Sei sulla pagina 1di 16

La moda de la ética, la dimensión ético-política y el Trabajo Social

Mario Heler *

Desde hace un tiempo, la cuestión de la ética parece estar siempre invitada a las reuniones de
Trabajo Social, convocada para ser el tema principal o uno de los subtemas. El comienzo de esta
reiterada invitación podemos ubicarlo aproximadamente en la década de los ’90, 1 cuando la palabra
“ética” circulaba con obstinación por la sociedad, a través de los medios, e interpelando a diferentes
campos sociales. Aunque, tal vez, la interpelación se dirigía con mayor insistencia a algunos en
particular, a quienes frente a la demanda de la opinión pública, tenían que hacerse cargo de la cues-
tión: los distintos organismos estatales y sus funcionarios, entre ellos los profesionales científicos y
técnicos.
Los reclamos de ética no han desaparecido en la primera década del nuevo milenio, pero han
disminuido su gravitación. Algunas objeciones a esos reclamos ya señalaban, en la década anterior,
que la ética se había puesto de moda, lo que significaba que si bien dejaría ciertos rastros, su invo-
cación, durante el tiempo que durara, sólo alteraría la superficie de las cosas, puesto que permane-
cería por debajo el mismo fenómeno que el recambio continuo sólo contribuye a conservar como tal
con leves modificaciones.
Claro que también es cierto que la mera calificación de moda a cualquier fenómeno social más o
menos novedoso no avanza nada en relación a su comprensión, si no se da cuenta de su ocurrencia
como moda. Pero además suele ser una forma de eludir el trabajo de comprender la irrupción de lo
nuevo en su novedad, en su singularidad. 2
En este sentido, me propongo realizar algunas reflexiones en torno a esta preocupación del Tra-
bajo Social por la ética, que se muestra especialmente desde los ’90, persistiendo hasta la actuali-
dad, cuando ya la ética habría dejado de estar de moda.

1. Las modas
En nuestra actualidad de movimiento acelerado, hay asuntos que parecen aflorar y desvanecerse
tan rápido como las modas, si bien ya no se restringen, como hasta ayer, al ámbito de los trajes,
telas y adornos de los cuerpos. Bajo el rótulo de nuevo y última innovación, devienen modas de

*
Doctor en Filosofía (UBA). Profesor Titular regular en la Carrera de Trabajo Social (Facultad de Ciencias Sociales) y
Profesor regular Asociado en el Ciclo Básico Común (CBC), ambos cargos en la Universidad de Buenos Aires; Investi-
gador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Instituto Gino Germani. Bue-
nos Aires, Argentina.
1
Cf. CAZZANIGA, S., “Reflexiones sobre la ideología, la ética y la política en Trabajo Social”, documento presentado
para la discusión en la reunión de la mesa nacional de la FAAPSS, 24 de junio de 2006, Posadas, Misiones, Argentina.
2
Singularidad que no se deja apresar (subsumir) por la particularidad y la universalidad ya conocidas/establecidas. Cf.
BADIOU, A., “Universalismo, diferencia e igualdad”, en Acontecimientos, Buenos Aires, año XVII, Nº 33-34, 2007,
pp. 103-121.
distinta índole, llamadas por ende a una vida efímera y signada por el mandato de la adopción de la
última novedad antes de que sea reemplazada por otra.
Participamos de la exaltación de la novedad y el cambio: en la vestimenta tanto como en el mo-
biliario, en la apariencia de los cuerpos, en gastronomía, en las relaciones sociales y en los vínculos
afectivos; también en el arte y en las ideas. En el campo intelectual, hay conceptos que hoy debe-
mos utilizar porque se han puesto de moda, teorías a las que referirse para mostrarse actualizado,
cuestiones y problemas que en este momento, de ninguna manera, se pueden dejar de enunciar.
Sin vínculo sustantivo con la consigna de “la imaginación al poder” de Mayo del ’68 y tampoco
con la concepción de Cornelius Castoriadis sobre “imaginario social”, hasta ayer no más, la palabra
“imaginario” no podía faltar en nuestros discursos (compitiendo con “representación social”); y
todo pasó luego a mostrarse en “escenarios” diferentes y cambiantes; así como la utilización de la
palabra “ideología” se puso démodé hace rato y mañana –ya hoy– se la vuelve a invocar… Quizá
un ejemplo paradigmático de la generalización de la forma moda 3 está al contraponerla con la bús-
queda de coherencia a lo largo de una vida que, en nuestro pasado inmediato, fue un valor indiscu-
tible y capaz de llevar hasta al heroísmo. En cambio, hoy se trata de estar al día, de adoptar el úl-
timo grito de la moda en cualquier ámbito en que nos movamos, sin importar que el nuevo posicio-
namiento esté en las antípodas del de la etapa ahora dejada atrás –y mejor si lo está (el signo de la
juventud radicaría en un sucesivo renovarse). Si uno pretende perseverar en su estilo de vida, en-
tonces se expone al riesgo de exhibirse como un artículo perteneciente al museo de antigüedades.
La identidad (otra cuestión de moda) debe entonces mantenerse como invariable en la variación
continua.
Pero la manifiesta arbitrariedad en el devenir de las modas tal vez no sea tal. Habría un motor
del movimiento acelerado orientado hacia la última novedad. Es que la sustitución inagotable de
una moda por otra encuentra en el consumo la razón de su existencia y de su propagación a todos
los ámbitos. 4 Impuesta la hegemonía de la perspectiva del consumidor, por sobre la del productor, 5
la promesa de la innovación y el cambio sostiene la necesidad de un consumo siempre renovado por
necesidades ni imaginadas como tales hasta ayer. Expansión de un capitalismo que se globaliza
envolviendo a todo y a todos en la forma mercancía.

