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Trabajo Práctico
Criminología e Imputabilidad
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Consideraciones conceptuales sobre la cuestión criminal
y el psicoanálisis
La palabra crimen nos remite del latín a Criminis y del griego Krime, verbo que significa
“separar, cribar, escoger (el buen grano), una tarea propia de la agricultura y que luego devino
“discernir, distinguir, interpretar, juzgar”, que constituye una función propia del psiquismo. Frase
de Legendre ilustra su significado originario; “los procesos intentados contra los asesinos tienen
una sola justificación: separar de su crimen al que mata, hacer que su parte maldita se
convierta en su parte de sacrificio. Esto se llama juzgar.”
En el derecho romano el crimen pasó a significar una actitud transgresora la cual sería
objeto de una causa penal, esto es: juzgada en un proceso judicial.
El crimen es aquello que motiva el juicio, el acto definido como acto punible de
acuerdo al código civil.
Hablamos entonces de crimen como un acto en contra de la ley o la omisión de algo a lo
cual la ley obliga y da lugar a juicio penal que concluye en una sentencia donde se declara
culpable o presunto autor de un delito (acto ilícito).
El crimen tiene como correlato la culpa. En la serie: culpa-responsabilidad-sanción.
Los “sentimientos inconscientes de culpa” fueron constatados por Freud en la clínica y
casi siempre responden a acciones punibles que el sujeto no había cometido aunque hubiera
deseado ejecutar. En el nivel inconsciente todo crimen es castigado y múltiples figuras lo
demuestran en la realidad, tales como la compulsión a confesar, los que fracasan al triunfar
(ante la concreción del éxito y la realización del deseo se precipitan por culpa, al fracaso), los
que delinquen por culpa (se precipitan al delito para obtener un castigo que, paradójicamente,
alivia). Freud no universalizó esta cuestión ya que sostuvo que no todo criminal delinque por
culpa y procura el castigo, a veces los laberintos del acto delictivo conducen a otros goces.
Más allá de todo esto el crimen supone la imputabilidad del autor (capacidad humana
para soportar la imputación jurídico-penal) por una acción, producto de una elección o decisión
no forzada.
La cuestión de la culpa es central tanto para el psicoanálisis como para el derecho. En el
psicoanálisis no se puede sostener la estructura de la subjetividad separada de la culpabilidad.
La resultante como dice Lacan “con la Ley y el Crimen comenzaba el hombre”. Para el
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psicoanálisis la culpa es la resultante de un crimen originario-el parricidio- la cual hace posible
establecer la ley y que al mismo tiempo inscribe la culpa. Hablamos de la ley fundante, la que
abre paso a las alianzas, que funda la cultura y la exogamia: la ley de la prohibición del incesto.
En el derecho la relación entre la culpa y la ley que hace posible el lazo social, en
tanto que regula ese lazo e intenta garantizar los límites entre los sujetos. El lugar donde se
juzgan los actos es un ámbito altamente ritualizado: el poder judicial. Diferente a hacer justicia
por mano propia.
Cuando la ley pierde su eficacia simbólica se produce un vacío y habilitan una laxitud
permisiva de la que emerge la impunidad, todo el orden simbólico se desgrana y reaparecen
las tendencias más primitivas y violentas del ser humano. El sujeto despojado de los marcos
que deberán preservarlo se siente arrojado a un mundo de angustia, en el que solo puede
atacar porque el mismo se siente atacado, acorralado, excluido, vulnerado y sin garantías. No
tiene nada que perder así se potencia el resentimiento y que lo lleva a arrasar con el campo del
otro.
Lo que sobreviene entonces es una desubjetivación, un objeto automatizado, productor
de actos violentos.
Para el psicoanálisis esto se convierte en el pasaje al acto; acting out, lo cual genera
actos impulsivos que pueden precipitar el crimen, produciendo la ruptura del tejido social.
El proceso jurídico constituye sujetos a los que sujeta mediante mecanismos capaces
de asegurar por la culpa el lazo social y consecuentemente ese sujeto espera frente a la
transgresión de otro, un acto ritual capaz de restaurar el lazo.
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denominamos imputabilidad. Se trata conocer el impacto que el trastorno psíquico provocó en
la capacidad del sujeto para comprender la criminalidad del acto o dirigir el sentido de su
accionar.
