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¿Literatura menor o literaturas menores?
Zamir B echara
Estoynoamericana
convencido de quetan
si fuéramos se honestos
ganaríaymucho
precisos en lapara
como crítica literaria
definir al hispa
principio de los debates los términos centrales que vamos a usar, no sea que
las ambigüedades del uso amparen la mediocridad de algunas de las conclu
siones que vayamos a extraer. Esto es algo propio de los filósofos analíticos
de todos los tiempos, admirables por la precisión terminológica de que hacen
gala. En el caso que me ocupa se trata de ver qué significa «literatura menor»
o «literatura pequeña» -que no creo que el uso de un adjetivo u otro tenga
más importancia, pero sí el que la expresión sea definida con más o menos
claridad. Es preciso, pues, delimitar el significado de los vocablos que se usan
para poner puertas al campo y evitar la babel terminológica que generan las
imprecisiones semánticas. En lengua castellana el vocablo «pequeño» remite
al significado de «poco tamaño» o si se prefiere «de menos tamaño que el de
otras de la misma especie». Ahora bien, «pequeño» aplicado a magnitudes
no corpóreas (como el caso de la literatura), no se dice «más pequeño», sino
«menor». En este sentido, la calidad literaria de una obra no es «más peque
ña» respecto de otra, sino de «calidad menor», donde «menor» sería adjetivo
comparativo de pequeño, es decir, que es inferior a otra cosa en cantidad,
intensidad o calidad. Mientras que «más pequeño» se dice de lo que tiene
menos cantidad o menos materia que otra cosa con que se compara: «Tengo
más obras, pero de calidad menor», por ejemplo.
En rigor y siendo fieles a la traducción del alemán al castellano, Für eine
kleine Literatur significa «por una literatura pequeña», pero en la aplicación
práctica y exacta de su correspondencia semántica al castellano, se trataría
de una «literatura menor» por cuanto se aplica a una magnitud no mate
rial sino conceptual, que emplea como instrumento la palabra. Por tanto,
utilizaré «menor» y no «pequeña» para referirme a la literatura definida
por Kafka en su Diario y también para diferenciar otros sentidos que en la
actualidad se dan a la dicha literatura.
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crítico de la elocuencia española, por solo poner dos ejemplos de los siglos
xviii y xix. Recordemos que el Decret de Nova Planta de los Borbones
prohibía el uso del catalán en los textos jurídicos y administrativos, pro
hibición que siguió con Primo de Rivera y que se consolidó con Francisco
Franco. La eclosión del romanticismo en Cataluña, por lo que respecta a la
cultura y a todos los géneros literarios, se realizó en castellano. Es más, el
prólogo a los Bandos de Castilla, de Ramón López Soler, está considerado
como el primer manifiesto del romanticismo y de la novela histórica ca
talana. Durante el romanticismo catalán no podemos olvidar que figuras
tan prestigiosas como Milá i Fontanals o Rubio i Ors también escribieron
en castellano. En líneas generales, esta situación de mejor reputación de la
lengua dominante hizo que se prefiriera el castellano como lengua de pres
tigio hasta el punto que la situación de la prosa catalana, como mínimo por
lo que se refiere a la novela histórica, se escribiera en castellano hasta 1862,
aproximadamente. En la actualidad, hay escritores catalanes que escriben
en castellano por parecidas razones de amplitud de público lector y por
criterios contractuales editorialistas: Juan Marsé, Javier Cercas, Eduardo
Mendoza, Carlos Ruiz Zafón o Nuria Amat se cuentan entre ellos. Un
caso curioso fue el de Angel Guimerá, de origen canario, que escribió en
catalán a mediados del xix, en plena Renaixen^a Catalana. Inicialmente
escribía en castellano, pero cambió al catalán al trasladarse a Cataluña y
observar la pujanza como lengua de prestigio renacida del catalán. En ese
caso la lengua mayoritaria, en ese contexto, era el catalán, puesto que tenía
un poder político elevado, lengua con la que se consagró como referente
en la historia de la literatura catalana. Sin embargo, existen buenas razones
para sospechar que, con respecto a las expectativas creadas con la promul
gación del Estatuto de Autonomía de Cataluña (1979), la evolución de la
producción literaria catalana no satisface los elevados criterios de calidad
que hubiera evitado la fuga de talentos al castellano.
Deleuze y Guattari explicitan tres rasgos que caracterizan a este tipo de
literaturas, a saber, su lenguaje desterritorializado (autores «extraterritoria
les», diría Steiner), su carácter político y su sentido colectivo. El escritor
de literatura menor sufre una especie de alienación, de tensión por ser
desprovisto de algo que le pertenece: necesita expresarse, pero sabe que su
lengua no tiene el poder de transmisión ni el prestigio de la mayoritaria,
así que debe expresarse en un medio lingüístico que le es ajeno, porque
es la lengua de una literatura que no es capaz de expresar su sentir, sus
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alcanza niveles muy altos, la pobreza extrema supera con creces más del
40% de la población y la incertidumbre por el futuro es un flagelo que
somete sus expectativas vitales. Cabría preguntarse cómo se va a llevar a
cabo, no ya gran, sino buena literatura, literatura digerible, cuando no se
han satisfecho las necesidades básicas, cuando no se ha alcanzado el nivel
de ocio suficiente como para permitirse poder engendrar obras literarias
de cierto mérito. Las aventuras estéticas creativas universalizables sólo se
pueden construir a partir de cierto nivel de bienestar. Recordando a Aris
tóteles en su Etica a Nicómaco, toda dedicación intelectual requiere haber
satisfecho previamente las necesidades primarias. Además del bienestar, se
necesitan ciertas dosis de genialidad, así que la propuesta de reivindicar un
uso de literatura menor para esos casos tiene visos de ser probablemente
una propuesta políticamente correcta y a la moda, congruente con las rei
vindicaciones de lo marginal, lo minoritario, lo descartado, lo secundario.
