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La resistible ascensión del jabalí

Algo de Ricardo

Gabriel Calderón-Mariana Percovich

“Cuando un verdadero genio aparece en el


mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los
necios se conjuran contra él”

Jonathan Swift

Cuando tres artistas geniales convergen en un trabajo es una tarea dura para el que escribe
saber por qué lado debe comenzar la crítica, ya que cualquiera que se elija parece una
injusticia, así que romperemos el nudo gordiano de la precedencia y comenzaremos por
Mariana Percovich, no solamente por ser la dama del trinomio, sino también porque en esta
guerra de Ricardo III es el Mariscal de Campo, la máxima autoridad militar, que en batalla
excede aún a los generales. En el teatro, el director es quien traza la estrategia, la táctica y los
planes de acción, adecuando la teoría a la realidad de la guerra, así que la metáfora es
ilustrativa.

En cuanto a Gabriel Calderón, el dramaturgo, el lugar común es adjetivarlo como “joven” ya


sea en su rol de dramaturgo o director, algo de lo que él mismo se burla en esta obra, cuando
pone en boca del personaje de Saffores – dirigiéndose a un actor recién egresado – “…vos no
sos una joven promesa, sos una realidad…”. En cuanto a su realidad, con una sólida carrera de
más de diez años, sus obras han salido de gira y se han estrenado en medio mundo occidental,
y en su carrera se incluye una en especial, “Mi muñequita” (2004) que pese a tener un horario
inverosímil de sala (viernes 23 horas) superó las cien funciones y fue vista por más de 9000
espectadores, convirtiéndose en una obra fundacional de un nuevo tipo de teatro en Uruguay.
En nuestra metáfora, al ser el dramaturgo, sería el general que diseña el plan abstracto que
luego será o no aplicable en el campo de batalla.

Por cierto, un ejército requiere de un despliegue de logística imprescindible, ya que además de


mover soldados debe hacer lo propio con armas, comida y demás elementos. En este caso
Gerardo Egea tiene a su cargo el espacio escénico y las luces, con la habitual ausencia de
elementos no significantes que es característica de Mariana Percovich. Entre una limitada
cantidad de objetos, icónicos en su mayoría, destaca una silla-jabalí que por momentos es
trono, silla o incluso la propia bestia que figuraba en el escudo de armas de los York y
representa el lado bestial de Ricardo, o un bastón que pasa, por destreza y arte de Saffores,
de ser tal a ser una espada o un cetro real.

Lo mismo ocurre con el vestuario, que permite a Saffores convertirse sucesivamente en reyes,
reinas, actores, sirviendo de apoyo a las transformaciones, pero con una versatilidad y
simpleza de uso que permite que el actor los use y descarte sin ayuda de terceros en escena, lo
que hubiera arruinado el efecto escénico. La simpleza de uso combina con la imagen adecuada
de los ropajes en un equilibrio perfecto como para que el pasaje de un sexo al otro (género
tienen las palabras, no las personas) o de la ancianidad a la juventud se realice de manera
suave, sin soluciones de continuidad.
Miguel Grompone, a su vez, realiza un despliegue audiovisual que no es meramente un apoyo,
sino un lenguaje en sí mismo imbricado en la obra sin atarse a su ritmo, siguiendo el propio,
dando a veces un espacio (palacios o mausoleos en los cuales Saffores parece incrustarse con
sus personajes) y a veces toma el control de la narración, como al inicio de la obra, lo mismo
que la música de Meredith Monk elegida por Sylvia Meyer y Percovich. Si las luces de Egea y
los videos de Grompone dominan el espacio, la música de Meyer hace lo propio con el tiempo.

Por último, ya mencionamos la tropa de un solo hombre, Gustavo Saffores, que se juega el
cuerpo y la vida en escena, interpretando con público aún sobre el escenario (Percovich
interviene fuertemente los espacios, como ya lo dijimos) interpretando un número de
personajes, todos y cada uno de los cuales comparten una cualidad oculta: la incapacidad de,
como haría un buen soldado, someterse a la autoridad y rebelarse, sea valiente o
cobardemente, para obtener el poder, aunque lleguen, como Ricardo, a morir tres veces en
escena.

Dentro de ese mundo de dimensiones colonizadas por objetos, imágenes, sonido y luz,
Saffores entra y sale de sus personajes, desafiando a los espectadores al noble reto de
decodificar una historia y sus complejidades, con una orden: “¡Mastiquen!”.

Cualquiera sabe que “Ricardo III” es una obra de Shakespeare sobre un rey deforme que en un
momento grita “mi reino por un caballo”. “Algo de Ricardo” en cambio, es una acerca de un
actor al que se le encarga representar la obra antes citada, pero que no ofrece sus verdades
predigeridas para un público pasivo. Antes bien, las ofrece a uno activo, para que hunda en
ellas los colmillos y, por supuesto, las mastique.