Desde el campo del psicoanálisis, la culpabilidad es el registro de la falta en la
subjetividad, de que hay algo que opera como límite y que ese límite es la ley. Es responsable
ante el Otro Social.
Se va produciendo en el sujeto un resquebrajamiento, una enajenación ante el vacío de
las instituciones que no operan como capacidad simbólica y lo que hay es un pasaje al acto, el
sujeto un autómata donde la la palabra (núcleo en ambas disciplinas) ya no tiene su peso ya no
tiene función para permitir elaborar.
La inimputabilidad se define como la incapacidad de una persona que no le permite
comprender lo que hace o dirigir sus acciones, según su comprensión en el momento que lo
realiza. El Art. 34 hace a alusión por un lado a las causas psiquiátricas. en cuanto a la
insuficiencia de las facultades mentales y por otro a las causas psicológicas: no comprender la
criminalidad del acto.
Entonces, la inimputabilidad está ligada a un estado de conciencia de una persona en el
momento del acto. Si su estado de conciencia le permite dirigir y comprender sus acciones se
considera imputable, en caso contrario se considera inimputable.
Así la responsabilidad, significa desde el punto de vista jurídico asumir la misma significa
obligarse, hacerse cautivo para garantizar una deuda. Vincula la responsabilidad al cuerpo y a
la culpa. De este modo la culpa es la imputabilidad de un daño por el que hay que pagar.
Contraer una deuda, es contraer una culpa y estar en deuda obliga a responder, es decir pagar
la culpa.
¿Quienes son inimputables? ¿libres de responsabilidad y culpa? ¿los niños, los locos, el
intoxicado, entre otros?
Razón e Intención: dos conceptos fundamentales en el derecho como figuras de
desresponsabilización.
1. Razón: sujeto autónomo, dueño de sus actos. Excluidos, niños por ejemplo que aún no
han adquirido ese criterio.
2. Intención: vincula directamente a la responsabilidad y a la culpa.
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Art 34 del Código Penal de la Nación: INIMPUTABILIDAD
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El adolescente y la langosta
Dolto, F en “La causa adolescente” nos habla de la inmensa vulnerabilidad del joven en
esta etapa de su vida. Entre él y el bebé la sensibilidad es absoluta ya que todo lo que viene
del entorno, lo que se le dice y o se le hace deja Huella en el.
Para dilucidar la debilidad del adolescente, la autora utiliza ¨la metáfora de las langostas
que son como los adolescentes, que pierden su caparazón, se ocultan bajo las rocas, mientras
segregan su nueva caparazón, para adquirir defensas pero mientras son vulnerables y si
reciben golpes, quedan heridos para siempre, cicatrices que nunca más cerraran.”
Hay jóvenes que desde los 11 años conocen estados depresivos y ejecutan actos con
mucha agresividad.
En estas crisis el joven se opone a las leyes, porque se oponen a quienes encarnen
dicha ley. El límite en el cuerpo y en el otro.
En estos momentos de extrema fragilidad se defienden contra los demás, bien mediante
la depresión o por medio de un estado de negativismo y agresión que agrava aún más su
debilidad.
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neurótico logra resolverlos mediante los síntomas que le producen el padecimiento subjetivo, el
criminal, por el contrario, los ejecuta en acciones reales.
El segundo grupo está integrado por los criminales normales. A diferencia del primer
grupo donde el crimen posee un carácter sintomático, aquí prevalecen las identificaciones con
una comunidad criminal.
El tercer grupo hace referencia a los criminales que matan empujados por enfermedades
orgánicas.
En nuestra pregunta inicial, distinguimos tres elementos unidos entre sí: el crimen, que
supone el acto que invoca a la justicia. El asesino, que es quien lo ejecuta. Y la víctima, objeto
sobre quien recae el acto criminal.
Para Lacan el sujeto siempre es responsable de sus actos.
Desde la perspectiva psicoanalítica, y a diferencia del ámbito penal, los términos
“responsabilidad” y “culpabilidad” no se superponen necesariamente.
Un sujeto puede sentirse responsable de un crimen que no cometió, mientras que otro,
culpable ante la ley, podría no sentirse responsable de su acto.
El examen de un crimen nos conduce inevitablemente al entrecruzamiento entre dos
dimensiones, la referida a la estructura y la que remite a la contingencia del acontecimiento
imprevisto que desencadena el acto criminal. Para el psicoanálisis las acciones no son
independientes de la estructura.
