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EL
APOCALIPSI
S
El libro de la
seguridad
consoladora.

Manuel Castro Román

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Instituto Diocesano
de Teología de la
Vida Consagrada
Sevilla 2011

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APOCALIPSIS

INTRODUCCIÓN.

La lectura de este libro interesa cada


vez más, pero da sensación de vértigo. Hay
momentos en que nos sentimos desbordados por la
visión alucinante de este libro que nos resulta
excesivo.

No podemos olvidar que este libro ha


nacido dentro de un profundo movimiento, que
produjo otras obras semejantes a éste. El
movimiento de la literatura apocalíptica, primero
entre los judíos y luego entre los cristianos, desde el
siglo IV antes de Cristo hasta el siglo II después de
Cristo.

Es un libro, que por extraño, lo mismo


es olvidado que produce atracción. Al leerlo, el lector
se siente desde el principio hechizado , participa de
su experiencia religiosa, oye la voz del Señor en las
Siete Cartas, es testigo de espléndidas liturgias en el
cielo, toma parte en el combate entre el bien y el
mal.

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SIMBOLISMOS.

Es lo que más llama la atención. Está


saturado de visiones simbólicas, cosa típica de este
género. Si título, Apocalipsis, significa manifestación
de algo oculto. Pero se aparta de la frustración de
otras obras de este tipo. Se presenta como una
profecía de la historia llena de símbolos.

El autor se siente coaccionado a


escribir así porque el mensaje se lo impone. La
victoria de Cristo ha cambiado el curso del tiempo y
las dimensiones del espacio. Una nueva luz llena por
completo nuestra realidad y da sentido a los
acontecimientos de nuestra historia. Todo queda
transfigurado. Por eso que sólo el símbolo es capaz
de superar el convencionalismo del lenguaje, de
elevar lo concreto a una dimensión trascendente y
abrirlo a una contemplación misteriosa.

El simbolismo procede en primer lugar


del A. T. (serpientes, paraíso, las plagas, la
trompeta,,,) También de la apocalíptica judía y otros
elementos que añade el autor.

Podemos resumir en cuatro grupos los


símbolos:

Simbolismo cósmico.

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Significa lo trascendente, la presencia
de Dios. Sobre todo, los cataclismos, (sol negro, luna
que sangra, terremotos...) expresan la presencia de
Dios en la historia. Ante esa presencia tan fuerte la
naturaleza se resiente y el hombre está incitado a
reconocer a Dios. Sin embargo algunos lo rechazan.

Símbolos terrenos.
Sobre todo del mundo animal. (Dragón,
las bestias, caballo. cuernos...). Alude a las fuerzas
sobrehumanas, pero controladas por Dios. Estas
fuerzas actúan brutalmente en la historia
deshumanizándola.

Simbolismo cromático.

Su significado sobrepasa su valor


convencional. El rojo indica violencia y crueldad; el
blanco, lo sobrenatural, en especial la resurrección;
el dorado es el de la liturgia; el verde no es la
esperanza, sino la caducidad de la vida.

Simbolismo aritmético.

Los números expresan la calidad de


algo que su cantidad indica. El 7 y sus múltiplos
significan la perfección, la totalidad. El 12 hace
referencia la Historia de la salvación. A.T. doce
tribus; N. T. doce apóstoles.

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LA ACTITUD ANTE EL SIMBOLO.

La primera es dejarse impresionar por


la fuerza del símbolo; no ofrecer resistencia ante su
capacidad de evocación; meterse en su atmósfera
sobrecogedora, que tiene el poder se situarnos en
regiones abiertas, cercanas a la contemplación del
misterio.

Por ello, una contemplación fría, que va


armada de la clave o truco para convertir fácilmente
el símbolo en un dato intelectual, sin permitir que el
símbolo interpele, es una actitud irrespetuosa con el
Apocalipsis. No es un tratado de dogmas, sino un
libro misterioso que habla de la revelación con el
lenguaje de los símbolos.

Luego hay que ir descifrando el símbolo


pacientemente; analizando con un estudio riguroso,
uno a uno. Es preciso sacar su contenido teológico,
sin quitarle su poder de evocación. Por eso no se
puede leer el libro demasiado deprisa; el ritmo de la
lectura debe ser lento, intercalado de profundas
pausas reflexivas y atento silencio.

Hay que comprender el contenido del


símbolo desde la situación concreta que el lector está
viviendo: historia personal, de la comunidad
cristiana, de la Iglesia, de los hombres. Es preciso

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contrastar el símbolo con la historia. De lo contrario
se quedará en una ficción desencarnada, sin ese
poder que encierra para iluminar y orientar nuestra
marcha por la vida.

El libro se deja leer y con gusto,


cuando se va respondiendo a las preguntas que
plantea.

ESTRUCTURA.

Aparece como una obra unitaria,


precedida de un prólogo (1, 1 – 3) y acabado con un
epílogo (22, 6 – 21). Consta de dos grandes partes,
desiguales en extensión y contenido. La primera son
la siete Cartas a las Iglesia (cap. 2 – 3) la segunda
(cap. 4 – 22).

Podemos hacer el esquema siguiente:


Prólogo (1, 1 – 3).
Las Siete Cartas (1, 4 – 3,22).
Introducción litúrgica (1, 6 – 8).
Presentación de Cristo resucitado (1, 9 –
20).
Las Cartas (cap. 2 y 3).
Interpretación profética de la historia (4, 1
– 22, 5).
Preludio (cap. 4 y 5).
Los sellos (cap. 6 y 7).
Las trompetas (8, 1 – 11, 14).

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Las tres señales (11, 15 – 16, 16).
Desenlace final (16, 17 – 22, 5).
Epílogo (22, 6 – 21).

AUTOR Y FECHA.

No lo sabemos realmente. Pero sí que es


una persona genial que ha logrado escribir
una obra única y misteriosa. Está toda al
servicio de una verdad teológica: la
intervención decisiva de Cristo en la
historia de la humanidad.

No es Juan, aunque lo diga en (1, 10).


Es frecuente la pseudonimia en los libros de la
Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento. El autor real, que siente una
especial afinidad y admiración hacia Juan y
pone la revelación en su boca. No es un
plagio. Se trata de un discípulo que se pone a
escribir con admiración bajo la guía ideal de su
maestro.

Como fecha se puede situar a finales


del siglo I, hacia el año 95.

SITUACIÓN VITAL, MENSAJE PARA HOY.

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Refleja una situación de crisis. Viendo
sus características podemos ver su
correspondencia con nuestros días. Y las
claves de salvación que ofrece son también
hoy válidas.

Crisis interna.

Se ve sobre todo en las Siete Cartas. No


parece muy ejemplar la vida de aquellas
comunidades. Se relativiza la obra redentora
de Cristo. Se le toma como un personaje
celeste sin incidencia en nuestra realidad, se
ridiculizan los imperativos de la ética cristiana,
se practica la indiferencia y el laicismo,
situación ambigua que fue llamada tibieza.

Crisis externa.

El autor ha visto en los acontecimientos


(la persecución de Domiciano, quien se
pretendía dar culto divino) un choque
inevitable entre la fe cristiana y el Imperio
Romano. Ha desenmascarado el autor la
verdadera realidad, que debajo del Imperio
Romano, que pretende erigirse en poder
absoluto, se esconde una fuerza diabólica.
Está escrito con acentos de radicalidad: o se
adora a Cristo, el Cordero, o se es esclavo de
la bestia. Es imprescindible tomar partido.

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Incluso en los momentos más grandiosos del
libro (por ej. 22, 15) hay una fuerte llamada a
la fidelidad. En esto consiste el mensaje del
Apocalipsis.

La Iglesia purificada por la Palabra de


Cristo, iluminada por el Espíritu Santo se
enfrenta a un mundo hostil, que por un lado le
reconoce con indiferencias o con enemistad. Y
en ese enfrentamiento sigue la misma suerte
que su Maestro: la persecución.

La comunidad cristiana está siempre


invitada a leer este libro. Aquí se habla sobre
todo de un acontecimiento que ha trastornado
la historia de la humanidad: la aparición
pascual de Cristo, mejor dicho con palabras
del Apocalipsis, la aparición del Cordero de
pie, aunque degollado. (5, 6).

Esta intervención de Cristo ha hecho


que la eternidad de Dios se meta en nuestro
tiempo; el cielo, lugar de Dios, se abre e
invade la tierra y la historia. Es una teología de
la historia, en forma de símbolos, la conducta
providente de Dios para con la Iglesia.

No es un libro fácil, ni para curiosos. Es


la respuesta divina al grito de la humanidad y
al perseverante testimonio de fe de la Iglesia.

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Es el último libro de la Biblia y el más
saturado de citas del Antiguo Testamento.
También el más denso y difícil.

Su lectura debe ir acompañada de una


actitud sapiencial, meditativa, para discernir
espiritualmente su mensaje. De manera
estratégica va salpicado de himnos. Con ellos
se puede descubrir y gozar cuanto va diciendo
el texto. Son como remansos dentro del
mismo libro. Estos himnos nacieron en la
liturgia, y, en la liturgia es sobre todo donde
este libro es entendido y celebrado.

Repito que su lectura debe ser lenta y


continuada, con un corazón limpio de ideas
propias, actitud contemplativa. Es necesario
aprovechar las Siete Cartas del principio como
una seria llamada a la conversión personal, y
en ese estado de pureza espiritual es cuando
se puede acometer la lectura provechosa, sin
pretender entender ni aprender o interpretar,
sino entrar dentro de la historia, que es
siempre la misma.

Digamos finalmente, que el autor


testigo de los muchos sufrimientos de los
cristianos primitivos, sobre todo de las
temibles persecuciones, pretende traerles un
poderoso consuelo. Que al fin siempre vence
el Cordero degollado. Que no se asusten por el

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tremendo poderío de los agentes externos,
sobre todo el Imperio Romano que pretende
acabar con todos. Como los terribles poderes
del mal, poderes fácticos que amenazan la
existencia de la Iglesia y de los cristianos. Al
final todos serán reducidos a la nada por el
poder de Jesucristo. Pero éste nunca actuará
con la violencia y la crueldad, no aparece así
en ningún momento. Sino con un poder
misterioso que aniquila todo lo que va contra
la obra de Dios y contra su Pueblo.

De aquí el interés del Libro del


Apocalipsis para nuestros días, y podemos
decir para siempre. Hoy vemos cómo se
ciernen sobre la Iglesia esas terribles
persecuciones materiales, culturales, sociales y
hasta religiosas que nos amenazan con la
destrucción de la Iglesia, de su esencia, de su
misión salvadora en el mundo. Mas ahora
como entonces, podemos oír cómo al fin
triunfa Jesucristo, como Señor de todo, que
con su muerte y resurrección venció todas las
fuerzas del mal. Es necesario leerlo con este
espíritu de fe y esperanza .

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CAPÍTULOS 1 – 3.

