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Directora:
D O C TO R A C A R L O TA S O L É
Coordinadora:
D O C TO R A S Ò N I A PA R E L L A
CEDIME
(CENTRO ESTUDIOS INMIGRACIÓN Y MINORÍAS ÉTNICAS)
D E PA RTA M E N TO D E S O C I O L O G Í A – U A B
Interrogar la actualidad
Serie Europa
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RUSIA,
LA OTRA POTENCIA EUROPEA
Los comercios de los inmigrantes
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Printed in Spain
ISBN: 84-87072-51-8
Depósito Legal: B. 27.561-2005
Xavier Borrell
Nelson Cabello
Romà Dolcet
Vicent Esbri
Marco Melchiorri
Xavier Serrat
Alberto Vicario
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Índice
Introducción, 17
Rusia y la Unión Europea, aliados necesarios, 20
Índice 11
Notas, 281
Bibliografía, 343
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Prólogo
Prólogo 15
Introducción
Introducción 19
tin, Yanukóvich, era el que había salido vencedor de los comicios cele-
brados. El hecho de que esta crisis coincidiese con la cumbre Unión
Europea-Rusia propició que Putin escenificase su disgusto en La Haya.
En contraste con este desencuentro, que hizo revivir durante unas semanas
el fantasma de un enfrentamiento entre Occidente y Rusia, Washington
se comportó con mayor prudencia y no originó ningún encontronazo con
la diplomacia rusa.6 Ambas crisis reflejan una sintonía en términos de se-
guridad entre el Kremlin y la Casa Blanca7 que se transforma en suscep-
tibilidad por ambas partes cuando se habla de la misma temática entre
Bruselas y Moscú.
Esta situación presenta un marco relevante: las relaciones entre Ru-
sia y la UE son intensas y complejas, pero adolecen de una sintonía en
una materia tan básica como es la seguridad. En el momento en que este
aspecto toma un papel predominante en la agenda internacional, Rusia
estrecha sus vínculos con Estados Unidos y aleja su discurso del enten-
dimiento con Bruselas. En una situación en la que la Unión Europea im-
pulsa una cohesión de su entidad política a través de una Constitución
que le debe dar una mayor entidad en el campo de la seguridad, cabe pre-
guntarnos cuál va a ser el futuro de las relaciones con su vecino oriental.
Dado que ya se ha establecido una densa red de cooperación entre ambas
partes, es previsible que también en este aspecto haya que construir
puentes de colaboración, lo cual nos puede llevar a un escenario de una
Europa (en un sentido amplio, al existir dos potencias europeas con ca-
pacidad de entendimiento) fuerte capaz de presentar una alternativa a la
visión unilateralista de una potencia hegemónica como la que se ha per-
filado en los primeros años de este siglo.
Introducción 21
Introducción 23
Introducción 25
Introducción 27
CUADRO 1
Países con un mayor gasto militar, 1988-2003 (en millones de dólares)35
CUADRO 2
Porcentaje de gastos militares con relación al Producto Nacional Bruto de los
países con mayor gasto militar, 1988 y 2002
grupo. Sin embargo, cabe señalar que el presupuesto militar sigue pe-
sando notablemente en muchos países, especialmente de Oriente Próxi-
mo, lo que condiciona sin duda su bienestar social y militariza en gran
manera sus administraciones. Observamos, pues, una desproporción en-
tre gasto militar y renta nacional que, de algún modo, viene a relativizar
el puesto como potencia de aquellos estados que se permiten grandes
presupuestos militares. En este sentido, vale la pena destacar dos datos
esenciales que surgen de la lectura del cuadro 2: Estados Unidos, poten-
cia indiscutida, puede permitirse el lujo de disponer de un arsenal des-
proporcionado con relación al del resto del mundo sin que ello sea un
lastre insoportable para su economía; en segundo lugar, y para los efec-
tos que más atañen a los intereses de este trabajo, Rusia ha logrado,
efectivamente, librarse de la pesada losa de un presupuesto militar exa-
gerado que tuvo mucho que ver con la crisis y desaparición de la Unión
Soviética, pero sigue teniendo unos gastos militares más elevados de lo
corriente para mantener su poderoso arsenal nuclear. Ello convierte a
este país en una gran potencia militar (con un peso relativo a escala
mundial, cabe destacar), pero mantiene la hipoteca de un presupuesto
militar difícil de sostener por una economía frágil. En este caso, como
sucedió en la Unión Soviética, el poderío militar puede convertirse en
fragilidad política.
Resulta difícil hallar ejemplos del ejercicio por parte de un Estado u otro
tipo de actor de su capacidad de potencia sin contar primordialmente con
el carácter disuasorio a que hemos hecho mención. Sin embargo, es
igualmente inexplicable el mantenimiento del poder sobre otros actores
sin abordar el control de una serie de recursos, tangibles e intangibles,
que permiten la subsistencia y autonomía de la potencia, la capacidad de
abastecimiento material sobre el resto del mundo o parte de éste y la in-
fluencia cultural e ideológica de esta potencia sobre los demás actores,
aunque este control de recursos se deba, como se apresuran a recordar los
autores realistas,37 al monopolio militar previo que ya ejercen las poten-
cias erigidas como tales. Hobbes ya solía hablar del poder en las relacio-
nes entre estados como un factor determinado por la posesión, no la ca-
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bre su territorio, como Sudán (el décimo país, con 2.505.813 km2) o la Re-
pública Democrática del Congo (el decimosegundo, con 2.267.1000 km2),
y uno de ellos, Groenlandia (el decimotercero, con 2.175.600 km2), no
sólo no constituye un Estado, sino que no garantiza a su metrópolis, Di-
namarca, ningún estatuto en tanto que potencia.
Este control de los recursos demográficos y territoriales resulta in-
completo, pues, si no se ve equilibrado con la posesión y el control de
otros recursos tangibles que permitan no sólo alimentar a la población
del Estado en cuestión y a sus necesidades energéticas, sino crear a su al-
rededor un círculo de dependencia que haga caer a otros estados en la
propia red de influencia. Si tradicionalmente las potencias europeas, y muy
en concreto Rusia, han originado su expansionismo continental y transa-
tlántico por medio del control de los recursos naturales, desde mediados
del siglo XX este control se hace de modo indirecto, a través de las com-
pañías explotadoras de recursos, sobre los mercados internacionales y
con presiones políticas sobre los países productores, con lo que la exis-
tencia de recursos naturales en el propio territorio deja de ser una garan-
tía para poder ejercer una influencia internacional, si no existe una capa-
cidad real para el control del suministro de dichos recursos sobre los
países consumidores de los mismos, e incluso el concepto de soberanía
queda en entredicho por la falta de capacidad real de control sobre los re-
cursos propios de cada país. Baste poner como ejemplos el caso de Ara-
bia Saudí u otros países grandes exportadores de petróleo, sometidos a
las oscilaciones de un mercado internacional que no controlan y a la de-
pendencia de una única fuente de riqueza,39 o de Brasil, con grandes y va-
riadas riquezas naturales, pero sin la capacidad real de utilizarlas para su
proyección y fortaleza hacia el exterior.
A todas estas limitaciones al ejercicio de una influencia real en el
ámbito internacional hay que añadir que la capacidad militar antes men-
cionada, íntimamente ligada a la posesión de recursos, puede convertirse
en una seria cortapisa ante el ejercicio del carácter de potencia en un
marco prolongado, lo cual resulta casi paradigmático en el caso ruso.
Así, el acceso a unos recursos imprescindibles para la cohesión y, en oca-
siones, la supervivencia de un Estado a menudo han hecho necesaria una
capacidad militar que evite competencias incómodas para este acceso,
pero al mismo tiempo han hipotecado la cohesión de un Estado como po-
tencia cuando esta militarización se ha perpetuado y alimentado una so-
bredimensión de la estructura castrense de la potencia. El dominio sobre
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Naciones Unidas o los componentes del G-8, a los que añadiré, como ob-
jeto de estudio, el caso de la Unión Europea):51
CUADRO 3
Acceso a recursos propios de una potencia, según la clasificación de J. Nye
tizar la fidelidad al zar. A ello hay que añadir que la monarquía rusa se
dota de un carácter represivo y colonizador que precisa para su mante-
nimiento, una vez más, de un ejército poderoso. Mientras el ejército
ruso garantiza la expansión por tierras inhóspitas del norte o Siberia, o
lidia con sociedades tribales del Cáucaso o los Urales o con estados ais-
lados y decadentes de Asia central, Rusia no hace más que seguir una
expansión casi natural a la que nadie se opone, pero a medida que busca
sus pulmones vitales en Occidente, ya sea a través de las rutas comer-
ciales del Báltico o por los mares cálidos y las tierras fértiles de los Bal-
canes, Rusia se enfrenta a ejércitos poderosos y a intereses consolidados
por estados e imperios difíciles de combatir.57 Ello implica, a partir del
siglo XVIII, la modernización de un ejército y de una administración que,
paradójicamente, acerca Rusia a Europa para poder enfrentarse a ella.
Equiparada a las potencias occidentales, a menudo hostiles, por su ca-
rácter agresivo y la buena preparación de su ejército más que por su capa-
cidad económica o por su aportación cultural o técnica, y tras demostrar
su capacidad bélica en la guerra contra Napoleón, Rusia es admitida con
todos los honores en calidad de potencia en el Congreso de Viena y par-
ticipa en el concierto de naciones que preside el orden europeo durante
el siglo XIX,58 lo cual no le impide, más bien al contrario, mantener una
renovación constante de su capacidad militar y una actividad expansio-
nista permanente, dirigida ahora principalmente contra el decadente Im-
perio Otomano.
El equilibrio amistoso-hostil entre potencias regido por el Congre-
so de Viena tiene su colofón en la primera gran conflagración mundial
del siglo XX, en la que el enfrentamiento militar entre Estados no contra-
puestos ideológicamente presenta su máxima perversión, agudizada por
el progreso tecnológico que dota de mayor mortalidad a las nuevas ar-
mas. En el caso ruso, y en un nuevo proceso traumático y cruento, el con-
flicto conlleva una explosión social y la formación de un Estado revolu-
cionario, victorioso una vez más gracias a campañas militares que no a
una generalización automática de los principios sociales y políticos de
los bolcheviques. Tras la cruenta formación del Estado soviético, este
nuevo actor quedó consolidado definitivamente por su carácter belicoso
(o, si se prefiere, defensivo, especialmente antes y durante la segunda
guerra mundial),59 por la propaganda expandida respecto a una amenaza
exterior y, en ocasiones, por su actividad expansionista,60 todo lo cual
contribuyó notablemente a la potenciación del poderío militar soviético
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yos puntos más álgidos los encontramos en las guerras de Chechenia ini-
ciadas en 1994 y 1999. Del mismo modo, la crisis social aguda que ha
presidido la transición hacia la nueva Rusia presenta elementos profun-
dos de desorientación identitaria, en que la identificación con lo soviéti-
co se superpone a menudo con la defensa de la nueva-vieja conciencia
nacional rusa. La cohesión paulatina del nuevo Estado y, sobre todo, la
estabilidad política y social del país han de llevar, presumiblemente, al
encuentro de la sociedad rusa con su nuevo Estado y al refuerzo de esta
identidad, pero la inestabilidad característica de los primeros diez años
tras la caída de la URSS no ha contribuido a ello. En cuanto a la compo-
sición nacional y territorial del Estado, a la espera de una solución defi-
nitiva para el problema caucásico, no hay motivo para no pensar que las
minorías nacionales no se acoplen a un modelo descentralizado de Esta-
do ni para prever una fuerte oposición de la mayoría rusa a esta compo-
sición estatal que, por otra parte, goza de un fuerte arraigo desde la era
soviética y se corresponde notablemente a una concepción cosmopolita
tradicional de la autoimagen colectiva rusa.
Como hemos visto en el capítulo anterior, la concepción de poseer
una cultura de valor universal es determinante en los elementos intangi-
bles que condicionan la categoría de un país como potencia. La participa-
ción de la cultura rusa en la cultura universal supone tradicionalmente uno
de los mayores orgullos de esta nación, y constituye uno de los instru-
mentos tradicionales para transmitir la cosmogonía rusa al mundo. La ex-
portación de literatos, escritores, músicos, bailarines, pintores, directores
y productores cinematográficos, científicos o incluso de una imagen «pro-
pia» de Rusia es una constante en las preocupaciones culturales de la éli-
te del país. Que la cultura rusa sea considerada como una parte fun-
damental de la cultura universal, sin la cual ésta quedaría incompleta,
supone desde siempre para la sociedad rusa un reencuentro consigo mis-
ma, la ocasión de dotarse de utilidad y sentido y de hallar su propio espa-
cio en el contexto global. No deja de ser paradójico que la política cultu-
ral soviética, que se pretendía cosmopolita, invirtiera un gran esfuerzo en
la difusión universal de la cultura, la historia e incluso los valores tradi-
cionales rusos, lo cual en la práctica la convierte en un instrumento ruso-
céntrico, eurocéntrico y colonizador. Tal vez por ello se haya producido,
tras la disolución de la URSS, una notable reacción antirrusa; el interés
por la lengua y la cultura rusas ha decaído notablemente en Europa orien-
tal, incluso en países tradicionalmente rusófilos como Bulgaria y Serbia;71
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ma, pero esto difícilmente podrá llegar sin una estabilidad exterior que
posiblemente nunca como ahora había tenido garantizada. Y el hecho de
que sean las otras potencias mundiales las que garanticen a una Rusia de-
bilitada un asiento junto a ellas, por los propios intereses estructurales de
éstas (en el campo de la seguridad, del abastecimiento energético o sim-
plemente el diplomático), ya justifica la consideración de Rusia como
potencia en un mundo que, a pesar de todo, no puede prescindir de ella.
con China, los países con un mayor Producto Interior Bruto del planeta,
y acumulan entre los siete unos 22.623.000 millones de dólares, es decir
cerca de dos tercios de todos los PIB del mundo sumados. Rusia ocupa el
puesto 16 (entre Países Bajos y Suiza) y su PIB, de 375.000 millones de
dólares, supone apenas el 1 % de la suma total global. Por otra parte, los
siete socios de Rusia en el G-8 son los primeros en la lista que podríamos
elaborar de países con más de 20 millones de habitantes, ordenados por
su PIB per cápita. Esta selección obedece al objetivo de evitar la distor-
sión típica de los micropaíses millonarios como Singapur, Luxemburgo
o Bahrein, pero también la presencia poco representativa de países de di-
mensiones demográficas medias pero con gran capacidad económica,
como Suiza, Noruega, Israel, Uruguay, Namibia o Jordania, por citar al-
gunos ejemplos todos ellos mejor clasificados que Rusia. Ésta ocupa el
puesto 19, por debajo de Suráfrica o Brasil o al mismo nivel que Ruma-
nía.83 Véanse al respecto los siguientes cuadros comparativos:
CUADRO 4
Países del mundo según su Producto Interior Bruto, 2003 (en negrita, los
miembros del G-8)
CUADRO 5
Clasificación de los principales países con más de 20 millones de habitantes,
según su PIB per cápita (2003)
demos que Rusia fue miembro del G-7 sólo a título parcial entre 1994 y
2002, cuando se le permitía asistir a las reuniones de carácter político
pero no a las de cariz económico. Sin embargo, hay que contextualizar
esta presencia y recordar que ambos pasos se producen en momentos en
que se hace preciso premiar a Moscú por actitudes concretas en la esfera
internacional. En primer lugar, la primera invitación a la presencia de
Rusia en las cumbres anuales del G-7 se produce en 1994, cuando, en
medio del callejón sin salida de la guerra de Bosnia, es necesario lograr
el diálogo con Moscú en la delicada situación de los Balcanes. En aquel
momento, el apoyo indisimulado de Yeltsin a Milosevic hacía peligrar
una intervención internacional consensuada en el conflicto. Es evidente
que el apoyo ruso a las mediaciones internacionales y, más tarde, el si-
lencio del Kremlin ante la intervención armada de la OTAN en Bosnia en
verano de 1995 se lograron con prebendas llegadas desde Occidente, una
de las cuales fue dar la bienvenida a Rusia al G-7.84 El segundo paso ade-
lante en la aceptación de Rusia en el (ya) G-8 se produce a principios de
2002 y no por casualidad, cuando Putin dio claras muestras de su buena
voluntad hacia Occidente tras los atentados del 11 de septiembre. Moscú
había apartado las diferencias que la habían distanciado de Estados Uni-
dos hasta el verano de 2001 y no sólo se mostró presta y ágil en ceder a
Bush el uso de su infraestructura de comunicaciones y de avituallamien-
to logístico en sus operaciones en Afganistán, usando la vía ya trillada
por camiones rusos a través de Asia centra; además, en un sorprendente
viaje a Texas, Putin mostró una cordialidad inusual con su homólogo
norteamericano que dio lugar a nuevos acuerdos en materia de comercio,
seguridad y participación institucional Dichos acuerdos darían lugar de
manera destacada a un nuevo desarme de misiles nucleares, a un tratado
entre Rusia y la OTAN que fue firmado el marzo de 2002 y a iniciar un
intenso diálogo sobre las perspectivas de exportar petróleo ruso a Esta-
dos Unidos. ¿Debería extrañarnos, en este contexto de favores mutuos, la
entrada definitiva de Rusia en el privilegiado grupo de poderosos, el G-8,
pocos meses más tarde? Tal vez sería más adecuado preguntarnos qué su-
cede en adelante con un G-8 en el que se hace inevitable la presencia,
como premio a su actitud política, de un miembro que poco tiene que
aportar en cuanto a las actividades tradicionales del foro, pero que es ad-
mitido como uno más en un gesto que trasciende lo simbólico. Ello con-
diciona, sin duda, la propia existencia futura del organismo, que viene a
ser algo así como «el grupo de países más ricos y poderosos del mundo,
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más Rusia». La simple presencia de este ultimus inter pares resta signi-
ficativamente contenido al grupo, aunque le dota de un fuerte simbolis-
mo al admitir un vago referente honorífico en su admisión. Una admisión
ya no condicionada por el cumplimiento de unas condiciones económi-
cas, sino por un reconocimiento intangible de un carácter político de po-
tencia de difícil definición y de todavía más difícil adaptación a las tareas
que tradicionalmente había ido desarrollando este foro desde su creación.
Ello llena de incertidumbre a la propia definición del G-8 y muy espe-
cialmente a los países que, como España, México o Corea del Sur, de-
searían ser admitidos cuanto antes a tan exclusivo y hermético club.
Algo parecido a lo dicho sobre el G-8 o al papel de Rusia en el
Consejo de Seguridad lo podríamos aplicar al singular proyecto de foro
internacional estrenado en mayo de 2002 y conocido como el Cuarteto.
Se trata de un grupo de presión (en aquella ocasión, a raíz de la agudiza-
ción de la crisis de Oriente Medio) constituido, en su momento, por los
presidentes de Estados Unidos (G. Bush), la Federación Rusa (V. Putin),
el Secretario General de las Naciones Unidas (K. Annan) y los represen-
tantes de la Unión Europea (J. Solana, alto representante de la UE para la
PESC, y Aznar como presidente de turno del Consejo Europeo). El Cuar-
teto supone un experimento interesante, pero lo cierto es que no ha de-
mostrado gran vocación de continuidad85 y, lo que es peor, no dio signos
de efectividad en la crisis para la cual fue creado; lo cual nos podría con-
firmar el papel secundario de Rusia en la esfera internacional, pero plan-
tea una inquietante posibilidad de turbias perspectivas sobre el futuro di-
plomático tanto de las Naciones Unidas como de la Unión Europea. El
papel de Rusia en la esfera internacional no deja de ser hasta cierto pun-
to representativo del funcionamiento del propio sistema internacional en
la posguerra fría; por una parte, se le permite un acceso privilegiado a su-
puestas áreas de poder exclusivas; por otra, estas áreas de poder quedan
vacías de contenido y muy condicionadas a los designios de un reducidí-
simo grupo de potencias reales (a menudo, una sola), auténticos deciso-
res de la política internacional. Ello tiene un triste epílogo (o tal vez un
amargo inicio) con la crisis iraquí o tercera guerra del Golfo, demasiado
reciente para ser analizada en este trabajo, pero que augura un futuro sis-
tema internacional poco dado a permitir una toma de decisión multilate-
ral en la prevención y gestión de conflictos y, por ello, proclive a que el
reconocimiento de las potencias sea algo más que un hecho estrictamen-
te simbólico, lo cual nos lleva de nuevo a plantearnos el papel que pue-
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den desarrollar en este incierto futuro tanto las Naciones Unidas como
Europa. De momento, y en lo que concierne a los propósitos de este tra-
bajo, la condición de Rusia como actor secundario en esta tragicomedia
internacional queda confirmada y reforzada a la luz de su incapacidad
para mediar en el conflicto o para, simplemente, hacer valer sus puntos
de vista.
A la hora de presentar a Rusia como potencia, una de las cosas que más
llaman la atención es el proceso político que ha vivido este país en su
conversión de Unión Soviética a Federación Rusa. La desaparición o
transformación de las potencias es uno de los factores que más ha preo-
cupado a los analistas del sistema internacional,102 y la disolución de la
URSS ha atraído la observación de los estudiosos por lo imprevisible del
hecho y por la aparente falta de precedentes. Cabría preguntarnos, pues,
en primer lugar si la desaparición de la URSS supuso el fin de una po-
tencia o, simplemente, la desintegración de un Estado en un proceso que
dio lugar al resurgimiento de una potencia en el mismo sitio, y con las
mismas capacidades que ocupaba el Estado anterior. Para ello analice-
mos, primero, las causas que dieron como resultado la desaparición de
dicho Estado, para ver a continuación hasta qué punto podemos hablar
de «desaparición» o bien de «transformación» de una potencia y cómo
ello influye en el sistema internacional.103
La perestroika, que Gorbachov presentó al pueblo soviético y al
mundo entero como una leve, aunque firme, reforma política, en realidad
acabó siendo un intento desesperado de salvar no sólo la experiencia so-
viética, sino el propio Estado que le había dado forma y, con él, aquella
herencia que, desde el tiempo de los zares, constituía el marco estatal de
la nación rusa.104 La unión fraternal de pueblos que pretendían los sóviets
se mostraba cada vez más como una forma de expansión de la nación
rusa, muy especialmente durante la época de Brezhnev, cuando se agudi-
zó el carácter rusocéntrico del Estado; esta sensación, sumada a la aguda
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Como podemos ver, pues, la conciencia nacional de los pueblos que in-
tegraban la Unión Soviética presenta una gran variedad, reflejando la
propia diversidad nacional del gigante soviético. El hecho de que pue-
blos con un nivel reivindicativo tan variopinto hayan llegado al mismo
punto final de la independencia nacional refleja que en este proceso han
intervenido aspectos ajenos a la reivindicación y que han afectado por
igual a todos los pueblos que componían la URSS. Estos aspectos pueden
agruparse básicamente en dos: la desintegración del poder político so-
viético y, en consecuencia, la búsqueda de modelos políticos alternativos
a la URSS.
El poder político soviético empieza a desmoronarse con la llegada
al poder de Gorbachov y su perestroika, aunque este proceso ya se vis-
lumbraba en luchas políticas internas anteriores a este presidente y toda-
vía ahora poco diáfanas, dada la opacidad con que el PCUS mantenía sus
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parados; por otra parte, no debemos olvidar los intereses políticos y eco-
nómicos de diferentes sectores, como las diversas industrias militares,
interesados en mantener la estabilidad de la tensión propia de la guerra
fría. De cualquier modo, este sentimiento de amenaza y derrota, amplia-
mente extendido en Rusia, no puede ser obviado a la hora de analizar las
percepciones sociales rusas al respecto y sus implicaciones políticas.112
La Unión Soviética desaparece por procesos endógenos, en cuya
formación participaron, a lo sumo, factores exógenos como la presión
armamentística y política occidental que no permitieron un relajamien-
to del Estado cuando más lo necesitaba. A pesar de ello, y regresando a
la pregunta inicial de este apartado, cabría preguntarnos si se produjo la
desaparición de una potencia. En el sentido aceptado anteriormente, y
que responde a la acepción más habitual del término «potencia», po-
dríamos decir que, en efecto, ha desaparecido una potencia, puesto que
este proceso ha dado lugar a la readaptación del sistema internacional y
a la aparición de una estructura claramente hegemónica. Sin embargo,
de las cenizas de la URSS surge otra forma estatal, la Federación Rusa,
que tiene parte de las características propias de una potencia: en primer
lugar, y por encima de todo, la Federación Rusa mantenía en sus prime-
ros años la casi totalidad del arsenal atómico soviético, aunque este ar-
mamento se hallaba ya obsoleto con relación al estadounidense y, sobre
todo, ya no podía permitirse nada similar a una carrera armamentística
como la que había mantenido hasta mediados de los años ochenta. Pese
a lo anterior, seguía siendo la primera potencia nuclear del mundo, con
cerca de 40.000 cabezas nucleares, casi el doble que las que poseía Es-
tados Unidos. En segundo lugar, la simple extensión territorial de la Fe-
deración Rusa, que sigue siendo el mayor Estado del mundo, le concede
un estatuto especial como sujeto imprescindible en el orden mundial. En
tercer lugar, y aunque ello debe definirse en los primeros años del nue-
vo recorrido de Rusia como Estado postsoviético, Rusia mantiene la ca-
pacidad potencial de mantener un área de influencia, ya sea sobre el es-
pacio que ocupaba la URSS, ya sea sobre otras áreas geográficas. Pero
esto forma parte del proceso de reconstrucción de Rusia como potencia,
que presentaremos en el apartado siguiente. Podemos añadir que, si bien
al desaparecer la Unión Soviética sucumbe con ella un modelo de po-
tencia a escala mundial, con aptitud para enfrentarse o compararse a las
otras potencias en cuanto a capacidad armamentística, carisma interna-
cional e influencia política directa, en su lugar deja espacio para la for-
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CUADRO 6
Características identitarias y evolución de los pueblos titulares de las
repúblicas de la URSS, 1959-1989
* Entre paréntesis, el porcentaje que representa cada pueblo en el conjunto de la URSS se-
gún cada censo.