2. El neoliberalismo

3
Cf. LIPOVETSKY, G., El imperio de lo efímero. La moda en las sociedades modernas, Barcelona, Anagrama, 1990.
4
Cf. BAUMAN, Z., Vida de consumo, Buenos Aires, FCE, 2007.
5
Cf. HELER, M., “Ensayo sobre la lógica de lo excedente”, en la revista Estudios de Filosofía Práctica e Historia de
las Ideas, INCIHUSA – CRICYT, Mendoza, Argentina, enviado para su publicación (octubre 2007).
2
Y en los ’90, repentinamente, la ética se puso también de moda, saliendo de su enclaustramiento
en el ámbito académico de la filosofía. Pero ello aconteció al mismo tiempo que se imponía el neo-
liberalismo como única política posible.
Conocemos el menú neoliberal: 6 transnacionalización de las economías y desnacionalización de
los Estados del capitalismo periférico, eliminación de los obstáculos al flujo del capital productivo
y especulativo, reducción de los costos de la fuerza de trabajo, libre explotación de los recursos
naturales, reducción del gasto y aumento (regresivo) de los impuestos… en el marco de un replan-
teamiento estructural del papel y la función del Estado.
Todas estas medidas se derivan de un diagnóstico que detecta que los problemas de las socieda-
des de la segunda mitad del siglo XX encontrarían su solución en la reorganización de la economía
a partir de la libertad, es decir, si se repusiera sin desvíos la concepción liberal. 7 Si el Estado de
Bienestar, con su patrón de acumulación keynesiano, al priorizar la igualdad de oportunidades,
habría conducido a políticas orientadas hacia la igualdad de resultados, esa igualdad era sostenible
en el intervencionismo estatal, esto es, en la causa de la crisis del sistema económico. El sano prin-
cipio de distribución del ingreso con fundamento en la productividad y el rendimiento individual
habría sido así desplazado por la distribución arbitraria del Estado, con criterios paternalistas, pre-
miando a los ineficientes y castigando a los diligentes. 8
Es que el nuevo liberalismo enfatiza el presunto hecho de que el postulado moderno de la liber-
tad e igualdad envuelve un conflicto forzoso: hay que optar entre la libertad o la igualdad, ya que
su coexistencia es imposible. En consecuencia, declara la irrevocabilidad de la desigualdad social
6
El neoliberalismo contemporáneo es el resultado de un proceso de elaboración iniciado en los años 20 del siglo pasa-
do, que a fines de los ’40 y principio de los ’50 encuentra el clima intelectual adecuado y cuya aplicación generalizada
se hace posible al finalizar el siglo XX. Con fundamento en las tesis del liberalismo de la economía clásica inglesa, los
aportes del neoliberalismo alemán y la Escuela de Friburgo, así como de las concepciones de la Escuela de Chicago, se
ha construido un sistema que con la pretensión de teoría y considerando la economía como una ciencia positiva –libre
de juicios de valor y despojada de cualquier ideología– pretende dar cuenta de las causas del comportamiento crítico de
la sociedad y ofrecer una alternativa que perfeccione los mecanismos de funcionamiento del sistema económico capita-
lista, brindando la clave para el desarrollo económico y social.
7
El neoliberalismo retoma en su concepción a la economía clásica pero reponiéndola en el camino correcto prescripto
por la reacción del siglo XIX contra la idea del trabajo como fuente del valor, por tanto, basándose en la economía
neoclásica, es decir, en el marginalismo. En este liberalismo doblemente “neo” (por ser una actualización del llamado
“nuevo” pensamiento clásico en economía) sirve de sustento a la instalación del predominio de la perspectiva del con-
sumidor. “En la Economía Política Clásica la teoría del valor desconectaba completamente el valor de uso del valor de
cambio. El valor de cambio no dependía de apreciación subjetiva alguna, sino de una cantidad objetiva de trabajo depo-
sitada en el cuerpo de las mercancías. El valor de uso depende de su relación con una necesidad humana, pero solo a
partir de las propiedades objetivas que exhibe la cosa. Luego, su precio podía variar conforme a la ley de la oferta y la
demanda, pero la abundancia o la escasez de un bien eran hechos objetivos que reconducían nuevamente a la esfera de
la producción y a las dificultades objetivas para la creación de riqueza. El marginalismo, en cambio, no está interesado
en la capacidad que tienen las mercancías de ser usadas, ni en el trabajo que suponen, sino en la utilidad que las perso-
nas les atribuimos, exitosa o fallidamente, en ciertas circunstancias: ese juicio incierto (en el que se juega nuestra su-
pervivencia) gobierna el valor (de cualquier tipo) de todas las cosas.” (CASAS, J. M., “Morfologías y Metamorfosis del
concepto de nuestras necesidades”, en HELER, M., CASAS, J. M. y GALLEGO, F. M. (comps.), Lógicas de las nece-
sidades. La categoría de “necesidades” en las investigaciones e intervenciones sociales, Bs. As., Espacio Editorial, en
prensa, apartado 2 del capítulo 2 de la Primera Parte). Esta utilidad marginal está medida entonces desde la mirada del
consumidor, desde su perspectiva, determinando el valor de una mercancía.
8
Cf. FRIEDMAN, M., Capitalismo y libertad, Ediciones, Madrid, Rialp, 1966
3
y establece que la diversidad y la variedad de la libre acción individual acelerarán la dinámica de
crecimiento y aumentarán el bienestar social (el famoso “derrame”, asociable con la también afa-
mada “mano invisible”).
Diferentes factores confluyeron para que la concepción neoliberal se pudiera instalar y fortalecer
en las sociedades: la automatización e informatización de la producción, las dictaduras genocidas,
las innovaciones de los medios de comunicación, las implicancias y consecuencias de la caída del
muro de Berlín… y las posibilidades así abiertas al incremento del capital mediante el consumismo.
Estaban dadas así las condiciones para construir un orden social estructurado conforme a una eco-
nomía de mercado: una sociedad dedicada a la libertad (la libertad económica convertida en condi-
ción necesaria de la libertad política) que confía exclusivamente en el mercado para la organización
de la actividad económica y de la sociedad toda.
La reforma neoliberal del Estado significó instalar como referente central de su accionar a la
economía de competencia, a la libre circulación de los capitales (pero no de los trabajadores) y al
mercado mundial. Consecuentemente, las funciones del Estado debían apuntar a la generación y la
conservación del gran consenso, precisamente, del acuerdo social acerca de su referente central.9
Entonces, la política quedó reducida al mecanismo del voto. Los diferentes intereses individuales
debían canalizarse con un mínimo de conflicto en democracias representativas: los ciudadanos
votarían a los partidos defensores de sus intereses (momento de la participación política) y los re-
presentantes partidarios triunfantes en las elecciones resguardarían los intereses de su clientela y
sus propios intereses por el Estado (y como sabemos, el interés por instalarse en el Estado –el inte-
rés en el poder que hay que obtener, conservar y acrecentar– prevalece en la práctica por sobre los
intereses de la clientela, de los votantes, e incluso del partido).
Resulta entonces que el neoliberalismo no sólo declara irrevocable la desigualdad social, además
supone inevitable la divergencia de los distintos intereses individuales y no sólo acepta sino que
promueve la competencia, una competencia que tiene su medida en el éxito. En el nuevo orden, la
libre iniciativa de las personas recogería entonces el merecido premio, en tanto los ineficientes (los
perezosos, los incapaces, los torpes… los inútiles) recibirían su apropiado castigo en la exclusión
social.
Es así que la política pasó a subordinarse al Estado, asegurando la continuidad mediante sus me-
canismos parlamentaristas. Fracasadas las políticas de ruptura, el mundo de la política, de la eco-
nomía, de la producción cultural y artística y de la cotidianidad del ser humano pudo ser invadido

9
“El Estado parlamentarista es un Estado de derecho, pero no por razones éticas, sino porque hay un gran consenso
acerca de su referente central, que es la economía de mercado, de modo que no se necesita tomar la seguridad del Esta-
do como referente principal [como en los estados dictatoriales]. El derecho es entonces favorable a la economía, y por
lo tanto favorable al Estado, que tiene la economía como referente principal.” BADIOU, A., “Ética y política”, en Re-
flexiones sobre nuestro tiempo. Interrogantes acerca de la ética, la política y la experiencia de lo inhumano, Bs. As.,
Ediciones del cifrado, 2000, p. 33
4
por las relaciones mercantiles del capitalismo. La democracia llegaba para quedarse, incluso en
países como los nuestros con sus cíclicos golpes de estado.
Y aquí irrumpe la ética como una respuesta a la desconfianza hacia las democracias representa-
tivas –y manifiesta en el desengaño respecto a los políticos–; desconfianza incrementada por la di-
fusión de la corrupción en el Estado, la reducción de la participación política al momento de las
elecciones, el desfasaje entre los usos y costumbres provenientes del pasado reciente y las caracte-
rísticas sociales ocasionadas por la reforma neoliberal, con su aumento de los excluidos y la conse-
cuente inseguridad de los incluidos. Un reclamo de ética asignado entonces a las organizaciones
sociales, con independencia de los partidos políticos. 10 Pero de una ética que reforzara el consenso
sobre las libertades de mercado, clausurando las demandas éticas en posibles estáticos. 11

