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Código: 20142850

PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ


ESTUDIOS GENERALES LETRAS

TRABAJO INDIVIDUAL

Título:

AUTONOMÍA Y PODER DISTRIBUIDO: NUEVA CULTURA POLÍTICA


EN LAS PROTESTAS SOCIALES DE ESPAÑA Y BRASIL EN LA
SOCIEDAD RED DEL SIGLO XXI

Nombre: Cornejo Román César Ricardo

Tipo de evaluación: Monografía Final

Curso: Investigación Académica

Profesor: Mari Fernández

Jefe de Práctica: Sue Ellen Gora

SEMESTRE 2015-1
RESUMEN

El presente trabajo analiza las características de la cultura política de los participantes en las
protestas sociales en el siglo XXI en Brasil y España. Se entiende por cultura política al conjunto
de ideas, juicios, emociones y expectativas hacia el poder, la política y la sociedad de los sujetos
involucrados en dichas protestas. Se parte de la hipótesis de que estas características se agrupan
en torno a dos elementos principales: la valoración y defensa de la autonomía —entendida como
autogobierno—, y la organización del poder en redes distribuidas propias de la sociedad
contemporánea. Así, el trabajo se organiza en dos capítulos, uno por cada hipótesis: La valoración
y defensa de la autonomía, y La distribución del poder en las realidades física, virtual y mediática.
El análisis de la cultura política de los participantes de los sistemas red de protesta social de Brasil
y España confirma ambas hipótesis. Por ello, podemos concluir, por un lado, que se está
expandiendo una nueva cultura política basada en la autonomía, y, por otro lado, que existe una
nueva forma de organizarse y hacer política (gramática sociopolítica) basada en los patrones de
organización de las redes distribuidas, abiertas y autoorganizadas que configuran los sistemas red
de protesta social.
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ……………………………………………………………………………… 1

CAPÍTULO 1: LA VALORACIÓN Y DEFENSA DE LA AUTONOMÍA ................................. 5

1.1. La afirmación de la autonomía y la política defensiva como respuestas a la desconfianza


hacia las instituciones del régimen democrático …………………………………………….. 5
1.2. La construcción de relatos colectivos autónomos mediante el empleo de prácticas
tecnopolíticas y el empoderamiento a partir de un ecosistema de identidades colectivas ….. 9
1.3. Nueva cultura organizacional democrática y el surgimiento de una ética de la coherencia
como resguardo de la autonomía ………………………………………………………….. 12

CAPÍTULO 2: LA DISTRIBUCIÓN DEL PODER EN LAS REALIDADES FÍSICA, VIRTUAL


Y MEDIÁTICA ……………………………………………………………..……. 17

2.1. La organización en redes distribuidas, descentradas, abiertas y autoorganizadas, y sus


consecuencias ético-políticas ……………………………………………………………..…17
2.2. La organización pragmática en torno a problemas concretos como dinámica organizativa
postideológica y postidentitaria ……………………………………………………………. 20
2.3. La cultura de la colaboración y la ética del compartir ……………………….…..……. 25

CONCLUSIONES …………………………………………………………………………… 30

BIBLIOGRAFÍA …………………………………………………………….………………. 32
INTRODUCCIÓN

Según la influyente interpretación del historiador Eric Hobsbawm, quien tituló su epítome del
siglo XX como La era de los extremos: el corto siglo viente 1914-1991, el periodo que se inició
con la primera guerra mundial cerraría en 1991 (1995). El nuevo periodo, que ya tiene 25 años de
desarrollo, se caracteriza por el despliegue de todo el potencial de la revolución tecnológica
basada en la microtecnología electrónica, el fortalecimiento de los poderes fácticos de carácter
transnacional y privado como las empresas transnacionales y las organizaciones internacionales
intergubernamentales, y el aparente debilitamiento del Estado-nación para determinar el curso de
las políticas dentro de su territorio. Asimismo, el corto siglo veinte se fraguó al calor una intensa
lucha sociopolítica, la cual parecía haber remitido para dar paso al aparente fin de las ideologías y
la expansión de un sistema político, económico y cultural denominado globalización bajo
formulaciones neoliberales.

En este escenario, desde 1994, con el surgimiento del ejército zapatista de liberación nacional, se
apertura un nuevo ciclo de luchas sociales con aspectos novedosos que, bajo el membrete de
movimiento de altermundialización, alacanzó su mayor nivel de articulación en los foros sociales
mundiales que congregaron más de cien mil personas de miles de organizaciones, entre el 2003 y
el 2005. Con los años, este proceso se fue agotando, y las expresiones de malestar social
materializadas en acción colectiva de protesta parecían dispersarse nuevamente. No obstante, la
segunda década del siglo XXI amaneció con las protestas sociales más multitudinarias de la
historia (millones de personas en las calles, en algunos casos) en múltiples países, al mismo
tiempo que se ahonda el descrédito por la política y los políticos.

La aproximación convencional a estos fenómenos los denomina acción colectiva y emplea la


categoría de movimientos sociales para hacer referencia a la organización y movilización social
con ojetivos definidos y sostenida en el tiempo. Este concepto se fue estirando lo necesario para
abarcar los cambios de las últimas décadas. No obstante, las nuevas manifestaciones desafían la
capacidad explicativa de los análisis tradicionales. Las acciones colectivas parecen surgir de
manera espontánea, desbordando cualquier iniciativa convocante; parece no existir dirección
alguna ni objetivos claros; su devenir es muy contingente, y parece extinguirse con resultados
muy contradictorios; y en ocasiones parece ser más una válvula de escape que una vía de
demanda hacia los representantes políticos o el surgimiento de un contendiente que los desafíe.

1
Por ello, parece necesario explorar aproximaciones alternativas basadas en marcos teóricos y
enfoques metodológicos capaces de sacarnos del estupor, caracterizar con propiedad los
fenómenos contemporáneos y ponderar con justicia la novedad. Para cumplir dicho objetivo, se
exploran dos casos de estudio arquetípicos, uno a cada lado del océano Atlántico: Brasil y España.
Para aproximarnos a ellos, hacemos uso del concepto de cultura política, para hacer referencia al
conjunto de ideas, juicios, emociones y expectativas hacia el poder, la política y la sociedad de los
sujetos involucrados en las acciones colectivas de organización y movilización
1
ciudadana. Asimismo, no nos limitamos al periodo intenso de movilización que ganó cobertura
mediática porque ello representa tan solo un pico visible de acción colectiva. Así, privilegiamos
las fuentes que han tenido una mirada más profunda del fenómeno, intentando abarcar su
complejidad, sus límites difusos y sus dinámicas organizativas menos conocidas. En este sentido,
han demostrado una mayor capacidad descriptiva los estudios que prestan atención a los patrones
de organización en redes, de la sociedad actual en general y de la organización de la acción
política en particular. Con este enfoque es menester subrayar los trabajos de Manuel Castells, las
del equipo de investigación #datanalisis15M liderados por Javier Toret, los estudios de Rodrigo
Nunes y Bernardo Gutierrez, las diversas publicaciones colectivas sobre Tecnopolítica y aquellas
impulsadas por el Internet Interdisciplinary Institute (IN3) y la Universitat Oberta de Catalunya
(UOC). Esta bibliografía concibe a la forma red como el patrón organizativo natural en todas las
dimensiones de la vida actual, y considera su rol estructurante de los nuevos patrones de
organización política y acción colectiva. Con estas consideraciones, resulta más últil analizar a
estos fenómenos como sistemas red (el sistema red español y el sistema red brasileño)
conformados por múltiples actores individuales y colectivos (nodos) que interactúan entre sí de
manera dinámica y en múltiples planos (físico, en los espacios urbanos; virtuales, en las redes

1
Cultura política, término empleado en la academia desde los años 50 del siglo XX, ha mantenido su
vigencia a pesar de las críticas recibidas debido a su dificultad para ser definido, a su sobrevaloración
como variable explicativa de la conducta y del desarrollo de un régimen político particular, o por el
carácter eurocéntrico de las investigaciones que lo emplean para valorar, bajo los parámetros de la
ciencia política anglófona, a las sociedades políticas de todo el mundo. Es posible que la versatilidad
de este término sea, como señala Formisano, la razón de su popularidad y, como sugiere este autor, un
uso productivo del mismo debe encontrar un balance entre las diferentes dimensiones de lo político: ni
restringirse a la esfera institucional-estatal, ni prescindir de esta dimensión atendiendo únicamente la
dimensión cultural del mismo (2011). En ese sentido, seguiremos a los autores latinoamericanos que,
desde la ciencia política, emplean el término como variable descriptiva de las diferentes
consideraciones que las personas tienen de la política (Cuna 2010). Sin embargo, a diferencia de este
autor y la corriente politólógica, no restringiremos nuestro análisis al régimen político y sus
instituciones. Asimismo, en la medida que nuestro análisis se ocupa de una población particular (los
ciudadanos mobilizados en las calles en las manifestaciones sociales de protesta), nos acercamos a la
definición de Carlos Aguirre en su estudio de la cultura política de la izquierda peruana de la segunda
mitad del siglo XX, desde la disciplina histórica, que entiende la cultura política como una forma de
entender la político y la militancia (2007: 173).