FUENTES: M. P. Zhdanova y F. A. Timofeeval, Chislesnost i sostav naselenija SSR: po donnym Useso-
juzpoi perepisi naselennia 1959 i 1979 goda, Finansy i statistika, Moscú, 1984, y S. White, After Gor-
bachev, Cambridge University Press, 1993, p. 145.
Tras los acontecimientos de agosto de 1991, que dan al traste con los
proyectos de Gorbachov para rescatar y reconstruir algo parecido a la ya
agónica Unión Soviética, la URSS debe enfrentarse al proceso irreversi-
ble de su disolución. No es una época propicia para reflexiones teóricas:
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opinión pública rusa y para gran parte de la clase política e intelectual del
nuevo Estado ruso. Para extensos sectores de la sociedad rusa no se tra-
taba de restaurar la unidad de los pueblos de la antigua Unión Soviética,
sino de limitar el alcance de una farsa política que, en nombre de las nue-
vas élites, había llevado al desmembramiento de un único pueblo.
En cualquier caso, la existencia del nuevo Estado ruso se plantea
con diversas prioridades tendentes a reconstruir la potencia y la grande-
za rusas: a) reconstrucción de Rusia, sometida a una fuerte desestructu-
ración política, social y económica tras el caos de los últimos años de co-
munismo y de la perestroika; b) reconstrucción del primer círculo de
influencia de la nación rusa, constituido por el ámbito geográfico de la
extinta Unión Soviética; c) restauración del carácter de potencia inter-
nacional que corresponde tradicionalmente a Rusia, tanto en el sistema
internacional como en los ámbitos regionales donde Rusia ha ejercido
siempre una influencia, en especial Europa central y oriental. Precisa-
mente en esta última faceta, la de potencia internacional, Rusia aspiraba,
de forma ideal, a restaurar su papel protagonista en la esfera política
mundial.130
Los dos procesos principales, la reconstrucción del Estado ruso y la
restauración de un área de influencia directa, se plantean de un modo pa-
ralelo y, de hecho, se sustentan mutuamente. En realidad, los políticos ru-
sos confiaban en que la nueva situación llevara a una recuperación de la
economía gracias al surgimiento de una nueva economía capitalista, un
nuevo ambiente internacional de confianza y la llegada de inversiones
extranjeras. Esta recuperación económica debería mantener los vínculos
existentes con las nuevas repúblicas independientes que, sometidas a un
proceso de transformaciones más profundas a causa de la necesidad de
crear nuevas estructuras estatales, mantendrían todavía por mucho tiem-
po fuertes vínculos de dependencia con su antiguo centro político. Al
mismo tiempo, estos vínculos privilegiados con los países del entorno
garantizarían el acceso directo a sus recursos y mercados, lo cual contri-
buiría a mantener la potencia y superioridad de Rusia sobre su entorno.
En cualquier caso, siempre según este esquema ideal de los primeros mo-
mentos de la independencia rusa, la unidad del espacio ex soviético ven-
dría garantizada no sólo por la existencia de infraestructuras económicas,
energéticas, viarias, etc., creadas por el Estado soviético y difíciles de
sustituir,131 sino también por un sentimiento colectivo, una necesidad es-
piritual compartida que hace inimaginable la desunión de este bloque de
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pueblos heterogéneo, pero con una visión afín del mundo. Estos argu-
mentos pragmáticos y simbólicos hacen necesaria e inevitable la exis-
tencia de unos vínculos institucionales fuertes establecidos por el nuevo
organismo que sucede a la URSS, es decir, la CEI.
Esta visión del futuro de la CEI, sin embargo, chocó pronto con dos fac-
tores no suficientemente valorados en su momento. En primer lugar, la
crisis económica y social de Rusia (y de las otras repúblicas de la CEI)
fue mucho más grave de lo que se creía, y no halló una fácil solución en
la apertura de mercados al exterior ni en la liberalización de la economía;
Rusia no consigue crear un modelo atractivo para las otras repúblicas y,
al contrario, sigue arrastrando muchos de los déficit estructurales (co-
rrupción del poder y de los actores económicos, autoritarismo político,
falta de un sistema administrativo flexible y eficaz) que hicieron descon-
fiar en su momento a las sociedades periféricas de cualquier continuidad
de la antigua URSS. En segundo lugar, los nuevos estados se enfrentan a
un proceso de restauración nacional profundo que pasa por la decidida
construcción de todas las infraestructuras estatales de que están carentes;
por lo tanto, el proceso centrífugo de estas nuevas entidades no se frena
con las independencias de 1991, sino que se prolonga durante los años si-
guientes, en detrimento de todos los intentos que, desde Rusia, pretenden
mantener la cohesión de los diferentes países.
Este proceso se hace evidente con los primeros intentos de dar con-
tenido a la CEI. Tanto en las primeras cumbres de jefes de Estado en Minsk
(30 de diciembre de 1991 y 14 de febrero de 1992), Kiev (20 de marzo de
1992), Tashkent (15 de mayo de 1992), Moscú (6 de julio de 1992), Bish-
kek (9 de octubre de 1992), etc.,132 como en las reuniones periódicas de
la Comunidad, se enfrentaron dos concepciones claramente diferenciadas
sobre cuál debía ser el futuro de la organización: mientras que Rusia es-
taba interesada en el mantenimiento de una unión aduanera, monetaria,
militar, etc., y de una fuerte institucionalización de la CEI alrededor de
una sede permanente y de una presidencia con amplios poderes, otras re-
públicas manifestaron una escasa receptividad a esta concepción de la or-
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tanciadas cada vez más de los proyectos rusos. De este modo, los nuevos
Estados no sólo emprenden una política decidida de «nacionalizar» sus
administraciones, erradicando, como ya se ha detallado, los contenidos
identitariamente rusos de la administración y de la educación, sino que
inician una política exterior tendente a reforzar los vínculos tradiciona-
les de los pueblos de Asia central con Turquía, Irán y, en general, con el
mundo islámico. Como fruto de estas políticas, los gobiernos de Uzbe-
kistán, Kazakstán, Azerbaiyán, Turkmenistán, Kirguistán y Tayikistán
hacen ingresar a sus países entre 1992 y 1993 tanto en la Organización de
Cooperación Económica (OCE)136 como en la Organización de la Confe-
rencia Islámica (OCI).137
A pesar del arduo camino que debe emprender la CEI en su conso-
lidación y de la poca disposición de sus miembros a reforzar la organiza-
ción, a partir de 1993 se producen algunos avances. Así, en septiembre
de dicho año los países miembros de la Comunidad firman un Tratado de
Unión Económica que se ve confirmado por el inicio, en abril de 1994,
de un Acuerdo sobre la constitución de una zona de libre comercio (aun-
que su falta de ejecución práctica sería una de las causas de las crisis pos-
teriores), y al final del mismo año se crea el primer organismo con voca-
ción supraestatal de la CEI, el Comité Económico Interestatal (MEK en
sus siglas rusas).138
En definitiva, existe una escasa capacidad por parte de Rusia para
cohesionar lo que se supone que debería ser su área principal de actua-
ción o su área de influencia inmediata, el espacio de la antigua URSS.
Ello se puede achacar, sobre todo, a la lenta recuperación de la economía
rusa y al proceso de construcción nacional que viven las otras repúblicas.
Sería demasiado arriesgado hablar de la interferencia de otras potencias
en el área, aunque sí ha habido, como se dijo en el capítulo anterior, cier-
ta competencia por el ejercicio de la influencia en Asia central o en el
Cáucaso,139 pero no podemos obviar cierta sensación de resentimiento y
animadversión hacia Rusia que han acompañado a los procesos de cohe-
sión nacional de estos países. Rusia no ha sido, en muchos casos, la op-
ción más atractiva, pero sí la que «correspondía» a los países de la CEI,
dado el acuerdo tácito de la comunidad internacional de respetar los in-
tereses rusos en la zona, y las posibilidades de escapar a esta influencia
han sido y son escasas, aunque, mientras no ha sido imprescindible, los
países de la CEI se han resistido a reforzar sus vínculos con Rusia tanto
como les ha sido posible.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 107
mecanismo cada vez más eficaz pero al mismo tiempo cada vez
más complejo.142
Vemos, por lo tanto, que entre los años 1989 y 1991 el escenario cambia
en tal medida que afecta de modo directo no sólo al funcionamiento de
los estados eurooccidentales y sus instituciones regionales, sino a la pla-
nificación sobre el futuro de los mismos. Quisiera destacar, para los fines
de este trabajo, dos hechos fundamentales de este período de transforma-
ciones institucionales y del proceso que le seguirá: a) como hemos visto
en la relación pormenorizada en los apartados anteriores, la evolución de
la Unión Soviética, de su área de influencia y de sus estados sucesores a
partir de 1991 será uno de los elementos decisivos en el camino de refor-
mas emprendidas por las instituciones comunitarias; b) el proceso de re-
formas iniciado por las instituciones europeas tras la caída del muro de
Berlín será planificado, pactado, regulado, corregido y complementado
durante un período que superará la década y llegará a nuestros días, en un
proceso complejo que dificultará el avance de las reformas emprendidas,
pero al mismo tiempo garantizará una amplia participación internacional,
institucional e incluso popular en el proceso realizado. Sobre estos dos
aspectos, la incidencia de la evolución política, económica y social en
Europa oriental sobre el proceso institucional europeo, y la complejidad
endógena del propio proceso, dedicaremos una atención especial.
Antes de la desaparición de la URSS, las instituciones comunitarias
ya habían centrado su atención en la debilidad de su vecino oriental. En
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 114
la va haciendo cada vez más coincidente con el concepto aún vago de una
Europa supuestamente diferenciada del resto del mundo. De este modo,
la primera ampliación, en 1973, rompe el estereotipo de una Europa nu-
clear, continental, mediterránea y católica158 al incorporar, entre otros es-
tados, a Gran Bretaña, la potencia que se había opuesto anteriormente a
una cohesión europea tan alejada de sus áreas de poder tradicionales y de
sus posibilidades de influir en ella. La entrada de Grecia, en 1981, y de
los países ibéricos, cinco años más tarde, rompe el tópico tantas veces
criticado según el cual se estaba construyendo una «Europa de los ricos»,
en absoluto interesada en cargar con la presencia de estados en desarro-
llo que poco contribuían a la imagen de potencia de la nueva Comunidad.
Cabría añadir que la admisión de España, en 1986, supone hasta cierto
punto un acto de valentía por parte de la Europa unida, que debe asumir
el riesgo de integrar a un país problemático, con un índice de paro en-
tonces cercano al 20 %, una industria aparentemente poco competitiva,
una sociedad agitada ante el ingreso en la OTAN y un ejército levantis-
co.159 La apuesta de la Europa unida por la coherencia en su voluntad po-
lítica y de integración al asumir estos riesgos denota una fuerte vocación
de cumplir con unos objetivos políticos audaces y no limitados a meros
intereses pragmáticos.
Los cambios surgidos en Europa a partir de 1989 pondrán de nuevo
a prueba esta voluntad europeísta de la Europa comunitaria. Al desapa-
recer la presión de la Unión Soviética (y la misma existencia de ésta) so-
bre Europa, se levanta una serie de expectativas acerca del futuro de las
instituciones europeas, pero al mismo tiempo se reabre un viejo debate
sobre la propia esencia, definición y límites de Europa. En este contexto
la Unión Europea todavía en ciernes se enfrenta al reto de su responsabi-
lidad en cuanto a referencia del contenido teórico, pero ahora más que
nunca también práctico, de la unidad europea. Este reencuentro tiene dos
fases o partes claramente separadas que dan lugar a dos procesos distin-
tos de ampliación. Por un lado, la desaparición de constricciones im-
puestas por la bipolaridad permite la incorporación de países política y
económicamente occidentales, pero cuya neutralidad impedía su acerca-
miento a la Europa unida; por otro lado, la desaparición del telón de ace-
ro propicia la existencia de un área de expansión de las comunidades so-
bre la que había sido el área de influencia soviética.
La nueva situación geoestratégica en Europa y en el mundo, así
como el nuevo empuje institucional que supone en Europa la Conferen-
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cuarenta y cuatro años antes y que, sin las limitaciones que ellos han ex-
perimentado, ha prosperado y se ha cohesionado.
En este sentido se produce un primer paso rápido y eficaz con la
reunificación alemana.171 El 3 de octubre de 1990, menos de un año des-
pués de los acontecimientos de Berlín, entra en vigor el Tratado de Uni-
ficación, lo que significa que la Ley Federal de Bonn de 1949 pasa a ser
la Constitución de la nueva Alemania reunificada. La unificación alema-
na no supone un proceso de ampliación de las comunidades, puesto que
ningún nuevo Estado entra a formar parte de la misma. Simplemente,
uno de sus estados unidos pasa a «engordar», según una expresión del
momento que parece haber hecho fortuna, por la incorporación de otro
territorio que no ha participado hasta el momento en la creación ni en el
desarrollo de las instituciones europeas.172 Sin embargo, este proceso está
lejos de ser imperceptible para la futura Unión Europea. En primer lugar,
la incorporación de la RDA en la Alemania comunitaria da a este Estado
unas dimensiones demográficas y económicas que la sitúan muy por en-
cima de sus socios europeos, incluidas las poderosas Francia y Gran Bre-
taña. En segundo lugar, el fin del estatuto de ocupación internacional so-
bre Alemania le concede un grado de soberanía como este país no conoce
desde la segunda guerra mundial. En tercer lugar, la consecución del an-
helo manifiesto de la República de Bonn desde su fundación, su unidad
nacional, da a la sociedad alemana una sensación de euforia y autosatis-
facción patriótica renovadas. Por último, y tal vez lo que más nos intere-
sa para los objetivos de este trabajo, el avance alemán hacia el Este acer-
ca a Europa con la otra Europa, aquella que había sido dejada atrás hacía
nueve lustros. Y ello se produce en varios sentidos: a) desde el punto de
visto geográfico, con su expansión territorial y el desplazamiento de su
eje hacia Alemania, la Europa comunitaria deja de estar arrinconada a un
extremo occidental y ya se halla en medio del continente, perfectamente
situada para su expansión a tierras más orientales; b) la incorporación de
la población germanooriental a la Comunidad representa un buen ejem-
plo y recordatorio para Europa occidental del hecho de que siguen exis-
tiendo millones de europeos, con condicionamientos políticos y sociales
parecidos, más allá de la línea Oder-Neisse; c) la reunificación alemana
supone a la vez un símbolo y una especie de ensayo general de lo que
debe ser el reencuentro entre dos partes de una Europa dividida a la fuer-
za. Del mismo modo que Alemania ha alcanzado una unificación rápida
y eficaz, Europa también debería ser capaz de reunificarse; y en el pro-
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 128
ceso alemán Europa puede encontrar las vías y las dificultades con que
debería contar en un proceso más ambicioso.
Sin embargo, el proceso de incorporación de la Europa del Este a la
Europa comunitaria será más difícil y trabajoso de lo previsto. En primer
lugar, pronto se hace evidente, sin apartar la mirada del caso alemán, que
la reunificación tiene unas consecuencias no siempre previstas adecua-
damente, como puede ser la creación de una transición «interna» que
puede prolongarse varias décadas, durante la cual deberán convivir una
parte próspera con otra todavía en desarrollo, con las desigualdades y los
gastos que ello supone. En segundo lugar, la transición en los países de
Europa central y oriental (conocidos entonces como PECO) contiene
más dificultades de las previstas, entre ellas una crisis económica de ca-
racterísticas estructurales y una fuerte desorientación social de sus po-
blaciones, que deben enfrentarse a las dificultades de un capitalismo sal-
vaje y al regreso de unos enfrentamientos nacionales y étnicos que
habían quedado muy disminuidos durante los años de comunismo oficial.
A todo ello hay que añadir que la incipiente Unión Europea estaba in-
mersa en un proceso de transformaciones internas profundas y no prepa-
rada para afrontar un cambio tan radical como es este proceso ciclópeo
de nuevas incorporaciones.
El primer proceso de acercamiento a estos países tras las transfor-
maciones políticas que experimentan son los Acuerdos Europeos de Aso-
ciación, denominados de «segunda generación» para distinguirlos de los
establecidos antes de noviembre de 1989, en el marco de las relaciones
CEE-CAME. Se trata de acuerdos de asociación, a semejanza de los fir-
mados previamente con Turquía, Malta y Chipre, que buscan reforzar el
diálogo político entre los países asociados y la Comunidad, promover la
cooperación comercial, económica, cultural y financiera y aproximar las
legislaciones de dichos estados con la comunitaria.173 Los primeros
Acuerdos Europeos fueron firmados el 16 de diciembre de 1991 con Po-
lonia, Hungría y Checoslovaquia. El 1 de febrero de 1993 Rumanía sus-
cribió su propio acuerdo, y Bulgaria lo hizo el 8 de marzo siguiente. El 4
de noviembre de 1993, como consecuencia de la partición de Checoslo-
vaquia, la República Checa y Eslovaquia firmaron sendos Acuerdos
Europeos. Entre 1995 y 1996 se suscribieron nuevos Acuerdos con Eslo-
venia y los países bálticos.
Esta política de cooperación entre la Comunidad y los países del
Este ha sido fructífera: el programa PHARE, que empezó con un presu-
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miembros. Así, para ser admitido en la Unión, un país deberá haber al-
canzado los siguientes requisitos:
Los primeros años noventa han estado, sin lugar a duda, llenos de signi-
ficado para la formación de Europa. La distensión general ocasionada
por la desaparición del sistema internacional bipolar ha tenido como re-
sultado una toma de posición más firme de Europa, libre de los constre-
ñimientos que la unían a grandes potencias exteriores, hacia sí misma y
hacia su unidad, cohesión y fortaleza. Estimulados por un contexto inter-
nacional que veía a Europa, quizá por primera vez en su historia, libre de
presiones que la situaban como un teatro principal de conflictos reales y
potenciales, los líderes europeos, con Mitterrand y Kohl a la cabeza,
aprovecharon la circunstancia para proponer dotar a las instituciones
europeas de contenido e independencia propios, con los que poder desa-
rrollar su capacidad como potencia unificada que ocupe el lugar que le
corresponde en el nuevo sistema internacional. Al mismo tiempo, el fin
de la guerra fría dejó a las puertas de esta Europa comunitaria un amplio
territorio de expansión que, de algún modo, consideraba que le corres-
pondía por derecho propio, al formar parte de aquello que siempre se ha
considerado como parte intrínseca de Europa, a pesar de todas las ambi-
güedades que presenta la delimitación de tal concepto.
Si la euforia del primer momento, simbolizada por lo que tuvieron de
vertiginoso los acontecimientos que van del derribo del muro de Berlín a la
reunificación alemana, permite un inmoderado optimismo que acompaña al
inicio de trabajos sobre la reforma comunitaria que daría lugar al Tratado de
Maastricht, la realidad parece imponerse pronto para demostrar cuán preci-
pitados eran los planteamientos más optimistas. Dificultades que podríamos
resumir en dos grandes bloques: en primer lugar, siguen existiendo com-
plejidades en el sistema internacional, en las que Europa desempeña un tris-
te papel al demostrar su ineficacia e ineptitud para participar tanto en su de-
cisión como en su desarrollo. En segundo lugar, los países comunitarios
viven serias tribulaciones para iniciar el proceso de cohesión que en un mo-
mento de ingenuo optimismo se pudo creer que reuniría un consenso gene-
ral al reflejar un interés compartido y unos objetivos convergentes.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 132
GRÁFICO 1
Evolución de los fondos TACIS, 1991-1999
600
Total
500
millones €
400 Rusia
300
Programas
200 regionales
100
Resto
0
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999
GRÁFICO 2
Fondos TACIS 1991-1999 (en millones de €)
11
10 1
9
8
7
2
6
5
3
4
los programas del TACIS están previstos para allanar el paso de una in-
versión exterior en el país, que se adivina preferentemente europea, con
la creación de estructuras administrativas ágiles o la formación de em-
presarios o funcionarios en las normas básicas del capitalismo. Sin em-
bargo, la misma estructura de esta ayuda, muy respetuosa con las institu-
ciones rusas y su funcionamiento, no exige reformas en profundidad que
garanticen una eficacia tangible de dichas políticas, lo que sin duda ra-
lentiza –y hasta cierto punto imposibilita– las reformas económicas
necesarias según el espíritu de esta cooperación. Como consecuencia, la
economía rusa prosperó con acuciante lentitud, la inversión occidental
tuvo serias dificultades para trabajar en el país y la privatización encontró
problemas no sólo políticos, como era previsible, sino también adminis-
trativos, ante una inercia o desidia de los poderes públicos que las presio-
nes financieras externas no parecen poder frenar, a pesar de los supues-
tos beneficios que deberían esperar de estos cambios.
La sociedad rusa, cada vez más inmersa en una pobreza que, por
primera vez desde principios del siglo XX, presenta características clara-
mente capitalistas, como la competitividad, el desempleo o la privación
de derechos sociales, ve en la presencia financiera exterior una alianza
estrecha entre los poderes políticos del país y unos intereses económicos
externos poco centrados en el bienestar de Rusia y, en cambio, limita las
potencialidades tanto económicas como políticas del país. El hecho es
que la desigualdad de las relaciones entre los dos gigantes del continen-
te europeo crea una dependencia asfixiante de la economía rusa, cada vez
con menos margen de actuación soberana para resolver su propia crisis
que, al contrario, no ve en esta fase vías de solución rápidas y eficaces.205
ría ser quien detentase el asiento permanente que mantenía la Unión So-
viética en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Inmediata-
mente, Borís Yeltsin transmitió tal decisión a la Asamblea General y al
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y las instituciones de la
ONU no plantearon mayores inconvenientes a dicha sucesión. El recibi-
miento positivo de Rusia en la comunidad internacional es especialmen-
te notorio, habida cuenta que sustituye a la antigua potencia comunista,
cuya existencia desestabilizaba la seguridad de Occidente y condiciona-
ba la del mundo en general; las organizaciones internacionales incluso
veían con un claro optimismo la recuperación económica y política del
país y auguraron una cooperación positiva con la nueva Rusia. Sin em-
bargo, la continuidad de la crisis económica y de la inestabilidad política
en Rusia impiden que este país se incorpore al nuevo orden internacional
como potencia o simplemente en pie de igualdad con el mundo occiden-
tal. A este respecto, es cierto que Rusia, antigua potencia altiva, se ve
obligada a presentarse como un mendigo inestable en el nuevo orden in-
ternacional, pero queda en el campo de la especulación hasta qué punto
las potencias de este nuevo orden estarían dispuestas a otorgar un estatu-
to de paridad a una Rusia en mejores condiciones.
En cualquier caso, el mundo occidental expresa su apoyo y su con-
fianza a la nueva Rusia en tres campos distintos pero estrechamente vin-
culados entre sí: a) el ámbito de la seguridad; b) las recomendaciones y
ayudas del FMI; c) otras instituciones en materia de reforma económica
y la intervención financiera directa. En primer lugar, en cuanto al aspec-
to de la seguridad, en mayo de 1992 Estados Unidos y Rusia firmaron el
protocolo de aplicación de los acuerdos START de reducción de armas
estratégicas a que habían llegado Bush y Gorbachov en julio de 1991;
en este protocolo se conmina a Ucrania, Belarús y Kazakstán a eliminar en
un período de cinco años la totalidad de su armamento nuclear, que debe
ser destruido o transferido a Rusia. Por otra parte, ya en diciembre de
1991 se crea el Consejo de Cooperación del Atlántico Norte (CCAN) en-
tre los entonces dieciséis países de la OTAN y nueve de Europa central y
oriental;206 Rusia ingresa en la CCAN como miembro fundador; el mis-
mo mes, Yeltsin vuelva a expresar su objetivo de conseguir que Rusia in-
grese en la OTAN.207
En segundo lugar, en el plan económico el FMI recomienda a las
autoridades rusas aplicar un saneamiento presupuestario, una política de
restricciones monetarias y la liberalización total de los precios de la ener-
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 153
OTAN son intensos durante todo el año; en junio el país entra a formar
parte de la Alianza por la Paz (APP o PfP), organismo impulsado el no-
viembre anterior por la OTAN para dar cabida a sus asociados de Europa
del Este. Yeltsin había impuesto como condición para dicho ingreso el
reconocimiento tácito de Rusia como potencia.212 Un mes más tarde, Ru-
sia se adhiere a la parte política del G-7, con lo cual queda reconocida su
capacidad de influencia sobre el sistema internacional. A comienzos de
1994 Rusia recibe también el beneplácito de la Asamblea Parlamentaria
del Consejo de Europa para su ingreso en dicha organización.
Este incremento de la influencia internacional rusa se ve desde Oc-
cidente con una mezcla de optimismo y recelo. En cualquier caso, la
Unión Europea mantiene su política de cooperación institucional y eco-
nómica con Rusia, a quien sigue considerando como potencial aliada. De
este modo, como ya se ha dicho, la UE firma en junio de 1994, en Corfú,
el Acuerdo de Colaboración y Cooperación (ACC) con Rusia, y en el
mismo año lo hace con Ucrania y Belarús.213
federación del Cáucaso desde el mar Negro al Caspio, con los intereses
rusos en la zona. No lo es tanto si tenemos en cuenta el enfrentamiento
de Rusia con la Georgia de Gamsajurdia (y, después, de Shevarnadzé),
cuya desestabilización propició la unión del país caucásico a la CEI en
1993 y la presencia de tropas rusas de «interposición» que garantizan la
presencia de Moscú en la región.219
A pesar de todo ello, Yeltsin eligió para su intervención ese preciso
instante por tres razones: la primera es, como ya dijimos, el buen mo-
mento que vive Rusia y más concretamente la presidencia de Yeltsin; la
intervención ante la Duma en 1993 había traído estabilidad al país al li-
brar al presidente de su mayor oponente, el Parlamento; Occidente reci-
bía bien a Rusia en sus instituciones y aportaba sustanciosas ayudas e in-
versiones; en la CEI e incluso en Europa oriental la imagen de Rusia y su
reconocimiento como potencia iba recuperándose; y la crisis económica
daba tímidas señales de haber tocado fondo. Parecía oportuno realizar
una demostración de fuerza, similar a la que tantos réditos había aporta-
do a Yeltsin al tomar la Duma un año antes y ofrecer al pueblo lo que de-
bía haber sido un ejemplo de cohesión nacional, que los rusos tanto echa-
ban en falta.
