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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS.

Ensayo final

¿Qué hacemos
con la “a”?
Aproximaciones al sujeto político del feminismo.

Perspectivas feministas de la filosofía práctica


Sofía B Lamarca
40867010
sofiablamarca@gmail.com
2° Cuatrimestre 2018
¿Qué hacemos con la a?: aproximaciones al sujeto político del feminismo.

La pregunta por el sujeto o lxs sujetxs protagonistas en la militancia y teorización


feminista es una problematización fundamental al interior de los movimientos, ya sea
desde una crítica a las políticas de representación y su efectividad, como desde una
defensa de las estrategias identitarias. Ante una praxis en constante agitación y unas
categorías teóricas incapaces de dar cuenta y cuestionar aquello que acontece de manera
estrepitosa por fuera de la academia, es necesario repensar los interrogantes que se
plantean desde la construcción del conocimiento y desde qué conceptualizaciones se
responde. A partir de aquí, y entendiendo que el feminismo clásico, en tanto movimiento
teórico, epistemológico y político surge como respuesta a los modos de la opresión
patriarcal y el pensamiento androcéntrico que la sostiene, propongo que la pregunta que
se lleve adelante en este trabajo sea, ya no quién es el sujeto del feminismo, sino quién
necesita del feminismo para llevar adelante una vida más vivible.
Ahora bien, teniendo en cuenta que a lo largo de este escrito trabajaré con teorías
desarrolladas en y a partir del norte global, creo necesario reflexionar sobre el
posicionamiento que llevaré adelante y la construcción de mi lugar de enunciación. En
este punto, y considerándolo como una problematización inicial, es útil el concepto de
conocimiento situado acuñado por Donna Haraway (1991). Para definirlo, afirma que “los
conocimientos situados son siempre conocimientos marcados. Son nuevas marcas,
nuevas orientaciones de los grandes mapas que globalizaban el cuerpo heterogéneo del
mundo en la historia del capitalismo y del colonialismo masculinos” (189). En esta cita,
la autora destaca el cuerpo heterogéneo sobre el cual se construye el conocimiento y pone
en escena la falsa neutralidad de la Humanidad masculina. Considera que el pensamiento
se elabora desde una perspectiva que sitúa al varón blanco y propietario como el faro en
el que se centra toda construcción del saber. Aquí, también piensa en el carácter colonial
y capitalista que posee este universal, porque no todos los varones son hegemónicos, y es
por eso que raza y clase también entran en la ecuación para la configuración del sujeto
universal. De este modo, para la autora es apremiante hacer ostensible la huella del sujeto
en el mismo conocimiento. Situar el conocimiento que se construye no es sólo dar cuenta
del punto de vista desde el que se parte ni tampoco aboga por el relativismo, sino que se
propone construir una objetividad encarnada para construir saberes y generar teorías que
den cuenta de las experiencias y las corporalidades puestas en juego en la construcción
epistemológica. Si bien las teóricas feministas están escribiendo desde ese lugar

