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La estética del siglo veinte

Traducción de
Francisco Campillo

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Aun siendo una disciplina relarívamcnte reciente, la estética hunde sus raíces en los
orígenes de la cultura occidentaL A la cultura griega dehe su originario significado etimo-
lógico: aisthesis, sensación. Como todas las disciplinas, tiene un lenguaje con significa- Mario Perniola
ción específica, aunque aparentemente no sea así. Esa supuesta no especificidad de su
lenguaje pone al lector en peligro de ser arrastrado a terrenos pantanosos, muy
alejados del camino real.
La colección Léxico de estética, dirigida por Remo Rodei, se compone de una serie
de volúmenes, no muy extensos, escritos con lucidez y rigor, dirigidos a un público culto
La estética del siglo veinte
aunque no cspecializ4do. Los distintos textos, que tienen su propia fisonomía autónoma,
por lo que se pueden considerar como monografías independientes, proponen la recons-
trucción por sectores del mapa de ese vasto territorio que ha recibido el nomhrc de «esté-
tica».
La colección se articula en tres secciones: Palabras claw, El sistema de lar artes y Mo-
mentos de la historia de /4 estética. La primera aborda, desde una perspectiva teórica e his-
tórica, los conceptos fundamentales que utilizamos para comprender los fenómenos esté-
ticos o para valorar ohras de arte, productos manufacturados o de la naturaleza (lo bello,
el gusto, lo trágico, lo sublime, por ejemplo). La segunda está dedicada a la estética apli-
cada a los campos considerados más importantes, como la pintura, la arquitectura, el cine
y los objetos de la vida cotidiana. Finalmente la tercera examina la disciplina en su desa-
rrollo histórico, sohre la hase de los distintos planteamientos teóricos específicos y de las
prácticas artísticas concretas, desde el mundo antiguo hasta la Época Contemporánea.
Fruto del trabajo de los principales especialistas en la materia, italianos y de otros
países, todos los volúmenes, aun en la especificidad y diversidad de cada sección, autor y
as'unto de cada uno de ellos, tienen en común la amplitud de perspectiva y el lenguaje
sencillo, una bibliografía comentada que orienta bacía otras lecturas más concretas y es-
pecializadas y, finalmente, sus dimensiones contenidas, aun cuando se ocupen de asuntos
vastos y complejos.
La colección se constituye de la siguiente forma:

PRJMERA SEGUNDA TERCERA SECCIÓN:


SECCIÓN: SECCIÓN: MOMENTOS
PALABRAS EL SISTEMA DE LA HISTORIA
CLAVE DELAS ARTES DE LA ESTÉTICA

Títulos publicados De próxima aparición Títulos publicados


Remo Rodei La estética de Paolo D'Angclo
de lo bel!» La estética de la arquitectura La estética del romanticismo
V aleriano Roza! La estética de la literatura Elio Franzini
El gusto La estética de la música La estética del sigw XVII!
La estética del cine
Maurizio Ferraris Mario Perniola
La estética de los objetos
La imaginación La estética del sigw veinte
y de w cotidiano
Remo Ceserani La estética, las artes
Lo fontdstico De próxima aparición
y las técnicas
La estética clrf.sica
De próxima aparición La estética medieval
Lo cómico La estética del renacimiento
Lo sublime La estética del barroco
Trágico/tragedia La estética del sigw XIX
El genio
La balsa de la Medusa, 111

Colección dirigida por


Valeriana Bozal
Índice
Léxico de estética
Serie dirigida por Remo Bodei
Prefacio 11
I. La estética de la vida 17
II. La estética de la forma 61
, IIL Estética y conocimiento 105
IV. Estética y acción 151
v. Estética y sentimiento 193
Bibliografía . 237
Índice de nombres 251

Título original: L'estetica del Novecento


© by Societa editrice il Mulino, Bologna, 1997
© de la presente edición, A. Machado Libros, S.A., 2001
Tomás Bretón, 55, 28045 Madrid
www.visordis.es

ISBN: 84-7774-611-7
Depósito legal: M-2.210-2001
Visor Fotocomposición
Impreso en España - Printed in Spain
Gráficas Rógar, S.A.
Navalcamero (Madrid)

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;,...

Prefacio

No es habitual considerar el siglo veinte como el siglo de


la estética. No obstante, ningún otro periodo histórico ha
contemplado una· abundancia tal de textos de estética que
gocen de una relevancia semejante. Quizá esto sea cierto
para cualquier disciplina filosófica. En el siglo veinte todas
las ramas de la filosofía han podido articularse en revistas,
asociaciones, encuentros internacionales y especializadas bi- ·
bliografías. ¿Estamos amenazados por la posibilidad de que
toda esta actividad haya sustituido a una más auténtica ri-
queza especulativa?, ¿puede nuestra contemporaneidad en-
turbiar la necesaria imparcialidad e inducirnos a una sobre-
valoración injustificada? En cualquier caso, 1 1a estética ha
pretendido en el siglo veinte ser algo más que la parte de la
filosofía que habla de lo bello y del buen gusto. Por un ,..
lado, la disciplina ha mantenido una relación de complici-
dad con la literatura, con las artes figurativas, con la músi-
ca, sin dejarse asustar por las más osadas innovaciones y por
los más arriesgados experimentos; por otro, se ha visto mez- >-
dada con la burocracia institucional, con las exposiciones,
con la organización y difusión de productos artísticos y cul-
turales. La estética se ha enfrentado con los grandes proble- "
mas de la vida individual y colectiva, se ha preguntado por
el sentido de la existencia, ha fomentado desafiantes utopías
sociales, se ha sentido implicada en los interrogantes pro-
pios de la vida cotidiana y también ha individuado sutiles

11
< distinciones cognitivas. Asimismo, ha examinado con pro- contribución original, debe enfrentarse, respectivamente,
fundidad temas y cuestiones filosóficas y teológicas de con la política, con los media, con el escepticismo y con la
trascendencia histórica, ha indagado sus afinidades y diver- comunicación. ¿Sería cierta la situación inversa? con toda
gencias con la moral y la economía, ha establecido relacio- seguridad: la estética se encuentra, hoy más que nunca,
nes con las restantes disciplinas filosóficas, con las ciencias ocultamente presente y activa en la biopolítica, en la mass-
humanas e, incluso, con las naturales, como la física y las mediología, en el anarquismo epistemológico y en la teoría
matemáticas. de la comunicación.
Esta vasta y multiforme actividad es susceptible, en mi ~ Aún nos queda, fuera de este esquema, ese área del que
opinión, de ser remitida a cuatro c~os conceptuales bien la estética toma su nombre, el del sentir; esto es, el ámbito
determinados, identificabl~d-iante las nociones <fe vida, de la sensibilidad, de la afectividad, de la emotividad. Aque-
forma, conocimiento y acción. En el presente volumen se de- llos que en este siglo veinte han proporcionado las contri-
dica un capítulo a cada una de las mismas. Toda la estética 1 buciones más importantes a este sector de estudio no han
en sentido estricto (es decir, la que se aufodefine como tal) sido considerados como esteras, sino como psicólogos, psi-
resultaría así encuadrable en estas cuatro áreas temáticas, en coanalistas, ontólogos, teóricos del lenguaje o de la literatu-
las que las dos primeras pueden considerarse, básicamente, ra,· filósofos de la religión o de la sexualidad, filósofos tout
como un desarrollo de la Crítica del Juicio de Kant, y las dos court; y, a veces, ni siquiera filósofos, sino simplemente pen-
últimas como una consecuencia de la Estética de Hegel. sadores o escritores, ¿por qué? Aquellas cuestiones que, en
Que todo el enorme edificio de la estética del siglo veinte este campo y en este siglo, emergen de nuevo no pueden re-
sea susceptible de ser, en sus premisas esenciales, reconduci- ducirse jamás a un sentir antes o después armonizado y pa-
do a sólo dos obras publicadas a caballo entre los siglos die- cificado con el nombre de lo estético; en otras palabras: el
ciocho y diecinueve, es una circunstancia que revela tanto la sentimiento del siglo veinte no puede ser reconducido a
sencillez com~ la coherencia de esta disciplina. Kant y a Hegel. Incluso, puede contemplarse en su interior
A las anteriores consideraciones de carácter estructural, una cierta derivación que puede ser definida con el adjetivo
• es necesario añadir una observación de carácter histórico. de fisiológica (el quinto capítulo se dedica precisamente a
Las cuatro áreas temáticas propuestas contemplan su flore- esta cuestión).
cimiento en la primera mitad del siglo: en torno a los años Finalmente, debo añadir algunas consideraciones forma-
sesenta, acontece en el interior de cada una de ellas un cier- les y metodológicas. Cada capítulo se presenta articulado en
·. to giro, que se caracteriza como una aplicación del aparato diez epígrafes; de éstos, el primero introduce el problema
conceptual precedentemente elaborado a nuevos contextos específico, los cuatro siguientes hablan de los «padres fun-
y circunstancias. De este modo, la estética de la vida ad- dadores» y los restantes del «giro» que ha tenido lugar en los
quiere una valencia política, la estética de la forma una va- últimos decenios de la centuria. He considerado siempre
lencia mediática, la estética cognitiva una valencia escéptica y como desorientador ese criterio metodológico que agrupa a
la estética pragmática una valencia comunicativa. Resulta los esteras en escuelas filosóficas (con excepción de la estéti-
evidente que quien desee hoy instalarse en el interior de ca cognitiva); y aún más inadecuado y ajeno aquél que los
una de estas áreas, con la intención de aportar cualquier distingue por áreas lingüísticas o, peor aún, nacionales; y,

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por último, también aberrante aquél que hace prevalecer la
recepción de los textos a los textos mismos (por ello he evi- cioso que esa caja de resonancia que constituyen los
tado cualquier referencia a vagas e inconsistentes tendencias por otra, ciertos aspectos de la vida cultural actual (la sobre-
o a eslóganes publicitarios). En lo referente al criterio de se- abundancia de producción editorial, la multiplicidad de
lección, obvias razones de espacio me han obligado a limi- lenguajes y contextos, el desinterés general) convierten en
tarme a la consideración de una quincena de autores por ca- ignoradas, incluso para los especialistas, infinidad de obras
y autores dignos de ser leídos y discutidos.
pítulo; muchos pensadores importantes han quedado,
obviamente, fuera. Por el contrario, algunos autores, a causa
de la amplitud de la problemática por ellos tratada, podrían
haber tenido el derecho de figurar en más capítulos. Tam-
bién en esto no he tenido más remedio que tomar drásticas
decisiones: asumo plenamente la responsabilidad de las mis-
mas.
La intersección de la dimensión teórica con la histórica
y la distinción entre autores de mayor y menor importancia
son cuestiones todavía más delicadas y complejas. Con refe-
rencia a estos dos problemas, he intentado mantener una
postura equilibrada. Dentro del marco teórico diseñado por
los cinco capítulos, he preferido dar valor a la pluralidad de
perspectivas, más que privilegiar de modo preeminente una
teoría particular, ya que, en un trabajo de carácter histórico,
la unilateralidad y el sesgo informativo constituyen el ma-
yor defecto. Por otra parte, la atención a un amplio radio de
soluciones me ha llevado a atribuir un valor relativo a esa
reórica distinción filosófica entre «mayor» y «menor», tanto
en lo que concierne a los autores, como en lo referente a las
obras. El caso de Walter Benjamín demuestra cómo autores
considerados, a veinte años de su muerte, como demasiado
marginales pueden súbitamente adquirir un relieve de pri-
mera magnitud: la misma noción de «menor» parece, a ve-
ces, ser expresión tanto de dogmatismo como de conformis-
mo, especialmente cuando se la aplica a nuestra edad
contemporánea, en la que todo se encuentra todavía en jue-
go y no existen posturas adoptadas de manera inmutable.
Por una parte, nada parece más engañoso, frágil y tenden-

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I

La estética de la vida

La estética y «el sentido de la vida»

La idea de que la experiencia estética comporta una agi-


lización y una intensificación de la vida, un enriquecimien-
to y una potenciación de las energías vitales es algo tan di-
fundido en la cultura del siglo veinte, que cuesta atribuirle
un significado filosófico específico; y es que la misma no-
ción de vida parece, a primera vista, demasiado vaga y
genérica para gozar de una particular riqueza conceptual.
Además, la expresión «filosofía de la vida» ha sido frecuen-
temente utilizada con intenciones polémicas, para cri 1:icar
aquellas orientaciones filosóficas que pretenden reducir o
subordinar la actividad filosófica a la experiencia, a la di-
mensión empírica de la existencia, al mero hecho psíquico,
negando de tal modo la originalidad y autonomía de la ta-
rea filosófica. No se entiende bien por qué la experiencia es-
tética debe encontrarse esencialmente conectada con la
vida: en el fondo, si aquello que importa es la inagotable ri-
queza y fecundidad de la pulsión vital, parece inevitable que
la experiencia estética se presente como algo secundario y
accesorio, si no, incluso, parasitario, respecto al potentísimo
prorrumpir y espontáneo afirmarse de las fuerzas vitales. En
definitiva, ni los críticos del «vitalismo» ni los apologetas

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del vivir llegan a comprender la razón del nexo que une con la filosofía de la historia y con la metafísica. Bien se
vida y estética. afirme que la vida tiene un sentido, bien se le niegue, el ho-
No obstante, tal nexo existe. Si la palabra «vida» indica rizonte dentro del que se sitúa esta pregunta se ha visto con
algo que va más allá del simple hecho biológico, es porque frecuencia en el siglo veinte conectado estrechamente con la
ella misma implica la afirmación de un fin, que nos permite estética, la cual ha tenido, de tal modo, la tremenda osadía
pensar en los sucesos particulares corno un algo relacionado de plantearse el problema fundamental de la existencia.
con otro algo más general y universal. En otras palabras: el El antecedente teórico de esta apropiación se encuentra él
discurso filosófico sobre la «vida» coincide, en buena parte en Kant. En efecto, él, en la Crítica del juicio, reconduce
/
lV
del pensamiento del siglo veinte, con la pregunta sobre «el tanto la estética como la teleología a una única facultad, el
sentido de la vida». Cuando me pregunto si la historia de «Juicio>>. Esta facultad, que consiste en pensar lo particular
un sujeto histórico (sea éste un simple ser humano, o bien como algo contenido en lo universal, nos permite tener una
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un pueblo, o bien la humanidad entera) tiene sentido, es, idea coherente de lo total en su complejidad, justamente
precisamente, porque reflexiono sobre la posibilidad de re- como esa idea que nos es proporcionada por un objeto bello
lacionar sus vicisitudes con una finalidad respecto a la que o por un organismo natural. En ambos casos, según Kant, el
tales peripecias resulten evaluadas. Es justamente esta pre- ser humano se alegra y se complace, puesto que considera
gunta, esencialmente teleológica, la que confiere a la noción bajo la perspectiva de una unidad y un fin entidades empíri-
de «vida» un carácter brillante y provocador. Reabrir en el cas que, desde los puntos de vista cognitivo y moral, no po-
siglo veinte la cuestión teleológica significa, ciertamente, drían jamás ser remitidas a un único principio. Kant niega,
oponerse a la orientación mecanicista y fisicalista de la cien- de este modo, que la finalidad pueda constituir de modo
cia moderna, la cual, comenzando por Galileo y Descartes, efectivo la explicación de un evento en el mundo: el princi-
excluye el finalismo del conocimiento de la naturaleza. Se- pio unitario por el que el juicio reconduce una pluralidad de
gún tal orientación, la pregunta sobre el significado de la fenómenos no puede derivar de la experiencia, la cual se en-
vida carece de sentido, ya que pretende reconducir, a una cuentra sometida por completo a la explicación mecánica (y
cierta unidad total o a determinados principios finales una no finalista). El juicio no opera mediante conceptos, sino
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serie de sucesos que resultan por completo explicables me- por medio def sentimiento de placer, el cual deriva, preci~­
diante las leyes físicas y químicas. n{ente, del descubrimiento de qué elementos dis ares son
1 Pero, ¿qué tiene que ver la cuestión sobre el sentido de suscepti es de ser remitidos a una unid.ad. A la pregunta de
la vida con la experiencia estética?, ¿no pertenece lo teleoló- sí la vida tiene o no un sentido, es imposible proporcionar
1
1 gico, sobre todo, a la metafísica o a la ética?, ¿por qué aqué- una respuesta de orden cognitivo: ¡el «sentido de la vida» no
11 lla ha de ser vista como un asunto estético? Sostener que la puede ser objeto de demostración científica!, ni tampoco

cuestión estética consiste, justamente, en la pregunta sobre puede ser un objetivo que alcanzar ni un imperativo categó-
i el sentido de la vida individual y colectiva parece desafiante. rico que se imponga a la voluntad. Kant desecha la idea de
1.1
Sin embargo, la reflexión estética sobre la vida se encuentra que la finalidad sea una cuestión moral, ya que se encuentra,
111
11'
conectada con tal provocación. Por ello, esta reflexión tien- en cambio, conectada al placer y al disgusto, y no a la facul-
de a identificarse no sólo con la teleología, sino también tad del deseo. A fin de cuentas, por más que él sitúe al hom-
11

¡i,¡ 18 19

\1
bre moral como «fin definitivo» de la creación, esta afirma- siológico y bestial, reduciendo así la realidad a un mero he-
ción no tiene en sentido estricto, validez moral alguna: me cho, privado de significado alguno. Entre los exponentes de
veo obligado a obedecer el mandato de la razón indepen- este movimiento, Dilthey cita a Wagner en la música, Zola
dientemente del hecho de que mi vida, la naturaleza o el en la literatura, Semper en la arqm[ectura y a Otto Ludwig
mundo exhiban un «sentido». en teatro. Frente al Naturalismo, que pretende con su pro-
y~~t~- de una obra de arte total una estetización de la vida,
los tres métodos de la estética tradicional (racional, experi-
La vivencia mental, e histórit:o) se revelan, tristemente, como inadecua-
dos: las aspiraciones ~rtísticas vigentes, que tumultuosa-
Entre aquellos que han defendido la vinculación entre la mente se imponen en la cultura de su tiempo, no se dejan
experiencia estética y el sentido de la vida destaca, sobre to- dominar por la idea de un orden armónico del universo, ni
dos, el nombre de Wilhelm Dilthey (1833-1911), en cuya permiten ser reducidas a un conjunto de sensaciones ni, fi-
obra la reflexión sobre el fin de la humanidad se configura nalmente, pueden tampoco encontrar una comprensión
como la teoría de un saber histórico, opuesto en método y adecuada en una estética que, como la hegeliana, permane-
objeto al saber de las ciencias naturales. ce demasiado exclusivamente interesada en los aspectos es-
En el ensayo Las tres épocas de la estética moderna y su ta- pirituales del hacer artístico. El valor estético del Naturalis-
rea actual 1 , Dilthey sostiene que la estética de los siglos die- mo no puede ser buscado en compendios o en voluminosos
ciocho y diecinueve ha agotado su tarea histórica: ella resul- libros de texto. La crisis que el Naturalismo abre hace tam-
ta ahora totalmente inadecuada de cara a explicar y com- bién saltar aquella viva circulación de opiniones estéticas
prender la nueva situación, no sólo filosófico-cultural, sino que se verificaba entre filósofos, críticos de arte, artistas y
también histórico-social, que se ha originado después de público, y que había caracterizado tanto la época neoclásica
1848. Dilthey, que escribe en 1892, se considera en el cen- como la romántica. Dilthey ve en los años siguientes a 1848
tro de un movimiento que, aun habiendo comenzado casi el comienzo de un proceso de disolución de la herencia filo-
c~ncuenta años antes, ha marcado el final no sólo del Clasi- sófica y artística occidental que, a su juicio, se encuentra
ci~mo y del Romanticismo, sino también de la idea de la muy lejos de haber concluido. Particularmente, le preocupa
vi.da y el arte iniciada y presente en Europa desde el siglo ese abandono a la mera factualidad empírica implícito en la
quince; identifica este movimiento con la poética del Natu- poética de la reproducción de la realidad: el arte no es en
~y pone en evidencia sus aspectos destructivos. Sú absoluto una copia de la realidad, sino una guía en direc-
carácter esencial consiste en la pretensión de captar la reali- ción hacia una comprensión más profunda de la misma.
dad de modo inmediato, sin ni siquiera pasmarse ante lo fi- Dilthey propone, por ello, una renovación de la ciencia es-
tética, que deberá estar preparada para responder al desafío
del Naturalismo y garantizar la continuidad entre la gran
W Dilthey, Die drei Epochen der moderne Aesthetik und ihre heutige
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Aufgabe (1892), en Gesammelte Schriften, 1961, Stuttgart-Gottingen,


tradición artística renacentista y las nuevas manifestaciones
1961, vol. VI [trad. cast.: Poética. La imaginación del poeta. Las tres épocas del arte. En el fondo, dice Dilthey, los naturalistas se ven
de la estética moderna y su problema actual Buenos Aires, Losada, 1945]. acuciados por la misma necesidad que empujó a los grandes

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artistas del Renacimiento: ver la realidad con otros ojos, ganización social -esto es, al estado- atribuye Hegel el mis-
obligar a los hombres a que hagan más intensa su experien- mo carácter que Kant atribuía a la naturaleza, aquél de
cia, de la vida, su misma vitalidad. constituir un «todo orgánico», en el que cada momento
_Pero, quizá, esta necesidad no pueda ser satisfecha ni particular es al mismo tiempo medio y fin 3 •
por el arte ni por la estética, al menos tal y como tradicio- También Dilthey encuentra en la historia el sentido de
nalmente se las entiende. Kant distinguía el juicio estético, la existencia humana. No obstante, y a diferencia de Hegel,
que percibe inmediatamente la finalidad de un objeto por considera que tal sentido no puede estar fundado metafísi-
vía del sentimiento subjetivo de placer o disgusto, del juicio cam.ente en la raz()n universal, sino que debe ser buscado en
teleológico, que piensa la naturaleza como un sistema de fi- la reálidad histórico-social. El protagoni.sta de esta opera-
nes objetivo; es decir, la búsqueda de un «sentido» estaba ción es quien escribe la historia, que, sobre la base de su ex-
orientada, para él, o hacia la percepción de la belleza natu- perienc,ia vivida?. ordena los testim~nios del pasado en una
narración orgánica desde Ja qu~ em<:,rge ese sentido de la
1
ral y artística o hacia la consideración de la naturaleza como
un todo orgánico. Por mucho que él considerara la hipóte- vida. La facultad de relacionar elementos diversos entre sí y
sis de que también la cultura humana, en su carácter de so- de referir lo particular a lo universal -en esto consiste preci-
ciedad civil cosmopolita, pudiese constituir un fin último 2, samente el juicio- se ejercita no en la naturaleza, sino sobre
la historia quedaba, no obstante, excluida de su idea del fi- los restos de aquello que ya ha sido. El protagonista de la
6

nalismo. Es sólo gracias a Hegel cuando se aceptará que el experiencia estética resulta ser, por tanto, lo histórico, que,
fin último de la humanidad debe ser identificado en el pro- a través de la identificación de conexiones dinámicas, es ca-
ceso histórico. Para él, no se trata de un ideal que pueda paz de encontrar una continuidad de la que emerge el senti-
realizarse en el futuro, sino algo ya realizado, objetivado y do del pasado. Lo histórico se encuentra, de este modo, en
cumplido en las tres formas del espíritu absoluto (arte, reli- una relación directa con la experiencia vivida. En los ensa-
gión y filosofía). Es en la filosofía, en la plenitud de su desa- yos sobre Lessing, Goethe, Novalis y Holderlin, recogidos
rrollo y sus articulaciones, donde nos espera la tarea de cap- en el volumen Vivencia y poesía 4, Dilthey ejercita tal activi-
tar el «sentido» de la vida; pero ella es como la lechuza de dad con una agudeza extraordinaria. En el análisis del fun-
Minerva, que inicia su vuelo sólo en el ocaso, cuando todo cionamiento de la fantasía poética, que transforma los he-
ha sucedido ya. De tal modo, Hegel atribuye a la filosofía chos empíricos en acontecimientos significativos y permite
una función que Kant había limitado al juicio estético y te- el acceso a una dimensión del vivir más amplia, más rica y
leológico: la de identificar el fin último de la humanidad. profunda, Dilthey encuentra el espejo en .el que debe mirar-
De ello deriva ese carácter de «gran historia» que confiere se la auténtica investigación historiográfica. En el fondo, el
un tono «estético» a toda la filosofía hegeliana, mediante el poeta y el historiador, el artista y el filósofo, proceden del
que la razón se sirve de las pasiones e intereses de los indivi-
duos para llevar a cabo sus fines. A la más alta forma de or-
3
G. W. F. Hegel, Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie,
1983 [trad. cast.: Lecciones sobre la historia de la filosofía, México, FCE,
2
I. Kant, lfritika der Urteilskraft 1790 [trad. cast.: Crítica del juicio, 1955].
Madrid, Espasa-Calpe, 1977].
4
W Dilthey, Das Erlebnis und die Dichtung(l906), Gottingen, 1970.

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mismo modo: ambos descubren el significado de la vida a Vivir y valorar
través de la elaboración de conexiones dinámicas. De esta
manera, la experiencia estética tiende a identificarse con la A diferencia de Dilthey, quien considera la vida en su
tarea del narrador. dimensión temporal, Jorge Santayana (1863-1952), autor
Frente al Naturalismo, Dilthey piensa que la vida no de una ~onsiderablemente amplia obra en inglés, piensa que
es algo cuyo significado pueda ser inmediatamente encon- lo esencial de la experiencia estética es la objetivación; fun-
trado: lo esencial, en su opinión, no es la vida natural y damentalmente porque aquello que tiene lugar en ella no es
empírica, sino la E__rlebnis, la vivencia, la experiencia viyida la oposición entr~ vida y muerte, sino entre vida y objetos,
o, mejor, revivida 5 • Revivir es la forma más sublime de entre lo animado y lo' inanimado, entre lo orgánico y lo
-;;mp;ender, ya que sólo a través de esa experiencia pode- inorgánico.
1~os evitar la desaparición del presente, transforn:1!ndolo También la estética de Santayana hunde sus raíces en
1
en' una presencia siempre disp_Qpible. La tarea que histo- Kant, pero la transmisión del pensamiento kantiano no se ve
ri;dor y poeta llevan a cabo es, por ello, de extrema im- en este caso mediada por el idealismo, sino por el realismo
portancia: sólo ellos pueden preservar el mundo humano de ~ai;,t, fiero oponente e in~lemente crítico de Hegel.
de la caducidad, del olvido y de la muerte, dotándolo de Heroart separaba netamente el discurso sobre el ser, propio
un sentido para siempre. Identificando la experiencia es- de la ciencia teórica, de cualquier tipo de juicio de valor, que
tética con una narración participante, que reconstruye el pertenecería a la estética, disciplina en la que incluía también
pasado sobre la base de conexiones estructurales descono- las valoraciones de orden moral. La experiencia estética con- t. ~J ·
cidas para aquellos que lo han vivido, Dilthey transforma sistía, por tanto, para él, en el ejercicio de la valoración, en lav- ~\.-u,
la búsqueda de la finalidad de la vida en un infinito traba- aprobación o desaprobación, en la estimación o desprecio de
jo de reelaboración emotiva y de re-pensamiento de aque- algo. este modo, la facultad kantiana del juicio se veía en-
t:ndida en sentido literal como actividad crítica. El primer ~
llo que ya ha sido. El tratamiento enfático que la noción
de vida encuentra en su obra teórica adquiere un carácter libro de Santayana, El sentido de la belleza6, aun no haciendo V
1
funcional respecto a una estrategia intelectual que ve en la referencia expresa a Herbart, considera la estética, precisa-
transitoriedad y fugacidad de la existencia natural el ene- mente, como una teoría de la valoración. La experiencia esté-
migo al que combatir. La experiencia estética asume, por tica es algo más que un simple juicio intelectual, pues resulta
tanto, los visos de una continua e interminable lucha con- ser una percepción apreciativa, implicando así una compla-
tra la muerte: los poetas y los historiadores hacen revivir a cencia sensible que va más allá de un mero ejercicio del pen-
nuestros antepasados, quizá ahora les hagan vivir verdade- samiento. Es un acto vital que nace de la dimensión más es-
ramente ... ¡porque su vida hasta aquí no era sino un desa- condida y profunda de nuestra existencia. Lo que
parecer continuo! verdaderamente importa para Santayana es la participación
emocional del sujeto que afirma el valor, y esto no puede
5
W Dilthey, Der Aujban der geschichtlichen Welt ín der Geisteswis-
6
senschaften, 1910 [trad. cast.: Crítica de la razón histórica, Barcelona, Pe- J. Santayana, The Sense ofBeauty, 1986 [trad. cast.: El sentido de la
nínsula, 1986]. belleza, Madrid, Tecnos, 1999].

24 25
considerarse como algo objetivo e independiente de la apre- sexual?, ¿en qué s~ difer~ncia el placer estético de otros pla-
ciación individual. No obstante, y a diferencia de Herbart, c~res? Como es bien sabido, Kant había ubicado la peculia-
Santayana distingue la estética de la ética. Los juicios estéti- ndad del placer estético en su carácter desinteresado (esto
cos son positivos, consisten en la afirmación de un valor; la es, e~ento de inter~s respecto a la existencia real del objeto)
experiencia estética es un decir «SÍ» a la vida con energía y y universal (es deor, capaz de estimular el consenso de to-
enmsiasmo, mtida e mmed1atamente. Los Juicios moraies dos). Santaya~a niega estas dos características. En lo que se
son, en cambio, negativos, nacen de la percepción de un mal refi~re a la pnrnera, que todo placer sea desinteresado, es
y se dirigen a prevenirlo. Mientras la estética se ve conectada decir, perseguid~ por sí mismo y no por otro fin ulterior, el
con el placer vital, la moral se orienta hacia la prevención del autor piensa gue Ia estética coincide no sólo con la teleolo-
sufrimiento. La primera comporta un elogio, una celebra- gía: sino también con la dimensión empírica del vivir. El fi-
ción, una exaltación de lo existente; la segunda, por el con- nal1srno, la búsqueda de un «sentido», perrnea toda activi-
1 dad_ vital: quien goza de experiencias estéticas tiene preocu-
trario, una censura, un reproche, la deducción de un cierto
aspecto de la vida. Los moralistas olvidan que la moral es un pac10n;s enor~ernente más amplias guc aguél que se preo-
medio para evitar el dolor, no un fin en sí, y éste sólo puede cupa solo de cmdar su casa; aunque, para ambos, el cuidado
ser comprendido por la estética. Santayana llega a afirmar de sí coincide con el cuidado de las cosas que tiene en su
que todos los valores son, en cierto sentido, estéticos, porque corazón. En relación a la universalidad, Santayana piensa
estética es, en definitiva, la valoración positiva en cuanto tal; que la !lamad~ al acuerdo con los demás revela una pobreza
en realidad, lo feo, entendido como valor estético negativo, y una msegundad de sensaciones y valoraciones: lo impor-
no existe. Cuando éste genera un displacer efectivo, comien- tante no es a cuántos guste una obra de arte, ¡sino cuánto
za a pertenecer al campo de lo moral, que, precisamente, no guste a aquéllos que más la aprecian!
se ocupa del placer y la alegría, sino de la prevención del mal. La especificidad de la experiencia estética debe ser busca-
En el fondo, todo es bello, porque todo es capaz, en cual- d_ª; en opin~ón de Santayana, en el fenómeno de la objetiva-
quier medida, de suscitar atención e interés. Pero eso no c;~n, es declf, en el hecho de que, a diferencia de los placeres
quiere decir que todo sea igualmente bello: las cosas difieren fis1cos, que se encuentran conectados con los órcranos que
enormemente en su capacidad de complacernos y, por tanto, los ,~erciben quedando así prisioneros de ellos, lis placeres
en su valor estético. A pesar de todo, Santayana rechaza cali- estetICos transportan nuestra atención directamente hacia un
ficar a su teoría de la experiencia estética como «hedonista»: objeto externo. Así, mientras la percepción física queda en-
el hedonismo, precisamente porque coloca el placer como un cerr~da en un sentir subjetivo, en la experiencia estética los
objetivo que alcanzar, se impide a sí mismo el acceso a aque- sentidos se hacen transparentes, permitiendo el acceso direc-
to a cualquier cosa que se presente corno externa y objetiva.
lla inmediatez asertiva que caracteriza la valoración estética.
Si la experiencia estética coincide con una admirada, En eso consiste, precisamente, la belleza, la cual, no obstan-
conmovida y complaciente valoración de la realidad, ¿en te, no tiene una existencia autónoma e independiente res-
qué consiste su especificidad? En otras palabras: ¿contem- pecto al hecho de ser el objeto de una valoración personal.
plar un paisaje es lo mismo que comerse un plato de pasta?, La belleza es, por tanto, un placer considerado como si fuera
¿es lo mismo admirar un cuadro que adentrarse en el gozó la cualidad misma de un cosa; constituye un fin último que
\
26 27
nos abre al mundo exterior y nos libera de nosotros mismos. experiencia que nos sustrae de nuestra subjetividad y nos in-
Santayana encuentra así una solución original a un proble- duce a admirar la belleza de las cosas, como si tal belleza fue-
ma muy debatido por la estética de su tiempo, el de la Ein- ra una característica intrínseca y no el resultado de una valo-
fühlung~ la empatía. Por este término se entiende la transpo- ración nuestra. En definitiva, encontramos en la apreciación
sición de nuestro yo sentiente a un objeto artístico. Los estética un impulso que está por completo ausente en la per-
teóricos de la Einfühlung, entre los que Theodor Lipps cepción emocional empática, un ímpetu que nos lleva hacia
(1851-1914) es la figura más importante, consideraron que algo que consideramos ausente en nosotros mismos y que,
la experiencia artística consistía en la proyección de la vida precisamente por ello, suscita maravilla y admiración. La ex-
del yo sobre una persona u objeto externo. El placer estético periencia estética resulta, por tanto, similar al amor, pero no
deriva, para Lipps, del hecho de que yo gozo de mí mismo al placer sexual. Ciertamente, mientras este último nos aísla
en un objeto sensible distinto de mí: es decir, me encuentro en un sentimiento íntimo y privado, el amor cristaliza las va-
a mí mismo en el mundo externo, me experimento, me 1 !oraciones en torno a un objeto externo, que nos parece per-

siento en él. La noción clave de la empatía es la vida, pero fecto y digno de la mayor de las consideraciones. No obstan-
ésta se ve separada de la problemática finalista, de la pregun- te, se diferencia del amor porque dirige su atención no a un
ta por el «sentido» y el valor de la experiencia. La pretensión solo individuo, sino al mundo entero.
de cientificidad que reivindican para su doctrina los teóricos El enemigo que Santayana ha de combatir es el escepti-
de la empatía hace saltar la distinción entre ciencias de la na- cismo, que se precipita hacia una insensibilidad emocional
turaleza y ciencias humanas, entre consideración intelectual que resulta ser peor que el fanatismo. Mientras éste es una
y valoración estética, negando la especificidad y la diferencia extensión injusta y nociva de una valoración positiva, esen-
del juicio estético. En el proceso empático no hay ningún cialmente estética, hacia unos ámbitos morales y religiosos,
desafío, peligro, riesgo; y tampoco un conocimiento de lo el escepticismo parece comprometer de modo más radical el
externo, porque se sale del yo, que, a través de la propia acti- carácter vital de la experiencia. En el volumen La razón en
vidad psíquica, anima el mundo exterior. Hay algo 311gustio- el arte7 , que forma parte de la obra La vida de la razón, San-
so y triste en estas teorías que tantas discusiones levantaron tayana define, de hecho, el arte como la más espléndida y
en su época. completa encarnación de la razón, en el contexto general de
Podemos encontrar en Santayana un eco de las mismas, una reflexión para la que el pensamiento constituye el acto
cuando el filósofo se pregunta sobre lo extraño del fenóme- vital por excelencia.
no de la objetivación estética, comparándolo con el animis-
mo, esto es, con la creencia que considera dotados de vida a Vivir y duración
los entes naturales. No obstante, Santayana pone de relieve,
precisamente, el carácter excepcional del fenómeno de la ob- Partiendo del análisis del sentimiento estético, Henri
jetivación respecto al modo científico de referirse al mundo. Bergson (1859-1941) llegará a una exaltada y fascinante
La incorporación del sentir a la cosa es diferente de la empa- metafísica de la vida, que ejerció un enorme influjo en la
tía: no se trata de extender el sentir subjetivo a las cosas,
sino, al contrario, de confrontarse con la singularidad de una 7
G. Santayana, Reason inArt(I905), New York, 1955.

28 29
cultura literaria y filosófica de la primera mitad del siglo obra. En efecto, no podremos encontrar la libertad en el de-
veinte. En su reflexión, la experiencia estética tiende a con- terminismo causal del mundo físico y sus leyes; pero tampo-
vertirse en una «experiencia integral», tremendamente su- co debemos situarla -como hace Kant- en el ámbito de la
gestiva, que puede considerarse como un originalísimo de- moralidad, de la cosa en sí, del noúmeno, del que nada sabe-
sarrollo del juicio estético kantiano. mos y del que no tenemos siquiera conocimiento alguno. En
En su primera obra, el Ensayo sobre los datos inmediatos de tanto «el acto libre» se determina sin ninguna razón y, a ve-
la conciencia 8 , Bergson distingue dos órdenes de realidad: uno, ces, contra toda razón, responde a la totalidad de nuestros
homogéneo, caracterizado por el dominio de la dimensión es- sentimientos, de nuestros pensamientos y nuestras aspiracio-
pacial, de la cantidad y la multiplicidad; el otro, heterogéneo, nes más profundas. Bergson somete a crítica también la tesis
caracterizado por una experiencia del tiempo en cuanto dura- de aquellos que defienden el «libre albedrío», quienes entien-
ción, por la percepción de las cualidades y por la indetermina- den la libertad como autocausalidad, ya que también ellos
1
ción numérica. El primero está conectado con la extensión y conciben el acto de la decisión según una configuración es-
la exterioridad, el segundo con la intensidad y la interioridad. pacial, como una oscilación entre dos puntos situados en el
Nos movemos dentro del primer orden cuando nos vemos en- espacio. En realidad, la acción libre emana de nuestra perso-
vueltos en las necesidades e intereses de la cotidianidad, o bien nalidad y se encuentra inmersa en ese continuo devenir que
en la preparación y proyecto de la investigación técnico-cientí- caracteriza el modo de ser de los organismos vivientes.
fica; el segundo orden, en cambio, es el de los sentimientos Al conocimiento «científico», relativo, fundado sobre
profundos, que se bastan a sí mismos y que implican a los es- símbolos y orientado hacia el estudio de la materia inorgá-
tratos profundos de la conciencia. Entre éstos últimos, Berg- nica, Bergson contrapone un conocimiento metafísico, ab-
son sitúa el sentimiento estético, que viene acompañado de la soluto, activo, inseparable de los procesos vitales. Éste últi-
promesa de un acontecer múltiple y siempre diferente y t~­ mo se asemeja a la tarea literaria: en uno como en la otra se
bién dL la tendencia a transmitirse a otros según un movi- hace necesario un trabajo propedeútico, que para el escritor
miento de simpatía espontánea. No obstante, el sentimiento consiste en anotaciones e información preparatorias, y para
estético no es un sentimiento particular respecto a otros, sino el filósofo en observaciones y meditaciones. Tanto en la lite-
un aspecto gue permea todas y cada una de las e~periencias ratura como en la filosofía lo esencial es, sin embargo, el
profundas. Este constituye para Bergson una especie de para- impulso que nos lanza hacia un dinamismo creativo, en el
digma, al que recurre constantemente cuando necesita pro- que nos identificamos con la vida del mundo entero9 •
porcionar un ejemplo de aquello que considera opuesto y al- ;)¡ Este proceso es estudiado y descrito en la obra La evolu-
ternativo al mecanicismo físico-matemático. l_Y ción creadora 1º, en la que Bergson retoma y desarrolla la no-
Para explicar la noción misma de «acto libre», Bergson ción central de su pensamiento, la duración. ¿Qué quiere de-
hace referencia a la relación que existe entre el artista y su

H. Bergson, Essai sur les données inmédiates de la


8
1889
9
H.. Bergson, Introduction a la métaphisique (1903), en Pa_-
rís, 1959.
[trad. cast.: Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, en Obras 10
H. Bergson, L'euolution créatiue, I90T [trad. cast.: La euolución
escogidas, Madrid, Aguilar, 1963]. creadora, Madrid, Espasa-Calpe, 1985].

30
31
cir pensar la vida como una duración? Sobre todo, necesita- Y este «duran> ¿tiene un «sentido»? o, mejor, ¿cuál es el
mos liberarnos de la falsa idea de que la experiencia del «sentido» de la vida?, ¿qué diferencia esencialmente a ésta úl-
tiempo es una sucesión de instantes autónomos, casi como si tima del nmndo de los seres inanimados? La cuestión teleo-
el presente estuviese separado del pasado y hubit:ra necesi- lógica emerge como el problema central de la reflexión berg-
dad de recrearlo de cualquier manera, a través de una reela- soniana. El autor rechaza tanto el mecanicismo de la ciencia
boración a posteriori; vivir no es revivir el pasado (como para moderna, solidario con una concepción del mundo que ex-
Dilthey). Entre pasado y presente no hay cesura alguna: en cluye la posibilidad de lo nuevo, como el finalismo radical,
la experiencia del tiempo como duración nada del pasado se según el cual el n;1!;f.ndo viene a ser la realización de un pro-
pierde. El presente no es sino la prolongación del pasado, grama trazado de· una: sola vez. El primero considera todo
que, como una ola, opera incesantemente hacia el futuro. bajo el aspecto de la necesidad y la repetición y, por tanto,
Todo cambia continuamente, pero este cambio no debe ser excluye a priori la posibilidad de entender la vida, que es,
considerado como el paso de un estado a otro, sino como
1
precisan1ente, la emergencia de lo nuevo; el segundo recono-
una transición continua, una carrera sin fin, justamente ce, sólo en apariencia, la libertad y la diversidad del ser vivo,
como una duración. En cuanto continuidad que siempre ya que, en realidad, lo constriñe a un plano ya establecido en
avanza, la duración excluye la repetición. En cada instante se una primera y única ocasión. Tanto mecanicismo como tele-
añade algo nuevo, mejor dicho, algo original e imprevisible. ología no son, en el fondo, sino teorías de lo inorgánico, que
La vida es, por tanto, una especie de creación continua que olvidan la esencia misma de la vida. Bergson critica también
remodela sin descanso la forma de la experiencia. el finalismo concerniente a lo individual, que atribuye a cada
A pesar de su proximidad etimológica, la duración berg- ser una finalidad interna, separada e independiente del mun-
soniana no tiene nada que ver con el adjetivo «duro» (fran- do que lo rodea: la finalidad -en su opinión- o es global o
cés dur). Precisamente al contrario, conduce a la idea de un no existe en absoluto; de hecho, cada individualidad se com-
permanecer que se transmite gracias a su flexibilidad e infi- pone, a su vez, de infinitos elementos, cada uno de los cuales
nita capacidad de generar e incorporar siempre la novedad. bien puede reivindicar su principio vital autónomo.
Por ello, no es el modelo artesanal el más adecuado para La experiencia del vivir como duración nos lleva hacia
ejemplificar la duración: es más, las obras producidas por una dirección completamente contraria, una dirección que
el hacer estético no gozan de importancia alguna. El senti- comprende la realidad como un ininterrumpido brotar de
miento creativo del que habla Bergson no necesita de impredecibles novedades. Es inútil, por tanto, asignar a la
obras. Lo que realmente importa es la experiencia, la cual vida un cierto fin; la vida excede cualquier modelo preexis-
se afirma independientemente de cualquier producto exte- tente y va siempre más allá de cualquier previsión. La inter-
rior, de cualquier hacer artístico. Se crea a sí misma: usan- pretación racional de los eventos es siempre algo que aconte-
do una palabra que ha sido recientemente usada para indi- ce a posteriori y tiene un valor meramente retroactivo. La
car el fenómeno de la vida, puede definirse como estrategia teórica de Bergson resulta más ambiciosa que la de
«autopoiética». Por ello, lo que se encuentra implícito en Dilthey: el «sentido» de la vida no surge de un revivir, con
Bergson es una teoría de la experiencia estética, ¡no una inteligencia y sensibilidad, momentos particulares de la vida
teoría del hacer artístico! de los individuos y de las colectividades, sino de la evolución

32 33
entendida en su totalidad. Se ve invadida por un impulso vi- no puede ser formulada en términos de una intención pro-
tal, por una fuerza explosiva, que crea distintas líneas de de- yectada o un horizonte prefijado, porque es esencialmente
sarrollo. Algunas de ellas prosperarán y crecerán; otras, en acción y libertad, pero no azar ni capricho. El impulso vital
cambio, se verán interrumpidas, desviadas, empujadas a vol- aparece, en definitiva, como una exigencia de creación. La
ver hacia atrás. No debemos imaginarnos la evolución como idea de genialidad, limitada por Kant a la actividad creativa
un desarrollo armónico, ya que el desorden, lo accidental y del artista, se extiende, gracias a Bergson, a toda la naturale-
azaroso juegan en ella un muy importante papel. Pero, a pe- za, la cual contiene una infinidad de dimensiones virtuales,
sar de todo, la vida tiene un «sentido», ¿en qué consiste? que exceden cualquier número y medida. En resumidas
La respuesta a esta pregunta se encontraba ya en Kant, cuentas, el ser humano deja de ser el centro del «sentido» de
en la primera parte de la Crítica del juicio, en la que, para la vida, como lo era en la experiencia vivida de Dilthey y en
definir la belleza, se introducía la noción de «finalidad de la valoración entusiasta de Santayana. La vida se asemeja
un objeto en cuanto es percibida en él sin la representación 1
ahora a una inmensa ola que, partiendo de un único centro,
de un fin» 11 • Si yo vinculo una entidad cualquiera a un fin se desarrolla en una infinidad de direcciones que presentan
objetivo, encontraré la utilidad o la perfección, pero no la vicisitudes y destinos diversos y divergentes. Aun cuando el
belleza, la cual no puede ser encerrada en un concepto e hombre se constituya como el punto más alto de la evolu-
implica, por tanto, libertad respecto a un fin determinado. ción vital y la más grande manifestación de la libertad, se-
Del mismo modo, la belleza es independiente incluso del ría, no obstante, equivocado pensar que el mundo entero
fin subjetivo, que siempre resulta unido a, y condicionado ha sido creado en función del hombre mismo.
por, inclinaciones y emociones personales. Entonces, el ¿Pierde, por tanto, la experiencia estética en Bergson
modo en que Bergson elabora su idea de la vida puede ser toda especificidad? En La evolución creadora la vincula a una
considerado, precisamente, como una ampliación dentro inclinación especial, distinta de la inteligencia y el instinto.
del completo proceso evolutivo de esta «finalidad sin repre- Mientras la inteligencia se dirige hacia la materia inerte y
sentación del fin», que Kant limita al sentimiento ocurrente
es, por ello, instrumento de la ciencia, y el instinto se dirige
ante un objeto bello, natural o artístico cualquiera 12 • El fi-
hacia la vida en su dimensión inconsciente, la intuición
nalismo constituye para Bergson el aspecto esencial de la
queda como algo intermedio entre las dos, como un instin-
vida: es tal lo que la diferencia del mundo mecánico, estáti-
to convertido en algo desinteresado, consciente de sí mismo
co y compartimentado, que se encuentra completamente
y capaz de reflexionar sobre su objeto. La experiencia estéti-
subordinado a las leyes de la causalidad; pero esta finalidad
ca resulta ser, por ello, algo diferente de esa percepción coti-
diana ligada a la utilidad y la necesidad, pero comparte con
I. Kant, Crítica del Juicio, § 17.
11
ella la atención hacia la individualidad de las cosas. Cuando
12
Este paralelismo no aparece en la obra de Bergson, quien, a pesar la intuición se eleva por encima de lo individual y toma
de su enfrentamiento constante con la Crítica de la razón pura kantiana
como su objeto la vida en general, se conviert9 en filosofía
y con las interpretaciones de ésta llevadas a cabo por el neokantismo a
él contemporáneo, prescinde completamente de la Crítica del juicio. No o, mejor dicho, en metafísica. Al establecer una comunica-
obstante, V Jankélévitch, Henry Bergson, París, 1959, pp. 137 y ss., su- ción simpática entre nosotros y la humanidad, la intuición
braya las conexiones entre Bergson y el pensamiento estético de Kant. metafísica se introduce en el dominio de la vida y prosigue

34 35
su impulso. El «sentido» de la vida no es, por tanto, algo lo mecánico, perdiendo así su movilidad y plasticidad. El
que se pueda captar desde fuera, haciendo de él un objeto ejemplo de la marioneta es el más sencillo y obvio, pero
de reflexión separada: a través de la experiencia estética y Bergson reconduce a este mismo dispositivo el conjunto de
metafísica nos instalamos en el corazón y el devenir de las las situaciones y eventos cómicos. El fenómeno de la reifica-
cosas. Ellas son la vida misma, experimentada y vivida de ción, es decir, de la reducción de la persona a cosa, constitu-
modo directo 13 • ye la esencia de la comicidad. Cabe decir en definitiva que,
para Bergson, la exterioridad, la repetición, la cosificación
son cómicas, ¡hac,qn reír! La seriedad de la vida está estre-
La risa y la vida desnuda chamente conect~da fon la libertad y la acción y, cuando
éstas pierden importancia, la existencia deviene ridícula.
No todos podemos ser filósofos y perdernos en la expe- También para Bergson, como para Kant, lo cómico nace de
riencia metafísica de la duración, pero sí que todos pode~ ' la cesación de una tensión: el tono de la vida, su variada,
mos, en cambio, reír. Bergson es también el autor de un pe- progresiva e indivisible continuidad no debería caer jamás.
queño volumen titulado La risa. Ensayo sobre el significado No obstante, quizá la salud necesita alguna distracción,
de lo cómico 14, en la que delinea las características de una ¡como necesita el sueño y el descanso! Bergson desearía que
suerte de experiencia estética menor, conectada con la co- la vida no tuviese jamás parada ni reposo. Su teoría de lo
micidad. Tales caracteres son esencialmente tres: vitalidad, cómico va, por ello, en un camino opuesto al de Kant,
insensibilidad y sociabilidad. quien, atribuyendo a la risa un significado menos solemne y
La risa le parece a Bergson estrechamente conectada con más pragmático, le hace mayor justicia.
la vida, con la vida humana, mejor dicho, porque un objeto También en las otras dos características de la risa, la in-
inanimado o un animal hacen reír sólo por su semejanza sensibilidad y la sociabilidad, encontramos el eco de la esté-
con el ser humano. Ya Kant había observado que la risa fa- tica kantiana. Lo cómico -dice Bergson- exige una mo-
vorece el sentimiento de la salud, a través del reequilibrio de mentánea anestesia del corazón y se dirige hacia la
las fuerzas vitales, y la había definido como un afecto que inteligencia pura. Ello implica un alejamiento, una ausencia
procede de un repentino transformarse en nada de la ten- de participación, una distancia respecto a las necesidades y
sión de una espera 15 • Para Bergson, la relación entre el reír y requerimientos de la vida. Por ello, lo cómico es similar al
la vida es claramente sustancial: lo cómico supone un retor- arte, que sustrae los objetos de la dimensión de la utilidad
no de la vida hacia sí misma. De hecho, algunas veces la funcional, de los deseos e intereses conectados al mismo. En
vida se olvida de sí, cae en la costumbre, en la repetición, en la risa opera algo próximo al gusto estético, que había sido
definido por Kant como la facultad de valorar un objeto
13
H. Bergson, La perception du changement, en La pensée et le mou- mediante un placer sin interés alguno. No obstante; si tal
vant, 1934 [trad. cast.: La percepción del cambio, Madrid: Espasa-Calpe, desinterés estético debe ser considerado en sí mismo como
1976].
14 un distanciamiento del actuar y, por tanto, como una ten-
H. Bergson, Le ríse. Essai sur le signi.fication du comique, 1940
[trad. cast.: La risa, Madrid, Espasa-Calpe, Madrid, 1986]. dencia contraria a la vida, el panorama se nos presenta pro-
15
I. Kant, Critica del juicio, § 54. blemático. En definitiva, Bergson parece situar la risa entre

36 37
el arte y la vida. Una especificación más precisa de sus rela- otras formas de risa, no es una experiencia menor, sino un
ciones habría requerido un tratamiento más sistemático de sentimiento que permite el ingreso en una dimensión de la
los problemas estéticos, que Bergson se limitó a presentar vida más profunda y esencial que la habitual. La vida co-
sin poderlo nunca culminar. rriente se rige bajo una serie de ficciones, de apariencias, de
Asimismo, el otro carácter de la risa, la sociabilidad, pa- representaciones: nuestra identidad psíquica, cultural y so-
rece derivado de Kant, para quien el juicio estético exige el cial es una máscara que esconde una realidad continuamen-
consenso de todos. La universalidad del juicio estético se te cambiante y contradictoria. El humorismo se encuentra,
transforma, en Bergson, en la sociabilidad esencial de lo có- precisamente, con~ctado con la percepción de ésta última y
mico: en su opinión, la vida social exige tensión y elastici- es definido por Piranddlo como el sentimiento de lo con-
dad. Por ello, tal vida social choca con la tendencia formalis- trario. En otras palabras, el humorista no se percata sola-
ta y ceremonial, que transforma la experiencia colectiva en mente -como el cómico- del contraste entre el modo en
una mascarada, en un espectáculo ridículo y superficial, en ' que las cosas se nos presentan y aquél del que deberían ser,
una auténtica feria de vanidades e hipocresía. La imitación sino que se adhiere emotivamente, y al mismo tiempo, a
servil, el travestismo, el tartufismo parecen a Bergson grotes- modos de sentir opuestos. El humorista participa en el pro-
cos y ridículos, como todo lo que desplaza la atención desde ceso a través del cual cada cosa se transforma en su contra-
la interioridad a la exterioridad, de lo espiritual a lo material, rio, entrando así en consonancia con una realidad más
del alma al cuerpo. Su crítica no se limita a los aspectos ba- esencial y soterrada que aquella que la lógica nos presenta.
rrocos de la puesta en escena social, sino que se extiende al Al no ser ni cognoscitiva ni moral, la experiencia humo-
formalismo burocrático, que sumerge el impulso vital creati- rística no puede ser sino estética, pero lo es en una acepción
vo y progresista de la humanidad en una sofocante regla- que va más allá del arte. También el arte es, en el fondo, una
mentación. En su última obra, Las dos fuentes de la moral y la construcción ideal e ilusoria. Al igual que las otras formas de
. ·' 16', Bergson 11 egara' a contraponer 1a «sociedad cerra-
rel zgwn vida social y cultural, el arte compone y crea obras coheren-
da», fundada sobre la costumbre y la obediencia, a la «socie- tes, mientras la vida descompone e introduce elementos diso-
dad abierta», que prosigue el impulso creador de la vida. nantes y carentes de armonía. El arte pretende dar un sentido
En la primera década del siglo, nos encontramos con a la vida, pero éste es ilusorio -no menos que el sentido que
otro pensador para quien la vida y la risa se encuentran es- proporcionan las convenciones sociales, la religión o la filoso-
trechamente ligadas: ~igi Pirand"llq (1867-1936), autor fía. Como el juicio, el humorismo es aconceptual, pero su ser
de un ensayo titulado El humorisrno 17 , en el que se esboza «sin concepto» se encu~ntra más próximo al ingenio que a la
una concepción de la vida bastante distinta de la bergsonia- facultad de la que habla Kant. Mientras el juicio es la facul-
na. El humorismo, que Pirandello distingue netamente de tad de dirigir lo particular a lo universal, el ingenio altera y
tergiversa aquello que estaba ordenado y establecido y -como
16 decía Bacon- oficia matrimonios y divorcios ilegales entre las
H. Bergson, Les deux sources de la mora/e et de la religion, 1932 [trad.
cast.: Las dos faentes de la moral y de la religión, Madrid, Tecnos, 1998]. cosas. Introduce movilidad y desorden allí donde la misión
17
L. Pirandello, L'umorismo (1908, 1920 2), en Saggi, poesía e scritti de los conceptos es, justamente, la de fijar y sistematizar el
vari, Milano, 1960. caótico y magmático mundo de la experiencia.
38 39
J
El humorismo pone en evidencia lo inconsistente de los experiencia y la realidad; pero, aún más significadamente,
objetivos que comúnmente perseguimos, nos introduce en apoyó la causa de un arte cómico, paródico, caracterizado
la experiencia de la vida desnuda, esto es, de una vida des- por un autocompromiso irónico que anticipa en cierto
pojada de ilusiones y máscaras y reconducida a su árida y modo la obra pirandelliana.
misteriosa crudeza natural. De los dos términos usados en
la antigua Grecia para nombrar la vida, bíos (la conducta
humana, en su sentido ético) y zoé (la vida entendida en Vivir y destruir
sentido natural, que comprende a vegetales, animales y
hombres), el discurso de Pirandello se inscribe por excelen- Todavía más que Nietzsche, en la obra de George Sim-
cia en el segundo. La vida desnuda es justamente zoé, enten- mel (1858-1918) se encuentra presenta la influencia ae
dida como una fuerza vertiginosa que el hombre sólo puede s"chopenhauer, en cuyo pensamiento el problema del sentí-
atrapar mediante la risa. La idea pirandelliana de la vida se ¡ do de la vida había encontrado una solución muy diferente
encuentra, por tanto, en el lado opuesto de la de Dilthey, de la kantiana. En efecto, Schopenhauer mantiene que el fi-
para quien la «vida vivida» era inseparable de su significado nalismo pertenece al mundo fenoménico, entendido éste
histórico-cultural. Ni la muerte, ni el pasado, ni la inmorta- como representación, y no al nouménico, entendido como
lidad son los auténticos opuestos de la vida desnuda piran- voluntad ciega de vivir, carente de motivacione: y fine~: _La
delliana, sino sólo la vida «vestida» de la cultura y de la his- vida ad uiere así, en la filosofía schopenhauenana, un ca-
toria, que adecenta y esconde la contradicción y la violencia rácter salvaje e irrac10n , e que e om re pue e esc:par
del vivir. sófo mediante el arte y la ascesi~. Schopenhauer concibió la
¿Tiene sentido la vida desnuda?, ¿podría su significado expérlencia estética de dos modos. Por cuanto se refiere a
ser comprendido dentro de la fórmula kantiana de una «fi- las artes figurativas, el arte se identifica como contempla-
nalidad sin la representación de un fin»? Es cierto que, fren- ción de las formas; mientras en lo que concierne a la músi-
te a la concepción de la vida como autoconservación de la ca, tal experiencia se convierte en manifiestación directa e
identidad, Pirandello opone una concepción de la vida inmediata de la voluntad.
como continuo cambio e irresoluble contradicción. No obs- El pensamiento de Simmel constituye una radicaliza-
tante, esta idea de la vida me parece «estética», y no sólo ción de las ideas estéticas schopenhauerianas. La forma y la
porque toda la obra literaria de Pirandello resulta ser una vida se convierten en dos principios antitéticos en perenne
manifestación de la misma. Hay también razones específi- lucha entre sí, pero en absoluto simétricos. Así, en el curso
camente filosóficas, que deben buscarse en la enorme in- de su vastísima actividad de ensayista, que trata de modo
fluencia que sobre el siglo veinte ejerce un filósofo del que brillante los argumentos más variados e insólitos (desde la
aún no he hablado: este pensador es Friedrich Nietzsche, la moda al dinero, de la sexualidad a la ruina, desde la carica-
totalidad de cuya obra se ve marcada por la búsqueda de tura al marco), Simmel tiende a atribuir a la vida un papel
una oposición que vaya más allá de la lógica aristotélica y más esencial y básico que a la forma. Este primado resulta
hegeliana. Precisamente en el último periodo de su activi- evidente tanto en sus escritos estéticos en sentido estricto,
dad, aquél vio en la noción de vida la clave de bóveda de la dedicados a Rembrandt, a Miguel Ángel, a Rodin, como
40 41
en sus trabajos sobre Kant, Schopenhauer y Nietzsche. toda forma y opera eliminando imperceptiblemente la ne-
Pero es en los ensayos pertenecientes a su último periodo cesidad de objetivarse en algo. En último extremo, tal vida
donde encontramos la mayor profundización en la noción se sustrae incluso a cualquier determinación conceptual,
de vida. En su texto El conflicto , al porque el ámbito de la conceptualización es inseparable del
concepto de vida se le atribuye un significado histórico reino de la forma. ¿Pero, al operar de este modo, no se es-
temporal, semejante al que el concepto de Dios tuvo en la tará entregando la vida a lo irreal, a aquella mera interiori-
Edad Media, el de naturaleza en el Renacimiento o el de dad, sospechosa ante cualquier realización, que recuerda al
sociedad en el siglo diecinueve. Es contemplado como el «alma bella)) del d,ieciocho?, ¿no nos está presentando Sim-
punto de encuentro entre la metafísica y la psicología, en- mel la variante sobree:X:citada y frenética de aquel pesimis-
tre la moral y la estética. El argumento del ensayo es, preci- mo del que Schopenhauer constituía su resignada y hieráti-
samente, el conflicto que opone, por un laClo, a las formas, ca versión? Es cierto que Simmel se diferencia claramente
sean obras de arte o constituciones políticas, sistemas orga- ' de los otros padres fundadores de la estética de la vida
nizativos o estructuras sociales; y, por otro, a la vida que las -Dilthey, Santayana y Bergson- precisamente porque en su
ha producido pero que pronto se aleja de ellas, sintiéndolas concepción del vivir falta la orientación positiva, y a veces
por ello, como algo rígido y extraño, ya que no las recono- triunfalista que, desde Hegel, Herbart y Darwin iluminaba
ce como un producto suyo. La tragedia de la cultura con- a estos autores.
siste en este fallido reconocimiento: mientras para Dilthey La distancia que separa a Simmel de Dilthey se hace evi-
la forma más alta de vida consistía en la posibilidad de una dente en la distinta valoración que aquél realiza del Natura-
repetición diferente, que confería significado a aquello que lismo, que, en su opinión, no representa en absoluto una
había sido vivido en una primera vez de modo inconscien- renuncia de la creatividad del artista ante la desnuda reali-
te, para Simmel la vida se rebela contra sus propias objeti- dad efectiva, sino, por el contrario, un triunfo de la expe-
vaciones y pretende liberarse de la constricción de la for- riencia artística sobre esas formas ideales que pretenden i m-
ma. La vida asume, de este modo, un carácter destructivo, p o ne rl e constricciones externas 19 • El hecho de que el
aniquilador; experiencia estética por excelencia es la del Naturalismo considere la realidad como una masa informe,
pintor, que considera el cuadro como lo inmediato nacido carente de cualquier significado preconstituido, debe enten-
de su vida interior, y que lo concibe, por ello, como una derse como una manifestación de la plena autonomía de la
exterioridad accesoria y superflua. No se trata sólo de la experiencia estética, la cual puede, finalmente, prescindir
negación de la forma esclerotizada y opresiva, sino del re- completamente de todo concepto y valor para abandonarse
pudio de la forma en general, que pretende bloquear en así al puro flujo de la vida. Cuanto más sin sentido resulta
algo estático y quieto el imparable devenir de la vida. La el mundo externo, más triunfa el arte por el arte: el Natura-
vida viviente, entendida como fuerza autónoma, inmediata lismo no está interesado en la naturaleza, sino en la expe-
y desnuda, dirige toda su acción hacia la aniquilación de riencia. Sometiendo a examen el naturalismo teatral, Sim-

18
G. Simmel, Der Konflikt der modernen Kultur. Ein \lórtrag, Mu- 19
G. Simmel, Zum Problem des Naturalismus, en Fragmente und Auf
nich-Leipzig, 1918. saetze, Munich, 1923.

