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Algo de Ricardo
Jonathan Swift
Cuando tres artistas geniales convergen en un trabajo es una tarea dura para el que escribe
saber por qué lado debe comenzar la crítica, ya que cualquiera que se elija parece una
injusticia, así que romperemos el nudo gordiano de la precedencia y comenzaremos por
Mariana Percovich, no solamente por ser la dama del trinomio, sino también porque en esta
guerra de Ricardo III es el Mariscal de Campo, la máxima autoridad militar, que en batalla
excede aún a los generales. En el teatro, el director es quien traza la estrategia, la táctica y los
planes de acción, adecuando la teoría a la realidad de la guerra, así que la metáfora es
ilustrativa.
Lo mismo ocurre con el vestuario, que permite a Saffores convertirse sucesivamente en reyes,
reinas, actores, sirviendo de apoyo a las transformaciones, pero con una versatilidad y
simpleza de uso que permite que el actor los use y descarte sin ayuda de terceros en escena, lo
que hubiera arruinado el efecto escénico. La simpleza de uso combina con la imagen adecuada
de los ropajes en un equilibrio perfecto como para que el pasaje de un sexo al otro (género
tienen las palabras, no las personas) o de la ancianidad a la juventud se realice de manera
suave, sin soluciones de continuidad.
Miguel Grompone, a su vez, realiza un despliegue audiovisual que no es meramente un apoyo,
sino un lenguaje en sí mismo imbricado en la obra sin atarse a su ritmo, siguiendo el propio,
dando a veces un espacio (palacios o mausoleos en los cuales Saffores parece incrustarse con
sus personajes) y a veces toma el control de la narración, como al inicio de la obra, lo mismo
que la música de Meredith Monk elegida por Sylvia Meyer y Percovich. Si las luces de Egea y
los videos de Grompone dominan el espacio, la música de Meyer hace lo propio con el tiempo.
Por último, ya mencionamos la tropa de un solo hombre, Gustavo Saffores, que se juega el
cuerpo y la vida en escena, interpretando con público aún sobre el escenario (Percovich
interviene fuertemente los espacios, como ya lo dijimos) interpretando un número de
personajes, todos y cada uno de los cuales comparten una cualidad oculta: la incapacidad de,
como haría un buen soldado, someterse a la autoridad y rebelarse, sea valiente o
cobardemente, para obtener el poder, aunque lleguen, como Ricardo, a morir tres veces en
escena.
Dentro de ese mundo de dimensiones colonizadas por objetos, imágenes, sonido y luz,
Saffores entra y sale de sus personajes, desafiando a los espectadores al noble reto de
decodificar una historia y sus complejidades, con una orden: “¡Mastiquen!”.
Cualquiera sabe que “Ricardo III” es una obra de Shakespeare sobre un rey deforme que en un
momento grita “mi reino por un caballo”. “Algo de Ricardo” en cambio, es una acerca de un
actor al que se le encarga representar la obra antes citada, pero que no ofrece sus verdades
predigeridas para un público pasivo. Antes bien, las ofrece a uno activo, para que hunda en
ellas los colmillos y, por supuesto, las mastique.
La obra en sí es un palimpsesto, por debajo del texto de Calderón subyace el fantasma de otros
más, no solamente el obvio, la obra Ricardo III de Shakespeare. Por un lado, el propio Calderón
reconoce la inspiración en la serie de televisión “House of cards”, protagonizada por Kevin
Spacey, un ambicioso político cuyas intrigas palaciegas lo llevan, de jefe de bancada de su
partido, a deponer al mismísimo “hombre más poderoso del mundo libre” y ser presidente en
lugar del presidente.
Sin embargo, la primera referencia que viene a la mente es la película “Looking for Richard”,
de 1996 y protagonizada por Al Pacino que narra, a modo de documental, la búsqueda de la
manera de implementar a Ricardo III. Lo puntos de contacto son varios: reflexionar sobre el
carácter del personaje, sus métodos, interpelar al público acerca de qué conocen de
Shakespeare, analizar el verso shakesperiano, el pentámetro yámbico, o incluso la presencia
de una actor que desea interpretar a Ricardo en escena.
Volviendo a la obra, Saffores recibe al público vestido de negro, y cerca del inicio se pone una
chaqueta bordó, recamada asimétricamente con rosas rojas, como remedando y resaltando la
deformidad de Ricardo III, que por momento asume en escena.
Este ejército está librando una guerra, liderado por Mariana Percovich, en la que todos nos
jugamos la vida: una guerra por la cultura, la inteligencia y el buen teatro. La batalla tiene lugar
martes y miércoles en el Teatro “La gringa”. Los valientes van a apagar el televisor para matar
a los parásitos del alma y se van a sumar a sus huestes. ¡A masticar!
Bernardo Borkenztain
FICHA TÉCNICA