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culpable. Es decir, en primer lugar, es una acción humana, dotada de voluntad. En segundo
lugar, debe estar tipificado en la ley. En tercer lugar no debe estar permitida. Y en cuarto lugar
debe ser culpable, imputable. El delito para el penalista es una abstracción construida con un
objetivo determinado que es la sentencia razonable. Pero en realidad este delito no existe,
porque en el plano de lo real existen violaciones, asesinatos, robos, etc. pero nunca delitos.
Los penalistas se ocupan de la ley, no de la realidad. Estudian relaciones de normas, de
deber ser y no de ser.
De esto último, se ocupa la criminología, donde se convergen diferentes datos de
distintas fuentes: sociología, economía, antropología, disciplinas psi, entre otros. La
criminología intenta responder qué es y qué pasa con el poder punitivo, con la violencia que
produce muertos, etc.
El positivismo criminológico, sostiene Zaffaroni, llamó criminalidad al conjunto de presos,
considerados salvajes colonizados con menos poder. Siguiendo con esta línea en relación a la
infancia y el derecho penal, “El derecho penal es la rama del saber jurídico que, mediante la
interpretación de las leyes penales, propone a los jueces un sistema orientador de decisiones
que contiene y reduce el poder punitivo para impulsar el progreso del Estado Constitucional de
Derecho”.
La delincuencia juvenil no fue siempre abordada desde la óptica del derecho penal,
actualmente se puede hablar de derecho penal de menores.
Se ha puesto de manifiesto la caracterización de los protagonistas del derecho penal de
menores y la especialidad que requiere su tratamiento por su condición de niños. Las
capacidades del niño son distintas a la de los adultos ya que se consideran menos capaces de
entender la situación y esto lleva a la reducción del castigo en comparación al que se aplica a
los adultos.
Actualmente las leyes de la Convención sobre los Derechos del niño garantizan el
derecho de los niños a acceder a la justicia sin perder de vista la especialidad que requieren en
su tratamiento. Para garantizar los derechos de los niños no solo se da un trato diferenciado
sino que se pone interés en que necesitan una mayor y especial protección.
Si esto no fuera así retornaríamos al enfoque de los primeros tribunales (tribunal tutelar
o paternalista) en el año 60, en donde los menores tenían derecho a la ayuda pero no a la
justicia. La jurisdicción de menores tomaba también las conductas no delictivas. Los tribunales
se ocupaban tanto de los jóvenes abandonados o vulnerables como de aquellos que
cometieran delitos con el fin de lograr la reinserción social y evitando así futuros delincuentes
en la sociedad.
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Minoridad
“El amor es dar lo que no se tiene a quien no lo es.”
Lacan
En relación a la temática desplegada en el trabajo, resulta pertinente abordar la cuestión
de la “minoridad”, reflexionando sobre los despliegues de lo discursivo sobre el ámbito social.
El discurso, como lo plantea Lacan impone en el ámbito social un ordenamiento, un modo de
relación y una jerarquía. Tanto así que es interesante discutir sobre qué relaciones de poder se
establecen cuando se plantea el término de “menor” para nombrar a una determinada fracción
de la población infantil y adolescente. Según lo plantea Valeria Llobet (2006), el término
“menor” establece una fractura en el discurso sobre la infancia y la adolescencia, respecto de lo
que se configura un modelo ideal de devenir que las instituciones promueven. Un niño, niña o
adolescente “normal” sería aquel que se ajusta al modelo impartido por las instituciones, aquel
que sostiene el encuadre, que se amolda y logra reproducir el tipo de relaciones y
significaciones que estas imponen. “Menor”, en contraposición, se utiliza para nombrar aquellas
manifestaciones de falla que surgen en el proceso de normatización y normalización, lo que
queda fuera de lugar, lo que transgrede, lo que irrumpe, lo que incomoda, lo patológico, lo que
desafía, lo desviado. Surge la dicotomía de “infancia integrada” idealizada, normal, en
oposición a la “minoridad adulterada” caída del sistema, objeto a ser depositado de una
institución a la otra con el fin de reformular, reeducar y restituir, despojada de derechos,
criminal. Sendos polos de la dialéctica no hacen más que cercenar la subjetividad de los niños,
niñas y adolescentes en tanto sujetos de derechos, en su singularidad, con su historicidad y su
identidad. Tanto los niños, niñas y adolescentes “normalizados” como los “menores” son
hablados (y obturados) desde el discurso adulto, en su fracaso por aprehender la diversidad, la
alteridad y la heterogeneidad con que se manifiestan las infancias y las adolescencias en la
actualidad y las demandas, necesidades y obligaciones que tiene cada uno. Desde este lugar,
reflexionar sobre el carácter de “síntoma” de los actos delictivos y transgresores y desde ahí
cuestionar, reformular y rehabilitar la función y el lugar del adulto.