Hay una segunda razón, que se oculta a menudo detrás de gran parte
de los conflictos de la región a lo largo de la posguerra: el abastecimien-
to de hidrocarburos. Chechenia no es una región petrolífera, puesto que su
petróleo se había agotado décadas atrás, pero la existencia de refinerías en
Grozny había convertido a la región en zona de paso de los oleoductos y ga-
soductos, llegados del Caspio y de Asia central por vía del puerto de Bakú,
y que abastecen a Europa occidental. Este comercio, en gran medida en ma-
nos de compañías rusas como Lukoil o Gazprom, adquiere una importancia
cada vez mayor por aquellas fechas, dados dos factores esenciales: en pri-
mer lugar la inestabilidad en Oriente Próximo y Medio y el bloqueo a Irak,
que hacían subir el precio internacional del petróleo a cotas que convertían
en interesante para Rusia su exportación; en segundo lugar, la precariedad
de la economía rusa y la lentitud en su reactivación industrial hacían que la
exportación de hidrocarburos tomase una importancia cada vez mayor en
la inestable economía del país. Esta exportación se veía gravemente afecta-
da por la inestabilidad en Chechenia, ya que los oleoductos cruzan la región
y quedan fuera del control tanto del Estado ruso como de las compañías pe-
trolíferas, lo cual hace que una recuperación del control sobre la zona fuese
imperiosa desde el punto de vista económico.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 163
mundo y en las relaciones de ésta con sus vecinos y con las potencias
mundiales.
8 % de los votos. Más allá del tópico ya muy manido que atribuye al pue-
blo ruso una tendencia innata al autoritarismo por sus condicionamientos
históricos, culturales e incluso geográficos, hay que ver en la evolución
política de este período el reflejo de una sociedad necesitada de una di-
rección fuerte para enfrentarse a una crisis aguda y con ello devolver al
país un orgullo que considera perdido.
Aquí cabe mencionar el profundo sentimiento de victimismo que
vive Rusia a lo largo de este período. Sentimiento comprensible, si tene-
mos en cuenta el salto cualitativo que vivió el país en pocos años: de ser
una superpotencia capaz de enfrentarse políticamente a cualquier otra,
centro de una de las opciones ideológicas y estratégicas de un mundo bi-
polar, Rusia pasó no sólo a ser una potencia regional o ni siquiera un
«país como los demás», sino que se convirtió en un país pauperizado y
despedazado, sometido a la caridad de las instituciones financieras inter-
nacionales y a un entorno internacional que ya no podía condicionar.
Cundió en Rusia la sensación de que todo ello, incluida la desorientación
ideológica, la degeneración moral y la crisis demográfica en la sociedad
rusa, era consecuencia de la prolongada ofensiva que el mundo occiden-
tal había realizado contra Rusia a causa del enfrentamiento bipolar de la
guerra fría, de la lucha contrarrevolucionaria o, incluso, del recelo hacia
los valores culturales rusos.224 El victimismo ruso era alimentado por la
demora en la recuperación económica y dio lugar a un antioccidentalis-
mo que en realidad no era nuevo en la tradición política rusa,225 pero que
en esta etapa mostraba claros referentes ideológicos que dieron lugar a
fuertes movimientos sociales: en primer lugar, como ya hemos visto, una
nostalgia de la grandeza de Rusia en tanto que Unión Soviética, traduci-
da en un sólido respaldo a los candidatos comunistas, en el masivo se-
guimiento de las celebraciones tradicionales de la URSS (1 de mayo,
17 de noviembre, etc.) y en el surgimiento de numerosos movimientos neo-
bolcheviques a menudo radicalizados y enfrentados entre sí. El segundo
fenómeno político que refleja este victimismo fueron los movimientos de
extrema derecha ultranacionalistas y agresivos, cuyo ejemplo más cono-
cido y popular sería el Partido Liberal Democrático (PLD) de Zhirinovs-
ki. A pesar del discurso retórico y violento de este líder, numerosos gru-
púsculos le superan en agresividad e incluso en simbología radical, sin
desdeñar a menudo el antisemitismo y la parafernalia nazi. Más allá del
ámbito político, otro fenómeno social digno de ser recalcado es la revita-
lización de la Iglesia ortodoxa rusa, que se convirtió pronto en un refe-
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 170
«Rusia sigue siendo una potencia nuclear, es muy importante para noso-
tros que siga siendo un país estable con paz interna».227 A finales de di-
ciembre, sin embargo, a medida que se hacía evidente la actitud rusa de
tomar Grozny a cualquier precio y que el ejército ruso no haría distinción
entre los objetivos «estratégicos» y los civiles, las críticas occidentales
se hacen más visibles y las posiciones rusas quedan más aisladas. Mien-
tras Occidente censura el uso desproporcionado de la fuerza, otras áreas
del entorno ruso muestran una mayor preocupación por la propia interven-
ción, sus causas y sus medios. El mundo islámico, especialmente Turquía
e Irán, que se consideran actores dentro del entorno geográfico y de se-
guridad del conflicto, hacen repetidos llamamientos al diálogo entre las
partes en litigio. En Europa central el conflicto se ve con auténtica preo-
cupación; para el ministro polaco de Asuntos Exteriores, Olechowski,
«una forma tan agresiva de resolver los conflictos políticos debe preocu-
par necesariamente a los vecinos»; el presidente rumano Ion Iliescu de-
clara su alarma por el «regreso a las tendencias imperialistas», mientras
otros líderes de la zona, como L. Walesa y V. Havel, expresan su preocu-
pación por los hechos y se producen manifestaciones populares de repul-
sa.228 En otros países donde el expansionismo ruso es todavía un recuer-
do fresco, como Estonia o Ucrania, se llegan a reclutar voluntarios para
luchar en el lado checheno.229
Más allá de las reacciones inmediatas al conflicto es perceptible,
sin embargo, un claro cambio en las actitudes de la comunidad interna-
cional hacia Rusia. La reacción prácticamente unánime de rechazo a la
operación militar se debe al abuso de medios militares, al desprecio de
cualquier solución política y a la violación permanente de los derechos
humanos a lo largo de la crisis. No podemos obviar, sin embargo, un he-
cho clave en la evolución de ésta: la imagen de incompetencia que refle-
ja el ejército ruso y las instituciones políticas de Rusia al mundo y a su
propia opinión pública. Lo que debería haber sido un paseo triunfal de un
ejército poderoso contra un puñado de bandidos desorganizados y co-
rruptos se convierte rápidamente en una larga, sangrienta costosa y caó-
tica operación militar, en la que un pequeño pueblo marginal y apenas
cohesionado parece mantener la iniciativa ante lo que poco antes había
sido la segunda potencia militar del mundo. Una acción igualmente in-
justa y desproporcionada, pero rápida y eficaz, como la que Yeltsin había
ordenado sobre la Duma en otoño de 1993, muy probablemente no hu-
biera supuesto más que unas tímidas reacciones condenatorias de la
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 173
Si la operación militar del Kremlin sobre el Cáucaso recibe una fuerte con-
dena internacional, como se ha visto en el apartado anterior, en la Unión
Europea, el principal baluarte de la confianza internacional sobre Rusia, es
donde esta repulsa tiene mayores consecuencias para el mantenimiento de
una relación estable de Moscú con el mundo en los años siguientes.
La política comunitaria de buenas relaciones con Rusia que apa-
rentemente había llevado Bruselas desde 1991 quedó truncada en 1994.
Este año el ministro de Asuntos Exteriores, A. Kózirev, que había acom-
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 175
The methods which the Russian government is using to try to resolve the
conflicts are cause for the unmost concern [...] We find it hard to unders-
tand the reaction of the Russian goverment. There must be respect in this
conflict for human rights, the basic principles of the OSCE and for appro-
priateness of the means used.
cunda y que puede adquirir unas dimensiones variables. Por ello, otorga
al pueblo ruso el carácter de centralidad o de referente histórico y cultural
que ya mantenía en la época soviética, lo cual establece cierta superiori-
dad del pueblo ruso sobre el resto y explica la poca aceptación de las tesis
eurasianistas fuera de Rusia. 259 Pero al mismo tiempo, para los teóri-
cos eurasianistas esta posición central dota a Rusia de una capacidad de
comprensión y de eclecticismo que le permiten convertirse en un referen-
te universal.260 Así, por ejemplo, el pueblo ruso, a pesar de no ser musul-
mán, estaría bien situado para comprender la problemática de los pueblos
islámicos (lo cual explicaría, por otro lado, los lazos tradicionalmente es-
trechos de Rusia con el mundo árabe), puesto que durante siglos ha man-
tenido a fuertes poblaciones musulmanas en el interior de sus fronteras y
ello ha provocado un mayor conocimiento y comprensión entre ambas
culturas; esto vendría demostrado en la actualidad por la fidelidad que tár-
taros y otras minorías islámicas profesan hacia la Administración rusa, así
como por la ausencia de conflicto entre el cristianismo ortodoxo y el is-
lam, mientras que sí habría conflicto entre ortodoxos y católicos, por
ejemplo. Por supuesto, estas concepciones ideológicas parten de una vi-
sión deliberadamente sesgada en la que se obvian conflictividades reales
como la chechena o como la dinámica que viven los pueblos de esa esfe-
ra de influencia rusa al crear sus propias realidades políticas y culturales
alejadas de la dependencia rusa, así como el apoyo popular y la legitimi-
dad de tales dinámicas. Profundamente antinorteamericano y antiatlantis-
ta, el nuevo eurasianismo tiende una mano a Europa, con quien pretende
compartir una estrategia común ante el ascendente hegemonismo esta-
dounidense.261
El movimiento neoeurasianista aúna las decepciones y la deso-
rientación de una sociedad rusa falta de referentes y de confianza en
sus líderes. En general, en Rusia se vive una profunda nostalgia de un
pasado incierto situado en algún lugar entre la gloria revolucionaria de
Stalin, la grandeza imperial de los zares y la salvación que inspira la
ortodoxia del siglo XVI . El hecho es que la sociedad rusa, profunda-
mente desilusionada, revive sus propios fantasmas como una forma de
recobrar esperanzas en un futuro que se le presenta profundamente
aciago.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 182
este país puede evocar al mundo: la de los soldados devastando sin pie-
dad las áreas que ocupan, de un sueño imperial inconfeso y de una inca-
pacidad manifiesta para llevar a cabo unas operaciones tajantes sin oca-
sionar grandes cantidades de víctimas ni grandes dilaciones en el tiempo
y, tal vez lo más importante, sin llamar la atención. Rusia se presenta
como un país a medio hacer y capaz de ejercer una brutalidad medieval y
en este contexto la obligación de Occidente es escandalizarse por ello.
En consecuencia, el diálogo entre Rusia y el resto del mundo, que había
empezado a ser fluido, sufre serios inconvenientes, que dan lugar a un
punto de desencuentro que apenas salva el mantenimiento (necesario, por
otro lado) de la ayuda económica occidental a este país.
Las relaciones de Rusia con la Unión Europea se ven seriamente
perjudicadas por esta crisis. Bruselas ya experimentaba serias dificulta-
des en su trato con Moscú a raíz de las trabas burocráticas a los inversio-
nistas privados occidentales o a las resistencias de parte de su sociedad y
de su clase política a someterse a influencias políticas externas. La crisis
de Chechenia dará lugar a un enfriamiento de las relaciones entre ambas
partes de Europa que dificultará enormemente el progreso de las inver-
siones en el gigante oriental y creará una atmósfera de desconfianza y
alejamiento en su diálogo político. En este sentido, desde la UE se nece-
sitará un esfuerzo suplementario para sobrellevar las críticas que los me-
dios de comunicación y algunas instancias políticas occidentales habían
vertido sobre la actuación rusa en el Cáucaso, y superponer el realismo y
la necesidad de seguridad a la desconfianza cultural y a los criterios mo-
rales acerca de los derechos humanos y los abusos militares. Se impone,
por último, una visión utilitaria de las relaciones con Rusia que asume una
libertad de acción por parte de los poderes rusos en sus asuntos internos
mientras respeten los intereses en materia de seguridad de Occidente. Lo
cual, por supuesto, no resulta nuevo en el modus operandi occidental, ni
siquiera en la política exterior de la UE, pero sí desvanece el fantasma de
un sesgo diferenciado en las relaciones comunitarias con Rusia, en que
hubiera tenido cabida la exigencia para este país de un mayor respeto ha-
cia unos valores sociales y políticos considerados irrenunciables en la
UE, pero obviados a menudo en su relación con el resto del mundo.
La crisis del Cáucaso contribuye a distorsionar la imagen de la so-
ciedad rusa sobre su propio país. Por un lado, en Chechenia la misma
operación es sumamente impopular entre los rusos a causa de su pésima
organización y del secretismo que la rodea, además del prolongado goteo
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 187
Todo ello hace que a fines de la década de los noventa se vaya deterio-
rando notablemente la confianza mutua entre Rusia y Occidente, lo que
se percibe en un creciente aislamiento de la Administración Yeltsin y en
un alejamiento de Rusia de las áreas de interés geoestratégicas interna-
cionales. Rusia entra en una fase de marginación al tener que aplazar sine
die sus proyectos de participar plenamente en las esferas de poder globa-
les y la sociedad y el pensamiento rusos se resienten de esta paulatina fal-
ta de protagonismo internacional que los condena a una marginalidad
creciente, lo que necesariamente tiene sus repercusiones en la economía
y en la vida cotidiana de un país ya muy pauperizado.267
Sin embargo, cabe señalar que, tras la crisis de la primera interven-
ción en Chechenia, surge un claro interés por parte de las potencias y las
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 191
GRÁFICO 3
Evolución de la inversión exterior en Rusia, 1994-2002 (en millones de $)
16.000
14.000
12.000
10.000
8.000
6.000
4.000
2.000
0
1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002
(1r. sem.)
ApP
CEI
TdB
CEMN (1) Uzbekistán formó parte del GUAM (que fue
GUAM conocido entonces como GUUAM) entre 1999 y
(4) (4,5) 2001, y del TSC desde su fundación hasta 1999.
OCE Ucrania Moldova
(2) La Federación Rusa, Kazakstán y Uzbekistán
Azerbaiyán (3) Georgia (3) formaron parte del Tratado de Bishkek desde su
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g)
Turkmenistán
fundación hasta 2000.
TSC (3) Azerbaiyán y Georgia formaron parte del TSC
Irlanda CEE Armenia entre 1993 y 1999.
Suecia OCS CRS (4) Ucrania y Moldova son países observadores en
Belarús
Finlandia la CEE desde mayo de 2002.
OCCA
(5) El actual presidente moldavo, Voronin, llegó al
Austria
21/7/10
Uzbekistán (1,2)
Albania
Irán Pakistán Bulgaria Rumanía
Turquía
Afganistán Grecia
Página 207
ApP: Alianza para la Paz (PfP) (1994) OCCA: Organización de Cooperación Centroasiática (CACO) (1994)
CEE: Comunidad Económica Euroasiática (EURASEC) (1995) OCE: Organización de Cooperación Económica (1985)
CEI: Comunidad de Estados Independientes (CIS) (1991) OCS: Organización de Cooperación de Shanghai (2001)
CEMN: Cooperación Económica del Mar Negro (BSEC) (1992) TdB: Tratado de Bishkek (libre circulación de personas) (1992)
CRS: Comunidad de Repúblicas Soberanas (1997) TSC: Tratado de Seguridad Colectiva (Tratado de Tashkent) (1992)
Rusia como potencia en reestructuración
FUENTE: elaboración propia a partir de datos extraídos, sobre todo, del Anuario CIDOB 2001, Barcelona, 2002, pp. 268-269.
207
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 208
Los últimos años de la era Yeltsin están marcados por una paulatina con-
solidación del poder del Estado tras la crisis de Chechenia, aunque en ri-
gor deberíamos hablar, tal vez, de una larga, casi agónica, prolongación
de la misma. Por un lado, la crisis económica de 1998 acaba con las últi-
mas ilusiones de lograr una «normalización» del Estado a través de las
reformas que siguieron a la independencia, además de dar un paso ade-
lante en la progresiva pauperización de una sociedad hastiada y desespe-
ranzada. Por otro lado, la evolución política presenta un cuadro paradójico
en el que, tras la aparente imagen de estabilidad que ofrece la permanen-
cia de un presidente controvertido que sigue en el poder hasta que él mismo
considera conveniente su relevo, se oculta una grave crisis que marcan el
continuo cambio de primeros ministros, el sistemático enfrentamiento
entre la Duma y la Presidencia y, sobre todo, el fortísimo desgaste ante la
sociedad rusa de sus representantes políticos, empezando por el propio
presidente, incapaz de hacer frente a las numerosas crisis con que se en-
frenta el país y personalizando en su propia figura, en cambio, la corrup-
ción e ineptitud del Estado. Nos hallamos, pues, ante una crisis de graves
dimensiones en la que el único garante de la estabilidad social es un po-
der rígidamente mantenido por el apoyo de una clase económica privile-
giada y por un consenso internacional, factores que todavía otorgan más
impopularidad a la clase dirigente.300
Sin embargo, precisamente en este período se hace más evidente la
necesidad de una estabilidad social y política en Rusia. El riesgo de agi-
tación social es mínimo, dada la división de la oposición parlamentaria y
la desconfianza de la sociedad rusa hacia la clase política, incluida la
oposición y los movimientos regeneracionistas sobre los que Rusia tiene
una amarga experiencia histórica. Pero en cambio se reaviva el temor al
surgimiento de sectores oportunistas que instrumentalicen el desconten-
to social para utilizarlo en provecho propio, de sus ideologías o de un in-
cierto bienestar popular que llevase a nuevas aventuras políticas e, inevi-
tablemente, a nueva inestabilidad interna y externa. Éste es el fantasma
más recurrente en los análisis políticos del momento y en la percepción
social del propio pueblo ruso, incapaz de predecir ninguna mejora a cor-
to o medio plazo en su vida cotidiana y convencido, en general, de que
cualquier solución radical no puede empeorar ni la situación nacional de
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 209
dad, buena parte de la población rusa tiene motivos para pensar que no se
puede ir más allá en la decadencia de un país. Por otra parte, Rusia goza
de la privilegiada situación de no ser estrictamente un productor de re-
cursos naturales, sino que sus compañías extractoras de dichos recursos
se hallan esparcidas por varios países, como fruto de la herencia soviéti-
ca y de los contactos de aquella potencia con varios estados productores.
Esta situación la sitúa a medio camino entre los países productores de re-
cursos energéticos, que suelen ceder su subsuelo a compañías extranjeras
a cambio de contratos más o menos beneficiosos, y los países consumi-
dores de estos recursos, que a menudo son los que albergan las compa-
ñías extractoras. A pesar de ello, Rusia se enfrenta con la paradoja de
apoyar su recuperación económica en la exportación de productos ener-
géticos hacia Occidente, incluyendo grandes cantidades de los mismos
que compañías rusas explotan en otros países, y sin embargo no poder
contar con los suficientes recursos energéticos para abastecer a sus in-
dustrias o, lo que puede ser más grave, para dotar a su población de unas
garantías de bienestar en forma de energía de uso privado de la que, por
el contrario, sí podían contar fácilmente durante el período soviético. Se
trata de un agravio comparativo que, junto con la sensación generalizada
de abandono de servicios sociales básicos como la sanidad y la educa-
ción, alimenta la percepción popular según la cual los intereses del Esta-
do y los de la población siguen caminos dispares.
La estabilidad precaria sobre la cual parece sustentarse tanto el Es-
tado ruso como su clase dirigente e incluso su economía parece reprodu-
cirse en otro ámbito, como es el de la esfera de influencia directa de Ru-
sia. La Comunidad de Estados Independientes mantiene su existencia
bajo mínimos que había materializado desde su fundación, dando lugar a
un marco organizativo prácticamente vacío de contenido por la dispari-
dad de visiones sobre su funcionalidad que existe entre sus miembros,
dada la ausencia de criterios convergentes en los intereses de sus compo-
nentes. Sin embargo, se empiezan a percibir los primeros síntomas si no
de cohesión de la organización, sí al menos de imposición de cierta auto-
ridad del centro, personalizado en Rusia, sobre una periferia acuciada por
una crisis económica sin un fin previsible y por numerosos conflictos in-
ternos que precisan la intercesión rusa para, por lo menos, mantener su
estabilidad. Esta presencia rusa en el ámbito de la seguridad, propiciada
por la crudeza de los conflictos en los primeros años de independencia y
por la intercesión de las fuerzas armadas rusas como ejército de interpo-
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 211
sición casi inevitable en los años 1992-1993, hace que los conflictos así
estancados no puedan entrar en una nueva fase precisamente por la presen-
cia de unas fuerzas de interposición que no muestran interés por abando-
nar el terreno ni facilitar una estabilidad que haría innecesaria su presen-
cia y, por lo tanto, la influencia política rusa. A esta presencia incómoda
se une la inestabilidad de las economías de los países de la CEI, que hace
prácticamente inviable ningún proyecto de cohesionar una soberanía real
en el campo de la producción ni, aún menos, de ejercer influencia alguna
sobre el entorno de los otros países, como pretendían algunos estados del
Asia central, convencidos de constituir un potencial eje regional.302 Aun-
que la economía rusa presenta numerosas debilidades y contratiempos,
tiene no obstante mayor estabilidad que la de cualquier otra del antiguo
espacio soviético y manifiesta la capacidad de mantener bajo su órbita a
la evolución política de esta extensa y estratégica región, lo que no se
produce sin el interés ni la intervención de las potencias occidentales, ce-
losas de que ninguna otra potencia regional menos digna de confianza,
especialmente en Asia, extienda su influencia en esta área, pero también
cuidadosas de complacer los intereses de una Rusia resentida por la pér-
dida de su característica como potencia universal y por la desintegración
de su último imperio;303 una Rusia a la que, desde Occidente, se prefiere
no provocar una mayor sensación de victimización.304
En definitiva, si algo caracteriza a Rusia en el período 1996-1999 es
la fragilidad del Estado y el cambio de percepción sobre sí misma. Por
una parte, se trata de una fase de extrema depresión económica y social,
en la que la clase política y la sociedad rusas deben abandonar cualquier
ínfula de reconstituir la influencia y el poder que pueden creer que Rusia
merece, o ni tan siquiera de restablecer una dignidad suficiente al país y a
su población. La percepción del papel de Rusia en el mundo cambia nota-
blemente, de ser un gigante herido que toma resuello para levantarse de
nuevo, a ser un enfermo grave que precisa una larga recuperación y que,
probablemente, nunca volverá a ser el que fue. Del mismo modo, la per-
cepción de la sociedad rusa sobre la imagen que proyecta en su área in-
mediata de influencia y su papel en la misma cambia perceptiblemente.
En esta fase ya ha desaparecido casi del todo la percepción según la cual
el espacio de la antigua URSS es una nación o un espacio humano natural
desgajado a la fuerza y que aspira a su reunificación a través del lideraz-
go de Rusia, su mayor y más significativo representante. En este período
se impone una visión más realista según la cual Rusia, simplemente, pue-
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 212
cusiones fueron más arduas, largas y difíciles que nunca, con sesiones
maratonianas cuyos resultados a veces fueron extremadamente confusos.
Su proceso de ratificación tampoco fue fácil, puesto que en esta ocasión
Irlanda, en referéndum llevado a cabo el 7 de junio de 2001, paralizó el
Tratado al vencer el «no» por un ajustado 54 %.312
Sea como fuere, Europa parece haber iniciado un proceso de inte-
gración en el que se combinan dos dinámicas, claramente interrelaciona-
das, que han de tener como consecuencia el reforzamiento de la Unión
Europea en tanto que actor internacional: por un lado, los trabajos de una
Convención Europea, decidida en el Consejo Europeo de Laeken (di-
ciembre de 2001) que redactó una Constitución Europea que simplifica
el ya denso acervo legal comunitario. Por otro lado, el proceso ya avan-
zado de expansión de la Unión Europea hacia un grupo numeroso de paí-
ses, mayoritariamente del Este de Europa, que han de dotar a la UE de un
fuerte contenido humano y simbólico, así como de un área de proyección
inmediata que cohesiona su papel en la esfera internacional.313
nos. Según los censos oficiales de los primeros años del siglo XXI (2000
en Estonia, 2002 en Lituania y 2003 en Letonia), ésta es la distribución de
los grupos nacionales en los diferentes países bálticos:
CUADRO 7
Distribución de las principales nacionalidades en los países bálticos
CUADRO 8
Situación jurídica de los habitantes de Letonia (2003) y Estonia (2000)322
no sólo elimina las barreras que dividen Europa, sino que es un paso en el
fortalecimiento de la democracia y la estabilidad del que también Rusia
saca provecho. [...] La cuestión es, ¿qué Rusia? Rusia, la gran potencia que
marcha por los caminos de las transformaciones democráticas y la apertu-
ra al mundo, o Rusia, la aislada y consecuentemente de nuevo forzada a
convertirse en el campo militar [...]. La ampliación de la OTAN sobre la
base de los euroorientales es imprescindible porque Rusia es impredecible
y está infectada por las ambiciones neoimperiales. En caso de aparición en
Europa de nuevas barreras, se puede decir que Rusia se armará hasta los
dientes de misiles que amenazarán a sus vecinos.