Desde el primer momento se insiste en


la centralidad que ocupa la presencia de
Jesucristo. Todo el libro se refiere
constantemente a su persona y actitud,
pretende desvelar ante los ojos de la Iglesia la
profundidad y riqueza de su misterio. Mas el
origen último de la revelación es Dios, quien la
da a Jesucristo, y este, como protagonista de
una cadena de testimonios, la muestra a su
siervos, a su ángel intérprete y finalmente a
Juan, que se presenta a nosotros como testigo
de lo que ha visto, o sea de la Palabra de Dios.

Se proclama al comienzo una


bienaventuranza. “Dichoso el que lea...” La
primera de las siete que lo jalonan,
calificándolo como un libro de dicha y de
consuelo, imagen positiva, contrario a los
conceptos erróneos, que lo ven como un
catálogo de desventuras y fatalismos. Es el
libro de la esperanza cristiana.

Esta revelación es totalmente divina. No


está cerrada o hermética, sino descifrada,
abierta; la gran profecía de los últimos
tiempos.

La primera parte del Apocalipsis intenta


colocar al lector en la situación adecuada para

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entender la segunda, más extensa, y, que
contiene el mensaje del libro. El núcleo de
esta primera parte son los capítulos 2 y 3. Son
un detallado proceso penitencial, que el autor
pone antes de desvelar el sentido de la
historia, pues sólo los que se han convertido al
Señor serán capaces de contemplar en
profundidad el acontecer de la historia.

Los primeros versículos (4- 8) son un


diálogo litúrgico con la comunidad que
escucha que escucha y aclama. En vv. (1, 9 –
20) se hace una detallada presentación de
Cristo con las mismas imágenes con las que
después se presenta ante la Iglesia. En los
capítulos 2 y 3, las Siete Cartas a las Iglesias
concretas, proponen un proceso que se dirige
a la Iglesia entera. Y que han de servir a cada
persona en particular.

Ese diálogo inicial (vv. 4- 8)


corresponde a otro diálogo final ( 22, 6 – 21) y
los dos enmarcan el Apocalipsis.

Dios es considerado como”El que


es, el que era y el que está a punto de venir”
el dueño del pasado, el presente y el futuro, el
Señor de la historia, en sus manos están todos
los destinos de los pueblos.

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Los siete espíritus son la presencia
del espíritu en totalidad.

Cristo es recordado con tres


atributos principales (cf. Salmo 89): testigo
fidedigno, el primero en resucitar de entre los
muertos, el dominador de los reyes.

La comunidad cristiana responde


agradecida a esta presencia. Porque se sabe y
se siente amada por el Señor. La solicitud de
Cristo le ha llevado a derramar su sangre por
la Iglesia. Esta está recién lavada en el
Bautismo y en la sangre renovadora y ahora el
Señor la hace partícipe de sus prerrogativas.
La convierte en reino para que combata a
favor del Evangelio y extienda por el mundo el
señorío de Cristo. Ambas funciones, realeza y
sacerdocio, tienen sentido cuando se realizan
uniéndose a Cristo, que es el Rey de reyes y el
único sacerdote.

Cap. 1, 9 – 20. Presentación de Cristo


resucitado.

Desde el destierro de Patmos por


predicar la Palabra de Dios se une a todos
aunque estén lejos. Oye una voz poderosa
como una trompeta. Ve a Cristo con rica
simbología y recibe el encargo de una misión
profética. Cada uno de los símbolos remite a

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textos del A. T. que subrayan la divinidad del
Señor y ahora aparecen referidos a la persona
de Cristo.

Descifrando los símbolos llegamos a


las siguientes afirmaciones teológicas. Cristo
es el Hijo del Hombre, lleno de poder, que
conoce por dentro y juzga a la Iglesia (sus
ojos como llamas de fuego). Es el único que
preside toda acción litúrgica dentro de la
Iglesia, visto esto en la imagen de los siete
candelabros de oro. Habla a la Iglesia con
autoridad divina (su voz como estruendo de
grandes aguas) (v. 18) y con fuerza
combativa, ( de su boca salía una espada
cortante) (v. 16). Es la plenitud de la divinidad
que habita humanamente en un cuerpo
resplandeciente, que por su resurrección ha
llegado a ser fuente de vida. Sus cabellos son
de nieve, símbolo de la divinidad; su rostro
bello como el sol a mediodía, lleno de
hermosura. Es el Cristo Pascual, estuvo
muerto pero vive por los siglos, ha derrotado a
la muerte. Sostiene con su mano poderosa la
marcha de la Iglesia, la conforta y le asegura
un destino de gloria. La firmeza viene
expresada en los pies de bronce (v. 15).

La Iglesia que es el candelabro tiene


aspiraciones de estrella, es decir, la Iglesia
que vive en la tierra anhela realizar su

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vocación escatológica del cumplimiento feliz de
este destino final. Cristo es el garante y el
realizador: tiene en sus manos las siete
estrellas.

Esta presentación de Jesucristo es


impresionante. Nos llama la atención elvigor
y la multiplicidad de símbolos. Es un retrato
vivísimo del Señor. Esta visión es una de las
más originales y misteriosas del N. T. Tiene
una capacidad de evocación que aumenta
cuando se la contempla con detención y se
profundiza más en ella y en los más pequeños
detalles.

Ante esta grandeza, Juan cae como


muerto. El Señor le reanima con toda
delicadeza, pone su mano sobre él y le quita el
temor. Lo levanta y le da la investidura
profética: “escribe” lo que está sucediendo, es
decir, las Siete Cartas y lo que va a suceder,
es decir, la segunda parte del libro (Ap. 4 –
22).

Y escribe con la garantía de que la


Palabra suscitada por el mismo Cristo es para
todos nosotros.

LAS SIETE CARTAS.

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Las cartas marcan un itinerario
penitencial, como ya dijimos. Cristo interpela a
la Iglesia con autoridad divina, reconoce y
valora los progresos de su fe, pero también le
echa en cara sus defectos y su responsabilidad
culpable. Pretende que la Iglesia se arrepienta
y se convierta. Este es el objetivo principal de
las cartas.

La Iglesia toda aparece representada


en el número de siete. Y es una comunidad de
cristianos que necesita convertirse La función
de estas cartas es prepararla y purificarla para
que pueda recibir y acoger sin impedimentos
la revelación futura y dar testimonio ante el
mundo de la Palabra de Dios.

Hay en las cartas una estructura


refinada con seis elementos que se repiten en
cada una:

Dirección de la carta: Señala las 7


ciudades siguiendo la ruta .
Autopresentación de Cristo revestido
de símbolos y prerrogativas, que viene.
Juicio de Cristo: alaba lo bueno, pero
no la quiere contaminada y recrimina sus
pecados.
Exhortación a la conversión. Es el
momento crucial de la carta.

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Promesas al vencedor, con el
consuelo de participar en su victoria pascual.
Pretende levantar el ánimo.
Llamada de atención profunda: “el
que tenga oídos...” es el toque de alerta para
que la comunidad escuche con diligencia.

Esquema de la 2ª parte, caps. 4 – 22.

Después del proceso penitencial de


purificación la asamblea está preparada para
la revelación de los que va a suceder. El
vidente es invitado a pasar al nivel de lo divino
para mirar la historia desde la óptica de Dios.

Con un gran despliegue de


imaginación, con numerosos símbolos
presenta el desarrollo de esta historia en cinco
cuadros:

Primero 4, 1 – 5, 14: Sólo puede ser


descifrada la historia desde Cristo
Segundo 6, 1 – 7, 17: Aparecen
dibujadas las fuerzas que intervienen en este
drama de la historia humana.
Tercero 8, 1 – 11, 14: Estas fuerzas
comienzan a actuar y la historia se pone en
movimiento.

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Cuarto 11, 15 – 16, 16: Presenta con
fuerza el momento decisivo de esta historia: el
choque entre las fuerzas del bien y del mal.
Quinto 16, 16 – 22, 5: Se describe el
desenlace final de toda esta historia.

Los cánticos se suceden sin cesar,


porque la victoria es de Dios y alcanza a los
que han permanecido fieles en la fe.

CAPITULOS 4 Y 5.

Lo que va a suceder. (4, 1 – 5, 14).

Estos dos capítulos están entrelazados


entre sí formando una unidad teológica. Se
revelan las claves para comprender la historia,
es decir “todo lo que va a suceder”. Tienen el
sentido de inculcar la fe en la providencia y
sabiduría de Dios, aunque las apariencias sean
engañosas. La historia debe verse desde los
ojos de Dios.

Son un preludio majestuoso y


sobrecogedor. Sus símbolos se manifiestan
impregnados de fuerza. Es un espectáculo
fascinante. La residencia de Dios es un gran
templo. Y todo, una liturgia. Somos invitados a
subir al cielo. El cielo quiere decir el lugar de la

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gloria de Dios. Aquella puerta que permanecía
cerrada (ver Ez 44, 2) se abre.

Lo primero se ve un trono y alguien


sentado. La visión de Dios sentado en el trono
indica su dominio sobre lo creado (Sal 93, 1 –
2). No es un trono oscuro y desfigurado y
ocupa la posición central (14 veces sale la
palabra).

El relato entero gira en torno al trono


que está lleno de luz. Se insiste en la brillantez
que emana del trono, coloreado por tres
piedras preciosas. Y un arco iris rodea el
trono. Se insiste de nuevo en el fulgor de Dios
como “luz de luz”, y ésta, como símbolo de la
vida. El arco iris es la señal segura de la
alianza perpetua de Dios con la humanidad. Ya
no habrá más diluvio ni catástrofe. El
comienzo y el final de la historia están
envueltos por la presencia y armonía del arco
iris.

Los relámpagos, voces y truenos


contrastan con la contemplación tranquila del
trono de Dios. Este simbolismo acústico –
atmosférico indica la proximidad divina. Hasta
la misma naturaleza se conmueve ante el
poder de Dios.

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Delante del trono hay un mar
trasparente como cristal. El mar es símbolo de
la potencia hostil (Ap 21, 2). Quiere aquí
afirmarse que Dios es dominador de todas las
fuerzas negativas que amenazan al hombre. El
mar, tan temido y caótico, se pone dócil a los
pies de su amo. Recordemos a Jesús
calmando la tempestad.

Los veinticuatro ancianos son las doce


tribus y los doce apóstoles que representan la
totalidad de los santos, que han intervenido en
la historia de la salvación y alaban a Dios. Las
vestiduras blancas indican su configuración
con Cristo muerto y resucitado. Llevan coronas
de oro e interceden por la humanidad.

El simbolismo de los cuatro vivientes es


extraño y está repleto de detalles enigmáticos.
Se hayan tan cerca de Dios como nadie puede
estar. Están llenos de ojos por todos los lados,
son la sabiduría, la ciencia, la perspicacia, la
vigilancia perfecta. Con cuatro referencias,
león, toro, hombre, águila. Alude a toda la
creación y a los cuatro puntos cardinales. Las
alas indican su movilidad y agilidad. Están
dedicados de por vida a las alabanzas divinas.
Intervienen activamente en la historia de la
salvación. Participan en la apertura de los
sellos (Ap 6, 18). Interceden por la
humanidad. (Ap 4, 8; 5, 14).