“¿Cuáles son entonces, la función y el lugar del adulto, del educador, para que un niño
(y agregamos: un adolescente) exista en la cultura?”, se pregunta Llobet. Y desde Freud
responde: “auxiliar al niño en su proceso cultural, que devendrá cultura interiorizada”. En vez de
hablarlos, abrir un espacio a una verdadera comunicación, a la escucha y desde ahí ser el
sostén que acompaña en la estructuración de su subjetividad.
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Ley 22.278 del Régimen Penal de la Minoridad
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¿Qué pasa cuando un menor de 16 años comete un delito?
No es punible, por lo tanto, no se le puede aplicar una pena. Pero el juez tiene la
posibilidad de tomar muchas decisiones sobre la vida del menor y puede decidir, por ejemplo,
encerrarlo en un instituto para menores.
Entre las medidas que el Juez debe tomar, están:
● Disponer provisionalmente del niño o adolescente.
● Comprobar la existencia del delito.
● Conocerlo directamente, a sus padres o a las personas responsables de él.
● Ordenar que se hagan informes y pericias para estudiar la personalidad del niño o
adolescente. En este caso, el juez puede ordenar que se lo traslade a un lugar adecuado
para su mejor estudio durante el tiempo indispensable.
● Ordenar que se hagan informes y pericias para conocer las condiciones en que vive el
niño o adolescente.
● Si el niño o adolescente menor de 16 años está abandonado, en peligro material o moral
o tiene problemas de conducta, el juez puede disponer definitivamente de él. Por
ejemplo, puede privar a los padres de la responsabilidad parental sobre el niño o
adolescente y decidir que quede privado de su libertad. La disposición definitiva puede
durar hasta la mayoría de edad del niño o adolescente.
¿Qué quiere decir que el juez debe ¨disponer del menor¨?
Quiere decir que el juez debe ordenar un conjunto de medidas sobre el niño o
adolescente. Entre esas medidas, el Juez puede:
● Poner al niño o adolescente bajo su custodia y decidir lo que crea conveniente para
protegerlo y lograr su formación. Por ejemplo, el juez puede privarlo de su libertad en un
centro de detención de menores de edad.
● Limitar la responsabilidad parental (antes llamada ¨patria potestad¨) de los padres del
niño o adolescente.
● Poner al niño o adolescente bajo la guarda de alguien.
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¿La ley de régimen penal juvenil argentino tiene en cuenta
No. El Régimen Penal Juvenil de nuestro país es del año 1980, es decir, anterior a la
Convención sobre los Derechos del Niño, que fue aprobada en el año 1989 y ratificada por
nuestro país en el año 1990.
El Régimen Penal Juvenil de nuestro país permite que un menor quede privado de su
libertad y le da muchas facultades al Juez para decidir sobre la vida del menor. Por el contrario,
las normas internacionales establecen que cuando un niño comete un delito deben seguirse
algunos principios, entre los cuales están:
● Aplicar medidas alternativas para evitar que el niño quede internado en instituciones.
Por ejemplo: cuidado, libertad vigilada, programas de enseñanza o de formación
profesional, etc.
● Considerar la privación de la libertad sólo como medida de último recurso.
● Cualquier privación de libertad debe durar el menor tiempo posible.
● Respetar siempre las necesidades propias de la edad del niño o adolescente.
● Buscar siempre la reintegración del menor a la sociedad y su bienestar.
Juvenil
El primer punto a destacar de la Reforma es el eje principal sobre el que se funda este
trabajo, la baja de imputabilidad a los menores decretado como Proyecto de Ley en el Artículo
1 de las Disposiciones Generales. El Ámbito de Aplicación que establece un sistema de
responsabilidad penal especial para los casos de minoridad comprendidos entre los 13 y 18
años, a diferencia de la Ley 22.278 del Régimen Penal de Minoridad que determina hasta los
16 años son todos inimputables o no punibles, es decir, que no se les aplica pena.
