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Semana 7: ¿Por dónde comienzo?

“Es más fácil escribir diez volúmenes de principios filosóficos que poner en práctica uno
solo de sus principios”
Tolstoi
Objetivo de aprendizaje:
- Reconoce las virtudes cardinales como articuladoras de la excelencia humana.
- Identifica la virtud de la prudencia para saber hacer bien el bien.
- Reconoce la virtud de la templanza como la virtud de adquirir el dominio de sí mismo.
Conceptos clave: Virtud – Prudencia- Templanza.

1. Las virtudes cardinales. La excelencia al alcance de todos.

La semana anterior estudiamos cuáles son los componentes de la personalidad y cómo


se cultiva un buen carácter. Ya dijimos que el verdadero desafío de la personalidad no está
en el temperamento (involuntario e innato), sino en la formación de nuestro carácter
(voluntario y libre) mediante la práctica de las virtudes. La felicidad o plenitud se logra
ejerciendo bien la libertad, es decir, practicando las virtudes.
Hay diferentes tipos de virtudes, un grupo son las cardinales y otras son las
teologales. En esta ocasión nos detendremos en el estudio de las cardinales, pues son propias
de este curso. Las virtudes cardinales son naturales, esto significa que tenemos las
capacidades (inteligencia, voluntad y libertad) para adquirirlas, sin embargo, para hacerlas
“realidad” se requiere practicarlas. Distintas, por ejemplo, son las virtudes teologales, pues
pertenecen a un ámbito sobrenatural: la fe, la esperanza y la caridad. Son un regalo de Dios
que el hombre puede acoger y practicar libremente. Las virtudes teologales serán parte del
curso de Formación Cristiana.
Volvamos a las virtudes cardinales o fundamentales. Se llaman cardinales porque son
el quicio (cardo, en latín) sobre el cual gira toda la vida moral del hombre, cumplen la misma
función de un gozne o bisagra de una puerta en la cual ésta se apoya. Se les llama también
fundamentales, pues en ellas se realizan perfectamente los cuatro modos generales del actuar
humano: la determinación práctica del bien (prudencia); su realización en la sociedad
(justicia); la firmeza para defenderlo o conquistarlo (fortaleza); y la moderación para no

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confundirlo con el placer (templanza)1. Las virtudes cardinales o fundamentales son
entonces: la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia. Las tres primeras son virtudes
individuales, pero que de todos modos repercuten en las demás personas. En tanto, la virtud
de la justicia es una virtud eminentemente social, ya que se relaciona directamente con los
demás. No hay que olvidar que las virtudes son hábitos, en ese sentido, no basta con hacer
una acción aislada o esporádica, sino que requiere una práctica constante y que, en todos los
casos, son acciones conforme a la recta razón2. La recta razón es el dictamen obtenido cuando
la razón procede de modo correcto, sin error de razonamiento. Comencemos el estudio de las
virtudes. En esta semana veremos la prudencia y la fortaleza.

2. Hacer bien lo que se ha de hacer. La prudencia.

Bien sabemos que no basta con tener la intención de querer obrar bien, sino que hay
que saber y aprender a hacerlo3. Probablemente más de alguna vez habrás estado en
problemas por no haber pensado antes de actuar o por haber elegido un camino equivocado
para realizar una acción. Ya estarás recordando alguna acción de la que seguramente estás
arrepentido y que ciertamente no la volverías a hacer. Supongamos que estás ante una
situación en que se está faltando a la verdad y te corresponde aclarar las cosas. Ciertamente,
no bastará con que digas la verdad, sino que te convendrá evaluar muy bien cómo decirla, en
qué momento y circunstancia: el no y el sí son breves de decir, pero a veces se debe pensar
mucho para saber cómo decirlos4. En otras palabras, para poder decidir bien, se hace
fundamental ser una persona prudente, vale decir, que tenga en cuenta la situación concreta
y todas las circunstancias5 y sea capaz de deliberar rectamente sobre lo que es bueno6. Es una
virtud que se requiere no solo para situaciones particulares, sino para toda la vida en general7.
La virtud de la prudencia es la que facilita una reflexión adecuada antes de enjuiciar cada
situación y, en consecuencia, tomar una decisión acertada de acuerdo con criterios que

1
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 71.
2
Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, II, 6, 1106 b 36.
3
Cfr. lbídem, Ética General, Eunsa, Navarra, p. 273.
4
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 74
5
Cfr. Ibídem., p. 239
6
Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1140a 25.
7
Cfr. Aristóteles, 1140a 30.