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Un himno litúrgico cierra la visión.

CAPÍTULOS 6 Y 7.

Esta segunda sección (cap. 6,1 – 7, 12)


se caracteriza por la apertura paulatina de los
sellos que encerraban el libro. Es la primera
exposición de los elementos típicos que
intervendrán en la lucha entre el bien y el mal.
Los cuatro caballos expresan dramáticamente
el desarrollo de la historia que zigzaguea entre
tantas dificultades.. Los cuatro caballos de
colorido pelaje (rojo, negro, escarlata...)
indican las grandes plagas dela humanidad: la
violencia, la injusticia social, la muerte con
todo su cortejo de males. El jinete montado en
un caballo blanco representa a Cristo
resucitado, lleno de energía y eficacia, que
combatirá contra esos grandes azotes de la
humanidad y que al final saldrá vencedor.

Cap. 6, 1 – 8.

El libro cerrado se abre para que se


cumplan los decretos de Dios. Cristo desata
uno por uno todos sus sellos. Y van saliendo
por encantamiento cuatro caballos. No
podemos verlo con frío intelectualismo, que

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reduce el símbolo a fríos esquemas. Hay que
apreciar esta originalidad iconográfica, típica
del Apocalipsis, y “ver” la secuencia de unos
caballos que salen con fuerza de las páginas
del libro. A esta contemplación se nos invita
“Ven, miré y vi”.

El primer caballo es blanco. El jinete


lleva un arco y una corona. Es venerado y
para vencer cabalga.. Se trata de Cristo
resucitado, el color blanco señala la
resurrección. Que por su resurrección es el
vencedor absoluto de la muerte y del mal.
Tiene un arco y una corona real, pues va a
seguir combatiendo contra las fuerzas
negativas que invaden la historia, que son los
otros tres caballos. Antes de que aparezcan las
calamidades se nos presenta la clave de la
historia y la fuerza de la salvación: Cristo,
vencedor, coronado, lleno de la poderosa
fuerza de la resurrección.

El segundo caballo es rojo, color de la


sangre, la violencia. Pues la violencia quita la
paz de la tierra, hace que surjan las guerras y
que los hombres se maten, comenzando por la
sangre de Abel hasta la de Cristo y sus
testigos. La violencia deshumaniza y
desnaturaliza a los hermanos.

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El tercer caballo es negro..Representa
la injusticia social que mata de hambre a
gentes y pueblos, y distribuye las riquezas
según la ambición de unos cuantos poderosos.
Es el gran pecado de la humanidad. También
hoy, comprar unos alimentos cuesta cuatro
veces más de lo normal. ¡y en aquel tiempo!.
Es la carestía de la vida provocada por la
injusticia de algunas personas.

El cuarto caballo es verde amarillento.


Se inspira en el color de la hierba cuando se
mustia y se seca. También color de un cuerpo
moribundo que se torna cadáver. La
interpretación es la muerte. La última plaga de
la humanidad en donde desembocan y se
concentran todos los males. El texto ofrece un
lúgubre cortejo que acompaña a la muerte:
espada o violencia, hambre, epidemias. Se
trata de la fiereza de los hombres que se
vuelven lobos para ellos mismos.

Cap. 6, 9 – 11.

El quinto sello, de los mártires, es


distinto de los anteriores.. Se sitúa la visión en
el altar de los holocaustos junto al trono de
Dios. Aparecen los mártires y piden justicia por
su sangre derramada. Han sido degollados
igual que el cordero. Su muerte es redentora y

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está unida del todo a Cristo. Reciben el premio
de una vida inmortal, participando de la misma
condición de Cristo resucitado. Dios aparece
como el defensor, con la misión de reparar con
su justicia la injusticia cometida con ellos, el
desagravio es su sangre derramada.

No estamos ante un Dios vengativo,


sino del Dios que debe velar sobre el derecho
de sus hijos y no permite entre ellos la
inmoralidad ni el crimen. Si se comete un
atropello, él, como Padre debe arbitrar un
arreglo. Y ya lo ha hecho enviando a su Hijo.
Ante tanta sangre derramada que clamaba
contra el cielo, la sangre del Cordero,
expresión del amor divino, pretende redimir y
lavar los pecados de los hombres y hacer una
humanidad nueva.

Por otro lado, frente a la avalancha de


males que caen sobre la humanidad,
simbolizados en los tres sellos anteriores, Dios
cuenta con la oración de los santos, para
mantener el ritmo positivo de la historia, a fin
de hacer avanzar la salvación y confirmar la fe
de otros hermanos que van a sufrir el martirio.
Desde la óptica de Dios es necesaria la oración
esforzada de los cristianos.

El lugar donde se encuentran los que


han muerto a causa de su testimonio no es el

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frío seol, sino un lugar cerca de Dios, donde
participan de la vida inmortal de Cristo
resucitado.

Cap. 6, 12 – 17.

El terremoto.
Estas alteraciones cósmicas son un
tanto exageradas. Quieren acentuar, según
esquema bíblico y apocalíptico, la inminente
aparición divina. Habla de la llegada de día de
la cólera de Dios. Lo original es que habla de
la ira del Cordero. En el A. T. se habla muchas
veces de la ira de Dios. Aquí Cristo asume una
función divina.

El Cordero no es un animal
domesticable. Cristo no se presta a
tergiversaciones. La comunidad cristiana es
invitada a no convertir su cercanía en
debilidad y manipularla a su antojo.

Cristo no es insensible frente a la


maldad. En su historia dio pruebas de ira ante
la obstinación de los hombres. Le duele la
injusticia humana. No se puede silenciar el
misterio humano de la iniquidad. Si la ira
divina es una reacción ante la postura de
cerrazón de los hombres, la comunidad debe

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saber que ella es en el fondo la responsable o
no, de provocar la ira del Cordero.

A diferencia de los demás, la comunidad


cristiana no tiene que esconderse en las
cuevas a la llegada de Cristo, sino que lo
espera como la esposa aguarda a su Señor. Y
con ánimo, porque se siente liberada. Ha
llegado el diablo, pero lo ha vencido el Señor,
que es Rey de reyes.

Cap. 7, 1 – 8.

Los 144.000 señalados.

Empieza diciendo “Después de esto”,


luego hay una transición. Aparecen cuatro
ángeles sujetando los cuatro vientos. Según la
cosmología bíblica la tierra es cuadrada. Del
Oriente, donde nace el sol, viene uno para
preservar de daño a los marcados con el sello
de Dios. Estos tatuados son los cristianos, con
el sello del Bautismo. Serán asistidos por la
Providencia. libres de ciertos males y
fortalecidos para superar los demás, El
número 144.000 es 12 por 12 por mil, es la
cifra de la historia de la salvación.

Siguiendo la tradición del A. T. son los


herederos legítimos del antiguo Israel, los

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cristianos fieles. A esto alude el cambio de
Judá por Rubén, el cual prefigura al Mesías.

Cap. 7, 9 – 17.

La multitud ante el trono.

Otra vez “Después de esto...” cambio


de acto. Se ve ahora una inmensa
muchedumbre ante Dios y el Cordero. Es
universal, de todas las naciones. Es
innumerable. Es el cumplimiento de la
promesa a Abraham, “como las arenas del
mar... como las estrellas del cielo...

Están de pie en señal de victoria.


Participan de la resurrección de Jesucristo.
Tienen túnicas blancas, es su condición
exterior, la gloria del premio prometido por
Cristo. Aclaman con palmas, signo de fiesta,
como a Jesús a la entrada en Jerusalén. Como
se hacía en la Fiesta de las Tiendas, que tiene
resonancia escatológica, alaban a Dios y al
Cordero por su salvación. Y los ángeles se
unen a esta celebración por siete motivos, que
podemos ver en Ap 5, 12.

En la escena se alude a tres momentos:

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Un pasado. Estos son los que vienen de la
gran tribulación, han lavado sus túnicas en la
sangre del Cordero. La sangre de Cristo lava
los pecados y sirve de unión a su condición
gloriosa. Visten el color blanco de la
resurrección.

Un presente. Están ante Dios dándole culto. Es


la realización de una promesa: la Iglesia reino
de sacerdotes. Están asociados al culto del
cielo en una liturgia continua día y noche. Y
ese culto no parece tener ritos, sino estar en
presencia gozosa ante Dios y el Cordero.

Hay un futuro. La escena parece evocar la


marcha por el desierto. Se cumple un nuevo
Éxodo. Dios pone su tienda y habita con esta
muchedumbre. Ya no habrá más penalidades,
acabará cuanto hace sufrir a la humanidad.
Con una gran ternura dice que Dios enjugará
la lágrimas de sus ojos.

La razón de este gran bienestar es la


presencia de Cristo, el Cordeo que está en
medio del trono. Aparece como el pastor del
nuevo pueblo que es la Iglesia y la conduce
hacia fuentes de aguas vivas... hacia la
plenitud de todos los bienes definitivos.

Este capítulo responde a la pregunta de


Ap. 6, 17: ¿Quién podrá estar de pie...?” Y

33
contesta con la presentación solemne de una
multitud de resucitados. Son una avanzadilla
de la humanidad, un anticipo de la victoria
final.

Cap. 8, 9, 10 y 11.

La tercera sección del libro se


caracteriza por el resonar de las trompetas.
Anuncia que Dios se hace presente en la
historia. Y cuando se acerca, la naturaleza se
conmueve, eso indican los fenómenos
cósmicos. Pero también intervienen en la
historia una fuerzas demoníacas; están
vigorosamente descritas bajo unos esquemas
tradicionales de la Biblia, como la plaga de
langostas y una devastadora caballería
infernal.

Cap. 8, 1 – 5.

El séptimo sello.

Es Cristo, el Cordero el que sigue


abriendo los sellos, a fin de que se verifiquen
en la historia los planes de Dios. Para la
realización de su voluntad Dios cuenta con las

34
oraciones de los santos, de la Iglesia. Y
porque es algo que supera la inteligencia y el
cálculo del hombre, la acción se abre con
media hora de silencio. Este silencio no es una
pausa sin sentido, sino un remanso elocuente
y lleno de respeto ante lo sublime de Dios.
Como el silencio de la liturgia, es tiempo de
que la Iglesia se abra a este misterio.

El silencio es también el tiempo de la


espera ante el juicio de Dios. Y es, según la
tradición apocalíptica, el tiempo en que
irrumpe un nuevo mundo.