3. La moda ética
Mientras se iban aplicando las políticas neoliberales y se iban produciendo sus consecuencias,
surgían las demandas de ética. Pero surgían acompañando las incitaciones y solicitaciones fascina-
doras (hipnóticas) 12 de una vida de consumo.
Pero ¿cuál es la ética demandada?, ¿de qué ética se trata?
Etimológicamente, tanto ética como moral refieren a los usos y costumbres establecidos en un
grupo humano. De ahí entonces que la palabra griega ethos signifique asimismo residencia, el lugar
donde se está en casa; de la raíz latina mores proviene moral y morada. Quienes pertenecen a un
ethos, quienes habitan la misma morada, saben qué deben hacer, porque tienen el saber práctico 13
necesario para el juego que los usos y costumbres dominantes prescriben; son hábiles en jugar con-
forme a lo que corresponde, lo que se debe, en cada situación, conforme a la clase de interactuantes
involucrados. Desde esta perspectiva, alguien es moral cuando sus acciones confirman y convali-
dan los usos y costumbres establecidos, contribuyendo a la reproducción del status quo.
Frente a un conflicto, esto es, frente a una situación en la que las acciones no se derivan inmedia-
tamente del saber práctico, la reflexión moral tiene que encontrar el modo de hacer valer los usos y
costumbres vigentes para situaciones diferentes, inéditas. La puesta en marcha de tal reflexión está
incluida entre los mandatos morales y hacen posible que el ethos persista integrando la novedad y el

10
Cf. MURILLO, S., “Inseguridad, deslegitimación de la participación política y construcción de actitudes autoritarias
en Argentina”, tesis doctoral, Facultad de Ciencias Sociales-UBA, 2007
11
Llamo posibles estáticos a las posibilidades impuestas como las únicas viables, “autosustentables”, funcionales a la
reproducción de la dominación y generadores de una ficción de elección libre. Se oponen podríamos llamar posible
dinámicos, para referirnos a las posibilidades que establecen alguna diferencia con el orden establecido y que por tanto
son calificados de imposibles, inviables, porque no serían funcionales a su conservación. Cf. HELER, M., “Acerca de la
producción cooperativa en la enseñanza y el aprendizaje”, en Paideia (Revista de filosofía y didáctica filosófica), Ma-
drid, Sociedad Española de Profesores de Filosofía (SEPFI), Nº 78, Enero-Abril de 2007.
12
Hipnóticas no sólo por adormecer la reflexión, la crítica. También por aletargar las resistencias contra los llamados al
consumo, con sus promesas de gratificación que de alguna forma se saben ilusorias.
13
Cf. BOURDIEU, P., Razones Prácticas, Barcelona, Anagrama, 1985.
5
cambio. En consecuencia, la moral tiene una fuerte connotación conservadora, como interpreto que
también la tiene la ética puesta de moda en los ’90. 14
El desencadenamiento de los egoísmos, la universalidad de la competencia salvaje, la mezcla de
despilfarro suntuario con exclusión social, 15 la desaparición o extrema precariedad de las políticas
de emancipación son algunas de las consecuencias acarreadas por las políticas neoliberales. Es de
imaginar que podrían desatar la indignación moral y promover demandas de ética. Pero las prome-
sas de gratificación del consumo pueden capturar esa indignación, con la colaboración de procesos
de adiaforización –de conversión de las acciones (antes) morales en neutras o indiferentes. 16
Si la desigualdad es inevitable, si a través del mercado se satisfacen las necesidades y los inter-
eses de los individuos –de los diligentes, que son quienes se lo merecen (además de ser los favore-
cidos de hecho por el buen orden social)–, si desde la perspectiva del consumidor, la cuestión pasa
por la satisfacción del consumo y esta satisfacción se asegura respetando y haciendo respetar las
reglas de juego del mercado, la indignación moral se tiende a canalizar en el reclamo por el cum-
plimiento de esas reglas. Pero tal canalización depotencia la fuerza de la indignación, solicita una
actitud conservadora que no ponga en riesgo los beneficios obtenidos y los prometidos: hay que ser
entonces “políticamente correcto” y también “éticamente correcto”.
En este sentido, puede entenderse la descripción que realiza Gilles Lipovetsky del ethos contem-
poráneo, en la etapa de la moda del prefijo “post”:
En esto reside la excepcional novedad de nuestra cultura ética: por primera vez, ésta es una sociedad que lejos
de exaltar los órdenes superiores, los eufemiza y los descredibiliza […] estimulando sistemáticamente los de-
seos inmediatos, la pasión del ego, la felicidad intimista y materialista. […] Las democracias […] se acomodan
no “sin fe ni ley” sino según una ética débil y mínima, “sin obligación ni sanción”; la marcha de la historia mo-
derna ha hecho eclosionar una formación de un tipo inédito: las sociedades posmoralistas […]: entendemos por
ella una sociedad que repudia la retórica del deber austero, integral, maniqueo y, paralelamente, corona los de-
rechos individuales a la autonomía, al deseo, a la felicidad. Sociedad […] que sólo otorga crédito a las normas
indoloras de la vida ética […] Por eso no existe ninguna contradicción entre el nuevo período de éxito de la te-
mática ética y la lógica posmoralista, ética elegida que no ordena ningún sacrificio mayor, ningún arrancarse de
sí mismo. No hay recomposición del deber heroico, sólo reconciliación del corazón y la fiesta, de la virtud y el
interés, de los imperativos del futuro y de la calidad de la vida presente. Lejos de oponerse frontalmente a la
cultura individualista posmoralista, el efecto ético es una de las manifestaciones ejemplares… 17