42 43
mel anticipa la teoría de la performance. ¡el actor no repre- va ideal, como categoría espiritual autónoma. Tal es para
senta su obra, es su obra! Simmel el arte, el cual constituye una emancipación de ese
Para Simmel, lo contrario de la vida no es la muerte finalismo que marca la vida en sus formas más elementales
(como para Dilthey), ¡sino la inmortalidad! La muerte habi- y prácticas. El hombre es el ser menos finalista que existe: es
ta en la vida desde su inicio y le pertenece íntimamente: libre, es decir, no necesariamente orientado hacia la realiza-
cuanto más plena y brillante es la vida, más estrecha resulta ción de un fin preestablecido. Así, para Simmel, sólo tiene
su conexión con la muerte2º. En su opinión, es necesario su- sentido y valor la vida que se libera de representarse un fin y
perar la concepción inorgánica de la muerte, que la consi- que se entrega p9r, entero a una objetividad independiente y
dera como una amenaza externa a la vida y contraria a ella: separada: mientras, normalmente, se ve para vivir, el pintor
la muerte viene a ser un elemento constitutivo del proceso es aquél que vive para ver. Por tanto, ¿sólo la forma consi-
continuo de la vida. Paradójicamente, podría decirse que gue satisfacer plenamente la furia destructiva que anima la
para Simmel «vivir es morir». Lo que realmente resta senti- ' vida?, ¿debe la vida, para ser verdaderamente fiel a sí mis-
do a la vida es la absurda pretensión de vida eterna, que aís- ma, autodestruirse en la forma?
la y separa de la vida las formas y los contenidos de la cultu-
ra y del arte, atribuyéndoles una perennidad apagada y
estática. Vida estética y religión
En su último libro, La intuición de la vida 21 , Simmel se
plantea un objetivo aún más ambicioso: superar la oposi- Al introducir en su último libro la noción de trascen-
ción entre vida y forma en una concepción de la vida más dencia, Simmel aproxima la experiencia estética a la religio-
amplia y comprensiva. La tendencia de la vida a ir más allá sa. El verdadero encuentro entre estética y religión bajo el
de todo límite no es entendida aquí tanto como destrucción amparo de la vida acontece, en modos y espiritualidades di- ~
como en el sentido de trascendencia, como acto que despla- ferentcs, en la obra del francés Henry Bremond (1865- V
za hacia delante, continuamente, los límites de la experien- 1933) y del español Miguel de Unamuno (1864-1936).
ci~. El hecho. de ser al mismo tiempo más vida y más que El primero, autor de una muy completa historia del sen-
vida, es algo implícito en la esencia misma de la vida. Bajo timiento religioso en Francia, en el ensayo La poesia pura 22 y
el primer aspecto, la vida autotrasciende manifestándose en el volumen Oración y poesía23, mantiene la sustancial afi-
bien como vida que se conserva y se exalta, bien como vida nidad entre los estados místicos y la inspiración poética. En
que se destruye en el envejecimiento y la muerte. Bajo el se- su opinión, los protagonistas de la aventura poética moderna
gundo aspecto, ella se proyecta hacia una alteridad, que, a (Baudelaire, Mallarmé, Valéry... ) vendrían a ser los continua-
veces, puede concretarse también en términos opuestos y dores de la tradición mística de los siglos dieciséis y diecisie-
contrarios a la vida misma, por ejemplo como forma objeti- te. Aquello que une a los espíritus religiosos del devoto hu-
manismo y del quietismo con los espíritus rebeldes del
20
G. Simmel, Zur Metaphysik des Todes (1910), en Aufiaetze undAb-
handlungen, vol. I, Frankfurt, 1988. 22
H.Bremond, La poésie pure, París, 1926.
21
G. Simmel, Lebensanschauung. Víer rnetaphysische Kapitel (1918). 23
H.Bremond, Prü:re et poésie, París, 1926.

44 45
Romanticismo y del Simbolismo es una experiencia particu- mo inquieto y no convencional, en el que religión y estética
larmente intensa, en la cual el sujeto se ve desposeído de sí se entrecruzan y confunden. Su punto de partida es bien
mismo y lanzado hacia una especie de éxtasis provocador de opuesto al de Bremond: no la desaparición de la subjetivi-
actos vitales. El aspecto problemático de esta experiencia lo dad en un sentimiento de fervorosa espera ante lo trascen-
constituye la relación entre pasividad y actividad. Bremond dente, sino un grito de sublevación contra la muerte, con-
considera la oración como un estado, no como un acto, templada como un intolerable escándalo, como una
como una adhesión plena a la voluntad de Dios, no como insoportable e inaceptable realidad. La vida no es para Una-
una petición: la oración pura no es la petición de nada, sino muno una fuerza,metafísica anónima e impersonal, sino la
una total aquiescencia que excluye toda término medio. La existencia de un sujeto individual, que pretende adueñarse
idea de poesía pura se caracteriza bajo ese paradigma. Ora- del universo entero sin dejar por ello de ser él mismo, que
ción y poesía son símbolo del ingreso en una dimensión de quiere transmutarse en el todo sin perder la propia singula-
la vida más profunda, pero también más pobre y desnuda. ' ridad. La experiencia presenta para Unamuno un carácter
No es por azar que la palabra griega usada en el Nuevo Tes- único e irreductible a cualquier generalidad o abstracción.
tamento para nombrar la vida sea la vitalista-natural, zoé, y La razón, incapaz de encontrar en la vida una verdadera fi-
no la ético-social, bíos. Bremond propone una especie de nalidad, entra en conflicto con la dimensión emocional y
mística estética de orden naturalista, hostil frente a cualquier afectiva del vivir, la cual aspira, en cambio, a la inmortali-
institución religiosa o literaria. La experiencia estético-reli- dad. Este conflicto genera un sentimiento trágico de la vida
giosa de la que habla tiene poco que ver con una contempla- incapaz de alcanzar pacificación o catarsis alguna24 • «Ü todo
ción de formas, al estilo schopenhaueriano; el amor puro, o nada» es la divisa de Unamuno. La vida no acepta el com-
desinteresado y teocéntrico no resulta ser ningún Nirvana. promiso. El «sentido de la vida» radica en el desafío que el
Mantiene un carácter subversivo frente a cualquier forma o sujeto dirige al mundo. Don Quijote aparece como el sím-
rito, frente a cualquier conducta organizada, actitud que bolo de tal lucha. No es por casualidad que se trate de un
aparece de modo evidente en la explicación del conflicto que personaje literario. De hecho, parece que sea a la experien-
opone el misticismo contemplativo de los quietistas con la cia literaria a quien espera la última palabra, esa experiencia
institución eclesiástica. Por ello, la obra historiográfica de que abre un territorio más allá de lo verdadero y lo falso,
Bremond constituye una muy importante contribución al más allá de la realidad y la imaginación, que, haciendo du-
estudio de un argumento sobre el que había hasta entonces dar al hombre de su existencia, suspende su dolor en una
muy poca investigación: el de la relación existente entre la interrogación sin final. Niebla (1913) se titula la más cono-
sensibilidad religiosa, quietista o pietista, y la sensibilidad es- cida de las novelas de Unamuno: indistinta y siempre cam-
tética que sobre aquella se asienta. biante, representa en el fondo el tipo de existencia que él
Si la espiritualidad de Bremond se ve orientada por una describe. En ésta, mejor que en sus ensayos teóricos y críti-
experiencia de serenidad subversiva, la de Miguel de Una- cos, es donde Unamuno expone su propia idea de la vida y
muno está caracterizada por un ansia que sólo en la literatu-
ra encuentra su calma. Autor de ensayos, de novelas, de 24
M. de Unamuno, Del sentimiento trágico de la en Obras selec-
obras de teatro y poesía, Unamuno representa un cristianis- tas, Madrid, Espasa-Calpe, 1998.

46 47
la literatura, entrelazadas la una con la otra en un juego de En Jaspers y en Ortega, aquello desde lo que cabe defi-
referencias y duplicaciones metaliterarias que disuelve cual- nir la vida no es una determinación estética, como sucedía
quier predeterminación o forma fija. «Escribir como se vive, en los padres fundadores de la estética de la vida (la expe-
sin saber lo que vendrá»: así reformula Unamuno la finali- riencia · en Dilthey, la valoración positiva en Santa-
dad sin objetivo propia de la experiencia estética. yana, la creación en Bergson, la destrucción en Simmel).
Para Jaspers, serán las nociones de existencia y de situación
las que desempeñarán un papel fundamental en la caracteri-
La vida, entre estética y ética zación de la vida,~ la. primera distingue claramente la vida
humana, caracterizada por la autorreflexión y la relación
La estrecha vinculación entre el «sentido de la vida» y la con lo trascendente, de las otras formas de existencia; la se-
experiencia estética, que ha constituido un aspecto común a gunda define la relación entre el hombre y el mundo, esta-
todos los autores considerados hasta aquí, se relaja y corre ' bleciendo y condicionando las posibilidades de la misma.
incluso el riesgo de quebrarse en la reflexión del alemán De modo semejante, en Ortega son las nociones de circuns-
Karl Jaspers (1883-1969) y en la del español José Ortega y tancia y quehacer las que caracterizarán la vida: ésta es un
Gasset (1883-1955). Así, tanto para uno como para el otro, deber ser, una tarea que continuar, algo que hacer y que se
la vida es portadora de necesidades y exigencias que el arte concreta en referencia a un contexto particular. La vida no
no consigue a veces satisfacer. En ambos autores el proble- es sino un conjunto de relaciones 25 •
ma del «sentido de la vida» adquiere una dimensión emi- Esta opresión de la vida sobre lo existente tiende a rele-
nentemente ética, que en Jaspers asume un tono religioso y gar la experiencia estética a una dimensión distinta de la
en Ortega una connotación sociopolítica orientada en un vida real, dominada por los problemas éticos de la decisión
sentido laico. En Jaspers resulta determinante la influencia y el propósito. Así, para Jaspers, el arte es cifra de la trascen-
del filósofo danés Soren Kierkegaard, para quien la forma dencút, esto es, presencia no objetiva, sino simbólica, de la
de vida estética y la ética son opuestas y alternativas: mien- trascendencia en la existencia. Jaspers distingue nítidamente
tras la primera, simbolizada por la figura del seductor, se ca- el pensar sobre el arte del pensar en el arte: mientras el pri-
racteriza por la búsqueda de la novedad e intensidad de las mero funda la existencia de una ciencia del arte, sólo en el
experiencias, la segunda, personificada en la figura del mari- segundo el pensamiento es capaz, a través de la intuición ar-
do, se caracteriza por la decisión y la repetición. Ortega, en tística, de dirigir su propia mirada' hacia la trascendencia26 •
cambio, se hace eco de las enseñanzas de Hermann Cohen, También para Ortega el arte se encuentra en un plano dife-
quien transforma la ética kantiana en una ciencia del querer rente del plano de la vida: aquél es, esencialmente, irrealiza-
puro. Aunque tanto Jaspers como Ortega siguen alimentan- ción 27. El arte aparenta hacernos evidente la intimidad de la
do un fuerte interés respecto a la experiencia estética, am-
bos disminuyen y reducen el lugar que tal experiencia ocu-
pa en la economía general de la vida: a su parecer, no será la
25
J. Ortega, Adán en el Paraíso, en Obras Completas, I, Madrid,
Alianza, 1985.
estética quien suministre la verdadera respuesta al problema 26
K. Jaspers, Philosophíe, Berlín, 1932, III, 2.
del «Sentido de la vida», sino la ética. 27
].Ortega, Ensayo de estética a manera de prólogo, en Obras, op. cit, I

48 49
vida, pero, en realidad, se sitúa en un territorio que se en- ramente ocupada en las circunstancias ocasionales que se nos
cuentra en los confines del mundo real: el arte, por así de- presentan de vez en cuando, a una concepción de la vida
cirlo, desrealiza la realidad sustituyéndola por su transposi- como elección personal y determinación unívoca29 • ¿Cuál de
ción sentimental. las dos exhibe la característica de finalidad sin representación
Tanto Jaspers como Ortega se dan cuenta de que en el de un fin? En otras palabras, ¿cuál de las dos constituye la es-
curso del siglo veinte el estatuto del arte ha cambiado pro- tética? Ortega diría que la primera, porque desea mantener su
fundamente. Por ello, el primero habla de un proceso de de- disponibilidad sin sujetarse a una figura determinada. ¿Pero
generación del arte, a través del cual pierde su seriedad y au- no resulta paradóJito identificar la vida estética con la vida
tenticidad, transformándose de cifra en mero juego. El práctica de quien está siempre listo para responder positiva-
segundo dedica a esta decadencia un brillante panfleto, La mente a las oportunidades de actuación que el mundo le
deshumanización del arte 28 • El arte (en particular la poesía y ofrece? Éste es el caso de Leonardo, universalmente celebrado
1
la música), observa Ortega, era a comienzos del siglo veinte como «hombre universal»: su grandiosa forma de vida -ob-
algo de enorme importancia tanto por su contenido, que serva Jaspers 30- comporta, necesariamente, fragmentariedad e
abordaba los grandes problemas de la existencia, como por incompletitud. ¿Ha sido la suya una vida estética o ética?
la solemnidad y la dignidad que su ejercicio confería. En
pocos lustros esta digna función se pierde: el arte se ha visto
investido de un proceso de privación de vida, que lo ha em- La vida estética, entre el juego y la política
pujado hacia la periferia de la experiencia vital. El arte se ha
convertido en algo próximo al juego o, incluso, al deporte,
Una parte considerable de la estética de la vida del siglo
al tiempo que todo Occidente parece haber entrado en su
veinte reconduce la experiencia estética al juego. Vinculán-
fase de puerilidad.
dose más o menos directamente a Kant, quien había puesto
Con el objetivo de encontrar una posterior concreción de
en evidencia la afinidad •'ntre el juicio estético y el juego de
las relaciones que ambos establecen entre ética y estética, re-
pensamiento, y a Schifü ··, quien había subrayado la misión
sultan particularmente interesantes los escritos de Ortega so-
educadora del instinto del juego, son muchos los que ven
bre Goethe y de Jaspers sobre Leonardo. Considerando la
en la dimensión lúdica la manifestación por excelencia de
vida de Goethe, Ortega subraya el conflicto subterráneo en-
tre la tarea a la que efectivamente se ha dedicado (la escritura aquella finalidad sin representación de fin, que constituye la
de las obras, los estudios científicos, los cargos públicos) y esencia de la experiencia estética. Pero será sólo en la obra
una vocación profunda, que lo empujaba a la búsqueda de de Herbert Marcuse (1898-1979) Eros y civilización 31 don-
una wida auténtica», que resultaba impracticable e inalcanza- de ese acercamiento se insertará en una rica trama de nocio-
ble. De este conflicto derivaba su descontento, la impresión
de no llegar a coincidir con su propio destino. En este punto 29
J. Ortega y Gasset, Pidiendo un Goethe desde en Obras, op.
Ortega opone una concepción de la vida como trabajo, ente- cit., IV.
3
° K Jaspers, Lionardo als Philosoph, Berna, 1953.
31
H. Marcuse, Eros and Civilizatíon. A Inquiery into
28
J. Ortega y Gasset, La deshumani:z.aáón del arte, en Obras, op. cit., III. Freud, 1955 [trad. cast.: fros y civilización, Barcelona, Ariel, 1995].

50 51
~es que, decididamente, trasladan el eje de la estética de la ración de la energía biopsíquica como condición de la salud
vida desde la metafísica a la política. y la felicidad 35 •
Aunque la exaltación de la vida, entendida ésta como Ante tales simplificaciones, para las que la relación entre
fuente por excelencia de creatividad y de deseo de libertad, la vida y la experiencia estética parece totalmente olvidada,
ha estado continuamente presente en el pensamiento anar- la estrategia teórica de Marcuse resulta mucho más articula-
quista32, no puede decirse que sea dentro de esta tradición da y refinada. Él, sobre todo, rompe el vínculo entre princi-
donde precisamente se sitúe Marcuse, cuya filosofía obtiene pio de realidad y capitalismo. La pretensión de la sociedad
su inspiración, más bien, de Marx y Freud. Estos dos son, burguesa de prese~tarse como la única realidad, confinando
efectivamente, los autores cuya influencia ha significado un al sueño, a la imaginación y a la utopía toda manifestación
giro decisivo en la filosofía de la vida, haciéndola pasar de la más directa y inmediata de las pulsiones vitales, se revela
metafísica a la política. Para Marx parece, de hecho, que lo como un movimiento completamente arbitrario e ilegítimo:
contrario de la vida no es la muerte, ni lo inanimado ni lo ·tal pretensión se funda en una «represión adicional», esto
mecánico, sino la mercancía, ese «enigma)), ese «jeroglífico es, un plus de represión que no deriva de las necesidades de
social», esa «cosa sensiblemente suprasensible» 33 que consti- la lucha por la existencia, sino de la organización social ca-
tuye una especie de doble falsificación, de envoltorio mate- pitalista. Marcuse rechaza la identidad entre civilización y
rial del trabajo vivo o, mejor dicho, ese «fetiche» que aúna represión y afirma la posibilidad de un «nuevo orden libidi-
en sí los caracteres opuestos de abstracción y corporeidad. noso», basado en la armonía entre pulsiones vitales y razón,
Análogamente, para Freud parece que lo contrario de la entre libertad y moral civil. Este nuevo orden resulta ser
vida no es la muerte, ni lo inanimado, ni lo mecánico, sino esencialmente estético, caracterizado por una «finalidad sin
la realidad. Ha sido él quien ha sacado a la luz el antagonis- representación de un fin» y por una «legalidad sin ley»: la
mo existente entre las pulsiones vitales, ancladas en un sis- primera característica define la belleza, la segunda la liber-
tema inconsciente, esencialmente orientado hacia la satis- tad. Éstas constituyen los rasgos que califican una vida
facción del placer, y las restricciones que a tales pulsiones como digna de ser vivida, porque está enteramente gober-
impone la civilización, la cual reprime todo lo que no está nada por un principio unitario armonizador y gratificante.
de acuerdo con lo externo 34 • Partiendo de tales premisas, es De este modo, Marcuse derriba los límites dentro de los
posible llegar a ver en la vida la fuerza revolucionaria que que Kant había contenido la experiencia estética, y le atri-
combate contra la realidad del capitalismo y contra la opre- buye un papel de guía también respecto al conocimiento y
sión de las pulsiones sexuales: uniendo la lucha contra la la moral. Por un lado, están ya presentes todas las condicio-
sociedad burguesa a aquella contra la represión sexual, lle- nes para que el progreso científico-tecnológico y el desarro-
gamos así a una especie de vitalismo, que considera la libe- llo de las fuerzas productivas pierdan su carácter constricti-
vo y puedan, de tal modo, ser puestas al servicio de las
A. Reszler, L'esthétique anarchiste, París, 1973.
32
aspiraciones individuales; por otro, decae la utilidad de
K. Marx, Das KapitalI, 14, 1867 [trad. cast.: El capital, Madrid,
33

Siglo XXI, 1984].


34 S. Freud, Das Unglück in der Kultar, 1929 [trad. cast.: El malestar 35
W Reich, The Sexual Revolution, 1945 [trad. cast.: La revolución
de la cultura, Madrid, Alianza, 1999]. sexual Barcelona, Planeta Agostini, 19 .. ] .

52 53
aquellos mecanismos psíquicos que, suscitando en el sujeto puede ser considerado como una manifestación presente y
el sentimiento de culpa, constituyen la causa primaria de su operante ya, aquí y ahora, de la vida libre y autónoma.
malestar y su neurosis. Proviniendo de tradiciones culturales completamente
La cuestión sobre el «sentido de la vida» se enriquece en diferentes de las de Marcuse, el antropólogo Grcgory Bate-
Marcuse con nuevas acepciones. La experiencia estética no son (1904-1980) esboza una estética de la vida social orien-
sólo garantiza una vida rica de un valor intrínseco porque tada a la búsqueda de la integración y la armonía38 • La base
exhibe en sí misma su propio fin y su propia ley, sino que, de su visión dinámica de la realidad es esencialmente bioló-
asimismo, consiente una nueva aproximación a la sensibili- gica. Su atención ·ti las experiencias creativas, como el arte y
dad y a la sensualidad. Marcuse redescubre así el significado la religión, en las que el finalismo consciente sólo desempe-
originario de la palabra «estética», entendida como conoci- ña un pequeño papel, debe encuadrarse en un estudio de
miento sensible, y considera el placer que acompaña el ejer- los factores que mantienen unido el ecosistema y que garan-
1
cicio de los sentidos como parte esencial de la experiencia tizan la coherencia de la totalidad, la cual es pensada como
estética; no obstante, distingue la «sensualidad» de la «se- algo vivo. Con Bateson, la estética de la vida reencuentra
xualidad», y propugna la transformación de ésta última en una inspiración cósmica que, efectivamente, recuerda a
Eros, es decir, auspicia un proceso de sublimación no repre- Bergson.
sora, a través de la cual la pulsión sexual, desplazada hacia
una meta no sexual, auspicia la constitución de actividades
y relaciones sociales duraderas, adecuadas para intensificar y Estética del poder y biopolítica
ampliar la satisfacción individual.
La fuerza de la teoría de Marcuse radica en haber mostra- La conexión entre estética y vida se presenta, en la obra
do la posibilidad real de una vida alternariva respecto al de Michel Foucault (1926-1984), de manera completamen-
mundo mercantilista y a la sociedad represora. Por tanto, su te diferente a la que ha sido entendida por los autores hasta
teoría no es en absoluto utópica, sino que, justamente al ahora estudiados. En el libro Las palabras y !tis cosas 39 , Fou-
contrario, marca «el fin de la utopía» 36 • En el libro La dimen- cault opone la época clásica (siglos diecisiete y dieciocho) a
sión estética 37 , Marcuse confirma el significado político de la la edad moderna (siglos diecinueve y veinte). La primera
experiencia estética: consiste en que ella nos introduce en un está caracterizada por la continuidad, horizontalidad, sin-
modo de sentir y de pensar alternativos respecto a una coti- cronicídad de su cultura, la cual, en estrecha relación con la
dianidad sometida por el dinero y el poder burocrático. Su transparencia de su saber, descompone, analiza y recompo-
carácter revolucionario no depende de sus contenidos, sino ne sus propios objetos de estudio siguiendo un movimiento
de sus características intrínsecas. Bajo este aspecto, el arte que se desarrolla en la esfera de la representación, como en

36
H. Marcuse, Der Ende der Utopie, 1967 [trad. cast.: El fin de la 38
G. Bateson, Mind and Nature. A Necessary Unity, New York, 1979.
utopía, Barcelona, Ariel, 1986]. 39
M. Foucault, Les mots et les choses. Une archéologíe des sciences hu-
37
H. Marcuse, The Aesthethic DimensiOn, 1977 [trad. cast.: La di- maines, 1966 [trad. cast.: Las palabras y las cosas, Madrid, Siglo XXI,
mensión estética, Barcelona, Materiales, 1978]. 1999].

54 55
un cuadro. El saber de la edad clásica es ordenado y positi- la instituc.ión, sino que es como la vida, impersonal, anóni-
vo, transparente y fluido; en él no existen dicotomías o dua- mo, omrnpresente, omnicomprensivo. En el primer volu-
lismos radicales; se piensa el mundo como un cosmos, en el men de su Historia de la sexualidad, titulado La voluntad de
que el hombre no ocupa ningún lugar privilegiado. El final sabe_r4º: Foucault critica la hipótesis represiva de orden mar-
del dieciocho marca la superación de la época clásica, un cus1ano y se detiene en d estudio de los mecanismos induc-
cambio profundo tanto en las prácticas como en las teorías tores de la sexualidad. Lo que caracteriza la modernidad no
referentes al hablar, a la clasificación, al cambio; el lenguaje es la suspensión de la sexualidad, sino, bien al contrario, la
toma el lugar del discurso, la vida sustituye a la historia na- ~-~:1~~~1l~i~~~-~i~5""l!rE~.s sobre el sexo, la incitación sistemá- 1
tural, la producción reemplaza al intercambio. Nacen, de nea a imaginarlo, la abrumadora insistencia en presentarlo\
este modo, la filología, la biología y la economía política. El como aquello que es por excelencia deseable. Como sucedía
pensamiento filosófico comienza, ya con Kant, a hacer fef~:, en Bergson, resulta imposible en Foucault individuar y se-
rencia a lo impensado, a todo un continente sumergido del 'parar l? ~ue en su teoría :s específicamente «estético», por-
que sólo vemos emerger fragmentos, figuras sustitutivas, qu~, b~sIC~r;iente, la estética en sentido vitalista constituye
huellas. Poco importa que este impensado se llame cosa en ,1~- ~~~p1~ac1on fundamental de su p,ei:-sami~~to. Se trata de
sí, voluntad, vida, etnos o ser: lo esencial es que nos rodea un v1tahs:no que va mucho más allá de la sexualidad, como
resulta evidente en el segundo y tercer volúmenes de la His-
un pulular de fuerzas y entidades irrepresentables, que arro-
toria de ltt sexualidad, El uso de los placeres 41 y El cuidado de
jan la experiencia hacia una turbidez constitutiva y esencial.
sí42 • En ell~s, la atención de Foucault se desplaza hacia el
En este panorama, ¿dónde se sitúa la estética? .La res-
mundo antiguo, respectivamente la Grecia del siglo rv a.C.
puésta no es fácil, porque Foucault no la toma explícita-
Y el mundo greco-romano del siglo I d.C. Lo que interesa a
mente en consideración. A primera vista, estaríamos tenta-
Fo.ll.~ault es i~entificar, ya en la Grecia clásica, una prácticá
dos a ubicar la estética en la época clásica, época de la
onentada hacia el dominio de sí, que se manifiesta en la ela~
armonía y la representación Pero una consideración más
b~ración de una serie de prescripciones relativas a la disc~­
,atenta y global de su obra posterior sugiere otra respuesta.
pJma en los actos sexuales. Esta suerte de admonició¡;::-~;-tá
¿Dónde está la finalidad sin fin que caracteriza a la expe-
inspira:fa n~ tant,oyor un modelo de vida ético como por
riencia estética? En realidad, es sólo en la modernidad don-
u_na ex1genc1a estet1ca sentida -verdaderamente- por poquí-
de nace y se desarrolla la búsqueda infinita de un sentido
s1,~os hombres, pero que, precisamente por ello, resulta
que continuamente huye, se escapa de cualquier determina- enormemente significativa en una sociedad caracteri~ad~
ción definitiva. por una extendida promiscuidad sexual. A continuación,
El inspirador del pensamiento de Foucault es Nietzsche:
allí donde Nietsche habla de «vida» y de <<Voluntad de po-
40
den>, Foucault habla de «poder». Mientras el pensamiento M. Foucault, la volunté de savoir, 1976 [trad. cast.: La voluntad de
saber, Madrid, Siglo XXI, 1998].
de Marcuse se rige por la oposición que constituyen vida y 41
M. Foucault, Lúsage des plaisirs, 1984 [trad. cast.: El uso de los pla-
poder, en Foucault la vida se identifica con el poder. Su ceres, Madrid, Siglo XXI, 1998].
función positiva, productiva, dinámica resulta ser más im- 42
M. Foucault, La souci de soi, 1984 [trad. cast..: El cuidado de sí
portante que la negativa, represora, estática. El poder no es Madrid, Siglo XXI, 1998]. '

56 57
durante el siglo primero, esta orientación se confirma y re- Este grandioso proyecto de mantener unidas en la estéti-
fuerza en el contexto de la influencia ejercida por los fil~so­ ca bíos y zoé, el aspecto cultural y el natural del hombre
fos helenísticos, quienes confieren al dominio de las pasio- emprendido por Kant y continuado por Bergson y Marcu~
nes una importancia fundamental. se, se presenta ahora como fallido. Quizá sea la noción mis-
De este modo, la estética del siglo veinte parece concluir ma ~~ vida lo que resulta inadecuado para explicar una si-
con un interés renovado hacia la vida entendida como blos, tuac10n como la actual, en la que las fronteras entre la vida
como conducta rica en valores y significado. En esta direc- y la muerte, lo orgánico y lo inorgá~ico, lo animado y lo
ción se mueve Martha C. Nussbaum (nacida en 1947), au- merte, e~ espíritu,:x. la c?sa, la cultura y el mercado, el placer
tora de un libro, La terapia del deseo 43 , en el que se subraya y la realidad, acaban srendo, generalmente, inciertas y efí-
la actualidad de la herencia del pensamiento helenístico en meras. Si la aspiración fundamental del juicio estético es la
general y estoico en particular. Tomando distancias respecto de establecer conexiones y considerar los eventos partícula~
al pensamiento de Foucault, a quien critica el excesivo relie- 'r~s en relación con algo más general y universal, la idea de
ve que da a la noción de poder, la autora se hace portadora vida se nos presenta demasiado unilateral de cara a consti-
de un humanismo cosmopolita, empeñado en la defensa de tuir el eje sobre el que hacer rodar la experiencia. Con el
la libertad y la igualdad, lleno de connotaciones culturales y ocaso de la idea de vida _no se desvanece, a pesar de todo, la
espirituales. pre9unta sobre el «sentido de la vida»: éste se desplaza ahora
haoa otros ámbitos, otras intrigas teóricas.
También en el mundo antiguo se inspira Giorgio Agam-
beri,(nacido en 1942), que, en su Homo sacer44 , desarrolla
l;s consideraciones de Foucault sobre biopolítica, esto es,
sobre la pretensión del poder contemporáneo de extende.r
su control sobre la vida humana,,.reducida entonces a su di-
mensión puramente animal. No es bíos, sino vida
-desnuda, lo que se encuentra en el centro de la reflexión de
este teórico italiano. En su opinión, la figura del «horno sa-
cer», del hombre que, según el derecho romano arcaico, po-
día ser matado de forma impune, constituye una especie de
paradigma de la situación humana actual. El nuevo sujeto :
político es la «vida que no es digna de ser vivida»: el prisio-
nero del campo de concentración o la cobaya humana suje-
to de transplantes o experimentos de ingeniería genética.

43
M. Nussbaum, The Therapy ofDesire. Theory and Practice in Helle-
nistic Ethics, Princeton, 1994.
44
G. Agamben, Hommo sacer. Il potere sorrano e la nuda vita, 1955
[trad. cast.: Homo sacer, Valencia, Pre-Textos, 1998].

58 59
II

La estetica de la forma

Fon7fa y trascendencia

En la cultura estética del siglo veinte el término «forma»


se ha visto tan extremadamente difundido como el término
((vida». Ambas nociones constituyen una polaridad dentro
de la cual se mueve una parte bastante conspicua de la sen-
sibilidad, del gusto y de los proyectos artísticos de la época:
los «amigos de la vida» y «los «amigos de la forma» repre- (;
sentan dos tendencias opuestas, tendencias dentro de las
que aún es posible situar un gran número de posiciones in-
termedias que pretenden, de-diversas maneras, conciliar la
aspiraeión a una existencia llena e intensa con la experien-
cia de una entidad que trasciende el incesante flujo de la
vida. De hecho, en ~l concepto de formalse encuentra im-
plícita la referencia' a algo objetivo y estable, que parece
adecuarse perteétarnente a la esencia de la obra de arte. Así,
ante el continuo e imparable transcurrir del tiempo, la lla-
mada a la forma manifiesta la pulsión de superar el carácter
efímero, caduco, perecedero 'de·la~ida. . ··-
No obstante, se equivocaría quieñ-considerase la expe-
riencia estética de nuestro siglo como motivada únicamente
por la admiración hacia la infinita estabilidad de la naturale-
za o por la permanencia de un «monumento más perenne

61
que el bronce». Lo que realmente anima la apasionante tra- estéticas del siglo veinte pueden ser consideradas como las
yectoria del formalismo no deriva sólo del cl_es~o de vencer la distintas soluciones a ese problema.
muerte mediante la contemplación o la producción de enti- Es como si la forma, después de haber trascendido la
dades imperecederas. Esa pulsión hacia la trascendencia que vida, no llegara a tranquilizarse en un resultado, sino que se
constituye el fundamento de la estética de la forma no se de- / viera obligada a llevar a cabo un movimiento de autotras-
tiene ante la belleza de una naturaleza, que, renovándose cí- cendencia, que, a su vez, debería tener una conclusión en
clicamente, permanece siempre igual a sí misma; ni se para algún modo formal, so pena de convertirse en pura espiri-
ante la belleza del objeto artístico, cuya estabilidad parece tualidad religiosa/'!=omo en el caso de la estética de la vida,
desafiar los siglos: ¡esta pulsión nos.e contenta con tan poco! el presupuesto teórico de la estética de la forma de nuestro
En la historia de Occidente, tal impulso ha intentado con siglo está ya presente en la Crítica del juicio de Kant, allí
frecuencia trascender la propia forma, dando lugar a tenden- donde el filósofo distingue lo sublime de lo bello. Mientras
cias anicónicas, iconoclastas -cuando no, incluso, vandáli- 'lo bello implica una forma sensible, adecuada a las faculta-
cas-, que se han venido amparando en una idea de l~-~ras_--__ des humanas, predispuesta, por tanto, para nuestra capaci-
cendente y de lo eterno entendidos como carentes deJm:ma. dad del juicio, lo auténtico y verdaderamente sublime no
Según t:ale~movimientos, atribuir a lo trascendente una for- puede ser contenido en ninguna forma sensible, por lo que
ma significa ser víctima de una concepción antropomórfica no nos gusta por su adecuación, sino por su oposición a los
-cuando no, incluso, idólatra-, la cual desconoce su absolu- intereses de los sentidos. En lo sublime hay implícita una
ta diferencia respecto al mundo del hombre. En tal caso, re- trascendencia que es de naturaleza moral, no estética, lo
sulta evidente que no hay lugar para la estética, pues ésta se cual testimonia la existencia de una facultad del ánimo que
convierte en una religión donde la pulsión hacia la trascen- resulta superior a cualquier medida por parte de los senti-
dencia y lo eterno encuentra una satisfacción plena. dos. Pero, a pesar de esta inadecuación, ¡sólo puede exhibir-
La estética de la forrna del siglo veinte parece en se gracias a las formas sensibles!
cambio, un lugar intermedió entre la divinización de-laTór- Kant e,trae sus ejemplos de lo sublime exclusivamente de
ma y su recíproca demonización, entre la exaltación de la la naturale::,a; el problema de la estética de la forma se centra,
apariencia hermosa y su denigración, entre idolatría e ico- en cambio, en la existencia de formas artísticas «sublimes»,
noclastia. La dificultad de una formulación unívoca del esto es, de formas que contienen en sí factores de autotras-
problema deriva, en realidad, del hecho de que _el ~cmcee~ cendencia; que aspiran, de cualquier modo, a ser más-que-
occidental de forma no es en absoluto unitario. La torma formas. Este problema se inserta en el del antagonismo entre
encuentra en su interior un profundo desasosiego, que pro- forma inteligible y forma sensible, dando lugar a una plurali-
viene de la confluencia en un solo término de clQs nociones dad de diferentes soluciones, lo cual testimonia, por un lado,
que eran, -par~ los antiguos griegos, de una semántica bien la riqueza de la reflexión contemporánea sobre el tema, y da
distinta. El eidos) (en latín species), la forma inteligible, era fe, por otro, de la complejidad de articulaciones en las que se
\ entendida como algo diverso de la morphé (forma en latín), entrecruzan las distintas tradiciones de pensamiento y las de-
\
la forma sensible. Dentro del concepto de forma encontra- siguales sensibilidades religiosas y artísticas. De hecho, ade-
mos de este modo un antagonismo; y las distintas teorías más de las dos nociones de forma de las que hemos hablado,

62 63
hay al menos otras cuatro, que interfieren también en esta lito. El aspecto filosóficamente relevante de esta oposición no
problemática: la idea griega de forma como schéma (habitus consiste sólo en el contraste entre dos estilos diferentes, sino
en latín), que hace referencia a un orden aplicable también a eri el hecho de que el Barroco constituye una tentativa de ir
las acciones; la idea anglosajona de forma como shape, que más allá de la forma, actitud que es signo de una disolución
proviene de la misma raíz germánica que ha dado lugar a la de la forma misma llevada a cabo con una total conciencia.
palabra alemana Schopfang (creación); la idea de forma como Empujado por una instintiva repugnancia a toda delimitación
Gestalt, palabra alemana a la que la llamada «psicología de la precisa, a cualquier apariencia exterior, el Barroco pretende re-
forma» ha atribuido un significado específico, y, last but not pioducir, a través di medios artísticos, el efecto causado por lo
least, la noción kantiana de Form, entendida como condición sublime, que tiende hacia lo infinito, lo informe, lo inagota-
a priori del conocimiento. En cualquier caso, para orientar- ble. La experiencia estética barroca constituye, de este modo,
nos en esta maraña en la que se han acabado ligando a la es- una excitación que arrolla toda identidad individual y arroja a
tética cuestiones prácticas y cognitivas, es necesario no des- ~qui<:;n la prueba a un abismo en el que toda vida particular se
viar la atención de la pregunta fundamental de la que nace, y ve eliminada. ' . ,
a partir de la que se desarrolla, la estética contemporánea de Esta tendencia hacia\ lo infinito bontin~ará: no obstante,
la forma: ¿qué formas artísticas permiten que la experiencia valiéndose del arte. Por ~llo el arte da origen a una forma de
estética trascienda la simple forma? representación opuesta a la clásica, que Wolffiin define con
el término de «pintoresca». Su esencia consiste, sobre todo,
en1a&lisqueda de una refiguración del movimiento obteni-
El Barroco: más allá de la forma da a través del matiz, del contraste entre luces y sombras, de
la disolución de los contornos, del rechazo a la simetría. A
La búsqueda histórica de una forma que contenga en sí esto se añade la referencia a lo indeterminado, a lo inapren-
misma una tendencia a su propia superación comienza con sible, a lo ilimitado, que se manifiesta formalmente en el
el historiador suizo Heinrich Wolfflin (1861í-1945), cuya cubrir, ocultar, esconder ciertas partes esenciales de aquello
obra Renacimiento y Barroco 1 señala el inicio de una refle- que se desea traer a escena: eso que se encuentra bajo la su-
xión sobre los límites de la forma destinada a influir en perficie de las formas o, incluso, aquello que está fuera de
otros muchos estudiosos. ellas, que excita la fantasía y la introduce en mundos mara-
Según Wolffiin, lo renacentista y lo barroco son categorías villosos, inmensos, inescrutables.
opuestas, caracteriZ:adas por orientaciones formales~ cülfürales La barroca experiencia de la forma no constituye, a pe-
y conceptuales en absoluto contraste entre sí: mientras el-pri- sar de todo, una liberación espiritual. Al contrario, y según
mero está unido al respeto· de las normas y la simetrfa~·erse­ Wolfflin, con ella nos sentimos enredados en una masa vas-
gundo está animado por la búsqueda de lo excepcional e insó- ta, pesada y caótica, que impide la acción individual: lo
grandioso, lo robusto, lo colosal implican la imposibilidad
de captar sensiblemente el objeto mediante una única per-
1
H. Wolfflin, Renaissanre and Baroch. Eine Untersuchung über Wesen
und Enstehing des Barochstils in ltalien, 188.filtrad. cast.: Renacimiento y cepción. La simple forma se ve absorbida por, y asimilada a,
Barroco, Barcelona, Paidós, 1991). ~ un contexto más amplio. Por ejemplo, en arquitectur~ nos

64 65
encontramos en lugar de la columna con el pilar, incluido cia est~tic~L Parece, de este modo, que Wolfflin desea exten-
en un único muro. La masa carece de articulaciones e inten- der a la estética un uso del término «forma)) que Kant había
tará extenderse sin solución de continuidad a todo lo que le limitado al ámbito del conocimiento. Para Kant, y con rela-
es próximo. Allí donde el elemento particular no puede ser ción al espacio y al tiempo (que eran formas de la sensibili-
encadenado en la masa, aparece, en cambio, replicado en dad), sólo podía hablarse de condiciones a priori de la expe-
copias idénticas, múltiples, que harán que su identidad se ·rienCia: las <<ideas estéticas» no podían desempeñar una
disuelva. Wülfflin escribe que la forma barroca hace refe- función análoga a las formas de la sensibílidad y el intelec-
rencia a una idea de la materia vista como algo pastoso, ju- to, ya que no ga.ll!fltizaban nada que tuviera que ver con la
goso y blando: la masa informe irrumpe por doquier. Aquí realidad objetiva3: sino"que se referían de modo exclusivo a
parece que Wülfflin está oponiendo a la forma clásica no la subjetividad, al sentimiento de placer y disgusto, cuya
tanto una concepción distinta de la forma, como la de una universalidad no dependía de la sensibilidad. Para Wolfflín,
materia sin forma que, dotada de un movimiento incesante, 1
en cambio, clásico y barroco vie11en a ser una suerte de «a
resiste a la acción individual. Así, el carácter exagerado y en- priori» históricos: «no todo es posible en cualquier tiempo».
fático del actuar barroco, por ejemplo en teatro, sería la ~~Er-· en que yernos tiene su historÍa. Las formas de la
consecuencia de un impetuoso esfuerzo, indispensable para representación visual son independientes de las posibilida-
quien no desee sucumbir bajo un abatimiento y desánimo des expresivas individuales, se imponen a cada artista parti-
completos. cular, puesto que condicionan su manera de percibir la rea-
Estas reflexiones encuentran una exposición más precisa lidad. El «ver mediante líneas» es esencialmente distinto del
y rigurosa en Conceptos fundamentales de la historia del arte2, «ver me<Iíarli:e~m:!Dd}~>1;~l;~~ii~e~C> y lo «pictórico» consti-
obra de madurez, en la que lo clásico y lo barroco son con- tliyen dos orientaciones opuestas de la sensibilidad, como
sideradas las dos formas fundamentales de la representa- cto.s·idiomás diferentes. El primero es lineal y táctil, porque
ción. Aquí, \X/olffün no otorga a una de ellas privilegio al- los límites de los objetos, palpa sus contornos,
guno respecro a la otra, sino que se esfuerza en identificar a quien mira la impresión de tocar márgenes; el
sus características del modo más objetivo posible. La lucha segundo, en cambio, es pictórico y óptico, ya que presenta
entre forma y materia parece ahora haber dejado su puesto una percepción fluctuante y vaga de la forma, disuelve la
a la oposición entre dos tipos diferentes de forma, cada una continuidad de los contornos mismos, confiere autonomía
de las cuales se relaciona con una particular concepción del a la composición, a las luces y los colores. El primero sitúa
mundo. Lo que le importa realmente a Wolfflin es subrayar el énfasis en la «realidad» del mundo; el segundo en su
la inseparabilidad entre forma y contenido: las formas de la «apariencia». Wolfflin articula amplia y detalladamente esta
representación visual no son algo externo, sino que se con- oposición mediante una serie de conceptos antitéticos: el
vierten casi en condiciones de la posibilidad de la experien= modo de ver lineal se caracteriza por la sucesión de las su-
perficies, el modo de ver pictórico por la profundidad y la
2
superposición de espacios; el primero prefiere la forma ce-
H. Wolfflin, Kunstgeschichtliche Grundbergriffi. Das Problem der
Stílentwichlung in der neueren Kunst, 1915 [trad. cast.: Conceptos fanda-
mentales de la historia del arte, Madrid, Espasa-Calpe, Madrid, 1952]. 3
I. Kant, Crítica del juicio, § 57, nota 1.
66 67
rrada y la claridad absoluta, el segundo la forma abierta y la tales que, como el estilo geométrico o el arabesco, se mueven
claridad relativa. En definitiva, lo clásico procura la armo- en una dirección opuesta respecto a la del arte griego clásico.
nía de las partes independientes y resulta, por tanto, vincu- Mientras éste último se caracteriza por una «bella vivacidad»,
lado a una cierta experiencia de la multiplicidad; lo barroco, el objeto de estudio de Riegl es, más bien, el fenómeno de la
en cambio, disgrega rodas las posibles identidades formales abstracción y la tendencia hacia lo inorgánico.
y reinstaura la continuidad del mundo. Los presupuestos teóricos de su enorme valoración del
Esta última consideración nos lleva a la intuición estética arte ornamental se hacen evidentes en la edición de sus lec-
fundamental de Wolffiin, a la idea de que el Barroco no es ciones, que toma.~J título de Gramática histórica del arte fi-
una forma que deba ponerse a la misma altura que la forma gurativo 5 y que se publicó sesenta años después de su muer-
de arte clásico, sino que constituye la trascendencia de toda te. En su opinión, esa necesidad que da lugar al arte no
forma. La forma cerrada-dice Wolffiin- remite siempre hacia nace del impulso de imitar la naturaleza, sino de una cierta
·srñií.sma; por el contrario, la forma abierta tiende a superarse 'competencia con la misma: en la naturaleza el hombre ad-
a sí misma y aspira a presentarse como ilimitada. Ésta clase de vierte la caducidad, la casualidad, la imperfección y se ve,
forma nos sorprende continuamente, puesto que deshace la por ello, llevado a sustituirla por algo eterno, perfecto, inal-
forma en sí; así, por ejemplo, la representación de unas ruinas, terable. La primera experiencia estética está, por tanto, co-
de la muchedumbre, de la andrajosa capa del mendigo o de la nectada a la creación del arte. Tal experiencia se configura
cara de un viejo, surcada por mil arrugas, nos hacen entrar en como un perfeccionamiento de la naturaleza; el arte del an-
el reino de lo inaprensible, descubriendo la belleza de todo lo tiguo Egipto constituye la más evidente manifestación de
incorpóreo. En el pensamiento de Wolffiin se encuentra, por esta tendencia, que implica la prioridad de lo inorgánico so-
tanto, implícito un gran desafío, no sólo frente la idea habi- bre lo orgánica6. El paso siguiente implica un rechazo no
tual de belleza, sino, incluso, frente a cualquier forma. sólo de la naturaleza viva, sino también de la inorgánica.
Todas las formas sensibles aparecen ahora imperfectas y ca-
ducas comparadas con la perfección espiritual de Dios, que
La voluntad arte: más acá de la forma trasciende toda determinación posible. Esta negación radi-
cal de la forma está relacionada con el monoteísmo hebreo
Una análogo instinto de trascender la noción de forma se y su influencia: los hebreos -escribe Riegl- son importantes
encuentra en la obra del historiador del arte austríaco Alois en la historia del arte no por las obras que han creado, sino
Riegl (1858-1905), quien, en su obra Cuestiones de estilo4, si- por las que no han creado. Han introducido en los orígenes
túa las bases de una nueva valoración del adorno. Éste cons- de la civilización un componente no sólo anicónico, sino
tituye una manifestaoón artística más reciente y refinada de incluso antiformal, que ha sido mucho más productivo y fe-
la reproducción plástica de la forma de los objetos. La aten-
ción de Riegl se centrará, sobre todo, en los estilos ornamen-
5
A. Riegl, Historische Grammatik der bildenden Künste (1897-98 y
1899), K. W Sboboda y O. Pacht eds., Graz-Colonia, 1966.
4 6
A. Riegl, Stilgrafin. Grandlegungen zu einer Geschichte der Orna- En la atención que Riegl dedica a la relación entre orgánico e inor-
mentik, 1893 ltrad. cast.: Cuestiones de estilo, Barcelona, G. Gilí, 1980]. gánico puede percibirse la influencia de Schelling.