En contraste con las relaciones mantenidas por Rusia con las institucio-
nes occidentales de seguridad, las relaciones con la Unión Europea han
ido creciendo e intensificándose en este período. Durante los años 1996-
2000 la Unión Europea ha canalizado su relación institucional con Rusia
por tres vías concretas: el programa TACIS, el Acuerdo de Colaboración
y Cooperación y la Estrategia Común para Rusia de 1999.
El programa TACIS, tras una evolución inicial centrada en la ayu-
da al desarrollo económico de Rusia, hoy se basa en apoyar las reformas
legales y administrativas necesarias en este país; la reforma del sector
bancario y financiero; la desregulación; la gobernanza compartida y la
reforma social. La nueva Regulación TACIS, para el período 2000-2006,
prevé un uso del programa cada vez mayor como apoyo de la aplicación
de los Acuerdos de Colaboración y Cooperación con los diferentes paí-
ses, para evitar el solapamiento de los programas y como resultado de la
superación de una política basada en la ayuda más que en la cooperación.
Aunque los fondos del programa TACIS se han ido desvinculando
de la asistencia humanitaria, este concepto ha seguido estando presente
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 225
GRÁFICO 5
Comercio de la UE con Rusia, 1997-2002 (en millones de €)
50.000.000 –
40.000.000 –
30.000.000 –
20.000.000 –
10.000.000 –
0–
1997 1998 1999 2000 2001 2002
Exportaciones UE Importaciones UE
FUENTE: http://www.europa.eu.int/comm/external_relations/russia/.
CUADRO 9
Comercio de la Federación Rusa con sus principales socios en el año 2000
(en millones de euros)
CUADRO 10
Comercio entre los Estados miembros de la UE y Rusia en el año 2000
(en millones de euros)
CUADRO 11
Participación de Rusia en el comercio exterior de los países candidatos al
ingreso en la UE (2000)
Total candidatos 2 9 6
Lituania 6 27 19
Bulgaria 2 24 15
Chipre 6 11 10
Eslovaquia 1 17 9
Letonia 4 12 9
Polonia 3 9 7
Estonia 2 8 6
Rumanía 1 9 5
Hungría 2 8 5
Turquía 1 7 5
República Checa 1 5 4
Eslovenia 2 2 2
Malta 0 0 0
FUENTE: EUROSTAT, n.º 99/2001 (27/9/01), Déficit commercial croisant de l’UE avec la Russie.
Estas maniobras para alejar el paso del crudo por Rusia hubieran impli-
cado la pérdida de cuantiosos ingresos de exportación a este país por un
petróleo que ya no pasaría por su territorio, pero al mismo tiempo podría
hacer que los países del Cáucaso, por donde pasarían los hidrocarburos,
pero también los de Asia central, productores de gran parte de dichos re-
cursos, podrían sustraerse a la influencia rusa ante la importancia econó-
mica que para ellos supondrían los ingresos de esta exportación.367 Con
objeto de evitar esta situación catastrófica para Rusia había que garanti-
zar con firmeza y urgencia un paso seguro de los hidrocarburos por terri-
torio ruso hacia Europa occidental. Y este paso tenía su recorrido, por lo
menos hasta la construcción de vías alternativas, por Chechenia.368
que había aprendido a desconfiar de la clase dirigente sin confiar por ello
ni en la clase política opositora ni siquiera en la propia sociedad rusa. La
desesperanza de los rusos ante una situación económica y social cada vez
más deteriorada necesitaba soluciones innovadoras y desde hacía tiempo
se detectaba la necesidad de crear referentes de confianza para reanimar
el letargo en que se hallaba sumido el país. Puesto que la mayoría de los
referentes políticos en activo habían quedado en desprestigio, ya sea por
su participación en la corrupción y en la desidia gobernantes, ya sea por
sus implicaciones, aunque fuesen simbólicas, en regímenes pretéritos de
amargo recuerdo, la solución debía llegar de algún personaje desconocido
que, sin embargo, recogiera cierta participación en la clase política para
no provocar cambios bruscos y participara del simbolismo nostálgico, re-
vanchista y regenerador tan apreciado por una sociedad como la rusa de
los últimos años del siglo XX, pronta a recibir mensajes tranquilizadores
sobre grandezas pasadas y gestas futuras.382
A los ojos de una gran mayoría de la sociedad rusa Putin represen-
tó una esperanza inesperada, puesto que supuso la reacción de Rusia a
una década de corrupción, nepotismo, derrotas, renuncias y mal gobier-
no. Putin es el rostro del pueblo ruso que es capaz de levantarse ante los
cómplices de dicha situación y ante el mundo entero para demostrar que
no tiene temor alguno a retomar su puesto, empezando por su integridad
territorial y siguiendo por la honestidad debida hacia sus ciudadanos. Por
añadidura, ello se lleva a cabo dentro del marco institucional, puesto que
la sucesión ha sido planificada y aprobada cuidadosamente por el mismo
poder cuya acción más tarde se tuvo que matizar y corregir. Y esto, en la
delicada situación de Rusia, es una ventaja, puesto que aleja los fantas-
mas inoportunos de la sedición y del enfrentamiento abierto con un en-
torno internacional que todavía se muestra imprescindible. Por supuesto,
el mismo poder caduco que está en retirada buscará sus propias garantías
de seguridad383 y participará en la designación de las cabezas de turco ne-
cesarias para garantizar ante la opinión pública que se está realmente
ante un cambio de situación. Pero ello no será óbice para que la nueva
presidencia cuente con el apoyo incluso de los sectores más nacionalis-
tas y ultramontanos384 defensores del victimismo ruso y se la considere, a
pesar de sus fuertes compromisos internacionales, como la garantía de la
defensa de los intereses de Rusia ante un mundo hostil y agresivo.385
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 246
zar una mayor cooperación entre ambas partes. Como resultado de estos
propósitos, los representantes rusos y de la Alianza, en el mismo marco
del Consejo Conjunto Permanente, reunido en Reykiavik el 14 de mayo,
aprobaron el documento NATO-Russia Relations: A New Quality, apro-
bado por los jefes de Estado o de gobierno implicados y por el Secretario
General de la Alianza, reunidos en Roma el 28 de mayo de 2002.
Mediante este acuerdo, el Consejo Conjunto Permanente, existen-
te a raíz del Acta Fundacional de 1997, es sustituido por un Consejo
OTAN-Rusia que se yergue como mecanismo de consulta, construcción
de consenso, cooperación, decisión y acción conjuntas. El nuevo Con-
sejo, formado por los representantes de todos los países de la OTAN
más Rusia, toma sus decisiones por consenso y se reúnen una vez al mes
los embajadores y representantes militares, dos veces al año los minis-
tros de Defensa y de Asuntos Exteriores y jefes de gabinete, así como,
ocasionalmente, la cumbre; el Consejo es presidido por el Secretario
General de la OTAN. Las áreas en que ambas partes han decidido cola-
borar son numerosas e importantes: lucha contra el terrorismo, gestión
de crisis, no proliferación de armas de destrucción masiva, control de
armamento y creación de medidas de confianza, aspectos que cabe ne-
gociar de los programas de defensa antimisil de teatro (TMD), coopera-
ción entre sectores militares y reforma de la Defensa, búsqueda y resca-
te en el mar, ciencia y medio ambiente y emergencias civiles, además de
dejar la puerta abierta para abordar nuevas amenazas y retos que puedan
afectar en el futuro a la seguridad global. Uno de los aspectos más im-
portantes del acuerdo es la valoración positiva que éste hace de la parti-
cipación rusa en las misiones de mantenimiento de la paz en los Balca-
nes, concretamente en la SFOR de Bosnia y Herzegovina y en la KFOR
de Kosovo, así como el anuncio de un refuerzo de la cooperación entre
ambas partes en esta región. El nuevo clima en las relaciones entre am-
bas potencias en materia de seguridad, por otra parte, facilitó el progre-
so de la ampliación de la OTAN hacia el este, plasmada en la aproba-
ción, en la reunión del Consejo Atlántico de noviembre siguiente en
Praga, de la futura entrada en la Alianza de siete nuevos miembros, en-
tre ellos las tres repúblicas bálticas.396
Al mismo tiempo, la reacción rusa tras los atentados sobre suelo
norteamericano y las consecuencias inmediatas en el plano político y
económico distanciaron por lo menos en aquel momento hasta cierto
punto a Moscú de Bruselas. Así, los eurooccidentales no han puesto tra-
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 256
10. Conclusiones
Desde 1991 Rusia debe definir su propia identidad a partir de una rela-
ción de subordinación respecto a las otras potencias del sistema interna-
cional. Para concluir sobre el marco en que se desarrolla la evolución de
Rusia en la posguerra fría podemos destacar tres factores que se cruzan y
entrelazan para diseñar un sistema internacional apenas definido al final
de este período.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 266
De estos tres procesos, sin duda el más traumático ha sido el que ha vivi-
do Rusia para redefinirse ante el sistema internacional y ante sí misma,
puesto que ha debido reconstruirse a partir de una serie de renuncias con-
cretas no sólo territoriales, sino también a la capacidad de influencia so-
bre otras áreas y sobre un mundo del que ha dejado de ser sujeto para ser
objeto, sometido a menudo a los intereses de las potencias occidentales
en los campos político, económico, energético o estratégico. Sin embar-
go, para contribuir a su propia normalización, a su estabilidad económi-
ca y social y a poder hallar un papel digno en la nueva estructura inter-
nacional, Rusia ha debido colaborar estrechamente con unas potencias
occidentales con las cuales se tuvo que relacionar en condiciones de in-
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 267
Conclusiones 267
es decir, una organización cohesionada con una serie de áreas menores sa-
telizadas409 alrededor suyo para crear un gran espacio de actuación regio-
nal coherente centrado en las instituciones comunitarias. Por otra parte, el
reconocimiento explícito del derecho a Rusia de ejercer su influencia en
los países de la CEI fija el límite geográfico de la expansión de la UE, ex-
cluyendo la incorporación de países atribuidos a la influencia rusa como
Ucrania, Belarús o Moldova, a pesar de la voluntad de amplios sectores
sociales y económicos de dichos países al respecto. Desde el punto de vis-
ta funcional, la Europa que se consolida alrededor de la UE es esencial-
mente pragmática y aplicará su esfuerzo de cohesión en un área en que sea
factible una política de expansión económica y de consolidación de una
institucionalización sólida en el continente. Ello excluye de un modo de-
terminante a Rusia por sus dimensiones geográficas, sus características
históricas y culturales y la coyuntura económica y social de este Estado.
Las relaciones de la Unión Europea con la Federación Rusa quedan
definidas, pues, en un marco de cooperación con la aceptación mutua de
áreas de actuación y de influencia y con la estructuración de las áreas
funcionales de colaboración preferente. En este sentido, a lo largo de este
período se ha pasado de una política de cooperación de Europa occiden-
tal con Rusia para el desarrollo económico de esta última, así como de in-
versión en la misma, a una relación mucho más comercial donde ha to-
mado un papel determinante la exportación de hidrocarburos exportados
por Rusia hacia la UE.
El tercer factor que podemos concluir que incide en el marco en
que se desarrolla la Rusia actual es el contraste entre su compenetración
con la UE con la rivalidad existente con Estados Unidos, lo que en oca-
siones ha contribuido a afianzar su alianza con la UE. La animadversión
de Rusia hacia el ejercicio desde Washington de una hegemonía mundial,
así como la franca competencia tradicional de la Unión Europea hacia los
intereses y los métodos estadounidenses en la esfera mundial han creado
una convergencia de intereses que ha consolidado las buenas relaciones
entre ambas partes del continente europeo. En este sentido, hallamos una
colaboración entre Rusia y Estados Unidos basada en esquemas de rea-
lismo cooperativo, por necesidades estratégicas y con la presencia difu-
sa de una amenaza mutua, mientras que la colaboración entre Rusia y la
Unión Europea entra en el marco de una cooperación estructural donde
tiene cabida una colaboración multisectorial y a largo plazo y en que am-
bas partes tienen invertida su propia cohesión en su relación con la otra.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 269
Conclusiones 269
te, voy a desglosar los factores que me parecen primordiales para la con-
clusión esencial de este trabajo: cuál es la relación que se puede configu-
rar, en el actual sistema internacional de la posguerra fría, entre Rusia y
la Europa unida y hasta qué punto ha sido determinante el proceso de co-
hesión de la Unión en la formación del Estado ruso actual. Estos factores
esenciales son tres, y pueden ser formulados en clave interrogativa: a)
¿Cuáles son los factores actuales que condicionan la coyuntura actual de
profunda inestabilidad en Rusia? ¿Hasta qué punto hallamos elementos
estructurales en dicha inestabilidad? b) ¿Qué espera obtener Rusia de la
Unión Europea, y cómo actúa frente a la misma?; y c) ¿Qué espera obte-
ner la UE de Rusia, y cómo actúa frente a la misma?
Conclusiones 271
cuperación tras un prolongado trauma político), sino que no era una Ru-
sia normal: sería una Rusia despedazada, sin partes importantes de su pa-
trimonio histórico y cultural, y una Rusia que se ha visto obligada, por
presiones exteriores combinadas con los resultados de setenta años de
mal gobierno, a renunciar a su papel secular como líder y motor de un
conjunto de países vecinos.
Conclusiones 273
bres y prósperas.419 La situación real del país, sin embargo, ha hecho pos-
tergar sine die esta integración rusa en pie de igualdad dentro del mundo
occidental. La inestabilidad interna rusa y la perdurabilidad de la crisis
económica han convertido el área situada justo al Este de la UE en un
foco de atención prioritaria para Bruselas. La política de cooperación con
Rusia ha llevado a una evolución tranquila de la UE en los temas poten-
cialmente conflictivos respecto a Rusia, como el proceso de ampliación
hacia el Este. La UE, por su lado, respeta plenamente el área de interés
directo de Rusia, limitada al espacio de la CEI, e incluso la potencia apli-
cando en la misma sus políticas de ayuda y cooperación, como el Pro-
grama TACIS, propiciando de este modo un desarrollo simétrico de la
zona. En cuanto a los líderes políticos, la UE ha dado pleno apoyo tanto
a B. Yeltsin como a su sucesor, V. Putin y, a pesar de los recelos mani-
festados a raíz de la primera intervención en Chechenia, éstos no se han
repetido con la segunda, en 1999.
En cuanto a disputas territoriales y a la extensión física de las in-
fluencias respectivas, no parecen existir conflictos de importancia entre
la UE y Rusia, a diferencia de lo que sucede entre Rusia y la OTAN. La
UE respeta a la CEI como ámbito territorial de la influencia rusa, y Ru-
sia no opuso obstáculos a la ampliación de la UE hacia la Europa central,
balcánica y báltica. En dicha actitud hay que entrever, sin embargo, peli-
gros potenciales: Rusia recela de la presencia de la Alianza Atlántica en
estas zonas porque las considera esenciales para su seguridad; si la UE se
constituye en una organización con fuertes implicaciones en el campo de
la seguridad y la defensa, nada garantiza que Rusia no pueda aplicar a di-
cha organización el mismo recelo.
Cabría preguntarnos cuáles son las causas y cuáles los límites de esta
confianza aparentemente absoluta que Bruselas concede a Rusia. Europa
precisa de una Rusia estable que garantice unas fronteras seguras para su
futuro desarrollo. La UE subvenciona dicha estabilidad aportando grandes
cantidades de ayuda material y el apoyo incondicional a los líderes rusos,
«comprando» de este modo no sólo la neutralización de su frontera orien-
tal, sino la anulación de cualquier amago de oposición a la expansión de la
UE hacia el Este. Pero interesa igualmente, en este preciso momento, una
Rusia debilitada, incapaz de erigirse en una amenaza bélica o en un líder
regional competitivo. Ésta es una de las razones por las que la actitud de
cooperación europea genera recelo en amplios sectores de la sociedad rusa
y este difícil equilibrio hipoteca, de algún modo, el futuro de dicha coope-
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Conclusiones 275
escala global. Pero en este caso muy probablemente nos hallemos ante
una Rusia nueva, transformada en sus objetivos estratégicos tradiciona-
les y en la estructura de su convivencia con el mundo. Obviamente, ello
nos conduciría a replantearnos nuestra imagen de Rusia y nuestras pers-
pectivas sobre dicho país. Este replanteamiento puede ser poco proble-
mático, puesto que dicha transformación se adapta a las necesidades y
expectativas de Occidente, pero los cambios en la cosmogonía y en la
imagen que los rusos tienen de sí mismos pueden ser mucho más difíci-
les, y sin lugar a dudas serán mucho más traumáticos. Ante el lamento
nostálgico, tan recurrido en los últimos años en Rusia, de «¿Seguiremos
existiendo como rusos?»,420 la respuesta es probablemente negativa, si la
sociedad rusa desea mantener unas concepciones tradicionales de sus re-
laciones con el mundo que en la coyuntura actual no pueden garantizar la
estabilidad y el bienestar de Rusia. Este país se enfrenta a una situación
en la que las viejas estructuras nacionales no están bien adaptadas a un
sistema internacional nuevo, y ello se traduce en una fuerte dificultad
para relacionarse con el resto del mundo. Este reencuentro se debe reali-
zar muy especialmente con una Europa de la que Rusia siempre ha senti-
do que forma parte, pero con la cual aún queda pendiente una reconcilia-
ción difícil pero necesaria.
Ante lo delicado del proceso de colaboración que han llevado a
cabo Rusia y la Unión Europea durante el período acotado, cabe pregun-
tarnos qué posibilidades había de tipos diferentes de actuación. Hemos
definido la cooperación realizada entre ambos actores en un marco de
cooperación estructural. A continuación exponemos las hipótesis de otros
escenarios que se podrían haber dado, como el de la rivalidad, el de una
cooperación institucionalista con objetivos integradores o el de un mar-
co realista estrictamente cooperativo.
Conclusiones 277
Europea abren la puerta a una colaboración entre ambas partes del conti-
nente que permiten que Rusia participe como actor externo privilegiado
en estos proyectos. Nos hallaríamos, en este caso, con el solapamiento de
dos realidades de Europa, o dos niveles distintos de la institucionaliza-
ción de las relaciones continentales. Por un lado habría una Europa plena-
mente institucionalizada, potente, pragmática y cohesionada que supondría
una Unión Europea ampliada hasta ocupar buena parte del continente y
emprendiendo la materialización emblemática de sus proyectos políticos
con un complejo entramado institucional que en este momento está en
vías de cohesión. Por otro lado, esta Europa coherente se vería comple-
mentada con un área liderada por Rusia, sólo parcialmente integrada en
la anterior pero con la cual se vería unida por una estrecha cooperación
estructural, es decir, por una serie de convergencias estratégicas de ám-
bito global que la unirían en su oposición o contrapeso a los intereses de
las otras potencias del sistema internacional (básicamente, los de la po-
tencia hegemónica) y por el hecho de compartir una serie de elementos
intangibles que configurarían el contenido social y cultural de esa Euro-
pa que se pretende institucionalizar desde hace décadas.
Rusia, por lo tanto, sería Europa, aunque otra Europa, la que no
puede integrarse en el núcleo institucional del continente pero que par-
ticipa de sus intereses y de sus proyectos. En este sentido, forma parte
también del área de expansión política preferente de Bruselas, al consti-
tuir un aliado valiosísimo que comparte muchas de sus políticas. Sin em-
bargo, cabe resaltar la falta de coherencia que mantiene por el momento
la política comunitaria al perpetuar una perspectiva sobre Rusia que to-
davía la hace objeto de la política de proyección de una influencia, en lu-
gar de contribuir positivamente a la estabilización y cohesión de Rusia
como un actor político que debe reflejar los valores y contenidos socia-
les de la propia Europa. En este sentido, resulta especialmente chocante
la política de Bruselas respecto a mantener relaciones privilegiadas con
una Rusia que todavía no garantiza unas condiciones satisfactorias de de-
mocracia institucional o de respeto a los derechos humanos. Éste es un
aspecto en el que la Europa institucionalizada alrededor de la UE no se
relaciona con Rusia como una proyección de sus mismos valores, sino en
el marco de un supuesto respeto a las peculiaridades políticas y sociales
de un país en grave crisis. La cercanía cultural de Rusia con relación a
Europa, el proceso político vivido en este país desde la disolución de la
URSS y la cooperación estructural establecida con la Unión Europea, ha-
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Conclusiones 279
cen de este Estado un lugar propicio para que Bruselas fomente la demo-
cratización de la Administración y el respeto a los derechos individuales
y colectivos. En lugar de ello, hasta ahora han primado los intereses es-
tratégicos y la búsqueda de una estabilidad que garantice la cohesión mu-
tua. Una forma de acercar las dos partes de Europa y de contribuir a su
reencuentro bajo un mismo sistema de valores y unas instituciones equi-
parables sería, precisamente, contribuir de un modo eficaz a una trans-
formación positiva del Estado ruso en lugar de, como se ha producido
durante el período estudiado, contribuir a fomentar la autocracia y el
autoritarismo. En el futuro Europa podría evitar convertirse en cómplice
de la perpetuación de la violación de los derechos humanos en bien de su
propia estabilidad y mostrar así mayor coherencia en su discurso tradi-
cional, donde aparece como valedora de unos derechos humanos que se
supone que asume como propios.
Este último análisis de las posibilidades con que cuenta Rusia nos
lleva a contestar la hipótesis central de este libro, es decir, la retroali-
mentación existente en la coyuntura de la posguerra fría entre Rusia y la
Unión Europea. En efecto, por esta retroalimentación los procesos deci-
sivos que han vivido ambas durante los años noventa han sido estrecha-
mente condicionados por la relación de necesidad que han mantenido en-
tre sí. La alteración del clima de cooperación existente entre Rusia y la
Unión Europea en este período hubiese llevado al mantenimiento de una
tensión internacional que habría imposibilitado, por un lado, la consoli-
dación de una Unión Europea ambiciosa en el sistema internacional y,
por otro, la configuración de un Estado ruso que ha debido redefinirse
con relación a sus predecesores.
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Notas
Notas 283
Notas 285
como son G. Lundestad, East, West, North, South. Major Developments in Internatio-
nal Politics 1945-1990, Norwegian University Press, Oslo, 1986 (reimpreso en 1991);
R. Aron, Paz y guerra entre las naciones, Alianza, Madrid, 1985; P. Kennedy, The Rise
and Fall of the Great Powers-Economic Change and Military Conflict from 1500 to
2000, Random House, Nueva York, 1987.
24. En algunas ocasiones, una política ambivalente o pusilánime, como la de
China, Yugoslavia o Egipto, permite a los estados beneficiarse de las oscilaciones en
la influencia de las superpotencias, pero en ningún caso podemos detectar una abs-
tracción total del reparto estratégico que éstas hacen del planeta, y sobre todo no per-
cibimos en ningún momento la existencia de una tercera potencia en abierto enfrenta-
miento con las otras dos. La creación del heterogéneo Movimiento de los No
Alineados, en 1955, obedece más a una llamada de atención a las potencias sobre las
desigualdades del planeta que a la voluntad real de crear una tercera fuerza o de sus-
traerse a las influencias de las ya existentes.
25. Por lo menos en el mundo occidental, donde el referente más directo sería la
Roma imperial. Sin embargo, habría que mencionar el papel hegemónico, en su ám-
bito político e incluso en el mundo que conocían las respectivas culturas, de estados
como los primeros califatos, la China de los siglos XII y XIII o del imperio inca de fi-
nes del siglo XV. La gran originalidad del nuevo hegemón estadounidense es que, por
primera vez, esta hegemonía se ejerce a escala mundial.
26. Hoy el papel hegemónico de Estados Unidos es motivo de fuerte polémica,
una polémica que, aunque recogen parcialmente estas páginas, escapa al objeto de es-
tudio de esta obra. La actitud de Estados Unidos ha levantado fuertes críticas entre los
analistas de Relaciones Internacionales incluso desde Estados Unidos, como refleja de
un modo ya clásico N. Chomski, en sus polémicas obras, como Autodeterminación y
nuevo orden internacional, Txalaparta, Tafalla, 1998.
27. En realidad el poder compartido de Estados Unidos en las Naciones Unidas
parece obedecer, desde la génesis de la organización, a un modo de perpetuar el con-
trol sobre la misma entidad. Véase R. B. Russell, A History of the United Unions
Charte: The Role of the United States 1940-1945, The Brookings Institution, Wa-
shington, 1958.
28. En referencia a la Asamblea General de las Naciones Unidas, baste recordar
el carácter no vinculante de sus resoluciones en el ámbito externo para ilustrar su in-
capacidad de ejercer una influencia efectiva; en cuanto al Secretario General, cuya de-
signación depende de las propuestas del Consejo de Seguridad, raramente ostenta una
independencia real; recordemos el caso de B. Boutros-Ghali que no pudo optar a un
segundo mandato a raíz, sobre todo, del malestar que había expresado por las opera-
ciones de la OTAN en los Balcanes. En cuanto a los desacuerdos que puedan mani-
festar los demás miembros permanentes del Consejo de Seguridad, están claramente
condicionados por su dependencia política y económica hacia la actual única potencia
hegemónica; recordemos la abstención por parte de China de las operaciones de las
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Notas 287
37. Tal como se encargaba de hacer recientemente, desde una posición aparen-
temente crítica del realismo, M. Walzer, en su libro Guerra, política y moral, Paidós
(Pensamiento contemporáneo, n.º 64), Barcelona, 2001, pp. 31-58.
