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POSMODERNIDAD Y LA ÉTICA
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Profesor-investigador y director del área “Excelencia Humana” en Prime Business School (Universidad
Sergio Arboleda, Bogotá, Colombia. Máster en Investigación en Economía y Empresa y PH. D. (c) por la
Universidad Pontificia de Comillas (Madrid, España). pabloalamo@gmail.com / pablo.alamo@usa.edu.co
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Estudiante en proceso de grado para obtener la doble titulación en el programa de Filosofía y
Humanidades de la Universidad Sergio Arboleda, Bogotá-Colombia. Coach personal certificado por la
Universidad de Cantabria. angomangok@hotmail.com
RETOS DE LA EMPRESA DEL SIGLO XXI: EL HOMBRE, LA
POSMODERNIDAD Y LA ÉTICA
Resumen
La ética se pone de manifiesto en el avance de las empresas para su desarrollo y las
maneras de afrontar los retos de las mismas en el siglo XXI. El presente documento
pretende mostrar los complejos cambios a los que se enfrentan las empresas hoy en día,
las respuestas se encuentran a la luz de los distintos escenarios que aportan soluciones a
dichos retos. Se encamina el texto por los cuatro vías que fortalecen la empresa
humanista, y se ofrece una visión teórica de lo que entendemos por humanismo en
cuanto refiere a toda corriente que en su reflexión y acción prioriza la búsqueda y la
realización del ideal humano: respetando la dignidad de la naturaleza humana, se trata
de alcanzar la excelencia y, en última instancia, la felicidad; en miras a la gestión
empresarial.
La complejidad del mundo moderno se enmarca dentro de una crisis histórica de hondo
calado (Llano, 2012). Es importante citar las características de fondo de este nuevo
mundo, que se está conformando bajo una sobresaliente crisis epistemológica, porque
afecta a la empresa y a toda institución con funciones de gobernabilidad.
Es importante citar las características de fondo de este nuevo mundo, que se está
conformado bajo una sobresaliente crisis epistemológica (Cincunegui, 2013), porque
afecta a la empresa y a toda institución con funciones de gobernabilidad.
Una tercera forma de responder a la complejidad del mundo actual, por parte de las
empresas, tiene que ver con el factor motivacional. A diferencia de otras épocas
pasadas, donde era común que el trabajo ser viera casi exclusivamente como un medio
de sustento con el fin de atender a las necesidades importantes de la vida, hoy el
trabajador mira al trabajo como un lugar donde debe poder poner en práctica sus
talentos y en última instancia satisfacer de manera razonable el ideal de felicidad,
creando las condiciones organizacionales que sean necesarias (Carralónpital, 2012;
Abello y Wilhem, 2014).
Una cuarta manera de responder la empresa a las exigencias del mundo actual es con
una nueva conceptualización de la gestión empresarial, donde la ética no es una realidad
aparte sino integrada en criterios de desempeño específicos (Gilli, 2013), iluminando así
la toma de decisiones (Ramiz, 2011). Si antes empresa y ética eran realidades separadas
o autónomas, hoy comienzan a estar cada vez más unidas, no todavía de manera
integral, sino a través de un paradigma pragmático o utilitarista, que respondería más a
la voluntad de portarme bien, no tanto porque quiero ser bueno, sino porque me
conviene serlo: los efectos de no ser ético, pueden llegar a ser dramáticos, desde todos
los puntos de vista, por eso no tendría sentido, dice la teoría, hacer el mal. El principal
problema de la ética empresarial utilitarista es que no siempre es funcional porque el
bien no siempre se puede cuantificar como ella pretende (Di Filippo, 2012). Hay bienes
fundamentales y sustanciales cuyo valor no puede ser medible ni cuestionable sino
simplemente defendido y respetado (Fair, 2010; Fumás, 2012). Los principios rectores
ONU sobre empresa y derechos humanos son un buen ejemplo (Esteve-Moltó, 2011).
Los vacíos o puntos ciegos del utilitarismo pueden ser llenados por la ética empresarial
clásica (Guillén-Parra, 2009), que fundamenta su acción en la virtud, es decir, en
hábitos operativos buenos, que permiten gestionar mejor y de manera prudente la
complejidad, evitando caer en la superficialidad o la precipitación, porque tiene la
mirada puesta en la visión, es decir, en el mediano y largo plazo (Cortina, 2009). Los
valores enunciados por una empresa en su declaración de identidad, cuando son
incorporados a la realidad diaria de la empresa, cuando se consolidan en costumbres, no
son otra cosa que las virtudes tal y como las entendían los clásicos.