Además de bajar la edad de imputabilidad, en este Proyecto enmarcado en el plan
“Justicia 2020” encabezado por Germán Garavano, se tratará de que estipulen distintas escalas
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según el delito cometido: pena de prisión para los casos más graves como homicidio, abuso
sexual y robos con armas.
Este tema fue una de las propuestas de varios dirigentes políticos como Sergio Massa
en las últimas campañas electorales, pero se pospuso debido a que no contaría con el apoyo
de un número importante de legisladores de la oposición. Por esto se espera que se renueve la
futura composición del Poder Legislativo (mitad de Diputados y un tercio del Senado) a fines de
este año para contar con un número más cercano al quórum y que se apruebe la propuesta.
En la actualidad Argentina no tiene un régimen de responsabilidad penal juvenil como lo
dispone la Convención de los Derechos del Niño sino que rige el régimen penal de la
minoridad, establecido por una ley de la dictadura de 1980. Dicha norma establece dos
categorías: una, de 16 a 18 años no cumplidos, y otra para los menores de 16 años.
De los primeros dice que son "relativamente imputables". Se les hace un proceso, pero
la sentencia y la pena no se fijan hasta que cumplan los 18 años. La norma ordena un
tratamiento tutelar por un año como mínimo, al cabo del cual el juez decide si continúa o no. Si
el magistrado considera que el tratamiento tutelar dio resultado, envía al menor con sus padres
o representantes legales. El problema para los abogados especialistas es que la situación varía
si los menores vienen de familias con escasos recursos económicos o no.
En tanto, señala que los menores de 16 son absolutamente inimputables y no punibles.
Si se les imputa un delito, el expediente penal se cierra y se abre otro, el tutelar. Si del estudio
de ese expediente, el juez llega a la conclusión de que el menor está en peligro moral o
material "puede disponer de él". De acuerdo con los expertos, aquí vuelve a tener relevancia la
situación económica del menor y su familia.
Otro punto a considerar es que la ley no ha establecido una línea divisoria clara entre el
niño imputado de un delito, el niño desamparado y el niño víctima de un delito. Los menores de
18 años pueden ser sancionados con la privación de su libertad sin pasar por un proceso
judicial que les haya permitido defenderse. A los menores se los puede mantener privados de
su libertad hasta los 21 años cuando de los estudios realizados se advierta que el menor se
halla en abandono, falto de asistencia, en peligro material o moral, presenta problemas de
conducta con o sin internación, y cuando tienen entre 16 y 18 años se les puede aplicar la
misma pena establecida para el adulto, lo cual es considerado inconstitucional.
En contrapartida, el Proyecto de Ley bajo el Artículo 4 del Capítulo II sobre Principios,
Derechos y Garantías; destaca que se promoverá el bienestar de los menores que obliga a un
tratamiento especial, procurando la reeducación, reintegración y reinserción social, ponderando
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los derechos inalienables de la persona, los derechos humanos y el fortalecimiento de la
función de la familia en el seno social.
Según nuestra investigación hace tiempo que se discute si disminuir la edad de
imputabilidad es o no conveniente. En diciembre de 2009, el Senado, por unanimidad, dio
media sanción a un proyecto acordado por los legisladores que encabezaban cada uno de los
partidos con representación de Ley de Responsabilidad Penal Juvenil. Pero no logró pasar el
filtro de la cámara baja y perdió estado parlamentario. Dicho proyecto también bajaba la edad
de imputabilidad a los 14 años.
Como opositores de la propuesta, en un primer lugar la diputada nacional Margarita
Stolbizer, aliada en los últimos tiempos de Massa, cuestionó la intención del Gobierno y pidió
que la Casa Rosada invierta en mejorar la calidad de la educación en lugar de reducir la edad
de imputabilidad. Además de la Unicef, dependiente de las Naciones Unidas, que recomienda
la aprobación de una Ley Penal Juvenil (de la cual nuestro país carece) que no disminuya la
edad de imputabilidad.
Los proyectos procuran, si bien con matices importantes, bajar la edad de la
imputabilidad, ubicándola en los 14 años pero ninguno explica los motivos que conducen a
concluir que en estos tiempos y en nuestra sociedad una persona comprende la criminalidad de
sus actos a los 14 años y no a los 16 años.