2
sociales). Producto de la interacción de los diversos componentes de estos sistemas red se generan
diversas iniciativas de acción colectiva, y consiguen concretarse aquellas que consiguen la
suficiente sincronización de emociones, intereses y voluntades.

Con el enfoque señalado, consideramos que los dos elementos principales que moldean la acción
política son la búsqueda de la autonomía y la organización del poder en redes distribuidas. Así, en
la primera parte se analizan las características de la cultura política que se relacionan con una
afirmación y defensa de la autonomía, que hacen posible la acción colectiva en un clima de
desconfianza hacia las Instituciones y la política. Se analizan los procesos de construcción y
defensa de la autonomía organizativa, con respecto a las estructuras partidarias y sindicales que
tradicionalmente convocan a la protesta social; ético-política; cognitiva y social. Asimismo, se
describen los cambios globales, tecnologías y antecedentes organizativos que hacen posible el
desarrollo de estos procesos. Por último, se presta atención a los procedimientos de toma de
decisiones y la nueva ética de la coherencia que se va fraguando al calor de estas prácticas
político-organizativas, que en su conjunto representan un resguardo a la autonomía. Se discute, a
lo largo del capítulo las interpretaciones inexactas y parciales que diversos autores realizan.

En la segunda parte, se analizan las características de la cultura política moldeadas por la


organización del poder en redes distribuidas en varios planos (físico, virtual, mediático) que
interactúan entre si para configurar la realidad. Se describe cómo el poder se encuentra distribuido
en muchos actores individuales y colectivos sin que exista un centro determinado que concentre la
toma de decisiones o la generación de iniciativas, y las formas de concebir la organización que
esto acarrea. Luego, en contraposición con las descripciones usuales de estos fenómenos como
horizontales, se los describe con mayor precisión como distribuidos, y se analiza el
funcionamiento de sus dinámicas de agregación de intereses, emociones y voluntades en torno a
problemas concretos. Esto constituye una nueva gramática sociopolítica: pragmática,
postideológica y postidentitaria. Finalmente, se decribe la cultura de la colaboración, donde el
reconocimiento se distribuye de forma meritocrática de acuerdo a los aportes individuales
realizados al colectivo, y se rastrea sus influencias provenientes del análisis de la cultura y la ética
hacker.

La importancia de este trabajo radica en la necesidad de elucidar los cambios que se han
producido en la cultura política de amplios sectores de la sociedad, que son aquellos dispuestos a
organizarse y participar en acciones colectivas con el objetivo de impugnar las injusticias y
desigualdades. Al mismo tiempo, hacen frente a los poderes políticos y económicos que se erigen

3
por sobre los ciudadanos, con poca capacidad de ser controlados, pero con amplia
discrecionalidad para tomar las decisiones más importantes sobre sus vidas. Se considera
necesario entender los elementos centrales que configuran sus maneras de pensar la política, el
poder, la organización, el liderazgo, así como la cultura y ética que se va forjando. Sin la clara
comprensión de estos elementos, resulta azaroso intervenir de manera positiva en el
encausamiento de estos procesos para profundizar la democratización de la sociedad.
Consideramos que la ciencia política contemporánea se ha demostrado incapaz de avanzar en este
sentido. Es necesario traspasar los límites de esta disciplina para afrontar con éxito esta empresa
político intelectual.

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CAPÍTULO 1: LA VALORACIÓN Y DEFENSA DE LA AUTONOMÍA

En este capítulo, se analiza la afirmación y defensa de las múltiples dimensiones de la


autonomía (organizativa, ético-polítco, comunicativa, cognitiva y social). Para ello, se iniciará
describiendo los procesos que llevan a personas de muy diversa procedencia étnico-racial,
socioeconómica y política-ideológica a encontrar en la autonomía una práctica y un discurso
que les permite organizarse políticamente (reconozcan o no su accionar como político) en un
clima de absoluta desconfianza de todas las instituciones y de la política. Así, se examinarán
los nuevos espacios y tecnologías que hacen posible la producción de un relato colectivo que
posiciona una interpretación autónoma de la realidad. Finalmente, se explorará las dinámicas
de toma de decisiones que conforman una nueva cultura política organizacional (que incluyen
un repertorio de prácticas democráticas antiburocráticas) y una ética de la coherencia, que
resguardan la autonomía frente a elementos internos (individuos y élites) y externos
(Instituciones o grupos del poder del sistema).

1.1. La afirmación de la autonomía y la política defensiva como respuestas a la


desconfianza hacia las instituciones del régimen democrático

Es un lugar común el poco entusiasmo que generan en la actualidad las instituciones del
régimen democrático. En los estudios de cultura política, la aprobación ciudadana de los
diferentes poderes del Estado se analiza bajo la categoría de confianza institucional. Así, en el
2006, los ciudadanos brasileños que manifestaban tener “al menos algo” de confianza en el
gobierno llegaban al 46,20%, en el parlamento al 24,90% y en los partidos al 21,00% (Luengo
y Coimbra 2013: 125). Según la misma fuente, en el 2007, para el caso español, la confianza
institucional en el gobierno alcanzaba el 35,10%, en el parlamento el 50,80% y en los partidos
el 24,30%. Aunque la pérdida de credibilidad de la política formal alcanza también a la
población adulta (Seixas y Rabello 2014: 188), los estudios se han concentrado en la
población juvenil. Así, se han generado dos corrientes dicotómicas de interpretación. Por un
lado, la mayoría de investigadores sostiene que existe una pérdida de interés político que hace

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peligrar la renovación de las instituciones democráticas; frente a esto, otra corriente sostiene
que el desecanto se restringe al trabajo de los políticos y las instituciones, y que los jóvenes
habrían encontrado nuevas formas de participación política, como el activismo y los
voluntariados (Dalton, citado por Benedicto 2013: 725). Al respecto, Farthing señala que
ambos paradigmas de interpretación son desempoderantes2, ofrecen lecturas incompletas y
resultan inútiles para la intervención (2010: 192). En este sentido, adhiere al modelo de Beck,
quien propone que el rechazo activo de los jóvenes a la política es una práctica política
deliberada que deslegitima a un sistema que no responde a la nueva agenda que plantea la
juventud, cuyo alcance es global y a la cual las instituciones del Estado-nación no pueden dar
solución (citado por Farthing 2010: 192). Es decir, el desencanto con las instituciones y la
política en su dimensión institucional sería irreversible y positivo. Los fenómenos de Brasil y
España se explican mejor con esta formulación alternativa, en la medida que la organización y
la acción política masiva resultó posible fuera de la esfera institucional y afirmando su
autonomía frente a la misma.

En España, los estudios sobre la cultura política realizados en los jóvenes identifican ideas de
apatía política, escepticismo democrático y redefinición de la política (Benedicto 2013: 726).
En Brasil, la situación resulta similar, aunque los jóvenes están experimentando nuevas
formas de participación alejadas de las instituciones políticas tradicionales para hacer frente a
los problemas de la sociedad (Seixas y Rabello 2014: 198). En este sustrato sociopolítico, de
descrédito de la política y de instituciones democráticas deslegitimadas sin distinción del
signo ideológico de sus gobernantes (derecha o izquierda) ni del nivel de desarrolllo
institucional (España o Brasil), puede resultar desconcertante observar millones de personas,
principalmente jóvenes, involucrarse en la organización de acciones y demandas políticas. En
este trabajo se sostiene que fue el desarrollo de una cultura política de la autonomía, frente a
agentes externos e internos, la que hizo posible la organización en el clima de desconfianza
descrito.

2
El empoderamiento se concibió en la década de 1980 como un “proceso para desarrollar y facilitarle
a las personas mayor control sobre sus vidas” (Vázquez 2004: 43). Este proceso hace referencia a la
adquisición de recursos (poder) para participar en las decisiones que les atañen (Úcar, citado en Alva
2012: 210) a los individuos, organizaciones o comunidades (Rappaport, citado en Alva 2012: 210).
En consecuencia, el desempoderamiento es el proceso que refuerza, en un individuo o colectividad, las
condiciones desfavorables de asimetría de poder, y no aumenta su control sobre los asuntos y
decisiones que afectan sus vidas. En este caso particular, las interpretaciones señaladas no permiten el
empoderamiento de los jóvenes, a quienes ubica en posiciones pasivas, sin control ni posición sobre
los asuntos que les competen en tanto ciudadanos.

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Los movimientos sociales, especialmente los latinoamericanos del siglo XXI, han hecho de la
autonomía uno de los pilares de su identidad. Los intelectuales que han acompañado a estos
movimientos definen la autonomía como el autogobierno; es decir, gobernarse por normas
propias, impugnando la dinámica impuesta por las instituciones del capitalismo, pero siendo
consciente de las relaciones de interdependencia entre todos los sectores de la sociedad y
alejándose, por tanto, de referentes de vida autárquicos (Cuninghame 2010b: 151). La
autonomía se va afirmando en la cultura política de estos movimientos sociales producto del
balance histórico negativo de la subordinación de las fuerzas sociales a los partidos políticos y
a los Estados durante el siglo XX (Zibechi 2003: 188), que en el siglo XX se proclamaron
como las portadoras universales de los intereses populares. Por lo tanto, correspondía a las
organizaciones sociales encolumnarse tras los grandes líderes políticos que guiarían el camino
hacia la emancipación, luego de la conquista del poder Estatal.

