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Índice
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
1. «China» en la Antigüedad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
El período neolítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
Los orígenes de la escritura china . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
El surgimiento de la edad de bronce . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
Los Shang . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
La dinastía Zhou occidental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
Las Odas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
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Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 445
Tensiones internacionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 445
La globalización económica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 446
Tendencias opuestas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 447
Globalización cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 448
Créditos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 469
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Prólogo
Una nueva edición revisada como ésta requiere un prólogo nuevo, ya que hay
muchas cosas en este libro que son nuevas. Lo más significativo: lo que era un
solo se ha convertido en un dueto, ampliando nuestro registro y enriqueciendo
nuestras ideas.
Antes de comentar nuestra colaboración, tenemos que manifestar que algunas
cosas mencionadas en ediciones anteriores todavía son pertinentes. Sin duda, las
razones para estudiar China son tan perentorias como siempre y todavía se pue-
den organizar en tres grandes apartados: la riqueza de su larga historia, que for-
ma una parte tan importante de la historia global de la humanidad e ilustra la na-
turaleza de la condición humana; el valor permanente de los logros culturales de
China; y la importancia actual del territorio más poblado del planeta. Al margen
de la importancia actual de China, sin duda cabe esperar que una persona cultura
tenga algunos conocimientos sobre esta civilización, ya que para ser culto hay
que ser capaz de ver más allá de los estrechos límites geográficos, temporales y
culturales del medio más próximo. De hecho, para ser culto hay que poseer la ca-
pacidad de verse a uno mismo desde una perspectiva más amplia, incluida la
perspectiva de la historia. Y en estos tiempos, eso significa no sólo la historia de
la tribu, el Estado o incluso la civilización a la que uno pertenece, sino también,
a ser posible, toda la historia de la humanidad, ya que es toda nuestra historia.
Esta historia está elaborada con muchos elementos, y por eso incluye la histo-
ria económica y política, y el estudio de la estructura social, del pensamiento y
del arte. Este texto se basa en la idea de que una introducción a la historia de una
civilización requiere tener en cuenta diversas facetas de la actividad humana, un
mapa general del terreno para que el neófito pueda orientarse y aprender lo sufi-
ciente para decidir en qué dirección explorar más a fondo y hacerse una idea de
los beneficios que puede obtener con su esfuerzo. Sin duda, una introducción no
es un catálogo –aunque debe contener datos básicos–, no es una síntesis personal
ni un resumen, ni tampoco es el vehículo apropiado para ampliar las fronteras en
expansión del conocimiento actual. Más bien debería, entre otras cosas, introdu-
cir al lector en las convenciones de un campo de estudio e intentar transmitir el
estado del conocimiento actual. El objetivo básico de este libro es que sirva como
una obra orientativa. Así, por ejemplo, cuando ha sido pertinente, se ha utilizado
la estructura dinástica normalizada para proporcionar la cronología histórica bá-
sica. Además hemos decidido sustituir las abreviaturas a. C. y d. C. utilizadas en
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ediciones anteriores por a.E.C. y E.C. –Antes de la Era Común y de la Era Co-
mún– porque nos parecía más apropiado para un libro del siglo XXI (¡E.C.!) sobre
China. También porque se ha convertido en la forma habitual, sobre todo, pero no
exclusivamente, entre los estudiantes de historia de las religiones.
La historia es el estudio del cambio y de la continuidad, y ambos elementos es-
tán siempre presentes. Ni las personas a las que estudiamos ni nosotros mismos
hemos partido de cero, y nuestro cometido no es elegir entre el cambio y la con-
tinuidad, sino la tarea más estimulante de analizar el cambio dentro de la conti-
nuidad y la continuidad dentro del cambio. En última instancia, para esta pers-
pectiva es tan necesario el arte como la ciencia, y ninguna valoración es nunca
definitiva. Esto no se debe sólo al continuo descubrimiento de nuevos vestigios y
nuevas técnicas –por ejemplo, para datar los materiales–, sino también a que los
contextos intelectuales y los conceptos analíticos de los especialistas cambian y
todos aprendemos a plantearnos nuevas cuestiones. Incluso si no fuera así, habría
que reescribir la historia de vez en cuando, ya que la importancia última de cual-
quier episodio histórico concreto depende para su análisis final de toda la histo-
ria. Mientras la propia historia esté inacabada, también lo estará su escritura.