Los valores son parte esencial de la empresa (Solomon, 2009) y del ser humano. No es
comprensible una acción empresarial y humana sin la existencia de unos valores que
son pensados, deseados y queridos. La defensa y respeto de los valores no es una tarea
sencilla y fácil, y requiere, no sólo de fuerte convicción sino sobre todo de una gran
fortaleza. Por eso uno de los grandes desafíos de la ética empresarial, fundamentada en
la virtud, es doble: por un lado, mantener viva la llama de la libertad y de la creatividad,
porque la virtud, adquirida mediante repetición de acciones, puede generar una
costumbre que cercena la creatividad y nos lleva a actuar en “piloto automático”, sin
que la libertad y otras potencias entren en juego; y por otro lado, la ética tiene que
ofrecer al mundo empresarial argumentos sólidos y actuales para no caer en un tipo de
comportamiento meramente utilitarista.
La empresa hoy debe hacer frente a dos grandes perfiles de personas, uno que responde
a un individualismo posesivo y desmedido que busca la satisfacción de objetivos
exclusivamente personales, un tipo de individualismo radical que es disgregador y en
ocasiones despersonalizado y destructivo (Melé, 2011; Gentile, 2013); y un segundo
perfil, que concibe el lugar de trabajo como un lugar de encuentro y realización
personal, donde la motivación no es únicamente individual sino también y
fundamentalmente gregaria y social, donde uno puede dar sentido a su vida gracias a la
interacción racional (Meng y Juurikkala, 2008) canalizada dentro de una actividad
empresarial motivadora (Muñoz, 2011; Charris, 2013). En el primer caso, la motivación
más fuerte está en recibir, mientras que en el segundo prima la donación, el dar, el poder
ofrecer una contribución que valga la pena. Así la empresa contemporánea debe
responder a la interacción de talentos, egos y motivaciones de una riqueza y
complejidad nunca antes vista.
Tipos de
Descripción Motivación
personas
Que busca la satisfacción de
objetivos exclusivamente
personales, un tipo de
Individualismo La motivación más fuerte
individualismo radical que es
posesivo está en recibir
disgregador y en ocasiones
despersonalizado y destructivo
(Gentile, 2013)
Donde la motivación no es
únicamente individual sino
Que conciben el
también y fundamentalmente
lugar de trabajo Prima la donación, el dar, el
gregaria y social, donde uno
como un lugar de poder ofrecer una
puede dar sentido a su vida
encuentro y contribución que valga la
gracias a la interacción racional
realización pena.
(Meng, 2008), analizada dentro
personal
de una actividad empresarial
motivadora (Charris, 2013)
Tabla 2. Tipos de personas en las empresas. Fuente: Autor.
La empresa humanista
Basándonos en Alejandro Llano (1992), quien propone un nuevo modo de pensar la
empresa, basado en el reconocimiento de una “nueva sensibilidad empresarial”,
estimamos que la empresa humanista debe respetar cuatro principios:
Humanismo empresarial
El humanismo es ante todo la convicción, que tiene evidentemente consecuencias
prácticas, de que el hombre o lo humano debe estar en el centro de los intereses (Alvira,
2006). El humanismo, más allá de cualquier apellido, parte del descubrimiento de que
toda vida humana, cada hombre en cuanto que es hombre, posee una dignidad
inviolable, como individuo y como parte de una sociedad, que no comparten, al menos
en la misma categoría, el resto de lo creado (Alvira, 2002).
Un punto importante en todo este discurso es comprender que nacemos siendo hombres
pero no plenamente humanos, es decir, que la humanidad se adquiere y perfecciona
mediante la educación y las buenas costumbres (Alvira, 2011). Sin educación, sin
cultura, el hombre se comportaría como un animal, llevado más por instinto que por la
razón y los sentimientos. El instinto no entiende de razones ni tampoco, en muchas
ocasiones, de límites. Es decir, en la búsqueda del éxito, del poder, del placer, todo
estaría permitido, si el instinto de supervivencia lo reclama. Actuar por instinto significa
aceptar que todo lo demás no me interesa, no cuenta, no vale, porque no hay una
referencia de comportamiento más alta, necesaria, digna y justa. Algo hay en el hombre,
profundo y misterioso a la vez, que impide que se pueda realizar plenamente aislándose
en la pura eficiencia, la efectividad a corto plazo y la satisfacción hedonista que otorga
el actuar por mero instinto.
