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El peso decisivo de la educación

Me centré en la actividad formadora que existe en las ¨ acusaciones antiguas¨ donde


Sócrates es acusado injustamente para mi noción de educación.

En las ¨acusaciones antiguas¨ surge una forma de educación porque en los rumores
extendidos ya por mucho tiempo que han forjado mala fama a Sócrates, los cuales son
presentados como la base de la acusación actual. Se refleja cómo los acusadores actuales y
los acusadores antiguos han mentido y difamado. Y aunque aquéllos sean ¨temibles¨, los
antiguos son ¨más temibles ¨ y por lo tanto provocan un mayor miedo a Sócrates.

¨Han surgido ante vosotros muchos acusadores míos, sin decir verdad alguna, a quienes
temo yo más que a Ánito y los suyos, aun siendo también estos temibles. Pero lo son más,
atenienses, los que tomándoos a muchos de vosotros desde niños¨1

Sócrates expresa que las acusaciones realizadas por Ánito y Meleto son las menos temibles
porque nunca fueron formalizadas, sino que se difundieron a través del rumor y cuyo único
representante visible es Aristófanes, es a las que Sócrates más teme.

¿Por qué las acusaciones de Aristófanes son las más temibles? Aparece en ellas bajo la
forma de un sofista y un investigador de la naturaleza, imágenes que ayudaban a consolidar
la acusación de impiedad.

¿El temor de donde proviene? El hecho de que, al ser muy antiguo, este retrato influyó en
los jueces desde jóvenes ¨Las antiguas acusaciones¨ fueron dichas en su niñez y juventud
que terminó por volverse la representación usual de Sócrates a la que atendían al pensar en
él.

Insiste nuestro filósofo que es una acusación alimentada desde antiguo.

¨ ¿Habrá tiempo suficiente para defenderse en el breve espacio que ofrece el proceso, y
remover una animadversión, no sólo presente, sino cultivada desde muy atrás? ¨2

1 Platón. Apología de Sócrates. P.18a


2 Ibídem. P.19

[1]
Sócrates sabe que es difícil, por no decir imposible. Sin embargo, debe obedecer la ley y
hacer su defensa. Consciente de sus obligaciones para con la pólis, su única preocupación
será hacerse entender, y que comprendan que ha sido un benefactor de la ciudad,
preocupado no sólo de ser él más justo, sino también de hacer más justos a los ciudadanos,
y trabajar, así por una ciudad mejor.

Los acusadores son astutos, aprovechadores de la desprotección y la ausencia del acusado,


lo que no es casual. Tratando de persuadir engañosamente, deben engañar hasta el punto en
que los persuadidos se persuadan de que ¨ellos mismos¨ piensan lo que se les dice.

¿Cómo persuaden engañosamente estos acusadores? Lo que pretenden es substituir el logos


de la pólis por el suyo por el suyo ¨particular¨ y hacer pasar a éste por aquél. La pólis se
mantiene en una confusión en la cual no se sabe, pero se cree saber siempre qué es lo justo,
y así es posible inducir ¨opiniones¨ en los ciudadanos.

Los acusadores antiguos obviamente no son maestros profesionales, sino que están
cumpliendo la función política – educativa

¨Cada uno de éstos, atenienses, yendo de una ciudad a otra, persuaden a los jóvenes, a
quienes les es posible recibir lecciones gratuitamente del que quieran de sus ciudadanos¨3

Se comprueban las caras lecciones de los sofistas con la formación que los jóvenes pueden
obtener gratuitamente del trato con sus ciudadanos. Y sin embargo ellos en vez de educar
han tratado de inculcar ciertas cosas falsas, y pretender como que cumplían aquella función,
no han contribuido a que se libere y despliegue la verdad política, sino que, por lo
contrario, su decir ha sido calumnias y mentiras anónimas que acusan, no tanto de ser algo,
si no de como ¨debe ser¨.

¿Cuál es el origen de las antiguas acusaciones? Se encuentra en los odios cosechados por
Sócrates al indagar a poetas, artesanos y políticos y hacerles notar su ignorancia respecto de
las cosas de las que creían ser conocedores. La envidia y los recelos son, pues, para
Sócrates, los principales móviles de la denuncia. Anito y Meleto no serían otra cosa que los
representantes de todos aquellos grupos a los que Sócrates ridiculizó mostrándoles sus
incapacidades, y sus acusaciones sólo la formalización de aquellas otras.

3 Platón. Apología de Sócrates. P.19e

[2]
Pareciera, si atendemos a esta descripción que Sócrates hace del caso, que la relevancia de
elementos políticos que pudieran haber impulsado los cargos es mínima. De allí que la
defensa que presenta se oriente en el caso de las antiguas acusaciones a elaborar una
justificación religiosa y moral de su obrar y no se haga referencia alguna a los posibles
móviles políticos de la acusación. Pero este silencio se revela en realidad como la verdad
del proceso, pues la ausencia de lo político es lo que llevó a Sócrates frente al tribunal, pero
no ya lo político en tanto “lucha de partidos”, sino lo político en tanto visión del mundo.
Los griegos se vinculaban esencialmente con la pólis, Sócrates abandona esta característica
y deja por ello de ser griego, de allí que su destino sólo pudiera decidirse entre el destierro
o la muerte.

Sócrates nadando a contracorriente, ganándose desde antiguo la enemistad de los que se


creen sabios (la mayoría), nos advertirá, no triunfará la más que cuestionable acusación
vertida sobre él, sino, más bien, lo que aquella acusación encubre, la calumnia y la envidia
de muchos. ¨Es lo que ya ha condenado a otros muchos hombres buenos y seguirá
condenando. No hay que esperar que se detenga en mi¨

Lo que yo consideraría como el resultado de la condena es que lleva a la consecuencia de


una larga vida dedicada a poner entredicho a los miembros de la ciudad, que componen el
tribunal que lo juzga. Al no poder recusar a aquellos a quienes han interrogado o molestado
y a quienes, con insistencia, ha demandado un comportamiento no deseado por ellos
mismos, Sócrates ha sido colocado en un callejón sin salida. No obstante, ha evitado caer
en las trampas (la fuga o el silencio) que hubieran destruido la obra de toda su vida; y, con
una magistral dignidad, ha asumido un rol que se transforma en uno de los más notables
testimonios de la insolvencia moral que subyace al poder leal de la injusticia.

Por ello, sus últimas palabras, aquellas con las que se despide de sus amigos, están cargadas
de sentido: al rogar que velen por la recta de la educación de sus hijos, que los instruyan en
el amor a la virtud, y no al dinero o los honores. ¿No nos estará dejando su última y primera
voluntad, una vez más nadando contracorriente, y en claro contraste con lo que en su
tiempo más se cotizaba, a saber, aquella educación que estaba en manos de sofistas y
maestros de retórica, y que prometía la felicidad, el éxito social y político, tan sólo
blandiendo astuta y diestramente la espada de las palabras?

[3]
Bibliografía:

Platón: Apología de Sócrates. Gredos, España. 1985

[4]

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