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subyugado y he ahí la potencialidad de su aparición dentro del marco de las ciencias, creo
necesario, como afirma la misma Haraway, problematizar ese lugar para pensar desde
otras subrogaciones y en tanto, otros dispositivos de funcionamiento. Mi pregunta, en este
punto, es si es útil una lectura y reapropiación de la teoría centrada en el norte global para
pensar las prácticas latinoamericanas sin una reflexión previa sobre el anclaje de estos
pensamientos. Creo posible, a partir de aquí, postular la necesidad de situar la teoría con
la que trabajamos, y atrevernos a generar nuestros propios acercamientos a la
construcción de un conocimiento situado en las experiencias, identidades y
corporalidades desde nuestro propio lugar de enunciación. De este modo, desde la mirada
de Haraway, se nos propone una generación de teoría en constante problematización,
“contra la visión desde arriba, de ninguna parte, desde la simpleza” (335) Postular esta
necesidad de localización y posicionamiento en la epistemología y poner de manifiesto
las diferencias entre la academia latinoamericana y las del norte global y su relación con
la praxis, no significa no atender a los aportes fundamentales de la teoría con la que
trabajamos.
Para avanzar con la problematización del sujeto o sujetxs políticos del feminismo,
considero fundamental partir desde el aporte central del feminismo clásico como teoría
en la segunda mitad del siglo XX. La potencialidad del sexo como una categoría de
análisis político, tan productiva como la clase en la teoría marxista, fue un hallazgo central
para el movimiento feminista. Así también, la distinción entre sexo y género resultó
revolucionaria, fundante y paradigmática para el pensamiento, al menos del norte global.
Para Kate Millet (1995), teórica del feminismo clásico, la dominación patriarcal tiene
como principio fundamental “el macho ha de dominar a la hembra” (70) La opresión se
sustenta en los datos biológicos que fundamentan una socialización determinada y así el
macho será varón, la hembra será mujer. De esta manera, entender al cuerpo y a la
diferencia sexual como la base de la opresión y fundamento del sistema patriarcal fueron
los lineamientos para la colectivización teórica y política para la lucha contra la opresión:
las mujeres luchaban por las mujeres. La mujer biológica, entonces, en tanto sujeto de la
opresión debía ser quién luchara por la emancipación de ella y quienes compartan el yugo
de la dominación patriarcal. Ahora bien, esta concepción de la Mujer- con mayúsculas-
como sujeto político del feminismo es problemática desde varios aspectos. En principio,
la categoría mujer construida por las feministas clásicas es cuestionable en tanto incluye
a una porción pequeña de ellas, dejando por fuera de la colectivización a subjetividades
no marcadas ni identificadas con la universalización mujer: mujeres negras, de

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comunidades originarias, lesbianas, migrantes, pobres, no universitarias. El desarrollo de
una teoría de la emancipación para la mujer se universalizó de manera similar al
conocimiento androcéntrico que oportunamente criticaba. Por otro lado, si bien la
distinción sexo/género fue revolucionaria paradigmáticamente, el anclaje en el sexo para
la construcción de la identidad oprimida, deja afuera a otras identidades feminizadas.
Considerar “machos humanos” y en tanto opresores a subjetividades enunciadas y
autopercibidas como femeninas no es sólo de una violencia extrema, reproductora de la
opresión combatida, sino también que vuelve a la organización esencialista y en tanto
excluyente. La crítica al feminismo clásico no es sólo por el carácter esencialista de su
agenda teórico-política, sino también por el uso de las mismas categorías denunciadas
como opresivas para salir de esa opresión. Esto no quiere decir que las identidades no
sean útiles, pero la reafirmación biológica es problemática no solo para colectivizar con
otras formas del ser mujer, sino para desmontar los mecanismos simbólicos y
epistemológicos de la dominación. La pregunta sería, entonces, ¿sólo necesitan del
feminismo quiénes nacieron con una biología por la que se les asignó un papel,
estereotipos y posición sexual?
Lo que propongo pensar desde las críticas lanzadas contra el feminismo clásico
es que si la opresión patriarcal tiene que ver con la dominación de las masculinidades
hegemónicas y la invisibilización epistemológica, no es efectivo teórica ni prácticamente
seguir reproduciendo jerarquizaciones ni hegemonías desde las corrientes de
emancipación. A partir de aquí, es necesario pensar qué tipos de sujetos necesitan de la
política emancipadora del feminismo y es por eso que propongo la puesta en escena de
teóricas que problematizan la heterosexualidad. Gayle Rubin (1986) perteneciente a una
corriente similar, al encontrar el origen de la opresión en los sistemas de parentesco
mediante el tabú del incesto y la homosexualidad, propone la existencia de una
dominación múltiple, entendida desde la obligación productiva y reproductiva. Si bien
esta problematización sobre el usufructo del cuerpo de las mujeres ya estaba en Millet, lo
que Rubin propone es una reflexión sobre la penalización doble que recae sobre las
mujeres que se escapan del tráfico fundante de los sistemas económicos. Las mujeres que
no se relacionan sexual ni reproductivamente con varones, quedan por fuera del tráfico y
le significan al sistema una pérdida doble, ya que son dos las mujeres que deben ser
reemplazadas por otras, para que el sistema funciona. Las mujeres no heterosexuales
también necesitan del feminismo. Tal vez la discusión sobre la inclusión de las lesbianas
y sus reivindicaciones políticas parezca una problemática zanjada en la actualidad, pero