Este “algo más” al que nos referimos responde entronca con la dimensión social del
hombre: no nos damos la vida a nosotros mismos ni podemos completarnos sino en
sociedad. Como explica Alvira (1982: 34), “el famoso humanismo es, sobre todo, un
societarismo: el hombre es humano sí y sólo sí, como diría un lógico, es capaz de
tomarse en serio la sociedad”. Rescato esta tesis y cito textualmente porque considero
que el humanismo en la empresa no es otra cosa, precisamente, que tomarse en serio la
propia vida, los talentos que uno ha recibido, no para recrearse en una autosatisfacción
individualista sino para fructificarlos, hacerlos que trasciendan, al ponerlos al servicio
de la sociedad. Es imposible ser un humanista, vivir el humanismo empresarial, sin
poner al centro de su actuación la responsabilidad social (Abreu y Badii, 2008).
Esta característica está presente de alguna manera en las empresas que poseen una
cultura del diálogo, donde fluye la información en un contexto de confianza,
fomentando espacios para la comunicación, en otras palabras, para que se dé el
intercambio de intelectos, afectos y voluntades. Hay dirigentes que tienen miedo al
diálogo, controlan la información y realizan un tipo de comunicación jerárquica,
esencialmente cerrada y dominante, basada en la ley del ordeno y mando, sin entender
quizá que el diálogo no sólo enriquece a la organización sino también a quien lo
experimenta, abriendo horizontes de conocimiento y de oportunidades mucho mayores.
En efecto, cuando se hace de manera apreciativa (Vilanova y Cooperride, 2013), el
diálogo transforma a las personas y a las organizaciones, y tiene el poder, además, de
ampliar el ámbito de las posibilidades humanas y por tanto enriquecer la visión
empresarial (Algarra y Wolf, 2005).
Imaginemos una empresa que trata bien a sus empleados, que fomenta el equilibrio
entre la familia y el trabajo, que protege el medio ambiente, que actúa en beneficio de
los consumidores, que tiene un porcentaje fijo y creciente de inversión social, y que es
íntegra y coherente, es decir, que actúa del mismo modo en todos los lugares donde está
operando. Una empresa así es verdaderamente responsable (Kliksberg, 2006) y más
cívica.
El humanismo cívico implica sobre todo dos cosas: por una parte, anteponer los bienes
compartibles a los bienes excluyentes, es decir, poner en primer lugar aquellos bienes
que no decrecen al repartirlos, y poner en segundo lugar los bienes que sólo se pueden
poseer de manera individual; y por otra parte, otorgar una primacía de la persona sobre
las estructuras organizativas. Éstas son necesarias, pero no más importantes, porque
cuando se les da un rol absoluto acaban por despersonalizar al hombre.
Los tres pilares sobre los que se fundamenta el humanismo cívico son: la promoción del
protagonismo del ciudadano como agente responsable de la configuración política de la
sociedad; relevancia de las distintas comunidades existentes; el valor de la esfera
pública como lugar privilegiado de encuentro para el despliegue de las libertades
sociales (Irizar, 2008). Teniendo en cuenta estos pilares y la realidad empresarial, que
otorga al dinero y al poder una categoría primordial, no es difícil observar que la
propuesta de Llano choca con los valores de la cultura empresarial actual. Sólo
superando la tecnoestructura, las empresas podrán volver a conectar con el mundo vital
de las personas sus motivaciones más profundas y perennes, y, en consecuencia, con su
felicidad (Llano, 2012).
El humanismo cívico apela a una noción de libertad –la libertad como liberación de sí
mismo- que asume y supera los conceptos de libertad negativa (o libertad psicológica) y
el de libertad positiva (o libertad para), noción esta última que restablece la olvidada
dimensión social de la libertad. Porque la libertad personal “es algo más que negativa
ausencia de coacción... Es, ante todo, fuerza creadora que trasciende activamente las
mediaciones culturales y se compromete con proyectos de creciente envergadura. La
constitutiva dimensión social de la libertad es el núcleo de la concepción de la
democracia tal como la propone el humanismo cívico. (Llano, 1999:102)
Cuanta más libertad, más responsabilidad y más humanidad. Esta es una comprensión
de la libertad que evoca la necesidad de un dinamismo en nuestras elecciones que esté
en plena sintonía con la naturaleza humana -con lo que realmente somos-, que tiende
radicalmente al bien, pudiéndose realizar este bien de forma plena sólo en sociedad, es
decir, bajo la condición de común, entendido como el elemento configurador del ethos
político, que es inseparable de la vida buena: “El humanismo cívico nos ofrece la clave
para superar la dicotomía entre el perfeccionamiento privado y el provecho público. No
es otra que la noción de vida buena orientada hacia un bien común” (Llano, 1999: 96);
que exige un tipo de relaciones humanas basadas en la concordia y la amistad para que
puedan darse no sólo soluciones verdaderas y justas a los problemas, sino incluso la
misma felicidad humana.