68 69
cundo que la apología de la forma orgánica: la Grecia clási- el nacimiento de la obra de arte. Mientras Wolfflin consi-
ca y el Renacimiento -esto es, los dos momentos culminan- deraba lo barroco como un algo más allá de la forma, el
tes de la estética orgánica y vitalista- no parecen a Riegl pensamiento de Riegl se dirige, más bien, haoa la idemifi-
sino dos breves paréntesis de una historia en la que la lucha caCJon lo que se encuentra más acá, antes, de la forma: la
contra la forma ha constituido el principal motivo. El arte voluntad artística responde a la tentativa de determinar un
bizantino, que suprimió en su momento los motivos orgá- elemento esencialmente artístico antes que un resultado
nicos, el tardorromano, que consideró la forma como un efectivo. Riegl encara un problema histórico muy concreto,
mal necesario, el islámico, que intentó suprimirla, constitu- el del arte tardorn\mano. Para un ojo habituado al arte clá-
yen para Riegl otros tantos ejemplos de una relación con- sico, aquél resulta feo'~, sin gracia y carente de vivacidad.
flictiva entre arte y forma que constituye un aspecto esen- Riegl no niega la corrección de tal juicio, pero sostiene que
cial de la sensibilidad estética. Ni siquiera el arte moderno tales caracteres deben ser puestos en relación con una vo-
escapa a tal conflicto, pues, para Riegl, comienza en torno a 'luntad artística definitivamente orientada hacia la fealdad,
1520, cuando se difunde la Reforma y el más virulento mo- la inercia y la falta de vivacidad. En otras palabras, tras el
vimiento iconoclasta de Occidente anega la Europa del nor- arte tardorromano se esconde algo que trasciende, sin duda,
te. Las distintas tendencias y .escuelas nacionales constitu- una bella apariencia formal y un evidente placer vital; po-
yen ejemplos de posturas de compromiso entre la persis- dríamos definirlo en términos puramente religiosos, refi:::
tente orientación orgánico-naturalista y la tendencia a la su- riéndonos al cristianismo y a su exaltación-de la humildad.
peración de la forma. Pero Riegl no desea abandonar jamás el terreno de la estéti-
Estas consideraciones generales sobre la historia del arte ca; al contrario, pretende ampliar sus límites, introduciendo
vienen a ser la base sobre la que se construye la obra más en ellos una experiencia y sensibilidad que, como el arte
conocida de Riegl, El arte industrial tardorromano 7 • En ella, tardorromano, resultan extrañas a la clasicidad.
y en polémica con la teoría que considera la obra de arte La evolución del arte figu-ativo en la antigüedad ha segui-
como el producto mecánico del uso al que se destina, de la do -siempre según Riegl- trt s fases distintas, de las cuales las
materia en la que está hecha y de la técnica utilizada, se for- más interesantes son la primera (típica del mundo egipcio) y
mula la teoría de una 'voluntad artística) (Kunstwollen), que la última (típica del mundo tardorromano). Los egipcios
se declara en lucha codtra esos tres elementos. La voluntad confirieron un gran valor al contorno, a la línea, a la conti-
artística supone algo positivo y determinado, que acontece nuidad de la superficie; crearon un arte que bien pudiera ser
antes de la forma y que es, en cierto sentido, precondición definido como «táctil», conforme a las indicaciones provistas
de la misma. En este aspecto, la noción de voluntad artísti- por el tacto. Los tardorromanos, en cambio, acentúan la im-
ca se hace afín de la noción kantiana de «forma», entendida, portancia de la luz, exaltan la autonomía de las figuras, se
precisamente, como a priori, como función que condiciona preocupan, sobre todo, del efecto que las obras ejercen en
quien las contempla desde lejos. Su arte puede ser definido
A. Riegl, Die spatromiscche Kunstindristríe nach den Funden in Óste-
7 como «Óptico», porque lo que cuenta es, precisamente, la im-
rreich- Ungarn, 1901 [trad. cast.: Arte industrial Madrid, presión de profundidad. Comprimido entre la voluntad artís-
Visor Dis., 1992]. tica táctil del mundo preclásico y la óptica, propia del mundo

70 71
posdásico, el arte griego resulta ser una especie de compro- de la forma no consistirá, obviamente, en la negación pura
miso entre las dos: se identifica, pr~saicamente, con un cierto y simple de la misma, sino en la individuación de una for-
«punto de vista normal», que se mantiene lejos de los extre- ma sublime, esto es, un-tipo de arte que permita ir más allá
mos. realidad, para Riegl lo importante acontece sólo en de toda forma, un tipo de arte que contenga elementos que
los extremos, allá donde se manifiestan seguras y precisas vo- hagan referencia a la insuficiencia de la forma sm abando-
luntades artísticas. Las voluntades que parecen haber marca- -nar, no obstante, el ámbito de lo estético.
do el arte occidental han sido sustancialmente dos, lo inorgá- En Worrringer, la oposición entre estética de la vida y es-
nico táctil y el ilusionismo óptico. tética de la form~i,se .escenifica con una radicalidad extrema.
Por un lado, nos encontramos con la tendencia a facilitar
intensificar la vida, que puede ser definida comc{empatí~ (es
El estilo inorgánico: más allá de la imagen decir, atribución a un objeto externo de. los propios senti-
1 mientos subjetivos) o comoTnaturalismo{(acercamiento del l ~­

Si Riegl parece a veces oscilar entre el rechazo de la for- arte a lo orgánico, a lo verosímil, a la l:)~lla apariencia natu-
ma y el rechazo de la imagen, mucho más precisa es la tesis ral). Por otro lado, nos encontramos con la tendencia a esca-
sostenida por el también historiador del arte alemán Wil--· par del arbitrio, de la casualidad y violencia de los procesos
..... -~~-

hem Worringer (1881-1965), autor de la más importantey vitales e ir más allá de la apariencia, que puede ser definida
acertada obra de la estética de la forma de la primera parte como7 abstracción¡ (exigencia de autoalienación, de emancipa-
del siglo veinte, Abstracción y empatía 8 • En ella Worringer ción de-la angusti~4~Jª',,subjetividad y el tiempo) o, de modo
no sólo separa, sino que incluso opone, laimagen orgáni~a' más simple, comotestilo\(es decir, como ese arte que encuen-
a la experiencia m_ás pura y radical de la forma, que él defi- tra su punto de refereñcía propio en lo inorgánico y, más en
ne con el término :estilo. pe-este modo, se evifa el peHgto general, en cualquier norma o requerimiento externo).
que planea sobre Ri~gl,-erde abandonar el terreno del arte y Por cuanto Worringer reconoce ambas tendencias del es-
pasar al de la religión, siguiendo la dinámica que fue descri- tatuto del arte, su orientación es más antidásica y antirena-
ta por Hegel9 haciendo explícita referencia a la Reforma centista que la de Wolfflin y Riegl. Los ejemplos de arte
protestante. La originalidad de la estética contemporánea inorgánico que aquél nos procura resultan, en sí mismos,
bastante significativos. Tenemos, sobre todo, el estilo or_na-
mental, donde Worringer retoma y desarrolla l~sconsidera­
8
W Worringer, Abstraktion und Einfühlung, 1908 [trad. cast.: Abs-
ciones de Riegl, subrayando ahora la oposición entre orna-
tracción y naturaleza, México, FCE, 1953].
9
De hecho, Hegel, en sus lecciones sobre estética, proporciona una mento e imitación; a ésta última Worringer no le reconocet
justificación filosófica a la iconoclastia. Sostiene que, tras la Reforma, el ni siquiera la mínima calidad artística. En la abstracción or-
espíritu siente la necesidad de satisfacerse sólo por la propia interioridad namental, la voluntad de trascender la naturaleza se mani-
y rechaza, por ello, toda representación sensible. De tal modo, el arte fiesta de modo puro y absoluto. Los motivos vegetales y
encuentra en la religión su propia superación. Este paso se encuentra,
anímales no deben llamarnos a engaño: también ellos están
por otra parte, ya implícito en la tercera y última forma de arte caracte-
rizada por Hegel, la romántica, que, iniciada con el Cristianismo, tiene subordinados a una estilización que busca la esencia de la
su principio fundamental en la elevación del espíritu a sí mismo. realLdad. Llega después el turno del arte bizantino, atento,

72 73
para Worringer, a evitar lo orgánico y la tridimensionalidad, pecto a nosotros; más bien, cabe decir que nos lanzan un de-
optando por la abstracción y la representación plana. safío; la excitación a la que nos empujan no tiene nada que
Es, no obstante, en el tratamiento del arte gótico donde ver con el placer o el juego: ¡es algo de lo que, si pudiésemos,
.. · · Worrínger nos deja su contribución más original. El Gótico con gusto prescindiríamos! En definitiva, la voluntad de arte
representa un paso adelante, decisivo de cara a la experiencia no pertenece al sujeto, al artista, sino que se impone a él
de lo inorgánico, puesto que no se limita a proporcionarnos como potencia e:x:traña y despótica. El sentir que va más allá
una representación estática, geométrico-cristalina, de la for- de los sentidos de la experiencia gótica no debe entenderse
ma; el Gótico se ve penetrado por todo un pathos misterioso, como el anhelo de\una espiritualidad inmaterial, sino como
que confiere dinamismo a lo inorgánico, creando una espe- la extrañeza, el enigma de una piedra que vibra. La experien-
cie de «vida» artificial, una mecánica «viviente» dotada de cia estética, una vez más, es algo diferente de la experiencia
una intensidad enormemente mayor que la propia vida na- religiosa, porque va indisolublemente ligada a la res, a la
tural. Con el Gótico, la abstracción celebra su propio triun- 1
cosa, a la masa. El arte gótico es asimétrico y desequilibrado.
fo, ya que se apropia también de su opuesto, de la dimen- Mientras el arte clásico tiende a la simetría y a la especifica-
sión empática. Pero esta apropiación no quiere decir en ción de un centro, el arte gótico se lanza a una repetición in-
absoluto síntesis armónica: más bien representa la inquietan- finita de un mismo motivo, a una ilimitada potenciación
te mezcla de materialidad y sensibilidad que se presenta ante que no se calma jamás. Se ve afectado por una especie de
el sentimiento vital orgánicamente mesurado como «un ex- «sublime histeria», que lo empuja a encontrar satisfacción fe-
ceso de relajación>> 10; La perversión encarnada por el Gótico bril, extraña, sólo en el aturdimiento y la ebriedad.
consiste en la transgresión de los límites de la movilidad or- Una consecuencia de la experiencia estética inorgánica
gánica; de hecho, en cuanto la energía afluye a las líneas descrita por Worringer es la diferente percepción del cuer-
muertas de la piedra, adquiere una fuerza infinita, que abate po, que pierde su dimensión de organismo vivo autónomo,
todo obstáculo. Lo gótico nos conduce a una experiencia de tan celebrada en los desnudos de la Grecia clásica. En el arte
la forma que disuelve la noción misma de forma, entendida gótico, más que el cuerpo importa. el vestido, que .amme
esta como configuración determinada dotada de identidad . una existencia y un relieve independientes de aquello que
precisa. Podríamos preguntarnos qué hay aún de «formal» en cubre. La victoria de lo inorgánico sobre lo natural encuen-
una experiencia tal: en mi opinión, es conveniente subrayar tra su culmen en el tratamiento del ~rapeado, cuando éste
no sólo el carácter de «trascendencia», común a los padres aparece investido de un movimiento no atribuible a la vida.
fundadores de la estética de la forma, a Wolffiin y a Riegl no De nuevo, es la mezcla de lo abstracto y lo material aquello
menos que a Worringer, sino, de modo más esencial, el ca- que suscitará la más poderosa e inquietante emoción.
rácter de «exterioridad», opuesto.a t24º tipo de subjetividad Lo informe de Wolffiin, la voluntad artística de Riegl y
orgánic::o-vitalista. La energía de la que parecen dotadas las
el estilo inorgánico de Worringer se configuran como una
catedrales es completamente autónoma e independiente res-
lucha contra las discriminaciones propias del clasicismo,
que había excluido de su idea de belleza las producciones de
10
W Worringer, Formproblem der Gotik, 1911 [trad. cast.: La esencia temas considerados inferiores, como los enfermos mentales,
del estilo gótico, Buenos Aires, Nueva Visión, 1973]. los seres primitivos, los niños, o bien considerados diferen-
74 75
tes, como las culturas no europeas. La teoría de la forma de concepción de la experiencia estética paradójicamente mu-
estos tres historiadores del arte abre, por tanto, el can1ino a cho más inmanentista y realista que la de aquéllos. En efec-
una estética «ampliada», a la que otros muchos durante el to, para él las dos antiguas nociones de forma, el eídos (for-
tr:rnscurso del siglo veinte han aportado relevantes contri- ma suprascnsible) y la rnorphé (forma sensible) coinciden
buciones. Por ejemplo, en lo referente al arte psicopatológi- por completo en el icono, el cual no tiene ya necesidad algu-
co, resulta de especial importancia la obra del psiquiatra na de enviarnos hacia lo trascendente, puesto que él mismo
alemán Hans Prinnzehron (1886-1933), a quien debemos es el punto de contacto entre lo visible y lo invisible, el lugar
la noción de «configuración ( Gestaltung) esquizofrénica» 11 , donde los dos m~dos se tocan y su conjunción se hace con-
que estaría caracterizada por una ley formal que no busca templable. El icono no es una imitación del original, sino el
unidad significativa alguna y que, por tanto, exhibe una es- original mismo 13 • Las fuentes de esta concepción no cabe en-
trecha afinidad con las cuestiones sugeridas por el ornamen- contrarlas, consecuentemente, en Platón, que consideraba la
1
forma sensible ontológicamente inferior a la suprasensible,
to. Finalmente, sobre la relación entre voluntad artística y
sino en Plotino y en la estética bizantina, para quienes el ser
actividad histórica formativa, deben recordarse las reflexio-
y la belleza son inseparables 14 • La imagen debe, por ello, ser
nes del filósofo japonés Kitaro Nishida (1870-1945) 12, au-
considerada no como una simple representación del original,
tor de una amplia obra guiada por la confrontación entre el
sino como una evocación, una «puerta» a través de la cual
pensamiento occidental y la tradición oriental.
Dios penetra en el mundo sensible. Negar la imagen equiva-
le para él a negar la encarnación del espíritu, esto es, a rele-
gar todo el mundo físico a las tinieblas del mal y de la co-
La obra de arte como forma viva
rrupción. Lo original, la idea platónica, es, según este tipo
de sensibilidad estética, susceptible a la evidencia sensible: la
I ,as tres teorías de la forma examinadas hasta el momen-
de Florcnskij es, por tanto, una metafísica concreta, una teo-
to presentan un punto común, , a que investigan una forma logía visual que contempla en el icono el punto de unión
más allá del clasicismo renacent: ;ta, ya sea barroca, tardoan- entre el mundo invisible y el mundo visible.
tigua o gótica. El mismo intento se encuentra en el estudio- Según Florenskij, sólo la Iglesia de Oriente ha sabido
so ruso\YavelFlore~sbr'()882-1937), quien somete la con- conservar el espíritu de esta tradición, una tradición que se
cepción reiíácentista del arte a una cerrada crítica, la cual remonta a la pintura de las momias del antiguo Egipto, que
pretende revalorizar desde el punto de vista filosófico la tra- fue transmitida por la cultura helenística y que encuentra su
dición icónica de la religión ortodoxa. No obstante, y a dife- más alto florecer en la obra de los pintores de iconos de los
rencia de sus tres colegas occidentales, Florenski tiene una siglos XlV y XV, como Andrej Rublev. La Iglesia Romana, en
cambio, se vió deformada en la estructura misma de su vida
11
H.Prinzhorn, Bildnereí der Geisteskranken. Ein Beitrag zur Psycho- espiritual por la experiencia renacentista, cuya mundanidad
logie und Psychopathologie, Berlín-Heidelberg, 1923.
12
K. Nishida, Nishida Kitaro zenshun (Oper:.i Omnia), 1947, vol. X
[De Nishida existe en español la traducción de Indagación del bien, de 13
P Florenskíj, Ikonostas (1922), Moscú, 1994.
14
Alberto Bikío, Barcelona, Gedisa, 1995]. S. Averincev, Poétika rannevizantijskoj literatury, Moscú, 1977.

76 77
no ha conseguido aún superar. La imágenes propias de Oc- teatral. El ver se ve reducido, de esta manera, a un proceso
cidente, los cuadros al óleo sobre tela, no tienen, además, mecánico, que elimina el aspecto psíquico, e incluso el neu-
relación alguna con lo suprasensible: se quedan en la super- rofisíológico, de la visión. La pintura perspectivista unifica
ficie y no lleg:rn a ser verdaderamente «formas», limitándose todas las representaciones del mundo en una trama unita-
a proporcionarnos el más llamativo testimonio de sí mis- ria, indisoluble e impenetrable de relaciones kantiano-euclí-
mas. deas, concentrada en ese yo de aquél que contempla el
La destrucción de la forma en Occidente depende de la mundo de modo inerte y especular.
afirmación de la perspectiva lineal del Renacimiento. De A la pintura,wx:rspectivista, Florenskij opone una ex-
hecho, ésta última se basa en la idea de un espacio cualitati- periencia estética que abraza en una única y compleja repre-
vamente homogéneo, infinito, ilimitado y, por tanto, indi- sentación toda una serie de visiones sucesivas y que consti-
ferenciado e informe, propio de la geometría euclidiana y tuye, por ello, una síntesis de sensaciones y de pensamien-
transformado por Kant en condición a priori de la expe- ' tos: sólo esta unidad compleja y articulada puede ser
riencia. Florenskij reconstruye la historia de la perspectiva, considerada como forma. Poco importa que ella represente
identificando sus orígenes en la escenografía teatral de la también aquello que no existe -no en vano, muchos gran-
antigüedad tardía y en su ilusionismo, que pretende huir de des pintores del arte occidental han transgredido las reglas
toda realidad sustituyéndola por una apariencia fantasma- de la perspectiva, introduciendo en un mismo cuadro pun-
górica: de este modo, las formas pierden su concreción y se tos de vista y horizontes diversos. Una experiencia estética
hacen intercambiables. Florenskij pone un gran empeño del espacio debe captar su esencial discontinuidad: la luz, la
teórico 15 en hacernos ver que la perspectiva no puede ser fuerza, la intensidad se diseminan de modo desigual, si-
una visión sencilla y natural del mundo: ni los niños, ni los guiendo líneas dinámicas que confieren a la obra de arte
pueblos primitivos ni tampoco los antiguos (aunque no una cierta vida autónoma e independiente respecto a la sub-
fuera del todo desconocida para los griegos y los romanos) jetividad del autor y del espectador. De este ¡qodo, Florens-
dibujan siguiendo las reglas de la perspectiva. No extraña- kij concluye considerando el arte como una forma viva, un
mente, la perspectiva lineal requiere una forzada reeduca- algo que actúa (érgon); por ello, el museo, que aúna en sí la
ción psicofisiológica, funcional respecto a las exigencias abs- aproximación filológica y la espectacular, constituye una
tractas de la nueva concepción del mundo; destruye la traición a la obra de arte: la relega a un estado de anabiosis,
forma de aquello que representa, ya que considera que to- de letargo, a los que resulta bien difícil sustraerse.
dos los puntos del espacio son iguales y carecen de cualida- Es interesante observar cómo en la tradición occidental
des, confiriendo un valor absoluto sólo al diestro ojo del la noción de forma viva asume un significado opuesto al de
pintor, situado en un estado de inmovilidad, del mismo la tradición oriental. Lo demuestra la extremadament~ sabia
modo en que inmóvil está, también, el ojo del espectador monografía del estudioso alemán{Er~in Panofsky 892- t0
1968) titulada Jdea 16 , en la que la forma inteligible es en-
P. Florenskij, Obratnaja perspektiva (1922), en «Trudy po zna-
15

kovym sistemam)), III, 198, 1967; y Analiz postransvennosti v chudozest- 16


E. Panofsky, Idea. Eín Bestrag zur Begríffigeschichte der alteren
vennoizobrazitel'nych proizvedenijach (1921-1924). Kunsttheorie, 1924 [trad. cast.: Idea, Madrid, Cátedra, 1989].

78 79
tendida como representación mental del artista. Esta es, de la cosa. Ciertamente, no toda la experiencia formal de
precisamente, la concepción de la forma elaborada por el Occidente puede ser constreñida en ese espiritualismo sub-
Manierismo, que, por un lado, menosprecia la forma sensi- jetivista: por ejemplo, el Renacimiento del siglo quince y el
ble, considerando que la naturaleza jamás puede ser perfec- Clasicismo dd dieciséis hacen un uso distinto de la noción
ta, y que, por otro, hace depender por completo la obra de de «idea»; para el primero, la idea es el ideal entendido
arte de la presencia preexistente de la idea en el espíritu del como perfeccionamiento de la naturaleza, para el segundo,
artista: Miguel Ángel entiende el «concepto)) como sinóni- la idea es una visión de la naturaleza purificada por nuestro
mo de la «idea» y piensa que la libre representación creada espíritu. No obst4l!\lte, en la concepción de Panofsk:y, la for-
por el artista constituye el modelo de la obra de arte; de ma renacentista y la clasicista llegan a ser sólo paréntesis o
modo paralelo, Durero afirma que el buen pintor tiene su preparaciones respecto a la pura idea interior, que existe
interior repleto de «figuras)) (esto es, de formas suprasensi- únicamente en el espíritu del artista.
bles), y le atribuye una facultad que el Medioevo atribuía El análisis de Panofsky se añade e integra a las teorías de
sólo a Dios. Panofsky traza la historia de esta metafísica de la forma que la han precedido; también ella responde a la
tintes subjetivistas, cuyas premisas se encuentran ya en Ci- pregunta fundamental desde donde la estética de la forma
cerón y en la equiparación que éste realiza entre la forma del siglo veinte toma su origen: ¿qué formas artísticas per-
suprasensible y la cogitata species (la representación viva que miten a la experiencia estética trascender la forma? Después
figura en el intelecto de quien practica el arte). A través de del Barroco (Wolfflin), el ilusionismo tardorromano (Riegl)
un camino que va desde Plotino y San Agustín a Meister y el Gótico (Worringer), también el Manierismo se encuen-
Eckhart y a Marsilio Ficino, la idea pierde completamente tra entre los movimientos que trascienden la forma. El ca-
tanto su existencia independiente respecto a la interioridad mino trazado por Panofsky resulta, por otra parte, aún más
del espíritu, corno su relación con el mundo sensible: la rea- significativo que los demás, pues muestra que el vínculo en-
lización matenal de la obra de arte acabará siendo siempre tre fo ma y trascendencia se mantiene en Occidente tam-
inadecuada respecto a la representación ideal, ya que lama- bién e uando el eídos se entiende no como una entidad me-
teria opone una resistencia continua a la forma que preten- tafísica independiente del hombre (siguiendo a Platón),
de plasmarla y conserva un carácter esencialmente negativo, sino como una representación que está en la mente del
hostil, impenetrable. hombre (según el cambio subjetivista realizado por Cice-
De este modo, Panofsky esboza de manera eficaz una rón).
sensibilidad estética radicalmente opuesta a la que fue des- Queda, no obstante, abierta una cuestión: ese impulso
crita por Florenskij: el espiritualismo idealista de Occiden- hacia la trascendencia y la superación del dato sensible que
te, que encuentra su máxima manifestación en el Manieris- anima el Manierismo ¿se detiene en el arte manierista?, ¿se
mo, aparece como lo exactamente opuesto a la filocalia contenta con las figuras «serpenteadas», con el demuda-
inmanentista de Oriente, cuya más alta realización viene re- miento de las proporciones entre las partes del cuerpo hu-
presentada por la pintura de los iconos: aquí la forma está mano, con lo infinito, con lo grotesco o con aberraciones
«viva» en el alma del artista, allá en la materia sensible; aquí morfológicas semejantes?, ¿o bien acaba devaluando no sólo
tal forma reluce en el alma del pintor, allá en la enajenación la naturaleza, sino también la obra de arte, considerada no

80 81
menos inesencial que las formas naturales en su relación terior sin hacerse prisionero, una vez más, de la dialéctica
con el eídos viviente en la interioridad del alma del artista?, que lo opone a lo interior? El hecho es que la antigüedad
¿el punto de llegada de este proceso acaba siendo una expe- clásica nos proporciona una tercera palabra, un tercer tér-
riencia estética sin obra de arte, no alejada de aquella ironía mino que nos abre un horizonte semántico-conceptu
del poeta romántico que rechazaba tomar en serio su propia completamente diferente de lo que hemos visto hasta ahora:
obra?, ¿o bien queda intacta la distinción entre el subjetivis- el schéma (en latín habitus) nos refiere a la idea de una for-
mo vitalista, hostil por definición a la forma (al que el Ro- ma exterior que puede ser también abstracta e intelectual.
manticismo sería asimilable) por un lado, y el formalismo En el schéma el pi<vblema metafísico de la separación entre
ideal del Manierista por otro? Es cierto que en la experien- sensible y suprasensible ni siquiera se plantea: los romanos
cia estética manierística se encuentra implícita una tenden- traducían schémata por «habitus, cultus, vestitus, gestus,
cia iconoclasta, en la cual, sólo recientemente, se ha deteni- sermones et actiones». El común denominador a tales ex-
do la atención de los estudiosos 17 • Es en esta dirección hacia 'presiones es, precisamente, la exterioridad, atribuida a las
donde la reflexión estética inaugurada por Panofsky merece actitudes, la indumentaria, el modo de comportarse, los
ser continuada y desarrollada. movimientos de la danza, las formas de gobierno, los mo-
dos de vida, las figuras retóricas, gramaticales, astronómi-
cas ... y, last but nont least, a las obras de arte. Es a esta plu-
La forma como esquema y secuencia histórica ralidad de acepciones a la que Focillon hace referencia
expresa, cuando entiende la forma como construcción del
La estética de la forma no se agota, a pesar de todo, en espacio y la materia, y cuando se preocupa de no separar la
la reflexión sobre las nociones de eidos (forma suprasensible) actividad del resultado: la intención, la fantasía, la intuición
y morphé (forma sensible). Bien al contrario, su vitalidad se intelectual no son aún formas, ya que no tienen «cuerpo».
manifiesta también en el esfuerzo de pensar la forma de La extensión, la materia y la técnica constituyen aspectos
otros modos, que prescinden, o superan, la oposición entre esenciales de la forma: no existen artistas sin manos ni for-
espíritu y materia, entre lo intelectual y lo sensible. Entre mas sin reconocimiento externo.
tale~ modos merece atención el del historiador del arte fran- Focillon, estudioso del arte románico, confiere un signi-
cés Henri Focillon' (1881-194.3), autor de Vida de las ficado filosófico general a una sensibilidad estética, que hun-
formas 18 • Aquí nos encontramos con la elaboración de una de sus propias raíces en el mundo romano clásico. En efecto,
noción de forma independiente de la tradición metafísica fueron los antiguos romanos quienes elaboraron la noción
platónica o aristotélica: para Focillon, la característica esen- de forma, tomando como modelo el rito religioso y la acción
cial de la forma es la exterioridad. ¿Pero cómo pensar lo ex- jurídica: es la forma, esto es, la ejecución exterior de actos
adecuados y preestablecidos, los que confieren efectividad a
17
la ceremonia religiosa y al procedimiento jurídico; de tal
A. Chastel, The Sach of Rom 1527, 1983 [trad. cast.: El saqueo de
Roma, Madrid, Espasa-Calpe, 1998]. modo, lo que cuenta no es tanto el contenido subjetivo de
18
H. Focillon, Vie der formes, 1934 [trad. cast.: Vida de las formas, las acciones corno su forma, que no necesita de un «sentido»
Madrid, Xarait, 1983]. añadido quien la realiza, puesto que ya tiene en sí mis-

82 83
ma un «Sentido» implícito. Focillon resalta la diferencia en- tránsito que, por un lado, extiende la biología a las «cosas», por
tre «signo» y «forma»: el primero remite a algo distinto de sí, otro, y por medio del ornato y la moda, crea una «humanidad
la forma, en cambio, «se significa», rem~ite a sí misma. Igual artificial». Las formas tienen también su propia historia, inde-
que lo era el rito de los antiguos romanos, la forma es flexi- pendiente de la historia social, política o económica: resulta,
ble y elástica sobremanera: se presenta como «una especie de por ello, posible establecer parentescos y filiaciones entre artis-
molde hueco», en el que el hombre arroja, de vez en cuando, tas que pertenecen a épocas y culturas distintas, que ni siquiera
materias enormemente distintas. Por otra parte, la palabra han tenido noticias el uno del otro y que se ven, no obstante,
griega schéma proviene del verbo écho, que admite entre sus unidos por el des~oll'?. objetivo e impersonal de las formas.
traducciones las de «contener, ocupar, mantener». Las naciones, el ambiente, las contingencias del momento re-
No obstante, la forma no debe ser de ningún modo consi- sultan ser no sólo insuficientes, sino, incluso, enredadoras y
derada como un mero envoltorio, susceptible de contener, in- deformantes de cara a un conocimiento esencial e histórico de
1
diferentemente, cualquier cosa. En definitiva, lo importante las experiencias estéticas y artísticas. Al sentir subjetivo y orgá-
no es lo que ella contiene, sino cómo se transforma. De he- nico, Focillon opone un «sentir mediante formas», indepen-
cho, exhibe lo que puede ser llamado «el genio de la impro- dientes de las imágenes y de los recuerdos individuales, y en el
piedad»: como Proteo, cambia continuamente, nace de un que la dimensión sensible (el toque) y la dimensión suprasen-
cambio y ya empieza a preparar otro. El movimiento de la for- sible (la inspiración) no pueden ser distintas la una de la otra.
ma deja de ser la trascendencia, para pasar a ser el mismo Un desarrollo cuanto menos interesante de la estética de
tránsito, es decir, la continua, incesante transformación de la la forma de Focillon se encuentra en la obra del historiador
forma: Focillon supera, de este modo, las oposiciones entre del arte americanoiGeorge Kubler \(nacido en 1912), con
clásico y barroco, entre decoración y figuración, entre primiti- quien la reflexión estética sobre la forma adquiere finalmente
vo y civilizado, oposiciones en las que los teóricos de la forma una dimensión más universal. Así, él toma en consideración
del primer siglo veinte seguirán enredados. En su opinión, tanto el arte occidental y oriental, como la producción mate-
todo estilo (es decir, cada secuencia formal que se ,lesarrolla a rial de los pueblos carentes de tradición escrita, elaborando
partir de la asimilación de las experiencias anteriores) pasa a una teoría general de la «historia de las cosas», en la que los
través de varias fases o estados (experimental, clásico, barroco, mismos instrumentos conceptuales valen tanto para el cono-
académico). También aquí Focillon manifiesta una sensibili- cimiento de las obras de arte, como para el de los objetos úti-
dad estética típica de la romanidad: la idea de que a lo nuevo les. Especialista en arte amerindio, en el que las obras presen-
se llega gracias a una repetición distinta, gracias a la variación tan un carácter muy repetitivo, los nombres de los autores de
de un orden formal al que es necesario hacer referencia; cuan- tales obras nos son desconocidos y en el que ellas nO tienen
to más un estilo pone límites, mucho más numerosas serán las siquiera un estatuto artístico consciente, Kubler es autor del
variaciones a las que dará lugar. ¡La falta de vínculos formales volumen titulado La configuración del tiempo 19 , que represen-
genera la imitación, no la originalidad!
Las formas gozan -según Focillon- de una «vida» propia,
' G. Kubler, The Shape of Time. Remarks on the History of Thing,
9

autónoma, independiente de la vida orgánica del hombre. En- Ncw Haven, 1962 [trad. esp.: La configumción del tiempo, Madrid, Al-
tre orgánico e inorgánico, Focillon ve un intercambio, un berto Corazón, 1975].

84 85
ta una contribución fundamental al estudio filosófico de la tes de aparecer ante el observador. Tampoco la tarea del his-
historia no sólo del arte, sino también de cualquier otro as- toriador se sustrae a esta condición: las señales que ellos, des-
pecto de la cultura. Introduce ciertos criterios de inteligibili- pués de haberlas deformado, transmiten hacia el porvenir, no
dad de los procesos temporales, que prescindirán tanto de pueden ser ni completas ni definitivas; no que no
nociones vagas, como la de «estilo)), cuanto de metáforas de- pueda tornar a ser actual: por ejemplo, pensemos en quién
rivadas de la biología, como la tan extendida del nacimiento, habría podido imaginar que la distante en milenios pintura
florecer y ocaso de una cierta forma de arte. En su opinión, de los aborígenes australianos se convertiría en el inicio de
toda obra humana se sitúa, más o menos conscientemente, una secuencia fortnnl c9minuada por ciertos pintores del si-
dentro de una cadena de obras similares o, mejor -como él glo veinte; ¿quién habría podido ver en la eolipila de Erón el
mismo dice-, de una «secuencia formal», la cual atraviesa los prototipo de la máquina de vapor?
siglos, si no los milenios. En otras palabras, no existen ciclos La secuencia formal, el schéma, permite considerar el
históricos regulares como los diseñados por los padres funda- 'proceso histórico según una multiplicidad de ejes, cada
dores de la estética de la forma (del tipo «edad renacentista, uno de los cuales presenta una racionalidad dinámica pro-
barroca, romántica» ... ): la secuencia formal, aunque perma- pia bien determinada; introduce en el caos y en el flujo del
nezca inactiva durante siglos, puede ser eternamente reactiva- devenir la existencia de problemas y escalas continuas de
da con el empuje de nuevas técnicas o nuevos eventos. El de- soluciones interrelacionadas, que se subsiguen en un orden
venir de las secuencias formales tiene bien poco que ver con reconocible. Esto no quiere decir que cada punto de la se-
aquel confuso amasijo de sucesos que la historia entiende cuencia corresponda a algo realmente existente: muchas
sólo en un sentido cronológico. Kubler introduce en la con- cosas se han perdido, otras no han verdaderamente existi-
sideración histórica una preocupación exquisitamente filosó- do; lo importante es la existencia de redes históricas de re-
fica: la dinámica hacia la trascendencia, que, tal y como he- peticiones gradualmente modificadas de una misma carac-
mos visto, constituye el rasgo caracterizador de cualquier terística. Las secuencias formales son de nürnero limitado:
estética de la forma, se manifiesta aquí tanto como encuadre su duración puede ser larguísima (como la de las herra-
de los productos individuales en una serie invisible que los mientas) o tremendamente breve (corno la moda). Del
vincula a otras producciones semejantes que los preceden o mismo modo, muy distinta es su velocidad; hay series que
los siguen, como una emancipación de la cronología empíri- contemplan formaciones activas simultáneamente ante la
ca. De hecho, los productos presentan una «edad sistemáti- resolución de un mismo problema; otras se caracterizan
ca», que no tiene nada que ver con la edad cronológica: lo por la discontinuidad de las intervenciones. No obstante,
que importa es su posición dentro del desarrollo de la se- ninguna obra de arte existe al margen de las secuencias
cuencia formal, no el hecho de que sean simultáneas respecto continuas, que unen la totalidad de los objetos realízados
a este o aquel suceso que, en realidad, pertenece a otra se- por el hombre desde la más remota an rígüedad; cada cosa
cuencia. Kubler elabora, de este modo, una filosofía de la tiene, en este sistema, su posición determinada; ningún
historia que no es meramente retrospectiva, como lo era la agente se encuentra solo en el mare mágnum de la historia.
de Dilthey: las obras de arte, y más en general las obras hu- Todos los hombres activos están ligados entre sí; sus exis-
manas, son como las estrellas, cuya luz comienza mucho an- tencias se ven dinámicamente enlazadas para siempre. De

86 87
esta manera, las cosas se encuentran como los ángeles de guna invención supera el potencial de su época. Cada ins-
Tomás de Aquino, en una dimensión intermedia entre la tante es la copia casi exacta de lo que le precede: ¡nada nue-
eternidad y el tiempo: residen en el aevum, en una dura- vo sucede incontroladamente!
ción que tiene in · ¡pero no fin! Pero si todo acontece a través de una repetición diferen-
El que la esencia del arte se funde, para Kubler, en la te, ¿cómo es posible explicar el inicio y el final de las cosas?,
clasificación y la propagación de las cosas puede, ciertamen- ¿puede existir un primer objeto, que inaugurase una nueva
te, dejar perplejo a quien considere la experiencia estética secuencia formal?, ¿cómo puede descartarse definitivamente
como un «Sentir la forma» que se detiene ante, y aprecia, la una cosa sin sustia,iirla por una copia ligeramente diferen-
obra de arte concreta. Parece que la preocupación de garan- te?' ¿cómo tiene lugar el salto desde la última copia de una
tizar el vínculo social con la mediación de las cosas resulta, serie antigua hasta el primer elemento de una nueva serie?
según Kubler, de mayor importancia que la experiencia es- Para Kubler, la llegada de un primer objeto se convierte en
tética misma; bajo otro punto de vista, su teoría puede ser algo excepcional, huidizo, enigmático, sin duda peligroso:
interpretada como el prevalecer de la óptica profesional del muchas veces es causado por un ruido en la transmisión,
coleccionista sobre la amateur, propia del entendido. En por una interferencia casual. En todo caso, su llegada obliga
realidad, él introduce en la problemática de la forma una a una revisión de todo el pasado, revisión que no puede ser
especial atención al fenómeno de la repetición y a la sensi- instantánea, sino gradual: debe ser mezclada con datos an-
bilidad conectada a la misma. Schéma se dice en latín habi- teriores, que, a causa del suceso, deben ser repensados y re-
tus, de donde viene, precisamente, «hábito», costumbre: en sistematizados. Por tanto, también en este caso, la lacera-
la teoría de la secuencia formal, la atención no se sitúa sobre ción, la fractura, la discontinuidad es una ilusión: el
el original, smo en la copia. Es la réplica lo que da sentido: reconocimiento de la originalidad reclama un largo trabajo
si nada se repitiera nunca, nada sería reconocible. Kubler de reelaboración que procede según reglas bien conocidas y
encuentra la esencia de la experiencia estética no en la origi- experimentadas. No menos paradójico resuha ser el fin de
nalidad que crea de la nada, sino en la minúscula variación: una secuencia formal: ci~~rtamente, a veces, suceden eventos
en su opinión, no hay operaciones completamente nuevas, traumáticos externos, como la conquista de México a cargo
pero, al mismo tiempo, no es posible realizar una operación de los españoies, que inducen a pueblos enteros a aprender
totalmente idéntica a otra. De ello deduce que el comporta- técnicas y a imitar modelos extraños a ellos. Pero Kubler,
~ miento humano es, en todas sus manifestaciones, algo com- maliciosamente, pone en evidencia que, mientras las pro-
pletamente ritual, plasmado enteramente por la lógica de la ducciones indígenas pertenecían a una secuencia formal ini-
I¡ repetición diferente. La existencia humana se ve estructura- ciada hacía poco, los españoles llevan a América «cosas vie-
!' da por la invisible red pluriestratificada de las costumbres. jas», esto es, técnicas de manufactura y construcción que en

¡
li
f
La originalidad disgrega; la repetición protege. En realidad,
para Kubler, los grandes cambios son más aparentes que
reales: en un cuidadoso análisis, se revelan como pequeñas
variaciones de repeticiones. En cualquier momento, la ori-
Europa se remontan al Medioevo. Descartar algo implica
una decisión difícil, pues reducir algo a ser producto de un
rechazo parece ser algo que va contra el rito central de la so-
ciedad humana: la conservación de las «cosas viejas». Algu-
ginalidad se verá limitada dentro de estrechos confines: nin- nos estudiosos han explicado tal fenómeno de descarte re-

88 89
curriendo a la noción de «cansancio estético» (es decir, a un corte 2º, que en la Francia del ancien régime las actitudes for-
compuesto de tedio y desprecio que proviene de la costum- males no son en absoluto una mera superestructura decorati-
bre). En realidad, para Kubler el mundo de las cosas no pre- va, sino que constituyen el eje de toda una «lógica del presti-
senta nunca un verdadero final, ¡sólo una interrupción que gio», real y efectiva que nunca. En otras
puede durar millares de años! El indefinido perdurar de las y política son inseparables: la sociedad de corte viene a ser
secuencias formales tiene sólo un enemigo: ¡la iconodastia! una estructura extremadamente sólida y coherente, en la que
La historia de Occidente está adornada de accesos icono- resulta imposible mantener un estatuto social elevado sin ex-
clastas, desde la Florencia de Savonarola hasta el Saqueo de hibir una suntuos~~magen pública. El lujo es muestra de una
Roma de 1527 o hasta el moderno Funcionalismo ... Parece dimensión eminentemente pública y oficial, que, por un
que hasta la iconoclastia fuera un ritual recurrente: ¡quizá ni lado, establece, y, por otro, testimonia el rango y poder indi-
siquiera ella misma pueda sustraerse a la lógica de la repeti- viduales. El comportamiento debe ser funcional respecto a
1
ción diferente! un sistema dinámico, en el cual, a través de una tenaz com-
petición y una permanente presión social, los sujetos son ob-
jeto constante de una valoración. Es como si existiera una au-
La forma como etiqueta téntica e invisible «bolsa», en la que las personas, y no las
mercancías o empresas, fueran continuamente cotizadas; sus
La estética de la forma tiene en cuenta no sólo los objetos, «subidas» y «bajadas» no son algo casual o arbitrario, sino que
sino también los sujetos, los individuos: el proceso de forma- dependen de una racionalidad no menos constrictiva que la
ción, en el sentido de plasmar algo tomando como base un económica o la científica, y que está, sobre todo, atenta al
modelo preexistente, concierne también al comportamiento, tanteo de las posibilidades de poder de cada uno. La tarea de-
al modo de actuar, al estilo de vida. Por otra parte, el signifi- sarrollada por Elias en el estudio del comportamiento presen-
cado original de habitus hace referencia, precisamente, a la ta, por consiguiente, una profunda afinid;:id con el estudio
conducta. Tanto la corte bizantina como la papal prescribie- del ornamento dirigido por Riegl y Worringer: en ambos ca-
ron, allá en el Medioevo, una serie de comportamientos sos se descubren dimensiones teóricamente consider;:idas
enormemente ritualizados. Pero es a partir del Renacimiento, como superficiales o externas, si no frívolas, y que son ahora
y después, sobre todo, en los siglos dieciséis y diecisiete, significados intrínsecos que afectan a la sustancia de los acon-
cuando el proceso de socialización se manifiesta como elabo- tecimientos espirituales y las relaciones sociales.
ración de ciertas reglas de etiqueta, de unas ciertas «buenas En la obra El proceso de la civilización 21 el objeto de in-
maneras» y un «saber vivir)). Nace así una «humanidad artifi- vestigación de Elias pasa a ser esa clase de cambios en las
cial», para la cual debe atribuirse un valor esen<:}al al autQ<:;on-
trol y la estilización. El sooólogo alemán ¡Norbert Elias 1
20
N. Elias, Die hófische Gesellschaft. Untersuchangen zur Sozrlogie des
(1897-1990) es el gran estudioso de esta estética de la forma Konigtums und der hofiscchen Aristokiatie, 1969 [trad. cast.: La sociedad
ceremonial, y su obra puede ser considerada como una apli- de corte, Madrid, FCE, 1993].
cación de la noción de schéma al universo histórico de las re- 21
N. Elias, Über den Prozess Zi1lilisation, 1939 [trad. cast.: El
laciones sociales. Elias demuestra en su libro, La sociedad de proceso de civilización, Madrid, FCE, 1988].

90 91
costumbres, en las estructuras de poder y en la sensibili- dos 22 : en efecto, ¡la sociedad actual se asemejaría más a la
dad, que han hecho posible en la edad moderna el naci- sociedad cortesana que al capitalismo decimonónico!
miento de una sociedad fundada en el autocontrol. Una ci- La segunda consideración tendría que ver, en cambio, con
vilización de las maneras» requiere, efectivamente, la noción misma de individuo. Así como para Kubler todo
un sutil y complejo proceso de formación interior, relacio- objeto d~bería encuadrarse en una secuencia formal de obje-
nado con la parte más íntima de la personalidad. Para en- tos seme;antes, para Elias el individuo sólo adquiriría sentido
trar en el «mundo» y desempeñar en él un papel importan- dentro de ciertas cadenas interdependientes, que condiciona-
te, es necesario recorrer un largo y difícil camino de rían su comportal]if,:nto. El modelo conceptual que sitúa al
refinamiento y perfección psíquicas, basado en el control hombre como un sujeto' autónomo, en el centro de una serie
de las emociones y en el dominio de una serie de códigos de círculos concéntricos, vendría a ser para Elias algo total-
formales y simbólicos. No obstante, entre sociedad aristo- mente ilusorio: en realidad, cada uno no es sino un elemento
crática y sociedad burguesa hay todavía una diferencia: perteneciente a formaciones más vastas, que lo trascienden, y
mientras en la primera los imperativos de la «buena con- que actúa imitando modelos de comportamiento ya preexis-
ducta)) vienen justificados por el recurso a consideraciones tentes23. También bajo este aspecto Elias se revela como un
de una cierta prudencia pragmática (el buen nombre, la re- gran teórico del schema, de la forma ritual, que integra y
putación, la fiabilidad), en la segunda tales directrices asu- completa los análisis de Focillon y Kubler, a través de unos
men el carácter de leyes morales absolutas, que se imponen extremadamente agudos y detallados análisis de esa serie de
al individuo partiendo de su interior (la conciencia, una entramados formales que vinculan a los individuos entre sí.
voz interior, la buena intención). Esto bien podría condu-
cir a establecer una contraposición entre sociedad aristo-
La forma como Gestalt
crática, esencialmente «estética», y sociedad burguesa, esen-
ci ente «ética». Pero no me parece que ésta sea la
Entre las tentativas que en el siglo veinte han pretendido
conclusión a la que pretende llegar Elias, a quien interesa,
superar la oposición entre eídos y morphé, entre forma su-
sobre todo, mostrar la continuidad del proceso de civiliza-
prasensiblc y forma sensible, un lugar de relieve ha de ser
ción en Occidente.
reservadp al psicólogo del arte de origen alemán tRudoif
A tal propósito, resultará de utilidad introducir dos
An1hei~ (nacido en 1904), quien aplica a la estética la no-
consideraciones. La primera haría referencia al carácter
ción de Gestalt, elaborada por la psicología de la forma. En
profundamente alienador y reificante de los mecanismos y
dinámicas de la sociedad aristocrática, cuyos miembros no
serían productores de bienes o gestores de capital, sino 22
Por ejemplo, el interés actual respecto a pensadores como el jesuita
una especie de «dinero viviente», condenado a un ince- del diecisiete Baltasar Gracián, autor del más famoso tratado del saber
sante trabajo de autorrevalorización. Tal condición an- vivir de la época, Oráculo manual, puede ser relacionado con la impor-
tancia que la publicidad y la elaboración de una imagen competitiva ha
ticiparía, en mi opinión, la sociedad de los media y, por asumido de la sociedad capitalista de hoy.
otra parte, explicaría la fascinación posteriormente ejerci- 23
N. Die Gesellschaft der Individuen, 1987 [trad. cast.: La so-
da por los análisis de Elias y los datos por él proporciona- ciedad de los individuos, Barcelona, Península, 1990].

92 93
su libro Arte y percepción visual2 4 construye la noción de mundo, sobre la simplificación, la globalidad y la esenciali-
configuración* (shape). Por tal término, Arnhei.m en~iende ~l dad de la experiencia.
aspecto primario y más simple de la percepción. Esta dep La configuración, a pesar de todo, no es sino el momen-
de ser algo meramente sensible, algo que se convertiría en to inmediato a la visión: a su lado, y al mismo ·
conceptual sólo tras un proceso de conceptualización, sino ella, la imagen se presenta como forma (form) de un conteni-
que, ya desde el momento inicial, se manifi:sta com~ una do particular. Sólo a través de la forma entramos en el terre-
formación conceptual generalizadora. Por ejemplo, s1 veo no del verdadero y legítimo arte, en la transformación de un
un perro, éste se me presenta de manera inmediata bajo el objeto en imagen ..~on tal propósito, Arnheim dirige una
aspecto de «lo canino». De tal modo, Arnheim se mueve en cerrada crítica al naturalismo artístico, el cual ve en las ·
una dirección opuesta a la de Panofsky y los tres padres ~e genes la imitación ingenua de la realidad. Por ejemplo, las
la estética de la forma: no va en busca de una forma «subli- máscaras funerarias y las copias en yeso se convierten, en su
me», más allá de la forma sensible, sino que encuentra, ya ópinión, en algo carente de forma, puesto que no son resul-
en ésta última, rasgos que la hacen partícipe de las activida- tado de una invención: la tendencia naturalista, que tanto se
des mentales y espirituales más abstractas y elevadas. Perci- ve afirmada en el arte occidental a partir del Renacimiento
bir consiste, de este modo, en la formación de «conceptos con la aparición de la perspectiva, olvida la diferencia entre
perceptivos»: toda visión exterior es ya una visión interna, realidad e imagen y considera la obra de arte, simplemente,
concibe el objeto como una totalidad tridimensional, de como una réplica de lo que el ojo del artista percibe. La es-
configuración constante y no limitada a ningún aspecto pecificidad del arte consiste, precisamente, en la invención
proyectivo particular. La configuración no suministra infor- no de un tema o, siquiera, una configuración, sino de una
mación sobre un objeto individual, sino sobre la categoría a forma: su facultad corresponde a esa imaginación que Arn-
la que tal objeto pertenece; no es la forma de algo particu- heim define como la actividad que permite traducir las cosas
lar, sino de todo un género de cosas: se acerca, por tanto, a en imágenes. Con es'e fin, introduce una noción de funda-
la noción de schéma, distinguiéndose, eso sí, de ella por po- mental importancia para el sucesivo desarrollo de la estética
ner un mayor acento sobre el aspecto activo de la experien-
de la forma: la de medium. Toda forma debe se colegida gra-
cia. En Arnheim el énfasis no se pone tanto sobre la repeti-
cias al medium particular en el que la imagen se realiza: la
ción, sobre el pattern 25 , como sobre la exploración del
auténtica relación formal intrínseca no es la existente entre
la imagen y lo reproducido, como cree el naturalismo inge-
R. Arnheim, Art and Visual Perception. A Psychology of the Creative
24
nuo, sino la que existe entre las imágenes que pertenecen a
Eye, 1954 [trad. cast.: Arte y percepción visual, Madrid, AJíanza, 1998]:
(*) N del T. Para mantener la diferencia establecida por Arnhe1m un mismo medium: por ejemplo, si se desea captar la forma
entre shapey form, tomamos aguí, respectivamente, los calcos de los tér- de una vista del Gran Cañón, ésta deberá ser contrastada
minos italianos elegidos por el autor: configuración y forma. No obstan- con otras pinturas paisajísticas. Esto no quiere decir, no obs-
te, cfr. la solución adoptada por María Luisa Balseiro en su traducción tante, que todo medium sea, en sí mismo, algo cerrado; exis-
de Arte y percepción visual, op. cit. (vid. p. 1O).
25 Al estudio del pattern en el arte decorativo está dedicado E. H.
te, para Arnheim, la posibilidad de traducir un medium a
Gombrich, The Sense of Order. A Study in the Psychology ofDecorative otro. Pero, para que tal cosa suceda, es necesario conocer
Art, 1979 [trad. cast.: El sentido del orden, Madrid, Debate, 1999). ambos media: los dibujos científicos de Leonardo constitu-

94 95
yen un buen ejemplo de traducción del conocimiento cien- ·El punto de partida de la monumental obra de Baltha-
tífico a la representación artística. De este modo, cualquier sar, Gloria. Una estética teológica 27 es, precisamente, el tér-
argumentación abstracta puede traducirse en forma visual y, mino Gestalt, que da título a su primera parte, La percepción
como tal, convertirse en parte auténtica de una concepción de la forma (Schau Gesttilt). De modo similar que a Arn-
visiva. En su libro El pensamiento visual26 radicaliza esta co- heim, la noción de Gestalt sirve a Balthasar para superar de
nexión y mantiene que todo el pensamiento tiene naturaleza un golpe las dificulrades implícitas en el concepto metafísi-
esencialmente visual. Así, se sitúa en el polo opuesto a los co de forma; de tal modo, por una parte, unifica los dos as-
defensores de la estética de lo sublime: resulta algo totalmen- pectos de tal con~to, suprasensible y sensible (species=for-
te insensato buscar formas más allá de los sentidos, ¡porque ma); por otra, incluye en la nueva noción de Gestalt
las actividades espirituales mismas son esencialmente sensi- también aquellos aspectos que trascienden la forma, puesto
bles y formales! que se remontan a una experiencia de lo bello como evento,
'.suceso, irrupción de la luz (lumen=splendor). Estas caracte-
rísticas opuestas de la noción de forma se unen a la noción
Forma estética y teología de gloria (en hebreo Kabod, en griego dóxa), que tanto el
Antiguo como el Nuevo Testamento atribuyen a Dios: glo-
Hemos visto cómo los problemas de la estética de la for- ria aúna en sí tanto lo bello como lo sublime, tanto la for-
ma del siglo veinte se encuentran profundamente enraiza- ma entendida como mediación de los textos sagrados y de
dos en los múltiples aspectos de la sensibilidad religiosa de las instituciones eclesiales, cuanto lo que hay más allá de la
las distintas confesiones: aniconismo e iconodastia son acti- forma, entendida como rapto, éxtasis, transporte hacia lo
tudes que encuentran su inspiración en el Judaísmo, en el invisible. El Catolicismo vendría a ser, de este modo, porta-
Islam, en las tendencias radicales del Protestantismo; vice- dor de una sensibilidad religiosa que habrá de superar la
versa, la iconodulia mantiene estrechas relaciones con la tra- unilateralidad tanto de la teología ortodox;' (demasiado ri-
dición bizantino-ortodoxa. Pero el panorama de las relacio- tual y ceremoniosa), como del Protestantis;no 28 (demasiado
nes entre religión y estética no acaba ahí. Dos autores realista y enérgica). Esto no implica, a pesar de todo, un
resultan particularmente importantes desde el punto de vis- movimiento hacia una especia de sincretismo religioso con
ta de la estética de la forma: el suizo Hans Urs von Baltha- trasfondo estético: para Balthasar, sólo el Cristianismo es la
sar (1905-1988), autor de una estética teológica católica, y
el anglo-hindú Ananda K. Coomaraswamy (1877-1947), 27
H. U.von Balthasar, Herrlichkeit. Eine theologísche Aesthetik,
quien explicita los presupuestos estéticos de las religiones
1961-69 [trad. cast.: Gloria. Una estética teológica, Madrid, Encuentro,
asiáticas en su conexión con las culturas europeas. Ambos 1985].
teóricos se orientan hacia una teofanía regida por la noción 28
Dentro del Protestantismo, Balthasar distingue al menos tres dife-
de forma. rentes actitudes ante la estética: la filoestética' en el sentido clásico, hu-
manista y liberal de Hegel, la antiestética de Kierkegaard, y la filoestéti-
ca en el sentido antiformal y dinámico de K. Barth y de G. Nebel. Sólo
26 R. Arnheim, Visual Thinking, 1969 [trad. cast: El pensamiento vi- ésta última tendencia encuentra un reconocimiento parcial en la obra
sual, Buenos Aires, Editorial Universitaria, 1976]. de Balthasar.

