmó al comparar esta in-
famia con los delitos cometidos por Panana “Contémplelo cualquiera
hombre imparcial y diga si mil veces mejor es el negro Panana, que no in-
currió en tan grandes crímenes, si no en una ofensa particular, tal vez in-
culpable por faltarle educación y luces para conocer el grande valor de sus
servicios y merecimientos, que siempre le hubieran conservado la estima-
ción y agradecimiento de todos los Patriotas, por haber concurrido con
la energía de su brazo a libertarnos de los tiranos” 35
La trayectoria militar de Panana permite vislumbrar las expectati-
vas de los protagonistas de esta insurrección salteña, las posibilidades de
negociación y de ascenso social que se ofrecían y la enorme dificultad que
significó para Güemes conservar la adhesión de estos Jefes militares in-
termedios cuyo prestigio entre los gauchos precedía al suyo y por quie-
nes se encontraba condicionado.
Vicente Panana al igual que Antonio Visuara y tantos otros encon-
traron en la resistencia armada al ejército realista las posibilidades de al-
canzar no solo reconocimiento social sino también una cuota de poder
político negado por el sistema colonial, para el cual constituían tan solo
las castas, la plebe, los vasallos de la corona a quienes solamente les resta-
ba obedecer. Su lucha por la “patria” significó para ellos la posibilidad de
reclamar por aquello que consideraban les correspondía: los esclavos la li-
bertad y los afromestizos junto a indios y mestizos gozar de mayores de-
rechos, libertad para elegir sus representantes y para negociar su adhe-
sión.
El valor demostrado en la lucha, la capacidad para nuclear y dirigir
a otros milicianos fueron requisitos indispensables para alcanzar grados
y ascensos militares Indudablemente en la decisión de Güemes de nom-

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SARA E. MATA

brar y ascender a afromestizos como Panana y Visuara en los cargos mi-


litares revistió importancia el ascendiente político que éstos tenían sobre
sus pares. Fue este ascendiente el que llevó a Antonio Visuara a ser elegi-
do Capitán de la Compañía de Pardos Libres y a Vicente Panana tener en
Guachipas un “gran partido”.

Una breve reflexión final

Resulta difícil establecer a través del estudio de algunos casos ex-


cepcionales, las expectativas y reivindicaciones de aquellos a quienes las
elites dirigentes consideraron inferiores e incapaces de sostener un idea-
rio revolucionario y a quienes la historiografía generalmente ha omitido
en el análisis político. Sin embargo y a pesar de los silencios de las fuen-
tes documentales es posible establecer que lejos de haber sido indiferen-
tes a la convulsión política que la revolución instauró en el extenso terri-
torio del virreinato, los hombres (y también las mujeres) de “color” libres
o esclavos se involucraron en ella en diferentes tiempos y con distinta in-
tensidad. ¿Existieron razones que los impulsaron, además de la tan ansia-
da libertad personal, o tan solo aceptaron mansamente un destino en la
guerra por su condición de esclavos? ¿Es posible suponer que para los es-
clavos la lucha por la libertad se convertía en un objetivo que transcendía
el interés individual? ¿Solo el reconocimiento social movía a los afromes-
tizos para abrazar con tanto afán la causa revolucionaria?
Es difícil y en algunos casos hasta imposibles de responder tantos
interrogantes. En nuestro breve recorrido fue posible sin embargo com-
probar algunas especificidades en la participación de los esclavos en la
guerra, en especial durante la insurrección que tuvo lugar durante los sie-
te años que duró el gobierno de Martín Miguel de Güemes. Allí la cons-
trucción de una identidad militar que borraba las diferencias étnicas y so-
ciales y focalizaba como enemigo a los tiranos españoles contribuyó a
amalgamar una serie de aspiraciones sociales con conceptos de libertad y
patria entendidos de manera diferente al proclamado por la dirigencia re-
volucionaria.
Negar a los negros y los esclavos un imaginario político es negar su
condición humana. Sus contemporáneos les temían y por eso su partici-
pación en los ejércitos fue controlada y generalmente diferenciada en

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NEGROS Y ESCLAVOS EN LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

compañías separadas y bajo el mando de oficiales de la elite criolla. Pro-


bablemente nada ilustre mejor la aspiración de cambio social y político
por parte de la población afromestiza y esclava que la declaración del ne-
gro Valerio, quien en Buenos Aires se definía a favor de los criollos
“...porque el Rey Indio y el Rey negro eran la misma cosa”.36 Extraña e
interesante sincretismo entre la representación de una autoridad legítima
monárquica para los esclavos negros de Angola y las comunidades indí-
genas andinas, que da cuenta de la intensa circulación de ideas en las pla-
zas, los templos, las fuentes, las pulperías, las rancherías, espacios de so-
ciabilidad frecuentados por negros, afromestizos e indios residentes en
Buenos Aires y su campaña.

Notas

* Programa 1893 CIUNSa y PICTO UNSa 36715


1. Entre otros autores véase GOLBERG, Marta-MALLO, Silvia, “La población africana en
Buenos Aires y su campaña. Formas de vida y subsistencia (1750-1850)” en Temas de Asia
y África, 2, 1993, Sección de Estudios de Asia y África, Universidad de Buenos Aires; Ro-
sal, Miguel Ángel, “Artesanos de color en Buenos Aires, 1750-1810”, en Boletín del Insti-
tuto de Historia Argentina y Americana, Dr. Emilio Ravignani, 27, 1982; y “Diversos as-
pectos relacionados con la esclavitud en el Río de la Plata a través del estudio de testamen-
tos afroporteños. 1750-1810”, en Revista de Indias, Vol. LVI, número 206, CSIC, Madrid,
1996; LYMAN, Johnson “La manumisión de esclavos en Buenos Aires durante el virreina-
to”, en Desarrollo económico, Vol. 16, número 63, Octubre-diciembre 1996.
2. Véase un artículo pionero de Silvia MALLO “La libertad en el discurso del estado, de
amos y esclavos. 1780-1830”, en Revista de Historia de América, número 112, julio-di-
ciembre 1991, México. Un artículo más reciente, Ana FREGA “Caminos de libertad en
tiempos de revolución. Los esclavos en la Provincia Oriental Artiguista, 1815-1820”, en
História Unisinos, Vol. 4, número 2, Río Grande del Sur, Brasil.
3. BRAGONI, Beatriz, “Esclavos, libertos y soldados: la cultura política plebeya en Cuyo
durante la revolución”, en ¡Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia po-
pular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Raúl O. FRADKIN (editor),
Prometeo, Buenos Aires, 2008.
4. MATA DE LÓPEZ, Sara E., “Guerra, militarización y poder. Ejército y milicia en Salta y
Jujuy. 1810-1816”, en Anuario IEHS, 24, Tandil, 2009, en prensa.
5. MATA DE LÓPEZ, Sara, “Tierra en armas” Salta en la revolución”, en Sara Mata de López
(Compiladora) Cambios y persistencias. Salta y el Noroeste argentino entre 1770-1840. Co-
lección Universos Históricos. Prehistoria. UNR. Rosario, 1999. pp. 149-175; MATA DE
LÓPEZ, Sara, “La guerra de independencia en Salta y la emergencia de nuevas formas de po-
der”, en Andes, núm. 13, CEPIHA, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de
Salta, Diciembre 2002, Salta.
6. Fue San Martín, a principios de 1814 Jefe del Ejército Auxiliar del Norte, quien comen-

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SARA E. MATA

zó a denominar “gauchos” a los paisanos de Salta que hostigaban a los realistas en el valle
de Lerma, por analogía con los gauchos de la banda oriental.
7. Archivo General de la Nación (en adelante AGN) Gobierno de Salta. Sala X- 5.7.3.
8. AGN. Gobierno de Salta. Sala X. 5.7.3.
9. Archivo y Biblioteca Históricos de Salta (en adelante ABHS) Fondo de Gobierno. Ca-
ja 31A- Año 1814.
10. ABHS. Fondo de Gobierno- Caja 42- Carpeta 1552.
11. AGN, Gobierno de Salta. Sala X. 3.6.2.
12. AGN, Culto, Sala X. 43.8.2.
13. ABHS, Juzgado de Primera Instancia, “Pedro Pablo Torres con José Méndez sobre
partición de un terreno en Cerrillos”, Expte. 25, Carpeta año 1822.
14. ABHS, Fondo de Gobierno, Caja 34, Carpeta 1507.
15. “Oficio de Güemes al Director Supremo informando sobre la creación de la División
Infernal de Gauchos de Línea, Salta, 12 de Setiembre de 1815, en Luis Güemes, Güemes
documentado, op. cit. Tomo 3, p. 210-222.
16. ABHS. Fondo de Gobierno- Caja 39- Carpeta 1533.
17. ABHS. Fondo de Gobierno- Caja 37- Carpeta 1519.
18. Sobre Vicente Panana Cfr. Bernardo FRÍAS, Historia del General Martín Miguel de
Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina. Ediciones DE-
PALMA. 6 tomos. Buenos Aires, 1972, Tomo IV, Capítulo XLIII, pp. 538-540; Sara E.
MATA DE LÓPEZ, “Conflicto social, militarización y poder en Salta durante el Gobierno de
Martín Miguel de Güemes”, en Fabián HERRERO (Compilador), Revolución política e
ideas en el Río de la Plata durante la década de 1810; Sara E. MATA, “Movilización rural y
liderazgos. Salta en la guerra de la independencia”, en Páginas, número 2, Año II. Revista
digital de la Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad
Nacional de Rosario. Enero- Abril 2010.
19. En la documentación consultada recibe diferentes calificaciones.
20. AGN. Ejército del Norte. Sala X. 43.6.3.
21. Parte de Güemes a José de San Martín, Campamento del Campo de Velarde y marzo
29 de 1814”, en Luis GÜEMES, Güemes documentado, op. cit. Tomo 2, p. 95.
22. El Directorio y Rondeau temían que en Salta el poder ascendente de Güemes plantea-
ra similiares problemas a Buenos Aires que José Artigas en la Banda Oriental. Cfr. MATA
DE LÓPEZ, Sara, “La guerra de independencia en Salta y la emergencia de nuevas formas de
poder”, op. cit.
23. AGN “Carta de José Antonio Cornejo a Feliciano Chiclana”. Biblioteca Nacional.
Leg. 317. Doc. 5245
24. “Oficio de Martín Rodríguez a Güemes, Salta y setiembre 18 de 1814, en Luis GÜE-
MES, Güemes documentado, op. cit. Tomo 2, pp. 318.
25. AGN “Carta de José Antonio Cornejo a Feliciano Chiclana”. Biblioteca Nacional.
Leg. 317. Doc. 5245.
26. AGN. “Sumaria información contra Vicente Panana sobre una fuga intentada a Salta
huyendo de la prisión donde estaba destinado de orden de S.E”. Criminales. Expte. 17, Le-
gajo 62.
27. Entre los delitos cometidos por Panana refiere Frías el asalto a un comerciante de Sal-
ta que llevaba dinero y mercancías hacia Tucumán y el azote propinado a una distinguida
señora que se atrevió a pasear por las calles de Salta con los colores realistas. Cfr. FRÍAS,
Bernardo, Historia del General Martín Miguel de Güemes y de la Provincia de Salta...” op.