En el caso de las manifestaciones de Brasil y España en el siglo XXI, la autonomía, en tanto


principio de autogobierno, no es una idea decantada en la cultura política de quienes no
habían tenido vinculación con los movimientos sociales preexistentes. No obstante, la
afirmación de este principio fue el destino al que arribaron los ciudadanos a ambos lados del
Atlántico. Así, la autonomía se afirma, por un lado, frente a los agentes externos a la
manifestación y vinculados con la defensa del Estado: el gobierno, los partidos en el poder,
las fuerzas del orden, los medios de comunicación. Por otro lado, la autonomía se afirma
también frente a los agentes internos de la movilización que pudieran resultar vinculados a las
instituciones asociadas a la política, aunque también se opongan al sistema: partidos de
oposición, organizaciones de izquierda o de protesta tradicional.

La afirmación de la autonomía frente a los agentes externos, valedores del sistema, resulta
natural en tanto las manifestaciones no solo se desarrollan en un clima de desconfianza hacia
las instituciones, sino que las ubican como blanco directo. Así, en España, la protesta social
explota el 2011 promovida por la plataforma ciudadana Democracia Real Ya, que cuestionaba
a las instituciones del régimen y su subordinación a los poderes fácticos (Toret 2013: 53). En
esta dirección, bajo el lema “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, se
cuestionaba las carencias democráticas del llamado sistema democrático, y se entablaba una
confrontación “con los gobiernos, con los partidos y con la propia estructura de una

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democracia de élite” (Jardim 2012: 137 [la traducción es nuestra])3. La claridad del llamado
incial a la movilización no deja lugar a dudas:

La democracia parte del pueblo (demos=pueblo; cracia=gobierno) así que el gobierno debe ser
del pueblo. Sin embargo, en este país la mayor parte de la clase política ni siquiera nos escucha.
Sus funciones deberían ser la de llevar nuestra voz a las instituciones, facilitando la
participación política ciudadana mediante cauces directos y procurando el mayor beneficio para
el grueso de la sociedad, no la de enriquecerse y medrar a nuestra costa, atendiendo tan sólo a
los dictados de los grandes poderes económicos y aferrándose al poder a través de una dictadura
partitocrática encabezada por las inamovibles siglas del PPSOE (Democracia Real Ya 2011).

En el caso brasileño, las protestas masivas se desencadenaron el 2013 por el alza de los
pasajes en microbus decretadas por el Estado en varias ciudades (Antunes y Braga 2013). Así,
frente al anuncio oficial, el Movimento Passe Livre convocó a movilizaciones que luego de 14
días de enfrentamientos lograron derrotar al poder político, que se vio obligado a derogar sus
propios decretos (Judensnaider y otros: 2013). Asimismo, durante este proceso, se logró
posicionar la consigna de que nâo são só 20 centavos (en referencia al alza del pasaje de 3 a
3.20 reales) y el cuestionamiento al gobierno tuvo como eje la precariedad de los servicios
públicos, el rol represor de la policía, la proridad de los gastos del gobierno nacional (la copa
mundial de Futbol) y la corrupción (Judensnaider y otros: 2013; Antunes y Braga 2013). De
esta manera, en ambos casos se constata que las personas mobilizadas se posicionaron de
manera autónoma frente al Estado.

Por otro lado, al igual que los movimientos sociales latinoamericanos desarrollaron el
principio de autonomía en rechazo a las organizaciones partidarias, los manifestantes en
Brasil y España en el siglo XXI tomaron la misma distancia de estos actores. Así, la
plataforma Democracia Real Ya desarrolló “una campaña ciudadana que marcó su autonomía
frente a los sindicatos y partidos, declarándose apartidista y sindical” (Toret 2013: 53).
Igualmente, en Brasil, desde el principio se manifestó una actitud antipartido, que incluyó
incluso la agresión física y el enfrentamiento contra militantes de organizaciones de izquierda
(Antunes y Braga 2013).

1.2. La construcción de relatos colectivos autónomos mediante el empleo de prácticas


tecnopolíticas y el empoderamiento a partir de un ecosistema de identidades colectivas
3
“com os governos, com os partidos e com a própria estrutura de uma democracia de elite.”

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La afirmación de la autonomía, en un clima de desconfianza hacia agentes internos y
externos, tiene como consecuencia y necesidad la generación de prácticas que eviten la
manipulación. Por ejemplo, en previsión de que algunos individuos logren encumbrarse como
dirigentes, y potenciales caudillos que usurpen la voz colectiva, surgen las identidades
colectivas sin individuos que puedan hablar por ellas. Estas identidades colectivas pueden
tener un énfasis temático (Plataforma de Afectados por la Hipoteca), temporal (15M, 25S,
23J) o espacial (acampada plaza del Carmen) y tienen una presencia tanto en espacios
virtuales (cuentas de Facebook y Twitter) como físicos (reuniones y manifestaciones). De
esta manera, se crea un ecosistema donde proliferan identidades colectivas construidas
activamente por decenas a miles de personas, y alrededor de las cuales interactúan, en
espacios virtuales y físicos, millones de ciudadanos. En este ecosistema, se puede realizar un
uso virtuoso de las herramientas digitales con el objetivo de desencadenar y modular la acción
colectiva, las emociones y las concepciones de la realidad. A este uso de las nuevas
tecnologías se ha denominado tecnopolítica (Toret 2013: 45).

La tecnopolítica no hace referencia a un empleo utilitarista de herramientas digitales para


organizar la protesta, sino que, en un escena contemporánea caracterizada por la
fragmentación de las relaciones sociales, “la red permite construir nuevos vínculos y unas
formas de organización adaptadas a la sociedad actual” (Monteverde, Rodriguez y Peña-
López 2013: 25) y viabiliza la autonomía social (Toret 2013: 44). Manuel Castells ha
desarrollado las interpretaciones más influyentes referidas al impacto de las tecnologías del
Internet y de la comunicación móvil en la vida social. Castells explica la forma en que estas
tecnologías han permitido la autonomía comunicativa al hacer posible los fenómenos actuales
de autocomunicación de masas (2009: 39). A diferencia de la comunicación creada y emitida
por un solo emisor (medio de comunicación), en los fenómenos de autocomunicación de
masas los mensajes son creados por nosotros mismos, quienes seleccionamos a nuestros
receptores y los mensajes que queremos recibir, así como los emisores de quienes deseamos
ser destinatarios (Castells 2009: 81). En otras palabras, gracias al Internet y las tecnologías
móviles, el poder de generar contenidos y de comunicar mensajes ya no está monopolizado
por los medios de comunicación.

Este mismo autor, en su estudio de los movimientos sociales urbanos (incluido nuestro caso
de estudio Español), a los que ha caracterizado como movimientos sociales en red (2012:

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211), señala que estos existen en un nuevo espacio híbrido al cual denomina espacio de
autonomía, que se forma en la interacción entre el ciberespacio y el espacio urbano (2012:
213). Para que estos movimientos se produzcan no bastaría con su existencia en las redes
virtuales, sino que sería necesaria la ocupación del espacio urbano para conseguir la cercanía
física requerida para la transformación personal y psicológica de los participantes (2012: 212-
213). Este último proceso significaría el paso colectivo de la indignación a la esperanza, que
sería el combustible para sostener en el tiempo la acción colectiva de individuos en un primer
momento descontentos e indignados, que ahora se sentirían empoderados y decididos a
desafiar el sistema (2012: 210), afirmando su autonomía frente al mismo y reivindicando su
derecho a ocupar el espacio público. Este proceso de empoderamiento es un proceso
principalmente emocional, por lo cual Castells caracteriza a estos fenómenos sociales como
movimientos emocionales, basado en las teorías de Antonio Damasio, quien sostiene que las
emociones subyacen a todas nuestras acciones, y solo posteriormente le siguen los procesos
de decisiones racionales (2012: 210).

Además de los cambios señalados en la dimensión emotiva, durante este proceso de


empoderamiento los participantes también alcanzan la autonomía cognitiva. Esto significa
que son capaces de producir una interpretación autónoma de la realidad, generalmente a
contracorriente de la interpretación de los grandes medios de comunicación. Como señala
Toret, para el caso Español, “ha cambiado el patrón de consumo y producción de información
y emociones colectivas, viviendo experiencias comunes intensas […] como la creación de una
bifurcación mental colectiva y alegre frente a desconexión [sic] de las élites dominantes de la
realidad material de la vida de las personas.” (2013: 135). La proliferación de los medios de
comunicación alternativos y la penetración, con mensaje propio, en la esfera de los medios
masivos de comunicación hacen parte de este proceso. En el caso brasileño, la configuración
particular del poder, donde los medios de comunicación son parte del bloque de oposición al
gobierno, llevó al apoyo inicial a las revueltas sociales por parte de las corporaciones
mediáticas, en su intento de socabar al gobierno (Antunes y Braga 2013). Esto trajo como
consecuencia que el poder mediático tuviera mayor influencia que en el caso español para
posicionar algunas banderas conservadoras, pero finalmente el intento de canalizar la marea
de social fue desbordado y el movimiento fue construyendo su propia autonomía, incluyendo
una interpretación autónoma de la realidad y la proliferación de medios de comunicación
alternativos (Zibechi 2013: 21).