Todo está preparado. Las trompetas,


señal clamorosa de la intervención divina han
sido entregadas a siete ángeles, pero aún no
las tocan. En ese momento, un misterioso
ángel hace una acción simbólica: mezcla el
perfume de las oraciones de los santos en el
incensario de oro, para que todo fundido suba
hasta Dios. Significa que las oraciones son
perfeccionadas por la acción de Dios para que
le sean agradables. Cristo despliega en la
debilidad de las oraciones la fuerza de su
intercesión Pablo dice que el Espíritu viene en
ayuda de nuestra debilidad. Dotada la oración
de fuerza divina, tendrá grandes
consecuencias. El incensario es arrojado a la
tierra (Ez 19, 2, 6 y 7). Retumban los truenos

35
y relámpagos. Y los ángeles van a tocar las
trompetas.

Este preludio asegura a los cristianos


que no serán afectados por las catástrofes
descritas.

Cap. 8, 6 – 13.

Las cuatro primeras trompetas


.
La primera provoca una tormenta de
granizo y fuego. Es una acentuación del cuarto
caballo y recuerda la séptima plaga de Egipto
(Ex 9, 22 ss). La segunda es una convulsión
volcánica, un monte ardiendo se precipita al
mar y convierte el agua en sangre (1ª plaga,
Ex 7, 20 ss). La tercera es una catástrofe
astral. La cuarta alude a un eclipse simultáneo
de satélites y planetas.

Se trata de catástrofes naturales; no


puede hacerse una lectura comprensible en
cada detalle, pero sí, aplicarla en algunos
momentos.

El autor se ha inspirado en algún


modelo, como la destrucción de Sodoma, las
plagas de Egipto y otras de su cosecha. Las
plagas que se abaten sobre la naturaleza son

36
el poder del mal, que realiza una obra
antidivina. Lo que Dios había hecho bueno, la
luz, el agua, la tierra... se desnaturalizan. Mas
estas catástrofes son signos de liberación para
el pueblo elegido, como lo fueron las plagas
en Egipto. Pero no todo está perdido, queda
espacio y tiempo para convertirse. Igual que
las plagas de Egipto, son una llamada las
catástrofes,

Cap. 9, 1 – 12.

La quinta trompeta. La langosta.

Al sonar la quinta trompeta se entrega


la llave del abismo a una estrella. Significa que
Dios permite la manifestación del mal en la
historia. Y este mal proviene de un poder
sobrehumano. Su lectura produce sensación
de vértigo. Aparece la manifestación del mal
en “crescendo”. Es el ángel del abismo, una
fuerza subterránea, las profundidades del
abismo se convierten en horno, de la
humareda del horno salen langostas. Estas
tienen rasgos medio humanos, medio
grotescos y tienen un rey que se llama
“destructor”.

Se trata de la invasión del mal en la


historia humana. Es una fuerza sobrehumana

37
y subterránea, muy difícil de ser entendida.
Pero está sometida a la voluntad de Dios. Esta
potencia invade lenta y fatalmente la historia.
Tan espeso se torna el mal que surgen los
saltamontes. (Cf. Joel 1, 2 – 2, 17). También
en la octava plaga. Quiere decir que serán
tiempos insufribles, que se preferirá la muerte,
pero la muerte huirá. La finalidad es la
conversión. Pero será un tiempo limitado,
cinco meses, y, no todos sufrirán lo mismo.

Son alusiones, un tanto grotescas, que


quieren pintar el poder del mal en el mundo.
Las coronas de oro simbolizan los centros de
poder, la inhumanidad, la crueldad el león, el
estruendo del combate y la guerra.

En fin, todo forma un cuadro


impresionante, que hace ver cuales son
algunas de las manifestaciones más
representativas del mal en el mundo.

En resumen, que queda abierto un


tiempo para reflexionar sobre la grandeza del
mal en el mundo. Su origen es el “destructor”.
No proviene de Dios. Es tan potente que
tampoco procede del hombre. Pero advierte
que está bajo el control de Dios y el tiempo
será limitado.

38
Cap. 9, 13 – 21.

Sexta trompeta. Victoria provisional del


mal.

Prosigue la acción cada vez más


insistente. La voz sale del altar de oro. Ordena
que los cuatro ángeles –las fuerzas naturales
que ocupan la tierra, los cuatro puntos
cardinales- desencadenen su acción
destructora. Se habla de un horario fijado. Un
número incontable, doscientos millones de
soldados.

La interpretación de este conjunto son


las fuerzas incontrolables que hay en la
naturaleza y su capacidad de hacer daño. Sin
embargo están bajo el dominio de Dios. No
pretende el texto acrecentar la desesperación
de los cristianos, sino una profunda
conversión. Y ésta es doble: reconocimiento y
adoración del Dios único y hacia los demás, no
hacer daño.

Cap. 10, 1 – 7.

El juramento del ángel.

Aparece ahora en la visión un ángel


poderoso. Sus rasgos lo acercan a la figura del

39
Señor. Envuelto en una nube, la trascendencia
divina. El arco iris, símbolo de la alianza, le
rodea la cabeza. La belleza del sol brilla en su
rostro. Piernas firmes y tiene la incandescente
solidez del fuego.

Luego realiza un gesto inaudito como el


de un coloso o un guerrero, con sus pies
abraza el mar y la tierra, en señal de dominio
absoluto. Todos estos elementos señalan la
grandeza del personaje y su revelación. Pero
luego la grandeza se resume en un pequeño
libro que lleva en la mano.

Levanta la mano al cielo para


acompañar con el gesto un solemne
juramento. Pone por testigo al mismo Dios, el
viviente, el creador. El objeto del juramento es
la certeza de que el designio de salvación de
Dios se realizará. Ha ido preparándose en la
historia, lo han ido proclamando sus siervos
los profetas. Dios sostiene este proyecto de
salvación, y, aunque pase por dificultades, es
empujado por la fuerza divina. La Iglesia,
portadora de este misterio, no está
abandonada a sus fuerzas, sino protegida por
la Providencia. El mundo no camina desbocado
al fracaso, Dios lo guía.

40
El acento no está en el tiempo de su
cumplimiento, sino en la certeza del triunfo y
su glorificación.

Cap. 10, 8 –11.

El libro
.
Es un gesto simbólico, ya también
realizado en Ezequiel (Ez 2, 8 – 3,3). Se le
invita a comer el libro. Juan lo come y es
agridulce. Es una visión teológica de lo que
significa ser profeta. Que es recibir
gratuitamente la Palabra , asimilarla,
interiorizar la salvación. Conlleva el gozo de
anunciar el mensaje y las amarguras de la
tarea profética.

La profecía se manifiesta abierta a todo


el mundo.

Cap. 11, 1 – 14.

Los dos testigos y la bestia.

Se sitúa esta acción en diversos


escenarios que se van superponiendo.
Comienza en el Templo, continúa con la
aparición de los profetas, que salen del

41
Templo, actúan en la tierra, mueren en la gran
ciudad y suben al cielo. El relato acaba en el
cielo.

Los versículos 1 y 2 se realizan en el


Templo. Parecen aludir al de Salomón. El
gesto de la medida es del todo simbólico. En la
imagen hay que tener presente a la Iglesia,
que no será entregada a los paganos, sino que
será preservada en lo más sagrado, de las
asechanzas ajenas. Conocerá tiempos de
calamidad y persecución, pero no podrá ser
destruida.

Los versículos 3 – 14 son difíciles por


sus muchas anomalías. En cuanto al tiempo se
entremezcla el pasado, el presente y el futuro.
Se alude a ciudades bien distintas: Sodoma,
Egipto, Jerusalén, Roma. Los dos testigos o
profetas pueden ser muchos. Estos testigos o
profetas son representativos de la Iglesia
profética de todos los tiempos. Muestran a la
Iglesia en el ejercicio de la predicación ante el
mundo; debe exhortar a la conversión, aunque
se encuentre con la “dura cerviz”. Recibirá
como respuesta la indiferencia o la
persecución. Este mundo les dará muerte, los
afligirá negándoles hasta la sepultura. Los
pueblos desfilarán alegrándose y haciéndose
regalos. Los profetas sufrirán el más atroz de
los ultrajes. Esto fue ¿y no lo es hoy y ha sido?

42
Esta narración representa el colmo de la
persecución y de la inhumanidad. Así es
vejada la Iglesia en sus hijos los profetas. Ese
es el sabor amargo del libro de la profecía.
Pero después de tres días y medio, tiempo
limitado, el Espíritu les dará vida, resurgirán,
se pondrán de pie, igual que el Cordero que
está de pie, subirán al cielo, a Dios.

La Iglesia está representada en estos


testigos, que reproducen la misma vida del
Señor: predicación, muerte ignominiosa. Si
mueren con El, resucitarán con El. Hoy, Cristo
sigue dando testimonio, a través del Espíritu,
que sigue suscitando profetas dentro de la
Iglesia.

Y pasamos a otra parte, el choque de


las fuerzas antagónicas.

Cap. 11, 15 – 19.

La séptima trompeta.

Viene introducida por un himno de


acción de gracias que viene del cielo. Se abre
el cielo y aparece el Arca que había
desaparecido; es un anuncio de que el tiempo
final está cerca.

43
Vamos a asistir al profundo drama de la
historia de la salvación. El enfrentamiento
entre las fuerzas del bien y del mal. Las tres
señales que aparecen: la mujer (12, 1), el
dragón (12, 3) y los siete ángeles (15, 1)
introducen a los personajes que protagonizan
de forma representativa el enfrentamiento.

En la visión se han roto las fronteras


entre el cielo y la tierra. El cielo está abierto y
hay una perfecta comunicación. Cuanto
sucede en la tierra y cuanto realiza la Iglesia
tiene repercusión en el cielo.

La Iglesia de la tierra ha realizado su


misión profética a través de sus testigos y ha
seguido la suerte de su Señor. La Iglesia
celeste es consciente y se alegra. Estos
versículos son una liturgia celebrativa, coral, a
cuanto ha sucedido. Ha llegado el reinado de
Dios y de Cristo. El Reino ha comenzado en el
mundo, aunque conocerá un tiempo de
realización y su cumplimiento final.

El himno insiste en la grandeza de Dios


y su autoridad que la despliega en el
crecimiento del Reino. Pero esto va a
encontrar dos respuestas: Una positiva, que
será premiada para profetas y santos y
cuantos veneran el nombre de Dios. Y otra

44
negativa, que es el deliberado rechazo, y, es
calificado como el tiempo de la ira. Son los
que se cierran a la salvación y se
autodestruyen o se autocondenan. Pero el
Reino tiene una fuerza que nadie puede
sofocar.

La visión del Arca indica los tiempos


nuevos. Una creencia judía aseguraba que al
final de la historia aparecerá el Arca
perdida..Significa también que los designios
sobre la historia están conservados arriba, en
lugar seguro, cerca de Dios. Y ahora el Arca
debe abrirse para mostrar su contenido.

Como en toda teofanía aparecen los


signos naturales subrayando la grandeza de la
Revelación.

CAPÍTULOS 12, 13, 14, 15, 16 Y 17.

Cap. 12, 1 – 8.

