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C a pítu lo III

F lorecim iento de la Ciencia eclesiástica

325. En el ambiente general de apogeo de la Iglesia no es


de .sorprender brillara de nn modo especial la ciencia eclesiás­
tica. Así, pues, por una parte asistimos en el siglo xii al des­
arrollóle los granae:T centros de cultura.' las escuelas^monaca­
les v catedralicias, que se transforman en Estudios Generales o
^Universidades : "v pór oEP¿U Vbmo's cómo van apareciendo las
grandes síntesis y grandes figuras que caracterizan la presco-
lástica del siglo xii y el apogeo escolástico del siglo xm . Com­
plemento de ello es el primer desarrollo de la ascética y mística.

I. Las Universidades medievales *)


Uno de los puntos donde mejor se muestra el florecimiento
general de los siglos xii y x m y sus notas características es en
el modo rápido como se desarrollaron los grandes centros de cul­
tura. Por esto merece la pena que los estudiemos brevemente.
a) Centros de instrucción hasta el siglo X III.Hasta el
siglo xm , apenas existían otros centros de instrucción cientí­
fica que las escuelas monacales y catedralicias. En efecto, en
torno de los más célebres monasterios solían reunirse algunos
discípulos. El objeto de estas escuelas era educar a los monjes
mismos, a los futuros doctores. Algo parecido sucedía en los
Capítulos catedralicios, donde se educaban algunos hijos de

‘ ) D e n tfle , H., Die Entstehung der Universitäten des Mittelalters bis 1400.
1885. D ’ I r s a y , S t ., Histoire des Universités françaises et étrangères. 2 vol. P.
1933-1935. Además: Statutes of the Colleges of Oxford, with royal patents of foun­
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M a la gola , N a r d i , O r io l i ..., Chartularium Studii Bononiensis. Imola. 6 vol. 1907 s.
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l i x -E c k a r t , Geschichte der deutschen Universitäten. 1930. A ig r a in , R ., His­
toire des Universités. P. 1949.
332 Edad Media. Período II (1073-1303)

nobles, destinados a las prebendas de las mismas catedrales.


Una escuela catedralicia recibía el título de Scholasteria m aior.
El director se llamaba m a g ister scholarum o sch ola sticu s.
E ntre las escuelas anteriores a las U niversidades son dignas de
especial m ención : 1. E ntre las escuelas catedralicias: la de A n gers ,
restaurada en el s ig lo x i por los discíp u los de F u lberto de Chartres,
y frecuentada sobre todo p or los norm andos, bretones e ingleses ;
Arranches-, ilustrada en el s ig lo x i i ç o r S. A n selm o ; Besançon, qu e
floreció de un m odo especial en el s ig lo x n ; Chalons, d irigid a p o r
G uillerm o de Champeaux a prin cipios del s ig lo x n ; Chartres, una
de las m ás célebres en la prim era m itad del s ig lo x n , ilustrada p o r
Juan de Salisbury ; Laon, d irigid a y a en el s ig lo x i p or S. Anselm o
de L aon ; M ontpeller, m u y reputada en la M e d ic in a ; Poitiers, cono­
cida por Guillermo de Poitiers, e H ilario, m aestro de Gilberto de la
Porrée. 2. E ntre las escuelas monacales: Aurillac, donde estudió el
m on je Gerberto, que se llam ó lu ego Silvestre II ; Cluny, que alcanz6
gran prosperidad en tiem po de Pedro el V enerable ; Bec, que flo re ció
b a jo la dirección de Landfraneo.

326. b) Fundación de las Universidades. El ansia de ins­


trucción no sólo hizo ensanchar el campo entre el pueblo dando
comienzo a las escuelas parroquiales, sino más aún, entre la
gente mejor dispuesta y en las materias de alta especulación.
A esto ayudó, según parece, el contacto con el Oriente en las
Cruzadas. El resultado fué la fundación de centros superiores
de carácter universal, donde se enseñaba Teología, Derecho, etc.
Llamáronse Studium generale, nemporqué se enseñara de todo,
sino porque “estaban abiertos a todos. Más tarde se losTÜamo
Universidades.
El «estudio general» más antiguo de Europa es el de Salerno
def siglo xi ; sin embargo, .por su carácter restringido aiaM ed i-
cina, no se le suele contar entre las Universidades.
El verdadero desarrollo de las Universidades tuvo lugar
desde fines del siglo xn. París, Bolonia y Oxford, a finea del
siglo xn ; Módena, Montpeller, Cambridge, hacia 1200; Vicenza,
en 1204 ; Palencia, hacia 1212 ; Padua, en 1222 ; Salamanca, en
1220 ; Curia Romana, en 1244. Estas Universidades no se fun­
daron con un esquema uniforme. En unos casos se desarrollaron
de las escuelas catedralicias, monacales o parroquiales ; en otros,
fueron creaciones independientes. De todas, empero, se puede
afirmar que nacieron y se desarrollaron estrechamente unidas
con la Iglesia. .
327. c) Universidad de Paris 2). Una de las más antiguas, y
como modelo de otras muchas, es la Universidad de París. Su origen *)

*) F e r e t ; La. Faculté de théologie de Paris. Moyen Âge. 4 vol. P. 1884-1897.


F o u r n ie r , M., Les statuts et privilèges des universités françaises. 4 vol. P. 1890­
1894. B o u n e r o t , J., La Sorbonne, sa vie, son rôle, ses oeuvres. P. 1927.
Las Universidades medievales 333

fué la escuela catedralicia de N otre Dam e, y a m u y desarrollada. A l


lado de esta escuela existían ya en el s ig lo x n centros de estudios
superiores, com o la fundación de los can ón igos de San V íctor, donde
enseñaron H u g o y R icardo de San V íctor, y la escuela de Santa Ge­
noveva, donde enseñó A belardo.

En, sus principios la Universidad de París entera estaba en manos de


sacerdotes seculares ; pero al poco tiempo comenzó a gozar de gran con­
curso de diversas órdenes religiosas, a lo cual contribuyeron los privile­
gios pontificios y reales que fué adquiriendo. Así. por ejemplo, que nadie
sin especial potestad o aprobación pontificia podía excomulgar a ninguno
de sus miembros ; los estudiantes no estaban sujetos a los tribunales ci­
viles, sino solamente a los eclesiásticos. Con todo esto la Universidad se
convirtió en una institución fuerte, que trataba con el rey, el Parlamento
y el obispo com o un poder independiente. Se concibe también fácilmente
el interés con que procuraba ir aumentando sus privilegios.

Un paso adelante lo constitu ye la organización de las corporacio­


nes dentro de la U niversidad. La prim era se form ó hacia 1200, y fué
el «consortium m agistrorum ». Esta se su b d ivid ió m ás tarde por dis­
ciplinas : T eología , Derecho C anónico, Derecho C ivil, M edicina, F i­
losofía. L a F ilosofía y la T eología fueron el d istin tivo de la U niversi­
dad de París. L a corporación de todos los discípulos y profesores, la
Universitas propiam ente tal, aparece por vez prim era en 1221. F or­
m óse con el fin de defender m ejor los intereses com unes 'delante de
las autoridades civiles y eclesiásticas.
Otra novedad m u y im portante fué el efecto del aum ento de los
escolares. E ntonces se sin tió la necesidad de subdividirse en colegios
por regiones o naciones. Y a en el s ig lo x m se form aron los colegios
de los G allicani, Picardi, A n g li, A lem ani. E ntre los G allicani se con­
taban los españoles y los italianos. D entro de cada colegio existía una
jerarquía com pleta. En los colegios vivían tam bién los profesores de
la nación respectiva.
Del desarrollo interno de los estudios da una idea lo que luego
direm os sobre la escolástica. Una organ ización parecida a la de París
tuvieron otras U niversidades.
*

328. d) Otras Universidades in signes. 1. B o l o n i a 3). Después de


la de París, fué la más im portante, si bien su fam a se circunscribía al
Derecho. L a base fué la escuela antigua de D e r e ch o ; pero, com o
la U niversidad de París, debió su progreso a los privilegios obtenidos.
En B olonia obtuvieron tam bién gran im portancia las corporacio­
nes o Colegios. H acia 1250 existían las dos agrupaciones «Universitas
U ltram ontanorum » y «Universitas C itram ontanorum ». L o que más
atraía a los extranjeros era el título de doctor de Bolonia, m u y apre­
ciado en todas partes.
2. O xford y C ambridge 4). T u vieron su origen m u y poco des­
pués de las anteriores, y pronto alcanzaron gran esplendor. Su m odelo
fué París. Son dignas de especial estudio, pues en ellas se han con­
servado los fam osos colegios, que entonces o después se fundaron.
Estos colegios son una de las notas más típicas de las Universidades
antiguas. Su ob jeto era, en prim er térm ino, dar alojam iento a los m u­
chos estudiantes pobres. Para esto se reunían en ellos fundaciones o
becas. T ip o de estos colegios fué el de la Sorbona de París, fundado *)

*) C o p p i , Le Università italiane nel Medio Evo. 2.a ed. Florencia 1886.


*) M a l l e t , Ch . E., History of the Univ. Oxford. 2 voi. L- 1927.
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por R oberto de Sorbonne. Un gru p o especial de colegios lo formaban


las casas de estudio de los religiosos que acudían tam bién a la U ni­
versidad.
329. e) Universidades españolas más antiguas s). Por lo que se
refiere a las U niversidades españolas, indicarem os las m ás im portan­
tes por su antigüedad o por su desarrollo. Desde lu ego, consta que en
los reinos cristianos de la Península existían m uchas escuelas cate­
dralicias b episcopales y m onacales. A sí consta de S egovia, Sevilla,
T oled o, Tarragona, Gerona, O viedo, L eón , etc.
1. Palencia. Sobre la antigua escuela catedralicia, A lfon so V III
erigió en 1212 un estudio general. R o d rig o Jiménez de Rada, en su
crónica, atestigua que el R ey trajo para ello buenos m aestros de Fran­
cia y de Italia y les d ió buenos sueldos. S in em bargo, esta U niver­
sidad no prosperó.
2. S a l a m a n c a 6). En cambio, prosperó mucho la de Sala­
manca, organizada por Alfonso IX hacia 1220, según parece,
sobre la escuela catedralicia y varias monacales. En un prin­
cipio se pusieron maestros de Teología, pero poco después co­
menzó a distinguirse también en Derecho Canónico. A mediados
del siglo xiii había prosperado tanto, que podía compararse con
París y Bolonia.
En 1254 Alejandro IV le confirmó todos los privilegios rea­
les y la declaró uno de los cuatro estudios generales del mundo.
A Ifonso X , el Sabio, contribuyó a sU gloria concediéndole nuevos
privilegios, fundando becas y creando nuevas cátedras.
3. V alladolid . La tercera U niversidad española fué la de V a­
lladolid. S u fu n dación tu vo lu gar a m ediados del s ig lo x m y se debió
al m u n icipio. Su desenvolvim iento ulterior fué m u ch o más m odesto
que el de Salam anca.
4. V alencia. Consta asim ism o que en 1246 la ciudad de V alencia
poseía un estudio g en era l; pero faltan noticias sobre su desarrollo.
Se ha probado, con todo, que in tervin o eficazm ente S. V icente Ferrer.

II. La Escolástica y sus principales representantes 7)


330. En íntima relación con el desarrollo de las Universi­
dades medievales está el florecimiento de la Escolástica en los
•) Gm Z á r a t e , La Instrucción pública en España. 3 vol. M. 1885. L a F u e n ­
te, V ., Historia de las Universidades y demás establecimientos de enseñanza en
España. 4 vol. M. 1884-1889. ío., Historia de la Instrucción pública en España
y Portugal... En Rev. Univ. M., I (1873), 189 s. R i b e i r o , J. S., História dos esta­
blecimientos .litterarios e artísticos da Portugal. Lisboa 1871. B r a g a , Th., Histó­
ria da Universidade de Coimbra nas suas relaçôes con a instrucçâo publica portu-
gueza. Lisboa 1892.
*) E s p e r a b é A r t e a g a . E., Historia pragmática e interna de la Universi­
dad de Salamanca. 2 vol. Salamanca 1914. Sa n M a r t ín , J ., La antigua Univer­
sidad de Palencia. M. 1942. T e ix t d o r , J . F r ., San Vicente Ferrer, promotor del
antiguo estudio general de Valencia. M. 1945.
r) H u r ter , H ., Nomenclátor literarius theologiae catholicae, II. 2 .* )* ed.
(1109-1563). 1906. ü b e r w e g -G e y e r , vol. II. 1928. Asimismo: P ic a v e t , Esquisse
d'une histoire générale et comparée des phisolophies médiévales. 2.* ed. P. 1907.
La Escolástica y sus principales representantes 385

siglos x ii y x i i i , que forma el punto culminante de la cultura


cristiana de este período.

a) Precursores de la Escolástica: Preescolástica. El direc­


tor de estudios en las escuelas catedralicias era llamado scho-
lasticus. A l iniciarse, pues, los «estudios generales», se aplicó
la palabra a la profesión misma de los estudios científicos y
a las ciencias por antonomasia de aquel tiempo, la Teología
y la Filosofía. Por esto, desde entonces se llamó Escolástica a
esta clase de estudios.
E n ellos podem os distin guir varios rasgos característicos. E n pri­
mer lugar, buscan en la F ilosofía las pruebas o explicacion es del
dogm a católico. E n esto se diferencian del sistem a seguido hasta en­
tonces, que consistía en aducir com o pruebas del dogm a los textos
de la Sagrada E scritura y de la T radición . L os escolásticos pasan
más adelante y procuran ex p lica r en lo posible las verdades revela­
das. P or tanto, la F ilosofía y la T e o lo g ía iban estrecham ente unidas.
De aquí se deduce el segun do rasgo característico, es decir, el aco­
m odar a las cuestiones filosóficas y teológicas cristianas alguno de
los grandes sistem as filosóficos, sobre to d o el platonism o y aristo­
telism o, de donde se seguirán las diversas tendencias de las escuelas
católicas. Finalm ente, puede notarse un tercer rasgo, que es la im por­
tancia dada a la dialéctica, que form ó un len guaje especial más con­
ciso y aprem iante y m enos expu esto a divagaciones y discursos.

En el desarrollo medieval de la Escolástica podemos distin­


guir dos períodos: el primero lo forman los siglos x i y x i i , que
son como los precursores de la Escolástica propiamente tal:
la Preescolástica. El segundo, que llena todo el siglo x i i i , cons­
tituye el apogeo de la Escolástica. Por lo que al primero se
refiere notaremos únicamente los escritores y las tendencias
más importantes.
1 . S. A n s e l m o (+ 1109) *8). S. Anselmo de Canto rbery,
considerado generalmente como el primer escolástico, nació en
Aosta del Piamonte ; pero más tarde estudió en Le Bec bajo el

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Cantuariensis archiep. opéra omnia. 3 vol. Edimburgo 1944-1946.
336 Edad Media. Período II (1073-1303)

magisterio de Landfranco, a quien siguió en la dirección de esta


escuela, que él mantuvo en gran esplendor hasta que fué ele­
vado a la sede de Cantorbery. En sus escritos se caracteriza por
el equilibrio de sus facultades. Partiendo del principio de que
la razón debe estar de acuerdo con la fe, inició el método típico
de la Escolástica, llamando a la Filosofía en su auxilio para
explicar las verdades reveladas.
Entre sus obras son dignas de m ención : el d iá log o «D e ven tate»,
es decir, D ios com o suprem a verdad, y «D e libero arbitrio», ambas
de carácter m ás bien filosófico. E n el cam po te o ló g ico com puso el
«M on ologiu m seu exem plu m m editandi de ratione tidei», verdadero
tratado racional sobre D ios y sobre el m odo de razonar la fe. A esta
obra añadió a m odo de com plem en to el «P roslogiu m seu fides quaerens
intellectu m », en que trata de ex p lica r las verdades de la fe. En esta
obra se halla el célebre argum ento de la existen cia de D ios a priori
(prueba on tològ ica ). T am bién escribió sobre la T rinidad y sobre la
R edención.