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NEGROS Y ESCLAVOS EN LA GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

cit. Tomo III, p. 538.


28. AGN. “Sumaria información contra Vicente Panana...” op. cit. fs. 4.
29. MATA DE LÓPEZ, Sara, Tierra y poder en Salta. El noroeste argentino en vísperas de la
independencia Colección Nuestra América. Diputación de Sevilla, España, 2000.
30. MATA, Sara Emilia, “Paisanaje, insurrección y guerra de independencia. El conflicto so-
cial en Salta 1814-1821”, en Raúl FRADKIN-Jorge GELMAN (Compiladores), Desafíos al or-
den. Política y sociedades rurales durante la Revolución de Independencia, Prohistoria, Ro-
sario, 2008.
31. AGN. “Sumaria información contra Vicente Panana...” op. cit. fs. 4-4v.
32. AGN. “Sumaria información contra Vicente Panana...” op. cit. fs. 5.
33. “Carta de Güemes a Juan Martín de Pueyrredón, Salta 18 de agosto de 1818, en Luis
GÜEMES, Güemes documentado, op. cit. Tomo 6, p. 360.
34. FRÍAS, Bernardo, Historia del General Martín Miguel de Güemes y de la Provincia de
Salta...” op. cit. Tomo III, p. 540.
35. ABHS. Colección documental Güemes. “Lista de los individuos contra quienes formó
expediente el tribunal comisionado por el soberano congreso acerca de los intereses perte-
necientes al Estado”.
36. PÉREZ, Mariana Alicia, “Un intento contrarrevolucionario en Buenos Aires: “La Cons-
piración de Álzaga” de 1812” ponencia presentada en Jornadas Independencia Historia y
Memoria. Hacia una reflexión de los procesos revolucionarios en Iberoamérica, Tucumán,
Agosto 2009. La cita corresponde al proceso seguido contra Álzaga. AGN “Conspiración
de Álzaga, Sala X. 6- 7- 4. El proceso está reproducido casi en su totalidad en Adolfo P.
CARRANZA Archivo General de la República Argentina, Tomos IX-X-XI, Buenos Aires,
1898.

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SOCIEDAD Y AFRODESCENDIENTES
EN EL PROCESO DE INDEPENDENCIA
DEL PARAGUAY

IGNACIO TELESCA

El reverendo padre Fray Francisco Díaz, religioso de la orden de


los Predicadores, se cambió el hábito por una vestimenta de civil y un ra-
to después de la hora de la Agonía se retiró por el campanario a pasearse
por la ciudad, según su declaración.
Sin embargo, ese veintisiete de diciembre de 1802 el Alcalde de pri-
mer voto asunceno, Antonio Cabrera, realizaba una ronda nocturna por
las calles. No era gratuita su salida a altas horas de la noche: había recibi-
do denuncias de los vecinos que algo sucedía en unas casas del centro. El
alcalde Cabrera, acompañado por el alcalde de la cárcel más otros seis sol-
dados, encontró la puerta de una de las dichas casas ‘sin seguridad algu-
na’ y se adentró con farol en mano. En medio de la habitación, sobre la
hamaca, se encontraban desnudos Francisco Díaz y María de la Merced
Tenorio, una parda libre. Ahí acabó el paseo de nuestro padre, quien lue-
go de vestirse fue entregado nuevamente a su convento, mientras que Ma-
ría de la Merced aprovechó para perderse en medio de la noche.
Por otro lado, en la casa contigua a la que estaba esta pareja, otro
esclavo de dicho convento dominico llamado Hermenegildo se encontra-
ba también ‘en torpe comercio’ con la mulata Rosa Isabel Mora. Herme-
negildo no fue devuelto al convento sino encerrado en la cárcel.
Detrás de estas acciones se esconde una larga historia con diversas
puntas. Por un lado, el reverendo Francisco Díaz era conocido en la ve-

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IGNACIO TELESCA

cindad por vivir cuasi amancebado con Juana Rosa Cabañas, con quien
tuvo varios hijos y a quien el religioso les mandó construir ‘tres o cuatro
lances de casas con los mismos esclavos del convento’. Todos los testigos
que comparecen en la causa reafirman esta relación. Como se deduce de
lo acontecido en diciembre, no era éste su único desliz. Los superiores de
la orden, tras escuchar su testimonio y absolverlo de sus culpas, lo envia-
ron al convento de Corrientes, no sin antes despacharse contra el alcalde
Cabrera.1
La relación entre el alcalde y el convento dominico de Santa Cata-
lina virgen y mártir del Paraguay venía ya desgastada desde los meses pre-
vios. La noche del 6 de noviembre cuando estaba de ronda nuestro alcal-
de de primer voto, Antonio Cabrea, había llegado también a las doce de
la noche a la ranchería del convento de Santo Domingo en donde había
un fandango de mulatos y mulatas, unos doscientos, afirma Cabrera. En
su declaración sostiene que al estar cerca del lugar, el violinista Juan An-
tonio dijo a los demás, ‘ahí viene el señor Cabrera, no le hagan caso, si-
gan’. Entonces cuando el alcalde fue a amarrarle por lo que había dicho,
éste se puso violento y le hubiese dado con el violín si es que el soldado
Enciso no lo hubiese atajado de atrás, dice el alcalde; incluso gritaba el
violinista que ‘quería matar a ese demonio’, y mismo el peluquero Juan
mandaba buscar garrotes y cuchillos, diciendo ‘carajo que no la han de
amarrar’. Había otros tres más descarriados, pero como eran muchos se
retiraron, al punto que el alcalde estampa en su declaración, ‘de modo que
fue el hecho acaecido tan inaudito, insolente y escandaloso que no los con-
tuvieron los cintarazos ni los golpes que les dieron’.
Como suele ocurrir en estos expedientes judiciales en donde uno
es juez y parte, en este caso el acalde Cabrera, nos enteramos más por las
preguntas que por las respuestas de los testigos, los cuales nunca se atre-
verían a contradecir a la autoridad, máxime si estos son los soldados de la
cárcel. Por ejemplo, el alcalde pregunta a uno de estos testigos ‘si sabe y
le consta que los mulatos de Santo Domingo son desvergonzados, atrevi-
dos y sin sujeción alguna... que el desorden y exceso insolente con que se
manejaron todos fue tanto que aquello fue un laberinto inatinable, confe-
derándose todos a una en contra de la Justicia y de la ronda...’.
La otra versión la ofrece el superior de los dominicos quien aclara
que no era un fandango, sino que con motivo de un casamiento estaban
divirtiéndose; el alcalde, so pretexto de que estaban ebrios y que se des-
vergonzaron anduvo a los golpes con ellos, rompió el violón, descalabró

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SOCIEDAD Y AFRODESCENDIENTES EN EL PROCESO...

a una mulata y al novio Antonio le dio a puntazos con el bastón por el


pecho, por lo cual ha estado echando sangre por la boca; además puso
presos en la cárcel pública con grillos al esclavo Juan, que era barbero, y
al esclavo Antonio, el violinista.
De más está decir que el alcalde recoge el guante lanzado por el
prior y redobla su denuncia, comentando que cuando el año anterior era
alcalde de segundo voto y estaba de ronda ‘di con una baile a mediano-
che en el que estaba presidiendo un religioso apellidado Larrea de Santo
Domingo en el que se notaba que estaban cometiendo varios desórdenes
por los mulatos, mulatas, españoles y españolas que se habían juntado, ex-
tra del juego de naipes que había’.
El caso ha de seguir por dos años más y de hecho ocupa tres lega-
jos en el archivo.2 En sí es muy interesante el expediente ya que continua-
rá cada parte defendiendo o defenestrando a los esclavos del convento3 y
de esta manera nos permite adentrarnos en la vida cotidiana de esta po-
blación.
En este contexto se hace comprensible que el alcalde le haya esta-
do siguiendo los pasos al padre dominico Francisco Díaz, para demostrar
que los esclavos sólo siguen las malas costumbres de sus amos.
No es nuestra intención detenernos en un caso específico, ni si-
quiera seguir los ribetes de la justicia asuncena, que como en el resto de
la colonia muchas conflictos internos a la elite local se expresan a través
de largos expedientes judiciales. Tampoco es un tema específico de la igle-
sia, y menos de una orden religiosa, sino que afectada a todos los secto-
res de la sociedad.
En las Actas Capitulares de 1806 podemos acceder a otro caso que
sin llegar a los estados judiciales puso de manifiesto las actitudes diversas,
y hasta contradictorias, de un mismo grupo respecto a la población afro-
descendiente.
Florencio Antonio Zelada, burgalés de Medina de Pomar, llegó al
Paraguay a fines del siglo XVIII con el despertar económico de la provin-
cia. Se incorporó como regidor al cabildo asunceno, derrotero habitual de
los peninsulares que querían que sus negocios fructificasen. Como la ma-
yoría de sus colegas era poseedor de esclavos, y dejó descendencia con
una de sus esclavas, María Ignacia. Lo llamativo en su caso es que en ar-
ticulo mortis se casó con la madre de sus hijos, María Ignacia, libertándo-
la al igual que a sus hijos, José Antonio y Tomás, Nicolasa e Isabel.