38. Cabe apuntar las teorías tan en boga antes de la segunda guerra mundial so-
bre la geoestrategia, que preconizan la capacidad de un Estado para expandirse sobre
otros según su posición clave, ya sea terrestre o marítima, que la predisponga a dicha
expansión, con MacKinder o Hanshofer como sus mayores exponentes. Véase P. Cé-
lerier, Géopolítique et géostratégie, Colección «Que sais-je», n.º 693, París, 1969.
39. Viene a colación, a este respeto, recordar el intento de ejercicio de poder por
parte de los países productores de petróleo en las crisis de los años setenta y la reac-
ción consiguiente de los mercados a favor de los países consumidores, es decir, los es-
tados industrializados de Occidente; ello constituye un ejemplo claro de que no basta
con la posesión de los recursos para poder ejercer una presión internacional con los
mismos. Véase, por ejemplo, Lundestad, op. cit., pp. 292-294.
40. Y tenemos buenos listados y comentarios de los mismos, en el largo período
que va desde el Renacimiento hasta nuestros días, en K. J. Holsti, Peace and War: Ar-
med Conflicts and International Order 1648-1989, Cambridge Studies in Internatio-
nal Relations, Nueva York, 1991, así como en P. Kennedy, The Rise and Fall of the
Great Powers, op. cit.
41. Por ejemplo, B. Russet y H. Starr, World Politics, The Menu for Choice, pp.
144-149, citan, entre otros, la educación, la sanidad, la unidad y la moral de la pobla-
ción como principales recursos intangibles, mientras que algunos autores realistas,
como Morgenthau (ibidem, pp. 105-170), prefieren hablar de la moral nacional en una
potencia, así como del carácter de su diplomacia. J. Nye, por su parte, propone como
principales recursos intangibles la cohesión nacional, el control sobre la cultura uni-
versal y la presencia en las instituciones internacionales. Véase J. Nye, Bound to Lead.
The Changing Nature of American Power, Basic Books, Nueva York, 1991, p. 174.
42. Véase, por ejemplo, K. Waltz, Theory of International Politics, Addison-
Wesley, Reading, 1979, o D. Zolo, op. cit.
43. Según definición de E. Barbé, en Relaciones internacionales, op. cit., p. 162.
44. E. Barbé, «El Estado como actor internacional: crisis y consolidación del
sistema de estados», Papers, n.º 41, 1993, pp. 33-54.
45. Es el caso, especialmente, del nacionalismo árabe, que no se identifica con
ninguno de los estados actuales, o del mundo islámico, resentido hacia un orden in-
ternacional que lo somete a marginación y desunión, lo que a partir del 11 de sep-
tiembre de 2001 tiene su plasmación práctica en una amenaza terrorista internacional.
46. Los términos hard power y soft power fueron popularizados por J. Nye en su
artículo «Soft Power», en Foreign Policy, vol. 90, n.º 80, 1976, pp. 153-171. S. Stran-
ge (States and Markets, Pinter, Londres, 1994) abunda en la temática analizando el
poder de los mercados y las transacciones de la sociedad transnacional frente al poder
político de las instituciones.
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Notas 289
47. R. Keohane, After Hegemony. Cooperation and Discord in the World Politi-
cal Economy, Princeton UP, Princeton, 1984) aporta una visión enriquecedora al res-
pecto, al atribuir a la sociedad transnacional un papel fundamental en el desarrollo del
sistema por la autonomía de poder de que goza con relación a la tensión originada in-
defectiblemente por los estados.
48. Aunque resulta innegable la progresiva instrumentalización de la OTAN en
beneficio de los intereses de su principal potencia armamentística, Estados Unidos.
Véase, como ejemplo ilustratorio, P. M. de la Gorce, «L’Alliance Atlantique, cadre de
l’hégémonie américaine», Le Monde Diplomatique, n.º 541, abril de 1991.
49. Cabe citar aquí el interés de determinadas organizaciones por su propia am-
pliación en momentos concretos, pasando incluso por los intereses de sus sociedades,
como en el caso de la OTAN con España (véase C. del Arenal y F. Aldecoa, España y
la OTAN. Textos y Documentos, Tecnos, Madrid, 1986), mientras que en otras ocasio-
nes el ingreso en las mismas es un objetivo codiciado por los estados como garante no
sólo de su seguridad, sino incluso de su prestigio internacional. Es el caso de la mis-
ma OTAN con varios países de Europa oriental.
50. En J. Nye, Bound to Lead, op. cit., p. 174.
51. Aunque he tomado la tabla de la propuesta de Nye, los resultados de la mis-
ma no coinciden con los del autor norteamericano. Tras haberla rellenado según mis
propias consideraciones, parte de las cuales explico más abajo, me doy cuenta que al-
gunas valoraciones son distintas de las propuestas en el original; así, Nye considera a
Estados Unidos «fuerte» en su control de los recursos básicos, pero a los efectos de mi
análisis mantengo mi consideración de «medio» en este campo y para este país, lo que
me permite explicar las debilidades de una potencia más adelante. Otras evaluaciones
respecto a China o Japón tampoco coinciden con las mías y las de Nye.
52. Lo que destaca en relación con la necesaria equiparación de potencias del
sistema bipolar anterior. Véase E. Barbé, «El “equilibrio de poder” en la teoría de las
Relaciones Internacionales», Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 11, 1987, pp.
5-18.
53. Según datos del Banco Mundial, consultables en http://devdata.world-
bank.org/data-query/.
54. Lo cual nos trae a la mente el caso de los países árabes, de débil capacidad
de influencia sobre el sistema internacional, pero en cambio con una gran capacidad
de crear inestabilidad, ya sea por su propio peso demográfico, por la proximidad geo-
gráfica a fuentes de recursos energéticos (petróleo) o simbólicos (Israel, península
Arábiga) o por su capacidad de extender la inestabilidad que experimenten al resto del
mundo islámico. En el sistema posbipolar, el mundo árabe (y el islámico, por exten-
sión) constituyen, como sabemos, un foco de tensión que merece una especial aten-
ción y, por lo tanto, con gran capacidad de influencia sobre el sistema internacional.
55. Existe un amplio consenso entre los analistas sobre los estados que merecen
la cualificación de gran potencia entre la Revolución francesa y la disolución de la
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URSS, así como en otorgar a Rusia un papel prácticamente estable en este listado. Se-
gún J. S. Levy (War in the Modern Great Power System, 1495-1975, University Press
of Kentucky, 1983, p. 26), que coincide básicamente con J. D. Singer y M. Small (The
Wages of War, 1815-1965: A Statistical Handbook, Wiley, Nueva York, 1972, p. 23),
Rusia/la URSS sería la única potencia que mantiene esta categoría a lo largo de todo el
período citado, mientras que Alemania/Prusia y el Reino Unido lo fueron hasta 1945,
Francia hasta 1940, Estados Unidos sólo lo habría sido desde 1898 y otras grandes po-
tencias (Japón, China, Austria o Italia) mantienen esta categoría durante períodos más
breves. J. J. Mearsheimer (The Tragedy of Great Power Politics, Norton & Company,
Nueva York, 2001, pp. 360- 402) coincide con los autores precedentes, aunque limita
la categoría de grandes potencias a partir de 1991 a Estados Unidos, Rusia y China.
56. En el estudio pormenorizado de K. J. Holsti, Peace and War: Armed Conflicts
and International Order 1648-1989, op. cit., el autor no halla un período mayor de
treinta y cuatro años durante este largo lapso de tiempo en el que no hubiera fuerzas re-
gulares rusas o soviéticas implicadas en un conflicto de dimensiones considerables con
un Estado extranjero. El mayor período de «paz» se corresponde, curiosamente, con la
guerra fría, entre el fin de la segunda guerra mundial y la intervención en Afganistán.
57. Para profundizar en la historia de Rusia recomendamos algunas referencias ya
clásicas, como J. Steele, Eternal Russia, Faber & Faber, Londres, 1994; N. V. Riasa-
novski, A History of Russia, Oxford U.P., Nueva York, 1963; o F. Dvornik, The Slavs,
Their Early History and Civilization, Cambridge U.P., Boston, 1956.
58. Para ver cuál fue el papel de las potencias tras el Congreso de Viena se pue-
de consultar M. S. Anderson, The Ascendancy of Europe 1815-1914, Longman, Lon-
dres, 1985; J. Lowe, The Concert of Europe. International Relations 1814-1870, Hod-
der & Stoughton, Londres, 1990; o V. H. Gulick, Europe’s Classic Balance of Power,
The Northorn Library, Nueva York, 1955.
59. Para analizar la formación de la Unión Soviética y sus primeros años de
existencia, véanse El socialismo en un solo país, 1924-1926, dentro de E. H. Carr, La
Revolución Rusa, cuatro volúmenes, Alianza, Madrid, 1972, así como F. Claudín, La
crisis del movimiento comunista. Tomo I, de la Komintern a la Kominform, Ruedo
Ibérico, París, 1970; R. Pipes, The Russian Revolution, Knopf, Nueva York, 1990, o
C. Taibo, La Unión Soviética (1917-1991), Síntesis, Madrid, 1993.
60. Sobre la retórica revolucionaria de expansión de la revolución y del Estado
soviético hasta abarcar a toda la humanidad, véase E. R. Goodman, The Soviet Design
for a World State, Columbia U.P., Nueva York, 1960.
61. Véanse P. Mooney, The Soviet Superpower. The Soviet Union, 1945-1980,
Heinemann, Londres, 1982; J. Levesque, L’URSS et sa politique internationale de Lé-
nine à Gorbatchev, Armand Colin, París, 1987.
62. Véase A. Korbonsky y F. Fukuyama, dirs., The Soviet Union and the Third
World, Cornell University Press, Ithaca 1987, o R. Cassen, dir., Soviet Interest in the
Third World, SAGE, Londres, 1987.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 291
Notas 291
63. Véanse, por ejemplo, C. Taibo, «Desarrollos militares y crisis del sistema so-
viético (1964-1982)», Cuadernos del Este, n.º 8, Madrid, 1993, o J. Sapir, Les fluc-
tuations économiques en URSS 1941-1985, Éditions de l’École des Hautes Études en
Sciences Sociales, París, 1989.
64. Dato extraído de S. Bedar, «Le “bouclier antimissile”, un instrument de puis-
sance unilatérale», en L’état du monde 2002, La Découverte, París, 2001.
65. La sociedad rusa, y parte de otras sociedades ex soviéticas, ha desarrollado
un fuerte sentimiento de pertenencia a un conjunto territorial cosmopolita y pretendi-
damente anacional (reflejando la propaganda soviética) cuya desaparición nunca ha-
bría deseado la sociedad transnacional que la formaba. Véase J. W. Hahn, «Changes
in Contemporary Russian Political Culture», en V. Tismaneanu, ed., Political Culture
and Civil Society in Russia and the New States of Eurasia, Sharpe, Nueva York, 1995,
pp. 112-136, o H. Carrère d’Encausse, The Triumph of the Nations, Basic Books, Nue-
va York, 1993.
66. Durante la perestroika, una de las principales reivindicaciones de la oposi-
ción rusa, y de la que B. Yeltsin se haría principal defensor, consistía en la recupera-
ción de instituciones propias para la Federación Rusa, de las que carecía en el com-
plejo federal soviético. Véase al respecto N. Marie, «La réforme des institutions
fédérales (1988-1991)», en Notes et études documentaires (La documentation françai-
se), n.º 4937-12, pp. 63-82.
67. Existe una abundante producción literaria y pseudoliteraria en Rusia en los
años noventa que hace referencia a la pérdida de importancia de este país en el mun-
do, y hace especial hincapié en la crisis demográfica y social como fruto de la co-
rrupción interior y la injerencia de intereses exteriores. Tal vez el mayor exponente de
este pensamiento demagógico y victimista, aunque sólo sea por el nombre de su autor,
sea A. Solzhenitsin, El colapso de Rusia, Espasa, Barcelona, 1998.
68. De ello tenemos un excelente retrato en primera persona en M. S. Gorba-
chov, Memoria de los años decisivos (1985-1992), Acento Editorial, Madrid, 1993; un
buen análisis lo hallamos en E. Palazuelos, La economía soviética más allá de la pe-
restroika, Ciencias Sociales, Madrid, 1990.
69. J. Nye, Bound to Lead, op. cit., p. 174.
70. Datos extraídos de S. White, After Gorbachev, Cambridge University Press,
1993, p. 145.
71. A pesar de que el ruso siga siendo la lengua internacional más conocida en
Europa oriental, según las encuestas del Eurobarómetro, está perdiendo terreno año
tras año después de su desaparición como asignatura obligatoria en estos países.
Por otra parte, en estas encuestas un porcentaje importante de la población de al-
gunos países en que el ruso era omnipresente hasta hace poco en la educación y en
la Administración (como en los países bálticos) asegura ignorar la lengua de Tols-
toi, lo que obedece probablemente a actitudes políticas. Véase Eurobarómetro, 2001,
Http://www.europa.eu/comm/public_opinion.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 292
72. En 1992 la lengua rusa había perdido su carácter de lengua oficial fuera de
la Federación Rusa, a excepción de un papel oficial secundario reconocido por Ka-
zakstán. Desde entonces ha recuperado reconocimiento legislativo en Belarús (1994),
Moldova (2000) y Kirguistán (2001). Ello, sin embargo, no impide el amplio uso de
la lengua rusa, a menudo incluso por delante de las lenguas nacionales, en los ámbi-
tos periodístico, audiovisual, educativo e incluso administrativo en casi todas las an-
tiguas repúblicas soviéticas, a excepción de las bálticas. Véase, por ejemplo: S. R. Bu-
rant, «Foreign Policy and National Identity: A Comparison of Ukraine and Belarus»,
Europe-Asia Studies, n.º 7, 1995, pp. 1.125-1.143.
73. En un proceso que se inició con las independencias de 1991, aunque su apli-
cación está resultando muy lenta, las lenguas azerí, kazaka, turkmena, uzbeka y kir-
guiz han recuperado oficialmente la grafía latina que ya habían adoptado en los años
veinte, a imitación del proceso paralelo vivido en Turquía, y que Stalin suprimió poco
después; al mismo tiempo, Tayikistán restauraba la escritura tradicional árabo-persa.
Este proceso está contando con la disconformidad de Rusia y numerosos problemas
técnicos y económicos. Un sumario similar iniciado por las autoridades de Tatarstán
en 2000 para modificar el alfabeto de la lengua tártara ha chocado con el veto de Mos-
cú. Véanse O. Roy, La nueva Asia central, Sequitur, Madrid, 1998; Yu. Polyakova,
«Tatarstan: à la récherche d’un véritable bilinguisme», Le courrier des pays de l’Est,
n.º 1.018, septiembre de 2001, pp. 27-34.
74. La lengua rusa sigue siendo una de las cinco lenguas oficiales en todos los
organismos de las Naciones Unidas, es oficial igualmente en la OSCE y es la única
lengua de trabajo de la CEI.
75. Así, Putin acudió invitado a la reunión del Consejo Europeo de Estocolmo,
en mayo de 2001. Además, el Acuerdo de Colaboración y Cooperación (ACC), efec-
tivo desde 1997 entre la UE y la Federación Rusa, prevé la convocatoria de dos cum-
bres anuales al máximo nivel.
76. Este papel de líder regional ha sido afianzado claramente tras los atentados
del 11 de septiembre de 2001, cuando las potencias occidentales reforzaron su con-
fianza a Rusia, como aliado privilegiado, y el control y la influencia sobre un área tan
estratégica como Asia central, especialmente durante las operaciones de octubre-di-
ciembre del mismo año sobre Afganistán. Véase F. Serra, «Consecuencias del 11 de
septiembre en Rusia y la CEI», en http://selene.uab.es/_cs_iuee/catala/obs/m_wor-
king.html (2002).
77. El expansionismo soviético tiene, sin duda, su época dorada durante, e in-
mediatamente después, de la segunda guerra mundial, pero hay precedentes en el pe-
ríodo de entreguerras, cuando la URSS realiza una destacable labor de proselitismo y
de intervencionismo en asuntos internacionales incluso alejados de sus fronteras, no-
tablemente en la guerra de España de 1936-1939. Véase P. Broué y É. Emime, La ré-
volution et la guerre d’Espagne, Éd. de Minuit, París, 1961 (traducción al español: La
revolución y la guerra de España, FCE, México, 1977); G. Jackson, The Spanish Re-
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Notas 293
public and the Civil War 1931-1939, Princeton U.P., Princeton, 1965 (traducción al
español: La República española y la guerra civil, Crítica, Barcelona, 1976).
78. Véase, significativamente, D. Kerr, op. cit., pp. 977-988, o G. Simon, «La
Russie: une hégémonie eurasienne?», Politique Étrangère, n.º 1, 1994, pp. 29-47.
79. Por supuesto, la propia Rusia es la principal interesada en mantener la apa-
riencia institucional en tanto que potencia, lo que permite a sus dirigentes explotar la
ficción del progreso del país ante la población, y a la población percibir la esperanza
de un futuro resurgir político. Véase R. F. Staar, «Moscow Plans to Restore its Po-
wer», Orbis, vol. 40, n.º 3, verano de 1996.
80. Un claro ejemplo lo podríamos encontrar en la crisis que vivió el Consejo de
Seguridad en vísperas de la intervención británica y norteamericana en Irak, en marzo
de 2003. Si bien la posición rusa, motivada en gran parte por razones económicas (pre-
sencia rusa en la economía iraquí, deuda de Saddam Hussein hacia Rusia, importancia
del mantenimiento de un precio internacional alto del petróleo para las exportaciones ru-
sas...) era claramente de oposición a dicha intervención, pocos dudan que Rusia difícil-
mente podría haber interpuesto su veto en solitario, y que en realidad la posición de fir-
meza de Francia fue la que permitió crear un frente común entre París, Moscú, Pekín y
otros miembros no permanentes (como Alemania o Siria) de oposición a la interven-
ción. Situación que fue finalmente solventada, como bien sabemos, por la acción direc-
ta de las potencias anglosajonas prescindiendo de una segunda resolución del Consejo
de Seguridad y llevando a este organismo a una nueva y grave crisis institucional.
81. Recordemos, a este efecto, la tradicional actitud abstencionista de China en
problemáticas globales, a pesar de la manifiesta protesta de Pekín frente al ejercicio
de la hegemonía por parte de Washington. Así, China se abstuvo en la resolución 678
de ultimátum a Irak que había invadido Kuwait, en 1990, y mantuvo su postura de in-
diferencia y abstención ante las intervenciones de la OTAN en Bosnia (1995) y Ko-
sovo (1999; recordemos que durante estos bombardeos quedó sospechosamente afec-
tada la embajada china en Belgrado), y China sumó su protesta a las de Francia y
Rusia ante la intervención protagonizada por Bush en Irak, en 2003.
82. Estos datos y los de los cuadros que vienen a continuación provienen del
Banco Mundial, y pueden consultarse en http://www.worldbank.org/data/databyto-
pic/GNIPC.pdf.
83. Habría que matizar que, si tomamos los datos modificados según la renta na-
cional en Paridad de Precios de Adquisición (PPA), los siete miembros originales del
G-8 mantienen la cabecera de modo homogéneo, pero Rusia ocupa un puesto algo
más digno que el arriba indicado, el décimosexto, tras Suráfrica, México o Malaisia.
Ibidem.
84. Entre las otras compensaciones podemos citar la concesión de jugosos cré-
ditos del FMI y la garantía de la presencia de tropas rusas en la zona de conflicto.
Véase, al respecto, S. F. Larrabee, «Russia and the Balkans: Old Themes and New
Challenges», en V. Baranovski, ed., op. cit.
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Notas 295
Books, Londres, 1994; y en M.-R. Djalili y Th. Kellner, La nueva Asia central. Rea-
lidades y desafíos, Bellaterra, Biblioteca del Islam Contemporáneo, n.º 21, Barcelo-
na, 2003.
97. Resulta evidente el liderazgo que busca Rusia con esta presencia; lo más lla-
mativo, sin embargo, es la connivencia internacional, que no deja alternativas ante
este chantaje. Véanse particularmente las denuncias de este hecho que hallamos en S.
Crow, «Russia seeks Leadership in Regional Peacekeeping», RFE/RL Research Re-
port, n.º 15, Munich/Washington, 1993 y en L. Jonson y C. Archer, eds., Peacekee-
ping and the Role of Russia in Eurasia, Wetsview Press, Boulder, Co., 1996.
98. En este período, como ya había sucedido anteriormente, Rusia debe enfren-
tarse a la dicotomía de su identificación cultural con Europa al tiempo que mantiene
sus intereses estratégicos y su vinculación tradicional con los países asiáticos más cer-
canos, todo lo cual contribuye a aumentar la complejidad identitaria de la sociedad
rusa. Véase, sobre este particular, D. Chizhevski, Historia del espíritu ruso. Rusia en-
tre Oriente y Occidente. Alianza, Madrid, 1967.
99. Aunque analizaremos más ampliamente la problemática báltica en su mo-
mento, quisiera reseñar un par de lecturas muy clarificadoras al respecto: M. Cabou-
ret y B. Kostrubiec, «L’éspace baltique, problématique et enjeux», Revue française de
géoéconomie, n.º 11, 1999 y J. Kachia, «Pays Baltes: le droit a l’Europe», Politique
Internationale, n.º 75, pp. 55-69.
100. La incidencia de la exportación de hidrocarburos en la economía y la polí-
tica rusa se halla extensamente analizada en F. Serra, «Diez años de la nueva Rusia»,
Afers Internacionals, n.º 59 (oct./nov. de 2002), pp. 13-32.
101. Esta situación en la que se halla inmersa Rusia con relación al sistema in-
ternacional ya ha provocado antiguos debates sobre el papel de las potencias sin re-
cursos para imponer sus designios. El caso más concreto y, a la vez, que más se ase-
meja al caso ruso probablemente sería el trato que merecía Alemania tras ser vencida
en la segunda guerra mundial.
102. Véanse, por ejemplo, P. Kennedy, The Rise and Fall of the Great Powers,
op. cit.; M. Kaplan, System and Process in International Politics, Wiley, Nueva York,
1957, o K. Holsti, The Dividing Discipline: Hegemony and Diversity in International
Theory, Allen & Unwin, Londres, 1985.
103. Es ilustrativo, sobre los intereses que se encuentran detrás del proceso de
desaparición de la URSS, el artículo de C. Claudín, «El derrumbamiento del siste-
ma soviético: un análisis político», Anuario Internacional CIDOB 1991, Barcelona,
1992, pp. 167-178, en el que la autora ve una pugna por el poder entre sectores eco-
nómicos como una de las causas determinantes de dicho proceso.
104. Véanse M. S. Gorbachov, Memoria de los años decisivos (1985-1992), Acen-
to Editorial, Madrid, 1993; y F. Thom, Le moment Gorbachev, Hachette, París, 1989.
105. Sobre los primeros años y las primeras expectativas de la perestroika, véan-
se, por ejemplo, F. Claudín, La perestroika: ¿a dónde va la Unión Soviética?, Funda-
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Notas 297
Notas 299
nes del Kremlin que tienden al reforzamiento de un Estado soviético cada vez más cen-
tralizado y más «ruso». De este modo, para garantizar, oficialmente, el derecho de los
padres a elegir el tipo de educación de sus hijos, la enseñanza en las lenguas autócto-
nas deja de ser obligatoria, y el uso de la lengua rusa se extiende rápidamente por to-
dos los escalafones de la Administración donde había ido perdiendo terreno a lo largo
de los años sesenta, bajo la liberalización de Jruschov. De igual modo se facilita la mo-
vilidad laboral, lo que contribuye a la aceleración de una rusificación deliberada, a te-
nor de los nacionalistas de diferentes lugares. Véase, a este respecto, H. Carrère d’En-
causse, The Triumph of the Nations, op. cit. Según R. Szporluk («National
Reawakening: Ukraine and Belorussia», en U. Ra’Anan, The Soviet Empire: The Cha-
llenge of National and Democratic Movements, Lexington Books, Lexington, 1990, p.
91), en 1975 el Politburó tomó una decisión secreta para ir limitando paulatinamente
las ediciones y las tiradas de todas las publicaciones en cualquier lengua no rusa.
118. Ésta es, por lo menos, la retórica del Estado soviético. R. Pipes, en The
Unknown Lenin (Yale University Press, Boston, 1996), en cambio, nos presenta unos
líderes de la revolución más interesados en reproducir los esquemas de los estados tra-
dicionales, elitistas y etnocéntricos, que en experimentaciones nacionales, no muy
distantes del agrio retrato que ya había ofrecido medio siglo antes Trotski sobre su
enemigo Stalin; véase L. D. Trotski, Stalin, Plaza y Janés, Barcelona, 1963.
119. Según apunta J. B. Dunlop (The Faces of Contemporary Russian Nationa-
lism, Princeton U.P., Princeton, 1983, p. 46), «Russians in the Soviet Union did not
live noticeably better than did the titular peoples of the minority republics. [...] The
Russian National Religion, Orthodox Christianity, was as zelously repressed as, say,
Judaism and Islam. Russian patriotic thought was carefully monitored and, where de-
emed necessary, suppressed by a watchful censorship. Some Russian nationalist spo-
kemen, such as Vladimir Osipov [...] found themselves undergoing long prison sen-
tences for preaching “the Russian ideal”».
120. La estructura política de la URSS y su asimetría con relación a la represen-
tatividad de los rusos frente a los no rusos se detalla en L. Schapiro, The Government
and Politics of the Soviet Union, Hutchinton, Londres, 1979 (1ª ed., 1965). Acerca de
la idea de crear instituciones propias para la RSFSR, véase, por ejemplo, J. W. Hahn,
«Changes in Contemporary Russian Political Culture», en V. Tismaneanu, ed., Politi-
cal Culture and Civil Society in Russia and the New status of Eurasia, Sharpe, Nueva
York, 1995, pp. 112-136; B. Kagarlitsky, Farewell, Perestroika (A Soviet Chronicle),
Verso, Londres, 1999, o E. Teague, «The Emergency of Parlamentary Opposition in
the USSR», en U. Ra’Anan, op. cit.