2 . P e d r o A b e l a r d o (f 1142). Estudió en la escuela cate­


dralicia de París bajo el magisterio de Guillermo de Champeaux,
que gozaba ya de gran renombre. Desde 1113 fué él mismo pro­
fesor en la escuela de Santa Genoveva, y luego en una escuela
particular, y a través de una vida agitadísiraa manifestó un
talento extraordinario, acompañado de un éxito sorprendente.
Una de sus obras más insignes es la titulada «Sic et non», donde
discute sentencias de la Escritura aparentemente contradicto­
rias y trata de armonizarlas. Más célebres todavía fueron los
tratados «De unitate et Trinitate», «Introductio ad Theologiam»
y «Theologia christiana», pues las ideas heterodoxas que en ellas
exponía dieron origen a interminables discusiones, en que Abe­
lardo manifestó su carácter intemperante y poco sincero. Fué
célebre, sobre todo, su discusión con S. Bernardo, el cual pro­
curó fueran condenadas diecisiete proposiciones de Abelardo en
un sínodo de Sens de 1140, condenación confirmada luego por
Inocencio II. Abelardo se reconoció y murió reconciliado con
la Iglesia.
Con el in flu jo que ejercieron S. A n selm o y A belardo y otros hom ­
bres de gran autoridad, se fu é fija n d o cada vez m ás el m étodo de la
dialéctica escolástica. Con esto se m arcaron m ás diversas tendencias,
que aparecieron principalm ente en F rancia en torn o a la gran cues­
tión de los universales. E n efecto, m ientras los partidarios de la es­
cuela platónicoagu stiniana defendían la teoría de las ideas universa­
les «a parte rei» (realistas), otros, en cam bio, se fueron al extrem o
opuesto defendiendo que tales conceptos universales eran m eros pro­
ductos del entendim iento sin fundam ento en la realidad (nom inalis­
tas, conceptualistas). P oco a p oco se fué form ando una teoría media,
representada por los m ejores escritores escolásticos, que, basados en
A ristóteles, concedían un fundam ento en las cosas, de las cuales abs­
La Escolástica y sus principales representantes 337

trae el entendim iento el con cepto universal. N otem os algunos nom ­


bres ilustres :
3. Bruno de Segni ("f* 1123) y Odón de Cambrai, en sus diversos
escritos sobre la T rin idad y el pecado origin a l defendieron las m ism as
ideas y prin cipios de S . A nselm o- Roscelin de Compiégne ( f 1123),
fu n d a d or o al m enos prin cipal sostenedor del nom inalism o, era hom ­
bre de talento, pero de un carácter m ordaz con sus adversarios. Su
teoría nom inalista fu é atacada prin cipalm en te p or S. A n selm o y al
fin tu vo que retractarse en un sín odo de S oissons en 1092. Su princi­
pa l contrincante fué Guillermo de Champeaux ( f l l 2 1 ) , quien había
sido discíp u lo su y o y de A n selm o de L aon , pero bien pronto m ani­
festó las tendencias realistas que lu eg o lo distin guieron . Se hizo cé­
lebre com o profesor en la escuela catedralicia de París y com o fun­
d a dor de los C an ónigos regulares y Escuela de San Víctor 9) . Frente
a las tendencias nom inalistas y a las in novaciones de A belardo, enseñó
esta escuela una doctrina de carácter m ás conservador, basada prin ­
cipalm en te en S. A g u stín . A dem ás de G u illerm o de C ham peaux,
sobresalieron en ella Hugo ( f 1141) y Ricardo de San Víctor (j-1173),
a m ediados del s ig lo x n . H u g o fué qu ien in trod u jo la doctrina sobre
la Iglesia en el cuerpo de la doctrina de la T eología . Su influencia fué
bien patente, ya que, m ás de un s ig lo más tarde, las expresiones
sobre las relaciones entre la Iglesia y el E stado, de la bula «Unam
san ctam », están tom adas de él. Sus obras m ás insignes son : el «D i-
dascalion », que es una especie de M etod ología para las ciencias, y
«D e Sacram entis christianae fid ei», que es una e x p o sició n de toda
la T eología .
4. Más caracterizados todavía por sus tendencias platónicas son :
e l inglés Abelard de Bath ( f 1150), hom bre de gran erudición, versado
particularm ente en las ciencias naturales ; y , sobre todo, los repre­
sentantes de la célebre Escuela de Chartres. Precisam ente por la sig ­
n ificación de los hom bres que en ella enseñaron, adquirió esta escuela,
en el s ig lo x n , una im portancia com parable con la de París. Son
d ig n o s de m e n c ió n : Bernardo de Chartres ( f l l 2 4 ? ) y su discípulo
Guillermo de Conches ( t l ! 4 5 ) , que se dedicaron m ás bien a estudios
gram aticales y a las ciencias naturales, y Gilberto de la Porrée ( =Porre~
tanus, f 1164), uno de los hom bres m ás ilustres de esta escuela, de
la que fué canciller, en 1141 profesor de París, y en 1142-1154 obispo
d e Poitiers. E ntre las obras que escribió pueden citarse : «Com entario
a los opú scu los teológicos de B oecio», «D e s e x prin cipiis» (las seis
últim as categorías de A ristóteles). E sta últim a fué tom ada después
co m o libro de te x to en la U niversidad de París. Juan de Salisbury
( f 1180), nacido en Inglaterra, recib ió toda su in strucción en E uropa
■e ilustró a la E scuela de Chártres, de donde fué obisp o en 1176-1180.
S us escritos tienen especial im portancia, porqu e nos dan una idea
y cierta crítica de las principales corrientes id eológica s de su tiem po.
D ign o de especial m en ción es todavía Alanus áb Insulis (de L ille,
-f 1203), apellidado «doctor un iversalis», quien escribió, entre otras
cosas, «D e fide catholica contra haereticos», verdadera apología de la
doctrina católica contra las herejías de su tiem po, y las «R egulae
o M axim ae T h eolog iae». '

5. La sistematización de la Escolástica tomó desde media­


dos del siglo x ii la forma de libri sententiarum o sumas. Ya Abe-
•) M ig n o n , A., I*es origines de la Scolastique et Hug. de S. V. 2 vol. P. 1895.
KiRGERSTEirr, J , Die Gotteslehre des Hugo yon S. V. 1897.
338 Edad Media. Período II (1073-1303)

lardo y Hugo de San Víctor tomaron la iniciativa de este género


de obras, y de hecho ejercieron gran influjo en los que les
siguieron. Pero el que con más éxito realizó el nuevo sistema
fué Pedro Lombardo (f 1160) con su «Libri quattuor senten-
tiarum». Nació en Lunello (Lombardía) y recibió su educación
en Bolonia y en la Escuela de San Víctor de París. Fué luego
profesor de la Escuela catedralicia y obispo de París. En 1140
escribió un comentario a las epístolas de S. Pablo, al que siguió
otro a los salmos ; pero su gloria principal le vino de la obra
citada, compuesta en 1150-1152, en la que da un resumen de
toda la Teología, que, aunque imperfecto, fué durante varios
siglos la base de las explicaciones teológicas.
Al lado de Pedro Lom bardo deben ser citados com o autores de sumas
parecidas a la suya : Roberto de Melun ( f 1167), autor de una célebre
Suma teológica. Por otra parte, manifiesta gran independencia de crite­
rio. Pedro Pictavlense (de Poitiers, + 1215), profesor desde 1169 en la
Escuela catedralicia de París, com puso unos comentarios a la obra sobre
los salmos de Pedro Lom bardo, y sobre todo su «Sententiarum libri quin­
qué». Del m ism o m odo desarrollaron gran actividad en el cam po teológico :
Simón de Toitmai (+ 1219), con sus «Institutiones in saeram paginam» y
«Quaestiones» ; Prevostin de Cremona, com o profesor de París y autor
de «Quaestiones», etc. ; Pedro Comestor ( f 1178-79), con su célebre «His­
toria scholastica», y Pedro Cantor ( f ll9 6 ) , con su «Summa de Sacramentis
et animae consiliis» y otras varias.

331. b) Influjo de las traducciones y escritos árabes 10).


Por este mismo tiempo se realizó un hecho que ejerció extra­
ordinario influjo: la traducción de multitud de escritos árabes
en la península Ibérica, de los cuales unos eran a su vez tra­
ducciones de obras griegas, otros obras originales. Por este
medio fueron conocidas diversas obras filosóficas de Aristóte­
les y de otros autores insignes.
El principio de esta actividad lo dio la conquista de Toledo
en 1085. En efecto, los árabes habían juntado una erudición
inmensa, que por entonces tenía su asiento en España. Habían
tomado de los griegos, asirios y persas muchas de sus ideas y
se habían apropiado muchas de sus obras clásicas. Conocedores,
,0) G r a b m a n n , M., Forschungen über die lateinischen Aristotelesüberset­
zungen des 13. J. 1916. H o r t e n , Averroes. 1920. A s ín P a l a c io s , M., El justo
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V ., La première entrée cVAverroes chez les Latins. En Rev. Sc. phil. théol., 22 (1933),
193 s. A l o n s o . M., Alvaro de Toledo. Comentario al «De substantia orbis» de
Averroes, M. 1941. A sín P a l a c io s , M., Huellas del Islam. M. 1942. ío ., Tratado
de Avempace sobre la unión del intelecto con el hombre. En Al-Andalus, 7 (1942),
1 y s. I d ., La Carta de Adiós, de Avempace. íb ., 8 (1943), 1 ys. M u c k le , J. T.
The treatise De anima oí Dominicus Gundisalvus. En Medieval Stud., 2 (1940),
23-903. A l o n s o , M., Dom. Gundisalvo y el De Causis primis et secundis. En Est.
Ecl., 21 (1946), 318 s. Í d .. Traducciones del arcediano Dom. Gundisalvo. En
Al-And., 12 (1947), 295 s. ío ., Teología de Averroes. Estudios y documentos.
M. 1947. G a u t h ie r , L-, Ibis Rochd (Averroes). En «Les grands philosophes».
P. 1948.
La Escolástica y sus principales representantes 339

pues, de estos tesoros los cristianos españoles que vivían en


contacto con los árabes, comenzaron a traducir al latín las
mejores obras de Medicina, y en particular las principales
obras de Aristóteles, de quien se conocía en Occidente muy
poco. A esto se añadió la traducción de algunos comentarios
árabes del mismo Aristóteles. Más aún, se siguió traduciendo
otros escritos árabes originales, como los del médico Avicenna,
muerto en 1037 ; su discípulo Algazel y, sobre todo, de Averroes,
nacido en Córdoba en 1126, y de los judíos Avicebrón y Mai-
mónides. Asimismo el comentario de Aristóteles de Issak Fa­
rabi y de Ibn Tufail.
Todo este trabajo de traducción lo dirigió la célebre Es­
cuela de traductores de Toledo, cuya alma fué Raimundo, arz­
obispo de esta ciudad. Entre los traductores se distinguieron :
Domingo Gundisalvo, el converso judío Juan Hispano y Ge­
rardo de Cremona, todos ellos muy estudiados hoy día. Tal
cúmulo de traducciones del árabe trajeron de golpe un mundo
nuevo de ideas en los centros estudiosos de Europa.
Las ciencias naturales o experimentales recibieron un nota­
ble aumento. Por esto ya el mismo Domingo Gundisalvo com­
puso una obra, que pretendía ser una nueva fase de la filosofía.
L os problem as que todo esto suscitaba no eran fáciles. Por una
parte, era d ifícil la arm onía entre los conocim ientos cristianos y los
nuevos prin cipios filosóficos. P or otra, las obras nuevas de A ristó­
teles descubrían un sistem a com pleto de F ilosofía, que fascinaba a
las inteligencias. Pero el p elig ro verdadero proven ía de las obras de
origen árabe, particularm ente de las de A verroes, quien defendía un
panteísm o solapado ; y com o estas doctrinas peligrosas fácilm ente
eran atribuidas al m ism o A ristóteles, de ahí la suspicacia que éste
producía en m uchos. P or desgracia, algunos doctores católicos se de­
jaron seducir por estas novedades, com o A m alrico de Bène, profesor
de T eología en la U niversidad de París, y D avid de Dinant.
La reacción que p rod u jo este p elig ro en el cam po conservador
católico tu vo por resultado la form ación de una corriente que tenía
por lem a seguir lo m ás posible a S. A gu stín . Pero al m ism o tiem po
se form ó una corriente m edia, que fué tom ando de las nuevas ideas
todo lo aprovechable en la F ilosofía y T e o lo g ía cristianas. L os porta­
voces de esta corriente fueron S. A lberto M agn o y S to. Tom ás de
A qu ino.

332. c) Apogeo de la Escolástica en el siglo X III. Ten­


dencia conservadora. Con el desarrollo cada vez más próspero
de las escuelas existentes en la Europa occidental y con el in­
flujo de todas estas traducciones árabes, se llegó en el siglo xm
al gran apogeo de la Escolástica, que se caracteriza por el
triunfo del sistema especulativo, basado en la dialéctica más
estricta ; por el predominio creciente del aristotelismo, gracias
340 Edad Media. Período II (1073-1303)

a los hombres extraordinarios que lo avaloraron, y en último


término, por la parte decisiva que tomaron las órdenes mendi­
cantes en las discusiones escolásticas.
1 . Alejandro de Hales (t 1245) 1X). Inglés de nación, ad­
quirió el grado de maestro en París y fué doctor y maestro de
Teología con tal éxito, que se le llamó «doctor irrefragabilis».
Habiendo entrado en la Orden de San Francisco en 1231, fué
el primer franciscano que obtuvo una cátedra en París, con lo
cual acabó de inclinar a la Orden a este ministerio. Su gloria
la constituye la «Summa universae Theologiae», escrita sobre la
base del libro de las sentencias de Pedro Lombardo, y una de las
más completas que se escribieron en la Edad Media. A l título
ya citado se añadió el de «Theologorum monarcha».
2. S. Buenaventura (1221-1274) 12). Su nombre era Juan
de Fidanza, y nació cerca de Viterbo ; pero a los cuatro años
fué curado por S. Francisco de Asís, quien le dió el nombre de
Buenaventura. Después de entrar en la Orden franciscana, fué
discípulo de Alejandro de Hales y desde 1247 a 1257 enseñó
Teología en el colegio franciscano de París, al mismo tiempo
que enseñaba Sto. Tomás en el de los dominicos. Distinguióse
por su energía y acertado gobierno como general de los fran­
ciscanos desde 1257 a 1273 ; pero no menos sobresalió en el
campo teológico, en que siguió fiel a la escuela conservadora
agustiniana. Sus obras teológicas se distinguen por una dia­
léctica clara y concisa y por una unción y belleza de estilo que
le merecieron el título de «doctor seráfico».
E ntre sus obras, unas son de carácter e x e g é tic o ; otras oratorias,
com o gran cantidad de preciosos serm ones ; otras ascéticas, en que
se m uestra m aestro c o n s u m a d o ; otras teológicas, com o el com entario
a las sentencias de Pedro L om bardo, el «B reviloqu ium » y «Quaestiones
disputatae».
C om o representantes de la m ism a tendencia conservadora agusti­
niana debem os citar a Juan de Rupella (de la R ochelle, f 1245), sucesor
de A lejan dro de Hales en la cátedra de los franciscanos de París, y
Adán el Marisco (de M arsch, f 1258), quien fué el prim er franciscano
que enseñó en la U niversidad de O xford , con lo que abrió la serie de los
ilustres doctores de esta Orden, que tanto la ilustraron en el porvenir. *S .

n ) A l e x . d e H a ’ e s, Opera. Summa theologica studio et cura PP. Collegii


S. Bonaventurae. ed. Voi. I-III. Quaracchi 1924 s. D o u c e t , V., -The history of
the Summa. En Franc. St., 7 (1947), authenticity of the Summa. En Franc. St.,
7 (1947), 26 s. I d ., De Summa Fr. Alex. Halensis historice considerata. En Riv.
Fil. Nev-Sc., 40 (1948), 1-44.
ls) S. B u e n a v e n tu r a , Opera omnia studio et cura PP. Collegii S. Bonaven­
turae, ed. 10 fol. y un Index. Ad Claras Aquas (Quaracchi) 1896 s. E em m ens ,
Der hi. Bonaventura. R. 1924. Clop , E., S. Bonaventure. P. 1922. En col. «Des
Saints». O bras d e S a n B u e n a v e n tu r a . Ed. lat.-castell. en B. A. C., voi. I-VI. M.
1945-1949.
La Escolástica y sus principales representantes 341

333. d) Portavoces de la tendencia aristotélica moderada.