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IGNACIO TELESCA

Estos hijos se dirigen a la sala capitular solicitando un certificado


sobre su padre para recurrir al soberano. No queda claro el pedido ya que
no se transcribe, pero si se copia la acalorada discusión que generó en el
interior del Cabildo. El mayor opositor a entregar dicha solicitud fue el
regidor José Esteban de Arza, sus razones son claras y las manifiesta
abiertamente, comienza afirmando que de ‘no haber intervenido dicho
matrimonio necesariamente resultarían esclavos’ estos descendientes, y
piensa que es urgente la negación de tal pedido ‘a vista de los perjuros que
se iban a cometer impunemente, bien sea conducidos los declarantes de la
sencillez de ellos, o bien sea produciéndose de malicia’. Es bien conscien-
te de los objetivos de los solicitantes, ‘que sus fines no tenían otro objeto
que con el transcurso del tiempo fuesen iguales y de una misma esfera los
hijos, nietos, etc. de ellos con los de este cuerpo… y aquí un absurdo el má-
ximo que puede excogitarse, por no ser justo que un hombre vil y de ma-
la estirpe se hombree con otro limpio, noble y bien nacido’.4
El resto de los regidores se reparten opiniones, pero prima el que
se dé vía libre al pedido, puesto que a todos les consta que Florencio Ze-
lada fue alcalde y que en artículo mortis se casó con su esclava. El tema
concluye acá y desgraciadamente no se encuentra en el Archivo Nacional
de Asunción más referencias, aunque sí se cuenta con los testamentos del
mismo Florencio y el dejado por su hijo José Antonio en 1824, en donde
le agrega el apellido a su madre, María Ignacia de la Peña y menciona a su
esposa doña María Ana Galeano, con la cual tuvo cuatro hijos.5
En el testamento de Florencio Antonio Zelada no se refiere a Ma-
ría Ignacia como esclava sino como criada; la razón de su casamiento fue
el ‘dar alguna satisfacción al público de los escándalos que pudo haber pa-
decido [María Ignacia] con la noticia de mi irregular procedimiento, como
para legitimar los hijos que en ella había tenido y ampararlos de este mo-
do’. Ciertamente, los declaró sus herederos, con un plus para sus dos hi-
jas. La herencia no habrá sido menor, a decir por los dos mil pesos de pla-
ta que deja a los pobres.6

Más que casos, una sociedad con afrodescendientes

Todos estos datos que traemos a colación y que pueden resultar


hasta anecdóticos nos ponen ante nuestros ojos una sociedad, la paragua-

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SOCIEDAD Y AFRODESCENDIENTES EN EL PROCESO...

ya, y en especial la asuncena, de la cual los afrodescendientes formaban


parte, y una parte importante. Esto lo vemos confirmado con los censos
respectivos de 1782 y 1799 para la ciudad capital.
Tabla I
Población de Asunción en 1782 y 17997

1782 1799
Total % Total %
Españoles/as 2.120 42,9 3.963 53,5
Indígenas 118 2,4 283 3,8
Negros/as y mulatos/as libres 1.546 31,3 1.853 25,1
Negros/as y mulatos/as esclavos/as 1.157 23,4 1.305 17,6
TOTAL 4.941 100 7.404 100

Podemos ver que la población afrodescendiente en 1782 represen-


taba el 54,7%, la cual se redujo hacia fines de siglo XVIII al 43,7%, con-
servando igualmente una presencia importante.
Sin embargo, su presencia en los acontecimientos de la indepen-
dencia será menor, como así también lo será la cuestión de los afrodescen-
dientes en los debates que se sucedieron tras mayo de 1811. De hecho, la
única mención a los esclavos, es la necesidad de confeccionar una nueva
vestimenta para un esclavo del fisco.8
En la nueva república del Paraguay la ley de libertad de vientres re-
cién se sancionará a fines de 1842 para que entre en vigencia el primero de
enero del año siguiente. A partir de esa fecha los nacidos de madre escla-
va serán llamados libertos y recién ganarán su libertad al cumplir los vein-
titrés años las mujeres y los veinticinco los varones. Sin embargo, la san-
grienta guerra contra la triple alianza que se prolongó desde 1864 hasta
1870 les llegó antes que pudieran reclamar su libertad. Tras la guerra tam-
bién se aboliría la esclavitud, primero como decreto del gobierno provi-
sorio en octubre de 1869 y luego en la constitución de 1870.
Si se preguntara por la manera en que las poblaciones afrodescen-
dientes se vieron afectadas directamente por el proceso de independencia,
habría que responder sencillamente que no representó ningún cambio pa-
ra su diario vivir. Y no faltaron oportunidades.
Cuando en 1824 el Dr. Francia (gobernó entre 1814-1840) suprimió
las órdenes religiosas en el Paraguay se encontró con un grupo de perso-

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IGNACIO TELESCA

nas esclavizadas importante. A los de la ranchería de los dominicos (que


veinte años antes contaba con una población de cien personas) hay que su-
marle la de los mercedarios y franciscanos. Además la orden los predica-
dores poseían una estancia con población esclava en Tavapy que superaba
el medio millar y los mercedarios otra en Areguá con igual población o
más. Sin embargo, el Dr. Francia no les dio la libertad una vez que sus
amos ya no existían más, sino que los sumó a la esclavatura del estado.
Resulta hasta irónico, entonces, leer el catecismo que redactó el
mismo Dr. Francia destinado a las escuelas primarias de la república. Una
de las preguntas hacía referencia a la bondad del gobierno y a los hechos
positivos que demuestren dicha bondad; el niño tenía que responder que
uno de estos hechos positivos había sido ‘el haber abolido la esclavitud
sin perjuicio de los propietarios’.9
La continuidad que se estableció con los tiempos previos a la inde-
pendencia queda de manifiesto con la fundación del pueblo de Tevegó en
1813, que nos recuerdo lo acontecido con el pueblo de pardos libres de
Emboscada, setenta años antes.10
Los pardos libres que vivían en la estancia de los dominicos en Ta-
vapy, cien kilómetros al sur de Asunción, se dirigieron a la Junta Guber-
nativa solicitándole el permiso para mudarse a los terrenos de Añagati,
correspondientes al pueblo de indios de Itá o en otro territorio que se les
proporcione. No era éste un grupo menor, estaba conformado por dos-
cientos ochenta varones y trescientas sesenta y ocho mujeres.
El once de enero de 1812 la junta derivó el pedido de los pardos al
Cabildo asunceno para que ‘teniendo presente la segunda parte del artí-
culo 57 de la Real Instrucción de Intendentes, informe circunstanciada-
mente sobre todo y que arbitrios puedan tomarse para la compra y aplica-
ción del terreno que solicitan’.11
La Junta ya tiene en mente que esta nueva población que se forme
sirva tanto para la defensa de la provincia como para que los pardos pue-
dan dedicarse a la ganadería, agricultura y otras ocupaciones ‘para que co-
mo verdaderos libres gocen los derechos naturales de propiedad, seguridad
y libertad’.
Al mes siguiente el Cabildo responde sugiriendo que la población
se instale en la otra banda del Río Paraguay, a seis leguas de éste,
en una altura cercana a las Barranqueras del Río Pilcomayo. La idea fun-
damental era por un lado establecer un antemural para los indígenas que

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habitaban el Chaco y por otro que esta nueva población se convierta en


una fuente para el aprovisionamiento de carnes gordas, de mucha leche y
menestras. De hecho, sugieren la distancia de seis leguas, para que en el
extremo oeste se desarrolle la población y de esta frontera hacia el río,
puedan pastar los animales sin sufrir los robos de los indígenas. Es decir,
en el caso de un ataque de estos últimos, los pardos defenderían a los ani-
males.
En estos primeros meses pos independencia, aunque entre idas y
vueltas, se puede vislumbrar como un espíritu de la ilustración modera-
da, de la mano fundamentalmente de Fernando de la mora, se va impo-
niendo.12
Sin embargo, los meses siguientes serán muy agitados en el Para-
guay. A los problemas con Buenos Aires se le sumará el avance portugués
en territorio paraguayo al punto que se apropian del fuerte Borbón en el
norte. Esto repercutirá al interior de la Junta Gubernativa y tendrá con-
secuencias en los deseos de los pardos de Tavapy.
Ya en julio de 1812 se prepara la expedición para recuperar el fuer-
te Borbón, la que no se llevó a cabo porque los portugueses lo desalojaron
primero. Los que sí acometieron contra la población de Villa Real fue un
grupo de indígenas mbayás, hacia los cuales se emprendió la expedición al
mando de Fernando de la Mora, miembro de la Junta. Durante su ausen-
cia, se experimentaron cambios en este cuerpo ejecutivo. El Dr. Francia,
que había dejado la Junta a fines de 1811, acuerda con los otros miembros,
Fulgencio Yegros y Pedro Juan Caballero, su re-incorporación.
Que haya ocurrido en ausencia de Mora no es coincidencia sino
más bien que las fuerzas se estaban agrupando del lado del Dr. Francia.
Ambos representaban intereses diversos en la población y en la elite local
y la ausencia de uno significaba el auge del otro. Francia para fortalecer
más su poder consiguió que le Junta crease un segundo batallón de infan-
tería y lo ponga bajo su mando, incluso logró que toda orden emanada de
la Junta tenga valor si es que estaba firmada por ellos tres, sin incluirlo a
Mora.13
Desde noviembre de 1812 el influjo de Fernando de la Mora co-
menzará a disminuir y en junio del año siguiente ya será inexistente. Es-
ta caída de Mora no poco se debe a que Buenos Aires comenzó a media-
dos de 1812 su intento de ahogamiento del Paraguay a través del renova-
do cobro de un alto impuesto (3 pesos por arroba de tabaco), algo que se

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IGNACIO TELESCA

había consensuado en 1811 que no sería mayor al real y medio. El grupo


de Mora dependía fundamentalmente del comercio y las relaciones con la
antigua capital del Virreinato. Al convertirse Buenos Aires en enemigo,
toda esperanza de este grupo se desvaneció, y con ella el poder de Fer-
nando de la Mora.
Estos cambios, decíamos, afectaron a los pardos de Tavapy en sus
deseos de mudanza. Ya no serían destinados a las cercanías de Itá, como
era su primer pedido, ni a la otra banda del río Paraguay frente a Asun-
ción como había sugerido el Cabildo, sino que el destino final de estas fa-
milias será Tevegó.
Tevegó era un antiguo poblado de los indios guanás, setenta kiló-
metros al norte de del poblado más norteño del Paraguay que era Villa
Real, sobre la banda oriental del río Paraguay. Ya despoblado el lugar de
los guanás, la Junta ‘ha tomado la resolución de que todas las familias que
componen la numerosa parcialidad de pardos de Tavapy vayan a fundar
un nuevo pueblo en el paraje de Tevegó’.14 La intención era clara, ‘el res-
guardo y la pacificación de las fronteras… por la utilidad que ofrece su es-
tablecimiento a toda la Villa [Real] y su territorio, sirviendo de antemu-
ral no sólo contra los indios de la otra banda del río, sino también contra
los de esta parte’.
Una vez más, los pardos eran utilizados para formar poblaciones
antemurales. Ya en 1741 se fundó la población de Emboscada, aunque
quedaba sólo a cuarenta kilómetros de la capital Asunción. A diferencia
de su antecesora, Tevegó no perduró más que una década.
Si bien la decisión de enviar a los pardos a Tevegó es tomada por
toda la Junta Gubernativa, cuando el Dr. Francia, ya en el poder como
Dictador Supremo (a partir de 1814), decreta en 1823 despoblar Tevegó y
trasladar a sus habitantes a Villa Real de la Concepción deja claro que la
idea había sido suya. Ahí se lee claramente que ‘fueron proyecto y deter-
minación mía el hacer ir a las familias de pardos de Tavapy a establecerse
en aquel lugar’.15
Sin embargo, en ese primer año todo parecía indicar que la pobla-
ción iría a establecerse definitivamente. De hecho, en la instrucción al
nombrado comandante Uriarte le solicitan dejen un solar libre donde edi-
ficar la futura sala capitular. En ese año de 1813 se trasladan familias de
Tavapy a Tevegó e incluso para 1814 ya se cuenta con un cura instalado
en la nueva población.