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La gran disparidad existente entre los medios masivos de comunicación y los
emprendimientos comunicativos alternativos podría poner en duda la capacidad de los
movimientos para construir un relato de la realidad realmente autónomo. Por ello, resulta útil
recurrir a un estudio reciente realizado por Casas, Davesa y Congosto sobre la relación entre
el 15M y los medios de comunicación, que refuerza nuestra hipótesis. Luego de analizar los
mensajes emitidos por los activistas, por los medios y los políticos durante el periodo del 13
al 31 de mayo del 2011 (el periodo de movilización social más intensa en España) (2015: 7),
construyeron modelos matemáticos y estadísticos para determinar el tipo de relación existente
entre los mensajes provenientes de los diferentes actores (2015: 13). Sus resultados señalan
que estos movimientos demostraron su capacidad para colocar en la agenda pública una gran
variedad de demandas construidas en procesos de debate aútonomos y plurales. Además, que
ni la cobertura mediática ni los acontecimientos políticos influenciaron el debate de los
activistas. Es decir: “este tipo de movimientos más deliberativos tienen mayor capacidad de
aislarse del contexto mediático y político que los rodea” (2015: 17) o, en nuestros términos,
de construir su autonomía cognitiva y una interpretación autónoma de la realidad.

Consideramos revelante subrayar que la legalidad no representa un límite para la construcción


de la autonomía. Por el contrario, la puesta en cuestión de la autoridad y de las leyes
representa un momento esencial de la construcción de la misma. Esto queda ilustrado, por
ejemplo, en un análisis de caso en profundidad (la Asamblea de la Plaza del Carmen y la
acampada de Granada) realizado por un grupo de educadoras de la universidad de Granada,
quienes constataron que “cuestiones como la legitimidad y autoridad de Gobiernos e
instituciones públicas han sido igualmente cuestionadas y revisadas: algunas leyes han sido
respetadas mientras otras han sido contestadas en base a un concepto de justicia social
considerado prioritario” (Hernández, Robles y Martínez 2013: 67).

1.3. Nueva cultura organizacional democrática y el surgimiento de una ética de la


coherencia como resguardo de la autonomía

La autonomía, como colectividad que se autogobierna, necesita de instancias donde se tomen


decisiones y se produzcan las normas que rigen al cuerpo social. Las normas, cuando
garantizan la toma de decisiones democráticas, resguardan la autonomía. Si el funcionamiento
de un grupo humano permite que las decisiones sean tomadas, de manera formal o informal,
por una persona o grupo de ellas que no representa de manera auténtica a la colectividad,

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entonces la autonomía es vulnerada. Los manifestantes parecen ser muy concientes de ello,
por lo cual invierten una gran cantidad de esfuerzos en discutir y producir mecanismos de
deliberación y decisión que les permitan el autogobierno efectivo. Estos procedimientos han
sido caracterizados de diversas formas tanto por los propios participantes como por los
académicos que han estudiado estos fenómenos. Así, la mayoría tiende a subrayar la ausencia
de liderazgos, el rechazo a los procedimientos de votación y el énfasis en los procesos de
deliberación y construcción de consensos.

Para Castells, por ejemplo, estos procesos siguen la estructura de las redes. Por ello se
desarrollan en una compleja interacción entre muchos actores y sin necesidad de un centro
decisor único, lo cual reduce su vulnerabilidad a la burocratización y a la manipulación (2012:
212), dos amenazas a la autonomía provenientes desde el interior de los propios movimientos
y organizaciones. Para este autor, estos procedimientos constituyen una forma de democracia
participativa, la cual siempre ha sido considerada como mejor que la representativa, pero al
mismo tiempo solo resultaba practicable para grupos pequeños de personas; este problema
quedaría solucionado gracias al Internet y a la tecnología móvil, que hacen posible procesos
de decisión colectiva a cualquier escala (Castell 2012: 216) y en cualquier lugar. En el caso
español, evaluando en una escala del 0 al 10, donde 0 representa a la democracia
completamente participativa y directa, y 10 representa a la democracia representativa e
indirecta, los manifestantes se mostraron más inclinados hacia la democracia participativa que
la población general (3.85 frente a 4.94) (Díez 2014: 209).

Por último, Castell insiste mucho, tanto en sus trabajos empíricos como en su reflexión
teórica, en el hecho de que estos movimientos no tienen líderes, no los desean y no los
necesitan (Castell 2012: 215). Esta última aseveración representa un lugar común en los
científicos sociales y un elemento identitario de primer orden en las organizaciones,
movimientos e individuos que participan de estos procesos de movilización social. En
realidad, resulta más verídico señalar con Western que el “liderazgo autonomista claramente
existe al interior de estos movimientos, aunque la negación de todas las formas de liderazgo
persiste con el objetivo de permitir el ideal de los activistas de movimientos sin líderes”
(2014: 689 [la traducción es nuestra]).4 Este último autor, partiendo de la constatación fáctica

4
“autonomist Leadership clearly exists within these movements, yet the disavowal of all forms of
leadership persists in order to support the activists’ ideal of ‘leaderless’ movements.”

12
de que, en efecto, existen liderazgos en toda acción colectiva, reconoce las peculiaridades que
exhibe este fenómeno en los grupos humanos que afirman y defienden su autonomía. En este
sentido, propone la categoría de “liderazgo autonomista” para referirse al proceso de
liderazgo colectivo que asume una forma individualizada en la realización de tareas y
funciones concretas necesarias para el cumplimiento de los objetivos colectivos, y que es
ejercido por líderes autonomistas con el consentimiento de sus pares (individuos y grupos
autónomos), en estructuras organizativas donde el poder no se encuentra concentrado (2014:
693).

Por su parte, Zibechi rastrea el surgimiento de la cultura organizacional en el caso brasileño, y


la compara con la cultura existente en la acción colectiva del siglo XX. Así, estudia en detalle
el caso del Movimento Passe Livre, protagonista principal de las convocatorias que
desencadenaron las movilizaciones sociales masivas durante el 2013. Este movimiento,
surgido el 2003, construye una cultura organizacional que Zibechi caracteriza de
antiburocrática, y que se asentaría en tres fundamentos: horizontal, siendo conducida por una
dirección colectiva y no individual; mecanismos de toma de decisiones basados en el
consenso y no en la votación, con lo cual se evita la consolidación de bloques de mayoría que
puedan convertirse en élites o burocracias gobernantes; y una conciente defensa de la
autonomía frente al Estado y los partidos, con quienes eventualmente debe relacionarse
(2013: 23). Esto, afirma el mismo autor, se contrasta con la cultura organizativa burocrática
del siglo XX, asentada aún en partidos y sindicatos, y que ya no permite responder a los
desafíos actuales del cambio social (2013: 29). Resulta interesante constatar cómo este ADN
organizacional, que luego se masifica en las protestas sociales del 2013, ya venía mutando
desde mucho antes, muy influenciado por el desarrollo de los movimientos sociales
latinoamericanos a cuyo énfasis en la autonomía hemos hecho referencia.

Cabe realizar, además, algunas precisiones a Zibechi y a la mayoría de catacterizaciones de


las dinámicas de toma de decisiones en los procesos y organizaciones estudiados. En primer
lugar, lo que Zibechi, la mayoría de académicos y los propios manifestantes caracterizan
como horizontalidad se describe con mayor precisión como procesos que siguen la estructura
de poder existente, que estos casos se encuentra distribuido en red y no cuenta con nodos
centralizadores importantes o permanentes. En otros términos, el poder de decisión se
encuentra distribuido, y ello genera interacciones que no se pueden describir como
horizontales, como estudiaremos en el segundo capítulo. En segundo lugar, con respecto al

13
consenso, existen al menos dos procedimientos que distinguir. Por un lado, procedimientos
que responden a la acepción común de consenso en que una colectividad se pone de acuerdo
en una proposición con anuencia de todos sus miembros, y sin una votación donde se reporten
abstenciones o votos en contra. Por otro lado, el procedimiento conocido en la cultura hacker
como consenso aproximado, mediante el que se llevan a cabo todas las propuestas salvo se
genere una fuerte oposición a alguna de ellas (Monteverde, Rodriguez y Peña-López 2013:
10). Así, estamos frente a una forma más pragmática de operar, que se constata, por ejemplo,
en el 15M: “[m]ientras que en las grandes asambleas de las acampadas el ritmo de decisión y
trabajo ha sido más lento, en los distintos colectivos la forma de proceder no se ha
desarrollado mediante grandes consensos sino consensos de base que permitieran seguir
avanzando” (Monteverde, Rodriguez y Peña-López 2013: 16).