Frente a esta tendencia conservadora, tomó gran vuelo durante
todo el siglo xu i la representada por los hombres más eminen­
tes del tiempo, que procuraron aprovechar los elementos buenos
que les ofrecían las nuevas traducciones árabes, sobre todo los
escritos de Aristóteles que éstas dieron a conocer. Por esto,
esta tendencia se caracteriza por su sistema filosófico, basado
en la ideología aristotélica.
1 . 5. Alberto Magno (+ 1280) 13). La primera figura que
se nos presenta es S. Alberto Magno, nacido en Lavingen de
Suabia, en Alemania. Después de hechos sus estudios en Padua,
entró allí mismo en la Orden dominicana y enseñó Teología
en varios colegios de la misma. Kn 1245 pasó a París, donde
obtuvo el grado de maestro y se dedicó a la enseñanza con tal
éxito, que no cabían los oyentes en las clases. En este tiempo
pudo conocer y estudiar los escritos de Aristóteles y demás
traducciones árabes, pero no se dejó alucinar por ellos. El fruto
lo manifestó en las obras que comenzó a redactar durante su
magisterio en París. Desde 1248 a 1260 organizó el nuevo co­
legio dominicano de Colonia y enseñó en él, pero sobre todo
completó la mayor parte de sus obras. En la curia pontificia
desempeñó el cargo de «Magister palatii», luego volvió a Co­
lonia, donde perseveró enseñando hasta su muerte. Sus con­
temporáneos le dieron el título de Magno y doctor universal.
Es asom brosa la profundidad y am plitud de sus conocim ientos.
Sus obras en buena parte consisten en com entarios de A ristóteles y
del libro de las sentencias de Pedro L om bardo. Entre sus escritos
teológicos sobresalen la «Sum m a theologiae» y «Sum m a de ereaturis»,
de gran valor y originalidad. Más originales si cabe, son sus escri­
tos filosóficos, que divide en tres partes : «P h ilosophia rationalis» o
lógica, «P hilosophia realis» (physica, m athem atica, m etaphysica) y
«Philosophia m oralis». Pero lo que m ás m erece nuestra atención son
sus elucubraciones sobre ciencias naturales, en las que llegó a donde
ningún autor cristiano había llegado. A lo que aprendió de las tra­
ducciones árabes añadió él m uchísim o, com o fru to de su experiencia
y estudio particular. Por esto, S. A lberto M agno debe ser considerado
com o un verdadero iniciador y m aestro de estas ciencias. Su principal
mérito consiste en haber sido el prim ero en presentar en un con­
junto todos los nuevos elem entos de los escritos aristotéticos y de los
autores árabes ju d íos, todo fu n dido y acom odado a la ciencia y filo­
sofía cristianas.

IS) S. A lb e r to M a q n o , Opera. Ed. P. Jammy. 21 fol., Eugduni 1651: ed^ A.


Borgnet, 38 vol. P. 1890-1899. G o r g e , M.-M., I/esor de la pensée au Moyen Âge.
Albert le Grand. Thomas d ’Aquin. P. 1933. P e l s t e r , F., Kritische Studien zu
dem Beben und zu den Schriften Alberts des Grossen. 1920. S tr u n s , F., Albertus
Magnus. Weisheit und Naturforschung im Mittelalter. Viena 1926. G ra bm a nn ,
M., Der Einfluss Alberts des Grossen auf das mittelalterl. Geistesleben. 1928.
G a r r e a u , A., Saint Albert le Grand. P. 1932.
342 Edad Media. Período II (1073-1303)

2.Sto. Tomás de A quino (1225-1274) 14). La gran obra


iniciada por Alberto Magno fué completada por su discípulo
más ilustre, Sto. Tomás de Aquino. Nacido en R.occasecca,
cerca de Nápoles, de una familia noble, entró a los diecinueve
años en la Orden de Santo Domingo ; desde 1245 hizo sus es­
tudios en París y en Colonia bajo el magisterio de Alberto
Magno, y ya entonces, por su afición al estudio, fué designado
con el mote de «buey mudo». Kn 1250 fué ordenado de sacer­
dote. Finalmente, en 1252 aparece en París, donde había es­
tallado una lucha encarnizada, que tenía por objeto eliminar
de la enseñanza en la Universidad a las Órdenes mendicantes.
Así, pues, Sto. Tomás inauguró sus batallas literarias defen­
diendo el derecho de los religiosos, y el resultado fué que en
1256 fueron admitidos oficialmente en el cuerpo de profesores
de la Universidad las dos lumbreras de la Escolástica, S. Bue­
naventura y Sto. Tomás.
A l mismo tiempo, desde el año 1252 comenzó Sto. Tomás
su actividad como profesor, que ya no tuvo interrupción du­
rante veintidós años, hasta su muerte. Enseñó en París, en la
curia pontificia, en el Colegio dominico de Roma, en Viterbo,
otra vez en París, y finalmente en Nápoles. Murió antes de
cumplir los cincuenta años, en 1274. Su actividad literaria en
este tiempo relativamente corto fué portentosa; pero, sobre todo,
fué maravillosa la profundidad de su talento y su genialidad
en la creación o formulación de un sistema completo de Filoso-
14) S to . T o n ta s d e A q u i n o , Opera omnia, 18 voi. fol. R. 1570-1571. Opera
òmnia. Ed. Vivés. 34 voi. P. 1871 s.; ed. Leonina, I-X IV . R. 1882-1026. S e r t il -
l a n g e s , St. Thomas d'Aquin. 2 voi. P. 1910. En «Les grandes philosophes». Man-
d o n e t , P., Chronologie sommaire de la vie et des écrits de St. Thomas, En R. Sc.
Phil. Theol., 9 (1920). Í d ., Des écrits autentiques de St. Thomas d'Aquin. 2.» ed.
Friburgo 1910. M ic h e l it sc h , A., Kommentatoren zur Summa Theologiae des
hl. Thomas von Aquin. 1924. R o u ssel o t , P.. L'Intellectualisme de St. Thomas.
2.a ed. P. 1924. G il s o x , St. Thomas d'Aquin. 2.a ed. P. 1925. R e v il l a , A l .,
Valor doctrinal de la obra de Santo Tomás. En Ciud. de D., 140 (1925), 511-536.
G r a b m a n n , M., Die Kulturphilosophie des hl. Thomas von Aquin. 1925. fo .,
Einführung in die Summa Theologiae des hl. Thomas von Aquin. 2.a ed. 1928.
H e s se n , J., Die Weltanschauung des Thomas von Aquin. 1926. T is c h l e r , P.,
Die geisteswissenschaftliche Bedeutung des hl. Thomas von Aquin für Metaphysik,
Ethik und Theologie. 1927. M in d ä n , M., Santo Tomás de Aquino. Selección
filosófica. M. 1942. R u iz -G im é n e z , J., Santo Tomás de Aquino. Tratado de la
justicia y del derecho. I. M. 1942. C h e s t e r t o n , G. K ., Santo Tomás de Aquino.
Trad. por H . Muñoz. M 1942. Z a z a g ü e t a , J., Santo Tomás de Aquino en su
tiempo y en el nuestro. M. 1942. A ttr e a l , J.> Santo Tomás de*Aquino. Iniciación
al estudio de su figura y su obra. M. 1945. S u m a T e o lo g ic a de Sto. Tomás de
Aquino. En B. A. C. Voi. Í-V. 1947-1952. T o m m a s o d’ A qu in o'. La Somma Teo­
logica. Trad. e commento. Voi. l. Florencia 1949. G r a b m a n n , M., Die Werke
des hl. Thomas v. Aquin. En Beitr. Phil. Th. M.-A., 22, 1-2. Münster 1949. T a u ­
r is a n o , I., S. Tommaso d'Aq. En I grandi Italiani, V I. Turin 1946. Ch e st e r to n ,
G. K., St. Thomas Aquinas. L. 1947. M a n s e r , G. M., La esencia del tomismo.
Trad. esp. M. 1947. S e r t il l a n g e s , A. D., Sto. Tomás de Aquino. 2 voi. Buenos
Aires 1946. G r a b m a n n , M., Das Seelenleben des hl. Thomas v. Aq. 1949. S il v a -
T a r o u c a , A., San Tommaso oggi. Turin 1949.
La Escolástica y sus principales representantes 343

fía y Teología. El resultado fué que, no obstante los prejuicios


que existían contra los nuevos escritos aristotélicos, Sto. Tomás
supo cristianizarlos, por decirlo así, de tal manera, que llegó
a formar sobre ellos un sistema característico, en el que desapa­
recen por completo los peligros que algunos veían en las nue­
vas doctrinas. Sto. Tomás fué indudablemente uno de los hom­
bres de más talento que ha producido la Humanidad. Por otra
parte, con su santidad a toda prueba y la nobleza de carácter
que lo distinguía, conquistó para la Iglesia y para la Orden
de Predicadores uno de sus mejores timbres de gloria.
Sus escritos se caracterizan p or el orden y la claridad, al m ism o
tiem po que son el m ejor argum ento de la profundidad y am plitud de
los conocim ientos de Sto. Tom ás. P or esto, la posteridad ha consa­
grado para él el títu lo de doctor angélico. D ejando aparte sus obras
exegéticas, oratorias, ascéticas y litúrgicas, notam os brevem ente las
que más lo caracterizan. Éstas son : en prim er lugar, sus trabajos
apologéticos o polém icos, entre los cuales sobresale la célebre «Sum m a
contra G entiles», cu yo objeto es inducir filosóficam ente al incrédulo
a admitir el dogm a cristiano. Entre sus obras filosóficas son dignos
de m ención algunos com entarios a A ristóteles, que en parte quedaron
sin terminar, y varios tratados sueltos, com o «D e anima» y otros.
Pero donde desarrolló Sto. Tom ás su incom parable talento fué en sus
obras teológicas propiam ente tales. Éstas son : las «Quaestiones dispu-
tatae» y «Quaestiones quodlibetanae», que responden a las disputas
ordinarias y extraordinarias tenidas en las c la s e s ; el «Com entario
a los cuatro libros de las sentencias de Pedro L om bardo», una de las
obras m agistrales de Sto. Tom ás, que ju n to con la «Sum a T eológica»
presentan la m ejor síntesis conocida hasta entonces de la teología
cristiana. L a prim era de estas dos obras capitales es el fruto de los
prim eros años de estudio. L a segunda representa el fruto más sazo­
nado de su talento.
334. e) Otras figuras del apogeo escolástico 1S). Con la actividad
de estos grandes hom bres de la E scolástica, los franciscanos y los
dom inicos se afianzaron definitivam ente en los grandes centros uni­
versitarios de París y O xford. Y a antes de A lb erto M agno y de Sto.
Tom ás, la Orden dominicana se había señalado en la Universidad de
París por su tendencia aristotélica m oderada. A sí, Rolando de Cre­
mona ( f 1271) fué el prim er dom in ico que enseñó en París en 1229-1231,
utilizando am pliam ente las traducciones árabes. Contem poráneo de
Sto. T om ás fué su herm ano de hábito Pedro de Tarantasia ( f 1276),
que enseñó en París desde 1258 a 1265 y lu ego fué Papa con el nom bre
de Inocencio V (1276). Es con ocido, sobre todo, su com entario al libro
de las sentencias. Tam bién en O xford lograron penetrar pronto los
dom inicos. Roberto Bacon, profesor de aquella U niversidad, entró en
la Orden, y siendo y a dom in ico con tin u ó en la cátedra. Pero el prim er
•dom inico de O xford , de quien estam os m ás inform ados, es Ricardo de
Fishacre (| 1248), discíp u lo y sucesor de R oberto Bacon.4

i4) D o r h o l d , B., Der Predigerorden und seine Theologie. 1917. F e l d e r ,


H., Geschichte der wissenschaftl. Studien im Franziskanerorden bis um die Mitte
des X II Jh. 1904. L it t l e , A. G., The Franciscan School at Oxford in the 13.
Century. En Arch. Fr. Hist., 1926, 803-874. T h om son , S. H., The Writtings of
Robert Grosseteste, bishop of Lincoln. Cambridge 1940.
344 Edad Media. Período II (1073-1303)

Vicente de Beauvais ( f 1264) 18), O. P ., autor de una gran enciclo­


pedia, titulada «Speculum m aiu s», y de una obra que le dió gran
renom bre, «D e institutione filiorum regiorum seu n ob iliu m ». Jacobo
de Vorágine ( f 1298), O. P ., con ocid o prin cipalm en te por su «Legenda
sanctorum ».
L a Orden de San Francisco, aunque tu vo doctores ilustres en París,
se afianzó m ás profundam ente en O xford . E n prim er lugar, aunque n o
era franciscano, debem os citar a Roberto G rosseteste ( f 1253) 17), que
fué célebre profesor de la U niversidad de O x ford y gran protector del
in flu jo franciscano en la m ism a. Su tendencia, com o la de los fran­
ciscanos que le sigu ieron , era conservadora y a g u s tin ia n a ; mas, por
otra parte, m anifestó en sus num erosos escritos cierta inclinación por
los procedim ientos em píricos.
Rogerio Bacon (1212-1294), inglés de n ación, fué una de las g lo ­
rias de la U niversidad de O xford , donde fué d iscíp u lo de Grosseteste.
A sim ism o fué d iscíp u lo de A lberto M agno en París, y habiendo entrado
en la Orden de San F rancisco, se d istin g u ió p or sus extraordinarios
con ocim ientos en m atem áticas, en las ciencias naturales y en las len­
gu as, todo lo cual le va lió el título de «doctor m ifa b ilis». Mas, por des­
gracia, se d ejó llevar de cierto espíritu de crítica, por lo cual tu vo
que ser conden ado p or la Orden. A l term inar este período, a prin­
cipios del s ig lo x iv , se hallaba en su m ayor ap ogeo la E scuela fran­
ciscana de O x ford , con el prín cipe de sus in gen ios Duns E scoto, y
R icardo de M ediavilla (M iddletoij). Pero de ellos se hablará en el
período siguiente.
Fuera de las dos Órdenes m endicantes indicadas, se distinguieron
tam bién algu n os in genios, entre los cuales citarem os : Guillermo de
A uvergne ( f l2 4 9 ) , profesor de T eolo g ía en París. Se distingue por
su origin alidad y se in clina más bien a la tendencia conservadora
agustiniana. Guillermo de A u xerre ( f l2 3 1 ) , autor de una «Sum m a
aurea» y hom bre de confianza de G regorio I X . Enrique de Gante
(f l2 9 3 ), llam ado «doctor solem nis», ca n ón ig o de T ournai y m aestro
de la U niversidad de París, uno de los m ás decididos defensores de la
tendencia agustiniana, p or lo cual en una serie de «Quodlibeta»
atacó las «novedades» de Sto. Tom ás, que identificaba con el ave-
rroísm o.