97
religión estética por excelencia, puesto que sólo en él Dios arte moderno occidental, nacido del Renacimiento, privile-
se realiza como forma, sólo en él la forma histórica no se gia la forma humana y se ve condicionado por preocupacio-
opone a la luz infinita; en definitiva, la estética religiosa ca- nes relacionadas con la imitación de corte naturalista, las
tólica implicaría una objetividad radical, distinta y opuesta obras de arte orientales no buscan, en general, semejanza
tanto a la pura interioridad protestante, ajena a cualquier con algo externo: tienden a encontrar a Dios en la piedra y
manifestación externa, como a cualquier otro misticismo los colores más que en la carne, no se preocupan en absolu-
metahistórico. to de la verosimilitud biológica.
Según Coomaraswamy, en la sensibilidad estético-reli-
giosa hindú la totalidad del mundo es considerada como
forma de Dios: la expresión sánscrita nama-rupa admite en La forma: entre los media y lo sublime
su unidad, precisamente, tanto nama (el nombre, la forma,
la quidditas, el eídos) como rupa (el fenómeno, la aparien- Si la obra de Marcuse marca el paso de la estética de la
cia, el aspecto, el cuerpo ) 29 • La experiencia estética se realiza vida desde la metafísica a la política, la del canadiense
como una verdadera identificación entre artista y modelo, Marshall McLuhan (1911-1980) señala el paso de la estéti-
entre observador y observado, entre espectador y obra. Co- ca de la forma desde la filosofía del arte a la filosofía de los
omaraswam y opone de esta manera el modo de sentir media. Con el libro Los instrumentos de la comunicacíón' 1,
oriental al occidental: mientras en Occidente la vida y la McLuhan protagoniza una revolución de enorme relieve,
forma, lo orgánico y lo inorgánico, son concebidos como por la que los problemas de la forma estética se verán ahora
contrarios e irreconciliables, en Oriente la experiencia de la contemplados en su relación con los media.
realidad tiene lugar en un acto que no distingue entre los El punto de partida es una brillante generalización y ex-
polos de lo semiente y lo no semiente. Occidente genera, tensión de las teorías de Wolfflin sobre las formas de la re-
bajo un aspecto, un idealismo perverso (manifestado, por presentación (clásica y barroca); igualmente, también existi-
ejemplo, en el iconoclasta rechazo hacia la forma sensible30), rán para McLuban dos n10dos fundamentales de per-
y, bajo otro, una impresionante falta de sensibilidad (de la cepción: uno homogéneo, sencillo, lineal, visual, jerárquico,
que el funcionalismo, ciego y sordo ante la belleza, consti- explosivo (estrechamente conectado con la escritura alfabé-
tuye una prueba); en Oriente, en cambio, esteticidad y uti- tica, la imprenta, la fotografía, la radio, el cine y el automó-
lidad se conjugarían unidas de modo armónico. Mientras el vil), el otro pluricéntrico, participativo, táctil, instantáneo e
implosivo (correspondiente a la electricidad, al telégrafo, al
29
teléfono, a la televisión y al ordenador). La primera forma
A. K. Coomaraswamy, Selected Papers. Traditional Art and Symbo-
es típica del medium «caliente», que conduce a un sentido
lism, Princeton, 1977.
30
También en Oriente (en el arte indio antiguo, en el Budismo, en único, la vista, hacia otra definición que limita enorme-
el arte persa) se encuentran actitudes anicónicas, pero tales, según Coo- mente las posibilidades de participación del usuario; este
maraswamy, no presentan ese carácter de rigidez y absolutidad que tie-
nen en Occidente, precisamente porque la noción de forma como
nama-rupa excluye cualquier oposición entre mundo sensible y mundo 31
M. McLuhan, Understanding Media, 1964 [trad. cast.: Compren-
suprasensible. der los medios de comunicación, Barcelona, Paidós, 1966].

98 99
medium aparece lleno de datos que implican un consumo nosotros mismos, de nuestros sentidos y facultades percep-
uniforme y mecánico. La segunda forma pertenece, en cam- tivas; reproduce tecnológicamente procesos que pertenecen
bio, al medium «frío>>, que, siendo de baja definición, soli- en su origen al hombre, haciéndolos, no obstante, irrecono-
cita · del destinatario 12 y se presenta ci blcs para el hombre mismo. Toda extensión significa
como un proceso de configuración activa, «gestáltico)), tota- adormecinuento, narcosis, amputación. Ya no soy yo quien
lizador, conectado a la oralidad, plurisensorial. Los media siente algo, sino que es la extensión tecnológica de mí la
calientes han condicionado la edad moderna (del Renaci- que siente en mi lugar; la tecnología se opone a mí, que no
miento en adelante), la cual, no obstante, no constituye la reconozco com,G,algo que me pertenece: mi lugar ha sido
sino el paréntesis comprendido entre dos edades «frías», en- tomado por el ídolo ... Con la llegada de los media eléctricos
tre la edad oral, tribal, primitiva y la edad eléctrica, privati- hemos situado nuestro sistema nervioso fuera de nosotros.
va de nuestros días y de la que McLuhan se instituye en en- ¿Cómo salir de este shock tecnológico? En este punto emer-
tusiasta intérprete. Las distintas estéticas de la forma de las , ge un tercer aspecto del medium, que lo diferencia de la ge-
que hemos hablado hasta ahora situaban la alternativa al nuina forma ;<a priori»: su tendencia hacia lo híbrido. Los
clasicismo en ciertas actitudes formales ya antiguas (primiti- media no permanecen encerrados en sí mismos, sino que
va, amerindia, infantil...); con McLuhan, en cambio, será el interactúan, chocan, generando efectos imprevistos. En de-
imparable avance del desarrollo tecnológico occidental lo finitiva, los media exhiben una dinámica enormemente más
que nos suministrará el antídoto contra la linealidad unifor- rápida y sorprendente que las formas estéticas tradicionales.
me y homogénea de la era mecánica, a través de un cambio En su último libro, La ley de los media'', McLuhan nos
radical que abrirá el camino a una nueva era, esencialmente ofrece un muy interesante panorama de tal dinámica, que
estética y, en grado sumo, creativa. se desarrolla en cuatro fases: la primera de ellas, crecimien-
¿Pero qué es en realidad un medium? A primera vista, to, consiste en la intensificación de cierto aspecto de una si-
podríamos definirlo c01:10 una suerte de «a priori» · · tuación en L que un sentido se extiende; en la segunda, ob-
en sentido kantiano, esto es, una forma que condiciona la solescencia, l 1 situación anterior se hace impotente debido a
experiencia de una época. Bajo este aspecto, el contenido, el su transpos: ción; en la tercera, recuperación, se pone de
mensaje que el medio transmite, resulta completamente se- nuevo en servicio algo que yacía obsoleto desde hada tiem-
cundano, subordinado. Para McLuhan, el poder conforma- po; en la cuarta, cambio, se crea una nueva configuración,
dor del medium estriba en sí mismo; tal y como él mismo que presenta caracteres al tiempo semejantes y opuestos al
dijo, con una fórmula que se ha hecho particularmente efi- punto de partida. Mediante esta tétrada, McLuhan inter-
caz, «el medio es el mensaje». Junto a esta definición hay preta muchos de los fenómenos de nuestra vida contempo-
otra que subraya la relación entre forma y exterioridad: ránea. Desde el punto de vista de la estética de la forma, la
el medium -dice McLuhan- no es sino una extensión de relevancia de esta teoría radica en su capacidad para subra-
yar, una vez más, el nexo entre forma y trascendencia: las
32
Una análoga petición de participación hacia el espectador se en-
cuenca en las poéticas y obras examinadas por U. Eco en Opera aperta, 33 M. y E. McLuhan, Laws of Media. The New Science, Toronto,
1962 :trad. cast.: Obra Abierta, Barcelona, Seix Barral, 1965]. 1988.

100 101
formas no se encierran en sí mismas, sino que se ven cons- riencía estética excede, por tanto, la sensibilidad, pero rechaza
tantemente impulsadas por un movimiento que las supera. perderse en las tinieblas de lo trascendente; aparece totalmen-
Uno de los méritos de McLuhan es el de haber puesto en te concentrada en la afirmación de la presencia de un algo in-
evidencia que tal movimiento no es unidireccional, sino que huye de la sensación, pero no puede ma-
que presenta una infinita variedad de configuraciones. nifestarse sino gracias a ella. Lyotard lo describe como un
Pocos son, no obstante, los pensadores que comparten el algo «neutro», un «gris», un «blanck)) que «vive» en los varia-
entusiasmo de McLuhan hacia los media. Podernos, así, en- dos matices de un sonido, de un color o de una voz36 •
contrarnos con una renovada actitud iconoclasta frente a El paso de lo irti¡:naterial a lo virtual resulta breve: no pa-
ellos, actitud que contempla con sospecha cualquier forma rece que las reflexiones estéticas dedicadas hasta este mo-
sensible34 , derivando de ella un retorno al interés por la no- mento a la virtualidad acarreen una nueva concepción de la
ción de lo sublime. El filósofo francés Jean Frarn;:ois Lyotard forma. Resulta difícil evitar la impresión de que, tal como la
(nacido en 1925) ve en el arte de vanguardia la manifesta- 'estética de la vida, también la estética de la forma ha acaba-
ción por excelencia de lo sublime; de hecho, tal vanguardia do en un callejón sin salida. Pero es esa la impresión que se
no haría sino alimentar una radical sospecha ante la bella obtiene del estudio profundo de las tesis de McLuhan y
apariencia de las formas, y se propondría la tarea de afirmar Lyotard; ellos representan sendos modos opuestos de enten-
la presencia de aquello que escapa a la representación 35 • der las relaciones entre los media y el arte: allí donde el pri-
Lyotard rechaza los resultados espiritualistas a los que laico- mero ve intercambio, interacción, el segundo encuentra
noclastia conduce (tal y corno hemos visto, por ejemplo, a oposición, incompatibilidad. A pesar de todo, ambos se
propósito de la noción de forma corno idea en la teoría de preocupan del problema de fondo común a toda estética de
Panofsky): en cuanto reconoce que la finalidad de lo subli- la forma: ¿cómo pensar tal forma sin vernos, llevados por su
me es consentir una experiencia de lo absoluto a través de la movimiento, elevados hasta la trascendencia? Y, si ello resul-
insuficiencia la forma, el filósofo francés se propone no tara inevitable, ¿cómo pensar ese «ir más modo in-
abandonar el terreno de la inmanencia. Lyotard acaba, por manente? Pero, mientras los teóricos de la forma pretenden
tanto, atribuyendo al arte de vanguardia la paradójica tarea proporcionar una respuesta a estas preguntas, todo el con-
de manifestar la inmaterialidad de lo sublime a través de la texto que el problema abarca, y dentro del cual esos teóricos
materia, materialidad que no podrá ser sino «mínima». El se mueven, no hace sino cambiar. McLuhan sitúa en un
misterio de lo sublime, del que Kant se institucionalizó particular sensor unificado, que sobrepasaría los límites de
como máximo intérprete, consiste, precisamente, en vis- una experiencia formal fraccionada, el punto de llegada de
lumbrar, a través de lo sensible, algo que lo sensible no pue- su investigación: la interacción de todos los sentidos provo-
de presentar bajo el aspecto de unas meras formas. La expe- caría una operación que unificaría la experiencia. Lyotard ve
en el «entusiasmo» el modo externo de lo sublime: en éste,
34
Tal actitud se ve expresada con la máxima energía por G. Debord,
La société du spectacle, París, 1967. 36
35 Lyotard, Anima mínima, en Moralités postmodemes, 1993
].-F. Lyotard, Apres le sublime, état de l'esthétique, en L'ínhumain. [trad. cast.: Anima mínima, en Moralidades posmodemas, Madrid, Tec-
Causeries sur le temps, París, 1988.
nos, 1996].
102
103
el fracaso del intento de representación se convertiría en
una fuertemente enérgica experiencia de lo ilimitado 37 • A
pesar de todo, la estética de la forma encuentra en este pun-
to su · : se abre otro capítulo, el de una · del
conoc11n1ento.

III

Estética y conocimiento

Verdad estética y autorreferencialidad

La estética de la vida y la estética de la forma, de las que


nos hemos ocupado hasta aquí, encuentran su origen en
Kant. No puede decirse lo mismo de esa corriente de la es-
tética del siglo veinte que considera al arre como portador
de verdad y que, por tanto, le atribuye una tarea y un valor
esencialmente gnoseológicos. En efecto, Kant excluyó ex-
plícitamente tal posibilidad: en su opinión, el juicio estéti-
co no proporcionaba conocimiento alguno, ni siquiera
confuso, de su pretendido objeto; ni el juicio sobre lo bello
ni aquél sobre lo sublime podían alimentar pretensiones
cognitivas 1 • De otra opinión fueron , sin embargo, otros fi-
lósofos de los siglos dieciocho y diecinueve. Así, Baumgar-
ten, el fundador de la estética como disciplina autónoma,
la consideró como aquella parte de la filosofía que se ocu-
paría del conocimiento sensible, frente a la lógica, que con-
cerniría al conocimiento intelectual; Schleiermacher, por su
parte, consideró que la estética formaba parte de la función
cognitiva, subrayando a tal fin la tarea desarrollada por el
37
J.-F. Lyotard, L'enthousíasme. La critique kantienne de l'histoire,
1988 [trad. cast.: El entusiasmo. Crítica kantiana de la historia, Barcelo-
na, Gedisa, 1987]. 1
I. Kant, Crítica del juicio, § 15 y 23.

104 105
arte en el conocimiento de lo particular; finalmente, para La estética cognitiva ofrece en el siglo veinte, por tanto,
Hegel el arte sería, junto a la religión y la filosofía, un ins- un panorama muy amplio y fluido. Lo que verdaderamente
tante del espíritu absoluto, constituyendo, por tanto, una unirá a filósofos con estudiosos de tan diferentes orientacio-
de las mis altas manifestaciones históricas de la verdad. nes la pretensión de atribuir al arte un cierto
Esta tendencia va a contemplar en el siglo veinte un nota- verdad. La pregunta que todos ellos se hacen puede, en resu-
ble desarrollo. El extraordinario éxito de las ciencias físicas y midas cuentas, ser formulada de este modo: ¿de qué tipo de
naturales resta a la filosofía importancia y crédito. Esto gene- conocimiento es portadora la experiencia estética? A pesar de
rará en muchos filósofos un movimiento de reacción; cabe, de todo, esta pregun~,puede resultar bastante extraña. Me pare-
hecho, cuestionarse, tal y como lo hizo Kant, si serían ellos los ce difícil sostener que la misma se encuentre particularmente
únicos detentadores del monopolio del saber. Aún más peli- presente en el interés de los poetas y artistas de la era moder-
grosa para la filosofía resultaría la extensión de los métodos de na; responde, desde luego, a las exigencias de una cierta so-
las ciencias a los ámbitos tradicionalmente humanísticos: el 'lemnización a la que el arte del siglo se ve encumbrado, pero
desarrollo de la psicología, de la antropología y de la semiótica sólo en algunos casos la filosofía aparece ante nosotros preo-
parece privar a la filosofía en general, y a la estética en particu- cupada por satisfacer tal necesidad. El auténtico motor de la
lar, de campos enteros de conocimiento. En vez de mostrar estética cognitiva consiste en una motivación de orden exclu-
interés por las novedades filosóficas de las que las ciencias hu- sivamente filosófico, no distinta a aquella que condujo a la
manas pueden ser portadoras, se planean las más diversas es- institución de la estética allá por el dieciocho. El problema
trategias para reaccionar ante su penetración, negando, por lo consistía, entonces, en elevar lo sensible a la categoría y digni-
general, la legitimidad de su saber. Sobre esta base reactiva dad del saber, y en situar dentro del sistema filosófico las, así
frente a las ciencias humanas, y con el propósito de reafirmar llamadas, facultades «inferiores» 2 ; ahora se trata de reivindicar
la primacía cognitiva de la filosofía, se construye toda una se- el carácter esencialmente teórico del arte y reconquistar para
rie de corrientes filosóficas, como el neohegelianismo, la filo- la jurisdicción filosófica aquellos territorios de los que las
sofía y la hermeneútica. Ciertamente, estas teorías reservarán ciencias humanas se han apropiado. Con esto no pretendo
para la estética un tratamiento muy variado: a veces, le asigna- disminuir la importancia de las respuestas estéticas aportadas
rán un papel de enorme relieve, con el fin de desbaratar la por el neohegelianismo, la fenomenología o la hermeneútica:
competencia de las ciencias humanas; en otros casos, preten- en una época tan hostil a la tarea filosófica, tales corrientes
derán sobrepasarla mediante nuevas aproximaciones filosófi- han colocado bajo la protección del pensamiento filosófico
cas al fenómeno artístico, consideradas, por otra parte, más campos enteros del conocimiento y, sobre todo, han afirma-
acordes con la tradición estética de cara a captar la esencia de do la independencia de la experiencia estética frente a aproxi-
tal fenómeno. Frente a una caracterizable como «línea dura>> maciones muy frecuentemente reductivas y banalizantes. A
del neohegelianismo, de la fenomenología y de la hermeneúti- pesar de todo, es difícil evitar la sospecha de que el precio pa-
ca, puede distinguirse claramente una estrategia «blanda)), gado por estas geniales operaciones estratégicas ha resultado
propia de aquellos pensadores que, como Cassirer, minusvalo-
ran las ciencias humanas, subrayando de modo directo las afi- 2
E. Cassirer, Die Philosophie der Anfolarung, 1932 [trad. cast.: La ji-
nidades existentes entre el arte y las ciencias físico-naturales. losofta de la Ilustración, México, FCE, 1993].

106 107
ser demasiado alto: la exaltación teórica del arte responde a compleja y original teoría, que asigna a la estética un papel
exigencias de carácter más filosófico que artístico. Afirmar el de primerísimo orden.
carácter cognitivo del arte quiere decir no sólo conceder al El punto de partida de Croce consiste en la afirmación de
arte algo que, en el fondo, le interesa poco, sino también des- la identidad existente entre intuición y expresión. De esta ma-
plazar hacia sus ámbitos problemas que le son extraños: la fi- nera, enlaza mediante un vínculo mseparable una facultad
losofía acaba por encontrar en el arte nada más que a ella esencialmente cognitiva, como es la intuición (considerada
misma. En las estéticas de orientación cognitiva, la filosofía por la tradición filosófica como una forma de saber que guar-
no realiza el esfuerzo de comprender algo que no sea ella mis- da una relación in~ediata con su objeto), con un principio
ma, sino que es ella misma lo que investiga y encuentra. La esencialmente activo, como es la expresión (considerada por la
autoreferencialidad y la circularidad parecen constituir su su- misma tradición como la manifestación externa de algo). Para
brepticio presupuesto. Mientras hablan de otro asunto, no poder realizar tal identificación, Croce se ve obligado a forzar
hacen sino hablar de sí, porque, en el fondo, consideran que 'un tanto el significado usual de tales términos: la intuición
el auténtico conocimiento radica en el autoconocimiento. De (que para él es sinónimo de arte) perderá su aspecto contem-
ello deriva que la verdad de las artes no reside en ellas mis- plativo, para pasar a adquirir uno activo, mientras la expresión
mas, sino en la filosofía a la que le toca el turno de interpre- (a su vez identificada con el arte) no podrá ser simplemente la
tarlas; así, el pensamiento filosófico se convierte en portador manifestación de un algo interior que conserva una naturaleza
de una verdad a la que el arte no llega por sí solo o, al menos, independiente de la correspondiente apariencia externa. En
de la que no puede ser plenamente consciente sin la ayuda de otras palabras, la imagen intuida no existe anteriormente a su
la filosofía. Tras la apariencia de una celebración se acaba, por expresión, no es independiente de ésta. La expresión deja de
tanto, poniendo en evidencia una carencia. ser la traducción física de la intuición, pues no resulta posible
la existencia de una sin la otra. Para Croce una intuición sin
expresión no es siquiera imaginable. Esta afirmación, por un
La estéticü como conocimiento intuitivo lado, deja en fuera de juego a quienes presumen de gozar de
extraordinarias experiencias interiores sin tener, a su vez, la ca-
Es a principios del siglo veinte cuando la estética del co- pacidad, el tiempo o la oportunidad de manifestarlas; por
nocimiento encuentra, con la obra de Benedetto Croce otro, confiere un significado ideal intrínseco a las formas artís-
(1866-1952), una de sus manifestaciones más vigorosas y ticas, que nunca podrán ser consideradas como el resultado de
radicales: en La estética como ciencia de la expresión y lingüís- una actividad meramente técnica ni como algo simplemente
tica general, y en otros libros sucesivos3 , Croce elabora una natural. De este modo, se excluye cualquier concepción espiri-
tualista, que suele considerar la intuición como un algo subli-
3
me e irrepresentable. Croce tiene palabras más bien sarcásticas
B. Croce, Estetica como science dell'espressione e linguitica generale,
1902 [tra?. cast.: Estética como ciencia de la expresión y lingüística general para la estética religiosa o mística, «que es vestimenta del hos-
Málaga, Agora, 1997]; Problemi di estetíca e contributi alta storia dell'es- pital, cuando no lo es de políticos»4, ¡no hay una belleza tan
tetica italiana (1909), Bari, 1966; Nuovi saggi di estetica (1920), Bari
1969; La poesia (1936), Bari, 1963 [trad. cast.: La poesía, Buenos Aires,
Emecé, 1954.] 4
B. Croce, Estética, cit., p. 85.

108 109
pura como para permitirse menospreciar la expresión! Pero, al como lo está el juicio moral, su reino es el de la fantasía. El
mismo tiempo, argumenta contra cualquier concepción mera- problema que se plantea en este punto puede ser formulado
mente técnica o naturalista del arte: la experiencia estética no de este modo: ¿en qué consiste el valor teórico de un cono-
tiene nada que ver con la exteriorización ni con la reproduc- cimiento que prescinde compleramcme de la verdad y la
ción o difusión artísticas, que son actividades prácticas, no falsedad? En cuanto el arte es conocimiento de lo indivi-
teóricas. Del mismo modo, Croce excluye la posibilidad de lo dual, también él tiene una más que legítima ambición de
bello natural, ya que no hay cosas bellas, puesto que lo bello universalidad. Pero ¿en qué se basa? En este punto, y más
no pertenece al reino de las cosas, sino a la actividad del hom- allá de la intuició~; y la expresión, interviene un tercer ele-
bre, a su energía espiritual ¡no existe la -así llamada- belk'Za mento: el sentimiento. A diferencia del sentir inmediato, el
natural, esa a la que el artista no necesitaría siquiera corregir sentimiento del que el arte es expresión tiene carácter uni-
en modo alguno! versalmente válido; trasciende y transfigura las particulari-
Mientras Kant distinguía tres facultades (teórica, prácti:- 'dades específicas de la experiencia emocional y afectiva de
ca y estética), Croce reduce a dos las formas fundamentales lo singular. Croce atribuye al sentimiento una dimensión
del espíritu: la teórica (que incluye la estética y la lógica) y cósmica, total, pues en toda obra de arte se refigura el uni-
la práctica (que comprende la económica y la ética). La es- verso entero6 • Por ello el arte implica la adquisición tanto de
tética no tiene nada que ver, por tanto, con la práctica, que una diferencia respecto a las pasiones como el alcance de un
no produce conocimiento, sino acciones: con la forma teó- cierto estado que resulta ser teórico porque, precisamente,
rica el hombre comprende las cosas, con la práctica las cam- prescinde de las vivencias empíricas del artista: es aquello
bia. Por tanto, Croce condenará también todas aquellas teo- que los antiguos ya entendían bajo el término de «catarsis»
rías que conectan la estética con lo práctico y defenderá con y los modernos mediante la teoría de la «impersonalidad))
particular energía la libertad del arte frente a cualquier pre- del arte 7 • Los tres elementos fundamentales de la experien-
tensión moral. ¡Discriminar las obras como morales o in-
cia estética, intuición, expresión y sentimiento son conside-
morales resulta tan absurdo corno «juzgar moral el cuadra-
rados, en su conjunto, como una especie de «síntesis a prio-
do e inmoral el triángulo»! 5 La imagen en sí no es moral-
ri». De hecho, el sentimiento no debe ser considerado
mente laudable ni reprochable. Más difícil resulta, sin em-
como un contenido emocional particular, sino como la
bargo, salvaguardar la independencia de la estética respecto
contemplación del mundo «sub specie intuitionÍS>> 8 , es decir,
al conocuniento intelectual; pero sobre este asunto Croce se
a través de una óptica libre de todo placer y dolor, de todo
muestra categórico: mientras el conocimiento intelectual es
deseo y miedo.
siempre realista, esto es, pretende siempre establecer la reali-
dad o irrealidad del objeto, el conocimiento intuitivo no se Pero hay otros aspectos de la teoría croceana que mere-
preocupa de si la imagen resulta ser real o no, ya que consi- cen nuestra atención, ya que ponen en evidencia lo amplio
dera la imagen en su valor de mera imagen. La discrimina-
ción entre verdadero y falso en el arte está tan fuera de lugar 6
B. Croce, Jl carattere di to ta lita dell'espresione estetica (1917), en
Nuovi saggi di estetíca, cit.
7
B. Croce, La poesía, it., I, l y 2.
5 B. Croce, Breviario di estetica (1912) l, en Nuovi saggi di estetica, cit. 8
B. Croce, Breviario di estetica, cit., II.

110 111
que, en ella, resulta ser el ámbito de estética. En primer creación: las lenguas no gozan de realidad alguna fuera de
lugar, despierta cierta maravilla en el lector actual la afirma- las obras de arte, en las que existen de modo concreto. Con
ción de que no existe otro conocimiento que el que encar- toda certeza, raramente se le ha asignado a la estética un va-
nan arte y En sus obras de juventud, Croce consi- lor histórico y social tan grande. Tal importancia se hace
dera la historia como algo más cercano a la estética que a la evidente incluso en la negación de lo feo: si lo bello se iden-
lógica: aquella no busca leyes ni conceptos, sino que sienta tifica con la expresión, ¡no hay expresión que no contenga
intuiciones y, por tanto, puede situarse bajo el concepto ge- grado alguno de belleza!
neral del arte. La distinción que realiza entre real e irreal de- Sorprende en ~foce la coincidencia entre idealismo e in-
pende de la memoria (y, por tanto, de la relación entre dis- mancntismo, prod{icto,· por ejemplo, de un interesante pa-
tintos tipos de intuiciones) y no de las nociones de lo ralelismo entre estética y economía, consideradas ambas
verdadero y lo falso. Aquello que realmente ha sucedido, no como «ciencias mundanas», desconocidas en el Medioevo,
menos que lo que ha sido únicamente imaginado, es objeto nacidas en la Edad Moderna e inspiradas por una actitud
de la intuición y la memoria y no de un saber conceptual9 • radicalmente antiascética y antitrascendental1°. Croce dota a
Por lo que se refiere a las conocidas como «ciencias natura- la estética de una completa autonomía respecto a la lógica,
les» (entre las que se encuentra la psicología), cabe decir que del mismo modo que excusa totalmente la búsqueda de lo
no son en absoluto ciencias, puesto que el tener algo de ver- útil, que se encuentra en la base de la economía (identifica-
dadero, participan o de la historia o de la filosofía. Por últi- da con la política) de cualquier referencia a lo moral, ensal-
mo, la lingüística deberá ser completamente identificada zándola a categoría fundamental del espíritu. La totalidad
con la estética, que viene a asumir la función de monopoli- de los grandes conceptos de la filosofía moderna -observa
zar todo el campo del saber no conceptual. Croce- nacen de estas dos disciplinas, sin las cuales no se
A diferencia de Hegel, a quien con frecuencia se le acha- habría podido llegar a la lógica dialéctica, ciencia de lo uni-
ca la responsabilidad de haber situado el arte bajo el amparo versal concreto.
del conocimiento conceptual, Croce afirma del modo más Resulta, finalmente, oportuno subrayar la identidad es-
enérgico la independencia del arte respecto a la filosofía. tablecida por Croce entre genio y gusto, entre la actividad
Así, la primera puede existir perfectamente sin la segunda, productora del artista y aquella reproductora, propia de
pero no recíprocamente, esto es, el concepto no puede exis- quien disfruta la obra de arte. Croce sostiene, de hecho, que
tir sin expresión. Por su parte, las formas prácticas, la eco- tanto el creador como el consumidor de arte participan de
nomía, que persigue lo útil, y la moralidad, que es la volun- una misma intuición lírica, que constituye lo esencial. De
tad de lo universal, presuponen las formas teóricas. De esto tal modo, Croce confiere la máxima importancia a la expe-
deriva que la estética es la única forma del espíritu indepen- riencia de la lectura poética, de la visión de las obras figura-
diente de las demás. Si la expresión lingüística constituye en tivas, de la audición de música ¡equipara tales activirdades,
sí misma un acto teórico, de ello se sigue que el lenguaje es tout court, a la del poeta, a la del pintor, a la del músico!
Entonces, cabe preguntar, ¿no hay diferencia sustancial en-
9
B. Croc:e, Estetica, cit., III. A partir de la Logica (1908), la historia
se considera, en cambio, como idéntica a la filosofía. 10
B. Croce, Le due scíenza mondane. L'estetica e l'economíca (1931).

112 113
tre escribir la Divina Comedia y leerla? ¿entre las dos activi- fico, radicalmente distinto del saber propio a las ciencias
11
dades hay sólo una simple «diversidad de circunstancias>>? • naturales y la psicología. Para Husserl, la filosofía se consti-
En la historia de la estética, el disfrute de la obra de arte tuye como una «ciencia rigurosa» a través de la «epoché fe-
muy r:uamcnte ha sido tenido en tan alta consideración; del nomenológica», que prescinde de la existencia de cosas
mismo modo, raramente se le ha asignado al artista una ca- del mundo e, incluso, de la existencia del mundo en su to-
pacidad de juicio tan plena. La estética' cr?ce~na ~mplica, talidad. Según Husserl es posible captar la esencia de las co-
por una parte, e instaura, por otra, un publico mtehgente y sas sólo mediante una «intuición eidética», que pone entre
una estirpe de artistas cultos; está en armonía respecto a momentáneo paréhtesis su existencia, exduyendo de la ex-
una civilización artístico-literaria que compromete a la filo- periencia, de este modo, cualquier aspecto psicológico. La
sofía con la tarea de legitimar sus propios fundamentos. La característica del conocimiento filosófico es su «intenciona-
atribución de la estética a la esfera teórica del espíritu cons- lidad)), es decir, su capacidad de referirse a un objeto dife-
tituye, por tanto, una opción estratégica casi obligada: es rente del sujeto que conoce.
mérito de Croce el haber afirmado y confirmado con ener- No podemos sino vernos sorprendidos por las afinidades
gía extrema la existencia de una experiencia teórica que re- existentes entre la teoría husserliana del conocimiento y las
sulta, no obstante, ser completamente independiente de la características que toda una línea tradicional de pensamien-
distinción entre verdadero y falso. De este modo, Croce sal- to (desde Kant en adelante) ha atribuido a la experiencia es-
va tanto la solemnidad del arte como su libertad, preserván- tética: el acto que suspende la realidad mundana mediante
dola de toda intrusión en su campo de preocupaciones mo- la «epoché fenomenológica» se asemeja al «desinterés>> atri-
rales y conceptuales; consigue, de modo excelente (y quizá buido por Kant al juicio estético, y también a la contempla-
inigualado) garantizar tanto la relevancia social como la au- ción estética de Schopenhauer. El mismo Husserl se dio
tonomía absoluta de la experiencia estética, atribuyéndole, cuenta de estas afinidades, ya que, comoquiera que la cues-
al mismo tiempo, un carácter penetrante y propedeútico tión estética era algo sustancialmente extraño a sus verdade-
ante cualquier actividad humana. ros intereses, destaca en una carta de 1907 la profunda con-
cordancia entre el método fenomenológico y la intuición
estética 12 • Ambos requieren la adopción de una actitud di-
La estética como conocimiento intencional
vergente de la que podríamos llamar «natural». La obra de
arte se encuentra en las antípodas respecto a cualquier afir-
Siguiendo a Croce, puede hablarse por tanto de u~a ~x­
mación existencial, así como de cualquier sentir o desear
periencia cognitiva que prescinde totalmente de la d1stm-
algo real. La actividad del artista viene a ser similar a la del
ción entre verdadero y falso: ¡tal es la intuición estética! Se-
fenomenólogo, no a la del psicológo o a la del antropólogo,
gún el filósofo alemán Edmund Husserl (1859-1938), una
experiencia semejante no sólo resulta ser posible, sino que
constituye la característica esencial del conocimiento filosó- 12
E. Husserl, Lettera a Hugo von Hofinannsthal (1907). Además de
esta carta, hay otra contribución de Husserl a la estética, contenida en
el manuscrito A VI l de 1906-7 (cfr. S. Zecchi Un manoscritto husserlia-
" B. Croce, Estetica, op. cit., I. no su!l'estetica, en La magia dei saggi, Milán, 1984).

114 115
puesto que para el arte, como para la filosofía, la realidad del ter heterónomo e intencional de la obra literaria, que no es
mundo es indiforente. Artista y fenomenólogo no aceptan sino una entidad compleja, polifónica, articulada en cuatro
ninguna existencia como ya dada; para ambos lo que cuenta niveles heterogéneos (formaciones lingüísticas vocales, uni-
es la · o sea, la · y · a la dades de significado, visiones esquemáticas múltiples y ob-
conciencia del sujeto en su esencia. No obstante, entre fil~­ jetividad representada). De ello deriva que el estatuto onto-
sofo y artista hay una diferencia: el primero alcanza el senti- lógico del arte es, por así decirlo, algo intermedio entre
do de los fenómenos a través de los conceptos; el segundo realidad e idealidad. La estrategia intelectual seguida por In-
tiende a apropiarse del mismo intuitivamente. . garden presenta u.rh' doble orientación. Por un lado, preten-
En cambio, la cuestión estética sí que es el centro de m- de separar claramente el arte del dato naturalista y psicoló-
terés de los estudios del pensador polaco Roman Ingarden gico, ya que la experiencia estética implica la existencia de
(1893-1970), autor de una monumental Fenomenología de una distancia respecto a los datos; así, por ejemplo, las pro-
la obra literaría 13 • En ésta, las «esencias» se convierten en las posiciones enunciativas que aparecen en una obra literaria
«cualidades metafísicas» de la experiencia, presentándose tienen un carácter sólo cuasi-judicativo. Por otra parte, y
mínimamente en la vida normal. Sólo el arte puede propor- no obstante, Ingarden no pretende identificar el arte con
cionarnos la serena contemplación de las mismas. En el la esencia, sino que desea mantener la obra de arte ligada a
arte, las cualidades metafísicas no resultan realizadas, sino fenómenos aparentemente externos y extrínsecos, como el
concretadas y reveladas. ¿Pero qué tipo de conocimiento estrato vocal-lingüístico; fenómenos que se consideran ele-
nos procura?, ¿en qué sentido puede hablarse de una_ cierta mentos ineludibles de la obra y que impiden la transposi-
((verdad» de la obra de arte? Después de haber exdmdo las ción de la misma a contextos puramente ideales y no inten-
acepciones más comunes en las que esta expresión pue~e cionales.
entenderse (verdad de hecho, verdad ilustradora, coherencia Estos dos aspectos se encuentran reafirmados con parti-
objetiva), Ingarden llega a afirmar que la verdad en el arte cular energfa en la Estétíca 15 del filósofo alemán Nicolai
consiste en «concatenación esencial llevada a la autopre- Hartmann (1882-1953), obra que constituye el resultado
sentación intuitiva>> 14 • ¿Pero de qué modo podemos conci- más relevante de la estética fenomenológica. También Hart-
liar tal dimensión autorrepresentativa con ese caballo de ba- mann se plantea la pregu,ma sobre el carácter cognitivo de
talla del método fenomenológico, la intencionalidad, que es la estética. Su respuesta será drástica: tal pretensión cogniti-
justo lo contrario a cualquier autorreferencia? Es necesario va concierne sólo a la t::stética en cuanto ciencia filosófica de
distinguir entre «cualidades metafísicas» y obra de arte, pues lo bello, pero no concierne ni a quien produce ni a quien
ésta última no es en absoluto una entidad ontológicamente disfruta las obras de arte. Hartmann rechaza categórica-
humana, que pueda corresponder con esa culminación de la mente que la experiencia artística constituya en sí un modo
autonomía que la autorreferencialidad constituye. Básica- de conocimiento. El arte no tiene nada que ver con el cono-
mente, todo el libro de Ingarden pretende subrayar el carác- cimiento; él es sólo el objeto de una ciencia de la que ni ar-

13 R. Ingarden, Das literarische Kunstwerk,Halle, 1931. ' 5 N. Hartmann, Aesthctik, 1953 [trad. cast.: Estética, México,

14 !bid. p. 52. UNAM, 1977].

116 117
tista ni espectador tienen necesidad alguna: ésta es precisa- sentido demasiado subjetivo. En realidad, lo bello, según
mente la estética. De tal manera, Hartmann preserva el ca- Hartmann, exhibe una duplicidad esencial: es, al mismo
rácter intencional del saber estético, el cual no puede iden- tiempo, real (en su dimensión sensible, de «cosa») e irreal
tificarse j con su ¡El arte es algo demasiado su prolongación y el
complejo y enigmático como para poder disolverse en fi- carácter de un «enigma», puesto que, simultáneamente, es y
losofía! no es en sí mismo. La obra de arte es exuberante, de ella re-
En la teoría estética de Hartmann hay ecos evidentes de bosan los materiales de los que está hecha; se encuentra se-
la husserliana invitación a dirigirse hacia «las cosas mismas». parada y «suspendtda» de la efectividad: la Entwirklichung
En su opinión, es necesario liberarse del idealismo estético, es su aspecto esencial. Por ello, el naturalismo, que pretende
que ciega la confrontación con lo real, ya que el aspecto proporcionar la ilusión de lo efectivo, resulta algo comple-
sensible, concreto, inmediato del objeto artístico constituye tamente extraño al verdadero arte; y el alejamiento sin re-
«una visión de primer orden», no distinta de la visión co- torno de la realidad constituye la esencia de lo bello, que se
mún y cotidiana de las cosas del mundo. Hartmann nos di- encuentra «protegido» de lo real.
rige de modo enérgico hasta el objeto real de la percepción, La conclusión a la que llega la estética fenomenológica
tal y como se presenta en una visión que aún no es estética parece ser, por tanto, la elaboración de una especie de onto-
y que constituye el «primer estrato» (Vordergrund) de la logía de la obra de arte, que concibe la experiencia estética
obra de arte. El idealismo pretendió menospreciar este dato en el ámbito de una «aparición», un estatuto a mitad de ca-
inmediato: Platón, Plotino, Marsilio Ficino consideran lo mino entre lo real y lo posible, pero no por ello trascenden-
bello como algo independiente respecto a la percepción y al te y extramundano. Ante Croce y su genial estrategia «polí-
objeto real, algo suprasensible e inteligible. Pero el dato real tica», que conecta la estética con todas las demás actividades
es algo imprescindible para la experiencia estética, porque es humanas y llega a fundirla, aun confirmando su autonomía
tal dato quien la constituye como tal, distinguiéndola, pre- respecto a ellas, con la vida de la cultura y la sociedad,
cisamente, de la filosofía. Una teoría que niegm el aspecto fenomenólogos dan la impresión de ser como filósofos
sensible del arte, considerándolo como una forma de cono- «monásticos)}, pues esa libertad y aislamiento que reivindi-
cimiento, desconoce absolutamente su esencia. can para el arte se asemejan demasiado a la libertad y aisla-
Siguiendo a Hartmann, cabe añadir que sobre esta «vi- miento que exigen para la filosofía. El arte sobre el que teo-
sión de primer orden» se erige, no obstante, una «visión de rizan es portador de una casi-verdad y se asemeja a una
segundo orden», de carácter suprasensible, que añade al casi-filosofía. La realidad es que su filosofía es desde el prin-
dato sensible cierto elemento nuevo, separándolo netamen- c1p10 un casi-arte.
te de la mera y cotidiana percepción y confiriéndole el par-
ticular carácter de esteticidad. Éste es el trasfondo (Hínter-
grund) de la obra de arte, que es tan objetivo como el El arte como conocimiento hermeneútíco
primer nivel, pero que, a diferencia del mismo, no es real.
Podríamos definirlo haciendo referencia a la «imaginación», La identificación más radical del arte con el conoci-
pero este término corre el riesgo de ser entendido en un miento sido, no obstante, la llevada a cabo por el filósofo

118 119
alemán Hans Georg Gadamer (nacido en 1900), cuya obra gánicas aquello que se encuentre en el objetivo de la crítica
Verdad y método 16 contiene una crítica denodadamente ce- de Gadamer. De hecho, mientras el símbolo sea entendido
rrada a las estéticas kantiana y de derivación kantiana, ade- como una «forma viva» que se desarrolla espontáneamente
una su disolución en la hcrmeneútica. a la considerada como al b0 o frío e in-
Según Gadamer, la noción kantiana de verdad resulta telectualista) 18 no se saldrá del vitalismo estético.
ser demasiado limitada, puesto que Kant restringió el con- En opinión de Gadamer, la actitud estética instaura un
cepto de conocimiento al uso teórico y práctico de razón, modo completamente inadecuado de enfrentarse al arte: la
es decir, ignoró el carácter cognitivo de la cultura humanís- experiencia artístidi_ho puede verse reducida y encerrada en
tica. Kant consideró como racionales sólo el método de las el efímero círculo de la «conciencia estética». En particular,
ciencias naturales y el imperativo categórico moral, relegan- este filósofo critica el fenómeno de la «diferenciación estéti-
do al ámbito de la subjetividad y el sentimiento, del genio y ca», a través del cual el arte se ve situado en un lugar com-
la conciencia estética, la experiencia del arte y el ejercicio pletamente separado de la realidad, lugar que es definido
del gusto crítico . De modo no muy distinto a Croce, Gada-
bien como «puro», bien como «aparente». De este modo, se
mer rechaza el propósito kantiano de fundar la estética de
desconoce la valencia ontológica de la obra de arte, su pro-
manera autónoma, fuera de la tutela del pensamiento espe-
funda filiación respecto al ser y la verdad. Las teorías del
culativo; pero mientras Croce preserva la autonomía del
«puro ven> o del «puro oÍf>> no son sino abstracciones dog-
arte respecto a las ambiciones del concepto, Gadamer, con
máticas, ya que la percepción artística capta siempre cierto
un mayor extremismo teórico, reconduce también al arte
significado.
bajo el dominio de la especulación. En este aspecto su estra-
Pasando a la pars construens de su teoría, diremos que
tegia teórica se encuentra más cercana a Hegel de lo que lo
está respecto a Croce. Decapitadas por el hacha de Gada- Gadamer introduce por sorpresa la noción de juego. De este
mer, caen tanto la estética de la vida como la de la forma, modo, su intelectualismo se nos presenta, a primera vista,
ambas consideradas como desafortunados productos del mitigado por el papel que asigna a L experiencia lúdica. No
kantismo. Por cuanto se refiere a la primera, cabe decir que obstante, con «juego» Gadamer no l;retende en absoluto re-
no es sino la consecuencia de la exagerada importancia ad- ferirse al significado subjetivo del término (usado por Kant y
quirida por la estética del sujeto y por la subsiguiente exal- Schiller y, en el siglo veinte, por Marcuse). El juego es una
tación enfática de lo vivo e inmediato (de lo que Bergson y entidad impersonal que impone sus propias reglas a aquellos
Simmel se constituirían en corifeos 17 ). Por cuanto se refiere que en él participan 19 , absorbe dentro de sí al juguete y lo li-
a la segunda, será sobre todo la persistencia de metáforas or- bera de la obligación de un impulso únicamente subjetivo. A
pesar de todo, el juego es también el resultado de una elec-
16
ción: siempre se juega a algo y en su desarrollo siempre son
H. G. Gadamer, "Wtihrhert und Methode. Grundrüge einer philosop-
hischen Hersuenentik, 1960 [trad. cast.: Verdad y método, Salamanca, Sí-
gueme, 1984. 18
H. G. Gadamer, Verdad y método, cit., I, I, 2c.
En cambio, Dilthey, según Gadamer, no forma parte de la estética 19
La idea del mundo como un juego sin jugadores constituye el cen-
de la vida: el concepto de Erlebnis tendría así, en Dilthey, un significado tro de la argumentación de E. Fink, Spiel als Weltsymbol, Stuttgart,
puramente gnoscológico y henmcneútico. 1960.

120 121
posibles distintas opciones. El juego constituye, por tanto, la teórica no es algo que dependa de una aproximación filosófi-
primera caracterización ontológica de la obra de arte, pues ca al arte, sino que pertenece esencialmente al mismo, a ese
sobre él se funda aquél que vendrá a ser, posiblemente, el as- arte que mantiene, por ello, una relación intrínseca con la
pecto más importante del arte, la representación, su transfi- verdad. Fn otras palabras, no es el filósofo ·
guración en una forma que implica por definición la exis- una conexión a posteriori entre arte y conocimiento, sino
tencia de un espectador, de un destinatario. Las artes que es el mismo artista quien, ya en su tarea, se comporta
performativas, es decir, las que implican una ejecución, c~n:1º un her1:11eneuta. Esto excluye cualquier tipo de excen-
como. la música y el teatro, constituyen para Gadamer el tnc1dad ~ ~rburariaja~ s.ubjetiva, puesto que la comprensión
modelo a partir del cual cualquier otra forma de arte resulta h~r:11eneut~ca no constituye un acto privado, de un sujeto in-
concebible, pues, en su opinión, incluso el arte figurativo re- d1v1dual, smo la inserción en el meollo de un proceso de
sulta ser reproducción de un original, en el sentido de «estar transmisión histórica, en el que pasado y presente confluyen.
en lugar)) del mismo. A tal estatuto no escapa ni la arquitec- . Pare~e por tanto más que legítimo preguntarse cuál es la
tura, que conlleva una doble relación intrínseca tanto con su ?1f~renc1a que existe entre el hacer del artista y el hacer del
finalidad como con el lugar en el que se origina; ni la litera- i~;erprete.: entre poesía y filosofía. En este aspecto la posi-
tura, que lleva inherente el momento de la lectura. El propó- oon. de Gadamer se aleja sensiblemente de la de Hegel:
sito fundamental que anima la reflexión gadameriana sobre poetizar está en una relación más íntima y profunda con el
el arte consiste en subrayar, en cada ocasión, los aspectos mterpre:ar de lo que pueda estarlo el filosofar. O mejor di-
mediatos de la actividad artística, pues ésta no presenta nun- cho, la magota?Ie. ambig~edad del lenguaje poético parece
ca ese carácter de absoluta espontaneidad y de creatividad capaz de constltmr una identificación real del mismo ser
sin prejuicios que el vitalismo le atribuyó. Gadamer hace va- ma~or de cua~to la reflexión interpretativa pueda hacerla2º
ler la importancia y la constante presencia de la tradición La mterpretac1ó~ no puede jamás resolverse en la completa
human.stica y filológica, de sus conceptos-guía (cultura, sen- ~u~otransparenc1a, porque, mientras la ciencia pretende ob-
tido común, buen gusto); rehabilita, por tanto, y contra el jetivar la experiencia hasta el punto de hacer olvidar su his-
método de la Ilustración, las nociones de transmisión histó- toricidad, la hermeneútica se presenta siempre consciente
rica, de autoridad ¡e incluso de prejuicio! de sí 1'.1isma en tanto algo históricamente distinto respecto a
Sólo procediendo con una radicalidad semejante es capaz su objeto. ~o obstante, esta autoconciencia jamás podrá
Gadamer de reducir la experiencia artística a un caso particu- acabar constituyendo un saber completamente abierto y de-
lar de la interpretación de textos, disolviéndola completa- sentrañado, ya que el esfuerzo por la clarificación de la si-
mente en aquella que él considera la actividad cognoscitiva tuación en la que nos encontremos será una tarea que no se
por excelencia, es decir, la hermeneútica. Por ello Gadamer 21
acabará jamás • La disolución de la estética en la hermene-
mantiene que la estética debe ceder su puesto a la hermeneú-
tica, porque no sólo es cierto que toda contemplación del
.~: G. Gadamer, Dichten und Deuten ( 1961), en Kleine Schriften,
20

arte es una interpretación de textos, sino que hasta el mismo


fl Tubmgen, 1967 [trad. cast.: Poetizar e interpretar, en Estética y her-
hacer arte es un interpretar, un situarse respecto a algo dado, menéutica, Madrid, Ternos, 1996].
21
un reproducirlo y representarlo. Así las cosas, la dimensión H. G. Gadamer, Verdad y método, cit., II, II, d.

122
123
útica no implica la identificación tout court ~el hermeneuta raleza, ha sido la pretensión fundamental de Ernst Cassirer
con el filósofo. Acontece en Gadamer una cierta transferen- (1874-1945), quien, aun no habiendo dedicado un libro
cia del conocimiento hacia un lugar más allá de la_ filosofí~, por completo a la estética, representa una importante posi-
y no precisamente en dirección hacia la cienci::.s1no hacia ción en el panorama de la estética cognitiva. De hecho, y a
la poesía y el arte. Esto nos deja a~1t~ u:u paradopca. c?~clu­ diferencia de Croce, de Husserl y de Gadamer, Cassirer
sión; pues mientras la ciencia re1_v1r:dica por deF:mcion su considera que la atribución de un valor teórico al arte no
estatuto de detentadora del conoc1m1ento, la poes1a y las ar- está de ningún modo en contradicción con el reconoci-
tes no hacen generalmente lo mismo. Al leer a .Gadamer miento del valor allgnitivo de la ciencia; puede decirse, por
nos parece como si la filosofía reafi~ma~~ su pru:i~do de tanto, que aquél alcanza el mismo objetivo que sus colegas
modo indirecto, a través de la solemmzac1on ontologica del -la afirmación del primado de la filosofía-, si bien a través
arte, sin que, eso sí, éste último requiera o defienda un mo- de menos intransitables y accidentados caminos. En su pos-
vimiento semejante. , tura de rechazo al vitalismo, Cassirer coincide con los otros
Lo que caracteriza el pensamiento de G~~amer es, en ul- tres padres de la estética cognitiva del siglo veinte. Él deplo-
timo extremo, la tensión entre la hermeneunca y la ontolo- ra, en efecto, el giro subjetivista llevado a cabo por Bergson,
gía del arte. Así, por un lado, aqu~llo qu~ se une a la expre- quien situó el concepto de vida en el centro de todos los
sión no es la actividad del sujeto, srno la estructura problemas, al buscar el elemento sustancial del espíritu en
ontológica universal, ante la que el sujeto no es sino pasivo; la pura intuición, en una originalidad que precede cualquier
por otro, y no obstante, el ser de la ob~a de. arte no goza ~e estructura mediata23 • Pero este paraíso metafísico resulta cla-
ningún «en sí» que se distinga de su ejecución o de las c1~­ ramente ilusorio: el conocimiento humano no puede pres-
cunstancias ocasionales en la que se presente. Sobre las rm- cindir de mediaciones y exteriorizaciones. También en el
nas de la conciencia estética y de la conciencia histórica, la arte, que constituye el terreno privilegiado de la filosofía de
filosofía, una vez rechazado el camino de la autoconciencia la vida, el abandono en la espontaneidad creadora conduce,
y el espiritualismo, se abandona completan::ent.e en la exte- como máximo, a un hipnotismo que no tiene nada que ver
rioridad, en la seguridad de encontrase a ~1 m:sma, ~uesto con la verdadera experiencia estética24 •
que, con este retorno, ella afirma su propia d1ferenc1a res- El arte y la ciencia, como el lenguaje, el mito y la reli-
pecto al arte 22 • gión, son reconducibles hasta una idea común, la de forma
simbólica. Aquellos constituyen su diversidad interna, los
elementos de una única y gran conexión de problemas y
El arte como conocimiento simbólico convergen en la persecución de un único fin: la transforma-
ción de un mundo de meras impresiones pasivas en un uni-
Reafirmar la legitimidad de la aproximación filosófica al
arte, al lenguaje, al mito y a la religión, s~n, ~or otra parte,
romper la relación entre la filosofía y las c1enc1as de la natu-
23
E. Cassirer, Philosophie der Symbolischen Formen, I-III, 1923-29
[trad. cast.: La filosofia de las formas simbólicas, México, FCE, 1998).
24
E. Cassirer, An Essay on Man. An Introduction to a Philosophy of
22 G. Gadamer, Vernunft ím Zeitalter der Wissenchaft, Frankfurt, 1976. Human Culture, New Haven, 1944.

125
124
verso de puras manifestaciones espirituales. El propio con- miten y condicionan su apariencia. Cualquier dato sensorial
cepto de «forma simbólica)), qu~ viene a ser e_l perno en t_or- no subsiste en la desnudez y pureza autónomas, sino que
no al cual gira todo el pensamiento de C~s.sirer, no es ~mo 1
está ya siempre al servicio de un «significado>>. Por ejemplo,
el punto de convergencia entre el uso estenco del t_erm,mo, un simple trazo es visto de modo diverso el ·
copiado de un esteta del siglo_ anterior25 y el uso' oen~~fico
,
simbólico al que pertenezca: lo que en un libro científico es
del mismo, extraído de la ep1stemolog1a de su epoca · ~l
1
reconocido como muestra de una ley geométrica, en un
conocimiento no es jamás el reflejo especular de una ~eah­ contexto estético será reconocido como un adorno artístico.
dad externa, sino la incesante edificación de construcoones Sólo el hombrtr· pos.ee inteligencia simbólica; sólo el
simbólicas que se sitúan como algo externo respecto ~ la hombre vive en un mundo de «cosas». Los animales no
subjetividad humana. Lo que realmente importa a Cass1rer consiguen exteriorizar sus propias experiencias; viven en un
es subrayar el hecho de que ciertas producciones cu~turales, halo de cualidades difusas, que no se concretan en objetos
tan distintas como el arte y la ciencia, son susceptibles de definidos y distintos, estables y permanentes; su mundo es
ser enraizadas en una común función cognitiva, que es tarea fluyente e, incluso para ellos mismos, irreconocible. Ahora
de la filosofía descubrir y explicar. bien, entre las actividades de orden simbólico, la artística es
En polémica con la fenomenolo~ía husserliana, cuy_a la que se encamina hacia la máxima objetivación; no crea
teoría de la experiencia hace referencia a unos datos s~ns:­ un mundo de sensaciones vagas, sino de precisas figuras,
bles primarios más primigenios que cualquie_r, tipo de s1gm- melodías y ritmos 28 • Y el arte es sobre todo forma, conoci-
ficado, Cassirer mantiene que en la percepc1on, y ya desde miento de las formas, ya que sin ellas los aspectos más pro-
el principio, está presente el ámbito de un si~nificado. den- fundos de la realidad se nos harían inaccesibles. Mientras el
tro del cual tal percepción se inscribe27 • No existe un simple símbolo científico abrevia y empobrece la realidad, propor-
dato perceptivo, exento de cualquier contenido (como la cionando una representación abstracta de la misma, el arte
«visión de primer orden» de !1ª:tmann) _sobre _el cual, a re~­ comporta un proceso de intensificación y concreción de la
glón seguido, se injerte ur: s1gmficado sunb~hco. L~s fe~~­
1

realidad. Pero esto no implica la exacerbación de un con-


menos se encuentran ya situados en un honzonte s1mboh- flicto; más bien, cabe decir que la esencia de la experiencia
co, porque su mismo modo de manifestarse no ~u,ede estética consiste precisamente en la armonización y conci-
prescindir del tipo de relaciones dentro del que se sttuan; liación entre tendencias diferentes. Por ello, y de un modo
exhiben una «pregnancia simbólica», esto es, no pueden ser justo, la tradición ha venido reservando la cualificación de
separados de la trama de conexiones intelectuales que per- «genio» sólo a los artistas: en comparación con el arte, la
ciencia resulta ser una actividad sólo unilateral..
2s Cassirer reconoce su deuda ante F. Th. Vischer, autor de Das Sym- A pesar de todo, también para Cassirer, como para el
bol (1887). neoidealismo, la fenomenología y la hermeneútica, es a la
26 Cassirer se refiere a H. Hemholtz y a H. Hertz.

27 E. Cassirer, Filosofia de las formas simbólicas, op. cit., I, Il, 2, .5.

Cfr. también la importante conferencia Das ~ymbolprobl~m und seme


28
E. Cassirer, Language and Art, 1 and JI (1942) en Symbol, Myth
Stellung ím System der Philosophie, en «Zeitschnft f. Aesthenk u. Allgem. and Culture. Essays and Lectures (póstumo) editado por D. Ph. Verene,
Kunsrwissenschafo, 1927. Nueva York, 1979.