Si bien esto sucede con toda la historia, parece que es especialmente cierto en
el caso de la historia de China, sobre la que sabemos mucho más ahora que hace
una generación, pese a que las lagunas de nuestra ignorancia siguen siendo enor-
mes. Etienne Balazs (1905-1963) comparó en una ocasión a los estudiosos de
China con liliputienses trepando encima del Gulliver que es la historia china, y
sus palabras siguen siendo oportunas. De hecho, uno de los continuos atractivos
de este campo es que brinda grandes oportunidades a quienes se esfuerzan y
arriesgan intelectualmente para trabajar sobre problemas importantes. Esperamos
que las deficiencias de un texto como éste animen a algunos lectores en este em-
peño. Así, para que esta obra tenga éxito, debe fracasar: los lectores tienen que
quedarse con hambre, con el apetito abierto pero sin saciar.
Un estudio amplio como éste se basa, necesariamente, en los estudios de mu-
chos especialistas –de hecho, la satisfacción que nos produce leer mucho sólo es
equiparable al miedo al plagio involuntario–. En ningún momento se han intenta-
do enumerar todas las obras consultadas. Las lecturas sugeridas en el Apéndice
han sido recopiladas con la esperanza de satisfacer algunas de las necesidades de
los lectores, no de reconocer nuestra deuda, aunque existe un solapamiento con-
siderable. También es imposible enumerar aquí a todas las personas que han
contribuido a este libro de texto ofreciendo sugerencias, criticas y aliento o que
nos ayudaron sugiriendo referencias, aportando una fecha o la traducción de un
término, etc., o expresar nuestro agradecimiento a cada uno de los profesores,
alumnos y colegas que han influido en nuestras ideas sobre los problemas gene-
rales de la historia y China y la enseñanza de estas materias. Sin embargo, como
anteriormente, el autor más veterano quiere distinguir de nuevo con una mención
especial al profesor Arthur F. Wright (1913-1976), erudito y humanista, a quien
tuvo el privilegio de conocer tanto en calidad de profesor como de amigo. Igual-
mente, ambos queremos expresar nuestra admiración y agradecimiento a David
Keightley, aunque sólo Brown tuvo el placer de asistir a su clase de Historia
116A, rebosante de buenos ejemplos, anécdotas pintorescas y controversias aca-
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démicas. Entre otras cosas, sentó las bases de sus aportaciones a este libro. De no
haber sido por esta clase, su carrera habría seguido un curso diferente.
En los últimos años la investigación ha sido tan productiva, y tan especializa-
da, que a una persona le resulta prácticamente imposible mantenerse al día, pero
estamos en deuda con los miembros, respectivamente, de los seminarios univer-
sitarios de Columbia y las sesiones durante el almuerzo del Michigan Center for
Chinese Studies. Su papel a la hora de mantenernos informados de las tendencias
en sinología ha sido indispensable. Además, en Michigan, Bill Baxter ha sido un
colega excepcionalmente útil y una fuente constante de alegría y de estimulantes
conversaciones, casi a diario, sobre la antigua China. En Columbia, Pei-yi Wu ha
sido y sigue siendo un buen amigo, dedicado y encantador.
Aunque nuestros intereses siguen siendo generales, en esta edición hay una
clara división temporal de las responsabilidades: Miranda Brown es responsable
de los tres primeros capítulos y Conrad Schirokauer del resto. Es evidente a sim-
ple vista que somos dos personas muy diferentes: una es joven y mujer, y ascien-
de a toda máquina en su carrera; el otro solicita descaradamente descuentos para
jubilados en trenes y aviones, pero no en sus labores académicas, y espera de-
mostrar, por lo menos a algunos, que aún no está «de capa caída». El hecho de
que disfrutáramos de nuestra colaboración augura un buen futuro. Hemos mante-
nido nuestras propias voces e ideas aunque animamos a nuestros lectores a desa-
rrollar las suyas.
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