III. Ascética y mística 1S)


335. Al mismo tiempo que la Escolástica llegaba al apogeo
que acabamos de esbozar, se desarrollaba en el seno de la Iglesia
otra corriente ideológica, que no llegó a su mayor esplendor
hasta el siglo xiv. Nos referimos a la ascética y mística, a la
que se ha llamado también teología afectiva. Su objeto es el
estudio y exposición de la vida de perfección cristiana, que*)

1#) I.IESER, L., Vincentius v. Beauvais als Compilator und Philosoph. 1928.
”) B a u r , h., Die philosophie des Robert Grosseteste. 1917. En Beitr. Phil.
Theol. M A. P a r r o t , Roger Bacon. P. 1894.
**) M e h l is , G., Die Mystik in der Fülle ihrer Erscheinungsformen. 1927.
Ch u z e v il l e , J., Les mystiques allemands du 13.e siècle au 14.e siècle. P. 1935. A lo n ­
s o , M., Planeta. Obra ascética del siglo x m , por Diego García. M. 1943. N ceda,
I,., Transcripciones abreviadas de las obras más famosas de místicos, ascéticos y
Doctores de la Iglesia. B. 1943.
Ascética y mística 345

presenta como punto culminante la unión íntima con Dios y su


contemplación.
Por otra parte, conviene observar que, si bien es verdad que
la tendencia de la mística, por entrar en el terreno del afecto, es
en cierta manera contraria al sistema escolástico, que se basa en
la especulación, sin embargo ambas tendencias se desarrollaron
a la par, de modo que varios de los escolásticos más eminentes,
como S. Anselmo y S. Buenaventura, fueron a la vez excelen­
tes místicos.
a) Ascética y mística en el siglo XII. A nte todo, es digna de
notarse la escuela de ascética benedictina, q u e form a la base de los
centros ascéticos de C lu ny, C iteau x y C laraval, com o tam bién de la
escuela de Bee, con su prin cipal representante, S . A nselm o. «L a piedad
benedictina se alim entaba en la celebración del o ficio d ivin o... Du­
rante la salm odia de las fórm ulas sagradas el alma se unía a D ios y
contem plaba el o b jeto de la fiesta. Casi cada palabra del o ficio o de
la m isa daba a Sta. G ertrudis ocasión a uná elevación m ística»
{Pourrat, II, 2).
E sta tendencia a la m ística o sentim iento y com o experiencia de
D ios, aparece y a de una m anera bastante clara en S. Anselm o. Por
esto, a pesar de ser el prim ero que in sistió en la especulación filo s ó ­
fica para probar las verdades de la fe, fué un hom bre verdaderamente
afectivo, y aun en la ex p o sició n de algunas cuestiones parece aspi­
rar a la in tu ición de la verdad. P ero es lo cierto que sobre las verda­
des estudiadas especulativam ente, se inflam aba en un afecto sensi­
ble, que le hacía prorrum pir en exclam acion es de la m ás elevada
m ística.

Pero el que debe ser considerado como padre y prototipo de


los místicos medievales es S. Bernardo 19). El influjo extraor­
dinario que ejerció en sus contemporáneos y en las generacio­
nes que le siguieron se debe, en primer lugar, al prestigio de su
santidad y a su trato exquisito. Pero, por lo que a sus escritos
se refiere, la misma sencillez, naturalidad y unción de que
están llenos fué lo que más contribuyó a procurarles la popu­
laridad que alcanzaron, sintetizada en el título que le ha con­
sagrado la Historia, de «doctor melifluo». En efecto, S. Ber­
nardo no era amigo de la especulación, y su mística era más
bien práctica. Por esto no hizo ninguna teoría sobre su asce­

Xl) B e r n h a r t , J., Die philosoph. Mystik des MA. 1922. B u t l e r , C., Wes­
tern Mysticism, the Teaching of SS. Augustin, Gregory and Bernard on contempla­
tion and contemplative life. I,. 1922. S. B e r n a r d i , Opera, ed.- Mabillon, PI*.,
182-185. 5. B ern a rd o, Selected treatises of St. Bernard (De diligendo Deo, De
gradibus humilitatis et superbiae), ed. W. Williams, a. B. Mill. Cambridge 1927.
R ie s , J., Das geistliche Leben in seinen Entwicklungsstufen nach der Lehre des
hl. Bernard 1906. S c h u c k , J., Das religiöse Erlebnis beim hl. Bernard von Clair­
vaux. 1922. L in h a r d t , R., Die Mystik des hl. Bernard von Clairvaux. 1924. G il ­
s o n , E., La théologie mystique de S. Bernard. P. 1934. Obras de 5a» B ernardo,
en B. A. C. M. 1955. P o n s , I., Obras complétas. 5 vol. B. 1925-1929. Ï d ., Vida
de San Bernardo, Abad de Claraval. B. 1942. G il s o n , E., Saint Bernard. P. 1949.
340 Edad Media. Período II (1073-1303)

tismo ni dejó síntesis alguna de los estados extraordinarios de


oración ; pero, en cambio, en sus escritos se hallan todos los
elementos de una preciosa teología mística.
El fundam ento de la ascética de S. Bernardo es la humildad, y por lo
m ismo presenta com o punto céntrico de la perfección cristiana la imita­
ción de Jesucristo, sobre todo en sus hum illaciones y en su pasión : «haec
mea sublim ior philosophia; scire Iesum et hunc crucifixum ». Ea contem ­
plación continua de los m isterios de la vida de Cristo, particularmente de
su pasión, debe conducir al alma a la cumbre de la perfección, que expresa
S. Bernardo con la frase : «in tantum Deus cognoscitur in quantum ama-
tur» ; y com o sím bolo del amor más sublime presenta el desposorio del
alma con su D ios. Sus escritos principales desde el punto de vista ascético
son : «De gradibus humilitatis et superbiae», «De diligendo D eo», «De
consideratione», «De praecepto et d isp en sa tion \ . Das ideas ascéticas y
místicas de S. Bernardo se hallan también esparcidas en sus numerosas
obras de carácter dogm ático o polém ico y en sus serm ones, llenos de un­
ción y entusiasmo apostólico.

En el cultivo especulativo y sistemático de la mística se


distinguieron particularmente los hombres más eminentes de
la escuela de S. Víctor, Ricardo y Hugo. Su mérito principal
consiste en haber reunido todos los elementos esparcidos en los
grandes pensadores de su tiempo y haber formado con ellos
un sistema de ascética y mística.' La base la forman las ideas
platónicocristianas del pseudo Dionisio Areopagita, muy espar­
cidas en la Edad Media, y las ya conocidas de S. Bernardo.
En el siglo XII adquirió bastante renom bre el alemán Ruperto de
Deutz ( f 1135), por los tratados m ístico-alegóricos de algunos libros de la
Sagrada Escritura. Sin em bargo, aparece bastante arbitrario en sus ale­
gorías. Notables m ísticos fueron asim ism o : Guido, prior general de los
Cartujos, quien escribió preciosas m editaciones llenas de unción y de
ideas místicas ; Guillerm o de Thierry y el premonstratense Adam. Digna
de especial m ención, sobre todo por su originalidad, es Sla, Hüdegarda
de Bingen ( f 1179). Sus visiones y éxtasis los dejó consignados en gran
número de escritos, que presentan un aspecto parecido al de las profecías
del Antiguo Testam ento. Entre éstos sobresalen : el «Diber vitae meri-
torum» y «Diber divinorum operum ». Con todo esto llegó a alcanzar tal
ascendiente, que acudían a ella com o a oráculo gran número de obispos,
reyes y príncipes.

336. b) La mística en el siglo X III. El predominio que


alcanzó en este siglo la Escolástica fué, sin duda, un obstáculo
para el desarrollo de la mística. Ésta, en cambio, a fines del
mismo siglo y durante el siglo xiv experimentó un apogeo ex­
traordinario. Esto no obstante, en torno a las dos nuevas Ór­
denes religiosas, los franciscanos y los dominicos, encontramos
ya en el siglo xm diversas concepciones de la perfección cris­
tiana, representadas por algunos escritores y místicos.
A nte todo, es dign a de m en ción la Escuela franciscana. Personal­
mente, 5. Francisco de A sís fué uno de los m ísticos m ás elevados de
la Iglesia. T oda su con cepción de la nueva Orden que fu n dó y toda
su vida religiosa estaba fundada en el am or más tierno y afectuoso
Ascética y mística 347

a la pobreza, com o el m odo más perfecto de im itar a Cristo. Su amor a


Jesús era tan hondo, que se deshacía en lágrim as y se extasiaba con
el solo pensam iento en él, y la con tem plación de su pasión le arre­
bataba fuera de sí de tal m anera, que m ereció uno de los regalos
m ísticos más sorprendentes de la H istoria : la im presión en su
cuerpo de las llagas de la pasión. Por lo dem ás, otro de los rasgos
típicos de la m ística de S. F rancisco de A sis es la consideración de las
criaturas com o im ágenes vivas de las perfecciones de D ios, el ver en
todo lo creado « ^ C r e a d o r .

Pero el hombre más notable como escritor ascético y místico


entre los primeros franciscanos fué 5. Buenaventura, quien si
se distinguió como escolástico, no sobresalió menos como mís­
tico. Fiel enteramente a la Escuela franciscana, su alma se in­
clinaba más a la vida afectiva que a la especulación. Sin embargo,
a diferencia de S. Bernardo, no desdeñó la especulación escolás­
tica, sino que la cultivó como el que más ; pero en su concepto
no tenía valor sino en cuanto conducía a la unión con Dios. En
su teoría sobre la ascética y mística cristiana, él fué el primero
que pre^ntó la división de las tres vías de la vida espiritual:
purgativa, iluminativa y unitiva. Por otra parte, expone una
idea muy original y completa sobre la contemplación e insiste
de un modo particular, como verdadero hijo de S. Francisco,
en la pasión y vida de Cristo, como el objeto por antonomasia
de nuestra contemplación.
La O.'den de Santo Domingo in sistió m ás desde un prin cipio en
el estudio y especulación. Pero al m ism o tiem p o se form ó en su seno
una escuela de ascética, con sus características especiales, que la dis­
tingu en de la franciscana. L a espiritualidad dom inicana tom ó com o
base la m ortifica ción propia y la renuncia de la propia voluntad, con
el objeto de conseguir de esta m anera el verdadero conocim iento pro­
pio y la hum ildad verdadera, de donde se sigu e el entregarse confia­
dam ente en m anos de Dios.

Como los demás escritores escolásticos de este tiempo, Santo


Tomás esparció en diversas partes de la «Suma Teológica» los
principios básicos de la perfección cristiana, es decir, dió un
verdadero resumen de ascética. Como principio de la misma
pone la gracia, indispensable para toda obra santa; conforme
a la enseñanza tradicional en la Iglesia, el Doctor Angélico
presenta el amor de Dios como la síntesis de la perfección ;
como los mejores medios para aumentar en nosotros este amor,
propone la meditación de la vida de Jesucristo y de sus per­
fecciones, el rezo y toda clase de oración ; y finalmente, para
facilitar el amor de Dios y, por tanto, adelantar más en la per­
fección cristiana, insiste en la lucha contra las pasiones hasta
desposeernos de nosotros mismos y descansar en solo Dios
Sto. Tomás trata asimismo de la contemplación, basándose en
348 Edad Media. Período II (1073-1303)

las teorías místicas del pseudo Dionisio Areopagita, S. Gregorio


Magno y la escuela de S. Víctor. Sin embargo, insiste en que
a la contemplación mística sólo se llega después de obtener la
calma de las pasiones y la conveniente disposición con la prác­
tica de las virtudes morales.
Fuera de las dos escuelas y de los ascetas y místicos apuntados» se
distinguieron en el siglo x m otras personas más o menos eminentes. Tales
son, por ejemplo : David de Augsburgo (t 1271), quien compuso algunos
tratados ascéticos ; Matilde de Magdeburgo (+ 1285), que escribió también
poesías místicas. Más ilustre fué, sin duda, Sta. Gertrudis {+ ca. 1302) ao),
que se distinguió por su amor sensible a la. humanidad de Cristo y por la
intensa vida mística que vivió, tal como aparece en las «Revelaciones» que
ella misma escribió. Del mismo modo fué favorecida con éxtasis y toda
clase de gracias místicas Sta. Matilde de Hackeborn ( f 1298). Otra ilustre
mística, María de Oignies, unió esta vida de regalos sobrenaturales con
la más rígida penitencia.

J0) Sta. Gertrudis, Revelationes Gertrudianae ac Mechtildianae. 2 vol. Pic-


tavii et Parísiis 1875-1877.
C a pítu l o I V

E xpansión religiosa de la Iglesia:


las Cruzadas y nuevas Ordenes religiosas

337. La vitalidad del Cristianismo en los siglos x i i y xm


se manifiesta en otras múltiples actividades que constituyen los
rasgos característicos de la Edad Media. Tales son: ante todo,
la expansión misionera, que, no contentándose con los territo­
rios de Europa y próximo Oriente, se lanza a las lejanas re­
giones de la China ; las Cruzadas, símbolo del espíritu medie­
val ; finalmente los nuevos tipos de vida religiosa, que abren
amplios horizontes a la piedad.

I. Actividad misionera de la Iglesia *l)


En la actividad m isionera de la Iglesia Católica durante este período,
debemos distinguir dos fases, que son al niism o tiem po dos sistemas di­
versos de evangelización. Por una parte, con el entusiasmo religioso pro­
pio de la época, em prendieron los cristianos, apoyados por los príncipes
y animados por los Papas, la «guerra santa», es decir, verdaderas cruzadas
o guerras de conquista de varias regiones al norte de Europa. Por otra,
algunos m isioneros consiguieron con sus esfuerzos sobrehumanos predi­
car el Evangelio en diversos pueblos del Asia y del África.
a) Evangelización del norte de Europa. Durante los siglos x i i y
x m se termina casi por com pleto la cristianización de los diversos terri­
torios bañados por el mar Báltico y otros lim ítrofes. Por lo general se
iniciaba militarmente por la intervención de los príncipes cristianos o de
los cruzados ; pero en todo caso iba acompañada del trabajo apostólico
de los m isioneros, que procedían de las nuevas órd en es, es decir, de los
cistercienses, dom inicos, franciscanos y premonstratenses.
1. L os V!í>tdos 2) . E special eficacia tuvo la cruzada para su conver­
sión, predicada por S. Bernardo el año 1147, por efecto de la cual fueron
introducidas muchas familias cristianas alemanas bajo la protección de
Enrique el León, duque de Sajonia (1142-1162), y otros príncipes. Su prin-

l) C h r o n ic a S la v or ttm , en Mon. Germ. Hist., Script., 21. C h ron . L y v o n ia e ,


ib. 23, etc. M ic h a e l , E., Geschichte des deutschen Volkes seit dem 13. Jahrh.,
I, 1897, 86 s. K o t sc h k e , R., Staat u. Kultur im Zeitalter der ost-deutschen Ko­
lonisation. 1910. M o r e a u , E. de, Histoire de l’ Église en Belgique, des origines
au début du X I I siècle. 3 vol. Lovaina 1940 s.
*) W ie s e n e r , W., Gesch. der christl. Kirche in Pommera zur Wendenzeit.
1899. K r e u sc h ,, E., Kircheng. der Wendenlande. 1902. O l d e k o p , H., Die An­
fänge der kathol. K. bei den Ostseefinnen. 1912.
350 Edad Media. Período II (1073-1303)

cipal m isionero, V icelin, Ene creado en 1149 obispo de M ecklenburg, y con


el auxilio de los religiosos premonstratenses y cistercienses llevó a tér­
m ino la evangelización de este territorio. Entre las tribus de los vendos
trabajaron particularm ente: S. Benno de M eisen (+ 1106) y 5. N orberto
de M agdeburgo, quien se apoyó, sobre todo, en los premonstratenses del
monasterio de Santa María y en el Margrave Alberto el Oso.
2. P o m iír a n ia . El año 1120 se com prom etieron los poniéramos con
Boleslao III a abrazar la doctrina cristiana, y así, gracias a los esfuerzos
del obispo O tón de Bam bcrg, se inició su conversión definitiva en 1123,
y luego progresó rápidamente. Este jjran apóstol fundó las iglesias de
Stettin, Julin y otras muchas y, según dicen algunas crónicas, bautizó
más de 20 000 paganos. Muy pronto se establecieron los premonstratenses,
cistercienses y dom inicos, que terminaron la obra.
3. F in l a n d ia . S u conversión no se realizó hasta un siglo más tarde,
por efecto de las cruzadas prom ovidas por Juan Birger en Í249 y Thorkel
Knutson en 1293, ambos procedentes de Suecia. Tam bién la Livonia fué
evangelizada desde 1186. Adalberto de B uxhovden ( f 1229) fundó la sede
episcopal de R iga y fué su primer obispo. Sin em bargo, para afianzar el
Cristianismo fundó la Orden militar «Fratres militiae Christi», con cuyo
auxilio evangelizó Estonia, Saniagitia y la isla Osel. Inocencio IV creó
en 1246 diversos obispados.
4. P r u s ia . Los prim eros resultados positivos los obtuvo el cister­
ciense Cristiano, del monasterio de Oliva, nom brado por Inocencio III
en 1215 obispo de Prusia. Con el apoyo del duque Conrado de Masovia
se fundó la «Militia Christi contra Pruthenos», llamaron en su auxilio en
1225 a los Caballeros Teutónicos y em prendieron la conquista de Prusia
en toda forma. Al m ism o tiem po se introdujeron desde 1230 los dom inicos
y otras Ordenes religiosas ; pero la dom inación y evangelización de Prusia
no quedó terminada hasta 1283. Inocencio IV erigió en 1243 los obispados
de Kulm , Pomerania, Erm land y Samland.