Como hemos visto, con independencia de las categorías empleadas para describir los
procedimientos de toma de decisiones, resulta claro que constituyen una ruptura con formas
de organización previas de caracter burocrática, vertical, delegativo, representativo e
indirecto, frente a los cuales los manifestantes desarrollan una manifiesta aversión. Por lo
tanto, constituyen elementos de una nueva cultura política o nuevos sentidos comunes
organizativos, referidos a la dimensión procedimiental de la democracia. Esta nueva cultura
política organizativa resguarda la autonomía al proteger el espacio de todo tipo de decisiones
externas (mediante numerosos procesos deliberativos) y de agentes internos que pudieran
vulnerarla si se llegaran a consolidar liderazgos individuales (potenciales caudillos) o élites de
poder (potenciales burocracias o poderes fácticos) con la capacidad de sustituir la voluntad
del resto de la colectividad.

Por último, al ritmo de estas prácticas democráticas se va cincelando una nueva ética que
pone un énfasis en la coherencia. Esta ética, que también puede ser rastreada en los gérmenes
organizativos de las grandes movilizaciones, no tolera la distinción entre quienes toman las
decisiones y quienes las ejecutan, o entre la teoría y la práctica (Zibechi 2013: 31). Esta
búsqueda permanente de la coherencia entre el decir y el hacer es descrita por algunos como
una práctica prefigurativa, donde los medios empleados para desafiar y cambiar el mundo
deben respetar los valores que se desean proyectar en el futuro, prefigurando la nueva
sociedad a la cual se aspira o por la cual se lucha (Seixas y Rabello 2014: 197; Samuel Fraber
2014). En otras palabras se busca una escrupulosa correspondencia entre los medios y los
fines. Esta ética, consideramos, constituye un resguardo más para la autonomía, en la medida

14
que opera un escrutinio constante del respeto a los valores a los que se adscribe en cada de las
prácticas que se desarrollan.

Como hemos visto a lo largo del capítulo, entre los manifestantes en las acciones colectivas
masivas del siglo XXI en Brasil y España se corrobora el surgimiento de una cultura política
de la autonomía. Esta cultura política tiene raíces en diferentes núcleos organizativos pero se
masifica en un clima de desconfianza y descrédito de las instituciones del régimen
democrático (Estado, partidos, sindicatos, medios de comunicación masivos), incluso de
aquellas que se presentan tradicionalmente como alternativas al sistema. Asimismo, gracias a
las nuevas tecnologías de la información es posible conquistar una autonomía comunicacional
y dar a luz a un espacio híbrido entre el ciberespacio y el espacio público urbano donde es
posible el empoderamiento colectivo y la construcción de un diagnóstico de la realidad
alternativo al presentado por los medios de comunicación. Por último, esta cultura de la
autonomía queda resguardada por el surgimiento de una cultura política organizacional
basada en la participación directa, la deliberación horizontal o distribuida y antiburocrática, lo
cual evita la consolidación de élites y caudillismos. Mientras tanto, estas prácticas dan origen
a una ética de la coherencia donde los elementos señalados de la nueva cultura política
(autonomía y prácticas democráticas de decisión) son constantemente vigilados en el
quehacer cotidiano.

15
CAPÍTULO 2: LA DISTRIBUCIÓN DEL PODER EN LAS REALIDADES FÍSICA,
VIRTUAL Y MEDIÁTICA

En este capítulo, se analizarán las características de la cultura política moldeadas por el hecho
de vivir en una sociedad red donde las protestas masivas estudiadas han configurado sistemas
de poder distribuido desplegados en varias capas (físicas, virtuales y mediáticas) que
interactuan entre sí para la configuración de la realidad. Así, el poder se encuentra distribuido
en una red sin un centro privilegiado que concentre las decisiones, la capacidad de inciativa ni
el poder simbólico. Esta particular distribución del poder determina las formas de pensar la
organización; las formas como se sincronizan emociones, intereses y voluntades para la
concreción de la acción colectiva; y la cultura de la colaboración que se desarrolla en las
dinámicas organizativas —visibles e invisibles—.

2.1. La organización en redes distribuidas, descentradas, abiertas y autoorganizadas, y


sus consecuencias ético-políticas

La interpretación de los fenómenos de protesta social analizados en este trabajo oscilan entre
un determinismo social y un determinismo tecnológico (Cruz 2014: 119). En el primer caso,
se sobredimensiona las condiciones sociales que subyacen a la explosión de la protesta; en el
segundo, se atribuyen a las redes sociales virtuales como Twitter y Facebook un papel causal.
Ciertamente, se debe tener en cuenta la suspicacia con respecto al papel atribuido por los
diversos analistas a las tecnologías digitales como elemento central de la protesta. Esto,
principalmente, porque oscurece factores y procesos que trascienden el momento de la
protesta. Al respecto, Bringel señala que existen cuatro miopías de los académicos
contemporáneos que incurren en cualquierda de estos dos detemrinismos: miopía temporal,

16
que crea nuevos mitos fundadores sobredimensionando las luchas actuales; miopía política,
que privilegia la dimensión institucional y la dimensión política de las prácticas sociales
emergentes; miopía de lo visible, que solo capta las actividades públicas; y miopía de los
resultados, que intenta medir los impactos políticos en términos electorales (2013). Sin
embargo, a pesar de lo que ocultan los estudios que sitúan a las redes sociales virtuales en el
centro de los fenómenos sociales, resulta más preciso señalar que el peso atribuido a las redes
no es excesivo sino superficial. En otras palabras, se restringen a considerarlas como
herramientas para organizar y propagar la protesta social, y en ese plano quedan
sobredimensionadas; no obstante, no se alcanza a entender el papel central de las redes en
general para estructurar el mundo, el pensamiento y la nueva cultura política global en la
sociedad red.

La sociedad red es definida por Castells como una estructura social conformada por redes
globales que organizan todos los procesos sociales, económicos, políticos y culturales de la
sociedad contemporánea gracias a las tecnologías digitales construidas a partir de la
revolución de la microelectrónica (2009: 50-51). Según el mismo autor, estas redes son
dinámicas y tienen como característica fundamental la capacidad de reprogramarse (2009: 50)
y son moldeadas por las relaciones de poder de los diferentes componentes en su interior, así
como por aquellas relaciones de lucha y poder establecidas con las formas sociales excluidas
de las redes principales (2009: 53). Estas redes, que legislan los principales procesos y
actividades de la vida, afectan a toda la población del planeta, con independencia del nivel de
conciencia de la naturaleza de estos procesos o de su participación en las redes (Castells 2009:
51; Nunes 2014b: 9). Es decir, la estructura de red constituye un patrón organizativo que
determina todas las dimensiones actuales de la vida social y ello tiene consecuencias en la
forma como los indidividuos y los grupos humanos concebimos la organización de la acción
colectiva.

Por lo tanto, el patrón organizativo en redes constituye un elemento central de la cultura


política contemporánea que tiene consecuencias importantes. Por ejemplo, como lo señala
Nunes, el protagonismo de la nueva generación que creció comunicada en el mundo virtual,
interactuando socialmente mediante esta lógica red, los lleva a considerar natural y posible
coordinar la acción colectiva sin plantearse previamente la conformación o integración a
estructuras organizativas formales como partidos, sindicatos o diversos grupos y movimientos
políticos (2014b: 9-10). Estamos frente a una nueva gramática sociopolítica que explica las

17
dificultades para clasificar estos fenómenos sociales empleando las categorías tradicionales
que las ciencias sociales desarrollaron para estudiar la acción colectiva: los movimientos
sociales.

En este sentido, resulta más útil la aproximación a estos fenómenos que pone énfasis en las
estruturas subyacentes a las mismas y las relaciones realmente existentes entre los actores que
participan. Siguiendo este enfoque alternativo, se puede señalar que existe un sistema red
conformado por diferentes redes de individuos, grupos, cuentas en redes sociales, espacios
físicos apropiados y páginas de Internet (Nunes 2014b: 21). Cada una de estas personas,
grupos, cuentas o páginas constituye un nodo, o componente de la red, y establece relaciones
con los demás. De esta manera este sistema red tiene múltiples capas (Toret 2013: 109): la
capa física (conformada por las personas que interactúan en el espacio urbano) y las capas
virtuales (la capa de Facebook, la de Twitter, entre otras) y la capa mediática (debido al
carácter masivo de las movilizaciones registradas). Los nodos de cada de unas de las capas
interactúan entre sí al interior de su capa (las personas en el espacio público, las diversas
cuentas de Facebook entre sí en esta red social) pero también lo hacen con nodos de otras
capas. Como señala Nunes, “no hay dicotomía entre los medios digitales y el ‘mundo real’;
constituyen capas diferentes pero que interactúan entre sí” (2014b: 21 [la traducción es
nuestra]).5

Con este marco interpretativo de carácter funcional y descriptivo, podemos señalar que el
sistema red existe con independencia del nivel de conciencia que sus componentes tengan de
interactuar al interior del mismo (Nunes 2014b: 22). Si nos situamos dentro del sistema red,
se pueden identificar movimientos red, que se caracterizan por ser redes más acotadas, cuyos
miembros tienen interpretaciones más homogéneas con respecto a ellos mismos y sus
objetivos (2014b: 27) y también hay grupos más pequeños de amigos, colectivos o grupos de
personas y corrientes de opinión, temporales o permanentes (2014b: 28). Por último, este
sistema red tiene una configuración particular que se asemeja a las redes distribuidas, sus
componentes más importantes son cuentas pertenencientes a identidades colectivas y funciona
sin líderes estables (Toret 2013: 104). El sistema red distribuido no tiene un nodo único que
centralice las decisiones, la comunicación y los recursos, en suma, el poder. Este, por el

5
“There is no dichotomy between digital media and the ‘real world’; they constitute different, but
interacting layers.”