121. En realidad las declaraciones bálticas (11 de marzo en Lituania, 30 de mar-
zo en Estonia y 4 de mayo en Letonia) se refieren a las respectivas independencias,
aunque sólo la lituana pretende ser una decisión de aplicación inmediata. Tras la de-
cisión rusa declaran su soberanía Moldavia (23 de junio), Uzbekistán (20 de junio),
Ucrania (16 de julio) y, hasta el mes de diciembre de 1990, todas las demás repúblicas
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Notas 301
tancia de las tendencias unionistas por la presión de sus sectores nacionalistas y pro-
rrumanos, así como por resentimiento hacia el apoyo ruso a la secesión del Trands-
niéster; Azerbaiyán, en represalia a una supuesta actitud rusa proarmenia en el con-
flicto de Nagorno-Karabaj, y Uzbekistán pretende reafirmar su carácter de potencia
regional en competencia directa con Moscú; Tayikistán y Armenia reciben el apoyo
ruso en sus conflictos respectivos, mientras que Kazakstán es gobernado por un líder
moderado, N. Nazarbáyev, que no pretende provocar recelos a la fuerte minoría rusa de
su país ni al todavía poderoso vecino del Norte. En cuanto a Belarús, Turkmenistán y
Kirguistán, tienen que llevar a cabo un difícil equilibrio entre sus procesos de recons-
trucción nacional y las presiones rusófilas de buena parte de sus sociedades y de sus
clases políticas. Véanse E. Teague, «The CIS: An Unpredictable Future», RFE/RL Re-
search Report, vol. 3, n.º 1, 7 de enero de 1994; E. Sandahl, «La CEI: attentes et réali-
tés», Notes et études documentaires, n.º 4.982, 1993; S. White, After Gorbachev, Cam-
bridge U.P., Cambridge, 1993; V. Tismaneanu, op. cit.; M. Arregi, op. cit.
135. En el caso moldavo, la presencia del ejército ruso en el territorio del
Transdniéster será determinante para el aumento de la desconfianza con Moscú. Véa-
se D. Fane, «Moldova: Breaking Loose from Moscow», en I. Bremmer y K. Taras,
eds., op. cit., pp. 121-154.
136. La OCE, que tiene como objetivo principal la explotación conjunta de los
recursos naturales de Oriente Medio, especialmente de los hidrocarburos, fue funda-
da en 1985 por Turquía, Irán y Pakistán y, tras el hundimiento de la URSS, se con-
virtió en el punto de encuentro regional entre estos países y los de Asia central (in-
cluido Afganistán, el último país en incorporarse, en 1995). Sin embargo, la cohesión
de la Organización se ha visto refrenada por las rivalidades entre los tres países fun-
dadores, ideológicamente distanciados y con pretensiones de potencia regional, a los
cuales se ha añadido alguna república ex soviética con deseos de tener un papel fun-
damental en la región (es el caso, especialmente, de Uzbekistán). Véanse O. Roy, La
nouvelle Asie centrale ou la fabrication des nations, op. cit.; C. y R. Choukourov,
Peuples d’Asie centrale, Syros, París, 1994.
137. La Organización de la Conferencia Islámica fue fundada en 1967 como reac-
ción de algunos países islámicos ante la ocupación israelí de Jerusalén. Desde entonces
se ha convertido en una organización internacional de carácter cultural que agrupa a cin-
cuenta y siete estados del mundo de mayoría (o de fuerte presencia) musulmana. El in-
greso de las repúblicas ex soviéticas a la OCI se ha querido interpretar como la reincor-
poración de estos países al contexto cultural islámico, pero ello no ha representado
ninguna concesión al integrismo religioso ni al confesionalismo. Véanse O. Roy, La
nueva Asia central o la fabricación de naciones, op. cit.; A. Rashid, The Resurgence of
Central Asia. Islam or Nationalism?, Zed Books, Londres, 1994; y del mismo autor,
Yihad. El auge del islamismo en Asia central, Península /Atalaya, Barcelona, 2002.
138. La importancia de estos acuerdos se resalta, entre otros, en E. Palazuelos,
«LA CEI: un espacio económico desvencijado», Informe del IEO, Madrid, 1996, o en
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Notas 303
V. Kirichenko, «The States and Prospects for Economic Ties in the CIS», Problems of
Economic Transition, vol. 36, Nueva York, enero de 1994.
139. Durante un tiempo, en la primera mitad de los años noventa, se ha dejado
notar la influencia política de Turquía e Irán en estas zonas, pero no parece que estas
ofertas hayan cuajado, en parte por la crisis económica que ha vivido Turquía con pos-
terioridad y también por las presiones internacionales a que se ve sometido Irán, con-
denado al ostracismo internacional. Véase O. Roy et al., «Central Asia: Towards a
New Great Game?», en Revue internationale et Stratégique, n.º 34, verano de 1999.
140. Recordemos aquí la importancia que adquiere, en la revolución bolchevi-
que, la solución del problema nacional de la antigua Rusia zarista; uno de los mayo-
res exponentes de dicha preocupación lo hallamos en V. I. Lenin, «Sobre el derecho
de las naciones a la autodeterminación», en C. Marx et al., El marxismo y la cuestión
nacional, Avance, Barcelona, 1977 (2ª ed.), pp. 213-258.
141. Ante la diversidad y complejidad identitaria en el espacio de la URSS, las
autoridades soviéticas fijaron las entidades nacionales que debían administrar, y sobre
las cuales debían crear unidades administrativas, conforme a criterios lingüísticos e
identitarios establecidos en los centros de estudio de las ciudades rusas. De este modo,
las academias de ciencias de Moscú y Leningrado fueron las responsables de fijar las
fronteras y categorías lingüísticas no sólo en regiones de gran complejidad como el
Cáucaso o Siberia, sino igualmente en regiones en apariencia más asimiladas cultu-
ralmente al concepto europeo de lengua, comunidad nacional y nación como Rusia y
Ucrania. Ello permitió el reconocimiento de lenguas que anteriormente no habían sido
consideradas como tales, como el checheno, el adigué, el kirguís, el careliano o el
moldavo. Por otra parte, con censos complejos y rigurosas instrucciones sobre su in-
terpretación también se fijaron los criterios para el reconocimiento de nacionalidades
sin lengua propia (como los cosacos o los mesjetios, finalmente no reconocidos como
nacionalidades, o los komi-permiacos) o con más de una lengua (como es el caso de
los mordvinos). Véanse A. Motyl, ed., Thinking Theoretically About Soviet Nationa-
lities, Columbia University Press, Nueva York, 1992; o R. Suny, «State, Civil Society
and Ethnic Cultural Consolidation in the USSR-Roots of National Questions», en G.
Lapidus y Ph. Goldman, eds., From Union to Commonwealth: Nationalism and Sepa-
ratism in the Soviet Republics, Cambridge University Papers, Nueva York, 1992.
142. Sobre el proceso de cambios que llevaron a la creación y aprobación del
Tratado de la Unión Europea, véanse, entre otros, M. C. Arcos Vargas, De la Co-
munidad a la Unión Europea. El Tratado de la Unión Europea, firmado en Maas-
tricht el 7 de febrero de 1992, UNED, Sevilla, 1992; R. Corbett, The Treaty of Ma-
astricht. From Conception to Ratification: A Comprehensive Reference Guide,
Longman, Essex, 1993; F. Fonseca Morillo y J. Martín Burgos, «La Unión Europea:
génesis de Maastricht», Revista de Instituciones Europeas, vol. 19, n.º 2, mayo-
agosto de 1992, pp. 517 y ss.; E. Barbé, La seguridad en la nueva Europa, Los li-
bros de la Catarata, Madrid, 1995; o W. Wessels, «Rationalizing Maastricht: The
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 304
Search of an Optimal Strategy of a new Europe», International Affairs, vol. 70, n.º
3, 1994, pp. 445-458.
143. En especial en su apoyo a las Naciones Unidas ante el aislamiento creciente de
la organización tras la llegada al poder del presidente Bush (2000), mostrando una sensi-
bilidad propalestina en el conflicto de Oriente Medio, o en la crisis de Irak de 2003.
Véanse al respecto M. T. Lare, «Washington veut pouvoir vencre sur tous les fronts», Le
Monde Diplomatique, n.º 542, mayo de 1999; C. Bayou, «Les relations Russie-Union eu-
ropéenne: vers quelle intégration?», Le courrier des pays de l’Est, n.º 1.025, mayo de
2002, pp. 4-16; A.-M. Slaughter, «The Real New World Order», Foreign Affairs, vol. 76,
n.º 5, septiembre/octubre de 1997, pp. 183-197; O. Waever et al., European Polyphony.
Perspectives beyond East-West Confrontation, St. Martin’s Press, Nueva York, 1989.
144. Véanse, sobre los problemas suscitados por la reunificación alemana, F. Al-
decoa, La integración europea. Análisis histórico-institucional con textos y docu-
mentos. II. Génesis y desarrollo de la Unión Europea (1979-2002), Tecnos, Madrid,
2002, pp. 322-325; I. Sotelo, «La unificación de Alemania, causas y consecuencias»,
Anuario Internacional CIDOB 1990, Barcelona, 1991, pp. 115-120.
145. El papel del nuevo sistema de potencias tras la guerra fría es tratado, entre
otros, en R. Mesa, «Orden, sistema y nueva sociedad internacional», Razón y fe, n.º
225, 1992, pp. 608-622.
146. Tras una década larga de férreo liderazgo en el Reino Unido y en el Partido
Conservador, durante la cual la Dama de Hierro sorteó airosamente la crisis de las
Malvinas, la de los euromisiles o fuertes protestas sindicales contra sus políticas fis-
cales y laborales, M. Thatcher cae el 27 de noviembre de 1990 al no poder superar la
oposición a su liderazgo dentro de su propio partido. A menudo se ha argumentado
que la cuestión europea estaría en el fondo de su defenestración; el hecho es que su su-
cesor, J. Major, es el representante de la corriente más europeísta de su partido y no
plantea problemas mayores en el proceso de construcción europea.
147. Como ilustra E. Barbé, en su libro La seguridad en la nueva Europa, op.
cit., pp. 133-144.
148. Lo que queda claro, por ejemplo, en el famoso y polémico artículo J.7.1,
que describe que la PESC «abarcará todas las cuestiones relativas a la seguridad de la
Unión Europea, incluida la definición, en el futuro, de una política de defensa común,
que pudiera conducir en su momento a una defensa común», o en el papel otorgado a
la UEO, de la que apenas se especifica que es «parte integrante del desarrollo de la
Unión Europea» (art. J.7.2). Véase ibidem, p. 142.
149. El proceso de transformación política de estos países es analizado por C.
Taibo, Las transiciones en la Europa central y oriental. ¿Copias de papel carbón?,
Los libros de la Catarata, Madrid, 1998.
150. El espacio de la antigua URSS se convierte en un área de concentración de
los conflictos, como destaca S. Landgren en «Post-Soviet Threats to Security», SIPRI
Year Book 1992, World Armaments and Disarmament, Londres.
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Notas 305
151. Sobre los acuerdos de Brioni, véanse E. Remacle, «La CSCE et la Com-
munauté Européenne face au conflit yougoslave», Le trimestre du Monde, 1992, n.º
17, pp. 219-234; T. Salmon, «Testing times for European Political Cooperation: the
Gulf and Yugoslavia 1990-1992», International Affairs, vol. 68, n.º 2, 1992, pp. 233-
253; N. Gnesotto, Lessons of Yugoslavia, Challiot Papers, n.º 14, Institute for Security
Studies, marzo de 1994.
152. Es evidente que en el momento de los acuerdos de Brioni la conflictividad
yugoslava no presentaba todavía el riesgo de crisis de larga duración que resultaría ser
más tarde. Véase J.-P. Maury, «La nouvelle perception des menaces: L’ex-bloc sovié-
tique et la Yougoslavie», Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 27, 1994, pp. 31-
43.
153. Ya es un clásico el artículo del diplomático estadounidense R. Holbrooke,
«El mayor fracaso colectivo de Occidente», Política Exterior, Madrid, 1999, vol. XIII,
n.º 71, enero/febrero, pp. 63-97, en que el autor denuncia esta incapacidad y exceso de
buena fe en los actores occidentales en el conflicto balcánico.
154. Sobre el restablecimiento de relaciones entre la Unión Europea y la Europa
central y oriental en los primeros años de la posguerra fría, véanse Janning y Weiden-
feld, «La integración europea ante la transformación de Europa del Este y de la
URSS», Anuario Internacional CIDOB 1992, Barcelona, 1993, pp. 141-160; J. F.
Brown, «Everybody needs Russia-Including Eastern Europe», Transition, 15 de no-
viembre de 1996, pp. 6-10; o Y. Davidov, «Russian Security and East-Central Euro-
pe», V. Baranovski, ed., Russia and Europe. The Emerging Security Agenda, op. cit.
155. Hecha salvedad de los antecedentes a que necesariamente nos hemos de re-
ferir, especialmente la creación del Consejo de Europa (1950), los proyectos frustra-
dos de unión política y de seguridad por medio de la Comunidad Europea de Defensa
(CED) y la Comunidad Política Europea (CPE) frustradas por la negativa de la Asam-
blea Nacional francesa de 1954 y, sobre todo, por la creación de la Comunidad
Europea del Carbón y el Acero (CECA), en 1951. Véase C. Archer, Organizing Euro-
pe. The institutions of integration, Edward Arnold, Londres, 1994.
156. El carácter incompleto de la primera Europa de los Seis será uno de los as-
pectos que más resalten el aspecto provisional o parcial de la Comunidad resultante
de los Acuerdos de Roma. Así parece demostrarlo la creación de la Asociación
Europea de Libre Cambio o EFTA, creada en 1959 bajo liderazgo británico con el ob-
jetivo de contraponer a la Europa comunitaria otra organización menos ambiciosa
desde el punto de vista cohesionador. De igual modo, quisiera resaltar el contraste
permanente entre esta Europa voluntariosa, próspera e influyente y el marco político,
más simbólico pero que mejor representa la voluntad de definición de los límites geo-
gráficos, culturales y de valores ideológicos, que supone el Consejo de Europa, don-
de se integran todos los países europeos «democráticos» (los países ibéricos no lo ha-
rán hasta fines de los años setenta, y no se abrirá al Este hasta la caída del muro). El
contraste entre la Europa real, pragmática y posibilista de los Seis y otra Europa, más
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Notas 307
para la adhesión se iniciaron el 1 de febrero de 1993 para los tres primeros países y el
5 de abril siguiente en el caso noruego, y terminaron el 30 de marzo de 1994 en todos
los casos. Véase F. Aldecoa, La integración europea, op. cit., p. 324.
162. Estos dos países no habían escapado previamente a la tentación de incorpo-
rarse a las comunidades, y ya los hallamos entre los estados candidatos a la primera
ampliación, tanto en los intentos de los años sesenta frustrados por De Gaulle (1963 y
1967) como en el proceso que llevaría a la incorporación del Reino Unido, Irlanda y
Dinamarca en 1973. Suecia, aunque se trata de un país no alineado, no estaba someti-
do a las mismas presiones de Moscú que Finlandia o Austria, puesto que su neutrali-
dad, anterior a la segunda guerra mundial, no obedecía a ningún tratado impuesto por
la Unión Soviética; a pesar de la voluntad expresada en los años sesenta de unirse a los
Seis, el Parlamento sueco no quiso ratificar en su momento la incorporación de este
país al proceso de la primera ampliación comunitaria. En cuanto a Noruega, país
miembro de la OTAN, sí que fue candidato en firme para la primera ampliación, pero
esta opción fue derrotada en referéndum en 1972, proceso que se repetiría en 1994.
163. Noruega quedaría desbancada tras un referéndum que tuvo lugar los días 27
y 28 de noviembre de 1994, con el resultado de 52,4 % de votos en contra de la adhe-
sión. Los otros países candidatos también habían convocado referéndums, con resul-
tado favorable siempre a la adhesión: 66,4 % a favor en Austria (el referéndum tuvo
lugar el 12 de junio de 1994), 57 % en Finlandia (16 de octubre) y 52,2 % en Suecia
(13 de noviembre). Véase F. Aldecoa, La integración europea, op. cit., p. 325.
164. Suiza presentó su candidatura al ingreso en la Comunidad el 20 de mayo de
1992. Sin embargo, los resultados negativos del referéndum sobre la incorporación
del país en el Espacio Económico Europeo, en diciembre de 1992, forzaron a conge-
lar el proceso de integración suizo, aunque las autoridades del país no han retirado su
candidatura. Por otra parte, antes de la presentación de esta candidatura, en marzo de
1991, el electorado suizo ya se pronunció, por una mayoría del 77,5 % de los votan-
tes, en contra del ingreso inmediato en las instituciones comunitarias. Véase F. Alde-
coa, La integración europea, op. cit., p. 327.
165. Cabría citar también el caso de países que no estaban bajo la influencia so-
viética y que presentan sus candidatura a engrosar la Comunidad Europea, aunque su
proceso de integración quedará inmerso en la dinámica de la Europa central y balcá-
nica; Turquía presenta su candidatura el 14 de abril de 1987 (candidatura que recibió
un dictamen negativo de la Comisión el 14 de diciembre de 1989), Chipre lo hace el 3
de julio de 1990 y Malta el 16 de julio siguiente.
166. El CAME, institución de cooperación económica de los países bajo la órbi-
ta soviética, fue creado en 1949. Tras sufrir la defección de Albania en los años sesen-
ta y la ampliación hacia países extraeuropeos como Cuba, Corea del Norte, Vietnam o
Mongolia, se consolidó durante la guerra fría como la llamada «CEE del Este». En
Europa formaban parte del CAME la URSS, Polonia, la República Democrática Ale-
mana, Hungría, Checoslovaquia, Rumanía y Bulgaria. El CAME se disolvió en junio
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Notas 309
que utilizan la diplomacia únicamente para afirmar sus actitudes, ante la capacidad in-
timidatoria e impactante de la acción armada de las potencias agresoras o, en el caso
del sistema internacional, de las operaciones bélicas lideradas por Estados Unidos. El
concepto de «potencia civil» fue acuñado por F. Duchêne, op. cit., y lo encontramos
desarrollado, por ejemplo, en S. van Evera, «Primed for Peace: Europe After the Cold
War», International Security, vol. 15, n.º 3, 1992, pp. 7-57.
178. El papel de Europa en el conflicto del Golfo y el efecto que dicho conflicto
tendría en el proceso de cohesión europea son analizados, entre otros, en N. Gnesotto y
J. Roper, L’Europe Occidentale et le Golfe, Institut d’Études de Sécurité, París, 1991; C.
Batallas sordo, «La Comunidad Europea ante la guerra y la posguerra del Golfo: la ne-
cesidad de la Unión Europea», Tiempo de Paz, n.os 19-20, 1991, pp. 98-101; o J. A. Ytu-
rriaga Barberán, «Actuación de la CEE en el Conflicto del Golfo», Revista de Institu-
ciones Europeas, n.º 18, vol. 2, 1991, pp. 485-516.
179. El eurasianismo goza de una larga tradición en el pensamiento político ruso
desde el siglo XIX, pero en la década de 1990 alcanzó una nueva dimensión política,
cuyo análisis tendrá cabida en el capítulo siguiente de este libro, puesto que recibe un
fuerte impulso a raíz de la crisis chechena de 1994-1996. Sobre el concepto moderno
de eurasianismo o neoeurasianismo, véanse, entre otros, D. Kerr, op. cit., pp. 977-988,
o G. Simon, «La Russie: une hégémonie eurasienne?», en Politique Étrangère, n.º 1
(1994), pp. 29-47.
180. Cabe destacar que la URSS siempre había buscado en las comunidades un
aliado que contrastase con su hostilidad hacia Estados Unidos y la política de seguri-
dad de Occidente, como resalta K. Sodupe en La visión soviética de la integración
europea: el caso de la CEE 1957-1969, Universidad del País Vasco, 1987.
181. Sobre las actitudes de Europa occidental con relación a la evolución políti-
ca de Rusia durante este período, véase, por ejemplo, L. Mandeville, «Fantasmes rus-
ses et myopie occidentale», Politique Internationale, n.º 72, 1996, pp. 211-224; sobre
la actitud de las potencias eurooccidentales en el campo de seguridad de la época, véa-
se, entre otros, E. Barbé, «La seguridad en la nueva Europa», op. cit., pp. 61-92.
182. Tal vez la mayor muestra de sintonía entre las propuestas de Gorbachov y
el proceso de consolidación de la Unión Europea sea la frecuente referencia del líder
soviético a una «casa común» europea donde se encontrarían ambos proyectos. A pe-
sar del contenido retórico de dicho discurso (que Gorbachov combina con otro simé-
trico sobre una «casa asiática»), este concepto sigue siendo una referencia de los va-
lores compartidos en ambos extremos del continente. Véase M. Gorbachov,
«Plaidoyer por une “maison commune”», Politique Internationale, n.º 68, 1996, pp.
105-112; o G. Mink y A. Tirapolski, «La maison commune Européenne: le discours
soviétique et ses effets», Le Courrier des Pays de l’Est, n.º 340, 1993, pp. 3-24.
183. Véanse E. Palazuelos, La economía soviética más allá de la perestroika,
op. cit.; F. Serra, «La dimensión Este de la UE: políticas para los países de la Europa
central, del Este y Rusia», op. cit., pp. 159-189.
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184. Estas condiciones son aceptadas rápidamente por todas las nuevas repúbli-
cas, que reciben el reconocimiento de la Comunidad a lo largo de las siguientes tres
semanas. Los dos últimos estados en comprometerse a seguir las «líneas directrices
sobre el reconocimiento de nuevos estados en Europa del Este y la URSS» son Tayi-
kistán y Kirguistán, ambos el 15 de enero de 1992. Véase Anuario CIDOB 1992, Bar-
celona, 1993.
185. Véanse R. Grasa, «La seguridad europea en 1992: conceptos en expansión e
instituciones interdependentes», Anuario Internacional CIDOB 1992, Barcelona,
1993, pp. 228-229; R. Rummel, dir., Toward Political Union. Planning a Common Fo-
reign and Security Policy in the European Community, Westview Press, Boulder, 1992.
186. La coincidencia entre ambos procesos no puede pasar desapercibida. En
realidad, como señala E. Barbé en su libro La seguridad en la nueva Europa (op. cit.,
pp. 133-145), los debates de la CIG, a lo largo de 1991, se realizan con el trasfondo
permanente de tres crisis que afectan a la capacidad europea en materia de seguridad:
la que llevaría a la disolución de la URSS, las primeras guerras de Yugoslavia y la
operación «Tormenta del desierto» contra Irak, en el marco de la segunda guerra del
Golfo. Todos ellos son nuevos tipos de desafíos en el campo de la seguridad ante los
cuales la Comunidad Europea se prepara para reaccionar de un modo cohesionado.
187. Para el seguimiento de las crisis yugoslavas y del papel de la diplomacia
europea en los mismos, véanse N. Gnesotto, Lessons of Yugoslavia, op. cit., R. Ro-
meva, Bòsnia-Hercegovina: les lliçons d’una guerra, Centre UNESCO de Catalunya,
Barcelona, 1997, o C. Taibo, La desintegración de Yugoslavia, Los libros de la Cata-
rata, Madrid, 2000.
188. La principal excepción la conforma Ciudad del Vaticano, que no disimuló
su apoyo a su tradicionalmente aliada Croacia.
189. Hay que señalar el conocido y controvertido caso suscitado, en aquel mo-
mento, por el reconocimiento de los estados croata y esloveno por parte de Alemania
en diciembre de 1991, es decir, sin esperar a los resultados de la Comisión Badinter,
lo cual produjo una grave crisis de confianza en el seno de las comunidades en el de-
licado momento de la firma del TUE y aceleró las conclusiones de dicha Comisión
para evitar mayores disensiones en el marco comunitario. Véanse R. Holbrooke, «El
mayor fracaso colectivo de Occidente», op. cit., o T. Salmon, «Testing times for Eu-
ropean Political Cooperation: the Gulf and Yugoslavia 1990-1992», International Af-
fairs, vol. 68, n.º 2, 1992, pp. 233-253.
190. Pero no deja de levantar no sólo susceptibilidades, sino serios temores acer-
ca de la potencial hostilidad de una Rusia fuertemente armada y resentida, como re-
fleja Ch. Dick en «Russian Views on Future War», NATO’s Special Adviser for Cen-
tral & Eastern European Affairs, 25 de junio de 1993.
191. Obviamente, luego la diplomacia rusa no asume los compromisos ni las po-
siciones de Kózirev. Véase Yu. Rubinski, «La Russie et l’OTAN: une nouvelle éta-
pe?», Politique étrangère, n.º 4, 1997.
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Notas 311
192. Por fortuna las actitudes belicistas que podemos hallar en este período son
menos autorizadas que la de Kózirev y tampoco parecen influir sobre las decisiones
finales de la política exterior rusa. Entre otras voces a favor del intervencionismo ruso
de Serbia encontramos la del controvertido Premio Nobel A. Solzhenitsin (op. cit.) o
los intelectuales más comprometidos con el neoeurasianismo como A. Duguin («The
Theory of the Eurasian State», en http://utenti.lycos.it/ArchivEurasia/dugin_alekse-
ev.html).
193. Aparentemente, la comunidad internacional está de acuerdo en ceder a
Europa occidental y a la ONU el liderazgo en el proceso de mediación y de interven-
ción humanitaria en los conflictos de Croacia y Bosnia. Una de las críticas principa-
les que, desde Rusia, se han hecho a la actitud sumisa de Yeltsin es la de haber con-
tribuido a un fracaso diplomático de dimensiones trágicas en los Balcanes. Véase a
este respecto R. Holbrooke, «El mayor fracaso colectivo de Occidente», op. cit.