La mujer y el dragón.

Capítulo lleno de detalles simbólicos


muy complejos que han dado lugar a extrañas
interpretaciones, pero que vamos a ser fieles a
su interpretación bíblica. Habla de la Iglesia,

45
nuevo pueblo de Dios, que da a luz al Mesías,
Cristo, al hombre nuevo, en medio de la
persecución.

La acción cambia de escenario. Empieza


en el cielo, luego la tierra (el desierto),. otra
vez el cielo, luego la tierra donde es
precipitado el dragón, sube al cielo donde se
canta un himno, baja a la tierra donde es
perseguida la mujer.

Una gran señal. Es una mujer. No


olvidar el contexto de Alianza. Su vestido de
sol indica la predilección con que Dios la
envuelve (Is 52, 1). Está encima de la luna,
quiere decir que supera al tiempo. Pisándolo
como señal de dominio (Sal 88, 38). Su corona
de doce estrellas hace referencia al galardón o
premio. Y doce es el número de las doce tribus
y los doce apóstoles. Esta mujer es la Iglesia
en su plena realización escatológica, anclada
en la eternidad de Dios y revestida del mismo
brillo de Dios.

Está dando a luz. Los dolores son


preludio gozoso. Pero aparece otra señal, un
monstruo. Tiene diez cuernos, mas su poder
no es total. Barre con la cola la tercera parte
de las estrellas. Se le identifica con Antíoco IV
Epífanes (Dan 8, 10) que quiso divinizarse y
perseguir a la mujer.

46
Luego un enfrentamiento. La mujer
impedida frente al dragón. A pesar del peligro
la mujer da a luz un hijo varón que pastoreará
a su pueblo. (Ver Salmo 2; Is 7,14). Se trata
de la Iglesia que en tiempo de persecución da
a luz a los cristianos. Está dando a luz
continuamente a Cristo. Mas el hijo fue puesto
a salvo. Por la resurrección escapó de las
garras de la muerte, del dragón, y fue llevado
junto al trono de Dios. Se trata de la
resurrección o glorificación.

La mujer huye al desierto, lugar de


tentación y de encuentro con Dios en la
soledad. Es alimentada por Dios con el maná
(Ex 16). La Iglesia es alimentada con el maná
que es Cristo (Jn 6). Pero será un tiempo
breve, 1260 días, la mitad de siete años. Mas
Dios protege a la Iglesia a lo largo de la
prueba del desierto.

Ahora la acción pasa al cielo. Una


batalla con Miguel, “Quién como Dios” y el
dragón y los suyos. La resurrección de Cristo
tiene efectos inmediatos, el cielo adquirido por
Cristo debe ser desalojado de espíritus
rebeldes. Derrota sin paliativos y para
siempre, del dragón. (Ver Lc 10, 18 y Jn 12,
31).

47
Se celebra enseguida la victoria. Toda la
humanidad rescatada se regocija. Se ha hecho
presente la victoria de Dios y de Cristo. El gran
dragón, designado como el acusador, (Job 1,
9ss) es vencido. Y los cristianos, en vez de
acusados, son vencedores, siguen igual
destino que su Señor. Por medio de la sangre
redentora y del testimonio de su fe, más
fuerte que la muerte, se han unido a la victoria
del Cordero. En el cielo hay gran regocijo. Este
gozo debe contagiar y fortalecer a los
habitantes de la tierra, que sufrirán una cruel
persecución. Queda poco tiempo, la
persecución será dura y es necesario resistir.

Burlado el dragón, persigue a la mujer


por el desierto, pero en vano. Esta mujer, que
representa a la Iglesia, es asistida por Dios,
que la lleva sobre alas de águila y la alimenta
con el maná, la Eucaristía, como al profeta
Elías.

Arrecia la persecución, ahora en forma


de aguas turbulentas, pero se pierden en la
tierra. Con esta decepción se acrecienta el
valor del dragón, que va a seguir persiguiendo
a los otros hijos de la mujer, que son los
hermanos de Jesús. Son los cristianos que se
adhieren al Señor para dar testimonio
manteniéndose fieles a la Palabra Dios. Jesús

48
da testimonio a través de los cristianos. El
dragón vencido se queda esperando.

La mención del dragón y sus fechorías


indican cual es la dimensión de esta
persecución a muerte. Es la situación de Cristo
y de su Iglesia y la que nos aguarda a
nosotros. Mas en esta tremenda lucha no nos
faltará ni la Providencia divina ni el alimento.

En resumen, la Iglesia, pueblo de Dios,


da a luz al Mesías, y este, con el triunfo de su
resurrección derrota al diablo. El cual
resentido va ahora en contra de la Iglesia.
Pero ya ha llegado el triunfo y el reinado de
Dios y de Cristo; sólo es preciso completarlo.
El ataque del dragón será más cruel, pero la
asistencia de Dios será más poderosa.

Cap. 13, 1 – 18.

Las dos bestias.

La extraña simbología de las bestias no


ha de ser considerada como una fábula de
animales. El mal es una realidad que invade la
historia. El mal deshumaniza la historia y la
profana, pero el resultado final es la salvación.

49
El gran dragón aparece con
designaciones bíblicas más conocidas: es la
serpiente antigua (Gen.) el diablo (Job. 1; Zac.
3). Es el principio invisible e instigador del mal
que se reproduce en la historia humana, que
corrompe la bondad original de los hombres. Y
va a engendrar la primera y la segunda bestia.

La primera bestia sale del mar. Es cruce


de varios animales, son la unión de las bestias
de Daniel (Dan 7). Tiene diez cuernos y siete
cabezas. Es la concentración de todos los
imperios que habían oprimido al pueblo de
Dios. El Apocalipsis lo ve encarnado en el
Imperio Romano. Este busca la adoración y
ataca a Dios y a sus santos. El Apocalipsis
exhorta a la paciencia ante la adversidad y el
sufrimiento.

La bestia ha sido herida en una de sus


cabezas, pero se ha curado (13, 3). Alude aquí
a la vitalidad del Imperio y del emperador
Nerón que continúa vivo en los emperadores
posteriores, entre ellos Domiciano, en el
tiempo del autor de Apocalipsis.

Los diez cuernos son diez reyes que


pelearán contra el Cordero, pero éste les
vencerá. El Cordero es adorado junto al Padre
por toda la creación. En definitiva, se dilucida
¿quién es más poderoso, Cristo o el Imperio?

50
¿Los mártires humillados o los verdugos que
aparentemente triunfan?. La bestia era, pero
ya no es, dice en (Cap 17, 8 ss). Los cristianos
tienen un destino glorioso, están inscritos en
el Libro de la Vida del Cordero degollado. (13,
8).

La primera bestia representa todo


estado que va contra Dios y se hace adorar y
recurre a cualquier tipo de persecución. No se
queda sólo en el Imperio Romano.

La segunda bestia sube de la tierra, que


significa el lugar donde se realiza la vida
humana. Es el “falso profeta”(16, 13). Es el
espíritu de la mentira. Como Elías hace bajar
fuego. Su actitud es la fuerza de captación y
halago.

Acaba el capítulo con una llamada a la


reflexión sapiencial. El número 666 representa
a Nerón César. La comunidad cristiana debe
vivir alerta, pero no venirse abajo.

Cap. 14, 1 – 5.

El cántico nuevo.

Esta escena simbólica, después de la


descripción de la dos bestias, rompe el hilo de

51
la narración. Frente a la capitulación de los
que adoran a la bestia, queda un resto fiel que
acompaña al Cordero victorioso. El Cordero
está de pie. Es Cristo resucitado. El monte
Sion reproduce el lugar donde iba a empezar
la salvación escatológica. Cristo va
acompañado de 144.000. Este número
representa al resto de Israel, son los que
ayudan a la Iglesia a ser ella misma, le
imprimen su empuje. Tienen en la frente el
nombre de Cristo y el Padre. Los adictos a la
bestia también llevan una señal (13, 16 –17).
Y esta escritura divina comporta cuatro
características: señal indeleble de ser
vencedor, es premio a su fidelidad, signo de la
providencia con que Dios les asiste y señal de
su consagración divina.

La audición se va modulando poco a


poco. Primero es voz del cielo, trueno, sonido
de aguas, tormenta, cascadas y música suave
de cítaras. Y un cántico nuevo. La novedad
está en la traída de todo por el Cordero, que
se inaugura en su misterio de muerte y
resurrección. Este triunfo de Cristo tiene el
poder de hacer nuevas todas las cosas.

Y este cántico nuevo sólo lo pueden


aprender los que están dispuestos a seguir al
Cordero. Tienen tres rasgos: Son vírgenes, se
abstienen de toda idolatría; le siguen a donde

52
quiera que vaya, es su compenetración con él
y su disponibilidad para hacer avanzar el
Reino; tienen labios sinceros aunque la
sinceridad pueda llevarlos a la muerte.

La visión describe al Cordero


acompañado. Este grupo sirve de estímulo a
toda la Iglesia. El Apocalipsis ofrece esta
vibrante estampa de su Iglesia en marcha.

Cap. 14, 6 – 13.

El mensaje irrevocable.

Aparecen tres ángeles. Son los heraldos


de Dios.

El primero cumple una misión universal


dirigida a toda la humanidad. Contiene la
primera parte de la predicación apostólica
dirigida a los paganos para apartarlos de la
idolatría y conducirlos al reconocimiento del
único Dios.

El segundo ángel, para dar mayor


énfasis a la prontitud de la conversión,
proclama como ya cumplido el juicio definitivo,
la caída de la gran Babilonia. (que vendrá en
el capítulo 18).

53
El tercero anuncia la suerte de los
adoradores de la bestia. Unas imágenes
tomadas de la destrucción de Sodoma y algún
oráculo de Jeremías 25, 15. Estas desdichas
significan la negación de la vida, a modo de
fuego y azufre; la privación de relaciones
sociales, perennidad del sufrimiento día y
noche. Las palabras de este tercer ángel
terminan con una llamada de alerta profunda
para que el lector no de deje abatir por la
suerte adversa, sino que reflexione y cambie.
Se requiere la constancia, saber oponerse a la
solicitud idolátrica que se viene encima,
mantener la fe de Jesús, considerarlo modelo
que supo en horas difíciles ser obediente al
Padre.

Juan oye una voz del cielo (14, 13) que


le manda escribir una bienaventuranza:
“Dichosos desde ahora los muertos que
mueren en el Señor”. Son los que han seguido
los pasos de Jesús. Esta dicha es tan grande,
que el mismo Espíritu tiene que venir en ayuda
de Juan para corroborar la afirmación.

Cap. 14, 14 – 20.

Tiempo de siega y vendimia.

54
Tras el consuelo de la bienaventuranza ,
refiere el cumplimiento de lo anunciado por los
tres primeros ángeles. El juicio e Dios,
concebido como un reagrupamiento de los
justos y destrucción de los impíos, que saldrá
más tarde en Ap 19, 11 – 21. La visión
procede de Joel 4, 13, primero como cosecha,
después como vendimia.