338. b) M isiones fuera de Europa *). Dos causas influyeron para que
la Cristiandad occidental dirigiera su atención en el siglo k m a la evan­
gelización de las regiones paganas del Asia y del norte de Africa. Por
una parte, el contacto en que se había puesto con ellas en tiem po de las
Cruzadas, y por otra, las grandes conquistas de los tártaros y m ogoles,
que amenazaban con la destrucción del Cristianism o.
1. A s i a . Prescindiendo de ciertas tradiciones antiguas sobre la con­
versión de un jefe tártaro y de las leyendas esparcidas sobre el Preste Jttan,
en el siglo x m llegam os a un terreno seguro histórico. Los m ogoles, capi­
taneados por el célebre Dschinkisghan (el señor más poderoso) y sus hijos,
extendían sus dom inios en todo el centro y occidente asiático, destruyendo
las cristiandades nestorianas y todo lo que hallaban a su paso. El Papa
Inocencio IV envió entonces diversas expediciones de misioneros fran­
ciscanos y dom inicos con el objeto de atraer a este pueblo a la verdadera
fe. Son célebres particularmente los franciscanos Juan de Piano del Caxpine
y Guillermo de R uysbroek (1245-1255), quienes tuvieron la valentía de llegar
hasta el palacio del gran Khan Mangu Karakorum , y luego nos dejaron
inform es preciosos sobre su expedición. Pero el resultado fué nulo.
En cam bio, el franciscano Juan de M onte corvino obtuvo m ejores re­
sultados en la China propiamente tal. Conocida esta región por las des­
cripciones que acababa de hacer el com erciante veneciano Marco Poto,

*) C ordi e r , H ., Les voyages en Asie du Bienh. Odoric. P. 1891. Î d ., Mi­


rabilia descripta. Les merveilles de l’ Asie. P. 1925. B rot\ A., I/Evangélisation
de l’ Inde au Moyen Âge. En Ét., 87 (1901), 577 s. B r é iiie r , L., L’ Église et l’ Orient
au Moyen Âge. P. 1907. L em m en s , P. L., Die Heidenmission des Spàtmittelal-
ters. 1919. En Franz. St., 5. P elt.i o t , P., Les Mongols et la Papauté. En Rev.
Or. clir., 23-24 (1922-1924), 3 225 s. A l t a n e r , B., Die Dominikanermission
im 13. Jh. 1924. En Br. St. hist. Th., 3. G h e l l in c k , J. d e , Les Franciscains en
Chine aux 13.e-14.e s. En Xaveriana. Lovaina 1927. S treet . R., Bibliotheca Mis-
sionum. IV. Assiatische Missionslitteratur 1245-1599. 1928. M otji.e , A. C., Chris­
tians in China before the Year 1550. L- 1930.
Las Cruzadas hasta fines del siglo x m ¡351

aquel m isterioso apóstol llegó en 1291 hasta la capital de China, Cambalu-


Peking, donde predicó algún tiem po el E vangelio junto con otros hermanos
en religión. La nueva cristiandad adquirió tal consistencia, que Clemente V
nom bró al gran m isionero arzobispo de Cambalu. Sin em bargo, tan hala­
güeños principios se deshicieron rápidamente con el desmembramiento
del Im perio m ogol y los desórdenes que siguieron.
2. á f r i c a . Desde la conquista del norte de Africa por los mahome­
tanos, nadie había intentado hacer ningún esfuerzo por su conversión.
S. Francisco de Asís fué el prim ero que lo intentó, dirigiéndose en 1219
al sultán de E gipto, El Camil ; pero sin obtener ningún resultado. En
1220 envió él m ism o a cinco religiosos franciscanos, los cuales hallaron
bien pronto en Marruecos la palma del martirio. A esta misma región
envió H onorio III en 1223 m isioneros dom inicos, cuyo prior había sido
consagrado obispo. A éstos les siguieron los minoritas Agnellus (1237) y
Lupus (1246), y durante el resto del siglo x m tanto los franciscanos com o
los dom inicos trabajaron en la evangelización de Marruecos. Entre los
últimos es digno particularmente de m ención el Beato Raim undo Lulio,
quien erigió en Palma de Mallorca un colegio m isionero y luego predicó
él m ism o en Túnez el año 1292. Sin em bargo, dada la prohibición abso­
luta de toda propaganda religiosa entre los m ahometanos, la tarea de estos
m isioneros era sumamente difícil y peligrosa. Raim undo Lulio murió en
1315, apedreado por los muslines.

II. Las Cruzadas hasta fines del siglo X III.*4)


339. Las Cruzadas son uno de los fenómenos más dignos
de estudio y uno de los efectos más característicos del entusias­
mo religioso de los siglos x i i y xm . Por esto se han hecho
investigaciones sobre las causas que les dieron origen y los
efectos que produjeron en la Cristiandad, así como también sobre
la participación que en ellas tuvieron los Romanos Pontífices.
a) Primera Cruzada ( 1095*1099) 3). Y a desde antiguo se repitie­
ron frecuentem ente las peregrinaciones para visitar los Santos L u ga­
res. Generalm ente los cristianos no habían encontrado grandes di­
ficultades en estas peregrinaciones ; pero desde 1071, en que los turcos
se apoderaron de gran parte del A sia M enor, se fueron haciendo cada
vez más difíciles. Por esto y a G regorio V II con cib ió la idea de orga­
nizar un ejército para libertar los Santos L u g a r e s ; pero no lo pudo
realizar.
Urbano II fué el hom bre destinado por la Providencia para entu­
siasm ar a los pueblos occidentales y levantar los ejércitos de las cru­

4) M ic h a u p , Histoire des Croisades. 7 vol. 1824-1829. S chlée , F., Die


Päpste und die Kreuzzüge. 1893. V olk , O., Die abendländisch-hierarch. Kreu-
zugsidee. 1911. L eib , B., Rome, Kiev et Byzance à la fin du l l . e siècle. P. 1924.
J orga , N., Brève histoire des croisades et de leur fondation en Terre Sainte. P. 1924.
B r è h ie r , L., L ’ Église et l'Orient au Moyen Âge. Les Croisades. 5.“ ed. P. 1928.
S chnürer , G-, Kirche u. K., II. 289 s. 1929, E rdm ann , C., Die Entstehung des
Kreuzugsgcdankes. 1934. F unk -B ren tan o , Les Croisades. P. 193.4. G rousset ,
R., Histoire des Croisades et du royaume de Jérusalem. 3 vol. P. 1934-1936. C am -
pell , G. A., The Crusades. L. 1935. Ca h e n , Cl ., La Syrie du Nord à l’époque des
croisades. P. 1940. V il l e y , M., La croisade. Essai sur la formation d’ une théorie
juridique. P. 1942.
4) B r é h t e r , L-, Histoire anonyme de la prem. Croisade., ed. y trad. P. 1924.
Ch a l a n d o n , Hist. de la prem. Croisade. P. 1925. F l ic h e , A.. Urbain II et la
Croisade. En Rev. hist. Égl. fr., 1927, 289 s. G r o u s s e t , P., Les origines et les
caractères de la première croisade. Neuchâtel 1945.
352 Edad Media. Período II (1073-1303)

zados. E sto fué posible, en prim er lugar, por la fuerza creciente del
sentim iento cristiano en las naciones de O ccidente y por la conciencia
de su poder, alcanzada por la Cristiandad en las luchas contra los
m oros en E spaña. L a coalición de las fuerzas im ponentes que se ne­
cesitaban para aquella em presa fué obra del ún ico que podía reali­
zarla, el Soberano Pontífice, que se hallaba en el apogeo de su pres­
tig io universal.

Por lo que se refiere a la primera Cruzada, la demanda de


auxilio presentada por los embajadores del emperador bizan­
tino Alexio en el sínodo de Piacenza de 1095 dió el último
impulso a Urbano II. En el gran sínodo de Clermont del mismo
año 1095 se vió el efecto que habían producido los ardientes
predicadores de la Cruzada, Pedro de Amiens, el Ermitaño, y
el mismo Papa. A las ardorosas palabras que dirigió Urbano II
a los doscientos prelados y a la gran masa del pueblo y de la
nobleza respondieron todos con el grito de «Dios lo quiere»,
que fué en adelante el santo y seña de los cruzados. Alistáronse
inmediatamente ilustres prelados, príncipes y nobles: el obispo
Ademaro de Puy, Godofredo de Bouillon y sus dos hermanos
Balduino y Eustaquio, alma del movimiento en Lorena ; Ro­
berto de Flandes, Roberto de Normandía, Raimundo de To­
losa, Bohemundo de Tarento y Tancredo. El mismo Papa
señaló como distintivo una cruz roja sobre los hombros.
En 1096 se inició por fin el movimiento. En Constantino-
pla, donde se juntaron los diferentes ejércitos, comenzaron las
grandes dificultades con la traición de los bizantinos. A través
de innumerables obstáculos llegaron por fin a Antioquía, que
rindieron contra un ejército inmenso de los turcos. Mientras
Balduino fundaba el principado de Edessa, el resto del ejér­
cito cruzado, muy reducido por las grandes pérdidas sufridas,
llegó por fin, en Pentecostés de 1099, a la vista de Jerusalén.
La emoción de los cruzados fué inmensa. El 15 de julio de aquel
año entraba finalmente en la ciudad Godofredo de Bouillon, y
tras él todo el ejército. Estaba conquistado el reino cristiano
de Jerusalén. Su primer rey fué Godofredo de Bouillon, a quien
siguió el año siguiente su hermano Balduino. En Navidades
de 1099 se celebraba ya un Concilio, en el que se tomaron diver­
sas medidas para la organización eclesiástica del nuevo reino.
Aparte el reino de Jerusalén, quedaban fundados los Estados
cristianos de Edessa, Antioquía, y luego el de Trípoli en Siria.

340. Sólo con gran di­


b) Segunda Cruzada (1147-1149).
ficultad pudieron mantenerse los nuevos Estados cristianos de
Oriente. Ante la presión imponente del mosul Noradino, cayó
por fin Edessa en 1144. Esto causó gran impresión en los cris­
Las Cruzadas hasta fines del siglo x m 853

tianos occidentales, y así, con la elocuente predicación de San


Bernardo y del Papa Eugenio III, se organizó una nueva Cru­
zada, dirigida por Luis V II de Francia y Conrado III de Ale­
mania. Emprendióse la marcha en 1147 ; pero en Constanti-
nopla tropezaron con la oposición y las emboscadas continuas
de los griegos. Juntáronse por fin en Nicea, y llegaron a Jeru-
salén en 1148. Pero las discusiones entre los dirigentes y las
traiciones de los naturales del país hicieron que fracasara todo
plan ulterior. Sin obtener, pues, ningún resultado se volvieron
a Europa en 1149.
341. c) Tercera Cruzada (1189=1192). Así, pues, el pe­
queño reino de Jerusalén quedó a merced de enemigos podero­
sísimos. Precisamente entonces se levantó en Egipto el sultán
Saladino, ante cuya fuerza fueron cayendo Damasco y otras re­
giones, y finalmente Jerusalén el 3 de octubre de 1187. Este
golpe resonó lúgubremente en toda la Cristiandad. Clemen­
te III trabajó con gran ardor por levantar nuevos cruzados. Fe­
derico I Barbarroja en Alemania, Felipe II Augusto en Francia
y Ricardo Corazón de León en Inglaterra, formaron nutridos
ejércitos, que emprendieron la marcha en 1189.
Pero bien pronto comenzaron las calamidades. Federico Bar­
barroja, después de grandes proezas, murió al atravesar el
río Calicadno en Cilicia, y poco después su hijo Federico de
Suabia moría también, víctima de la peste, en Ptolemaida. Por
otra parte, los ejércitos de Felipe Augusto y de Ricardo Cora­
zón de León iban divididos y aun se hacían la guerra. Por esto,
el primero se volvió en seguida, mientras Ricardo obtenía de
Saladino algún terreno entre Tiro y Jope para que los pere­
grinos europeos pudieran ir a Jerusalén. Con esto se volvió
también en 1192.
342. d) Cuarta Cruzada (1202*1204). In ocen cio III, con su indo­
m able energía, v o lv ió a levantar el espíritu de Cruzada, y en efecto,
en 1202 se pu so en m ovim ien to un ejército casi exclusivam ente de
franceses, d irig id o por B onifacio de M ontferrat y B alduino de Flan-
des. Pero por las intrigas del d u x de V enecia, E n rico D ándolo, contra
to d o lo con ven id o con el R om ano P ontífice, dirigiéronse a Constanti-
nop la y allí, después de largas luchas, vencieron al E m perador b i­
zantino y fundaron un Im perio latino, que duró m edio sig lo. E l Papa
no tuvo m ás rem edio que reconocer los .hechos consum ados y sacar de
ellos el m ayor provech o posible. ,
343. e) Quinta Cruzada (1217*1221). L a fu ndación de un Im pe­
rio latino en Oriente e x citó m ás bien en E uropa una gran efervescen­
cia. A esto hay que atribuir la tristem ente célebre Cruzada de los
niños, p rom ovid a en F rancia y A lem ania por este tiem po, que ter­
m in ó trágicam ente con la m uerte o cautiverio de casi todos ellos.
In ocen cio III qu iso encauzar de nu evo este entusiasm o, y así, en
e l C on cilio IV de Letrán de 1215 p rom ovió una nueva Cruzada, que
354 Edad Media. Período II (1073-1303)

al fin se organ izó en 1217. T om aron parte en ella A ndrés II de Hun­


gría y L eop old o V II de A u s t r ia ; pero las veleidades de F ederico II,
que no lleg ó a juntarse con ellos, m alogró la em presa. Andrés II se
v o lv ió pron to a causa de las innum erables dificultades que se pre­
sentaron. L eop old o de A ustria em prendió el sitio de D a m ie ta ; pero
al fin tu vo que abandonarlo, y se v o lv ió asim ism o a Europa.
344. f) Sexta y séptim a Cruzadas. S. Luis (124S-1249; 1270).
E l ú ltim o que v o lv ió a levantar bandera de Cruzada realizando un
ú ltim o esfuerzo p or libertar los Santos Lugares fué S. L uis, rey de
Francia. E n 1248 em prendió una prim era exp ed ición , acom pañado de
tres herm anos su yos y de la flor de la nobleza francesa. En ju n io
de 1249 habían ya conquistado a Dam ieta, desde donde debía diri­
girse a P a le s tin a ; pero bien pronto el m ism o R ey cayó prisionero de
los turcos en una cam paña contra el Cairo, y solam ente devolviendo
Dam ieta y entregando una gruesa sum a de dinero pudo obtener su
libertad y la de los su yos. T odavía perm aneció cuatro años en Oriente
visitando privadam ente los Santos L ugares y organizando los pe­
queños E stados cristianos de A k on , Jaffa, S idón y Cesárea. En 1254
v o lv ió a Francia.
Más trágica todavía fu é una segunda exp ed ición de 1270, consi­
derada com o la séptim a Cruzada. E n ella tom aron parte tres hijos
suyos y los reyes de Navarra y de S icilia. L legados a Túnez en el
m es de ju lio , em prendieron el asalto de C a r ta g o ; pero al poco tiem po
estalló una horrible peste, que en un mes arrebató a un h ijo del Rey,
al legado pon tificio, a m uchísim os nobles 3^ finalm ente al m ism o Rey.
A sí term inó esta Cruzada, que m arca el fin de tan gloriosas como
desgraciadas em presas.
345. g) Efectos de las Cruzadas. Realmente es nn abis­
mo insondable de la divina Providencia, que tanta energía y
entusiasmo se malograran casi por completo. Sin embargo,
aunque a primera vista las Cruzadas constituyeron un fracaso,
obtuvieron al mismo tiempo frutos nada despreciables.
1 . En primer lugar se manifestó magníficamente el entu­
siasmo religioso, dándose ocasión a innumerables actos de he­
roísmo. Es cierto que se mezclaron miserias humanas ; pero
tomadas en conjunto las Cruzadas, son la manifestación más
brillante del espíritu cristiano de la época. 2. Además, con los
golpes dados por los cruzados a los turcos, se detuvo durante
varios siglos el peligro del Islam, que amenazaba constante­
mente a Europa. 3. Finalmente, las Cruzadas produjeron diver­
sos frutos intelectuales, pues el contacto con la cultura bizantina
trajo al Occidente elementos culturales nuevos e importantes.