14
El uso de los términos “moral” y “ética” no es unívoco. Distintas tradiciones los interpretan de diferentes formas. En
la expresión demandas o reclamos de ética, “ética” pareciera convenir con la tradición que la piensa vinculada con lo
social y a la “moral” con lo individual, con la conciencia. Aquí adoptaré la tradición que otorga a “moral” el significado
etimológico de usos y costumbres de un grupo humano y que atribuye a “ética” la connotación de crítica de la “moral”.
Esta distinción la usaré más adelante.
15
El uso que hago en todo el escrito de “exclusión social” y “excluido/s” aprovecha su ambigüedad y los peligros co-
ntra los que advierte Robert Castel. “La exclusión se impuso hace poco como un concepto al cual se recurre a falta de
otro más preciso para dar a conocer todas las variedades de la miseria en el mundo: el desempleado de larga data, el
joven de los suburbios, el sin techo, etc, son «excluidos».” CASTEl, R., Las trampas de la exclusión. Trabajo y utilidad
social, Bs. As., Topía, 2004, pp. 21-38.
16
“«Adiaforizar» una acción es declararla moralmente neutra; o más bien, someterla a prueba según criterios no mora-
les, al mismo tiempo que se la exime de toda evaluación moral.” BAUMAN, Z., Trabajo, consumismo y nuevos pobres,
Barcelona, Gedisa, 2000, p. 121. Cf. también BAUMAN, Z, Una vida de consumo, ob.cit., pp. 38, 76 y 128.
17
LIPOVETSKY, G., El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Barcelona, Ana-
grama, 1994, pp. 11-13, la cursiva me corresponde.
6
Si estos son los rasgos distintivos de la ética demandada, se comprende que quede entonces sub-
yugada por la tolerancia y la conciliación de intereses diferentes y divergentes, en un presunto me-
jor de los mundos posibles: el del capitalismo actual. Tolerancia de las diferentes formas de vida,
en un vivir y dejar vivir, siempre que se respeten las reglas del mercado. Conciliación de intereses
contrarios y en competencia, que siempre es posible a través del intercambio, en el te-doy-esto-me-
das-aquello, bajo el presupuesto de que todos están interesados en seguir consumiendo, por libre
elección, las alternativas que el mercado ofrece. Mejor si además se puede optar entre más y mejo-
res alternativas, que no son otras que las que el mercado es capaz de suministrar cuando responde a
su propia dinámica.
¿Todo debe ser tolerado? ¿Todo debe conciliarse? No, no todo está permitido. Está permitido
aquello que no quebrante el orden establecido. Todos somos libres, libres para ser buenos consu-
midores. Pese a la exhibición de las diferencias, de la defensa del multiculturalismo 18 y del cosmo-
politismo, 19 el otro no es tan diferente: él también debe ser un buen consumidor si pretende recono-
cimiento y respeto. 20 En caso contrario, no tiene derecho a la tolerancia ni estará en condiciones de
participar en los mecanismos de conciliación. Por consiguiente, lo intolerable y lo irreconciliable
queda fuera, excluido, y además adiaforizado, ya que las consideraciones morales no le son perti-
nentes.
Frente a los conflictos se trata de saber elegir la alternativa adecuada, esto es, aquella que se ins-
cribe en la línea que define la sustentabilidad del buen orden social y que el mismo orden hace visi-
ble en sus encrucijadas bien señalizadas. 21 De modo similar a cómo se induce el consumo en las
góndolas y escaparates de los comercios con la ayuda de la publicidad, la señalización de la alterna-
tiva correcta se hace oír a través de una opinión pública manipulable. La capacidad electiva y selec-
tiva del buen consumidor también es útil entonces para las decisiones morales frente a valores con-
trapuestos pero que permiten identificar fácilmente los que sostienen el gran consenso social: viable
(autosustentable)/inviable, seguridad/inseguridad, consenso/disenso, orden/desorden, útil/inútil,
científico/no científico, eficiente/ineficiente, etc. Incluso, el mismo planteamiento del conflicto co-
mo ético opera haciendo de la economía condición de la decisión moral: las posibilidades de finan-
ciación y de rentabilidad son determinantes a la hora de decidir tanto acerca de la implementación

18
Cf. Taylor, Ch., El multiculturalismo y la “política del reconocimiento”. Ensayo de Charles Taylor y comentarios de
Amy Gutmann, Steven C. Rockefeller, Michael Walzer, Susan Wolf, México, FCE, 1993
19
Cf., por ejemplo, APPIAH, K. A., Cosmopolitismo. La ética en un mundo de extraños, Bs. As., Katz Editores, 2007.
20
Quienes no son buenos consumidores son llamados por Bauman: consumidores manqué o fallidos.
21
HELER, M., “Dispositivos de clausura en las reflexiones sobre el ethos contemporáneo”, en AAVV, Miradas sobre
lo urbano. Reflexiones sobre el ethos contemporáneo, Bs. As., Antropofagia, 2005, §1, pp. 54-58.
7
de políticas sociales como acerca de la realización de tratamientos médicos, de despidos o contrata-
ciones, así como sobre la evaluación de proyectos educativos, tecnocientíficos y culturales. 22
Si aún así surgen conflictos en la sociedad, estos deben resolverse como en el mercado: en un
comercio, en un intercambio, de los diferentes argumentos en defensa de los intereses de unos y
otros. Pero tal resolución preestablece la validez de los argumentos esgrimidos en función del con-
senso social de fondo. 23 El diálogo sin violencia, receta para la resolución de los conflictos socia-
les, en realidad se practica en un teatro donde el público se distribuye en la platea, los palcos privi-
legiados o las galerías, mientras que muchos no tienen entrada, haciéndose sus voces más o menos
audibles o inaudibles según las posiciones que ocupan. Más aún, así como el buen consumidor se
ha capacitado para serlo, consumiendo desde su niñez (consumiendo, por supuesto, los contenidos y
sus publicidades provistos por los medios de comunicación), también es necesario estar formados
en el intercambio de argumentos en defensa de los intereses de cada uno.
Aquellos, los diligentes, capaces de consumir y de conversar conforme a los imperativos de la
reproducción del consumo, tienen ganado el derecho al consumo y también al reclamo, si sus dere-
chos no fueran respetados. A ellos les corresponden asimismo obligaciones: no deben desentonar y
deben cuidar que nada se interponga a la dinámica del consumo, colaborando con la conservación
del reino del mercado sin restricciones extemporáneas. Y como refuerzo de las ganancias que les
brinda la pertenencia al círculo de la satisfacción consumista, la presencia de los excluidos sirve
para advertirles sobre los riesgos de no cumplir con sus obligaciones. Así se hace posible que algu-
nos gocen de “la reconciliación del corazón y la fiesta, de la virtud y el interés, de los imperativos
del futuro y de la calidad de la vida presente”, en la ilusión de libertad que oculta la coerción de los
posibles estáticos.

4. La defensa del consumidor


La idea de que haya que demandar ética implica que está en juego alguna falta de ética. Entra en
el ámbito de lo posible, y de hecho ocurre, la trasgresión de la ética, que en nuestra actualidad sig-
nifica que no se respeten las reglas del libre mercado. Pero con tal trasgresión se afecta la suerte del
consumidor y de sus derechos, los derechos del receptor visible 24 de los beneficios del cumplimien-
to generalizado de esas reglas. La demanda de ética gira así en torno a la defensa del consumidor.