Es preciso recordar aquí que, debido a las enormes distancias de sus po
sesiones, la corona española creo los llamados Virreynatos como sedes de las
principales autoridades regionales y que en las capitales de dichos virreinatos se
gozó de un mejor nivel de bienestar y un uso de la lengua castellana superior al
de otras regiones más apartadas de los centros neurálgicos del poder. Así pues,
las capitales de los primeros virreinatos de la Nueva España y del Perú hasta
los de última creación, el Virreinato de la Nueva Granada y el del Río de la
Plata, gozaron de una posición privilegiada desde el punto de vista cultural.
Los ingenios coloniales crearon una literatura original que competía en mu
chos casos con los autores españoles de más renombre, como es el caso de Juan
Ruiz de Alarcón y sor Juana Inés de la Cruz en México, Juan Rodríguez Freile
o Hernando Domínguez Camargo en la Nueva Granada, Guamán Poma de
Ayala o el Inca Garcilaso de la Vega en el Perú. Esta «ventaja cultural» de las
antiguas sedes virreinales respecto de otras provincias más distantes geográfica
mente continua, a día de hoy, erigiéndose en una dificultad añadida a las altas
tasas de analfabetismo que sufren muchos países de la América Hispánica. Si
a esto se suma la constante agitación política (golpes de estado, guerras civiles,
etc.) a lo largo de la historia de estas naciones posteriores a la Independencia, es
fácil colegir que muchos de los posibles Rulfos, Gabos, Borges o Vargasllosas
hayan sido ahogados por los tsunamis de las agitaciones internas, perjudicando
irreparablemente su desarrollo intelectual y literario. Es posible y realmente se
ría deseable que se pudiera contrapesar la balanza de la historia mediante sub
venciones gubernamentales dirigidas a promover la publicación y distribución
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de futuros talentos. Es posible que éste fuera uno de los caminos posibles que
condujera a la producción de cierta literatura menor, en su tercera acepción
por lo menos, para que las señas de identidad de muchos miles de hispano
americanos no caigan en el olvido. Obviamente, la selección de los autores
debe hacerse amparada en estrictos criterios de calidad estética y no dejándose
llevar por favoritismos políticos o partidistas, preferencias que conducirían la
producción literaria de estos países a un callejón sin salida.
Si acercamos nuestra lupa a la actual literatura colombiana, creadora de
modelos narrativos a partir del prestigioso boom literario de Gabriel García
Márquez, dictador involuntario del gusto estético en lengua castellana duran
te las últimas décadas (al menos para el caso de Colombia) observaremos que
en las zonas de asentamientos africanos como El Chocó existe un número sig
nificativo de escritores de literatura menor (de nuevo, en la tercera acepción
del término) que se sirven de un castellano específico de la región, huyendo
expresamente de la homogeneización estética tan de moda en nuestros tiem
pos globalizados, con sus giros provinciales, pero que al mismo tiempo no
olvidan el especular reflejo de los patrones estéticos del Siglo de Oro español,
hasta tal punto que podrían pasar, no por cultismos, sino por un uso macha
cón y exagerado de neologismos de nuevo cuño, calificados así por ignorancia
de los propios lectores, entre ellos los críticos. Me refiero a obras como Las
estrellas son negras (1949) y Buscando mi madredios (2010) de Arnaldo Palacios
o bien a La palizada (1957) de Miguel Ángel Caicedo, Cuentos y relatos que
son vida (1991) de César E. Rivas Lara y últimamente las narraciones cortas y
composiciones de Zully Murillo, cuyas letras forman parte del acerbo folcló
rico chocoano y colombiano y que han pasado al inconsciente lúdico cuando
el pueblo se deja llevar por el ritmo de la música salsa o de la chirimía, inter
pretada, entre otros, por auténticos iconos y referentes musicales, como las
orquestas de Niche, Guayacán, Hansel Camacho o la propia Zully Murillo.
Ya para acabar, debo insistir una vez más que desde el conocido artículo
de T. S. Eliot «What is Minor Poetry?» (1944) hasta las teorías más actuales de
Deleuze y Guattari, el concepto de «literatura menor» no tiene un sentido
peyorativo ni restringido o reductor, sino que se refiere a la producción
literaria de una minoría de autores que escriben sus obras desde un ángulo
diferente. Decía Eliot que un poeta menor sería aquél que tiene algo dife
rente que decir (que no se haya dicho antes) y que ha encontrado el modo
diferente de expresarlo.
Abril, 2010
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