126 127
filosofía a quien espera la última palabra. Ella es la única ac- cognitiva. Estos dos presupuestos son compartidos también
tividad capaz de comprender la unidad del mundo huma- por el padre de la psicología analítica, el suizo Karl Gustav
no, cuva característica fundamental es, precisamente, la de Jung (1875-1961) y, al menos el primero, también por el
presen~arse estrechamente tejido de mediaciones culturales: francés Bachclard (l 884-1 obs-
éstas lo envuelven por todos lados y no dejan ningún inters- tante, ambos no reconocen a la estética valor cognitivo al-
ticio que permita captar su sustancia de modo inmediato e guno y consideran que es, más bien, la ciencia quien ha de
intuitivo. Aquél que, usando las palabras de Kleist, «haga su poseer la llave del conocimiento.
viaje alrededor del mundo y vea si acaso por el lado opuesto Remontándose~;;i la distinción schilleriana entre poesía
se le abre nuevamente» 29 , constatará que tal punto no existe. «sentimental» e «ingenua», Jung identifica dos diferentes ti-
La tarea de la filosofía no se ha extendido por egoísmo, sino pos de obras de arte: aquellas que se caracterizan por la afir-
para intentar la fundación del conocimiento sobre bases no mación del autor, de sus intenciones y objetivos conscien-
absolutas, pero cierras. Por tanto, tal tarea no podrá ser lle- tes, y aquellas cuyo proceso creativo parece, en cambio,
vada a cabo por las ciencias humanas (la psicología, la etno- tener una dinámica autónoma e independiente respecto al
logía, la antropología, la historia ... ), ya que, por muy pro- sujeto30 • En las primeras, el impulso creador viene represen-
fundos y penetrantes que sean sus análisis, no conseguirán tado por la voluntad subjetiva del autor; por lo general, ta-
dominar y organizar los datos empíricos de los que perma- les no contienen mucho más de lo que éste ha puesto en
necerán como prisioneras. A pesar de todo, uno no puede ellas. En las segundas, en cambio, la fuerza creadora se pre-
sustraerse a la impresión de que la última palabra de la filo- senta corno una potencia extraña, «Otra», que se impone de
sofía de Cassirer tiene un aire metafilosófico, pues, una vez modo despótico al autor; éste no es plenamente consciente
más, la búsqueda de las condiciones del conocimiento aca- de lo que hace, pues resulta estar dominado por una instan-
ba en un discurso sobre la actividad que desarrolla tal inves- cia que va más allá del sujeto. Es hacia este segundo tipo de
tigación. Mientras que la autorreferencialidad sea el modelo obras de arte donde se dirige el interés y la valoral ión de
ideal de todo conocimiento riguroso, la estética hablará más Jung. De hecho, esas obras expresan dimensiones ca acteri-
de ella misma que del arte. zadas por una radical alteridad respecto a la vida cocsciente
del individuo, y están dotadas de una valencia simbólica ca-
paz de ejercer una vasta y duradera influencia: Así, la rela-
Estética y conocimiento de la alteridad ción más profunda que mantienen no es con el subcons-
ciente individual del amor, sino con aquel patrimonio de
Las cuatro tendencias que hemos considerado hasta aho- imágenes primordiales, de arquetipos, de símbolos míticos
ra -el neoidealisrno croceano, la fenomenología, la herme- que constituye el «inconsciente colectivo» de la humanidad.
neútica y la filosofía de las formas simbólicas- presentan Hasta allí la terapia analítica no puede llegar, puesto que no
dos características comunes: el rechazo del vitalismo subjeti- se trata de una información sublimada u olvidada, sino que
vista y la atribución a la estética o al arte de una dimensión
30
C. G. Jung, Über die Beziehungen der analytischen Psychologie zurn
29 E. Casirrer, Filosofia de las formas simbólicas, op. cit., III, intro. IV. dichterischen Kunstwerk (1922).

128 129
constituye una potencialidad innata que se actualiza sólo libra, no obstante, en nombre de la füosoHa, sino en el de la
gracias a la fantasía creadora, siempre que la misma se ejer- cienciaB. El espíritu científico nace de la batalla contra la na-
cite libremente; ella consigue, por tanto, liberar una voz mil turaleza y del rechazo frente a las metáforas animistas, que
veces potente que la individuaL El arte simbólico y vi- pretenden ver por doquier una · b ra-
sionario constituye, de este modo (y a diferencia del mera- zón puede realizarse sólo a partir del momento en que rompa
mente psicológico y subjetivo), casi la única puerta a través cualquier vínculo con la experiencia vivida y cree un mundo
de la cual el ignoto, numinoso y primigenio mundo de los distinto respecto al natural. Mientras éste último es caótico e
arquetipos resulta cognoscible31 • impuro, el munddi,creado por la civilización técnico-científica
La gran importancia atribuida a la función cognitiva del constituye un universo ~rdenado, hecho a base de objetos pu-
arte no es, a pesar de todo, el único motivo por el que Jung ros, que representa para el hombre la única foente de felicidad
aparece más ligado a la tradición estética de lo que pueden e íntima satisfacción. No es un espejo reflectante de lo exis-
estarlo Freud u otros exponentes del psicoanálisis, pues, a tente, sino una construcción entretejida de pensamiento y ra-
pesar de la exigua cantidad de contribuciones especializadas zón. Bachelard examina la ya larga batalla conducida por el
y la incomprensión por parte del arte contemporáneo, el conocimiento científico contra los obstáculos interpuestos en
pensamiento de Jung deja ver una «coloración estética», que su camino no sólo por una experiencia ingenua y primitiva,
deriva de su tendencia a proporcionar a los conflictos psí- sino también por la filosofía, esa suerte de razón corrompida
quicos soluciones conciliadoras y armonizantes. Incluso la por la imaginación y subordinada a las oscuras pulsiones vita-
experiencia más traumática de la vida humana, la enentio- les de la nutrición y la sexualidad. A través de su conexión
dromía, esto es, la conversión de una característica psíquica con el espíritu precientífico de la alquimia y de la historia na-
en su contrario, se convierte en una fuente por excelencia tural, el pensamiento filosófico se ha puesto al servicio de la
de energía, porque permite a la vicisitud existencial del in- vida; es cómplice del caos natural, de las necesidades del cuer-
dividuo b posibilidad de un <muevo inicio»; además, ella po, de la subjetividad. Bachelard nos propone, ello, un
dota de las premisas para a constitución de una imagen di- psicoanálisis de la ciencia, que la libere y depure de todos esos
námica del Sí más sintética y total, que disuelve y lima ten- subterráneos condicionamientos derivados del componente
siones y asperezas y que constituye una efectiva síntesis de biológico-natural del ser humano. Cierto es que, en su apolo-
los opuestos 32 • gía del carácter anónimo, impersonal e inorgánico del conoci-
Gaston Bachelard, autor de dos diferentes series de obras, miento científico, Bachelard pone un énfasis tal, que aquélla
la una dedicada a la epistemología, la otra al estudio de lo parece más una retórica de la ciencia que un tratado de episte-
imaginario, se nos presenta, a primera vista, como un pensa- mología: Bachelard mismo considera la ciencia como «una es-
dor interiormente dividido y dual. El punto de partida de Ba- tética de la inteligencia» 34 • En efecto, si observamos su análi-
chelard es próximo al de Husserl o Gadamer, esto es, el recha-
zo al naturalismo vitalista. La lucha contra el vitalismo no se
33
G. Bachelard, Laformation del'sprit scientifique, 1938 [trad. cast.:
La formación del espíritu científico, Buenos Aires, Siglo XXI, 198 · y Le
31
C. G. Jung, Psychologie und Díchtung (1930-50) materialisme rationnel, París, 1953.
32
C. G. Jung, Ober die Psychologie des Unbewussten (1916-42). 34
G. Bachelard, La formación del espíritu científico, cit.

130 131
sis, él se nos presentará animado por un ideal estético de pu- idealización abre camino a la identificación de otro reino
reza que encontrará su objeto en la ciencia. emancipado, al igual que la ciencia, respecto a la naturaleza
Si la ciencia se convierte en el objeto por excelencia de la y el mundo de la vida, el reino de la reverie, o sea, de la qui-
experiencia ¿qué hay de la literatura y del arte? Ba- mera. ocupa un espacio intermedio entre el sueño y la
chelard se plantea la cuestión en dos libros que constituyen contemplación. A su conocimiento se llega sobre todo, pero
un momento de paso en su camino especulativo: El psicoa- no exclusivamente, mediante la obra de los poetas; es, en
. · del fuego 35 y Lautréamont36 • Estos dos volúmenes efecto, la experiencia particular la primera puerta a través de
marcan el tránsito de una valoración negativa de la imagi- la que a aquélla S~?ccede.
nación, considerada como expresión del vitalismo naturalis- Será en el libro sobré Lautréamont donde verdaderamente
ta y fuente de errores, a una apreciación positiva de la misma, se rescate a la imaginación de la influencia del vitalismo. Aquí
considerada como reverie dotada de una pureza e integridad Bachelard se enfrenta a uno de los textos más violentos de
autónomas, propias 37 • El fuego se presta muy bien a consti- toda la historia de la literatura, los famosos Cantos de Maldo-
tuir el punto de partida de una investigación sobre lo ima- ror, en los que se manifiestan los aspectos más agresivos y sal-
ginario, precisamente en virtud del simbolismo vitalista que vajes, inhumanos y brutales de la vida animal. Lautréamont,
encierra: el fuego es lo ultravivo, la intimidad más secreta; poeta de la musculatura y el grito, de la insurrección y la
¡resplandece en el paraíso y quema en el infierno! En defini- crueldad, se transmuta, a través de un dispositivo que recuer-
tiva, cabe decir que en su imagen confluyen múltiples pul- da la enantiodromía junguiana, en su opuesto, en lo humano,
siones, unas pulsiones que se hunden en la profundidad de en lo virtual, en lo abstracto. Bachelard descubre así un mun-
nuestra constitución biopsíquica: desde la tendencia a apo- do nuevo, tan puro como el de la ciencia; allí violencia y lite-
derarnos del saber de nuestros padres (complejo de Prome- ratura se excluyen recíprocamente, porque la verdadera violen-
teo) al deseo de una muerte cósmica (complejo de Empédo- cia se encuentra muda, prisionera del silencio animal, incapaz
cles); desde la necesidad del calor compartido en el acto de alcanzar la desrealizada y surrealista paz de i, naginario.
sexual (complejo de Novalis) a la aspiración a trascenderse a Se abre de este modo el camino a un estudio más sistemá-
sí mismo a través de una autocombustión de la que el alco- tico de las estructuras de la reverie, que Bachelard completa
hol es el medio por excelencia (complejo de Hoffmann). El con una trilogía dedicada al agua, al aire y a la tierra38 • Sor-
fuego es también el símbolo de la pureza, y esta última prende, sobre todo, la orientación inorgánica de su idea de
imaginación. En efecto, Bachelard distingue entre una imagi-
ii G. Bachelard, La psychanalyse du feu, 1938 [trad. cast.: El psicoa-
nación «formal», ligada a la naturaleza y de orden mimético,
nálisis delfaego, Buenos Aires, Schapire, 1953]. y otra imaginación «material», que se emancipa de la natura-
56
G. Bachelard, Lautreámont, 1939 [trad. cast.: Lautreamont, Méxi- leza y suprime la forma en la imaginación pura. La primera
co, FCE, 1986].
A este respecto, sigo el valioso análisis del pensamiento de Bache-
38
lard ci irigido por G. Sertoli en su documentadísimo trabajo Le immma- G.Bachelard, L'eau et Le reves, 1942 [trad. cast.: El agua y los sueños,
e la Saggío su Gaston Bachelard, Florencia, 1972, que analiza México, FCE, 1978]; L'aire et le songes [trad. cast.: El aire y los sueños,
distintas c:tapas del camino intelectual de este pensador, dedicando México, FCE, 1997]; La terre et les reveries de la volonté, París, 1948, y
una particular atención a los problemas estético-filosóficos. La terre et les reveries du repos, Paris, 1948.

132 133
se identifica con la visión y reproduce lo real; la segunda, en dido no en el sentido de proyecto poético, sino, al contra-
cambio, implica una relación más esencial con una materia rio, en el sentido de prolongación de la experiencia poética,
amorfa, virtual, susceptible de infinitas transformaciones. casi como si Bachelard desease desmaterializar los textos
Ésta última podría, paradójicamente, definirse como una poéticos, esto es, liberarlos de su
«imaginación sin imágenes)), continuamente empujada por la los a la dimensión fluida y dinámica de lo quimérico. El re-
búsqueda de algo nuevo y algún «otro», la cual, por tanto, no corrido intelectual de Bachelard se caracteriza por la bús-
puede detenerse ante una forma y su contorno, viéndose ani- queda continua de una «alteridad» respecto a lo real, prime-
mada por un dinamismo extremo que huye de cualquier ob- ramente encontrada en la ciencia y, posteriormente, en la
jetivación y hasta de cualquier realidad. Bajo este aspecto, Ba- reverie. Por ello parece que ésta ofrezca un camino opuesto
chelard viene a ser el opuesto de Croce, ya que, mientras el a la autorreferencialidad que ha caracterizado tanto al neoi-
filósofo italiano, identificando la intuición con la expresión, dealismo como a la fenomenología (camino al cual, como
vincula indisolublemente la experiencia estética con la civili- hemos visto, no se sustraen ni siquiera Gadamer y Cassirer).
zación cultural, el pensador francés la relega a un ámbito que Sorprende por ello encontrar actuando, en unos de sus últi-
es por definición irreal o, mejor dicho, surrealista, cuya justi- mos trabajos, Le poétique de la reverie, el dispositivo amo-
ficación última no es de orden cognitivo, sino eudemónico. rreferencial que lo induce a interrogarse sobre sí mismo, a
De tal modo, el hombre soñador no accede, como sucedía en proponernos, incluso, un cogito del soñador, a identificar el
Jung, a un saber más esencial y profundo. Para Bachelard, ¡el estudio con el objeto del mismo, a fantasear sobre la fanta-
único saber verdadero es el científico! La reverie encuentra su sía, esto es, a crear una «metafantasía». Todo ello nos con-
fin en sí misma, en la alegría y felicidad que prodiga a quien duce a creer que ni siquiera Bachelard ha conseguido librar-
a ella se abandona. El mundo al cual ella permite el acceso es se del destino propio de la estética cognitiva, que la lleva
«Otro» precisamente porque es irreal, porque nos libera de indefectiblemente a encontrar, una y otra vez, en la auto-
cualquier lastre, de nuestros deberes, del malestar que genera conciencia la forma del saber por excelenoa.
la realidad, cualquiera que ésta sea.
En este punto podríamos preguntarnos por qué Bache-
lard ha escrito sus libros, en cambio de limitarse a soñarlos. La estética como conocimiento crítico
Ciertamente, su intención no ha sido la de crear una ciencia
de lo imaginario y, menos aún, una filosofía de las estructu- Hemos visto cómo en la estética de la vida y en la de la
ras psíquicas. A diferencia de Cassirer, él no considera que forma la segunda mitad del siglo exhibe un cambio, a causa
sea posible un punto de vista filosófico que explique, por del cual los problemas esbozados por los padres fundadores
encima de la ciencia y de la imaginación, el funcionamiento se ven replanteados en términos ciertamente extraños y a
de ambas. Sus últimas obras sobre la reverie se presentan primera vista irreconocibles. La estética cognitiva no consti-
como «poéticas» 39 ; no obstante, tal término debe ser enten- tuye una excepción a esta regla: al giro político de la estética
de la vida y al giro mediático de la estética de la forma, co-
39
G. Bachelard, La pooétique de l'espace, 1957 [trad. cast.: La poética rresponde el giro escéptico de la estética cognitiva. Este mo-
del espacio, México, FCE, 1998]; y La poétique de la réverie, París, 1960. vimiento implica a las cuatro tendencias que hemos exami-
134 135
nado, el neohegelianismo, la fenomenología, la hermeneúti- bida como algo fijo, estable, inalterable. La verdad, como la
ca y la filosofía de las formas simbólicas. filos<:ffa, es f'.ªrª. ~domo algo extremadamente frágil, que
La versión escéptica del neohegelianismo viene represen- reqmere el e;erc1c10 de una actividad crítica continuada,
la figura del pensador atenta a la transformación y la de cosas en
Theodor W. Adorno (1903-1969), autor de numerosas sus respectivos contrarios, según aquel movimiento de
obras de filosofía de la música y de la literatura, además de enantiodromfa del que Hegel y Nietzsche, antes que Jung,
una monumental Teoría estética 40 • El término «escepticis- fueron atentos observadores42 • La búsqueda de la verdad es
mo)) no debe, no obstante, ser entendido en el sentido de una tarea ineludi&;le del pensamiento, puesto que la pro-
relativismo, sino, más bien, como una reubicación de las puesta de diluir la filosofía en la praxis debe ser considerada
ambiciones de la razón, la cual ya no puede atribuirse la con sospecha, en cuanto, generalmente, esconde el propósi-
pretensión de contener en sí misma todo lo existente. Se- to. de silenci:r la crítica de esa sociedad de la que el pensa-
gún Adorno, la filosofía de Hegel representa la máxima ten- miento filosofico resulta, por excelencia, ser el portador.
tativa de comprender lo heterogéneo, aquello que es «otro» También para Adorno el arte es conocimiento: todos los
respecto al pensamiento, lo no idéntico; en una palabra, lo p:oblemas estéticos acaban resolviéndose en cuestiones que
negativo. Se hace necesario por ello radicalizar el aspecto crí- glfan en torno al contenido de verdad de las obras de arte.
tico de la filosofía hegeliana, pero sin caer en la tentación de El filósofo tiene además palabras sarcásticas para las estéti-
superar la contradicción con una totalidad autónoma, auto- cas hedonista y vitalista, que sitúan en primer plano el pla-
suficiente y autoreferencial. Ésta resulta ser, precisamente, la cer o el gusto: las define como meramente «culinarias». No
tarea de la «dialéctica negativa», que considera lo aconcep- obstante, la estética no debe convertirse por ello en algo así
tual como el motor de la historia y que se esfuerza en pre- como el asilo de la ontología, tal y como sucede en la feno-
sentarlo mediante conceptos que no violenten su heteroge- menología y en la hermeneútica. El hecho es que no sólo
neidad41. De este modo, se esfuma por completo la posi- para la filosofía, sino también para el arte, resulta esencial
bilidad de una fundación filosófica de la realidad y, asimis- esa relación con su contrario, con lo heterogéneo, que resi-
mo, la de un sistema que -como el de Hegel o Croce- fuera de en el interior del arte mismo, como una duda sobre su
capaz de identificar cierto número de formas del espíritu propia legitimidad, como testigo de exigencias que no pue-
que fuesen, al mismo tiempo, determinaciones de la reali- den ser satisfechas artísticamente, como negación continua
dad. No obstante, y no de modo muy distinto a Croce, de los caracteres que la reflexión estética le atribuye.
Adorno considera que debe ser la filosofía, y no la ciencia, Se equivocan, por tanto, quienes se hacen una idea edul-
la que mantenga una relación esencial con el conocimiento corada y sublimada de la experiencia estética. La verdad de
de la verdad. Ciertan1ente, ésta última no puede ser canee- la obra de arte siempre será su quid, frecuentemente impu-
ro, escandaloso e, incluso, incomprensible. La obra de arte
presentará siempre aspectos contradictorios, que resulta in-
40
Th. W. Adorno, Aesthetische Theorie, 1970 [trad. cast.: Teoría esté-
tica, Madrid, Taurus, 1986].
41
Th. W. Adorno, Negative Dialektik, 1966 [trad. cast.: Dialéctica 42
Th. W Adorno, Philosophische Tennínologie, 1973, §§ 1 y 2 [trad.
negativa, Madrid, Taurus, 1975]. cast.: Terminología filosófica, Madrid, Taurus, Madrid, 1977].

136 137
genuo pretender superar con una visión armónica y pacifi- cualquier mercancía y se conecta con el carácter de los obje-
cadora. Una de las mayores contradicciones emerge de la tos mágicos, del mismo modo que la producción artística
oposición entre su carácter de «fetiche» y la dimensi~n de no resultará jamás comparable a las condiciones del trabajo
«apparitiom> asum · bello en efecto, si, por económicamente útíl 45 •
un lado, obra de arte se sitúa como cosa entre las cosas, El arte ofrece también un aspecto contrario a la reifica-
por otro, se manifiesta con la velocidad e inmaterialidad de ción, que lo hace semejante a un relámpago, a un fuego de
un relámpago. Por consiguiente, la obra de arte aparece en- artificio, a una manifestación celeste: es lo que Adorno en-
tonces como algo inmóvil y a veces como algo dinámico, en tiende con el térm~no «apparítion». También este aspecto se
virtud de la combinación de «res» y de «apparition». encuentra estrechamente conectado con la cuestión de la
Adorno nos proporciona muy agudos y penetrantes aná- verdad en al arte, ya que implíca la irrupción en la realidad
lisis de ambos caracteres. Ante todo, cabe decir que no es de algo imprevisto e impensado, comparable a una explo-
necesario considerar el fetichismo como un sinónimo de sión. No corresponde al arte establecer el estatuto ontológico
falsedad. Quien ve en la «cosa)) algo radicalmente falso no de lo que aparece, pero sí es cierto que este evento comporta
es sino prisionero de una lógica de la identidad de le impide una espiritualización de la obra de arte, que pierde su mate-
el conocimiento de lo heterogéneo, de lo negativo, de aque- rialidad y casi se revuelve contra sí misma, dando lugar a ese
llo que es otro respecto al pensamiento; procediendo de tal proceso de autosuperación mediante la religión que Hegel
modo, queda excluido de cualquier consideración dialéctica describió correctamente en sus Lecciones sobre la estética 46 • Se
de la realidad. El fenómeno de la reificación no constituye trata del mismo proceso descrito por Kant bajo el nombre
sólo el sometimiento de los hombres a la lógica del capita- de «sublime»: su esencia consiste en la reivindicación del es-
lismo; obliga también a una relación con lo real a la que el píritu frente a la prepotencia de la experiencia sensible.
subjetivismo idealista se sustrae43 • Los poetas han hablado La noción más adecuada para captar la esencia del arte
frecuentemente de la «bella extañeza)) del murdo externo, y desde un punto de vista cognitivo es para Adorno
su amor por las cosas nos induce a reflexionar sobre la cone- «enigma». Éste, a diferencia de lo secreto, no puede extin-
xión esencial entre arte y fetichismo. Adorno llega a soste- guirse en comprensión y la interpretación. Ahora menos
ner que la calidad e, incluso, la verdad de las obras de arte que nunca la verdad de la obra de arte se sitúa en las inten-
44
dependen esencialmente de su grado de fetichismo , en el ciones del artista. Por ejemplo, Poe y Baudelaire, que fueron
sentido de que la exaltación implícita en su estatuto de co- los heraldos del arte moderno, se opusieron a la sociedad
sas distintas a los objetos útiles les garantiza una completa su tiempo asumiendo y radicalizando su punto de vista: la
libertad, emancipándolas de cualquier relación con el mero oposición se consigue sólo a través de la identificación con
entretenimiento; paradójicamente, ¡es precisamente el feti- el punto de vista del adversario; de otro modo caería en una
chismo quien preservará su «seriedad»! Este fetichismo re- ingenua exhortación didáctica y parenética. Ésta es la faceta
presenta, de hecho, una excepción respecto al estatuto de
45
lbidem.
46
1
.1 43 Th. W Adorno, Dialéctica negativa, cit. G. W .E Hegel, Aesthetik, i, 2 [trad. cast.: Lecciones sobre !11 estéti-
11
il 44 Th. W Adorno, Teoría cit. ca, Madrid, Al<al, 1989].
!J

138 139
[\
1!
egipcia de toda verdadera obra de arte: el arma que hiere es cepci~n ~roceana del arte como momento primigenio del
la misma que cura47 • ~onocm~1ento, pero,. en realidad, nos encontramos muy le-
El artista no es consciente de esta paradoja, ya que el JOS de Croce; en pnmer lugar, porque el pensamiento de
arte no es y por eso sor la . . de fv1erlcau-Ponty implica (como el de una fuerte re-
la filosofía. Para Adorno la genuina experiencia estética distribución del alcance de las pretcns10nes de la razón filo-
debe convertirse en filosofía o no existirá en absoluto 48 (en sófica; en segundo lugar, porque el arte es considerado
este aspecto Adorno resulta estar más próximo a Hegel que como portador de una verdad no distinta de aquella a la
a Croce). En su opinión, el contenido veritativo de una que la filosofía p~de llegar.
obra de arte necesita de la filosofía, especialmente desde que Del mismo modo que Husserl, Merleau-Ponty mantiene
la crítica de arte ha fracasado clamorosamente en su propó- una actitu~ crítica. en relación al saber científico, al que re-
sito. No obstante, no hace falta olvidar el carácter esencial- procha un mcuesnonado operacionismo, carente de interés
mente crítico e interrogante que Adorno atribuye a la filo- ~guno por la verdad de la experiencia humana, tanto indi-
sofía; por consiguiente, resulta incierto si será la filosofía o vidual como colectiva: en su opinión, la oencia es un saber
el arte quien mantenga la relación más estrecha con la ver- carente de profundidad, que sobrevuela las cosas sin conse-
dad. Si la filosofía escribiera la nota necrológica del arte, pa- guir captar su esencia. No obstante, Merleau-Ponty no ali-
saría a formar parte de la barbarie; pero si se conformase menta aquella fe de Husserl en una filosofía entendida
con la interpretación de las obras de arte disponibles, no co~o c~nocimiento riguroso, ya que para aquél el saber, o,
entraría en relación con esa dimensión extraña y heterogé- me3or dicho, el no-saber filosófico no consiste en un con-
nea con la que toda verdadera obra de arte se enfrenta con- junto orgánico de conocimientos adquiridos, representante
tmuamente. de un patrimonio estable; la filosofía no puede ser nada más
que u~ ejercicio ~e crítica, actividad de búsqueda ajena a
cualqmer dogmatismo, actitud ante una verdad provisional
El arte como a wcimiento del mundo sensible y ~nomentánea"º. Hay, sin embargo, un ámbito en el que la
mirada del filósofo se ha detenido demasiado poco, el de la
También la fenomenología contempla un giro escéptico, corpo~eidad,. entendida ésta como sentir, como experiencia
que equipara la filosofía al arte y que es la tarea llevada a de lo irreflexivo, de lo primordial, de aquello que precede al
cabo por el filósofo francés Maurice Merleau-Ponty (1908- concepto. En este plano la filosofía se asemeja al arte, en
1961 ), cuya reflexión se centra en la percepción49 , es decir, cuanto el conocimiento de lo sensible, de la no-razón, de
en el momento naciente, inicial de la conciencia. Parece, de los estados que preceden a la distinción entre sujeto y obje-
este modo y a primera vista, como si volviéramos a la con- to constituyen un territorio aún muy poco explorado. Se es-
tablece así, entre filosofía y arte, una concomitancia que tie-
ne como consecuencia la exclusión de la estética: tanto la
47
Th.WAdorno, Teoría estética, cit.
48
Ibídem,
49 50
M. Merleau-Ponry, Phénomlnologie de la perception, 1945 [trad. • M. Merleau-Ponry, Éloge de la philosophie, 1953, [trad. cast.: Elo-
cast.: Fenomenología de la percepción, México, FCE, 1957). gio de la filosofia, Buenos Aires, Nueva Visión, 1957].

140 141
primera como la segunda tienen una relación de tipo cogniti- cuerpo, cuya cohesión es la misma que la de una «cosa», se
vo con la «cosa misma», con la experiencia; la estética se con- encuentra atrapado en el tejido del mundo, que es percibi-
vierte, en cambio, en una suerte de superfetación, de añadido do como algo continuo. Sensación y pensamiento, sentido
inútil, de saber excesivamente mediado, al que el e· · se ven en una 1

del instante, la aparición imprevista de lo desconocido. Esto va llega al corazón de las cosas. Al igual que Hartmann
explica lo exiguo de la cantidad de trabajos que Merleau- Y Ad~rno, Merleau-Ponty emplea la palabra «enigma» para
Ponty dedica expresamente al arte. É,ste esconde una dificul- defimr el arte, que atraviesa la superficialidad de la forma,
tad objetiva que guarda relación con el estatuto del discurso entendida como . ~1go espectacular, para introducirnos en
filosófico sobre el arte, una vez que tanto a la filosofía como u?a profm.1da experiencia de la «exterioridad», en la que el
al arte les es asignada la misma tarea. A esta dificultad se la pmtor se siente afín a las cosas. Estamos lejos del sensualis-
intenta obviar interrogando directamente a la obra misma; y mo vitalista: el pintor se ve inmerso en una gesta cognitiva,
es en la pintura de Cézanne donde Merleau-Ponty encuentra que el logos de las líneas, de las luces, de los colores,
el paradigma de la esencia del arte en general51 • del de la masa. Se despierta una cierta promiscui-
El punto de partida de las reflexiones de Merleau-Ponty dad. entre el vidente y lo visible, por la que pintar quiere
sobre el arte es el mismo fundamento de la estética cogniti- decu ofrecerse a sí mismo ante el milagro del nacimiento
va del siglo veinte: la crítica del vitalismo y del subjetivis- de u~ sentir siempre emergente, en su novedad, en su fla-
mo. La experiencia artística nos introduce en un mundo granna.
privado de toda familiaridad, que veta cualquier sentimien- A pesar de todo, y en mi opinión, Merleau-Ponty tam-
to de afectividad humana y que nos hace extraños a noso- poco consigue evadirse de ese movimiento de autorreferen-
tros mismos; la emoción artística por excelencia es el senti- cialidad en el que queda prisionera cualquier estética coani-
do de extrañamiento respecto a la vida empírica, acompa- tiva. Mientas la filosofía acuda con la mayor deblas
ñada por una especie de estupor por la existencia rena- humildades a la escuela del ne, tendrá sobre éste una ven-
ce en cada experiencia. En el ensayo El ojo y el espíritu 52 , taja, la de hacer consciente v comunicable una experiencia
que constituye su contribución más importante a la filoso- que, de otro modo, permanecería muda y oscura, sepultada
fía del arte, Merleau-Ponty sostiene que el pintor da exis- en la c:une del mundo. También la relación entre visible e
tencia visible a aquello que la visión común considera invi- invisible, que constituye el argumento de la última reflexión
sible y se introduce en una nueva experiencia, en la que la de Merleau-Ponty'1, se presenta como un quiasma, como
visión se manifiesta como un tocar y un ser tocado. La dis- una relación de reversibilidad reflexiva, por la que el ver es,
criminación entre vista y tacto resulta superada, como supe- a su vez, visto, el captar, a su vez, captado, según una diná-
rada queda la existente entre lo semiente y lo sentido. Mi mica cognitiva que encuentra satisfacción sólo cuando al-
canza autoreferencia.
51
M. Merleau--Ponty, «La doute de Cézanne>>, en Sens et non-seus,
1548 [trad. cast.: Sentido y Barcelona, Península, 1977).
52
M. Merleau-Ponty, L'oeil et l'.prit, 1964 [trad. cast.: El ojo y el e.pí- 53
M. Merleau-Ponty, le visible et 1964 [trad. cast.: Lo vi-
ritu, Buenos Aires, Paidos, l 986]. sible y Barcelona, Seix: Barral, 1

142 143
la recepción y el nihilismo de arte: en efecto, en su opinión, una obra no puede ser
El arte: entre la
comprendida si se prescinde del efecto que ha podido pro-
En la hermeneútica, el correspondiente giro escéptico es ducir. La historia de la recepción se convierte así en parte
a el estudioso alemán Hans Robcrt Jauss esencial de la obra misma. Al igual que un evento del pasa-
(1921-1997) y por el filósofo italiano Gianni Vattimo (na- do no puede ser comprendido si no se conocen sus conse-
cido en 1936). Ambos atenúan de manera considerable el cuencias, así una obra de arte reclama el conocimiento de
énfasis que Gadamer puso en la verdad intrínseca a la obra sus efectos 55 • Resulta evidente la deriva escéptica implícita
de arte y en su significado teórico. en esta postura, q~ desplaza la atención desde la verdad in-
En Jauss sorprende, sobre todo, la revaloración de la es- trínseca de la obra (sobre la que insistía Gadamer) hasta la
tética, a la que Gadamer había sometido a una crítica radi- vicisitud histórica de su disfrute.
cal. En efecto, aquél reivindica la importancia del placer es- Bastante más teóricamente extremas son las tesis que
tético, pero sin caer por ello en un vitalismo sensualista. Giovanni Vattimo ha expuesto en su libro más sistemático y
Así, para él, el placer estético constituye conocimiento. Co- maduro, Más allá de la interpretación. El signjficado de la
nectándose con la tradición religiosa y filosófica del pietis- meneútica 56 • Sometiendo a examen las recientes idas y veni-
mo alemán, Jauss subraya el carácter de «goce pensante» das de la hermeneútica, Vattimo subraya la preponderancia
proporcionado por la experiencia artística. Ésta se articula del interés estético sobre todos los demás: la obra de arte es
en tres momentos fundamentales, cada uno de los cuales es considerada como el marco por excelencia en el que aconte-
portador de un tipo específico de saber. El primero es la ce la verdad. A este fuerte acento sobre el aspecto estético no
poiesis, es decir, la producción de la obra de arte, conectada corresponde, no obstante, una efectiva profundización en el
con el saber técnico implícito en el hacer. El segundo es la significado teórico del arte: parece que la afirmación gada-
aísthesis, o sea, la entrada en una percepción del mundo di- meriana de la verdad del arte no llega sino a resultados más
ferente de la meramente utilitaria e instrumental; es un co- bien El valor cognitivo del arte parece limitarse a una
nocimiento intuitivo que desconceptualiza el mundo y nos genérica forma de sabiduría sobre la vida y el destino huma-
permite el acceso a una visión cosmológica capaz de estable- no. Es inane tratar de recabar tesis filosóficas desde la filoso-
cer conexiones entre sus diversas manifestaciones. El tercero fía, la literatura, las artes. Por otra parte, y a diferencia de
es la katharsis, la identificación con el personaje y la partici-
pación en el carácter social del juicio, momento que contie- 55
H. R. Jauss, Literaturgeschichte als Provokation der Líteraruwissens-
ne también en sí un aspecto cognitivo, que se manifiesta en chaji, 1967 [trad. cast.: La literatura como provocación, Barcelona, Pe-
54
la comunicabilidad de las propias experiencias • nínsula, 1976].
56
El otro aspecto relevante de la hermeneútica de Jauss se G.Vattimo, Oltre l'interpretazione. ll significato dell'ermeneutica perla
refiere a la importancia por él dada a la recepción de la obra filosofia, 1994 [trad. cast.: Más allá de la interpretación, Barcelona, Pai-
dós, 1995]. Entre las obras anteriores de Vattimo, me permito destacar
Poesir1 e ontología, 1967 [trad. cast.: Poesía y ontologf.a, Valencia, Universi-
54H. R. Jauss, Aesthethische Erfohrung und literarische Hermeneutik, dad, 1993], Le avventure della differenza, 1980 [trad. cast.: Las aventuras
I, 1977, II y III, 1982 [trad. cast.: Experiencia estética y li- de la Barcelona, Península, 1986], y La fine della modernita,
198 5 [trad. cast.: B fin de la modernidad, Barcelona, Gedisa, 1994].
Madrid, 1aurus, 1992].
145
144
Merleau-Ponty, Vattimo excluye la posibilidad que los poe- una «religión sensible», en la que, por un lado, el arte ha ya
tas o artistas contemporáneos estén verdaderamente implica- renunciado a cualquier valor autónomo de tipo cognitivo y,
dos en una actividad cognitiva autónoma, ya que el arte por otro, la religión ha abandonado toda pretensión dog-
tiende a perder su ranto cuando se en mática y disciplinar. Pero, como en el caso de Lvorard, todo
las formas de la alta cultura como cuando se alía con los el discurso se desplaza hacia un horizonte distinto, que
mass media. De modo amable, pero resuelto, Vartimo cierra no tiene nada que ver con la estética cognitiva ni con la her-
prácticamente un capítulo de la estética in~ciado en los _pri- meneútica, es decir, hacia una «estética del sentir», en la que
meros años del siglo por Croce, el que considera la expenen- la experiencia estéil¡.ica se ve finalmente sorprendida en su
cia estética como una actividad cognitiva. diferencia respecto al saber.
Según Vattimo, la enseñanza fundamental de la her~e­
neútica puede ser resumida en la tesis según la cual no ex_1s-
ten hechos, sino sólo interpretaciones. Al negar cualqmer Virtualidad y carácter cognitivo del arte
evidencia objetiva inmediata (que permanece vinculada a la
fenomenología), la hermeneútica descubre su propia voca- Entre las cuatro tendencias de la estética cognitiva (neo-
ción nihilista, consistente en el rechazo de toda concepción hegelianismo, fenomenología, hermeneútica y teoría de las
metafísica y en la afirmación del carácter histórico de todas formas simbólicas) es justamente la última la que continua,
las manifestaciones del ser. No obstante, Vattimo mantiene incluso en sus desarrollos posteriores, asignando al arte un
una distinción de la máxima nitidez entre el propio nihilis- significado teórico o, más exactamente, un aspecto cogniti-
mo hermeneútico y un genérico relativismo historicista. De vo. Ciertamente, también ella se ve afectada por el giro es-
hecho, la tesis según la cual no existen hechos sino interpre- cép~ico, pero éste afecta sobre todo a la ciencia. Casi puede
taciones no puede ser situada al mismo nivel que otras infi- decirse que cuanto menor es el valor de verdad reconocido
nitas y posibles visiones del mundo: el nihilismo no es u1~a a la ciencia, mayor es el peso cognitivo atribuido al arte.
interpretación que se coloque junto a otras, sino que consti- Una acentuación sobre el carácter abstracto de la expe-
tuye el destino histórico de Occidente, el punto en el que se riencia estética es algo ya evidente en la obra de la filósofa
encuentran el dominio técnico-científico del mundo y la americana Suzanne Langer ( 18 95-19 8 5) ti rulada Sentimiento
frívola inesencialidad de las artes, las vicisitudes históricas 7
y forma" , que representa un importante desarrollo de las
del cristianismo y el desencanto ético ante cualquier valor. ideas de Cassirer sobre el arte. No obstante, y a diferencia de
¿Pero en qué se basa esta filosofía de la historia? Me parece éste último, Langer pone el acento sobre el carácter virtual,
que el primado teórico del secularismo nihilista de Vatt~m_o no real, del arte, el cual viene definido por ella misma como
conducirá, también a él, al principio de autorreferenoal1- la creación de formas simbólicas del sentimiento. La intro-
dad, pues mientras todas las otras interpretaciones del mun- ducción del sentir como elemento esencial de la experiencia
do acaban siendo aserciones dogmáticas, el nihilismo sólo estética no implica, no obstante, ninguna concesión al subje-
exhibe una autoconciencia de su propia historicidad.
El punto de llegada de Vattimo resulta de elevada im- 57
S. Langer, Feeling and Form. A Theory o/Art un.•rw;1wn
portancia para estética; el encuentro de arte y religión en
sophy in a New Kq», Nueva York, 1953.

146
147
tivismo vitalista, ya que el valor cognitivo del arte se funda t~:' puesto que ambos pertenecen al horizonte de la cogni-
sobre el hecho de que en él no nos las hemos de ver con una Clon. No obstante, lo que ha cambiado respecto a Cassirer
verdadera emocionalidad, sino con su representación simbó- es la relación de ese horizonte con la verdad.
lica. musica por ejemplo, un LÍempo · que Toda~ía más escéptico resulta ser el epistcmólogo aus-
no tiene nada que ver con el real, del mismo modo que las tro-a~enc~no Pa~l K. Feyarebend (1924-19<)4), para quien
artes figurativas abren un espacio virtual análogo. no existe diferenoa alguna entre la pretendida «verdad» de
Pero es el filósofo norteamericano Nelson Goodman los estilos artísticos y la no menos pretendida «verdad» de
(nacido en 1906) quien protagoniza una dura confronta- los estilos científü~ps de teorización 59 • El punto de destino
ción entre la experiencia estética y la científica58 • En su opi- de. est~ tendencia epistemológica contemporánea parece se-
nión, tanto arte como ciencia constituyen tareas desintere- gm~ s1ei:do, a pesar de todo, la tesis según la cual, mientras
sadas, que exhiben un carácter fundamentalmente cogni- la Clenc1a evoluciona a través de una pluralidad de «estilos
tivo, a pesar de lo cual, la primera parece mantener una re- de pensamiento» 60 , para el arte resulta, en cambio, esencial
lación más estrecha con el mundo emocional. También Go- la relación con la «verdad» 61 • ¿Y la filosofía? ¡también ella no
odman rechaza el emotivismo vitalista: los sentimientos sería sino un conjunto de distintos «estilos de pensamien-
vinculados a la experiencia estética son mudos, oblicuos, in- to», quizá mantenidos juntos por una cierta propensión a la
cluso opuestos a aquellos que la vida real nos permite corro- auto rreferencialidad!
borar; de hecho, su uso cognitivo no tiene nada que ver con
su intensidad. También Goodman, de modo no diferente a
Merleau-Ponty y Langer, se ve, por tanto, forzado a recono-
cer la importancia de un sentir al que no encuentra necesa-
riamente en conflicto con el conocer. Las emociones operan
cognirivamente cuando son puest::s en conexión entre ellas
y con otros instrumentos del corn cimiento. Lo importante
para Goodman es el no crear hiatos entre arte y ciencia: por
ejemplo, es equivocado pensar que su diferencia dependa de
la relación con la verdad. Ésta última cuenta bastante poco
para la ciencia: las leyes científicas muy raramente resultan
ser totalmente verdaderas. La verdad de una hipótesis cien-
tífica es un problema de «adherencia», así como la verdad
de una obra de arte es un problema de «propiedad)}. La
conclusión es semejante a la de Cassirer: las ciencias y las 59
P. Feyarebend, Scienza come arte, Milán, 1976.
artes operan con sistemas simbólicos que resultan semejan- 60
La idea de ciencia como «estilo de pensamiento)) se remonta a L.
Fleck, autor del volumen Enstehung und Entwickung einer wissenchaftli-
chen Tatsache (1935), Frankfurt, 1980.
58
N.Goodrnan, Languages ofArt, 1968 [trad. cast.: Los lenguajes del 61
G. Buchdahl, Verita estile nella scienza, e in filosofia, en
arte, Barcelona, Seix Barral, 1976). «Nuova civilta delle macchine», 1983,4.

148
149
.

IV

Estética y acción

La «acción bella» y la lucha

Una larga tradición, que se remonta a la Grecia antigua,


vincula de diversos modos el arte con la acción. En el epos
homérico las empresas de los héroes constituyen el argu-
mento de los poemas; en la tragedia la acción se desarrolla
en presencia de los espectadores. Tanto el primero corno la<
segunda producen un cierto efecto en el receptor; incluso la
misma actividad poética, artística y literaria, ha sido enten-
dida frecuentemente como un actuar, como U particular
tipo de acción, quizá más eficaz que la milita:, política o
económica. En el pensamiento moderno, ha sido Hegel el
filósofo que ha reflexionado con mayor profundidad sobre
el nexo que vincula el arte con la acción.
En efecto, en su Estética, al exponer el desarrollo del ide-
al artístico, confiere el máximo relieve al proceso a través del
0
cual el espíritu, penetrando en el mundo, se ve obligado a
salir de su propia calma para aparecer expuesto al dolor, a la
infelicidad, al conflicto 1 • Cuando exigencias opuestas de or-
den ideal y universal se encuentran en lucha, la una contra

1
G. W. F. Hegel, Aesthetik, I, 3, B, II [trad. cast. cit.].

151

la otra, en el interior de un mismo sujeto, nace el pathos, que su propia ratificación. ¡No así el arte, que se encuentra en la
constituye el preciso estímulo de la «acción bella», es decir, el
inc?,moda situación de solicitar el juicio positivo y la admi-
contenido esencial de la racionalidad y de la libre voluntad taClon de aquellos contra los que, precisamente, combate!
que a la y acción. Llenos, por excelencia, Sorprende, por otra parte, la disonancia entre la conflictivi-
de pathos, están los personajes de la tragedia griega, quienes dad de la acción artística y el carácter pacificador, concilia-
abrazan, dominan y superan el sufrimiento, afirmando el dor, implícito en la experiencia artística.
• primado de una experiencia universal sobre los intereses par- Este conjunto de problemas constituye el tema del texto
ticulares; bajo este aspecto, ellos representan el modelo de de León Tolstoi titulado ¿Qué es el arte? (1898) 2 • En éste, el 'l. f
• una acción racional, de la que la filosofía viene a ser para gran escritor ruso formula una crítica radical no sólo a la es-
Hegel, en último extremo, su máximo desarrollo. tética, de la que traza una breve historia para mostrar su in-
" Que no es ni el héroe y ni siquiera el filósofo, sino el ar- congruencia, sino también a la misma experiencia de lo be-
tista, quien lleva a cabo la «acción bella», es una ida larga- !ª
llo,.ª que considera como el objeto del placer y el deseo
mente difundida en la segunda mitad del siglo diecinueve: subJ,etlvos. Su~5~.~it9 consiste en romp~r completamente
frecuentemente, como en Wagner y Nietzsche, tal acción se el vmculo_entre lo bello y el arte, asignando a éste último
encuentra asociada con un deseo de una «vuelta a l~..: una función social, moral y refigiosa. La posición de Tolstoi
~», considerados éstos como el pueblo de la antigüedad encarna la más vigorosa negación de la autonomía del arte,
que más ha perseguido ideales estéticos sin limitarse a la qu~ ~~ve reco~~ucida al ámbito de la razón pclet1ca: en su
sola producción de obras de arte, sino extendiéndose a la opm10n, la acc1011 «bella)) es, en el mayor de los casos, sim-
totalidad de la experiencia. En particular, se crea la imagen plemente una acción inmoral. Quien actúa puede elegir en-
l/~\Vl" de un artista innovador y genial, que, por definición, se en- tre ~a fue_rza (base de la guerra, la política y la economía) y
\ frenta a la incomprensión del público Y. el filisteísmo de la el bien (fundamento de todos los valores espirituales, socia-
sociedad. La( t1í1CtíCal del arte es vista, por tanto, como un les y culturales); pero no hay una tercera posibilidad prácti-
~'rj ,::> agón, una lucha,unconflicto esencialmente distinto, eso sí, ca que se encuentre más allá del poder (y de la impotencia)
de la política y la guerra, porque está animado por el deseo y de la fe (y de la incredulidad).
de reconocimiento; la acción artística se configura, por tan- No obstante, Tolstoi no está ciego ante la situación cul-
to, como esencialmente agonística. En este punto surge un tural de su tiempo, que viene a ser un clamoroso desmenti-
primer problema: ¿de qué modo el carácter fuertemente in- do de sus ideas sobre el «verdadero» arte. No hay duda de
dividual de la actividad artística concilia con la dimensión q_ue la cultura está contaminada por la corrupción de la so-
social implícita en la aprobación y el aplauso? La excelencia Cle~ad, por la fractura social entre ricos y pobres, por la di-
artística tiene la necesidad de ser reconocida como tal, pero fusión del ateísmo. De esta situación se deriva la hegemo-
tal éxito entorpece la búsqueda de la originalidad y la nove- nía de un arte falso y pervertido, dedicado por entero a la
dad. La razón práctica presenta dos resultados posibles: la búsqued~ del placer y cuya apoteosis representan Wagner y
efe< tividad, perseguida por la política, y el bien, del que se sus segmdores: la obra de arte total (Gesamtkunstwerk)
preocupa la moral. Ni la una ni la otra necesitan de dicta-
men público alguno, puesto que encuentran en sí mismas 2
L. Tolstoi, Cto takoe iskusstvo:' (1898).
152
153
wagneriana es para Tolstoi el ejemplo perfecto de un arte 3
mente dicha • Resulta evidente que la experiencia artística
falsificado, que actúa como el opio, llevando a los especta- p_ertenece al segundo tipo de vida activa: el artista es, esen-
dores a un estado parecido a la hipnosis. A pesar de todo, cialmente, un horno faber, el artífice de productos destina-
es -se pregunta Tolsrni- este arte triun-
fe, mientras el considerado por él como bueno, que expresa
sentimientos derivados de la religión o de esos afectos de
,, dos a perdurar bastante su muerte.
esta solución, que coloca al artista dentro de su actividad es-
pe~ífica, sin p~~ibilidad de confusión con el trabajador c~­
carácter universal, que superan barreras sociales, nacionales ~un o el palmeo, conoce en el siglo veinte una fortuna
y raciales, no goce con frecuencia del favor del público? bien esc~sa por dios razones fu~~am~ntales: en primer lugar,
Tolstoi es, en este momento, perfectamente consciente de po~q~e comporta una separac1on tapnte entre las distintas
la paradoja en la que cae: si lo esencial del arte es su efecto, acnv1~,ades, yendo, por tanto, en dirección opuesta a esa di-
¿por qué tantas obras buenas no tienen éxito? Esta parado- me~s1on total de la experiencia que la estética pragmática
ja deriva, según Tolstoi, de la corrupción y la perversión persigue; y, en segundo lugar, porque oscurece ese elemento
del sentido moral, que. impide al verdadero arte desarrollar de !ucha que constituye el verdadero motor de la estética
su verdadera función, es deci¡, suscitar una auténtica y sin- socialmente implicada. Ciertamente, la «acción bella» es di-
cera emoción. ----- -------- feren~e de la _del ideólogo, del moralista y del político; pero
La tesis de Tolstoi constituye, en su simplicidad y radi- el ~rtlsta es visto por esta rama de la estética como un com-
calidad, un auténtico desafío para esa parte del pensamiento batiente no menos belicoso que aquellos.
estético sensible al problema de la función social del arte.
En efecto, puede decirse que la estética pragmática y social
del siglo veinte no es sino la constante tentativa de reacción La acción estética como tarea
ante las ideas de aquél: el _gl:ú~tiv__q del pensador ruso es dis--
tin_g~_iIJ~__ accj~~tétl_c:a, artísti<;~_milLkJa_ac_ció_!]­ . Una \olución brillante a los problemas motivados la
.Q.9Jítica y la acción moral. Tal distinción no puede, no obs- idea de _experiencia estética considerada como acción es la
tante, llegar a constituir un dominio autónomo e indepen- proporcionada por el fi~óso~o norteamericano John Dewey ('
diente, carente de cualquier relación con la vida práctica; (1859-1952), cuya contnbuCión a la estética aparece conteni-
por ello, los autores tratados en este capítulo tienen, por un do funda1:11e1:talmente en su libro El arte como experiencia 4•
lado, una visión total, unitaria y global de la experiencia La pnnc1pal preocupación de la que parten los argu-
humana (normalmente derivada directa o indirectamente r:ient_os de, ~ewey es la de _con~ctar estrechamente la expe-
de Hegel), pero, por otro, no pueden dejar de garantizar de nenc1a estenca ~on la expenenc1a ordinaria, por lo que criti-
cualquier modo la especificidad de la «acción bella» respec- ca a~uellas. te~nas que separan_ el arte de la vida cotidiana y
to a las actividades económicas o éticas. lo aislan snuandolo en un remo propio; es necesario, en
A pesar de todo, ya desde la antigüedad conocemos una
respuesta clara y convincente a este problema. Tal respuesta 3
A esta tripartición se atiene H. Arendt en The Human Cond·t·
consiste en la dístinción entre tres formas distintas de vida
19~8 [trad. cast.: La condición humana, Barcelona, Paidós, 1998]. z ion,
activa: el trabajo, la producción de obras y la acción propia- J. Dewey, Art as Experience, Nueva York, 1934.
154
155
cambio, restablecer continuidad entre la dimensión esté-
~ien~o y ~~lor, lo cual permite a Dewey liberar a la expe-
tica y los fenómenos vitales cotidianos, que implican proce- nencia estet1ca de una presunta conexión necesaria con el
sos de continua lucha e interacción con el mundo que nos placer, objeto de la crítica de Tolstoi. Por otra parte, el pla-
rodea. existe, en opinión de Dewey, una diferencia radi-
cer y el dolor, como cualquier otra emoción, no deben ser
cal entre la experiencia común y la estética: cualquier ~xpe­ considerados separadamente, sino vinculados al carácter de
riencia puede convertirse en estética si, en vez de ser mte-
l~ experiencia como proceso, que se explica como la viven-
rrumpida y abandonada (como frecuentemente. sucede), es Cl~ de una novela o un drama: la emoción pertenece a un
retomada y llevada a término. Lo que caractenza la expe-
SUJeto comp_ro~eddo con una lucha desde la que adquiere
riencia estética es, por tanto, su conclusión (fulfillment): la verd~dero s1gn1ficado. La suspensión, que tantas teorías
acción se hace «bella» en la medida en que me entrego a c_ons1deran como un aspecto esencial de la experiencia esté-
ella, me dedico a ella, combato por su manifestación plena. t~ca, no debe ser entendida como lo opuesto a la práctica,
Lo contrario de una existencia estética es una vida a la deri- smo como espera, como incertidumbre sobre el resultado
va, que no tiene principio ni fin; o bien es la experienc~a como tensión hacia el perfeccionamiento de la experiencia'.
que tiene un micio, pero que resulta abandonada por desi- La duda sobre el «cómo acabará» constituye un factor esté-
dia, ruindad, inclinación a la componenda, deseo de un
t~co ~eterminante, puesto que permite contemplar la expe-
«tranquilo vivir», concesión a las convenciones.
n~n~1a como una unidad no inmóvil, sino articulada y di-
De este modo, Dewey inserta en el ámbito de la acción namica, compuesta de acciones y pasiones. Por ello Dewey
un parámetro independiente del éxito o frac~so pr~ctic?s, ~refiere hablar de «experiencia», antes que de «acción», esté-
pero sin introducir en el mismo, no obstante, 111stanc1as aJe- tica: acción y sufrimiento alternan y se compenetran. Toda
nas a la naturaleza de la acción, como, por ejemplo, las de . acción no es en realidad sino «interacción» con el mundo
tipo moral. Hace saltar la identidad establecida por Kant externo, adaptación mutua de individuo y ambiente, inter-
entre razón práctica y moralidad: la acción acabada, es de- cambio de sensaciones y reflexiones. La actividad frenética
cir, la acción que es plena e integralmente tal, no e' ética, impide el acceso a la experiencia estética, es decir, a la ver-
sino estética. Al mismo tiempo, Dewey sustrae la acción del dade:a experiencia, ya que no deja tiempo para pensar, pro-
terreno de la política (y la guerra), porque la mera eficacia ~nd1zar y ~~elaborar cognitiva y emocionalmente lo que se
no basta para la culminación de una experiencia: el resulta- vive. Tamb1en el exceso de receptividad constituye un obs-
do en sí no corona la acción si viene separado del proceso táculo, ya que deforma la experiencia a través de una acu-
que a él nos lleva. El verdadero hombre de acción no es ni mulación pasiva de fantasías e impresiones, que hacen per-
el hombre santo ni el político (menos todavía el guerrero), der el contacto con la realidad del mundo y no conducen a
¡sino el artista! Es cierto que las acciones llevadas a cabo por solución alguna.
César o Napoleón presentan una cualidad estética, pero ésta
También ese abismo que Tolstoi colocaba entre estética
no depende de su éxito práctico, sino de sus cualidades es- y arte se ve llenado por Dewey, esta vez gracias a una idea
pecíficas. genial: ¡la experiencia alcanza su verdadera perfección (y,
Para que la experiencia alcance una dimensión estética por tanto, alcanza el grado pleno de esteticidad) cuando se
se hace necesaria, por tanto, una lucha que comporte sufrí- materializa en una obra de arte!; no sólo porque el proceso
156
157
artístico obliga al artista a una confrontación continua entre
pecto al camino mediante el cual se ha lleaado
o a ellas , en el
lo que ya ha hecho y lo que aún ha de hacer, obligándolo a
arte, en cambio, la culminación no se refiere sólo a un final,
actuar de manera coherente, sino que, sobre todo, porque
sino también a su desarrollo; no" sólo al término, sino tam-
sólo a partir del momento en que la experiencia .se concreta bién al inicio.
en una obra aquélla se hace transmisible, comurncable y so-
Lo anterior no quiere decir que para Dewey la dinámica
cialmente relevante. Dewey proporciona, de este modo, una
de la experiencia presente, como para Hegel, un recorrido
muy aguda solución al potencial conflicto entre la búsque-
circular, de modo que el punto de llegada coincida en cierta
da individual de la excelencia (implícita en la búsqueda de
manera con el de rfiicio. La acción estética avanza hacia una ·
una acción culminada) y la solidaridad social (que induce a
culminación efectiva y concluye en el perfeccionamiento de
desplazar el eje de atención desde uno mismo ha~ia los de-
la obra. Las experiencias estéticas son las únicas sobre las
más): ¡sólo consigue comunicar con los demás qmen ll~va a
que es lícito escribir la palabra «final», porque ellas son,
término su propia experiencia! Por otra parte, ¡desde s1err:-
también en todos sus componentes, comunicables y tran..r-
pre sabemos que sólo consi?ue en~enderse con los d~mas
misibles. Lo esencial de la acción parece consistir en Dewey
quien se entiende consigo mismo! S1 no se hace, .ª tr~ves de
en esta posibilidad de clausura, de conclusión. Bajo este as-
su resultado, perceptible para los demás, la .expenenc1~ que-
pecto, la estética y el arte ofrecen más que el resto de las de-
da incompleta. La obra, según Dewey, es siempre y virtual-
más actividades prácticas, a las que siempre parece faltar
mente de dominio público; su pertenencia a un mu~d.o .c~­
algo importante: la victoria o la derrota no vienen determi-
mún no depende de la publicación, de su exh1b1c10n
nadas sólo por sí mismas, puesto que igualmente importa
pública o recepción, sino de su existencia físic~, la cual no
cómo se ha vencido o perdido. La lucha cuenta tanto como
hace sino solicitar un juicio. Por ello toda tensión entre lo
el resultado; la pacificación estética no procede tanto de la
individual y lo social se ve superada en el mismo moment?
solución de los conflictos, como de la conciencia de haberse
en que se comprende la íntima coparticipación. ent~e las di~
entre¡:;ado por completo a la tarea de tarea ini-
mensiones estética y artística. ¡Ninguna expenenCia podra ciada.
jamás ser considerada comple~a :11i~n:ras siga siendo esté:i-
ca, esto es, prisionera del sentlf md1v1dual, como u~ su~no .•
0 una fantasía! Quien desee llevar su propia expenenoa a
La acción estética como tensión utópica
término ¿debe, por tanto, entrar en el mundo de la ~rod:i,c­
ción literaria, artística?, ¿no son también la invest1gac10n
Si para Dewey lo esencial es la culminación, el pensa-
científica o filosófica, o una tarea política o industrial, una
miento del filósofo alemán Ernst Bloch (1885-1977) se diri-
experiencia verdaderamente completa? La diferencia entre
ge en sentido opuesto, haci/Ia noción de lo incompleto, de
éstas últimas y la experiencia estética consiste, según De~ey,
lo no acabado, lo no determinado: sólo así acción.humana
en que sólo en la obra de arte el proceso goza de tan_ta 11:1-
podrá insertarse en la realidad, introduciendo en ella ele~
portancia como su conclusión: mientras en las expenenc1as
mentos nuevos que, lejos de constituir meras fantasías, la
de orden no artístico es posible encontrar una verdad, una
transformarán en profundidad. Para que el cambio acontez-
fórmula, un resultado que exhiba un valor autónomo res-
ca se hace, sin embargo, necesaria una tensión utópica, una
158
159
imaginación creativa, un entusiasmo revolucionario que se cho, para Baumgarten el objeto estético era sólo la facultad in-
manifestará incluso en los sueños, en los deseos, en las ilu- ferior del conocimiento. Pero también la iconodastia moralis-
siones, pero, sobre todo, en'" las obras de arte, en religión y ta, a veces animada por un auténtico horror pulchri, tan bien
la filosofía. El vínculo entre acción y lucha asume, tanto, representada por 1(.)lstoi con su de seriedad contra la
en Bloch un significado social en estrecha conexión con el apariencia, desconoce el carácter anticipatorio de la experien-
gigantesco proyecto de emancipación de la humanidad dise- cia estética, que no es mera ilusión, sino prefiguración de con-
ñado por Marx. Su trabajo más importante, El principio es- tenidos utópicos: ella implica, por tanto, una decisión radical
peranzaº (iniciado en 1938 y concluido más de veinte años que sólo raramentei'<Se muestra en la experiencia común6 •
después), obra monumental en tres volúmenes, constituye Bloch no se limita a proporcionarnos ciertas indicacio-· .;, .
una summa de su pensamiento, en la que la reflexión sobre ~es generales sobre el carácter utópico de la acción estética,
la poesía y el arte ocupa una parte muy relevante. . smo que también realiza un detallado examen de las figu-
• El arte, entendido como «pre-aparición visible)) de aque- ras-guía de lo insaciable, de la agitación, del exceso frente a
llo que debería ser pero aún no es, presenta un carácter con- los lí_mites, pertenecientes a la literatura europea. Tales per-
tradictorio: por un lado, aspira, en efecto, a aquella perfec- sonaJes emblemáticos son el Ulises de Dante, don Juan, los
ción que constituía el fundamento de la estética en Dewey; «espíritus fuertes» del libertinaje, don Quijote y, sobre todo,
por otro, contiene, no obstante y en sí misma, una especie Fausto, quien es definido por Bloch como el supremo ejem-
de fragmentariedad intrínseca que le impide cerrarse en una plo del hombre utópico. Tales son los hombres de acción
totalidad completa. Ciertamente, el temor más grande del estética, los hijos del Renacimiento, quienes, desterrado
artista es el de no conseguir terminar la obra a la que está todo temor, actúan con decisión irrumpiendo en la reali-
dedicando su empeño; pero, de ese modo, él no cae en la dad; son, igualmente; los hijos de la edad burguesa y ese de-
cuenta de que en el arte opera una suerte de tensión hacia sarroll? capitalista que ha producido aventuradas y gigan-
algo que está :.iás allá del mismo. A pesar de todo, Bloch re- tescas ideas. En don Juan, definido por Bloch como la más
chaza caer en 1a trampa de la trascendencia (como sí sucede espléndida imagen del deseo, se manifiesta un titanismo ex-
• en muchos teóricos de la forma y de lo sublime): el arte es traordinariamente abigarrado: en él coexisten un matiz des-
inmanencia, tanto porque él mismo se presenta como algo graciado y una dimensión «utópicamente moviente»; ésta
omológicamente existente aquí y ahora, como porque el últim~ se manifi~sta en el impulso hacia lo absoluto, que lo
horizonte utópico que abre es inmanente, es el de la revolu- empuF a prefenr la muerte antes que ceder a la castrante
ión social y no el de Dios. compostura. Dueño y señor del instante, don Juan personi-
Esta dimensión dinámica e incontenible implícita en el fica la hybris dionisiaca: representa un aspecto esencial de la
arte ha resultado completamente desconocida para l~ revolución burguesa, la cual, junto al componente moralista
~, que comienza en el dieciocho con la minusvalora- encarnado por Robespierre, lleva también consigo un mar-
ción de su objeto, excusándose, casi, de su existencia: de he- cado componente sexual, encarnado por Danton7 •

5 6
E.Bloch, Das Prinzip Hoffenng, 1999 [trad. cast.: El principio espe- !bid., § 17.
ranza, Madrid, Aguilar, 1975]. 7
!bid., § 49.