22
Por ejemplo, se puede llegar a discutir en un Comité Hospitalario de Ética quién debe ser operado de los dos pacien-
tes que el diagnóstico médico encuentra que deben ser intervenidos quirúrgicamente, ya que sólo hay recursos econó-
micos para una operación; o bien, la opinión pública pone en cuestión si los beneficiarios de algún plan de asistencia
social deben brindar contraprestaciones, cuando el beneficio no cubre ni las necesidades básicas, pues rige el te-doy-
esto-me-das-aquello.
23
Aludo así a las denominadas “éticas del discurso”, cuyos representantes más notorios son Jürgen Habermas y Kart-
Otto Apel, las que proponen un acuerdo de base concerniente a las exigencias “intraspasables” de toda discusión para
llegar a consenso. Cf. HELER, M., Jürgen Habermas. Modernidad, racionalidad y universalidad, Bs. As., Biblos,
2007.
24
Receptor visible puesto que el beneficiario efectivo es el capital.
8
Son sus derechos lo que es necesario defender, los que deben ser protegidos y llegado el caso, re-
clamados su respeto y reconocimiento.
Los anuncios publicitarios exhiben a un consumidor en la plenitud de su goce –joven, bell@,
deportiv@, distendid@, alegre y satisfech@, dispuest@ a divertirse en las aventuras que emprende
consumiendo, disfrutando de los beneficios de pertenecer (como pregonaba una vieja propaganda
de una tarjeta de crédito). Sin embargo, el acceso y la permanencia en el consumo no son nada fáci-
les ni tampoco están garantizados. Requieren de un esfuerzo constante no sólo para estar en condi-
ciones de consumir conforme a la última moda (con su necesidad de estar informado, de prepararse
para estar disponible, etc.). Exigen, además, convertirse en un consumidor que concita el deseo del
consumo, es decir, tornarse él también un objeto de consumo en el mercado. 25 Tal esfuerzo es res-
ponsabilidad únicamente del consumidor (y el éxito o el fracaso en la asunción de su responsabili-
dad remite respectivamente a los méritos del incluido o a las culpas del excluido). 26 Pero hay cues-
tiones que no dependen sólo de su iniciativa y en relación con las cuales se requieren medidas so-
ciales que otorguen algún grado de seguridad en el consumo, una seguridad que se plasmaría en el
respeto generalizado de las reglas del libre mercado.
Al consumidor ocupado con los productos de consumo, le preocupa asegurar la reiteración del
consumo, dado el continuo renacer de la necesidad. Está interesado entonces en que esos productos
estén disponibles cuando se haga sentir la urgencia de la satisfacción (de necesidades que en el pre-
sente se estimulan y multiplican continuamente, inventándose). No sólo que estén disponibles, sino
que también se incrementen y diversifiquen los bienes de consumo, garantizando así la continuidad
del consumo. 27
Desde la perspectiva del consumidor, debe garantizarse socialmente su derecho a la libre elec-
ción. Pero no basta elegir, sino que además hace falta aumentar las posibilidades de opción, en can-
tidad y, de alguna forma, también en calidad (una calidad apreciada a su vez por el hipotético grado
de satisfacción que hace factible y que suma carga simbólica al consumo). La seguridad del con-
sumidor parece depender entonces de ese incremento en la cantidad de productos disponibles para
el consumo y, en un segundo plano, en la calidad. La producción automatizada e informatizada,
con sus correspondientes nuevas modalidades de administración y de financiación, constituye uno
de los factores fundamentales que ha acrecentado las opciones de elección con una múltiple y va-
riada oferta “a medida de la demanda”, con diferentes grados de calidad según su precio. Pero el
25
Aquí entra la cuestión del mercado de subjetividades (cuyo ejemplo paradigmático está en los reality show) y en
relación a su vez con el “trabajo inmaterial”. Cf. HARDT, M. y NEGRI, A., Imperio, Bs. As., Paidós, 2002, Capítulo
13, pp-261-280.
26
Este constante esfuerzo que exige el ser un buen consumidor no se contradice sino que refuerza la tendencia a la
búsqueda de recetas de pregonada eficacia inmediata en el logro de variados objetivos (para adelgazar tanto como para
estar actualizado en el trabajo o la profesión).
27
Bauman señala el peligro del aburrimiento que acosa al consumidor. BAUMAN, Z., Una vida de consumo, ob. cit.,
p. 136.
9
aumento de la cantidad y la calidad también aumentan el riesgo del engaño y el fraude, que lesionan
el derecho a un consumo seguro.
La búsqueda de seguridad en el consumo pide la instauración de un orden 28 que haga factible la
previsión, una previsión en que el consumo se componga y disponga para la satisfacción segura
(aunque nunca total en el movimiento siempre renovado del consumo). El orden debe administrar y
gestionar la imprescindible producción para establecer las garantías del consumo e incluso la defen-
sa de los derechos del consumidor. Tales garantías operan a través de criterios instituidos por ins-
tancias estatales, con el objetivo de favorecer las producciones productivas (las que satisfacen el
consumo, incrementado el capital, y que hay que promover y asegurar). Y hacen posible expedir
certificados de calidad que brindan seguridad al consumidor, al mismo tiempo que controlan la
producción al especificar qué y cómo se debe producir para el mercado. 29
El buen consumidor, quien ha cumplido con su responsabilidad mediante un esfuerzo persisten-
te, resulta así vulnerable frente a las posibilidades de engaño y fraude, de inestabilidad y de impre-
visibilidad. Su preocupación por la seguridad puede tener que transformarse en ocupación, cuando
pasa a ser víctima de un maltrato que lesiona sus derechos y que lo lleva a ocuparse en demandar
su respeto.
“Víctima”, “victimar” y “victimización” son términos que se han puesto también de moda (ini-
cialmente, en relación con los genocidios del siglo XX). Víctima es quien padece un daño provoca-
do, en consecuencia, si ha habido una situación en la que se ha convertido a alguien en víctima.
Determinar la causa o el causante de la victimización es fundamental en caso de una demanda que
se dirige a la obtención de un resarcimiento por el daño provocado. Si es judicial, la demanda espe-
ra una acción compensatoria que prescriba el Estado a través de sus órganos jurídicos y conforme a
las leyes que protegen del maltrato. Este resarcimiento tiene que ver con el castigo del victimario y
a su vez con una compensación, una indemnización, a la víctima. Pero también hay una compensa-
ción en el reconocimiento del daño por parte de la opinión pública. Este reconocimiento de la opi-

28
Me refiero a un “orden moral-policial”, siguiendo de alguna manera las ideas de Jacques Rancière (El desacuerdo.
Política y filosofía, Bs. As., Nueva Visión, 1996), quien define un “orden policial”. En el diccionario “policía” tiene
como una de sus acepciones: “buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes
u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno”. La policía remite así a la administración y gestión del orden social.
El orden moral-policial instituye una partición y una repartición de la sociedad, al establecer las partes del todo social
y la distribución de los derechos y obligaciones de cada parte. Supone entonces una contabilidad, pues dispone la ma-
nera en que cada parte cuenta para el todo social. Sin embargo, puede haber partes que no cuenten, “partes que no son
partes”. También se instituye lo visible y lo decible dentro del orden policial, que se hace carne, observable en el com-
portamiento social, e invisibiliza y convierte en ruido la expresión de las desigualdades de la partición y repartición
social. En tanto el orden dado se toma como el “buen orden”, su administración y gestión es conservadora, se dirige a la
preservación del orden a través del tiempo. Cf. HELER, M., “El orden moral-policial y la dimensión ético-política”, en
AMBROSINI, Cristina Marta (compiladora), Ética. Convergencias y divergencias. Homenaje a Ricardo Maliandi.
Universidad Nacional de Lanús, en prensa.
29
Nótese que esa calidad se determina científicamente y la función social útil a la reproducción del buen orden social
que en este sentido cumple la tecnociencia.
10
nión pública parece encontrar su motor en la compasión, 30 ya que “el sufrimiento se ve”. 31 Pero
entraña el peligro de que alguien puede “hacerse la víctima”, buscando una recompensa a través de
la provocación de la compasión.
En nuestra actualidad, se puede interpretar que, desde la perspectiva del consumidor, hay tres
clases de víctimas (dejando de lado las que se hacen las víctimas). Por un lado, la víctima cercana:
uno de nosotros. No se trata de una cuestión de distancia espacial, sino de la proximidad que deriva
de compartir una similar inclusión en el mundo del consumo. Entonces, los intereses convergen
(pese a las diferencias y matices de las diversas formas de inclusión) en cuanto al respeto precisa-
mente de los derechos del consumidor. Sentir con el otro el sufrimiento ocasionado por el descono-
cimiento de sus derechos sería fácil entre quienes también puedan ser víctimas de un maltrato se-
mejante, convirtiéndose así en potenciales acompañantes de la demanda (más allá de que decidan o
no curarse en salud, es decir, se ocupen efectivamente de la demanda de una víctima cercana). Co-
mo el Estado legisla a favor del consumidor (esto es, del consumo y con ello, del capital) es espera-
ble el éxito de la demanda. Las víctimas cercanas expresan un reclamo funcional al buen orden.
Por otro lado, se encuentra un segundo grupo que podemos denominar, desde la mirada del con-
sumidor, víctimas lejanas: aquellos que no son como nosotros, los excluidos. Aquí la distancia es-