La obra en sí es un palimpsesto, por debajo del texto de Calderón subyace el fantasma de otros
más, no solamente el obvio, la obra Ricardo III de Shakespeare. Por un lado, el propio Calderón
reconoce la inspiración en la serie de televisión “House of cards”, protagonizada por Kevin
Spacey, un ambicioso político cuyas intrigas palaciegas lo llevan, de jefe de bancada de su
partido, a deponer al mismísimo “hombre más poderoso del mundo libre” y ser presidente en
lugar del presidente.

Sin embargo, la primera referencia que viene a la mente es la película “Looking for Richard”,
de 1996 y protagonizada por Al Pacino que narra, a modo de documental, la búsqueda de la
manera de implementar a Ricardo III. Lo puntos de contacto son varios: reflexionar sobre el
carácter del personaje, sus métodos, interpelar al público acerca de qué conocen de
Shakespeare, analizar el verso shakesperiano, el pentámetro yámbico, o incluso la presencia
de una actor que desea interpretar a Ricardo en escena.

Al tratarse de una obra de Shakespeare que se basa en un personaje histórico, el Rey de


Inglaterra Ricardo III, de la Casa de York, es importante presentar un cierto grado de
contextualización, y es lo que haremos a continuación, tanto más cuanto Mariana Percovich y
Gabriel Calderón estudian exhaustivamente para preparar sus obras, lo cual genera esa
profundidad de palimpsesto de la que hablábamos. Claramente, si las escuchamos, por detrás
de sus voces, otras voces –miles – cantan sus propias canciones, y desconocerlo sería
renunciar a una buena parte del goce de la obra.
Aún más: observada monodimensionalmente, la obra ya es excelente, pero al agregarle las
otras dimensiones se convierte en superlativa, pero esto es una realidad de la vida, la cultura y
la inteligencia son elitistas, en los únicos lugares en los que es lo mismo un burro que un gran
profesor es en ciertos programas de la televisión. Pero sobre esto volveremos luego.

Retomando la necesidad de contexto, la historia se sitúa al final de la llamada “Guerra de las


dos Rosas” en la cual dos casas, la de Lancaster, que tomaba por emblema una rosa roja, se
enfrentaba a la de York, que tomaba una rosa blanca, por el trono de Inglaterra en el siglo XV.
En esta parte de la historia de Inglaterra, quizás como nunca antes, las mujeres juegan un rol
fundamental en la política. La madre de los York, Cecilia Neville, Duquesa de York, Margarita
de Anjou y Anne Neville, esposa primero del Hijo de Enrique VI el rey loco y luego de Ricardo
III son junto con Isabel Woodville, esposa de Eduardo IV (y única que no aparece en la obra)
personajes tan importantes como sus maridos e hijos.

Volviendo a la obra, Saffores recibe al público vestido de negro, y cerca del inicio se pone una
chaqueta bordó, recamada asimétricamente con rosas rojas, como remedando y resaltando la
deformidad de Ricardo III, que por momento asume en escena.

En medio de un gran despliegue físico, se narrará la historia de un actor homónimo de


Saffores, Gustavo, tercero de una línea familiar de tocayos, al que se le encarga protagonizar la
obra de Shakespeare. Al igual que las rosas de su chaqueta, bordará en el relato de la obra su
historia personal, la de Gustavo III, el metapersonaje de Saffores que no debe confundirse por
la homonimia con el actor – de la misma forma en que no se debe confundir lo que se dice en
una obra con lo que piensa el autor: Sófocles no se acostó con su madre, ése fue Edipo, su
personaje. Mastiquen, que sin ese mecanismo la digestión es imposible.

La mezcla es compleja, pero sin ser pretenciosa: la historia de un rey y su complot, la de un


actor y su “coup”, matizado por reflexiones metateatrales e incluso filosóficas, acerca de si es
posible un encare sincrónico a Shakesperae sin ser Shakespeare y sin estar en la Inglaterra del
siglo XVI, o si estamos condenados al anacronismo por la distancia, o de la estructura del verso
shakesperiano, el pentámetro yámbico, o tantas otras cosas que solamente puede apreciar un
espectador inteligente, no uno complaciente.

Este ejército está librando una guerra, liderado por Mariana Percovich, en la que todos nos
jugamos la vida: una guerra por la cultura, la inteligencia y el buen teatro. La batalla tiene lugar
martes y miércoles en el Teatro “La gringa”. Los valientes van a apagar el televisor para matar
a los parásitos del alma y se van a sumar a sus huestes. ¡A masticar!

Bernardo Borkenztain

FICHA TÉCNICA

Actor: Gustavo Saffores. Audiovisuales: Miguel Grompone. Diseño de vestuario, espacio y


luces: Gerardo Egea. Maquillaje: Silvina Sodano. Música: Mariana Percovich-Sylvia Meyer.
Diseño gráfico: Pölder comunicación. Prensa: Gerardo Minutti-Ana Melián. Asistentes de
Producción: Georgina Jorge, Matilde López. Asistente de dirección: José Pagano. Producción:
Complot-Adrián Minutti. Dramaturgia: Gabriel Calderón. Dirección: Mariana Percovich. 18-6-
2014

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