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Para 1815 continúan llegando pardos a Tevegó pero ya comienzan


a escucharse las primeras quejas para que comiencen sus pobladores a au-
toabastecerse y no depender de las raciones que el estado les envía. Al año
siguiente, la misma situación continúa y ya el Dr. Francia le comunica al
comandante de Concepción que les diga a los pardos pobladores ‘que ya
es tiempo que vayan dejando esa desidia o pereza natural que los hace in-
dolentes’.16
Sin embargo, la situación no es sencilla para los nuevos habitantes.
No sólo les afecta la seca sino, y fundamentalmente, el robo de parte de
los indígenas, en especial de su ganado.
Otro dato importante para ver la dureza de la vida en Tevegó es
que enseguida se convierte en lugar de confinamiento para reos pardos.
El 11 de junio de 1816 el Dr. Francia confina perpetuamente a la parda
María Valentina Robledo, acusada de la muerte de otras dos mujeres, y
estos confinamientos se repiten con el transcurrir de los años.17
Toda la documentación apunta a que el Dr. Francia consideraba al
contingente pardo como si fuera un grupo diferenciado de la sociedad, de
hecho utiliza la expresión ‘parcialidad’ para referirse a ellos, la misma que
se utiliza para los grupos indígena. Una vez que la población parda de Te-
vegó le había escrito a Francia proponiéndole el nombramiento de un de-
terminado comandante, el Dictador le responde ‘que en lo sucesivo se
abstengan de entrometerse es estas disposiciones’ que no les corresponde.
Las actitudes del Dr. Francia, continuadoras del imaginario del
Antiguo Régimen, son también las compartidas por la sociedad en su
conjunto. El siguiente caso lo pone de manifiesto.
Estamos en 1817 y nos encontramos con el caso de Felipe Manuel
Ralea, peinero de profesión, vecino del barrio asunceno de San Roque. Su
padre, ya fallecido, había sido un boticario valenciano casado con la por-
teña Manuela Josefa Cuello. Él fue el único hijo de este matrimonio y
quiere casarse con la parda libre María Juana Rejalaga, con quien ya tenía
dos hijos. Posee ya el consentimiento de su madre y como es mayor de
25 años da por descontado el permiso oficial ‘no obstante la tolerable de-
sigualdad que media entre nosotros’.
Al no tener parientes en esta república a nadie podría afectar esta
‘desigualdad’. Sin embargo, quien se opone es José Mariano Vargas, Fis-
cal General, quien considera la anuencia de la madre irracional e injusta,
‘y sobre todo semejantes matrimonios jamás tienen sino fatalidad y desas-

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tres por la diversidad de calidad que es uno de los motivos inductivos de


la prohibición’. El Dr. Francia, finalmente, resuelve ‘no ha lugar a conce-
der licencia’.18
Más llama la atención, incluso, esta resolución puesto que en mar-
zo de 1814 había entrado en vigor una disposición firmada por los cón-
sules Francia y Yegros en donde prohibía todo casamiento de europeo
con mujer americana y reputada como española, y sólo les permitía ‘ca-
sarse con indias de los pueblos, mulatas conocidas y negras’.19
Ciertamente nuestro protagonista no era europeo, pero su caso nos
demuestra que la intención de los cónsules no era lograr un mestizaje ge-
neralizado de la población sino cortar toda posibilidad que la elite comer-
cial representada por los europeos pudiera desarrollarse. De hecho, ni los
cónsules ni el Dr. Francia eliminaron las leyes españolas, vigentes duran-
te la colonia que prohibían a los blancos y a los indígenas casarse con los
pardos, con las castas. Incluso estas leyes continúa durante la época de
Carlos Antonio López (gobernó en 1844 y 1862).20

Continuidades y cambios de la colonia a la república

El cambio de colonia a república del Paraguay no implicó, como ya


vimos, ningún cambio en la vida de los afrodescendientes. Las leyes per-
manecieron sin variantes, y aunque ya en tiempos de López se autoriza-
ba todo matrimonio, igual había que pedir la licencia por la desigualdad.
La esclavitud no se abolió sino en 1870, y la ley de libertad de vientres re-
cién se comenzó a aplicar el 1 de enero de 1843, ni los esclavos tuvieron
ninguna posibilidad de libertarse a través de un tomar las armas para de-
fender la nueva república. Es más, una vez que las órdenes religiosas fue-
ron expulsadas en 1824, sus esclavos, al igual que sus pertenencias, pasa-
ron a depender de la esclavatura del estado.
El médico suizo Juan Rengger que estuvo en el Paraguay durante
esos años lo expresa claramente: ‘como cuando se hizo la revolución los
blancos no tenían nada que temer de este pequeño número de esclavos, no
les dieron la libertad ni tomaron disposición alguna en su favor’.21
Ciertamente el número de esclavos es pequeño comparado con
otros lugares de América, pero no en el contexto del Virreinato, como
tampoco es cierto lo que agrega más adelante: ‘de todas maneras, en el Pa-

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raguay, el número de esclavos disminuye diariamente porque se emanci-


paron muchos y porque no hay más medios para introducir nuevos’. A de-
cir por las tablas poblacionales, la población esclava se mantuvo estable
desde 1782 hasta la guerra contra la triple alianza.

Tabla II
Población afrodescendiente en Paraguay desde 1782 hasta 184622

1782 1799 1846


total % total % total %
Libres 6.893 7,2 7.948 7,4 8.416 3,6
Esclavos 3.953 4,1 4.598 4,3 8.796 3,8
TOTAL 10.846 11,3 12.546 11,4 17.212 7,4

Si bien es cierto que la población parda libre desciende, no ocu-


rre lo mismo con la esclava que se mantiene alrededor de un 4%. Sin em-
bargo, coinciden Rengger y Azara, en soslayar la presencia afrodescen-
diente, e incluso en referirse a la benignidad del trato de los amos hacia
los esclavos. ‘No se conocen, dice Azara, esas leyes y esos castigos atroces
que se quieren disculpar como necesario para retener a los esclavos en el
trabajo. La suerte de estos desgraciados no difiere nada de la de los blan-
cos de la clase pobre y hasta mejor. ... La mayoría muere sin haber recibi-
do un solo latigazo, se los trata con bondad, no se los atormenta jamás en
el trabajo, no se les pone marca, y no se los abandona en la vejez..., se los
viste tan bien o mejor que a los blancos pobres y se les da un buen alimen-
to’.23
Por supuesto que no todos los viajeros vieron la misma postal. Ju-
lio Román de César, otro miembro de las partidas demarcadores al igual
que Azara, tiene una visión bastante diferente: ‘Los que tienen esclavos
ostentan su grandeza y poder en tener multitud de ellos, que los mantie-
nen en la mayor inopia, haraganes, desnudos, hambrientos y llenos de mi-
seria, dejándoles a su cuidado el alimentarse y vestirse’.24
Más allá de escudriñar quien nos pinta el cuadro más realista, lla-
ma la atención por un lado la imagen casi idílica de la vida de los esclavos
que los viajeros presentan y por otro lado el nulo cambio de las relacio-
nes de la sociedad con esta población específica, habida cuentas que en las
provincias vecinas, también nuevas repúblicas, se estaban produciendo
cambios considerables.

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Esto nos lleva a cambiar el centro de nuestra atención de la pobla-


ción afrodescendiente a la sociedad en su conjunto e inquirir si esta reali-
dad no se debe también a la manera en que la sociedad paraguaya se fue
construyendo a través de los siglos.
Estamos acostumbrados a dejarnos guiar por los conceptos y ter-
minamos ubicando en casilleros cerrados a las personas. Un ‘español’
tendrá que ser un blanco, un ‘indio’ un descendiente de los pueblos an-
cestrales, y un pardo/mulato/negro un descendiente de africanos. Éstas
son, sin lugar a dudas, las categorías clásicas con las que se movían el An-
tiguo Régimen y que en Paraguay perduraron hasta 1870. Sin embargo,
en cuanto dejamos de lado el concepto y nos detenemos en las personas,
nos damos cuenta que detrás de cada categoría se escondía un mundo de
posibilidades diversas. Y el Paraguay tiene sus particularidades que lo di-
ferencian en cierta medida de sus vecinos.25
Podemos comenzar con el grupo de los ‘españoles’. Sabemos que
llegaron contingentes europeos a estas tierras hasta 1575, a partir de allí
serán pocos los que ingresen26 y serán más los que salgan especialmente
a fundar otras ciudades. Recordemos que desde Asunción salieron los
grupos que fundaron Ciudad Real (1557), Santa Cruz de la Sierra (1561),
Villa Rica (1570) Santa Fe (1573), Buenos Aires (1580), Corrientes (1588)
y Santiago de Jerez (1593). Es decir, la provincia experimentó una sangría
de españoles, de mancebos de la tierra y de indígenas.
Podemos imaginarnos que al no entrar más europeos, las nuevas
generaciones ya no descenderían (sea a través del matrimonio o de unio-
nes libres y/o circunstanciales) de europeos, sino de las relaciones que
mantenían los que quedaron. Si bien es famoso, y casi mítico, el gran nú-
mero de mestizos que inmediatamente superaron en número a los euro-
peos apenas iniciada la conquista, es necesario tener en cuenta que un
mestizaje más amplio se mantuvo durante todo el siglo XVII y siguien-
tes. Al no entrar más europeos los que asumen este rol de mando serán
estas descendencias que a pesar de ser mestizas serán reconocidas como
españoles.
Félix de Azara refiriéndose a este grupo los caracteriza de la si-
guiente manera: ‘[...] uno de los medios empleados por los conquistadores
de América para reducir y sojuzgar a los indios fue hacerlos españoles ca-
sándose con indias, porque sus hijos o mestizos fueron declarados españo-
les. Estos mestizos se unieron en general los unos con los otros porque iban