El recolector es Cristo, adornado con


corona de oro, signo de la victoria ya
conseguida. Un ángel, intérprete de la
voluntad de Dios da la orden precisa. La
vendimia es ejecutada por un ángel con una
hoz. La sangre que sale del lagar se convierte
en un lago inmenso. Las dimensiones denotan
la grandeza y universalidad del juicio de Dios.

Cap. 15, 1 – 4.

Canto a los vencedores.

Ahora en el cielo. Es la tercera señal,


tras la mujer y el dragón. Ve siete ángeles que
llevan siete plagas, son las últimas, pues con
ellas se concluye la furia de Dios. Este capítulo
15 quiere ofrecer una introducción a estas
siete plagas que se describirán en el capítulo
siguiente.

55
Esta visión quiere fortalecer la fe de la
comunidad cristiana tras la adversidad sufrida
y la calamidad que se avecina. Como siempre,
el Apocalipsis sigue siendo el libro de la
consolación cristiana.

Aparece un mar cristalino, con fuego (el


Mar Rojo). Como los israelitas siguiendo a
Moisés, siguen los cristianos la senda abierta
por el Cordero. Los vencedores son la
contrarréplica de los adoradores idolátricos;
son quienes han tenido el coraje de desafiar a
las bestias y no prestarles adoración. Han
resultado al fin ganadores y están de pie y
cantan. Ser vencedores significa participar en
la misma victoria de Cristo, que venció por su
muerte sacrificial. Ahora pueden unirse a la
liturgia celeste. Cantan con cítaras de Dios,
instrumentos sobrehumanos que sólo pueden
tocar los hombres transformados.

Cantan el canto de Moisés y del


Cordero. No son dos cantos diferentes, sino el
de Moisés que ha sido retomado por el
Cordero. La liberación del Antiguo
Testamento, ahora ha sido hecha realidad
plenamente cumplida por la victoria de Cristo
y los suyos.

El canto está entreverado de citas de


profetas y salmos. Se destaca la admiración

56
por la grandeza y acciones salvadoras de Dios,
que desembocan en aclamaciones. Viene una
reacción humana de alabanza universal. Por
fin, una triple motivación recapitula el sentido
de la alabanza: santidad divina, universalidad
de la salvación y la invitación a comprobar las
buenas acciones de Dios en la historia.

Capítulo 15, 5 – 8.

Los ángeles de las siete plagas.

Tras esta visión entusiasmante, hay una


rápida escena. Siete ángeles vestidos igual
que el Hijo del hombre con ropas sacerdotales
y regias. Reciben una orden de parte de Dios.
Las copas de oro ya fueron presentadas con
las oraciones de los santos. Estas oraciones
aceleran el ritmo de la historia. El Templo,
rebosante de la majestad divina está lleno de
humo. (1 Re 8, 11; Ez 19, 18). Los designios
de Dios se van a realizar.

Capítulo 16, 1 – 16.

Las siete copas.

Las siete copas siguen el modelo de las


siete trompetas. En ellas se hablaba de

57
parcialidad –un tercio-. Ahora afecta a la
totalidad de la creación. Nadie se libra.
Parecen inspirarse en la plagas de Egipto. A
pesar de la gravedad de las plagas los
hombres no se convierten ni reconocen la
grandeza de Dios, sino que la maldicen.

En la sexta copa aparece la desecación


del Eufrates. Con lo que se abre una calzada
para la invasión de los temibles reyes de
oriente.

El trío diabólico se sirve de tres agentes


como sapos, que hacen señales y congregan a
los reyes de la tierra para la batalla. Su acción
es opuesta a los tres ángeles (Ap 14, 6 – 20).
Son instrumentos de las tinieblas y actúan
como sapos. Estos se mueven en el silencio y
la oscuridad. Así hacen sus tareas
clandestinamente, no hacen sino señales para
engañar a los hombres. Jesús lo había
advertido (Mc 13, 22). La comunidad cristiana
debe conservar su fe, a pesar de la captación
y engaño del maligno, que ataca
insidiosamente con el extraño simbolismo de
los sapos. Es una llamada a estar alerta.

Es en realidad este párrafo, una vez


más, una apremiante llamada a la conversión,
quiere dar una oportunidad a la gracia.

58
Capítulo 16, 17 – 21.

La séptima copa.

Y pasamos a la quinta parte, el


desenlace. La séptima copa inicia el desenlace
final. Cristo y los suyos van aniquilando
progresivamente todas las fuerzas negativas
que han corrompido a la humanidad.

Aparece la Nueva Jerusalén, iluminada


por la presencia de Dios y el Cordero, donde
los hombres vivirán a su luz. Aparece el
Paraíso recreado y la humanidad
transformada, dando culto a Dios y al Cordero,
y reinando para siempre. El proyecto de Dios
se ha cumplido.

Como el séptimo sello, inicia un nuevo


desarrollo de la visión del libro. Así la séptima
copa inaugura el despliegue final y el
desenlace final de la historia.

Al derramarse la última copa se provoca


una serie de reacciones que conmueven el
cosmos: truenos, relámpagos. El paisaje
descrito es desolador y el castigo recae en
Babilonia. Sin embargo los hombres no se
convierten y siguen maldiciendo a Dios. El

59
azote de granizo significa el castigo a los que
se oponen obstinadamente a El.

Así se inicia la fase final de la historia


de la salvación en la que se pondrá de
manifiesto la victoria de Dios.

Capítulo 17, 1 – 18.

La gran ramera.

Un ángel muestra a Juan desde la


desolación de un desierto, la extraña presencia
de una prostituta. Ha sido infiel a la Alianza y
ha adulterado contra Dios. Luego se
metamorfosea en bestia, y ésta, se trasforma
en la ciudad de Babilonia. Tres emblemas
fundamentales: la prostituta, la bestia y la
ciudad. Es la hostilidad contra Dios y la Iglesia.
Así la prostituta se opone a la esposa, la bestia
al Cordero y Babilonia a la Nueva Jerusalén.

En este capítulo aparece especialmente


dibujado el simbolismo de la prostituta como
la idolatría. Dos mujeres antagónicas, la
esposa del Cordero y la idolatría.

60
La mujer es adúltera, lleva en su mano
un copa de oro; el oro y su color es propio de
la liturgia (Ap 1, 12), mas ella profana este
uso divino, ya que la copa está llena de
abominaciones. Va vestida lujosamente de
púrpura, como los emperadores romanos. En
cambio la esposa viste de lino brillante, que
significa las obras justas de los santos, los que
han lavado sus túnicas en la sangre del
Cordero. La prostituta aparece borracha con la
sangre de los mártires. La Iglesia es la esposa
del Cordero degollado.

Mediante este signo fenoménico, antes


describe la idolatría como prostitución, la
embriaguez como el asesinato de los mártires
y la continua profanación de lo más sagrado.

El ángel no explica el símbolo de la


mujer, sino el de la bestia, que ya vimos en el
capítulo 13. Esta expresión designa al
anticristo, potencia que combate
continuamente a la Iglesia. Es el estado
totalitario, que se materializó en la Roma
imperial, pero que sigue perpetuándose en la
historia. Este surge, conoce un tiempo de
esplendor, pero “ya no es”. Se indica una
contraposición entre la eternidad de Dios y de
Cristo, y la fragilidad de este poder corrosivo y
caduco. Aunque el espíritu del mal se siga
reencarnando, no subsistirá.

61
Se hace una llamada a la reflexión
sapiencial (17, 9). Las siete cabezas son siete
montes, la siete colinas de Roma. La alusión a
las montañas son un símbolo bíblico de las
potencias terrestres, la soberbia humana,
lugar de los ídolos, o divinidades, que se
revelan contra Dios.

Son también siete reyes, mención de los


siete emperadores, desde Calígula hasta
Domiciano. Hay que ver en ellos la totalidad
del Imperio que se opone a Dios. Y, al mismo
tiempo, la frágil situación de este Imperio, que
va a la perdición. El octavo emperador durará
poco. El fin se acerca.

Luego, en los versículos 12 – 18 narra


el combate entre diez reyes emisarios de la
bestia contra el Cordero. La contienda ha de
confirmar quien es el rey. No se describe el
combate, simplemente se constata una
victoria; vence el Cordero. Porque sólo El es el
Rey de reyes y Señor de los señores. Fórmula
que designa a Dios en el Antiguo Testamento
(Dt 10, 17). Recordamos que Domiciano se
hacía llamar “Dominus et deus noster”. Indica
la derrota de una usurpación indebida y la
confirmación de una verdad cristológica: que
el Cordero es el Señor Absoluto, Cristo, Rey de
la Iglesia y del mundo.

62
Toda esta presentación dramática de
signos debe conducir a una profunda actitud
sapiencial; preguntarse en cada momento
quién asume en la historia estas exigencias de
absolutismo propias de Dios y de Cristo, y
quién lucha contra la Iglesia. El mal que no
cesa cambia de aspecto, mujer, bestia, ciudad.
Son los reyes de la tierra. El poder del maligno
se manifiesta con una tremenda vitalidad. Pero
la comunidad recibe consuelo, pues
comprueba el carácter efímero del mal. Y está
invitada a una confesión de fe: Sólo Cristo es
Rey y a El sólo se adora.

Capítulo 18, 1 – 8.

La caída de Babilonia.

En el capítulo anterior se anunciaba el


juicio, ahora se ejecuta. Este relato se inspira
en los Oráculos de Jeremías contra Babilonia
(Jer 50 – 51) o en Ez sobre la destrucción de
Tiro (Ez 26 – 28).

Llama la atención lo impresionante del


conjunto, la solemnidad de los personajes y
sus lamentaciones.

63
Una voz sale del cielo con un mensaje
divino, anuncia como ya realizada la caída de
Babilonia (los verbos están en pasado). El
orgullo de la gran ciudad se ha venido abajo y
ésta se ha convertido en triste morada de
alimañas. (Ver Is 13, 21ss y Bar 4, 35). Y se
explica el por qué: el adulterio con ella de los
reyes de la tierra (Jer 51, 7) y el
enriquecimiento desenfrenado de sus
negociantes (Ez 27, 12 – 18). Aquí se condena
el comercio que sólo busca lujo y ostentación.
Y la arrogancia que se mezcla y confunde con
la injusticia social.

Otra voz repite la escena (18, 4 – 8);


invita a salir de la ciudad, no precisamente en
sentido geográfico, sino a no compartir su
modo de vida. Esta salida aparece en la Biblia
como una constante (Gen 19, 12; Is 48, 20;
Jer 50, 8; Mc 13, 14...). Rememorando a
Isaías (47, 7 – 8), el Apocalipsis afirma que se
ha coronado a sí misma como reina,
sentándose en trono de autosuficiencia, ha
hecho de su opulencia su única gloria. Desafía
la justicia y la única gloria de Dios. En el
Apocalipsis sólo Dios está sentado en el trono,
pues es el único soberano.