Dentro de Latinoamérica, Argentina es uno de los países con la más alta edad (mínima)
de imputabilidad según las Leyes 22278 (1980) y 22803 (1983), siendo esta 16 años, igual que
en Cuba y solo por debajo de Granada y Perú (con 18). Comparativamente el resto de
Latinoamérica tiene edades de imputabilidad menores, e incluso ambiguas, siendo en 33
estados de EEUU la edad teórica mínima 0 años (se elige de acuerdo a cada estado). Estos
números, sin embargo, son relativos a cada país ya que cada uno considera distintos los
crímenes imputables en edades mayores a las mencionadas y menores a 18.
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En los últimos años países tales como Hungría y Panamá bajaron la edad de
imputabilidad ya estipuladas aunque otros, a pesar de que también lo hicieron temporalmente,
se retractaron y volvieron a cambiarla, tal como es el caso de Dinamarca o Georgia. En muchos
de estos casos, organizaciones protectoras de los derechos del niño intervinieron presentando
declaraciones públicas a ser respondidas de la misma forma.
La mayoría de los países generan reformas a esta edad a partir de la mediatización de
casos específicos que despiertan el debate en la población, lo que se ve explotado por la
discusión de la misma índole, pocas veces asistida por representantes de los derechos del niño
abogando por el bien del niño incluso ante situaciones de responsabilidad y/o culpabilidad.
Otros sin embargo tienen fines no criminales en mente tales como:
● Legalizar el trabajo infantil en situaciones de extrema necesidad
● Tratamientos hormonales y reasignación de sexo
● Promover el poder de decisión o autonomía sobre intervenciones médicas en el propio
cuerpo
● Acceso a servicios de reproducción asistida
Desde el 2016, en Argentina se comenzó a discutir la baja de la edad de imputabilidad
de 16 a 14 años para homicidios y 15 años para delitos graves.
Aquí en argentina uno de los casos disparadores del debate y la consecuente propuesta
de reforma fue el caso de Brian Aguinaco que relataremos a continuación.
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Caso de Brian Aguinaco
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Conclusión
Las preguntas que nos hacemos ¿Quién se hace cargo del niño que cometió el crimen?
¿Es él el verdadero culpable, responsable? ¿Y los padres?
En base a estas preguntas se plantea el debate acerca de la baja de imputabilidad en
los menores. ¿es acertado poner bajo prisión a los adolescentes? o mejor ¿es la solución? Más
allá de la tristeza, dolor y angustia de las familias víctimas de crímenes por parte de individuos
menores de edad, hay que plantear si existe una sola víctima y en tal caso ¿víctima de qué o
de quién?.
Padres "helicóptero", miedosos, controladores o culposos. Mucho se habla, a veces con
crueldad, de los padres modernos y sus dificultades para asumir su función. Parecieran tener
como común denominador una mezcla de angustia y culpa, una vivencia de debilidad en la
confianza y una extraña delegación en los hijos de la autoridad que a ellos les corresponde.
Comparten, esos progenitores modernos, la sensación de que deben compensar a sus hijos
por el hecho de haberlos traído a un mundo cruel.
Eso los lleva, en muchos casos, a conductas que en poco ayudan a la hora de ofrecerles
a los hijos ese orden primordial a partir del cual podrán crecer de la mejor manera.
La función paterna incluye ayudar a que los hijos puedan crecer, soportar frustraciones y
asumir reglas que vayan más allá de ellos mismos. Es eso lo que les permite, a la larga, "ganar
el pan con el sudor de su frente", ese pan que nunca sabe más rico que cuando se consigue a
fuerza de labrar la propia tierra. Ciertas satisfacciones son fruto de un logro, no de un derecho.
Los derechos son innegables y todos los conocen, pero en la actualidad se toman como
derecho cosas que no lo son.
Los hechos indican que, en la medida en que los padres encuentran sus propias
convicciones y deseos, pueden encontrar otros puntos de apoyo (que los hay) que no son sus
hijos para poder manifestar su propia fuerza sin acudir al endiosamiento de su prole. Se sabe: a
los hijos hay que amarlos, no necesitarlos, en un sentido utilitario del término. Por eso vale
humanizar la mirada sobre ellos, dándoles el lugar de amor que les corresponde, la misma que
les permite transitar su infancia como infantes y no como “pseudo adultos” tiranos.
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Bibliografía
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