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a América muy pocas mujeres europeas y son los descendientes de esos


mestizos los que componen hoy en el Paraguay la mayor parte de los que
se llaman españoles’.27
Si pasamos ahora a la categoría de ‘indio’ nos damos cuenta que es
tan engañosa como la de ‘español’. Este concepto abarca a un buen nú-
mero de pueblos diversos. Nos encontramos con que los indígenas del
pueblo de Belén, al norte, eran mbayás, mientras que los de Yaguarón, al
sur, eran guaraníes. Sin embargo, para los censistas e historiadores, pasa-
dos y presentes, son todos ‘indios’. Pero incluso entre los mismos guara-
níes tendríamos que diferenciar entre los que pertenecían a pueblos de in-
dios gobernados por el clero secular o franciscano de aquellos regidos por
los jesuitas. Al mismo tiempo, estos últimos tampoco provienen todos de
un mismo tronco sino que pertenecen a distintos pueblos guaraníes.28
Sin lugar a dudas, es mucha mayor aún la diferencia entre los indí-
genas que vivían en un pueblo de indios por generaciones que los guara-
ní monteses. Arapizandú fue el cacique que llevó a los jesuitas a fundar
con su gente San Ignacio Guazú en 1609. Los padrones de ese mismo
pueblo a fines de la colonia aún recogen la línea cacical de los Arapizan-
dú, sin embargo, sus universos culturales no son semejantes. El ‘nosotros’
y los ‘otros’ cambiaron considerablemente entre 1609 y 1800.
Con respecto a la población afrodescendiente el panorama no va-
riaba. Ciertamente que la terminología no nos ayuda, pero no todos los
que caían bajo el casillero de mulato/pardo/negro correspondían a una
categoría homogénea. Desde ya, decir africano es una generalización de-
masiado arriesgada, y atrevida. Por otro lado, es importante notar que en
el Paraguay si bien se conocían las diversas maneras de designar a los des-
cendientes de las personas esclavizadas (ya vimos el uso de ‘tercerón’,
aunque no sabemos si fue utilizada en sentido estricto o como diciendo
‘ya no es tan parda’) no eran utilizadas formalmente. Es decir, en los cen-
sos y en los casos judiciales no se hace diferenciación entre pardo, mula-
to y hasta a veces negro.
Volvamos al caso con que iniciábamos nuestro texto, el del conven-
to de los dominicos. Cuando los frailes querían demostrar que sus escla-
vos no eran gente ‘de mala nota’ recurren a lo que les aconteció el 14 de
abril de 1795 cuando el mismo virrey Melo de Portugal, que previamen-
te había sido gobernador del Paraguay, les pidió que le vendiesen dos
criados ‘que debían ser paraguayos y de este convento, y que el uno fuese

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Juancho el barbero, y el otro de los más blancos, y bien presenciado; y que


por estas circunstancias había pensado que el otro fuese Vicente Sabela’.29
Esta expresión ‘de los más blancos’ nos pone en alerta de las diferencias
en apariencia que había entre los mismos esclavizados. Algo que Melo de
Portugal sabía muy bien.
Esta realidad, seguramente, no era exclusiva del Paraguay, sin em-
bargo en esta provincia se hizo más patente. La razón primera era la ex-
trema pobreza de la misma. Recordemos que recién después del estable-
cimiento del Estanco del Tabaco en 1780 es que entra la moneda metáli-
ca a la provincia. El principal producto que se vendía a otras provincias
era la yerba mate, pero de este rubro usufructuaban fundamentalmente
los comerciantes santafecinos y porteños. Si la pobreza nivela, algo aún
más aglutinante es el uso generalizado de la lengua. El Paraguay era mo-
nolingüe y monolingüe guaraní.
Por otro lado, no existía la categoría de ‘mestizo’ ni en los cuadros
poblacionales ni en el uso de la legislación. La única vez que se utilizó el
término mestizaje en los censos fue en el de 1799, y esto se dio porque la
hoja matriz vino confeccionada de la capital del Virreinato. De hecho, los
censistas mucho caso no le hicieron ya que sólo registraron al 1% de la
población como mestiza, el resto era ‘español’, ‘india’ o ‘parda’ (libre o
esclava).
Esta realidad va a suscitar situaciones que harán cambiar la misma
composición poblacional de la provincia. Cuando los jesuitas fueron ex-
pulsados del territorio de la corona española, la mitad de la población de
las trece misiones que dependían del obispado asunceno dejaron atrás sus
antiguos pueblos y se incorporaron al campesinado pobre paraguayo, pe-
ro no en calidad de ‘indios’ sino que el censo de 1782 los incorpora como
españoles.

Tabla III
Comparación población entre 1761 y 184630

1761 1782 1799 1846


Total % Total % Total % Total %
Población indígena 51.921 61,0 30.171 31,3 29.570 27,4 1.200 0,5
Población no indígena 33.217 39,0 66.355 68,7 78.500 72,6 237.664 99,5
TOTAL 85.138 100 96.526 100 108.070 100 238.864 100

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SOCIEDAD Y AFRODESCENDIENTES EN EL PROCESO...

La tabla III nos muestra como en menos de un siglo la población


indígena casi desapareció de los censos, y vemos como el gran salto se
produce entre 1761 y 1782, luego de la expulsión de los jesuitas. En otras
palabras, ya antes de las reformas del virrey Avilés, para un indígena en
Paraguay era posible y factible dejar su ‘pueblo de indios’, mezclarse con
el campesinado y ser considerado y mismo considerarse como español.
Llama la atención que el descenso de la población estos trece pue-
blos jesuíticos correspondientes al obispado de Asunción sea aún mucho
más pronunciado que el de los que pertenecían al obispado de Buenos Ai-
res. Los datos que aporta Ernesto Maeder nos muestran que entre 1768 y
1783 la población de los primeros pasó de 41.050 a 19.012 personas,
mientas que la población de los segundos de 47.778 a 37.070. Mientras
que los primeros perdieron más del 50% de su población, los segundos
sólo el 20%.31
El éxodo misionero en Paraguay se dio de la mano de un creci-
miento territorial de la provincia a expensas también de los antiguos te-
rritorios ocupados por los jesuitas, tanto al norte como en al sur. Esto
también explica que no se haya producido una eclosión social ni que los
archivos se encuentren abarrotados de quejas, aunque sí los bandos de los
gobernadores de esta época se referían constantemente a los ‘holgazanes
sin ocupación fija’.32
Demás está decir que las huídas de los indígenas no se restringie-
ron al período pos jesuítico, sino que ya venía desarrollándose desde an-
tes. Además, entre las estrategias indígenas para escapar a la servidumbre
del pueblo y de la encomienda nos encontramos con el uso de la concep-
ción de hijos con varones de afuera del pueblo que si bien criados dentro
del pueblo serán luego considerados como españoles. Con esta realidad
es la que se encontró el gobernador Joaquín de Alós a fines de 1793 visi-
tando el pueblo de Yaguarón.33
Si para un indígena estaba dentro de sus posibilidades dar este ‘pa-
so categorial’ también lo estaba para un afrodescendiente. Las estrategias
variarán, pero la finalidad será la misma, la de ser considerado como ‘es-
pañol’.
Para una persona esclavizado la situación será más complicada, el
primer paso será superar la situación de esclavitud, ya sea por medio de
la compra de la libertad o por tener descendencia, los varones, con muje-
res no esclavas.

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Para un afrodescendiente libre los caminos serán más llanos. Sin


embargo, no debemos olvidar que los pardos no sólo eran sujetos de dis-
criminación jurídica y religiosa, sino también económica.
Desde fines del siglo XVI estaba en vigencia en los territorios de la
corona española la obligación por parte de los pardos libres de pagar el
marco de plata como tributo. Sin embargo, rápidamente se dieron cuen-
ta de la dificultad para cobrarlos ya que al ‘ser gente que no tiene asiento
ni lugar cierto’ era conveniente ‘obligarlos a que vivan con amos conoci-
dos” y que sean éstos los que tengan que pagar dichos tributos “a cuenta
del salario’.34
Durante el siglo XVII se había dejado de cobrar en el Paraguay di-
cho tributo, pero en 1714, por auto del gobernador Bazán de Pedraza,
nuevamente se obliga a todos los negros y mulatos libres que se presen-
ten para empadronarse y volver a pagar el marco de plata. Cada mulato
implicaba también su familia, a no ser que tuviera algún hijo en edad de
tributar, el cual también pagaba su marco respectivo.
Como bien señala Félix de Azara a fines del siglo XVIII, la institu-
ción del amparo se fue degenerando convirtiéndose en ‘un medio que
usan los Gobernadores para gratificar a sus favoritos sin que S. M. vea un
real de tributos, ni los hombres libres la libertad’ y agrega ‘ningún escla-
vo ni su posteridad puede tener libertad aunque se la dé su legítimo due-
ño, porque al momento que alguno la consigue lo aprisiona el gobernador
y lo entrega a algún particular, en amparo, según dicen, para que lo haga
trabajar como esclavo sin más obligaciones que la de cualquier dueño res-
pecto a sus esclavos, menos que no le puede vender’.35
Que la población parda libre era importante en la provincia del Pa-
raguay, al margen de los esclavos, lo deja de manifiesta justamente la fun-
dación del pueblo San Agustín de la Emboscada en 1741 que se hizo ex-
clusivamente con pardos libres, cuarenta kilómetros al norte de Asun-
ción. Para 1745 Emboscada ya estaba lista y en 1761 vivían allí 112 fami-
lias y 572 personas.
A los moradores de Emboscada, se los liberó de pagar el tributo y
se los dispuso como pueblo de indios, viviendo en comunidad, lo cual no
funcionó y los habitantes de Emboscada peticionaron al gobernador pa-
ra que los dejase trabajar como libres o mudarse el Chaco. De hecho, la
población de Emboscada fue constantemente explotada por los goberna-
dores ya que, al decir de Azara, ‘arbitrariamente disponen como que ca-
recen de patrono y a cualquiera hora se hallan en su hogar’.