160
161 1

', 1
Pero la verdadera figura maestra de la inquietud utópica evidente en Bach, Mozart y Beethoven, que son para Bloch
es Fausto. En él la acción utópica se configura como un an- las verdaderas figuras de la acción utópica en el ámbito de lo
sia (Streben) que no se conforma con ningún resultado al- musical. Bloch se muestra, en cambio, muy crítico frente a
canzado, sino que se apropia de · · · Wagner, en obra no reconoce una auténtica · es-
para hacer de ella la base de un ulterior paso h~cia del_an~e. tética, sino sólo la furia de una pasión selvática y animal: en
El proceder fáustico es, según Bloch, el de la misma dialec- el melodrama wagneriano no se llega a una auténtica acción
tica hegeliana, cuya «superación» es, precisamente, unión dramática; todo en ella resulta oscuro y falso, envuelto en
de una conservación y un adelantamiento: entre el Fausto una miserable nai;~osis naturalista, en un pseudo-éxtasis que
~)\16de Goethe y la Fenomenología del espíritu de Hegel existe, no hace sino profu~dizar en la pasividad contemplativa9 •
0~~ en efecto, una profunda afinidad, consistente en que para
ambas obras no hay ningún pasado del que pueda tenerse
La acción cultural como organización
nostalgia; en ellas sólo hay un algo perennemente nuevo,
que se forma gracias a la dilatación de los elementos del pa-
La crítica al melodrama es algo que tienen en común
sado8. Todo gozo, cualquiera que sea, cesará por una pasión
Ernst Bloch y el pensador italiano Antonio Gramsci (1891-
nueva; y roda meta vendrá impugnada por un nuevo movi-
1937): para ambos (corno para Tblstoi), la ópera lírica re-
miento dispuesto a superarla. Esta productividad infinita,
presentará la forma más poderosa de acción artística antes
que presenta un aspecto demoníaco a causa de su insaciabi-
del cine. Mientras Bloch y Tolstoi tienen su punto de mira
lidad, no es, no obstante, lo «malo infinito» hegeliano (lo
puesto en Wagner, Gramsci hará referencia a la ópera italia-
infinito del intelecto abstracto que condena el ser en nom-
na, única manifestación artística verdaderamente popular
bre de un «deber sen> que no está jamás presente); ni es una
en Italia, país en el que los músicos han alcanzado un éxito
referencia hacia lo trascendente: es lo• «verdadero infinito» que no ha acompañado a otros artistas e intelectuales y han
de la potencia la voluntad de transf<)rmación, que, a tra- desempeñado una función sim í lar a la que en otros .
vés de das botas de siete leguas del concepto», lucha y opera han desempeñado los nove ¡istas. La ópera lírica ha promo:..
en el mundo. vido la difusión de un gusto por lo melodramático, que, in-
A pesar de todo, lo fáustico tampoco consigue satisfacer sertándose en una tradicional tendencia a la declamación y
la idea de la acción estética. Existe una experiencia artística a la retórica, ha acabado reforzando una sensibilidad enfáti-
en la que el hambre de lo azaroso alcanza su culmen: es la ca y ampulosa. Tal gusto estético se ha formado no a través
experiencia ligada a la música, a la que Bloch define como la de la acción profunda e íntima suscitada por la lectura, sino
más utópica y social de todas las artes. Hay en la música algo mediante la superficial y vacía exterioridad de las manifesta-
esencialmente incompleto, indinado siempre hacia la supe- ciones públicas (de los tribunales, de los templos, de los dis-
ración: la misma forma de la sucesión sonora indica una ten- cursos fúnebres y los espectáculos) 1º. Diletantismo, opioma-
sión hacia lo absoluto. Este aspecto se hace particularmente
9
E. Bloch, Geist der Utopie, Berlín, 1923.
8 10
E. Bloch, Das Fa:1st-Motiv in der Phanomenologíe des Geistes, en A. Gramsci, Quaderni del carcere, ed. de V. Gerratana, Torino,
Tübinger Einleítung in der Philosophie, Frankfurt, 1961-2. 1972, QI y QXIV.

162 163
nía fantasiosa y vana, falta absoluta de sobriedad y de rigor tencia del mundo moderno, pero amplía notablemente la ,
intelectual constituyen, para Gramsci, los aspectos funda- noción misma de «intelectual», incluyendo en tal categoría
mentales del sentimiento estético-ético de los italianos de su a una actividad profesional cualquiera (y, potencialmente, a
época. Frente a tales caracteres, resulta de la mayor impor- cualquier ser humano). Bajo esta etiqueta distingue, ade-
tancia luchar a favor de una filosofía que sepa crear hom- más, dos tipos fundamentales: aquellos que conciben su ac-
bres sobrios y pacientes, que no se asusten ante las catástro- tividad como una lucha en relación con la afirmación de
fes y no se exalten con necedades. El autor sintetiza este l cierta clase social (y que son, por ello, definidos como «QL:_
programa con su famoso dicho: «pesimismo de la inteligen- \ gánicos>J y los qu~, en cambio, se sienten representantes de
cia, optimismo de la voluntad» 11 • un grupo autónomo que goza de una continuidad histórica,
El lado positivo del pensamiento de Gramsci se mueve, independiente de luchas sociales (y que son, en este caso,
no obstante, en una dirección muy distinta a la de Bloch: definidos como «tradicionales») 14 • ·cramsci no deriva de
no hacia la utopía, sino hacia horizontes más concretos y esto que la verdadera lucha sea la que deba tener lugar entre
realistas. Ante todo, es necesario tomar como punto de par- estos dos tipos de intelectuales. Los intelectuales tradiciona-
tida, precisamente, a ese público que disfruta con aquellos les, portadores de un saber hacer específico (como, por
productos artísticos mediocres; así, la nueva literatura debe ejemplo, literatos y artistas), si bien no gozan de importan-
tender a la elaboración de lo ya existente, por mucho que cia alguna en el plano del estado oficial, sí tienen una enor-
esté obsoleto o resulte convencional 12 • Es preferible apoyarse me importancia en el de la sociedad civil. De hecho,
en algo degradado, pero vivamente sentido, que sobre aris- Gramsci distingue la hegemonía, ·que se funda sobre el con-
tocráticas e insignes, pero poco efectivas, instituciones cul- senso, el prestigio y la confianza, del poder político directo,
turales, como la universidad. ¡Con frecuencia -dirá Grams- que se erige sobre la posibilidad del ejercicio de la coerción.
ci- un pensador libre tiene más influencia que toda la .. De ello deriva que los intelectuales tradicionales deben ser
institución universitaria! 13 • asimilados, y no destruidos.
" Cierto que, para Gramsci, la acción no puede ser sólo Por cuanto se refiere <L_la estética, lo anterior comporta
artística, ya que ésta última vendrá encuadrada en el marco al menos dq.s_.._con~Qa.s. La p'?tmera concierne a la rela- i
de una acción mucho más vasta y total, que deberá ser lle- tiva autonomía del arte, el cual, aun estando ligado a qna
vada a cabo por in,_telectuales de una nueva estirpe, capaces situación social determinada, no es propaganda: Grarrtsci
de unir teoría y práctica, que sepan mezclarse aaivalñeñre- resulta ex_tr_emadamente crítico ante qnieni's__p.r.etende-ñc-i-e=-·
en la vida cornente, que sean no sólo especialistas en un ar un arte nuevo desde el exterior, a través de tma actitud
sector determinado del saber, sino también organizadores moralista o parenéuca, ~-i!~<::!lica o', peo~~ún, -rep~esiva;ra
de cultura. Gramsci toma de Hegel la convicción de que los q1ie ello.Solo es posible desde d~o~-abrleildo nuevos hori-
intelectuales tienen una enorme importancia para la exis- zontes intelectuales y morales 15 • La segunda consecuencia,
bastante menos expresa en los escritos dejados por Gramsci,
11
!bid, QIII.
12
!bid., Q II. 14
!bid., Q V1II y XXVIII.
' !bid, Q XVIII.
3 15
!bid, Q A..'VIL

164 165
, se refiere al porvenir de la estética y a su superación en la chamente arte y proceso histórico, polemizando por ello \
organización cultural. GramscJ compara la fuerte influencia tanto con el utopismo como con la literatura evas1on o
ejercida por la literatura popular con el fallido intento, tan- mero divertimento; por otro, sin embargo, garantizar al arte
to de la laica corno de la citólica, de elevar el nivel una plena libertad y ·
cultural y moral del pueblo: la novela por entregas, por va de confundirlo con la propaganda y la
ejemplo, es un verdadero «sofiar con los ojos abíerros» 16 , es, entre los padres fundadores de las teorías la acción es-
que, a causa de su eficacia, no encuentra equivalente alguno tética, el más rendido admirador de la gran tradición litera-
en la producción cultural filosófica o religiosa de su tiempo . ria europea posteri0¡;- a Goethe. En su opinión, no es necesa-
., Me parece significativo el hecho de que para Gramsci la fi- rio que el arte sea superado por cualquier nueva experiencia
losofía de la praxis deba tomar corno modelo fenómenos li- histórica (la revolución) u organizativa (la acción cultural): el \
terarios y artísticos, por muy degradados que sean. Su diag- arte lleva a cabo su tarea y ésta es tamo mayor cuanto más
nóstico de la decadencia estética no está muy lejos de aquel se lo preserva en su especificidad y autonomía.
que Tolstoi nos proporcionara; pero los remedios que él La relación entre arte y realidad no es, ni puede ser ja-
propone van en una dirección completamente diferente: no más, inmediata, directa, espontánea. Lukács dirige una ce-
hacia la reanimación de la religiosidad a través del arte, sino rrada e implacable crítica hacia el «naturalismo», es decir,
hacia la creación de un nuevo tipo de intelectual, que sepa hacia la poética que pretende identificar el arte con la reali-
instituirse como heredero tanto de la filosofía alemana, dad: ella se funda sobre un presupuesto absolutamente
como de la literatura popular. equivocado, el de la posibilidad de describir realidad de
modo acrítico, sin la intervención de la subjetividad del au-
tor. Ya para Dilthey el naturalismo constituía el más grande
La acción artística como toma de partido desafío que el mundo del arte había dirigido a la estética ra-
cional; Lukács retoma y radicaliza ahora el análisis de Dilt-
Ninguna indulgencia hacia los productos culturales po- hey, detectando en la vanguardia del siglo veinte un segui-
pulares o de masa es la que, en cambio, exhibe el filósofo miento de aquella actitud naturalista. A ésta opone la \
húngaro George Lukács (1885-1971), autor de una monu- tradición del «realismo crítico», que, desde Balzac a Tho-
mental Estética 11 , que comparte, no obstante, con Gramsci mas Mann, había venido representando verdadera-
• la exigencia de un arte que tenga plena conciencia de su mente progresista de la literatura contemporánea 18 • Estas
propia relación con la realidad social. El enorme esfuerzo opiniones tienen un fundamento filosófico-estético. Según
llevado a cabo por Lukács a través de muchos libros y otras Lukács existen tres diferentes tipos de «reflejar la reaiiaacf»:~JtM.1
publicac10nes sobre estética, historia y crítica literaria parece ef'~ vida cotidiana, el oennfico y el estético. La expre- ~( f
/ motivado por un doble propósito: por un lado, unir estre- sión «reflejü»nutlebeemenderse, noo-bstante, en el sentido
de mera reproducción fotográfica: sirve para indicar el re-
chazo al idealismo, que reduce la realidad a mera entidad
16
!bid.,Q VIII.
17
G. Lukács, Aesthethik, I Die Eigenart de Aesthetíschen, 1960 [trad.
cast.: Estética, Barcelona, Grijalbo, 1985]. 18
G. Lukács, wtder den missverstandenen

166 167
espiritual, y para afirmar la existencia del mundo de modo Más bien, el arte es para él siempre «partidista», en el senti-
independiente al acto de conocer. De hecho, ~L<reflejo»jre­ do de que implica una torna de postura frente al mundo re-
sulra siempre selectivo: incluso el pensamiento que rige presentado que se hace forma en la obra mediante instru-
nuestra caracterizada por una gran fluidez, mentos artísticos. El arte no pertenece, por tanto, de
deficiente objetividad y supremacía del trabajo sobre las de- ninguna manera a una dimensión teórica, como sostienen
más actividades, funciona a través de una continua discri- las estéticas cognitivas: el objeto de la tarea artística no es el
minación entre lo que nos resulta importante y lo que no. concepto concebido en su~ra verdad objetiva, sino el
e ¿Pero en qué se distingue el arte de la ciencia y de la vida modo en que éste ·~e convierte en acción, esto es;- ert1acror
cotidiana? Mientras en el conocimiento científico son las concreto de 1avl.Cla-en snuac10nes concretas-de hombres
categorías de singularidad y universalidad las que juegan el c~s. -E~t~ aspecto de la obra de arte no tiene na<fa que
papel fundamental, en la ex cia estética será el término v~r con lasopciones políticas o morales del autor, en tanto
i_ntermedio la'« arti quien constituirá mo--er éstas últimas se quedan en un plano extrínseco y exterior
mento decisivo: en otras pa a ras, el arte representa lo «típi- respecto a la auténtica sustancia de la obra. La «toma de
co» y no (como quisiera el naturalismo) la mera singulari- partido» implica la inseparable simultaneidad del reflejo de
dad, aislada de la trama de relaciones sociales en la que se ve una realidad externa y de la toma de postura, de objetividad
envuelta toda existencia. El conocimiento científico no con- y de participación. Aunque la verdad artística sea sin duda
sigue llegar a la determinación de lo particular, y es, precisa- una verdad histórica, siempre tendrá en cuenta el destino de
mente, esta imposibilidad lo que garantiza la autonomía de toda la especie humana, por lo que la dimensión estética ex-
la creación artística respecto a leyes o reglas generales: la
pretensión de dar a los artistas ciertas prescripciones o pre-
ceptos de carácter «estético» destruye la esencia estética de
hibirá siempre -objetiva y subjetivamente- una carácter to-
tal o, al menos, una pretensión de totalidad. La acción artís-
tica es, por tanto, para Lukács, inseparable de la lucha por la
l
su obra 19 • Mientras el pretendido y mero reflejo se caracteri- emancipación de la humanidad. El aspecto esencialrn_ente
za por una tendencia desantropc rmorfizante, en la obra de humanístico del arte permite a Lukács confirmar la diferen-
arte, al contrario, no hay momento alguno que pueda ser cia del arte respecto a la propaganda política: mientras ésta
entendido sin el ser humano, sin la intervención de la sub- última lleva a cabo la movilización inmediata de los medios
jetividad humana. Aquello que, en verdad, cualifica la expe- más heterogéneos de cara a conseguir un fin práctico inme-
riencia artística es el hecho de que requiere una .toma de diato, el arte desarrolla, en cambio, una función pedagógica
postura subjetiva en relación al mundo y la sociedad: Lu- de carácter complejo, indirecto y mediador de amplio alcan-
. kács critica enérgicamente las teorías estéticas contemplati- ce, que favorece el desarrollo de la autoconciencia y el crecí-
vas, que consideran como verdadero arte sólo el que nace de . miento intelectual y moral del autor y de los espectadores.
una actitud neutral, situada por encima de cualquier lucha. Lukács hace hincapié en el carácter eminentemente )'
práctico e inmanente de la experiencia estética, refiriéndose \
19
G. Lukács, Prolegomena zu einer marxistischer Aesthetík, 1954 tanto al movimiento que lleva desde la vida cotidiana a la
[trad. cast.: Prolegómenos a una estética marxista (sobre la categoría de la constitución de una esfera artística autónoma, como al mo-
particularidad), México, Grijalbo, 1965]. vimiento opuesto, mediante el cual aquello que ha sido asu-

168 169
mido por el reflejo artístico vuelve a fluir en la vida cotidia-
na. En lo que se refiere al primer momento, Lukács polemi-
neidad 2º. La estética de Lukács se encuentra, por tanto, en
el polo opuesto al vitalismo.
l
za con las concepciones idealistas del arte, que lo conside- También en cuanto concierne al segundo aspecto del
ran como algo originario y ahistórico; en su opinión, el arte problema, esto es, el retorno del arte a la
se separa lentamente de una situación perteneciente a la atención de Lukács se concentra sobre la acción que la obra
vida cotidiana primitiva en la que se encuentra confundido lleva a e-abo sobr~ el receetor. Ésta es doble: por-un-lad.~l
con la magia. En efecto, inicialmente, la finalidad mágica, arte sustrae al espectador de su vida cotidiana, haciéndolo
consistente en influir en las capacidades trascendentes, y la entrar en un mundo nuevo y manteniéndolo en él de modo
artística, que pretende producir un efecto evocador sobre la estable; por otro, no obstante, ese nuevo horizonte en el
' receptividad del hombre, no son distintas la una de la otra; que ha entrado le abre la posibilidad de una relación con la
del mismo modo que la exigencia estética de una vida más realidad mucho más esencial que aquélla a la que estaba ha-
intensa, cualitativamente distinta de la ordinaria, está tam- bituado. El disfrute estético es definido por Lukács como la
bién unida a la búsqueda de estados ascéticos o místicos. El transformación del hombre totalmente integrado en la vida
arte conquista su autonomía mediante la conciencia progre- cotidiana en el hombre totalmente entregado a la recepción
siva del carácter inmanente de sus propios efectos; así como de la obra de arte21 : se trata de una experiencia total, que su-
la experiencia estética se distingue de la ascético-mística a pera la distinción entre las distintas facultades; la teoría
partir del momento en que atribuye un carácter temporal y kantiana, que consideraba al desinterés como la característi-
provisional a la suspensión de la normalidad cotidiana. Así, ca del juicio estético, ignora por completo las consecuencias
poco a poco, emerge el cará~sencial del sentimiento es- concretas y derivadas del efecto estético. Para Lukács, la ac- \
t~tic92 Sfil_e consiste el!:_Ja evocación de tonalidades afectivas ción propia al arte es profunda y duradera; dirige al recep-
y estados emocionales. Esto permite a Lukács volver aún tor a una intimidad que lo implica directa y personalmente
una vez mas-sobreladiferencia entre la vida cotidiana y el y que invita perentoriamente a carnbiar su · a hacerla
arte: mientras en la primera lo esencial es la comunicación más rica, más profunda, más significativa. F espectador se
de sentimientos que tienen su raíz en situaciones reales y· encuentra envuelto en una lucha consigo mismo, pues en
objetivas, en la segunda lo esencial es, en cambio, la evoca- su interior hombre viejo y hombre nuevo se enfrentan. Esto
ción de sentimientos carentes por completo de fundamento explica el desagradable efecto suscitado a veces por la obra
alguno en la experiencia vivida del autor. En el arte, en de arte: con frecuencia generan en el ánimo del espectador
suma, la vida afectiva debe ser controlada y filtrada con ex- un cierto sentimiento de vergüenza ¡porque no ha sabido
trema atención, considerando su poder evocador: la verdad hasta ahora percibir y asimilar eso que la obra de arte está
y la eficacia evocadora no tienen nada que ver con la verdad mostrando con tanta naturalidad! Esta poderosa acción del
y la eficacia real; ¡la gran sensibilidad no es la cualidad del arte ha sido más subrayada por el RSf1~rmientQ..estético ~-
genio! Por otra parte, y como bien sabía Diderot, si la obra J
tiguo que por el moderno: la finalidad· social fundamental
de un autor tuviera que depender de sus sentimientos, ¡el
1 resultado de su actividad sería cada vez distinto! Los oríge- 20
G. Lukács, Estética 1, I, IV, 2.
l nes del arte se encuentran en la magia y no en la esponta- 21
!bid., I, IX.

170 171
A del arte es transformar las pasiones en hábitos virtuosos. Tal Polifuncionalidad y dialogicidad de la estética
·función educativa, de noble fm y largo alcance, ha sído ra-
ramente comprendida por el arte moderno; de hecho, en la \La ~divergencia entre estética y arte, Ípuesta en evidencia
cultural en día se entre un reconocimien- por Tolstoi, constituye el tema más original de la reflexión
to especializado del arte y la idea propagandista y moralista del estudioso checo Ji!!l Mukamvs-Ry (1891-1975), autor de
de un efecto directo e inmediato. Para Lukács se trata de numerosos ensayos famosos en su mayor parte durante los
una falsa alternativa, que ignora la precisión y la fuerza éti- años treinta y cuarenta y recogidos en dos volúmenes 22 • En
co-educativa del mensaje artístico. Obviamente, tal fuerza su opinión, por Ufl lado, la función estética está presente no -/..
no debe ser entendida de manera convencional y confor- sólo en el arte, sino también en otras actividades extra-artís-
mista: aquello que, desde el punto de vista histórico, resulta ticas; por otro, la obra de arte contiene también otros mu-
innovador y progresista se expresa con frecuencia en forma chos factores extra-estéticos que, a veces, resultan ser más
de ruptura con las concepciones dominantes como mal, o importantes que el estético.
bien de modo contradictorio, como copresencia de aspectos El punto de partida de la estética de Mukarovsky es la re-
y elementos divergentes. En conclusión, la pertenencia a la flexión sob~ el funcionalismo, esto es, sobre esa ten-
esfera estética se decide en relación con la amplitud y la in- dencia dé la cultura que ve en la consecución de un fin pro-
tensidad con la que la obra hace referencia a la esencia del puesto el aspecto fundamental de una actividad. Tal orienta-
hombre y al destino del género humano; de ello deriva que ción constituye para Mukarovsky un aspecto imprescindible
el arte no es jamás una ilusión, sino que representa la máxi- de la civilización industrial del siglo veinte: no puede ser ni

l ma potencia cultural, el único camino a través del cual la


vida cotidiana es susceptible de ser mejorada y transfigura-
da. La literatura de evasión, el diletantismo, el kitsch, la re-
tórica publicitaria y demás producciones de industria
cultural que exhiben la finalidad del mero entretenimiento
discutido ni olvidado, incluso si su existencia comporta el
prevalecer de una concepción excesivamente especializada y
unilateral del obrar, que no tiene en cuenta la «multilaterali-
dad» del s~ lumano y la infinita variedad de situaciones
particulares en que se ve envuelto. El funcionalismo debe ser
caen fuera del án1bito del arte y de la estética, distinguién- analizado hasta el fondo, y se descubrirá, entonces, que exis-
dose de ésta justamente por limitación y provisionalidad te también una función estética cuyos caracteres son diferen-
de su influjo. tes de todas las demás funciones, porque aquélla no es sino
La estética de Lukács suele ser generalmente considerada l<l_ne ación de la noción misma de función, ya que es «trans-
como la manifestación más importante de la estética mar- parente», no tiene un m prop~ge el pensamiento ha-
xista; aunque, en realidad, me parece mucho más influen- cia una imagen polifuncional del ser humano. Ella nos indu-
ciado por Bloch y Gramsci que por el mismo Marx. En el ce a romper el aislamiento en el que se encuentran las
caso de Lukács nos encontramos ante qna noble y rica teo- distintas funciones y a considerarlas como fuerzas relaciona-
X. _ría de la funcjQ_n pedagógica_del arte, digna de la más gran-
ds_ª.drniració11~Y respeto_, pero, igualmente, demasiado liga-- 22
J. Mukarovsky, Studie estetiki, Praga, 1996 y Cestami poetiky a es-
da~ e1'.~ncia_~~_un púb~ulto e inteligente. tetiki, Praga, 1971 [en castellano hay una amplia antología de Muks- /'
rovsky: Escritos de estética y serníótici del arte, Barcelona, G. Gili, 1977] . .:{ 'I"

172 173
---~/! !~~
das entre sí. Por elloJla dimensión estétic no es sólo la p~ que queda en una relación de oposición dialéctica con otras
piedad estática de ciertasc~omponente energé- funciones vitales; precisamente, es de la presencia tal
tico que entra en relación con todo el resto de las actividades conflicto de donde nace no sólo la eficacia de la obra
humanas: no un aspecto de la vida del que el arte, sino también la de en el
nente estético esté ausente. Mukarov~k:y subraya la compe- tiempo, desempeñando poco a poco funciones distintas y
netración entre vida cotidiana y estética y atribuye a ésta úl- satisfaciendo expectativas totalmente dispares entre sí.
tima un efecto catalizador que hace más agradable la Respecto a las teorías de los padres fundadores de teo-
" ejecución de una acción, favoreciendo, de tal modo, la con- ría de la acción est¡ética (Dewey, Bloch, Gramsci y Lukács),
secución de los mismos fines utilitarios específicos. las tesis de Mukarovsky introducen ciertos elementos de
~ncuentra en una situación inversa y recíproca duda respecto a la eficacia del arte en cuanto arte. Estas re-
respecto a la estética: aquélla se caracteriza, en efecto, por el servas sobre el papel hegemónico del autor en cuanto artista
predominio de la función estética. No obstante, cuando son también expresadas por el crítico literario rusor-Michail
ésta última adquiere una hegemonía tal que excluye cual- VBachuñ\ ( l 895-1975). Su pensamiento estético, plasm7o
quier otra función (como ~ucede en el decadentismo), asis- en una serie de textos escritos desde los años veinte a los se-
timos no a una potenciación de su eficacia, sino, al contra- tenta y publicado póstumamente 23 , constituye una crítica
rio, a un debilitamiento que puede llegar a la pérdida ~a a la estética entendida como tarea (teorizada por
completa de su influencia en el público. Así, mientras en la Dewey) y al partidismo del arte (teorizado por Lukács).
vida cotidiana la intervención de la estética sirve como un Baclitm sitúa en el centro de su reflexión estética la ne-
refuerzo de la acción extra-artística, en· el arte son las fun- cesidad de reconocimiento experimentada por el autor:
ciones extra-estéticas las que van a estimular y favorecer la experiencia estética no es, como pretende Dewey, un fenó-
eficacia artística: naturalmente, aquéllas no debe~án a su vez meno que encuentra su culminación en la realización de la
\ anular la función estética. La situación óptima, dice Muka- obra de arte, casi como si el autor y
rovsky, es el establecimientq, dentro de la obra, de una po- autosuficiente. En realidad, el ser humano no llega a com-
laridad, de una tensión, de una lucha entre función estética pletar siquiera la percepción de sí por sí solo, smo que nece-
y funciones extra-artísticas; por ello, la atención de M__uka- sífacie la perspectiva del otro: no uedo hacerme a mi mis-
rovsk:y se centra en las zona; fronterizas, en los territorios mo sm a acc10n e otro. Autorretratos y autobiogra ías

t
\ \ imermedios entre ar te y no-arte, las-cmrle-s:mn-dlfetehcia- t enen por e o go de espectral: les falta la tensión emocio-
. . dos en tr egona . artes que desempeñan también nal y afectiva que nace exclusivamente de la relación con el
"funciones extra-artísticas (arquitectura, oratoria, ensayo, re- otro. La exper· ncia estética presenta, por tanto, un carácter
trato, himnos nacionales, folclore ... ); las actividades nacidas esencialment~ dialógi..s.?: los valores de una persona depen-
de un origen independiente del arte, pero tendentes hacia él den del testimonio y el juicio ajenos. Sin la participación
(artesanado, jardinería, fotografía, cine ... ); y, finalmente, del prójimo yo soy irreal. Por ello Bachtin rechaza la teoría
aquellos casos particulares constituidos por el culto religioso de la empatía, que considera la experiencia estética como
y lo bello natural. En todos estos fenómenos la esfera de lo
· estético no adquiere dimensión hipertrófica alguna, sino ,

174 175
'7} +++-
una proyección del yo sobre las c sas, i duciendo, en se sitúan más allá de la realidad empírica; tal instancia asu-
oposición a la misma, la noción de ,~ ue designa la me, según las épocas, varias identidades ideológicas (Dios,
condición de encontrarse a sí fuera de sí mismo. El centro la verdad absoluta, la ciencia, el pueblo, el tribunal de la
de la se encuentra, rnnto, desplazado a lo historia ... ). Todo discurso tiene como su propio elemento
externo, a la conciencia y al sentir del otro. esencial la necesidad de ser escuchado.
acentuación en e~edagógico del arte (del
que las teorías de Tolstoi, Gramsci y Lukács constituyen un
ejemplo) comporta el riesgo del monologismo, esto es, de Imaginación y realirf:ad en la acción estética
un discurso que asigna al otro un papel meramente pasivo y
subordinado. Los sujetos del discurso propios de los géneros ¿Qué relación existe entre la imaginación y la acción es-
literarios nobles (sacerdotes, profetas, jueces, líderes, pa- tética?, ¿está ésta última destinada a quedar excluida de la
triarcas. son portadores de verdades monológicas, de las realidad efectiva, o bien lo real y lo imaginario se ven entre-
que el autor moderno se siente muy l · ala- lazados de modo inseparable?, ¿pueden el arte y la literatura
bra clave nQ_es «partidismo», sino «responsabilidad» el ejercer una influencia real en la sociedad?, ¿qué distingue al
autor ante las verdades de los otros. egún ac tm, tam- escritor del hombre de acción?, ¿qué es escribir?, ¿por qué se
bién la dialéctica de Hegel, a pesar de la enorme importan- escribe?, ¿para quién se escribe? Es en torno a estas pregun-
cia por él atribuida a la dinámica del extrañamiento y la al- tas donde se mueve la reflexión estética del filósofo francés
teridad, cae víctima del monologismo, es decir, de la '\_Jean Paul Sartre (1905-1980) ]\,del escritor de su misma na-
afirmación de una única verdad suprema. Ha sido sobre cionalidadlAndré Malraux ( 1901-197 6). /
todo Dostoievski quien se ha sustraído a esta situación, cre- , El pensamiento estético de Sartre parte de un análisis fi-
ando una obra polifónica y plural, en la que los personajes losófico de l~ imaginacióp, a la que separa totalmente de
adquieren la libertad y la indetenninación que b clá- cualquier tarea cognitiva: la imagen no es una copia de la
sica permitía sólo al escritor. La postura dialóg1c~ no debe realidad, sino un producto de la libre actividad de la cor,t-
ser. confundí~~ con el escepticismo: el aut~r seg~.1rá .s,iend~o ciencia, que niega el mundo 24 • La obra de arte, en cuanto
·activo y pamc1pe, pero se desecha cualquier asplfac1on di- producto de la imaginación, es un algo irreal que permane-
ce como tal: para Sartre no existe la realización de lo imagi-
\ dascálica. La creatividad no renuncia a sí misma y a su pro- nario en la obra de arte, que queda como una totalidad sin-
pia cultura, sino que rechaza coronarla como única y abso-
luta. De hecho, ningún suceso se desarrolla y resuelve en el tética irreal. El goce sensual que se obtiene de la obra de
ámbito de una sola conciencia: toda palabra tiene un desti- arte no tiene naaa que ver~on la estética, la cual sitúa el ob-
natario al que piensa dirigirse; la cultura no puede menos- jeto estético como algo esencialmente irreal. Para Sartre
preciar la escucha y el reconocimiento. Cuando éstos faltan, existe, entre realidad y experiencia estética, una distancia in-
se abre el camino a la tentación de encerrarse en una orgu- salvable: la obra de arte se coloca en un perpetuo «otro lu-
llosa soledad, que pretende minusvalorar a los otros; pero es
necesario evitar este error, requiriendo la presencia de un 24
J.-P. Sartre, L'imagination, 1936 [trad. cast.: La imaginación, Bar-
«superdestinatario», cuya atención y cuyo juicio imparcial celona, Edhasa, 1984].

176 177
gar», en una permanente ausencia. Por ello la realidad no es por tanto, la presupone y funda. Lt_experiencia estética im-
jamás bella y, viceversa, la belleza no es jamás real. plica distancia y suspensión de la relación con lo real,por lo
Esta teoría estética, expuesta en el libro titulado La ima- que, entrar o mantenerse en ella, se hace necesano un
' parece excluir a primera vista la posibilidad la acto de compromiso continuamente hunde
actuación estética sobre la realidad. Puede despertar, por sus propias raíces en la libre decisión individual.• El arte se
tanto, cierta sorpresa que unos años des ués, en el texto sustrae al rígido determinismo que impera en el mundo
¿Qué es la !iteratura?26 (1947), ~ostenga que hablar es actuar; real, pues crea un ámbito independiente de la realidad, que
la literatura viene entonces a ser considerada como un cier- existe sólo en la rrledida en que autor y receptor se ofrecen
to tipo de acción secundaria, que podría ser llamada acción al mismo. Cada cuadro, cada libro, recrea el mundo como
por desvelamiento. Esto no quiere decir que Sartre atribuya si tuviera en la libertad sq origen. De ello deriva la alegríil
al arte una función cognitiva, casi como si ella fuera una co- que de la experiencia artística y que bien podría defi-
pia o representación de lo real. La acción estéti.ca no perte- nirse como una presentación imaginaria de ese mundo del
nece a la realidad en sentido estricto, es decir, no es prisio- que autor y destinatario se hacen cargo. El arte es, por tan-
nera de la situación en la que nos encontramos, sino que, to, intrínsecamente emancipador y revolucionario, pues
por definición, la excede. Es un acontecimiento nuevo, que subvierte aquello que es dado y nos libera de la situación
no es posible explicar tomando como referencia aquello que efectiva de la que somos prisioneros. E_Lg,_rte es por ello
nos es dado. Nace de un acto de libertad y se dirige hacia la siempre accióp y lucha por la libertad contra la realidad; no
libertad del lector: la obra de arte no es algo que existe in- existe una libertad ya dada. El pensamiento de Sartre se
dependientemente de la imaginación del autor y del desti- mueve en una dirección opuesta a la de Gramsci: no puede .i
natario; es una llamada a los demás, fundamentalmente existir~~al ~n consonancia con una cierta clase AO' fll-
para que la lean, la miren, la escuchen. Existe sólo si los de- social, una cierta condición económica, una cierta nación,:;..------
más la toman en consideración y si asumen la correspon- porque el intelectual se constituye en cuanto tal a de
diente responsabilidad por ello. un compromiso con lo imaginario que sobrepasa la situa-
Esta llamada excluye una intervención directa del autor ción en la que se encuentra. En definitiva, la opción de ser
sobre la afectividad del lector, ya que la acción estética no es intelectual o artista se sitúa por definición como lo opt.!e;to.--.
un discurso político ni un sermón edificante. No se trata de ~_cual. ~ier o-obier~o o instituc~ón. El arte no es nunca la f~ ;:¡p
conmover ni de comunicar de modo directo sentimientos expres10n de la soCiedad o e tiempo en que nace; al con-~ V 5;..;~"l..
de deseo, de miedo o de cólera. En las pasiones, la libertad trario, constituye una acción contra esa sociedad y ese tiem-
{ está alienada. El escritor no debe pretender impresionar ni po y a favor de una sociedad y tiempo aún por venir.
condicionar a nadie: él se dirige a la libertad de los otros, Si Sartre parte del estatuto omológ1co de lo imaginario
para llegar a una teoría de la literatura como revolución per-
manente, flldré Malraux}arece haber seguido un trayecto f\'W;tJ?
25
J.-P. Sartre., L'imaginaire. Psychologie phénoménologique de l'imagina-
tion, París, 1940 [trad. cast.: Lo imaginario, Buenos Aires, Losada, 1976]. opuesto, que va, desde ~_s:.s;ión re~gJucionaria <::fl_~endida~
26
J.-P. Sartre, Qu'est-ce que la littérature? (1948), en Situations JI, Pa- como afín a la acción artística, hasta una teoría del museo
rís, 1948 [trad. cast.: ¿Qué es la literatura?, Buenos Aires, Losada, ; 950]. como lugar en el que lo imaginario encuentra su máxima

178 179
manifestación 27 • Aún más que en Sartre, en Malraux se en- de libertad y decisión; de hecho, y a diferencia de la prosti-
cuentra presente la idea del artista como rival de la realidad tuta, quedaba a la discreción de la gheisa la posibilidad de
y protagonista de una acción mucho más duradera que entregarse sexualmente. A partir de estos antecedentes Kuki
cualquier otra, si bien y susceptible de · la · de · para referirse a un ideal de com-
ples interpretaciones. portamiento estético muy articulado y complejo.
El primer aspecto del ikí se encuentra conectado con su
caragenzación sexual, en cuanto presupone existencia de
La acción estética como seducción una dualidad. El ¿stablecimiento de una relación de seduc-
~e en la reducción de la distancia entre sexos,
Que el fin de la acción estética consiste en suscitar no pero este movimiento no conduce a una total abolición de
sólo aplauso y admü-;ción, sino también algo más brillante, la diferencia, a una pacificación completa, como sucede en
más emocionalmente dinámico y sexualmente comprometi- el amor. En la relación de seducción es esencial el estableci-
do es algo que se ha sabido siempre. En este aspecto de la miento de una tensión: la geisha, al negarse, en cierto modo
::,xperiencia estética, ~~de ser 44~f1:L4o ~c::gn el ~érmino se da y, viceversa, al ofrecerse, en cierto modo rechaza. En el
js scducciQu, Je han detenido el filósof~Japonés \Shuzo erotismo es esencial el mantenimiento de una cierta lucha.
Kuki (1888-194Üy 1
el sociólogo francés ,ean
--
Baudrillard Hay algo de incompleto en la seducción, un impulso hacia
(nacido en 1929). una acción que no puede ser concluida: la acción estética
ta\ La obra de Kuki, La estructura del iki28, resulta ser com- implica una condición intermedia entre la paz y la guerra,
V pletamente extraña a esa pesada hipoteca moral bajo la que la presencia de unos combatientes que no resultarán jamás
Tolstoi sitúa a la estética de la acción del siglo veinte. Ella ni definitivamente vencedores ni definitivamente vencidos.
constituye el ejemplo de una reflexión filosófica sobre una Por ello el segundo carácter del iki es la energía espiritual
noción profundamente enraizada en la cultura japonesa, del guerrero__?.. que implica una 'elación contrad1ctoría ac
noción, por otra parte, absolutamenB1dependiente de la atracción y renuencia hacia el Qtrc. Este aspecto proviene del
)( tradición occidental. Con la palabra~que es la pronun- comportamiento del samurai, que requiere agilidad y valor:
ciación japonesa del ideograma chino sui, se definía a co- en la gheisa esto se manifiesta en el desprecio del valor mer-
mienzos del siglo diecinueve la cualid~ de aquellos lugares cantil de las cosas, ignorancia de su precio, estima hacia los
donde se ejercitaba el meretricio, y, por tanto, el comporta- valores culturales y estéticos unida al desdén ante la torpeza,
miento típico de la geisha, de aquella figura femenina, do- también y sobre todo, cuando viene acompañada de riqueza.
tada de talento y de cultura artística, que cumplía la tarea La valentía, la capacidad de dirigir un desafío, el gusto por el
del entretenimiento sexual, pero con un espacio autónomo peligro y la provocación son atributos de este aspecto del iki.
Pero existe también una tercera dimensióg, que provie-
27
ne del Budismo: la ~nuncia, el «desprecio», h~a­
A. Malraux, Les voix du silenee, París, 1951 [trad. cast.: Las voees
del silencio, Buenos Aires, Emecé, 1956].
ción hacia la inestabilidad y la mcons1stencia del mundo.
S. Kuki, no Toljo, 1930 (trad. italiana La struttura dell'i- :Este aspecto es similar a la distancia estética, sin resolverse,
ki, J. Baccini, Milán, 1957). no obstante, en la mera pasividad ~piativa; se trata

180 181
sobre todo de W!.íL..as:oon snspendid,a, porque mantiene seducción, la cual pierde sus caracteres tradicionales de reto,
cierta indiferencia hacia la consecución de un fin, indiferen- complicidad con el mal, rebelión ante la sociedad: en la era
cia que deriva del profundo conocimiento del mundo. Por de la información y la comunicación, la seducción ~e hace
ello nirse como una especie de Tild1ca, dgusa, md1scernible de aquella sutil pátina de pl;cer
en la acción», una perspectiva superior respecto a las pasi9- q~e parece acompañar la publi_s:_ic:i~i_qg~ c::i:~alqui_('.~J?E()d~C'to
nes subjetivas. electrónico. El destino de la seducción en la sociedad con-
Las características del iki se hacen aún más claras si se témporánea parece, por tanto, paradójico: por un lado, y en
confrontan con otras cualidades estéticas. Por ejemplo, cuanto supremad;:r,de la apariencia sobre la realidad, se en-
quien posee estos dos últimos aspectos del iki, es decir, cuentra en estrecha consonancia con la actual hegemonía
energía espiritual y desdén por el mundo, pero no provoca- del orden simbólico sobre el orden real; por otro, aún com-
ción sexual, será alguien diferente, pero no seductor. El iki porta una tan refinada práctica de alusiones, sugerencias y
comparte el amor por la vistosidad con una actitud activa ademanes, que resulta totalmente anacrónica respecto a. esa
ante el mundo y el impulso hacia · · utoafirmación; pero, b1ísqneda de la «desnuda verdad», a esa abolición de todos
al mismo tiempo, participa del gusto sabi, de la predilec- los velos y transparencias, a esa exacerbación naturalista que
ción por lo gastado, por lo que q orno huella del paso las revoluciones modernas han puesto en marcha y que en-
del tiempo: por ello jugará entre la vistosidad y la modestia, cuentran su coronación en el triunfo de la pornografía y el
dejando entrever descuidadamente finísimos visos bajo trash.
unos opacos y algo raídos quimonos. En definitiva, el iki se
encuentra a mitad de camino entre la dulzura y la aspereza;
exhibe juntamente la relativa dulzura de la coquetería y la La acción comunicativa
relativa aspereza de la concienc}a crítica.
O · la seducción no constituye una prerrogati- Tambie'n e11 la. este't1.ca
. de la ,se ,asiste
, , · en es t as
va pr vativa la cultura erótica japonesa: las culturas de la mas décadas del siglo veinte a un cierta revolución, compa-
Italia renacentista y manierista, de la España barroca, de la rable a las otras tres revoluciones (política, mediática y es-
Francia clásica y rococó, de la Inglaterra del diecinueve, de céptica) de las que hemos hablado en los capítulos
los países germánicos en la época del Jugendstil permiten precedentes. Problemas anteriormente considerados y dis-
/ otras tantas reflexiones sobre la complejidad y delicadeza de cutidos como estéticos son ahora presentados como cuestio-
I. la acción seductora. No obstante, también es cierto que, en nes relativas a la comunicación. Esta revolución comunicati-
el curso del siglo, esta perspectiva sufre un cierto eclipse: al va es llevada a cabo por el filósofo alemán Karl Otto Apel
.; análisis de esta decadencia está dedicado el libro de Jean (nacido en 1922) en su obra La transformación la f ~
~ t Baudrillard, De la seducción 29 • En su opinión, más que a filosofla 30 , donde la especificidad de la acción estética resulta
una desapari(~ión total, se asiste a una transformación de la anulada por el dominio absoluto de las preocupaciones éti-

29
J.
Baudrillard, {Je la séduction, 1979 [trad. cast.: De la rea1'4cc;;on, 30
K. O. Apel, Transformation der 1973 [trad. cast.: La
Barcelona, Planeta, 1992]. de ltt jilosojla, Madrid, Taurus, l
rrm·rn.-;rnnn

182 183
cas. Argumentos como los de la diajogicidad, del deber y la cuarto ámbito, más allá de la acción instrumental, la ética y
responsabilid~ (que en Bachtin y Sartre son discutidos en la estética. Parte de un análisis crítico de las tres formas tra-
d ámbito de la estética-y ta filosofía de la literatura), son diQgnales de acción. La primera es la ;¿ción tcleológica,
cons1der;rdo5--ct~enc1a exclusiva de la «Ú!cacic,-la desde siempre en el cet~tro de la filosófica de la ac-
comunicacÍÓ1~~~3l-:-Erpunto de partida de Apel es la críti,ca ción, orientada a la consecución de un fin, guiada por una
del solipsismo metodológico implícito en la tradición filo- serie de máximas de conocimiento práctico y basada en la
sófica; él rechaza el monologismo de una autoconciencia interpretación de 1a situación. Se convierte en un actuar es-
crítica que opera sin ninguna consideración hacia la comu- tratégico, cuando,~,en el cálculo de un posible éxito del
nidad lingüística y argumental. Esta autonomía del pensa- agente, entran en juego la expectativa sobre las decisiones
dor es ilusoria, porque el lenguaje, entendido en su sociabi- de otros actotes, igualmente orientados hacia el objetivo.
lidad esencial, constituye la condición de la posibilidad del Este tipo de actuación es el que se presenta más estrecha-
ejercicio de cualquier subjetividad interpretativa. No basta mente conectado con la evolución de la racionalidad occi-
que la razón asuma una dimensión práctica y tome partido dental.@1 segundo modojes el que constituye el hacer regu-
(como en Lukács): si tal empeño se lleva a cabo de modo 1~~~, por norm~ que presentan una E!~Ón c!_ej~!icia,
monológico, no será posible sustraerse al riesgo del dogma- corrio4aK de caracter moral o jurídico, que expresan un
tismo. Para Appel, el verdadero cambio acontecerá sólo acuerdo existente en un grupo social sobre la conformidad
cuando, en su proceder e interactuar, la razón se instituya o las desviaciones respecto a ciertos comportamientos de l~s
como un momento y una representación de una instancia miembros del grupo. El tercer tipo es la actuación dramáti-
universal, identificable de modo ideal en la comunidad de ca, a través de la cual el autor se autorrepresenta, esto es, se
comunicación: la novedad consiste, en definitiva, en el he- .dirige a un público para el que evoca una cierta imagen de
cho de que la acción verdaderamente importante no será sí más o menos conectada con la propia subjetividad: tal
c¡:1e el autor efectivo ejercite sobre el correspondiente des- imagen no es un comportamiento expresivo espontáneo,
tinatario efectivo (como sucede en los padres fundadores de sino que implica una cierta estilización de las experiencias
estética de la acción), sino aquélla que Uf1 sujeto id_s.al vividas en función del contexto de un especdculo. Ésta es,
.(identificable como la humanidad entera) ejerz,a sobre d¡tu- para Habermas, la acción estética en sentido estricto; y, en
tQr real. ella, las nociones clave son las de/!!__ncounter y pe1formcmc_e.k
A diferencia de Apel, cuya teoría de la comunicación El hacer dramático puede ser definido como una interac-
implica un absoluto prevalecer de la dimensión ética, el fi- ción social en la que los participantes constituyen, los unos
lósofo y soCJólogo alemán(Jürgen Habermas l(nacido en para los otros, un público visible, representándose recípro-
' 1929), autor de una monumental Teoría de lit tllÚÓn comu- camente algo. Tal interacción puede asumir una connota-
nícativa32, sitúa la acción propia de la comunicac~cin en-un ción estratégica, que sobreviene cuando el actor se preocupa
de la eficacia del propio comportamiento con el fin de al-
canzar ciertos objetivos.
31
K. O. Apel, Eticrt della cornunicazione, Milán, 1992.
32
J. Habermas, Theorie der kornrnunik11tisen Handelns, 1981 [trad. El propósito fundamental de Habermas consiste, no
cast.: Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Taurus, 1987]. obstante, en delinear los caracteres fundamentales de un

184 185
/} /
~·~
~erto tipo de actuación, que él define como «comunicati- a aquella ~imensión moral defendida por Apel y contra
va)), y en la que el lenguaje es utilizado como un medio de aquella rac1onal-universalista defendida por Habermas.
comprensión y acuerdo totales. En efecto, en los tres mode- ~l volumen La .filosofia de la .filosofia. · (f)-,,.c_
los precedentes el · se entiende de modo , Rorty somete a una severa la
en el primero sirve para la realización de fines; en el segun- pretensión de fundar la acción comumcativa
do constituye sólo la actualización de un acuerdo normati- q.~ier base filosófica que haga referencia alguna a la
vo ya existente y en el tercero está orientado hacia la puesta cion humana en general, o bien a valores metafísicos como
en escena de sí mismo. Sólo en el actuar comunicativo los ~a verd~d, el ?ien, la ~usticia u otros similares. Cualquier
·actores hacen referencia común al mundo objetivo, social y l1_1~tanc1~ de tipo humanístico que prescriba como obliga-
· subjetivo. Se trata de una acción que tiende esencialmente ' '
c1on racional el sentirse solidario con todos los seres huma-
al establecimiento de relaciones humanas inspiradas en la ;··nos carece de coherencia y eficacia, Rorque «nosotros»
verdad, en la adecuación y en la sinceridad. Habermas no , resu one siem re una contra. osic16n implícita aun
pretende esconder las dificultades implícitas en la realiza~ «ellos», ante quienes la solidaridad no acaba <. e uncionar.
ción de este ideal de comunicación; advierte de modo , El magno esfüerzo realizado por Habermas de fundartilo-
particular sobre e~similar el actuar con el ha- ~-sóficameme la sociedad de comunicación acaba resultando
\ \ \ blar, y la interacción a la conversación. De especial relevan- inútil, no porque el hombre sea necesariamente malvado
. '
,...., c'fi estética resultan sus consideraciones sobre la identidad y ¡smo porque ésta ya no es tarea de la filosofía! La homilía y
la autorrealización individual. La común necesidad de con- el tratado, como vehículos principales del cambio en las
firmarse a sí mismos en la autoestima, mediante acciones y convicciones morales, se han hecho impotentes frente a la
cualidades eminentes, se manifiesta de modo extraordinario novela, la película, el programa de televisión ... en una pala-
en aquellos que, como el artista, desarrollan actividades bra: ¡frente al. arte! Los héroes de la sociedad contemporá-
esencialmente Por tanto, para el artista, la referen- nea no son 111 el sacerdote ni el científico, sino el vigoroso
cia a u~ comunidad más grande qu-e el 129sible público poeta y el utópico revolucionario. La filosofía, dice Rony, se
'real, implícita en la acción comunicativa, resulta de una im- ve hoy atravesada por un conflicto entre dos maneras dis-
"'-'- __________,--~--.,.-,-~~--,,.~~~~-,,,-~~

portancia funaamental para el desarrollo ~una facultad


.
tintas de entender la relación entre teoría y realidad: por m1
-~ª· Pamopando en el discurso universal, aquél se libe- lado, los pensadores metafísicos pretenden captar la esencia
ra de esos vínculos propios de las relaciones vitales concretas de los fenómenos, de lo otro y, por otro, los pensadores
y consolidadas, que lo constriñen a actuaciones limitadas y «irónicos» se limitan a redescribirlos tomando como funda-
tradicionales. La acción comunicativa de Habermas parece 1:1ento premisa: historicistas y nominalistas; los primeros
~
¡ implicar, por tanto, el renacimiento de la figura del,i~ec- nende1.1 a enfanzar los aspecto más débiles y genéricos de'!
/i tuª=1 cosmopolita, contra el que se había dirigido la polémi- lenguaje (las palabras «verdadero», «bien», «bello») y los se-
\ cá de Gramsci en nombre del intefectual nac10nal-popular. gundos, en cambio, exploran las dimensiones metafóncas y
La contribuc10n e i oso o americano · c ard Ror
(nacido en 1931) al debate sobre la socieda de comunica- 33
R. Rorty, Contingency, and solidarity, 1989 [trad. cast.: Con-
ción representa la venganza de la dimensión artística frente ironía_y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1991).