194. Véanse los datos de los últimos censos de los países bálticos en el capítulo
8 de este libro.
195. Las condiciones consisten en demostrar arraigo en el país (nacimiento o
una larga permanencia), un juramento de fidelidad, y un examen de lengua y cultura
nacional. Sin embargo, una de las quejas más frecuentes de los rusófonos de Estonia
y Letonia consiste en las trabas puestas en este último examen, extremadamente di-
fícil y en el que las administraciones no facilitan su preparación o aprendizaje, pre-
viniendo así una masiva incorporación de eslavos a la ciudadanía de estos países.
Véase Gaëll Le Marc, «Los estados bálticos tres años después», Anuario internacio-
nal CIDOB 1994, Barcelona, 1995, pp. 457-461.
196. Según N. Malcolm en «The New Russian Foreign Policy», The World To-
day, vol. 50, n.º 2, 1994, pp. 28-32, éste sería uno de los objetivos principales de la
política Yeltsin de estos años.
197. A principios de 1992 la economía rusa se vio sometida a una grave crisis in-
flacionista. El G-7, para contrarrestarla, otorgó una ayuda inmediata de 43.500 millones
de dólares entre abril y julio del mismo año. Por otro lado, el programa TACIS se em-
pezó a aplicar ya desde 1991, y supondría una importante ayuda a la reestructuración de
la economía de Rusia y de los otros países del área. Véase al respecto E. Palazuelos, «La
CEI: un espacio económico desvencijado», op. cit.
198. La política balcánica de la UE a lo largo de los años noventa va destinada
desde sus inicios a dejar en claro el interés de Bruselas para ejercer una influencia en
la región, considerada de alto interés estratégico para los países eurooccidentales. El
resultado final, a pesar de los sucesivos fracasos de la diplomacia europea, es el esta-
blecimiento de una serie de regímenes «amigos» (Macedonia, Albania, Bosnia y Her-
zegovina) fuertemente dependientes del apoyo diplomático y de la ayuda económica
de la UE. A partir de la desaparición del escenario político regional, en el año 2000,
de F. Tudjman y de S. Milosevic, Croacia y Yugoslavia parecen haber iniciado un pro-
ceso decidido de asimilación a este grupo de países balcánicos incorporados a la es-
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Notas 313
215. Véase, por ejemplo, P. Romero Aznar, Arrasar Cartago. La ofensiva mili-
tar de la OTAN y el futuro de Rusia, ponencia presentada en el III Encuentro Español
de Estudios sobre Europa Central y Oriental, celebrado en Valencia los días 19-20 de
noviembre de 2002, donde el autor defiende precisamente la tesis de una ofensiva per-
sistente y deliberada de Occidente con el objetivo de destruir cualquier capacidad de
reconstrucción de Rusia como potencia. Significativamente, también hallamos la ex-
presión Delenda est Carthago encabezando un manifiesto del movimiento revitaliza-
dor y mesiánico «Eurasia» (véase http://www.dugin.ru:8101/EURASIA /mani-
fest.htm).
216. A principios de 2003, a raíz de las diferencias surgidas en el seno de la UE
acerca de la oportunidad o no de apoyar a Estados Unidos en su ofensiva contra Irak,
algunos países de la Unión, caracterizados por su tradición europeísta (Francia, Ale-
mania y Bélgica) iniciaron un proceso de creación de un núcleo de seguridad alrede-
dor del cual deberían estructurarse, en el futuro, los proyectos de seguridad europeos.
Aunque en el momento de escribir estas líneas el proyecto sigue siendo muy reciente,
abre la interesante expectativa de una mayor cooperación en materia de seguridad en-
tre este grupo de países y otras áreas del mundo, entre las cuales Rusia ocuparía, sin
lugar a dudas, un puesto preferente dado su posicionamiento cercano a la UE y críti-
co con la OTAN.
217. En un sentido amplio, resulta más apropiado hablar de conflicto del Cáu-
caso norte que de Chechenia, no sólo porque el irredentismo caucásico representado
por los rebeldes chechenos siempre ha reivindicado la unidad caucásica de Abjazia a
Daguestán, sino porque podemos hallar una conflictividad latente en toda esta región.
Véase J. Ormrod, «The North Caucasus: Fragmentation or Federation?», en I. Brem-
mer y K. Taras, eds., op. cit., pp. 448-475.
218. Para contextualizar la guerra de Chechenia en una región tradicionalmente
convulsa y analizar otros conflictos caucásicos, véase U. Hallback, «The Caucasus as
a Region of Conflict», Aussenpolitik, n.º 4, vol. 48, 1997, así como el monográfico
«Géopolitique du Caucase», publicado por Hérodote en 1995. Hallamos un buen es-
tudio histórico sobre los precedentes del conflicto en P. Karam y T. Mourgues, Les
guerres du Caucase. Des tsars a Tchétchénie, Perrin, París, 1995. Para una visión
«descriptiva» de la conflictividad aparentemente endémica de la región, véase R.D.
Kaplan, Eastward to Tartary: Travels in the Balkans, the Middle East, and the Cau-
casus, Nueva York, Random House, 2000.
219. Véanse, para ilustrar estos extremos, N. Sainz, «Una década de posguerra
fría en el Cáucaso: las guerras en Chechenia», Revista CIDOB d’Afers Internacionals,
n.º 59, octubre/noviembre de 2002, pp. 105-122; F. Serra, «La multidimensionalidad
del conflicto checheno, entre la cohesión social rusa y la seguridad regional en el Cáu-
caso», comunicación presentada a debate en el Seminario La nueva conflictividad in-
ternacional: políticas de prevención y de gestión en Europa, Universitat Autònoma de
Barcelona, 14 de diciembre de 2000.
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Notas 315
Notas 317
ministración Brezhnev, que se opone en general a Gorbachov y que, bajo Yeltsin, forma
un contrapoder local que amenaza seriamente a la cohesión interna del poder en Rusia,
al crear poderosos clanes de intereses locales a menudo superpuestos y enfrentados al
poder central. Véanse K. Matsuzato, «Local Elites under Transition: County and City
Politics in Russia 1985-1996», Europe-Asia studies, vol. 51, n.º 8, diciembre de 2000,
pp. 1.367-1.400; D. Vidrin, «¿Tiene Ucrania respuestas nacionales a la cuestión nacio-
nal?», Cuadernos del Este, n.º 11, 1993.
235. Como destaca T. Kuzio en Ukrainian Security Policy, Praeger, Londres,
1995.
236. La cuestión de las relaciones de Ucrania con Europa es uno de los grandes
temas pendientes del área, y que pueden dar grandes sorpresas en un futuro cercano;
por ello es objeto de debate y análisis frecuente en los estudios de la zona. Véanse K.
Mihalisko, «Ukrainians and their Leaders at a Time of Crisis», RFE/RL Research Re-
port, n.º 31, 1993, pp. 54-62; O. Alexandrova, «Le facteur russe dans la politique de
sécurité ukrainienne», Politique Étrangère, n.º 1, 1994, pp. 49-60; S. R. Burant, «Fo-
reign Policy and National Identity: a Comparison of Ukraine and Belarus», op. cit.; o
J. Mroz y O. Pavliuk, «Ukraine: Europe’s Lipchin», Foreign Affairs, n.º 3, 1996, pp.
52-62.
237. Es significativo el comentario de Z. Brzezinski en su libro El gran tablero
mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos (op. cit.):
«No es demasiado pronto para que Occidente empiece a considerar la década del
2005-2015 como una franja de tiempo razonable para iniciar la progresiva inclusión
de Ucrania» (p. 126).
238. Estos acuerdos y tratados, citados por M. Arregi en su tesis doctoral pen-
diente de publicación La Comunidad de Estados Independientes: un instrumento para
recuperar la hegemonía rusa en el espacio postsoviético (op. cit.), son documentados
en los números 21-22 (noviembre de 1994), 3 (marzo de 1995), 7 (julio de 1995), 2
(febrero de 1996) y 11 (noviembre de 1996) de Diplomaticheskii Vestnik.
239. Podemos ver análisis detallados del desarrollo de la política rusa dentro de
la Comunidad en M. Webber, CIS Integration Trends, Russia and the Former Soviet
South, The Royal Institute of International Affairs, Londres, 1997, p. 14; C. Royen,
«Conflicts in the CIS and Their Implications for Europe», V. Baranovski, ed., op. cit.
pp. 231-232; A. Kortunov, «Russia, the Near Abroad and the West», op. cit.
240. Como las intervenciones desaforadas a raíz del conflicto de los Balcanes,
citadas en el segundo apartado del capítulo 5 de este trabajo.
241. Citado por T. Kuzio, «International Reaction to the Chechen Crisis», op.
cit., pp. 97-106.
242. El ministro de Asuntos Exteriores francés recordó a «todos los estados las
obligaciones que pesan sobre ellos de respetar los derechos humanos», mientras que
su colega italiano declaró que el vertido de sangre era «profundamente repulsivo para
la conciencia de cualquier persona civilizada», además de asertar que «sentimos la ne-
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cesidad de expresar nuestros temores sobre el recurso a la fuerza y sobre los bombar-
deos que, de un modo cada vez más frecuente, afectan a ciudadanos indefensos, lo que
viola las normas más básicas de los derechos humanitarios», ibidem, p. 98.
243. Ibidem, pp. 99-101.
244. Entre otras, las declaraciones del Parlamento con fecha 15 de diciembre de
1994, 19 de enero de 1995, 16 de febrero de 1995, 16 de marzo de 1995, 15 de junio
de 1995 y 14 de diciembre de 1995.
245. Declaraciones PESC sobre el conflicto checheno de 17 de enero de 1995,
23 de enero de 1995, 15 de abril de 1995, 16 de junio de 1995, 26 de junio de 1995,
18 de enero de 1996, 25 de marzo de 1996, 31 de mayo de 1996 (comunicado de la
presidencia), 16 de agosto de 1996 y 22-23 de agosto de 1996.
246. T. Kuzio, «International reactions», op. cit., pp. 100-101.
247. Ibidem, p. 101.
248. De este modo, si en las primeras declaraciones PESC, durante la crisis, el
Consejo Europeo se limita a expresar su «preocupación por la situación en Cheche-
nia», a «deplorar las graves violaciones de los derechos humanos» y a dar su rotundo
apoyo a la acción de la OSCE, a partir de abril de 1995, a raíz del agravamiento de la
situación y de las dificultades que halla la OSCE para enviar una misión sobre el te-
rreno, el lenguaje de la UE se vuelve más agresivo. En su declaración PESC del 15 de
abril, la UE «condena firmemente las graves violaciones de los derechos humanos»;
el 15 de junio siguiente el Parlamento Europeo «condena las exacciones (sic) cometi-
das en Chechenia». Véase «Cronología de la Política Exterior de la Unión Europea»,
en Anuario Internacional CIDOB 1995, Barcelona, 1996, pp. 177-193.
249. Tal vez convenga recordar la posición moderada que asume, en este caso, la
diplomacia española. España, bajo la presidencia de Aznar, fue un poderoso aliado di-
plomático de Rusia durante la segunda ofensiva chechena, a partir de 1999.
250. La idea, a menudo argumentada por los críticos respecto a la actitud
europea (véase, por ejemplo, R. Goetz, «Russian Security Policy Options and Their
Price», Aussenpolitik, vol. 47, n.º 3, 1996) de que esta exigencia de coherencia no fue-
ra más allá de una condena simbólica que, en realidad, no consiguió suavizar sustan-
cial ni inmediatamente la actitud rusa, parece corroborada por los hechos de la segun-
da crisis de Chechenia, en la que Occidente toma una actitud mucho más cauta.
251. La preocupación por las víctimas rusas en el conflicto es, en realidad, el
principal factor de preocupación de la sociedad rusa en la crisis, así como el secretis-
mo y las contradicciones del ejército sobre el curso de las operaciones. Véase J. B.,
Dunlop, «How many Soldiers and Civilians Died during the Russo-Chechen War of
1994-1996?», Central Asia survey, vol. 19, n.os 3-4, septiembre-diciembre de 2000,
pp. 329-339.
252. La oposición de determinados políticos rusos a la ofensiva sobre Cheche-
nia se ha entendido a menudo como una política oportunista surgida a raíz de la im-
popularidad de la operación y de la condena internacional, más que una actitud sim-
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 319
Notas 319
Ideologies”», Transitions, junio de 1997, pp. 47-55, o P. Pochazkova, «We Have to Re-
turn Home (interview with Igor Chubais)», Transitions, junio de 1997, pp. 56-57.
257. En contraste con el eurasianismo clásico del siglo XIX, una evolución más
ambiciosa del paneslavismo, cuyas figuras más prominentes (N. Trubetskoy, N. Alek-
seyev, Kasavin, Subchinsky, etc.) o sus supuestos continuadores contemporáneos de
la Revolución rusa (como P. Savitsky) son objeto de estudio y admiración frecuente
en esta corriente que tiene un fuerte resurgimiento a fines del siglo XX). Véase A. Du-
guin, «The Theory of the Eurasian State», op. cit.
258. Véase D. Kerr, op. cit., o G. Simon, «La Russie: une hégémonie eurasien-
ne?», op. cit.
259. Por la misma razón el neoeurasianismo se convierte en un producto de con-
sumo preferentemente interno, puesto que propone al pueblo ruso la superación de su
complejo identitario y de las relaciones con sus vecinos por medio de un nuevo mar-
co de relación interétnico basado en un supuesto respeto mutuo entre sus componen-
tes, aunque sin olvidar la centralidad del elemento ruso. Véase, al respecto, E. Chin-
yaeva, «A Eurasianist Model of Interethnic Relations Could Help Russia Find
Harmony», Transition, 1 de noviembre de 1996, pp. 30-35.
260. Un buen resumen de las tesis eurasianistas lo encontramos en el texto
Eurasia Above All. Manifest of the Eurasist Movement (http://www.dugin.ru:-
8101/EURASIA/manifest.htm). Aunque se trata de un grupúsculo marginal de
ideología y contenido intelectual inconcretos, el texto resume el posicionamiento
más compartido del nuevo eurasianismo.
261. Al contrario que el eurasianismo de fines del siglo XIX y principios del XX,
que relaciona directamente a Europa con Occidente y a Occidente con lo corrupto, de-
cadente e incluso diabólico, el nuevo eurasianismo no reniega de la herencia cultural
europea. No deja de ser significativo que pensadores neoeurasianistas como A. Du-
guin o A. Kiselev hayan ofrecido su pleno apoyo a Putin en su presidencia, tras haber
sido extremadamente críticos con Yeltsin.
262. Para un análisis sobre el proceso de decadencia de la influencia internacio-
nal rusa, véase A. Clayton, «The End of Empire», NATO’s Special Adviser for Central
& Eastern European Affairs, 25 de septiembre de 1995.
263. Acerca de la sensación de amenaza que inspira la política de alianzas de
Rusia con las grandes potencias asiáticas, véase V. Baranovski, «New Threat Percep-
tions: the Case of the Former Soviet Bloc and Yugoslavia», Revista CIDOB d’Afers
Internacionals, n.º 27, 1994, pp. 7-16.
264. Cabe mencionar que la importancia de esta integridad territorial lleva a la
sociedad rusa a una nueva fase de etnocentrismo que se traduce en cierta reacción ne-
gativa hacia los pueblos no rusos, especialmente hacia los caucásicos, en un movi-
miento que incluso tendrá sus reflejos legales, como se denuncia en G. Smith, «Rus-
sia, Multiculturalism and Federal Justice», Europe-Asia Studies, vol. 50, n.º 8
(diciembre de 1998), pp. 1.393-1.411.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 321
Notas 321
265. Lo cual en ocasiones parece corroborado por las visiones de algunos ana-
listas occidentales sobre la necesidad de esta ampliación precisamente en función de
la amenaza potencial que supondría Rusia. Véase, a este respecto, Z. Brzezinski, «La
OTAN se acerca a Rusia», Política Exterior, vol. XIII, n.º 64, julio-agosto de 1998,
pp. 91-98, o A. Z. Rubinstein, «NATO Enlargement versus American Interests», Or-
bis, n.º 1, vol. 42, invierno de 1998; también a A. Pouchov, «Les nouveaux intérêts de
la Russie sur son flanc Ouest. L’élargissement de l’OTAN: un tournant historique?»,
Problèmes politiques et sociaux, série Russie, n.º 809, septiembre de 1998, pp. 9-46.
266. Sobre la falta de confianza en el Estado generada durante la era Yeltsin,
véase especialmente N. Barkhatova, «Russian Small Business, Authorities and the
State», Europe-Asia Studies, vol. 52, n.º 4, junio de 2000, pp. 657-676.
267. Acerca de la sensación de la sociedad rusa de ser marginada de su propia
economía, véanse por ejemplo E. Palazuelos, «Federación Rusa: autoritarismo y eco-
nomía de bazar», op. cit., o K. Rousselet, «Russie: crise économique, radicalisations
et limogeages», L’État du monde 2000, París, 1999.
268. El 7 de marzo de 1997 Yeltsin nombró como primer ministro a A. Chubais,
personaje sumamente impopular pero muy cercano a círculos económicos de la nue-
va burguesía rusa, que ya había ocupado este cargo entre 1992 y 1995, cuando inició
la liberalización de la economía rusa. Chubais se convirtió rápidamente en un símbo-
lo de la corrupción y el nepotismo de la Administración rusa. Véanse Ph. Perret, «La
réforme économique en Russie: Deuxième étape de la transition», Le courrier des
pays de l’Est, n.º 1.015, mayo de 2001, pp. 35-50; K. Rousselet, «Russie: crise éco-
nomique, radicalisations et limogeages», op. cit. Sobre la situación económica previa
al mandato de Chubais y la extensión de la corrupción, hallamos análisis lúcidos en J.
Sapir, Le chaos russe. Désordres économiques, conflits politiques, décomposition mi-
litaire, La Découverte, París, 1996, o C. Taibo, La Rusia de Yeltsin, Síntesis, Madrid
1995.
269. Como refleja el estudio de J. Mª March y A. Sánchez, eds., Política económi-
ca y límites institucionales en la transición rusa, Universitat de València, Valencia, 2000.
270. Véase C. G. Gaddy y B. W. Ickes, «La economía virtual de Rusia», Políti-
ca Exterior, vol. XII, n.º 66, noviembre/diciembre de 1998, pp. 59-71, o A. Sánchez
Andrés, «La economía rusa...», op. cit.
271. P. Kennedy, «La desaparición de Rusia», publicado en El País, 11 de mar-
zo de 2002, p. 12.
272. Tenemos un buen análisis de las causas y consecuencias de la crisis de 1998
en A. Aslund, «Russia’s Collapse», Foreign Affairs, vol. 78, n.º 5, septiembre/octubre
de 1999.
273. No deja de ser emblemático (y paradójico) que, en la reunión de Birming-
ham, Rusia participa ya normalmente en la mayoría de discusiones del G-7 (que em-
pieza a ser conocido como G-8), aunque permanece excluida de las decisiones princi-
pales económicas y financieras.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 322
274. Véase A. Sánchez Andrés, «La economía rusa: una década de transición»,
op. cit., pp. 61-62.
275. Algunos autores prefieren no hablar de crisis en 1998, porque se trataría,
simplemente, de la agudización de una crisis de rasgos estructurales. Véase O. Latsis,
«Rusia: de crisis en crisis», Anuario internacional CIDOB 1998, Barcelona, 1999, pp.
277-289.
276. Según cifras que hallamos en Sánchez Andrés, op. cit., y que coinciden con
las que aporta A. Ortega en Horizontes cercanos. Guía para un mundo en cambio,
Taurus, Madrid, 2000, pp. 173-174.
277. Datos extraídos de http://www.recep.org, página web de la fundación Rus-
sian Economic Trends.
278. Según datos del BERD extraídos de L’état du monde 2002, p. 553.
279 Dados extraídos de http://www.recep.org, página web de la fundación Rus-
sian Economic Trends, citada más arriba.
280. La demografía resulta uno de los aspectos más preocupantes de la actual
crisis rusa, y uno de los que más lamentos provoca entre la población y la clase in-
telectual de este país. A pesar de haber recibido la «repatriación» hasta 1997 de
cerca de tres millones de rusos del Cáucaso, el Báltico y Asia central, la población
de Rusia se ha estancado por debajo de los 145 millones de habitantes, con ten-
dencia a disminuir. Las causas hay que buscarlas sobre todo en la emigración hacia
Europa occidental y Estados Unidos, sin descartar la responsabilidad del empeora-
miento de las condiciones de vida, lo cual tiene que mostrar sus resultados sobre
todo en los próximos años; véase, al respecto, el artículo de P. Kennedy, La desa-
parición de Rusia, op. cit. Sin embargo, es frecuente el discurso lastimero y victi-
mista de los sectores ultramontanos rusos que denuncian la amenaza que supone
para la continuidad de su pueblo el agravamiento de las condiciones económicas
básicas, del sistema sanitario y el brusco incremento de suicidios (véase, por ejem-
plo, Solzhenitsin, op. cit.).
281. L. X. València i Montes, op. cit., p. 46.
282. J.-M. Palacios, «Un ensayo de periodificación de las transiciones soviética
y yugoslava», en C. Flores Juberías, coord., op. cit., vol. 2º, pp. 257-268.
283. Citado por R. Poch en el artículo «Rusia se enroca. Kosovo y la crisis eco-
nómica provocan una nueva hostilidad hacia Occidente», publicado en La Vanguar-
dia, 12 de diciembre de 1999, sección «Revista», pp. 14-15.
284. La falta de confianza en la presidencia lleva a un callejón sin salida al pro-
pio Estado, que no halla soluciones para el descrédito de la clase política, lo que se
traduce en frecuentes propuestas de reforma política destinadas, infructuosamente, a
conformar una sociedad inquieta. Véase al respecto G. P. Herd, «Russia: Systemic
Transformation or Federal Collapse?», Journal of Peace Research, vol. 36, n.º 3,
1999, pp. 259-269.
285. Ibidem.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 323
Notas 323
Notas 325
298. Sobre los intentos de reforzar el frente diplomático asiático en esta fase,
véase O.V. Davydov, «Russia’s Foreign Policy in Transition: Prospects and Challen-
ges in the Asia Pacific Region», Asian perspectives, vol. 22, n.º 1, primavera de 1998,
pp. 53-69; X. Ríos, «Rusia y China, dos gigantes en busca de la grandeza perdida»,
Anuario CIP 1999, pp. 97-106.
299. Aunque hay que resaltar que el papel realizado por la OSCE en estos con-
flictos ha entrado en abierta competencia con la posición autootorgada por Rusia, más
interesada en la perpetuación de las crisis que en su resolución. Véase N. McFarlane
y O. Thranet, eds., Balancing Hegemony: The OSCE in the CIS, Centre for Interna-
tional Relations, Queens University, Toronto, 1997.
300. De modo parecido C. Claudín analiza las reacciones sociales ante el auto-
ritarismo ruso contemporáneo en su artículo «La sociedad de Rusia: entre el cambio y
la continuidad» (Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 59, octubre/noviembre de
2002, pp. 7-12).
301. Sobre el desengaño que suponen las nuevas élites rusas pero, al mismo
tiempo, la desconfianza hacia unas alternativas inciertas, véase por ejemplo E. Bon-
ner, «El totalitarismo ruso permanece», Política Exterior, vol. XV, n.º 82, julio-agos-
to de 2001, pp. 7-12, o G. Yavlinski, «El falso capitalismo ruso», Política Exterior,
vol. XIII, n.º 64, julio-agosto de 1998, pp. 75-90.
302. Es el caso, notablemente, de Uzbekistán, pero también de Kazakstán, que
pretendió constituirse en los momentos de mayor debilidad de Rusia en eje entre este
país y Asia central. Véase O. Roy et al., «Central Asia: Towards a New Great
Game?», Revue internationale et Stratégique, n.º 34, verano de 1999; o L.-T. Zapater
Espí, «El fundamentalismo islámico en Asia central», comunicación presentada en el
III Encuentro Español de Estudios sobre la Europa Oriental, Universidad de Valencia,
20 de noviembre de 2002.
303. A menudo los analistas y la prensa se refieren, para hablar de la pérdida del
territorio considerado como «propio» por la tradición rusa, como del «retorno a Pere-
yaslav». El Tratado de Pereyaslav (1653), por el cual el líder cosaco Jmelnitski asoció
sus tierras ucranianas al zar a cambio de ayuda militar en su revuelta antipolaca, re-
presenta simbólicamente el inicio de la expansión rusa hacia los pueblos vecinos. Hoy
esa metáfora es ampliamente utilizada para evocar la nostalgia expansionista rusa y la
inconsistencia de las relaciones actuales de Rusia con su ámbito clásico de expansión.
Véase, por ejemplo, J. Morrison (1993), «Pereyaslav and After: the Russia-Ukraine
Relationship», International Affairs, n.º 4 (1993), pp. 677-703.
304. Esta imagen de país frágil e inestable, y sin capacidad de grandes trans-
formaciones políticas comporta la visión de un país polimorfo, donde se superpo-
nen una clase próspera y en vías de expansión con una pauperización creciente, una
Rusia tradicional, una Rusia nostálgica del bolchevismo y una Rusia ultramoderna.
Véanse S. Nunn y A. N. Stulberg, «The Many Faces of modern Russia», Foreign
Affairs, n.º 2, marzo-abril de 2000, pp. 45-62; R. Rohozinski, «How the Internet
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 326
did not Transform Russia», Current History, vol. 99, n.º 639, octubre de 2000, pp.
334-338.
305. Se puede aducir que ya existían presiones y chantajes a principios de los
noventa, por ejemplo en las disputas con Ucrania sobre su deuda energética o en la
misma imposición de las tropas rusas en los conflictos periféricos. Pero en esta nueva
fase ya no se trata de presiones sobre determinados gobiernos más o menos hostiles
hacia la cohesión de un espacio considerado propio, sino de estrategias de un Estado
poderoso hacia estados más débiles.