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entrega la recta razón ¿Qué significa deliberar? Consiste en analizar las distintas alternativas
antes de decidir; y luego la inteligencia práctica ilumina la voluntad para elegir el mejor
camino8.

En efecto, la prudencia es un modo de ser racional y práctico, respecto de lo que es


malo y bueno. Nos ayuda a establecer un “puente” adecuado entre lo teórico y lo práctico.
Es decir, es una virtud especial, pues pertenece a la inteligencia y a la voluntad9. La prudencia
se denomina como inteligencia práctica. Si la inteligencia tiene como finalidad desvelar la
verdad de las cosas, que sea práctica implica que esa verdad ahora se realiza en la acción
misma del ser humano. La prudencia te hace capaz de repensar acciones realizadas en el
pasado con el fin de sacar provecho de las situaciones vividas; también te ayudará a analizar
el presente; y además proyectar el futuro anticipándote a ciertos hechos que puedan ocurrir
si es que tomas una u otra decisión. La prudencia se dice que perfecciona el acto del
entendimiento práctico. Esto quiere decir que te hace saber cómo actuar: aquí, ahora, en lo
concreto. En este sentido, el sabio no es el que tiene más información o sabe mucho sobre el
mundo o la historia, sino el que sabe hacer bien el bien.

La persona prudente es la persona que ha adquirido habitualmente la capacidad de


discernir los modos y medios adecuados para realizar un acto, conforme a la verdad. Ya te
estarás dando cuenta, con todo lo que hemos dicho, de que la prudencia tiene un papel
primordial en nuestras vidas y no por nada ha llegado a ser denominada como la “madre” de
todas las virtudes. Si la prudencia nos permite saber cómo hacer el bien, eso significa que
nos ayudará a saber cómo ser fuertes, templados y justos. Las tres [virtudes] son mediante la
prudencia10. Así, la virtud de la prudencia nos permite “hacer vida” las demás virtudes.

8
Para profundizar en el proceso de deliberación, consultar clase de la semana 6 del curso de Antropología.
9
Para profundizar respecto a las Facultades humanas, consultar la clase de la semana 6 de Antropología.
10
Cfr. Josef Pieper, Las virtudes fundamentales, Rialp, 1988, p. 194

3
3. El dominio de sí mismo. La templanza.