Capítulo 18, 9 – 24.

64
Las Lamentaciones por la caída.

En una primera escena (vv. 9 – 20)


aparecen tres grupos representativos,
relevándose el uno al otro, con el mismo
esquema, son los reyes de la tierra, los
comerciantes y los marineros. Es una elegía
por la caída de la ciudad, como si de una
persona se tratara.

Los reyes, o sea los centros de poder,


que han sido uña y carne, contemplan
consternados el humo de su incendio.
Comprueban con pánico que su poder estaba
sobre cimientos falsos.

Los negociantes de la tierra se


lamentan, su mercancía jamás se venderá.
Hay una larga serie de productos de lujo y
refinamiento, y hasta seres humanos. Hay
tanta codicia que no respeta el valor sagrado
de la vida humana. Hay mucha injusticia
social. Ven doloridos cómo tanta grandeza
queda aniquilada.

Los marineros no tienen más remedio


que creer lo que ven. Con muestras de
desesperación se echan polvo en la cabeza,
pues con los negociantes, también su
marinería se viene abajo

65
En contraste, se invita a los cristianos a
alegrarse (el cielo, vosotros los santos, los
apóstoles y los profetas) no por la ruina de la
ciudad, sino por el restablecimiento de la
justicia divina.

En una segunda escena (vv. 21 – 24)


describe el gesto profético de un ángel y su
explicación. Arroja una gran roca al mar. La
extensa enumeración de detalles se inspira en
los profetas (Ez 27; Jer 25, 10). Cesa la vida y
la esperanza. Desaparecen la música, la
alegría del trabajo, la luz, la voz del esposo y
la esposa. Hay tristeza y luto.

Pero más allá hay que contemplar la


Nueva Jerusalén. Babilonia con sus hechicerías
ha embaucado a todas la naciones; con su
persecución ha derramado la sangre de los
cristianos. Su crimen se manifiesta provocado
por la primera y segunda bestia.

Esta ciudad representa a Roma. Pero el


símbolo bíblico se refiere a toda ciudad o
institución autosuficiente. Lo que crea en su
interior un sistema de consumo y lujo, donde
no se respeta al ser humano. El autor
pretende hacer una llamada a la comunidad
cristiana para que sepa detectar en la historia
esos centros de poder, para que no se deje
atrapar por el brillo de la riqueza, de la estima,

66
de las alabanzas, y pueda seguir el camino de
Jesucristo.

Capítulo 19, 1 – 10.

Alegría por el triunfo del bien.

Estos diez primeros versículos hacen


una lectura teológica de lo contenido en el
capítulo anterior. Se insiste en la estrecha
comunión, bien patente en todo el libro, entre
la Iglesia terrestre y la celeste. Los santos
siguen con atención la peregrinación de sus
hermanos. El Cordero mira con máxima
solicitud –siete ojos- el rumbo de la historia.
La Iglesia de arriba se siente comprometida
con la suerte de la comunidad cristiana. Y esta
alianza se expresa sobre todo en la
celebración litúrgica. El relato presente es una
serie de alabanzas que clarifican para la
Iglesia los designios divinos de salvación.

La voz poderosa de una inmensa


muchedumbre, compuesta por ángeles (o
cristianos ya vencedores por el testimonio de
su sangre) aclama a Dios. La invitación a la
alabanza, tan marcada en los salmos, adquiere
un carácter escatológico y litúrgico, es la
celebración cristiana que ve presente la
salvación futura.

67
Este aleluya tiene tres motivaciones:
porque Dios ha juzgado con rectitud, porque
ha condenado la corrupción de la gran ramera
y porque ha vengado la sangre de sus siervos.
Las tres expresiones son una referencia clara a
Babilonia.

El mismo grupo por segunda vez vuelve


a alabar a Dios, constatando por la señal de
humo, el castigo de Babilonia. Imagen tomada
de la destrucción de Sodoma y Gomorra.

Hay otro grupo, que en actitud de


veneración se asocia a la celebración:
Representa los cuatro ángulos del mundo. Así
pues, la historia y la creación entera se une a
la celebración divina. Y asiente con un
solemne Amén. Y sigue repitiendo la cadencia,
haciéndola suya y perpetua: Aleluya, alaba a
Dios como creador y al Cordero como
redentor.

Surge una voz (19, 5) que exhorta a la


alabanza a “nuestro Dios” y a los santos. Y
enumera: siervos, fieles, pequeños y grandes.
Toda la humanidad está invitada a la alabanza
a su Dios, que se ha mostrado en nuestro
favor. La alabanza debe ser universal y
continua, no sólo por la justicia, sino por la
excelencia de sus obras.

68
Otra voz multitudinaria, de la
naturaleza, océanos, truenos, se suma y
repiten el aleluya. Pero el designio de Dios
adquiere ahora un alcance más profundo. El
Evangelio siempre es una buena noticia, y se
ha manifestado en la imagen de un reino y
unas bodas mesiánicas. Hay que notar aquí el
carácter corporativo “Alegrémonos y
regocijémonos”. Es la alegre bienaventuranza
que se concede a los que padecen persecución
por Cristo. Para estos ya ha llegado la plenitud
de la alegría. Y se explicita con la imagen de
las bodas. Las nupcias de Cristo con la Iglesia,
su pueblo rescatado.

A estas bodas están invitados todos.


Con una bienaventuranza, “dichosos los
invitados al banquete de bodas del Cordero”,
se invita al festín escatológico. El mensaje es
altamente esperanzador, tanto que es preciso
confirmar su garantía: “Palabras verdaderas
son estas”. Juan cae de rodillas, pero el ángel
lo disuade. Sólo a Dios hay que adorar.

Capítulo 19, 11 – 21.

La aparición de Cristo.

69
Ahora se presenta a Cristo como juez y
vencedor de todas las fuerzas del mal y cuenta
la sucinta reseña de un combate. Ya ha sido
aniquilado el centro del poder corruptor,
Babilonia; ahora van cayendo poco a poco sus
vasallos. Los reyes y habitantes de la tierra,
las dos bestias. Se muestra, cómo es poderosa
la victoria de Cristo.

En esta densa narración se muestra que


Dios ha decidido que la presente victoria,
anunciada en el Antiguo Testamento y en el
Apocalipsis, está protagonizada por Cristo, el
Mesías, que asume prerrogativas divinas; es la
victoria de Dios sobre el mal, este triunfo se ve
acompañado por los cristianos. Así pues se
trata de la victoria de Cristo junto con su
Iglesia.

El combate tiene por escenario un


campo de batalla grandioso, como el cielo. “Vi
el cielo abierto”. En él aparece Cristo con
muchos símbolos que indican su carácter
beligerante y divino. El caballo blanco que
apareció al abrir el primer sello, muestra ahora
su esplendor, ahora ha llegado el momento de
la victoria.

Vamos a ver los símbolos con que se


reviste el Señor. El es el Fidedigno y el Veraz,
pues se llama Palabra de Dios. Con esta

70
Palabra o espada que sale de su boca, va a
combatir eficazmente. Su juicio se muestra en
un combate; simultáneamente salva a los
cristianos fieles y condena las fuerzas que se
le oponen. Su sentencia es perspicaz, pues
tiene mirada de fuego, que lo penetra todo
hasta el fondo. Sus diademas, opuestas a las
del dragón y la bestia, proclaman que es el
verdadero Rey. Su nombre es divino, se llama
Palabra de Dios. Su manto lleno de sangre
recuerda la muerte de la que ha salido
victorioso.

Pero a este jinete le acompañan otros,


son los cristianos fieles, vencedores. El jefe va
en rojo y los seguidores en blanco. Se expresa
la participación de los cristianos en la victoria
de Cristo, “han blanqueado sus túnicas en la
sangre del Cordero”.

Se subraya el carácter divino de Cristo


con un título que sólo pertenece a Dios: “Rey
de reyes y Señor de los señores”.

El combate se da por concluido con la


victoria. El ángel lo proclama con un grito,
“venid, reunios para el gran banquete de
Dios”, que recuerda los Oráculos de Ezequiel
(Ez 39, 4ss).

71
En un banquete se dan a comer las
carnes de los vencidos, se consuma así la
derrota de los confabulados. Las bestias,
engendros del dragón, son echados al
estanque de fuego, que quiere decir, su
aniquilación total. La victoria es de Cristo y de
los suyos, es la gran victoria de Dios sobre el
mundo.

Capítulo 20, 1 – 10.

La derrota definitiva del dragón.

Después del castigo de Roma,


simbolizado en destrucción de la ramera y la
aniquilación de las dos bestias, le toca ahora al
principal enemigo, el gran dragón. Este es
llamado la “antigua serpiente”, el diablo,
Satanás. Este es encarcelado mil años. La cifra
es simbólica. Para el Señor un día es como mil
años. Es el tiempo de Dios y de la eternidad.
El milenio instaura las condiciones de vida del
paraíso, cortadas por la caída. Pretende
expresar el tiempo simbólico de la era
cristiana. Es la época presente, inaugurada
con la muerte y resurrección de Cristo,
marcada por su victoria sobre el diablo. Mas,
esta época puede coexistir con el
desencadenamiento de Satanás.

72
La actividad de Satanás consiste en
engañar, es decir, conducir al hombre a la
idolatría. Es grande la virulencia de su acción,
tiene poco tiempo

Después, como en Daniel 7, aparecen


unos tronos y unos personajes sentados. Son
los mártires, testigos que no han sucumbido
ante la bestia, los creyentes fieles. Y se
presentan como jueces, es decir, reinan. Ser
vencedores con Cristo es participar de su
poder y su realeza.

Se proclama una bienaventuranza sobre


la resurrección primera. “Dichoso y santo el
que participa en la primera resurrección”. La
primera resurrección es una realidad vivida, ya
en presente. Estos son liberados de la
segunda muerte, la que aparta de vivir
siempre con el Señor, y de la convivencia en la
Jerusalén celeste.

Viene el ataque final personalizad en


Gog y Magog (Ez 38), símbolo de las potencias
hostiles al pueblo de Dios, que combaten con
poderes terrenales animadas por el diablo. Es
una invasión sobre la ancha tierra para atacar
el campamento delos santos y la Ciudad
Santa. Con símbolos tradicionales se describe
el asalto a la Iglesia. Un fuego del cielo, como

73
en Elías (2 Re 1, 12) indica que es el poder de
Dios quien destruye.

Capítulo 20, 11 – 15.

El juicio definitivo.

Llama la atención la ausencia de los


elementos tradicionales, como son trompetas,
ángeles, y la rápida sucesión de los hechos. El
relato es una secuencia breve inspirada en
Daniel 7. Aparece un trono blanco y
resplandeciente. No se habla de Dios ni de
Cristo. Mas debe afirmarse que Dios juzga en
Cristo Jesús. Ante la presencia divina
desaparecen el cielo y la tierra. El mundo,
ligado a la condición pecadora del hombre, no
puede subsistir; tiene que ser transformado
para que venga la renovación.