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SOCIEDAD Y AFRODESCENDIENTES EN EL PROCESO...

Las estrategias de los afrodescendientes para eludir la discrimina-


ción y en especial el tener que vivir amparados, eran diversas. Al igual que
los indígenas y los esclavos, las relaciones sexuales fuera del matrimonio
en especial con personas consideradas españolas era una práctica habitual.
Por otro lado, el uso de la misma vestimenta que utilizaban los es-
pañoles vemos que también formaba parte del espectro de las estrategias
a utilizar. A mediados del siglo XVIII, el Cabildo de Asunción se queja-
ba al gobernador que los pardos vestían sedas y que incluso utilizaban ga-
lones de plata y oro y hasta espuelas y cabezadas de plata. El problema
para los cabildantes radicaba en ‘que por esta causa no hay excepción de
los españoles y señores en los actos públicos’.36
Pero los miembros del cabildo no podían aceptar esa falta de dis-
tinción, por lo que solicitaron al gobernador el mandar por bando que
sólo se ‘les permita a los dichos negros, negras, mulatos y mulatas que vis-
tan ropa de lana de castilla decentemente sin cintas y galones de plata y
oro, ni que se les permita usen espuelas ni cabezadas de plata’.
Esta población parda utilizaba el vestirse como un mecanismo de
identificación con el ‘español’, los que sí sentían el impacto, al punto de
prohibir dicha mimetización. En cierta manera, si esa identificación por
la vestimenta era posible nos tiene que poner en alerta sobre la poca dife-
renciación existente entre los considerados ‘españoles’ y los considerados
‘pardos’.
Por otro lado, la vestimenta puede verse como una estrategia para
ser considerado ‘español’, o simplemente como un mero afán de progre-
so. El apoderarse de los símbolos del otro siempre fue una estrategia uti-
lizada por los grupos marginados. Sin embargo, lo que no puede dudar-
se de su motivación es el uso de las parroquias destinadas a españoles pa-
ra formalizar los bautismos o casamientos.
La parroquia de San Blas no tenía un territorio fijo, sino que su ju-
risdicción se extendía a ‘todos los indios, mulatos y negros así esclavos co-
mo libres, moradores en todo el distrito de la Catedral y la Encarnación
[en Asunción]’.3 Esto debe entenderse como que obligatoriamente los in-
dígenas y afrodescendientes tenía que participar ahí y no en las otras dos
parroquias de la ciudad, la Catedral o la Encarnación. Si una criatura era
bautizada en algunas de las otras dos parroquias significa de por sí que no
era mulata, ni negra, ni india. Para que esto ocurriese se necesitaba o de la
complicidad del cura o de que las diferencias exteriores fueran no tan no-

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torias, lo que nos remitiría otra vez a un tipo de sociedad particular. Pe-
ro una vez más, los cabildantes se quejan porque los negros y mulatos no
utilizan su iglesia sino que se bautizan y casan en la de los españoles. Una
vez más, su pedido es ‘para que esta gente se bauticen y casen en su igle-
sia’.38
Finalmente, una tercera vía para dar el salto del ser considerado
mulato al ser considerado con el estatus de español fue el de las milicias
y contamos con un caso específico para fines del siglo XVIII.
Se estaban reorganizando las milicias de la provincia, y las compa-
ñías de pardos se encontraron con la realidad que cada vez tenían menos
sujetos. Los comandantes de las cuatro compañías de pardos que existían,
se quejan a su autoridad y expresan: ‘...que hallándose exhaustas de indi-
viduos dichas compañías [las de pardos], así por la extracción o separación
de estos soldados, los que olvidando su calidad se hallan interpolados en-
tre las milicias españolas...’.39
Lo llamativo no es sólo que lo pardos quieran dejar de serlo incor-
porándose a las compañías de españoles sino que estos últimos los acep-
ten sin mayor reparo. De hecho, una vez que se realiza el listado de los
pardos que se habían incorporado a las compañías de españoles, se puede
ver un agregado en el margen de algunos de los nombres aclarando ‘pro-
bó ser español’. Desgraciadamente no están esos instrumentos de proban-
za, pero no deja de ser llamativa esa ‘discrepancia’ acerca del status. Lo
mismo puede decirse en el caso de las iglesias. Si los pardos pueden utili-
zar otra iglesia que la de San Blas, es porque los curas respectivos no les
ponen obstáculos.
Los legajos de impedimentos matrimoniales también dejan en cla-
ro este conjunto de estrategias desplegadas por los afrodescendientes.
Cuando Pedro Tomás Amarilla se quiso casar con Rosa Catalina Miran-
da, desde los testigos alguien mencionó que el abuelo paterno de Rosa ha-
bía sido pardo, sin embargo, al comprobarse que tres hermanos de ella
habían estado en las milicias urbanas de españoles, se dejó sin efecto tal
acusación.40
El utilizar la milicia como prueba de blancura es una estrategia re-
currente. La utilizó Tomás Sosa en 1822 cuando la familia de su esposa
quería anular el matrimonio alegando desigualdad de sangre. El que ar-
gumentó a favor de Tomás fue el cura de Capiatá, Pedro José Moreno,
quien advierte que ya le había avisado a la familia de la novia, previo a la

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SOCIEDAD Y AFRODESCENDIENTES EN EL PROCESO...

boda, que la bisabuela de Tomás había sido parda, pero que su ‘sucesión
había sido procreada de hombres blancos’. Y agrega como dato probato-
rio que los ‘varones de la expresada sucesión por la relatada cualidad ha-
bían servido a lo político y militar entre los blancos’.41

Independencia, sociedad, negación

Constatamos que el proceso de independencia no implicó cambio


específico para la población afrodescendiente, ni siquiera que fuese un te-
ma en particular a tratar por la Junta Gubernativa o por el Dr. Francia.
Es más, vimos que las continuidades con los tiempos coloniales no
se restringían sólo al mantenimiento de las leyes españolas sino incluso en
el repetir ciertos esquemas como el utilizar a la población parda libre co-
mo antemural de la provincia-república. Se lo hizo en 1741 con Embos-
cada, se lo repitió en 1813 con Tevegó. La sociedad seguía concibiéndose
en grupos étnicos separados. Los indígenas en los pueblos de indios (has-
ta 1848 en que se suprimen dichos pueblos), los esclavos con sus amos
(hasta 1870 en que se abole la esclavitud) y con los pardos libres se inten-
tó seguir formando núcleos poblacionales alejados de la capital.
Las estrategias de los afrodescendientes continuarán también si-
guiendo los mismos derroteros que previo a la independencia. Vimos co-
mo la milicia siguió siendo el principal canal para dar este salto categorial,
y el ejército fue una de las instituciones más importantes durante el go-
bierno del Dr. Francia. El matrimonio igualmente será otro camino de
dejar la discriminación, y si bien durante los primeros años las licencias
escaseaban, ya durante el gobierno de Carlos Antonio López aunque las
leyes continuaban en vigencia las licencias se concebían.
Las razones que hacían comprensible a esa sociedad donde era po-
sible este paso, fundamentalmente la pobreza y el monolingüismo guara-
ní, también permanecieron tras la independencia, o, mejor dicho, regre-
saron tras el interludio 1780-1811. Y si bien los pardos no parecen haber
actuado como un conjunto organizado, sí parece que lograron su come-
tido de pasar desapercibido, de dejar de ser discriminado.
Esto lo comprobamos siguiendo el relato de Ildefonso Bermejo,
uno de los extranjeros traídos por Francisco Solano López a mediados
del siglo XIX, quien dejó una narración rica en detalles sobre la vida so-

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cial del Paraguay de esos años. Cuando se refiere al congreso nacional


reunido en 1857 para re-elegir al presidente Carlos Antonio López, nos
comenta que entre los miembros del congreso no vio ningún negro pero
‘sí noté que había gran número de mulatos’.42 De más está decir, que só-
lo Bermejo veía mulatos, el resto de la sociedad, y los mismos parlamen-
tarios, veían sólo paraguayos, blancos de linaje.
Finalmente, esta situación trajo consecuencias para la sociedad en
su conjunto, en especial la negación del componente afro en su identidad.
Cuando en 1911 se celebraba el centenario de la independencia se editó
un Álbum Gráfico para mostrarse a ellos y al mundo qué era el Paraguay.
Al momento de definirse étnicamente no dudan en afirmar que ‘existe en-
tre nosotros una perfecta homogeneidad étnica: el pigmento negro no en-
sombrece nuestra piel’.43

Notas

1. El caso se encuentra en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Real Au-


diencia, 1802, 3-3-2-29. Le agradezco a Osvaldo Otero el haberme llamado la atención so-
bre el mismo.
2. Archivo Nacional de Asunción (ANA), Sección Civil y Judicial (SCJ), 1300.1; 1453.3; y
1454.1
3. Éstos no eran pocos, en 1803 llegaban a 92 adultos (47 varones y 45 mujeres) además de
41 pardos libres que también vivían en el convento.
4. ANA, Sección Historia (SH), 200.1, Actas del Cabildo de Asunción de 1806. ff. 70r.-73r.
5. ANA, Sección Propiedades y Testamentos (SPT), 709.12
6. ANA, SPT, 536.2
7. Los datos de 1782 están extraídos de AGUIRRE, Juan Francisco de, “Diario del Capitán
de Fragata Juan Francisco Aguirre. Tomo II - Primera Parte” en Revista de la Biblioteca
Nacional, Tomo XVIII, Buenos Aires, 1949 y los de 1799 de MAEDER, Ernesto, “La po-
blación en el Paraguay en 1799. El censo del gobernador Lázaro de Ribera”, en Estudios
Paraguayos, 3:1, 1975, pp. 63-86. El original en el Archivo General de la Nación (AGN),
sala VII, documento 2636, pertenece al Fondo Andrés Lamas, legajo 33.
8. Francia. Volumen I. 1762-1817, Edición comentada, aumentada y corregida de la Colec-
ción Doroteo Bareiro del Archivo Nacional de Asunción, Tiempos de Historia, Asunción,
2009, p. 155.
9. CHAVES, Julio César, El Supremo Dictador. Biografía de José Gaspar de Francia. Carlos
Schauman Editor, Asunción, 1985, p. 198 [5ta edición, la 1ra es de 1942].
10. Seguimos el relato de WILLIAMS, John Hoyt, “Tevegó on the Paraguayan Frontier: A
Chapter in the Black History of the Americas”, en Journal of Negro History, 56:4, 1971,
pp. 272-284. Para una comprensión de la frontera norte del Paraguay ver ARECES. Nidia,
Estado y frontera en el Paraguay. Concepción durante el gobierno del Dr. Francia. Asun-

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SOCIEDAD Y AFRODESCENDIENTES EN EL PROCESO...

ción, Universidad Católica, 2007.