18
contrario, se encuentra distribuido en múltiples nodos (donde pueden coexistir varios centros
que adquieren relativa importancia en periodos particulares) y no tiene límites definidos, lo
que permite el ingreso libre a la red.

En consecuencia, esta configuración del poder y esta forma de pensar la organización trae
consigo consecuencias políticas de primer orden, al impedir la centralización del poder y la
emergencia de liderazgos individuales, configurando formas de conducción colectiva y la
multiplicación de las capacidades de organización política. Además, el patrón de organización
en red determina las forma de pensar la organización futura, como señala Nunes: “la
organización en red es una realidad cotidiana para todos, incluso para quienes se oponen a
esta en principio, incluso si un regreso a la forma partido fuera considerada la solución, el
partido tendría que emerger sin duda de las redes existentes” (2014b: 12 [la traducción es
nuestra]).6

La incapacidad para entender la centralidad de las redes distribuidas en la configuración de la


cultura política lleva a análisis errados. Como señala Zibechi, la mayoría de dirigentes
políticos y académicos destacados caracterizan a estos fenómenos como movimientos sociales
fragmentados, dispersos y vistos estos como problemas a superar (2013: 16-17) y exigen una
centralidad de los político como si estos movimientos no fueran políticos por ausencia de un
plan detallado y una dirección (Fernandes 2015). En otras palabras, identifican como
contingentes, indeseables y, en el mejor de los casos, transitorios, características inherentes, y
por lo tanto permanentes, a la acción colectiva en la sociedad contemporánea.

2.2. La organización pragmática en torno a problemas concretos como dinámica


organizativa postideológica y postidentitaria

Si bien es cierto este sistema red tiene múltiples capas, y cada una está compuesta por
diferentes nodos e, incluso, agrupamientos parciales entre nodos, existen momentos en que
todo el flujo de información, acciones y emociones se sincronizan en el cumplimiento de un
único objetivo (Toret 2013: 109). Cuando esto sucede estamos frente a “la conciencia red de
la multitud conectada” (Toret 2013: 116) que logra funcionar de manera eficaz en torno a
6
“networked organization is an everyday reality for everyone, including those who oppose it on
principle, even if a return to the party-form were found to be the solution, the party would no doubt
have to emerge from existing networks”

19
objetivos concretos en medio de la diversidad de sus componentes, a la multiplicidad de
espacios parciales de deliberación y a la ausencia de espacios de centralización política (de
deliberación y toma de decisiones) para la totalidad del sistema red.

En el caso de España, el funcionamiento de Democracia Real Ya rompió con la formas


tradicionales de organización al prescindir de partidos o sindicatos y, mediante dinámicas
autoreguladas de autoorganización, consiguió sincronizar los esfuerzos del sistema red con el
objetivo de la movilización ciudadana (Alcazan 2012: 87). La convocatoria realizada por esta
plataforma para el 15 de mayo de 2011 resultó exitosa en la medida que consiguió una
movilización importante en diversas ciudades. No obstante, fue la viralización de los videos
de la represión policial de este primer momento (en la Puerta del Sol de Madrid) lo que
permitió la activación de todos los nodos del sistema red. Así, en las siguientes horas,
conforme se viralizaba el video por las redes sociales, surgieron cientos de iniciativas para
convertir la indignación en acción de protesta, las cuales se sincronizaron sin necesidad de
alguna organización que centralice, coordine esfuerzos o tome decisiones. El resultado de este
proceso fue la salida a las calles de millones de personas y el éxito de las propuestas de
desafiar al sistema recuperando el espacio público al establecer campamentos en las
principales plazas de todo el país, algunos de los cuales resistieron durante meses. Este
fenómeno es a menudo descrito como “espontáneo”, pero resulta más preciso caracterizarlo
como autoorganización, puesto que, como toda acción colectiva, existe mucho trabajo de
organización para iniciar y sostener las acciones; la diferencia es que no existe una
organización particular del sistema red que asuma esta labor de manera permanente, sino que,
producto de la interacción de muchos nodos, se sincronizan los esfuerzos organizativos
necesarios para conseguir objetivos comunes. Esta sincronización es un proceso complejo que
no siempre se consigue.

Toret y su equipo analizaron 247.264 mensajes de Twitter que circularon durante el mes de
mayo de 2012, mes en que abundaron las convocatorias por el primer aniversario del 15M, la
huelga de educación y diversas campañas promovidas por actores del sistema red (2013: 120-
121). Sus resultados demuestran que de los 20 hashtag de mayor circulación, representando
cada uno iniciativas o convocatorias diversas, aquellas que demostraron mayor éxito para
viabilizar la acción colectiva fueron aquellas que lograron un equilibrio entre los “procesos
espontáneos y reactivos” y los “planificados y encausados”, “consiguiendo una gran cantidad
de contagio y emergencia espontánea, pero al mismo tiempo siendo capaz de construir y

20
mantener una identidad estable y organizar su actividad de una forma eficiente.” (Toret 2013:
121-122). En otras palabras, en un sistema red autoorganizado, se requiere la sincronización
autónoma de intereses, emociones y voluntades en torno a objetivos concretos, y esta es más
efectiva cuando se supera el nivel de reacción espontánea pero no se pretende encasillar el
proceso en una planificación unívoca, sino canalizar los esfuerzos autónomos alrededor de
objetivos comunes.

En el caso de Brasil, fue el Movimento Passe Livre (MPL), que hasta el momento era solo un
componente del sistema red de protesta brasileño, el que logra realizar las convocatorias
alrededor de las cuales se sincronizan todas las acciones y emociones durante las
manifestaciones de junio de 2013 (Antunes y Braga 2013). Este movimiento, que surgió el
año 2003, ha realizado acciones y propuestas encaminadas a conseguir que el transporte se
convierta en un bien público y que el pasaje sea “gratuito”, es decir, que el servicio se
financie de manera equitativa mediante la recaudación del Estado (Zibechi 2013).
Judensnaider y otros realizan un detallado relato cronológico de lo sucedido durante los 14
días en que la mobilización fue más intensa (entre el 6 y el 14 de junio de 2013) que nos
permite analizar el proceso (2013). Ante el anuncio del aumento del pasaje del día 2 de junio,
el MPL de São Paulo convoca a un primer acto de protesta para el 6 de junio, el cual resulta
exitoso; son detenidos 13 manifestantes y la cobertura mediática se concentra en criminalizar
al MPL, por el supuesto vandalismo (2013: 28-46). La lucha continúa en todos los frentes (las
calles, las redes sociales, los medios de comunicación, los tribunales judiciales), el rigor de las
autoridades aumenta mientras la lucha va ganando adhesiones y la protesta alcanza
movilizaciones con decenas de miles de manifestantes el día 13 de junio (2013: 83-103).
Finalmente, la actividad de diversos núcleos autoorganizados del sistema red, que construyen
y viralizan un relato alternativo de la realidad (existe abuso policial sin precedentes, los
manifestantes solo se defienden), se impone sobre el discurso oficial proyectado por los
medios. Así, el día 14 de junio el discurso contra el abuso policial se impone, se difunden los
estudios de opinión pública que muestran un amplio apoyo de la ciudadanía a la protesta y el
poder político se ve obligado a recibir a los manifestantes y negociar con ellos (2013: 104-
128).

Una vez derrotada la resistencia del gobierno basada en el principio de autoridad, la nueva
tendencia, centrada en los derechos del ciudadano, ya no se pudo revertir. Así, los medios
masivos de comunicación realizan un viraje radical y critican a la policía, personajes famosos

21
apoyan la protesta, se abre espacio la agenda del MPL, como el pésimo servicio de transporte
y la relevancia de oponerse a un aumento de 20 centavos (2103: 129-150). Finalmente, los
actos del 17 de junio alcanzan las cien mil personas en São Paulo, se masifican en las
ciudades más grandes como Rio de Janeiro (2013: 151-172) y las autoridades políticas se ven
obligadas a dar marcha atrás y cancelar los aumentos aprobados (2103: 173-204). En este
caso, la actividad de todos los componentes del sistema red en torno al problema del
transporte fue tan intensa que impuso su discurso por sobre el de los grupos de poder y los
medios de comunicación, y sincronizó sus esfuerzos de tal manera que la protesta se
intensificó hasta lograr derrotar al poder político. De la misma forma, cuando el dinamismo
del sistema red superó las consignas por el transporte público, los intereses y voluntades
tendieron a concentrase en torno a otros problemas concretos (los servicios públicos en
general, salud y educación principalmente). Aunque existen voces que insisten en la
necesidad de canalizar los esfuerzos hacia la concreción de instancias organizativas (partidos,
movimientos) basados en ideologías, identidades o programas de cambio más elaborados para
disputar el poder político, en ningún caso se siguió este camino.