30
Creo que se trata de “compasión” y no de “solidaridad” en tanto la compasión es un sentimiento factible de provocar
en individuos concentrados en su propia satisfacción. En cambio, la solidaridad entiendo que apela al compromiso con
el otro y supone la constitución de un formar parte de algo, como se decía hace un tiempo: de una causa, que trascienda
los intereses individuales.
31
BADIOU, A., La ética. Ensayo sobre la conciencia del mal, México, Herder, 2004, p. 33. Cito un extenso párrafo de
otro texto de Badiou, en que plantea –creo que en forma reveladora– la cuestión de la víctima en relación con la idea de
justicia: “se trata de saber quién define a la víctima, porque la víctima debe ser designada, debe ser definida, debe ser
mostrada. Al respecto se nos plantea siempre una cuestión, ¿quién es la verdadera víctima? Tomo un ejemplo de la
actualidad, cuando hay un atentado terrorista los diarios y los medios de comunicación hablan de víctimas, y digamos
que tienen razón. Pero cuando las personas mueren en un bombardeo no son exactamente víctimas semejantes, más
bien serían en algún modo deshechos más que víctimas. Vemos, al fin de cuentas, que cuando un occidental es muerto
se lo considera como a una víctima, pero cuando se trata de un africano o de un palestino es un poco menos víctima.
Constatamos entonces que hay víctimas y víctimas, hay vidas más preciosas que otras y ustedes ven que esto es una
cuestión de justicia. La pregunta que se impone entonces es: ¿quién es la víctima?, ¿quién es considerado como vícti-
ma? Estamos obligados a admitir que la idea de víctima supone una visión política de la situación; en otras palabras, es
desde el interior de una política que se decide quién es verdaderamente la víctima: en toda la historia del mundo, polí-
ticas diferentes, tuvieron víctimas diferentes. Por lo tanto, no podemos partir únicamente de la idea de víctima, porque
víctima es un término variable. Podríamos decir que la víctima se designa a sí misma. Esa sería otra hipótesis: la vícti-
ma se presenta como tal, como víctima, y es necesario que nosotros le creamos. En tal caso, la noción de víctima se
vuelve una cuestión de creencia, o, si ustedes quieren, la injusticia se nos revela a partir de la presentación de una queja.
En éste caso, la injusticia está ligada a la protesta de la víctima, pero sabemos que hay diversos tipos de quejas –esto es
algo que el psicoanálisis ha estudiado: la queja neurótica, la queja que justamente no plantea la cuestión de la injusticia
(lo que Nietzsche llama "resentimiento") y que no crea ninguna justicia. Con frecuencia esta queja es una demanda al
otro, y no es realmente un testimonio de injusticia. Hay una última hipótesis: la víctima en tanto es revelada por el
espectáculo del sufrimiento. Aquí la injusticia es un cuerpo sufriente visible; la injusticia es el espectáculo de las perso-
nas sometidas a suplicios, hambrientas, heridas, torturadas. Es cierto que en la gran fuerza del espectáculo hay un sen-
timiento de piedad. Pero si la víctima es el espectáculo del sufrimiento, debemos concluir que la justicia es solamente
la cuestión del cuerpo, la cuestión del cuerpo sufriente, la cuestión de la herida a la vida. Nuestra época transforma cada
vez más el sufrimiento en espectáculo, no solamente el espectáculo imaginario –el cine de la tortura y la violencia–,
sino también el documento bruto que nos muestra el cuerpo espectáculo, el cuerpo sufriente en donde la humanidad es
reducida a la animalidad. En suma, el hombre se encuentra reducido a ese cuerpo visible y se convierte en un cuerpo
espectáculo.” BADIOU, A., “La idea de justicia”, en Acontecimiento. Revista para pensar la política, Nº 28, Bs. As.,
Grupo Acontecimiento, 2004, pp. 9-22.
11
pacial tiene cierta importancia. Pues una cosa es que se trate de víctimas evidentemente lejanas (que
sólo se ven en imágenes compaginadas a tal efecto) y otra, bastante distinta, si las víctimas lejanas
con respecto a su distancia de una vida de consumo, se aproximan haciéndose visibles (y peor aún
si lo hacen ostensivamente) en el espacio de los incluidos.
Sobre aquellas víctimas lejanas (a secas, para diferenciarla del tercer grupo) sobre las cuales uno
se informa pero con las que no se tiene interacción directa, la puesta en escena de su sufrimiento
motivan compasión, pues inducen un momento de emoción triste pero catártica: permite redimen-
sionar el propio consumo, extrayéndole una satisfacción más (yo puedo y otros no), y quizá derive
en alguna esporádica acción humanitaria. 32
En cambio, el tercer grupo, llamémosle la víctima lejana-próxima, al irrumpir en medio de la
realización del consumo, atenta contra los derechos de los consumidores, interrumpe –no respeta–
el devenir de la vida del consumidor. Contra esta clase de víctimas opera la adiaforización. De
hecho no han sabido aprovechar las posibilidades que la civilización del consumo les ha proporcio-
nado, y este hecho es constatable en sus fracasos. 33 La buena conciencia del consumidor decreta
entonces que se hacen las víctimas cuando son ellos los únicos culpables de su victimización.
Con las víctimas lejanas, de uno y otro tipo, la deriva en una acción humanitaria consiste a veces
en intervenciones sociales, usualmente avaladas por la opinión pública, pues es “lo incivilizado que
exige de un civilizado una intervención civilizada”. 34 Planteada en estos términos, la intervención
genera la figura del benefactor en relación con la víctima, no sólo en oposición con el victimario,
sino ocupando además la función de juez que decide (por ejemplo, vía encuestas a los consumido-
res) si corresponde un resarcimiento por el daño ocasionado a la víctima. Pero se trata de un bene-
factor que desde el inicio desprecia la situación en su conjunto (lo incivilizado), incluidas las vícti-
mas. Un juez entonces que valora la situación para determinar la autenticidad de la víctima y cuyo
dictamen estará sesgado por sus supuestos: hay víctimas presuntas que son víctimas de sus propias
acciones y omisiones.
Si aún así se implementa la intervención, será “civilizada”, esto es, conforme a las exigencias del
mercado. Antes, estas exigencias llevaban una promesa de integración a través del empleo (posible,