11. ANA, SH 216.1, Actas del Cabildo de Asunción de 1812, f. 29r.
12. El tema de la ilustración en nuestra región es más que debatido. No es nuestra inten-
ción abonar la discusión sino mostrar cómo cierto discurso se iba abriendo paso. La Ins-
trucción para maestros del 15 de febrero de 1812 de 73 artículos es quizá un ejemplo de-
mostrativo, al igual que su artículo 35: “Una de las cosas que más ha de cuidar es que ha-
blen el castellano desterrando e idioma nativo”. Este pensamiento ilustrado se ve reflejado
en las expresiones vertidas por el defensor de pobres, Francisco Moreno, en caso judicial
en donde no se quería reconocer la libertad a una esclava. El regidor decía: ‘porque tratán-
dose principalmente de la libertad de la dicha esclava y sus hijos y siendo, como es, repug-
nante a la humanidad la esclavitud pues toda criatura racional nace libre por naturaleza, y
ésta recibe el mayor de sus ultrajes viendo en su mismo seno una gran porción de sus indi-
viduos reducidos a bestias por la esclavitud; jamás se ha pensado tratar del caso ex profeso
y agregándose a esto por lo dicho ser una de las obras más laudables poner en libertad al
inocente...’. ANA, SCJ, 1184.1.
13. Para esta disputa ver el artículo de Cooney, Jerry, “El rival del Dr. Francia: Fernando
de la Mora y la revolución paraguaya”, en WHIGHAM, Thomas y Jerry COONEY, El Para-
guay bajo el Dr. Francia, Asunción, El Lector, 1996, pp.15-43 (original inglés de 1985).
xiv. Francia. Volumen I..., pp. 201-203, Oficio de la junta a Manuel Uriarte, 17 de enero de
1813.
14. Francia. Volumen II. 1817-1830, Edición comentada, aumentada y corregida de la Co-
lección Doroteo Bareiro del Archivo Nacional de Asunción, Tiempos de Historia, Asun-
ción, 2009, pp. 811-813.
15. Francia. Volumen I..., pp. 438-439, Oficio del Dr. Francia al Comandante de Concep-
ción, 9 de agosto de 1816.
16. El 18 de diciembre de 1817, la parda Dominga Noguera; el 28 de marzo de 1818, Vi-
centa Cabañas y su familia; el 5 de diciembre de 1819 va confinada la parda Susana. Ver es-
tos datos en Francia. Volumen I y Francia. Volumen II
17. ANA, SCJ, 441.15 (enero 1817).
19. La transcripción de esta disposición así como su comentario se encuentra en POTTHAST,
Barbara, ¿“Paraíso de Mahoma” o “País de las mujeres”?, ICPA, Asunción, 1996, pp. 67-
72.
20. Ver el Archivo Arquidiocesano de Asunción (AAA), Impedimentos Matrimoniales
(IM), 1852, Juan Ignacio Ruiz y Victoriana Aveiro (parda); Juan Bautista Samudio (pardo)
y María de los Santos Pavón; Apolinar Villagra y María Concepción Cáceres (parda); José
María Villasanti y Rafaela de Jesús Gutiérrez (parda); Manuel Pinazo (pardo) y Manuela
Colmán (india); José Paulino Romero y Gregoria Arias (parda). Los seis casos son del mis-
mo año, todos aún tienen que pedir la licencia correspondiente, en todos los casos se con-
cede.
21. RENGGER, Johann, Reise nach Paraguay in den Jahren 1818 bis 1826, Aarau, 1835, p.
92. Una traducción al castellano realizada por Alfredo Tomasini y José Braunstein está
presta a ser publicado por el Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Cató-
lica, Paraguay.
22. Para los datos de 1846 ver, KEGLER DE GALEANO, Anneliese, “Alcance histórico-de-
mográfico del censo de 1846”, en Revista Paraguaya de Sociología, nº 35, 1976, pp. 71-121;
WILLIAMS, John Hoyt, “Observations on the Paraguayan Census of 1846”, en Hispanic
American Historical Review. Vol. 56 nº 3, 1976, pp. 424-437. El censo se encuentra en la
sección Nueva Encuadernación del ANA, disperso por varios volúmenes.

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IGNACIO TELESCA

23. AZARA, Félix, Viajes por la América meridional, Espasa Calpe, Madrid, 1969, pp. 276-
277.
24. CÉSAR, Julio Ramón de, Noticias del Paraguay, Academia Paraguaya de la Historia,
Asunción, 2002, p. 207.
25. La siguiente sección la hemos desarrollado con mayor detalle en nuestra obra Tras los
expulsos. Cambios demográficos y territoriales en el Paraguay después de la expulsión de los
jesuitas. CEADUC, Asunción, 2009, capítulo III especialmente.
26. Según los cálculos de Richard Konetzke entre 1535 y 1600 llegaron a tierras paragua-
yas sólo 3.087 europeos. KONETZKE, Richard, “La emigración española al Río de la Plata
durante el siglo XVI”, en Miscelanea Americanista, Tomo III, Madrid, 1952, pp. 297-353.
27. Azara, Viajes…, p. 275.
28. SUSNIK, Brasnislava, El indio colonial del Paraguay II. Los tres pueblos guaraníes de las
misiones (1767-1803), Museo Etnográfico “Andrés Barbero”, Asunción, 1966.
29. ANA, SCJ, 1454.1.
30. Para 1761 hemos tomado la “Visita General que Don Manuel Antonio de la Torre hi-
zo de su obispado del Paraguay” que se encuentra en Madrid, Museo Naval de Madrid,
Miscelánea Ayala, vol. LIX, manuscrito II-2872, entre las páginas 233 y 325.
31. MAEDER, Ernesto J. A., Misiones del Paraguay: conflictos y disolución de la sociedad
guaraní (1768-1850), Mapfre, Madrid, 1992, pp. 53-68.
32. Ver CABALLERO CAMPOS, Los Bandos de Buen Gobierno de la Provincia del Paraguay.
1778-1811, Arandurá, Asunción, 2007.
33. AGN, Biblioteca Nacional, legajo 185, manuscrito 1638.
34. Real Cédula del 29 de abril de 1577. La que obligaba pagar tributo al rey es del 27 de
abril de 1574, ratificada el 5 de agosto de 1577 y el 21 de octubre de 1592.
35. Azara, Félix de, Geografía física u esférica de las Provincias del Paraguay y Misiones.
Anales del Museo Nacional, Montevideo, 1904, pp. 47-48.
36. ANA, SH, vol. 125-1, f. 273r. Acta del Cabildo del 3 de marzo de 1757.
37. AGI, Buenos Aires, 248, Cuadro de la provincia del Paraguay, sobre curatos, doctrinas
y reducciones, confeccionado por Pedro Melo de Portugal el 13 de julio de 1783.
38. ANA, SH, 125.1, f. 273r-v. Acta del Cabildo de Asunción del 3 de marzo de 1757.
39. ANA, SH 166.6, informe del 10 de septiembre de 1796.
40. AAA, IM, 1830, ff. 18-21.
41. AAA, IM, 1819-1824, f. 26r.; ver también IM, 1825 L-V, ff. 99-109 en que también se
argumenta que ha ‘servido militarmente entre los blancos’; IM, 1826-1827, ff. 87-89, ‘ha
servido a la República en calidad de soldado Urbano en la clase de blancos’, IM, 1832, f.
80, certificó servir ‘a la patria entre los blancos en compañía de soldados urbanos, no obs-
tante sea de la nota denunciada de ser pardo’, IM, 1832, ff. 206-210.
42. BERMEJO, Ildefonso, Episodios de la vida privada, política y social de la República del
Paraguay, 1913: Quell y Carrón, Asunción, 1913, p. 167. Esto es aún más llamativo si te-
nemos en cuenta que para elegir y ser elegido había que ser propietario.
43. LÓPEZ DECOUD, Arsenio (ed.), Álbum Gráfico de la República del Paraguay, Talleres
Gráficos de la Compañía General de Fósforos, Buenos Aires, 1911, p. 8.

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“LA PATRIA ME HIZO LIBRE”


APROXIMACIÓN A LA CONDICIÓN DE LOS ESCLA-
VOS DURANTE LAS GUERRAS DE INDEPENDENCIA
EN LA BANDA ORIENTAL

ANA FREGA
UNIVERSIDAD DE LA REPÚBLICA, MONTEVIDEO, URUGUAY

La frase que da título a este trabajo forma parte de un escrito que


presentó el “moreno libre” Antonio Rodríguez, preso en Montevideo en
1816 a pedido de su antiguo amo, un español europeo. A cambio de su li-
bertad, ofrecía alistarse en la milicia de artillería. Según su relato, después
de la ocupación de Montevideo en 1814 había pasado a servir en el Regi-
miento Nº 10 del ejército de las Provincias Unidas del Río de la Plata. No
encontraba ningún reparo en informar que tiempo después había deser-
tado –debe recordarse que las tropas orientales dirigidas por José Artigas
estaban en guerra con las del Directorio de las Provincias Unidas-, y que
se ganaba la vida conchabándose en tareas rurales. Su antiguo amo lo ha-
bía enviado a prisión cuando se negó a continuar dándole “todo o parte
de lo trabajado”. En su argumentación destacaba:

“Yo Excelentísimo Señor soy libre desde que me filiaron, y el susodicho Se-
ñor dejó de ser mi amo desde el momento que me entregó ¿por qué pues, con-
tra toda justicia, quiere esclavizarme nuevamente? Cuando la Patria me hizo
libre y me puso en el fuero de mis derechos. Cuando el mencionado Señor
fuese algún americano, o hubiese prodigado sus intereses en favor de este go-
bierno por adhesión al Sistema, no replicaría y me sometería a sus órdenes; pe-
ro Señor, es Europeo y enemigo del País en que vive”.2

