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Artistas ilegítimos (Una lectura estratégica de

Para salir de lo postmoderno, de Henri


Meschonnic) // Silvio Lang
El artista solo es artista en la medida en que, lejos de tener el arte detrás suyo, tiene delante de
sí, un arte que todavía no existe. El artista es el único que no tiene el arte.
Henri Meschonnic
Aversión al cliché. Meter los clichés en una máquina trituradora para fabricar otra cosa. Extrudirlos
con una bomba de metales para que salgan otras figuras. El cliché es lo que creés que te funciona y
no ponés en cuestión. Desviar las ideas preconcebidas de todo funcionamiento que te impidan
pensar y arrojarse a otro conjunto de experiencias del presente. “La inteligibilidad del presente es lo
que está en juego, y la preparación del futuro”, escribe Henri Meschonnic, contra el consenso del
pensamiento postmoderno.
Lo postmoderno es lo que ha reaccionado a la modernidad. La modernidad tiene que ver con la
poética social. La poética es lo que perdimos y lo que está impensado para nosotros. La poética no
es el arte poético y se opone al mito. Ni tiene reglas de composición ni está regulada por un código
de interpretación. Una poética es la capacidad, siempre renovada, de ligar un estado de lengua y
unas situaciones; un sentido con un afecto; un modo de ser con una institución y con una
insubordinación; una manera de relacionarse con un modo de conocer; unos gestos y un tono físico
con un bloque de espacio-tiempo; una voz con una historia subjetiva; unos cuerpos con un
lenguaje… La poética es el continuo de las diferencias que pueblan una vida social.
O sea que la poética, que se aborda como teoría del arte y de la literatura, es un asunto crítico de la
antropología, la filosofía, la sociología, el psicoanálisis, la economía y la política. Para Meschonnic,
la poética es un “pensamiento de lo continuo”. Poética y modernidad van juntas. Porque la
modernidad no es tanto una periodicidad de la producción cultural y artística, sino una cualidad del
pensamiento y el funcionamiento de sus obras que han enfrentado el cerco del presente. El sujeto
poético desborda el producto de una época gestada en la conciencia del sujeto normalizado, cuando
critica sus funcionamientos y los historiza, e inventa a la vez otros posibles. Es por eso que toda
poética es poética de una modernidad.
Nuestro trabajo artístico es la mutación de un sujeto a otro o, mejor aún, comenzar a pensar al sujeto
clásico y único como transformación o subjetivación poética. Un modo de hacerse y desviarse a otra
forma de vida, de trastornar y transformar la percepción de tu cuerpo y de tu sensualidad; del modo
de conocer mundos, personas, saberes; de relacionarte con las prácticas y las posibilidades; de la
manera de vivir la afectividad y hacer alianzas. Hay, para Meschonnic, un “pensamiento del
continuo” porque la colonización del signo en todos los planos humanos ha hecho de la experiencia,
de la política, del significado y del cuerpo un discontinuo. El signo porta un carácter teológico por
su dosis de abstracción. Desensibiliza: sustrae al cuerpo del lenguaje, lo separa de la experiencia y
de su capacidad de producir sentido sensible. El signo es la central de gestión de lo discontinuo en
el capitalismo: desde la abstracción del dinero, las imágenes publicitarias y la conectividad virtual
hasta las finanzas.
Sin embargo, el pensamiento de lo continuo apuesta por un ritmo: junturas singulares de los mil
planos de nuestra existencia para que pasen por allí intensidades, ganas de vida. La modernidad es
la actividad que trabaja en estos ritmos poéticos contra el orden discontinuo en oferta de la época.
Un/a artista moderno/a trabaja no para soliviantar el orden ofertado del cerco del presente sino para
desbordarlo con relaciones improbables, coherencias impensadas que abren un conjunto de posibles
modos de vida.
Un/a artista moderno/a trabaja contra su época y no para adaptarse a ella. No es contemporáneo/a a
la época ni a sus colegas. Vive de la alteridad y de lo múltiple, y no de la mismidad de la identidad,
la marca y la imagen de sí. Sabe que es incompatible con el código de su contemporaneidad. Por
eso está todo el tiempo creando las condiciones y el discurso de existencia de su lenguaje y su vida.
Es un trabajo de historización constante para seguir con vida. Hay modernidades como hay
historicidades: subjetivaciones corporales que insisten en existir desde su hartazgo y diferencia. Las
modernidades de la modernidad son individuaciones críticas-invenciones. “Se trata de situarse
como historicidad”, recalca Meschonnic, “de ver lo que cambia verdaderamente, y que hace a la
ética y a la política de la poética”.
Mientras que lo postmoderno recicla y compagina los signos de la historia compatibles con la orden