32
Habría que diferenciar además el agente de esa acción humanitaria, ya que pueden generarla Estados, organismos
multinacionales, ONG, y muy raramente individuos. Y sabemos también que esas acciones pueden consistir en el envío
de ejércitos y armas, con todas las consecuencias “colaterales”. Al respecto, es interesante el análisis de Bauman del
daño llamado “colateral”. BAUMAN, Z., Una vida de consumo, ob. cit., pp. 159-161.
33
Al respecto, Bauman refiere a las conclusiones de los estudios empíricos sobre los orígenes de la pobreza de Lawren-
ce M. Mead: “los pobres carecen de la competencia necesaria para apreciar las ventajas del trabajo seguido de consu-
mo; hacen elecciones erróneas, privilegiando el «no trabajo» por encima del trabajo, y privándose de los deleites de los
consumidores de buena fe […] El punto en cuestión, según parece, es si los necesitados pueden ser responsables de sí
mismos y, sobre todo, si tienen la competencia necesaria para manejar su propias vidas. Por más que se enumeren cau-
sas externas, supraindividuales, el nudo del enigma siempre parece encontrarse en el «no trabajo»: esa deliberada pasi-
vidad activamente elegida por los pobres muy pobres, su incapacidad para aprovechar las oportunidades que el resto de
nosotros, la gente normal, aprovecharía de buen grado”, BAUMAN, Z:, Ibíd., p. 186.
34
BADIOU, A., La ética. Ensayo sobre la conciencia del mal, ob. cit, p. 38.
12
en tanto era necesario un “ejército de reserva”). Hoy, tal promesa no es sostenible. Por el contrario,
las posibilidades para los excluidos –y para los que van camino a serlo– de pasar a estar integrados
al buen consumo son casi nulas.
Desde esta mirada, las intervenciones sociales serán ineficientes con respecto a la pretensión de
que sean acciones reparadoras de los excluidos en su calidad de víctimas. Pero en su carácter de
sociales, las intervenciones deberán ser eficientes en provocar la ratificación de la subjetivación de
los excluidos como consumidores fallidos. Y también como demandantes fallidos, convenciéndolos
del presunto hecho de que fracasarán, independientemente de la justicia de sus reclamos.

5. El problema de la dimensión ético-política en el Trabajo Social


El Trabajo Social no podría ser ajeno a las condiciones sociales predominantes que he tratado de
reseñar hasta aquí: la moda de la ética, el neoliberalismo, el predominio de la perspectiva del con-
sumidor. La profesión responde a mandatos estatales: su título es habilitado por el Estado; es el
Estado, por lo general, el que emplea y contrata a trabajadores sociales; así como el ejercicio profe-
sional se específica en el diseño de las políticas sociales que se les encarga implementar en relación
directa con los destinatarios de tales políticas.
Aun cuando el neoliberalismo reciba críticas y algún gobierno pueda no acomodarse estricta-
mente a sus pautas, persisten sus orientaciones. Se espera entonces que los profesionales compartan
los imperativos del dominio social a partir de la perspectiva del consumidor, ya que actúan como
representantes del sistema burocrático y del sistema experto. Ubicados en los “puntos de acceso” a
tales sistemas, 35 son con quienes pueden entrar en contacto los destinatarios de las políticas sociales
y son entonces quienes lidian directamente con las demandas de los excluidos.
Las intervenciones de las y los trabajadores sociales interfieren en las vidas de las víctimas leja-
na-próximas, de aquellos cuya presencia perturba in situ la vida de consumo y que no tienen cabida
en esa vida. Todo está dispuesto entonces para que la mirada tecnocientífica 36 –que los trabajadores
sociales tienen incorporada– continúe adiaforizando la situación de aquellos con los que trabaja
profesionalmente, constituyéndolos en espectadores objetivos de los sufrimientos, de las implican-
cias y consecuencias de la exclusión social. Deberían llegar entonces al terreno muñidos con la
hipótesis que implícita o explícitamente se espera que oriente el diagnóstico de las personas y de su
situación (lo incivilizado), definiendo su intervención (civilizada): se hacen las víctimas.
En consecuencia, independientemente de las buenas intenciones de las y los trabajadores socia-
les, el éxito de la intervención no consistiría en el logro de alguna integración social de los asisti-
dos, sino en el nivel de invisibilización de la exclusión, de las desigualdades y las opresiones que

35
Cf. GIDDENS, A., Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza, 1994, pp. 80-98.
36
Al respecto señalo la tendencia predominante que concibe el Trabajo Social como ingeniería social, en HELER, M.,
Filosofía Social & Trabajo Social. Elucidación de un campo profesional, Bs. As., Biblos, Agosto de 2002, capítulo VI.
13
sufren sus asistidos; invisibilizar el daño a la igualdad y la libertad que el orden social ocasiona en
parte de sus miembros, por medio de algún paliativo, de una leve mejora en algún aspecto de la
situación, de un cambio que nada cambie.
Sin embargo, el contacto de las y los trabajadores sociales con los excluidos no los deja en la
compasión que el espectáculo de las víctimas lejanas le provocan al buen consumidor. En el queha-
cer específico del Trabajo Social, el sufrimiento se ve en vivo y en directo, sin mediación ni com-
paginación (pese a que se opere con la distancia que un profesional debe establecer en su vínculo
con quienes asiste). Es que el trabajo inmaterial 37 del Trabajo Social conduce más allá de las direc-
tivas institucionales, de la formación y hasta de los buenos sentimientos: desestabiliza y desnatura-
liza el habitus de los profesionales, cuestiona su función y el orden social en que esa función se
desempeña. En el proceso de asistencia –o de concreción del servicio– social, la cooperación 38 en-
tre los trabajadores sociales y los actores sociales, produce efectos que exceden los mecanismos de
clausura 39 instituidos por las políticas sociales y los mandatos de la profesión. Abre así la dimen-
sión ético-política en el desempeño profesional del Trabajo Social.
Si ética se entiende en función de la tradición que le asigna el significado de crítica a la moral; si
política se comprende como la crítica a la desigual y opresiva partición y repartición social que el
orden social impone; si se concibe como dimensión por ser constitutiva de la sociedad y su emer-
gencia se intenta detener por parte del orden social establecido; entonces la dimensión ético-política
abre la posibilidad de la puesta en cuestión de la dominación social –tanto en sus aspectos subjeti-
vos (moral) como objetivos (policial). Supone, por ende, un proceso subjetivo de desidentificación
y nueva subjetivación (ética) en la lucha (política) por dar parte a los que no tiene parte en la des-
igual contabilidad social. Disputa entonces siempre subjetiva y objetiva: esfuerzo de crítica, de