Los muertos se presentan de pie, los


poderosos y los humildes, o sea, todos. Se
abren los libros.. Hay un libro de cuentas con
las acciones de los hombres. Y un libro de la
vida. El mar devuelve a los ahogados, el
abismo a los sepultados. Y todos son
juzgados. La muerte será juzgado como
personificación del mal, la negación de la vida,
la muerte es aniquilada.. Desaparece toda la
presencia del mal. La tierra es transformada,

74
ya no hay muerte ni pecado. El juicio será
hecho según las obras, según los inscritos en
el libro dela vida. Pero este libro es del
Cordero degollada, como vimos en Ap. 3, 5.

Al principio de este relato aparecía un


trono blanco, símbolo del poder y providencia
de Dios y acaba con la mención del libro de la
vida. Al principio y al final está presente la
misericordia del Señor, hecha realidad en el
Cordero degollado. Y la misericordia triunfa
sobre el juicio

Capítulo 21, 1 – 8.

El cielo nuevo y la tierra nueva.

La aparición de la Nueva Jerusalén se


presenta como la culminación del libro. Es la
aspiración humana de toda la historia de la
salvación.

En estos versículos se hace una


presentación genérica. La aparición de la
Nueva Jerusalén ocupa el centro del relato. Se
dice que viene de junto a Dios, de origen
divino, por eso es santa.

75
Esta aparición inaugura un nuevo orden
de cosas y exige la transformación de todo lo
viejo, que ya no sirve.

El mar, símbolo de potencias hostiles,


desaparecerá. El cielo y la tierra, escenario de
la conducta del hombre, han de cambiarse. Se
va a representar, no el viejo drama, sino una
boda entre Cristo y la Iglesia. Las relaciones
humanas serán nuevas. Y Dios mismo
empezará a secar las lágrimas de dolor, ya no
habrá más muerte ni trabajo que oprima. Eso
pertenece al pasado. Se cumplen aquí las
palabras del libro de Isaías: Is, 25, 5; 35, 10;
65, 19.

La presencia de la nueva Jerusalen,


regalo de Dios, son las aspiraciones de toda la
Biblia.

La unión inseparable de Dios con la


humanidad transformada. Lo que ansiaba la
humanidad, que de tantas formas se ha
expresado en la Biblia, el Éxodo, los deseos de
los profetas, de los reyes del pueblo. La misma
aspiración de Dios de plantar una tienda
permanente, la morada de Dios con la
humanidad, Dios con nosotros. Dios padre de
todos. La realización del ideal de la Alianza.
Por fin, todo realizado.

76
Dios está sentado en el trono y con su
poder creador hace nuevas todas las cosas.
Hace un nuevo Génesis. Es el origen y el final
de todo.

Mas el relato quiere avivar la esperanza,


y propone una invitación: el que tenga sed
que se acerque a beber gratis del agua de la
vida. La invitación contiene un premio que
será para el vencedor, heredará todas las
cosas.. Un castigo será para los que desoigan
la llamada, y se muestren, no como hijos de
Dios, sino del diablo padre de la mentira.

Capítulo 21, 9 - 27.

La Jerusalén del cielo.

Desde un monte alto, y con la fuerza


del Espíritu Santo, contempla Juan a la Esposa
del Cordero. Pero se da una metamorfosis, la
esposa se cambia en ciudad y ésta en esposa.
La Iglesia como esposa indica su consagración
a Dios. La Iglesia como ciudad alude a la
convivencia social. Esta ciudad aparece como
una perla en la que habita la gloria de Dios.
Esta construcción original tiene un rico
simbolismo.

77
La muralla tiene doce puertas. Y sobre
las puertas doce ángeles y grabados en las
puertas los nombres de las doce tribus. Los
cimientos llevan los nombres de los doce
apóstoles. Está compuesta por la suma del
Antiguo y Nuevo Testamento.

Luego vienen las medidas. Todas son


múltiplos de doce. Pero además tiene forma
de cubo (v. 16), recuerdo del Sancta Santorum
(1 Re 6, 19ss) y aparece como un templo
íntimo dedicado a Dios. Y no hace falta
levantar ningún templo. Porque “El Señor
todopoderosa y el Cordero son su templo”.
Una cosa curiosa, Dios no es el objeto de
culto, sino que aparece como lugar de culto.
No estamos ante una ciudad que tiene un
templo, sino ante un templo convertido en
ciudad. Y esta ciudad es la presencia viva de
Dios y el Cordero. Ellos hacen posible en la
ciudad la convivencia y armonía entre los
hombres. Y es el Cordero, Cristo muerto y
resucitado, el lugar vivo de encuentro y de
cruce obligado entre Dios y los hombres.

Toda la ciudad está llena de luz. La luz


indica la presencia divina. (ver Is 2, 5ss). No
hay necesidad de luz solar ni de lámparas,
pues Dios y el Cordero son la fuente de la luz
(Sal 36, 9 s).

78
Jerusalén, así iluminada se convierte en
meta de todas las naciones. Ciudad de puertas
abiertas. Hacia ella camina lo mejor del
mundo. Se subraya aquí la universalidad de la
Iglesia. Se cumple la profecía de la
peregrinación de los paganos, como los Magos
siguiendo la luz de la estrella. Y también se
indica la misión de la Iglesia: en medio de un
mundo a oscuras, ella es testigo de la luz. Su
tarea misionera se hace por la irradiación. Los
pueblos van en busca de la luz. La Iglesia no
es la luz, sino la lámpara. La única luz es la
presencia de Dios y el Cordero.

Capitulo 22, 1 – 5.

El río de agua viva y la ciudad sin


noche.

Con elementos del Génesis y algo de los


profetas se presenta el Paraíso recreado. No
es el retorno al jardín cerrado, pues la historia
no se repite, sino uno nuevo, donde la vida,
como un río, se derrama haciendo germinar a
toda la creación. Es la comunión perfecta de la
vida de Dios con los hombres, de los seres
humanos entre sí, de la armonía cósmica. La
historia llega a su plenitud.

79
El río recuerda la imagen del Génesis
(Gen 2, 10) y de (Ez 41, 1 s). Aquí el río es el
agua viva y está brotando (es decir
continuamente), con una luz esplendente,
trasparente “como el cristal”. Junto al agua
hay un árbol que da doce cosechas (Ez 47, 12)
y sus hojas tienen poder medicinal (ampliando
la visión del profeta) destinado a todas las
naciones. Subraya una vez más el
universalismo.

Ya no habrá condena como en el


primitivo paraíso perdido, ni culpa. Ya no
habrá nada que perturbe la felicidad de la
humanidad renovada. Pues Dios y el Cordero
han tomado asiento en la ciudad de los
rescatados y estos le darán culto por siempre,
Se alude a la comunión entre Dios y los
hombres. La plenitud de la vida consiste en
ver el rostro de Dios. Pues para esta
contemplación ha sido creado el hombre. Al
diablo le aguarda el final apropiado. Es
borrado literalmente de la historia. Con su
ruina, el mal desaparece de la tierra y acaba la
pesadilla del mundo.

Los rescatados llevan el nombre de Dios


escrito en la frente. Dios es así como un
horizonte que nunca desaparece de sus vidas.
A Dios pertenecen. Esta marca es la señal de
su vocación y de la predilección divina. Lo que

80
deseó el Antiguo Testamento (Ez 33, 20; Sal
17, 15: Sal 42, 3) ahora se cumple. Esta vida
destierra la noche. Significa la victoria de la luz
sobre las tinieblas. La luz, como el aire para
respirar, es la misma vida que envuelve a la
humanidad. Y habrá un reino compartido con
Dios y para siempre.

Capítulo 22, 6 – 15.

El Señor está apunto de llegar


(Epílogo).

El final del Apocalipsis tiene forma de


diálogo litúrgico entre el autor, el ángel, Jesús
y la asamblea. El autor recoge este diálogo de
los personajes más decisivos del libro. El
diálogo se reproduce cada vez , animada por
el Espíritu Santo, invoca la venida del Señor en
la liturgia. Esto habla una vez más del carácter
litúrgico del libro que empezó con un diálogo
litúrgico (1, 6-8).

Las palabras anteriores son tan


inauditas que precisan una autoridad divina
que las garantice. “Estas son palabras
verdaderas...” que se apoyan en la verdad

81
divina del que inspiró a los profetas y ahora al
autor del Apocalipsis.

La venida del Señor que anuncia pone


en movimiento una actitud. No puede
mantenerse en secreto el libro, la Iglesia tiene
que leerlo.

Cristo se manifiesta con los atributos de


la divinidad e invita a una decisión: Hay una
exhortación vehemente a participar en su
misterio pascual para tomar del fruto del árbol
de la vida, y de condena para los que rehusan
la oferta y no quieren entrar por las puertas,
siempre abiertas de la ciudad. Estos aparecen
como extraños o hijos del diablo.

Capítulo 22, 16 – 21.

Maranntha. Ven Señor Jesús.

Jesucristo se presenta como la


recapitulación de toda la historia de la
salvación y al mismo tiempo con una
esperanza. La estrella de la mañana es un
apelativo mesiánico. Jesús ha surgido radiante
en la mañana de Pascua e ilumina con la luz
de la resurrección a toda la humanidad.

82
El Espíritu es el alma de la Iglesia. La
inspira proféticamente, la sostiene en esta
larga noche de espera, para que como digna
esposa sepa invocar a su Señor. Es el Espíritu
de profecía que continuamente ha estado
hablando en la Iglesia, interpretando las
palabras de su Señor. Ahora es una presencia
viva dentro de ella. Y con ella, juntos, hacen la
misma oración, que es el grito de la Iglesia
siempre: ¡Marannatha!, ¡Ven Señor Jesús!

Todo cristiano que escucha está


invitado a tomar parte en esta oración; a
acercarse a la asamblea litúrgica y participar
de la vida divina que se celebra.

La venida del Señor es el motivo


teológico que recorre y organiza el epílogo. En
los versículos 7 – 12 el Señor anuncia su
pronta venida..Esta iniciativa de Cristo toma
eco en la asamblea cristiana, que animada por
el Espíritu, suplica la llegada del Señor, (Apoc
22, 17). Jesús responde afirmativamente “Sí”
al deseo de la comunidad (Apoc 22, 20). Y
ésta asiente a la venida del Señor “Amén” y
renueva de manera explícita otra vez su deseo
“Ven, Señor, Jesús” (22, 20 b). Así la Iglesia
va alimentando su esperanza y
experimentando que el Señor viene, Y viene
continuamente en la celebración de los
sacramentos, con una presencia siempre más

83
renovada y creciente, hasta que se haga del
todo plena en la aparición última de la Parusía.
Entonces tendrán lugar la nupcias definitivas
entre Cristo y la Iglesia.

84

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