III. Nuevas órdenes religiosas: Cartujos, Cistercienses,


Premonstratenses °)
346. El espíritu cristiano, rejuvenecido en los siglos xn
y x iii , produjo una nueva floración de Órdenes religiosas y aun•
)
•) Véase, sobre todo, H eimbucher , Die Orden und Kongregationen, I. 1933-
Nuevas órdenes religiosas : Cartujos, etc. 355

de nuevas tendencias en la vida monacal, más conformes con


el espíritu del tiempo. Su primera manifestación fueron una
serie de conatos de grandes santos, que pueden ser considera­
dos como reforma de los benedictinos o cluniacenses. Mas, por
otra parte, por las notables innovaciones introducidas, muchos
las consideran como nuevas Órdenes.
a) S. Bruno y la Orden de los cartujos 7). S. Bruno nació
en Colonia y vivió algún tiempo en Reims. En esta ciudad se
sintió atraído a la vida solitaria, y en efecto se retiró a Moles-
mes, al lado de S. Roberto. Por fin, un antiguo compañero, el
obispo Hugo de Grenoble, le ofreció la Chartreuse, al pie de los
Alpes, donde se estableció con seis compañeros en 1084. El
Papa Urbano II, antiguo compañero suyo, lo llamó a Roma,
con lo que pareció que iba a deshacerse la nueva fundación ;
pero aun entre los negocios curiales, Bruno se sintió atraído
por la soledad, y así, obtuvo del Papa el lugar llamado La Torre
en Calabria, y fundó allí una segunda Cartuja en 1091, En
ella murió en l i l i .
En realidad, era m uy poco lo que existía a la m uerte de S. Bruno,
y sin em bargo, este poco se iba a desarrollar en una gran Orden.
S. Bruno no d ejó regla alguna, sino solam ente la tradición, que el
qu into Prior general reunió en 1127 con el títu lo de Costumbres. La
base la form a la regla be nedictina ; pero a ésta se añadían dos prin­
cipios que form an el eje de la nueva Orden : el silencio y la soledad,
es decir, la vid a contem plativa, m ezcla de erm itaño y cenobita. E n su
m ayor apogeo, en el sig lo xiv , llegó a contar ciento ochenta m o­
nasterios.

347. b) Los Cistercienses 8). Los Cistercienses tuvieron


por primer fundador a 5. Roberto, quien fundó el monasterio
de Molesmes. Por las dificultades que le opusieron allí algu­
nos, salió con varios discípulos fieles y se retiró a la soledad
de Cíteaux (Cistercium), donde fundó un nuevo monasterio,
base de la Orden cisterciense. No mucho después Molesmes
aceptó de nuevo la dirección de S. Roberto ; pero de hecho, en
vida del primer fundador, la Orden no alcanzó gran desarrollo.
En lo que a las reglas se refería, S. Roberto sólo trataba de
restablecer en todo su rigor la de S. Benito.
7) A n t o r b , S., Artic. Chartreux, en Dict. Th. Cath. C ottletjlx,, D om l e ,
Annales Ordinis Carthus. ab a. 1084 ad a. 1429. 8 vol. Montreuil 1885. B àtj-
m a n n , E., Les Chartreux. P. 1929. En la col. «Les grands Ordres Monast.** ). L a
g ra n d e C h a r tr e u se , par un Chartreux. Grenoble 1930. X ., La- Cartuja. S. Bruno
y sus hijos. B. 1933.
*) B e r l iè r e , D om U., Les origines de Cîteaux et l’ Ordre bénédictin au 12.e siè­
cle. En Rev. Hist. Êccl., 1 (1900), 448 s.; 2 (1901), 253 s. L e B a i l , D om A., L'Ordre
de Cîetaux. La Trappe. En la col. «Les grandes Ordres relig,* P. 1924. O th o n ,
D. J., Les origines cisterciennes. En Rev. Mab., 1932, 133 s., 233 s.; 1933, 1 s.,
81 s., 153 s. C a n iv e z , J. M., Statuta Capitulorum Gener. Ordinis cisterciensîs ab
anno 1116 ad a. 1786. Lovalna 1933 s.
356 Edad Media. Período II (1073-1303)

Su sucesor A lberico (1099-1109) d ió m ayor consistencia a la nueva


organ ización , fija n d o definitivam ente sus Estatutos. E n ellos se aña­
de a la regla benedictina, que form a la base, la distin ción entre los
m onjes propiam ente tales y los conversos o legos. A un el hábito
debía ser diverso, es decir, blan co en vez del negro de los benedicti­
nos. De ahí que se com enzara a distinguirlos com o m onjes blancos
y m onjes negros. A sim ism o se insiste más en la pobreza y en la
soledad. E sto no obstante, la fu n dación sigu ió una vida algo lán­
gu ida, y con una enferm edad contagiosa que contrajo la com unidad
de C iteaux, am enazaba una ruina com pleta.

348. c) S. Bernardo de Claraval9). Este santo ilustre fué


el medio de que se valió la Providencia para encauzar defini­
tivamente la vida de los monjes cistercienses. En enero de 1112
entró con treinta compañeros en el monasterio de Citeaux.
Entre ellos había cuatro hermanos y un tío suyo. Con el número
y el fervor decidido de los nuevos monjes se rejuveneció el
Instituto. Su fama cundió bien pronto, y así, un año después
de la entrada de Bernardo, se comenzaron a erigir casas de­
pendientes de Citeaux. Una de ellas fué Claraval, comenzada
en 1115, de la que fué nombrado superior el mismo Bernardo,
que contaba veinticinco años. Desde entonces comienza S. Ber­
nardo su actividad, y la fundación del Cister, animada por él,
inicia su avance rapidísimo.
M as, com o era natural, S. Bernardo tu vo que vencer dificultades
gravísim as. L a m ayor fueron las luchas con los cluniacenses, a las
cuales dieron ocasión algunos m onjes del Cister que ponderaban con
exceso los abusos de los m onasterios cluniacenses, y la desgracia de
C lu n y de tener un abad tan in d ign o, que hu bo de ser depuesto. E l
m ism o S. Bernardo se vió m etido en lo más ardiente de la contienda
frente a Pedro el Venerable de C lu ny.
E l resultado práctico de esta contienda fué que de hecho se eli­
m inaron algunos abusos introducidos en la observancia b e n e d ictin a ;
y por lo que a los cistercienses se refiere, quedó bien determ inado
su cam po, com o respondiendo a una tendencia ascética de m ayor
pobreza y m ayor recogim iento.

Por otra parte, S. Bernardo, aun fuera de su Orden, fué


uno de los hombres más influyentes de su tiempo ; estuvo rela­
cionado con los príncipes y los Papas ; fué el alma de las gran­
des empresas que entonces se llevaron a cabo ; el defensor de
la ortodoxia contra la heréjía ; el pacificador en medio del
cisma papal; uno de los mejores escritores de la Edad Media.
A la muerte de S. Bernardo eran trescientos cuarenta y ocho
los monasterios fundados por el Cister. Hacia 1300 llegaron
a setecientos en toda Europa.•)
•) V a c a n d a r d , Vie de Saint Bernard. 2 vol. 3.a ed. P. 1902. B erstardo , S.,
Obras completas, trad. del latin por el P. Jaime Pons, S. J. 5 vol. B. 1925-1929.
W il l ia m s , W.. Saint Bernard of Clairvaux. Manchester 1935.
órdenes militares 357

349. d) C anónigos regulares. L os esfuerzos de los Papas, sobre


todo desde G regorio V II, por la reform a del clero, obtuvieron buenos
resultados. Estos esfuerzos, unidos al espíritu ascético del tiem po,
indujeron a m uchos sacerdotes a buscar una vida más perfecta. De
ahí proceden las fundaciones de canónigos regulares. Las m ás in sig­
nes son :
1. P rem onstratenses 10*). S u fundador fué S. Norberto, de la
diócesis de X an ten en Prusia, quien, siendo can ón igo, v iv ió algún
tiem po una vida disipada ; pero convertido después, se ded icó a la
piedad y a la predicación entre sus com pañeros del clero. T u vo qu e
vencer grande oposición , in clu so de los obispos. A l fin se estableció
en Prém ontré, no lejos de L aon, en 1124, y allí ju n tó un buen núm ero
de discípulos. Su ideal era la vida m onástica unida con el m inisterio
de las almas. Con sus instrucciones verbales organ izó un núcleo de
clérigos fervorosos, pero no llegó a dar una form a definitiva a su obra.
Su sucesor, el Beato H ugón, fu é el instrum ento providencial para
ello. Él fijó la regla sobre la de S. A gu stín y conform e al ideal de
S. N orberto, y le d ió un nuevo y definitivo im pu lso. L a vida de los
nuevos religiosos tenía un doble aspecto : m onacal y parroquial.
Sus com unidades se llam aron canónigos regulares, que eran verda­
deros m onasterios. De cada m onasterio o capítulo dependían uno o
varios puestos de cura de almas, es decir, las parroquias servidas por
ellos. S. Bernardo fué uno de los que con más entusiasm o fom entaron
la nueva in stitución .
2. Los Vic t o r in o s . Al m ism o tipo de canónigos regulares pertenecen
los Victorinos. Fueron organizados por Guillermo de Champeaux, profe­
sor de París, en el retiro de San Víctor. Su sucesor les dió una vida
uniform e con su regla correspondiente, basada sobre la de San Agustín.
El obispo de París la recibió muy bien y quiso im ponerla al cabildo de la
catedral, pero no pudo conseguirlo. En cam bio, se extendió en muchas
partes. . . . .
Del m ism o tipo fueron otras varias instituciones regionales, de m odo
que, de hecho, en muchos capítulos de catedrales o colegiatas se introdujo
alguna de las reglas de los canónigos regulares.

IV. órdenes militares “ )


350. Una de las manifestaciones más características del
espíritu cristiano del período que historiamos y de la tenden­
cia ascética hacia la vida religiosa y monacal que él produjo,
son las Órdenes militares. Por otra parte, están muy en con­
sonancia con el espíritu guerrero de la época y con el fervor
de los cruzados cristianos.
a) Caballeros Hospitalarios o de $. Juan 12).
Fueron pri­
mero Orden hospitalaria. Su origen lo forma un hospital de
10) P e t it , F., L'Ordre de Prémontré. En col. «Les Ordres relig.». P. 1922.
G r a ss l , B. F., Der Premonstratenserorden, s. Geseh. und seine Ausbreitung bis
zur Gegenwart, Tongerloo 1934. V ê l e z , P., Leyendo nuestras crónicas. Notas
sobre nuestros cronistas y otros historiadores. 2 vol. El Escorial 1932. Vita
Scti. Norberti, en Mon. Germ. Hist., Script., X II, 663 s. Acta SS., jun., 1, 819 s.
n ) P r u t z , H., Die geistlichen Ritterorden. 1908. Caro , Historia de las ó r­
denes militares. M,
12) D e là v il l e l e R o u l x , Cartulaire général de l'Ordre des Hospitaliers de
St. Jean de Jérusalem. 4 vol. P. 1894-1901. Í d ., Les Hospitaliers en Terre Sainte,
358 Edad Media. Período II (1073-1303)

Jerusalén, dedicado a S. Juan Bautista, fundado hacia 1050.


Al ser conquistada la ciudad por la primera Cruzada en 1099,
ganó mucho este hospital y , según parece, un lego benedic­
tino llamado Gerardo le dió mayor consistencia. El sucesor de
Gerardo en la dirección del hospital, Raimundo de Puy, le dió
la organización definitiva y una regla propia. Según ella, en
este primer período los Hospitalarios no tenían caballeros.
Mas, con el tiempo, se convencieron de que, para proteger a
los peregrinos en los hospitales y refugios, era necesario poseer
fuerza militar. Por esto se comenzó a dar entrada en el Ins­
tituto a la rama de los caballeros. Así, consta que ya desde 1137
se los admitía, y en adelante fueron tomando tal incremento,
que la Orden tomó justamente el carácter de Orden militar a
imitación de los Templarios.
351. b) Los Templarios o “equites templi” 13). En 1119
juntáronse ocho caballeros franceses en Jerusalén y formaron
una piadosa asociación. Su jefe parece fue Hugo de Paganis.
A los votos religiosos añadieron el de dedicarse a la protección
y defensa de los peregrinos cristianos, que fué el objeto pri­
mero de las Órdenes militares. El rey Balduino II les asignó
como morada el palacio construido, según se creía, en el lugar
del templo de Salomón. De ahí les vino el nombre de Templa­
rios o milites templi. Vivían a la manera de los canónigos re­
gulares y tomaban parte en los oficios divinos, mientras no se
lo impedían sus obligaciones militares.
- C om o el p u eb lo n o los consideraba com o religiosos, los tem plarios
viv ieron algún tiem po una v id a m u y penosa. Por esto su fundador
y otros cin co caballeros acudieron al C on cilio de T royes de 1128, al
q u e asistieron m uchos cisterciences, entre ellos el m ism o S. Bernar­
do, y allí consigu ieron interesarlos. S. Bernardo recibió del C oncilio
el .encargo de redactar los estatutos de la nueva Orden, y en efecto
lo hizo con entusiasm o. Con esto fué adm irable el éx ito que obtuvo la
nueva Orden en todas partes. Inocencio II le concedió grandes pri­
v ile g ios. C om o hábito d efin itivo tom aron el m anto blanco y cruz roja.
E n adelante los tem plarios sirvieron de tip o para las nuevas Órde­
nes m ilitares.

352. c ) Caballeros Teutónicos 14). U nos caballeros alemanes eri­


gieron hacia 1187 en A k o n una especie de hospital m ilitar, para cuyo
serv icio form aron una con grega ción , que p oco después quedó organ i­

et à Chypre. P. 1904. A m b r a z ie j u t é , M., Studien über die Johanniter-Regel.


Friburgo de Suiza 1929.
13) A t.b o n , M a r q u é s d e , Cartulaire général de l’ Ordre du Temple (1119­
1150). P. 1913-1922. W il c k e , W. F., Geschichte des Ordens der Tempelherren.
2 vol. 1860 s. S c h n ü r e r , G., Die ursprüngliche Templerregel. 1003.
14) S a i x e s , F. d e , Annales dell'Ordre Teutonique. Viena 1887. O e h l e r ,
M., Gesch. des Deutschen Ritterordens. 2 vol. 1908-1912. G a t z , K. e t T., Der
Deutsche Orden. 1936.
Órdenes militares 359

zada com o Orden m ilitar, con m anto blanco y cruz negra. C om o los
hospitalarios, se dedicaron a los hospitales y a la guerra. Para los hos­
pitales tom aron los estatutos de los hospitalarios ; para los caballe­
ros, las reglas de los tem plarios. C om o Orden m ilitar alemana, tu vo
gran desarrollo, sobre todo en Tierra Santa, y al fin de este período,
en los territorios alem anes, para la conversión de diversos pueblos.