186 187
creativas de la expresión; los primeros consideran que su vo- cio de una discusión libre; de este modo los valores irán
cabulario se encuentra más próximo a la realidad de lo que ~<lo-"~~earnente de la confrontación entre
se encuentra el usado por otros, mientras los segundos opiniones diversas. La filosofía nunca puede constituir un
mantienen una actitud crítica y vigilante; los primeros aca- de vista · a la de determinar lo que es
ban por apelar al sentido común y a las opiniones más con- justo, pues lo máximo que puede hacer es pronunciarse so-
vencionales, al tiempo que los segundos abren nuevos cami- bre condiciones formales del ejercicio de la democracia.
nos dando inicio a nuevos juegos lingüísticos. Rorty En la lucha contra la iniquidad, que para Rorty constituye
identificará entre los primeros a Marx, Mill, Dewey, Haber- el compromiso fundamental de cualquier compromiso polí-
mas, y entre los segundos a Hegel, Nietzsche, Heidegger, ~.if?, serán más eficaces la literatura, la etnolo_gía o el perio-
Derrida. Sorprende, sobre todo, su interpretación de la he- <j~ puesto que éstos otorgan la palabra al dolor de las
geliana Fenomenología del espíritu: en su opinión, Hegel no víctimas y nos hacen sensibles al sufrimiento ajeno. El vín-
fue en absoluto un metafísico, sino el inventor de una cier- culo sociaL se rige, por tanto, no bajo un orden racional,
to estilo irónico de filosofía, el autor de una imponente sino bajo un sentimiento de empatía, de identificación con
redescripción de toda la historia intelectual de Occidente, las emociones de fos demás, cuyo origen y evolución histó-
el pionero de la transformación de la filosofía en género li- rica se encuentra en estrecha relación con la modernidad.
terano. E~, a fin de cuentas, por ello por l~ensamiento de
Los filósofos de corte irónico no son, según Rorty, pen- Rorzy centra sn atención en una experiencia que habla de
sadores políticos, sino privados; es decir, no están organiza- afectos, más que de acciones: la sociedad de comunicación
dos respecto a un ideal político o a un ideal social: no tie- se presen"'?a como una sociedad del sentir, más que del.ac-
nen relación alguna con cuestiones políticas o con la vida t_uar. En la estética ra mática uede, de este modo, obser-
social. Se preocupan, sobre todo, de llevar a cabo un pro- v-~?se e 1nismo deslizamiento hacia la cuest1on e Sentlr,
de perfoccionamiento individual y de compromiso es- ~ caracrrriza. tanffiJ1L_est~If.S:.~~-~~ vTd~ -(¿~~i~1tl~,
tético; por ello no confieren poder a sus destinatarios, sino cQ__mo la estética de la forma (con Lyotard) y la est(':ica cog-
que amplían el canon y, sobre todo, cambian nuestra per- nitiva (con Yattim__p). El pensamiento de estos autores,
cepción de lo que es posible e importante. ~9r tanto, sij9s como el de Rorty, resulta muy significativo, porque es signo
metafísicos resultan inútiles y los irónicos demasiado «pri- del actual agotamiento de esos esquemas conceptuales tra-
r vados», ¿es necesario renunciar por com leto a la idea ae dicionales que se remontan a Kant, que se retrotraen hasta
que a teoría pue a convertuse en acción social, raxis, acti- Hegel.
vidad comprometi a? La respuesta e orty será compleja.
Antes que nada, hay que decir que no es tarea de una teoría
f establecer cuáles son los valores: mientras Apel pretende La acción estética: entre influencia y ritual
proporcionar un fundamento trascendental a la sociedad de
comunicación y Habermas un fundamento racional, la ar- El giro comunicativo no es, no obstante, la única salida
gumentación de Rorty permanecerá en un plano empírico- de la estética pragmática. El crítico literario americano Ha-
facmal. Lo esencial será garantizar la pos1 bilidad del ejerci- rold Bloom (nacido en 19 30) y el este ta inglés Richard

188 189
r~ G; .4--0
\5'J 'l0W
lJ~,~ /~¡J '~a r)l;·)
Wollheim (nacido en 1923) seguirá otros caminos. Para el 3
Agone 5, Bloom ilumina precisamente ese carácter esencial-~-~
primero, la acción estética se convierte en la influencia que mente agonístico de la práctica estética: todo espíritu creati-
un poeta ejerce sobre otro posterior; en el segundo la acción vo está en lucha contra quienes lo han precedido; pero,
es asimilada ritual: casos al mismo tiempo, no puede · historia
ejemplos de una muy reducida interpretación del hacer es- opera a través de una continua reescrirnra del pasado, pues
tético, especialmente sí son comparados con aquellas rique- ¿::a no basta, por tanto, con sn original, sino que ha~'e..falt~
za y amplitud de tareas y objetivos que los padres fundado- también mostrar que la obra de nuestros prede~res
res de la estética le atribuían. pr<:p~r~y_anuncia l"a nuestra, que representa, precisamente,
n ...,.,..V\ Objeto privilegiado de la reflexión de Bloom es la rela-
A
la.s.up.eración, en el doble sentido de ratificación y de ~sesi-
«11..fa''"' · ción de admiración y dependencia experimentada por el es- nato.ll...-
critor ante aquellos autores a los que toma como modelo. Una ejemplo de teoría reductiva de la acción estética es
c .. C L<I. experiencia creativa no es, por tanto, algo inmediato y
1 14
también la expuesta po~Wollheiñi\ en su breve escrito El (E)
\ 1 espontáneo, sino una relación mediada y compleja con las cordero y ceremonia 36 • En el, y basándose en un cuento de
Oí ,;.J obras que nos han precedido. Tal relación implica, por un Confucio que habla de un sacrificio animal, el autor se inte-
·------- lado, un gran entusiasmo; por otro, genera un malestar que rroga sobre la relación entre la acción ritual y el arte. La ce-
\ nace del temor a depender de las obras maestras del pasa~o. remonia se cu:;cteriza por cyatro aspectos específicos: se
.· De ahí viene precisamente el título del libro más conocido percibe como obligatoria, pero no nezesaria, aunque, en
/¿'! de Bloom, La angustia de la inflyencia 34 , en el que se exami- cualquier caso, no por todos; puede estar bien o mal hecha;
~ nan detalladamente las distintas estrategias puestas en ac- como todas las acciones, tiene sus consecuencias, pero su
ción para apropiarse del pasado literario y conquistar, no valor no depende de éstas; finalmente, tiene la capacidad de \
obstante, una autonomía creativa. El hacer estético se verá dar sentido a la vida de quien la lleva a cabo. No obstante,
así limitado a la trama de las relaciones intrapoéticas e in- : como el arte, también la ceremonia exhibe un significado
tralitcrarias: también dentro de ellas tendrá lugar un procC- •objetivo externo, que no depende de los estados mentales
\ so de entendimiento :-rmtuo y de distorsión, más o menos subjetivos de quien la practica. Se hace necesario defender
consciente, por parte de los artistas sucesores, que convierta la dimensión ritual frente a las interpretaciones que la pue-
~) en insegura e ineficaz la transmisión de mensajes. Tal fenó- dan considerar corno absurda e inútil, o bien la releguen al
~ meno es definido por Bloom con el término «revisioriismrn~) ámbito de la patología; no menos importante resulta ser, sin
~ Y. constituye para él la dinám~ca del proces? ~ultural en Oc- embargo, la afirmación de su independencia y autonomía
. J Cidente; todo autor se ve obligado a reescnbir el pasado y a frente a aquellos que consideran la razón práctica como ám-
, crear el gusto a partir del cual será juzgado. Bloom saca a la bito exclusivo de la moralidad: el arte y el ritual no se dejan
luz el aspecto estratégico de estas operaciones, pues impli- enclaustrar en la ética.
1 can un conflicto que, por otra parte, queda disimulado bajo
los códigos de la civilización y la paz. En el volumen

3
' H. Bloom, Agon. Towards a theory ofRevisionísm, Oxford, 1982.
34
H. Bloom, The Anxiety ofInfluence, Oxford, 1973. 36
R.Wollheim, The Sheep and the Ceremony, Cambridge, 1979.

190 191
V
'~f

Estética y sentimiento

El sentir y la diferencia

Los cuatro capítulos que, hasta el momento, han cons-


tituido nue~rra discusión han ignorado aquél que debería
resultar ser ~TteñB\ más pertinente para la estética, al me-
nos a juzgar por la etimología de la palabra 1: 'el s~nJ:i1. En
efecto, si bien es cierto que el sentir podría vincularse tan-
to al conocimiento como a la acción, no es menos conclu-
yente que la estética se constituyó como disciplina autóno-
rr:a ~usta nen te a pani: del r_nomento en. que, e.l s!glo .fmJt;;q;
d1enochc, fue reconoc1dala mdependencu del sent1m1ene, ·
tQ_ respecto ;_ la razón teórica y la razón práctica. Por lo
que se refiere a la relación del sentimiento estético con la
vida y con la forma, no parece haber duda de que, a pesar
de todas las tentativas de encuadrar la estética dentro de
un contexto metafísico y trascendente, ésta nace y se desa-
rrolla en el dieciocho como un saber vinculado a la expe-
riencia y a la inmanencia, como un saber es.encialmente te-
rrenal y mundano. ·.=--

' La voz «estética)) proviene de la antigua palabra griega aísthesis, que


quiere decir «sensación».

193
().J, Wh
\'\ ·, ~<S f)~...,..j ~ <\ ~7¡ . ) (
~ '/ · ";) ~ k ~ ' C.)vv(.¿1J$
En el ~iglo veinte nos encontramos ante una paradoja: ~ bilidad del fin de un con icto, de una paz venidera, de un
por un lado, casi la totalidad del pensamiento estético en f momento pacificador en d que dolor y lucha se vean, si no.
sentido estricto (es decir, el que se identifica y define como 'definitivamente cesados, sí, al menos, momentáneamente
tal) se muestra bastante poco interesado por la cuestión del suspendidos. Pero el se ha visto en el · veinte, sin
sentir, entendido éste en su autonomía, no subordinado a ·embargo, orientado en una dirección opuesta a la de una
otras instancias; por otro, aquellos que, en cambio, sitúan el posible conciliación estética, dirigido hacia la posibilidad
illsentimiento en el centro de sus reflexiones no entablan, de un conflicto más grande, incluso, que la contraposición
(
wrácticamente, relación alguna con la estética y, cuando no dialéctica, hacia la exploración de una oposición entre tér-
rechazan expresamente reconocerse bajo esta etiqueta, con- minos que no resultan simétricamente polares el uno res-
sideran implícitamente que su aproximación al sentir (y al pecto al otro. Todas estas complicadas vicisitudes filosófi-
arte) resulta totalmente insuficiente e inadecuada. cas, que no dudo en considerar como carácter más
~/~ ¿De dónde nace esta imposibilidad de la estética para original o importante del siglo, encuentran su lugar bajo la
f,~ proporcionar una i_nterpretación teórica del sentir contem- noción de1difé~tiJ entendida como. no-identidad, co1.n?~ Y
poráneo?, ¿por qué semejante tarea parece escaparse a una una desigualdad mucho más.grande que el concepto lógico·
consideración intelectual de la experiencia estética?, ¿por de diversidad y que ése otro, dialéctico, de distinción. En ,
qué nociones como las de vida y forma, facultades como el
otras palabras, la entrada de la <l'.forcn ci a en la CXj>CtiC!J< ia~'
:<. ~'
conocimiento y la voluntad parecen inadecuadas para cap- marca el abandono tanto de la lo 1ca de la identidad ans- 1 \ '
tar hoy, en el siglo veinte, las características peculiares de la tote Ka, como de la dialéctica hegeliana. No constituye ' ··. ~
sensibilidad?, en otras palabras ¿por qué los instrumentos
maravilla alguna, por tanto, que losfilósofos de la diferen
teóricos suministrados por Kant y Hegel, el juicio y la dia-
cia sean también gente extraña a la estética entendida en ~
léctica, se revelan ineficaces para manejar el impacto de
;entido estricto: mientras en los autores que hemos exam~- ~~
una experiencia que ya no puede ser explicada ni gracias a
nado hasta ahora siempre queda presente Í
, la identificación de lo particular como caso de lo universal
de Kant o de Hegel, aquí, en cambio, nos vemos introdu-
ni gracias a la superación de la ·cción? Resulta ob-
cidos en una trama teórica completamente nueva, ·
vio que en la noción misma d lo estétic. (escrito y enten-
cible al kantismo o al hegelianismo. No obstante, su parti-
dido así, en su forma neutra) 2 se encuentra implícita la
cular rareza respecto a la tradición estética moderna no
~ tendencia hacia una conciliación de los opuestos: para la
deriva en absoluto de una atención exclusiva hacia los pro-
' existencia de estético se hace esencial, al menos, la posi-
blemas puramente teóricos, ni de un desinterés ante el es-
~/ ~ \S)n~O tfÍf,~ tudio del sentir; más bien, el caso es justamente el contra-~.
2
Del mismo modo que se habla de lo «político» como distinto de la ~río: es del estudi~ del sentir;1~ento desde el.onde ellos se ven l 1L
política, de lo «económico» distinto a la economía, así también aquí > ¡ ~bligados a m~rgu:-ar la~stet~ca post-kantiana y P?st-hege- k.:i(
sentimos la necesidad de distinguir lo «estético» de la estética, es decir,
de captar lo esencial del fenómeno, independientemente de la existencia
de un corpus de textos homogéneos a los que hacer referencia. Cfr. M.
Perniola, «Dall' estetico al superestetico)), en Rivista di estetica, 983, n.
~(}\y liana como ep1gomca y torpe.Por ello, su pensamiento po- V.e;
cffiaSer definido como una <<neoesté.!ÍC::~»-' si tal expresión
no fuese, a su vez, una posible fuente de equívocos y ma-
t
14-15 (reproducido en Presa diretta. fitetica y política, Venecia, 1986). lentendidos.

194 195
l
Realmente, resulta dudoso que la noción de «diferen- estrechas con los problemas que la estética ha venido
~pueda ser considerada como un verdadero concepto, afrontando.
análogo al de «identidad)) (en torno al que gira la lógica de
· y al de <~ontradicción))_i:Je de la dialéctica he-
geliana). Quizá, más que el horizonte de la pura especula- Lo agudo y lo siniestro
ción teórica, su ámbito (o, al menos, su punto de partida)
sea aquél tan impuro del sentir, de las experiencias insólitas Que 1'.! experiencia estética introduzca una diferencia,
y perturbadoras, irreducibles a la identidad, ambivalentes, una suspensión, w¡i alejamiento respecto a la subjetividad
~xcesivas, de las que sigue estando entretejida la existencia consciente empleada en, e implicada con, las necesidades y
de tantos hombres y mujeres del siglo. Por otra parte, es vicisitudes del mundo es algo que, a partir de Karit, ha sido
~mente.ª partir de este tipo de sensibilidad, qoe guarda r
puesto en evidencia por muchos filósofos y psicólogos:_J~l
relaciones de vecindad_5on los estados psicopatológicos y el @esinrerés y la disi:rnda psíquica son reconocidos ya a prin~
éxtasis místico, con la toxicomanía y las perversiones de di- cipios del siglo veinte como aspectos esencialc:~dcl sentiLes-
verso tipo, con el ha;;Jicap y li:mmusvalía, c~mi- \ tético3. No obstante, habrá de ser sólo con el fundador del
tivos» y las Ci1lmras «distintas)), donde las artes, la literatura psicoanálisis, ,Sigmund Freud,(1856-1939), cuando se pen-
sará en una instancia psíquica tan extraña y diferente de la
~~ del siglo veinte Jian encontrado inspiración.
conciencia subjetiva, que establecerá con ésta relaciones de
Aquí está, con toda probabilidad, la causa del olvido de la
áspera conflictividad: tal instancia es, precisamente, el in-
problemática del sentir en la estética del siglo: la disciplina
consciente, y todo~el psicoanálisis p11ede _sr:.r__considerado
se ha encontrado frente a un sentir muy diferente al que
como la más ra multiforme teoría del sentimiento
constituyó el punto de referencia de las estéticas de Kant y
conflictivo. La: si u ' se convierte en el modelo teóric¿de
Hegel, y ha preferido volver hacia aspectos más clásicos,
U:iiaTu~h";i' que excede largamente el propio modelo agonís-
como los de la vida , 1ocimiento y la ac-
·l ción:. C:ier..tamen~e algo de este sen·, ~a~

t sentl_!_1:_1.!mW · e athos he e o, se advierte,


sobre todo, en algunas estéticas de la forma influenciadas
3
Por ejemplo, el psicólogo inglés Edward Bullough, en su ensayo
Distance» as a Factor in Art andan Aesthetics Principie (1912)
por la cuestión de lo sublime y en algunas estéticas de la (en Aesthetics: Lectures and Essays, E. Wilkinson ed., Stanford, 1957)
acrión que se han visto obligadas a reflexionarsobre el pro- sostie~e qu:~e~r. estetícame.~-uGJ.uicre deci: t?ner la experiencia de
una.._d1sranc1a ps1qmca en relac1~ con el y([pricttco-arareat:lcrewsus-n:e=-
blema; pero tales instancias chocan con las exigencias esté- cesidades y proyectos. Los afectos no se ven anulados, sino pi.g;stos en
ticas de perfección y conciliación que, en último término, sliSp~do--seffie]ante~elestetaalerñir¡-Max Dessoir, en
acaban una vez más por prevalecer, reconduciendo a tales su obra Aesthetik und allgemeine Kunstwissenschaft, Stuttgart, 1923, afir-
pensadores al núcleo de la tradición estética kantiana o he- ma que las características ro ias de una actitud estética son, por un
~aración del nexo constante e as expenencras persona es y la
geliana. Se comprende también, finalmente, por qué lgs.
exclusión del deseo; por otro, una riqueza de ac!i:yi4:i.<l psicológica de-
verdaderos portavoces del sentir del siglo veinte, que este si:n!uñiday la_fufil_Qrr_c;9_f! ia·-uníeíadempíf!"ca-Jd objeto. De este modo
último capítulo aborda, no serán capaces de reconocerse se echa en falta algo de la totalidad de la vida, pero ese algo es tal que
como estetas, aunque su reflexión guarde relaciones muy advertimos su falta como un valor.

196 197
¡'
! tico, que se basa en el conflicto entre dos contendientes si- placer no sublimado (Lust), Freud es el responsable de un
métricos: no es posible, en este caso, establecer ninguna co- verdadero cambio de época, cuya carga estética no ha sido,
rrespondencia entre el sistema inco11~cl_~nte y el preconscio- aún, comprendida del todo. Ü ·~--·«· +.' uo
consciente, que el primero ri~ aparece jamás en la escena obstante, la diferencia tea inconsciente
de la contienda de modo directo; ése es el lugar de l3:_dife- no es algo «totalmente ajeno», ni el conflicto que opone a
rencía. Su oposición al preconsciente-c~iisciente no es sólo la conciencia es absoluto y total. Entre inconsciente con-
espacial, sino también funcional y económica. De hecho, ciencia se abre un es_paci_o inte_r1!_1edio~-~~~-~~te~i-;,ado por
Freud, en su primera formulación de la teoría del aparato formación de un compromisQ, mediante c.i:ial se ven satis.:.
psíquico, opone claramente las pulsiones del yo, definidas fechas tanto las exigencias del primero,__~Q.Il!.()J;J.~ 4efensas
como pulsiones de autoconservación del individuo, a las delaSegunda~-Los síntomas neuróticos, los sueños, loi- e-
pulsiones sexuales, que, siendo desplazadas de los mecanis- q ueños fenómenos psicopatológicos de a v1 a cot1 iana
mos de defensa del yo consciente, se ven reducidas al ámbi- (cÓ~o el olv~_o, los lapsus, las distracciones) vienen a'ser,
to de lo inconsciente. Desde el punto de vista económico, precisamente, situaciones de compromiso entre dos ins-
el conflicto se dibuja como la oposición entre la energía re- tancias fundamentales de la vida psíquica.
primida del proceso secundario, que se mantiene y acumu- Al mism"<)..e.statiito--perfenec::err-ttmbién dos chistes y las
la, y la energía libre propia del proceso primario, que tiende obras poéticas. \En los primeros Freud se ha detenido con su Q
instintivamente hacia la descarga: el restaño, la obturación volumen El chíste y su relación con inconsciente 4 (1905), ~
de la energía genera disgusto; su movimiento, su flujo, ge- que retoma y reelabora la especulación filosófica sobre la
nera placer. / @I Este libro constituye un ejemplo de cómo l;lE._P_rg~l~pa
El pan~!:'.:'!:_ma de las instancias psíquicas dibujado por ~co tradicional puede verse totalmente innovado por la
f reu~es: por tanto, bien diferente de aguél de la tradición intervención de una reflexión que haga referencia a la dife-
est~t:.ica12ost-kantiana y post-hegeliana, en los que la noción---- rencia (en este caso entendida como inconsciente). El obje-
• de (<sujeto)) r «Conciencia» jugaba un 12; pel imprescindible. to del análisis de Freud es el Witz (término que designa, al
Si la esencia de la dimensión esrética radicaba en la conO:- mismo tiempo, el chiste y la facultad que lo produce, la ar-
liación, o sea, en la tendencia a reconducir a la umdad la-re- gucia, el ingenio): constituye algo fundamentalmente dife-
l~1ón e"Tltrc el ser humano y la naturale (en Kant), entre rente tanto de la comicidad como del humorismo, que se
~er_ humano y a 1stona en egel), el pensamiento de mueven sólo en el ámbito de lo preconsciente; el conflicto
Fre~ erse en una dirección fundamentalmente que se encuentra en la base del Witz circula, en cambio, en-
anti-estética: pregonando tan grandes desasosiegos en el in- tre lo preconsciente y lo inconsciente. La comicidad nace de
terior del ser humano, parece introducir disociación y caos, una degradación de lo opuesto, es el resultado de una con-
malestar y fealdad, dolor y abyección en una afectividad frontación a la que el sujeto se ha visto obligado por la pre-
<fl:le en~~scilaba entre el sentimiento de '10 bello y el de
~me, y en Hegel entre el pathos del espíritu y la crea- 4
S. Freud, Der Witz und Jeine Bezíehung zum Umbenussten, 1905
c~-~-~J ideal artístico. Al desplazar la atención nacia la au-
[trad. cast.: El chiste y su relación con el en Obras
sencia de conciencia ( Unbewusste), la sexualidad el Madrid, Biblioteca Nueva, 1996].

198 199
sencia de una nueva representación que, para ser compren- co de palabra, al significante, trata a las palabras como co-
dida, exige un esfuerzo del que él podría prescindir de buen sas. rompe así la identidad intrínseca de las palabras. El in-
grado.· En otras palabras, la comicidad es un manera módi- _ji;pio.,,,pmsiste, precisamente, en hacer emerger, a plhir de
ca el icto con una · · hay nada un · verbal similar, un significado éste últi-
que no esté expuesto sin defensa a ser puesto en ridículo mo no puede ser dicho de modo directo, porque el Yo inhi-
por la degradación cómica! En el humorismo, lo opuesto be la creación de nuevos :significados, sino sólo mostrado,
resulta asimilado y superado por el sujeto: la elusión del cogiendo -por así decirlo- por sorpresa al Yo, engañosa-
conflicto acontece mediante una neutralización de los efec- mente tranquilizai-0 por la semejanza fónica de las palabras.
tos penosos; el posible sobrevenir del displacer es bloqueado De este modo se explica esa ausencia, ese espontáneo aleja-
t\
nada más surgir; resulta ser, por tanto, un valiosísimo meca- miento de la tensión intelectual que precede al chiste, no '·"
nismo de defensa del Yo, que se considera superior y tras- obstante el carácter de sorpresa que suscita. Hablando rigu-
cendente respecto a lo opuesto, a lo diferente5 • El ingenio rosamente -dice Freud-- no sabemos de qué nos reímos: el
es, en cambio, la facultad que elude un conflicto con el in- camrno del ingenio es tortuoso, porque conduce a la risa
consciente mediante la creación de una situación de com- sardónica, excluyendo la representación de la conciencia.
promiso, justamente el chiste. Según el contenido de este Finalmente, resulta de verdadera importancia destacar el ca-
conflicto, pueden distinguirse dos tipos de chistes: tenden- rácter esencialmente social del ingenio respecto a lo cómico
cioso (en el que una intención secreta obscena u hostil se y lo humorístico: mientras lo cómico implica la presencia
manifiesta de manera enmascarada) o bien inocente (caren- de dos personas (quien degrada y quien resulta objeto de la
te de una intención secreta y, más aun que el tendencioso, degradación) y lo humorístico se realiza en una única perso-
inseparable de la forma lingüística en el que se expresa). De na, el chiste implica la participación de tres personas (quien
hecho, el carácter agudo del chiste radica precisamente en lo inventa, quien resulta ser el objeto de la agresión sexual u
su lingüística, en su dicción lireral; el chiste es, hostil y quien lo escucha). La originalidad de lo ingenioso
así decirlo, infungible, no intercambiable: no tiene equiva- :'<.. respecto a las otras dos fornas consiste no sólo en la p. resen- ;·
lente alguno. Contrariamente a la explicación estética del cía indispensable de una tercera persona, sino también en
fenómeno, según la cual el ingenio provoca un placer desin- que sólo ésta ría. Quien idea el chiste experimenta, cierta-
teresado, Freud sostiene que incluso en la base de un chiste \ mente, placer, pero no ríe. \Ü ¡~JN f-o.-@n'(ftl
inocente se esconde una intención. ]gnbién el lenguaje es Situaciones de compromiso muy semejantes resultan ser
el lugar de ~ en el qne ¡;e encuentran lo conscien- obras poéticas6 : en efecto, ell:lf CQnstituy_en un sustituto
~nsciente, la identidad y la diferencia: el chiste es, de~atisfacción pro ia de la ulsión, a la que el autor ha
pbr tanto, una sirnación de eomprom1so eng_e la pulsión debido renunoar en a vida real. Por me io de ellas se evita
~e--~~~~~....-~~

del Yo, orientada re resentaciones lingüíSti- un conflicto abierto con las fuerzas de la privación: a dife-
~ pnlsión.. opuesta, orientada a disolver as. opera- rencia de los sueños, las obras literarias están destinadas a
ción, atribuyendo una importancia esencial al aspeetofóni- suscitar el interés de otras personas. Por ello Freud subraya

5 Cfr. también El en Obras, op. cit., T. III. 6


S. Freud, Autobiografia, en Obras, T. III.

200 201
e~ su dimensión social. En el ensayo El poeta y los sueños diur-
v nos (1907) se somete a examen la afinidad entre arte y jue-
7

i\~ ~ an'lbos constituy~n un re:no mtermedío entre lo fama-


Es a esta segunda fase del pensamiento de Freud a que (~\
pertenece stt__ensayo «estético» más significativo e mfluyen- ~
te, Lo síníestro 8 (1919). Freud constata que la estética ~
~~ sioso y . En efecto, el Juego un en fiere ocuparse de asuntos que corresponden
los objetos tangibles, así como en el arte los símbolos y ánimo positivos, como es el caso de lo bello y lo sublime,
otras formaciones sustitutivas suscitan afectos reales. El ar- restringiendo así el ámbito de sus intereses, los cuales debe-
tista no es consciente de tales procesos: interrogado a tal rían, eI\~élrnbi(), extenderse también a aquellos aspectos del
fin, apenas sabe respondernos o lo hace de modo inadecua- sentÍLfªE~c;t_~_r~~ad~s- p-or estaclos de ánimo negativos, cómo
do; Freud reinterpreta, de este modo, a la luz de la nueva es el caso de lo SJ:ru~stro (Ja_~!./J:Jl.1_ejjjjjjj$e}.Éste podría ser
desobjetivación del sentir propuesta por el psicoanálisis, la definido como aquella clase de miedo conectado a lo que
antigua imagen del poeta como un poseído, semejante al nos es conocido desde hace tiempo, a lo que nos resulta fa-
profeta, a la bacante, al amante. miliar. Lo si_g!~sn-_? no puede ser, por tanto, identificado
Las o 'lC fundament es stablecidas por Freud conJ.Q_« rotalmen ~e ~();~;-103.bSOh:rn:mrnte-diforen te,
en la-·primera etapa de su pensamiento (que alcanza hasta que nos es, de cualquier mañera, conocido e, inctuso, de
la Primera Guerra Mundial) ~aban organizadas alrededor cualquier m ·tual y próximo. Examinando el

¡ el.el conflicto entr~ la conciencia y lo inconsciente, entre


la~s del yo y las pulsiones sexuales, entre el dis-
placer y el placer. N,inguna de estas
mantenida en el e
osiciones podrá ser
· ·ente. Lo inconsciente deja
tivo alemán heimlich reud destaca que el mismo presenta
dos significa os astante diferentes: en primer lugar, se re-
fiere a lo familiar, lo doméstico (de Heím, la casa, el hogar);
pero también hace referencia a lo escondido, se~reto, ocul-
de-ser una instancia particular, e identifica no sólo el Ello to, peligroso. El adjetivo unheímlich (literalmente, «no fa-
(nuevo término para designar el polo pulsional de la psi- miliar») es ~~QJ1trªrioJl5.l_)fim-ers1gnificado, p~ro no del
qué), sino también el Yo y el Super-yo (otro nuevo tér- se~mdo; ten&n9.o_,__m~~~iep~-aiCI~-ntificarse con
mino, éste para designar la instancia autocrítica de la lugar, por tanto, una desconcertante--c~;~~c!d~ncia entre
psiqué). Las pulsiones del yo y las pulsiones sexuales, asi- dos adjetivos, de los cuales uno debería ser la negación del
miladas a un común proyecto de autoconservacíón del in- otro. Muy aguda le resulta a Freud, por la definición
dividuo y de la es ec1e, respectivamente, constituirán aho- que del mismo da elJ!léi~of~lemán Schelling, para quien ~
. ra¡ I~s pwsíones de vi a. 1 papel de factor «opuesto» y se dice u~ de tado_;:i...queITOquea:ebería permanecer
](: · «diferente» es asumido"'"?thora por i;n «más allá del princi- ocul t9,__fl.~~9_gg~L.~.Í1!:5.mbargo-:haaBoraClO,fés.ta podría ser
.\\~l placer», descubierto por Freud en algunos fenóme- una exc:e}~E:!é: 4~f~~i-~ión delo inconsdeme!-·Pero;tquí
~ nos de-«ot5sesión de repetición»: este nuevo término Freudva mucho más alErae-la-mera identificación de lo di-
•~ opuesto, definido como u s10n e muerte., tiende hacia el ferente con lo inconsciente. De hecho, lo que resulta verda-
· ;;.a.;> restablecimiento de la materia inorgánica y es caracteriza- deramente siniestro ya no es sólo un conflicto entre dos po-
\\[/ do como «principio del Nirvana». i os no simétricos (uno de los cuales jamás puede, por

7
S. Freud,. B' poeta y los sueños diurnos, en Obras, op. cit., T. II. 8
S. Freud, Lo siniestro, en Obras, op. cit., T. III.

202 203
e efinición, aparecer directamente en escena), sino el fenó- placer del principio de realidad. Nos encontramos, en efec-
meno de la ambivalencia, la presencia simultánea de una to, expuestos a un efecto perturbador -dice Freud- cuando
afirmación y de una negación, sin que de la misma pueda el límite entre fant~sía y realidad se hace más y más sutil.
resultar una superación dialéctica. La estética del siglo veinte, en sentido estricto (la que
Un desarrollo posterior de la experiencia de la diferencia \\~'-'.,Aiemos expuesto en los cu~tro primeros ~~pítulos de este li-
proviene de la consideración de ejemplos de estados sinies- ri bro), no es, en el fondo, smo una extens10n del pensamien-
tros llevada a cabo por Freud. Una primera fuente de lo si- '-"'<l<t~ kanti~no y hegeliano._Sólo_~n el problema de la diferen-
niestro podría ser la sospecha de que un ser aparentemente ~ c1a conuenza la~ x !oración Cíe zonas desconocidas del
animado sea en realidad un autómata y, viceversa, que una _ · - que son irreducibles a los isposmvos conceptuales de
entidad inorgánica no estuviera realmente viva. De modo fa filosotía y de la estética precedentes.
más general, cabe decir que son percibidos como siniestros
evento~ qu~-~eactivan miedos infanWes<)quepü'nen-en pe-
conhania
figro nuestra eiiTalClentidad a-éiüs seres ~rvos, El arrojo y la escucha .. . . ..
. () L,; tpo ·9 ~ ..u-t'~
.~imo_s~ede ~_n ~aso_HcleL§Q§fa-Y,-en gene1~al, lostenome.:
La Jdesobjetivación del sentir llevada a cabo por Freud
-~ .~~t-... µos de repeticiónde carac~er~:, d~ destin?s, ~:acciones. De
encuentra correspon encía en otra análoga y no menos
.. ;" "ílv~ ello Freud extrae la conclus10n de que ~la esencia de lo s1:-
• ~_c.,i e 0-l~lestro no debe-ser-DuscadifñJ;Lñovedad. smo en I¡::repeg:-
grandiosa obra realizada por el filósofo alemán Martin Hei-
' 1rf.P ción, en ese particular tipo de r~etición no deseada y defi- degger, (1889-1976) relacionada con el pensar. Es parte in-
'mda por él con la expresión «obsesión de repetición», en tegrante de una más vasta y general recusación de la metafí-
definitiva, gebe ser buscada er{If#:Renc1ón d1fer~nt¿]Esta sica occidental, a la que Heidegger reprochará el haber
es la máxima diferencia, la experiencia más lejana de la impuesto una concepción reductora e inadecuada del ser,
identidad: no la absoluta, sino cierta extrañeza fa- que en la antigüedad (comenzando por Platón) fue conce-
,.
1
/<;><-.\ 1
\JJVV
_miliar2 que hunde sus raíces en nuestro propio pasád(~que
l .
a nempo es y no es ella misma. Con la noción de lo sinies-
f).Ji ~i tro Freud va, más allá de la dinámica opositora ue diri-
bido como sustancia y en la modernidad (comenzando por
Descartes) como sujeto. Pero, tanto e;n l;:i,é~_us_t_<!11ci_a corno en
el¿ujet(_), ell11g~r del ser se ve tomado por el ente: se olvid-;:,
de es~~-111()9.(), !~q'iferencia-del. ser-respécto_al e_!1:!_~.Y_2.!:_~~ale-=­
gía su rimera sistematización del aparato psíquico. la dife-
rencia a no es un comprom isa entre opuestos, cuya ce efproyecto de una experimentaciÓQ_y de un pensamiento
distancia es más grande que la contradicción dialéctica (He- caracterizados .eor laH afir~cióJLd~a_idm~d. T<il-~lvido
gel) y que la polaridad (Nietzsche), sino una ambivalencia se manifiesta en el cálculo propio de la ciencia, en la valora-
que aúna en sí, de modo inextricable, identida · ad._ ción cautelosa del humanismo y en la experiencia vivida de
Su mov1m1ento va e o mismo a lo mismo, es ese idéntico ··-· la estética. Al desarrollo de la perspectiva metafísica han
que siempre retorna y que en ese retorno se muestra, no contribuido también Kant, Hegel e incluso Nietzsche, cuya
volu~ta_d de_poder co~_stituy~__k_9:llmínacTóil._.de:.EL:.ideriii=-
\ obstante, diferente del modelo original; hace saltar todas las
polaridades planteadas precedentemente, comenzando por aad, ªe:l~ SUSt<J-11.fÍ_ª-)'__del suj.eto. En las vicisitudes históricas
aquella más importante, la que separaba el principio del ¿,~ Occidente, muy poco se ha sustraído al imperio de la

204 205
.dé.vO
b·r'\._'"
v'\.u-t1·9t
/
\? f ~
Dé~lt ~ ~
metafísica: en la antigüedad, los filósofos pre~cráticos misma el carácter esencialmente lingüístico laJ y la
(como Parménides y Heráclito), a los que la cuestión del ser existencia humana; así como Éel lenguaje) no es la expresión
se les presentaba como el más perturbador enigma, y, en la de un sujeto, entendido ind1v1dual o colectivamente, que
ciertos poetas n y , en anterior o independientemente, · somos noso-
los que podemos encontrar\Ta cosa ¡(Ding) restitu1da a su ac- tros quienes tenemos un lenguaje, smo que es el lenguaje
cesible lejanía. \) ~- ~~ '--'! -;s fJ ""% quien nos posee a nosotros! Aquél es, por ello, el más peli-
---En consecuencia, también la estética lha venido conside- groso de nuestros bienes: no podernos disponer de él, pero
rando, ya desde su inicio, 1_3:9b.ra de arte bajo e:l dominio de él no nos garantiza nada, puesto que, con él, s~~tan
~la interpretacif¡n tradicional del ente, esto es, de la metafísica. tanto el ser como el no-sei, tanto la poesía como la msus-
'/· i.\§:> Por otra parte, __ misma d!s_ti11ción_de_la. filosofía en varias ~ancia~~a. La(pocSíafund;: aquello que permanece~ pero~¿~A'
\J.Jl'ó disciplinas, como la lógica, la ética, la estética... conserva su esto no debe ser entendido como lo eterno, ni lo divino nr'Z::
/<; razón é:leser sól() en el á111bi~()~<:'._l~_~e:!9fí~!f:ª,_~ de.ªlr;JI~. un trascendente: es el no-ser tanto como el _~er. El lenguaje ~ il-'
QXx\crpensamiento que ha olvidado la dift:~er:1c;i<t del ser. Según no es sólo raíz, sino también no es sólo cercanía, sinoy~
41 V.J Heidegger, fo eseneial ·aerarte y de la experiencia se sitúa fue- también distancia, no es sólo lo familiar, sino también l o /
ra de la estética: en ésta, la hegemonía ejercida por el sujeto se extraño. Estas parejas de contrarios no son entendidas por
m. an. ifi.e.st.ª. e.orno u~~-atención exclusiva al estado afectivo, Heidegge? en-m0Clo-d1aléctico,-sinoque -d~bé'.!1 _s_e_i:: sfeggas

~:~id~:.r~~;:~c~:~~~~[~~~~d::i~~
considerado precisamente como estado estético. La obra de
Wagn_e_r-representa-Ia-máxima exaltación de la subjetividad
ésret1ca:-1aofüa-a-e-a.lcfitoiáf(Gesamtkunstwerk), a pesar de su se e~C:uentra en el honzÜnte teórico abierto por Heráclito,
' nombre, ·nonace res-ucTtar ~ sino que lo elimina y di- quien vio por vez primera la esencia del lagos no como el i'
suelve, reduciéndolo a RUro estimulante de la experiencia vi- rem}ir e_n la unidad, sino como el reunir ue mantiene y
vida9; el mundo entero ~~ contemplado y valorado en sa 1preserv~':_}os opuestos. La y po~er- engua¡e p6_.\
_ético 4n relación con la ¡e,xper1encia _yivíª~1 l radica precisa-

~
e~ficaóa respecto a la reproducción del estado estético. La ex-
tensión totalitaria e indiscriminada del estado afectivo em- mente en el hecho de que L1J.2.<2.esía lleva consigo el ser tanto 1'4-
brutece y despoja a la vida de cualquier posible gran destino. 8 ¡GGffi~-I~ la~lvaS:iº'I!C::_9~i1a,~ ex-
.Lar$1esobjeñvadon de la expenencialllevada ª.cabo por & p perie11s.iª_y_Lvj_Qª-.t_s_h_ªfirm__gQQ_n reactiva a ultranza
_ Heidegger se concreta en a ecusac1on de dos nociones cen- r .:::.. · identidad. o ~.J .·
)__ CP"" trales de la estética subjetivista, 1la «expresión de la v~-yenc;~» l),) Lasegunda noción rechazada por Heidegger es la de «es- (3)
tY' (Erlebnis-Ausdruck) y 'd «estado~voT{Gefohlzustand)1°. LA.- tado afectivo». En efecto, el concepto de .§5'.~ está in-~~~
En cuanto se refiere a la primera, Heidegger contrapone a la J¡"V &vi separablemente conectado con la cuestión sobre el suj~to, es tJ
decir, con la versión moderna de la metafísica. En suTugar Afi-.,~
~ 9
M. Heidegger, Nietzsche, 1961 [trad. cast.: Nietzsche, Barcelona,
Heidegger habla ere· una Grundstímmung,·¡¡Je IJOª tonalidad. =rrvv
\J í,;
Destino, 2000].
10
M. Heidegger, Holderlins Hymmen «Germanien» und «Der
fundamental que, a diferencia del sentimiento, no se limita a
n ·' ~ j~g~~sino que
( ~1934-35. Edic. actual: Frankfurta. M., 1980. revela el mundo, manifestando tanto el ser como su ausenc1~

206 207
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.... ~º1:.~i~ad LG~~mmu71gL~~-se sitúa !!.~\en el sujetQ_JÚ~n_cl \ explica el particular énfasis puesto por Heidegger en la no-
o~r~: somos nosotros qmenes somos llevados a la tonalidad, ción de origen, que da título a su escrito de filosofía d~t'arte
que ·i)uede ser definida como una potencia que todo lo abar- rhis conoocto,\B' º!.!f/!!!.]ie·izroliraaearief·. El carácter origi-
ca. ientras el 1ento una identidad dd arte no · dec~r-(ii1c algo da · al arte, ni que e
consigo mismo, la Grundstímmung es, al tiempo, alegría y el arte surja de una nada absoluta. P~~J.-It::id~~I~l~-~ no f\-f':;;.¡;;.
luto. El luto no puede provenir sino de antiguas alegrías: es, !Íene origen, sino queles origen; c;:n su esencia misma. Este ca- ·
en el fondo, una alegría que duda y se tambalea. J\mbos_I!~ rácter-ae origen es justamente lo ue la estética siempre l}a
~ienen r~.;ida_q!le ver con el sentimiento de excitación o de ne ado al arte'. Pma a estetica, el artelTI:J-ha estado nunca
1

m~fancolía. El poder de la poesía no excluye la noche dci r;re~nte- as obra1 expuestas a la n:{j-~;-da estética de las exposi- .
alma,-~l tiempo de la miseria. El poeta es rico en tanto no es cion~s museos ya no están presentes, ya no son lo que eran. )
divino: si fuera divino no podría acoger en sí términos con- Es en su calidad de estar-haber estado como ellas se nos pre-
trarios y preservarlos como tales. Este poder y riqueza de la 1 sentan en la perspectiva de la tradición y la conservación.
poesía no es puntual, sino omnipresente. Los poetas, según noción de origen busca afirmar no ya la excelencia de
los versos de Holderlin, han sido criados en el leve abrazo de lo arcaico respecto a lo moderno, ni la ejemplaridad clásica,
la ~aravillosamente omnipresente, poderosa y divinamente del pasado en relación al presente, sino, de modo totalmen-
rbella naturaleza. Está presente en todo lo que es ocasional, te contrario, (13. discontinúid"ad radical del hecho artíSheo
pero no se reduce a lo ocasional. De hecho, la omnipresencia inte lo ueTe precede, 1o r~eJ' Heidegger pre-
ignora la unilateralidad del valor de lo meramente ocasional y tende evitar a la obra de arte todas las re aciones que man-
extrae su poder del hecho de que mantiene y acerca, el uno al tiene con todo aquello que ella misma no es: pero esto no
otro, los extremos del cielo más alto y del abismo pro-
implica deshistorizarla, sino, al revés, atribuirle la dimen-
fundo, del ser y del no-ser, de lo familiar y lo extraño, de la
1 sión más profundamente histórica, la de instaurarse_~
alegría y el bello,l según Heidegger, no es, por tar1to, ·--- ·-.-_ t0
historia. Arte y otigeIT-smrsi:nónimos, uc no hay arte
. impotente débil, . al contrano_, es-~)J._5Jl slrrn1ltaneidad
.9ueno sea origen, salto, instauración en eL ~r::sente. El ori-
de-encarlto arr-()5miien~~-l(;·~i¡]:oteme y fuerte. Por ello,
gen no es el punto de partida al que sigue la eVOiución y la
fos poetas, precisamente--CIIo~os espirituales, son también
· ·i'
1

mundanos, pero no pertenecen sólo a su siglo, su modo de


ser es más__ comprensivo y reun~fica~or. Son, seg~n las pala-
decadencia: el inicio incluye ya el nacimiento y el fin. Si el
arte abandona la experiencia del origen, deja de ser art~-

l . bras de Holderlm, vencedores s1lenc10sos del destino, porque


. ,,__, . se sienten llenos de un gran peso de felicidad.
f · (Ll Heidegger nos introduce, así, en un sentir inseparable ciel . \
,
~.-\<~
1 ~A la pregunta de qué son las obras de arte, la respuesta de
Heidegger es que ellas no son sino cosas (Dínge). La estética
siempre ha evitado esta simple respuesta: siempre ha pensa-~
,.J Y'1 J
:eensar y del actua¡, qu~ ti~ne lugar· ~~tes de la _tripartición del \
do que en ellas hay algo distinto, por encima y más allá de la
Jt?J
1
• ser humano en conocimiento, acc10n y sent1m1ento 11 • Esto «cosidad», que se añade a la cosa constituyendo así la autén-

12
M. Heidegger, Der Ursprung des Kunstwerkes (1936), en Holzwege,
Frankfurt, 1950 [trad. cast.: El origen de la obra de rirte, en Sendas perdi-
das, Buenos Aires, Losada, 1960).

209
tica obra artística, la cual es concebida como una alegoría o, representación del ente. La verdad no es una propiedad del
más recientemente, como un símbolo, como unióncteespi- ente, que se una a él de modo inseparable, ni es el carácter
ritualidad y materialidad, de u~ento visible y otro invi- de un juicio, ni mucho menos una certeza subjetiva: todas
sible. Para la lo importante de la de arte estas ideas de lo que es la verdad se aúnan bajo
por tani:o~ unasw.~Ttede~añadi(lg, des~EJ.e:_rr:i~Es~,-~af?ei1 di- orthótes, Richtigkeit, exactitud, propiedad. Tales nos indu-
ce de la cosa,_.!_lue queda en su esencia como algo no-pensa- cen a pensar que la verdad es algo de lo que podemos apo-
do. Esta idea se inserta en una más amplia y general mcapa- derarnos mediante una visión más exacta, una representa-
Cídad de la tradición metafísica occidental (de la que la ción más correcta,~, una percepción más sutil. En realidad,
1,~ e;~étic~ forma parte) para pens~r la c?sa. En efecto, la .meta- par<JoJ-feic;l_~~~cesario que la cosa misma se n~~.!11:;~1¿¡}­
Mt ~, \.?' fisica e3e:ce sobre la cosa una v10le1~c1a que adopta var_1os as- f~.te~a experiencia de la verdad implica, por nlieStra parte,
\ ~ pectos, ligados por una estrecha ur11dad de procedencia .. Las ~__e;gªEX~ expuestos a toClalaj=egíon;-a:tiluminado dofüi=-
S ., tres conce ciones do radas orla metafísica (como ni9 en el que--a~~ci!eura; re_ql1i~reuna acti-
IJ{).O~ ~ancia, como obje.!Q_ ercibido por los semi os, como ma- t~~-0'e~_15enlieít15' t¿~~_i:_a~~ de arrojo-; de abandonü-;res-
teria) constituyen otros tantos mo os e v10 encía y agresión pe~Ja illferencia del ser. En-ouaifpalabraS, verdact no,
~la cosidad de la cosa, a su esencia. Sólo una reflexión sobre qmere decir posesión, ni unidad de un todo que se nos re-
el ser-cosa de la cosa puede abrir el camino a una compren- velaría sólo en parte. 'El lugar abierto, ~aJ=zchJUJíi}l claro, ~
sión tanto de la dimensión útil del ser-instrumento propia al que Heidegger hace referencia para explicar la especial "\ 1.
del instrumento, como de la dimensión artística, del ser- naturaleza de este sentir no subjetivo, no personal, no psi- Gv~.P
obra de la obra. La cosa no es un símbolo, no es una síntesis, cológico, no puede pensarse co~':_>_1:1.!!_<!__l1.~idact--sJ:no·t:CTIITIJ
un ente al que se añade un algo distinto, ya sea útil, ya sea un «otro», como algo a eriasconocido ue abre y garantiza
·\ artístico. ~~ticidad se encuentran ya implí- con medidas variables tanto el no-ser escon l o e ente,
cómo su ser escondido. De h~-Lft7itun['n¿- se id~nti­
\ ~.. citaunJa cosichd <kl_a_= la primeracS suliahil1lad,Ja
~ e~!3i)so!m.~L~QJJ.J:;u1.palli:n.ciaJa . - . .
\ ~egunda su presenc a.
La ~wn del pensar implica una experiencia e~al_c:om;.Q_l~~pariencia, el ocultamieIJJQ t;i[l.ill)2Qignte
de la verdad completamente diferente de aquella propia de como ~..1:!!aJ1if.e.s_t_;i~ión. ¡Lo seguro es en el fondo inseguro,
la metafísica. Heidegger .~~rae a la Grecia arcaica, en jamás la fuente de la certeza!
la que «Verdad» Se ded aféthei (palabra fomada por la a Lo importante es comprender que la Lichtung, el claro
privativa y por el verbo a ano, que quiere decir «sen> o luminoso, la apertura, la iluminación, la amplitütr,'el lucus,
n~11jgguna noción metafísica, ~tqg~2~~~ his~órica, es un
«permanecer oscuro»): podría traducirse al alemán con Un-
verborgenheit, y al español con «no estar escondido>>, «11.Q evento, un suceso: la.~~4~4 no es algo eterno, sino que se
.ocultamiento». Resulta decisivo que la palabra «verdad» esté hace historiaen.la obra de arte~aLulitiing no es, siquiera,
_uiii~iiü.~j~_r:i~ica;·parquenoexhíEe-conciHacióii:.presen­
ifetermmada etimológicamente por la disminución de una
taunespi?c:ial elemento de oposición, un elemento de con-
cualidad negativa, más que por la afirmación de una cuali-
dad positiva: aquélla no es un escenario inmóvil, con el te-
lón constantemente levantado, en donde se lleva a cabo la 13
M. Heidegger, Die Gelasenheit, Pfullingen, 1959.