Tal como lo estudiamos en Antropología, el hombre es una unidad de cuerpo y de


espíritu11. En este sentido, el hombre, por su naturaleza, piensa y siente; razona y busca lo
que desea. No existen personas que no estimen los placeres, porque tal insensibilidad no es
humana12. Ciertamente sentir placer por algunas cosas no es en sí mismo malo. Pero tampoco
podríamos decir que es bueno en sí mismo, pues vemos con frecuencia cómo la búsqueda
desenfrenada del placer lleva a las personas a una verdadera esclavitud.
La vida buena es la vida virtuosa. Controlar u ordenar los placeres no significa dejar
de sentirlos, sino que deben ser mediados por la razón, de tal manera de hacer las cosas con
placer y no por placer. Ya que, lo propiamente humano es buscar la verdad y conducir nuestra
vida por medio de la razón para lograr una vida buena: “sería absurdo no elegir la vida de
uno mismo”13. El hedonismo (del griego hedoné que signifca placer) es precisamente lo
contrario: hacer todo por el placer, es decir, “la buena vida y la poca vergüenza”, dice el
dicho popular. En algunos casos tenemos que luchar por un bien que no es placentero, por
ejemplo el esfuerzo en los estudios o en el trabajo; pero también es verdad que hay placeres
que no necesariamente se identifican con el bien, por ejemplo la pornografía. Luego, el placer
no es el fin del ser humano, incluso siendo natural sentir el gusto por algunas cosas. Con todo
lo anteriormente señalado, podemos decir entonces, que la templanza es un hábito que
permite moderar y ordenar los placeres por medio de acciones repetidas en el tiempo. De esta
manera vamos conduciendo nuestra vida a una vida buena.
Educar el placer es propiamente humano. Tal como lo estudiamos en Antropología,
educar los sentimientos no es reprimirlos, sino dirigirlos ordenadamente, por medio de la
razón hacia objetos adecuados14. Ser virtuosos implica educar las pasiones y los placeres
mediante acciones repetidas en el tiempo (hábitos). Si comparamos, por ejemplo, a una
persona que vive sólo para los placeres de la comida o de las bebidas alcohólicas con una

11
Para mayor profundidad en este tema se puede revisar la clase de las semanas 2 y 3 del curso de
Antropología.
12
José Ramón Ayllón, Ética Razonada, p. 75
13
Aristóteles, Ética a Nicómaco, X, 7, 1178 a 4.
14
Curso de Antropología, Duoc UC 2016, semana 4.

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persona que ha adquirido la templanza, ciertamente la primera se convierte en un esclavo de
sus propios deseos, mientras que la segunda es libre.
El autoconocimiento es el primer paso para practicar la virtud de la templanza, y el
dominio de uno mismo es fruto del esfuerzo de una persona templada. Hemos visto, entonces,
la necesidad de integrar inteligentemente esos dos elementos que conforman nuestra
naturaleza humana: el placer y la razón. Todos sabemos qué cosas son las que nos producen
más placer, por tanto en éstas conviene poner más atención, pues podría ser que el placer nos
termine conduciendo nuestra voluntad si es que no practicamos la virtud de la templanza, por
ejemplo, en el uso desmedido del celular o de alguna bebida alcohólica.
Cabe destacar que, una vida virtuosa no está acompañada solo de disgustos y
sufrimientos. A medida en que se van adquiriendo las virtudes, la acción se acompaña
paulatinamente de más placer; es el placer profundo y estable que otorga el trabajo serio y
esforzado, el ponerse metas e ir lográndolas, en definitiva, el placer de tener una vida lograda
y plena. Cuando se adquiere la virtud la acción es fácil, rápida y agradable. Por ejemplo,
cuando uno tiene que reconocer un error por primera vez (honestidad), puede ser difícil,
vergonzoso, etc. La persona honesta, es la que dice la verdad casi espontáneamente, no tiene
que deliberar tanto, se siente bien diciendo la verdad y tiene cargo de conciencia al mentir.
Señalamos que la virtud más importante es precisamente la prudencia; en efecto, no puede
haber templanza si no hay prudencia, pues ésta nos permite saber cómo ser templados en una
situación particular. No basta con saber qué es la templanza, sino que es necesario saber cómo
serlo en “esta” circunstancia particular: ello es lo que posibilita la virtud de la prudencia.
En suma, la virtud de la templanza unida a la prudencia nos permite hacer las cosas
con placer y no por placer; conducir u controlar nuestros impulsos y dirigirlos al bien.
Resumamos lo visto en esta clase. Vemos la importancia de las virtudes cardinales,
pues nos permiten ir formando nuestro modo de ser para lograr la felicidad. La prudencia nos
permite establecer un puente entre lo teórico y lo práctico, nos permite establecer los medios
para practicar las demás virtudes. La templanza nos permite ir moderando y controlando el
placer, así también diferenciar el bien del placer. Además, la prudencia es considerada la
“madre” de todas las virtudes, la que nos permite saber cómo vivirlas en el momento que
corresponde, incluyendo la de la templanza.

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