353. d) Los Trinitarios 15). Directamente emparentada con


las órdenes militares está la Orden de los Trinitarios,, así como
la de la Merced, de que hablaremos luego. Eran una nueva ma­
nifestación del espíritu caballeresco cristiano de la época. En
efecto, por las luchas entre los cristianos y los infieles y de­
bido a las piraterías de éstos, yacían en la esclavitud en todas
las ciudades musulmanas centenares y miles de cristianos, su­
friendo toda clase de penalidades. En estas circunstancias con­
cibieron algunas almas generosas la idea de trabajar y aun
ofrecer sus propias vidas para procurar la libertad de aquellos
infelices. Este es el origen de los Trinitarios.
Su fundador fué S. Juan de Mata, de origen provenzal. La
idea de la fundación la tuvo en Marsella, al oír hablar con
frecuencia en aquel puerto sobre la triste suerte de los esclavos
cristianos. Reunió algunos compañeros y compuso una regla
especial sobre la base de la de S. Agustín, que fué aprobada
en 1198 por Inocencio III. La nueva Orden se llamó «Ordo
' Sctae. Trinitatis et redemptionis captivorum».
Y a al año sigu iente, 1199, partieroii los prim eros religiosos para
el Á frica. S egún su regla, un tercio de sus rentas’ debía em plearse en
la redención de c a u t iv o s ; pero el lado heroico de su vocación con ­
sistía en el voto que hacían de quedarse en lu gar de los cautivos en
caso de necesidad. L os centros y residencias aum entaron rápidam ente,
sobre todo en los puertos de F rancia y E spaña. M uchos sufrieron el
m artirio. Se calcula que los libertados p or los Trinitarios ascienden a

V. Órdenes religiosas y militares en la península Ibérica le)


354. El apogeo del Cristianismo, que durante los siglos x i i
y xiii se manifiesta en todas las naciones europeas de una ma­
nera especial en el florecimiento de las Órdenes religiosas,
aparece igualmente en la península Ibérica.*)

1S) D e s l a n d r e s , 1 / Église et le rachat des captifs. P. 1902. Í d ., 1 /Ordre


des Trinitaires. P. 1903.
**) P é r e z d e U r b e l , E os monjes esp. 2 ed. M. 1945. A l c o c e r , R., Santo
Domingo de Silos. Valladolid 1926. S e r r a n o , D-> El real monasterio de Santo Do­
mingo de Silos (Burgos). Burgos 1926. P é r e z d e U r b e l , F., El Monasterio en
la vida española de la Edad M. B. 1942. A n t ó n , F., Monasterios medievales de
la prov. de Valladolid. Valladolid 1942.
360 Edad Media. Período II (1073-1303)

a) Los Cistercienses 17).


La entrada de los cistercienses
en España tuvo lugar por Castilla en 1133, con la fundación
de la abadía de Moreruela, cerca de Zamora. Debióse a una pe­
tición hecha por Alfonso V II al mismo S. Bernardo. Desde
entonces las fundaciones aumentan constantemente. S. Bernar­
do, favorecido por los monarcas españoles, interviene en casi
todas ellas: La Oliva, Fitero, Las Huelgas, Veruela, Santas
Creus, Poblet y otras muchas. Mas, debido a la munificencia de
los fundadores, la sencillez y pobreza de los principios se trans­
formó en esplendor que no cedía al de los cluniacenses. Así,
los monasterios de Sobrado en Galicia, Carrando en León,
Valbuena en Castilla, La Oliva en Navarra, Veruela en Ara­
gón, Poblet en Cataluña, son el tipo más claro del señorío mo­
nástico.
P or el interés que ofrece, conviene decir a lg o sobre el monasterio
de Veruela. S in d iscu tir la tradición sobre la ¿p a rición de la V irgen
a d on P edro de A tarés, históricam ente es segura la fundación del
m onasterio p or don P edro de Atarés, señor de B orja, después de 1139.
D on P edro h izo d on ación a los m onjes de Scala D ei, de V eruela y del
térm in o de M aderuela. L os m onjes se establecieron en Veruela en 1140
en una erm ita. L a obra del m onasterio se com en zó y sig u ió con ra­
pidez. E n 1171 estaba concluida. L as posesiones fueron aumentando
rápidam ente.
T am bién se m u ltip lica ron en E spaña los m onasterios de m onjas
cistercienses. F ué célebre el de Las H uelgas, cerca de B urgos, fundado
por A lfon so V I I I para el retiro de personas nobles. L a abadesa tenía
extraordinarios poderes en todos los contornos, y ju risd icción sobre
trece m onasterios cistercienses.

355. b) Canónigos regulares. Premonstratenses. Y a desde antiguo se


había introducido en muchos cabildos de España la vida común, que hacían
en las casas construidas para los canónigos junto a las catedrales o co­
legiatas. Llamábase canónica. Por lo demás, no existía regla especial.
Entrado el siglo x i, con el prestigio de la vida monástica, se fué sintiendo
la necesidad de sujetar la de los canónigos a reglas más estrechas. Así,
consta que en muchas iglesias de Cataluña, Aragón y Castilla se introdujo
la regla o canónica de S. Agustín. En alguna región los mismos Concilios
la fijaron.
Según parece, la regla j>remon$traten$e se introdujo en España por
medio de dos nobles castellanos, don Sancho Ansúrez y don Domingo
Gómez, quienes fueron a Prémontré, trataron personalmente con S. Ñor-
berto y luego fundaron en España la primera residencia de Retuerta
en 1146. Desde allí se propagaron rápidamente los nuevos canónigos re­
gulares de S. Agustín, de modo que algún tiempo después se habían intro­
ducido en muchas iglesias.
356. c ) órd en es m ilitares extranjeras en España. E l ambiente
de lu ch a continu a contra los m ahom etanos, en que vivían los caba­
lleros en E spaña, era el m ás a p rop ósito para las órden es militares.

17) M a r t i n e i x , C., El mouestir de Santes Creus. B. 1929. G u it e r t , J.,


Real monasterio de Poblet. B. 1929. P a l o m e r , J., La decadencia de Poblet.
B. 1929. D o m é n e c h y M o n t a n e r , L-, Historia y arquitectura del monasterio
de Poblet. B. 1925.
órdenes religiosas y militares en la península Ibérica 361

Por esto en nuestra Península se desarrollaron intensamente las extran­


jeras y prosperaron las propias.
La ocasión de la entrada en E spaña de las Ordenes m ilitares e x ­
tranjeras fué el testam ento de A lfonso el Batallador, quien dejaba
herederos de parte de sus reinos a los can ón igos del Santo Sepulcro,
a los Caballeros de San Juan y a los T em plarios. A l presentarse los
representantes de dichas órden es para urgir la ejecución de este tes­
tam ento, se llegó a un acuerdo, p o r el cual ellos recibieron diversas
plazas en la Península para establecerse en ellas.
Como representante de los Canónigos del Santo Sepulcro vino un tal
Giraldo, a quien se le asignó la ciudad de Calatayud. Allí se fundó, en
efecto, la nueva Orden, que luego se fué extendiendo en muchas ciuda­
des. Sin embargo, hay que notar que no era Orden militar, sino Orden
de canónigos regulares. Inocencio III la suprimió. Los Caballeros de San
Juan u hospitalarios recibieron algunas plazas del alto y bajo Aragón.
A fines del siglo X ii poseían la villa de Caspe y durante las grandes con­
quistas del siglo x i i i lucharon muy activamente. Al suprimirse los Ca­
nónigos del Santo Sepulcro, los hospitalarios heredaron sus bienes. Los
Tem plarios parece habían entrado ya en España antes del testamento de
Alfonso I, el Batallador ; pero con esta ocasión recibieron la ciudad de Da-
roca con diversos pueblos, y sobre todo la fortaleza de M onzón en 1143.
Desde entonces arraigó esta Orden en la Península, sobre todo en Aragón,
contribuyendo com o la que más en las luchas contra los mahometanos.

357. d) Órdenes militares españolas 18). Dado el ambiente


religioso y caballeresco de España, no es de maravillar que
surgieran diversas Órdenes militares de origen español. Tales
fueron:
1. O r d e n de C a la tr a v a . S u origen se debe a un monje
cisterciense, quien en 1153, junto con varios caballeros cris­
tianos, se ofreció a defender la fortaleza de Calatrava, que los
Templarios no se sentían con fuerzas para sostener. Un capítulo
del Cister les compuso una regla acomodada a los nuevos reli­
giosos caballeros y designó como hábito el manto blanco con
cruz roja de lirio. En 1164 quedó aprobada por Alejandro III
la nueva Orden militar. Ya en 1169 el Maestre General puso a
disposición del Rey 1200 caballeros. Fué en adelante uno de
los más firmes sostenes de los reyes en las lachas contra los
musulmanes.
2. O r d e n de A lc á n ta r a . Esta Orden fué la transforma­
ción de una hermandad de caballeros, que tenía como objeto la
defensa del obispado de Salamanca. La primera aprobación
se la dió Alejandro III en 1175. En 1213 los nuevos caballeros
recibieron de Alfonso IX de León la villa de Alcántara, que
l*) R a d b s V A n d r a d a , Crónica d e las tres Órdenes, etc. Toledo 1672 Es­
tablecimientos de la Orden de Santiago. 1503. Regla de la Orden de yavallerfa
de San Tiago del Espada. Valencia 1599. G u il l a m a r , M., De las Órdenes milita­
res de Calatrava, Santiago, Alcántara y Montesa. M. 1825. F e r n á n d e z G uerra
y O r b e , V., Historia de las Órdenes de Caballería. M. 1864. F e r n á n d e z L l a ­
m a z a r e s , J., Historia compendiada de las cuatro Órdenes militares de Santiago,
Calatrava, Alcántara y Montesa. M. 1862. R e v ii .la V ie l v a , R.. Órdenes milita­
res de Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa. M. 1927.
362 E dad M edia. P eríodo II (1073-1303)
m

fué en adelante su centro principal, que les dió el nombre defi­


nitivo. Sus reglas fueron las mismas de los caballeros de Ca-
latrava, basadas en las del Cister.
3. O r d e n de S a n t ia g o . Fué un desarrollo ulterior de
una institución de caballeros, encargados de proteger a los pe­
regrinos de Santiago, que luego tomó como fin la lucha contra
los infieles. Alfonso V III de Castilla los protegió y les conce­
dió vastos territorios en Castilla. B1 principal fué el castillo
de Uclés con sus vastas posesiones. La regla se la compuso
en 1175 el Cardenal Alberto, luego Papa Gregorio VIII, y el
mismo año la Orden fué confirmada por Alejandro III.
4. O rden de M ontesa. A u n qu e es algo posterior, sin em bargo
adquirió tam bién gran im portancia en las guerras contra los m oros.
Se fu ndó en 1312 con ocasión de la d isolu ción de los tem plarios, cuyos
bienes heredó en A ra g ón . E l Papa Juan X X I I la aprobó en 1317.

358. e) Orden de la Merced 19). El fruto más sazonado


del espíritu cristiano y caballeresco de la España medieval fué
la Orden de la Merced, redención de cautivos, como lo fué en
el resto de Europa la Orden de los Trinitarios. Su fundador
fué 5. Pedro Nolasco, originario del Languedoe, pero educado
en Barcelona. Allí, y particularmente en su puerto, fué donde
se informó sobre las miserias de los esclavos cristianos del
África, y así fundó en 1218 en la iglesia de Santa Eulalia la
nueva Orden, que, como la de los Trinitarios, debía dedicarse
con voto especial a la redención de aquellos desgraciados. En
esta fundación le ayudaron el rey Jaime I, el Conquistador,
y S. Raimundo de Peñafort, quien compuso los estatutos. La
tradición nos refiere que la Sma. Virgen se apareció en sueños
al rey don Jaime, manifestándole sus designios sobre la nueva
Orden. En un principio admitíanse también caballeros ; pero
más tarde quedaron éstos eliminados. La Orden se desarrolló
rápidamente y todavía subsiste como Orden mendicante. En
los primeros siglos llegó a rescatar más de 25 000 cautivos
cristianos.

VI. órdenes mendicantes. Los Franciscanos 20)


359. a) Órdenes mendicantes en general. Muy digna de
estudio es la tendencia especial del espíritu cristiano de la
'“) S in a o . Bullarium coelestis ac regalis ordinis B. M. Virginia de Mercede.
B. 1690. G a r í y Siu m e ix , La Orden Redentora de la Merced. Historia de las
Redenciones de cautivos cristianos realizadas por los hijos de la Orden de la M.
B. 1873. S a n c h o , M., Vida de San Ramón Nonato. B. 1910. P é rez , P., S. Pedro
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F 'a n c is c i O puscula, Quaracchi 1904. T h o m a s d e C e l a n o , S. Frandsci Asáis.
Ordenes mendicantes. Los Franciscanos 363

Edad Media, que dió origen a' las Órdenes mendicantes. Las
ciudades se habían desarrollado prósperamente; la vida comer­
cial se intensificaba. Por esto se presentó un nuevo tipo de re­
ligiosos, que, sin verse obligados a mantenerse del trabajo de
sus manos, se dedicaron a la instrucción del pueblo y a la ense­
ñanza en los grandes centros culturales.
Además existía en muchas almas buenas la tendencia hacia
un mayor rigor en la pobreza, según se vio en los cartujos y
cisterciences ; mas aunque también algunos herejes se presen­
taban con ideas semejantes, fácilmente se veía su tendencia
heterodoxa, por su rebelión contra la jerarquía. De hecho este
sentimiento de pobreza evangélica es el que dió principio a la
Orden franciscana y el que forma la base de todas las nuevas
Órdenes mendicantes.
Otra característica de este nuevo tip o de religiosos es que por la
organ ización que recibieron y por su m ism a finalidad eran com o tro­
pas ligeras al servicio del R om ano P ontífice. A esto ayudaba la cir­
cunstancia de que no estaban encardinados a un m onasterio deter­
m inado, sin o que podían ser destinados por sus superiores a donde
se juzgara conveniente, y sobre todo ayudaba la centralización de los
poderes, que daba gran eficacia a su dirección.

360. b) Origen de la Orden franciscana. S. Francisco de


Asís, hijo de un comerciante de Umbría, después de una vida
algo descuidada, experimentó un cambio interno, y de resultas
de él se dedicó a la vida penitente y concibió un deseo vehe­
mentísimo de amar e imitar a Cristo, reproduciendo en sí la
vida del Evangelio. Desheredado por su propio padre, recibió*S.

Vitaet miracula... R. 1906. S. B u e n a v e n tu r a . Legenda S. Francisca. Quaracchi 1898.


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364 Edad Media. Período II (1073-1303)

en febrero de 1208 una ilustración del cielo en la iglesia de la


Porciúncula, basada en el Evangelio de la misión de los Após­
toles. La ilustración se concretaba en la pobreza evangélica,
como síntesis de la perfección a que debía aspirar. Bien pronto
se le juntaron algunos compañeros, con los cuales formó una
asociación, a la que llamaron «viri paenitentiales». Vivían de
limosnas ; usaban la indumentaria de la gente pobre ; se dedi­
caban a hacer el mayor bien posible a los prójimos. El mismo
Francisco les compuso una regla, basada en expresiones evan­
gélicas.
i ■

E n 1210 dirigiéronse a R om a con el fin de obtener la aprobación


de este género de vida, que S. F rancisco sintetizaba siem pre diciendo
que era la realización práctica del E van gelio. Sin em bargo, en Rom a
se les presentaron dos grandes dificultades. L a prim era era cierto pre­
ju icio existente, pues varios de los herejes de entonces se presenta­
ban haciendo alarde de pobreza. A dem ás, eran tantas las Ordenes
antiguas y recientes, que m uchos creían que el fundar nuevas era
contraproducente. Pero un exam en detenido con ven ció al Papa de la
santidad de sus deseos. A sí, pues, aprobó oralm ente el m ism o año 1210
la nueva «Fraternidad de la penitencia». La tradición o leyenda añade
un sueño m isterioso visto p or In ocencio III, que le presentaba a San
F rancisco sosteniendo el edificio de la Iglesia, que amenaza derrum­
barse.