del día de la contemporaneidad, y se desentiende de la crítica de los modos de existencia, ¿cómo te
situás en tu práctica hoy? Esa es la pregunta moderna. Lo demás es servidumbre a “las autoridades
del momento”. Las prácticas poéticas artísticas no son opiniones sobre el mundo sino variaciones de
intensidades subjetivantes que abren mundos: “practicar una disociación de ideas” preconcebidas
que asuman las condiciones de posibilidad de invención de modos de vida desobedientes;
comunidades provisorias haciéndose; performatividades colectivas.
Lo moderno se opone a lo contemporáneo, pero no a lo clásico. Lo contemporáneo es lo académico,
que no es más que una “caricaturización” de las intensidades del presente. “El academicismo no
cambia nada. Es lo que repite lo que ya fue hecho en su orden”, se define Meschonnic. El
academicismo es la mismidad y cada modernidad cuenta con uno. Cuál es la historicidad y la
especificidad de cada obra es una indagación ante la cual el academicismo se muestra nulo. Porque
la alteridad no lo altera, sino que es objeto de su conquista. Como la propiedad privada, el
academicismo vive del robo. El academicismo cultural de toda modernidad es indiferente a la
especificidad subjetivante de las obras. No tiene una relación ética-sensible con las modernidades
sino moral-reglamentaria.
Las modernidades se incrustan en la historia como operadores de transformación de los modos de
individuación social. Incorporarse a un poema, a una forma del lenguaje, a una fisicalidad, a un uso
del tiempo y del espacio, a una lógica de imaginación, es crítica e invención social de la poética
moderna. Sin una aventura del pensamiento del cuerpo-lenguaje contra el mantenimiento del orden
no hay invención posible. Ese pensamiento insurrecto explora una contra (nueva) coherencia de
relacionarse con uno mismo, con los otros y con el mundo. Pero no tiene nada que ver con el saber:
“El pensamiento es insoportable para el saber. El pensamiento es intempestivo, o no es. Es en lo
único que es una aventura. De ahí su acompañamiento: “la risa de la teoría, la amistad, el compartir
la aventura”, dice Meschonnic. “Pensar la sociedad por la poética” requiere de alianzas combativas:
amistades o formas de vida interseccionadas que van juntas y ríen, porque hacen teoría y camino de
lo que no saben.
¿Cuáles son tus alianzas? Es la otra pregunta de la modernidad. ¿Con qué y con quiénes gozás de lo
desconocido? “La risa, la relación, aquí, con el placer de vivir este pensamiento, y de pensar este
vivir, es una relación con el pensamiento”, nos dice el filósofo. Porque hay “una alegría del
pensamiento intempestivo”. Esa alegría de la amistad fundada en el placer de “entrenarse en ver”
juntos; “en oír todo lo que uno no sabe que se ve y se oye”. El lenguaje para Meschonnic es más
una escucha que otra cosa; la actividad de reconocer diferencias y ritmarlas para hacernos otros. “El
goce del ritmo. El goce de lo casi inescuchado. Que está ahí”.
Hay una identidad ilegítima en el/la artista moderno/a. No tiene derecho a existir en el territorio del
orden académico y del mercado. Es un/a extranjero/a. “El extranjero no es solo el otro, es también
el invisible, lo borrable borrado”. En tanto produce fuera-de-lugares está fuera-de-lugar. No
combate por ocupar espacios, privilegios, reconocimiento, poder institucional sino por existir. Es
decir, resiste a no ser borrado del mapa por su potencia intempestiva. Y existe creando bloques de
espacio-tiempo que no existen aún. Trabaja por lo que está viniendo, no por lo que hay disponible
en el mercado del arte ni con la reglamentación o codificación cultural de la época. Es un mestizo
del tiempo: está en su presente y a la vez en un futuro imposible o en lo impotente de ese presente.
Se desencadenan altas dosis de conflictividad entre lo contemporáneo y lo moderno que el/la artista
saca a relucir y resulta insoportable para los otros y otras, y agotador para sí mismo/a. De este modo
deviene “sujeto del poema”. Es decir, activa un proceso de subjetivación que transforma las
relaciones con uno/a mismo/a y con los otros, corporal e intelectualmente.
Trabajar contra los clichés contemporáneos del postmodernismo que es deducción de producción de
realidad del mercado global; pensar lo extranjero, lo que no se ha pensando aún; escuchar lo
imperceptible; transformar la visión, los modos de decir, de leer y de oír; rechazar los modos
actuales de representación; interseccionar poética y política con sus efectos éticos; conceptualizar el
continuo de la experiencia de individuación que producen los funcionamientos de las obras de arte,
son las principales acciones que Meschonnic compromete al “sujeto del poema” o a todo proceso de
subjetivación moderna.

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