210 211
t;, f[a.S'Wc,;A \ L c~"*'v "'~
traste. Tal oposición no es, no obstante, de naturaleza dia- IJeideg~r introduce la noción ~que se reco~e ~su
léctica, no es comparable a la que existe entre una afirma- gravedad y manneñe un rechazo constante a cualqUie~en­
ción y una negación. El elemento conflictivo implícito en la t;J._!_iva_de disQ_lverla. L~_g_J}_()j_ciir-igé.'.<l ª-1.go seg_':!:!:_?__;_
· no puede ser visto como-laÜposición entre el La copresencia de riesgo y sl'.guridad, de peligro y aban-
-~º estar escondido y el estar escondido, como si lo primero dono nos. lle~a a la experiencia del «.haUar G"oétic~mente»'. 4 :
fuera la verdad y lo segundo la falsedad: el estar escondido esto no significa estar en casa propia. abiti,~::)1':1~ere decir,
indica el substraerse r~tirarse de la verdad. ~ ~-,IVIA) , ~ W.e.~ para Heidegger, estar con los lugares en una relac1on que no
Uno de los aspectos importantes de a trad1c10i:i:_t::§l=t:'.!1C~~ e~e vecind~, sino igualmente, de lejan~. Las cosas
fS la distinción entre forma y materia. Heidegger recusa tal más próximas se nos hacen perturbadoras. Heidegger sus-
distinción y reformula de modo alternativo cada uno de los trae la cercanía y la lejanía a los instrumentos de medida
dos términos. Allí donde la tradición dice «forma», él dice que hacen de éstas una cuestión meramente métrica, cuan-
«mundo»· allí donde la tradición habla de <~materia», él lo titativa, pero eso no quiere decir que el espacio se convierta
hará de <;tierra». No se trata, sin embargo~ de nombrar L.!' en algo subjetivo. Más bien, es justamente al contrario: e~
'misma cosa de modo distinto, sino al contrario, de pensar
se..r ~u_ ~~_a-_n? está a la eswc~a, a la es era de ~e se le m1\Cic {Vi. _A
de modo completamente nuevo la esencia de la obra de t.rc:_i:i_l;_}:_~~~~d~1d y a leJania. en cam~no: ndamos . ~ l
arte. Si la obra se ve reducida a forma, se pierde lo esencial,
(¡;~'\'<es ~ccir, ese historiz~rse de la verdad propio a ~a ?bra. La
hacia una meta pre etermmada, estamos gma os por un J ¡
royecto, erramos sin destino y a cie as; vamos buscand J
~ noción de forma esta conectada con el establec1m1ento de ue po amos permanecer como caminantes
~ (J un límite: 1-ª: fo:ma el! lo que limita. L~ noción de. munq2 __ La < ci a » reve a como un rasgo esencial de la expe-
¡J \) es, en camb10, mseparable de la apertura de rclacw.nes: la ----- riencia de la diferencia: disuelve tanto et enraizam1efito
tJ'v -un
obra de arte abre mundo, es decir, confiere a las cosas su co-rno ~~-~ie~aCii5rCLa con.figuraeiün-d:eiser ~oca:
aspecto y a seres humanos la visión de sí mismos. Mien- no es neces~no ir muy, lejos para encontra: ~ difer~~
tras en el concepto estético-metafísico de forma está implí- esta,/ desde siempre, aqUI, donde estamos. Y v1cevCfSa;ettré-
ci.ta_Ja:derniliadó.n::de-UUG-$--lím+res,-el mundG--nos_dici_~- ého de-que Tas-reg1or1es -delser esten conectadas entre sí !
haci~J;i_::xperi~E~L~-4~J9_«ab ier~ esto ___ ntendi_::: convierte el lugar más remoto en al o róximo: la_proximi- _:~
dotambiénen elsenti_42-_4e _riesgo. Así, o «mun i > repre-
~ está, de~e1Ilpr~, al~í.:' ___~ra recibirnos:=:ja palabr-;: _Y Iaq--.1~J'
s~nia eTffihi~¿ p~Tigro. Igualmente, de e a andonarse la nociüncí~regi~~.m?V parece pamcularmente apropiada
noción de. ma~a, que ha sido generalmente entendida para indi¿ar-t;; complejos caracteres de esta experiencia 15 : se
como 12 gu~á limi~do, constreñido, contenido. Heideg- mantiene-·co_m_o_aTgo. indómito, perturb::ldor, diferente.
ger espetará a la tradición quenahechodesaparecer lama- (como está implícito en el prefijo gegen, «contra») y, no obs,
teria, la ha subordinado, no la ha dejado ser lo que es:k_
m.ateria-&€-Yt:t:"iQ}r;v_~ª~--Plegada.-ante...w::ia.-:vol.unm_<!l? rmal
qµ~ puede .s.er dirigida__hacia la utilidad_ o h;:_i.cia la artistici-
14
M. Hei~egger, «.. . dichterisch wohnet der Mensch» en Vortrage und(5)
dad.-En ambos casos la q:adición p:i:e.t:ende borrar la m~ Aufiatze, Pfullmgen, 1954. .
15
M. Heidegger, Uderwegs zur Sprache, 1959 [trad. cast.: De cammo
~sea ésta piedra, metal, color, palabra, sonido. Por ello
al htddtb_ Barcelona, Ed. del Serbal, 1987] .~ _ ¿::'=~ -
~----~ V~~
212 213
: ..,¡,/;¡~ (l ' \ (\ " · et . 1 IL
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tante, se ofrece, nos viene al encuentro (gegnet) en su libre tales juicios han sido emitidos, o bien a un conjunto de reglas
vastedad, solicitando nuestro abandono, nuestra escucha, de uso: los juicios estéticos no gozan, por tanto, de autonomía
nuestra adhesión. alguna y pueden ser remitidos sin temor al contexto ambien-
El iento Heidegger no es separable tal e histórico en el que han sido
cial tonalidad que reviste su lenguaje, que nos introduce en Lo que interesa a Wittgenstein no es el juicio, sino el
una región dd sentir que está más allá de la subjetividad y sentir, más bien un tipo particular de experiencia que hace
la objetividad, de la actividad y la pasividad: la diferencia saltar nociones tradicionales de identidad y alteridad:
no es algo que pueda captarse sólo a través de su exposición consiste en la visitíin de una entidad que permanece inalte-
conceptual, ni sólo por medio de una interpretación filoló- rable bien como una cosa, bien como otra. En las Investiga-
gica, y mucho menos gracias sólo a una inspiración estática. ciones filosóficas 17 , el autor nos proporciona el ejemplo más
Estos tres modos de acceso son, en conjunto, totalmente simple de tal experiencia, la de un dibujo que puede ser in-
necesarios para acceder a una experiencia que nos pide unir terpretado como el dibujo de un pato o como el de una lie-
a ella nuestro destino. bre. realidad, son muchas las cosas que nos dan esta im-
presión de ambivalencia: sobre todo las obras de arte, como
es el caso de fragmentos musicales, que al10ra oímos de una
Ver algo «como algo» manera y luego de otra, o bien las obras arquitectónicas, es-
cultóricas y pictóricas, de las que a veces obtenemos una
La refutación de la estética y el análisis del nexo familiari- emoción y a veces otra. También en la vida cotidiana pode-
dad-extrañeza son actitudes también presentes en la obra del mos encontrar muchos ejemplos; personas o cosas con las
filósofo austriaco.Ludwig Wittgenstein (1889-1951), que, que guardamos cierta familiaridad desde hace tiempo y que,
junto a Freud y Heidegger, es el tercer gran pensado!_del sen- de repente, nos aparecen como extrañas, sin que ningún
~1 diferencia. Somete el)uicio estético a un análi- cambio haya acontecido en ellas: vemos un hombre, pero
sis implacable, mostrando su inconsistencia lógica e inutilidad no lo reconocemos como nuestro amigo; observamos cierto
práctica: la estética, en su opinión, no tiene ningún valor, ni paralepípedo, sin identificarlo con nuestro armario.
cognitivo ni pragmático 16 • Al igual que Herbart, Wittgenstein El fenómeno de ver una cosa ahora así, ahora de otro
identifica la estética con la ética en cuanto ambos constituyen modo, nos introduce en~~ di~psión impersonal de la ex::-..
per~Íj= todo lo subjetivo que permanece constituye un
discursos valorativos: las palabras que hablan de lo bello y del 1

bien podrían reducirse, en gran parte, a meras interjecciones obstáculo que, a través de una integración conceptual, desna-
de aprobación o rechazo. Lo que excede tal dimensión se ex- turaliza la sencillez del sentir. Wittgenstein pone, incluso, en
plica mediante referencia a las ocasiones concretas en las que duda que este sentir deba pertenecer a alguien, que deba ha-
ber un portador del sentimiento. Entre el lenguaje y el sentir
se crea un hiato; la experiencia de la diferencia resulta inacce-
16
L Wittgenstein, Lectures on Aesthetics, 1938, en Lectures and con-
versatíons en Aesthetics, Psychology and religious Belief, 1966 [trad. cast.: .
Lecciones y conversaciones sobre estética, psicología y creencia religiosa, Bar- ~' 17
L. Wittgenstein, Philosophische Untersuchingen, 1953 [trad. case: In-
celona, Paidós, 999). _.. vestigaciones filosóficas, México-Barcelona, UNAM-Crítica Grijalbo, 1988].

214 215
sible a las teorías psicológicas tradicionales. Wittgenstein una intensidad y vivacidad indescriptible. Ciertamente, este
considera completamente insatisfactoria la teoría espiritualis- «ver asfo parece, por su inmediatez, similar a la intuición in-
ta, subjetivista, memalista, que se remonta hasta Descartes y telectual originaria y creativa que Kant atribuía a Dios. Por
que se la psicología de la forma e i en consonancia con la de la difc-
allá, según la cual el sentir es reducible a representaciones o otra expresión de Wittgenstein: el ver algo como
formaciones mentales; pero igualmente inadecuada considera 23
algo , de hecho, la diferencia no es la absoluta alteridad,
la teoría conductista, positivista, que, eliminando toda refe- sino una repetición diferente, una extraña y vacilante es-
rencia a la conciencia y negando cualquier validez al método tructura que no pfiede captarse en su identidad.
de la introspección, re~uce el sentimiento ello que es
observable desde fuera. a esobjetivación del semi abre, de
este modo, el camino a-~ una serie de nuevas ~inquietan­ sex appeal de lo inorgánico
tes preguntas del tipo: «¿Cómo se puede llegar siquiera a la
idea de adscribirle una sensación a una cosa?» 18 o, viceversa, : Bastante menos afín a Heidegger y a Wittgenstein en el
«no puedo imaginarme que los hombres a mi alrededor son .rechazo de la estética tradicional, pero interesado como ellos
autómatas, no tienen ninguna conciencia, aun cuando su en esbozar los caracteres de una nueva sensibilidad, se nos
modo de actuar sea el mismo de siempre» 19 • mucstra'Walter Benjamín (1892-1940), cuyos objetos de es-
Comúnmente se cree que para comprender los hechos tudio preferentes son el Barroco y Baudelaire24 • Benjamín de
es necesario integrarlos mediante una interpretación 2º: ésta ellos extrae la inspiración para sugerir los rasgos esenciales de
~ ·ffl~ es la perspectiva delj <wer como»,\ en el que el establecimien- un sentimiento centrado en tres fenómenos: a. muerte, la
to de un parecido, la referencia a una red conceptual, el giercanda y el ~e~q. Éstos son, efectivamente, tres aspectos e
~ proceso de reconocimiento constituyen la garantía de la in- la existencia queTa estética tradicional ha descuidado, si no

teligibilídad. En el fondo, la filosofía se constituye consti- '"'''~''· la originalidad de Benjamin consiste no tanto en
tuida por esta actividad de familiarización, que es una mez- haber hecho de ellos el eje de su reflexión, como en haberlos
cla d º • r y pensar. Al «ver como» Wittgenstein opone el en relación mutua, confiriendo una dimensión teóri-
j «ver asÍ» d relampagueo improvisado e inmediato de una ca a una experÍ$'.ncia alternativa respecto al vitalismo, la cual,
v1s1ón distinta: cualquier cosa nos sucede, nos quedamos de
trayendo a colación ui ra 25 , uede ser defini-
pronto con el aliento contenido y decimos. «¡mira!>>2 1• Hay
da con la expresió «el sex appeal de lo inorgánico» . .i--4-
algo de una iluminación del aspecto 22 , de una irradiación,
núdeo teórico e · · onstltuye la mez-
cla entre la dimensión humana y la propia de las cosas, me-
18
!bid., § 284. diante que, por un lado, la sensibilidad humana se reifica
19
§ 420.
20
L Wittgenstein, Bemerkungen über die Philosophie der Psychologie,
1980, § 257 [trad. casr.: Últimos escritos sobre filosofia de la psicología, 23
L. Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, II, XI.
Madrid, Ternos, 1994]. 24
W Benjamín, Das Passagen-Werk (póstumo), Frankfurt, 1982. "fF}
§ 88. 25
!bid., B 9, 2. Cfr. también M. Pemiola, JI sex appeal dell'inorganic~
22
!bid., § 507. 19962 [trad. cast.: El sex appeal de lo inorgánico, Madrid, Trama, 1998].

216 217
~.~L"éE¡J
y, por otro, las cosas parecen dotadas de una sensibilidad una identidad subjetiva fija e inmutable: el personaje barroco
propia. Es éste un fenómeno ya considerado por Worringer, toma la catástrofe como algo ya asumido; su capacidad para
Freud y Wittgenstein: en Benjamín, no obstante, se aplica a moverse entre las más estridentes contradicciones deriva de
una gran multiplicidad de situaciones y adquiere no sólo un una vertiginosa experiencia de y reveses. que
significado esencial para la interpretación de la cultura ba- en Baudelaire, el spleen es el estado de ánimo que corresponde
rroca y de la sociedad capitalista de la época de Baudelaire, a la catástrofe permanente: él también situó la experiencia del
· sino también constituye una clave de lectura extremada- shock en el centro mismo de su tarea artística.
mente fecunda de cara al siglo veinte. L~u;;rgánico po
es , ( fW1to a la ide~ida mbién se ilita la unidad: t~e
de hecho, sólo lo mineral, sino también lo cadavérico, lo :ks.compone y fragmenta en infinitas partes que pue<ien dar
momificado, lo tecnológico, lo químico, lo comercializado lugar a l<l.S combinaciones más d1sparat~das:- So6reesre feri:O-
y el fetiche. Y también se desmaterializa, se convierte en meno se funda la a:legüría barroca, gracias a la que cualquier
algo abstracto e incorpóreo, sin por ello transformarse en personaje, cualquier cosa, cualquier situación puede significar
algo imaginario o irreal; más bien, en todas estas fQlJllA.CiD- ...... otra cualquiera: anuncia y prefigura la condición mercantil,
nes inorgánicas qpera el p~J:B?. q<;_ l() _que es real y efec-_ en la que todo se cambia por todo. Los passages parisinos del
tiv°7)ahnáximo, esto es, .del dinero. Es importante observar siglo diecinueve, galerías y corredores que atraviesan los
que iaCilferenc!a no-constituye jamás una dimensión fantás- rrios expresamente destinados a las actividades comerciales,
tica, ni ideal y mucho menos ineficaz, débil, secundaria: en constituyen para Benjamín la representación arquitectónica
Freud ella era la realidad psjquica primaria, en Heidegger el de w1 trasiego incesante que disuelve. las nocionesde interno
ser en la vastedad de sus manifestaciones, en Wittgenstein y externo, de ckntro y foera, de próximo y lejano.
el uso lingüístico: finalmente, en Benjamín asume su carac- -fuo sobre todo gracias a la categoi!a de 1a exterioridad
terización más inquietante, enredando en un vínculo inex- en tanto que muerte, es como mercancía y sexo se persi-
tricable sexualidad, filosofía y econc guen y se refuerzan recíprocamente. Benjamín ba-
El punto de partida teórico del «.'ex appeal de lo inorgáni- rroco implica una visión del mundo completamente secula-
co» puede ser localizado en la venida a menos de la identidad, rizada y mundana, en la que no hay lugar para la trascen-
que según Benjamín viene acompañada de un trauma, de una dencia: el medieval camino de lo indigno se ve clausurado,
fuerte emoción o, como él dice, de un shock. En el volumen El al tiempo que la caducidad se exalta con acentos provoca-
origen del drama barroco alemdn 26 , su único libro sistemático dores. Así, en la poesía del siglo diecisiete la belleza femeni-
de cierta amplitud, Benjamín percibe en la ~ca estoi~, y en na era magnificada mediante continuos parangones con las
la invitación a hacerse nadie y nada, la premisa del sentir ba- piedras preciosas, la nieve, el alabastro, que la asimilaban a
rroco, que implica UJ! total alejamiento de lo namratllnre- lo cadavérico. La pasión por lo extremo y el gust<? por el de-
c'!íai°o completo de la expresión subjrtiva. La cÜlli:lición de safío son los aspectos esenciales de la figura del /dand)iJ¡ue
participación en el gran juego del mundo es el abandono de en Baudelaire encuentra su manifestación decisiva: resulta
interesante sólo aquello que muta los contrarios, el uno por
26
W. Benajamin, Ursprung der dentrchen 1928 [trad. el otro, y los mantiene en su oposición. Lo serio puede ser
cast.: El del drama barroco Madrid, Taurus, 1990]. expresado sólo de modo frívolo y, viceversa, la vanidad tiene

218 219
por compañera a la muerte. La moda confunde traje y cuer- se trata de una repetición diferente, que dentro de un mis-
po: constituye el afrodisíaco más potente. Otra figuración mo género común crea infinitas variantes. Benjamín subra-
de la exterioridad es elt~ara quien el disfrute del ya el poder revolucionario de estas transformaciones per-
ocio que el trabajo. ceptivas y sensoriales: lo esencial es no · asustar por la
Estas afirmaciones resultan muy fecundas de cara a la amplitud y radicalidad de las transformaciones en marcha y,
interpretación de la sociedad del siglo veinte, lo que consti- aun exhibiendo una carencia de ilusiones ante la nueva era
'
~ tuye el objeto del ensayo La obra de arte en la época de su re- pronunciarse sin reservas por ella.
~ producción técnica 27 • Benjamin examina aquí el paso de la ~i

obra de arte tradicional, caracterizada por una identidad


única e irrepetible, a las formas modernas de expresión ar- Persuasión y extrañamiento
tística que, como fotografía y el cine, disuelven el híc et
nunc de la obra en una multiplicidad de copias carentes de ~a búsqued~ de «t:n ~entir no subjetivojorientado en
original. Tal fenómeno es descrito por Benjamín como una sentido contrano al vitalismo, en ruptura con el dima de-
pérdida de «aura» y de valor de culto: su lugar es ocupado primido y lleno de renuncias de la vida cotidiana, y pro-
por el valoFeXpúsitivo, esto es, por una acentuación de la fundamente impregnado de la experiencia de lo opuesto
d1mens10n espectacular de la obra que- acaba ensombrecien- caracteriza la obra del pensador italiano Carlo Michelstad-
do su espec1hcidad estética. Estos cambios se ven acompa- t.er (1887-1910) 4 del crítico literario ruso.Viktor SkiovSitiJ
ñ3:dos por una profunda transformación de la percepción y (11)93-1984). Temperamentos muy distintos entre sí: inva-
el sentimiento: la máquina fotográfica y la de cine captan dido uno de una especie de furor heroico que lo lleva a ata-
imágenes que se escapan al ojo natural, que se encuentra car con ímpetu la miseria emocional y afectiva de su época;
obligado a identificarse con el dispositivo tecnológico. La el otro dotado de una ironía extravagante y carente de pre-
vi. ión de la cámara cinematográfica -observa Benjamin- es juicios, que hace saltar cualquier convención literaria y que
si nilar a la del inconsciente: capta muchísimas~ abre nuevos horizontes a la investigación artística. Común
~ormente pasaban inadvertidas. Nace así un Jemir a~ a ambos resulta la actitud de desafío ante las tradiciones so-
~ue cambia la percepción de la cercanía y la distancia ciales, filosóficas y estéticas, y el empeño en aventurarse
no menos que la de realidad, la cual, por un lado, se hace p~r caminos desconocidos de la sensibilidad y el pensa-
ilusoria y, por otro, hipernaturalista. Mientras el actor pro- miento.
La crítica al vitalismo es el punto de partida del texto La~
porciona en el teatro una representación unitaria, ~el cine
se ve obligado a una pluralidad de representaciones que ex- persuasión y la retórica 28 , la obra más importante de Mi-
chelstaedter y uno de los más brillantes ejemplos de escritu-
6
teriorizan su actuación. Todo se hace plural y múltiple, pero
ra filosófica de la literatura italiana. Un sentir que se deja ir
con el flujo del deseo, de las ilusiones y esperanzas, que se
W Benjamín, Dris Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Repro-
(1936), Frankfurt, 1963 [trad. cast.: La obra de arte en la
en Discursos interrumpidos ], Ma- 28
M. Michelstaedter, La persuasíone a La rettorica, 1913, en Opere,
··--f-95,8 [trad. cast.: La persuasión y la retórica, Murcia, Universidad, 1996].
\
220 221
deja arrastrar por el curso espontáneo de la vida, no puede placer, la artística y la filosófica ... pero todas son asimilables
causar en quien lo experimenta ningún aprecio por sí mis- a la voluntad de transformar el presente en algo eterno.

~
mo. El amor que sentimos durante nuestra vida normal es En oposición a la vileza y a la retórica, Mi ' · , er
con el mo -~iY!_!: ica un tipo ~,sentir i erente, ~l ~ue d:fo:e con el
no es sino un smónimo de vileza! Vileza es, en dejar- termmo de «persuaslOE.;>, cuya caractenst1ca prmopal es la
se arrastrar por el anhelo de vida que busca siempre algo de ser confluencia de dimensiones opuestas, de energía y de
nuevo, que no queda satisfecho sea cual sea la situación en paz, de intensidad y de pompa, de movimiento y de inmo-
la que se encuentra, que tiene experiencia del presente vilidad. Michelstat!dter no cree en la unidad de la concien-
como un momento insubsistente entre el recuerdo y la pre- cia, en la identidad del yo, en la continuidad de la experien-
visible. Vileza es padecer las propia necesidad de vivir; es cia interior. Sustraerse al hambre insaciable de la vida quiere
contentarse con una deficiencia crónica que jamás podrá ser decir romper el nunca apagado deseo de futuro y considerar
sanada. Desde este punto de vista, la vida es similar a un cada instante del tiempo como algo acabado y perfecto.
gancho: tiende siempre hacia el punto más bajo y no consi- Él nos introduce, de esta forma, en un modo de sentir en el
gue nunca detenerse. La vileza es el dolor de la vida que no que, por un lado, la situación se impone con una radicali-
consigue nunca saciarse. La concepción hedonista de la dad constnctiva a la que es imposible sustraerse; por otro,
vida, según la cual lo que cuenta es el placer, es presa de un suscita no una resignación pasiva, sino estados fuertemente
hambre insaciable, que conduce a la aniquilación a aquellos emotivos y afectivos, que aspiran a una completa autono-
que a él se confían. mía y autosuficiencia. No hace falta exigirse aquello que ·
No obstante, hay todavía otra actitud aún más despre- más nos será dado; pero, además, este descender al abismo
Í< lf:ciable que el vitalismo: Michelstaedter la llama con el nom- de la propia insuficiencia generará un sentimiento intensísi-
~ bre de «tetórica». Mientras la vileza es, por así decirlo, es- mo que Michelstaedter define como~
pontánea, la retórica es una conducta reactiva, que consiste
Una impresiór: de ·b.· ri?sa desenvolrura bro,ta de la le.cm!~ª@
en la pretensión de afirmar una seguridad absoluta que se
opone a la experiencia de la nada. El hombre retórico se nu-
de la obra de Skluvski¡ titulada Sobre teorza la prosa- . f
En ella, experiencia de la diferencia se manifiesta como
tre de mentiras y engaños: la vida social se convierte en una un extrañamiento (ostranenie) 1º. Éste consiste en la transpo-
«camarilla de malvados», lugar de una adulación generaliza- sición del objeto desde su percepción habitual hasta una
da que, mediante una verborrea sin fin, esconde la ausencia nueva percepción imprevista y sorprendente. Contra la ce-
total de experiencias. La retórica es también la negación del guera y la sordera de la vida habitual, Sklovskij reivindica la
sentido histórico, ya que pretende abolir el tiempo y la en- importancia de la maravilla: las cosas pasan cerca de noso-
trada en una dimensión absoluta, eterna. Si la pulsión vital
es ilusión, la retórica es ilusión al cuadrado. En el hombre
retórico encontramos una pretensión infundada de estabili- 29
V Sklovskij, O teorii prozy (1925) [trad. case: Sobre la teoría de la
prosa, Barcelona, Planeta, 1975].
dad, una afirmación inadecuada -y, bajo todos los aspectos, 30
En alemán Verfremdung. Benolt Brecht ha hecho de ello el funda-
muy débil- de identidad, de individualidad, de certeza. mento de su poética teatral. Cfr. S. Mitchell, From to
Existen muchos tipos de retórica: la de la autoridad y la del en «Screen», 15, 2 (verano 1974).

222 223
tros como si estuvieran empaquetadas. El arte tiene la obli- sujeto, encerrado en sus certezas cognitivas y morales, sino
gación de hacerlas sentir como si las percibiésemos por vez el exceso de un flujo de energías, que se transmite como lo
primera; es afín al erotismo, que, igualmente, se nutre de hace un torbellino.
alegorías, discontinuidades, de ((desemejanza de lo seme- Entre la poesía y lo negativo existe una relación muy
jante». Él describe así una experiencia afín a la caracterizada . profunda: la palabra poética ( y la obra de arte en general)
por Freud y Wittgenstein: aspectos de la vida considerados se constituye como tal al rechazar el lenguaje positivo y ser-
tradicionalmente como insignificantes adquieren un relieve vil propio de la economía y la lógica; aquélla se ve libre de
fundamental y, viceversa, las asociaciones acostumbradas se intenciones utiliuuias y estratégicas, por lo que puede ser
revelan completamente ineficaces; lo contrario del extraña- definida como la «perversión» y el «sacrificio» de las pala-
miento es la identificación. Uno puede evitarla mediante bras. La poesía destruye las cosas que nombra y permite su
una táctica afín a la del «movimiento del caballo» en ingreso en el mundo de lo desconocido, en el mundo del
ajedrez 31 ; tal salto no es libre, se mueve según una regla ex- no-saber; se asemeja a los estados de privación del juicio; un
traña: el camino directo está prohibido. vínculo sutil la liga a las distintas manifestaciones de lo ne-
gativo lógico (el sin sentido), moral (el mal), económico (la
ruina, el dispendio), jurídico (el crimen), psicológico (la in-
Erotismo, neutro, simulacro y estupor de la razón fancia, la locura), físico (la muerte). Los ensayos conteni~os ~
en el volumen La literatura y el mal32 , dedicados a vanos (!)
Lo escri res franceses ({;eor e Bataille 1897-1962), poetas y escritores considerados ejemplares desde este punto
!.fillric.e c o (nacido en~ ierre Klossows · de vista, muestran el valor de esos destinos que sólo se ven
(naci o en 1905) constituyen una tríada de aventureros ex- cumplen bajo el signo de la transgresión.
ploradores del sentimiento de la diferencia: a través de ensa- Aún más radical que la poesía y el arte en la persecución
cuentos y novelas, han recorrido e inspeccionado terri-
de lo negativo resulta ser el erotismo, en Bataille se
torios desconocidos de la sensibilidad y la afectividad,
configura como la verdadera experiencia de la soberanía 33 •
traduciendo a términos teóricos sus descubrimientos.
El erotismo debe ser algo distinto de la mera sexualidad; de
Según\Bataille,1Hegel subordinó lo negativo a una posi-
hecho, el erotismo es una, actividad psíquica conectada con
tividad histónca, que, trascendiéndolo, lo anula; por ello
la experiencia de lo negativo y la violación; marca el paso de
aquél reivindica la existencia autónoma de un negativo «sin
la animalidad a la humanidad: mientras, en efecto, el ani-
obligaciones», irreducible y soberano, que se manifiesta en
mal vive en la identidad del instinto natural, el ser humano
la casualidad del nacimiento y la muerte, en la revelación de
se constituye como tal a través del conflicto entre trabajo y
la propia finitud, en la risa, en el erotismo, en la poesía y en
juego, seriedad y risa, tabú y transgresión. El erotismo su-
el arte. Todas estas experiencias empujan al hombre fuera
de sí y lo liberan del servilismo al trabajo y al saber: en ellas
lo que importa ya no son las exigencias y necesidades del 02
G. Bataille, La littérature et le mal, 1957 [trad. cast.: La literatura y
el mal, Madrid, Taurus, 1987).
33
G. Bataille, L'erotisme, 1957 [trad. cast.: El Barcelona,
31
V Sklovskij, Chad Konja (1923). Tusquets, 1997].

224 225
pone la experiencia contradictoria de la prohibición y su cado o proyecto 36 • Ante esto no es posible que !'amor fati,
violación: suspende la primera sin hacerla desaparecer y, por corno bien vio Nietzsche37 : no se trata de la interiorización
tanto, no puede asumir el carácter de un retorno a la natu- de una ciega y desconocida necesidad, sino, al contrario, de
raleza o de la reconstitución de una totalidad positiva. la pérdida de identidad y la máxima · · · , que
Para~nce13lan~no es lo nega~ivo, sinob-n-eu_t_r_o-.l,, conduce al ser humano a decidirse en favor de la existencia
lo que caradeÜza la experiencia-límite. Esta es irreductible de un universo que no tiene otro objetivo que ser lo que es.
tanto a la unidad corno a la dualidad, tanto a la presencia Por otra parte, el eterno retorno no constituye una auténti-
corno a la ausencia. Su espacio es el intermedio (entre-deux). ca teoría, sino más .bien una prueba por la cual debe pasar
No puede serle atribuida ni a un individuo ni a una con- el filósofo. Éste no es sino Versucher, en el doble sentido de
ciencia, porque implica precisamente la disolución del pri- experimentador e instigador. La obra de Klossowski abre
mero y de la segunda, no es la experiencia de alguien, sino perspectivas vertiginosas e inauditas también en el ámbito
del sentimiento ~ex_ual: en su tex~o La moneda viva se inte-~
38
el acceso del yo-que-muere al espacio en que, muriendo, no
muere corno lo hace el «Yo)), en primera persona. Tal espa- rroga sobre que s1gmfica considerar el cuerpo no como
cio es el de la escritura literaria34 : ésta se identifica con lo mercancía (cqrno sucede banalmente en la prostitución),
neutro, porque es el único lenguaje que, poniéndose en jue- sino como dinero.
go a sí mismo, crea dentro d~ sí una relación no de identi- Experiencias-límite aün mács. arduas y exploraciones 2.e
dad ni de alteridad, sino de diferencia infinita15 • La escritura lo ~egativo .aún más extremas que las de Bataille, de Blan-
literaria, mediante la autorreferencia, suspende. el sentido de chot y de Klosso 'tuyen la preocupación del fi-
lo que dice: no afirma, ni niega, sino que funda un ámbito lósofo italiano):tuigi Pareyson 9~8~1991). Autor d.e nu-
neutro, que prescinde del autor y del lector. En el fondo, la merosos libros e es e · , en la ultima fase de su vida se
literatura se constituye y se destruye al autocuestionarse su ha alejado de la estética académica, situando el problema
propia naturaleza. del mal en el centro de su reflexión 40 , que hunde sus raíces
Lar · ·' .ente constituye el verdadero problem.1 en el estudio del conflicto, de la duplicidad, de la diferen-
ossows ···· a quien se debe la elaboración filo- cia. Invierte }a oposicióf1 clásica entre «espíritus fuertes>~
. sófica de a -· n etf1~ste supone algo no asimi- ateos y libertinos, y «almas bellas», pías y devotas: para él,
lable n~a la realidad ni a la apariencia. Las cosas son, en su l~· sociedad contemporánea nos ofrece ejempl<rs de un
esencia, copias de un modelo que jamás ha existido: la ex- nihilismo pacificado en su tranquila y modesta conformi-
periencia es siempre repetición, eterno retorno que disuelve dad. La nueva «alma bella» es ahora la del ateo, el nihilista
la identidad de lo real y roba a la historia cualquier signifi-

37 P. Klossowski, Nietzsche et le cercle vicieux, París, 1969.


34
M. Blanchot, L'espace littéraire, 1955 [trad. cast.: El espacio litera- 38 P. Klossowski, La monnaie vivante, París, 1970.
rio, Barcelona, Paidós, 1992]. r 39 L. Pareyson, Estetica. Teoría della formativita, Turín, 1954 y L'esteti·

35
M. Blanchot, L'entretien infini, París, 1955. ? ca e i suoi problemi, Milán, 1961 .
36
P. Klossowski, Un si faneste désir, 1963 [trad. cast.: Tan fanesto de- 40 L. Pareyson, Ontología della liberta. ll male e !a soffirenza (póstu-

seo, Madrid, Taurus, 1980]. )· mo), Torino, 1995.

226 227
., -
completamente conciliado con la vida, afable y sociable: El sentimiento sexual y la diferencia
b:l)O la apariencia de una carencia de prejuicios, resulta ser
'ª"·L.,·.~· necesitado de una vida dulce y confortable, en el Ha sido el psicoanalista francés Jacq ues Lacan (1901-
al y el riesgo, esto es, a la filosofía. 1981) quien lu tr:insfcrido explícitamente la cuestión filo-
Lo cara~terístico de la realidad es, para Pareyson,. s~ sófica de la diferencia al estudio de la sexualidad. Entre el
ceptual1dad, su naturaleza completamente independien¡e semir sexual masculino, caracterizado por el gozo fálico, y
del pensamiento: lo puramente existente impone su pre- el femenino, que se configura corno una relación con el
sencia y suscita 1m incesante pasmo, que puede ser defini- Otro de la que, 31,pesar de todo, ni siquiera quien la prueba
do como un estupor de la razón. Quien se ve presa del consigue decir nada, hay una radical disimetría 41 • Por ello
mismo parece hechizado y poseído por una fuerza extra- resulta profundamente equivocado imaginarse la relación
ña: este estado de ánimo no carece de afinidades con el sexual como la consecución de la unidad; el sexo masculino
abandono implícito en esa escucha del ser de la que nos y el femenino no son ni complementarios ni coincidentes el
habló Heidegger o con la experiencia-límite de Blanchot; uno con el otro: el paradigma estético de la armonía resulta,
pero Pareyson confiere una enorme importancia al sufri- por tanto, altamente rnitificador. El placer masculino, pen-
miento. El dolor y el mal son tan profundos que parecen sado corno actividad, y el placer femenino, pensado corno
no poder ser contenidos en cualquier actitud de serena apertura a algo completamente Otro, no se encuentran ja-
aceptación y religiosa piedad. Rechaza tajantemente la más. La relación sexual resulta ser, por tanto, un callejón sin
identificación metafísica entre Dios, el bien y'el ser: Dios, salida. A partir de estas consideraciones, Lacan engarza con
en su opinión, no significa sólo positividad, no es una po- una segunda lectura del amor cortés medieval, que aparece
sitividad sin fisuras, rodeada por la positividad misma, in- corno un refinado modelo destmado a suplir la ausencia de;,
móvil en su cerrada identidad. En Dios también queda la Ta relación sexual, ¡aparentando que son los propios arpan-
presencia del que siempre puede ser despenado. En t~guienes la obstacufuan! No menos interesantes resultan
la descripción de este despertar como frenesí de traición, sus reflexiones sobre Lo_hefur,-del que pone en evidencia su
furor de autoaniquilación, ímpetu de destrucción, «des- naturaleza ambigua, que, a un tiempo, prohibe el deseo y
·creación)), «deshacer», Pareyson emplea una elocuencia in- requiere la violencia42 •
comparablemente eficaz y apasionada. Junto al «discurso Tarn bién para la filósofa belga luce lrigaray \(nacida en
temerario» de tipo teológico, desarrolla un discurso antro- 1932) no hay simetría entre lo masculino y lo femenino. En
pológico igualmente «temerario», que hace referencia a la su opinión, la sexualidad femenina es irreducible a la iden-
increíble co-presencia de dolor y placer, de sufrimiento y tidad; por ello no puede ser entendida adecuadamente hasta
voluptuosidad, de aflicción y gozo en la experiencia hu- que la filosofía permanezca prisionera de categorías metafí-
mana. Nos mtroduce, así, en un sentir verdaderamente sicas. Mediante análisis de gran sutileza, Irigaray demuestra
excesivo, abriéndonos los ojos a unos horizontes en los
que frialdad y teatralidad, refutación y espera, sumisión y 41
J. Lacan, Le séminaíre. Livre XX Encore (1972-3), París, 1975.
revancha, humillación y renacer están inseparablemente 42
J. Lacan, Le séminaire. Livre VII. L'éthique de la psychanalyse
unidos. (1959-60), París, 1986.

228 229
que a tales categorías subyace una estructura de pensamien- exterioridad del signo: el texto, entendido como tejido de
to de marcado matiz falocrático, para la que la mujer no es signos, resultaría siempre secundario, puesto que está prece-
concebida en su autonomía, sino en su subordinación al dido de una verdad o un significado ya constituido en el ló-
hombre 43 • No obstante, aún es posible un sentmuen- gos. «gramatología» se presenta, a
to de diferencia que pertenecería tamo a la experiencia de mera vista, como una reivindicación de la anterioridad de la
los hombres como de las mujeres: tal sentimiento se funda- escritura contra el logocentrismo de la filosofía occidental.
ría en la admiración por lo desconocido, por aquello que es No se trata, no obstante, de darle la vuelta al orden de de-
sexualmente diferente. Éste es el aspecto de la sexualidad pendencia ni de Qponer ciertas objeciones al fonologismo
que resulta más próximo al arte y la estética. Es posible, así, conservando los conceptos habituales de palabra y escritura,
evitar la lógica de la posesión y el reduccionismo metafísico: sino de radicalizar la alternativa a la lógica de la identidad y
la admiración respeta y exalta la diferencia, ya que mantie- la dialéctica puesta en marcha por Freud y Heidegger.
ne, entre lo masculino y lo femenino, un espacio libre y Tal intento se desarrolla en una incansable actividad de
atrayente. Según Irigaray, tal espacio podría ser, asimismo, crr1·;rru1n de la filosofia; la estética, en cuanto parte de

concebido como neutro, con tal que estuviera dispuesto a la filosofía, se hace también objeto de deconstrucción. Por
acoger el acontecer de la diferencia44 • ejemplo, Derrida somete a examen la noción kantiana de
gusto. ¿Qué quiere decir deconstruir el gusto? sobre todo,
identificar lo opuesto al mismo 46 • Pues bien, Kant admite la
La deconstrucción de la estética: el disgusto posibilidad de ciertos placeres negativos: tal es el caso de lo
sublime que va contra los intereses de los sentidos. Pero lo
" La cuestión de la oposición, de la alteridad y la diferencia sublime está conectado con una experiencia idealizante en
~ha vuelto a ser examinada, con una infinita tenacidad, por el Ia que la dimensión negativa se ve completamente sublima-
filó;ofo francés Jacques Derrida (nacido en 1930), autor dé da y superada; lo mismo sucede en representación del
la obra De la gramatología 45 • En ésta se reprocha a la tradi- mal, que sólo puede verse asimilad o y purificado por el arte.
ción filosófica occidental el haber entendido la escritura de Una única dimensión parece a Kant que se resiste a ser asi-
modo subordinado al discurso, al lógos, visto como el origen milada por la estética, lo disgustante. Éste no constituye un
de la verdad; de hecho, al mismo se le atribuye una relación valor negativo redimido por el arte: el disgusto se presenta
de proximidad esencial con el alma. Respecto a la voz, a la como irrepresentable e innombrable, lo completamente di-
phoné, la escritura ha sido presentada como una caída en la ferente, la absoluta alteridad del sistema. No obstante, la ex-
periencia del disgusto mantiene aún cierta relación con el
43
L. Irigaray, Speculum. De l'antre femme, Paris, 1974 [trad. cast.:
placer: vomitar comporta un alivio al liberarse de algo repe-
Speculum. Espéculo de la otra mujer, Madrid, Saltés, 1978] y Ce sexe qui lente. ¿Deriva de ello que el logocentrismo es tan potente
nen est pas un set, París, 1977 [trad. cast.: Este sexo que no es uno, Ma- como para recuperar y abrazar incluso el vómito?, ¿no es
drid, Saltés, 1982].
44
L. Irigaray, Ethique de la difference sexuelle, París, 1985.
46 J. Derrida, Economimesís, en AA. VV., Mimesis des articulations,
45
J. Derrida, De la grammatologic, París, 1967 [trad. cast.: De l1i gra-
matología, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971]. París, 1975.

230 231
posible salir de la lógica de la identidad y de la lógica de la utopía blocheana, en el plano de una espiritualidad ideali-
contradicción dialéctica? Para encontrar una respuesta a esta zante. Exigen un sentir perturbador y diferente, enajenante
pregunta parece que fuera necesario pasar de la estética a la y brillante, no reconducible a la quieta armonía de la bella
antropología, es decir, desde una consideración a ·y alma estética; pero aún todo esto no basta, porque perma-
formal del sentir hasta una consideración empírica: es preci- nece en el plano psíquico o fenomenológico. Irigaray y De-
samente en la Antropología donde Kant somete a examen rrida nos describen, en cambio, un sentir inscrito en una
los sentidos humanos, distinguiendo entre sentidos objeti- exterioridad irreducible al espíritu, inscrito en los pliegues
vos (oído, vista, tacto) y sentidos subjetivos (gusto y olfato). del sexo de una 'hlujer o en las cavidades pulmonares, en
Quizá sea en este último sentido donde podamos encontrar una escritura impronunciable o en una prótesis tecnológica,
algo que cause más disgusto que el vómito, algo irrepresen- en una sustancia química o en una ritualidad incomprensi-
table, innombrable, ininteligible, inasimilable, obsceno, ble, esto es, en «cosas que sienten». Ambos hacen, por tan-
algo sobre lo que no pueda ejercitarse la autoridad jerarqui- to, que en el sentimiento de la diferencia se realice cierto
zante del logocentrismo. De hecho -observa Kant- respirar giro fisiológico, sobre cuyas consecuencias y significado de-
implica, a través de los pulmones, una ingestión más pro- beremos preguntarnos. Tal revolución se añade a las otros
funda e intensa que la de comer. Será por tanto el olfato cuatro giros de los que hemos hablado (político, mediático,
aquello que permita una experiencia más disgustante que el escéptico, comunicativo): en realidad, no sólo se añade a
disgusto: tal experiencia es el sentir vicario, suplente, susti- ellos, sino que los transforma en algo que aún desconoce-
tuto del disgusto; es el doble del disgusto. En otras palabras, mos y en lo que algunos productores y productoras de teo-
podemos alcanzar lo diferente no a través de lo opuesto (so rías de las más distintas partes del mundo, normalmente
pena de recaer en la dialéctica), ¡sino a través de la duplica- aislados los unos de los otros, trabajan. Pero aquí mi tarea
ción, la repetición, el simulacro! La máxima oposición no es de historiador ha, casi, acabado.
todavía suficientemente diferente respecto a aquello a lo
que se opone: sólo el simulacro, sólo la repetición de la má-
xima oposición puede alcanzar la diferencia. El esquizo-análisis y los bloques de sensaciones
J __

En este punto se impone una observación con aires,


casi, de conclusión. En los dos últimos pensadores que he- . Los pensadores franceses Gilles Deleuze (1925-1995) y
mos considerado, Irigaray y Derrida, asistimos a un desliza- ·Félix Guattari (1930-1992) son los autores de una vasta
miento desde el ámbito de lo psíquico y fenomenológico al obra. Lapitalis,,°no y esquizoftenia, articulada en dos volúme-
ámbito de lo empíri¿o y fisiológico: lo femenino y lo dis- nes, El anti-Edipo 47 y Mil mesetas48 , que puede ser conside-
gustante (más bien, la diferencia femenina y lo disgustante rada como una summa de todas las perspectivas estéticas del
vicario) son nociones a las que no se puede llegar exclusiva-
mente a través del pensamiento y la actuación; exigen un
pero un sentir que no se quede en el sentimiento
47
G. Deleuze-F. Guattari, Capitalisme es schizophrénie. L'anti-Oedipe,
París, 1972.
kantiano, en el pathos hegeliano, el impulso vital bergsonia- 48
G. Dcleuze-F. Guattari, Mille plateaux. Capítalisme et schizophré-
no, voluntad de arte de Riegl, la intuición croceana, la nie, París, 1980 [trad. cast.: Mil mesetas, Valencia: Pre-Textos, 2000].

232 233
siglo veinte. En el contexto dibujado por la oposición como monumentos a las generaciones futuras. Según De-
fundamental entre la paranoia, ligada a la lógica del capita- leuze y Guattarí, el arte debe ser distinto tanto de la filoso-
lismo y a la afirmación de la identidad, y la esquizofrenia, fía, que se organiza en conceptos, como de la ciencia, que
vinculada al ansia de emancipación y al emerger de la evoluciona a través de functores. No obstante, esos tres di-
multiplicidad, se replantean las cuatro líneas maestras de la ferentes planos, del arte, la filosofía y la ciencia, encuentran
estética: las nociones de vida, forma, conocimiento y acción su conjunción en el cerebro. Por tanto, también ellos, en úl-
se ven sometidas a una profunda revisión. Al mismo timo término, esbozan el giro desde el terreno de lo psíqui-
tiempo, Deleuze y Guattari están involucrados en los cuatro co y lo fenomenoMgico al de lo fisiológico.
giros (político, mediático, escéptico y comunicativo) que
han marcado la trayectoria estética en la segunda mitad del
siglo.
El aspecto más importante de su reflexión hace referen-
cia al sentir, cuya desobjetivación es posteriormente perse-
guida y promovida en todos los ámbitos. No obstante, ésta
no lleva a Deleuze y Guattari a resultado caótico alguno. En
su última obra, ¿Qué es la filosofla? 49 , el problema de la rela-
ción entre el sentir y al arte es puesto en relieve con gran
claridad y perspicacia. Es necesario, sobre todo, distinguir la
dimensión subjetiva y personal del sentir, que se manifiesta
en las percepciones y afectos, de aquella desobjetivada e im-
personal, que se organiza en perceptos y afectos. Éstos últi-
mos exceden tanto al sujeto como al objeto y pueden ser al-
canzados sólo como entidades autónomas y autosuficientes,
que no deben nada a aquellos que las han experimentado:
tales constituyen el devenir-no-humano del ser humano.
Perceptos y afectos abren espacios de indiscernibilidad sen-
sitiva y afectiva entre cosas, bestias y personas, zonas ecua-
toriales o glaciales que se sustraen a la caracterización de gé-
neros, sexos, órdenes y reinos. Las obras de arte cumplen un
papel fundamental en la estabilización y mantenimiento de
este tipo de entidades, que no son sino bloques de sensacio-
nes que desafían la caducidad del vivir y se transmiten

49
G. Deleuze-E Guattari, Qu'est-ce que la philosophie, París, 1991
[trad. cast.: ¿Qué es filosofta?, Barcelona, Anagrama, 1997).

234 235
Bibliografía

J. Bibliografia general sobre la estétictl del siglo veinte

Historias de la estética del siglo veinte. Para el estudio de la pri-


mera mitad del siglo, la mejor obra es la de G. Morpurgo-
Tagliabue, L'esthétique contemporaine. Une enquéte, Milán, 1960,
que, desgraciadamente, no ha sido puesta al día [trad. cast.: La
estética contemporánea. Una investigación, Buenos Aires, Losada,
1971]. Además destacamos: R. Bayer, Histoire de l'Esthétique,
París, 1981 [trad. cast.: Historia de La Estética, México, FCE,
1965); E. Migliorini, L'estetica contemporanea, Florencia, 1980;
G. Marchiano ed., Le grandi correntí dell'estetica novecentesca,
Milán, 1991. Hay partes dedicadas a la estética del siglo veinte
comenidas en obras más generales, entre las que señalamos: AA.
W., Momenti e problaní di storía del!'estetica,, Milán, 1959-61;
M. Dufrenne-D. Formaggio, Tratato di estetica, vol. I Storia,
Milán 1981; S. Givone, Storit1 dell'estetica, Roma-Bari, 1988
(trad. cast.: Historia de la estética, Madrid, Tecnos, 1990). Casi
exclusivamente del siglo veinte se ocupa el segundo volumen de
la obra AA. VV. Historia de las ideas estéticas y de las teorías estéti-
cas contemporáneas, editado por V Bozal, Madrid, Visor-Dis.,
1996. Finalmente, es digno de mención el ensayo de G. Garchia,
La estetica dal 1970 alfa meta degli anni Novanta, en L.
Geymonat, Storia del pensiero jilosofico e scientiflco, vol. IX,
Milán, 1996 [trad. cast.: Historia de la filosofla y de la ciencia,
Barcelona, Crítica, 1998).
Diccionarios de estética. Es útil la consulta de: A. Souriau ed.,
Vocabulaire d'Esthétique, París, 1990 [trad. cast.: Diccionario de

237
estética, Madrid, Akal, 1998]; W. Henckmann-K. Lotter eds. Theodor Lípps: estetica e crítica, Nápoles, 1 y A. Scialpi,
Lexicon der Munich, 1992 [trad. cast.: Diccionario de L'Einfühlungstheorie, en «Rivista di Estetica», 1, 1979. Sobre
estética, Madrid, Cátedra, 1998]; D. Cooper ed., A Companion to Bergson en general: V Jankélévitch, Henri París, 1959;
Acsthrtics, Blackwell, Oxford, 1992. En los diccionarios de filoso- C. Migliaccio, Invito al di , 1994 y A.
fía pueden encontrarse voces relacionadas con la estética del siglo Pessina, Introduzione a Bergson, Roma-Bari, 1 Sobre la estéti-
veinte, como, por ejemplo, J. Ritter ed., Historischcs Worterbuch ca de Bergson. S. Dresden, Les idées esthétiques Bergson, París,
der Philosophie, Basel-Stuttgart, 1971. 1956. Sobre lo cómico en el siglo veinte en general: G. Ferroní, Il
Antologías. Dedicadas exclusivamente al siglo veinte: S. comico nelle teorie contemporanee, Roma 1974. Sobre la estética de
Givone, Estetíche e poetiche del Novecento, Turín, 1973; E. Fubini, Pirandello: C. Vic~htini, L'estetica di Pirandello, Milán, 1985; W.
L'estetica contemporanea, Turín, 1976; L. Rossi, Situazione dell'es- Krysinski, Le paradigme inquiet. Pirandello et le champ de la mo-
tetica in Italia, Turín, 1976; R. Ruschi, Estetica tedesca oggi, dernitá, Montreal, 1989. Para una presentación general del pens-
Milán, 1986. Está dedicado casi por completo al siglo veinte el miento de Simmel, resulta muy útil el ensayo de Mongardini,
segundo volumen de S. Zecchi-E. Franzini, Storia dell'estetiat. Aspetti della sociología di G. Simmel, que sirve como introducción
Antología di testi, Bolonia, 1995. a la colección Il conflitto della cultura Roma 1976. [En
castellano puede leeerse la Introducción de Salvador Mas a G.
Simmel, El individuo y la libertad. Emayos crítica de la Cultura,
2. Bibliografta sobre los problemas y autores tratados Barcelona, Península, 1986; también J. Habermas, Simmel como
intérprete de la época, epílogo G. Simmel, Sobre la aventura.
Se indican obras introductorias, que permiten una visión de Ensayos filosóficos, Barcelona, Península, 1988.] En lo concernien-
conjunto de las cuestiones, las personalidades, los escritos de los te a su estética, se recomiendan los textos introductorios de M.
autores y que contienen una bibliografía básica y especializada, Cacciari a la colección Saggí di estetica, Padua, 1970, y de L.
así como obras específicas sobre la estética de los mismos y sobre Perucchi a la Il volto e il ritratto, Bolonia, 1985; véase, además H.
los problemas por tales autores afrontados. Bohringer-K. Gründer, Aesthetik die
]ahrhundertu1ende. Georg Simmel, Prankfurt, H.
Brernond: M. Martín DuGard, De
La estética de la vida Bremond, París, 1927 y E. Coichot, Henry istorie du
sentiment religieux, Aix en provence, ] 982; es importante el ensa-
Sobre la noción misma de vida: G. Canguilhem, La connais- yo de M. de Certeaux, Una filosofia dell'esperienza
sance de la vie, París, 1971 [trad. cast.: El conocimiento de la sa: Henry Bremond e la «Matafisica dei en Política e
Barcelona, Anagrama, 1976]. Sobre los antecedentes de la «estéti- Milán, 1975. Sobre Unamuno en general: J. Ferrater Mora,
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248 249
Índice de nombres

Adorno, Th. W, 136-141, 143, Bergson, H., 29-31, 33-38, 43,


136-138*, 140. 49, 59, 120, 125, 30,
Agamben, G., 58, 189, 58. 38.
Apel, K.O., 183, 184, 187, 188, Blanchot, M., 224, 226, 227,
183, 184. 226.
Arendt, H., 155. Bloch, 159-164, 172, 175,
Aristóteles, 196. 160, 162, 163.
Arnheim, R., 93-95, 97, 94, 96. Bloom, H., 189-191, 190, 191.
Averincev, S., 77. Brecht, 223.
Bremond, H., 45-47, 45.
Bach, J,. 163. Buchdahl, G., 149.
Bachelard, G., 129-136, 131- Bullough, E., 197.
134.
Bachtin, M. M., 175, 176, 184, Cassirer, E., 106, 125-128, 134,
175. l 35, 148, !07, 125-128.
Bacon, E, 39. Cés ;r, J., 156.
Balrhasar, H. U. von, 96, 97, 97. Cézanne, P., J 42.
Balzac, H. de, 167. Chastel, A., 82.
Barth, 97. Cicerón, 80.
Bataille, G., 224, 227, 225. Cohen, H., 48.
Bateson, G., 55, 55. Confucio, 191.
Baudelaire, Ch., 45, 139, 218, Coomaraswamy, A. 96, 98,
219. 98.
Baudrillard, J., 180, 182, 182. Croce, B., 108-114, 119, 120,
Baumgarten, A., 105, 161. 125, 134, 140, 141, 108-114.
Beethoven, L. van, 163.
Benjamin, W, 14, 217-221, 217, Dante, 161.
218, 220. Dantón, G. J., 161.

* Los números en cursiva remiten a nota en las páginas mencionadas.

251
Da Vinci, L., 50, 51, 95. Habermas, J., 184-188, 184.. Kuki, S., 180, 181, 180. Nussbaum, M. C., 58, 58.
Darwin, Ch., 43. Hartmann, N., 117, 118, 126,
Debord, G., 102. 143, 117. Lacan, J., 229, 229. Ortega y Gasset, J., 48-51, 49, 50.
Deleuze, G., 233-235, 233, Hegel, G. W F., 12, 22, 23, 25, Langer, S., 147, 148, 147.
234. 43, 72, 106, 112, 120, 123, Lautrearnont, conde de, pseudó- E., 79, 94, 79.
Derrida, J., 188, 232, 233, 230, 136, 137, 140, 151, 154, n imo de Isidore Ducasse, Pareyson, L., 227, 228, 227.
231. 159, 162, 164, 176, 188, 133. Parménides, 206.
Descartes, R., 18, 205, 216. 189, 194-196, 198,204, 205, Lessing, G. E., 23. Perniola, M., 194.
Dessoir, M., 197. 224, 23, 72, 97, 139. Lipps, Th., 28. Pirandello, L., 38, 40, 38.
Dewey, J., 155-159, 175, 188, Heidegger, M., 188, 205-214, Ludwig, O., 21. ~; Platón, 81, 118, 205.
155. 217, 218, 228, 231, 206, Lukács, G., 166-172, 175, 176, Plotino, 118.
Diderot, D., 170. 208, 209, 211, 213. 184, 166-168, 171. Poe, E. A., 139.
Dilthey, W, 20, 21, 23-25, 32, Hemholtz, H., 126. Lyotard, J. F., 102, 103, 147, Prinzhorn, H., 76.
33, 35, 42-44, 49, 86, 167, Heráclito, 206, 207. 189, 102-104.
20, 23, 120. Herbart, J. F., 25, 26, 43. Reich, W, 53.
Dostoievski, F., 176. Hertz, H., 126. Mallarmé, S., 45. Rembrandt, H. van Rijn, 41.
Durero, A., 80. Hoffmann, E. T. A., 132. Malraux, A., 177, 179, 180, 180. Reszler, A., 52.
Eco, U., 100. Holderlin, F., 23, 306-208. Mann, Th., 167. Riegl, A., 68-75, 81, 91, 232,
Empédodes, 132. Husserl, E., 114, 115, 125, 130, Marcuse, H., 51-56, 99, 121, 51, 68-70.
Erón de Alejandría, 87. 141, 115. 54. Rilke, R. M., 206.
Marsilio Ficino, 80, 118. Robespierre, M. F. L, 161.
Feyarebend, P. K., 149, 149. Ingarden, R., 116, 116. Marx, K., 52, 160, 172, 188, 52. Rodin, A., 41.
Fink, E., 121. Irigaray, L., 229, 230, 232, 233, McLuhan, E., 101. Rorty, R., 186-J.89, 187.
Fleck, L., 149. 230. McLuhan, M., 99-103, 99, 101. Rubllev, A., 7í'.
Florenskij, P., 76-79, 77, 78. Meister Eckhart, 80.
Focillon, H., 82, 83, 85, 93, 82. Jankélevitch, V., 34. Merleau-Ponty, M., 140-143, San Agustín, 80.
Foucault, 55-58, 55. Jaspers, K., 48-51, 51. 145, 148, 140-143. Santayana, J., 25-29, 35, 43, 29.
Freud, S., 52, 130, 197-205, Jauss, H. R., 144, 144, 145. Michelstadter, C., 221-223, 221. Sartre, J. P., 177-180, 184, 177,
214, 218, 224, 231, 52, 199, Jung., C. G., 129, 130, 134, 137, Miguel Angel Bounaroti, 41, 80. 178.
201-203. 129, 130. Mil!, J. S., 188. Savonarola, G., 90.
Mitchell, S., 223. Schelling, F. W J., 203, 69.
Gadamer, H. G., 120-125, 130, Kant, I., 12, 13, 19, 22, 23, 25, Mozart, W A., 163. Schiller, F., 51, 121.
135, 144, 145, 120, 121, 27, 31, 34-39, 42, 51, 53, 56, Mukarovsky,J., 173, 174, 173. Schleiermacher, F. D. E., 105.
123, 124. 59,63, 78, 102, 106, 115, 120, Schopenhauer,, A., 41-43, 115.
Galilei, G., 18. 121, 139, 189, 194-198, 205, Napoleón Bonaparte, 156. Semper, G., 21.
Goethe, J. W, 23, 50, 162, 167. 217, 231, 232, 22, 34, 67, 105. Nebel, G., 97. Sertoli, G., 132.
Gombrich, E. H., 94. Kierkegaard, S., 48, 97. Nietzsche, F., 40-42, 56, 137, Simmel, G., 41-45, 49, 120, 42-
Goodmann, N., 148, 148. Kleist, H. von, 128. 152, 188,204,205,227. 44.
Gracián y Morales, B., 93. Klossowski, P., 224, 226, 227, Nishida, K., 76, 76. Sklovskij, V., 221, 223, 223, 224.
Gramsci, A., 163-166, 172, 175, 226, 227. Norbert, E., 90-93, 91, 93.
rl6, 179, 186, 163. Kubler, G., 85, 86, 88-90, 93, Novalis, pseudónimo de F. von Tolstoi, L., 153, 154, 157, 163,
Guattari, F., 233-235, 233. 85. Hardenberg, 23, 132. 173, 176, 153.

252 253
Tomás de Aquino, 88. Wittgenstein, L., 214-218, 224,
214-217.
Unamuno, M. de, 45-48, 47. Wolffiin, H., 64, 68, 70, 74, 75,
Valéry, P, 45. 81, 99, 64-66.
Vattimo, G., 144- 46, 189, 145 Wollhcim, R., 190, 191, 191.
Vischer, F. Th., 126. Worringer, W, 72-75, 81, 91,
218, 72-74.
Wagner, R., 21, 152, 153, 163,
206. Zola, E., 21.

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