361. c) Desarrollo de la Orden. La primera residencia


de S. Francisco fué Rivo-Torto, en Asís. Poco después de con­
seguir la aprobación de la Orden, obtuvo la capilla de la Por­
ciúncula, junto a la cual construyó edificios sencillos, que pue­
den ser considerados como el primer convento franciscano. Bien
pronto se le fueron juntando numerosos compañeros y pudo
enviar apóstoles a Umbría, Toscana y las Marcas. En todas
partes los primeros franciscanos o frailes menores, como se co­
menzó a llamarlos, hacían profesión de la más estricta pobreza,
hospedábanse en algún monasterio o casa cristiana, hacían una
vida como la de Cristo y los Apóstoles. Tal era el ideal del
fundador.
Y a en 1212 se estableció una segunda Orden de San Francisco,
que se llam ó «C on gregación de señoras pobres». Su prim era superiora
fué Sta. Clara, de donde fueron denom inadas Clarisas.
C om o la Orden fuera creciendo, el fundador pudo enviar discípu­
los fuera de Italia. E n 1217 salieron los prim eros para Francia, Es­
paña, A lem ania y el Oriente. S. Francisco m ism o, con su candor an­
gelical, se d irig ió al Oriente y llegó a predicar al sultán de E gipto
con la idea de convertirlo.
En este m ism o tiem po se d ió un paso im portante con la ayuda
del Cardenal H u g olin o, lu ego G regorio I X . Para com pletar la obra de
regeneración de la sociedad cristiana, fu ndó S. Francisco en 1221 la
Orden Tercera. Por ella se ofrecía a las personas del m undo la posi­
bilidad de llevar una vida conform e con el espíritu franciscano, de
Ordenes mendicantes. Los Franciscanos 365

im itación de la vida de Cristo y de los A póstoles. La Orden Tercera


con tribu yó a ganar m uchas sim patías al m ovim iento franciscano.

Ante la extensión que iba tomando la Orden, suplicaron a


S. Francisco muchos de sus hijos que redactara una regla más
completa y definitiva. Así pues, en 1221 se retiró a la soledad
de Monte-Colombo y allí compuso una nueva regla, que some­
tió a la aprobación de sus consejeros. Entre éstos y el Santo
hubo entonces algunas discusiones, en las que ya se marcaba
la tendencia a suavizar algunos puntos. Al fin consiguieron
hacerle cambiar algunas cosas, y de esta manera la regla fué
aprobada por Honorio III en 1223 .
Estas contradicciones afectaron al Santo Fundador. Por esto des­
ca rg ó el peso del gobiern o en Pedro de Catania y lu ego en Fray Elias.
Durante, los últim os años dedicóse S. F rancisco a la vida de soledad,
donde contem plaba sin cansarse a Jesús crucificado. E ntonces fué
cuando recibió, en 1224, según refieren sus contem poráneos dignos de
fe, la gracia de la estigm átización.
L os dos años que todavía v iv ió, estuvieron para el santo llenos de
penalidades. Sus achaques fueron en aum ento. L le g ó a volverse ciego.
E ntonces com p u so el célebre Cántico al sol . Las dulzuras de la con ­
tem p lación eran am argadas por el aire de grandeza que iban tom ando
algunos en la Orden. P or esto, poco antes de m orir, quiso redactar
un testam ento, en el que expresó su deseo de que la religión por él
fundada conservara el carácter de sencillez, de pobreza absoluta y ale­
jam ien to de todo boato exterior.

S. Francisco murió en la Porciúncula el 3 de octubre del


año 1226. Es uno de los santos más simpáticos de la Iglesia.
Aun muchos incrédulos quedan embelesados ante el atractivo
del poverello de Asís.
362. d) Expansión ulterior y acomodación definitiva de la Orden.
L a Orden de los Frailes M enores sigu ió expansionándose rápidam ente.
La Santa Sede les había concedido diversos privilegios ; poseían casas,
oratorios, cem enterios, en contraposición con los prim eros francisca­
nos, que discurrían com o peregrinos por las pequeñas poblaciones. En
esta nueva form a se fueron instalando en las poblaciones más im por­
tantes : París, Bolonia, O xford , L ondres, G énova, V enecia, Marsella,
M adrid, Barcelona. A m ediados del s ig lo x m eran ya unos 20 000,
divididos en treinta y dos provincias.
U no de los puntos m ás característicos de las concesiones p on ti­
ficias fué la cuestión sobre el estudio. A l aumentar la fama de la
Orden, se le juntaron m uchas personas de estudio, y , por otra parte,
m uchos veían la gran utilidad que el dedicarse al estudio pod ía tener
para el fin a p ostólico de la Orden. Es cierto que esta tendencia estaba
fuera de la m entalidad de S. F rancisco ; pero lo s R om anos Pontífices,
sobre todo el gran am igo de los Frailes M enores, G regorio I X , los
em pujaban por este cam ino. Era una manera práctica de interpretar
el espíritu del fundador. P or otra parte, con la bula «Q uo elon gati»,
G regorio I X am pliaba convenientem ente el concepto de la pobreza,
y con otras decisiones ^posteriores los Rom anos Pontífices autorizaron
diversas acom odaciones del pensam iento de S. F rancisco.
366 Edad Media. Período II (1073-1303)

La intención del Papa era muy buena y beneficiosa para la Iglesia,


pero algunos espíritus inquietos tomaron pie de ahí para irse al extremo
opuesto. El cabecilla fué Fray Elias, Ministro general desde 1232 a 1239,
el cual se dedicó de una manera exagerada a fomentar el boato en la
Orden, y lo que era peor, en una serie de innovaciones procedía con abso­
luta independencia. Al fin se formó un partido contra él, y en un Capítulo,
presidido por Gregorio IX , hubo de ser depuesto. Prueba clara de su mal
espíritu fué lo que hizo después, pasándose al bando de Federico II de
Alemania, quien se hallaba entonces en lucha apasionada contra el Papa.
Sin embargo, se reconcilió en el lecho de muerte.
El mismo Capítulo fijó definitivamente las Constituciones de la Orden,
según las legítimas modificaciones aprobadas por el Papa. Oficialmente
quedó todo resuelto ; pero de hecho continuó latente en el seno de la
Orden el germen de división entre los que querían observar la Regla tal
como había quedado en las Constituciones aprobadas por los Papas, y los
que, con la excusa de volver al espíritu de S. Francisco, trataban de intro­
ducir singularidades, o bien, por el contrario, seguían la tendencia iniciada
por Fr. Elias. S. Buenaventura y S. Antonio de Padua tuvieron autoridad
suficiente para mantener la paz. Pero más tarde estallaron diversos con­
flictos, en los que tuvo que intervenir el Romano Pontífice.
En E s p a ñ a se introdujeron los franciscanos en sus principios. Fr. Bernardo de
Quintaval, enviado por S. Francisco en 1217 a la Península, estableció tan sólidamente
en ella la Orden, que dos años más tarde contaba con un centenar de sujetos, y en
1233 formaba tres provincias.

VII. Orden de los Padres Predicadores


y otras Órdenes Mendicantes 21)
363. Casi al mismo tiempo que se fundaba la Orden de
S. Francisco, se ponían los fundamentos de la de los Domini­
cos. Los móviles que le dieron origen fueron: la necesidad
creciente de instrucción religiosa en las regiones infestadas por
la herejía, y al mismo tiempo el ansia cada vez mayor de orga­
nizar el estudio de las grandes cuestiones filosóficas y teológi­

ai) R ip o l l , T h .-B r e m o n d , A., BuUarium Ordinis praedicatorum. 8 fol. R.


1729-1740. M o n u m e n t a O rd. F r a t r u m P r a e d . h is t., ed. B. M. Reichert, etc. 14
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ab initio eiusdem ordinis usque ad a. 1550. R. 1936. W à l z , A. M., Compendium
historiae Ordinis Praedicatorum. 2. ed. R. 1948.
Ordenes de los Padres Predicadores y otras Órdenes 367

cas en las nuevas Universidades europeas. Las otras órdenes


mendicantes tuvieron fines parecidos.
a) Santo Domingo y la fundación de su Orden. Sto. Do­
mingo, natural de Caleruega en Castilla, era canónigo de Osma
y se había distinguido por su doctrina y su ardiente celo. Junto
con algunos sacerdotes de Montpellier dedicóse en el sur de
Francia a la conversión de los albigenses que la infestaban.
Sto. Domingo.insistía en la predicación sencilla, juntando con
ella el ejemplo de una vida pobre y austera.
H acia 1208 estableció en Prouille, cerca de Carcasona, una com u­
nidad de religiosas, que se dedicaban a la in strucción de los niños.
E n la guerra que ese m ism o año se desencadenó contra los albigenses,
dirigida p or S im ón de M ontfort, trabajó S to. D om in go por desligar
su causa de la de los guerreros, y así pudo continuar su acción pací­
fica de in strucción. Su m ejor ap oyo fué el obispo cisterciense de
T olosa, llam ado Fulco.

Habiéndose, pues, formado un grupo compacto de sacer­


dotes dedicados a la instrucción del pueblo, el año 1215 se dirigió
a Roma acompañado del obispo Fulco, con el objeto de conse­
guir la aprobación de la nueva organización ; mas por el prin­
cipio establecido en el Concilio de Letrán del mismo año, contra
la fundación de nuevas Órdenes, se les exigió que tomaran una
regla ya existente. Vuelto, pues, Sto. Domingo al Languedoc,
tomó la Regla de San Agustín como base de la nueva Orden,
continuó trabajando con los sujms en la instrucción del pueblo,
y el nuevo Papa Honorio III dió en 1216 la aprobación defini­
tiva a la nueva Orden. Por entonces sólo comprendía los con­
ventos de Prouille y Toulottse. Su labor apostólica con el pueblo
y en particular con los inficionados por la herejía, le atrajo rápi­
damente a muchos y valiosos seguidores.

364. b) Extensión y carácter especial de la Orden. Santo


Domingo continuó acreditando cada vez más a su fundación,
con lo cual ésta fué tomando rápido incremento. Ya en 1217
pudo enviar algunos de sus hijos a lejanas tierras. Hasta 1221,
en que murió, estableció residencias en Roma, Bolonia y París,
además de otras. A su propagación contribuyó Honorio III,
quien urgía constantemente la necesidad de la predicación y
enseñanza. De esta manera la Orden de Predicadores hizo su
entrada en uno de los campos más fecundos de su actividad
futura, el de las Universidades.
Todavía en vida del santo fundador tuvo lugar en Bolonia,
en 1220, el primer Capítulo general de la Orden. Éste declaró
definitivamente que era una Orden mendicante, con menos
368 Edad Media. Período II (1073-1303)

rigor en la pobreza que los Franciscanos. Muerto Sto. Domin­


go en 1221, durante el segundo Maestre General, Beato Jordán
de Sajonia, ganó gran influjo y se extendió rápidamente. Con
su magnífica organización, desplegó gran actividad en la pre­
dicación y en la enseñanza. Por otra parte, ya desde el prin­
cipio encomendaron los Romanos Pontífices a los Padres Predi­
cadores una ocupación que llegó a identificarse con la Orden:
la Inquisición de la herejía. Con esto, los Dominicos quedaron
constituidos como los inquisidores por antonomasia.
E n el desarrollo de la E scolástica, que tuvo lugar en este tiem po,
brillaron astros de prim era m agnitud de la Orden de Predicadores, de
quienes se ha hablado ya. D e la fundación prim era de Prouille se des­
arrolló la ram a fem enina de las Dominicas. A dem ás se form ó una
herm andad, llam ada Militia Christi, de la cual se desarrolló la Orden
Tercera de Santo D om in go, parecida a la de San F rancisco.
365. c) Los Dominicos y el Rosario 2a). U no de los rasgos más
típicos de la Orden dom inicana, y en particular de Sto. D om ingo, es
su d evoción a la V irgen . L a Orden com o tal se presentaba com o Orden
de Nuestra Señora. Pero la cuestión debatida es sobre el hecho de si
debe considerarse a Sto. D om in g o com o fundador del Rosario. He
aquí lo que puede afirm arse :
C onsta que en el siglo x n estaba extendida entre los cistercienses
la d evoción de rezar series de 50, 100 y 150 Padrenuestros y A vem a­
rias, y que para contarlos se usaba una cinta de perlas, parecida a
nuestro rosario. Consta asim ism o que Sto. D om in go tom ó esta prác­
tica com o arma para sus m isiones, propagándola en todas partes.
En este sentido se le puede llam ar, más que fundador, gran propa­
gador del R osario. Sin em bargo, no consta que le diera la forma
de decenas, añadiendo a cada una la consideración de los m isterios
de la vida de Cristo, que suele considerarse com o esencial al Rosario.
E sta form a definitiva del R osario aparece en el sig lo xv, y com o
los portavoces de la m ism a fueron los PP. D om inicos, tam bién en­
tonces se com enzó a presentar a Sto. D om in go com o su fundador.

365. d) La Orden de los Carmelitas 23). Los Carmelitas


tuvieron su origen antes que los Franciscanos y Dominicos. Los
fundamentos los puso un cruzado, Bertoldo de Calabria, a fines
32) H o l z a f f e l , St. Dotninikus und der Rosenkranz. 1903. E sser , T h .,
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P. 1929. B osche , D. v. d ., Des Carmes. P. 1930.
Orden de los Predicadores y otras órdenes 369

del. siglo xn, en la cueva de Elias, sobre el monte Carmelo.


Honorio III confirmó la nueva Orden, con el carácter de ere­
mítica, en 1226. Sin embargo, los Carmelitas generalmente de­
fendían que debían su origen al profeta Elias. El P. Papebroch
deshizo esta tradición.
Más tarde, la Orden fue convertida por Inocencio IV en
mendicante.
366. e) Orden de los Agustinos 24).
En el siglo xn exis­
tían varias pequeñas agrupaciones de eremitas que seguían la
regla de S. Agustín. Entre ellas pueden contarse: los fundadas
por 5. Guillermo de Maleval (f 1157), extendidas en Italia,
Alemania, Bélgica y Francia; las fundadas por Juan Bon de
Mantua (f 1249) y otras. Ahora bien, siguiendo la norma dada
por el Concilio IV de Eetrán, de que se unieran en una Orden
los diferentes grupos que seguían el mismo género de vida,
Alejandro IV reunió a todas estas congregaciones de eremitas
en una sola, a la que se dió el nombre de Eremitas de S. Agus­
tín, o Agustinos, Así lo hizo el 4 de mayo de 1256.
La nueva Orden M endicante está basada en la regla de S. A g u s ­
tín, con C onstituciones propias, establecidas por Clem ente d ’ O sim o,
Maestro General desde 1271 a 1274. De hecho, no obstante su título
de eremitas, se instalaron en las poblaciones y se m ultiplicaron rá­
pidam ente, a la par que las otras grandes órden es m endicantes, en
Italia, A lem ania, Francia, España y otros territorios.
Los Servitas. Fueron fundados por B on figlio M onaldi y otros seis
mercaderes florentinos. L os siete Hermanos fundadores se caracteri­
zaban por su espíritu de penitencia y su devoción especial a la Pasión
y a los Siete D olores de M aría. L a asociación p or ellos fundada recibió
en 1255 la aprobación de A lejan dro IV , com o Orden m endicante.

24) A n a le c ta A g u s t i n i a n a , R. 1905 s. P e r in i , D. A., Bibliografía Augus


tiniana, I. Florencia 1929.

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