37
“Podemos distinguir tres tipos de trabajo inmaterial […] El primero está implicado en una producción industrial que
se ha informacionalizado e incorporado tecnologías de comunicación de modo tal que transforman al propio proceso de
producción. La manufactura es considerada un servicio, y el trabajo material de la producción de bienes durables se
mezcla y tiende hacia el trabajo inmaterial. El segundo es el trabajo inmaterial de las tareas analíticas y simbólicas, el
que se subdivide en manipulaciones inteligentes y creativas por un lado y tareas simbólicas rutinarias por otro. Final-
mente, un tercer tipo de trabajo inmaterial implica la producción y manipulación de afectos, y requiere contacto huma-
no (virtual o real), trabajo en modo corporal.” El trabajo afectivo parece ser una de las facetas básicas del trabajo del
trabajo social, pero no la única, ya que involucra también aspectos comunicativos y lingüísticos. En relación con esta
modalidad del trabajo inmaterial, los autores señalan: “… su cara afectiva, se extiende mucho más allá del modelo de
comunicación e inteligencia definido por la computadora. El trabajo afectivo es entendido mejor partiendo de lo que los
análisis feministas del «trabajo de la mujer» han denominado «trabajo en modo corporal». Los trabajos de cuidado
están por cierto inmersos en lo corporal, lo somático, pero los efectos que producen son sin embargo inmateriales. Lo
que produce el trabajo afectivo son redes sociales, formas de comunidad, biopoder” (la cursiva me corresponde).
HARDT, M. y NEGRI, A., Imperio, ob. cit., pp. 272-273.
38
“… debemos señalar que la cooperación es completamente inherente al propio trabajo. El trabajo inmaterial involucra
inmediatamente cooperación e interacción social. En otras palabras, el aspecto cooperativo del trabajo inmaterial no es
impuesto u organizado desde afuera, como lo era en las formas previas de trabajo, sino que, la cooperación es comple-
tamente inmanente a la propia actividad laboral.” Ibíd., p. 273.
39
Castoriadis caracteriza la “clausura” así: “Cualquier interrogante que tenga sentido dentro de un campo clausurado,
en su respuesta reconduce a ese mismo campo”, esto es, reconduce todo planteamiento hacia los parámetros y las mo-
dalidades aceptados dentro del campo, procurando así desarraigar las disidencias a través de la domesticación de la
crítica. CASTORIADIS, C., Hecho y por hacer. Pensar la imaginación, Buenos Aires, EUDEBA, 1998, p. 319.
14
nueva subjetivación, de resignificación y de argumentación, dirigido a la transformación del orden
establecido (moral-policial). 40
Desde esta interpretación, la preocupación por la ética del Trabajo Social no responde a una mo-
da que no se ha sustituido a tiempo por su sucesora. 41 Por el contrario, responde a la emergencia de
la dimensión ético-política en el mismo ejercicio de la profesión. Siendo, asimismo, una preocupa-
ción política: implicados en la emergencia de esta dimensión, las y los trabajadores sociales no
pueden ocultar que el orden social produce la exclusión, al mismo tiempo que atribuye culpas indi-
viduales. A su vez, por llamar a una transformación del orden establecido es también política.
Pero la apertura de la dimensión ético-política no predetermina ni permite predecir lo que hará
cada trabajador social con esta irrupción y su consiguiente desestabilización y desnaturalización, ni
los comportamientos que adoptarán las personas involucradas ni, por lo tanto, los resultados de la
intervención.
Ser consecuente 42 con la dimensión ético-política requiere un trabajo, un esfuerzo difícil –y tal
vez doloroso. Un trabajo subjetivo (ético) de desidentificación y resubjetivación –tanto de los pro-
fesionales como de los actores sociales–, y objetivo (político) de disputa por las condiciones socia-
les –de los actores sociales y también de los profesionales. Un trabajo sólo factible, por consiguien-
te, en una producción cooperativa. 43
Es así que puede entenderse que, desde el campo profesional, se contribuya a este trabajo invi-
tando a la discusión ético-política del Trabajo Social. Aunque no hay recetas ni fórmulas que per-
mitan prever las consecuencias del encuentro 44 efectivo con los excluidos que las intervenciones de
los trabajadores sociales pueden provocar; ni tampoco garantías de que se provoque alguna conse-
cuencia que establezca alguna diferencia con las modalidades de intervención predominantes y fun-
cionales al status quo.
El desafío que significa la apertura de la dimensión ético-política supone una apuesta, cuyo sen-
tido se encuentra en la misma situación de intervención, en su singularidad. 45 Una apuesta que in-
cluye la resistencia contra el refugio que ofrecen las experiencias prácticas acumuladas y transmiti-
das, las ideas y los conceptos, los procedimientos y protocolos, los métodos y las técnicas, los su-

40
Además de la referencia al “orden moral-policial”, con las correspondientes citas bibliográficas, en nota al pie 26
(supra), cf. HELER, M., “El orden moral-policial, la dimensión ético-política y el Trabajo Social”, Actas del XXIV.
Congreso Nacional de Trabajo Social, Mendoza, Colegio de Trabajadores Sociales de Mendoza y Federación Argenti-
na de Asociaciones Profesionales de Trabajo Social, Octubre de 2007, en prensa.
41
Ni tampoco tiene un comienzo con fecha aproximada en los ’90.
42
Cf. BADIOU, A., “La idea de justicia”, ob. cit.
43
Cf. HELER, M., “El orden moral-policial, la dimensión ético-política y el Trabajo Social”, ob.cit. Cf. también el
desarrollo de la cuestión en relación con la enseñanza en HELER, M., “Acerca de la producción cooperativa en la ense-
ñanza y el aprendizaje”, ob. cit.
44
En terminología spinoziana, “encuentro” es la reunión de los cuerpos que hace que en conjunto puedan más, que se
potencien.
45
Singularidad que radica en los aspectos y las posibilidades existentes en la situación que no se reducen a lo sabido y
establecido para toda situación similar; que no se reducen a los posibles estáticos.
15
puestos y las hipótesis, ya sabidos, ya incorporados, en el habitus dominante de las y los trabajado-
res sociales, y en tanto funcionan como mecanismos de clausura.
La dimensión ético-política constituye entonces un problema para el Trabajo Social, al que tiene
que atender de alguna manera, y
cuando intentamos resolver un problema sabemos que debemos resolverlo nosotros mismos, que debemos com-
prender la situación, que debemos encontrar una idea, sabemos que esa idea no vendrá de afuera y se hace nece-
sario resolver el problema. 46
Tal vez sea fecunda una idea que quisiera proponer en relación con el problema de la dimensión
ético-política en el Trabajo Social. Sin embargo, solamente las y los trabajadores sociales pueden
poner a prueba tal fecundidad en sus intervenciones.
Dado que se impone en nuestra actualidad la perspectiva del consumidor, dado que aquellos con
quienes trabaja el Trabajo Social son también afectados por ese predominio pero son estigmatiza-
dos como consumidores fallidos, cabría pensar –y ver en la práctica cómo se puede ser consecuente
con ello– que las intervenciones en la actualidad tendrían un criterio para dejarse orientar por la
dimensión ético-política. Tal criterio concierne a las posibilidades existentes en cada situación para
que quienes sean los destinatarios de la intervención y quienes intervengan se subjetiven y actúen
como productores, se produzcan en la intervención como productores, adoptando la perspectiva del
productor.
¿Posibilidades imposibles? ¿Utopías inviables?
Las cuestiones ético-políticas que preocupan y ocupan a las y los trabajadores sociales no remi-
ten a los posibles estáticos, sino a los posibles dinámicos, 47 a los que exigen su producción.

46
Ibíd., la cursiva me corresponde.
47
Ver supra nota 11.
16

Potrebbero piacerti anche