De esta forma, asistimos a la consolidación de un nuevo elemento de la cultura política, la


organización pragmática, es decir, en torno a agendas o problemas concretos, que reemplaza a
las dinámicas típicas de organización donde los sujetos se agrupan entre afines (al compartir
una ideología o una identidad). En estas protestas se constata que los momentos de mayor
sincronización del sistema red responden a dinámicas de agregación de intereses, emociones y
voluntades en torno a acciones (tomar la plaza, acampar, movilizarse) y problemas concretos
(hacer frente a los deshaucios, al alza de los pasajes). Esto constituye una nueva forma de
hacer política o una “nueva gramática política” (Jurado 2014) que se asemeja al accionar de
las comunidades hacker en las redes distribuidas del Internet, quienes se autoorganizan
agregándose (sumando voluntades, esfuerzos, capacidades) en torno a proyectos concretos en
dinámicas que no son ni horizontales ni verticales (Monteverde, Rodriguez y Peña-López
2013: 9).

Estas dinámicas de agregación desarman las jerarquías de las lógicas verticales de


organización, en tanto se requiere la agregación autónoma de muchas voluntades para el éxito
de cualquier acción. En esencia, en un sistema red ningún nodo —organización o individuo—
concentra de manera permanente el suficiente poder como para definir por sí mismo las
acciones a realizar y conducir el proceso político de manera vertical. Hay, por el contrario,

22
una multiplicidad de iniciativas y, por diversos factores, algunas de ellas terminan
concentrando —temporalmente— la mayoría de energías para sacar adelante las acciones. No
obstante, estas dinámicas tampoco son horizontales (no existen asambleas que horizontalizan
a todos los participantes y dónde se tomen todas las decisiones), sino que corresponden a la
configuración de la red distribuida donde cada nodo goza de capacidad de iniciativa.

El caso de las acciones del 25 de setiembre del 2012 en España nos permiten ilustrar el
funcionamiento de esta nueva cultura política organizativa. En este caso, existía una
coordinadora denominada 25S, que congregaba a la mayoría de convocantes al aniversario del
15M. No obstante, el curso de las acciones fue definido por las iniciativas propuestas en un
blog, las cuales se viralizaron, concitaron atracción mediática y respuesta oficial y terminaron
agregando voluntades y esfuerzos alrededor, sin pasar por la instancia de coordinación
máxima, donde, por el contrario, fueron reprendidos (Jurado 2014: 34-42). Las dinámicas
horizontales existen, pero no son dominantes; las dinámicas verticales persisten en
organizaciones más tradicionales que participan del proceso, pero no se extienden más allá de
estas.

El patrón de organización en red concurre con otros factores en la materialización de esta


nueva cultura organizativa “la cultura digital, unida a la quiebra de los metarelatos de la
modernidad y el escenario de creciente precarización, conlleva la generación de unas
prácticas políticas postideológicas y postidentitarias—en tanto que no operan de una forma
esencialista en torno a unas figuras e ideas concretas e inmutables, sino a unos ámbitos de
acción siempre forma amplia, transversal y pragmática” (Monteverde, Rodriguez y Peña-
López 2013: 26).

Este elemento de la cultura política es reconocido por sus portadores. En el caso español, la
mayoría de quienes apoyaban las movilizaciones del 15M se consideraban así mismos como
un movimiento de personas y no de activistas ni militantes (Diez 2014: 208). Asimismo:
“dedicar tiempo al debate de ideas y posibles alternativas de acción era visto a menudo como
desmotivador de la movilización, dejando de lado problemas prácticos y concretos que
necesitan solución para perderse en ‘debates ideológicos de alto vuelo’. Una vez que todo
pudo unificarse alrededor de una agenda pragmática, eso fue todo a lo que debía apuntarse.”

23
(Seixas y Rabello 2014: 197 [la traducción es nuestra]).7 En el caso brasilero, la agregación
pragmática se produjo también en torno a las demandas concretas. El detonante fue el
problema del transporte (tema con una gran tradición de lucha social que ha conseguido una
tarifa políticamente regulada) y a esto se sumaron demandas por derechos sociales como la
salud y la educación (Antunes y Braga 2013). Por lo tanto, la pertenencia al sistema red no
requiere adscripciones ideológicas ni identitarias, sino que las personas, siguiendo los
patrones de organización que les resultan naturales (principalmente en su interacción a través
de las redes sociales) se autorganizan de manera pragmática en torno a problemas concretos.

2.3. La cultura de la colaboración y la ética del compartir

Las protestas sociales estudiadas no son actos puntuales que se desmobilizan luego de pocas
horas. Por el contrario, incluyen acciones que pueden durar meses (acampadas) o
desarrollarse de manera repetida, y tienen dinámicas invisibles (al público externo) de
organización donde se involucran miles de personas. Tanto en las acciones públicas como en
los procesos organizativos se observa una cultura de la colaboración que valora la
construcción colectiva en lugar de la competición, donde la reputación y el reconocimiento
poseen un carácter meritocrático (en la medida que se adquieren según la contribución
realizada por una persona o colectivo al proyecto común).

Toret y el equipo #datanalisis15M, realizaron un análisis empírico empleando diversas


herramientas provenientes de las ciencias físicas y biológicas para estudiar la estructura de
este sistema red y las relaciones entre sus componentes y entre sus diversas capas. Al
respecto, concluyeron que observando el comportamiento de los líderes iniciales del proceso
(convocantes) estos se convierten con el tiempo en participantes destacados, es decir, el hecho
de promover una iniciativa no basta para que un grupo o individuo se posicione como líder
del proceso, pero su aporte si es reconocido (2013: 104). Este reconocimiento, señalan, es
“meritocrático en razón de que se reconoce y valora a los nodos-redes por el trabajo que
hacen para el conjunto.” (2013: 89). En el caso brasilero, Bringel analiza la relación entre los
movimientos iniciadores (Movimento Passe Livre) y los grupos derivados surgidos de las

7
“To devote time to debate ideas and possible alternatives of action was often seen as deterring
mobilization, leaving aside practical and concrete problems that need solution in order to lose oneself
in ‘high flown ideological debates’. Once all could be united around a pragmatic agenda, that was all
that should be aimed at.”

24
movilizaciones del junio del 2013 y concluye que si bien estos últimos aprovecharon los
espacios abiertos por los iniciadores, se condujeron con autonomía del mismo en lugar de
reconocerlos como líderes del proceso (2013: 48). En otras palabras, los movimientos
iniciadores continuaron siendo actores importantes tanto en España como Brasil, pero el
reconomiento que recibían en cada momento dependía de los aportes que realizaran al
colectivo cada vez más amplio, difuso y menos controlable.

Por lo señalado hasta aquí, podemos concluir que la lógica meritocrática imprime un carácter
necesariamente dinámico al proceso de construcción de conducción y construcción de
liderazgos. Esta característica deriva de la estructura misma de una red distribuida, donde los
nodos van perdiendo o ganando presencia producto de sus interacciones y relaciones con el
resto del sistema. Un nodo que realiza aportes importantes gana poder de influencia y
reconocimiento que, dependiendo de la capa en que nos encontremos, puede traducirse en
aplausos y vocerías públicas, retwiteos o número de likes y publicaciones compartidas, entre
otros. Nunes entiende esta dinámica de las redes distinguiendo entre el potencial de ejercer
influencia y el ejercicio de la misma: “si un nodo deja de interactuar y conducir tráfico
relevante, sus lazos pueden adormecerse y desaparecer, y el tráfico puede enrutarse alrededor
de el, reduciendo o eliminando su importancia en conectar diferentes agrupaciones de nodos”
(Nunes 2014b: 35 [la traducción es nuestra]).8

El comportamiento particular de este sistema red se pone en evidencia cuando se lo compara


con otras redes políticas más tradicionales, como las redes de partidos políticos. En el caso de
los partidos españoles en las elecciones del 2011, se constata una red configurada por la
competencia, donde alrededor de individuos designados previamente, se construyen
numerosas relaciones en un solo sentido (del líder o nodo central de la red hacia el resto de la
misma) y no existe interacción con otras agrupaciones (Toret 2013: 104).