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la teorización y la acción política sobre y de las lesbianas fue un hallazgo como respuesta
al feminismo radical. Wittig, al desnaturalizar la categoría de sexo y quitarle el
protagonismo como fundamento de la dominación patriarcal, encuentra en el contrato
heterosexual la base de la sociedad en tanto opresiva. De este modo, cuestiona que la
categoría de sexo biológico sea algo dado, natural. Así, afirma que “no hay ser-mujer ni
ser hombre. ‘Hombre’ y ‘Mujer’ son conceptos políticos de oposición” (53) Si la mujer
es una categoría política oprimida que se construye, entonces, a través de su relación con
los varones, aquellas mujeres que puedan salirse de las lógicas de la dominación sexual
masculina no son mujeres. Es por eso que Wittig afirma que la lesbiana no es mujer, y la
considera el sujeto con la potencia emancipadora, la desertora y fugitiva del contrato
sexual heterosexual. Ahora bien, más allá de las discusiones acerca de si las lesbianas son
realmente la potencia emancipadora, si todas deberían ser quiénes encarnen la revolución
y si realmente escapan a las formas del contrato social, el pensamiento de Wittig es útil
para poner en duda la biología como fundacional del género, y es a partir de allí que es
posible complejizar lo que entendemos por mujeres.
En este sentido, no sería efectivo reducir el feminismo sólo a quienes conciben
como el sujeto correcto quienes comienzan elaborar las teorías al respecto. No sólo las
mujeres blancas, heterosexuales y universitarias necesitan del feminismo para la
emancipación. Considero que la lectura que realiza Virginia Cano (2015) sobre Wittig
problematiza estos interrogantes, no sólo por su lugar de enunciación desde la academia
y la militancia argentina, sino porque propone una “reapropiación más que viable de todas
aquellas subjetividades (monstruosas) que genera el pacto social. Reivindicar la voz de
estas posiciones de enunciación implica abogar por una ética de lucha y libertaria” (74)
Lo que me interesa de esta afirmación, y lo que intento sostener desde el comienzo de
este trabajo, es la posibilidad de hacer de la teoría una herramienta para pensar las
opresiones sufridas por subjetividades que viven por fuera de lo que el pacto considera
normal. En tanto sujetos con el privilegio de hacer teoría desde la universidad, pero
también con el cuerpo en juego y disputando el espacio de lo público, nuestra tarea
debería ser la de cuestionar las herramientas dadas y resignificar cada una de ellas para el
pensamiento y la praxis situada. Cano realiza esta operación, y también piensa en la
desnaturalización del sexo como una ampliación del espectro de subjetividades que
pueden llevar adelante el feminismo, y desde la perspectiva de este trabajo, que necesitan
del feminismo.