306. Estos cambios se inician con la victoria socialista en Portugal y la retirada
de F. Mitterrand de la presidencia en Francia, ambos acontecimientos sucedidos en
1995, y se mantienen con la victoria, en España, del Partido Popular, que pone fin a la
larga presidencia de F. González (marzo de 1996); la victoria en Italia de una coali-
ción de centro-izquierda que aúpa a R. Prodi a presidir el Consejo de Ministros
(1996); la victoria laborista en el Reino Unido, que supone la llegada al poder de T.
Blair (mayo de 1997) y la llegada al poder en Francia del socialista L. Jospin, que se
ve obligado a cohabitar con el presidente J. Chirac (junio de 1997). Tras el Tratado de
Amsterdam se produce también el relevo de H. Köhl, en Alemania, derrotado por una
coalición de socialdemócratas y ecologistas encabezada por G. Schroeder (septiembre
de 1998). Todos estos acontecimientos dan lugar a una nueva generación política que
será la encargada de gestar y desarrollar el Tratado de Amsterdam. Véase F. Aldecoa,
op. cit., pp. 215-217.
307. Hay que destacar en este sentido los Consejos Europeos de Bruselas de
10 y 11 de diciembre de 1993, de Corfú de 24 y 25 de junio de 1994 y de Madrid de
15 y 16 de diciembre de 1995, el Compromiso de Ioannina de 24 de marzo de 1994
y el Proyecto de mandato de la Conferencia Intergubernamental de 1996, presenta-
do por el Grupo de Reflexión designado por el Consejo Europeo el 16 de enero de
1996, más conocido como Informe Westendorp. Véase ibidem, p. 218.
308. En dos casos se sometió la ratificación de Amsterdam a referéndum, en dos
países especialmente susceptibles y que, en algún momento u otro, han vivido pro-
blemas en sus ratificaciones populares de Tratados europeos: en Dinamarca (7 de
mayo de 1998, con un 55,1 % de votantes a favor) y en Irlanda (22 de mayo, con el
61,2 % favorable). Véase F. Aldecoa, ibidem, pp. 250-251.
309. Según la descripción que hace E. Barbé, «LA PESC: desafíos políticos y
límites institucionales», en E. Barbé, coord., Política exterior europea, op. cit., pp.
118-124.
310. Tras los desórdenes acaecidos en este país balcánico por una fuerte crisis fi-
nanciera, la UE y la UEO constatan la dificultad de movilizarse con urgencia, por lo
que los países comunitarios deciden participar en una fuerza multinacional autoriza-
da el 28 de marzo por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Resolución
1.101). De este modo la Operación Alba, organizada por Italia, lleva al país balcáni-
co 6.500 soldados básicamente europeos sin la participación de ninguna de las orga-
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 327
Notas 327
nizaciones europeas. Véase F. Serra, «La dimensión Este de la UE: políticas para los
países de la Europa central, del Este y Rusia», op. cit., p. 186.
311. A principios de 1999 la diplomacia europea pretende adquirir cierto peso
en las presiones sobre la Yugoslavia de Milosevic, a raíz de la crisis humanitaria que
se produce en Kosovo. Cuando fracasan las conversaciones de Rambouillet (enero) y
París (marzo) toma cuerpo la opción de los bombardeos masivos por parte de la
OTAN, desvirtuando una vez más el papel de Europa como «potencia civil». Véase R.
Romeva, «Kosovo: les lliçons no apreses de Bòsnia», Diàlegs, n.º 4, abril-junio de
1999, pp. 123-142.
312. Fue necesario un segundo referéndum, en verano de 2002, para aprobar el
Tratado, que no pudo hacerse efectivo hasta principios de 2003.
313. Sin embargo, este papel cohesionador para Europa de la consolidación insti-
tucional y la ampliación de la UE también puede ser interpretado en tanto que proyecto
expansionista, como hace C. de Cueto Nogueras, en «El intrusismo del proyecto inte-
grador europeo cara al Este», en C. Flores Juberías, coord., op. cit, vol. 2º, pp. 167-188.
314. Chipre, que había presentado su candidatura en 1990, recibe un trato espe-
cial dado lo peculiar de su situación política, con un tercio de su territorio ocupado
por tropas turcas desde 1974; por ello no la hallamos en el proceso previo de adhesión
a través de los acuerdos europeos que sí siguen, en cambio, los países de la Europa
central y balcánica.
315. De hecho, la única observación que hace la Comisión en su informe acerca
de Estonia es, precisamente, que este país debe acelerar su proceso de concesión de
derechos civiles a las minorías.
316. La isla de Malta, que había presentado su candidatura igualmente en 1990,
mantiene durante muchos años una actitud dubitativa en la que se sitúa al margen del
proceso integrador europeo por causas de política interna, hasta que vuelve a presen-
tar su candidatura en octubre de 1998, quedando asimilada al grupo de la «segunda
oleada» de candidatos.
317. Sobre los problemas de la nueva ampliación y de las nuevas fronteras de la
UE, especialmente en el Mediterráneo, véase E. Barbé y E. Johansson-Nogués, eds.,
Beyond Enlargement: The New Members and New Frontiers of the Enlarged Union,
Institut Universitari d’Estudis Europeus, Barcelona, 2003.
318. El problema de la financiación de la ampliación no ha podido resolverse de
modo convincente, dados los elevados costes del proceso y la falta de recursos pre-
vistos para el mismo, y ha sido uno de los mayores inconvenientes para la aceleración
de dicho proceso. Véase M. Salomón, «L’ampliació de la Unió Europea per al nou
mil·lenni», L’avenç, n.º 232, 2001, pp. 36-40.
319. Sobre las sensibilidades demostradas por Rusia respecto a esta ampliación,
véase F. Serra, «Las nuevas relaciones entre Rusia y la UE en vista de la ampliación
comunitaria», comunicación presentada en el III Encuentro Español de Estudios so-
bre la Europa Oriental, Universitat de València, 20 de noviembre de 2002.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 328
320. Sin embargo, las relaciones entre Rusia y los estados bálticos se han enca-
minando hacia una normalidad que obvia los problemas de ciudadanía. Véase A.
Moshes, Overcoming Unfriendly Stability: Russian-Latvian Relations at the End of
1990s, Programme on the Northern Dimensions of the CFSP, Ulkpolittinen instituut-
ti-Institüt für Europäische Politik, Helsinki, 1999.
321. Las presiones internacionales sobre Letonia y Estonia han logrado dismi-
nuir el problema de los apátridas y evitar esta condición, por ejemplo, a los niños na-
cidos después de agosto de 1991 (en el caso letón) o febrero de 1992 (en Estonia). De
todos modos, la situación sigue siendo crítica para cientos de miles de adultos.
322. Los porcentajes corresponden al total de la población de cada república, o
de la suma de las dos. En este contexto entendemos por «eslavos orientales» o, abusi-
vamente, «eslavos» a la suma de rusos, ucranianos y bielorrusos.
323. Cerca del 80 % de los que hemos cualificado como «eslavos orientales»
son rusos, como hemos visto en los gráficos anteriores, pero a ello hay que añadir que
cerca de la mitad de los ucranianos y bielorrusos que habitan en el báltico tienen el
ruso como lengua propia, según los censos citados; por otra parte, estos grupos esla-
vos han hecho causa común con los rusos en sus reivindicaciones culturales y políti-
cas en dichos países. Véase S. Arnswald y M. Jopp, The Implications of Baltic States’
EU Membership, op. cit.
324. Por supuesto, ello puede representar además una amenaza permanente a las
buenas relaciones entre Rusia y la Unión Europea, pendientes en buena medida de la
situación de este punto de solapamiento. Véase, en este sentido, S. Medvedev, Rus-
sia’s Futures. Implications for the EU, the North and the Baltic Region, Programme
on the Northern Dimensions of the CFSP, Ulkpolittinen instituutti-Institüt für Eu-
ropäische Politik, Helsinki, 2000.
325. La región de Kaliningrado tiene unos 17.500 km2 y cerca de 800.000 habi-
tantes. Se halla situada entre el mar Báltico, Polonia y Lituania y, por lo tanto, aisla-
da territorialmente del resto de Rusia. Perteneciente a Alemania hasta la segunda gue-
rra mundial (se trata de la antigua Königsberg, patria de Kant), su población rusa es
de reciente arraigo, atraída por unas instalaciones militares y portuarias hoy en decli-
ve. Su renta per cápita es un 35 % inferior a la media rusa, y el 30 % de la población
vive bajo el umbral de pobreza. Europol ha detectado un nivel alarmante de delin-
cuencia transfronteriza (tráfico de drogas y mujeres, inmigración ilegal, refugio de co-
ches robados, etc.) en la región. Véase M. Herrero de la Fuente, «El futuro de Kali-
ningrado ante la ampliación de la UE y la OTAN», comunicación presentada en el III
Encuentro Español de Estudios sobre la Europa Oriental, Universidad de Valencia, 20
de noviembre de 2002.
326. Los intereses rusos son vistos, a lo largo de esta fase, como incompatibles
con las tendencias a la consolidación de la hegemonía occidental. Ello lo ilustra per-
fectamente J. H Billington en «The West Stake in Russia’s Future», Orbis, vol. 41, n.º
4, otoño de 1997.
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 329
Notas 329
327. Debo señalar que en la identificación del nacionalismo ruso con la solida-
ridad religiosa intervienen factores a menudo ajenos no ya a la religión, sino a la sim-
ple solidaridad internacional y ahí se oculta una voluntad intervencionista clara y una
cosmogonía centrada exclusivamente en el pueblo ruso. Así lo entiende, por ejemplo,
E. Gellner: «Los eslavófilos eran, en un sentido y por decirlo de algún modo, ortodo-
xófilos y cierto elemento de esta actitud pervivió hasta bien entrada la década de
1990. Este elemento pudo apreciarse claramente en la actitud que mantuvo Rusia res-
pecto al conflicto yugoslavo, si bien debe añadirse que, en la nueva derecha rusa, exis-
te también otro segmento que halla el alma rusa no en la ortodoxia sino en el paga-
nismo eslavo» (Nacionalismo, Destino, Barcelona, 1998, p. 147).
328. Unión coyuntural que no dejó de producir resentimiento entre la población
albanokosovar. Para obtener una impresión cercana a los sentimientos de dicha po-
blación, véase el testimonio de I. Kadare et al., The Southern Balkans: perspectives
from the Region, Challiot Papers, n.º 46, Institute for Security Studies, abril de 2001.
329. Aparte de la actividad diplomática rusa y el posicionamiento conocido y lógi-
co de Belarús a favor de Yugoslavia, no se produce ningún otro movimiento de solidari-
dad con Milosevic que responda a las esperanzas rusas de crear una nueva área de in-
fluencia «antihegemónica» a su alrededor. Aunque es cierto que en estos países se activa
cierta movilización ciudadana proyugoslava, pesan más tanto en la clase política como
en la ciudadanía en general los vínculos con Occidente o los recelos hacia el expansio-
nismo ruso o yugoslavo, según el caso. Es sintomática, en cambio (aunque perfectamen-
te reducible al campo anecdótico) la decisión del Parlamento yugoslavo, durante el con-
flicto, de incorporarse al proyecto de unión política entre Rusia y Belarús, incorporación
rechazada más tarde por todas las partes involucradas. Véase N.-A. Arbatova, «The Bal-
kan’s test for Russia», en V. Baranovski, ed., Russia and Europe, op cit.
330. Durante la crisis de Kosovo hasta el 98 % de los rusos entrevistados se ma-
nifestaron contrarios a las acciones de la OTAN. En otro sondeo realizado algunos
meses más tarde, el 66 % de los entrevistados consideraban que la ampliación de la
OTAN era una amenaza contra Rusia (datos extraídos de la participación según P. Fel-
genhauer, analista de seguridad del Moscow Times y el diario Segodnya, en el semi-
nario New Challenges for European Security, convocado por la Fundació CIDOB en
Barcelona, en noviembre de 1999).
331. Como sucedió a principios de 2002, en que Tblisi permitió la llegada al
país de soldados estadounidenses para controlar el corredor de Pankisi, supuesto
santuario de los guerrilleros chechenos y posible nexo de conexión entre estos gue-
rrilleros y sus contactos islamistas internacionales. La presencia de estas tropas le-
vantó una polvareda de protestas en medios políticos rusos, finalmente acalladas
por el buen talante con que el presidente Putin aceptó a estos movimientos de tropas
estadounidenses en territorio de influencia tradicional rusa. Véanse, al respecto, M.
Chillaud e I. Facon, «Le rôle de la Russie dans la sécurité européenne», Le courrier
des pays de l’Est, n.º 1.025, mayo de 2002, pp. 31-38; J. M. Palacios y P. Arana,
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 330
Notas 331
Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 59, octubre/noviembre de 2002, pp. 201-
205, así como en Anuario CIDOB 2001, Barcelona, 2002, pp. 259-262.Véase, en la
página siguiente de esta tesis, sendos cuadros sobre el comercio ruso y su evolución y
sobre los intercambios comerciales entre la Federación Rusa y los países de la UE.
350. La cooperación económica entre Rusia y la UE levanta enormes expectati-
vas en los sectores políticos y económicos rusos, pero sería injusto no mencionar tam-
bién las susceptibilidades y resentimientos levantados por la relación con un socio
evidentemente más poderoso y que en gran medida hipoteca el desarrollo económico
y político del país. Ello se ve bien reflejado, por ejemplo, en V. Rizhkov, «Rusia ante
la UE: entre la admiración y la decepción» (en El País de 9/3/2002, p. 8), donde el
autor se lamenta de la incomprensión occidental hacia el sentimiento de frustración de
Rusia por el desencuentro consigo misma, así como de la desconfianza de los rusos
hacia un mecanismo político que no acaban de comprender.
351. En los eurobarómetros de este período únicamente Polonia, Hungría y la
República Checa reciben el beneplácito de una mayoría de los encuestados, mientras
que el resto de los países candidatos reciben más rechazos que apoyos. Véase
http://www.europa.eu.int/comm/public_opinion/.
352. Como refleja el análisis que hallamos en N. Malcolm, «The Common Eu-
rope Home and Soviet European Policy», International Affairs, vol. 65, n.º 4, 1989,
pp. 659-676, al considerar a Rusia como parte del área de ampliación europea a largo
plazo.
353. Resulta muy ilustrativo el lúcido análisis que hace V. Baranovski, en su ar-
tículo «Russia: a Part of Europe or Apart from Europe?», International Affairs, vol.
76, n.º 3, julio de 2000, pp. 443-458, en el que el autor resalta la necesidad estructu-
ral de una cooperación e imbricación institucional con Europa para que Rusia recupe-
re su propia identidad.
354. Esta visión condiciona, por supuesto, la propia evolución de las políticas de
Washington, que se ve obligado a actuar con una cautela especial en sus relaciones con
Rusia y sus vecinos inmediatos. Véase A. Chayes et al., «The Development of US Po-
licy Towards the Former Soviet Union», en A. Arbatov et al., op. cit.
355. La hostilidad contra las tropas rusas no había cesado tampoco en este pe-
ríodo. Véase A. Geibel, «Khattab’s audacious Raid (22 December 1997): Prelude to
the second Chechen War», Central Asian Survey, vol. 19, n.os 3-4, septiembre-di-
ciembre de 2000, pp. 341-349.
356. Por supuesto, las autoridades chechenas, desde la perspectiva de defensa de
sus propias instituciones, procuran la permanencia de cierta estabilidad en la región an-
tes de la intervención, suficiente cuando menos para no justificar la agresión del ejérci-
to. Véase A. Maskhadov, «Open Letter to the French Philosopher André Glucksman»,
Central Asian Survey, vol. 19, n.os 3-4, septiembre-diciembre de 2000, pp. 309-314.
357. El primero de estos atentados tuvo lugar en marzo de 1999 en Vladikav-
kaz, con el resultado de 50 muertos; el 31 de agosto estalló una bomba en un centro
RUSIA, LA OTRA POTENCIA … (4g) 21/7/10 08:41 Página 333
Notas 333
Notas 335
and Increasing Revenue: a Case Study of the Federal Tax Police Service of the Rus-
sian Federation 1992-1998», Europe-Asia studies, vol. 52, n.º 3, mayo de 2000, pp.
433-455.
375. De esta entente política encontramos un profundo e interesante análisis en
S. Kovalev, «La Rusia de Vladimir Putin», Política Exterior, n.º 74, marzo-abril de
2000, pp. 41-56, quien resalta el papel de Putin como superador de una fase de disen-
siones políticas en Rusia.
376. Normalmente se considera que los comunistas tocaron su techo electoral
con el amplio, pero aún minoritario, 40 % de los votos que obtuvo Ziugánov en las
elecciones presidenciales de junio de 1996, y Yeltsin no tuvo demasiadas dificultades
para asegurar la elección de su protegido V. Putin, a principios de 2000. Sin embargo,
no podemos olvidar las frecuentes alianzas que forman los comunistas y los diversos
frentes ultranacionalistas en la Duma, lo que obliga al Kremlin a adoptar una política
permanente de concesiones nacionalistas. Véase J.-R. Raviot, «Une nouvelle classe
politique en Russie?», Le courrier des pays de l’Est, n.º 1.015, mayo de 2001, pp. 25-
34; L. X. València i Montes, «Presidente y Parlamento en Rusia: un decenio de tensas
relaciones», Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 59, octubre/noviembre de
2002, pp. 33-52.
377. Durante días, el ejército y el gobierno no concedieron apenas ninguna infor-
mación sobre la catástrofe y sobre la identidad de su tripulación. Más tarde, las autorida-
des rusas se negaron a ceder información que hubiera sido valiosa a empresas y gobier-
nos occidentales para el salvamento del submarino, aduciendo el carácter restringido del
proyecto militar en que estaba inscrito el viaje del Kursk. Los familiares de los marinos
fallecidos se quejaron repetidas veces de las trabas puestas para obtener información de
los sucesos y, más tarde, para recuperar los cadáveres.
378. Sobre las catástrofes que pusieron a prueba los primeros meses de presi-
dencia de Putin, y su modo de enfrentarse a las mismas, véase M. McFaul, «Putin in
Power», Current History, vol. 99, n.º 639, octubre de 2000, pp. 307-314.
379. A fines de 2002 un comando guerrillero formado por unas cincuenta per-
sonas tomó el teatro de la moscovita calle Dubrovka con unos 800 rehenes en su inte-
rior, y colocó estratégicamente explosivos en el interior del edificio para hacer vero-
símil su amenaza de volarlo. Tras tres días de difícil negociación, Putin dio
instrucciones de tomar el teatro por la fuerza. El dispositivo, a manos de cuerpos es-
peciales del ejército, consistió en introducir una sustancia anestesiante en el edificio
para poder asaltarlo sin que los guerrilleros pudieran reaccionar. Los efectos del gas
inoculado, cuya fórmula ni antídoto fueron facilitados por el gobierno, y los métodos
expeditivos de la operación que aniquilaron in situ a los guerrilleros, causaron cerca
de 120 muertos, mayoritariamente rehenes.
380. Una de las primeras tareas de Putin al llegar a la presidencia fue asegurar-
se el apoyo de la prensa, empezando por las televisiones. En la purga de los oligarcas
que tanto apoyo le granjeó los primeros días de su mandato, Putin se desembarazó en
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Notas 337
primer lugar de los grandes empresarios mediáticos y puso bajo su control a las gran-
des cadenas televisivas ORT y NTV. A lo largo de los siguientes años fue aumentan-
do su control hacia la prensa escrita y los medios regionales. Véanse L. S. Wolosky,
op. cit.; A. Sánchez Andrés, «Presidencia de Vladimir Putin», Política Exterior, vol.
XV, n.º 83, septiembre/octubre de 2001, pp. 22-30; así como L. Rucker, «Russie 2000-
2001: une nouvelle équation à plusieurs inconnues», Le courier des pays de l’Est, n.º
1.020, noviembre-diciembre de 2001, pp. 111-146.
381. En abril de 2000 un grupo de 21 intelectuales rusos de renombre interna-
cional, encabezados por el cineasta N. Mijailkov, el pianista N. Petro y el violinista
Yu. Bashmiot, presentaron una declaración de apoyo a la presidencia rusa y a las ope-
raciones «antiterroristas» en Chechenia, con un claro mensaje antioccidental. Véase
R. Poch, «Intelectuales rusos declaran su apoyo a la “operación antiterrorista” en Che-
chenia», La Vanguardia, 5 de abril de 2000.
382. Con relación al mensaje tranquilizador de Putin a la sociedad rusa y, muy
especialmente, a la clase empresarial, véase A. Sánchez Andrés, «Presidencia de Vla-
dimir Putin», op. cit., así como J. R. Raviot, J. «Le triomphe de l’ordre établi», Le
courrier des pays de l’Est, n.º 1.004, abril de 2000, pp. 4-26.
383. Antes de abandonar la presidencia, B. Yeltsin consigue un compromiso por
parte de Putin de inmunidad judicial para él y sus allegados más cercanos acerca sus
responsabilidades en los largos años de gobierno y los alegatos interpuestos contra él.
Véase L. S. Wolosky, op. cit.
384. Es significativo al respecto el apoyo decidido que recibe Putin de los sec-
tores neoeurasianistas, que ven en su política de acercamiento a Asia un guiño a sus
teorías. Véase Yu. Yasmann, op. cit., así como la página web http://www.dugin.ru:-
8101/EURASIA/manifest.htm.
385. Sobre las posiciones a menudo contradictorias de la sociedad rusa frente a
la presidencia de Putin, véase C. Claudín, «La sociedad de Rusia: entre el cambio y la
continuidad», Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 59, octubre/noviembre de
2002, pp. 7-12.
386. Es significativo que Putin, para celebrar su elección presidencial, en febre-
ro de 2000, lo exteriorizase disparando tres misiles, en un gesto que fue interpretado
en Rusia como de afirmación y advertencia cara al exterior. Observadores como Ro-
mero Aznar, op. cit., señalan la importancia simbólica que tuvo este gesto en los sec-
tores populares más resentidos respecto a la pérdida de peso de Rusia en la esfera in-
ternacional, y que siguen confiando en la regeneración de la potencia rusa por vía de
su industria militar.
387. No tan sorprendente si tenemos en cuenta las declaraciones similares reali-
zadas por Yeltsin ocho años atrás. Sin embargo, ayudan a entender este gesto las pun-
tualizaciones realizadas por Leónid Iváshov, jefe del Departamento Internacional del
Ministerio ruso de Defensa, a la prensa española, al afirmar que hay que tomar esta
posibilidad «sólo de forma hipotética. Y sería en otra OTAN, no en un bloque militar
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Notas 339
394. Véase M. Chillaud e I. Facon, «Le rôle de la Russie dans la sécurité euro-
péenne», Le courrier des pays de l’Est, n.º 1.025, mayo de 2002, pp. 31-38; V. Bara-
novski, «11 septembre: une vision russe», Politique étrangère, n.º 1, enero-marzo de
2002, pp. 9-20.
395. Ya se había percibido una sintonía entre Moscú y Washington sobre la
cuestión chechena antes del 11 de septiembre, como se analiza en J. Radvanyi, «Con-
flits caucasiens et bras de fer russo-américain», Le Monde Diplomatique, n.º 559, oc-
tubre de 2000, pp. 18-19.
396. Véase F. Serra, «El Consejo OTAN-Rusia, ¿inicio de una nueva etapa en las
relaciones Este-Oeste?», Revista Española de Derecho Internacional, enero de 2003.
397. El problema de estos misiles ya era percibido desde tiempo atrás por ambas
parte (véanse, por ejemplo, A. Pikayev et al., Russia, the US and the Missile Techno-
logy Control Regime, Adelphi Paper, n.º 317, International Institute for Strategic Stu-
dies, Oxford University Press, Nueva York, 1998; o J. Mendelsohn, «America, Russia
and the Future of Arms Control», Current History, vol. 100, n.º 648, octubre de 2001,
pp. 323-329), de modo que en realidad podemos hablar del aprovechamiento de una
circunstancia perentoria por ambas partes para realizar un paso deseado e incluso ne-
cesario pero que las presiones sociales y políticas habituales impedían.
398. Véanse al respecto D. F. Lyndelle y A. Sergounin, Are Borders Barriers?
EU Enlargement and the Russian Region of Kaliningrad, op. cit.; V. Lamande y E.
Lefebvre, «Un nouveau mur pour Kaliningrad», Le courrier des pays de l’Est, n.º
1.025, mayo de 2002, pp. 39-49.
399. Véase http://www.europa.eu.int/comm/external_relations/north_dim/
news/patten/ip02_201.htm.
400. Véase http://www.europa.eu.int/comm/external_relations/north_dim/
news/ip02_721.htm.
401. Sobre la evolución de la economía rusa en este período, véanse J. R. Mi-
llar, «Can Putin Jump-start Russia’s stalled Economy?», Current History, vol. 99,
n.º 639, octubre de 2000, pp. 329-333; y del mismo autor, «The Russian Economy:
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me étape de la transition», Le courrier des pays de l’Est, n.º 1.015, mayo de 2001,
pp. 35-50.
402. La estrategia común sobre Rusia no parece haber encontrado un campo ex-
plícito de aplicación o, por lo menos, no ha hallado un modo de coexistir adecuada-
mente con el Acuerdo de Colaboración y Cooperación de 1994 y superarlo. Véanse,
sobre la estrategia común, Yu. Borko, «The European Union’s Common Strategy on
Russia: A Russian View», op. cit., pp. 117-143; S. de Spiegeleire, «Towards a Genui-
nely Common EU Strategy on Russia», op. cit.; S. de Spiegeleire, «The Implementa-
tion of the EU’s Common Strategy on Russia», op. cit.
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