Es decir, estamos frente a un elemento de la cultura política en que el reconocimiento se


adquiere por los aportes al colectivo (no por posiciones previamente designadas, como en los
partidos), y que surge de la misma estructuración del sistema red de la protesta social. No
obstante, existe un conflicto permanente entre las dinámicas de competencia y de cooperación

8
“If a hub ceases to interact and route relevant traffic, its ties might go dormant or disappear, and
traffic may be routed around it, reducing or eliminating its importance in connecting different clusters”

25
(Alcazan 2012: 92). Según Castells, la dinámica de cooperación se ha convertido en un
elemento de la cultura global cosmopolita a la que denomina “la cultura del compartir” (2012:
219). Esta cultura se pone en evidencia en muchas interacciones que se realizan por Internet y
que, para las nuevas generaciones digitales, parecen naturales, como el compartir la música,
los libros y las creaciones de todo tipo, lo cual no demerita el esfuerzo de quien lo produjo (en
tanto no se invisibiliza la autoría) pero si se vuelve inviable el lucro a partir de ello. Por eso,
el sistema se esfuerza en penalizar los flujos de bienes y servicios dinamizados por la cultura
del compartir, empleando el cuerpo legal de la propiedad intelectual. En el Internet podemos
encontrar que esta lógica subyace a numerosos emprendimientos, que no se limitan al mundo
virtual. Un ejemplo claro son los foros y los wikis, como Wikipedia, donde resulta claro el
funcionamiento basado en el compartir, la cooperación y la reputación adquirida por las
aportes realizados a los objetivos colectivos. Esta cultura, que se expresa en todas las
dinámicas organizativas del sistema red de las protestas y movilizaciones sociales estudiadas,
da lugar a “una nueva ética basada en el reconocimiento de los méritos y habilidades de cada
persona, permitiendo su madurez y autonomía y normalizando formas de organización donde
el control es descentralizado, el usuario final empoderado, y la distribución de recursos,
compartida.” (Alcazan 2012: 71).

Esta ética del compartir y de la libertad (en estas redes distribuidas no hay vínculos de
subordinación propios de las organizaciones políticas tradicionales) está muy influenciada por
la ética y la cultura desarrollada en las comunidades hacker, explicadas por Pekka Himanen
(2012), donde la libertad de intercambio, uso y comunicación son esenciales para la mejora
del código (objetivo permanente del hacer hacker).

Según Gutiérrez, se pueden agrupar las características de la ética hacker en 7 elementos, los
cuales identifica en las dinámicas de los sistemas red estudiados. En primer lugar, está el
código abierto al cual todos pueden acceder. En nuestros casos de estudio, todo reglamento,
forma organizativa, estrategia comunicativa o modo de acción es publicada y abierta al libre
acceso, modificación y adaptación por parte de todos los participantes. Un segundo elemento
lo constituye la transparencia, que es un hecho en el hacer hacker y una exigencia permanente
en nuestros sistemas red. En tercer lugar, nos encontramos frente a un estado beta
permanente, que significa que todo producto puede ser mejorado por la comunidad y la
inteligencia colectiva. No exiten fórmulas aplicables a todo tiempo y lugar. En cuarto lugar, la
ética hacker responde a un modelo de trabajo colaborativo, en que la cocreación constituye el

26
procedimiento convencional y la reputación se adquiere mediante la disponibilización libre de
las creaciones individuales a la comunidad para su mejora permanente. En quinto lugar, el
fork o desvío funciona como un procedimiento saludable para canalizar el disenso. Ante el
surgimiento de dos cursos de acción posibles, se siguen ambas propuestas (en el caso hacker,
mediante la división de equipos de trabajo en proyectos distintos a partir de un código común)
en lugar de forzar votaciones que concentren todos los esfuerzos en una sola alternativa. La
mayoría de productos en el mundo del software son desarrollos a apartir de otros, producto de
forks de equipos que decidieron dividirse para seguir cursos distintos. Igualmente, en el
sistema red, son frecuentes la adaptación de propuestas, o la división de esfuerzos en acciones
paralelas. En sexto lugar, en la cultura hacker y en los sistemas red se constata la existencia de
una inteligencia colectiva, que cada día es más fácil conectar y agregar. Por último, existe un
desajuste entre lo público y lo privado, que se evidencia en las acciones de reapropiación del
espacio urbano (Gutiérrez 2015).

Como hemos visto a lo largo del capítulo, la acción colectiva desplegada en la sociedad
contemporánea tiene una nueva gramática sociopolítica que corresponde al patrón de las redes
distribuidas de los fenómenos sociales de protesta social estudiados. Estos fenómenos son
caracterizados con mayor precisión como sistemas red que como movimientos sociales. Este
patrón de organización en redes abiertas y autoorganizadas consigue niveles importantes de
sincronización de esfuerzos y voluntades en torno a problemas concretos. Esta dinámica de
agregación pragmática contrasta con las dinámicas ideológicas o identitarias comunes en el
pasado. Asimismo, estas dinámicas son mejor descritas como distribuidas que como
horizontales, aunque existen dinámicas verticales y horizontales de menor alcance al interior
del sistema red. Por último, se constata que este patrón de organización genera una cultura del
compartir donde el reconocimiento de cada componente del sistema red (grupo o individuo)
depende de los aportes que realice a la colectividad en cada momento particular. Esta cultura
del reconocimiento, así como otros elementos de la cultura política estudiada, se compaginan
con la cultura y la ética de las comunidades hacker en lo que constituye un patrón cultural que
algunos consideran de alcance global.

27
CONCLUSIONES

La conclusión central de la investigación es que en Brasil y España se viene expandiendo una


nueva cultura política basada en la autonomía, entendida como autogobierno, y que existe una
nueva forma de organizarse y hacer política (gramática sociopolítica) basada en los patrones de
las redes distribuidas, abiertas y autoorganizadas que configuran los sistemas red de protesta
social. Esta cultura política no surge ex nihilo en las manifestaciones masivas de la segunda
década del siglo XXI, sino que tiene sus raíces en diversos núcleos organizativos, movimientos
sociales y experiencias previas, y está moldeada por los patrones de organización en redes que
gobiernan los procesos más relevantes del mundo contemporáneo. El principal mérito del trabajo
consiste en haber elucidado los dos elementos centrales de la nueva cultura política que permiten
explicar las dinámicas organizativas y la masificación de la protesta, el comportamiento y el
discurso político de los manifestantes, así como la cultura y ética que rigen sus acciones. De este
modo, queda constatada la capacidad explicativa de la autonomía y la gramática sociopolítica en
las redes de poder distribuido, trascendiendo la simple enumeración de novedades de la mayoría
de estudios. Igualmente, es importante subrayar que no existen estudios similares que empleen el
concepto de cultura política para entender los fenómenos estudiados, el aporte realizado aporta en
caracterizar con propiedad los nuevos sentidos comunes sobre la política que se van forjando en el
imaginario de los protagonistas de la acción colectiva contemporánea. Por último, aunque el
análisis se ha circunscrito al estudio de dos casos concretos, nos encontramos frente a un
fenómeno de carácter global y estas conclusiones son importantes hipótesis de partida para
contrastar en diferentes coordenadas, incluyendo las redes de protesta social y acción colectiva
existentes en nuestro país.

A un nivel más específico, con relación a la cultura política de la autonomía, podemos concluir,
en primer lugar, que esta se masifica en el clima de desconfianza hacia las Instituciones del
régimen democrático, incluso de aquellas que se presentan tradicionalmente como alternativas al

28
sistema. En segundo lugar, con el uso de las nuevas tecnologías del Internet y la comunicación
móvil se consigue la autonomía comunicacional y el surgimiento de un espacio de
empoderamiento colectivo donde se construye un diagnóstico autónomo de la realidad. En tercer
lugar, surge una cultura política organizacional basada en la participación directa, la deliberación
horizontal o distribuida y antiburocrática, lo cual evita la consolidación de élites y caudillismos
que resguarda la autonomía. Igualmente, se manifiesta una ética de la coherencia que valora la
autonomía y las dinámicas democráticas de toma de decisiones. Producto del análisis realizado, se
ha logrado entender la centralidad de la autonomía para explicar los discursos y las prácticas
políticas, así como los elementos culturales y éticos que se van asentando.

Por otro lado, con relación a la cultura política basada en los patrones de poder en redes
distribuidas, podemos concluir, en primer lugar, que existe una nueva gramática sociopolítica
basada en las dinámicas propias de las redes distribuidas, abiertas y autoorganizadas que
configuran los sistemas red de protesta social. En segundo lugar, existe una dinámica pragmática
de organización, postideológica y postidentitaria, basada en la agregación de esfuerzos y
voluntades en torno a problemas concretos. Estas dinámicas se caracterizan con mayor propiedad
como distribuidas, aunque existen lógicas verticales y horizontales de menor alcance al interior
del sistema red. En tercer lugar, se concluye que este patrón de organización genera una cultura
del compartir donde el reconocimiento de cada componente del sistema red (grupo o individuo)
depende de los aportes que realice a la colectividad. Asimismo, queda constatada la influencia de
la cultura y la ética de las comunidades hacker en los procesos analizados. Este trabajo permite
una aproximación más precisa al fenómeno estudiado al ubicar la gramática sobre la cual se
construye, y demuestra su papel en la configuración de una nueva cultura política. Además, en la
medida que los fenómenos señalados tienen un carácter global, y se expresan tanto en Brasil como
en España, es posible que esta dimensión de la cultura política mantenga su centralidad en los
sistemas red de otras geografías.

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