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La teórica Judith Butler (2018) a partir de su crítica al feminismo clásico y al de
la diferencia problematiza la construcción del sujeto político del feminismo como único,
universalista y excluyente. En El género en disputa, plantea la búsqueda afanosa del
feminismo de un sujeto estable y coherente a partir del que se encuentra una
homogeneización de los atributivos asignados a los géneros. En este punto es interesante
lo que postula sobre la categoría de sexo. Como Wittig, desnaturaliza el dato biológico a
partir de desdeñar la naturaleza como modo de comprensión del mundo y apuntar al
conocimiento humano como mediador de los “datos” aparentemente dados por la
naturaleza. Si el género es impuesto pasivamente a determinados cuerpos sexuales y esa
socialización a través de la cultura es insoslayable, entonces “en tal caso, la cultura y no
la biología se convierten en destino” (Butler, 2018: 37) Este ataque a la categoría de
género es necesario para pensar su crítica respecto a la manera de la colectivización para
la acción política. En este sentido, la teórica considera que la representación para la
emancipación se desarrolla en los mismos términos de la opresión. La irrupción de Butler
es desestabilizadora y compleja de asimilar en pos de la acción política colectiva. La
proliferación de los géneros y sus modos es legítima en tanto individualidades y su propia
performatividad, pero no es una estrategia política ni para la emancipación ni para el
reconocimiento colectivo o la alianza entre pares.
Pero a partir de todas estas problematizaciones, ¿cómo seguimos? Si la crítica de
Judith Butler debe ser tenida en cuenta para cuestionar nuestras propias prácticas en tanto
se vuelven esencialistas y generan nuevas dimensiones de poder entre las oprimidas, es
necesario repensar incluso nuestra manera de enunciarnos cuando nos enunciamos
feministas. Considero fundamental, a partir de la defensa teórica y práctica de la corriente,
dar cuenta de las subjetividades que hoy están produciendo y militando desde y para el
feminismo. Es decir, mirar hacia el costado y ver a nuestrxs compañerxs en la academia
y en la calle. Esa mirada hacia las subjetividades que producen para y en el feminismo
porque lo necesitan también invita a reflexionar acerca de la enunciación sobre la que
construimos ese feminismo. Si dar cuenta del sujeto femenino fue una batalla
epistemológica y política, si la construcción del nosotras fue una conquista de
colectivización, pero también en contra de la invisibilización reinante, ¿hay que
conservarla? ¿hay que resignificarla? La enunciación en femenino es (¿o fue?) una
herramienta política y teórica poderosa, pero ¿a costa de quién? Mi pregunta, entonces,
es qué hacemos con la a. ¿El feminismo es sólo de las mujeres, en sus múltiples
diferencias? ¿Sólo para las personas trans que se identifican en femenino? ¿De nosotras,

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para nosotras? O ¿de nosotres, para nosotres? Tal vez la resistencia a la re-nominalización
sea por el respeto al camino recorrido o la nostalgia de una construcción poderosa pero
excluyente. Es en estas preguntas que se pone en juego nuestro posicionamiento, desde
qué opresiones partimos y hacia qué opresiones nos dirigimos. Reconocernos como
sujetxs que necesitan del feminismo no debería eclipsar la posibilidad de hacernos cargo
de nuestros privilegios ante y sobre otrxs. El miedo a dar cuenta de los privilegios solo
entorpece la búsqueda teórica de nuevas categorías para comprender, por un lado, y
emancipar por otro la realidad en que estamos inmersxs. El feminismo es necesario para
quienes vean su vida en peligro por las lógicas patriarcales, aunque sea nuestra tarea
redefinir esa opresión, cuestionarla y problematizarla. La tarea de la academia es la de
construir nuevas epistemologías emancipatorias que sean capaces, en términos de Audre
Lorde (1984), de desmantelar la casa del amo. Si el amo es el gran varón universal, desde
la a, o desde la e, o desde la x, es necesario poner a discutir a las categorías que poseemos
como herramientas. Es imperiosa la construcción teórica de nuevas categorías a través de
las cuales comprender la realidad y emanciparla, aunque nos incomode no tener en claro
qué hacer con la A.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Butler, J. (2018) El género en disputa. Buenos Aires: Paidós.
Cano, V. (2015) Ética tortillera. Ensayos en torno al ethos y la lengua de las amantes.
Buenos Aires: Madreselva.
Haraway, D, J. (1991) Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza.
Madrid: Cátedra.
Lorde, A. (1984) La hermana, la extranjera. Recuperado de
https://glefas.org/download/biblioteca/feminismo-antirracismo/Audre-Lorde.-
La-hermana-la-extranjera.pdf
Millet, K. (1995) Política sexual. Madrid: Ediciones Cátedra.
Rubin, G. (1986) “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo” en
Nueva Antropología. Vol. VIII. Núm 30. Pp.95-145
Wittig, M. (1992) El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Madrid: Editorial Egales.

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