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Las obras de El Greco no se produjeron de ningún modo en conflicto con la Iglesia católica;
por lo tanto no nos puede sorprender que fueran precisamente él y su hijo quienes, en la
Archidiócesis de Toledo, recibieran el encargo de supervisar que en las iglesias parroquiales
el programa iconográfico fuera correcto, es decir ortodoxo, lo cual dio a su taller en varias
ocasiones la posibilidad de conseguir encargos lucrativos.
Del primer campo se pueden clarificar sus santos arrepentidos, de medio cuerpo, como
revolucionarios y pioneros para el arte barroco. El Greco aísla y monumentaliza aquí
figuras individuales, con lo que las transforma en interlocutores emocionales de los
creyentes. Un especial éxito tuvo la Magdalena penitente [1], que purifica en España de los
rasgos eróticos tomados de Tiziano [2], así como Las lágrimas de San Pedro [3]. Sus ojos
humedecidos por las lágrimas mirando al cielo se convertirán más tarde en la seña de
identidad del pintor barroco Guido Reni, pero en el Greco están ya prefigurados.
Una amplia demanda experimentó también el San Francisco [4], que El Greco ya no
representa en el momento de la estigmatización, es decir recibiendo milagrosamente las
llagas de Cristo, como era usual hasta entonces, sino reflexionando sobre una calavera.
Poco antes d epintar este cuadro, el Cardenal Cesare Baronius –de común acuerdo con el
papa Sixto X– había obtenido el reconocimiento de la estigmatización para la biografía
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Capítulo 6 de El Greco, publicado por la editorial Taschen, Chile, 2011.
oficial; el fundador de los jesuitas, San Ignacio de Loyola, había recomendado en sus
Ejercicios Espirituales emplear una calavera para la meditación.
Otro tema iconográfico que permitía dirigirse directa y emocionalmente al creyente católico
son los “apostolados”, que El Greco representa con unos gestos extraordinariamente vivos,
por ejemplo el San Lucas [5] del ciclo realizado par la catedral de Toledo, o el San
Bartolomé [6] de una serie inacabada que se conserva actualmente en la Casa y Museo de
El Greco en Toledo.
Sin embargo, también existen diferencias. Comparando una versión tardía de la Expulsión
de los mercaderes del templo, la Purificación del templo, de 1610-1614, con la obra
anteriormente citada del mismo tema, entonces llama la atención que El Greco acentúa la
abstracción de la naturaleza en la versión posterior. El artista aumenta la movilidad de las
figuras y el dramatismo de la luz, hasta el punto de que, no sin razón, se ha hablado de un
estilo “expresionista” al referirse a las obras de este período.
Las dos obras que reproducimos del Prado, la Anunciación [9] y Pentecostés [10]
documentan perfectamente la osada elección del colorido, típica de toda la serie. En la
Anunciación, la obra principal del retablo, el artista parece haber abandonado además toda
relación con el mundo objetivo.
[9. Anunciación; 10. Pentecostés]
La mejor impresión de las visiones del estilo tardío de El Greco se obtiene, por último en
un fragmento titulado La apertura del quinto sello [11], que se puede calificar mejor como
Visión del Apocalipsis. Se trata de uno de tres retablos que Pedro Salazar de Mendoza
encargó en 1608 para la iglesia del Hospital Tavera y que el artista no pudo concluir. En
comparación con la representación del mismo tema, por ejemplo en Alberto Durero [12],
llama la atención sobre todo que El Greco integra al santo en su cuadro, con lo que no
acentúa la descripción de un acontecimiento concreto –la apertura del sello–, sino su visión.
La desmaterialización obrada en esta, pero también en otras obras, fascinó a artistas de la
modernidad clásica, desde Pablo Picasso a Jackson Pollock.