Resulta notable en esta petición la apropiación del mensaje revolu-


cionario -la reasunción de los derechos y la lucha por la libertad- y de las

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ANA FREGA

oposiciones entre “europeos” (españoles) y americanos. Desde la perspec-


tiva de los esclavos, la incorporación a las filas patriotas podía ser una eta-
pa transitoria. Así como huían de casa de sus amos, podían desertar de los
regimientos y acortar el plazo para ganar su libertad. No estaba lejos la
experiencia de los tiempos de la colonia, donde un espacio rural abierto y
multiétnico alimentaba la idea del “cimarronaje” o de conformar un pa-
lenque o quilombo, a estar por las declaraciones de los implicados en un
fallido intento de fuga a comienzos del siglo XVIII.
Este trabajo explora las alternativas de emancipación y las posibi-
lidades de negociación que se abrieron a los esclavos y a las esclavas a par-
tir de la Revolución de Independencia. La obtención de la libertad para
los esclavos fue un complejo proceso de experiencias individuales y co-
lectivas que no admite una lectura unívoca y que implicó una diversidad
de respuestas y reacciones. La ruptura institucional ambientó la fuga de
esclavos, requirió la leva de afrodescendientes libres y esclavos, y promo-
vió el dictado de disposiciones tendientes a la abolición progresiva de la
esclavitud. A las medidas institucionales se sumaron, complementaron,
presionaron u opusieron los diversos caminos de resistencia de los distin-
tos grupos de población esclavizada. Se aborda el proceso abierto con la
crisis revolucionaria iniciada en el Río de la Plata en 1810 y que en el ca-
so de la Banda Oriental se cerró hacia 1828-1830, después que una Con-
vención Preliminar de Paz firmada por el Imperio de Brasil y las Provin-
cias Unidas del Río de la Plata, con la mediación de Gran Bretaña, resol-
viera la formación de un estado independiente en la Provincia de Monte-
video o Cisplatina.

El estallido revolucionario y la esclavitud

Desde el inicio mismo de la revolución, el bando españolista de-


nunció la fuga de esclavos, a su vez, el bando patriota fomentó la forma-
ción de batallones de pardos y morenos a cambio de otorgar la libertad
luego de cierta cantidad de años de servicio.3 Por ejemplo, luego del ini-
cio de los enfrentamientos en la región de Soriano en la Banda Oriental
el 28 de febrero de 1811, las primeras tropas que llegaron como apoyo
desde Buenos Aires fueron regimientos de pardos y morenos comanda-
dos por Miguel Estanislao Soler. A su vez, la fuga de más de mil esclavos

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“LA PATRIA ME HIZO LIBRE”

de ambos sexos, “riqueza y brazos de estos hacendados”, según el denun-


ciante, fue comunicada por el Comandante del Apostadero Naval a las
autoridades españolas por oficio fechado el 19 de noviembre de ese año.4
La documentación muestra cómo ante las fisuras de los mecanismos de
control o ante las limitadas medidas abolicionistas hubo quienes procu-
raron caminos propios de libertad. En esa situación se hallan las mujeres
que se ampararon en los decretos que, fomentando la fuga de esclavos del
enemigo, les prometían la libertad si se incorporaban al ejército. Desde su
lectura, los decretos eran aplicados a ellas sin ninguna contrapartida por
ser mujeres. Así lo planteó Ana, esclava de doña Manuela Antonia Cuba,
luego de la rendición de los españoles en 1814. La resolución fue favora-
ble, pero sin fisurar la institución de la esclavitud: Ana había pasado a
pertenecer al Estado de las Provincias Unidas, y éste la declaraba libre.5
A pesar de estos hechos, las posturas revolucionarias respecto de la
esclavitud no fueron claras. Entre los grupos dirigentes se manifestó la
tensión entre derechos contradictorios. Por un lado, el derecho individual
a la libertad, que favorecía el dictado de medidas de corte abolicionista.
Por otro, el derecho individual de propiedad, que amparaba a los amos
del bando patriota.6 Por último, el derecho del Estado a reclutar ejércitos
para la defensa de la patria sustentó el enrolamiento obligatorio de escla-
vos, bajo promesa de libertad, en batallones de pardos y morenos.
Las disposiciones respondieron tanto a las necesidades de la guerra
contra el español, los gobiernos “centralistas” de Buenos Aires y los por-
tugueses, como al conflicto social que acompañó la radicalización de la
revolución oriental a partir de 1815. La urgencia de reforzar las tropas, las
garantías a la propiedad privada y la promoción de la libertad “en toda su
extensión imaginable”, tal como se estampó en el art. 3º de las Instruccio-
nes dadas a los diputados orientales en 1813,7 pautaron –con contradic-
ciones– las medidas del gobierno oriental sobre la esclavitud. La condi-
ción de “infelices” de los afrodescendientes fue expresamente reconocida
en el art. 6º del Reglamento Provisorio para el fomento de la campaña y
seguridad de sus hacendados, otorgado el 10 de setiembre de 1815. Refi-
riéndose a los “negros libres y zambos de esta clase” se dispuso que de-
bían encabezar la fila de los beneficiarios de estancias y ganado confisca-
dos a “malos europeos y peores americanos”.8 En cuanto a los esclavos, no
hubo disposiciones abolicionistas de carácter general, como se dijo. Se re-
conoció la vigencia de las medidas tomadas por las autoridades residentes
en Buenos Aires en esa dirección y se profundizaron tendencias que ve-

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ANA FREGA

nían del período colonial como, por ejemplo, el derecho de los esclavos a
comprar su libertad o la de sus familiares. Sobre este último aspecto, uno
de los casos más citados en la bibliografía es el de Ana Gasquen o Gan-
dara, quien no sólo consiguió que se obligara a su amo a aceptar el pago,
sino que el importe se efectuara en la moneda corriente de la Provincia,
sin tener en cuenta la diferencia con la de Islas Canarias, lugar donde ha-
bía sido adquirida la esclava. Ordenaba Artigas al Cabildo de Maldona-
do el 28 de noviembre de 1818:

“Sin embargo de no haber ley sancionada sobre el particular q.e se reclama, es


conforme à los intereses del systema se proteja la Libertad de la Esclavatura
contra las leyes del Despotismo.”9

Esto podría ser un anuncio del camino a seguir una vez que con-
cluyera la “provisoriedad revolucionaria” y se organizara el nuevo Esta-
do pero, como otros aspectos del proyecto artiguista, dependía del peso
de las alianzas.

2. La “libertad de vientres” en los tribunales

A casi tres años de iniciada la revolución del Río de la Plata, la fla-


mante Asamblea Constituyente reunida en Buenos Aires decretó que na-
die nacería esclavo en las Provincias Unidas desde el 31 de enero de
1813.10 El hecho de que los diputados orientales no fueran admitidos en
dicha Asamblea fue esgrimido por algunos amos como argumento para
negar la vigencia de esta disposición en la Provincia Oriental. La docu-
mentación da cuenta de que los amos continuaron exigiendo sumas de di-
nero para otorgar la libertad de los infantes. Un procedimiento utilizado
fue el acordar un precio en la pila bautismal y luego una tasa por los me-
ses de crianza.11 En otros casos, los niños eran incluidos en el precio de
venta de la esclava. Las esclavas tuvieron que transitar la vía jurídica para
lograr el cumplimiento de la norma que otorgaba la libertad a sus hijos.
El resultado fue diverso y limitado, debido al mayor o menor acceso al
entramado judicial, así como a la posición e influencia de los amos. Vea-
mos dos ejemplos.
Gregoria Fruanes, en su condición de parda y natural de Montevi-
deo, se presentó en 1815 ante el delegado de José Artigas en Montevideo,

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“LA PATRIA ME HIZO LIBRE”

Miguel Barreiro, denunciando que su amo estaba incluyendo a su hijo en


el precio de venta. Según su testimonio, el niño había nacido “en el dicho-
so tiempo de un Sistema Liveral y de Livertad, tan análogo al grito gral.
dela America y aun de la misma naturaleza”. Denunciaba a su amo, don
Juan Méndez Caldeyra, quien “solo mira sus intereses y desdice con sus
obras el Patriotismo y honrrades que anuncia con sus labios”. En caso de
que estos argumentos de corte político y humanitario no fueran suficien-
tes, añadía que en las anteriores operaciones de compra-venta no se ha-
bría abonado la alcabala correspondiente, aludiendo a una norma españo-
la de 1779.12 El expediente quedó trunco luego de que el Cabildo dispu-
siera dar vista al amo. Méndez Caldeyra, antiguo cabildante, abastecedor
del ejército y Capitán de la Compañía Cívica de Cazadores en 1815, era
también un importante poseedor de esclavos.13
La esclava Cristina debió defender la libertad de su pequeña hija
cuando su amo regresó a la Provincia Oriental en 1820. Se habían trasla-
dado a Buenos Aires en 1818, cuando la zona había pasado a dominio lu-
sitano. En noviembre de 1820, don Vicente Ramos, vecino y juez del pue-
blo de San Salvador, se presentó a las autoridades de Colonia reclamando
la propiedad de una “negrita chica”, hija de su antigua criada Cristina.
Argumentaba en su favor que “en esta Banda no ha[bía] habido semejan-
te orden de Libertad a ningún negro recién nacido” y que el gobierno de
Buenos Aires había actuado contra derecho cuando había determinado
que “la cría [era] libre y no dentraba en la venta” de la criada que había
hecho en aquella ciudad. El escrito presentado por la esclava Cristina, por
el contrario, sostenía que “Don Jose Artigas, a cuyo cargo estuvo esta Pro-
vincia jamas desaprobó esta gracia, antes la hizo cumplir”. Hacía referen-
cia a un oficio enviado “à todos los curas de esta Banda sobre el metodo
q.e debían observar en el ministerio parroquial con los libertos” y mencio-
naba la existencia de antecedentes favorables en ese mismo juzgado. Si su
pedido era desestimado, solicitaba papel de venta para su “desgraciada”
hija a fin de librarla del “corazón de fiera” de don Vicente Ramos. Las au-
toridades locales fallaron en favor de la libertad de la niña.14
En otras regiones del “Sistema de los Pueblos Libres” también se
procuró utilizar la independencia política respecto del gobierno de las
Provincias Unidas para desconocer la vigencia de la “libertad de vien-
tres”. Esto parece haber ocurrido en Corrientes bajo el gobierno de José
de Silva en 1815 y aun después, ya que en noviembre de 1817 Juan Bau-
tista Méndez debió solicitar al Cabildo Gobernador de Corrientes que le

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